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1 EL TESTIMONIO PROFÉTICO (O la Iglesia peregrina como luminaria de la Historia) XLII Encuentro Nacional de las Iglesias de Cristo en España Torrevieja Alicante (España) 2011 Emilio Lospitao

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EL

TESTIMONIO

PROFÉTICO (O la Iglesia peregrina como luminaria de la Historia)

XLII Encuentro Nacional

de las Iglesias de Cristo en España

Torrevieja – Alicante (España)

2011

Emilio Lospitao

2

ÍNDICE

-PRELIMINAR ................................................................................................................................. 4

-INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................ 4

-LA “INTRAHISTORIA” COMO TEORÍA HERMENÉUTICA ............................................................... 7

-EL ESPÍRITU SANTO Y LOS PROCESOS HISTÓRICOS .................................................................... 11

-DEL GEOCENTRISMO AL HELIOCENTRISMO,

CRISIS PARADIGMÁTICA DEL TESTIMONIO PROFÉTICO .............................................................. 18

-EL TESTIMONIO PROFÉTICO DE LA IGLESIA EN SU DEVENIR CÍCLICO EN LA HISTORIA ............ 23

-APÉNDICE ................................................................................................................................... 27

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Nota

La presente publicación corresponde a la ponencia expuesta en el XLII Encuentro Nacional de las Iglesias

de Cristo en España, llevado a cabo en Torrevieja (Alicante) los días 29 al 31 de agosto de 2011. Con esta

publicación cumplimos la promesa de hacerla accesible en este formato y respondemos a las solicitudes

que recibimos durante dicho Encuentro; sobre todo porque la ponencia, por la limitación del tiempo

programado, no pudo ser expuesta en su totalidad. A pesar de que el título que figuraba en el programa

del evento era “El testimonio en la profecía”, el contenido de la ponencia derivó en "El Testimonio

profético”; título que usamos en la presente exposición. La adaptación literaria de esta ponencia ha

exigido realizar algunos cambios en la forma aunque no en el fondo, así como algunas adiciones

necesarias; estamos seguros de que el lector que estuvo presente en el Encuentro lo sabrá entender.

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Procesos

Históricos

Crisis

Hermenéutica

Hermenéutica

Historia

Cíclica

TESTIMONIO

PROFÉTICO

PRELIMINAR

Con la introducción que sigue a este preliminar damos paso a cuatro breves reflexiones, aparentemente

heterogéneas, pero relacionadas con el testimonio profético como hilo conductor, además de un

apéndice: I) La “intrahistoria” como teoría hermenéutica; II) El Espíritu Santo y los procesos históricos;

III) Del geocentrismo al heliocentrismo, crisis paradigmática del testimonio profético; IV) El testimonio

profético de la Iglesia en su devenir cíclico en la Historia, y el Apéndice: Cuatro rivales del testimonio

profético.

La primera parte tiene que ver esencialmente con la hermenéutica. Dios se revela “en” la Historia

condescendiendo a las costumbres, a las leyes y a las instituciones socio-políticas del entorno geográfico

donde se lleva a cabo la historia bíblica (Oriente Medio). Entender esto es fundamental para “validar” el

testimonio de sus protagonistas. Hoy, en nuestra sociedad occidental, no veríamos bien el tipo de

familia del patriarca Jacob, y nos extrañaría mucho recibir como herencia un par de esclavos, por citar

dos ejemplos. La segunda parte aglutina tres situaciones distintas pero relacionadas por un común

denominador: el protagonismo del Espíritu Santo. Y aun cuando parezca que estas situaciones están al

margen del “testimonio” al que nos referimos, creemos que aquella “interactuación” del Espíritu Santo

arroja luz de cómo debe de ser su intervención en el siglo XXI, lo cual tiene mucho que ver con el

testimonio de la Iglesia ante las vicisitudes históricas que debe afrontar. La tercera parte apunta a la

“crisis” hermenéutica que sufrió la Iglesia ante el cambio de paradigma del geocentrismo al

heliocentrismo, donde la Iglesia no estuvo a la altura de las circunstancias, cambiando su papel de

“profeta” perseguido a “encarceladora” de profetas. Y esto tiene mucho que ver también con el

“testimonio”. La cuarta parte está relacionada con la naturaleza del “pietismo”, que tantas veces ha sido

un obstáculo al verdadero testimonio

profético. Jesús sigue siendo el ejemplo de la

auténtica piedad. El Apéndice expone cuatro

de los “rivales” a los cuales el testimonio

profético se enfrenta hoy.

INTRODUCCIÓN

Usamos el adjetivo “profético” como

evocación del profetismo bíblico en el

antiguo Israel, especialmente desde el

período pre-exílico hasta el post-exílico, es

decir, desde el siglo VIII a.C. hasta el siglo V

a.C., el período de los profetas escritores. El

"testimonio profético" al que nos referimos

aquí no es aquel que se caracteriza por

"vaticinar" eventos futuros, sino aquel por el cual los profetas reivindicaron el carácter de un Dios

preocupado por la justicia social y la conducta humanizadora, precisamente donde los dirigentes

religiosos y políticos tantas veces fallaron.

El testimonio de la Iglesia se nutre, o debería de nutrirse, de este testimonio bíblico-profético, que se

fundamenta en los acontecimientos salvíficos de la historia del Israel bíblico y culmina en el testimonio

por antonomasia de la Palabra “hecha carne”: Jesucristo, que es también salvífico. Los hagiógrafos

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percibieron y comprendieron la inmanencia de Dios a través de los acontecimientos de la historia

antigua del pueblo del "éxodo", es decir, en la acción. El Dios de la Biblia no era –ni es– indiferente a la

historia y a sus protagonistas, especial pero no exclusivamente al pueblo que había elegido como

vehículo para manifestar dicha salvación.

Moisés, consciente de que su protagonismo obedecía a un designio divino, y este designio seguiría en el

tiempo, dice: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él

oiréis” (Deuteronomio 18:15). Más tarde el autor del libro de Crónicas apostillará: “Y les envió profetas

para que los volviesen a Jehová, los cuales les amonestaron…” (2 Crónicas 24:19). Esta amonestación era

motivada, especial y sistemáticamente, por dos constantes en la historia de Israel: la tentación de imitar

el politeísmo de las naciones circundantes y la sempiterna obsesión humana por el poder político,

religioso y económico (Isaías 1; 58:6-8; Jeremías 5:26-31; Amós 4:1-2; 8:4-6; Miqueas 6:6-8; etc.).

Todavía más tarde, desde una perspectiva netamente cristiana y post pascual, el autor de la carta a los

Hebreos acuñará: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los

padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero

de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-2). Aún añadirá el Apóstol de los gentiles,

dirigiéndose a un auditorio politeísta, con una señalada amplitud de miras: “En las edades pasadas él ha

dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio,

haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros

corazones” (Hechos 16:16-17). Es decir, el Dios de la Biblia es un Dios de testimonio, de presencia.

Cuando hablamos del testimonio (profético) de la Iglesia, no nos referimos al anuncio solo del kerigma

(que es primordial), sino a las actuaciones de la Iglesia en su peregrinar histórico, que deben ser

luminares que se anticipan a los acontecimientos, alumbrando y guiando el camino de la sociedad en la

que vive, y venga a ser un testimonio veraz y creíble del Dios al que sirve. Dicho de otra manera: que en

su devenir la Iglesia encarne el testimonio de Dios como hicieron los profetas del antiguo Israel. Un

testimonio demandador de lo justo, liberador, restaurador, humanizante; si el testimonio de la Iglesia no

es así, entonces ni siquiera es un testimonio, y su credibilidad será puesta en duda.

Ahora bien, la historia es dinámica, cambiante, innovadora…, los contextos espacio-temporales no son

siempre los mismos. En su testimonio la Iglesia tiene que interpretar los tiempos, comprender la

dinámica que sufre la sociedad en la que vive. Lo “normal” en una época determinada (la esclavitud, por

ejemplo) puede que no lo sea en otra posterior (como así ha sido). Y así las múltiples instituciones que

vertebran cualquier sociedad. Es decir, la sociedad es dinámica, el testimonio también lo es. Matar será

siempre un crimen, pero cubrirse la cabeza con un velo no siempre será malo o bueno. Que una mujer

hable en público será considerado “honroso” o no dependiendo de la cultura, del tiempo y del lugar.

Etc. Este dinamismo de la historia y de la cultura exige de una hermenéutica que contextualice los textos

que, una vez escritos, quedan fijados en el papel, ajenos a la evolución que prodiga el tiempo. El aspecto

hermenéutico, pues, es el eje primordial de cualquier exégesis. Por ello, en este trabajo desarrollamos

un itinerario pedagógico para ubicar los acontecimientos de la narrativa bíblica en el tiempo y en el

espacio. La descontextualización de los textos bíblicos es una falta de respeto al texto mismo y al Autor

del texto en última instancia.

Las reflexiones que exponemos aquí – ¡una reiteración en ¡Restauromanía…?!– tiene el propósito

pedagógico de explicar, una vez más, la importancia de la hermenéutica. Solemos decir que cualquier

lector de la Biblia – ¡que no haya sido todavía adoctrinado!– entiende perfectamente que la narrativa

bíblica pertenece a un tiempo muy lejano y a una sociedad muy diferente a la actual. Es decir, se hace

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cargo de que lo que lee no tiene la misma significación para él, o para ella, como la tuvo para las gentes

de la época de la narración en particular (creemos que no hace falta extenderse en este aspecto). ¿Por

qué, entonces, después de adoctrinado, pierde esa natural capacidad hermenéutica para interpretar la

narrativa bíblica? ¿No será subversivo el adoctrinamiento que desarrollamos en nuestras iglesias? ¿No

seremos culpables directos –con intención o sin ella– del infantilismo teológico en nuestras feligresías?

¿…? No estamos proponiendo "reescribir" la Biblia, sino a "releerla", que es muy diferente pero

necesario.

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(I)

LA “INTRAHISTORIA”

COMO TEORÍA HERMENÉUTICA

Con este título no estamos proclamando una nueva teoría hermenéutica; es solo un intento pedagógico

más en este medio. Lo “intrahistórico”, según el filósofo y pensador español Unamuno –término que

parece haberlo introducido él en el vocabulario–, se refiere a todo aquello que ocurre en lo cotidiano de

la vida social, pero que no sale en los periódicos; contrapuesto a la historia oficial, que da cuenta de ella

los titulares periodísticos. Pues bien, el testimonio de Dios, como no podía ser de otra manera, es

“intrahistórico”, acontece y se hace visible en las entretelas de la vida cotidiana, desde las insignificantes

costumbres de la cultura, hasta las leyes y los códigos transcendentes que rigen los pueblos: no

suprimiendo o anulando dichos códigos, sino condescendiendo a ellos, dándoles carta de naturaleza…

Dios no impuso ninguna cultura singular, extraterrestre, celestial, a los clanes, a las familias, a los

personajes entre los cuales se hizo inmanente. Trascendió a la cultura y a las costumbres de dichos

clanes con todas las consecuencias. Hasta tal punto condescendió que los hagiógrafos, cuando narran

los acontecimientos históricos o míticos, implican directamente a Dios y le atribuyen actitudes y

comportamientos que flaco favor le han hecho; ejemplos: el exterminio de pueblos enteros con

mujeres, ancianos y niños incluidos; la ley del talión; la esclavitud; la poliginia; la sangre de honor; la

lapidación; y un larguísimo etcétera imposible de enumerar aquí; basta leer una página sí y otra también

del Antiguo o del Nuevo Testamento. Todo esto está en las páginas de la Biblia porque todo esto

formaba parte de la vertebración jurídica y legislativa del entorno geográfico donde el testimonio de

Dios se hizo vida. Simplemente.

El fundamentalismo teológico (“porque la Biblia lo dice”) parece que tiene dificultad para entender esta

“intrahistoria” en la que se halla el “testimonio” (intervención-revelación) de Dios en la Historia. Cree

más bien que dicho “testimonio” es ajeno a la Historia misma, como si Dios se hubiera manifestado al

mundo desde su Olimpo Sagrado, y los hagiógrafos se hubieran limitado a “transcribir” lo que Dios les

dictaba (inspiración textual). Lamentablemente, este es el concepto que muchos cristianos tienen de la

Escritura; sobre todo los de la “sana doctrina” (entre ellos “maestros” de la Biblia). La lectura crítica de

esta Escritura, sin embargo, más bien nos muestra que el “inmanente testimonio” de Dios se desarrolla

“a través de” los acontecimientos, de las instituciones socio-políticas de la época, las cuales son

asimiladas y reguladas en la jurisprudencia del pueblo judío-israelita. No hay una sola página, tanto en el

Antiguo como en el Nuevo Testamento, que no dé cuenta de esta “intrahistoria” (la realidad suele ser

muy tozuda). Salvo las instrucciones típicamente religiosas concernientes al culto judío, la dieta y otros

preceptos relacionados con los códigos de santidad (muy propios de la época también), que

corresponden netamente al pueblo liberado, el resto de costumbres e instituciones sociales y políticas

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encuentran eco en las propias del entorno geográfico al que pertenece. Pero sabemos que esta

concepción hermenéutica supera al fundamentalismo, que atribuye a Dios todas y cada una de las

proposiciones textuales tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Independientemente de la exactitud de las fechas, podemos decir que las categorías desde la cuales

están escritos los libros de la Biblia pertenecen a aquellas de entre los siglos XV-XIV a.C. hasta el siglo I

d.C. y en un lugar muy concreto del planeta: Medio Oriente (Mesopotamia, Egipto y Asia). Todas las

instituciones sociales y políticas que encontramos en el texto bíblico encuentran eco en las existentes en

dicha región del mundo. Lo cual es absolutamente comprensible; lo incomprensible sería lo contrario:

que Dios hubiera impuesto una cultura especial, singular, celestial, diferente de la que existía en dicho

entorno geográfico.

Son desde estas categorías culturales de Medio Oriente que tienen sentido las normas, las leyes, los

códigos… que están en la trama narrativa del Antiguo y del Nuevo Testamento. La Biblia, literariamente

hablando, es un Libro de Oriente Medio. Los lectores occidentales necesitan documentarse de la

historia, de la cultura, de las costumbres, de las leyes de aquel entorno geográfico, especialmente de las

fechas antes citadas, para acercarse al texto bíblico y buscar la significación de lo que leen. Leer el texto,

y sacar conclusiones desde nuestras categorías occidentales del siglo XXI, es tergiversarlo y faltarle el

respeto.

La historia de Abraham parte de un bosquejo teológico previo: la elección del “hijo de la promesa”, que

se irá plasmando narrativamente hasta culminar con el pueblo elegido, liberado milagrosamente

(Éxodo) y puesto en camino hacia la “tierra prometida”, precedido de una purificación-instrucción en el

desierto (Sinaí): historia bíblica desde el capítulo 12 de Génesis hasta el libro de Jueces. Los profetas

posteriores, cuando tuvieron que amonestar al pueblo, evocaron estos dos eventos: el Éxodo y el Sinaí

(la libertad-responsabilidad y la ley-obediencia). Pero aparte de este bosquejo literario-teológico, la

historia misma de Abraham (y siguientes patriarcas) se desarrolla en el contexto socio-cultural del

tiempo y del lugar: Oriente Medio. Abraham tiene siervos (esclavos); también Sara. Ésta, por causa de su

esterilidad, y su ansia de tener un hijo, ofrece su sierva a Abraham para que copule con ella y poder

tener así un hijo “propio”. Bajo la ley de la esclavitud, los hijos de los esclavos eran pertenencias de los

amos. Sara podía considerar “su” hijo el nacido de la sierva. En este caso con más motivo: sería

engendrado por Abraham, su marido (ver Génesis 16).

Jacob se casa con dos hermanas (Raquel y Lea), que eran primas carnales suyas. Además tiene hijos con

las esclavas respectivas de ambas (Zilpa y Bilha). Jacob llegó a un acuerdo con su suegro (que era

también su tío por parte de madre) para desposarse con una de sus hijas (Lea); para esta “adquisición”

Jacob tuvo que trabajar gratis para su suegro siete años. Después trabajó otros siete años más por otra

de sus hijas (Raquel, la preferida de Jacob). Los desposorios los formalizaban los padres (el

paterfamilias); los cuales emparentaban a sus hijos, cuando estos aun eran adolescentes, con los hijos

de otras familias con las que deseaban unir intereses materiales, territoriales, de conveniencias… Los

hijos venían a ser “moneda de cambio” para alcanzar estos intereses. Jacob, lejos de su parentela,

asume él mismo la responsabilidad del contrato matrimonial con el aval de su propio trabajo. La

descendencia que sus dos esposas deseaban tener lo lograron utilizando a sus esclavas respectivas, las

cuales copularon con Jacob para dicho fin (ver Génesis 29-30).

Estas rocambolescas historias se explican desde tres instituciones políticas de la época: el contrato

matrimonial (nuestro contrato de “compra-venta”), la esclavitud y el concubinato.

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La comunidad cristiana –en un paradigma diferente al de Abraham y de Jacob– vivió inmersa en una

sociedad cuyo patriarcalismo seguía vigente, tanto en la cuna donde nació el movimiento cristiano (la

Palestina romana), como en el mundo greco-romano donde el evangelio emergió (Asia y Europa). Los

tres pilares institucionales sobre los que se fundamentaba la vida social y política del mundo del Nuevo

Testamento eran: la esclavitud, la patria potestad absoluta y la tutela permanente de la mujer bajo la

autoridad del varón. Como la prioridad de la Iglesia –debido al inminente “regreso” de Cristo– era la

misión y la pastoral, se exhorta a los cristianos a ser obedientes cumplidores de tales instituciones

(Efesios 5:21-6:1-9; Colosenses 3:18-4:1-5; y otros).

–A Pablo no le podía pasar por la cabeza que algún día (muchos siglos

después) la esclavitud estaría abolida y prohibida. ¡La esclavitud abolida y

prohibida! En Europa, hasta el siglo XV (que se convirtió en “servidumbre”)

la esclavitud era la mano de obra que permitía el funcionamiento de la

vida en todos los frentes. ¡Durante quince siglos –sin contar los milenios

anteriores– la esclavitud era tan obvia, necesaria, legítima, generalizada y

normal, que nadie podía imaginar el ritmo de la vida, de la economía… sin

ella! ¡Incluso la esclavitud negrera, reavivada tras el descubrimiento del

Nuevo Mundo, fue finalmente abolida, no por alguna “bondad” cristiana

(aunque hubo algunos abolicionistas que eran cristianos, pero también

hubo cristianos anti-abolicionistas) sino porque el surgimiento de la era

industrial, con su novísima tecnología, necesitaba mano de obra “motivada” para funcionar; motivación

de la cual carecían los esclavos (la relación esclavitud-economía está documentada).

–A Pablo no le podía pasar por la cabeza que algún día los hijos, a la

mayoría de edad, 18 años, según las leyes de los diferentes países,

pudieran gestionar sus propias vidas libremente; elegir ellos mismos a la

mujer con quien desean casarse… Pero sobre todo, lo que no le podía

pasar por la cabeza al Apóstol es que la mujer, cumplida esa mayoría de

edad, pudiera elegir personalmente su estilo de vida; enamorarse del

hombre con quien pasar el resto de su vida, o parte de ella; viajar sin

pedir permiso a nadie; ganar su propio dinero y administrarlo por sí

misma... ¿Una mujer sin la tutela de un varón? ¿Libre para hacer lo

quiera? ¿Viajar sola? ¿Unirse en matrimonio con un desconocido de la

familia? ¿…? ¡Esto era inimaginable, inaceptable, inaudito… en los días de

Pablo! ¡Pero todo esto es posible, legítimo y visto con normalidad, hoy!

Y así podríamos continuar describiendo leyes, normas y códigos presentes en el texto bíblico, tanto del

Antiguo como del Nuevo Testamento. Leyes, normas y códigos que hoy están obsoletos en nuestra

sociedad. No tienen ningún significado para nosotros, a pesar de que estén grabados con fuego en las

páginas de la Biblia. Respecto a estas instituciones que estamos hablando, la Biblia es un simple registro

histórico que se limita a dar fe de que así eran las costumbres, las leyes y las normas. Implicar más de

este registro es ir más allá de la pretensión del Libro. Así de sencillo.

Esta “intrahistoria”, como teoría hermenéutica, debería ser la primera lección de cualquier “Estudio de

la Biblia”, sea éste presencial o a distancia; pero, sobre todo, en las Escuelas Dominicales de las iglesias,

y en los hogares, donde los niños empiezan a familiarizarse con la lectura de la Biblia. Esta teoría

hermenéutica nos aleja de atribuir a Dios acciones, actitudes e instituciones que, aun estando presentes

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en las páginas de la Escritura, no reflejan alguna ética que corresponda al testimonio del Dios que se

revela “en” la Historia. ¿Cómo entender que Dios “mande” una ley en virtud de la cual se pueda lapidar

a un hijo, aunque éste sea rebelde y desobediente a los padres (Deuteronomio 21:18-21)? ¿Cómo

asimilar que un “profeta”, que ha tenido misericordia de una viuda y sus hijos (2 Reyes 4:1-7), se

encolerice hasta tal punto –por una insignificante ofensa de unos párvulos: ¡le llamaron calvo!– que los

maldiga, y como consecuencia de esta maldición surjan dos osos que acabaron con la vida de nada

menos que 42 de ellos (2 Reyes 2:23-24)? ¿Cómo explicar, en el siglo XXI, que una mujer formada

intelectual, e incluso teológicamente, tenga que estar “en silencio” en la iglesia? ¿Y cómo entender que

la mujer deba estar tutelada por el varón toda su vida? ¿…? Sin duda, la responsabilidad intelectual y

exegética, que exige cualquier análisis de los textos bíblicos, desborda al fundamentalismo, que prefiere

recitar textos. Es más sencillo, más económico y, sobre todo, menos arriesgado, quedarse en: “lo dice la

Biblia”.

Y, sin embargo, el testimonio de la Iglesia depende de esta importante disciplina: la hermenéutica. La

catequesis (la enseñanza) que resulta del literalismo, que no solo justifica, sino que quiere otorgar

continuidad a estas instituciones obsoletas (en especial la relativa a la mujer), dibuja un horizonte muy

pesimista, sombrío, al hombre y a la mujer del siglo XXI. ¿Hemos de extrañarnos que haya tantos

“anticlericales”, tantos “escépticos”, tantos “ateos” y tantos “irreverentes” con lo “religioso”? ¿Hemos

de extrañarnos que haya tantos intelectuales que ridiculizan las historias que narra la Biblia, que exhibe

a un “dios carnicero”, “vengativo”, “cruel”…? El testimonio profético de la Iglesia en el siglo XXI depende

mucho de la hermenéutica que la Iglesia utiliza para la exégesis bíblica, especialmente con todo lo que

tiene que ver con la vida social, familiar y eclesial. ¿Estarán las Iglesias dispuestas a dialogar, a investigar,

a repensar…? ¿O seguirán enrocadas en: “lo dice la Biblia”?

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(II)

EL ESPÍRITU SANTO

Y LOS PROCESOS HISTÓRICOS

Al abordar este capítulo declinamos la exposición histórico-crítica del libro de Hechos (donde basamos la

mayor parte del mismo), como exigiría cualquier estudio; usamos el formato de simple artículo. Con esta

declinación asumimos el riesgo de la simplificación, pero ganamos en la sencillez requerida en atención

al público al que va dirigido este escrito, que es muy heterogéneo en su formación teológica. Por ello,

nos detenemos en las implicaciones críticas más visibles de los relatos elegidos para nuestro propósito;

y todo esto desde una lectura simple, la que se suele realizar en nuestras iglesias. No obstante de la

declinación crítica citada, apuntamos lo que sigue:

1. Una vista general del libro de Hechos nos sugiere que uno de los propósitos principales de su autor

fue señalar la “manera” en la que el evangelio se abrió camino para alcanzar el mundo gentil (Hechos

termina con Pablo predicando el evangelio en la capital del imperio: Roma –ver Hechos 28:17-31).

2. Esta “apertura” al mundo gentil necesitó de un “proceso” socio-religioso, que Lucas estructura

literariamente mediante tres elementos: a) Los prejuicios judíos que obstaculizaban la misión (Hechos

10:28; 11:18-19); b) La crisis que se produjo cuando los gentiles aceptaron el evangelio - y el intento de

imponerles la ley (Hechos 15:1-2); y c) El concilio donde se deliberó sobre esta imposición (Hechos 15;

ver 21:25).

3. Este "proceso", pues, marcó el antes y el después de la misión de la Iglesia primitiva; "proceso” que le

sirvió a Lucas de hilo conductor para llevar a cabo su obra.

4. Este “proceso” explica suficientemente, además, por qué Lucas se limita a exponer en su obra solo los

“hechos” de Pedro (el evangelio "de la circuncisión" –Iglesia judeocristiana), y los “hechos” de Pablo (el

evangelio "de la incircuncisión" – la Iglesia gentil). Gálatas 2:7-8 es un texto afín al “proceso” del cual

estamos hablando aquí.

No obstante, para Lucas, el protagonista único de aquel "proceso" fue el Espíritu Santo (Hechos 10). Lo

que intentamos señalar aquí es la “manera” en que el Espíritu Santo fue encauzando la misión de la

Iglesia. La comprensión de la misión totalizadora fue entendida por los líderes de la comunidad

primitiva a través de procesos y situaciones históricas. Pues bien, de explicar estos procesos y estas

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situaciones históricas se encargó Lucas escribiendo el libro de Hechos, que es una continuación de su

Evangelio.

PREÁMBULO

Jesús había prometido a los discípulos que, tras su partida, el Espíritu Santo les enseñaría “todas las

cosas” (Juan 14:26). Creemos que esta promesa no se circunscribió solo a los Doce y al tiempo que ellos

vivieron, sino para la Iglesia en todas las generaciones. Otra cosa es cómo enseñó el Espíritu Santo

“todas las cosas” y cómo enseña a la Iglesia en cada circunstancia. En los casos bíblicos que exponemos

en este capítulo percibimos que el Espíritu Santo “enseñó” a la Iglesia a través de situaciones

sociológicamente normales, cuyas excepciones confirman esta regla. En el presente capítulo, pues, nos

detenemos en tres situaciones diferentes de la época apostólica, en el libro de Hechos, y en un texto

iluminador de Pablo, Romanos 12:1-2, para analizar cómo “enseñó” el Espíritu Santo “todas las cosas” y

cómo esperaba el Apóstol que los cristianos “anduvieran” en la "voluntad" de Dios.

Para aquellos lectores que se estarán diciendo para sí que hoy el Espíritu Santo nos habla solo a través

de la Biblia, les dejo estas tres consideraciones: Primera, los escritos del Nuevo Testamento, aparte de

que algunos de ellos fueron reconocidos en el canon muy tarde (siglos II-III) no contienen normas

casuísticas acerca de las mil diferentes situaciones que la vida plantea, sino principios; contiene, sí,

formulaciones cristológicas que obviamos; en este sentido, los escritos neotestamentarios son la

referencia válida para la fe y la práctica religiosa cristiana; y esto como una consecuencia de la existencia

de dicha Escritura. Segunda, Jesús no prometió dejarnos un Libro –aunque él citó la Escritura hebrea–,

sino el Espíritu Santo (el "Paracleto", el que está “al lado de”), el Vicario único de Cristo (Juan 14:16-26).

Tercera, salvo excepciones –en las cuales el Espíritu Santo se interpuso “milagrosamente”– éste se

inmiscuyó a través de los acontecimientos históricos, interactuando con la razón y la lógica humanas.

Hoy, por supuesto, con la orientación de la Escritura misma, que reclama de una hermenéutica que

contextualice el texto bíblico.

A) PEDRO EN CASA DE UN GENTIL (Hechos 10-11)

LA HISTORIA

La historia que narra Lucas en Hechos 10 y 11 (punto álgido del libro) es sorprendente desde un punto

de vista crítico. Pedro estaba de gira por las iglesias de Judea, Galilea y Samaria, que entonces

“disfrutaban de paz y crecían fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hechos 9:31). Durante esta gira Pedro

fue requerido desde Jope (Hoy Tel Aviv-Yafo), una aldea en la costa del Mediterráneo oriental, donde se

quedó “muchos días” (Hechos 9:36-43). Mientras oraba en la azotea de la casa (de un tal Simón,

curtidor) donde se hospedaba, a mediodía, sintió hambre. A mediodía siempre se siente hambre. En

éxtasis, Pedro tuvo una visión en la cual “algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro

puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del

cielo”. Una voz exclamó: “Levántate, Pedro, mata y come”. Pedro, como escrupuloso judío, rehusó

comer animales impuros. Una vez más, la voz dijo: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”. Mientras

todo esto sucedía en Jope, en Cesarea, a un día de camino de Jope, un centurión romano, llamado

Cornelio, estaba dando órdenes a sus siervos para que fueran a buscar a Pedro, para oír de su boca lo

que éste tuviera que decirles. Lucas dice que, en la confusión que se encontraba Pedro, el Espíritu Santo

le dijo: “Levántate, pues, y desciende [a Cesarea], y no dudes de ir con ellos [los siervos de Cornelio],

porque yo los he enviado” (10:19-20). Pedro, finalmente, se dirigió a la casa del gentil Cornelio con

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algunos otros discípulos judíos. Cuando el centurión y “su casa” estaban reunidos, dispuestos para

escuchar a Pedro, lo primero que el apóstol quiso dejar muy claro es “cuán abominable era para un

varón judío juntarse o acercarse a un extranjero” (10:28). La lectura acrítica de este relato completo

simplemente es conmovedora: ¡un centurión romano ha aceptado el evangelio, aleluya!

LAS IMPLICACIONES

Una lectura “crítica”, sin embargo, pone de relieve cuestiones exegéticas muy significativas y

sorprendentes. La observación que Pedro hace en casa de Cornelio, antes de empezar a anunciarles el

evangelio, implica que es la primera vez que él se acerca a un gentil con tal propósito. Y no por falta de

oportunidad, sino por prejuicios étnicos: ¡a Pedro, como a cualquier judío de su época, le resultaba

abominable acercarse a un extranjero, a un no-judío, aun para predicarle las buenas nuevas! ¡Pedro

nunca hubiera predicado a un gentil si no hubiera pasado por la dramática experiencia de la visión del

lienzo en aquella azotea en Jope! Que esto es así lo certifican dos hechos ineludibles: Uno, el enfado de

los líderes de la iglesia en Jerusalén cuando se enteraron que Pedro había entrado en la casa de un

gentil (Hechos 11:1-3). Dos, la perplejidad con la que respondieron estos líderes a la explicación de

Pedro: “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18).

LO QUE NOS ENSEÑAN ESTAS IMPLICACIONES

Una lectura crítica de este relato de Lucas nos enseña, al menos, tres cosas: Primera, que la misión

totalizadora cristiana fue “aprendida” a través de los “acontecimientos históricos” que siguieron al día

de Pentecostés. Ciñéndonos a este caso: una "velada" de oración privada en una azotea, un estomago

vacio y una visión en éxtasis (Hechos 10:9-20). Todo parece indicar que, durante bastante tiempo

(¡años!), los judeocristianos (la iglesia primitiva) predicó el evangelio “solo a los judíos” (Ver Hechos

11:19). Segunda, que fue a través de este acontecimiento en Jope que el Espíritu Santo “enseñó” a los

líderes cristianos que las “buenas nuevas” también eran para los no-judíos. Tercera, y por lo tanto, que

la “gran comisión” de la que hablan los Sinópticos está construida, post eventum, a partir de los

acontecimientos que siguieron a Pentecostés, como fue éste del que estamos hablando. Pero sobre

todo, la irrupción de Saulo de Tarso quien dio un giro radical a la misionología cristiana primitiva

(Hechos 26:116-18).

Obviamente, estas implicaciones de los relatos de Lucas (referente tanto a la conversión del centurión,

como al mismo “concilio” de Jerusalén – Hechos 10 y 15), modifican sustancialmente el concepto que

tenemos de los orígenes de la Iglesia, y de la “gran comisión”, que suele ser muy romántico, muy

idealista y ¿muy simplista? Las implicaciones de estos relatos muestran que la realidad de los primeros

pasos de la “misión” de la Iglesia primitiva, y del concepto "misionero" de sus líderes, debieron de ser

muy diferentes de la percepción que tradicionalmente tenemos de ellos. El punto que queremos

destacar en este relato es que fue necesario un "proceso" socio-religioso para la misión a los gentiles y a

través de dicho proceso el Espíritu Santo "enseñó" a la Iglesia apostólica.

B) SOLUCIONES DE UN CONCILIO (Hechos 15)

MOTIVOS DEL CONCILIO

Durante los primeros años del cristianismo, la iglesia “primitiva” estaba compuesta por judíos

exclusivamente; su piedad religiosa se caracterizaba por la observancia de la ley (ver Hechos 21:24-25).

Como hemos visto más arriba (Pedro en casa de Cornelio), los judeocristianos no hablaban del evangelio

14

a nadie “sino solo a los judíos” (Hechos 11:19). Fue gracias a unos “varones de Chipre y de Cirene”, judíos

helenistas, con mentalidad más abierta y con menos prejuicios, que “hablaron también a los griegos”,

muchos de los cuales aceptaron el evangelio (Hechos 11:20). Cuando el evangelio alcanzó a los gentiles,

la Iglesia judeocristiana (la “iglesia primitiva”) pasó de imponer a plantear si los gentiles debían observar

la ley, como ellos hacían (Hechos 15). En cualquier caso, la aceptación del evangelio por parte de los

gentiles llevó consigo dos cuestiones, una doctrinal, y otra, derivada de ésta, pastoral: primero, ¿debían

observar la ley los gentiles que se convertían a Dios? Y, segundo, ¿podía tener comunión un

judeocristiano que observaba la ley con un gentilcristiano que no la observaba?

SOLUCIONES DEL CONCILIO

El “concilio” logró solucionar este conflicto que estaba poniendo en peligro la unidad estructural de la

Iglesia en el primer siglo. La solución fue doble: primero, los gentiles “no” necesitaban observar la ley;

segundo, y sin embargo, para facilitar la fraternidad entre judeocristianos y gentilcristianos, estos

debían observar al menos varios preceptos de la ley, por una cuestión meramente fraternal (Hechos

15:28-29).

METODOLOGÍA DEL CONCILIO (el Espíritu Santo)

A esta “solución” llegaron a través de "mucha discusión" (Hechos 15:7). Entendemos por "discusión", no

el enojo, o la riña, sino el compartir y debatir diferentes ideas u opiniones acerca de algo. La naturaleza

parlamentaria de aquella discusión lo evidencian las exposiciones que presidieron el concilio: Una, la

exposición de un “acontecimiento” histórico: “vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios

escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los

corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia

hizo entre nosotros y ellos…” (Hechos 15:7-9). Dos, la exposición de un argumento teológico: “Ahora,

pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni

nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual

modo que ellos...” (Hechos 15:10-11). Y tres, la hermenéutica; la interpretación de los acontecimientos

pasados y presentes. Por ello, en el documento que escribieron, en nombre de todos los reunidos, para

las iglesias gentiles, dice: "Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros…" (Hechos 15:28).

En esta ocasión, el Espíritu Santo les “enseñó” lo que debían saber mediante “mucha discusión”; es

decir, mediante la experiencia, la hermenéutica, la razón y la lógica. ¡Así enseña también el Espíritu

Santo hoy! ¡Él es el mismo ayer, hoy y siempre!

C) PABLO RUMBO A EUROPA (Hechos 16:6-10)

LA SITUACIÓN

Después de concluido el “concilio” en Jerusalén, Pablo y sus colaboradores decidieron volver a los

lugares donde habían estado en su primer viaje misionero, para confirmar a las iglesias fundadas por

ellos (Hechos 13-14). Tras pasar por Siria y Cilicia llegaron a Derbe y a Listra, en cuyas iglesias entregaron

las “ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las

guardasen”(Hechos 16:1-4).

15

Pablo tiene intención de seguir su viaje dirección

norte, hacia Bitinia, pero “el Espíritu Santo no se lo

permitió” (vss. 6-7). Lucas no dice exactamente

“cómo” les “impidió” el Espíritu Santo que

predicase el evangelio en esa zona geográfica

concreta. Algunos comentaristas sugieren (otros

incluso afirman) que fue por medio de un profeta,

como en Hechos 11:27-28. Pero, a la luz de lo

venimos exponiendo aquí, creemos lo más

probable que dicho “impedimento” consistiera en

“dificultades” circunstanciales que Lucas no determina, como sugieren otras teorías convincentes

(Willian Barclay).

De cualquier manera, se deduce del relato de Lucas que Bitinia no era un campo “preparado” para

recibir las buenas nuevas en ese momento; quizás porque en Grecia habría más receptividad al

evangelio; o porque era más económico dirigirse allí; o porque era más accesible llegar al continente

europeo por contar con mejores caminos…; u otros aspectos que nosotros ignoramos, pero todos ellos

exegéticamente compatibles con la idea que aquí defendemos: que el Espíritu Santo les fue dirigiendo a

través de los acontecimientos históricos. A Lucas le era más elíptico, sencillo y abreviado, decir: “les fue

prohibido por el Espíritu Santo”. Optamos por creer, pues, que fueron “circunstancias” históricas,

mediante las cuales el Espíritu Santo les “prohibió” acceder a Bitinia. Por supuesto, en un caso muy

específico, las “dificultades” fueron precisamente el motivo justo para anunciar el evangelio, pero en

este caso las “dificultades” simplemente les obligó a “permanecer” en un lugar concreto (Gálatas 4:13-

14). En el caso que nos incumbe fue diferente, pues las supuestas “dificultades” les obligaron a cambiar

de rumbo, que es distinto.

Así que se dirigieron hacia Troas, ciudad marítima próxima a la mítica Troya de Homero, un viaje que,

según la orografía del terreno, debió de haber durado muchas semanas. Estando ya en Troas, Pablo (¿en

sueño?), tuvo la visión de un macedonio que le rogaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Después de

esta “visión”, Pablo y sus colaboradores empezaron a comprender el significado de las “dificultades” –

impedimentos– que fueron encontrando mientras se dirigían a Bitinia, lo cual les hizo tener la

convicción de que debían dirigirse hacia Macedonia (primera región oriental europea) “dando por cierto

que Dios los llamaba para que anunciaran el evangelio” allí (vr.10).

DEDUCCIONES

Descartada la acción de un “profeta”, todo hace pensar que la obediencia a la “visión” en Troas solo fue

la culminación de una serie de decisiones que fueron tomando en vista de los “impedimentos” (del

Espíritu Santo) que habían estado encontrando mientras se dirigían a Bitinia. Más que por mensajes

milagrosos (que fueron excepcionales), fue a través de los acontecimientos históricos que el Espíritu

Santo aleccionó –y alecciona– a la Iglesia, infundiéndole discernimiento.

¿Qué tienen que ver estas tres situaciones, que acabamos de exponer, con el testimonio profético?

Estas tres situaciones en particular, aisladamente, ciertamente tienen poco que ver con el “testimonio”

del cual venimos hablando. Sin embargo, nos vienen a mostrar la manera en que el Espíritu Santo guía

normalmente a la Iglesia.

BITINIA

TROAS

Iglesias

primer viaje

16

Así pues, independientemente de que el Espíritu Santo, mediante el ejercicio de dones específicos y

excepcionales, diera instrucciones particulares a la Iglesia alguna vez (vg. Hechos 11:27-30; 21:10-11),

creemos que cuanto se deriva de estas tres situaciones históricas paradigmáticas (que no son las

únicas), expresa cuál era la manera por la que el Espíritu Santo intervenía –e interviene– en los procesos

históricos: ofreciendo la luz que la Iglesia necesita para encarnar el testimonio profético de cualquier

época y lugar. Y esto exige de los (líderes) cristianos una sensibilidad exquisita ante los acontecimientos

históricos, sean del tipo que sean, para que las decisiones que tome la Iglesia resulte un “testimonio”

adecuado ante el mundo. ¡Sí tienen mucho que ver!

D) PABLO Y EL TESTIMONIO PROFÉTICO (Romanos 12:1-2)

LA EXHORTACIÓN EN EL TIEMPO

Cuando Pablo escribe la carta a los Romanos, la mujer era una “posesión” del varón, carecía de

personalidad jurídica y era tutelada de por vida. Los hijos, y las hijas más, eran comprometidos en

matrimonio con los pretendientes que el padre hubiera elegido para ellos, desde la adolescencia. Había

cristianos que tenían esclavos, y cristianos que eran esclavos. En esta situación socio-cultural, el Apóstol

declara: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en

sacrificio [testimonio] vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a

este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que

comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2).

En principio, la “transformación” que el Apóstol pedía a los cristianos de su tiempo era aquella que les

permitiera discernir lo “bueno” de lo “malo” en “aquella” sociedad. Y, por lo que se deduce, la

esclavitud era no solo legítima sino compatible con la ética cristiana en la época de Pablo. Lo mismo

podemos decir de la patria potestad absoluta y de la tutela de la mujer. Nada de esto violaba el

“testimonio profético” en época del Apóstol.

Que esto es así lo confirman las exhortaciones dirigidas hacia el buen “cumplimiento” de tales

“costumbres” (Efesios 5:21-6:1-9; Colosenses 3:18-4:1-5; y otros). ¡Pero mal testimonio daríamos hoy si

hubiera cristianos que tuvieran a personas en estado de esclavitud; si hubiera padres cristianos que

obligaran a sus hijos a contraer matrimonio con personas que sus hijos rechazan; y si hubiera maridos

cristianos que impusieran a sus esposas a vivir en una condición de sometimiento y tutela perpetua!

TEOLOGÍA DE UNA EXHORTACIÓN

La exhortación de la cual estamos hablando deja una expectativa de libertad personal, de madurez

espiritual, mediante la cual los cristianos debían “comprobar” cuál era la voluntad de Dios en cada una

de las diferentes situaciones de su vida. Las situaciones en la vida, sean individuales o eclesiales,

pueden ser muy complejas, complejísimas: no existe ningún “manual” en el cual podamos buscar por

orden alfabético qué quiere Dios que hagamos ante un caso particular, específico, puntual y, muchas

veces, excepcional (pero sabemos que algunos líderes de las Iglesias de Cristo buscan textos bíblicos

para cada situación particular, bien para poder hacer “algo”, o, por el contrario, para “prohibirlo”: ¡han

convertido el Evangelio en una nueva Ley; a veces, en una mala ley! – ver "La iglesia de los célibes"). La

Biblia, ciertamente, contiene principios, buenos principios, los mejores principios, pero no normas

casuísticas. El cristiano –en su lugar, la iglesia– “tiene que” tomar decisiones desde el ejercicio de la

libertad y la responsabilidad. Esta libertad y responsabilidad no sólo es compatible con, sino que es

consuetudinaria con la vocación cristiana (Gálatas 5:1, 6). Esta responsabilidad y discernimiento

17

personal están implícitos en las exhortaciones de los capítulos 14 y parte del 15 de la misma carta a los

Romanos.

Pablo no les remitió a ningún “Libro-Manual” para que buscaran “allí” cómo resolver un caso específico,

Libro del cual carecían (cuando Pablo evoca la “Escritura” –Antiguo Testamento– lo hace para que, en

las historias narradas allí, encontraran inspiración y fortaleza moral para arraigar su fe y su esperanza,

pero esto es otra cosa –Romanos 15:4).

“Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la

buena voluntad de Dios” conlleva la idea de “confrontar” nuevas leyes o costumbres, y aceptarlas

cuando éstas dignifiquen al hombre y a la mujer: por ejemplo, extinguiendo la esclavitud, reconociendo

la mayoría de edad de los hijos, aceptando la individualidad y la libertad de la mujer, etc., aunque no

haya referencias específicas en el texto bíblico en este sentido… ¡lo dicta el sentido común, la lógica

humana, la hermenéutica bíblica y el espíritu cristiano!

En cierta medida, esto es lo que ha venido haciendo la Iglesia –¡muchas veces en contra de su

voluntad!– en los cambios de paradigmas sociales, políticos y filosóficos. Esta “transformación” es

fundamental para el “testimonio profético” de la Iglesia.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Con las tres situaciones de Hechos y la exhortación de Romanos 12:1-2 hemos querido señalar, por un

lado, la manera en la que interviene el Espíritu Santo en los procesos históricos, y, por otro, el papel

ineludible de los protagonistas humanos en dichos procesos. Cada generación de cristianos tiene la

obligación moral de revisar la exégesis que hicieron sus ancestros y las conclusiones que sacaron para

validar su testimonio en el contexto de la sociedad en la que ellos vivieron. El testimonio profético es

dinámico, tiene que afrentar las innovaciones de cada generación: moral y éticamente. Y para ello la

Iglesia cuenta con algo más que con un Libro, cuyas letras son inamovibles y, a veces, ajenas a la

realidad subsiguiente; la Iglesia cuenta con la guía del Espíritu Santo, prometido por Jesús, que ilumina

la razón y la lógica humanas, con las que interactúa, y, sobre todo, con la hermenéutica y el sentir

cristiano (Filipenses 3:15). Nuestro “discernimiento” consiste en entender que los tiempos no son los

mismos, ni las situaciones son iguales a las que describen la Escritura. El Espíritu Santo está ahí, "al lado

de" la razón, la lógica y el sentir humanos para acoger a la Escritura como fuente de inspiración y guía,

no como una Ley distanciada de la realidad. Los grandes errores históricos de la Iglesia consistieron

tanto en el abandono de la Escritura, cual espejo donde mirarse, como convertir a ésta en un Tótem

donde cimentar el fanatismo que tanto daño ha hecho a la fe.

18

(III)

DEL GEOCENTRISMO AL HELIOCENTRISMO,

CRISIS PARADIGMÁTICA DEL TESTIMONIO PROFÉTICO

UNA SIMPLIFICACIÓN PRELIMINAR

El profetismo israelita

Desde un punto de vista bíblico-histórico, el “testimonio” cobra relieve a través del ministerio de los

profetas: “Y les envió profetas para que los volviesen a Jehová, los cuales les amonestaron…” (2 Crónicas

24:19). Durante el tiempo que el antiguo pueblo judío-israelita “peregrinó” por la Historia, Dios envió

profetas que los recordaba donde estaban fallando, evocando los acontecimientos salvíficos mediante

los cuales alcanzaron la “tierra prometida”: el Éxodo y el Sinaí (la libertad y la ley; o la responsabilidad y

la obediencia). Los profetas reclamaron una y otra vez el perfil que se esperaba de un pueblo liberado,

distinto de los pueblos que les circundaban. Un perfil que debía ser integrador: no solo era importante

el culto, la adoración a un solo Dios… era también importante la ética social, la justicia, sin lo cual el

culto y la adoración eran un sacrilegio (Isaías 1; 58:6-8; Jeremías 5:26-31; Amós 4:1-2; 8:4-6; Miqueas

6:6-8; etc.).

El profetismo cristiano y el milenarismo

Jesús de Nazaret (continuador del profetismo bíblico) dio a luz un movimiento “intrajudío”, pero ajeno

al templo y al culto sacerdotal judíos. En su primera fase, no-institucionalizado aún, el movimiento

cristiano tuvo un perfil típicamente escatológico, milenarista: ¡el Mesías resucitado venía en breve!

(“Maranata” –“el Señor viene”– debió de haber sido un saludo entre los cristianos del primer siglo – 1

Corintios 16:22). La prioridad de la primitiva comunidad cristiana era esencialmente misionera y

pastoral. Era de sumo interés, primero, “estar preparados”, el tiempo apremiaba, todo lo concerniente a

este sistema de cosas era relativo, tanto que daba igual comprometer o no a los hijos en matrimonio;

éste, incluso, podría constituirse en un obstáculo para dicha “preparación” (1 Corintios 7). Para lograr el

“testimonio” debido ante el mundo, se instituyó ministerios específicos: “apóstoles, profetas,

evangelistas, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la

edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del

Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no

seamos niños fluctuantes…” (Efesios 4:11-14). Y, segundo, era de mucha importancia el testimonio (vg. 1

Pedro 2:11 ss.).

19

Pero el eje hermenéutico para entender al movimiento cristiano en sus inicios, y de prácticamente todo

el Nuevo Testamento como testimonio histórico literario de aquel movimiento, es el milenarismo. Se

pierde la visión global de la exégesis neotestamentaria si no tenemos en cuenta este aspecto

milenarista, del cual el capítulo 7 de 1ª Corintios es un ejemplo. El “testimonio” neotestamentario está

marcado por este elemento crucial. La cuestión es que, muchos líderes cristianos, carentes de esta

premisa hermenéutica, fustigan desde los púlpitos a los fieles intentado crear una expectativa

milenarista artificial, a veces con la osadía de hacer creer que estamos viviendo en el “último” tiempo

(cuestión de años) ¡Son predicadores falaces y deshonestos!

Todo movimiento milenarista tiene una vida corta: espera la escatología en su propia generación. Ésta

era una característica también de la Iglesia primitiva; pero el Resucitado no acababa de “volver”. Así

que, ante la segura “desbandada” que se produjo, fue necesario una reinterpretación del “regreso”: “El

Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con

nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento… [Pues] para

con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Pedro 3:8 ss.; Hebreos 10:23-25: etc.).

En cierto sentido, el cristianismo primitivo (en su primer siglo de historia) hizo lo mismo que hacen los

mal llamados “Testigos de Jehová”: estos, a cada fallo de sus cálculos sobre la Segunda Venida de Cristo,

primero, lo racionalizan para mitigar la desbandada de los defraudados; y, segundo, vuelven a

“recalcular” dicha Venida para levantar nuevas euforias en los fieles que se quedan, y motivar la

“evangelización”. Desgraciadamente, en el mundo “evangélico” se oyen ecos de esta misma dinámica…

¡Mal testimonio profético estamos dando!

En cualquier caso, tanto en el profetismo veterotestamentario como en el neotestamentario, el objetivo

era preparar un pueblo dispuesto para ser “testigo de Dios”. Dios es un Dios de testimonio en la

Historia. Pero el profetismo es también “intrahistórico”, y esto, a veces, pasa una cara factura. La

historia parece tener la obsesión de repetirse… ¡una y otra vez! Según el testimonio de Jesús, no hubo

profeta que muriera fuera de Jerusalén… ¡lapidado! (Lucas 13:33; Hechos 7:58). La Iglesia optó por la

hoguera para deshacerse de los profetas, sean estos “laicos” o “clérigos”.

DOS MANERAS DE ENTENDER EL MUNDO, O LA CRISIS HERMENÉUTICA

El descubrimiento más importante de la Historia durante milenios fue el sistema heliocéntrico, que

inauguró un nuevo paradigma en la manera de ver y de entender el mundo y el universo.

Perspectiva del viejo paradigma

Cosmología

Hasta Galileo Galilei (1564-1642), la física, las matemáticas, la metafísica, la política… se fundamentaban

en Aristóteles (384-322 a.C.), de quien tomó nombre la ciencia conocida hasta entonces. La cosmovisión

que se tenía del Mundo antes del descubrimiento del sistema heliocéntrico –hipótesis lanzada por el

astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473-1543)–, seguía la teoría de Claudio Ptolomeo (siglo II), en la

cual todos los cuerpos celestes giraban alrededor de la Tierra. Hasta esta fecha: la Ciencia, la Filosofía y

la Teología eran unánimes en cuanto a la cosmología: la Tierra era el centro del universo, y todos los

cuerpos celestes giraban alrededor de ella. Ésta era también la cosmovisión de los autores de los libros

de la Biblia. De ahí la frase de Josué 10:12-13, que tiene sentido desde la teoría geocéntrica del viejo

paradigma. Lutero imprimió en la Biblia traducida al alemán por él mismo un dibujo representando el

sistema geocéntrico, con la Tierra como el centro del Mundo y todos los demás cuerpos celestes,

20

incluidos el Sol y la Luna, alrededor de ella. Ésa era también la cosmovisión del Reformador. Nosotros, si

hubiéramos vivido en la época anterior a Galileo, también hubiéramos creído que la Tierra era el centro

del universo. La hipótesis heliocéntrica de Copérnico fue confirmada por el astrónomo, matemático y

físico, Galileo Galilei, autor, según se cree, del invento del primer telescopio.

Geografía

Si la cosmología geocéntrica situaba la Tierra como el

centro del universo, y todos los demás cuerpos celestes

giraban a su alrededor, geográficamente, en el

mapamundi de la época, solo figuraban los tres

continentes conocidos hasta 1492, fecha en que

Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo (él creía que

era la India): Europa, Asia y África, ¡el Viejo Mundo! De

manera que, en el viejo paradigma, la Tierra era el

centro del universo y el mundo habitado se limitaba a

tres continentes, en cuyo ombligo se desarrollaron –y se

desarrollarán– todas las gestas bíblicas: el Edén, la historia de los patriarcas, la historia del pueblo

elegido, el Armagedón…

Nuevo paradigma e Ilustración

El paso del geocentrismo al heliocentrismo dio a luz el movimiento cultural llamado Ilustración, que

supuso una revolución en la ciencia, en la filosofía y en la política, e influyó en todas las áreas del

conocimiento humano, especialmente en el pensamiento de las clases cultas de aquella época. Su

fundamento era la razón y la libertad, que hacían posible el progreso, mejoraba el bienestar de los seres

humanos y los liberaba de la ignorancia. La Ilustración postulaba que la ciencia y la tecnología eran los

instrumentos necesarios para transformar el mundo (¡y, materialmente, así ha sido!). Su espíritu de

aquel momento era el valor del conocimiento y los derechos naturales del hombre. Coherente con estos

axiomas la Ilustración era contraria a los métodos filosóficos que proponían una metafísica dogmática, al

poder eclesiástico y a los gobiernos opresores.

Pero los logros de la modernidad que patrocinaba la

Ilustración solo fueron parciales. En el plano socio-

económico la racionalidad científica y técnica no pudieron –

no han podido– responder a las necesidades de subsistencia

y de bienestar de grandes sectores de la población. En el

plano socio-político la racionalidad no ha podido plasmar

una sociedad en justicia, libertad y fraternidad para todos,

que eran los valores democráticos de la modernidad. No

obstante de esta parcialidad en sus logros, debemos a la Ilustración el avance científico y tecnológico, en

todas las áreas de la vida. Como contrapartida, la Ilustración, y la modernidad derivada de ella, ha

venido originando un vacío existencial y espiritual en el mundo occidental, industrial y tecnológico. Un

vacío que, ante el descrédito que el cristianismo se ganó a pulso, especialmente representado por las

Iglesias históricas, lo ha venido llenando las sectas, las filosofías orientales, el esoterismo, los videntes…

21

La Iglesia ante el nuevo paradigma, o la paradoja del testimonio profético

Era típico, en la historia del testimonio profético, tanto en el Israel bíblico como luego en la Iglesia, que

los “testigos” proféticos sufrieran el acoso, la cárcel, incluso la muerte, por parte de la oficialidad

religiosa y política de la época. Esta experiencia ha sido una constante. La paradoja radica en ver a los

que representan el “testimonio profético” convertidos en carceleros y verdugos de los auténticos

profetas, cualquiera que sea la época. Esto ocurrió en el caso de Galileo Galilei (y otros muchos que

dilatan la lista).

Aparte de las luchas de poder religioso, y de las disputas doctrinales de los primeros siglos entre oriente

y occidente (no digamos de la división entre Bizancio y Roma en el año 1054), la primera vez que el

cristianismo se enfrenta a un tema verdaderamente serio y profundo fue lo que aquí venimos llamando

“cambio de paradigma”, del geocentrismo al heliocentrismo. Con este cambio de paradigma la Iglesia se

enfrentó nada menos que a la ciencia moderna, que es experimental; a la filosofía, con sus nuevos

enfoques; a la política, que abrió la puerta a Estados modernos… ¿Qué paso?

La Iglesia no estuvo a la altura de las circunstancias

La Inquisición católica obligó a Galileo a retractarse de su enseñanza heliocéntrica y, además, le condenó

a reclusión domiciliaria a perpetuidad. El científico murió prácticamente solo, olvidado de todos excepto

de algunos, pocos, amigos a quienes permitían su visita. Tuvieron que pasar siglos hasta que aquella

Iglesia, que le condenó y le encarceló, levantara el interdicto que pesaba sobre su nombre. Los

hermeneutas de la historia católico-romanos niegan que la Iglesia Católica Romana encarcelara a Galileo

por el descubrimiento en sí del heliocentrismo, sino por “transgredir” una prohibición cautelar de dicha

enseñanza. Pero el libro de Antonio Beltrán Marí –“Talento y poder”, Laetoli– es una apología

documentada de todo lo contrario: lo condenaron por enseñar una teoría (confirmada) que creían

contraría a la Biblia. Simplemente. La teoría heliocéntrica no solo parecía una locura para la Ciencia, la

Filosofía y la Teología de la época, sino que, sobre todo, contradecía lo que la Biblia “enseñaba”

(literalmente) sobre la cosmología: "Se paró el sol", porque era el que se movía (Josué 10:12-13).

El protestantismo (Lutero, Melanchton…) reaccionó exactamente igual que había hecho la Iglesia

Católica Romana. Partían de los mismos y únicos presupuestos científicos, filosóficos y teológicos: el

geocentrismo. Así pues, rechazaron el descubrimiento científico por el mismo motivo: ¡estaba en

contradicción con la Biblia! Johannes Kepler, contemporáneo de Galileo, luterano, fue expulsado del

colegio teológico de Tubinga, y tuvo que huir de sus correligionarios que lo juzgaban de blasfemo por

defender la teoría copernicana: ¡Los rescoldos de la hoguera que quemó a Giordano Bruno (1548-1600),

por enseñar que el Sol solo era una estrella entre otras muchas y la existencia de otros mundos, aún

estaban vivos!

La Ciencia, la Fe y la Hermenéutica

El problema básico no era –ni es– “Fe vs Ciencia”. Esta “batalla” nunca debió haber comenzado. La

verdadera ciencia (los hechos demostrables, evaluables…) no puede estar en contradicción con la fe

(metafísica, teología…) verdadera. Ambas disciplinas tienen como fundamento la Verdad (sea esto lo

que sea) como confluencia accidental, no causal, porque pertenecen a disciplinas distintas. El

enfrentamiento entre la fe y la ciencia, por lo tanto, es una disputa estéril e innecesaria. La Biblia no

reclama para sí ser una fuente de conocimiento natural o científico. Esta atribución es una afirmación

dogmática sin ninguna base escritural. Es una deducción teológica del fundamentalismo literalista, que

22

no puede asumir que la Biblia, “la palabra de Dios”, no contenga verdades científicas, naturales,

astronómicas… ¡La Biblia no es un libro de ciencia, aunque pueda contener afirmaciones que sí lo sean…

como cualquier otro libro de la antigüedad, sea “sagrado” o profano! La ciencia, por su lado, no dispone

de elementos para afirmar ni para negar a Dios; tampoco es su banco de trabajo. Se limita a interpretar

y utilizar las leyes de la naturaleza que descubre, y lo hace muy bien. Nosotros, los cristianos, somos los

primeros que deseamos hacer uso de sus inventos y de sus tecnologías avanzadas. La Ciencia, con

mayúsculas, no es enemiga de la Fe. Ésta y la ciencia deben seguir sus caminos paralelos, respetándose y

reconociéndose…

La cuestión de fondo de lo que venimos diciendo es que el “testimonio profético”, representado por las

Iglesias históricas, encarcelaron a un “profeta” que declaraba una verdad científica. Y lo encarcelaron en

nombre de Dios, de la Religión, de la Verdad. El quid de la cuestión, en definitiva, era una cuestión

hermenéutica. El error básico de la Teología que condenó al científico era hermenéutico; fue el

fundamentalismo teológico, el literalismo de la exégesis bíblica, lo que le encarceló. Es aquel

fundamentalismo el que hoy sigue encarcelando, censurando, condenando…

Lamentablemente, a partir de ahí, y tras los siguientes acontecimientos científicos, filosóficos, políticos…

la Iglesia continuó ofuscada en su fundamentalismo. La Iglesia Católica Romana se opuso en su día a la

Declaración de los Derechos Humanos. Hoy, en el siglo XXI, de los 103 convenios internacionales sobre

derechos humanos, solo tiene ratificado 10.

Ante las injusticias político-sociales que se produjeron durante la revolución industrial en Inglaterra,

tanto la Iglesia nacional inglesa (con la Cámara de los Lores), la jerarquía católico-romana y la Iglesia

nacional Luterana, defendían el “orden querido por Dios”, que no era otro que las inmutables verdades

e instituciones del viejo y obsoleto paradigma. El informe de William Booth, fundador del Ejército de

Salvación, mostró a las Iglesias hasta qué punto llegaba la miseria de las masas en los suburbios

industriales, las condiciones de trabajo de niños y de mujeres… ¡Solemos condenar a los ideólogos

marxistas y naturalistas con una ausencia casi total de autocrítica del cristianismo de la época! ¡Y éste es

uno de nuestros pecados como “testigos proféticos”, la ausencia de autocrítica!

¿Ha hecho en su conjunto el cristianismo, en el umbral en el siglo XXI, una autocrítica de su papel

durante los profundos cambios sociales, políticos y científicos derivados de la Ilustración en los siglos

posteriores a ésta? En cualquier caso, ¿no ha sido un alarde de etnocentrismo prepotente limitarse a

condenar todo proceso que surgía de las diferentes áreas: científica, política y social? Salvo a nivel

individual (¿"disidentes" o "profetas"?), ¿están las instituciones eclesiales dispuestas a dialogar los

grandes temas: sociales, políticos, científicos… que suscitan el siglo XXI? ¿…?

23

(IV)

EL TESTIMONIO PROFÉTICO DE LA IGLESIA

EN SU DEVENIR CÍCLICO EN LA HISTORIA

UNA BREVE RECAPITULACIÓN

En la primera parte (“La intrahistoria como teoría

hermenéutica”) hemos disertado acerca de la

hermenéutica, la disciplina que nos permite hacer una

exégesis contextualizada de los textos bíblicos, y las

consecuencias que pueden revertir sobre el testimonio de

la Iglesia. En la segunda parte (“El Espíritu Santo y los

procesos históricos”) hemos analizado tres testimonios del

libro de Hechos y expuesto una reflexión sobre Romanos

12:1-2, donde es evidente el protagonismo que ejercieron tanto el Espíritu Santo como los protagonistas

humanos mismos. En la tercera parte (“Del geocentrismo al heliocentrismo…”) hemos constatado el mal

testimonio que dieron las Iglesias históricas (tanto católica como protestante) ante el nuevo paradigma

que supuso el descubrimiento del sistema heliocéntrico.

Que el testimonio de la Iglesia se ha visto afectado durante su peregrinar por la Historia en relación con

estas áreas que hemos analizado, especialmente en la tercera, no tenemos la menor duda. Que el

testimonio de la Iglesia del siglo XXI se está viendo afectado, tenemos aún menos duda; particularmente

por los grandes cambios sociales que se han producido en los últimos dos siglos, en todos los órdenes,

los cuales han puesto a prueba a la Iglesia, la cual se ha encerrado en una hermenéutica "biblicista",

especialmente en el entorno evangélico-protestante. Por supuesto, obviamos las obras buenas y

positivas que han llevado –y llevan – a cabo ciertos sectores de estas mismas Iglesias (orfanatos,

misiones…), lo cual no justifica el mal testimonio institucional. El problema subyacente institucional ha

sido –y es– de carácter hermenéutico, dos maneras diferentes de leer y de entender la Biblia: una,

desde una hermenéutica literalista (“porque la Biblia lo dice") y, la otra, desde una hermenéutica

interdisciplinar (que se pregunta: “por qué" lo dice).

La primera (“porque la Biblia lo dice”) desestima el contexto socio-cultural de los enunciados bíblicos,

sacralizando y absolutizando el texto. La segunda (“por qué” lo dice) reconstruye y escenifica “lo que

dice”, es decir, busca en el contexto sociológico, histórico y cultural el significado de “lo que dice” para

entender, primero, qué significado tuvo en su contexto, y luego evaluar qué significado tiene para

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nosotros, que puede ser distinto e incluso no tener ninguno. Obviamente, optamos por la segunda, y

ésta es la razón de ser de ¡Restauromanía…?

Pues bien, en esta cuarta parte vamos a ocuparnos, con la misma brevedad, de la inexorable implicación

por la que la Iglesia debe optar ante los acontecimientos históricos en la sociedad donde vive y testifica.

EL TESTIMONIO PROFÉTICO NO ES AJENO AL MUNDO

El pietismo, tanto católico como protestante, ha hecho un

flaco favor al testimonio profético. La interiorización del

concepto “los del mundo”, a la larga, ha hecho mucho

daño al testimonio cristiano. Un reducto de este pietismo

fosilizado lo vemos representado en algunos grupos

religiosos cristianos, como los Amish. Siguiendo la exégesis

literalista se aislaron físicamente del resto de la sociedad,

viviendo en comunidad cerrada, para no “contaminarse”

con el mundo. Es cierto que hay textos evangélicos (Mateo 19:21 y otros) que incitan a “excluirse del

mundo” (de ahí los primeros anacoretas en el cristianismo a partir del siglo III, pero esto es otra

historia). No condenamos el positivo estilo de vida que practica dicho grupo religioso, la solidaridad de

los unos con los otros que fomentan, el sentido de la justicia que muestran, la obediencia a las leyes,

etc. Pero sí cuestionamos su aislamiento físico “del mundo”.

Ahora bien, el aislamiento al que nos referimos no tiene que ser necesariamente físico; puede ser –y lo

es– también moral e ideológico, que es peor si cabe que aquel, por el fariseísmo que lo intoxica. Este

pietismo heredado, practicado y fomentado en muchos sectores del protestantismo evangélico no tiene

su raíz ni en las enseñanzas ni en la vida de Jesús (a pesar del texto citado).

La sociedad en la que vivió Jesús estaba dividida moral y religiosamente entre los “puros” y los

“impuros”. Los “puros” eran especialmente los fariseos y los doctores de la ley, que conocían bien los

entresijos de las prácticas religiosas inspiradas en la Ley. La lista de los “impuros” la engrosaban,

primero, los ignorantes de la ley que, por su ignorancia, no podían cumplir sus demandas (Juan 7:48-49);

segundo, los recaudadores de impuestos (al servicio de Roma) y aquellos cuyos oficios se les imputaban

impurezas ceremoniales (Marcos 2:16); y, tercero, por supuesto, las “prostitutas” y demás personas

diferenciadas por la sociedad… Todos estos eran los “impuros”… ¡los del mundo!

Pues bien, ocurrió que Jesús optó por los “impuros”, por los diferenciados, por los desheredados, es

decir, por las gentes “del mundo”. No existe una sola palabra puesta en boca de Jesús que conlleve ese

despectivo concepto de “los del mundo”, y cuando se refirió a ellos, evocando las palabras de los

religiosos de su época, declaró que él había venido para rescatarlos, para sanarlos, para ganarlos para el

reino de Dios…. ¡por eso se juntaba y comía con ellos! (Marcos 2:13-17). Jesús nunca dijo nada por lo

que esos “impuros” hubieran podido sentirse subestimados; al contrario: con su aceptación, con su

compañía compartiendo mesa con ellos, los elevó moralmente e hizo que recuperaran la autoestima mil

veces estigmatizada por los “puros” religiosos (Ver Lucas 19:1-10). ¿Hemos pensado alguna vez cómo se

sentirán las personas (padres, hijos, hermanos, amigos…) que no "creen" como nosotros, cuando estos

perciben que el concepto que tenemos de ellos es ése: “los del mundo”?

Éste es un concepto meramente teológico que en ninguna manera debe trascender al trato personal, a

la empatía, y ni siquiera al vocabulario respecto a las personas “no creyentes”. Primero, porque nuestro

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concepto de “creyente” es muy restringido (a veces, etnocéntrico): ¡creemos que solo los

“protestantes” –¿los “evangélicos”, de las “Iglesias de Cristo”…?– somos los únicos verdaderos

creyentes; todos los demás son “del mundo”. Este sentir pietista lo socializamos a través del lenguaje

religioso, las oraciones de grupo, la arenga litúrgica y, sobre todo, por medio del adoctrinamiento.

¡Grave error! ¡Terrible y fatuo error! ¡Y tal es así, que nos extraña, por ejemplo, que un católico-romano

que rechaza los dogmas, o ciertos dogmas, de su Iglesia, no se convierta en “evangélico” (o “cristiano”

de la Iglesia de Cristo)! ¡Otro error! ¿No deberíamos analizar mejor exegéticamente Juan 17:14; Gálatas

6:14 y otros textos afines, sobre todo a través del prisma de la “cara humana” de Dios en la persona de

Jesús? Sobre el testimonio profético, el de verdad, tenemos mucho que aprender de Jesús, el Jesús de

los Evangelios, el Exegeta de Dios, el que vino para servir y no para ser servido, para salvar y no para

condenar, para incluir y no para excluir…

EL TESTIMONIO PROFÉTICO TIENE QUE ESTAR IMPLICADO “CON” EL MUNDO

La identidad judía de la diáspora fue preservada por tres elementos de la Ley: La circuncisión, las normas

de pureza de los alimentos (leyes kosher) y las restricciones sobre los matrimonios (“cumplid mis normas

y guardad mis leyes, comportándoos de acuerdo con ellas. Yo soy el Señor vuestro Dios” – Levítico 18:4).

Podemos afirmar que el pueblo judío ha mantenido su identidad como tal, a través de los siglos, gracias

a estos tres elementos que comportan toda su vida social y religiosa. ¿Cómo preservará su identidad la

Iglesia, si ésta está exenta de la circuncisión, de la pureza de los alimentos (“todos los alimentos son

puros” – Marcos 7:19; Hechos 10:15) y el consorte no necesariamente tiene que ser “cristiano”? ¿Cómo

saber ahora qué comportamiento determina la frontera entre la iglesia y “el mundo”? Pablo se encontró

en este punto con algunos problemas, si bien su solución refleja que no los consideraba problema a

largo plazo, sin duda por la inminente venida de Cristo. El Apóstol plantea este tema de manera

bastante ambigua: ¿Qué puede contaminar al cristiano? En cuanto al consumo de los alimentos (que

eran sacrificados a los ídolos) Pablo dice, unas veces, tajantemente que no (1 Cor. 10:21-22); otras

veces dice tajantemente que sí (1 Cor. 8:4-6; 10:25-27); y, otras, que depende (1 Cor. 8:13; 10:28-30).

Este marco de posibilidades que presenta Pablo, ofrece al cristiano una libertad basada en la

responsabilidad y el discernimiento, muy lejos del “blanco-negro”, "sí-no", que algunos gurús cristianos

imponen a los fieles.

En definitiva, lo que distingue a una persona cristiana de otra que no lo es, en última instancia, es la

ética, no el aislamiento, cualquiera que sea éste. Todo esto sin olvidar que la praxis ética no es un

monopolio exclusivo de los "cristianos", y la "fe" (cristiana) auténtica es aquella que actúa por el amor

(Gálatas 5:6). Esto significa que el cristiano puede (y debe) implicarse “con” el mundo en todos los

proyectos que dignifican al ser humano… Cualquier forma de “piedad” cristiana debe evocar a la

persona de Jesús y al espíritu de las buenas nuevas de su mensaje. En principio, Jesús encarnó el

profetismo veterotestamentario, y el mensaje de este profetismo era profundamente humano, social...

¡de este mundo! Era una denuncia activa y deliberada contra los opresores de los materialmente

pobres, y contra los príncipes políticos y religiosos en connivencia con ellos. Era un mensaje que

producía un agudo e inevitable conflicto, no solo con aquellos príncipes y opresores, sino con los

"profetas" funcionarios de la corte y del culto; conflicto que terminaba con el aislamiento y la

marginación del auténtico profeta (Amós 7:10 ss.; Oseas 9:7-9; Miqueas 2:6 ss.; Isaías 8:11 ss.). Jesús

muy pronto se vería en esta misma situación (Juan 7:1; 11:54; y otros).

El testimonio profético que corresponde a la Iglesia no será profético si, primero, mira para otro lado

ante las manipulaciones, políticas o religiosas, que atentan contra la dignidad del ser humano en su

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conjunto, ya sea por causa de las leyes injustas de cualquier gobierno, la opresión y el fraude económico

que puedan ejercer los poderosos, o el simple desamparo que puedan sufrir los indefensos de la

sociedad; y, segundo, si no se involucra responsablemente aportando lo que de bueno conlleva el

Evangelio de Jesucristo, sin acepción de personas. El pietismo, como alternativa, desacredita a la Iglesia.

Dos conceptos teológicos, acerca de la "soberanía de Dios", mueven la balanza de la acción o no-acción

de las Iglesias respecto "al mundo", que plantean dos opciones totalmente distintas: una, aquella que

minimiza el esfuerzo humano y deriva en una postura inevitablemente quietista (y pietista); otra,

contraria, aquella que acentúa el valor de la acción humana para trabajar y asegurar la cara amable y

positiva del reino de Dios aquí y ahora. Ante esta tensión que surge de estas dos posturas, las Iglesias

tienen que responder con su actitud: ¿Sabrán mantener, afirmar y hacer valer la paradoja fundamental

del Evangelio que consiste en influir eficazmente en la civilización, en formarla, transformarla y penetrar

en ella, sin confundirse con ella o perderse en ella?”.

Pues bien, como una respuesta a esta interrogante, y por primera vez después de la Reforma, se

reunieron en Estocolmo, los días 19-30 de agosto de 1925 (hace 87 años), 610 delegados oficiales

representando 31 comuniones cristianas de 37 países con el objeto de discutir aspectos importantísimos

que tenían que ver con la sociedad, con el mundo de aquella generación. La Conferencia de Estocolmo

se dividió en cinco comisiones, todas relacionadas con los problemas sociales, culturales, económicos,

políticos…: a) La Iglesia y las cuestiones económicas e industriales; b) La Iglesia y los problemas morales

y sociales; c) La Iglesia y las relaciones internacionales; d) La Iglesia y la educación cristiana; e) La Iglesia

y los métodos de cooperación y federación (Héctor Vall, SJ, “A la búsqueda de una nueva sociedad” –

Sociedad de Educación Atenas, Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad - 1997).

El espíritu de aquella Conferencia es todo lo contrario al pietismo que practican y fomentan desde sus

púlpitos algunas iglesias, que, además de aislarse del mundo, se limitan a condenar todo lo que surge en

el mundo y que no está dentro de sus estrechos esquemas mentales, morales, teológicos… Pero la

piedad entendida desde el ejemplo de Jesús requiere arrimar el hombro y colaborar en lo posible con el

resto de las gentes para lograr un mundo más justo, más solidario y más fraterno.

De "salvar el alma" ya se encargará Dios, la Iglesia debe proclamar el Evangelio al mundo a la vez que se

involucra en la resolución de los problemas de éste. Una cosa no quita la otra. Es decir, solo podemos

ser “testigos de Dios” si les mostramos a las gentes, de una manera práctica, que sus problemas son

también nuestros problemas, sus lágrimas son nuestras lágrimas, sus alegrías son nuestras alegrías, sus

anhelos humanos son nuestros anhelos… Implica reconocer que sufrimos sus mismas enfermedades, sus

mismos dolores; implica, por lo tanto, abandonar la arrogancia de creer que por ser cristianos estamos

libres de sus “castigos” divinos. Implica también que cuando nos acerquemos a las personas "del

mundo" éstas perciban que nuestro interés, nuestro sincero interés, es el de ayudarles personalmente

en sus problemas morales, espirituales y sociales, y no solo para integrarles a nuestra “feligresía”. Jesús

buscó al hombre (y a la mujer) total, completo, y no precisamente para integrarla en algún "grupo"; a

Jesús le vemos sanando el cuerpo y el espíritu de los quebrantados, dándoles pan para saciar el hambre

físico, acercando a las personas a Dios, ayudándoles a hallar en su interior el poder y la virtud

reparadora y terapéutica que tienen dentro de sí (aun sabiendo que luego no volverían – Juan 6:26).

¡Jesús, el Verbo, vino a “este” mundo y habitó “entre” nosotros y “con” nosotros! ¡La Iglesia debe hacer

lo mismo: estar "en" el mundo, “entre” las gentes y “con” las gentes! ¡Y solo así podemos ser testigos

proféticos!

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APÉNDICE

Sin embargo, como testigo ante el mundo, la Iglesia tiene varios rivales reales, militantes. Los que aquí

reseñamos no son los únicos, pero los señalamos como ejemplos. Algunos de ellos los tenemos dentro

de casa.

EL EXCLUSIVISMO

La raíz del exclusivismo es el convencimiento axiomático de poseer la Verdad absoluta: ¡hay que

convertir al otro, porque NO es de los "nuestros"! Hasta el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica

Romana predicaba que fuera de ella no había salvación. A partir de dicho Concilio reconocieron que

había "otras realidades eclesiales" que tenían de suyas verdades salvíficas, y llamaron a sus feligreses

"hermanos separados". Hoy, en las reuniones ecuménicas, afines al espíritu del Concilio Vaticano II, se

habla simplemente de "hermanos", sin adjetivo. Al menos, entre los católicos-romanos progresistas, se

ha eliminado una barrera teológica muy importante para el diálogo. Pero esta barrera no es la única que

estos progresistas han eliminado; para conocer en profundidad este marco de posibilidades desde el

diálogo hay que acercarse a estos círculos y conocer a sus protagonistas personalmente. Esto significa

que en el marco religioso se está abriendo un nuevo paradigma también. Pues bien, como

contraposición, el exclusivismo es la antípoda de esta nueva realidad religiosa. Creemos que el

ecumenismo (¿profético?) es aquel en el cual los integrantes están dispuestos a confraternizar libre y

personalmente sin subyugar ni ser subyugado. El diálogo con otros cristianos, entendido así, no resta ni

divide los principios de las respectivas identidades religiosas que comparten su fe, antes bien suman lo

que de espiritualidad contienen. Tampoco es un sincretismo, porque cada uno conserva lo propio sin

hipotecarse a aceptar lo ajeno.

La huída del exclusivismo, por lo tanto, exige reevaluar el concepto “misionología” para no caer en el

simple proselitismo. Fuera de nuestro “aprisco” hay otras ovejas halladas por el Pastor, que oyen y

conocen Su voz… ¡aunque no pisen nuestros particulares locales de culto! Pero sabemos que el

exclusivismo es proselitista por necesidad: ¡no son de los nuestros –dicen–, hay que evangelizarlos y

enseñarles nuestras "sanas doctrinas"! Pero también sabemos que la evangelización es por naturaleza

humanizante, todo cuanto aúna es para dignificar a las personas; redimir, en el lenguaje de Jesús, es

humanizar ("he venido para que tengan vida…" – Juan 10:10). El exclusivismo no humaniza, por el

contario, aliena y fanatiza. El exclusivismo es un verdadero rival de la verdadera Iglesia y de la misión de

ésta. El Consejo Ecuménico de las Iglesias en su documento “Testimonio común y proselitismo” define a

éste de la manera siguiente:

“El proselitismo es la corrupción del testimonio – Se corrompe el testimonio cuando se usan sutil o

abiertamente la adulación, el soborno, la presión indebida o la intimidación para provocar la aparente

conversión; cuando colocamos el éxito de nuestra iglesia antes que el honor de Cristo; cuando

cometemos la deshonestidad de comparar el ideal de nuestra iglesia con los logros reales de otra;

cuando tratamos hacer adelantar nuestra causa levantando falso testimonio contra otra iglesia; cuando

personal o colectivamente reemplazamos el amor por cada alma individual que nos concierne por el

afán de conquista. Tal corrupción del testimonio cristiano indica falta de confianza en el poder del

Espíritu Santo, falta de respeto a la naturaleza del hombre y falta de reconocimiento del verdadero

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carácter del Evangelio. Es muy fácil reconocer estas faltas y pecados en otros, pero es necesario

reconocer que todos estamos expuestos a caer en uno u otro de ellos".

EL SECULARISMO

Actualmente somos testigos de un proceso de reavivamiento de lo secular (¿laicismo?) que fomenta la

indiferencia hacia la "ortodoxía religiosa" (Iglesias históricas), ¡pero no hacia lo "trascendente"! Esta

peculiaridad la deberíamos tener muy en cuenta los cristianos. La ausencia de autocrítica histórica,

desde el comienzo de la modernidad, ha ofuscado a las Iglesias en la idea de que, cuando la gente no

acepta el "evangelio" que predican, se debe a la perversión, el engreimiento y la irreverencia hacia Dios

por parte de aquellos. Posiblemente entre esos millones de personas que “rechazan” el evangelio haya

muchos que pertenecen a esas categorías, pero no pueden ser todos. Solemos exhibir una percepción

bastante distorsionada de la realidad por causa de nuestra deformación teológica social. Desde nuestro

no disimulado etnocentrismo religioso nos satisface creer que la gente es perversa porque no acepta

nuestras prédicas; nos falta honradez intelectual para el análisis profundo de la realidad misma.

¿Cómo explicar que tantos miles de personas que ridiculizan la religión (a la Familia religiosa que sea)

busquen, sin embargo, un sentido transcendente a sus vidas en tantas ofertas alternativas a la religión

cristiana? ¿Es su maldad lo que les lleva a dichas alternativas? ¿No habremos de hacer una autocrítica y

preguntarnos por qué hemos perdido credibilidad como cristianos ante nuestra sociedad? ¿Qué

credibilidad puede tener una iglesia que predica la marginación y la subestima de la mujer por ser

mujer? ¿Qué credibilidad puede tener una iglesia que es indiferente a los problemas del mundo porque

“son del mundo”? ¿Qué credibilidad puede tener una iglesia que niega las posibilidades de controlar la

natalidad en la familia? ¿Qué credibilidad puede tener una iglesia que habla de libertad espiritual y

luego controla la vida de sus feligreses? ¿Qué credibilidad puede tener una iglesia que habla de justicia,

de comprensión y de amor si luego excomulga a quienes no rubrican todos y cada uno de sus dogmas?

¿…?

¿No deberíamos de hacer una profunda autocrítica sobre la actitud que nos caracteriza al encarar los

problemas sociales de nuestro entorno, “el mundo”, y los planteamientos éticos que suscitan nuestro

siglo, en la vida individual, familiar, social, eclesial…? ¿No deberíamos de dialogar con las gentes “del

mundo”, preocuparnos por las cosas que a ellos les preocupan, hacerles sentir que estamos ahí para

ayudarles a superar los trances de la vida, antes que condenarlos, censurarlos… y evitar así que tengan

la percepción –no sin motivo– de que solo nos importan para “evangelizarlos” y hacerles miembros de

nuestra “feligresía”? Aun así, de cualquier manera, el secularismo es nuestro rival. El secularismo

militante, obtuso, deliberado. Y solo éste.

Terminamos este apartado con un breve párrafo del discurso de investidura en el acto de

nombramiento como doctor honoris del ex-jesuita y antiguo profesor José Mª Castillo en la universidad

de Granada, titulado “La humanidad de Dios” – 13 de mayo de 2011:

"Mucha gente no ha dejado de creer en Dios por causa de la degeneración moral y de los pecados, de los

que tanto suele hablar el clero. Ni es correcto decir que se ha perdido la fe porque vivimos en una cultura

laicista, secularizada y relativista, en la que se han perdido los “valores absolutos” porque los avances

incontrolados de la ciencia y la tecnología han desplazado a Dios del centro de la vida. Sin duda, hay

personas que, en sus problemas de fe, están influenciadas por todo eso. Y por otras posibles causas que

nadie se imagina. Pero el centro del problema no está en nada de eso. Como muy bien ha escrito

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recientemente el profesor Juan de Dios Martín Velasco, "la actual crisis de Dios sólo ha podido

desencadenarse debido a la forma falseada de presentar a Dios y de vivir la relación con él, que se había

extendido por las Iglesias cristianas sobre todo en la época moderna”. Mucha gente no ha abandonado

su creencia en Dios porque se trata de gente que se ha pervertido, sino porque a la gente se le ha

ofrecido una imagen de Dios tan deformada, que Dios, para muchos ciudadanos, resulta inaceptable o

incluso insoportable..."

EL SECTARISMO

Secta es una palabra polisémica; su acepción depende del contexto que se usa en una literatura

particular, en el tiempo y en el espacio. Aquí nos referimos a los grupos pseudoreligiosos destructivos

por su forma de captar a los adeptos, por la dinámica despersonalizadora que ejercen sobre ellos,

además del engaño y del fraude de los cuales son objetos. No nos referimos por secta, pues, a los

grupos religiosos que se escinden de un grupo mayor por cuestiones secundarias. En cualquier caso, la

proliferación de las sectas, del tipo que sean, y el auge de los movimientos pseudoreligiosos, ponen en

evidencia la necesidad que las personas sienten de algo trascendente (¡el Dios que llevan dentro –

Hechos 17:27-28!).

Después de los efectos negativos que conllevan los estupefacientes, nada hay más destructivo que las

sectas. Por el poder deshumanizante que éstas ejercen sobre los individuos, despersonalizándolos,

robándoles el don más precioso que Dios les ha dado: la libertad, la capacidad crítica, el uso libre de la

razón… Como cristianos con mentes abiertas deberíamos ser capaces de entender que nuestros rivales

no son otros cristianos, no importa de qué Familia sea (bautista, pentecostal, presbiteriano, católico…).

Podemos discrepar teológicamente con los postulados que estos defienden, con sus tradiciones, etc.;

pero esas discrepancias no los convierten en rivales nuestros. Como nosotros tampoco deberíamos serlo

para ellos. El Señor es uno; Su Iglesia es una; la Gracia por la cual somos salvos es compartida… ¡Tanto

ellos como nosotros creemos en ese único Señor, nos sentimos parte de esa misma y única Iglesia, y

damos gracias y alabamos al mismo y único Dios! ¡Nuestros rivales son las sectas! (Siento que los

hermanos de Latinoamérica usen este vocablo con un sentido diferente al que yo le atribuyo aquí).

La división religiosa, especialmente la cristiana, da alas a las sectas. Sus argumentos en la captación de

seguidores posiblemente serían los mismos aunque no hubiera división entre las Iglesias cristianas; pero

las divisiones, a veces con luchas evidentes por el poder entre ellas, y el mal testimonio que proyectan

hacia afuera, es aprovechado por las sectas para desmoralizar aún más a los posibles ingenuos que

retengan alguna esperanza de cambio en aquellas (Para una información amplia sobre la pluralidad

religiosa, las sectas y los nuevos movimientos religiosos: “Pluralismo religioso” – Sociedad de Educación

Atenas – Centro Ecuménico “Misioneras de la Unidad” – Madrid, 1993).

EL FUNDAMENTALISMO

Por fundamentalismo nos referimos al pensamiento filosófico-teológico que se caracteriza por una

hermenéutica bíblica literalista, lectura acrítica de la Biblia ("Lo dice la Biblia"). El fundamentalismo,

primero, es una herencia de la ausencia de autocrítica desde el comienzo de la edad moderna (tema

expuesto en otro capítulo de este trabajo: "Del geocentrismo al heliocentrismo…"). Después, en el siglo

XIX, deviene en un movimiento teológico que se aferra al "biblicismo" como mecanismo de defensa

contra el liberalismo extremo, que cuestionaba todo valor de lo religioso. Hoy, creemos que el

fundamentalismo es el estancamiento de un diálogo que todavía no se ha producido, entre la exégesis

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literalista y la exégesis desde las ciencias sociales (la hermenéutica interdisciplinar de la cual tanto

hablamos aquí). Incluimos el fundamentalismo en la lista de “rivales” porque, si bien en algún tiempo

pudo haber sido un “frente de defensa” para la fe, hoy se ha convertido en un obstáculo para dicha fe.

Salvo para los adoctrinados, el fundamentalismo es un auténtico tropiezo para los candidatos a aceptar

a Jesús como el Hijo de Dios, y un callejón sin salida para los que ya lo han aceptado.

Precisamente la Ilustración, a pesar de las bajas que produjo entre las filas de los creyentes en su día, es

la que nos ha aportado un enorme desarrollo en todos los campos del conocimiento humano, no solo en

las ciencias físicas y tecnológicas, sino también en las ciencias bíblicas modernas. Conocimientos,

algunos de los cuales, son irreconciliables con las proposiciones "bíblicistas", donde el heliocentrismo es

solo un botón de muestra. ¿No merecerá la pena abrir este diálogo?

CONCLUSIÓN FINAL

La argumentación global de las cuatro partes de que consta este trabajo está dirigida hacia el testimonio

de la Iglesia especialmente en nuestra historia particular. Como cristianos creemos que la Iglesia es una

“agencia” divina con una misión específica en la sociedad donde vive. Esta misión conlleva

inexorablemente un testimonio a través del cual Dios continúa manifestándose al mundo (cosa que no

siempre ha sido así por causa de la falta de visión de la Iglesia y el autismo ante los cambios de

paradigmas históricos). En muchos casos, en el pasado, fue el fanatismo, o el ansia de poder político y

social de los representantes de la Iglesia, etc. lo que hizo que dicho testimonio profético fuera opacado

e incluso anulado ante el mundo. El futuro de la Iglesia se dilucida en el presente. La Iglesia vive en un

mundo convulsivo, en un nuevo cambio de paradigma, con muchos y más complejos asuntos con los

que lidiar, pero no puede, como alternativa, huir del mundo, sino involucrarse en la travesía con el

resto de los que navegan en el mismo barco: el mundo. Creemos que desde el cambio de paradigma del

geocentrismo al heliocentrismo (y los cambios profundos sucesivos como consecuencia de él: científicos,

tecnológicos, sociales…), la Iglesia, o cierto sector influyente de ella, vive todavía enrocada en el viejo

paradigma. Su mensaje cristológico quizás sea “bíblico”, pero su testimonio pueda que no lo sea.

(FIN)