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40 EPS FOTOGRAFÍA: REUTERS EL VIAJE DE LA ESPERANZA Bono, el carismático líder de U2, convenció a Paul O’Neill, secretario del Tesoro de EE UU, para viajar juntos a África. Para que viera en directo la miseria. Para arrancarle un compromiso de ayuda. Acompa- ñamos durante 15 días a la ‘extraña pareja’ en su gira. Por Enric González. El avión se había llamado Grandes Esperanzas durante la campaña presiden- cial del año 2000, cuando transportaba al candidato George W. Bush. Y ahora volaba hacia un paraíso, un país “de gente guapa y bien vestida, un país educado, abierto al mar, democrático…”. Bono, con gafas de color rosa, camisa oscura y barba de dos días, describía con la voz y con las manos, enormes y siempre en movimiento, las maravillas de Ghana. Paul O’Neill, vestido con la pulcritud que se espera de quien firma los billetes de 20 dólares, asentía con la cabeza y dudaba con la mirada. Bono encontró al fin la palabra justa para Gha- na: “Es un país cool; si un país inventó lo cool, tuvo que ser Ghana”. No es fácil traducir cool. Podría ser “ele- gante”, o, en castizo contemporáneo, “lo que mola”. Da igual, porque quien trasladó el comentario de Bono al presidente gha- nés, John Agyekum Kufour, pronunció mal la palabra. O tal vez los ayudantes de Ku- four no oyeron bien. Entendió coup, un tér- mino muy inquietante en política. Cuando el presidente recibió al secretario del Teso- ro de EE UU y a la estrella del rock, un alto cargo del Gobierno de Accra trató de acla- rar las cosas en privado: “Hemos tenido algo de eso en el pasado, es cierto. Pero me parece excesivo decir que nosotros inven- tamos el golpe de Estado”. Dos días después, la expedición se en- contraba en circunstancias muy poco pa- radisíacas. En pleno anticool. Un viejo bi- motor de la fuerza aérea había transporta- do a O’Neill, Bono y compañía (asesores, funcionarios, servicio secreto y periodis- tas) hasta Tamale, una población de ma- yoría musulmana al norte del país, pero el viaje de retorno a Accra, la capital, resul- taba imposible. El bimotor no podía volar entre tormentas. Atardeció y anocheció bajo el sopor de una temperatura y una hu- medad atroces, y el grupo fue arrugándo- se, empapado en sudor, en las precarias instalaciones del aeródromo militar de Ta- male. El propio O’Neill, un hombre siem- pre impoluto, como recién fabricado cada mañana, tuvo que desabrocharse varios botones de la camisa y sentarse en el rincón que le pareció menos sucio para en- gullir, como Bono y el resto, una ración de campaña proporcionada por misioneros. Las noches cuartelarias de Ghana, con su bochorno, sus murciélagos y su hedor a

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EL VIAJE DE LAESPERANZABono, el carismático líder de U2, convenció a PaulO’Neill, secretario del Tesoro de EE UU, para viajarjuntos a África. Para que viera en directo la miseria.Para arrancarle un compromiso de ayuda. Acompa-ñamos durante 15 días a la ‘extraña pareja’ en su gira.Por Enric González.

El avión se había llamado Grandes

Esperanzas durante la campaña presiden-cial del año 2000, cuando transportaba alcandidato George W. Bush. Y ahora volabahacia un paraíso, un país “de gente guapay bien vestida, un país educado, abierto almar, democrático…”. Bono, con gafas decolor rosa, camisa oscura y barba de dosdías, describía con la voz y con las manos,enormes y siempre en movimiento, lasmaravillas de Ghana. Paul O’Neill, vestidocon la pulcritud que se espera de quienfirma los billetes de 20 dólares, asentía conla cabeza y dudaba con la mirada. Bonoencontró al fin la palabra justa para Gha-na: “Es un país cool; si un país inventó locool, tuvo que ser Ghana”.

No es fácil traducir cool. Podría ser “ele-gante”, o, en castizo contemporáneo, “lo

que mola”. Da igual, porque quien trasladóel comentario de Bono al presidente gha-nés, John Agyekum Kufour, pronunció malla palabra. O tal vez los ayudantes de Ku-four no oyeron bien. Entendió coup, un tér-mino muy inquietante en política. Cuandoel presidente recibió al secretario del Teso-ro de EE UU y a la estrella del rock, un altocargo del Gobierno de Accra trató de acla-rar las cosas en privado: “Hemos tenidoalgo de eso en el pasado, es cierto. Pero meparece excesivo decir que nosotros inven-tamos el golpe de Estado”.

Dos días después, la expedición se en-contraba en circunstancias muy poco pa-radisíacas. En pleno anticool. Un viejo bi-motor de la fuerza aérea había transporta-do a O’Neill, Bono y compañía (asesores,

funcionarios, servicio secreto y periodis-tas) hasta Tamale, una población de ma-yoría musulmana al norte del país, pero elviaje de retorno a Accra, la capital, resul-taba imposible. El bimotor no podía volarentre tormentas. Atardeció y anochecióbajo el sopor de una temperatura y una hu-medad atroces, y el grupo fue arrugándo-se, empapado en sudor, en las precariasinstalaciones del aeródromo militar de Ta-male. El propio O’Neill, un hombre siem-pre impoluto, como recién fabricado cadamañana, tuvo que desabrocharse variosbotones de la camisa y sentarse en elrincón que le pareció menos sucio para en-gullir, como Bono y el resto, una ración decampaña proporcionada por misioneros.

Las noches cuartelarias de Ghana, consu bochorno, sus murciélagos y su hedor a

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SIDA EN UGANDA.Bono baila con una joven huérfa-na en el centro para tratar aenfermos de sida de Kampala(Uganda), durante una de lasparadas de su viaje por África.

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orina, propician la confidencia. Y si queda-ban dudas sobre la honestidad del viaje, sedesvanecieron durante la velada de Tama-le. O’Neill y Bono habían decidido utilizar-se mutuamente, eso estaba claro. Pero ni eluno ni el otro buscaban publicidad perso-nal. La gira africana de la extraña pareja

era el resultado de una insólita conjunciónde factores: la astucia de Bono y su habili-dad para conmover, por la vía religiosa, lossentimientos de una Administración reac-cionaria; el entusiasmo de O’Neill por la in-vestigación económica sobre el terreno; laevidencia abrumadora de que África nopuede esperar más. Tal vez, también, un in-confesable afán de Bush y los suyos por le-gar a la historia algo menos terrible queuna guerra antiterrorista de duración ili-mitada y dimensiones universales.

El punto de partida fue un enfrenta-miento. Durante el Foro EconómicoMundial de Davos, celebrado por una vezen Nueva York, Paul O’Neill y Bono ha-bían debatido sobre África. Fue un cho-que de egos, suavizado por el hecho deque ya se conocían un poco y, por opues-tos, se atraían mutuamente.

Bono, hijo de un cartero dublinés, po-see un carisma tan efectivo ante una mul-titud como en una conversación personal.A los 14 años perdió a su madre, muerta encircunstancias inusuales (cayó fulminadadurante el entierro de su padre, el abuelode Bono); quizá por eso, o quizá no, el can-tante y activista necesita atraer la aten-ción. O’Neill, nacido en 1935 en una vi-vienda humilde de Saint Louis (Misuri),sin agua corriente ni electricidad, hijo desoldado y ama de casa, no concibe la ideade que alguien tenga un origen más pobreque el suyo, o un cerebro más potente. Es-tudió con becas, trabajó para varios Go-biernos republicanos (aunque nunca estu-vo muy lejos de los demócratas) y se hizomultimillonario como presidente de lamultinacional Alcoa. Una muestra del diá-logo de Nueva York:

“Jesucristo dijo: Alimentad a los ham-brientos y me alimentaréis a mí. No pode-mos negarles a otros lo que reclamamospara nosotros”. (Bono).

“No me hable de compasión… Los se-res humanos, en cualquier sitio, tienen lacapacidad de alcanzar el nivel de vida quedisfrutamos nosotros. Ya hemos gastadobillones de dólares en ayuda al desarrollo,sin conseguir casi nada”. (O’Neill).

En el fondo, la gira era una operaciónpublicitaria dirigida a un público muyconcreto: los miembros de la Cámara deRepresentantes y del Senado de EE UU.George W. Bush y Paul O’Neill necesita-ban convencer al Congreso de que la ayu-da a África era necesaria y efectiva, paraque el llamado Fondo del Milenio (un pa-

FOTOGRAFÍA DE DAVID CLARKE

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PESCADORES EN GHANA.Paul O’Neill, secretario del Teso-ro de Estados Unidos (a laizquierda), y Bono (derecha) visi-tan una comunidad de pescado-res en Accra, la capital de Ghana.

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visitas a África son constantes (unas 10 enlos pasados tres años), sabía bastante bienlo que iba a encontrar en el viaje. PaulO’Neill, con menos dominio sobre la ma-teria (aunque había dirigido las fábricasde Alcoa en el continente), se llevó su ban-co de datos mental. En la visita a la fac-toría Ford en Pretoria (Suráfrica), un es-cenario que había elegido personalmente(él estableció la mitad de las visitas yBono la otra mitad), el secretario del Te-soro derramó sobre la concurrencia su ab-soluto conocimiento de todas las estadís-ticas industriales. “Los números son supornografía”, susurraba Bono.

O’Neill ve la humanidad en abstracto,como un conjunto de cifras, pero la ve: sumayor orgullo es haber reducido práctica-mente a nada la siniestralidad laboral en

Alcoa. Otras cosas se le escapan. Como elaroma que flotaba por las naves de la fac-toría automovilística. “¿Nota el olor, secre-tario?”, preguntó alguien. “Sí, ¿es algúntipo de producto químico?”. “Es marihua-na”, explicó un directivo. “No permitimossu uso en horas de trabajo, pero la tolera-mos si no daña la productividad o el nivelde acabado del producto”. O’Neill prefirióno hacer comentarios, y Bono no pudoevitarlos: “Yo creía que me estaba colo-cando el olor a gasóleo”.

Los esquemas del secretario del Teso-ro resistieron bien en Ghana. En Suráfri-ca se resquebrajaron. Después de ver unafábrica de coches que reforzaba sus plan-teamientos (“con buenos líderes, inversiónprivada y trabajo se consigue prosperi-dad”), acudió al hospital Chris Hani Brag-wanath, de Soweto: el mayor centro médi-co del mundo, con 28.000 consultas diariasy miles de camas, desbordado por la ma-rea del sida. O’Neill no ignoraba que tres

de cada cuatro enfermos de sida están enÁfrica, y que en Soweto, un océano de po-breza con islotes de miseria absoluta, unade cada tres personas es víctima de la peorplaga de la historia. Pero no es lo mismomemorizar estadísticas que hablar de ellascon un niño en brazos. O’Neill, al que pre-pararon una reunión con pacientes y mé-dicos, se indignó al descubrir que no todaslas enfermas embarazadas recibían medi-camentos antirretrovirales y, por tanto, laepidemia se propagaba a sus hijos. “¡Eso esprioritario!”, clamó. “Con un presupuestode 50 millones de dólares, ¿no pueden de-dicar dos a medicar a las embarazadas?”.Aún no había captado del todo las dimen-siones de la tragedia. Ese día, sin embargo,el secretario del Tesoro empezó a adoptarel lenguaje voluntarista propio de Bono, y

a admitir que hacía falta dar mucho másdinero para luchar contra el sida.

Aún no había conocido a Agnes, la jo-ven cantante de Kampala. Bono le llevó alas instalaciones de TASO, una organiza-ción de apoyo a los enfermos de sida en lacapital ugandesa. El sida ha matado ya a900.000 personas en Uganda, un país conmenos de 24 millones de habitantes. Agnesse añadirá pronto al anonimato de la es-tadística. Como voz principal de un grupocompuesto por enfermos, se levantó de lacama, tras varios días en estado casi críti-co, para cantar ante O’Neill y Bono. Fueuna actuación maravillosa y terrible.

“No todo es medicina”, aclaró Alex Ku-tinho, el director de TASO. “Tenemos abo-gados para que los enfermos hagan testa-mento y elijan correctamente a la nuevafamilia”. El sida está destruyendo las es-tructuras familiares del África Oriental.Los padres enfermos, antes de morir, tra-tan de elegir a una familia que se hagacargo de sus hijos. TASO ayuda también

quete de 10.000 millones de dólares desti-nado a donaciones) contara con posibili-dades de aprobación parlamentaria. En laforma, la gira era como un juego: ¿Quiéntenía razón? ¿O’Neill, el capitalista escép-tico? ¿Bono, el activista entusiasta?

Ambos lados disponían de argumen-tos. Un hecho objetivo es que los países endesarrollo han recibido un billón de dóla-res en préstamos durante los últimos 50años, sin prosperar de forma apreciable.Zambia, por ejemplo, ha recibido 2.000 mi-llones de dólares y es, en realidad, un 40%más pobre de lo que era en 1964, cuando ac-cedió a la independencia. Contra eso sepuede argumentar, sin embargo, que mu-chos créditos fueron a parar directamentea los bolsillos de dictadores apoyados por

Washington o París durante la guerra fría(los casos de Mobutu Sese Seko en Congo oJean-Bedel Bokassa en la República Cen-troafricana son paradigmáticos), y que laspoblaciones sólo se quedaron con la deuda.O’Neill, con todo su escepticismo, era cons-ciente de que los viejos préstamos habíancontribuido a estrangular al continente. Deahí que el Fondo del Milenio, y cualquiermecanismo de ayuda exterior que puedaarticular en el futuro el Tesoro estadouni-dense, se plantee sobre la donación a fondoperdido. Se acepta casi universalmente quees mejor eso que la concesión de créditosque años más tarde deben condonarse, trasgrandes esfuerzos negociadores y gastosburocráticos. Pero la idea de la donaciónobliga a reponer periódicamente reservasen instituciones como el Banco Mundial;es decir, impone a los países contribuyen-tes un gasto regular y elevado.

Bono, al que asesoran economistas dela magnitud de Jeffrey Sachs, renegado

del FMI y catedrático en Harvard, y cuyas

CON LOS PRESIDENTES DE SURÁFRICA. La ‘extraña pareja’ se reunió en Suráfrica con Nelson Mandela (izquierda), ex presidente delpaís y todo un símbolo de reconciliación y libertad en África, y con Thabo Mbeki, el actual presidente (a la derecha).

FOTOGRAFÍA: AFP / REUTERS Y EFE

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en la confección del libro. “Nuestros hijosson pequeños”, explicó una enferma, “yapenas podrán recordarnos. Por eso les de-jamos un cuaderno con nuestras foto-grafías y algunas explicaciones de quiénesfuimos, y cuánto les amamos, y, en algunoscasos, lo mucho que lamentamos haberlescontagiado sin querer”. A O’Neill no lequedaban dudas, ese día, de que había co-sas mucho peores que nacer en una ca-baña de Misuri sin agua ni electricidad.

Lo que estaba viendo el secretario delTesoro era, sin embargo, lo mejor del Áfri-ca subsahariana. El propósito de la giraconsistía en examinar de cerca la efectivi-dad de la ayuda exterior, en los países quemejor la utilizaban. En ese sentido, Ugan-da es un modelo. No está muy lejano el pa-sado siniestro de Idi Amín y su régimen:siguen apareciendo restos humanos, crá-neos o esqueletos decapitados, en el Nilo yen el lago Tanganica. Pero el actual presi-dente, el ex guerrillero Yoweri Museveni,es una de las figuras señeras del continen-te; la propagación del sida se ha frenado deforma drástica, gracias a la prevención yla atención a las enfermas embarazadas; yel Fondo Monetario Internacional no tie-ne más que elogios para la gestión econó-mica del Gobierno: la inflación se ha re-ducido del 200% anual al 2%, y la pobrezaha bajado un 35%.

Uganda se enfrenta ahora a un dilemaatroz. Para proporcionar antirretrovira-les a las madres con sida y tratamientospaliativos a todos sus enfermos, necesitaentre 40 y 50 millones de dólares anuales.Y hay países, EE UU entre ellos, y ONGdispuestos a hacer lo posible para reuniresa suma. Pero el Ministerio de Finanzas,respaldado por el Fondo Monetario, pre-fiere que el dinero no llegue. La economíanacional es pequeña y precaria (el presu-puesto del Estado ronda los 2.000 millonesde dólares, la mitad de los cuales procedede ayuda externa), y, según los cálculosdel ministro Gerald Ssendaga, la entradade 50 millones en divisas haría subir elvalor de la moneda local, lo que a su vezimpediría exportar café a precios compe-titivos. Hay que elegir entre la salud y lasexportaciones. La economía, o la vida.

“¡Eso son chorradas!”, bramó el secre-tario del Tesoro, desviándose de la ortodo-xia de una institución, el FMI, en la quenadie manda más que él mismo. Museve-ni le comentó a O’Neill que Uganda noquería depender indefinidamente de laayuda externa, y que para ello necesitabauna economía mínimamente sana y unasexportaciones crecientes. “Dejen de ce-rrarnos sus mercados; abandonemos lasrelaciones parasitarias y creemos relacio-nes simbióticas; seamos socios”, dijo.

Cuántas veces tuvo O’Neill que justifi-

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car lo injustificable. Lo más duro para élfue, sin duda, defender la ley agraria fir-mada recientemente por Bush, gracias a lacual las granjas estadounidenses (casi to-das grandes empresas) recibirán 10.000millones de dólares en subvenciones has-ta finales de la presente década. ¿Quiénpuede competir así? Ghana no, desde lue-go. Cultiva las piñas más dulces del mun-do, pero su flota mercante se limita a cua-tro barcos, ninguno de ellos capaz de lle-gar en tiempo razonable a un puerto deEE UU. Sí pueden llegar a la UE, donde setopan con otras barreras comerciales.

El problema de Ghana, y la gran ma-yoría de los países africanos, es el protec-cionismo de los países ricos. Las dificul-tades de acceso físico a los mercados sonmenores. Aunque Accra estuviera a 10 mi-

nutos de Nueva York, sus piñas, no sub-vencionadas, resultarían caras en compa-ración con las de Hawai. En el mercado deMakola, en Accra, entre caracoles gigan-tes y guindillas, O’Neill y Bono descubrie-ron leche y arroz americanos. “Son másbaratos que los que podríamos produciraquí”, explicó la propietaria de un tende-rete, una mujer mayor con las cicatricesen las mejillas propias de las tribus delnorte. Esas cicatrices, que aún se infligena muchos niños, no son un atavismo an-cestral. Las tribus del norte empezaron adesfigurarse las mejillas tres siglos atrás,con el fin de carecer de interés para los es-clavistas blancos. En un idioma nativo, feo

y libre son la misma palabra.En alguna ocasión, O’Neill defendió

el proteccionismo agrícola del mundo de-sarrollado con un argumento místico:“Todos los países defienden su agricultu-ra cuando pueden permitírselo; no quie-ren renunciar a la única actividad econó-mica que es creadora directa de vida”.

Otras veces apeló a la seguridad: “Nadiequiere depender totalmente del exterioren algo tan fundamental como la alimen-tación”. No le costaba mucho admitir, enconversaciones informales, que las sub-venciones eran votos, y que, en el caso deEstados Unidos, Bush necesitaba contarcon el apoyo de las inmensas llanurasagrarias del Medio Oeste para asegurar-se la reelección en 2004.

Algo parecido ocurría cuando se des-menuzaba la ayuda al desarrollo propor-cionada por EE UU, considerable en tér-minos absolutos, 10.000 millones de dóla-res anuales, pero miserable en términosrelativos: un 0,1% del PIB (producto inte-rior bruto), el porcentaje más bajo entrelos países industrializados. “Sólo debe dar-se a países con Gobiernos democráticos y

transparentes; es estúpido e inútil entre-gar dinero a regímenes corruptos e inefi-cientes”, insistía. ¿Es Pakistán, por citarun ejemplo, una democracia transparente?O’Neill se batía pronto en retirada: “Unacosa es la ayuda concedida por razones hu-manitarias, y otra muy distinta es la quese da con fines estratégicos. La seguridady la estabilidad internacionales tienen suprecio”.

El “hombre con la mayor billetera delmundo”, como solía llamarle Bono, arries-gaba mucho más que su compañero de via-je. Para empezar, era el político, no el acti-vista. Sus ideas, construidas sobre la libreempresa y el desarrollo privado, tambiénen los oídos de la audiencia local sonabanmenos generosas que las de Bono: “Hayque dar miles de millones, construir infra-estructuras, regar con dinero estos paísesigual que la UE ha regado Irlanda paraconvertirla en una economía pujante”. Y,por una vez, soportaba en exclusiva el peso

de la popularidad. Él era el representantede EE UU, un gran jefe de la hiperpotencia.A Bono, en cambio, nadie le conoce enÁfrica. Los dirigentes le saludaban comomíster Hewson, porque debía parecerlesgrosero tratarle por su apodo, y sabían desu veteranía como agitador en pro de lacondonación de la deuda; ni ellos ni la gen-te de la calle habían oído jamás, probable-mente, una canción suya.

O’Neill contaba con el apoyo de su mu-jer, Nancy, y de una de sus hijas, Julie Kloo,la pequeña (39 años), que le acompañabanen el viaje, pero en general prefería refu-giarse en Bono y en su rutina de extraña

pareja. Ambos parecían sentirse cómodosen sus papeles. O’Neill, pulcro, sobrio, efi-ciente y maniático; Bono, desordenado,exuberante y despreocupado. En caso de

apuro, optaban por la comicidad. Como enTamale (Ghana), después de visitar un hos-pital calamitoso, del que el secretario delTesoro salió afectado: 380 camas debían cu-brir las necesidades de una región con casidos millones de personas en un edificio conlas ventanas rotas, sin esterilizadores ni la-vandería, y con un suministro eléctricoerrático en los quirófanos.

Al poco rato, la comitiva llegó a la al-dea de Wamili, un poblado misérrimo dechozas de barro y paja, donde les espera-ban un consejo tribal y el obsequio de unostrajes típicos escasamente favorecedores.Consistían en algo parecido a un camisóny un gorro de dormir a rayas. Y había queponérselos. O’Neill inició el número:“Nunca superaremos esta vergüenza”, sequejó con falsa desesperación. “¡Atencióntodo el mundo!”, le secundó Bono. “¡Si al-guien se ríe, no se cancela más deuda!”.

También por separado se complacíanen sus respectivos papeles. Cuando un pe-riodista le comentó a Bono que su hija, de

CON GAFAS Y A POR TODO. Bono da de comer a un bebé en una clínica para infectados de VIH en Soweto (Suráfrica). En el centro, O’Neill yBono, en el orfanato Madre Teresa en Etiopía. A la derecha, el artista bromea en Accra (Ghana), tras pasarle sus gafas azules a una niña.

FOTOGRAFÍA: ASSOCIATED PRESS, SIMON MAINA Y DAVID CLARKE

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15 años, era una gran admiradora de U2 ypreguntó, con extremo tacto, si sería posi-ble que la estrella del rock le dijera a lachica dos palabras por teléfono, el irlandéssonrió y pidió el número. La chica debióalucinar cuando escuchó el “hola, soyBono, ¿cómo estás?”. Y aún más con lo si-guiente: “Mira, te llamaba para decirteque tu padre se ha emborrachado bastan-te y se ha metido en un par de peleas. Perono te preocupes, vamos a pagar la fianza yle sacaremos del apuro”.

O’Neill, por su parte, trataba de extre-mar su imagen de contable estricto. Cuan-do le contaron, en Kolokolo-Yobo, un pue-blecito cercano a Kampala, que excavar unpozo de agua potable costaba unos 2.000dólares, puso la calculadora mental enmarcha: “Eso significa que proporcionarpozos a toda la población ugandesa cos-taría 25 millones. Uganda recibe anual-mente 300 millones del Banco Mundial,pero muchos de sus habitantes carecen deagua limpia. ¿Dónde va el dinero?”.

Cuando la gira llegó a Etiopía, últimaetapa, se habían añadido a la comitiva elactor Chris Tucker (deseoso de “conocerla realidad africana” antes de interpretar,en su próxima comedia, al primer presi-dente negro de EE UU) y la cadena de te-levisión MTV. Tucker, una celebridad enÁfrica, fue reclutado por la organizaciónde Bono y su misión consistía en pregonarla necesidad de prevenir el sida. O’Neill yBono, mientras, se entendían con la mira-da. En el orfanato de la Orden de la MadreTeresa, por el que había que circular enfila india y con cuidado para no pisar a losenfermos acumulados en el pasillo, utili-zaron una vez más el recurso de bromearante la tragedia. Bono se quitó las grandesgafas azules y se las puso a un niño. “Su-pongo que sabes”, saltó O’Neill, “que a tite quedan tan raras como a él”.

Para Bono, el viaje concluyó en el ae-ropuerto irlandés de Shannon, donde elavión que se llamó Grandes Esperanzas

hizo una breve escala. “Bajad conmigo”,pidió a la comitiva. Una vez en tierra, Bonose dirigió al pub al grito de “115 pintas deGuinness, por favor”, y alguien la acercóuna gran caja de cartón. De su interior ex-trajo unas camisetas de recuerdo, con la le-yenda “Gira africana de la extraña pareja,2002”, y los retratos de Jack Lemmon yWalter Matthau, los protagonistas de la cé-lebre película, sobre la pechera, y con elrecorrido (con una mención especial a lapenosa velada de Tamale) escrito en la es-palda. El secretario del Tesoro se entu-siasmó con el regalo. Se puso la camiseta,insistió en posar con ella y no se la quitóhasta volver al avión. “Te veo en Was-hington”, se despidió Bono. “Hasta muypronto”, le respondió O’Neill. ●