EMIL M. CIORAN – Retrato Del Hombre Civilizado

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    EMIL M. CIORAN – Retrato del hombre civilizado

    El encarnizamiento por borrar del paisaje humano loirregular, lo imprevisto y lo deforme, linda con la indecencia.Sin duda es deplorable que todavía devoren en ciertas tribusa los ancianos estorbosos; sin embargo, no hay que olvidarque el canibalismo representa, tanto un modelo de economíacerrada, como una costumbre que, algún día, seducir al

    atestado planeta. y a pesar de que se persiga sin piedad a losantrop!fagos, no me conmueve que vivan en el terror y queterminen por desaparecer, minoría ya de por sí, desprovistade con"anza en sí misma, incapaz de abogar por su propiacausa. #istinta en e$tremo me parece la situaci!n de losanalfabetas, considerable masa apegada a sus tradiciones yprivaciones y a la que se castiga con una injusti"cablevirulencia. %ues, a "n de cuentas, &es un mal no saber leer niescribir' (rancamente no lo creo. E incluso pienso que

    deberemos vestir luto por el hombre cuando desaparezca elúltimo iletrado.El inter)s de los hombres civilizados por los pueblos que se

    llaman atrasados, es muy sospechoso. *ncapaz de soportarsems a sí mismo, el hombre civilizado descarga sobre esospueblos el e$cedente de males que lo agobian, los incita acompartir sus miserias, los conjura para que afronten undestino que )l ya no puede afrontar solo. + fuerza deconsiderar la suerte que han tenido de no evolucionar,e$perimenta hacia ellos los resentimientos de un audaz

    desconcertado y falto de equilibrio. &-on qu) derechopermanecen aparte, fuera del proceso de degradaci!n al cual

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    )l se encuentra sometido desde hace tanto tiempo sin poderliberarse' a civilizaci!n, su obra, su locura, le parece uncastigo que pretende in/igir a aquellos que han permanecidofuera de ella. 0engan a compartir mis calamidades;

    solidarícense con mi in"erno, es el sentido de su solicitud, esel fondo de su indiscreci!n y de su celo. E$cedido por sustaras y, ms aún, por sus luces, s!lo descansa cuando lograimpon)rselas a los que estn felizmente e$entos. El hombrecivilizado ya procedía así incluso en la )poca en que no era nitan ilustrado ni estaba tan harto, sino entregado a laavaricia y a su sed de aventuras y de infamias. os espa1oles,por ejemplo, en la cúspide de su carrera, debieron sentirsetan oprimidos por las e$igencias de su fe y los rigores de la*glesia, que se vengaron de ellos mediante la -onquista.

    &+lguien trata de convertir a otro' 2o ser jams parasalvarlo, sino para obligarlo a padecer, para e$ponerlo a lasmismas pruebas por las que atraves! el impacienteconvertidor3 &vigilia, plegaria tormento' %ues que al otro leocurra lo mismo, que suspire, que aúlle, que se debata enmedio de iguales torturas. a intolerancia es propia deespíritus devastados cuya fe se reduce a un suplicio ms omenos buscado que desearían ver generalizado, instituido. afelicidad del pr!jimo no ha sido nunca ni un m!vil ni un

    principio de acci!n, y s!lo se la invoca para alimentar labuena conciencia y cubrirse de nobles prete$tos3 el impulsoque nos guía y que precipita la ejecuci!n de cualquiera denuestros actos, es casi siempre inconfesable. 2adie salva anadie; no se salva uno ms que a sí mismo, aunque sedisfrace con convicciones la desgracia que se quiere otorgar.%or mucho prestigio que tengan las apariencias, elproselitismo deriva de una generosidad dudosa, en susefectos que una abierta agresividad. 2adie est dispuesto asoportar solo la disciplina que ha asumido ni el yugo que ha

    aceptado. a venganza asoma bajo la alegría del misionero ydel ap!stol. Su aplicaci!n en convertir no es para liberar sinopara convertir.

    En cuanto alguien se deja envolver por una certeza, envidiaen otros las opiniones /otantes, su resistencia a los dogmas ya losslogans, su dichosa incapacidad de atrincherarse enellos. Se averg4enza secretamente de pertenecer a una sectao a un partido, de poseer una verdad y de haber sido suesclavo, y así, no odiar a sus enemigos declarados, a los que

    enarbolan otra verdad, sino al *ndiferente culpable de noperseguir ninguna. 5 si para huir de la esclavitud en que se

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    encuentra, el *ndiferente busca refugio en el capricho o en loapro$imado, har todo lo posible por impedírselo, porobligarlo a una esclavitud similar, id)ntica a la suya. Elfen!meno es tan universal que sobrepasa el mbito de las

    certezas para englobar el del renombre. as etras, como erade esperarse, proporcionarn la penosa ilustraci!n. &6u)escritor que goce de una cierta notoriedad no acaba por sufrira causa de ella, por e$perimentar el malestar de ser conocidoo comprendido, de tener un público, por restringido que sea'Envidioso de los amigos que se pavonean en la comodidad delanonimato, se esforzar por sacarlos de )l, por turbar suapacible orgullo con el "n de que tambi)n ellos e$perimentenlas morti"caciones y ansiedades del )$ito. %ara alcanzarlo,cualquier maniobra le parecer legítima, y a partir de

    entonces su vida se convierte en una pesadilla. os aguijonea,los obliga a producir y a e$hibirse, contraría sus aspiracionesa una gloria clandestina, sue1o supremo de los delicados y delos abúlicos. Escriban, publiquen, les repite con rabia, conimpudicia. 5 los desgraciados se empe1an en ello sin pensaren lo que les aguarda. S!lo el escritor famoso lo sabe. osespía, pondera sus tímidas divagaciones violencia ydesmesura, con un calor furibundo, y, para precipitarlos en elabismo de la actualidad, les encuentra o les inventa

    admiradores o discípulos, o una turba de lectores, asesinosomnipresentes e invisibles. %erpetrado el crimen, setranquiliza y se eclipsa, colmado por7 el espectculo de susprotegidos presa de los mismos tormentos y verg4enzas que)l, verg4enzas y tormentos resumidos en la f!rmula de norecuerdo qu) escritor ruso3 Se podría perder la raz!n ante lasola idea de ser leído.

    +sí como el autor atacado contaminado por la celebridad seesfuerza por contagiar a los que no la han alcanzado, así elhombre civilizado, víctima de una conciencia e$acerbada, se

    esfuerza por comunicar sus angustias a los pueblosrefractarios a sus divisiones internas, pues &c!mo aceptar quelas rechacen, que no sientan ninguna curiosidad por ellas' 2odesde1ar entonces ningún arti"cio para doblegarlos, parahacerlos que se parezcan a )l y que recorran su mismocalvario3 los maravillar con los prestigios de su civilizaci!nque les impedirn discernir lo que podría tener de bueno y loque tiene de malo. 5 s!lo imitarn sus aspectos nocivos, todolo que hace de ella un azote concertado y met!dico. &Esos

    pueblos eran inofensivos y perezosos' %ues desde ahoraquerrn ser fuertes y amenazadores para satisfacci!n de su

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    bienhechor que se interesar en ellos y les brindarasistencia, satisfecho al contemplar c!mo se enredan en losmismos problemas que )l y c!mo se encaminan hacia lamisma fatalidad. 0olverlos complicados, obsesivos, locos. Su

     joven fervor por los instrumentos y el lujo, por las mentiras dela t)cnica, le asegura al civilizado que ya se convirtieron enunos condenados, en compa1eros de su mismo infortunio,capaces de asistirlo ahora a )l, de cargar sobre sus hombrosuna parte del peso agobiante, o, al menos, de cargar uno tanpesado como el suyo. + eso llama promoci!n, palabraescogida para disfrazar su per"dia y sus llagas.

     5a s!lo encontramos restos de humanidad en los pueblosque, distanciados de la historia, no tienen ninguna prisa poralcanzarla. + la retaguardia de las naciones, no tocados por la

    tentaci!n del proyecto, cultivan sus virtudes anticuadas, seafanan por permanecer fuera de )poca. Son retr!grados, nocabe .duda, y permanecerían gustosos en su estancamiento situvieran los medios para hacerlo. %ero el hbil complot quelos avanzados traman contra ellos no se lo permite. 8na vezdesencadenado el proceso de degradaci!n, furiosos por nohaber podido oponerse a )l, se dedicarn, con el desenfadode los ne!"tos, a acelerar su curso, a provocar el horror,según la ley que hace que prevalezca siempre el nuevo mal

    sobre el antiguo bien. y querrn ponerse al día aunque s!losea para demostrar a los otros que tambi)n ellos saben lo quees caer, y que incluso pueden, en materia de decadencia,sobrepasarlos. e qu) sirve asombrarse o quejarse' &2oestn los simulacros por encima de la esencia, la trepidaci!npor encima del reposo' &+caso no se diría que asistimos a laagonía de lo indestructible' -ualquier paso adelante,cualquier forma de dinamismo lleva consigo algo de satnico3el progreso es el equivalente moderno de la -aída, laversi!n profana de la condenaci!n. y los que creen en )l son

    sus promotores. 5 todos nosotros no somos ms que r)probosen marcha, predestinados a lo inmundo, a esas mquinas, aesas ciudades que únicamente un desastre e$haustivo podríasuprimir. Esa sería la oportunidad de demostrar cun útilesson nuestros inventos, y rehabilitarlos.

    Si el progreso es un mal tan grande, &c!mo es posibleque no hagamos nada para desembarazarnos de )l' &lodeseamos realmente' En nuestra perversidad es lo m$imoque perseguimos y deseamos3 búsqueda nefasta, contraria en

    todo punto a nuestra dicha. 8no no avanza ni se perfeccionaimpunemente. Sabemos que el movimiento es una herejía, y

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    por eso mismo nos atrae y nos lanzamos en )l, depravadosirremediablemente, pre"ri)ndolo a la ortodo$ia de la quietud.Estbamos hechos para vegetar, para /orecer en la inercia, yno para perdernos en la velocidad y en la higiene responsable

    de la abundancia de esos seres desencarnados y as)pticos,de ese hormigueo de fantasmas donde todo bulle y nada estvivo. +l organismo le es indispensable una cierta dosis demugre 9"siología y suciedad son t)rminos intercambiables:,por ello la perspectiva de una higiene a escala universalinspira legítimas aprehensiones. #ebimos conformarnos,piojosos y serenos, con la compa1ía de las bestias,estancarnos a su lado durante algunos milenios ms, respirarel olor de los establos y no el de los laboratorios, morir denuestras enfermedades y no de nuestros remedios, dar

    vueltas alrededor de nuestro vacío y hundirnos en )lsuavemente. emos sustituido la ausencia, que debi! habersido una tarea y una obsesi!n, por el acontecimiento, y todoacontecimiento nos mancha y nos corroe puesto que surge ae$pensas de nuestro equilibrio y de nuestra duraci!n.

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    el arte de sustituir nuestros ingenuos malestares pormalestares alambicados.

    -ualquier necesidad, al dirigirse hacia la super"cie de lavida para escamoteamos las profundidades, le con"ere un

    precio a lo que no tiene ni sabría tenerlo. a civilizaci!n, contodo su aparato, est fundamentada en nuestra propensi!n alo irreal y a lo inútil. Si consinti)ramos en reducir nuestrasnecesidades, en no satisfacer ms que las indispensables,)sta se hundiría de inmediato. +sí, para durar, se reduce acrearnos siempre nuevas necesidades, multiplicndolas sindescanso, pues la prctica general de la atara$ia le traeríaconsecuencias ms graves que las de una guerra dedestrucci!n total. a civilizaci!n, al agregarle a losinconvenientes fatales de la naturaleza los inconvenientes

    gratuitos, nos obliga a sufrir doblemente, diversi"ca nuestrostormentos y refuerza nuestras desgracias. y que no vengan amachacarnos que ella nos ha curado del miedo. #e hecho, lacorrelaci!n es evidente entre la multiplicaci!n de nuestrasnecesidades y el acrecentamiento de nuestros terrores.2uestros deseos, fuente de nuestras necesidades, suscitan ennosotros una constante inquietud, intolerable de una maneramuy diferente al escalofrío que se siente ante algún peligro dela naturaleza. 5a no temblamos a ratos, temblamos sin parar.

    &6u) hemos ganado con trocar miedo por ansiedad' &5 qui)nno escogería entre un pnico instantneo y otro difuso ypermanente' a seguridad que nos envanece disimula unaagitaci!n ininterrumpida que envenena nuestros instantes, lospresentes y los futuros, haci)ndolos inconcebibles. (eliz aquelque no resiente ningún deseo, deseo que se confunde connuestros terrores. 8no engendra a los otros en una sucesi!ntan lamentable como malsana. nos mejor en aguantar elmundo y en considerar cada impresi!n que recibimos comouna impresi!n impuesta que no nos concierne que

    soportamos como si no fuera nuestra. 2ada de lo que sucedeme concierne, nada es mío, dice el 5o cuando se convence deque no es de aquí, que se ha equivocado de universo y que suelecci!n se sitúa entre la impasibilidad y impostura.

    >esultado de las apariencias, cada deseo, al hacernos darun paso fuera de nuestra esencia, nos ata a un nuevo objetolimita nuestro horizonte. Sin embargo, a medida que see$aspera, el deseo nos permite entender esa sed m!rbida dela que emana. Si deja de ser natural y nace de nuestra

    condici!n de civilizados, es impuro y perturba y manchanuestra sustancia. Es vicio todo lo que se agrega a nuestros

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    cristianismo nos ha inculcado; la curiosidad que despiertan lossabios antiguos corresponde a una disminuci!n de nuestra"ebre, a un regreso hacia la salud. 5 volvemos a ellos porqueel intervalo que nos separa del universo es ms vasto que el

    universo mismo y, por ello, nos proponen una forma dedesapego que inútilmente buscaríamos en los santos.+l transformarnos en fren)ticos, el cristianismo nos

    preparaba, a pesar de sí mismo, a engendrar una civilizaci!nde la que )l es víctima3 &acaso no cre! en nosotrosdemasiadas necesidades, demasiadas e$igencias'2ecesidades y e$igencias interiores en su inicio, que iban adegradarse y a volverse e$teriores, así como el fervor del queemanaban tantas plegarias suspendidas bruscamente, y que,al no poder ni desvanecerse ni quedar sin empleo, se puso al

    servicio de dioses de recambio forjando símbolos a la medidade su nulidad. Estamos entregados a una falsi"caci!n dein"nito, a un absoluto sin dimensi!n metafísica, sumergidosen la velocidad a falta de estarlo en el )$tasis. Esa chatarra

     jadeante, r)plica de nuestra inquietud, yesos espectros que laconducen, ese des"le de aut!matas, esa procesi!n dealucinados, &a d!nde van, qu) buscan', &qu) espíritu dedemencia los impulsa' -ada vez que estoy a punto deabsolver a los hombres civilizados, cada vez que tengo dudas

    sobre la legitimidad de la aversi!n o del terror que meinspiran, me basta con pensar en las carreteras campestresde un día domingo para que la imagen de esa gusaneramotorizada me rea"rme en mi asco o en mis temores. Enmedio de esos paralíticos al volante que han abolido el uso delas piernas, el caminante parece un e$c)ntrico o un proscrito3pronto ser visto como un monstruo. 2o ms contacto con elsuelo3 todo lo que en )l se hunde se nos ha vuelto e$tra1o eincomprensible. #esarraigados, incapaces de congeniar con elpolvo o con el lodo, hemos logrado la haza1a de romper, no

    s!lo con la intimidad de las cosas, sino con su mismasuper"cie. En este punto la civilizaci!n aparecería como unpacto con el diablo, si es que el hombre tuviera todavía unalma que vender.

    &Es realmente para ganar tiempo que se inventaron esosaparatos'

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    ejercen, se adapta uno mal a un mundo donde nadie loconoce ni sabe gozarlo, donde nadie respira. El seresclavizado por las horas, &es todavía un ser humano' &=ienederecho a llamarse libre cuando sabemos que se ha sacudido

    todas las esclavitudes salvo la esencial' + merced del tiempoque alimenta y nutre con su propia sustancia, el hombrecivilizado se e$tenúa y debilita para asegurar la prosperidadde un parsito o de un tirano. -alculador a pesar de su locura,se imagina que sus preocupaciones y problemas aminoraríansi pudiera programrselos a pueblos subdesarrollados alos que le reprocha no entrar al aro, es decir, al v)rtigo. %aramejor precipitarlos en )l, les inyectar el veneno de laansiedad y no los dejar en paz hasta que observe en ellos losmismos síntomas de ajetreo. -on el "n de realizar su sue1o de

    una humanidad sin aliento, perdida y atada al reloj, recorrerlos continentes, siempre en busca de nuevas víctimas sobrequienes verter el e$cedente de su febrilidad y de sus tinieblas.

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    soportamos todas sus pruebas s!lo porque tenemos laesperanza de curarnos algún día. os a1os pasan, la llagapermanece.

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    conminaba a esconder nuestra vida. &Es manía citarlosiempre' &5 a qui)n dirigirse entonces, a qui)n pedir consejo'&+ nuestros contemporneos', esos indiscretos, esosintranquilos culpables de habernos convertido, al dei"car las

    confesiones, el apetito y el esfuerzo, en unos fantasmaslíricos, insaciables y e$tenuados. o único que e$cusa su furiaes que no se derive de un nuevo instinto, ni de un impulsosincero, sino del pnico ante un horizonte cerrado.

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    razones de su frenesí3 &acaso no sienten que el plazo que lesha sido acordado se reduce día con día v que el desenlaceest cerca' &y no es para alejar esta idea por lo que se en lavelocidad' Si estuvieran seguros de algún otro porvenir no

    tendrían ningún motivo para huyendo de sí mismos3reducirían su ritmo y se instalarían sin temor en unae$pectativa inde"nida. %ero ni siquiera se trata de esteporvenir o de otro cualquiera, puesto que simplemente notienen ninguno; esa es una oscura certeza informulada quesurge del enloquecimiento de la sangre, que temen enfrentar,que quieren olvidar apresurndose, yendo cada vez msrpido y negndose un solo instante para sí mismos. asmquinas son el resultado, y no la causa, de tanta prisa, detanta impaciencia. 2o son ellas las que empujan al hombre

    civilizado hacia su perdici!n; es porque ya iba hacia ellas quelas invent! como medios, como au$iliares para perderse msrpida y e"cazmente. 2o contento con ir hacia ella,quería rodar. En este sentido, pero s!lo en )ste, las mquinasle permiten ganar tiempo. 5 las distribuye, las impone a losatrasados para que puedan seguirlo, adelantarse incluso enla carrera hacia el desastre, en la instauraci!n de una locurauniversal y mecnica. y con el "n de asegurar esteacontecimiento, se encarniza nivelando, uniformando el

    paisaje humano, borrando las irregularidades y proscribiendolas sorpresas. o que quisiera es que reinara la anomalía, laanomalía rutinaria y mon!tona, convertida en reglamento deconducta, en imperativo. + los que se escabullan los acusa deoscurantistas o e$travagantes, y no se dar por vencido hastaque los introduzca en el camino correcto, es decir en suserrores de hombre civilizado. os primeros en negarse son losiletrados, y por ello los obligar a aprender a leer y a escribir,con el "n de que, atrapados en la trampa del saber, ningunoescape a la desgracia común. =an grande es la obnubilaci!n

    del hombre civilizado, que no concibe que se pueda optar porun g)nero de perdici!n distinta a la suya. #esprovisto deldescanso necesario para ejercitarse en la autoironía, se privatambi)n de cualquier recurso contra sí mismo, y tanto msnefasto resulta para los dems. +gresivo y conmovedor, nodeja de tener algo pat)tico3 es comprensible que, frente a loine$tricable que lo aprisiona, sienta uno cierto malestar enatacarlo y denunciarlo, sin contar con que siempre es de malgusto hablar de un incurable, aunque sea odioso. Sin

    embargo, si nos negramos al mal gusto, &aún podría jamsemitir juicio alguno'

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    -ioran Emil E. La caída en el tiempo. %laneta?+gostini, Carcelona,@DF. %ags. GD?HI. =raducci!n de Esther Seligson.