Eldorado

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HERNANDO SANABRIA FERNANDEZ EN BUSCA DE LA COLONIZACION DEL ORIENTE BOLIVIANO TERCERA EDICION LIBREBIA EDITORIAL HJUVENTUD" . LA PAZ - BOLIVIA 1980

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  • HERNANDO SANABRIA FERNANDEZ

    EN BUSCA DE

    ELDOR~~DO LA COLONIZACION DEL ORIENTE BOLIVIANO

    TERCERA EDICION

    LIBREBIA EDITORIAL HJUVENTUD" . LA PAZ - BOLIVIA

    1980

    LOBORectngulo

  • REGISTRO LEQAL N9 1409 '-LA PAZ.

    Es propiedad del Editor. Quedan reservados los Derechos de acuerdo a Ley.

    Impreso en Bolivia - PriDted.inBolivia

    Empr~ Editora: "URQUIZO LTDA.'" - La Paz.

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  • PREFACIO DE LA EDICION DE 1958

    Debo la idea de' componer este libro a una sugerencia que me fue hecha, hace ya varios aos, por el Dr. Walter Surez Landvar, actual Rector de la Universidad Gabriel Ren Moreno y en aquel entonces presidente del Rotary Club local. En ejercicio de tales fun-ciones, el Dr. Surez Landvar sustentaba el proyecto de que la ins-titucin por l presidida propiciara la composicin y publicacin de un libro como ste.

    La idea fue acogida por m con verdadero entusiasmo, y des-de aquel da empec a poner mano en la tarea de acopiar los datos pertinentes, tarea larga y engorrosa que en cierto momento llegu a considerar como superior a mis fuerzas.

    As las cosas, spome la honra de asistir al Congreso Interna-cional de Historia, realizado en San Pablo con ocasin de celebrar esta ciudad el IV Centenario de su fundacin. La repetida mencin de las jornadas cubiertas por los bandeirantes paulistas, que llenan la historia del gran pas vecino y en ese memorable' congreso fueron muy: jstamente magnificadas, volvi a despertar en m la anmacin por la historia de nuestros pioners, tan notablemente parecida a la de aqullos. Slo entonces decid en definitiva escribir esa historia,

    ~iquiera fuese en su "parte ms elemental.

    Tal es el origen del presente libro . .. .. ..

    Por cierto que la grandeza del tema rebasa de mis menguadas posibilidades, y la dispersin, cuando no la falta, de testimonios do-cumentales para tomar informacin acerca d l, ha determinado en el trabajo la suma de dificultades que puede imaginarse. Son razo-, nes ms que suficientes para considerar este libro no como obra con-

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  • cluda, ni mucho menos, sino apenas iniciada y sujeta por ende, a una amplia .labor de addenda et corrigenda que es fuerza emprender en el futuro.

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    ,) Same permitido tributar aqu pblico homenaje de reconoci-

    miento a la memoria de los seores Virgilio Oyola, Pbro. Marciano Treu Ignacio Peredo, fallecidos durante los meses en que este li-bro se preparaba. Con generosa diligencia los dos primeros propor-cionronme apuntes suyos sobre la materia, que hubieran de servir-me como inapreciable fuente de informacin y favoreci6me el lti-mo, como actor que fue en el drama, con valiosas informaciones orales.

    Rindo igual testimonio de gratitud a quines me han prestadO el decisivo concurso de sus conocimientos y experiencias personales en varios de los mltiples aspectos tratados en estas pginas. Ellos son los. seores Ismael Landvar, veteranos de la. obra siringuera en el Beni, Crisanto Roca, David Banzer, Rmulo Barros Parada, Adol-fo Velasco Rodas y Ciro Vac;i Dez. En lo que respecta a la coloni-zacin de la Chiqtiitania y la frontera oriental debo la misma grati-tud a los seores Copertino Vargas, Samuel Lpez Mendoza y Sa-turnino Saucedo Castedo. De igual modo en lo referente al ciclo ga-nadero de Cordillera, a los seores Ovidio Santistevan, Hctor Su-rez S., Jos Luis Snchez y Anibal Ortiz Aponte. Y finalmente, a los seores Roberto Chvez Egez, Juan Moreno Raldes, Arterio Medra-no y Dr. Vctor Villegas, por haberme favorecido con datos relativos al hinterland Yapacan-Ichilo.

    Valga la oportunidad para recordar con idnticas expresiones de reconocimiento al Dr. Victoriano Gutirrez y al seor Romelio Vzquez, ambos ya desaparecidos, quienes me brindaron su gentil cooperacin cuando investigaba en los archivos de Registros Rea-les y Notara de Gomas y Tierras, respectivamente.

    lO lO ..

    Mi palabra final de. agradecimiento al Rector de la Universi-dad Dr. Surez Landvar por su ahincado mters en la publicacin de las presentes pginas y al amable y emprendedor clb de Leones por haber contribuido a la misma con valioso aporte.

    H. S. F.

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  • Estes e outros baroes, por varias partes, Dinos todos de fama e maravilha, Fazeudose-se na terra bravos Martes,

    ~inao lograr os gostos desta ilha, Varreudo triumfautes estandartes Pel'ls ondas que corta a aguda quiIha, E acharao estas ninfas e estas mesas Que glorias e honras sao de arduas empresas.

    CAMOES: Os Lusiadas Canto X, Est. 73

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  • PRIMERA PARTE

    LA AMAZONIA

    POBLAMIENTO DEL MOXOS LEGENDARIO, EL CICLO DE LA CASCARILLA

    Y EL CICLO DE LA GOMA

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  • CAPITULO I

    La herencia de I'Juflo de Chaves.- Fundacin de San Lorenzo y traslacin de SantaCruz.- Tentativas de llegar al Paytit.-Fundaciones jesuiticas.- Incursiones al modo bandeirante.-

    Expulsin de los jesuitas y sucesos consecuentes.

    Fue la noticia de Paytit, por otro nombre Gran Moxa o Imperio d.e Enn, ampliamente difundido entre los hom-bres de la obra colonizadora rioplatense, el aliciente que determin la fundacin de Santa Cruz de la Sierra, el 26 de febrero de 1561.

    Perdida la ilusin de hallar metales en las flacas tterras del Paraguay y frustrado el intento de dar con la Sierra de Plata, los espaoles precariamente establecidos a la vera del ro epnimo no se sintieron desalentados ni desposed.os de esperanza. Las incursiones por el ro arriba no haban de tardar en traerles nuevas y ms originales referencias de riquezas baldas ubicadas hacia el lejano septentrin. Fija-da la halagea novedad en el fantaseador magn de los hi-jos de Iberia, dio vigor a los cuerpos y buen temple a los nimos, haciendo posibles nuevas y ms atreVidas entradas al interior del continente.

    :fiuflo de Chaves, el ms capacitado y emprendedor de los capitanes de la hispanizacin en el Ro de la Plata, deci-di aprovechar de esta circunstancia para arrastrar consigo a la masa conquistadora; en ejecucin de los vastos planes de colonizacin que tena concebidos. Y sirvindose de la arraigada creencia en las fantasas de la Isla del Paraso,

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  • el Candire y el Paytit, no slo obtuvo de los gobernantes de Asuncin lucida hueste para remontar el gran ro, sino que penetr en la incgnita tierra de chiquitos y chirigua-nos, dispuesto a desbravarla y colonizarla.

    Aunque los inmediatos propsitos del hazaoso p~ladin extremeo estribaban en colonizar aquella tierra, la" idea de llegar al Gran Moxa no estaba fuera de sus planes, si es que idea tal no constitua la meta final de ellos. Tanto es as que al conseguir del virrey de Lima la creacin de una provincia hispana con la vasta comarca por l descubierta, hizo que a la nueva provincia le fuera dado el nombre su-gestivo y promisor de M()xos.

    Muerto uflo a manos de los itatines cuando empezaba a consolidar su obra y se dispona a emprender la conquista del legendario Moxa, la ciudad. capitana de Santa Cruz de la Sierra se vio envuelta en lides intestinas y afectada por la ma~querencia de los ncleos directores hispano-andinos. Mal pese a sus resueltos nimos, los compaeros de uflo no pudieron, por ende, acometer la anhelada empresa, sin renunciar empero a las expectativas.

    La-inquina de los gobernantes del Per y de Charcas para con el centro civilizador de la tierra chiquito-chiri-guana no par en aislarlo y negarle recursos, sino que fue hasta querer destruirlo de raz. Treinta aos apenas con-taba de existencia cuando, cumpliendo rdenes de Lima, su cuarto gobernante don Lorenzo Surez de Figtieroa funda": ba a orillas del Guapay la ciudad de San Lorenzo el Real, destinada a reemplazarle en la calidad de residencia de go-bierno y centro de expansin colonizadora. Si bien los go-bernantes de la comarca andina alcanzaron a realizar lo pri-mero, como no poda menos de ser, las gentes d~ Santa Cruz, perseverando en mantener su propia comunidad, ni aban-donaron por de pronto el habita! chiquitano, ni desistieron de expandirse sobre la luenga comarca que uflo les dej por heredad.

    Poco menos que a la fuerza y no sin que mediaran ca-bildeos, halagos de una parte y amenazas de otra, los po-blanos de Santa Cruz trasladronse en masa desde el apo-sentamiento de origen hasta la vega de Grigcit, bien entra-do ya el siglo XVII. Sin embargo, la suplantadora San Lo-renzo no tard en ser absorbida por la trajinada Santa

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  • Cruz, y hasta el nombre de sta hubo de excluir al de aqulla. .

    Los cruceos de aquella poca no eran ya los compae-ros de Chaves, sino los hijos de stos, generacin ya enrai-zada en la tierra por razn de natalidad. Como consecuen-cia de ello, estos epgonos. de la conquist.a se sentan ms merecedores del legado uflense y ms obligados a la bs-queda d.el opulento Moxo, el ureo Candire y el seductor Paytit.

    Entre la primera y la segunda dcadas del siglo XVII pequeas mesnadas criollas intentan la incursin a Moxos, bajo la gua de modestos capitanes como Francisco de Co'm-bra, Alonso Lpez de Vera y Juan de Montenegro. La par-vedad de r.ecursos conque se cuenta no puede menos de in-cidir en el malogro de estas empresas, cuando apenas son iniciadas.

    Por aquellos mismos aos toma la iniciativa en la ac-cin el propio gobernad.or don Juan de Mendoza Mate de Luna. Aseguran los documentos coetneos que este don Juan de los copiosos apellidos haba venido de Espaa con el de-finido propsito de hacer la conquista de Moxos, guiado de vehementes informaciones que le dio un ingls acerca de esplndidos tesoros existentes en aquella comarca.

    Con ciento cincuenta hombres y la suficiente vitualla, Mate de Luna se lanza por el Guapay abajo. Mas, a poco de navegar, o de flotar ms bien, sobre las aguas de este ro, d.a con los tremedales y cinagas que entrecortan su curso interior, y ante la imposibilidad de seguir adelante se ve en el trance de renunciar a los tesoros revelados por el ami-go ingls.

    Una nueva expedicin es acaudillada por Juan Manri-que de Salazar, hijo del cofu,ndador de Santa Cruz y gran colaborador de :&uflo, Hernando de Salazar. Al igual que el avisado gobernador espaol, falla el mancebo criollo, sin que su tentativa tenga el valimiento de algn suceso im-portante.

    Aos ms tarde acomete la empresa Gonzalo de Soliz Holgun, a la cabeza de lucida hueste criolla. Habiendo sta tomado la ruta de los ros que fluyen de la tierra chiquita-na -probablemente el hoy llamado San Miguel y sus tri-

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  • butarios-- consigue alcanzar las comarcas d toros y cha-pacuras. Indios de guerra son stos que reciben a los expe-dicionarios a tiro de flecha y golpe de maza, mas sin que falte parcialidad amiga y acogedora.

    Los resultados de esta expedicin, no por cier~o fruc-tuosos, pero tampoco infelices, inducen a Soliz Holgun a reiterar el intento. Nombrad.o gobernador poco tiempo des-pus, se vale de su autoridad para alistar una nueva entra-da. Quiere esta vez que los males le salgan al encuentro. La hstil naturaleza le obsta el paso, los bravos terrgenas le acometen y, para acabarlo todo, sus hombres defeccionan hasta casi dejarle solo.

    Desengimado y postrado de maligna dolencia retorna a Santa Cruz, en donde a poco fallece. .

    En lo posterior nuevas tentativas de repetir la aventu-ra se malogran al dar apenas los primeros pasos. No estaba reservado a los hombres de aquella generacin la fortuna de llegar a Moxas y ser los poseedores de tan extensa como apetecida tierra.

    Cincuenta o sesenta aos ms tarde, los religiosos de la orden ignaciana consiguen adentrarse en ella, y tras de pa-cientes esfuerzos alcanzan a dominar a gran parte del gen-to que la habita. En obra de pocos lustros reducen a moxos. canichanas. mobimas, itonamas y baures, congregndolos en comunidades de misin, en donde slo habran de regir las leyes d.e la iglesia. A la vera de los grandes ros y sobre los campos de despejado horizonte surgen los poblados de Tri-nidad, San Pedro, San Ignacio, San Joaqun, Santa Ana, Reyes, Loreto, Magdalena y otros tantos, bajo la gua y cui-dado de los padres de la compaa, que v,edan la sola aproxi-macin de gente blanca a aquellos centros de catequizacin.

    Pero los cruceos no se dan por conformes con la ter-minante exclusin, en parte porque alientan an la espe-ranza de alcanzar las riquezas d,el Moxa legendario y en parte porque han menester del bracero indgena para el laboreo de sus campos. Ya desde poco antes de ser estable-cidas las primeras misiones haban ensayado con buen xi-to la empresa de incursionar en tierra moxa, a la caza de aborgenes para traerles a su servicio.

    Coz:gregados ya los moxas bajo el rgimen misional, la empresa se facilitaba, y as lo entendieron los hacendados de

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  • Santa Cruz. Una tras otra expedicin era dirigida sobre la Moxitania, y a breve tiempo regresaba a los campos d.e Gri-got con buena copia de autctonos que iban a trabajar en los arrozales y caaverales de creciente desarrollo.

    A tanto lleg por aquellos das la maera audacia de los criollos, que hicieron consentir a su propio gobernador D. Jos Cayetano Hurtado de Mendoza de que la toma de braceros indgenas no slo ,era lcita sino que l mismo de-ba de dar le sancin legal encabezando una expedicin con tal destino. Y don Jos Cayetano puso manos a la obra y entr en Moxas pasando por entre los poblados de reduc-cin, hasta reunir no menos de dos millares d.e hombres per-tenecientes a la tribu itonama, para regalo de la naciente agricultura crucea.

    En esta actitud encontramos los primeros y ms nota-bles puntos de contacto entre la accin de los criollos de Santa Cruz y los "bandeirantes" de la colonia portuguesa de San Pablo.

    Pero estaba visto que las autoridades indo-espaolas no haban de proceder como las indo - portuguesas para con los bandeirantes paulistas. Apenas anoticiado el monarca hispano por airada denuncia que le hicieron llegar los je-sutas de las misiones, dict-una real cdula que prohiba bajo severas penas la intromisin de los cruceos en el apa-rato misional.

    La requisitoria, como es de imaginar, determin la sus-pensin inmediata de las levas en tierra moxa, aunque no el alejamiento definitivo de ,ella por parte de los inquietos po-blanos de Grigot, como en seguida ha de verse.

    La historia nos reserva a veces extraas sorpresas y hay en ella acontecimientos que se eslabonan de grande a pe-

    . queo, en forma que apenas parece congruente. As los es-tadistas liberales de la Espaa setecentista, llevados de su malquerencia por la orden ignaciana, brindaron a loscru-ceos la oportunidad de incurrir en sus viejas aspiraciones sobre la tierra de Moxas, al decretar inconsultamente la ex-pulsin de la Compaa de todos los dominios de su rey.

    Echados los jesutas de las misiones mo.jeas y no ha-biendo congregacin religiosa que los reemplazase, la gua

    . espiritual de los nefitos fue encomendada a sacerdotes se-

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  • culares, .en tanto que su administracin y gobierno se re-servaba para s la corona por el intermedio de sus agentes coloniales.

    Entre las novedades introaucidas por el nuevo rgimen, no fue la me!l0r ~a de autorizar a viajantes de Sant~Cruz para comerciar con.los indios. Apunta Gabriel Ren More-no que en ciertas misiones, como la d.e Loreto, se lleg inclu~ sive a distribuir entre aqullos hasta tres pesos por cabeza par.a la efectividad de las transacciones en beneficio de los mercaderes .

    . La actitud de los criollds comerdantes no pudo menos de incidir en el abuso y la extorsin para con los cuitados aborgenes, y ello a extremos tales que las autoridadi!s es-paolas determinaron suspender el permiso de ingreso de aqullos a las antiguas misiones o, por lo menos, a limitar-: les la: estada en ellas. Estas medidas llegaron a la reglamen-tacin ordenada y metdica al ser puesto en prctica el es-tatuto de misiones redactado por el gobernador Lzaro de Ribera. Los diligentes criollos hubieronentQnces de idear un plan que les permitiera continUar en sus actividades sin menoscabo de la ley. En largo memorial elevado ante la Real Audiencia de Charcas solicitaban en el ao 1784 les fuera concedida autorizacin para fundar en Moxas un pue-blo de gente exclusivamente suya. La solicitud no debi de ser mal vista del todo, pues consta que al ao siguiente de ser formulada, el religioso fray Antonio Pealoza, envia-do como visitador episcopal, informaba favorablemente acer-ca.de ella.

    Si la idea d.e fundarse un pueblo con gente crridea no lleg por de pronto a convertirse en realidad, no habra sido por falta de diligencia de los interesados. El corrido de los das subsiguientes hizo ver q~e bien poda cumplirse con . lOl;: reglamentos del gobernador Ribera sin que los intere-ses en perspectiva fueran puestos de lado, 'recurriendo;- cla-ro est,, al subterfugio .y a la operacin disimulada.' . . ,ttuelga decir que no ~ocos deaq~ellos negociantes con-cluyeron 'por fijar reside.J]ciaall,a la expectatiVa de mejo-res,lucros. Los tales, grandes catadores del deleite amoroso; como ,'SU& antepasados espaoles,::no haban de tardar en . pr~ru.:sels favores -de las garri~is mozas aborgenes, cn . frecileti.ciad.otadas de singulares atractivos, como en el caso

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  • de las movimas de Santa Ana. De lesas resultas la tierra moxa empez a poblarse de gente nueva, la cual haba de perpetuar en aqulla sangre, apellidos y tradicin del po-blado cruceo.

    As las cosas vino la Repblica, y con ella fin ciclo de mayores libertades para las antiguas misiones jesuticas. Cuando libertades se dice, entindase el trmino en el sen-tido de comodidades y medros en favor de blancos y mesti.;. zos y la opuesta para los terrgenas.

    Los productos de la tierra moxa, principalmente cacao y algodn en rama o hilado, obtenidos a bajo precio o en trueque ventajoso, determinan desde entonce~ una mayor afluencia de las gentes de Santa Cruz. La crianza de gana-do en los extensos c.ampos que riega el Mamor revela al mismo tiempo posibilidades die buena ganancia. Y en pos de ambas expectativas se dirigen all familias enteras de po-bladores de Grigot. No son las aldeas misionales su meta final. Por insatisfaccin los unos y por espritu de aventura los otros, continan la marcha por el Mamor abajo o a campo traviesa se alejan de los centros urbanos para intro-ducirse en la selva misteriosa y ubrrima.

    A tanto ha llegado el movimiento migratorio de tal pro-cedencia que, hacia la mitad del siglo XIX, en las antiguas misiones de Moxos por lo menos un tercio de la poblacin est compuesta de blancos y mestizos de origen cruceo.

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  • CAPITULO II

    Santa Cruz de la Sierra en el segundo tercio del siglo XIX.-La sitnacin econmica.- El fenmeno social.

    Mientras los ncleos de poblacin hispano-andina ubi-cados en el Alto Per y sometidos a la jurisdiccin de la Audiencia de Charcas medraban directa o indirectamente al favor de la explotacin minera, el nico centro de expan-sin hispana existente en la llan~a viva su propia exi!=-tencia, crendose a duras penas una parva economa rural.

    Mas ni la incipiente produccin agrcola ni la escasa in-dustria casera, que an len su poquedad alcanzaban para cubrir las demandas de los mercad!)!; altoperuanos, eran capaces de brindar a las gentes de la llanura una prosperi-dad siquiera relativa. Aunque generosa la tierra, pocas las exigencias del convivir y fcil la vida en suma, la pobla-cin crucea se resenta del estatismo, sufriendo las con-secuencias de la falta de trabajo rendidor. Muestra viva de esta infecunda mediana era su propia ciudad; Santa Cruz de la Sierra, la de los romancescos orgenes y las in-quietas actitudes.

    El gobernador Francisco de Viedma y Narvez as la describa en 1793: "Las calles principales son once, sin for-ma ni orden en el arreglo de sus ranchos, los que estn dis-persos, .particularmente en los cantos y arrabales: stos son de palizada. y barro; cubiertos de una palmera que llaman motac. Las casas principales se hallan en el centro de la ciudad.; sus paredes son de adobe, unas cubiertas de teja,

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  • otras con una especie de canal de tres varas de largo y una cuarta de ancho, que labran de la madera de la palma, y estando en sazn dura doce y ms aos, pero todas ellas son reducidas, sin comodidad ni los resguardos necesarios a resistir la intemperie. La plaza es de mucha extensin y cuadrada; en uno de sus frentes est la iglesia catedral. "as casas, habitacin del gobernador y en la actualidad del sub-delegado, los capitulares y la croel, todas ellas guardan el mismo mtodo, y para decirlo de una vez, la poblacin de Santa Cruz est en sus principios".

    Descontada una que otra parcial mejora, sobre poco ms o menos lo mismo poda decirse de ella medio siglo des-pus, cuando ya haba1entrado la Repblica, sin alterar las. condiciones econmicas y sociales en que all se viva.

    Excepcin hecha de alguna asonada popular o algn motn de cuartel provocados casi siempre por militares en retiro o confinados polticos, la vida dentro del rgimen re-publicano se mantena queda y apacible. Carente el cruceo de ambiciones polticas o ms bien ajeno a las turbulencias demaggicas, labraba su chaco o haca su obra de mano sin importarle un ardite de qu general o qu doctor retena el mando o qu "salvador de la Patria" apeteca reemplazarlo.

    En cumplimiento de decisin adoptada por el gobierno del general Belzu, en junio del ao 55 hubo de levantarse un censo general del pas. El resultado de la operacin se-al al departamento de Santa Cruz la cifra de 144.684 ha-bitantes y a la ciudad capital la de 12.736 vecinos.

    Curiosa, por no decir nica en Bolivia, era la contextu-ra de aquella sociedad crucea apenas alterada en su prsti-na sustancia de origen hispanocolonial por las determinan-tes de la nueva poca. Gabriel Ren Moreno, ~ las amenas y jugosas pginas de su biografa de Nicomedes~elo; y Humberto Vsquez Mac;hicado en los cultos apuntam~entos : de su "Santa Cruz en 1860" nos dan de ese vivir social una ) parcial pero valiosa y colorida informacin.

    Se tiene dicho lneas atrs que lm( cruceos, urgidos por la circunstancia, cre~onse una economa rural propia, 'ape-:, nas conectada con la economa minera del Alto Per. ne es particularidad y d,el ancestro espaol fuertemente' en-raizado en la. psiquis fluyeron las curiosas caractersticl;lS de su: vida sociai- .:.. -. . .' .: '.. . .:~: . . ... : :.-.: -. -'-:.. .

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  • Alejados de' todo centro proveedor desde los comienzos de su vida en comn, los cruceos se vieron obligados a abastecerse a s mismos. La tierra, virgen y humosa, haba de prestarles su favor en ello. Desbrozando afanosamente la arboleda dironse a cultivar el arroz,. el maz, la man-dioca y la banana, que bastaban para su comida, sobria pe-ro abundosa en fculas y vitaminas. Vino luego el cultivo del cafeto, el cacaotero y la caa dulce, que reclamaban ma-yor laboriosidad pero ofreCan posibilidades de ultrapasar el ndice de consumo, con perspectivas de medro.

    Fue el laboreo de la caa, incrementado desde princi-pios de siglo XVIII, la ocupacin que ms d.espert el inte-rs de la naciente clase agricultora. De los aledaos de la ciudad hacia el norte fueron rozadas grandes extensiones de bosque para la plantacin. Y como los trabajos de apor-cadura, corte y molienda requeran lel mayor nmero posi-ble de hombres y en el poblado escaseaban los mozos de. devengar jornal, hubo de recurrirse al atraco y cautiverio de los aborgenes, de la manera que en el anterior captulo se tiene referido.

    El azcar elaborada en grandes tinas de barro llama-das honnas y clarificada y blanqueada por el tratamiento con la greda negra, llenado el cupo del consumo regional, era cuidadosamente empacada en cueros de res para. su en-vo a los merca.dos del occidente. Su colocacin all tuvo pocas de bonanza, pero la dificultad del transport a tra-vs de largos como inverosmiles caminos y la exigidad del consumo entre la poblacin andina determinaron la pos-tracin de la naciente industria. El hacendado tuvo que ce-irse en adelante a la produccin para el abasto local, fuera de una corta cantidad destinada al comercio con la monta-a, que apenas si le daba un reducido margen de ganancias.

    Igual pas con el caf, que a ms de ser raramente con-sumido por la gran masa de poblacin cordillerana, no tar-d en sufrir la competencia del que empez a cultivarse ~n la yunga pacea.

    Para estimar el nulo valor de los productos del agro, caracterstico de aquella poca, nada ms elocuente que una insercin del viejo peridico cruceo "La Estrella del Orien-te" que se refiere a los precios del mercado local en el mes de mayp de 1864. Segn dicha nota periodstica, la arroba

    .- 23 . ....,....

  • de arroz costaba 4 reales, 2 pesos la de caf, 3 la de azcar, 3 reales el almud de maZ y 2 el de yuca; el racimo de pl-tanos, medio real; 12 reales la horma de barreno, dos y me-dio la libra de chocolate y medio real la de carne de res. Una vaca lechera con su cra slo se cotizaba en 5 pesos y en no ms de 12 la yunta de bueyes de trabajo. Otra nota del mismo peridico informa de que el jornalero del campo perciba 2 reales diarios sin la comida.

    . Por fuerza de estas circunstancias la agricultura de San-ta Cruz no poda pasar de simple ocupacin domstica, sin perspectivas de mejora ni posibilidades de rendimiento. Ni el hacendad9 alcanzaba a percibir ganancias, ni el pen a recibir soldadas vitales. A ellos y por consiguiente al vecin-dario en comn, les nivelaba el ras de la magnnima po-breza.

    Si en la ciudad de uflo no haba mayores distingos por el denominador de la fortuna, habalos, y no poco notables, por el de la progenie. Familias que se preciaban de entron-car con los fundadores o ser prximas descendientes de hi-josdalgo venidos de Espaa como funcionarios reales, ha-can o trataban de hacer vida seorial y se daban trato dis-tinguido por cuantos medios estuvieran a su alcance. "Her-mosos como el sol y pobres como la luna" eran, al donoso decir de Gabriel Ren Moreno, los hombres de aquella casta que guardaban como legtima herencia de sus antepasados espaoles la_rumbosidad, la jocundia y el celo de la honra. La naturaleza, de su parte, habales dispensado la perpe-tuacin de aquellos nobles atributos que tipifican el alma hispnica: valor a toda prueba, ingenio vivo y exaltada ima-ginacin.

    Por detrs estaba colocada la clase del pueblo, compues-ta por individuos tan blancos como aqullos, no sin que en algunos se dejara entrever el aporte sanguneo del hombre de la tierra. Ocupados en labores manuales de artesana o en menesteres de campo, los individuos de esta estirpe eran igualmente mantenedores de la herencia hispnica en el mo-do de ser, los hbitos y las inclinaciones.

    En ltimo trmino vena la clase aborigen, cuantitati-vamente exigua en la ciudad y no muy numerosa en la cam-pia. Proveniente en su mayora de las mltiples. parciali-dades chiquitanas, pues que las guaranticas seguan hasta

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  • entonces irreductibles, el indgena era en el campo jayn e bracero, bajo el rgimen patriarcal del hacendad.o, y en la ciudad, pen o ayudante de los ms humildes menesteres de artesana, cuando no empleado de servicios domsticos.

    Cabe destacar la leal sumisin del bracero indgena o mestizo para con el hacendado, de cuya familia poda con-siderarse como un miembro por afinidad. Conviva aqul, con ste en torno a la seorial casona del "establecimiento", y convivencia tal pasaba de padres a hijos sin solucin de continuidad. La frecuente 'ilegitimidad de los hijos habidos entre la jayana y consiguiente dificultad de crianza por parte de la madre soltera, era llanamente resuelta por el casal patrono que tomaba para s los cuidados del nio, brin-dndole hasta el propio linajudo apellido.

    No obstante las estrecheces econmicas y la poca o nin-guna atencin sanitaria, la poblacin crucea de la ciudad y el campo iba creciendo de modo harto notable. En 1793, segn el ce~so levantado por el gobernador Viedma, alcan-zaba a la cifra de 10.672 personas entre puebleos y cam-pesinos. Sesenta aos ms tarde, el censo ordenado por el presidente Belzu verificaba las cantidades de 12.736 habi-tantes en la ciudad y 30.420 en la campia, haciendo un to-tal de 43.156 moradores. Ello quiere decir que en 60 aos la poblacin haba aumentado en 31.484 individuos, o sea un promedio de 524 por ao, lo que equivale a ms del 2.5 por ciento anual. Este es ndice altamente apreciable, dadas las circunstancias que antes se anotaron.

    Tal crecimiento slo puede ser explicado con la consi-deracin de las modalidades del fenmeno sexual practica-das en el medio y no enteramente modificadas hasta hoy. Razones de orden psicosocial que no es del caso analizar en esta historia, dieron margen en nuestro ncleo hispano-in-diano a cierta obsecuente libertad para la unin de los sexos por fuera de las convenciones del vnculo nupcial.

    Esta modalidad a la que los socilogos llaman poliero-iismo, no poda menos de determinar las naturales conse-cuencias de concepcin y natalidad, slo excepcionalmente

    o,, obstrudas por la mujer, mal pese a remilgos y prevencio-nes de honra.

    Aludiendo picarescamente a esta circunstancia de orden familiar deca Ren Moreno en una de las sabrosas apos-

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  • tillas del Catlogo del Archivo de Mojos y Chiquitos que en la Santa Cruz setecentista haba "muchos bautismos y pocos matrimonios".

    En la mayora de los casos los hijos del expedito con-nubio natural estaban destinados a criarse sin el ap'oyo y los recursos protectores d.el fugaz amador y "padre des-conocido". La madre soltera deba correr sola con los cui-dados hasta que el hijo creciera y pudiera habilitarse para la bsqueda del buen vivir.

    Familias de esta naturaleza constituan gran parte de la masa campesina y artesana de Santa Cruz y eran las gene-radoras de ese alto ndice de crecimiento a que antes se hizo referencia.

    En su interesante libro La Familia :&uflea, comenta a este propsito el escritor cruceo Sixto Montero Hoyos: "No debe atribuirse slo defectos a esta forma de constituir fa-milia; -no debe calificarse de secuela esta colonizacin tan ajena a tod.o sentimiento de tica, de irresponsabilidad mas-culina, porque a ella se debi la existencia de Santa Cruz de la Sierra, primero como ncleo y despus como gober-nacin. Se comprender' que al fundarse con un reducido elemento de espaoles, desvinculados totalmente de los cen-tros que estaban en cOD.tacto con la pennsula, estaba con-denado a desaparecer como ocurri en muchos pueblos fun-dados por los espaoles, -citando el caso del constituido por Andrs Manso en los llanos del Parapet... Se impuso el polierotismo del espaql con las nativas, que dio como re-sultado un aumento considerable de la poblacin, cuidn-dose nicamente los hogares de procedencia espaola, de donde procedi el criollo o clase decente".

    En 10 que respecta a estos hogares, debe tambin rele-varse como factor decisivo en el aumento de poblacin el elevado ndice de natalidad que haba en muchos de ellos, segn puede inferirse del anlisis de documentos coetneos. Basta para ello la simple lectura de los libros de registro bautismal en la antigua parroquia del Sagrario, que era la de las gentes de mayor preeminencia. Fcil es observar en tales libros la exiStencia de matrimonios que tenan diez y doce hijos, no faltando algunos que sobrepasaban de la docena.

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  • Por cuanto se lleva expresado, las condiciones sociales y econmicas en que viva el pueblo cruceo tenan1e pre-dispuesto para acometer empresas que avinindose con su natural inquieto y emprendedor, le hicieran vislumbrar ha-lageas . perspectivas en bien de sus insatisfechas ansieda-des. Era cosa de esperar la primera sazn. Y la sazn vino en el segundo tercio del siglo XIX con la productividad de los trabajos de extraccin de la quina y la goma en la sel-va beniana, el descubrimiento de arenas aurferas y cam-pos de pastoreo en Chiquitos y la proliferacin de los ga-nados en la Chiriguania. Circunstancias tales hicieron que en ochenta aos de animosa jornada los cruceos dieran cima a la obra conquistadora y civilizadora iniciada por sus abuelos espaoles al establecerse en la llanura de Gri-.got.

    ..

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  • CAPITULO m

    La cascarilla del Alto Beni.- Cascarllleros cruceos.- Final de la jornada colectora.

    La corriente migratoria de los cruceos hacia Moxos, iniciada al secularizarse las antiguas reducciones jesuticas, aument grandemente al entrar el pas en su vida republi-cana, y ms an al erigirse aquella comarca en un nuevo departamento de la Repblica por decreto de 18 de noviem-bre de 1842, dictado por el presidente Jos Ballivin.

    Al ya crecido avecindamiento de individuos y familias provenientes de las tierras de Grigot, que hasta esa poca haban llegado a formar apreciables conjuntos de poblacin blanca entre las masas indgenas de las viejas aldeas misio-nales, vinieron a aadirse desde entonces los grupos de em-plead.os del gobierno, comerciantes en mercaderas de ultra-mar y buscadores de trabajo en general. Era frecuente que a las comitivas de los prefectos nombrados para el flamante distrito y por lo comn escogidos de entre los notables de Santa Cruz, se agregasen gentes de toda extraccin que all se eDcaminaban a la bsqueda de mejor pasar o siquiera de aventuras. Y no era raro que personas regularmente acomo-dada$, familias enteras en veces y patrones con su peona-da, eFnprendieran la misma ruta con el fin de invertir sus' modstos capitales en la crianza de ganado sobre los ub-rrimos campos del Mamor, el Yacuma o el Baures.

    As las cosas, hacia la quinta dcada del siglo una nue-va atraccin vino a renovar las apetencias y ofrecer mayo-

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    LOBORectngulo

  • res posibilidades de medro. La creciente industria qumica europea solicitaba en ilimitadas cantidades, la corteza de la Chinchona officinalis que vegeta en las vertientes de la Amazonia meridional. La extraccin de este producto de las Lravas florestas, ms conocido all con el nombre de cascarilla que no con el corriente de quina. fue iniciada en Bolivia por los pobladores y conocedores de la anfractuosa yunga pacea. El hinterland de los ros Bopi, Cotacajes y Mapiri, haba sido pror.tamente recorrido y rebasado por los cascarilleros hasta no dejar rbol que tuviera en el tronco una pulgada de corteza. Sorateos, yungueos y apolistas seguan aguas abajo, encontrando variedades de Chinchona cada vez ms numer9sl1s y: :J;"~::rld)._d()Jas. Y as alcanzaron las veras del ancho y tumultuoso Beni, cuyo nombre haba preferido Bap.ivin al lri~tlico
  • De esta manera prevenidos, los cruceos de Reyes lan-zronse a la faena recolectora, siendo luego imitados por los estantes en los poblados vecinos y finalmente por consi-derables grupos que exprofesarntfnte empezaron a afluir des-de la lejana ciudad de origen.

    Pablo SaliIias, comerciante en Reyes, incansable viaje-ro y amigo de los aborgenes comarcanos, es de los primeros en acometer la empresa. Poseedor del buen temple y el esforzado nimo de sus antepasados espaoles, se introduce en la selva a la bsqueda del preciado rbol y vuelve a su residencia cargado de la medicinal corteza. En sucesivas entradas que hace, ya navegando por el ro abajo o ya ori-llndole por entre la espesa maraa, llega hasta el poblado indgena de Cavinas, cuyos moradores se prestan a ayudar-le. Remonta con ellos el ro hasta el lugarejo de Rurrena-baque, desde el cual debe regresar por tierra con rumbo al norte, para tornar a Reyes.

    Concibe entonces la idea de abreviar esta larga va, su-primiendo el intil arribo hasta Rurrenabaque y evitando en la navegacin los peligrosos rpidos de Altamarani. Sin con-tar con ms ayuda que los propios recursos, enfila desde Reyes con fijo rumbo al occidente y trazando una recta so-bre la pampa y entre la floresta riberea, abre camino di-recto entre el ,pueblo y el opulento ro. Establece all un embarcadero al que da el nombre de Santa Rosa, el mismo que por varios aos ser punto capital en la circulacin de los productos de la selva hacia los lejanos mercados. El nombre original del embarcadero, no tardara, en ser subs-titudo por el de Puerto Salinas, que propios y extraos ha-bran de darle en justo homenaje a su fundador.

    Venido desde la riente campia' de Bibosi en busca de las presuntas ddivas del Gran Moxo, Antenor Vzquez sigue las huellas de Salinas y entra en la floresta beniana, tomando las mrgenes orientales' del gran ro. Laborioso, emprendedor y sobrio, con la explotacin de la quina obtie-ne apreciables ganancias que invierte luego en el incremen-to de la empresa explotadora. En pos de l vendrn ms tar-de sus hermanos Jos Manuel, Antonio y Querubn, desti-nados con el hermano mayor a realizar obra notable en el segundo ciclo del desbravamiento de la selva .

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  • El coronel Jos Manuel Vaca Guzmn, antiguo comba-tiente en la campaa de Ingavi y soldado honesto y juicioso como pocos, ha venido de Santa Cruz a Moxos en desem-peo de funciones castrenses. Renunciando all a la carrera, opta por dedicarse a las faenas campestres. Desde Trinidd, en donde ha fijado precaria residencia, enfila tambin a los bosques de la cascarilla con numeroso squito de allegados. Abriga planes de alto aliento, y en ejecucin de ellos, pa-ra procurarse la apetecida chinchona no se limita a tajar selva recorrindola apenas, sino que d.ecide ensayar en ella verdadera obra colonizadora. Sobre el ro epnimo, a po-cas leguas ms abajo de Puerto Salinas, roza la mara, abre surcos y planta y siembra, a fin de proveerse a s mis-mo de los necesarios mantenimientos: Bautizada por l con el saudoso nombre de Santa Cruz, esta incipiente base de provisin no subsistir por mucho tiempo. Obligado a ir ms lejos, a estar en constante muda de residencia por ra-zn de las faenas colectoras, tendr luego que abandonarla.

    Entre las caravanas que salen de los campos de Grigot con rumbo a los de Moxas, est la de don Manuel Antonio Roca, hacendado en las vegas de Bibosi y viejo hidalgo de buena cepa. Con su esposa y sus doce hijos, de los cuales el menor es ?-penas criatura de brazos, este don Manuel An-tonio se encamina a la tierra de las mentadas posibilidade~ y no pra hasta establecerse en Santa Ana, la antigua re-duccin de los garridos movimas. .

    El viejo hacendado venido a pioner distribuye a' los hi-jos para la accin escrutad.ora de fortuna. Unos van a la floresta tras la cubierta leosa del chinchona: otros a los campos ribereos del Yacuma a iniciar trabajos .de vaque-ra y otros a labrar los suelos comarcanos. Entre los pri-meros estn Angel, Miguel y Antonio, que siguen el ra abajo, ms all de donde a la sazn laboran los ltimos qui-neros. Angel cruza el Beni yaguas arriba de su afluente el Tuichi llega hasta cerca de Chupiamop.as. Miguel cruza des-de el Beni y va hasta las vertientes del Madidi.

    La jornada cuenta an con otros paladines venidos de la luee comarcana crucea. Aunque no sea sino por la sim-ple referencia vale citar los nombres de los hermanos Angel y Flix Arteaga, Calixto Roca, Pedro Surez y Facundo Vi-veros. Varios de ellos habrn de perfilarse como grandes

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  • seores de la selva en la segunda etapa del despejo de ella, esto es en el ciclo de la goma.

    El tratamiento de las fiebres malricas por la quinina hubo de adquirir mayor categora cuando se obtuvo en los laboratorios la combinacin del alcaloide con los reactivos cidos para formar sales solubles. Trabajos de esta natura-leza llevaron al clebre Dr. Pelletier a obtener el Premio Monthyon de la Academia de Medicina de Pars. Por en-tonces la industria farmacutica francesa competa venta-josamente con las similares d.e otros pases, y los productos de Pelletier y de las firmas Mydy, Grimault y otras, goza-ban de general aceptacin. Pues bien, para mayor crdito de sus mltiples preparados, los drogueros franceses anun-ciaban enfticamente que la materia prima usada por ellos era "quine de la Bolivie".

    Pero el devenir de los acontecimientos reservaba a la di-chosa "quine de la Bolivie" un irremediable colapso. Las plantaciones inglesas de Chinchona en el Africa Ecuatorial haban prosperado, y hacia el ao 1870 los rboles estaban en condiciones de brindar la estimada corteza. El abarata-miento de sta no poda menos de operarse en gracia a la liviandad del trabajo de coleccin y a las cortas distancias y fciles vas de transporte. La cascarilla del Alto Beni no poda competir en tales circunstancias, y los cascarilleros se vieron obligados a suspender la faena.

    Hasta el ao 1872 los habilitadores y rescatadores tenan cerrada toda operacin, y la multitud. de cortadores, habi-litados, empresarios y fleteros SE> vea con obligaciones que cumplir y sin trabajo que les valiera. Muchos optaron por dedicarse al cultivo de la 'tierra y muchos por desandar lo largamente andado en la selva y volver a los pueblos de origen.

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  • CAPITULO IV

    El rbol de las lgrimas de oro.- Gomeros cruceos en el ro Madera.- Bolivia cede al Brasil su' litoral maderano.- Ex-

    ploraciones y ~beos en el Alto Beni y en el Itnez.

    La entrada de los espaoles a la floresta amaznica en busca del fabuloso rey Dorado hzoles conocer, desde me-diados del siglo XVI, cierto rbol de savia glutinosa que vegetaba en aquella floresta y era por tal razn muy esti-mado de los aborgenes. El cronista Oviedo y Valdez deca de l "que da cierta goma de si e la tiene en muchas partes sobre la corteza". De su lado Antonio de Herrera se expre-saba diciendo: "Hay algunos rb,oles que punzados lloran leche, que se convierte en goma blanca".

    Poco o nada curiosos los hijos de Iberia en achaques de vegetales indios, no se cuidaron de llevar ms adelante sus investigaciones acerca del extrao rbol amaznico, y ni fal-ta que les haca. Los aborgenes, en cambio, siguieron apro-vechando de aquellas exudaciones para manipular y obte-ner de este modo artefactos de su uso y luego para cubrir telas que con bao tal quedaban impermeables.

    Andando el tiempo el rbol aquel lleg a ser in~vidualizado con el nombre de siringa, y los botnicos coneluyeroD por clasificarle bajo la designacin culta de hevea ~\.'~~as. ilen-siso Muestras de su resina fueron conocidas en Ei pa, y d.e entonces empez a vislumbrarse la posibilidad 'd apli-carla en un. trabajo metdico y razonado. Empero el).q slo

    . pudo venir a lo efectivo cuando el americano GoodY~ar\en \, '.\!\,

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    LOBORectngulo

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  • el segurido cuarto del siglo XIX, descubri o invent el sis-tema de dar consistencia a la resina para su empleo como material de industria activa y provechosa.

    Cuando perodo tal de actividad fue llegado, los pobla-dores inmediatos al habita! de la siringa empezaron otear aquella inmensa porcin del continente sudamericano que riegan el Amazonas y sus afluentes, a la cual porcin dan los gegrafos el nombre de hilea.

    A medida que los fabricantes europeos. de artefactos de goma incrementaban la industria y hacan, por ende, mayo-res solicitu4es de la materia prima, los colectores de ella iban penetrando ms adentro de la selva amaznica. La co-tizacin fue aumentando tan considerablemente que el picar el rbol lleg a significar ganancia pinge, y las gotas d.e su lloro, para usar la expresin del cronista Herrera, vinieron a ser. no ya de leche sino de oro.

    Gentes del Brasil, por razn de su ms extenso dominio sobre la hilea, fueron las que ms pronto se adentraron en la tupida maraa, buscando el rbol de las ureas lgrimas. Remontando el curso del Amazonas no haban de tardar en allegarse a su tumultuoso afluente el Madera, y hacia el ao de 1860 iniciaban los trabajos de explotacin hasta un poco ms arriba de su confluencia.

    Los dominios de nuestro pas sobre la hilea estaban d.eli-mitados, segn el Uti Possidetis de 1810, por el ro Madera en el E. hasta un punto correspondiente en lnea recta a la desembocadura del ro Yavar en el Maran.

    Aos haca que por el Madera trajinaban los bolivia-nos como por va que les era propia, traficando con las po-blaciones brasileas de la contigua comarca. Sobre las mr-genes del mismo ro varios de aqullos tenan establecidas estancias de ganado y desbroza!ias algunas porciones de sel-va para sembrados. Unos y otro!, eran procedentes de San-ta Cruz, ciudad desde la cual haban ido bajando paulatina-mente, llevados por las aguas que afluyen a aquella comar-ca desde su lejana tierra. Tiempo atrs les vieron ya en ta-les disposiciones, como queda expresado en el captulo pre-cedente, el explorador Palacios y los hermanos Jos y Fran-cisco Keller. Segn apunta el historiador Medardo Chvez, citando una publicacin hecha por los indicados hermanos,

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  • fueron los cruceos quienes primeramente -introdujeron ga-nado en aquetla apartada regin. _

    Apenas los brasileos buscadores de siringa haban ins-talado las primeras barracas a las mrgenes del Madera in-

    _ ferior, no lejos de su confluencia con el-Amazonas, los cru-ceos empezaron a hacer lo propio sobre ambas orillas de aqul, en un principio con la calidad de fregueses de los bra-sileos, esto es de comanditarios suyos, y luego de propia cuenta.

    Santos Mercado fue de los primeros en acometer la nue- -va labor silvana. Hombre de recia contextura, no reida con una dulce suavidad en el porte y una exquisitez de sen-timientos que le granjeaba simpatas, despus de haber tra-bajado como obrajero y como fregus en gomales brasile-os, remont el Madera en busca del preciado rbol, sin con~ tar con otro recurso que su voluntad. y sus energas. Hacia el ao 1862 instalaba su primera "barraca" en la ribera de-recha del ro, frente a la cachuela Teotonio. Habiendo halla-do poco despus en la ribera opuesta franjas de selva ms abundosas en siringa, concluy por instalarse all, levantan-do la barraca "Paraso" en donde haba de fijar su residen-cia y el centro de sus actividades productoras.

    Al mismo tiempo que Mercado hubo de emprender igua-les pesquisas por la floresta maderana otro hombre de sin-gulares condiciones para el trabajo: Antonio Franco, oriun-do como l de Santa Cruz y navegante en el tumultuoso ro desde varios aos atrs. No haba de tardar en seguirle su hermano Juan de Dios Franco, quien despus de haber tra-bajado algunos meses en su compaa, la emprendi selva adentro siguiendo el curso del Mutum-Paran, tributario del Madera por el lado oriental. En gomales all descubiertos establecise en definitiva, no sin continuar practicando ex-ploraciones por la corriente arriba del Mutum-Paran.

    Por iguales das entraron los hermanos Antonio y Ricar-do Chvez que llevaban consigo un modesto capital prove-niente de la enajenacin de sus heredades en la tierra natal. Juntos los. dos levantaron su barraca en las inmediaciones de la cachuela "Caldern del Infierno". Favoreciles la suerte, pues a poco conseguan-labrarse cuantiosa fortuna en la ex~ plotacin del rbol de las lgrimas providentes. Ricardo, el menor,volvi a la ciudad natal, aos ms tarde, a

  • do planes de dedicarse a la industria mecanizada y de le-vantar el nivel cultural de sus conterrneos. Para el alcan-ce de lo segundo trajo una imprenta adquirida en Belem del Par y para dar mano a lo primero, una mquina de vapor con molinos y sierras.

    La "maestranza" de Ricardo Chvez hubo de prestar beneficiosos servicios a la agricultura y la industria extrac-tiva de la comarca grigotana, hasta fines del siglo. En el lu-gar donde se hallaba instalada lzase hoy la nueva barria-da que se conoce por Mquina Vieja, denominacin familiar que perpeta las nobles aficiones del antiguo siringuero del Madera.

    Dejando de mano el comercio y la navegacin por el Madera, que habanle ya brindado legtimas ganancias,. Ig-nacio Araz penetr tambin en la floresta y con singulares bros dise a la labor colectora de goma en las inmediaciones de un arroyo que llam Fortuna y hoy lleva el nombre por-tugus de Candeias. Breves aos despus haba de vender sus pertenencias, yendo a fijar domicilio en la ciudad bra-silea de Manaos, en donde fue acreditado como cnsul de Bolivia.

    Bernab Chvez, vstago de linajuda familia como sus deudos los hermanos Antonio y Ricardo, hizo con ellos el noviciado de la faena gomera. Poco despus aventurse solo por las regiones aledaas, y habiendo encontrado ricos si-ringales levant su barraca propia en el paraje que ms tarde sera conocido por San Francisco de Humait, al norte del actual poblado brasileo de San Antonio.

    Otras dos sobresalientes figuras de los estrados sociales de Santa Cruz siguieron a los anteriores en la empresa de hender la floresta maderana: Manuel Jos Justiniano y Ri-cardo Aguilera. Hijo del abogado de igual nombre y primer juez de letras habido en Santa Cruz, Justiniano haba 'em-pezado por abrasar la carrera de las armas. Malcontento con ella, deslizse por el Moxos legendario hasta el ro del acti-vo trfico, en cuyas mrgenes finc, como ganadero. En el lugar llamado Crato obtuvo apreciables ganancias explotan-do a un tiempo. el rbol providente y los mltiplicos de sus vaqueras. Ricardo Aguilera, abogado por la universidad de San Simn, despus de haber ensayado con buenos auspi-cios las prcticas de la profesin, despidise de ella para ir

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  • en busca de mejores medros a la lejana hilea. No le fue es-quiva la fortuna en el trueque del ~oro por la estrada go-mera.

    Benigno Vaca fue de los ms esforzados y resueltos pro-tagonistas de aquella jornada. Navegante en el riesgoso ro, mercader en pequeo entre los poblados comarcanos, por-teador de ganado y proveedor de toda clase de menesteres, no poda menos de incidir en la faena que a todos atraa. Buceando la selva di con las mrgenes del Yaci-Paran, cuyos opulentos siringales se puso a explotar en adelante con regalo de la suerte.

    Otra sealada figura en aquella viril empresa fue Bal-vino Franco, ido a la salvaje Amazonia despus de haber tenido lucida actuacin en la poltica y desempeado fun-ciones pblicas de importancia en Santa Cruz y Trinidad. Este don Balvino pic goma y con las ganancias adquiridas volvi prestamente a lo poblado. Hizo vida fastuosa por don-de quiera que anduvo; dise luego a buscar las minas de oro que se deca haber en los campos de Moxos y termin de comerciante en las playas brasileras del bajo Amazonas.

    La legin de los precursores se cierra con dos hombres de diversa extraccin social y opuestos caracteres, pero se-mejantes en el denuedo y la pujanza: Nicanor Gonzalo Sal-vatierra y Ramn Roca. .

    Salvatierra, hombre de modesta cuna y vinculad.o ms que otros a la selva por lazos de progenie terrgena, empez la propia jornada desde simple bracero en los duros menes-teres de la obra crucea en el Madera. Dotado de singula-res energas corporales y un carcter de firmeza extraordi-naria, no tard en surgir de entre la muchedumbre anni-ma de los hombres sujetos a salario, ganando la plaza de ope-rario por cuenta propia en los inagotables siringales made-ranos. Fue su. comienzo una modesta barraquita ubicada a algunas millas de la desembocadura del Abun. Aos des-pus, en el segund perodo de la fructuosa labor, que se ha de relatar en seguida, haba de adquirir mayor preponde-rancia, llegando a ser una de las figuras ms relevantes de la hilea boliviana.

    Seorial'en su porte, amable en sus maneras pero igual-mente dotado de energa, Ramn Roca aventurse en la flo-resta e inici trabajos de pica a lo largo de las riberas opu-

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  • lentas, concluyendo por .establecerse en una: barraca que le-vant en las entraas de lo hasta entonces baldo.

    La noticia de las ganancias adquiridas en la explotCin del rbol maravilloso no tard en llegar a la ciudad de la llanura de Grigot, situada en las luees y plcidas,) cabe-ceras de los ros que se derraman en el Madera grandioso. Movida por tal incentivo la gente empez a salir de la pe-quea ciudad empresaria y atravesando los mil quinientos kilmetros de curvas fluviales y veredas silvestres fue a buscar fortuna all donde sus coterrneos luchaban a brazo partido contra la naturaleza' brava.

    ,.En el lustro que media entre 1862 y 1867 fueron sucesi-vamente llegando nuevos argonautas de la selva y buscado-res de siringa, sealndose entre ellos los siguientes: Tris-tn Roca e Ignacio Hurtado, que se establecieron a la mar-gen izquierda del opulento ro, leguas ms abajo de las bo-cas de su afluente el Yaci-Paran; Gregorio Surez, miem-bro de la esforzada, familia de este apellido que ha de ser con frecuencia mencionada en el presente relato, y haba de perecer despus a manos de los salvajes llamados caripunas; Pastor Oyola, que sali de la ciudad natal casi nio y alIado de los Chvez se hizo hombre de singulares mritos; el ga-llardo Faustino Abaroma, por cuyas venas corra sangre de rgulos movimas e hijosdalgo cruceos de vieja prosapia hispnica. La cuenta es ms larga an, y en ella caben los nombres de Santos Durn, Manuel Ruiz, Arstides Antelo, Pontieno Rojas, Fidel Vaca y TelsforoSalvatierra.

    Crecan los trabajos de explotacin y las orillas del Ma-dera iban poblndose de gente que aflua desde las lejanas tierras de Santa Cruz, cuando un acontecimiento inesperado vino a alterar daosamente el orden de cosas reinante en la comarca.

    Los gobernantes del Brasil, en conocimiento de la gran riqueza existente en el litoral boliviano del Madera, con-tiguo al suyo y poco o nada protegido por la nacin propie-taria de jure, regl sus fuegos de diplomacia con el fin de anexarlo habilosamente a su propio dominio. El lleno de este propsito a la medida de sus deseos no cost al gobier-no imperial de Ro J aneiro ms que unas cuantas zalemas diplomticas y dos pomposas condecoraciones. En marzo de 1867 era firmado en La Paz el tratado de lmites que echaba

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  • por tierra el un PoSsidetis de 1810, con dadivosa renuncia de parte boliviana a todo el litoral del Madera. El nuevo l- mite empezara, de acuerdo a esa inefable renuncia, en la confluencia del Beni y el Mamar, mediante una recta obli-cua qu.e ira a encontrar las nacientes del Yavar: Ms de trescientos mil kilmetros cuadrados se daban en generoso presente al gobierno de Su Majestad Imperial.

    . Punto digno de ser considerado para amenidad de nues-tra historia y sabrosa experiencia de nuestro pasado es el re': ferente a la circunstancia en que se produjo esta mutilacin de la heredad nacional. Mientras en otras anlogas, ante-riores y posteriores, luengas parcelas de tierra propia eran cedidas a los pases vecinos porque nuestro pueblo no haba sabido aprovecharlas y estaban pobladas, trabajadas y amer-: ced de tales vecinos, el litoral del Madera yaca en manos de bolivianos, y el dominio y la influencia de stos era sen.,. cillamente incuestionable. Hay para renegar un poco ...

    La posesin de la extensa comarca por parte del Brasil, en virtud de aquel famoso tratado de 1867, determin, como era de esperar, una situacin de hecho harto lesiva y aflic-tiva para los sirfugueros y pobladores bolivianos. Los !un"' cionarios imperiales empezaron a presionarlos, exigindo-les ttulos de posesin de parte de su gobierno, pago de exorbitantes impuestos y otras exacciones encaminadas a ha-cer imposible su permanencia all. Y como si ello fuera poco, gentes de aquel pas prestamente allegadas dieron en ejercitar sobre los mismos toda clase de atropellos; con el ostensible propsito de desplazarlos y entrar luego en pose-sin de las tierras abundosas en siringa.

    Sin proteccin ni socorro que les valiera, los pobladores cruceos tuvieron que abandonar el litoral maderano, re-plegndose hacia la parte de la hilea que an quedaba den-tro de la soberana boliviana. All habran de proseguir sus jornadas silvanas. con la misma energa y la misma cons-tancia que en el perdido Madera. Hasta 1875 haban salido ya casi todos, y entre los pocos que sorteando las contrarie-dades pudieron quedarse estaban Fide1 Vaca, Isaac Hurta-do y Tristn Roca. A estos ltimos, por febrero de 1886, ha-bra de encontrar todava en sus modestas barracas el ce-lebrado explorador fray Nicols Armentia.

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  • La retirada de los gomeros cruceos del Madera coin-cidi con el colapso de la cascarilla en el Alto Beni, y ello no pudo menos de significar un bien entre dos -males. Los desplazados no tardaron en ver y hacer ver que all aden-tro, a las mrgenes del ro de la quina, vegetaba tambin el rbol de las lgrimas de oro.

    El antiguo cascarillero Miguel Cortez, a la simple refe-rencia, no vacil en introducirse en los bosques ribereos, en compaa de su mujer, una doa. Rafaela Ruiz digna de laudable memoria. Valido de la informacin dada por los indgenas de Cavinas que eran viejos conocedores del rbol y su lafex providente, localiz presto un siringal, pic en l afanosamente con la compaera, y con el producto apenas manipulado psose a condicionar telas impermeables.

    El ansia por la goma no tard en enfervorizar los ni-mos. Los quebrantados por la chinchona dironse a organi-zar empresas comanditarias con sus antiguos habilitadores y marchantes para ir en busca de la hevea. Nuevos preten-dientes a la ddiva silvana aportaron sus capitales en me-tlico y en energas. Joaqun Cullar se asoci a Calixto Roca, Angel Cortez a los hermanos Arteaga, y stos y otros ms lanzronse a la conquista de la selva contigua.

    Antenor Vzquez envi una comisin exploradora con su hermano Jos Manuel a la cabeza. El coronel Vaca Guz-mn hizo lo propio, entregando la conduccin de la avan-zada a Santiago Perdriel, antiguo sargento de milicias en Santa Cruz y Trinidad. Hasta el cura de Reyes don Nicforo Guardia, que se deca pariente del extinto prelado cruceo Don Francisco de Paula Len de Aguirre, envi la suya, pro-curndose para ello un adelanto sobre los diezmos del ao . inmediato.

    Vzquez regres el primero, despus de haber hincado la floresta beniana hasta los bordes septentrionales del enig-mtico lago Rogagua. Retornaron luego Perdriel, el animo-so enviado de su paternidad el prroco y el de los Rocas y Angel Arteaga en persona. Todos tr::.an pequeas bolachas que fueron prestamente enviadas a Par del Brasil para ser analizadas por entendidos.

    Mientras esto ocurra a orillas del Ena-Beni. los ms de los desplazados del Madera, que a la sazn vagaban por el

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  • Mamar arriba, acometieron igual empresa en las florestas ribereas de ste y en las de su caudaloso tributario el bello y cristalino Itnez. Eran stos Benigno Vaca, Manuel y Ra-fael Ruiz, Pastor Oyola, Balvino Franco, Manuel J. Justi-niano, Santos Durn y otros varios. A ellos se agregaron poco despus nuevos rompedores de selva como Urbano Mel-gar, Fernando Antelo, Jos M. Martnez y Agustn Mercado. Este ltimo habra de avanzar ms al norte, llegando a des-cubrir las corrientes de los ros que afluyen al Itnez por el declive de la llanura moxea. Fructuosa fue la expedicin, pues encontr extensos manchones de siringa en las ribe-ras d.el ro San Martn .. N o mucho tiempo despus, Benigno Vaca avanz ms al sud an, hasta dar con los vertederos del ro Negro, en la llanura llamada Chemeneca.

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  • CAPITULO V

    Dos impacientes que se adelantan. - Un dimisionario de la poltica altopemana.- Aguas abajo del Beni.- El gringo

    Heath trae una nueva.

    Llevado de sus ansiedades, Antenor V zquez no esper a que regresaran los correos con las resultas del anlisis hecho sobre las muestras. A principios del ao 74 empren-di la marcha por la floresta adentro y a no mucho andar dio con los parajes recorridos por su hermano Jos Manuel. En el hasta entonces inexp~orado ro Negro, cuyas aguas alimenta el lago Rogagua, P&O seales de propiedad y mar-c "rumbeos" para futuros trabajos d.e pica. Tiempo despus reinici la marcha de exploracin por el Beni abajo hasta tocar con las bocas del Madidi que es afluente de aqul por su margen izquierda. All sent sus reales, entregndose sin ms dilacin a las labores preparatorias.

    La actitud de Vzquez fue seguida por Angel Arteaga. Este cruz el Beni como en los das de la bsqueda de chin-chona, y adentrndose por las maraas de la ribera izquier-da lleg hasta el paraje conocido por los indios con el nom-bre de Naruru. Habiendo tomado posesin de los siringales all existentes con el consabido sealamiento de rumbos, volvi a Reyes para proveerse de los necesarios elementos para la definitiva entrada ..

    Entre tanto haban llegado ya las letras fedatarias del anlisis de la goma beniana y por ellas se evidenciaba su calidad superior a la del Madera. LB: noticia, como es d.e ima-

    ..:-45-

    LOBORectngulo

  • ginar, llen de jbilo a los presuntos empresarios de la pi-ca, inyectndoles nuevas energas para acometer la jornada.

    No era el veterano coronel Vaca Guzmn el menos ani-moso. Mas, considerando que la empresa requera de fuer-zas superiores a las suyas desgastadas ya por los aos,' ocu-rrisele la idea de interesar al mayor de sus hijos para que viniera a asumir la direccin.

    Era el tal don Antonio Vaca Dez, mozo que apenas pa-sab de los 25 aos, siendo ya en Santa Cruz figura promi-nente de la cultura, los clubes polticos y los estrados so-ciales. Doctorado en ntedicina por la universidad de San Francisco XaVier, pas a .La Paz, y segn cuentan sus bi-grafos, hallse en aquella ciudad. durante la memorable ba-talla del 15 de enero de 1871 que derrib a la beodez encum-brada de Melgarejo, levantando en su lugar al caudillo Mo-rales, hombre de talla moral poco menos que anloga a la del cado. En ocasin tan trascendente y cuando la muche-dumbre pacea aclamaba por "libertador" al conterrneo vic-torioso, desde los balcones del histrico Loreto, Vaca Dez previno sentenciosamente al gento d.e no confiar demasiado en el hombre fuerte del momento, "para que sobre los es-combros de una tirana no se levantase otra".

    Lo dicho concitle el enojo del general de las barricadas enerinas, ya salto de mata tuvo que andar hasta la muerte de ste. Ejerciendo ya la profesin de mdico y militante en el partido civilista de "los rojos", todo haca presumir que en el campo de la poltica habra de labrarse brillante por-venir. Pero apenas iniciado en los tejemanejes criollos de faccin, su naturaleza hidalga hubo d.e revelarse, concluyen-do por renunciar a la poltica altoperuana y aun a la vida entre la sociedad montaesa. Con propsitos de dedicarse por entero al ejercicio de la profesin y al fomento de la cultura torn a la tierra natal, pero hasta all habra de al-canzarle el luengo brazo de la agitacin poltica.

    Consumado el golpe feln del 4 de mayo de 1876 que encumbr al general Daza, el joven .mdico no pudo con-tenerse de manifestar su pblico repudio por la alevosa perpetrada. Como consecuencia el gobierno orden su de-tencin y destierro, y cuando la orden estaba a punto de cumplirse, el coronel Ignacio Romero le puso sobre aviso, ayu

  • En circunstancias tales llegle el llamamiento de su an-ciano progenitor para ir al lejano Beni a habrselas con si-ringa y siringueros. En veinticuatro horas, segn l confe-s ms tarde, avise para el largo viaje y an consigui que un grupo de dieciocho hombres se decidieran a seguirle, atrados por el seuelo de la goma. Varios de stos eran alumnos suyos del curso de Ciencias Naturales que desde comienzos de ao haba empezado a dictar.

    Cuando lleg a Reyes por el mes de agosto, encontr all todo a punto para la realizacin de la comn jornada. Sin apenas detenerse en el agitado villorio para asumir la di-reccin de las empresas paternas, el joven mdico enfil a Puerto Salinas. Hizo all operaciones rpidas como la com-pra de N anuru a su primer ocupante Arteaga, y acompaa-do de numeroso squito d peones emprendi la navegacin por el ro abajo. Larga y penosa pero fructfera fue la jorna-da. Hasta los primeros meses d.el ao siguiente haba llega-do ms all del paralelo 12 de latitud- SudJ recorriendo la floresta por varias leguas hacia adentro del ro y marcan-do pertenencias gomeras, a las que dio los nombres de San Antonio, Natividad y California.

    En el intern otros alentados hendedores de selva haban cubierto anloga jornada hasta enseorearse de grandes ex-tensiones ricas en el preciado rbol. El veterano Pablo Sa-linas se estableca ms abajo de la boca del Madidi, levan-tando all su barraca con el nombre de Santa Rosa. A la opuesta banda del Beni, con la designacin de Todosantos, estableca otra el infatigable Antenor Vzquez, pactando sociedad con Salinas para la explotacin de los rboles all existentes. Aguas abajo, Pastor Guardia fijaba linderos pa-ra trabajos propios, dando a la barraca matriz la denomina-cin de Sinusina. Ms abajo an, llegaba Joaqun Cullar, y sobre un ribazo que domina los meandros de la corriente edificaba la suya con el nombre de Maco. Jos Manuel Vz-quez, emancipado de las empresas del hermano, entraba por tierra desde frente a las bocas del Madidi hasta un pinto-resco ancn formado por el Beni, lugar en donde establecf de propia cuenta la barraca que llam Rosario.

    Aunque provistos de los necesarios recursos y asistidos de personal de obra regularmente cuantiosa para la inicia-cin de la pica, no todos procedieron en sta con la misma

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  • celeridad. El ms diligente result a ser AntEmorVzquez. Hacia el mes de noviembre del 76 conclua ste su fbrica de prueba y en el de diciembre inmediato entraba en Reyes con las primeras sesenta y cinco arrobas de goma obteni-das en sus siringales de la boca del Madidi.

    .)

    Mediando el ao 77 hicieron su aparicin en el escena-rio d.e las halageas labores dos hombres llamados a ser figuras de gran relieve en la empresa colonizadora de la hPea. Eran Juan de Dios Limpias y Nicanor Gonzalo Sal-vatierra, recin venido aqul de Santa Cruz y veterano ste en la Amazonia, pero igualmente dotados los dos de la energa, la fortaleza y el denuedo que se haba de menes-ter para las rudas faenas de la selva.

    Don Juan de Dios enfil directamente por el ro abajo y no par hasta encostar a alguna distancia de la Califor-nia de Vaca Dez, bien que en la opuesta margen y en el paraje por donde a la sazn andaba Pastor Guardia. En tra-tos con ste adquiri los derechos a la zona, sobre la que ms tarde habra de levantar el barracn nombrado Hetea.

    Don Nicanor Gonzalo, con su experiencia adquirida en los gomales del Madera y apartndose considerablemente de la ruta hasta entonces seguida, se introdujo floresta aden-tro hasta llegar al ro Geneshuaya, tributario del Beni por su margen derecha. Habiendo encontrado vastas extensio-nes moteadas de siringa, sent all sus reales y a orillas del dicho Geneshuaya levant la barraca de Bella Brisa. .

    Al terminar aquella dcima del siglo, todo el. Alto y el Medio Beni con amplias fajas de selva riberea quedaba explorado y bajo el dominio de los recios varones venidos del lar grigotano. Se picaba afanosamente la. hevea, y el producto obtenido era llevado aguas arriba del Beni hasta Puerto Salinas. Desde all se le conduca ericarretas al cen-tro a,e operaciones y abastecimiento que era el pueblo de Reyes, en donde pasaba a manos de los rescatadores o de los comerciantes o era entregado a los fleteros. Siguiendo el derrotero de las cargas de quina, las grandes balachas con peso de hasta siete arrobs eran nuevamente llevadas por tierra desde Reyes hasta el embarcadero de Santa Rosa en el ro Yacuroa, y de all por la va fluvial a su inmedia-to destino, los puertos brasileros del Amazonas.

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  • En pequeas embarcaciones dichas monteras o baf:elo-nes. segn fuera la capacidad de carga, conducase la goma por el Yacuma abajo hasta su confluencia con el Mamor . . Tombase el curso de ste, por el cual, en largas y cruen-tas jornadas de navegacin haba de llegarse hasta el puer-to de San Antonio en el bajo Madera.

    A la sazn el indigena Ena-Beni slo era conocido de los exploradores blancos hasta el ribazo dicho de San Pe-dro. Del resto de su curso apenas se tena vagas referencias, y entre ellas las proporcionadas por los araonas. andarines terrgenas con quienes el.doctor Vaca Dez estaba en amis-tosos tratos. Los araonas y alguno que otro criollo batidor de selva aseguraban que este ro era el mismo cuya corrien-te inferior visit el explorador Palacios un cuarto de siglo atrs y que sus aguas, pr ende, tributaban a las del Ma-mor.

    Demasiado ocupados estaban los cruceos en laborar sus siringales para darse a la azarosa jornada de verificar las presunciones e inseguras afirmaciones sobre el paradero del providente ro. Jornada tal haba de ser finalmente acome-tida por un mdico americano venido a turista en soleda-des y buscador de aventuras silvanas: El doctor Edwiil Heath.

    El alentado gringo vino desde la alta Bolivia, y por la va de Santa Ana y Reyes lleg a Puerto Salinas, embar-cndose all con rumbo al norte el 6 de agosto de 1880. A breves das de navegacin da con la barraca San Antonio en donde encuentra a Vaca Dez, quien no slo se ofrece para ayudarle sino que le hace amplia relacin de todo cuan-to sus amigos araonas le tienen informado sobre aquellos

    . incgnitos parajes. Provisto de los recursos que la hidalga largueza de Vaca

    Dez le ha pr.oporcionado, Heath reinicia la marcha el 27 de septiembre. Lleva por gua y tripulante a Sebastin Mel-gar, antiguo soldado. de lnea en Santa Cruz y a la sazn siringuero y "prctico" a rdenes de su ilustre compatricio. A no mucho navegar aguas abajo se encuentra en las ribe-ras con el incansable Antenor Vzquez que tiene all ins-talada una nueva barraca. Este .don Antenor le provee de nuevos avos para el viaje y le brinda los servicios de uno

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  • de sus mejores hombres; TIdefonso Roca, indio de origen chiquitano.

    De all en ad.elante la navegacin prosigue por entre in-cgnitaS soledades. El acucioSO anglosajn anota prolijamen-te lo que ve y descubre. Reconoce, entre otras var~as, la corriente de un hermoso ro que vierte sus aguas en el Beni, dndole el nombre de Ivon, y avista la majestuosa emboca-dur.a del Madre de Dios. Encuentra una isla en la intersec-cin del Madre de Dios y el Beni, y la bautiza con el nom-bre de Antenor, en homenaje a su gentil aviador y amigo.

    Ms adelante descubre otro caudaloso ro que desagua en el mismo Beni por la ribera izquierda. Es el Daii-manu de lbs araonas, que l decide nominar de Orton en obsequio del sabio compatriota que viaj como l por la hilea. Sobre el ribazo que se levanta" en el vrtice de ambas corrientes grava en un rbol estas palabras: "Antonio Vaca Dez -1880", como' quien ha tomado posesin de la comarca para el egre-gio amigo y gran cooperador de la empresa. .

    Das ms tarde es sorprendido por el fragor y la desata-da furia de una rompiente que en la jerga de los batidores del bosque amaznico se dice cachuela. La gigantesca: tre-pidacin de las aguas y las moles granticas que se yerguen en mitad de la corriente obstan la navegacin y ponen en peligro "las vidas de los navegantes.

    Es fama que en aquel embarazo el indio lldefonso pro-rrumpi en una frase que era a la vez exclamacin e in-terrogante:

    -Hay esperanza de salir convida de esta cachuela? El tenaz y flemtico yanki debi de responder a la frase

    con palabras de aliento. No lo dice en sus Memorias y s solamente que lo de hablar de esperanza en aquel momento le sugiri la idea de bautizar con tal nombre la cachuela.

    Finalmente, el 11 de octubre llegaba a la confluencia del Beni con el Mamor, meta d.e la, expedicin. A;poco em-prenda el viaje de regreso por el Mamor arriba, tomaba luego el Yacuma hasta el embarcadero de Santa Rosa y vol-va a entrar en Reyes en los primeros das de diciembre. De aquel pueblo escribi a Vaca Dez dndole sucmta cuen-ta del viaje, con las noticias de lo encontrado en L

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  • Aos despus escribi sus Memorias. Interesante y en-jundioso es el relato, mas, prueba de que al ordenar sus evo-caciones y ampliar los apuntes tomados durante la jornada, el meticuloso profesor angloamericano no se vio libre d.e algunos vuelos de imaginacin. Dgalo sino aquella escena,

    . tan patticamente descrita, en que un caimn hambriento, .con la. sutileza de un pillastre de mnibus urbano, rob una lonja de tasajo que el profesor tena bajo su cabecera, res-petando muy generosamente la integridad de las frescas y sonrosadas carnes gringas.

    La nueva trada por Heath y propalada a los cuatro vientos de que el Beni afluye al Mamar no fue muy nueva que se diga. Revelaba, eso s, los inmediatos beneficios que poda reportar el transporte de la goma siguiendo el. curso del Beni hasta el lejano Madera.

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  • CAPITULO VI

    Ocupacin total de la hoya beniana.- Comerciantes y provee-dores.- Surgen los poblados.

    o i En realidad, el curso bajo del ro Beni haba sido ya

    explorado por cruceos, bien que aguas arriba de su con-fluencia con el Mamor~ El sabio viajero D'Orbigny apun-taba en el lugar correspondiente .de su Viaje a la Amrica Meridional que en marzo de 1832 fue- informado acerca de ciertos viajes realizados por aguas arriba de dicho ro, des,-de las bocas del Mamar hasta el pueblo de Reyes. Y con-clua expresando: "De estos informes se desprenda clara-mente -y ms tarde pude verificarlo- que el ro Beni, lejos d.e dirigirse al.ro Paro (?) y de ah al Ucayali, como podra creerse de acuerdo con el mapa de Brp. de 1826, se une con el Mamar all por el 109 y que el ro toma enton-ces el nombre de Madera hasta su confluencia con el Ama-zonas".

    Poco despus del perigeo dorpigniano y ms de un cuar-to de siglo antes del viaje practicadQ. por el profesor Heath y aun precediendo al de Jos Agustn P.alacios, el prefecto del Beni don Rafael de Ja Borda haba enViado una expedi-cin destinada a arribar .por el gran ro desde su desembo-cadura en el Mamar. La expedicin estaba encabezada por Jos Buceta, personaje de alcurnia en Santa Cruz, pues era hijo del homnimo capitn de las reales milicias de Espa-a venido a la comarca grigotana como jefe de una. de las partidas demarcad.oras de lmites con las colonias portu-

    LOBORectngulo

  • guesas del Brasil Perteneca tambin al grupo explorador un don Florencio Calla cuya misin era llevar el diario de viaje.

    La expedicin realizada al promediar -el ao 1844, no lleg a cumplir sino en parte con su objetivo. Al parecer slo alcanz las inmediaciones de la cachuela Esperanza, por entonces todava innominada. El padre Armentiaen su Navegacin del Madre de Dios manifiesta haber cono-cido en Reyes, anciano ya, al memorialista del viaje don Flo-rencio Calla y que ste, tras de hacerle copioso relato, in-formle que el Diario por l escrito encontrbase en los ar-chivos de la prefectura de Trinidad.

    A la noticia de las exploraciones y observaciones del doctor Heath los barraqueros del alto y el medio Beni co-braron mayores bros y decidironse por segun-el ro aba-jo a la bsqueda de nuevos siringales. Estaban ya seguros de que encontrndolos, como era ms que probable, obten-dran mayores ganancias con la goma, pues su porteo ha-bra de abaratarse, llevndola directamente por el ro abajo.

    Tales fueron los aprestos para emprender la marcha y tales las _ apetencias despertadas que la partija del bosque virgen moteado de siringa pudo suscitar agrios entreveros. Pero all estaba el talento. la discrecin y la sutileza en el obrar de Antonio Vaca Dez, cuyo ascendiente entre todos no pudo menos de insinuar el orden y la armona, sugirien-d.o la amigable distribucin de los bienes silvanos en pers-pectiva.

    Por eerto que Vaca Dez y A,n.tenor Vzquez, en cuyos no:ffibresel dctorHeath haba ~omado ya oficiosa posesin de luengas zonas, mejorronse en el reparto y ocupacin, validos_ de: los mayores recursos con que contaban para ello.

    Sobre una u ()tra margen-.del ro,donAntonio demarc para s pertenencias a las que dio los nombr~s de-Alianza~ Florida, Progreso, La Rinconada, Buen Rtiro,Converito~ Palmira y Recreo,

    Don Antenor, de su parte. adjudicse luengas fajas ,de la floresta bajobeniana como la. que denomin San Nicols; ubicada sobre la margen izquierda. Sobre la derechatoInQ la d.esembocaduradel Iyon y adentrndose por ste marc

    - 5' _.

  • perleilenCiasa 10.1argo de sus baados. All hbo de-esta-blecerse y fijar el centl'oprincipal de sus actividades. . ... .Al misJ?~ .tie~po Pastor Guardia.tomaba para 13 afa~ Ja que nOmInO CapIguara; Augusto Roca se adjudicaba Buen Jardn; Angel Vzquez haca}oproI~io enE~altacin; Angel Arteaga en San Juan y DOmIngo Mendez en Gop~caban~ .. ~

    El veterano de los siringales del Madera, don Santos Mercado, nunca bien favorecido por la fortuna, pero alen-tado siempre y con el vigor corporal que no le faltaba, vino a agregarse a la legin de los que bajaban por el Beni. Ha:. bilitad.o por el esplndido Vaca Dez ech a romper monte hacia adentro de la barraca Buen Retiro y a poco dio con. la corriente del ro Yata, en cuyas inmediaciones le cupo encontrar regulares existencias del apetecido rboL Al tiem-po que se dedicaba a explotar stas entr en nuevos acuer:-dos con Vaca Dez, y como resultado de ellos tom en socie-dad las barracas de Florida, Buen Retiro y Recreo. Habien:' do fijado residencia en la segunda, tocle all sufrir conti-nuas arremetidas de los salvajes pacaguaras cuya fiereza era harto conocida.

    Nuevas caravanas de buscadores de siringa iban llegan-do de la lejana Santa Cruz de la Sierra. Aunque densa ya de barracas, "centros" y estradas, la floresta del Bajo Beni tena an zonas baldas que los recin venidos se apresura-ron a ocupar. Entre ellos, Fabin Roca Franco, hombre de apuesta figura y hasta poco antes bienquisto galn d.e los estrados cruceos, levant su barraca con el nombre de Con-cepcin. Viador Buceta, hijo de aquel don Jos que haba explorado el Beni inferior, erigi la suya llamndola Buen Recreo. Antonio Roca establcise a la margen izquierda sobre un lugar que los nativos denominaban Mamoreby. Y tras ellos otros varios como Wenceslao Aez, Pastor Oyola, Ceferino Aponte, Salustiano Justiniano, Manuel Oliva y An':' tonio Salvatierra, hermano, este ltimo, de don Nkanor Gonzalo, el de Geneshuaya. .

    Mas, los inmediatos cosechadores d la ddiva del bos-que no fueron los. nicos en .asentarse a las veras del mag-nfico ro. En torno a las actividades prolfuctor;:ls. i1~a. ere.':' ciendo el grupo de los habilitadores, proveedores, rescata-dores,fleteros y comerciantes, que marchaban por detrs de aqullos, ubicndose en las inmediaciones, cuando no en los intermi:!dios de las barracas gomeras. .

    --55:--

  • Desde los ya extintos tiempos de la cascarilla habaem-pezado a sobresalir en djligencia y capacidad de trabajo, realizando fructferos negocios, una empresa familiar lla-mada a adquirir decisiva preponderancia en la hilea boli-viana. Era sta la de los hermanos Francisco, Nicols, Pedro, Rmulo y Gregorio Surez, venidos de Santa Cruz hacia la sptima dcada del siglo. Afortunadas operaciones en el rescate de quina, provisin de mercaderas y transporte de goma hacia los grandes mercados, pusieron a la empresa fa-miliar en condiciones de actuar en grande. As, el mayor de los hermanos, don Francisco, instalse en la metrpoli bri-tnica, estableciendo all las oficinas centrales de la razn social "Surez Hermanos", que empez a girar con miles de libras esterlinas por capital.

    Habiendo quedado en la fructuosa hilea los otros miem:" bros de la entidad fraterna, distribuyronse en ella la direc-cin de los negocios productores .. Don Nicols, el ms talen-toso 'y perspcuo de ellos, tom para s lo atingente al ren-dimiento de los copiosos bosques de siringa. Bien fuera fa-cilitando capitales a los gestores de la bsqueda, bien ha-ciendo adelantos sobre la recoleccin en perspectiva o bien mercando en Reyes bajo la forma de "rescate", habase li-gado a la comn faena, y era tan necesario en ella que mu-cho de lo hasta entonces realizado debase a su coopera-cin oportuna.

    Resuelto el problema del transporte de la goma evitan-do la larga vuelta por Reyes, don Nicols fue quien porte el primero una gran partida de ella aguas abajo del ro Beni, hasta su confluencia con el Mamor. Ocurra esto a principios del ao 82, en circunstancias harto difciles por cierto. Al llegar a la cachuela Esperanza, la primera de las febles embarcaciones que llevaba fue echada a pique por el furioso corrento. Para superar el temible obstculo y salvar las restantes embarcaciones con su preciosa carga don Nicols mand abrir un varadero a orillas de la cachuela. La necesidad Y-. la previsin le determinaron luego a esta-blecer all una suerte de posta, en la cual concluy por fi-jar el centro de sus negocios. As naci la poblacin de Ca-chuela Esperanza.

    A alguna distancia del vrtice fluvial, aguas arriba del Beni, los primeros trajinantes de la goma haban reconocido un alto y ameno ribazo, al que dieron en llamar Barranca

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  • Color~da. Aquel mismo ao 82 un capataz de Antenor Vz. quez haba edificado. all su mod.esta vivienda, picando en el parvo siringal aledao. Plcido Mndezse llamaba el hom-bre y haba venido de Santa Cruz en una de las levas de gentes del pueblo estimuladas por las tintineantes monedas de don Antenor.

    Dos aos ms tarde, esto es en 1884, arriba a aquel pun-to el suizo-alemn Mximo Henicke. Era ste empleado de la Casa Braillard, cuyo gerente en Reyes, don Bod.o Clau-ssen, le enviaba en busca de apropiada ubicacin para esta-blecer una sucursal de la Casa. Apreci Henicke las buenas --condiciones del lugar, no slo por su altura dominante sino porque frente a l derrama sris aguas en el Beni el caudaloso Amarumayu de los indgenas serranos, Manutata de los sel-vcolas y Madre de Dios de los blancos.

    El 3 de mayo del indicad.o ao 84 Henicke dio principio a los trabajos de edificacin en torno a la casucha de Plci-do Mndez. A las viviendas de los empleados de la firma, prestamente levantadas, no tardaron en sumarse otras de particulares. A breve tiempo, en el antes soledoso barranco erguase un p~toresco casero con el nombre de La Cruz; que le fue dado por haber sido en el da de esta festividad religiosa que se dio comienzo a su ereccin.

    Aos ms tarde haba de hacerse la fundacin oficial del pueblo, trocndose el nombre primitivo con el de Ribe-ralta.

    Los esplndidos negocios de la produccin y venta de goma no podan menos de atraer la atencin del gobierno nacional. Era justo que as fuera, pues no se trataba ya de vrselas con gente osada y montaraz, sino d.e que el fisco SE> aprovechara con el pinge rendimiento de su faena. Haba que cobrar derechos de exportacin, y para ello era menes-ter que se fijara el punto ms conveniente en donde ubicar a los funcionarios encargados del cobro.

    En la re&idencia del gobierno alguien seguramente puso el dedo en el mapa de Bolivia, que slo de este modo poda entonces hacerse algo por aquellas agrestes lejanas. El del mapa tuvo el acierto de sealar las jUntas del Beni y el Ma-mor, y en dicho punto qued convenido que se crease la oficina perceptora de derechos fiscales.

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  • Justamente en la lengua de tierra que perfilan ambas corrientes yrguese una pequea llanada no por cierto ven-tajosa, pues la afligen inundaciones. All el fisco sent sus reales, por el mes de junio del ao 82, para exigir de los gomeros participacin en las ganancias.

    Dise al lugar aquel el nombre de Villa Bella, sin ~ue al observador de hogao le quepa saber si nombre tal se debi a una muestra de irona o a un arranque de optimismo .

    . A vehementes instancias de Antonio Vaca Dez, la ofici-na perceptora de Villa Bella se transform eri verdadera aduana, por ley de la repblica promulgad.a el ao 84. As aquella reparticin fiscal hubo no slo de atenerse a indis-criminados cobros sino a asumir las funciones de celadora del comercio internacional. En torno a ella no tard en apa-recer el casero urbano llamado a ser por luengo tiempo el emporio de la goma boliviana.

    Por aquellos mismos das surga otro poblado sobre las mrgenes del otro gigante de nuestra hilea, el Mamar. Los pioners cruceos, descendiendo de la tierra natal por las aguas abajo del Pira, por las del Guapay despus, y luego ms largamente por las del Mamar, desembarcaban en el paraje de Guayaramern, para dirigirse por tierra hacia las barracas del bajo Beni. Las necesidades y los apremios de la jornada hubieron de hacer que aquella posta se poblara rpidamente, alcanzando en breve tiempo a ser pueblo in-dustrioso y activo.

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  • CAPITULO VII

    Aguas arriba del Madre de Dios.- Llegan los paceos.- El Orton de Vaca Diez.- Exploraciones de Armenta y Vzquez. - El gobierno nacional" se hace presente.- Una gran empre-

    sa.- Naufragio en el Urnbamba. .-

    Apenas distribuida la floresta bajobeniana, algunos de los beneficiados en ella lanzronse aguas arriba de aquel caudaloso ro cuyas aguas venan afluir al Beni frente a la Barranca Colorad.a, para ver si en ellas vegetaba tambin la apetecida siringa.

    Fue el primero Antenor Vzquez, quien en una monte-ra tripulada por ocho hombres subi en agosto de 1881 has-ta el paraje que poco despus sera denom,inado San Pablo.

    A mediados dl ao siguiente, Napolen Surez, en com-paa del antiguo quinero paceo Pacfico Arzabe, entraba por el mismo ro hasta algunos kilmetros por arriba de su embocadura. Detuvironse ambos en el primer paraje d.onde hallaron siringales y como llevaban el definido propsito de establecerse para iniciar trabajos de pica, seal el primero en la banda meridional una extensin a la que nomin Val-paraso y el segundo otra anloga en la banda frontera,a la que dio el nombre de Agua Dulce.

    Meses despus, por junio de aquel mismo ao 82, hizo igual entrada una de las partidas que desde la boca del Orton haba destacad.o Vaca Dez. Dicha partida que estaba com-puesta por Nicasio Egez y Patricio Giles, oriundos ambos

    LOBORectngulo

  • de la campia grigotana, y dos o tres indgenas ara0na86 avanz hasta ms all de donde haban llegado los anterio-res, alcanzando la afluencia del arroyo Genechiqua. Torn desde all a! punto de partid.a para dar cuenta de su mi-sin.

    A fines de ao acometi igual empresa Angel Arteaga con quince peones de su servicio. Este encost en el primer siringa! que tuvo a la vista y le marc como de su perte-

    ne~cia llamndole Bajo San Pablo, nombre que ms tarde habra de cambiarse con el de El Limn.

    En tanto que esto iba ocurriendo, una nueva estirpe de pioneros llegaba a! Madre de Dios en trance de arribar pOI su corriente, a la husma de fortuna en los goma1es. Proce-dan stos de los puebls paceos ms prximos a la hilea. Coroico, Chu1umani, Sorata, Apolo, y aun de la misma ciu-dad de La Paz. Varios de ellos tenan exPeriencia ganada en las jornadas de la selva por haber empezado aos atrs co-

    . mo cascarilleros. En el primer grupo entraron Manuel Crdenas, Timoteo

    Mariaca, FaustinoBelmonte y Uvaldo Antezana. A punto de instalarse los tres ltimos a la vera del arropo Genechiqua fueron alcanzados por AntenorVzquez en los primeros das de octubre del ao 83. No hubo lugar a disputa por la pose-sin de aquellas tierras, pues de acuerdo a prcticas ya sen-tadas, corresponda la propiedad a quien primero hubiera

    -puesto su marca en los rboles ribereos. La de Vzquez es~ taba all desde tiempo atrs y los paceos hubieron de ren-dirse ante la evidencia, continuando su viaje de bsqueda por el ro arriba.

    A los anteriores agregronse luego Arzabe, el antiguo compaero de Napolen Surez, Fidel Endara, el yungue-o Teodoro Ramrez, el apolista Vctor Mercier y los herma-nos Angelino, Joaqun y Marcelino Farfn.

    Cooperndose los unos a los otros, los paceos fueron sucesivamente estableciendo sus barracas de trabajo por arriba de Genechiqua, sobre ambas mrgenes del Madre de Dios. Entre los aos 83 y 86 todo el curso medio de .este ro lleg a estar ntegramente ocupado por aqullos, con unper-sonal de picadores que .era oriundo de los poblados indge-nas de Cavinas, Tumupusa e mamas. Patrones y braceros

    -60.--

  • trabajaban all con la indumentaria propia de sus lares in-dumentaria de la cual era el chaleco la prenda caracte~stica. Esta circunstancia, no poco. reida con las exigencias del ardiente clima, movi la zunga de sus socarrones vecinos orientales, de quienes fueron conocidos con el mote de "los enchalecaos". Y por aquellos aos, cuando quera hablarse del curso medio del Madre de Dios decase 11 el ro de los enchalecaos".

    Hacia los ltimos meses de 1883 y primeros del 84 nue-vos exploradores cruceos irrumpan en la selva riberea del Madre de Dios, posesionndose d.e los baldos que media-ban entre las zonas ya ocupadas o subiendo ms all de los "enchalecaos".Augusto Roca, dueo de la barraca Valpa-raso que adquiri por compra a Napolen Surez, despus de haber ocupado extensiones. contiguas al paceo Arzabe, en donde ubic una perteneilecia con el nombre. de Carmen, sigui