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VII Congreso de Historia Ferroviaria Asociación Ibérica de Historia Ferroviaria Associação Ibérica de História Ferroviária 1 El sansimonismo y los ingenieros franceses en el origen de la tecnocracia moderna Jairo Fernández Fernández 1 1. Introducción Si existió alguna vez un profeta de la naciente modernidad técnico-industrial del siglo XIX ese fue sin duda Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon. De hecho, la centralidad en su pensamiento de una perspectiva desarrollista puramente material quedaría explicitada en octubre de 1825, pocos meses después de su muerte, en la introducción al primer número de Le Producteur: “La revista que anunciamos tiene por objeto desarrollar y difundir los objetivos de una filosofía nueva. Esta filosofía, basada en una nueva concepción de la naturaleza humana, reconoce que el destino de la especie sobre el globo es el de explotar y modificar la naturaleza exterior para obtener de ella el máximo beneficio” 2 . Se recogía así el principio fundamental del sansimonismo en el órgano más próximo al pensamiento del maestro, de acuerdo a sus deseos póstumos y con un valor prácticamente testamentario. Desde esta perspectiva no resulta difícil desplegar una interpretación integradora y coherente de la obra de Saint-Simon a partir de aportaciones señeras como Le Politique ou Essais sur la politique qui convient aux hommes du XIXème siècle (1819), L’Organisateur (1819 y 1920), Du systême industriel (1821) o su Catéchisme des industriels (1823-1824) entre otras. Así, lo primero que destaca tal y como señaló Antoine Picon (2002, p. 42) es la vertebración del discurso en torno a la figura de la “industria” entendida como el conjunto de todas las actividades productivas que confluían en el desenvolvimiento de lo que hoy llamaríamos economía real. De forma natural emergían entre ellas toda clase de concurrentes: los financieros que aportaban los capitales necesarios para la instalación de los establecimientos, los comerciantes que se encargaban del tráfico de mercancías, aquellos que ya se ajustaban a un perfil patronal en un universo aún dominado por las manufacturas y, por supuesto, los trabajadores entre los que destacaban por su nivel de cualificación los de perfil artesanal. Este conjunto tan variado ante todo debía de ser liberado, es más, emancipado del poder resiliente de la aristocracia, de la carga que suponían los rentistas y, en definitiva, de cualquier remanente del Antiguo Régimen cuyo comportamiento social fuera parasitario o que simplemente no contribuyera de manera efectiva al crecimiento. A nivel interno las relaciones efectivas entre cada uno de los actores involucrados en los procesos industriales debían de someterse al fin último ya mencionado y que se consideraba como una suerte de interés público, común e inapelable. Por lo tanto, la escala social se reestructuraría en función de la posición de cada uno en el juego económico reorganizado para incrementar su eficiencia, mientras que las incipientes relaciones de clase debían de estar presididas por la cooperación voluntaria entre las partes. Inevitablemente, el resultado era una vertebración jerárquica de nuevo cuño en torno al mérito del sujeto y, para 1 Centre d’historie sociale du XXéme siècle. [email protected]. 2 Le Producteur, journal de l’industrie, des sciences et des beaux-arts. París, 1825, p. 5.

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VII Congreso de Historia Ferroviaria Asociación Ibérica de Historia Ferroviaria Associação Ibérica de História Ferroviária

1

El sansimonismo y los ingenieros franceses en el origen de la tecnocracia moderna

Jairo Fernández Fernández 1

1. Introducción

Si existió alguna vez un profeta de la naciente modernidad técnico-industrial del siglo XIX ese fue sin duda Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon. De hecho, la centralidad en su pensamiento de una perspectiva desarrollista puramente material quedaría explicitada en octubre de 1825, pocos meses después de su muerte, en la introducción al primer número de Le Producteur:

“La revista que anunciamos tiene por objeto desarrollar y difundir los objetivos de una filosofía nueva. Esta filosofía, basada en una nueva concepción de la naturaleza humana, reconoce que el destino de la especie sobre el globo es el de explotar y modificar la naturaleza exterior para obtener de ella el máximo beneficio”

2.

Se recogía así el principio fundamental del sansimonismo en el órgano más próximo al pensamiento del maestro, de acuerdo a sus deseos póstumos y con un valor prácticamente testamentario.

Desde esta perspectiva no resulta difícil desplegar una interpretación integradora y coherente de la obra de Saint-Simon a partir de aportaciones señeras como Le Politique ou Essais sur la politique qui convient aux hommes du XIXème siècle (1819), L’Organisateur (1819 y 1920), Du systême industriel (1821) o su Catéchisme des industriels (1823-1824) entre otras.

Así, lo primero que destaca tal y como señaló Antoine Picon (2002, p. 42) es la vertebración del discurso en torno a la figura de la “industria” entendida como el conjunto de todas las actividades productivas que confluían en el desenvolvimiento de lo que hoy llamaríamos economía real. De forma natural emergían entre ellas toda clase de concurrentes: los financieros que aportaban los capitales necesarios para la instalación de los establecimientos, los comerciantes que se encargaban del tráfico de mercancías, aquellos que ya se ajustaban a un perfil patronal en un universo aún dominado por las manufacturas y, por supuesto, los trabajadores entre los que destacaban por su nivel de cualificación los de perfil artesanal. Este conjunto tan variado ante todo debía de ser liberado, es más, emancipado del poder resiliente de la aristocracia, de la carga que suponían los rentistas y, en definitiva, de cualquier remanente del Antiguo Régimen cuyo comportamiento social fuera parasitario o que simplemente no contribuyera de manera efectiva al crecimiento.

A nivel interno las relaciones efectivas entre cada uno de los actores involucrados en los procesos industriales debían de someterse al fin último ya mencionado y que se consideraba como una suerte de interés público, común e inapelable. Por lo tanto, la escala social se reestructuraría en función de la posición de cada uno en el juego económico reorganizado para incrementar su eficiencia, mientras que las incipientes relaciones de clase debían de estar presididas por la cooperación voluntaria entre las partes. Inevitablemente, el resultado era una vertebración jerárquica de nuevo cuño en torno al mérito del sujeto y, para

1 Centre d’historie sociale du XXéme siècle. [email protected].

2 Le Producteur, journal de l’industrie, des sciences et des beaux-arts. París, 1825, p. 5.

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asegurarse que a este respecto se daban una reglas equitativas y comunes, se rechazaba por principio la herencia en tanto que ventaja no adquirida gracias al propio esfuerzo.

Pero esta lógica tenía también una traducción más puramente política, o más bien sustitutoria de la política, que predicaba la creación de un gobierno de técnicos e “industriales” elegidos por sus capacidades y que administraría la sociedad como si de una empresa se tratara. Concretando más, se proponía la creación de un parlamento con una estructura de tres cámaras. En la primera, ingenieros, inventores y creadores en general elaborarían una serie de proyectos de desarrollo económico y social; en la segunda, serían los sabios y científicos quienes evaluarían esas propuestas; y, finalmente, la tercera se encargaría de implementar su ejecución. En todo caso, el estado en su conjunto debía de garantizar la paz puesto que se considerada la guerra como un desperdicio de recursos y la libertad de comercio era considerada en un sentido asimilable al liberal.

Por último, tanto la búsqueda de un entorno europeo de convivencia como el carácter transnacional de su modelo van a llevar a Saint-Simon a proponer en 1814 y al calor del Congreso de Viena un modelo de Estados Unidos Europeos. De este modo, en su opúsculo De la réorganisation de la société européenne desarrolla, si bien brevemente, una construcción federal de Europa en torno a un parlamento común de competencias evidentemente también económicas y administrativas.

Es verdad que estas construcciones en torno al eje técnico-industrial no agotan el conjunto del pensamiento del filósofo de París. El carácter absolutamente proteico de su ideario se manifiesta en sus fracasados intentos iniciales de llevar a cabo una reforma completa de la ciencia a partir de los principios cartesianos (Picon, 2002, pp. 41-42) y también en su esfuerzo final por construir una religión le Nouveau Christianisme que combinara el amor al prójimo con algunas de sus propuestas esenciales como la defensa del interés general. Sin embargo, esta capacidad de traslación temática no nos remite sino a la ambición de totalidad de la que quiso revestir su sistema y no altera en absoluto su identidad central.

2. Socialismo o tecnocracia

Más problemática resulta su filiación dentro del corpus ideológico contemporáneo. Ha sido habitual su adscripción al campo del Socialismo Utópico -que habría inaugurado-, y no cabe duda de que el materialismo radical de sus concepciones es un precedente claro del marxismo; es más, la confusa sumisión de toda otra preocupación al desarrollo productivo remite a los rasgos más marcados del economicismo soviético. Sin embrago, no es ésta una práctica exclusivamente socialista y ni siquiera lo fue durante su aplicación en la época dorada de los planes quinquenales bajo el gobierno de Stalin. Cabe recordar a este respecto la colaboración prestada al liderazgo comunista de la época por el taylorista ruso-americano Walter N. Polakov, en tanto que técnico versado en la organización científica del trabajo, paradigma esencial junto al fordismo de la gestión capitalista durante buena parte del siglo XX3.

3 Kelly, Diana J, Marxist Manager amidst the Progressives: Walter N Polakov and the Taylor Society,

University of Wollongong. http://ro.uow.edu.au/cgi/viewcontent.cgi?article=1021&context=artspapers

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En consecuencia, se producirá aquí la decantación por otro rango de interpretaciones en la línea de una vocación tecnocrática que parece auto-evidente y que ya fue apuntada en su momento por Frederick von Hayek (1964) y posteriormente por Robert B. Carlisle (1974, pp.445-464). De especial interés a este respecto resultan los planteamientos del primero que considera a los ingenieros de l’École Polytechnique como los mediadores entre los principios del maestro y las formulaciones contemporáneas de la tecnocracia. Será necesario, por lo tanto, analizar la recepción del sansimonismo y ver el papel que desempeñaron estos técnicos franceses que como veremos exige ser matizado.

A este respecto, es necesario detenerse, si bien brevemente, en la formación de un núcleo doctrinario dentro de cuyas filas se contarían antiguos miembros de l’École, como Olinde Rodrigues, que permaneció junto a Saint-Simon durante sus últimos momentos de vida, o Prosper Enfantin, que sería el último gran dirigente del grupo. De hecho, este último con Saint Amand-Bazard dirigió el esfuerzo principal de sistematización del corpus ideológico (Picon, 2002, pp. 53-58) y desarrolló hasta sus últimas consecuencias algunas de las ideas más contradictorias. De este modo, en sus Memoires d’un industriel de l’an 2240 podemos leer su propuesta de desaparición de “la explotación del hombre por el hombre” mediante la implementación de “una reforma de la propiedad, basada en el reparto de los instrumentos de trabajo según el grado de capacidad industrial”4. En realidad, este tipo de fórmulas abstractas y poco concretas encubrían una concepción jerárquica asimilable a la actual y no impidieron a Enfantin asumir más tarde la administración del ferrocarril París- Lyon- Marseille que mantenía un organigrama piramidal y una estructura de propiedad clásica. La hipocresía de su dirección, los permanentes conflictos internos y el rigor normativo con el que se pretendió funcionar dieron al traste con este grupo ya a mediados de los años 30 del siglo XIX.

En todo caso tiene mayor interés un conjunto más amplio de ingenieros, cuyo descontento durante la Restauración fue creciendo porque su posición social no se correspondía ni con sus ambiciones ni con el rol que desempeñaban en el desarrollo de la economía francesa. Para ellos, el sansimonismo fue una reivindicación meritocrática como apunta Bernard Girard (2015, pp.68-81), pero que según Picon traía además como plus una aproximación a las relaciones sociales en términos de cooperación y no de conflicto; una perspectiva, en definitiva, que resultaba muy atractiva para todos aquellos avocados a ejercer funciones de dirección5. Este grupo de interés de morfología laxa operó de forma activa en L’École Polytechnique donde los podemos encontrar apoyando los esfuerzos para sustituir la excesiva vocación teórica de los estudios -herencia de la época original de Gaspard Monge- por una formación aplicada más intensa. Tal sería el caso, por ejemplo, del apoyo de Michel Chevalier a la reforma de la escuela realizada por Urbain Le Verrier y comenzada en 1850. Es más, otros muchos ingenieros sansimonianos trabajarían en la misma dirección desde otros ámbitos, siendo quizá uno de los casos más notables el de Eugène Péclet que fue uno de los tres fundadores de L’École Central des Arts et

4 Enfantin, Barthélemy Prosper. « Les mémoires d’un industriel de l’an 2240 », pp. 145-146, en

Œuvres d’Enfantin publiées par les membres du conseil institué par Enfantin pour l’exécution de ses dernières volontés, troisième volume, París, 1868. 5 Esta temática está ampliamente desarrollada en Picon, Antoine, 2002. Les Saint-simoniens. Raison,

imaginaire et utopie. Belin, París, pp. 102-112.

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Manufactures en 18276. En fin, ya desde un principio esta entidad se erigió en el paradigma nacional de ingeniería práctica de estilo inglés (Bordes et at., 2011).

Es a partir de este segundo grupo de técnicos, cada vez más vinculado al entorno de la l’École Polytechnique, donde se fraguó la base sustantiva del pensamiento tecnocrático francés. Concebida en 1794 durante el gobierno jacobino como un medio de planificar la producción y de optimizarla a partir de la aplicación de la ciencia, esta institución no podía sino ofrecer un marco complementario a los aportes sansimonianos; un contexto amable en el que estos podían diluirse despojados ya del aparato doctrinal que los había envuelto originariamente. De todos modos, la definición de estos rasgos y su consolidación efectiva no parece haber sido producto de un esfuerzo colectivo, sino el resultado de una labor particular: la del ya mencionado Michel Chevalier.

3. Michel Chevalier

No cabe extrañarse de que un sujeto tuviera un papel tan importante en una época tan poco democrática de la Historia francesa contemporánea. Así, Chevalier fraguaría su protagonismo personal durante el reinado de Luis Felipe de Orleans (1830-1848), período marcado en política por la continuidad del doctrinarismo de la Restauración en la persona de Guizot; y, posteriormente, alcanzaría una posición central como hombre de confianza de Napoleón III para toda clase de asuntos económicos durante el Segundo Imperio (1852-1870), régimen de cuya matriz autoritaria no cabe duda alguna. En consecuencia, Chevalier se convirtió en una suerte de eje conductor, el cual canalizaría los flujos de información esenciales que tendría con una notable capacidad para jerarquizar las representaciones concretas de esta vía francesa hacia la tecnocracia.

Desde esta perspectiva destacó muy pronto la centralidad que asignó en su pensamiento a la técnica aplicada tal y como se deduce de su sueño de crear una suerte de templo dedicado a la ciencia y a la industria. Esta idea, manifestada ya en 1832 y cuya expresión arquitectónica era un claro precedente del cristal Palace de Joseph Paxton (Picon, 2002, pp. 273-274), se desarrolló y depuró con el tiempo transformándose en un interés manifiesto por todas las “ramas de las artes útiles” y de las oportunidades que ofrecen las nuevas materias primas. De hecho, sus escritos en torno a la exposición de Londres de 1851 son un dechado de conocimientos detallados de los usos, los procedimientos de trabajo y las perspectivas de desarrollo en cada uno de los distintos ámbitos de un universo industrial en continua evolución7.

De manera simultánea, su pulsión por la técnica se encuadró en una visión de la política, entendida como un mero instrumento al servicio del desarrollo. A este respecto la precocidad de Chevalier se puso de manifiesto en su trabajo Politique Industrielle. Organisation Industrielle de l’Armée En este texto de 1832, concebido como un alegato antimilitarista se contemplaba no sólo la utilización con fines

6 En todo lo relativo a l’École Polytechnique la obra de referencia es Belhoste, Bruno, La formation

d’une technocratie, l’École polytechnique et ses éleves de la Révolution au Second Empire. Belin, París 2003. 7 Chevalier, M, L’industrie moderne, ses progrès et les conditions de sa puissance (Exposition

Universelle de 1862). Extrait de la Revue de deux mondes, livraison du 1 novembre 1862.

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productivos del ejército, sino la reorientación de sus funciones hacia la formación profesional. Según el autor todas las actuaciones gubernamentales, incluso las que afectaban a los medios destinados a la defensa nacional, se debían de someter al modelo de crecimiento técnico representado hasta ahora. La conclusión era definitiva: “El hecho político por excelencia es la industria” (Chevalier, 1832, p. 10).

Que esta impronta no le abandonó nunca se observa en su papel como principal promotor del tratado de libre comercio Cobden-Chevalier suscrito entre Francia y Gran Bretaña. Este acuerdo, firmado el 23 de enero de 1860 y negociado en secreto por sus promotores no solo siguió el esquema asociativo internacional sansimoniano, por lo que fue muy criticado en su época; sino que se argumentó como un medio de prevenir el conflicto militar entre las dos potencias y de hacer innecesario un gasto excesivo en defensa. El éxito comercial se reflejó por un lado en un rápido incremento de las exportaciones francesas, sobre todo en el terreno de la producción agrícola, la lana y el textil, así como también en un aumento importante del consumo interior gracias a una bajada general de los precios debida al incremento objetivo de la competencia económica (Cadier, 1988, pp. 355-380). Estos resultados hicieron crecer el interés de Chevalier en la profundización de ese eje internacional de paz y prosperidad, de modo que continuó sus esfuerzos más allá del fin del Segundo Imperio, siendo uno de los creadores en 1875 de la Sociedad para la construcción de un canal submarino que uniera las dos costas del Canal de la Mancha.

A pesar de sus esfuerzos, la derogación del tratado en 1892 y su sustitución por nuevas políticas proteccionistas generó un impasse en el incipiente pensamiento tecnocrático. Este se habría de superar mediante la conjunción de la ya arraigada tradición de las ingenierías francesas y un terreno, el de los ferrocarriles, que habría de permitir la concurrencia del interés público, las insuficiencias de la iniciativa privada y la aparición de perfiles técnicos altamente influyentes.

4. De Raoul Dautry a Louis Armand

Quien facilitó la reemergencia de este conjunto de preocupaciones fue Raoul Dautry ingeniero proveniente de l’Ecole Polytechnique, responsable del mantenimiento en el Servicio de Vías y Obras de la compañía francesa de Nord entre 1921 y 1928 y posteriormente director de los Chemins de Fer de l’Etat de 1929 a 1937. De hecho, su importancia a este respecto radica en una eficiencia incuestionable como gestor, que permitiría la proyección institucional de su figura justo en el momento en el que se incrementaban las exigencias técnicas del Estado. De hecho, tras la experiencia intervencionista de la Primera Guerra Mundial y el incremento de la participación pública en la administración y gestión de los transportes, la asistencia profesional se tornaría, en efecto, en una necesidad creciente, que sería asumida como estructural por los sucesivos gobiernos del momento y que se satisfaría en gran parte por la actuación personal de lo que hoy en día se reconocería como expertos.

De este modo, Dautry destacó, gracias a su labor durante el período de entreguerras, por su contribución a la identificación de la organización como una

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tipología técnica más8. Su protagonismo en la conformación tanto de la Compagnie Aérienne, como de la Compagnie de Navigation Maritime; pero, sobre todo, su brillante papel al frente de la compañía ferroviaria de l’Etat9 le permitieron desarrollar un perfil específico como agente vertebrador de organizaciones complejas.

Se situaría además a la vanguardia de la época, convirtiéndose en uno de los más ardientes defensores de la Organización Científica del Trabajo, que no dudaría en aplicar con notable éxito en este último puesto. Ya nada más entrar en l’Etat en 1929 decidió crear una comisión específica a la que encargó una transformación global de los procedimientos en todas las áreas de la red10. Sobre su seguimiento personal tampoco cabe ninguna duda ya que a su cabeza situó a su hombre de confianza: Pierre Levy, Ingénieur en chef attaché à la Direction, en el que también se apoyó con motivo de la catástrofe ferroviaria de Saint-Élier en 193311 y que le sucedió temporalmente tras su dimisión en 1937 12 . Igualmente, la elección del método Bedaux fue decisión suya, si bien él mismo se mostró muy discreto al respecto en sus comparecencias y fue la prensa obrera de signo comunista la que hizo pública esta información13. Con todo, tal circunspección se debió tan solo a los acuerdos de confidencialidad que imponía la Compañía que lo promovía, y él mismo no dudó en defender las virtudes del taylorismo en sus intervenciones públicas. Uno de los ejemplos más claros se encuentra en la conferencia que dio el 21 de febrero de 1935 ante una audiencia de antiguos alumnos de l’École Centrale de París, en la que ensalzó a los introductores en Francia de esta escuela: Henry Le Chatelier y Charles Freminville14. Es más, ante la oposición decidida de los trabajadores de algunos talleres se mantuvo firme en su decisión original hasta que la defección de los minoritaires de la CGTU con su líder Antoine Rambaud a la cabeza eliminó los últimos obstáculos15.

Todo parece indicar que su elección estuvo determinada por una voluntad de modernidad decidida. Las intervenciones de la compañía Bedaux eran aún muy novedosas en Francia, y sin embargo sus técnicos acababan de obtener un éxito notable en Italia. Esta última actuación, que afectó sobre todo a la industria del cristal, fue ampliamente publicitada por la revista del Ente Nazionale Italiano per

8 Esto se hizo evidente al ser nombrado Ministre de l’armament en septiembre de 1939,cuando la

prensa lo destacó de forma unánime como el gran organizador llegando a dotarlo de aptitudes milagrosas como en Le Journal, 21-9-1939, P. 1. 9 Esta se constituyó en 1878 a partir de la reversión de las concesiones privadas de servicio público

menos rentables. 10

Comptes d’administration de 1929, Chemins de fer de l’Etat 1930. Archives Nationales. Fond Dautry 307 AP 75. 11

Archives Nationales. Fond Dautry 307 AP 77. 12

Archives Nationales. Sous-direction des transports ferroviaires. 19800434/25 13

No solo se ocupó del asunto el órgano oficial del partido, véase L’Humanité 20-3-1930, p 5, sino que también se hicieron eco otras cabeceras regionales como La Provence Ouvrière et Paysanne, 1-2-1930, p 6. 14

Etudes économiques : « Les difficultés d’emploi et le chômage dans la carrière d’ingénieur en France en La Genie Civile ». Revue Générale hebdomadaire des industries françaises et étrangères, 23-2-1935, p. 181. 15

Una descripción detallada, desde el punto de vista comunista, de los primeros pasos del Comité de Organización del Trabajo, de la oposición obrera y del fracaso subsiguiente se encuentra en las Intervenciones de Lutgen y Brandy en el congreso de la CGTU de finales de 1931. Véase, Congrès National Ordinaire, 6eme Congrès de la C.G.T.U. París, 8 au 14 novembre 1931.

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l’Organizzazione Scientifica y tuvo un eco inmediato en la prensa profesional francesa16. El sentido de la oportunidad y el afán de destacar de Raoul Dautry harían el resto.

No cabe extrañarse por lo tanto ni de su nombramiento como Ministro de Armamento en 1939 ni de su recuperación por De Gaulle para dirigir los primeros pasos de la reconstrucción entre 1944 y 1946. Sin embargo, ahí termina su contribución a la creación de la tecnocracia francesa de la segunda mitad del siglo XX, puesto que, fuertemente condicionado como estaba por su experiencia de juventud en la empresa privada, al final fue incapaz de aceptar el rol que debería de asumir el Estado en este proceso. En consecuencia, se opuso abiertamente a la nacionalización de los ferrocarriles franceses: primero asesoró a la dirección de las compañías en el desarrollo de una propuesta de gestión mixta con participación estatal, la Société Nationale de Transports diseñada en 1932; después insistió en la necesidad de mantener una gestión basada en criterios estrictamente económicos bajo control privado y propuso simultáneamente la modernización técnica y la liberalización de las tarifas para hacer viable esta continuidad; y finalmente criticó de forma acerba a la SNCF y su aceptación del déficit como condición estructural del transporte ferroviario. Entre sus papeles se pueden leer referencias a “la barca SNCF que hace aguas por más de una de las planchas de su casco” y se encuentran documentos como el que registra el aumento de las pérdidas previstas durante el primer ejercicio del susodicho ente público en 1938, repleto de anotaciones personales a lápiz, en las que corrige las apreciaciones del redactor y reivindica sus postulados pesimistas17.

En todo caso, la actuación de Dautry en una coyuntura crítica para la emergencia de la tecnocracia dejó huella, al menos, por otros dos motivos. Uno es que supuso la expansión del radio de acción de los técnicos provenientes de l’Ecole Polytechnique más allá de sus destinos habituales. El otro es que permitió crear un arquetipo del conocimiento aplicado al margen de cualquier consideración política, por mucho que sus relaciones con el republicanismo más conservador fueran evidentes.

Sería otro ferroviario perteneciente a una generación posterior quien daría el paso siguiente. Se trata de Louis Armand, ingeniero vinculado desde 1934 a la Compagnie des Chemins de Fer de Paris à Lyon et à la Méditerranée y posteriormente a la SNCF, entidad de la que fue brevemente Director General, y que presidió entre 1951 y 1958. Su entrada en escena se realizó muy pronto en calidad de hombre de confianza de Jean Monnet, a la sazón Comisario del Plan de Reconstrucción francés entre 1945 y 1952, por lo que suponía una continuación directa en sentido diacrónico de los impulsos de su predecesor. Además, no cabe duda del contenido tecnocrático del proyecto en el que se inscribía y que dio origen a la Planificación Indicativa promovida directamente por el propio Monnet. Dentro de este contexto su adaptación temprana al protagonismo del Estado resultó más sencilla a partir de una visión que defiende los beneficios de índole general de su intervención. Para Armand, la Administración era el agente destinado a definir una

16

Revue de l’Industrie Minerale, 15-8-1929, p. 249. 17

Todo lo relativo a su rechazo de la nacionalización de los ferrocarriles franceses se encuentra en: Archives Nationales. Fond Dautry 307 AP 81.

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base reguladora para la actuación de la iniciativa particular, pero también debía de asumir un rol específico como garante de los intereses del conjunto de la sociedad. Si se profundiza más se puede encontrar en consonancia con esta posición la exigencia a la empresa privada de “asociar la búsqueda del beneficio con la de la utilidad colectiva” ya que “es la única manera en la que podrá continuar jugando un rol importante en las sociedades futuras” (Armand, Drancourt, 1961, p. 171). La primacía recaería así abiertamente del lado de la planificación que se presentaba como una necesidad intrínseca al desarrollo hasta tal punto que “las reticencias que genera son anormales, e incluso estúpidas” (Armand, Drancourt, 1961, p. 208). Tanto el crecimiento como el bienestar común dependían directamente de ello.

Es en este momento de madurez donde van a reaparecer los rasgos clásicos de la herencia sansimoniana reconvertidos en figuras de interés en la línea ya marcada por Chevalier y con un entronque muy claro con la tradición de l’École Polytechnique. A este respecto destaca en primer lugar una comprensión preclara de la dinámica de apetencia de promociones que dominaba esta institución desde la primera mitad del siglo XIX, destacada como sabemos por Picon y ya comentada anteriormente. Así, Armand advirtió de los riesgos inherentes a este afán de escalar puestos que se había convertido en una constante y lo hizo ya al filo de la década de 1970 cuando el cuestionamiento de las formulaciones tecnocráticas empezaba a hacer mella y parecía conveniente separar la práctica del concepto. Precisamente con este fin instrumental se presentaría una disociación un tanto forzada entre el técnico y el tecnócrata (Armand, 1970, p. 31):

“el primero no concibe la autoridad, sino asimilada a la maestría que confiere la cualificación profesional, y busca convertirse en el gran especialista de un área concreta y no la dirección de la misma, si las dos funciones no están identificadas; mientras que para el segundo su competencia profesional no es más que un peldaño para la conquista de los resortes que permiten controlar la empresa o la institución pública en la que desarrolla su carrera”.

Que no se trata de una colusión casual de perspectivas lo demuestra la continuidad del rol activo de Armand en el seno de l’École Polytechnique cuyo Conseil de Perfectionnement llegó a dirigir entre 1956 y 1969. Tampoco lo es su incardinación en el largo debate sobre la naturaleza de la formación impartida que oponía a los partidarios de la primacía de la ciencia a quienes defendían la necesidad de priorizar los conocimientos aplicados. En este tema Armad mantuvo un difícil equilibrio, pero acabaría por privilegiar los postulados en los que en su momento se reconocieron los sansimonianos. De este modo y bajo su mandato, se mantuvo en dicha institución educativa un respeto continuado por la formación teórica impartida, así como un afán de consolidar los vínculos con los cuerpos de mayor pregnancia científica como el de telecomunicaciones18. Sin embargo, no por ello Armand sería tímido a la hora de reconocer la importancia generalmente superior de la experiencia aplicada. Según argumentaba en una de sus obras en colaboración más conocidas (Armand, Drancour, 1961, p. 22) la “subordinación del práctico al teórico […] es detestable y un freno enorme en el desarrollo de la mayor parte de las aplicaciones de la ciencia que han configurado el mundo moderno, y

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Association des Amis de Louis Armand. « Louis Armand. 40 ans au service des hommes ». 1986, pp. 69-85.

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que son producto de un desarrollo lento y de perfeccionamientos cualitativos de detalle, según principios en ocasiones poco satisfactorios para el espíritu”.

Es más, su actitud sobre este tema trascendía lo estrictamente racional para entrar en el terreno de la vocación con tintes claramente pulsionales. Baste como ejemplo su entrega y dedicación a la búsqueda de una solución viable a la electrificación de los ferrocarriles. De hecho, en plena Segunda Guerra Mundial toda su preocupación personal se orientaba hacia ese tema a pesar de ser uno de los máximos dirigentes de la Resistance Fer y de correr de manera permanente el riesgo de ser capturado por los dispositivos de investigación dispuestos por Klaus Barbie (Armand, 1970, p.149):

“La idea de esta revolución en la electrificación ferroviaria me obsesionaba tanto, que cuando comprendí en mayo de 1944 que no iba a poder continuar esquivando a la Gestapo mucho más tiempo le escribí al Director de la S.N.C.F. una carta que podía pasar por un testamento técnico. En ella desplegué toda la elocuencia de la que era capaz para defender la utilización de la corriente industrial, insistiendo en el hecho de que permitía desarrollar la tracción eléctrica en las líneas en las que el volumen de tráfico no justificaba las fuertes inversiones que exigían los sistemas hasta entonces practicados”.

Finalmente cayó el 25 de junio siguiente, pero logró sobrevivir al cautiverio no solo para convertirse en el padre del modelo de electrificación que conocemos, sino para desarrollar una propuesta personal que situaba a la técnica en el corazón del cambio y del desarrollo económico. De la radicalidad de sus planteamientos dan testimonio la transversalidad y el carácter absoluto de sus propuestas a menudo carentes de matices: “las únicas fronteras que están a la medida del siglo son aquellas que separan a los individuos que aceptan las leyes económicas que se derivan de los equipamientos de aquellos que las rechazan” (Armand, Drancourt, 1961, p. 94).

Según esta perspectiva, se trataba en lo inmediato de adaptar los comportamientos sociales a las exigencias impuestas por los cambios técnico-económicos, a modo de una disciplina autoimpuesta. Un ejemplo que el propio Armand utiliza es la aceptación del código de circulación que hace posible el tráfico rodado y que es por lo tanto imprescindible para el tráfico de mercancías por carretera. Sin embargo, las exigencias trascendían este nivel individual y se requería también la adaptación dinámica del conjunto de estructuras que vertebran y dotan de contenido normativo a la vida del hombre para hacerla girar al más puro estilo sansimoniano en torno a ese crecimiento técnico. De aquí parte su propuesta para la superación de la producción de base nacional predominante en Europa y que debía de ceder paso a una nueva vertebración internacional. Esta evolución permitiría obtener importantes economías de escala en la línea que ya habían demostrado los Estados Unidos y la Unión Soviética. Como él bien remarcó (Armand, Drancourt, 1961, p. 74) “Solo una gran dimensión permite la puesta en marcha de las técnicas de la segunda revolución industrial […] y preparar el equipamiento del mañana y su utilización”. Para implementar esta tarea de construcción europea, se recurriría, tras el éxito del plan Monnet, en segunda instancia a la planificación “idea que se impone a la vez a causa de los equipamientos modernos y por la rapidez de la evolución que se exige” (Armand, Drancourt, 1961, pp. 207-209). La complejidad e interdependencia tecnológica necesitada de inversiones masivas; los esfuerzos destinados a integrar sectores enteros de actividad; y el retraso acumulado en

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ambos aspectos frente a las grandes potencias de la guerra fría no dejaban otra opción.

Por supuesto, Louis Armand sería un europeísta convencido incluso desde su juventud. Nacido en un territorio fronterizo como es la Alta Saboya, que había visto cambiar varias veces su adscripción territorial llegó a confesar que sintió siempre una “vocación europea subyacente por mí pertenencia a una provincia encrucijada, situada en la conjunción entre tres estados” (Armand, 1970, p. 188). Se trataba además de una vocación que, a pesar de su experiencia personal durante la guerra o quizá a causa de ella se transformó de forma inmediata tras el conflicto en una suerte de militancia activa (Armand, 1970, p.141):

“Se realizó en mí una suerte de transmutación del ideal de la Resistencia en ideal europeo y me conté entre aquellos que después de haber combatido por la victoria a cara descubierta o en la clandestinidad se negaban a conservar más recuerdos y resentimiento que aquellos que debían de servir para evitar hechos como esos en el futuro”.

Gracias a estos posicionamientos va a convertirse en uno de los promotores del proyecto del Mercado Común a la sombra de Monnet, adhiriéndose en 1956 a su Comite d’action pour les États Unis d’Europe, que recuperaba en su nombre la vieja propuesta sansimoniana. Se trataría además de un miembro muy participativo ya que formó parte de la delegación francesa en el Tratado de Roma de 1957 y asumió ese mismo año el cargo de primer presidente de EURATOM, la agencia de la Comunidad Europea de la Energía Atómica, en cuyo seno va a tratar de impulsar el desarrollo compartido a escala internacional de esta tecnología puntera. A pesar de los esfuerzos invertidos, esta experiencia se saldó, según el propio Armad, con un fracaso rotundo, debido tanto a las reticencias de los estados miembros a la hora de compartir sus desarrollos particulares como por la dependencia de los reactores Westinghouse y General Electric de fabricación americana. La excesiva preeminencia de la ciencia pura en países como Francia y el desinterés por la puesta en marcha de equipos propios hicieron el resto (Armand, Drancourt, 1968, pp. 269-270).

Más evidentes son aún las conexiones con la doctrina ansimoniana en el proyecto de integración europea que propone. Se trataría de un modelo federal a la carta con cesiones de soberanía variables, consensuadas en función de la situación política de cada país; y que se ajustaría en su estructura y en su contenido al arquetipo de gobierno propuesto por el mismo conde de Saint-Simon. Así, nos encontramos en primer lugar los Comités de reflexión de configuración temática y perfil técnico, encargados de presentar propuestas de naturaleza económica, infraestructural o social. En segunda instancia aparecía una Cámara de reflexión que actuaría como consejo federal ante los gobiernos y cuyas competencias fundamentales se ceñían a la determinación de las cuestiones que quedarían adscritas al ámbito de decisión federal. Esta cámara debería de estar compuesta por expertos, seleccionados a causa de sus competencias técnicas y no por su pertenencia política o por su nacionalidad. Es más, se llega a proponer que sus integrantes sean escogidos por un cuerpo limitado de votantes, seleccionados por su alto nivel de formación. En fin, el lugar de la política quedaba limitado a la ejecución de las propuestas de los Comités y a una suerte de ejercicio de relaciones públicas en favor de la integración europea; labor ésta última que, en todo caso, debería

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llevarse a cabo bajo la tutela de otra disciplina -la Sociología- que contaba con sus propios especialistas (Armand¸Drancourt, 1968, p.282 y ss).

Se trata sin duda de un claro precedente del modelo técnico-burocrático sin control democrático efectivo de la Unión Europea que conocemos y que tantos problemas está generando en el momento actual. Aún más, esta filiación coincide con la interpretación de Hans Magnus Enzensberger (2012, p. 62), que identifica el origen de la crisis de legitimidad de esta institución en los procedimientos seguidos por el protector de Armand durante su constitución:

“…lo que se ha llamado el “método Monnet”. La expresión se refiere a su muy peculiar manera de entender la política. Prefería, según se dice, “las decisiones de élite tomadas por consenso”, en las que poco tenían que decir los Parlamentos y los ciudadanos. Rechazaba los referéndums y las consultas del pueblo. No sólo por esta razón sus propuestas nunca fueron populares. La integración europea que él imaginaba tenía rasgos tecnocráticos e intervencionistas. La cortés ficción de la soberanía popular no le importaba”.

Con estos precedentes no cabe extrañarse de la incidencia que tuvo esta línea de acción en la España de la dictadura franquista. Esta se produjo, como es bien sabido, a través de asunción de la planificación indicativa en tanto que instrumento vertebrador de las políticas del desarrollismo.19 Pero también se contó con la participación activa del propio Armand al menos en lo que a los ferrocarriles se refiere. Ya en 1948 asesoró a la RENFE sobre la evolución de los ferrocarriles franceses20 , y en 1961 junto a André Doumenc -antiguo Directeur Général des chemins de fer en el Ministerio de Obras públicas y Conseilleur d’État desde el año anterior-, presentó a los responsables de esta Compañía pública española un informe genérico sobre la problemática global de los ferrocarriles21.

Los lazos eran múltiples y reflejaban una continua importación de técnicas procedentes del país vecino, sin embargo, la aprehensión e interpretación de este proceso se harán desde una óptica distinta. De hecho, se conserva la forma francesa, pero se la reviste con ropajes alemanes de tintes weberianos. El principal responsable de este desarrollo no fue otro que Gonzalo Fernández de la Mora, uno de los intelectuales más relevantes en el proceso de consolidación normativa del franquismo en los años sesenta22. Su representación del desarrollismo se ofreció explícitamente en su obra de 1965, El crepúsculo de las ideologías en la que la reivindicación tecnocrática constituye el imperativo central:

“En el principio de la política ya no está el verbo, sino la ciencia y la acción. La política ya no es un decir, sino un saber hacer”. Es, por lo tanto, la hora del dominio del “experto” en la vida pública: “Su bagaje intelectual no es una ideología, sino una ciencia. Su modo de expresión no es verbalista sino fáctico. Su figura no es ostentosa y teatral, sino eficaz y modesta. No es un espontáneo, sino un profesional; no un improvisador, sino un titulado”

23.

19

Ramos Gorsotiza, José Luis y Pires Jiménez, Luis Eduardo. “Los economistas españoles frente a la planificación indicativa del desarrollismo”. IX Congreso de la AEHE, Sesión: “Mercado y Estado: los planes de desarrollo durante el franquismo”. 20

Louis Armand, Archives Haute Savoie, 85 J 198. 21

Archivo del Museo del Ferrocarril de Asturias, FR 25. 22

Contamos con un magnífico estudio de este personaje: González Cuevas, Pedro Carlos, 2014. La Razón Conservadora: Gonzalo Fernández de la Mora. Biblioteca Nueva, Madrid. 23

Fernández de la Mora, G, 1986. El crepúsculo de las ideologías.Espasa Calpe, Madrid, p. 138.

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La actuación de este técnico además se desarrollaría como el cierre de la jaula de hierro de la racionalización tan querida por Max Weber. Insiste (Fernández de la Mora, 1986, p.112) así, en que:

“el Estado moderno se esfuerza en racionalizar coactivamente la convivencia, lo que implica movilización, ordenación y especialización de todos los recursos humanos. Es una especie de burocratización general que puede llegar a revestir la forma de disciplina militarista”.

Por supuesto en este contexto por demás autoritario en su conjunto y en sus formas algunos de los principios más queridos de los valores democráticos tampoco tienen cabida alguna (Fernández de la Mora, 1986, p. 114):

“el mito de la libertad se está desvaneciendo en las consciencias. Las masas se interesan preferentemente por la seguridad. […] El precio político de la seguridad es una reglamentación que se prolonga en el futuro, un alicorto despeje de las incógnitas del destino; en suma, una mutilación del holgado círculo de indeterminados y de imprevistos, de independencia y de espontaneidad, de soberanía y de espíritu de iniciativa que el liberalismo había trazado en torno a cada ciudadano”.

Con todo lo que hay en el ensayo de Fernández de la Mora de relectura de una práctica en principio ajena, es imposible no percibir su intensa sintonía con nociones como la determinación de la vida social impuesta por la técnica y defendida por Armand. Así como la pervivencia en este último de intereses compartidos con esa tradición de origen sansimoniano. Incluso detalles como la preocupación de Armand por las patentes aparecen ya en Chevalier24, al igual que el deseo de construir un túnel bajo el Canal de la Mancha que los dos promovieron personalmente25. Las conexiones son evidentes y merecen sin duda un esfuerzo de investigación mayor pero que se escapa por completo a las posibilidades de este trabajo.

Fuentes

Comptes d’administration de 1929, Chemins de fer de l’Etat 1930. Archives Nationales. Fond Dautry 307 AP 75.

Archives Nationales. Fond Dautry 307 AP 77.

Archives Nationales. Sous-direction des transports ferroviaires. 19800434/25

Archives Nationales. Fond Dautry 307 AP 81.

Louis Armand, Archives Haute Savoie, 85 J 198.

Archivo del Museo del Ferrocarril de Asturias, FR 25.

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Armand, L, Drancourt, M, 1968. Le Pari Européen. Fayard, París.

Armand, L, 1970. Propos Ferroviaires. Fayard, París.

24

Chevalier incluso publicó un libro al respecto: Les Brevets d'invention examinés dans leurs rapports avec le principe de la liberté du travail et avec le principe de l'égalité des citoyens, 1878, París. 25

Chevalier promueve el desarrollo del proyecto desde 1875 y Louis Armand dirigió un grupo de estudios sobre esta cuestión a partir de 1957.

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