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Elecciones legislativas en Irak. ¿Hacia un
nuevo equilibrio de fuerzas en el país y la
región?
Lic. Joaquín Coniglio
Medio Oriente Ampliado AI 006/2010
20 de abril de 2010
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RESUMEN
Las elecciones iraquíes de 2010, han planteado una serie de interrogantes
respecto a las características que tomará el gobierno formado por el nuevo
parlamento. La disputa preelectoral, la formación de las coaliciones y las negociaciones
en torno a la formación del gobierno, resaltan el carácter sectario de la política
nacional y la puja constante entre islamismo y secularismo. La competencia regional
entre Estados Unidos e Irán ha tomado a Irak como campo de enfrentamiento
indirecto, profundizando las dificultades propias de la política nacional. El presente
artículo se propone, por lo tanto, analizar los resultados electorales intentando
dilucidar las distintas perspectivas en la formación del gobierno iraquí y la dinámica del
enfrentamiento irano-americano en Irak.
Elecciones legislativas en Irak. ¿Hacia un nuevo equilibrio
de fuerzas en el país y la región?
Joaquín Coniglio1
El proceso preelectoral y las alianzas electorales
El pasado 7 de marzo, Iraq celebró las elecciones legislativas que darán
nacimiento al quinto gobierno posterior a la caída del régimen de Saddam Hussein,
gobierno que deberá gestionar la retirada de las tropas estadounidenses del país,
enfrentando el desafío de mantener la seguridad e impedir el ascenso de la violencia
sectaria una vez que las fuerzas de Washington se hayan retirado.
De acuerdo con el sistema de gobierno iraquí, los ciudadanos eligen a los
miembros del Consejo de Representantes (parlamento), en el cual el partido ganador
encabeza la elección del primer ministro y la formación del gobierno. No obstante, la
profunda fragmentación política y sectaria del país torna prácticamente imposible que
el partido mayoritario dirija la formación del gobierno sin establecer alianzas y negociar
1 El Autor es Licenciado en Relaciones Internacionales (UES21).
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con otros partidos, por lo que las elecciones parlamentarias son tan sólo el primer paso
de un complejo proceso que puede extenderse durante meses.
El período previo a las elecciones se caracterizó por las discusiones en torno a
la ley electoral. La formulación de la ley generó un extenso debate entre los
parlamentarios iraquíes acerca de la distribución de los escaños entre las provincias y
los lugares compensatorios, reservados para aquellos partidos que si bien no reúnen
suficientes votos en una sola provincia como para obtener un lugar en el parlamento,
alcanzan un amplio apoyo a nivel nacional. Sin embargo, las disputas no finalizaron con
la aprobación de dicha ley a comienzos de diciembre de 2009, sino que se
profundizaron con el proceso de “desba’azificación” de los candidatos electorales, que
tuvo lugar durante el mes de enero de este año.
Una vez presentadas las miles de candidaturas personales que competirían por
los 325 escaños del Consejo de Representantes, un comité dirigido por el candidato
shií Ali al-Lami (miembro de la Alianza Nacional Iraquí) proscribió la participación de
alrededor de 500 candidatos a quienes el comité señaló como miembros del partido
ba’azista de Saddam. Si bien este proceso destinado a librar la actual política nacional
de elementos provenientes del Ba’az no sólo perjudicó a candidatos sunníes sino
también shiíes, la proscripción de reconocidos políticos sunníes como Saleh al-Mutlaq
(una de las figuras más importantes del Movimiento Nacional Iraquí, liderado por Iyad
Allawi) despertó sospechas respecto del carácter sectario de la “desba’azificación”, que
favorecería a las corrientes shiíes islamistas, y cuestionó la legitimidad del actual
proceso electoral. (VISSER 2010)
En oposición a estas acusaciones de carácter sectario, que avivaron las
tensiones inter-comunales durante el período preelectoral, se consolidaron también
iniciativas de carácter secularista que indican cierto avance hacia la superación de la
política iraquí en términos de confesionalismo religioso. Según Pedro Rojo Pérez, el
primer ministro Nuri al-Maliki percibió durante el año 2008 la falta de apoyo popular
hacia el federalismo y la política sectaria, por lo que en aras de obtener mejores
resultados en las elecciones provinciales de 2009, se separó de la coalición shií que lo
llevó al gobierno y formó la alianza “Estado de la Ley”, autoproclamada como secular a
pesar de que Da’wa, el partido de Maliki, es un partido religioso shií. El éxito del
discurso secularista de al-Maliki impulsó la formación de otras coaliciones que
pretendieron superar las barreras confesionales, tal como el Movimiento Nacional
Iraquí, que reunió al shií Iyad Allawi y a los sunníes Saleh al-Mutlaq y Tareq al-
Hashemi. (ROJO PÉREZ 2010: 2-3)
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De este modo, las elecciones parlamentarias iraquíes de 2010 fueron testigo de
la competencia entre agrupaciones de partidos políticos que se ubican en el amplio
espectro ideológico que se extiende desde el secularismo hasta el islamismo radical.
Resulta pertinente entonces, mencionar las principales coaliciones que tomaron parte
en estas elecciones y exponer brevemente sus características y su orientación a los
fines de alcanzar una mejor comprensión de la dinámica política iraquí y de la
competencia electoral.
La alianza Estado de la Ley (Dawlat ul-Qanun), si bien se proclama como una
agrupación nacional, de carácter secular y anti-sectario, ha tenido serias dificultades
para atraer a políticos kurdos y árabes sunníes destacados, lo que puso en duda su
anti-sectarianismo. De este modo, Estado de la Ley se ha conformado principalmente
como una alianza centrada en el liderazgo personal de al-Maliki y de su Partido
Islámico Da’wa, a la que se han sumado algunos políticos sunníes y kurdos de escasa
relevancia a nivel nacional.
La Alianza Nacional Iraquí (al-I’tlaf al-Watani al-‘Iraqi), es la coalición que
agrupa a la mayoría de los partidos islamistas shiíes (tales como el Consejo Supremo
Islámico de Iraq, la Organización Badr, la Tendencia Sadrista y el partido al-Fadilah),
junto con conocidos políticos shiíes como Ahmed Chalabi e Ibrahim al-Ya’afari y el
sunní Hamid al-Hayes.
El Movimiento Nacional Iraquí (al-Harakat ul-Wataniyyat ul-‘Iraqiyya), conocido
popularmente como “al-‘Iraqiyya”, es la principal agrupación de tendencia secularista y
con un proclamado carácter anti-sectario. Al-‘Iraqiyya reúne al ex premier Iyad Allawi,
al sunní Saleh al-Mutlaq y al actual vicepresidente Tareq al-Hashemi, y se ha
consolidado como la agrupación anti-sectaria más fuerte a pesar de no haber logrado
atraer a otros políticos influyentes.
La Alianza Kurda, por su parte, constituye una importante agrupación política
que reúne al Partido Democrático del Kurdistán (PDK), liderado por Massoud Barzani, y
a la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), liderada por el actual presidente iraquí Yalal
Talabani. Si bien el PDK y la UPK son rivales tradicionales dentro del Kurdistán, han
decidido cooperar y unir sus fuerzas a nivel nacional para defender los derechos de la
población kurda.
Por último, el Frente de Acuerdo Iraquí (Yabahat ul-Tawafuq ul-‘Iraqi), conocido
popularmente como al-Tawafuq, se presenta como una agrupación de partidos
sunníes, que si bien se describe a sí misma como secular tiene entre sus principales
componentes al Partido Islámico Iraquí. En las actuales elecciones, los representantes
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de la comunidad sunní se han volcado hacia una mayor participación política (tanto a
través de al-Tawafuq como de su unión a las distintas coaliciones multiconfesionales),
a diferencia de lo sucedido en 2005 cuando prefirieron boicotear las elecciones y
apoyar a la resistencia establecida a partir de la ocupación norteamericana en 2003.
Resultados electorales y perspectivas nacionales
A fines del mes de marzo, la Alta Comisión Electoral Iraquí dio a conocer los
resultados del recuento de votos de las elecciones del día 7 de marzo, y la asignación
de escaños entre los partidos que participaron de la contienda electoral. La lista que
obtuvo mayor cantidad de asientos en el Consejo de Representantes fue la de al-
‘Iraqiyya, que alcanzó 91 escaños, superando estrechamente a la coalición Estado de la
Ley, del primer ministro Nuri al-Maliki, que se hizo con 89 lugares. En tercer lugar se
ubicó la Alianza Nacional Iraquí, que reuniendo a la mayoría de los islamistas shiíes
obtuvo 70 escaños, de los cuales cerca de 40 corresponden a la Tendencia Sadrista,
liderada por el clérigo Muqtada al-Sadr. La Alianza Kurda obtuvo un total de 41
escaños, mientras que Gorran, partido kurdo formado durante las elecciones
provinciales de 2009, alcanzó 8 lugares en el parlamento. La agrupación sunní al-
Tawafuq obtuvo 6 lugares, a la vez que la Alianza Unidad de Irak, agrupación de
declarado carácter anti-sectario que reúne al político shií y ministro del interior Yawad
Bolani y a políticos y líderes tribales sunníes como Ahmad Abu Risha, Abdulghafur al-
Sammuraie y el ministro de defensa Sa’adoun al-Dulaimi, obtuvo 4 escaños.
De este modo comenzó a perfilarse un complejo proceso de formación de
gobierno, ya que si bien al-‘Iraqiyya apareció como la vencedora, los resultados fueron
cuestionados por el primer ministro al-Maliki, y el presidente Talabani, quienes pidieron
el recuento total de los votos. Aunque la comisión electoral rechazó el recuento total,
los frenos no han desaparecido para al-‘Iraqiyya, puesto que los 91 escaños
alcanzados en el Consejo de Representantes están muy lejos de la mayoría de 163
necesaria para elegir al nuevo premier; Allawi, deberá negociar fuertemente y aliarse
con otras fuerzas políticas si desea que su lista encabece la formación del nuevo
gobierno.
Tanto Maliki como Allawi, líderes de las dos alianzas más numerosas de la
nueva asamblea, han dejado claras sus aspiraciones a la jefatura de gobierno. Sin
embargo, ambos enfrentan un cúmulo de dificultades que deberán solucionar para
poder alcanzar el cargo. En primer lugar, más allá del pretendido carácter anti-sectario
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de ambas coaliciones, la fragmentación inter-comunal del Irak actual hace necesario
que Maliki y Allawi luchen por obtener el apoyo kurdo, ya que ningún gobierno viable
podrá formarse sin cierto respaldo de un sector tan amplio de la población iraquí. La
Alianza Kurda es consciente de esta necesidad, y utilizará la importancia derivada de
sus 41 escaños en el nuevo parlamento para negociar en torno a los intereses
fundamentales del Kurdistán, tales como el mantenimiento de la autonomía y la
definición del estatus de la ciudad de Kirkuk, reivindicada por los kurdos.
La situación se evidencia todavía más compleja si consideramos que aún en
caso de que Allawi lograse obtener el apoyo de la totalidad de la Alianza Kurda sin
perder a ninguno de los miembros de su coalición, estaría todavía 30 lugares por
debajo de la mayoría de 163 escaños necesaria para la elección del primer ministro. Al-
‘Iraqiyya, deberá entonces abocarse a la difícil tarea de atraer tanto a los kurdos
(enfrentados con algunos de los aliados sunníes de Allawi), como a parte de las fuerzas
islamistas shiíes de la Alianza Nacional Iraquí, sin perder el apoyo sunní que la llevó a
la cima del parlamento.
La coalición de al-Maliki enfrenta inconvenientes similares, a los cuales se suma
el rechazo de diversos grupos políticos a aceptar su permanencia en la jefatura de
gobierno. Aún en el caso de obtener el disputado apoyo kurdo, Estado de la Ley tendrá
serios inconvenientes para ampliar sus bases de apoyo sunní y shií. Los obstáculos
para recabar el respaldo sunní provienen fundamentalmente de la defensa de al-Maliki
a la decisión de la comisión de desba’azificación, que fue interpretada por los sunníes
como una herramienta de carácter sectario utilizada en su contra. No son menores las
dificultades de al-Maliki para recobrar el favor de las corrientes shiíes agrupadas en la
Alianza Nacional Iraquí (ANI), ya que sus lazos con el actual primer ministro se
resintieron cuando decidió retirar de la alianza a su partido, Da’wa, para formar Estado
de la Ley. Además, debe considerarse que la Tendencia Sadrista, que ha obtenido 39
de los 70 escaños de la ANI, convirtiéndose en el partido con mayor cantidad de
parlamentarios dentro de la alianza, ha hecho explícito su rechazo a la candidatura de
al-Maliki debido al enfrentamiento que el premier mantiene con Muqtada al-Sadr desde
2008.
De este modo, se ha configurado un escenario en el cual los líderes de las
coaliciones políticas que han obtenido mayor cantidad de votos, Allawi y al-Maliki,
difícilmente lideren el futuro gobierno. Importantes fracciones de la ANI, tales como el
Consejo Supremo Islámico en Irak y la Tendencia Sadrista podrían sumarse a Estado
de la Ley si al-Maliki renuncia a su candidatura personal; sin embargo, dudosamente
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puedan conjugarse los intereses de la Tendencia Sadrista, partidaria de un gobierno
central fuerte, con la vocación autonomista de la Alianza Kurda. De este modo, aún
cuando la renuncia a la candidatura de al-Maliki pueda atraer a otros sectores sunníes
y shiíes hacia Estado de la Ley, la coalición deberá sortear los obstáculos impuestos
por la necesidad de asegurar cierta representación de las distintas comunidades etno-
religiosas del país.
Si bien otros nombres han aparecido en escena, como los de Ibrahim Ya’afari y
Adel Abdul Mahdi, las candidaturas de Allawi y al-Maliki continúan en pie y las
discusiones parlamentarias no han consolidado ninguna coalición capaz de llevar a
cabo la elección. En tal escenario, es probable que las grandes coaliciones que se
formaron para la contienda electoral se quiebren durante las negociaciones y
posibiliten la elección de un candidato de consenso fuera de las candidaturas de Nuri
al-Maliki e Iyad Allawi. La extensión del impasse político y la falta de acuerdo entre los
parlamentarios a la hora de elegir un candidato de consenso plantearía una peligrosa
situación para Irak, posibilitando la profundización de la violencia de carácter sectario,
el fortalecimiento de la resistencia sunní y el rol de Irak como campo de
enfrentamiento indirecto para intereses externos.
La lógica del enfrentamiento indirecto
En octubre de 2001, cuando la Administración Bush lanzó la Operación
Enduring Freedom en Afganistán, el gobierno iraní decidió colaborar con Washington
en un intento de normalizar las relaciones entre ambos países y mostrar su disposición
a colaborar con los Estados Unidos en la región. En Afganistán, Teherán demostró no
sólo su voluntad de cooperación sino también su habilidad para actuar como un socio
capaz de mantener ciertas condiciones de estabilidad regional; sin embargo, lejos de
mejorar sus relaciones con Estados Unidos y ver reconocido su pretendido rol de actor
regional, el régimen de Teherán se encontró pronto incluido en el “Eje del Mal” y
experimentó un recrudecimiento de las sanciones internacionales en su contra,
fundamentalmente en lo relativo al asunto nuclear.
Luego de la invasión americana de Irak, “Irán sugirió que a cambio de un
compromiso de EE.UU. de reconocer a la República Islámica y sus intereses de
seguridad, cooperaría en el asunto nuclear y en Irak. Irán también declaró su
disposición a apoyar una solución de dos Estados para Palestina, cesar el apoyo
material a los grupos de oposición palestinos y facilitar la transformación de Hizbullah
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en una ‘mera organización política dentro del Líbano’ en el marco de un acuerdo
general” (OTTAWAY et. al. 2008: 10). Sin embargo, Estados Unidos rechazó una vez
más la apertura iraní y ambos Estados se embarcaron progresivamente en una
contienda por el ejercicio del poder y la influencia a nivel regional.
De esta manera, Irak se transformó, al igual que Líbano y Palestina, en una
arena de enfrentamiento de la competencia por la hegemonía regional entre
Washington y Teherán, una competencia que la Administración Bush calificaría como
una “guerra de ideas”. El régimen de Teherán hizo uso de la carta shií y de las
relaciones especiales que la Revolución Islámica ha cultivado con las distintas
comunidades shiíes de la región, especialmente en Afganistán, Líbano e Irak, para
extender su influencia política; ha profundizado la alianza con Siria y ha conseguido
mantener su programa nuclear; en Palestina apoya a Hamas y Yihad Islámica, rivales
del gobierno de al-Fatah respaldado por Washington, en Líbano ha sostenido a
Hizbullah y a la coalición “8 de Marzo”, en contra de la coalición pro-occidental “14 de
Marzo”, a la vez que en Irak ha apoyado a diversas milicias y partidos shiíes de
orientación islamista.
A comienzos de 2008, señalaba Ghassan Charbel en un artículo publicado por el
periódico libanés Al-Hayat, las distintas facetas a través de las cuales Irán afectaba los
intereses de Washington en la región: “No es posible construir un Iraq estable sin la
aprobación de Irán y sin tomar en consideración sus intereses y una porción
significativa de sus demandas. No es posible elegir un presidente en Líbano sin la
aprobación de Teherán. Tampoco es posible reanudar el diálogo entre Fatah y Hamas
sin su aprobación. Irán está presente en Gaza a través de sus aliados. Está presente
en el Mediterráneo a través de Siria y Hizbullah. Tiene, a través de todo esto, la
capacidad de influenciar las dos temáticas más prominentes de la región: la seguridad
del petróleo y la seguridad de Israel”. (CHARBEL 2008)
Así, Irak se convirtió en un campo privilegiado para el enfrentamiento indirecto
entre EE.UU. e Irán, en el cual a las tropas americanas y a los aliados iraquíes de
Washington, se opusieron diversas milicias de la resistencia y agrupaciones islamistas
aliadas a Irán, entre las que se destaca el Consejo Supremo Islámico de Irak (CSII),
nacido bajo los auspicios de Teherán en 1982 con el nombre de Consejo Supremo para
la Revolución Islámica en Irak. En este sentido, Irán cuenta con el CSII y otros
miembros de la Alianza Nacional Iraquí como aliados a través de los cuales ejercer su
influencia en Irak y se beneficia de la mayoría de población shií, que avala la formación
de un gobierno con buenas relaciones con Teherán.
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En la consideración de Estados Unidos, unas elecciones democráticas y
transparentes serían la prueba de madurez de las instituciones políticas creadas por la
ocupación. Sin embargo, el proceso de desba’azificación liderado por al-Lami y Chalabi,
aliados de Irán, plantea serias dudas respecto de la madurez de las instituciones y ha
perjudicado a políticos y alianzas con buenas relaciones con Washington como Saleh
al-Mutlaq y al-‘Iraqiyya, resaltando el enfrentamiento irano-americano al interior de
Irak. Diversos analistas han señalado que Washington ha tolerado el veto de
candidatos a los fines de permitir que el proceso político continúe su marcha, se forme
rápidamente un nuevo gobierno y se mantenga la estabilidad necesaria para cumplir
con el cronograma de retirada establecido por el gobierno de Obama, de modo que
Estados Unidos pueda abocarse por completo a Afganistán. (POLLACK 2010; ROJO
PÉREZ 2010)
Consideraciones finales
Tal como hemos señalado en este análisis, los líderes de las coaliciones
declaradamente anti-sectarias que han obtenido la mayoría de escaños, Nuri al-Maliki e
Iyad Allawi, difícilmente logren posicionarse como el próximo primer ministro, por lo
que las negociaciones para formar el gobierno probablemente se extiendan y deriven
en la búsqueda de un candidato de consenso y en la fractura de las alianzas
electorales.
La aceptación por parte de Estados Unidos de la proscripción de candidatos
apoyados por Washington señaló un triunfo de los intereses del régimen de Teherán
en Irak. Sin embargo, la desba’azificación no sólo ha perjudicado a candidatos
cercanos a Estados Unidos y cuestionado la legitimidad de las elecciones, sino que
también ha incentivado la violencia sectaria y planteado inquietudes respecto del
apoyo que mantiene el Ba’azismo en la sociedad iraquí y la legitimidad de un sistema
político que lo proscribe.
En consecuencia, si la formación del gobierno se retrasa y se incrementa la
violencia inter-comunal, la resistencia sunní que decidió abandonar el boicot adoptado
en las parlamentarias de 2005 y participar en estas elecciones en favor de al-‘Iraqiyya,
podría abandonar el proceso político deslegitimado y retomar las armas, un escenario
que afectaría tanto a los intereses estadounidenses como iraníes en el país.
Otro escenario alternativo sería una renuncia de al-Maliki a su candidatura, que
permita que su alianza Estado de la Ley atraiga a partidos de la Alianza Nacional Iraquí
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y a la Alianza Kurda. De este modo se formaría una coalición similar a la que llevó a al-
Maliki al poder y se posibilitaría la elección de un candidato de consenso. Bajo estas
circunstancias, el peso del componente shií en la coalición de gobierno garantizaría
estrechos lazos entre Bagdad y Teherán.
Sea cual fuere el resultado, las perspectivas no son alentadoras para los
intereses estadounidenses en Irak una vez que sus tropas se retiren y Washington
pierda el escaso control que posee sobre el desarrollo de los eventos en Bagdad. Resta
saber si la dirigencia de Teherán será capaz de capitalizar estas oportunidades y
traducirlas en un incremento de su poder en la región.
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