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EL SISTEMA PROGRESIVO Y EL NUEVO REGLAMENTO DEL CODIGO DE EJECUCION PENAL.
APLICACIÓN A LA REALIDAD SOCIAL Y JUDICIAL
En el presente artículo estudiaremos y disertaremos si a la luz de la praxis
procesal en nuestro país resulta aplicable el Sistema Progresivo implantado y
contrastado en nuestro Código de Ejecución Penal promulgado mediante Decreto
Legislativo 654, así como su Novísimo Reglamento aprobado mediante Decreto
Supremo N° 015-2003-JUS, Ley 27030, la cual estable el Régimen de Ejecución de
las Penas de Prestación de Servicios a la Comunidad y Limitación de días libres, así
como la Ley 279325.
Dentro de este contexto, la política criminal del Estado se orienta a la
readaptación social en su integridad del interno, circunstancia fáctica que en la
praxis no se cristaliza por cuanto si bien es cierto las previsiones normativas para
la ejecución de las penas contienen el marco jurídico indispensable para que esta
política criminal se de, no es menos cierto que ello no resulta viable en la actualidad
al no cumplir y brindar el Estado la infraestructura necesaria para la rehabilitación de
los internos, el personal idóneo al cual le debe de asistir la capacitación adecuada
para poder brindar el apoyo necesario a los internos para su rehabilitación. En
consecuencia, advirtiendo las carencias actuales la política criminal resulta ser un
axioma al quedar sólo en un propósito de tratar de reeducar y resociabilizar al
delincuente.
Todo la normatividad legal de este sistema progresivo para la ejecución de las
penas encuentran su sustento en lo establecido en el Artículo 139, inciso 21 de la
Constitución Política del Estado o en la también llamada por algunos juristas Magna
Lex, el cual prescribe que es derecho de los reclusos y sentenciados ocupar
establecimientos penitenciarios adecuados; asimismo indica, en el siguiente inciso,
el régimen penitenciario tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y
reincorporación del penado a la sociedad; con lo cual este canon constitucional
reconoce los derechos fundamentales de los internos, corpus legal que no se puede
soslayar en lo alto de la jerarquía jurídica que constituye la Ley de Leyes. Siendo
plasmado en el Código de Ejecución Penal el cual promueve el respeto de la
dignidad del interno, su reeducación, rehabilitación a fin de lograr su reinsertarlo en
la sociedad.
Con el Derecho de Ejecución Penal se establece en forma clara las diferentes
fases de ejecución y trámite penitenciario, campos que no alcanzan a ser regulados
por las normas penales sustantivas y procesales. Los Códigos normativos penal y
procesal no hacen mayor referencia a la parte ejecutiva de la pena, a los derechos y
deberes que deben cumplir los internos, a la limitación o suspensión de éstos, al
organigrama y estructura administrativa de las autoridades carcelarias, y menos a la
distribución material de los establecimientos penitenciarios.
Pero todo ello, conforme lo habíamos denotado en los acápites precedentes,
resulta ser en la actualidad casi es letra muerta, toda vez que no se llega a la
rehabilitación y consecuentemente su reincorporación a la sociedad del interno no es
total, advirtiendo que el objetivo específico de esta política criminal del sistema
progresivo no es aplicable a nuestro sistema penitenciario.
Para tener una percepción clara de lo que esto significa es de imperiosa
necesidad hacer una breve reseña histórica. En este orden de ideas, podemos
sentenciar que la cárcel como Institución surge en la Edad Media. La idea era hacer
de ella el espacio correctivo impuesto al culpable por tanto, el sufrimiento inferido en
este lugar debía anticipar la grave pena eterna (Purgatorio).
En ese entonces, apenas existía una reflexión sobre los ambientes carcelarios
y se utilizaban para estos fines casernas militares o conventos religiosos. Los
confinados pasaban la mayor parte del tiempo en salas que entremezclaban jóvenes
y adultos, gente que esperaba su primer juicio con delincuentes consumados. De ahí
la denominación de la “Universidad del crimen”.
Posteriormente, en la segunda mitad del siglo XVIII, la Ilustración señaló la
falta de una auténtica proporcionalidad entre delitos y penas como el error más
grave de la estructura punitiva precedente conforme lo señalaba de manera clara el
Filósofo Francés Montesquieu. Esta idea llegó a transformar profundamente los
regímenes legales, marcando el inicio de los sistemas penitenciarios, surgen como
tales dos sistemas carcelarios que se convertirían pronto en pautas a seguir a la
hora de organizar establecimientos concretos o de abordar reformas globales del
aparato carcelario: el de separación de Filadelfia y el silencio de Aubur . El
Sistema Filadélfico, llamado también “Pensilvánico”, se inspiraba en el castigo
nihilista: aislamiento celular del interno, trabajo como recogimiento, arrepentimiento,
e higiene severa como la mejor forma de disciplinar y lograr la redención del sujeto.
En este contexto, La Walnut Street Prison, de Filadelfia en los Estados
Unidos de Norteamérica, se construyó en el siglo XVIII y fue colocada bajo la
administración de los cuáqueros. Lo más relevante era su régimen interior: los
presos estaban encerrados en solitario y se permitía el trabajo en la celda. La cárcel
basada en la idea de la inspección central presentaba en 1821 un edificio radiado. A
partir de un bloque central, se extendían, a modo de rayos, las alas en las que
funcionaba el sistema de aislamiento celular. El Sistema Auburiano, en cambio tiene
su nombre en la primera prisión que se implantó en Auburn. El sistema se basa en el
castigo canónico: aislamiento nocturno y la promiscuidad diurna, el trabajo
comunitario diario en labores diversas, y el silencio absoluto.
En 1816 se abrió la prisión de Auburn en el estado de Nueva York en los
Estados Unidos, con un régimen algo más suave que el de Filadelfia; el encierro era
también individual. Había talleres y grandes salas donde se permitía el trabajo en
grupo, se exigía un silencio riguroso, se disfrutaba de la muda compañía de los
otros. Este edificio presentaba varios pisos de celdas de hileras opuestas por su
parte trasera y abiertas por la delantera que era un bloque celular que quedaba
englobado dentro de un edificio.
Después de ello, llegamos a nuestro tema central de este artículo, el cual es
el sistema progresivo que surgió ante la insuficiencia de los anteriores. El Sistema
Progresivo desde el punto de vista moderno y didáctico propone nuevos métodos y
procedimientos, fines del tratamiento penitenciario y centros de reclusión.
Por consiguiente es idea central del Sistema Progresivo la resociabilización del
infractor, mediante el examen de su personalidad, disciplina y trabajo
(consecución por etapas, fases o condicionamiento de la libertad condicional
del interno). Las cárceles presentan marcada mixtura de criterios tanto
filadélficos (celdas de castigo) como auburianos.
En suma, las Instituciones carcelarias aparecen durante en la historia como
una prolongación de lo social y sólo tienen sentido en un contexto de valores,
normas y leyes sociales que cada comunidad construye para defender aquello que
considera esencial, y para el mantenimiento, mediante pautas y leyes formales, de la
convivencia social.
Dentro de este aspecto, no podemos dejar de soslayar y precisar aunque de
manera muy somera y sin distanciarnos del enfoque y tema central de nuestro
tópico, el derecho penal del Mundo Latino y Germano de la actualidad, que
constituye el Sistema Continental Europeo. Sistema del que se enriquecen las
Instituciones del Derecho Penal Peruano. El Desarrollo de las Sociedades de la
mitad de siglo pasado y los inicios del presente, denominadas posindustriales, trae
consigo la función de nuevos riesgos mucho de los cuales no son aceptados por su
intensidad y por la intolerable gravosidad contra intereses vitales de vida.
Así, diversos tratadistas consideran que él avance del Derecho Penal no se
concentra en reprimir retributivamente con la pena simples conductas intencionales
e intolerables que se encuentran descritas en un catalogo de comportamientos
(Código Penal), como fue la tesis de la clásica causalista de Von Litz, y la Escuela
Finalista de Hans Welzel, sino más bien van más allá de dicho aspecto: Considerar
el Derecho Penal como un mecanismo de mantenimiento funcional del Sistema
Social. Este mantenimiento funcional es aplicado y se pretende extender de diversas
formas.
Algunos defienden un Sistema Clásico, mediante el cual se señala que los
fines del Derecho Penal están dirigidos a tutelar bienes jurídicos tradicionales como
el derecho a la libertad, a la vida, al patrimonio entre otros. Así, relacionan su
necesidad con delitos de resultado que conllevan siempre una consecuencia
materialmente lesiva a un bien jurídico que permite imputar y sancionar con una
pena o medida de seguridad a una persona.
En dicha escuela se evita y sé crítica la aparición de nuevas conductas que se
adelantan a las barreras de protección penal, que son constituidas por los
denominados delitos del peligro abstracto, a través del cual no se exige una relación
de causalidad naturalista para poder imputar y penar un comportamiento, ya que el
simple hecho acumulativo y cuantitativo, estadísticamente, da una probabilidad a la
lesión de un bien jurídico.
Entre estos delitos se encuentran aquellos de peligro abstracto que son
entendidos como meras desobediencias normativas o de delitos de violación de un
deber, manifestándose en muchos casos, que estos tipos violentan el principio de la
culpabilidad y el principio de lesividad. En los referidos delitos la lesión del bien
jurídico esta descrita en la conducta típica que señala un determinado tipo penal, en
tal sentido, en la actualidad nos encontramos con dos corrientes, la clásica
defendida por Hassemer y la radical, por llamarla de esa manera, orientada por
Jakobs, ambos profesores alemanes. La Primera defiende los espacios de libertad
que da el hecho de notificar conductas de peligro abstracto y la segunda la
seguridad que se mantiene con figuras que adelantan las barreras de protección sin
esperar una tangencial lesión a un bien jurídico penalmente protegido.
De lo expresado, se entienden que las corrientes penales más conocidas que
se antagonizan en libertad versus seguridad tratan de mantener al Derecho Penal
buscando su fundamento. La primera de ellos es la tutela de los bienes jurídicos o
en la identificación normativa de la sociedad la segunda. Sean los bienes jurídicos o
la identificación normativa de la sociedad, la finalidad del derecho penal se identifica
en el mantenimiento del sistema.
Bien Jurídico- según Hans Welzel- lo constituyen los intereses o valores
vitales que una determinada sociedad desarrolla. Por ejemplo la vida, el patrimonio,
la ecología, la correcta marcha de la administración pública, la libertad, entre otros,
son los presupuestos que permiten vivir en una comunidad.
En una sociedad regida por normas (Estado Social y Democrático de
Derecho) quien lesiona un interés vital de vida o infracción a una norma genera una
disfunción en el sistema social. A ello el Derecho responde con uno de sus
mecanismos de control social, el último, o última ratio, el derecho penal tanto para
evitar o como para imponer una pena o medida de seguridad.
Así, la tutela de bienes jurídicos se desarrolla mediante las funciones de la
pena. En ella encontramos criterios de prevención general y prevención
especial. La Prevención General se dirige a intimidar o a motivar a los ciudadanos
para que no cometan delitos, ya que un Derecho Penal Funcional la pena
comunica, da un mensaje, que es quién se sale del Sistema o pretende o comete un
delito será sancionado por el Derecho a través de la pena privativa de la libertad
como expresión máxima del control del Estado.
Los criterios de prevención general se clasifican en negativa y positiva.
Prevención General Negativa, es la intimidación o el medio que el derecho penal
ejerce sobre los ciudadanos con el objeto de que eviten del itos, caso contrario
responderán con la pena. En cambio, la prevención general positiva entiende a
motivar a los ciudadanos que no cometen delitos, a que tengan confianza en el
derecho y, finalmente a que sean fieles al sistema normativo. Es así como la mayor
confianza en el derecho permite que los ciudadanos no incurran en infracción.
Esta confianza la genera el Estado mediante sus diversas instituciones; Por ejemplo,
un ciudadano tendrá confianza en el derecho penal cuando una ley penal no sea
simbólica o cuando un juez imponga con justicia una pena privativa de libertad, o
cuando se evite la corrupción de los jueces entre otras medidas que afecten al
sistema social, y a los medios de infraestructura de readaptación con que
cuente el Estado para efectivizar la resociabilización del delincuente.
La fidelidad en el Derecho Penal como criterio de prevención general positiva fue
difundido por Jakobs, quien luego cambia de rumbo y opina que el ciudadano debe
tener confianza en la norma, aspecto muy criticado por la doctrina actual.
Roxin ha denominado al criterio de prevención general positiva como uno de
prevención general integradora, ya que busca que el ciudadano a través de la
motivación se integre al derecho, es decir, a la vida en comunidad tanto al que ha
delinquido como al que no lo ha hecho.
Por otro lado, el criterio de prevención especial se entiende, a diferencia de la
prevención general, que va dirigido al ciudadano específico, cuando éste ya
delinquió , tratando de evitar que cometa nuevos delitos o procediendo a efectuar
tratamientos de índole terapéutica. Esta función fue criticada por la dureza que se
infligió a los reos pacientes o sujetos peligrosos con las medidas socioeducativas
o resociabilizadoras.
Aspecto reseñado por excelencia en las mediadas de Labelling Aproach
(médicas) que fueron criticadas en la década de 1980 por limitar la libertad de
elección del sujeto en su resociabilización.
En todo caso se puede decir que las funciones que actualmente se defienden,
son las de prevención general positiva o integradora, no obstante ello, en el Perú el
Estado no se ha apartado de su obligación: tratar de resociabilizar al delincuente, el
cual encuentra su sustento jurídico en el Artículo VIII del titulo preliminar de nuestro
Código Penal, el cual señala, que la pena no puede sobrepasar la responsabilidad
por el hecho, y donde la medida de seguridad sólo debe ser ordenada por intereses
públicos predominantes, este sustento jurídico se encuentra desarrollado en el
Código de Ejecución Penal, su Reglamento y las leyes conexas inspiradas todas
ellas en el Sistema Progresivo.
Desde esta óptica progresiva, recientemente se publicó el nuevo Reglamento
de Ejecución Penal (Decreto Supremo Nº 015-2003-JUS), que regula el sistema
progresivo impulsado por la Constitución y el Código de Ejecución Penal. La norma
representa así el último esfuerzo o ratio en la correspondencia exacta entre las
previsiones normativas y la materialización práctica del sistema de ejecución
elegido.
El enfoque multidisciplinario del reglamento continúa combinando el estudio
dogmático de las normas constitucionales y una especial atención a las cuestiones
sociológicas y criminológicas de la vida en la prisión y población reclusa. Ante el
reglamento anterior, es innegable el avance en precisión de conceptos y tiempos
más no en praxis procesal.
Así, se regula la ejecución de la pena privativa de libertad, restrictivas de
libertad, limitativas de derechos y medidas de seguridad, lo social ha puesto
nuevamente en vigencia la eficacia de imponer o no las penas limitativas de
derechos por la comisión de “delitos menores”. No obstante que la Ley Nº 27030
tiene cinco años, el plan de trabajos comunales continúa presentándose hoy como la
mejor opción para lograr la resociabilización en esta clase de criminalidad. Existe
también un nuevo plan de tratamiento especial penitenciario aprobado por el Poder
Ejecutivo. Éste pretende la entrega en concesión, por no más de 25 años, de
algunos de los penales y la construcción de otros con la supervisión y administración
de empresas privadas. La finalidad es que el Estado cumpla con brindar espacios
adecuados para la rehabilitación de los internos, poder lograr el objetivo sustancial
de reinsertarse en la sociedad.
Entre los reconocimientos del sistema progresivo tenemos la observación,
pronóstico, clasificación y tratamiento individualizado del interno claramente
contemplado en el Artículo 5º Comunicación en las 24 horas del ingreso o traslado
del interno; Artículo 11º.Designación por escrito del abogado defensor, Suspensión
del derecho de entrevista y comunicación con su Abogado; Artículo 17º.Revisión
íntima sólo cuando existan indicios razonables de introducción de objetos prohibidos;
Artículo 23°. Clasificación de los internos: alcohólicos y toxicómanos de los que no lo
son; los extranjeros de los nacionales; Artículo 46° El trabajo es obligatorio. No
tendrá carácter aflictivo ni se aplicará como medida disciplinaria ni atentará contra la
dignidad del interno; Artículo 104°.Se elimina tácitamente el porcentaje del 10% del
producto del trabajo destinado al pago de la reparación civil; Artículo 111º.Redención
de pena por el trabajo, previa inscripción en el registro; Artículo 175° Se computa
como un día de trabajo la actividad laboral durante cuatro horas. No se podrá
computar más de ocho horas diarias; Artículo 175.Otras modificaciones: artículos del
5º al 9, y 12º, 14º, 15º, 16º, 20º, 25, 32, 34, 47, 65, 72, 78, 110, 122, 203 y 243.
DEFICIENCIAS DEL SISTEMA PROGRESIVO .
Por otro lado, que si bien existen ciertos reconocimientos a este Sistema
Progresivo al margen de las falencias ya anotadas para su aplicación debido a la
falta de infraestructura tanto material como logística, existen también ciertas
deficiencias en su contexto jurídico como es el caso específico de la petición por
parte de muchos juristas destacados de incrementar las exigencias para otorgar
beneficios penitenciarios, por cuanto el princ ipio de absorción de las penas es
inadecuado, el cual se ha traslucido en un estado de necesidad de cambio en la
que a manera de urgencia traerá consigo la implementación de la
infraestructura para lograr la resociabilización del interno lo que constituye el
espíritu de la ley de ejecución penal.
Efectivamente, la aplicación del principio de absorción de las penas
consagrado en nuestra legislación ante los supuestos de los concursos ideal, real y
real retrospectivo y de refundición de delitos no ha resultado adecuada para
enfrentar el problema delincuencial, de larga data en el país, así lo consideran
diversos especialistas, por lo que el Poder Ejecutivo ha propuesto la implantación
de un sistema de penas acumulativas que permita sancionar con severidad y
proporcionalidad a quienes cometan actos delictivos reprochables socialmente. En
opinión de Cesar San Martín Castro, especialista en Derecho Penal, la proposición
del Poder Ejecutivo debe ser orientada hacia una globalización de la pena con
ciertas limitaciones, tal como se instituyó en el Código Penal Alemán, gran guía
en el Derecho Penal contemporáneo; replanteando la aplicación del principio de
absorción e instaurar un sistema sustentado en la pena global igual al germano,
sobre la base de la sentencia más grave bajo los principios de exasperación y
acumulación de penas, pero con restricciones.
El Sistema Global diseñado en Alemania y también en España consiste
precisamente en aplicar ante el supuesto de varios hechos delictivos cometidos por
el mismo agente y con la base de la pena más grave, un proceso de adición de
pena, pero con dos limitaciones en razón de los principios de racionalidad y
proporcionalidad: La primera consiste en que la pena global que se impone al autor
de los delitos de ninguna manera pueda ser igual a la adición simple de todas las
penas máximas tipificadas para cada uno de los ilícitos que haya cometido el
agente, restricción aplicable al criterio de acumulación o exasperación, de suma
importancia para el éxito del Sistema de la Pena Global.
El especialista afirma además que al ser la pena global de privativa de libertad
surge la necesidad de establecer un límite máximo de pena temporal, “lo que
constituye el segundo tope al sistema para no contrarrestar el principio de
racionalidad”. FALTA LA SEGUNDA PREPOSICION
En Alemania este límite es de 15 años de pena privativa de libertad, mientras
que en España es de 30 años, esto indica que de implementarse este sistema en el
Perú el límite para la pena global sería mayor, al margen de la cadena perpetua, en
cuyo caso este sistema ya no se aplicaría.
En materia de cadena perpetua El Tribunal Constitucional (máximo
interprete de la Magna Lex) –para seguir los modelos europeos y el criterio de la
Corte Penal Internacional– fijó que una pena de prisión no puede ser mayor de 35
años, “lo cual constituye una directiva constitucional que necesariamente tendría que
considerarse para estipular dicho límite a la pena global”; En la actualidad, el
principio de absorción no resulta proporcional en la medida en que no es igual
castigar a una persona por cometer un delito que por perpetrar veinte, por eso, que
la instauración del sistema de pena global sería el mejor camino para enfrentar la
delincuencia en nuestro medio.
Ahora, si bien existe la severidad de las sanciones tipificadas para ciertos
delitos, como el secuestro, antes que acumular penas –no acorde con nuestra
tradición jurídica– debería de evaluarse la posibilidad de incrementar las sanciones
para el caso de concurso real de delitos (Artículo 50º del Código Penal) hasta en
50%. Nuestra tradición indica que ante un concurso real de delitos (comisión de
varios ilícitos penales por una misma persona), se aplica la pena más grave de los
delitos concurrentes; Por lo que visto desde esta óptica jurídica, es necesario
incrementar las exigencias en nuestro Sistema Progresivo de Ejecución Penal
para otorgar los beneficios penitenciarios, especialmente en delitos graves,
como el secuestro. Elevando el número de días de trabajo o estudio por días de
cárcel. En consecuencia, se debe modificar dentro de la naturaleza de cada delito el
tratamiento de los beneficios penitenciarios, sin eliminarlos.
Para el caso del secuestro, se debe modificar el artículo 152° del Código
Penal, a fin de conceder el beneficio de cinco días de trabajo o estudio por uno de
cárcel y sin posibilidad de semilibertad; Que siendo ello así, la liberación condicional
sólo se concedería cuando el sentenciado tenga las tres cuartas partes de la
condena cumplidas, con lo que una pena de 25 años sí sería sentida.
Es también de necesidad analizar con detenimiento la posibilidad de instaurar
en el país el sistema de penas acumulativas antes de proponer su implementación,
considerando que ya existe una mayor penalización de los delitos, la que debe
aplicarse conforme a las normas de ejecución penal; A manera de sugerencia y en
correspondencia a lo esgrimido por el especialista en derecho penal Juan
Portocarrero Hidalgo el Congreso de la República debería aprobar una ley marco de
prevención en que se prohiba a los canales de televisión difundir por medio de sus
programas conductas delictivas violentas.
En cuanto a las penas de prestación de servicios a la comunidad y limitación
de servicios de días libres es de verse que conforme a lo prescrito en la Ley 27030
su aplicación es casi muerta frente al crudo realismo social que vive nuestro País,
toda vez que si bien es cierto el Instituto Nacional Penitenciario al tenor de lo
señalado en el Artículo 243 del Decreto Supremo 015-2003-JUS, Novísimo
Reglamento del Código de Ejecución Penal podrá celebrar convenios de
cooperación institucional con los Gobiernos locales y la Policía Nacional en aquellos
lugares donde el INPE no cuente con Oficinas de la Dirección de Tratamiento de la
correspondiente Dirección Regional, asimismo es cierto que en la práctica dichos
convenios no se efectúan, al estar todas las Entidades del Estado en una crisis que
los envuelve e inutiliza, lo cual es consecuencia de la grave crisis económica que
vive el Estado, hecho real y concreto que hace que se deje de lado la finalidad
“resocializadora” de la pena, objetivo y espíritu que persigue la política criminal del
Sistema Progresivo implantado en nuestro país para la ejecución penal.
Por esto, frente a tan delicado asunto, convendría considerar diversas ideas
que, tratándose del mismo tema, se expresaron en otros momentos. Así que,
modestamente, pretendemos recordar algunas:
Primero, convendría no olvidar las atingencias hace mucho tiempo hechas a
“la ley importada”. No debería ser ésta otra oportunidad para reeditar el viejo rito de,
cuando se trata de cambiar una norma, pertrecharnos de los más recientes códigos
de ejecución penales de países vecinos o no tan vecinos, basados en el sistema
progresivo, solazándonos en el hecho de acceder a las más modernas instituciones,
cuando aquellos instrumentos funcionan en realidades muy disímiles a la nuestra o
ni siquiera recorrieron algún tiempo respetable de existencia que inspire a imitarlos.
Lo contrario sería, como para el efecto diría alguna vez el sabio Gutiérrez,
antes que nada “beber en nuestro propio pozo” y empezar por preguntar a la
Comisión de Justicia del Congreso, a los Abogados defensores, litigantes,
Procuradores Públicos, Jueces, Fiscales y Vocales en los que recae el mayor peso
de la etapa post procesal, respecto a los defectos que advierten en nuestro modelo
progresivo y las alternativas para erigir uno nuevo.
Segundo: bien valdría no generar un modelo plástico, sino elástico. El
primero se rompe fácilmente, y motiva normas complementarias y modificatorias
muy poco tiempo después de su promulgación y vigencia. Ocurre que obedece o se
inspira en “modas jurídicas”, atiende a un pleamar o bajamar social, pero nunca a
ambas, y pretende ser detallista en demasía, terminando por atar a los operadores
jurídicos a normas que prontamente exigirán excepciones y por ende dejando de
lado la finalidad resociabilizadora y reeducadora del interno. Este modelo en
poco tiempo hace agua y se hunde. Lo contrario será formar un modelo de largo
aliento, sobre todo realista, que tenga en cuenta tanto las garantías en forma
equitativa a la sociedad como a los justiciables e internos, a partir del desarrollo de
los derechos fundamentales de ambos sin menoscabar a ninguno. En consecuencia,
se debe erigir, sobre todo, principios sobre una base totalmente realista para lograr
el perfil de resociabilizar al delincuente bajo una perspectiva clara, real y concreta
con los medios que contamos, y no pretender detallar e imitar modelos que no se
ajustan a nuestra realidad.
Tercero: revestirse, en la discusión, de suficiente imparcialidad y objetividad,
como para no traer estructuras ya modeladas y pretender imponerlas. Los
arquetipos no existen en la realidad, y cuando se crean “modelos” generalmente
deben adaptarse a la naturaleza compleja y cambiante de las sociedades; Por todo
ello, debemos tener la suficiente libertad para generar un modelo propio, tratando de
que sea razonablemente coherente y realista para lograr la finalidad
resociabilizadora y de reeducación del interno.
Cuarto: confiar en nosotros mismos, específicamente en nuestra capacidad
de crear derecho, y en que no tenemos que tomar todos los principios y elementos
de normas extranjeras, como si ellas tuvieran un certificado divino de perfección.
Deberíamos, alguna vez, privilegiar el estudio de nuestra realidad, prestándole
suficiente atención, pues basándonos en ella es que deseamos instaurar normas
que funcionen. Debería terminar, entonces, aquella costumbre de medir nuestras
creaciones con los modelos extranjeros y definirlos como fieles o infieles a ellos, por
que para ello contamos con estudiosos y sabios hasta des obra en nuestro país.
Por esto, resulta importante recoger algunos criterios y opiniones de gente
especializada que conoce el tema, a fin de acercarnos a un concepto que sirva para
superar la situación descrita, en beneficio de quienes esperan que el sistema de
ejecución penal sea no sólo eficaz, eficiente y predecible, sino también coherente
con nuestra realidad.