EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLITICA

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MEMORIAL DE LA PATRIA

1904-1910

EN CAMINO

A LA DEMOCRACIA POLÍTICA

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MEMORIAL

DE LA PATRIA

Director

Félix Luna

DISTRIBUIDOR EXCLUSIVO

EDITORIAL ASTREA

DE ALFREDO Y RICARDO DEPALMA

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Eduardo j. Cárdenas

Carlos M. Payá

En camino a la

democracia

política

1904-1910

Ediciones LA BASTILLA

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Ilustró la tapa:

José Mario Gutiérrez

Tapa: La Infanta Isabel

y el presidente Figueroa Alcorta

en uno de los actos del Centenario.

©

EDITORIAL ASTREA

DE ALFREDO Y RICARDO DEPALMA S.R.L

Lavalle 1208 - Buenos Aires

Queda hecho el depósito

que previene la ley 11.723

I M P R E S O E N L A A R G E N T I N A

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La hegemonía política de Roca se está diluyendo pero su visión del país es la que comparten los dirigentes que relevan, no sin dureza, a los sobrevivientes de la era roquista. De 1904 a 1910 se afirmarán las características de la Argentina diseñada en 1880 pero también aparecerán, a veces de modo alarmante, los síntomas de un malestar político y social al que deberán dar respuestas los responsables de la conducción del país.

Carlos M. Payá y Eduardo J. Cárdenas, abogados, evocan esta época pacífica que culmina con las vísperas del Centenario de la revolución de Mayo. Describen las influencias de las ideologías predominantes y sus principales expositores, los meandros de las minoritarias agrupaciones políticas y las características de la vida social en sus diferentes estratos. Es una Argentina que parece inconmovible pero que pronto deberá cambiar profundamente.

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PALABRAS LIMINARES

Como todo hecho histórico, el advenimiento de la democracia en la Argentina llevó en sí, a la vez, continuidad y ruptura con el pasado.

En las páginas que siguen, se refleja una parte del tránsito hacia esta redistribución del poder político. Sus autores han puesto especial énfasis en mostrar los elementos que, encontrándose ya en una Argentina gobernada por pocos, se fueron trasformando, hasta consagrar al gobierno de la mayoría.

Esta obra intenta señalar ese proceso en el plano político; develar sus bases en la economía y en la estructura social; encontrarlo, por fin, en la evolución del pensamiento de la época.

Los autores, sin embargo, no han querido olvidar ninguno de los infinitos aspectos y matices que compusieron el país de principios de este siglo. Por fuerza, algunos de ellos habrán sido dejados de lado, y muchos estarán situados en un plano menos relevante que el habitual, o habrán cedido su lugar a otros, ordinariamente relegados.

Por último, debe aclararse que este trabajo ha sido pensado y discutido en común por sus dos autores. La redacción de los tres primeros Capítulos, sin embargo, corresponde a Carlos M. Payá, y la de los cuatro restantes, a Eduardo J. Cárdenas.

LOS AUTORES.

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Capítulo Primero

LA SITUACIÓN INTERNACIONAL

Una visión de la situación política de las naciones más importantes del mundo constituye un elemento casi indispensable para que se pueda tener una clara perspectiva acerca de la posición argentina en la política internacional. En la medida que se comparta la idea de que nuestro país tenía en esos años una ubicación periférica en las relaciones de poder mundial, sería aún más lógico tratar de comprender las razones y las causas que las grandes potencias tenían para dirigir de una u otra forma sus objetivos en la política exterior.

Los años que nos toca desarrollar del proceso histórico argentino (1904-1910) coinciden con los pasos finales de un movimiento de las relaciones internacionales en Europa que, a nuestro criterio, ha comenzado a definirse a principios de la década del 90 del siglo anterior, y que tendrá su fin —por previsible, no menos violento— en el estallido de agosto de 1914.

La última década del siglo xix nos pone en presencia de una serie de realidades y problemas económicos, políticos y sociales, que distingue netamente este tiempo de fin de siglo de la etapa anterior. El período 1893-1914 es de un notable crecimiento económico en toda Europa, sólo ligeramente perturbado por las cortas crisis de 1901 y 1907. El mismo se vio también acompañado por un significativo aumento demográfico, junto al

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intenso desarrollo del sistema de comunicaciones, que actuaron con un efecto acelerador en el crecimiento del comercio internacional, y en la exportación de capitales hacia los países nuevos.

En contraste con estos hechos, los años comprendidos entre 1860 y 1880, habían correspondido al máximo desarrollo del capitalismo no monopolista. Todavía la venta de mercaderías era más importante que la exportación de capitales, y aún restaban tierras libres, que permitían una enorme y casi indefinida extensión de las conquistas coloniales. Pero al iniciarse el decenio del 90, las condiciones variaron, presentando un cuadro fuertemente distinto.

En la política interior de Europa habían surgido dos países nuevos, a los que su postergada unificación interna les había impedido hasta entonces, influir en el balance de poder.

Alemania e Italia, no sólo se organizaron jurídicamente corno naciones, sino que también se trasformaron rápida e intensamente en su interior.

La primera de ellas, bajo la eficaz y prolongada conducción de Bismarck, que se prolongó hasta 1890, se convirtió en sólo veinte años, en la primera potencia militar y económica del Viejo Continente. Proceso que se irá acentuando, con las consecuencias previsibles, en los años que corresponden a nuestro estudio. Como un simple cuadro de ubicación, digamos que el Imperio Alemán tenía 50.000.000 de habitantes en 1890, y en 1910 alcanzaban a 65.000.000. Que para este último año era la segunda nación productora de hulla, la primera de hierro y acero, y sus industrias químicas y eléctricas eran las más avanzadas del mundo.

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Este hecho de la expansión económica y del fortalecimiento militar de Alemania, situada en el corazón del Continente, trajo aparejada la alteración del equilibrio que en 1815 las potencias vencedoras de Napoleón habían edificado en busca de la paz y la seguridad, y del cual resultó Inglaterra su principal beneficiaria.

Ninguna potencia militar pudo pretender la hegemonía en el Continente; y en cuanto al dominio de los mares, la expansión comercial y las conquistas coloniales, la Gran Bretaña le llevaba valiosísimos años de ventaja a cualquiera de ellas.

En estas condiciones, la situación se mantuvo hasta fines del siglo xix. Francia, que no pudo convertirse en una peligrosa rival comercial y colonial, conservó un papel siempre secundario con relación al Imperio Británico, lo que permitió a los estadistas ingleses seguir dando por válida la política de aislamiento y de no compromiso en las querellas continentales.

La aparición de una Alemania económica y militarmente vigorosa, capaz de dictar su ley al Continente, y que "buscaba su lugar bajo el Sil" en la lucha por las conquistas ultramarinas, puso a prueba al ya anacrónico principio de la diplomacia británica.

La historia de las relaciones, internacionales de estos años nos ilustra con el relato de los tanteos en un principio tímidos, y que luego se convirtieron en tensos y nerviosos contactos entre las potencias europeas, hasta configurar dos bloques definidos, que por fin se enfrentaron en la primera guerra mundial.

No corresponde aquí recorrer estos hechos en forma detallada; pero brevemente recordaremos sus hitos fundamentales.

El sistema bismarckiano de alianzas, que incluía el acuerdo de los tres emperadores: Romanoff, Habsburgo y

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llohenzollern, caducó al ascender al trono Guillermo II y despedir al viejo Canciller de su cargo.

En 1892, la República Francesa concretó su acercamiento diplomático a Rusia. En 1898, las relaciones francobritánicas pasaron por su momento de mayor tensión, al producirse el famoso incidente de Fachoda, resuelto por la renuncia francesa a sus pretensiones sobre Egipto.

Durante la guerra contra las repúblicas bóers del Transvaal y Orange (1899-1902), Inglaterra palpó los riesgos de su aislamiento diplomático y, asimismo, puso de manifiesto la debilidad de su organización militar.

En 1903, Teófilo Delcassé, ministro de Relaciones Exteriores de Francia, comenzó la política de acercamiento a Gran Bretaña, que concluirá en la Entente Cordiale de 1906. Francia e Inglaterra realizaron un reajuste de sus rivalidades en materia colonial, que incluyó como pieza fundamental el fortalecimiento de la preponderancia británica en Egipto, ruta de la India, por la carta blanca que Francia obtuvo para proseguir su expansión en Marruecos. Esto se formalizó en la conferencia de Algeciras de 1906, y en el apoyo inglés a Francia frente a Alemania, en los incidentes de Tanger (1905) y de Agadir (1911).

Mientras tanto, Rusia, que había intentado dirigir sus aspiraciones coloniales hacia el Oriente, se vio detenida en las mismas por el Japón (1904 - 1905), actitud que contó con el acuerdo ligeramente velado de Inglaterra.

Como consecuencia de este hecho, los objetivos de la política rusa volvieron a dirigirse hacia Europa, donde chocaron en los Balcanes con Austria – Hungría, única aliada sólida de Alemania.

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Este replanteo de la situación llevó rápidamente al Zar a liquidar sus diferencias coloniales en Asia con los ingleses por medio de un acuerdo general logrado en 1907 y que produjo la ampliación de la Entente Franco - Británica, al proporcionarle un respaldo en el este europeo. De modo que al concluir el período que nos ocupa alrededor de 1910, los bloques de alianzas en Europa habían quedado perfectamente definidos y consolidados.

La política alemana, en esos años, estuvo dirigida por una mezcla poco hábil de presión y seducción encaminada a destruir la Entente, tratando de una forma u otra de separar a sus componentes y de poner en evidencia sus intereses contradictorios.

En esta intención los esfuerzos alemanes fueron infructuosos: la alianza subsistió a pesar de su aparente incongruencia, y esto nos acerca a la conclusión fundamental que queremos recoger de este análisis de las marismas diplomáticas al despuntar el siglo.

Es casi un lugar común considerar causa-principal o casi única de la primera guerra mundial a los conflictos entre las potencias coloniales por la distribución del mundo en esferas de influencias económicas y militares. La obra de Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrita durante la guerra e inspirada básicamente en los trabajos del inglés J. A. Hobson y del socialista austríaco Rudolf Hilferding —publicados en 1902 y en 1910, respectivamente— constituye el ejemplo más preciso de esta corriente interpretativa. Pero aunque parte de los planteos y tesis allí sostenidos resultan certeros e irrefutables, la argumentación esencial fue contradicha por los hechos.

Las rivalidades inter-imperialistas fueron más débiles que las preocupaciones esenciales por la seguridad, por el prestigio y por la voluntad de poder político.

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Las naciones de la Entente, enemigas aparentemente irreconciliables en su competencia por la expansión colonialista, pudieron renunciar parcialmente a sus diferencias, en razón de un objetivo superior que hacía a intereses vitales de seguridad y poder que jugaban en el escenario europeo.

Esta conclusión nos interesa particularmente en el estudio de la vida política de una nación, comprendida dentro de los llamados países nuevos, meta de la exportación de capitales, y objeto de las rivalidades de las grandes potencias.

Más aún, cuando la primera década del siglo coincide con las primeras manifestaciones de la lucha económica en la Argentina entre el capital inglés y el de origen norteamericano, que comienza a insinuarse cada vez con mayor vigor en la región del Río de la Plata.

Estas mismas naciones, que se enfrentaban en el campo diplomático, y tejían las alianzas que dividían a Europa en dos frentes antagónicos, eran protagonistas en su interior de un proceso cada vez más profundo de trasformación social y política.

Los hombres dirigentes de un país como la Argentina estaban atentos e informados, a través de sus frecuentes viajes, de las obras de reciente publicación y de las relaciones comerciales sobre la evolución de estos acontecimientos en Europa. Agregándose a esto la circunstancia de que en nuestro país el incipiente movimiento obrero estaba conducido por trabajadores o intelectuales en general europeos de nacimiento, quienes vivían intensamente las alternativas de las querellas ideológicas que enfrentaban al pensamiento socialista de la época.

El cuadro dibujado justifica la difusión de la tesis que sostiene la existencia de un divorcio entre el país real y sus estratos dirigentes. Pero es precisamente este divorcio el que hace

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comprender la necesidad de dar una somera mirada a la realidad interior de la sociedad europea del período, para explicamos mejor problemas y actitudes de la vida política y social de la Argentina. Porque admitido que existía un país real, olvidado por los ideólogos dirigentes de distintas corrientes políticas; no es menos cierto que éstos contribuían a formar la idiosincrasia nacional, con su prédica en las cátedras universitarias, su elaboración de la legislación, su conducción de instituciones sociales o culturales de peso en la vida pública. Por lo tanto, dejar de lado la fuente de su inspiración intelectual, sería chocar también tozudamente con la realidad.

En las naciones más avanzadas del Viejo Mundo se puso en marcha en esos años un fenómeno que podemos denominar como una trasferencia de poderes.

Los cuarenta años de paz y de inmenso progreso material que habían comenzado en 1870, trasformaron el tejido social europeo. Las ciudades principales se convirtieron en verdaderas metrópolis; las comunicaciones crecieron, poniendo el progreso al alcance de los habitantes de extensas zonas rurales; las clases medias se desarrollaron gracias a la educación estatal masiva y la mejora general en el ingreso medio; las viejas aristocracias gobernaban en gran medida aún, pero fundidas con la alta burguesía de los negocios en un solo estamento. Los movimientos gremiales, cobrando significativa fuerza, constituían una realidad que los gobiernos no pudieron desconocer; y las pretensiones de ahogarlos en la violencia se demostraron totalmente estériles.

En la década 1900-1910, la presión por un reemplazo en los equipos dirigentes realizada por el elemento más progresista y avanzado de las clases burguesas y liberales era casi simultánea a todos los países, aunque condicionada en cada caso a su propia realidad.

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Inglaterra

Inglaterra fue gobernada de 1895 a 1906 por un gabinete conservador presidido por lord Salisbury, reemplazado en los últimos años por su sobrino Arthur Balfour. Este período puede ser considerado el cenit de la preeminencia británica en el mundo.

Dueño el Imperio de un territorio que abarcaba la cuarta parte de la superficie de la Tierra, Londres continuaba siendo el primer centro comercial y financiero del mundo, mientras que su flota podía desafiar aún a la segunda y la tercera del globo reunidas, cumpliendo un viejo precepto de la política naval inglesa.

Sin embargo, las condiciones generales estaban cambiando en lo exterior e interior. De manera que el panorama comenzaba a tornarse preocupante, aunque-esto sólo lo advirtieran plenamente cabezas de la lucidez de un Joseph Chamber-1am, promotor de la política proteccionista ep lo comercial y partidario de olvidar el espléndido aislamiento en lo internacional.

La guerra de los bóers (1899-1902) dejó a la vista la carencia de apoyos que Inglaterra padecía en el ámbito diplomático, y la debilidad de sus fuerzas militares. La merma de su participación en la producción mundial en el orden industrial, como también su retroceso en el comercio, unido a la presión por reformas en la legislación económico-social que ejercían el recién constituido Partido Laborista Independiente y el ala radical del liberalismo, completaron un cuadro que preocupó a los espíritus más sensibles.

El gran triunfo de los liberales de 1906 trajo al poder a un gabinete dispuesto a actualizar la realidad política inglesa, e iniciar con vigor una tarea (le renovación socia]. Por primera vez

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los laboristas tuvieron su propio bloque, al conseguir 56 bancas en los Comunes.

Estos cuatro años cumplidos en 1910, estuvieron presididos por el impulso que las dos jóvenes figuras del liberalismo, Lloyd George y Winston Churchill, dieron a la legislación social, así como por el enfrentamiento de éstos con los sectores más conservadores de la sociedad británica, atrincherados en la Cámara de los Lores.

Mientras se sucedían estas contingencias políticas, las costumbres sociales, fijadas en los patrones victorianos, recibieron el embate de una nueva sensibilidad artística, fruto de una mayor libertad mental, anticipada en expresiones como el Yellow Book de los años 90. Aun siendo innegables, estos problemas y dificultades sólo preocupaban a un grupo minoritario, y el Imperio Británico aparecía ante el mundo con una sólida e inconmovible fachada en vísperas de la primera guerra mundial.

Unido a lo cual, una nueva generación de escritores, algunos de ellos como G. B. Shaw y H. G. Wells, vinculados al pensamiento socialista de la Sociedad Fabiana, y otros al modo de Forster, Gals-worthv, Chesterton y Maurice Baring, críticos del liberalismo clásico, anticipaban la gran renovación cultural de la entreguerra

Francia

La Tercera República Francesa fue creada por monárquicos sin intención de que perdurara; sin embargo, vivió setenta años. El carácter moderado del régimen, la aventura del general Boulanger a fines de los años 80 y luego el escándalo de Panamá, vedaron a los republicanos de izquierda el acceso al gobierno, impidiendo la radicalización del proceso.

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Sólo un hecho de la gravedad del caso Dreyfus, que dividió a la nación francesa entre los defensores de la República y aquellos que siempre habían descreído de ella, dio las condiciones para que se produjera la llegada de políticos francamente radicales al poder.

Waideck - Rousseau, que incluyó en su gabinete al primer ministro socialista de Europa, fue también un rígido republicano, que separó la Iglesia del Estado y creó un nuevo régimen patrimonial para las congregaciones religiosas. La designación de Milierand para el Ministerio de Comercio desencadenó una gran polémica entre los dirigentes socialistas de todo el mundo que se agrupaban en la Segunda Internacional, la cual se hallaba inmersa en la gran lucha entre revisionistas y ortodoxos. A Manuel Ugarte —un argentino que militaba en el socialismo, y que residía en París—, una visita realizada en 1903 al ex ministro Milierand le mereció estas reflexiones:

"Su error, a nuestro modo de ver, ha sido extremar el programa y enajenarse las simpatías de su partido. Su moderación es una garantía que lo coloca naturalmente en excepcionales condiciones para ser aceptado en un momento de apuro por los partidos burgueses, y su reputación de hombre práctico le facilita el acceso al poder. Pero no contando con el apoyo de su partido, ¿podrá hacer obra útil en las alturas? Mucho me temo que llegado el caso, sólo resulte un hombre más, que la opinión confundirá con los que ya están en el gobierno. ¿Cómo podrá arrancar concesiones, si no dispone de la presión que ejerce en esos casos una fracción de pueblo organizado? ¿Y qué ventajas podrá ofrecer a los dueños de la situación el apoyo de un hombre que al ocupar el sillón ministerial no desarma la hostilidad de ningún partido?1

1 Manuel Ugarte, El arte y a revolución, pág. 186 (ed. F.

Sempere y Cía., Valencia, 1904).

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El juicio de Ugarte fue doblemente certero: los socialistas independientes, como se denominó al grupo qué apoyó la actitud de Milierand, no pudieron modificar sensiblemente la situación política y tampoco sirvieron de contrapeso ante las masas, en favor de los republicanos moderados.

Al terminar la primera década de este siglo, ¡in miembro de este grupo socialista independiente, Arístides Briand, alcanzó la presidencia del Consejo de Ministerio y, durante su gestión, por primera vez se convocó a filas militares a los obreros en huelga, para solucionar las consecuencias de un conflicto laboral.

De todas maneras, el país quedó herido y dividido por las secuelas del caso Dreyfus; el ejército, desprestigiado y sin fuerza para exigir su reequipamiento; las derechas, espiritualmente fuera de la República, y la izquierda gremial, volcada al sindicalismo, que tuvo su principal teórico en George Sorel, autor del famoso libro Reflexiones sobre la violencia, de reciente publicación en esos años.

En el ámbito cultural y artístico, nuevos vientos barrían la estética naturalista; y modernistas o decadentes impulsaban el curso renovador. Maurice Barrs, creador de una novísima visión del paisaje que cuestionaba la estética del naturalismo, se constituyó en una influencia decisiva en los elementos juveniles. El gran aporte de Barrs a la joven generación —dice Henri Massis— fue el “liberarla sin imponerle teorías de ningún género, sólo con la práctica de lo bello, por un acuerdo esencial con la belleza del mundo, solamente viviendo”.

La aridez y limitación que el planteo cientificista y positivista significaba para la juventud intelectual de aquellos años, está reflejada claramente por Raissa Maritain, estudiante por entonces de los primeros cursos universitarios en la Sorbona.

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“Pero los maestros de aquel tiempo, por buenos, abnegados y competentes que fuesen, parecían haberlo olvidado todo; ellos mismos andaban hacía largo tiempo extraviados. De generación en generación se habían alejado cada vez más de las grandes exigencias del espíritu humano. El desarrollo deslumbrador de las ciencias de la naturaleza física, y las esperanzas infinitas que esas ciencias al desarrollarse habían despertado, hicieron menospreciar, las disciplinas de la sabiduría. De aquella sabiduría a que aspiramos, sin, embargo y después y por encima de todo conocimiento de las ciencias particulares.”

Los maestros, cuya responsabilidad respecto de numerosas generaciones de estudiantes evoco yo aquí, no eran tanto los sabios como los filósofos; y entre los sabios, solamente en aquellos que, rebasando los límites de su ciencia y de su competencia, profesaban más o menos conscientemente una metafísica informe y simplista, es donde yo encontraba —y esto, afirmado por los maestros mismos— el conformismo ingenuo, el mecanicismo y el materialismo que vi antes profesados por algunos de sus discípulos.

“Ésta era la Sorbona en los comienzos de nuestro siglo, en los años que precedieron a la guerra de 1914.”2

Mientras tanto, París seguía siendo el centro de creación artística más importante de Europa, y la nieta adonde iban los extranjeros para consagrarse. En esos primeros diez años del siglo, los fauces, dirigidos por Matisse, asombraron al Salón de Otoño con su violento colorido; Braque y Picasso dieron nacimiento al cubismo mientras se reunían en la calle de Les Fleures, donde Gertrude Stein escribía Three Lives.

2 Raissa Maritain, Las grandes amistades, págs. 42-43 (el

Desclée de Broawer, Buenos Aires. 1954).

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En 1906 y hasta las vísperas de la guerra, Diaghilev revolucionó la escena con el ballet ruso, del cual fue la revelación Nijinsky.

Sin duda, estos acontecimientos sólo abarcaban a una vanguardia, y en nuestro país no tenía repercusión más que en una ínfima minoría intelectual y socialmente privilegiada; pero, de cualquier modo, constituían las novedades del centro cultural más dinámico del mundo.

Alemania

El imperio alemán vivió quizá en los años 1904-10 su etapa más crítica, anterior al estallido de la guerra de 1914. El emperador Guillermo II vio afectado profundamente su prestigio exterior por sus imprudentes declaraciones al diario inglés Daily Telegraph (1908), y en el orden interno, por el escándalo en que estuvo envuelto su íntimo amigo y consejero el príncipe de Eulenburg.

El aislamiento diplomático alemán había quedado de manifiesto en la Conferencia de Algeciras (1906), que arregló la cuestión marroquí.

Esta serie de sucesos provocaron la caída del canciller Von Bülow, y su reemplazo por un hombre de carrera administrativa, Bethrnann - Hollweg, totalmente manejable por el Kaiser. Pero aún el Imperio era un país en expansión incontenible que debía adaptarse institucionalmente a la evolución alcanzada en el campo económico, y al desarrollo del nivel educacional de su población.

La organización política alemana, aunque incluía la existencia de un Parlamento, no hacía al Canciller responsable ante el mismo, de modo que el Emperador podía sostener a su gabinete aun contra la manifestación de la voluntad de los

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electores concretada a través del voto. Sin embargo, en los últimos años los partidos de la derecha se iban debilitando; los conservadores, unidos a la aristocracia terrateniente prusiana, y los nacionales - liberales, que aglutinaron a los representantes de la gran industria y el comercio, perdieron gran número de escaños, mientras que el creciente aumento del porcentaje de los, socialdemócratas en el Reichstag los convertía en el primer partido del país. Otras agrupaciones, como el Zentrum católico y los progresistas, jugaban también un papel destacado en el espectro medio de la política.

Dentro de este cuadro, uno de los principales problemas lo constituía la contradicción entre la tendencia a la liberalización que llevaba el gobierno imperial, y la voluntad de aferrarse a su tradición ultraconservadora por parte del Reino de Prusia, principal Estado dentro del Imperio Federal.

Los triunfos cada vez más significativos de los socialistas antes de la guerra, presentaban un cuadro frente al cual parecía imposible posponer por más tiempo la reforma del sistema político.

La guerra dejó de lado la resolución de esta disyuntiva, reunificando transitoriamente la opinión nacional ante el peligro común

Pero no podemos cerrar este comentario sobre Alemania en la primera década del siglo, sin referirnos a las consecuencias del debate revisionista dentro de la socialdemocracia, que constituía la formación socialista más numerosa y mejor organizada de Europa. Su importancia para nosotros reside fundamentalmente en la repercusión que las doctrinas expuestas en este debate tuvieron entre los dirigentes del Socialismo en la Argentina.

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Eduardo Berstein, teórico marxista estrechamente vinculado a Federico Engels, sostuvo que la creencia en la próxima crisis final, de la sociedad capitalista era errada. Berstein consideraba que Marx se habla equivocado en ese punto y que el socialismo no vendría por un hecho revolucionario, sino por una serie de cambios que se producirían por la evolución económica y política.

Esa tesis fue combatida por los representan-es de la ortodoxia dentro del partido, Kautsky y Bebel: pero Berstein —aunque condenado doctrinalmente por sus camaradas—, no sólo no fue expulsado de sus filas, sino que permaneció en su banca del Reichstag. Ello suscitó las críticas de un cierto número de militantes, que se volcaron al ala izquierda radical, dirigida por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, denunciando el aburguesamiento del partido, y confirmó su convicción en la necesidad de luchar por la revolución proletaria.

Estados Unidos de América

Aunque toda simplificación es aventurada e inadecuada para expresar la riqueza de la realidad, pensamos que fueron el gran despegue industrial, la inmigración masiva y el predominio casi excluyente del Partido Republicano, los elementos distintivos de la vida social de los Estados Unidos, desde el fin de la guerra de Secesión hasta la guerra con España. Terminado el grave conflicto interior, la nación se volcó totalmente a la actividad industrial, perdiendo cada día importancia dentro de la renta nacional la Proporción correspondiente a la agricultura. Las ciudades crecieron vertiginosamente y, al acabar este período, la composición étnica de la inmigración, antes homogénea en su origen germano o sajón, se abrió en un abanico racial que incluía a los pueblos del mediodía y el oriente de Europa.

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Mientras tanto, nacieron las primeras grandes fortunas, y los barones de la industria extendían su influencia en todos los ámbitos de la vida social, incluido el político. El partido republicano triunfante en la guerra hacía causa común con ellos, y las concesiones ferroviarias, los privilegios exclusivos para la explotación de los recursos naturales y las tarifas proteccionistas cada vez más elevadas, eran el resultado de esta alianza.

La convicción acendrada de que el pueblo norteamericano tenía una misión rectora en la América del Norte, era ya un hecho del pasado, junto con la idea del destino manifiesto. Es que éste había sido logrado ya antes de la guerra civil; y después de concluida la misma, la nación se convirtió en aislacionista, al tener lograda su propia seguridad. Pero al culminar la década del 80, comenzaban a manifestarse los primeros choques y conflictos con las potencias europeas, por la dominación de posiciones claves en las zonas marítimas cercanas al Continente. Surgieron los enfrentamientos con Alemania e Inglaterra, que dieron origen a las inquietudes que despertaron el nuevo nacionalismo.

En marzo de 1898 se produjo la anexión de las islas Hawai; en diciembre de 1898 estalló la guerra con España, que condujo a la incorporación de Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam; en noviembre de 1908 estalló en Colombia la revolución que creó la República de Panamá, para facilitar la construcción del futuro canal, y en 1905, los Estados Unidos se hicieron cargo de las aduanas dominicanas, lo que puso a esta república en una situación de cuasi protectorado.

Un marino que por esos años realizaba su carrera en forma oscura, fue el principal teórico de la expansión americana, al sostener la importancia decisiva del poder marítimo en las contiendas imperiales. Alfred Mahan (1840-1914), publicó en 1890 su libro The Influence of Sea Power upon History, y tuvo un

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fiel e importante discípulo en el que luego fuera presidente de los Estados Unidos, Theo-dore Roosevelt.

Precisamente, en años de la segunda presidencia de Roosevelt (1905-09) se asistió en el plano teórico y práctico al desarrollo sin tapujos de una política imperialista, donde los Estados Unidos asumieron el papel de tutores de las otras repúblicas del Continente. Este pensamiento quedó claramente establecido en el famoso mensaje anual de 1905 del Presidente al Congreso, donde determinó el alcance de la Doctrina Monroe, y dio forma al conocido Corolario Roosevelt de la misma, que justificaba la intervención norteamericana al sur del Río Grande. Esta posición de los Estado Unidos tuvo fuerte repercusión en nuestro país, tanto en el ámbito gubernamental como en los medios intelectuales, que reaccionaron en diversas formas contra ella.

América latina

La América española y portuguesa había perdido su intenso contacto con Europa. Luego de concluida la guerra de la Independencia, la relación se redujo al .firme propósito británico por conquistar estos mercados para su industria; pero de todas formas fue poco profunda, sin que diera lugar al nacimiento de los lazos comerciales y culturales, que caracterizan el vínculo de la Metrópoli con sus dominios.

Es que Inglaterra, y más aún Francia, sólo después de 1870 se encontraron en las condiciones económicas en que la exportación de capitales a regiones nuevas se presentaba como un negocio más ventajoso, por ci alto interés que producían, que la colocación de los mismos en la Metrópoli.

Hasta entonces, las naciones latinoamericanas vivieron inmersas en conflictos internos y luchas dirigidas por caudillos de

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origen dudosamente militar o campesino. Una tendencia que preconizaba la organización federal de los Estados, era alentada por corrientes populistas que dirigían jefes rurales. Otra, urbana y centralista, era conducida por las clases comerciales o cultas de los puertos, y entre ambas se disputaban el escenario. Sólo la aparición de hombres fuertes como Rosas, Portales, Páez, Santa Ana o Castilla, impidió una balcanización mayor de las unidades nacionales, y contuvo con más o menos fortuna la prepotencia de las flotas europeas.

Entre 1860 y 1880, la situación se reajustó de manera que al comenzar la década del 80 el proceso interno se había estabilizado en condiciones diversas, pero medianamente aceptables, mientras que las potencias europeas, a su vez, habían establecido una relación neoimperial en todos los puntos claves de la América latina.

Este proceso de reinserción de la América hispano - portuguesa en la política mundial tenderá sus líneas fundamentales, que permanecerán nítidas hasta la guerra de 1914 y aunque débiles, aún serán visibles hasta la gran crisis de •929.

El capital extranjero construyó los ferrocarriles, dragó y modernizó los puertos, se encargó de las industrias extractivas y asumió la provechosa tarea de la comercialización de la producción primaria. Las clases dirigentes nativas, propietarios rurales, organizaron las haciendas o las estancias, mestizaron los ganados o mejoraron la producción en las plantaciones, mientras se encargaban de la conducción política local.

Estos años vieron aparecer un nuevo tipo de hombre fuerte en la América latina, que ya no es simplemente el caudillo militar - campesino, obligado a llenar el vacío dejado por la administración colonial, pero carente de un objetivo totalmente claro a cumplir. Ahora, la unidad política parece asegurada, y la

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preocupación estriba en dar las condiciones de paz y seguridad necesarias para que los capitales europeos puedan realizar su obra de transformación.

Este nuevo hombre fuerte querrá respetar, aunque sólo sea formalmente, los principios liberales que rezan en los maltratados textos constitucionales, porque es la manera de ser un gobernante respetable a los ojos extranjeros. Tendrá una cultura superior a sus antecesores, y un contacto más estrecho con las nuevas corrientes de la ideología europea liberal y positivista.

De esta forma, desde el Orden y Progreso del México de Porfirio Díaz, hasta el Paz y Administración de la Argentina de Julio A. Roca, con diferentes matices y circunstancias, un impulso de ordenamiento político al servicio del crecimiento económico se extiende por la América ubicada al sur del Río Grande.

Pero, con el correr de los años, la profundización de la penetración financiera en áreas cada vez más amplias de las economías locales por los capitales extranjeros; el crecimiento de las ciudades principales, dando lugar al nacimiento de incipientes capas medias, y simultáneamente a los primeros grupos obreros, dibujan un cuadro de gran transformación, que se acelera más y más al principiar el siglo XX. Los países de economías fuertes y diversificadas ven nacer una clase media que, sin claridad en sus propósitos, puja por la modificación de las estructuras políticas que son un monopolio de las oligarquías. Éstas, que tuvieron un papel de líderes en la reconstrucción de los lazos con Europa, y llevaron a cabo reformas progresistas en la educación y la administración, comienzan a comprender que su justificación histórica está en peligro, y que se avizora un reemplazo. Las condiciones y modalidades en que este proceso se lleve a cabo, dependerá de las características económicas y el alcance de la

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modernización social, como también de la inteligencia y prudencia de los hombres dirigentes en cada nación.

De esta manera, en los inicios de la segunda década del siglo esta trasformación comienza a cumplirse, va sea a través de reformas políticas conducidas con mesura, como las protagonizadas por Roque Sáenz Peña y Batile y Ordóñez, o al costo de violentas explosiones revolucionarias, como la mejicana que estalla al caer Porfirio Díaz en 1911.

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Capítulo II

LA DINÁMICA DE LOS

HECHOS POLITICOS

La presidencia de Manuel Quintana

El país se encontraba al finalizar la segunda presidencia del general Roca con sus fuerzas políticas debilitadas y divididas; una apatía general se extendía por el panorama cívico, alejando de la contienda electoral a los ciudadanos, y ponía en peligro el futuro institucional.

El partido oficial, la vieja agrupación autonomista nacional, padecía la pérdida de uno de sus jefes principales, el doctor Carlos Pellegrini. Los republicanos, nueva denominación de las fuerzas mitristas, dirigidas por Emilio Mitre, comenzaban entonces a reorganizarse. Por otro lado, el Radicalismo, en el cual había triunfado la línea intransigente liderada por Hipólito Yrigoyen, en 1897, se mantenía en la abstención revolucionaria. Sólo en 1903 se tornaría la iniciativa de reorganizar el partido, pero sin fines electorales inmediatos.

Mientras tanto, las fuerzas socialistas habían ido consolidándose, luchando contra las corrientes anarquistas y sindicalistas, que o descreían de los sistemas electorales, o aspiraban a dirigir a la clase trabajadora sólo por la vía del movimiento gremial.

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El Presidente que concluía su mandato, consciente de lo quebradizo e inseguro de la situación política, no estaba dispuesto a afrontar una lucha electoral abierta, y por eso impulsó la idea de una convención de notables para elegir la fórmula presidencial. Pero estas argucias ya no constituían recursos idóneos, para detener la tarea reformadora que la ciudadanía reclamaba cada vez con mayor vigor en el campo político.

Así lo reconoció un hombre como Carlos Fe-llegrini el 15 de octubre de 1903, en un discurso en que expresó estos conceptos:

“Todos los problemas y dificultades que perturbaban o impedían el progreso institucional, han desaparecido. La paz interna y externa es hoy in-conniovible. La prosperidad material surge, vencidas todas las crisis y calamidades de los últimos años; nada asoma que pueda detener el progreso nacional, y nuevas generaciones se presentan en el escenario político”.

“Queda sólo como suprema y fundamental tarea la reforma de nuestra vida política; hay que remover todos los escombros y reconstruir nuestro sistema institucional, devolver a las provincias su autonomía política, y al pueblo su libertad electoral, y ésta no es tarea de un día ni de un año, no será nunca obra de espasmos convulsivos, ni de manifestaciones aisladas, tiene que ser obra de la energía, de -la virilidad, de la constancia.”3

Estas palabras de Pellegrini daban a entender claramente que el camino hacia la democracia política se había emprendido, aunque fuera trabajoso y duro su recorrido. Los años 1904-1910

3 Carlos Pellegrini, Obras completas, torno III págs. 396-97

(ed. Jockey Club, Buenos Aires, 1941)

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serían cruciales para definir el trazado singular que éste tendría en la vida argentina;

La convención de notables

y la elección presidencial

En julio de 1903, un grupo de figuras relevantes de nuestra política, reunidas a iniciativa del vicepresidente de la Nación, Norberto Quimo Costa, que buscaba plasmar una antigua idea de Juan Agustín García, decidió promover la convocatoria de una Asamblea de Notables. El objeto era realizar la elección de la fórmula presidencial, que reemplazaría al presidente en ejercicio, general Roca, quien buscaba por este medio, ante la imposibilidad de imponer en forma directa su sucesor, que éste fuera al menos una figura relativamente manejable o no francamente opositora. Con el asentimiento de grupos que ya se habían separado ruidosamente del partido gobernante, se organizó la reunión aludida.

Esta convención se componía de los ex presidentes y vices de la Nación; ex ministros nacionales; ex ministros de la Suprema Corte; ex jueces federales; ex embajadores; los senadores y diputados nacionales en ejercicio, y quienes lo hubieran sido; los ex gobernadores de las provincias; los arzobispos y obispo, y los jefes militares de mayor jerarquía: estas dos últimas categorías se excusaron de concurrir. También fueron parte de la reunión algunos representantes de las fuerzas vivas, como decanos de las Facultades, presidentes de las asociaciones industriales y rurales, y los integrantes de los directorios de los Bancos de la Nación e Hipotecario.

Pero la seguridad de que los manejos presidenciales no permitirían la consagración de la candidatura del doctor Carlos

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Pellegrini, provocó la reacción de sus partidarios. A fines de 1908, Roque Sáenz Peña renunció a su asiento en la Convención, diciendo de ésta que "tuvo el poder de clarear los horizontes y de plantear el problema sobre una base impersonal de patrióticos anhelos, como que no la inspiraban ni el régimen personal y caudillesco, inspiraciones ajenas al bien público y a la reacción que el país reclama en términos perentorios"; y agregaba, justificando su posición personal: Yo he buscado deliberadamente y sin reservas una institución política, que impidiera al Presidente imponer su sucesor, procurando eliminar por la amplitud todos los medios de coacción qué a mi juicio no cabían en este acto electoral libre y autónomo. . ."; pero "desgraciadamente, el hecho se ha consumado en una forma que ha impresionado hondamente los espíritus, y el país entero ha acusado al Presidente, sin justificación posible de su inmixtión en el acto electoral, y digo que la justificación es imposible, porque sus propios amigos personales y políticos que debieron rectificar tan serio cargo contra el jefe de Estado son los primeros que lo aducen y lo esgrimen, como elemento de triunfo definitivo".

Los amigos políticos y convencionales que apoyaban a Pellegrini, se reunieron con éste en una comida de homenaje la noche del 10 de octubre de 1903, en los elegantes salones del restaurante Café de París. Ahí el doctor Carlos Pellegrini volvió a remarcar su distanciamiento de la conducción oficialista y a proyectarse como el jefe de la oposición democrática que, dentro del régimen, estaba dispuesta a rectificarla.

Anunció su separación de la Convención y el retiro de sus adherentes. Y precisando los acontecimientos políticos del momento, dijo: "No me detendré a recordar los vergonzosos espectáculos que hemos presenciado. Grandes grupos de ciudadanos, notables a su modo, sabiendo por experiencia que lo de la presidencia era una mentira, sufrían todos las torturas de la

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indecisión y de la duda, por temor de no acertar con la palabra de la esfinge que persistía en su altar esperando su momento. La Convención se convirtió en un simulacro, y en vez de un alumbramiento, presenció un suicidio"; y concluía, mirando hacia el futuro próximo:

“La presidencia actual se va. Que la historia le sea leve. Ha probado su impotencia para darse un continuador; la que viene, sea cual fuere, tendrá que ser distinta y sufrir la influencia de las nuevas tendencias... Deberá encontrar a la opinión organizada y en acción para que tenga en ella un apoyo y un escudo, si emprende la obra de nuestra regeneración política, y un acusador y un freno, si pretende persistir en las vergüenzas presentes. Con estos propósitos creo que los que fuimos miembros independientes del PAN debemos reunirnos en todas las provincias, formar organizaciones políticas que tengan por bandera la vieja enseña de las autonomías provinciales y el sufragio libre, agrupar en torno de ellos a todos los ciudadanos, y, sobre todo, el elemento joven que quiere ingresar en la vida política conservando su independencia y dando sus entusiasmos y energías, y empezar nuestra acción, contribuyendo a llevar al Congreso Nacional verdaderos representantes de la voluntad nacional, y preparando así fuerzas prontas para apoyar y sostener la reacción política que debe forzosamente venir en cualquier forma, y en cualquier momento que se inicie.”

Pero la violenta prédica de los disidentes no conmovió al resto de los notables, que se reunieron el 12 de octubre de 1908 en el Prince Georges Hall, y allí consagraron por 261 de los 264 presentes a don Manuel Quintana como candidato oficialista para la próxima elección nacional. Éste, al aceptar la designación, a pesar de la estrecha base de opinión que le servía de sustento, dijo, poniéndose por encima de las disputas:

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“La discreción y la dignidad no me permiten descender a las causales de la actitud de los disidentes y de los separatistas de la Convención; pero abrigo el sincero deseo —más que el deseo, la esperanza— de que el patriotismo de todos, sobreponiéndose a lamentables asperezas e inesperados antagonismos, evitará que los episodios de los últimos días sean precursores de una era de anarquía moral que pudiera entorpecer el funcionamiento normal de las instituciones de la República.”

La era de la anarquía que se proyectaba como un fantasma en el pensamiento de Manuel Quintana, no reconocía su causa, sin duda, en las actitudes de esta nueva y moderada oposición, sino, por el contrario, en la terquedad de un mecanismo político que, habiendo servido al proceso de modernización del país y logrado éste, se encontraba girando en el vacío y sin otra justificación que su propia supervivencia. El camino ya había sido recorrido, y de la unificación trasformadora de 1880 a las piruetas electorales de Cayetano Ganghi, el tiempo histórico de un programa político se había agotado.

De todas formas, la rivalidad entre estos dos sectores del antiguo bloque conservador se manifestó nuevamente en la lucha electoral por dos bancas del Parlamento de gran significación política. Pellegrini pujó frente a Manuel Láinez, apoyado por los ugartistas, por la senaduría nacional de la provincia de Buenos Aires, y Emilio Mitre, republicano, luchó contra Benito Villanueva por igual re presentación en la Capital Federal.

Defendiendo su candidatura de senador, Pellegrini insistió en la prédica que había iniciado por la trasformación de las prácticas electoras, y dijo: “Hay que corregir entre nosotros el concepto mismo del gobierno profundamente subvertido, afirmando que la única misión del Poder no es dirigir la máquina electoral, sino la administración de la cosa pública en el interés

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general", y también inició una campaña por el proteccionismo industrial, que era revolucionaria en la escena argentina. "El poder de una nación se mide por sus riquezas, y la riqueza de las naciones no depende sólo de sus ventajas naturales, sino principalmente de la importancia del trabajo "nacional; que no es sólo el derecho, sino el deber de toda nación", fueron sus palabras, y concluyó con esta afirmación: "Apoyaré, pues, una ley tarifa fruto de un estudio detenido, en el que serán consultados todos los intereses, inspirada en los principios y en las reglas que dejo enunciadas”.

Pero, mientras Pellegrini evolucionaba con gran plasticidad y dinamismo en su pensamiento, otra fuerza política que se había condenado formalmente al confinamiento electoral desde 1897, y había iniciado su reorganización partidaria en 1903, se iba a expresar públicamente por primera vez en siete años. Y lo hizo en un documento en que analizaba situación del país ante la renovación presidencial.

Ahí los radicales fortalecían su posición abstencionista, qué se articulaba con la tarea conspirativa en que Su jefe, Hipólito Yrigoyen, se veía involucrado desde hacía cinco años. El documento que se dio a público conocimiento el 29 de febrero de 1904, afirmaba: “La política del acuerdo ha tendido la prueba completa de su impotencia para Satisfacer los anhelos del país”, y continuaba describiendo a éste en toda su negatividad: “El acuerdo, asegurando para sus afiliados posiciones oficiales mediante arreglos depresivos con los gobiernos, ha gastado energías, corrompido caracteres, sembrado gérmenes perturbadores de la integridad política de hombres y partidos, obrando como una tentación sobre débiles e impacientes, sin corregir un abusó, sin cimentar una mejora sólida, ni difundir en el gobierno el calor de una moral severa o el sentimiento del deber cívico. Al cabo de trece años de ejercicio de esta política

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positivista, el país comprueba el arraigo del régimen cuya coparticipación se proclamó como medio lento pero seguro de extirparlo. La situación no ha sido modificada. Puede afirmarlo este Comité como síntesis del juicio de sus miembros, venidos de todos los extremos de la República, con la sensación viva de los agravios que en las provincias provocan la protesta de sus pueblos y mantienen firmes la decisión para la lucha y ¡a fe en el triunfo de sus anhelos".

Y para caracterizar al sistema político imperante, agregaba:

“El régimen desconoce la soberanía popular, para hacer de la autoridad un instrumento de imposición, del voto un comercio bajo, del atrio un campo de lucha sangrienta, o el teatro de una parodia burlesca, y de la administración pública un patrimonio de partido, prefiriendo sobre los más dignos y competentes, los mejor recomendados por su adhesión política. Suprime la autonomía de las provincias, convierte los gobernadores y legislaturas en instrumentos dóciles del poder federal, y relega a los ciudadanos a la categoría de cosas.”

“En materia de garantías, los desconoce y elimina a todas, violando en cada caso lo que estorba al cumplimiento de un propósito autoritario o ampara el derecho de una oposición batalladora. Por la supresión de los estímulos y de los prestigios morales que enaltecen la lucha democrática, la juventud está condenada a optar entre el sometimiento, como camino para llegar a las funciones públicas, y el abandono de ellas, con la protesta en el espíritu y en los labios, para salvar la integridad del carácter.”

Y concluía afirmando la política de abstención electoral, y anunciando la posibilidad de recurrir a la violencia para terminar con los abusos del régimen, diciendo: "En consecuencia, manteniéndose dentro de su programa y en el rumbo que le señaló

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el primer presidente, el inolvidable ciudadano, doctor Leandro N. Alem, el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical resuelve la abstención de todos los radicales de la República en las elecciones de diputados de la Nación, senadores por la Capital, electores de presidente y vice de la Nación; protesta contra el régimen político imperante, subversivo del sistema constitucional y atentatorio de la dignidad cívica, y declara su propósito inquebrantable de perseverar en la lucha hasta modificar radicalmente esta situación anormal y de fuerza por los medios que su patriotismo inspire". De esta manera, al movimiento radical le quedaba definido el camino de la revolución como único posible, para plasmar sus objetivos políticos.

El 14 de abril tuvieron lugar las elecciones para presidente y vice de la Nación, junto con otras de carácter complementario en la representación parlamentaria. El triunfo del oficialismo fue total, en medio de la atonía ciudadana y el fraude gubernativo. Sin embargo, la aplicación del sistema de circunscripción uninominal, recientemente establecido por la ley 4.161, obra, del ministro Joaquín V. González, permitió que en la sección cuarta d la Capital Federal triunfara el candidato del partido socialista Alfredo L. Palacios, si bien para lograrlo éste contó con el apoyo de los republicanos (mitristas), como lo reconoció públicamente.

Encontrarnos acertado el juicio de Carlos Melo acerca de las consecuencias de este proceso electoral: “Roca obtuvo una victoria costosa. Es cierto impidió a Pellegrini ser nuevamente presidente; pero se le escapó en un momento dado el control de nombres y acontecimientos, y tuvo que conformarse con que el nuevo presidente no fuera ni correligionario, ni hombre suyo. En

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esto Roca olvidaba la fuerza del poder presidencial, que no se podía contrarrestar sin poseer prestigio, popular”.4

Pero el país del que debería hacerse cargo el 12 de octubre de 1904 el doctor Quintana, no vivía agitado únicamente por la tensión originada en su falta de representación política y el manejo prepotente de una clase dirigente, que comenzaba a dudar de su propia justificación.

El movimiento obrero había crecido constantemente en los años, anteriores, y los aumentos de los artículos de consumo popular, sin un correlato en los ingresos de los trabajadores, fomentaban un malestar que por sí solo era importante.

Así, el 19 de mayo de 1904 fue un día trágico para los obreros de Buenos Aires. La Federación Obrera Regional Argentina, de orientación anarquista, festejó la fecha con una marcha que se realizó desde la plaza Lorea, en el Congreso, hasta el monumento de Mazzini, en el entonces Paseo de Julio.

Estando los manifestantes en esta última plaza y cuando se disponían a escuchar a los oradores, comenzó la refriega policial, que terminó con la muerte de Juan Ocampo, obrero marítimo. La F.O.R.A. dijo el 6 de marzo: “El atropello inaudito, el crimen sin precedentes contra el pueblo indefenso llevado a cabo el último domingo por la policía de seguridad, por orden superior, no puede ni debe pasar en silencio”. Y agregaba: “pone de relieve la incapacidad que distingue a la superioridad gubernista, en particular a Beazley, que ah-menta todo lo grotesco e inmoral de este régimen que perece.”

4 C. Melo, Los partidos políticos argentinos, pág. 34 (ed.

Universidad Nacional de Córdoba, 1970).

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Estas palabras no eran más que la continuación de una serie de alegatos en los cuales la clase trabajadora trataba de expresar su indignación ante la violencia e incomprensión del régimen gobernante. En estos años se iría acrecentando la agresividad de ambas partes, complicada, además, con la disidencia entre socialistas y anarquistas, en sus proyectos sobre la organización obrera y su participación en la vida política.

Un joven dirigente socialista, que en 1904 obtenía su diploma médico, decía: “El gobierno de entonces, producto del fraude y de la violencia y al servicio del capitalismo foráneo, creía que el naciente movimiento social argentino era provocado Por agitadores profesionales que propugnaban ideas disolventes. Con tal criterio de gobierno, el movimiento obrero y socialista era un asunto policial”.5 Y enrostraba al Presidente entrante el hecho de ser abogado de los intereses ferroviarios ingleses, así como su carácter netamente oligárquico.

En otro ámbito, el universitario, los intelectuales daban sus últimos pasos firmes en la ruta del positivismo, y comenzaban a dudar de los dogmas de la religión del progreso, caros a la generación del 80, que concluía su ciclo conductor. Los elementos más jóvenes de la llamada generación del novecientos, hacían sus primeras armas en el campo intelectual y se manifestaban como contestatarios de la labor realizada por sus mayores. Al escepticismo cosmopolita de sus antecesores, anteponían una renovada preocupación por los temas nacionales, una disposición a tomar una actitud intelectual definida y en algunos casos militante.

Un sector de ellos, que se nucleó en torno a la revista Ideas —fundada en 1903, y que se nutría de nombres como

5 Enrique Dickrnann, Recuerdos de un militante socialista

(ed. La Vanguardia, Buenos Aires, 1949).

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Ricardo Rojas, Alberto Gerchu-noff, Emilio Becher, Juan Pablo Echagüe, Gustavo Martínez Zuviría, Ricardo Olivera y otros—, arremetía contra los valores consagrados en el mundo literario porteño, mientras que repudiaba el oficialismo político. Manuel Gálvez, uno de los hombres más representativos de este grupo, dijo del mismo: “En política, aunque no actuábamos, todos éramos rebeldes, unos socialistas en diverso grado, y otros, anarquistas o anarquizantes. Mi generación, pasado el europeísmo inicial, fue ardientemente nacionalista”.6

Otro joven de aquellos días, que iniciaba en 1904 sus estudios en la flamante Facultad de Filosofía y Letras, recordaba que mientras discutían interminablemente en el patio perfumado por un jazmín del Paraguay, a la sombra de algunos durazneros, sus compañeros de Facultad se afirmaban en sus convicciones socialistas, anarquistas o, algunos pocos, en el dogma de la abstención radical.

Grave era el riesgo del régimen, que se quedaba sin partidarios en la generación que se preparaba para ocupar las posiciones dirigentes. Pero no todos los jóvenes vivían envueltos en las mismas preocupaciones, ni compartían una visión negativa del panorama que presentaba entonces la sociedad argentina.

La alta burguesía, que había visto crecer incesantemente su poder económico y que participaba con amplitud de la conducción política; satisfecha de sus hábitos y convencida de la buena fortuna del país, esperaba confiada en el perfeccionamiento progresivo de éste, en todos los planos. Un joven de veintidós años, hijo de este medio social, así lo demuestra en sus recuerdos personales:

6 Manuel Gálvez, Amigos y maestros de mi juventud, pág. 37

(ed. G. Kraft, Buenos Aires, 1944).

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“Los primeros años del siglo actual fueron para mí apacibles, pocos sobresaltos tuve, pocos episodios que se me hayan grabado en el recuerdo. Los viví en un estado de felicidad palpable, que yo a veces expresaba con el candor de un afortunado que cree no merecer tanto bueno.”

Adoraba a mis padres, estaba orgulloso de ellos; quería mucho a mis hermanos, a algunos con pasión; creía que mis amigos eran las mejores personas de la ciudad. Las mujeres que admiraba, aceptaban mi tributo, cuando menos con simpatía; tenía también amigas... Ninguna desgracia me había alcanzado personalmente todavía, ni los hechos graves capaces de lastimar mi patriotismo se habían producido, y estábamos todos ajenos a la proximidad de los grandes cataclismos y violencias que empezaron a conmover a la humanidad unos diez años después.”7

Estas palabras expresan la confianza y seguridad que hace siempre de los jóvenes seres alegres y despreocupados. Atrás de ellas están los estudios hechos en una facultad donde la mayoría de los compañeros y profesores eran miembros del mismo círculo de amistades; la ciudad en crecimiento, que cada día adquiría una novedad de refinamiento y buen gusto; la jornada que discurría entre los estudios y las casas de los amigos, para terminar en los restaurantes de moda, como La Sonámbula o El Americano.

Pero esta vida se enlazaba con la tierra, la tierra de la provincia de Buenos Aires, que era fundamento de la riqueza de esta clase, a la vez que fuente- de los sentimientos más profundos para los adolescentes que crecían en contacto con ella.

7 Adolfo Bioy, Años de mocedad (cd. Nuevo Cabildo,

Buenos Aires, 1963).

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En este tiempo, las estancias habían progresado, los ganados se habían mestizado y las cabañas cobraban fama. Se introducían los sistemas más modernos para el cultivo, y la organización administrativa penetraba con su ordenada eficiencia. En algunos establecimientos rurales, la vida era casi de château o de country-house. En ellos se delineaban bellos parques, con esmerados trazados y cuidada ornamentación floral... A las bombachas las reemplazaban los breeches, y al recado, la montura inglesa.

Sin embargo, corno siempre, la sensación plena que estremece el espíritu de las almas nuevas se encuentra en aquellos escenarios que mezclan la atracción por lo desconocido y la ansiedad ante lo ilimitado. Anticipando escenas similares, que años después nos pintarán Benito Lynch y Güiraldes, recogemos el relato de un adolescente de rica familia de estancieros ante su primera vista del mar pampeano:

“Cuatro leguas de costa medía el litoral marítimo de La Sirena. En mi primera noche en el cuarto de arriba, alcancé a oír el ruido del mar, y pasé momentos de desvelo en espera de la revelación de la mañana siguiente, en que iríamos a bañarnos en sus aguas. Yo había hecho un viaje a Europa con mis padres, había navegado en el océano; pero a una edad tan temprana, nunca tuve memoria del inmenso espectáculo con el que había soñado muchas veces. Y no me desilusioné cuando de la cumbre de un médano del camino que nos llevaba a la costa vi el mar, tuve la plena sensación de lo infinito. Mi imaginación vio montañas más altas, pero no un mar más extendido.”8

8 Adolfo Bioy, Años de mocedad.

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Quintana y su gabinete

El 12 de octubre de 1904 se llevó a cabo la ceremonia de asunción al cargo del nuevo presidente, doctor Manuel Quintana, y compañero de fórmula, José Figueroa Alcorta.

La designación de este último para la candidatura vicepresidencial nació de un cónclave en el cual lograron limar sus diferencias el general Roca, Quintana y el poderoso gobernador de la provincia de Buenos Aires, Marcelino Ugarte.

Sin duda, el elegido demostró poseer una fina intuición, pues meses antes le dijo a Carlos Ibarguren, en ese entonces subsecretario de Agricultura: "No sabemos quién será el futuro vice, y esto es importantísimo despejarlo, porque el doctor Quintana está viejo y enfermo, vivirá poco, de modo que, en verdad, la futura presidencia será pronto del Vice".9

Y el Senador por Córdoba, no sólo pudo concitar el asentimiento de las figuras protagónicas del oficialismo para su designación, sino que también provocó expresiones de aprobación y esperanza en elementos que se habían distanciado de la línea gubernista. Carlos Pellegrini escribía desde Londres el 17 de junio de 1904, a Miguel Cané:

“Recibimos la noticia de la designación de Figueroa Alcorta y nos alegramos. Creo que es lo mejor de todos los del PAN, que rodearon a Quintana. Según me informan, Quintana tenía a Figueroa de candidato desde un principio y estaba dispuesto a sostenerlo en el momento oportuno. Figueroa

9 Carlos Ibarguren, La historia que he vivido, pág. 140 (ed.

Eudeba, Buenos Aires, 1969).

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consolida su fórmula y no será un peligro para Quintana, ni un instrumento de Roca.”10

La opinión de Pellegrini era, por el momento, sólo una ligera insinuación acerca de la evolución de los hechos futuros. Entre tanto, lo tenemos a Quintana tomando el timón de la República con la decisión, y firmeza que lo habían caracterizado en su vida pública.

Manuel Quintana constituía una de las expresiones más acabadas, en lo físico y en lo espiritual, de la clase aristocrática del país. Nacido en 1835, orillaba los setenta años al llegar al poder y tenía un largo camino recorrido en la función pública, la actividad profesional y universitaria.

En su árbol genealógico se cruzaban los apellidos más significativos de los comerciantes que comenzaron a enriquecerse, junto con el puerto de Buenos Aires, en la segunda mitad del siglo xviii. Su padre, don Eladio de la Quintana, estanciero del sur de la provincia de Buenos Aires, participó en la rebelión de los hacendados de la zona contra el gobierno de Rosas. Estos hechos justificaron las palabras que pronunció su hijo siendo ministro del Interior, en un debate parlamentario: "La cabeza de Castelli elevada en una pica en la plaza principal de Dolores es el recuerdo más antiguo de mi existencia". Tras la revolución, el exilio, creó en el joven un violento resentimiento, contra el gobernante a] que se oponía su familia.

Abogado a los diecinueve años, en 1860 fue elegido diputado a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires y, desde 1859, dictó cursos de derecho civil en la Universidad. En 1861 quedó incluido en el grupo de diputados nacionales que, electos

10

Agustín Rivero Astengo, Carlos Pellegrini, tomo II, pág. 607 (ed. G. Kraft, Buenos Aires, 1941).

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por la ley local de Buenos Aires, encontraron rechazados sus diplomas por el Congreso reunido en Paraná. Después de Pavón, pasó nuevamente por la Legislatura porteña y luego al Congreso Nacional, presidiendo la Cámara baja de 1868. Dos años después ingresó en el Senado.

Caracterizando su figura Parlamentaria y Su temperamento político, dice Ibarguren: "Vibraba en su espíritu esa fuerza superior que va hasta el sacrificio en aras de un principio o de un dogma. Quintana en la íntegra carrera de su larga vida, subordino su acción al deber

Aunque vinculado por su orientación política a la corriente liderada por el general Mitre, no implicó esto que se convirtiera en un hombre de partido. “La acción pública del doctor Quintana no se subordinó nunca a los intereses de una determinada agrupación política. Su personalidad excedía los límites siempre estrechos de los partidos, y su absoluta independencia era incompatible con el sometimiento o la dirección de un jefe.”

Una nueva faceta de su actividad comenzó cuando en 1871 Sarmiento lo designó representante diplomático en el Paraguay, para llevar adelante las negociaciones que condujeron a firmar la paz con ese país. En esta oportunidad, la actuación de Quintana fue francamente desgraciada, por su falta de flexibilidad y su rigidez principista; no sólo inútil, sino también perjudicial en la esfera diplomática.

En 1875 ocupó por un corto período el rectorado de la Universidad de Buenos Aires, en reemplazo de Vicente Fidel López, y la revolución de 1880 lo encontró presidiendo nuevamente la Cámara de Diputados de la Nación, y oponiéndose a la política de federalización que impulsaba el presidente Avellaneda. Esta posición y su derrota lo lleva n al transitorio

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ostracismo político y a volcarse al trabajo profesional, en su acreditado estudio de abogado.

Aquí encontramos una página negativa de su actuación, al aparecer defendiendo al Banco de Londres, sucursal Rosario, pretendiendo la inmunidad jurídica de éste, por ser una sociedad constituida fuera del país, y enfrentándose con el ilustre don Bernardo de Irigoyen, ministro de Relaciones Exteriores en aquellos días.

Volvió a la vida pública llamado por el presidente Juárez Celman, y acompañó a Roque Sáenz Peña, en carácter de delegado, al Congreso de Derecho Privado de Montevideo, en 1888, y a la Primera Conferencia Panamericana de Washington, en 1889. En ambos su papel fue ponderado y eficiente.

Por dos veces fue ministro del Interior del presidente Luis Sáenz Peña: la primera, por poco tiempo, y la segunda, después de la revolución radical de 1893. En esta oportunidad actuó con toda energía para conseguir el restablecimiento del orden, con lo que cobró fama de violento represor dentro de las huestes radicales. Pero en este caso fue inutilizado por Roca que, restablecida la paz interna, prefirió acabar con el Presidente y convertir la situación en favorable a sus intereses.

Por segunda vez dejó Quintana la escena política, pero volviendo a sus tareas profesionales. Sólo ocho años después, fue elegido nuevamente diputado nacional; y estando en el cumplimiento de esta función, tomó cuerpo su candidatura para la presidencia, que más tarde consagraría la Convención de Notables.

Llegaba al cargo colmado de experiencia y en el momento preciso en que el régimen debía escoger alguna de sus figuras más representativas, para evitar difíciles transiciones.

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Esta circunstancia quedó de manifiesto en su mensaje inaugural, al decir: “No pueden perturbarme ya la ambición ni el poder. Sería un insensato si, desde la altura en que me habéis colocado, no consagrase la última parte de mi existencia al bien de mis conciudadanos y a la gloria de mi Patria”.

Quiso también en aquella oportunidad marcar las diferencias que tenía con su antecesor, el general Roca, y su independencia política del mismo, cuando expresó: "Soldado como sois, trasmitís el mando en este momento a un hombre civil. Si tenemos el mismo espíritu conservador, no somos camaradas ni correligionarios, y hemos nacido en dos ilustres ciudades argentinas más distanciadas entre sí que muchas capitales de Europa".

A pesar de estas manifestaciones de corte casi enérgico, Quintana no modificó en lo esencial el régimen político dominante, gracias al cual había ascendido a la presidencia; y ni Marcelino Ugarte en la provincia de. Buenos Aires, ni Benito Villa-nueva en la Capital, corrieron peligro en sus posiciones claves.

Es que Quintana, a pesar de su formación principista y rígida, no podía ir tan lejos como para atentar contra su propia base de sustentación. “Encerrado en su Severo y lujoso despacho; rodeado de pocos y escogidos amigos —Marcelino Ugarte, Benjamín Victorica, Estanislao Frías, Vicente G. Quesada, Juan Agustín García y unos pocos más—, aficionado a los clásicos, gustador de ediciones raras, elegante y pulcro hasta el fanatismo, admirador de Pitt, Chatham y Walpole, y respetuoso de la ley hasta lo inexorable, creía estar enamorado de la democracia.”11 Pero este amor del presidente Quintana fue sin duda platónico,

11 Pilar de Lusarreta, Cinco dand!Js porteños (cd. C. Kraft,

Buenos Aires, 1949).

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pues no se atrevió a consumarlo con la apertura al pueblo de comicios limpios y garantidos. Esto era pedirle demasiado, y salía de las posibilidades que su misma formación le había proporcionado. “Quintana fue por eso el hombre más representativo de aquella parte del patriciado argentino que, demócrata por las ideas era aristocrática por los gustos, el temperamento y el modo de vida.”12

Su actitud de exagerada prudencia, no sólo se mostraba en el campo electoral, sino que su Visión de las situaciones provinciales y de las cuestiones sociales se resentía de este mismo esquematismo. “El orden —dijo— no es la inmovilidad; pero la paz de las provincias es en definitiva la paz de la Nación, y tengo el propósito deliberado de mantenerla con energía, al amparo de la Constitución y las leyes. Soy conservador por temperamento y por principios, y toda perturbación del orden provocará en mi gobierno la reacción necesaria para contenerla.” Esta última admonición abarcaba tanto a los radicales, corno a los agitadores anarquistas y socialistas, que se enfrentaban con el poder gubernamental.

El ministerio designado por Quintana incluía equilibradamente figuras probadas por su larga experiencia política, junto con hombres jóvenes que se habían destacado en distintos campos de la actividad pública. El doctor Rafael Castillo fue designado ministro del Interior. Hombre de provincia, había representado a la suya, Catamarca, en el Congreso Nacional, y servido junto al doctor Quintana como subsecretario del Interior en la gestión de este ministerio, en 1894. El nombramiento de Castillo tenía como propósito colocar en la cartera política una persona de la extrema confianza del Presidente.

12 Pilar de Lusarreta, Cinco dandys porteños.

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José A. Terry ocupó el despacho de Hacienda, y su figura era quizá la más relevante dentro de los expertos en cuestiones financieras del país. Tomaba esta función en plena madurez, y con una larguísima experiencia pública que incluía el Parlamento, la diplomacia, otras carteras ministeriales y también la cátedra universitaria.

Terry era el autor de obras ampliamente difundidas; que analizaban nuestros problemas económicos —entre ellas, La crisis y La cuestión monetaria argentina—, y había sido el gran adversario de Pellegrini en el proyecto de unificación de la deuda externa.

El ministerio de Instrucción Pública fue confiado al doctor Joaquín V. González. Nacido en La Rioja en 1863, luego de hacer sus estudios jurídicos en Córdoba comenzó una exitosa carrera política que lo llevó de la diputación nacional al ministerio del Interior, pasando antes por el Senado nacional y la gobernación de su provincia. Acrecentados sus títulos por sus valores intelectuales de fino prosista y ponderado profesor universitario, González-alcanzaba en esos años el cenit de su actuación pública. Ésta se ampliaba en perspectivas aún más sugerentes por su reciente proyecto del Código del Trabajo, elaborado durante su gestión de ministro del Interior, en la recién concluida presidencia del general Roca. En estos años pondría sus mayores esfuerzos en la creación de la Universidad de La Plata, de la cual se convertiría en rector, abandonando su cartera ministerial. Es importante consignar que Joaquín V. González, dentro de las limitaciones de un hombre conservador, constituía una de las mentalidades más progresistas del círculo gobernante.

Al general Enrique Godoy, ministro de Guerra, le cupo completar la tarea de aplicación de las reformas introducidas por.

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el ministro anterior, Pablo Ricchieri, que incluían el servicio militar obligatorio.

Fue más significativa la labor del capitán de navío Juan A. Martín, quien al momento de ser designado, se desempeñaba como agregado naval en Londres. Hombre joven, y brillante oficial por su formación profesional, reorganizó el arma, dotándola de la primera ley orgánica, la N° 4.856, que le dio su propio escalafón y presupuesto, y cuyas disposiciones estuvieron en vigencia hasta 1940.

La cartera de Agricultura fue desempeñada por el salteño Damián Tormo, que si bien tuvo en su juventud simpatías radicales, había atemperado su pasión militante. Fue un buen continuador de los ministros Frers y Escalante.

Los otros dos integrantes del gabinete eran dos hombres de marcada juventud, personalidades atrayentes por su inteligencia y por los frutos ya logrados en su corta trayectoria pública.

Adolfo Orma se encargó del ministerio de Obras Públicas. Nacido en 1863, había sido en plena juventud rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, y un destacado profesor de derecho administrativo. Tuvo inclinación por el radicalismo en sus años de iniciación política, luego lo abandonó, alcanzó funciones en la Intendencia porteña y una banca de diputado nacional. En el año y medio de gestión al frente de su cartera, realizó una obra de envergadura y con proyección de futuro.

El ministerio de Relaciones Exteriores fue cubierto por Carlos Rodríguez Larreta, que tenía sólo treinta y seis años de edad. Se mezclaban en sus antecedentes familiares la sangre de dos linajes federales, argentino y uruguayo. Brillante alumno universitario y joven profesor de derecho constitucional, se

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embanderó desde temprano en la oposición de los conservadores progresistas al general. Roca. Había participado como orador en los mítines que los grupos juveniles organizaron para oponerse su segunda presidencia. Su prestigio intelectual. en el foro porteño fue creciendo en los primeros años del siglo, y demostró su independencia intelectual cuando patrocinó profesionalmente una causa en 1903, postulando la inconstitucionalidad de la ley de residencia, sancionada el año anterior para reprimir el movimiento obrero. Hijo mayor de una familia de profunda formación intelectual y artística, compartía con su hermano menor Enrique la inclinación por los temas literarios. Al prepararse la sucesión de Roca, fundó el diario La Opinión, para sostener la candidatura de Quintana, quien, podemos decir sin equivocarnos, siempre tuvo en él a su ministro predilecto.

Las tensiones sociales y la Revolución de 1905

El Presidente y su equipo se disponían al trabajo, cuando ya se producían los primeros juicios de agudos y sensibles observadores. Ramón J. Cárcano, desde París, escribía el 8 de noviembre de 1904 a. Miguel Cané, volcando sus impresiones en torno a la actualidad política:

“Recibí los diarios hasta el 13 y leí el discurso de Quintana. Nadie le habrá negado capacidad para producir un documento, pensado y bien escrito, y si algún .reparo hay, que hacer a su primer menaje, es afirmar que es capaz de producir algo mejor. Naturalmente todas sus declaraciones merecen aplauso, pero todo eso nada significa. Lo creo sincero, pero sé también, que de buenas intenciones está empedrado el infierno.”

“¿Podrá realizar lo que prometió? That is the question. Su ministerio poco podrá ayudarle. Sarmiento creyó necesario

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ayudarse con Vélez, Gorostiaga, Avellaneda, Tejedor, etc.. Avellaneda llamó a Irigoyen, a Pizarro, a Sarmiento; Mitre antes había asociado a Rawson, Elizalde, Costa. Yo no me habría encargado de la tarea sin la ayuda de López, Roca, Costa Gutiérrez. Ahora Quintana cree tener bastante con Castillito, Carlos Rodríguez y González, y la comparación resulta que, o él es un gigante que se basta a sí mismo, o las funciones de gobierno han descendido enormemente. La verdad es la última y este descenso es la obra de Roca, en su última administración, en la que el cargo de ministro, que antes era la gran aspiración de todo hombre de estado, ha sido reducido a un empleo de presupuesto al alcance de cualquier mediocridad.”

Cárcano vertía su juicio con el realismo implacable del partícipe de una puja política. De todas maneras, sus opiniones resultan siempre de interés, porque a partir de su vuelta a la política luego de un prolongado ostracismo, era una estrella en permanente ascenso y, sin duda, una de las inteligencias más lúcidas del ala progresista de los sectores conservadores.

La nueva administración comenzó a moverse, y el país siguió expresando sus inquietudes y tensiones a través de diversos canales. Los intelectuales, en una forma u otra testigos de su tiempo y de su ambiente, lo hacían por medio de sus obras.

Payró, escritor que en estos años fue dando pasos importantes hacia una definición neta de su tarea creativa, estrenó el 31 de setiembre en el Teatro de la Comedia y con la compañía de Jerónimo Podestá, su obra Sobre ruina. En su pieza, Payró reflejaba las dificultades del medio rural, donde chocaban mentalidades con criterios diferentes en torno a la trasformación y los cambios. Pero el autor, consecuente con el liberalismo progresista, definía el planteo con un alegato que traslucía su fe en la evolución positiva del desarrollo social hacia metas indefinidas.

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Otra faceta de los problemas de la sociedad argentina en esos días, se mostraba en La gringa, de Florencio Sánchez, que subió a escena dos meses después. Su obra pintaba un cuadro realista de la vida de, los inmigrantes.

Entre tanto, y cubriendo otro campo de la vida social, el movimiento obrero se conformaba a través de sus organizaciones gremiales. La Federación Obrera Argentina nació en mayo de 1901. En marzo de 1903 esta central sufrió la escisión de algunos de sus afiliados que respondían a la orientación socialista, y que crearon otra asociación gremial, llamada Unión Genera' de Trabajadores. Estas entidades condujeron a las masas obreras en su lucha reivindicativa en el campo social, tarea que incluía como objetivos la derogación de la ley de residencia y la oposición a la ley nacional de trabajo, proyectada por Joaquín V. González.

Era, sin embargo, la corriente anarquista la que parecía dominar entre los sectores laborales.

“A fines de siglo la tendencia anarcosindicalista se reforzó con la presencia de un intelectual de origen italiano, el criminalista Pedro Gori, quien nucleó a su alrededor -a un conjunto de ideólogos anarquistas que constituyeron uno de los grupos más importantes de la época.”13 Animada por estos aportes y replanteada su orientación doctrinal, la F.O.A. realizó entre julio y agosto de 1904 su cuarto congreso, que decidiera el cambio de su nombre por el de Federación Obrera Regional Argentina, lo que era una forma de ratificar sus convicciones internacionalistas.

Dio también nacimiento al Pacto de Solidaridad, que implicaba reconocer la necesidad de afianzar la organización

13

Julio Godio, Historia del movimiento obrero argentino (ed. Tiempo Nuevo, Buenos Aires, 1973).

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gremial —a pesar de la tradición antiautoritaria del anarquismo— y articularla con la labor de los militantes políticos. Uno de sus dirigentes expresó esta línea de pensamiento con toda claridad, al decir:

“Una rama de la organización obrera, que puede denominarse revolucionaria, la constituyen cuantos plenamente convencidos trabajan rectamente por el tiempo ideal, y otra rama, que puede llamarse económica, la constituyen las masas obreras, que pugnan por mejorar su condición contrarrestando los abusos patronales, no bien convencidos aún de que si los esfuerzos empleados por parciales mejoras se hicieron por la completa emancipación, con menos sacrificios y tiempo, ésta se lograría. Pero forzoso es admitir que las cosas son como son, y así debe aceptarse la organización paralela o dualista.”14

Las circunstancias apuntadas tienen el valor de antecedentes para explicarnos la evolución del pensamiento de los dirigentes obreros, así como también el malestar de las masas proletarias. Malestar, este último, que se puso de manifiesto en el serio conflicto que tuvo lugar en la ciudad de Rosario, antes que el año 1904 concluyera.

Describiéndonos el clima que vivía esa ciudad, un dirigente socialista de la época nos relata:

“Rosario, por razones múltiples y complejas, fue en las primeras décadas de este siglo un baluarte anarquista. El radicalismo convivía bien con el anarquismo, se prestaban mutuo apoyo. Por tal causa, el movimiento obrero de Rosario era más levantisco y rebelde, lo que obligaba a la policía. a ser más cauta y prudente.”

14

Julio Godio, Historia…, pág. 179.

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Pero la forma en que se desenvolvieron los hechos en la ciudad durante el conflicto con los empleados en huelga, demostró que la virtud de la prudencia no era patrimonio de la institución Policial.

El 21 de noviembre, los empleados de comercio resolvieron ir a la huelga, reclamando el descanso dominical y la reducción de la jornada de trabajo. Ese mismo día por la tarde, y mientras los huelguistas realizaban una reunión en el local sindical, fueron asaltados por agentes policiales, lo que produjo varias víctimas.

Ampliado el ámbito de la huelga, al día siguiente se produjo un incidente entre grupos de obreros y la policía, la cual mató a Jesús Pereira, afiliado a la Federación. Producido este hecho, la Federación declaró la huelga general por cuarenta y ocho horas. La violencia policial llegó hasta arrebatar el cadáver del obrero Pereira del lugar donde era velado por sus compañeros. Esto provocó nuevas manifestaciones, y el aumento de la represión policial y de las víctimas obreras. Los hechos culminaron con una huelga general en todo el país por cuarenta y ocho horas, los días 19 y 2 de diciembre de 1904. Estos acontecimientos provocaron la unión ocasional de las dos centrales obreras, que se solidarizaron en un movimiento huelguista único. También el Partido Socialista participó en la lucha, y envió a Rosario al doctor Alfredo L. Palacios flamante diputado nacional, que habló en diversos mítines de protesta. Pero la orientación cauta y reformista del Partido se manifestó en la proclama de adhesión a la huelga general, donde se invitaba a sus afiliados a participar en ella, pero “con la calma y tranquilidad necesarias, para la mayor solemnidad del acto y como medio de anular la acción represiva de la fuerza armada”.

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El año se terminaba, y un argentino de casi sesenta años, Miguel Cané, lleno de experiencia y con un cierto dejo de nostalgia, lo despide en carta a su hijo:

“Te escribo el último día de este año negro, que, aun en las pequeñas cosas, se despide para mí de manera desagradable (conflictos en la estancia de todo orden, personal, molinos, hacienda, etc.). ¿Me ves en medio de este lío? ¿No es cosa de echar a todo el mundo a la calle y prenderle remate? Hoy estamos en el último día hábil y no creo que este año miserable se despida con nada bueno para mí. . . Ahora, si contra toda mi esperanza, el 1905 arrecia en vez de amainar, es cosa resuelta que la vida, después de cierta edad, es una tontería, cuando los años no pueden vencer al temperamento y traer una indiferencia que haga soportables todas las miserias, especialmente las chicas, que son las más incómodas.”

Las esperanzas de Cané sobre el año próximo se frustrarían: 1905 sería más negro aún para su medio, con el estallido radical del 4 de febrero.

Ya antes que Quintana subiera al poder, la revolución radical se encontraba en condiciones de producirse; pero consejos de diferente origen convencieron a Yrigoyen para postergarla una vez más.

Hipólito Yrigoyen conducía su movimiento desde el conflicto interno de 1897. Su tarea en estos años había sido la de preparar pacientemente una revolución, que quería fuese el fruto de una labor de lenta catequización de los cuadros de oficiales. Aspiraba a que la rebelión concluyera con el régimen y pudiera comenzarse la tarea reparadora, por obra de un levantamiento cívico -militar que trasformara integralmente a la República.

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El Caudillo radical no se cansaba ni desfallecía en su cuidadosa tarea. Hombre a hombre, tejiendo la red de la conspiración, mientras mantenía el contacto con los dirigentes de su partido, que se extendía a todo el país. Los recibía en entrevistas individuales, o si la razón del encuentro era

más significativa, los invitaba a su mesa en los salones reservados del Hotel España, en la avenida de Mayo.

Con los jóvenes oficiales realizaba una obra ímproba, que Manuel Gálvez ha descrito admirablemente:

“Yrigoyen, con voz suave, en tono afectuoso se interesa por su visitante. Le hace preguntas, cuyas respuestas él escucha con la ternura de un padre. Habla en pie, frente a frente, o paseándose. Yrigoyen, de cuando en cuando, le torna el brazo su interlocutor o le pone una mano en el hombro. No tarda el oficial en sentir una profunda simpatía hacia Yrigoyen, que se muestra comprensivo, paternal, bondadoso, austero, gran patriota. Entonces, el catequizador, que ha empleado todos los tonos, la dulzura, el entusiasmo, la serenidad, la afirmación, la energía, se eleva paulatinamente al tono patético de los momentos decisivos. El oficial, que nada sabe sobre política, que está va en el mundo dramático a que le ha conducido Yrigoyen, tiene frente a sí, evocado por la palabra impresionante del apóstol, un panorama pavoroso de la vida moral del pais.”15

Un joven teniente, que pertenecía a una familia conservadora, pero que en esos años tenía simpatías por el Radicalismo, comentaba (le esta forma el clima que'se vivia en los cuarteles:

15

Manuel Galvez. Vida de Hipólito Yrigoyen. pág. 114 (sin pie editorial, Buenos Aires, 1939).

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“Había malestar en el ambiente ciudadano, tanto en la Capital como en muchas provincias.”

Los rumores y las publicaciones periodísticas llegaban corno siempre llegan al interior de los cuarteles.

“Los oficiales escuchábamos en nuestras casas, en los lugares de diversión, en las reuniones con civiles, las enardecidas discusiones políticas, comunes en aquellas épocas de gran apasionamiento cívico. En el cuartel se comentaban estas informaciones procedentes de diversos orígenes. Algunos oficiales permanecían ajenos a ellos, otros tocaban el tema sin tomar partido, y los menos, entre ellos yo, discutíamos con vehemencia nuestras propias ideas y simpatías por los grandes líderes rebeldes de la época y sus principios”16

Este mismo oficial, después de haberse entrevistado con Yrigoyen y comprometido su participación en la revolución, recibió la orden de realizar un viaje al exterior para ampliar su instrucción incorporándose al ejército francés. Yrigoyen le recordó entonces la obligación contraída, y el Teniente, ya embarcado, se provocó una herida para no salir del país. Es indudable que la atracción personal del jefe radical era intensísima, y suscitaba una fidelidad a toda prueba en sus seguidores.

Con la llegada del verano, la revolución estaba en marcha, y estalló entre la noche del 8 de febrero de 1905 y la madrugada del día 4.

En la tarde del 3, Yrigoyen presidió una reunión de dirigentes revolucionarios en casa de su hermano Martín. Y

16 General Francisco Revnolds, La revolución del 6 de

septiembre de 1930, págs. 11 y sigs. (ed. 1, Colombo, Buenos Aires, 1969).

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durante las primeras horas de la noche, en el domicilio del doctor Julio Moreno, futuro ministro de Guerra en 1916, los hombres más representativos de la conspiración de la Capital conversaron los detalles finales del plan subversivo.

El Arsenal de Guerra debía ser ocupado por los rebeldes y con base allí, éstos esperarían a las fuerzas militares sublevadas en Bahía Blanca y en Campo de Mayo. Simultáneamente, otros grupos atacarían las comisarías de la ciudad de Buenos Aires, y formarían cantones de resistencia. Éste era el esquema de operaciones para la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires. Los medios gubernamentales estaban advertidos por distintos conductos, desde hacía varios meses, de la inminencia de un golpe de fuerza.

El jefe del regimiento encargado de la custodia presidencial, mayor José F. Uriburu, fue invitado a reunirse a la revuelta por un amigo íntimo. Prometió no denunciarlo, pero le anunció que actuaría con toda energía para sofocar la intentona.

Mientras caía la tarde, el Presidente 'y su gabinete se encontraban reunidos en la Casa Rosada y, a pesar de un informe alarmante que presentó el jefe de policía, coronel Rosendo Fraga, los asistentes se dispersaron sin tomar ninguna medida de prevención.

Sentado el doctor Quintana a la mesa de su casa, el criado trajo una esquela que había dejado una dama. El Presidente la abrió, y leyó:

Señor Presidente:

De un momento a otro estallará la revolución.

Una madre afligida.

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A pesar de la inquietante advertencia Manuel Quintana se retiró a descansar.

Los revolucionarios estaban ya en movimiento. Eran las diez de la noche cuando fracasó el intento de los rebeldes de adueñarse del Arsenal. El jefe de policía recibió una llamada del Ministro de Guerra, en la que le anunciaba que graves sucesos estaban ocurriendo, y lo invitaba a reunirte con él en el Ministerio. El coronel Fraga le respondió al Ministro, que ya estaba en antecedentes, y que en el Departamento de Policía se encontraba desde las 9.30 de la noche el Ministro del Interior. Se tomaron, en consecuencia, las medidas del caso.

El general Carlos Smith, hombre de sesenta años, veterano de Pavón y La Verde, se presentó solo en el Arsenal de Guerra y desbarató la intentona en el establecimiento. A las once de la noche, Yrigoyen se acercó al mismo; peros según su propia expresión: “desgraciadamente as infames delaciones habían producido sus efectos”.

Los cantones de resistencia de las calles Santiago del Estero, Independencia, Jujuy y Catamarca, fueron neutralizados y disueltos por el cuerpo de bomberos.

Aunque varias comisarías habían sido atacadas, sólo la 41 y la 21 cayeron en poder de los radicales; pero ambas fueron recuperadas por fuerzas del ejército.

El mayor Uriburu, jefe del regimiento 8 (le caballería, llegó al domicilio del Presidente, y lo informó de los sucesos. A las 3.45, Quintana se instaló en la Casa de Gobierno, y se hizo cargo de la situación con la energía que lo caracterizaba. “A cualquier jefe u oficial del ejército que torne sublevado con las armas en la mano, debe fusilarlo inmediatamente bajo mi responsabilidad”, fue su orden al ministro general Godoy.

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En la madrugada, el movimiento había fracasado en la Capital; y las fuerzas que se sublevaron en Campo de Mayo, se dispersaron y entregaron, en las proximidades de Chacarita. Yrigoyen se refugió en casa de su hermana Marcelina, y luego pasó a otros domicilios. En la ciudad, todo había concluido.

En la provincia de Buenos Aires, la revolución tuvo éxito en Bahía Blanca, donde se levantó parte de los regimientos 2 y 6 de infantería. Embarcados al día siguiente en un tren con destino a Buenos Aires, los sublevados comenzaron a ser hostigados por fuerzas leales a poco de emprender la marcha. Pero el más grave incidente se produjo en la localidad de Pirovano, durante el amanecer del día 6, cuando encontrándose prácticamente cercados por fuerzas gubernistas, los jefes rebeldes se dirigieron a parlamentar con sus adversarios. En ese momento las tropas conducidas por los suboficiales se amotinaron y mataron algunos oficiales y dirigentes civiles. Las fuerzas del Gobierno dominaron la situación a mediodía del 6, y detuvieron a todos los rebeldes.

Pero la revolución tuvo también focos de actividad en el Interior En la provincia de Santa Fe, el Radicalismo era muy fuerte, e Yrigoyen había permanecido constantemente en contacto con sus principales dirigentes.

En agosto de 1904, Yrigoven comunicó a sus fieles de Santa Fe que el doctor Leopoldo Melo había sido nombrado delegado de la junta Revolucionaria en esta provincia.

José Chiozza y Ricardo Núñez eran los principales dirigentes revolucionarios en la ciudad de Rosario. El primero de ellos era gerente general, en esa ciudad, (le la Compañía Unión Telefónica y su camarada de partido, Ricardo Caballero, señala en los recuerdos de aquellos días "la toleran-da de las compañías inglesas para con empleados de tan alta categoría-, los que jamás fueron molestados por las ideas políticas que profesaban,

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conservándoles sus puestos después del fracaso de 1893 y 1905”. Lo realmente destacable, más que la tolerancia, es el sereno pragmatismo de una conducción imperial que admitía la necesidad de mantener un puente tendido con quien se piensa que no es un enemigo frontal.

El alzamiento contaba con importantes grupos civiles, que debían detener al jefe de policía, Hernández, y ocupar las comisarías y estaciones ferroviarias de la ciudad. Asimismo, y teniendo en cuenta una larga labor previamente realizada, se esperaba sumar a la rebelión al regimiento 3 de artillería, con asiento en San Lorenzo, y al 9 de infantería, establecido en Puerto San Martín.

Los revolucionarios fracasaron en su intento de captura del coronel Martín Hernández, quien, libre, se ocupó en organizar con un grupo de guardiacárceles y elementos civiles legales, la resistencia del movimiento. En la ciudad, casi todas las comisarías fueron copadas por los sublevados, y las principales estaciones ferroviarias corrieron igual suerte. Ricardo Núñez logró éxito en su intento de sublevar el regimiento 3 de infantería, y lo mismo ocurrió en el 9, donde el capitán Pedro Zeballos volcó la situación en favor de los revolucionarios.

Pero la demora de estas fuerzas en dirigirse a la ciudad, y las noticias provenientes de Buenos Aires, que daban a la revolución por perdida, fueron minando la moral de los alzados.

Mientras tanto, las fuerzas de Hernández se trabaron en lucha con los elementos del 3 de infantería. El combate se libró en la zona de Arroyito, al norte de Rosario.

Aun cuando hubieran podido obtener la victoria los oficiales sublevados, en contra de la opinión de los civiles, optaron por parlamentar, y terminaron rindiéndose. Lo hicieron

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argumentando que una vez producida la derrota de los revolucionarios en Buenos Aires, continuar la lucha era embarcarse en una verdadera contienda civil.

A pesar de esta decisión, algunos cantones permanecieron activos en la ciudad de Rosario hasta el día 7, con la esperanza de tomar contacto con los elementos cordobeses, que parecían haber obtenido mayor suceso en la jornada.

La revolución, al estallar también en Córdoba, atacaba la base misma del poder político del régimen y de la influencia personal del general Roca. Éste, por medio de una hábil combinación, recuperó su hegemonía sobre la política cordobesa en 1892, luego que los hermanos Juárez Celman intentaron desplazarlo del escenario provincial. De modo que nada se hacía en la conducción local, sin el visto bueno de Roca.

El gobernador en 1904, José Vicente, Olmos, era un político totalmente fiel a la situación dominante, El Radicalismo, sin embargo, se fue desarrollando y había producido hechos de violencia en 1891 y en 1893. Sus principales dirigentes eran los hermanos Pedro y Abraham Molina, dueños del diario partidario La Libertad. Yrigoyen designó delegado de la junta revolucionaria en la provincia a Delfor del Valle, y tuvieron papel destacado en el movimiento cívico Ángel Pérez del Viso, Elpidio González, Diógenes Hernández, Ramón Gómez y otros.

El alzamiento en Córdoba obtuvo más amplio apoyo militar que en ningún otro lugar del país. Se le adhirieron el batallón de telegrafistas con su jefe, que acaudilló las acciones en la provincia, teniente coronel Daniel Fernández; el regimiento 10 de caballería, con el teniente coronel Conesa y el capitán Benito Mearía; el batallón 89 de infantería, con los capitanes Figueroa y Julio A. Costa, y el subteniente Regino P. Lezcano, y por último, los batallones 29 y 40 de ingenieros ferrocarrileros.

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En el centro de la ciudad, en la mañana del - día 4, fue atacado el Cabildo, sede de la jefatura de policía, siendo ocupado por el teniente coronel Fernández, que condujo la acción.

Entre tanto, otros grupos detenían al vicepresidente, José Figueroa Alcorta, que se encontraba en el Hotel Palace, y también a Julio A. Roca (h.), diputado nacional; Francisco Beazley, ex jefe de policía de la Capital; Manuel Mujica Farías y Antonio Demarchi, yerno, este último, del general Roca, los que se alojaban en el Hotel San Martín. Todos éstos, junto al gobernador Olmos, el jefe de policía Frías y los ministros Berrotarán y Argañaraz, fueron luego llevados al edificio del Cabildo, para su custodia.

Otra columna armada se dirigió al Regimiento 1 de Artillería, ubicado en Alta Córdoba. Su jefe, ci teniente coronel Gregorio Vélez, logró introducirse en el recinto del cuartel, cuando éste ya se hallaba sitiado por los sublevados. Desde allí dirigió la resistencia y se trabó en duro combate. En éste fue herido el jefe militar del movimiento, teniente coronel Daniel Fernández. Con las primeras horas de la tarde del día 4 y ante la imposibilidad de dominar al regimiento sitiado, las fuerzas antagónicas establecieron una tregua, que suspendió la lucha, la que ya no se reanudaría.

Dominada, en cambio, por los rebeldes la situación en la ciudad capital, la junta revolucionaria designó autoridades para la provincia, recayendo las designaciones en el teniente coronel Daniel Fernández, gobernador, y Abraham Molina y Aníbal Pérez del Viso, ministros. En su proclama, la Junta dijo: “Por fin ha llegado el día que terminará el régimen oprobioso que ha

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dominado al país desde hace treinta años, cubriéndolo de ignominia ante propios y extraños”.17

Quienes incluían estos términos en su mensaje, era lógico que se preocuparan por capturar al hombre que constituía el símbolo más representativo de ese régimen oprobioso, el general Roca, que se encontraba veraneando con la familia en su estancia La Paz, en la vecina localidad de Ascochinga.

Para cumplir esta misión se envió un destacamento al mando del teniente Cáceres y el ingeniero Wenceslao Carranza. Pero el General, que había sido aviado del curso de los acontecimientos por su vecino Alejandro Argüello, acompañado de Rufino Varela y Julián Martínez se alejaba a uña de caballo y cortando alambres con rumbo desconocido.

“Los revolucionarios llegan, entre tanto, a la estancia y se entrevistaron con el administrador Abraham Becerra.”

Mientras se registraba todo el edificio, llega un paisano con una carta de Roca para Becerra, en la cual le comunicaba que se dirigía a la Sierra, que hasta el momento de escribir habíansele reunido más de doscientos hombres armados.

“El teniente leyó su carta y resolvió regresar a Córdoba prudentemente. Pero ni Roca iba a las Sierran, ni se le habían reunido tantos hombres. Era una broma más que agregaba al repertorio, en estos momentos de peligro.”18

Roca había alcanzado una estación ferroviaria y conseguido un tren especial, que tras de su paso: levantaba los

17

Roberto Etchepareborda, Tres revo1uciones, pág. 280 (ed. Pleamar, Buenos Aires. 1968).

18 Augusto Marcó del Pont, Roca y su tiempo (ed. L. J.

Rosso, Buenos Aires, 1931).

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rieles; de esta manera puso una distancia infranqueable entre él y sus perseguidores.

Otro destacamento, al mando del subteniente Regino P. Lezcano y acompañado por el doctor Diógenes Hernández, acampó en Villa María y se extendió hasta la estación Ballesteros, cruce en la línea ferroviaria del Central Argentino, que unía a Córdoba y Rosario. Pero debió luego retirarse, no sin antes combatir, ante el avance de las fuerzas leales provenientes de Santa Fe y al mando del general Lorenzo Vintter.

Mientras tanto, en la ciudad de Córdoba, al conocerse la derrota de la revolución en Buenos Aires y en Rosario, la Junta intenta parlamentar por telégrafo con el presidente Quintana, haciendo creer a éste que hablaba con el Vicepresidente detenido, y exigiendo garantías para cesar la lucha. El Presidente respondió en forma terminante:

“El Gobierno nacional no puede deferir ni escuchar las pretensiones de los jefes que presiden el motín militar que por sorpresa les ha entregado la ciudad de Córdoba. No se trata de una revolución política, ni V. E. y sus compañeros son prisioneros de guerra. Un motín de cuartel no da derecho de ningún género a sus autores, y la vida de V. E. y sus compañeros es sagrada ante el derecho, ante la conciencia y ante la humanidad. Así, pues, el Gobierno nacional sólo admite el sometimiento absoluto y discrecional, de los autores y cómplices del motín, y hará efectivos con todos los medios a su alcance y con la mayor celeridad posible, las responsabilidades en que ellos incurran por el menor desmán que pudieran cometer contra la persona de V. E. y sus compañeros de infortunio.”

A esta enérgica respuesta se unía una situación militar casi insostenible: el general Vintter avanzaba desde Rosario, y el general García lo hacía con la división del Norte.

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En la mañana del 7, reunidos el teniente coronel Fernández, Pérez del Viso y Molina, resolvieron terminar con el alzamiento ante lo adverso de las condiciones. Así se informó a los oficiales, mientras que la tropa volvía a sus cuarteles. El subteniente Lezcano disolvió su columna en la localidad de Ferreyra, y en la noche de este mismo día tropas de Vintter y García entraron en la ciudad todo había concluido en Córdoba.

En la ciudad de Mendoza, la revolución esta-116 en la madrugada del 4 de febrero. La provincia gobernada por el doctor Carlos Galigniana Segura, estaba sujeta al dominio político de Emilio Civit, que ya fuera gobernador y ministro de Obras Públicas de la Nación y, por encima de todo, el hombre de confianza del general Roca en la zona de Cuyo.

A pesar de que los gobiernos inmediatos anteriores fueran eficientes y progresistas, la opinión popular los resistía.

“Al iniciarse el año 1905, Mendoza estaba como treinta años atrás. La misma familia ocupaba el poder. Uno de sus miembros ejercía la primera magistratura. Dqn Carlos Galigniana Segura era un gobernador que entretenía su hastío esperando una vacante en el Congreso Nacional, que le permitiera dejar un cargo para el cual no tenía aptitudes ni hábitos. Había venido por obligación a Mendoza y soñaba con volver a Buenos Aires, de donde lo había traído don Elías Villanueva, su tío, para designarlo ministro de Hacienda, y luego, gobernador en su reemplazo. Galigniana quería una función sin sobresaltos, sin apremios y sin molestias, como diputado o senador nacional, en una ciudad más atrayente que esta aldea mendocina, donde había escasa vida social y distracciones.”19

19

Dardo Olguín, Lencinas. (ed. Vendimiador, Mendoza, 1901).

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Esta visión del panorama local pertenecía a los elementos radicales, acaudillados por José Néstor Lencinas, un abogado nacido en 1859 y con una larga trayectoria política al producirse la revolución. Lencinas, a diferencia de otros dirigentes radicales, tenía un fuerte arraigo personal entre las masas de sus partidarios, lo que creaba un lazo de fidelidad para con el mismo, independientemente de la vitalidad de la causa radical en el orden nacional.

Con las primeras horas del día 4, los cabecillas del movimiento, reunidos en el Gran Hotel de la plaza San Martín, lanzaron las consignas convenidas para dar iniciación al movimiento. Distintos grupos tomaron el Arsenal local y el batallón primero de Artillería, y con dichos elementos se dispusieron a asaltar la manzana donde se encontraban el Departamento de Policía y la Casa de Gobierno, donde se habían refugiado el Gobernador; el presidente de la Corte, Carlos Amaya, y el mayor Octavio Fernández, subjefe de la policía provinciana.

Entre tanto, el regimiento 2 de cazadores, ubicado en el radio céntrico de la ciudad y que también fue objeto del ataque rebelde, opuso resistencia, a pesar del corto número de soldados que lo guarnecía, comandados por los tenientes Basilio Pertiné y Villarroel.

El comandante de dicho cuerpo, Manuel Rawson, y el titular de la policía local, Dionisio Ariosa, al no poder volver a sus respectivos comandos, Salieron de la ciudad y reclutaron agentes de la policía rural en las comisarías de los suburbios y la campaña, para organizar la resistencia al movimiento.

Sin embargo, a la una de la tarde del día 4, Lencinas a la cabeza de los amotinados derribaba las puertas de la Casa de Gobierno y se apoderaba de la misma, apresando al Gobernador.

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Luego designó a Jesús Romero ministro de Hacienda, y a Manuel Ferrer, jefe de policía.

El cuartel del 2 de cazadores también cayó en poder de los revolucionarios, al ser herido en las últimas horas de la tarde el teniente Pertiné, alma de la defensa.

El día 5 encontraba a la revolución totalmente triunfante en la ciudad. Y un contingente de oficiales y soldados provenientes de San Juan se unieron al alzamiento. Pero el propio Lencinas y demás dirigentes recibieron la noticia de la escasa fortuna del movimiento en Buenos Aires, y asimismo, de la movilización de importantes fuerzas militares que le dirían a reprimirlos. El coronel Tiscornia, al frente del 2 de artillería de montaña, y el 4 de infantería, venían desde San Juan, y el general Fotheringham, jefe de la quinta región militar, se encaminaba desde Río Cuarto a cumplir con los mismos objetivos. Había que agregar a éstos los elementos ya reunidos por Rawson y Ariosa, que se encontraban en las afueras de la ciudad, dispuestos a unirse a la fuerza del ejército en su paso hacia la misma.

Ante esta circunstancia, Lencinas entregó la ciudad a una comisión mediadora integrada por Juan E. Serú, Adolfo Calle, Germán Puebla, Zaca-rías Taboada y Rodolfo Zapata en la mañana del 6 de febrero, emprendiendo con los otros cabecillas rebeldes viaje a Chile.

A las doce de la mañana de este mismo día, las fuerzas de Fothcringham y de Tiscornia entraban en Mendoza, donde la revolución también había concluido, como en el resto del país.

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Las consecuencias del alzamiento.

La muerte del Presidente

¿Por qué había fracasado el movimiento revolucionario que Yrigoyen preparara con tanta minuciosidad, a lo largo de cinco años de conspiración?

“No habían existido, como en el Noventa, concentraciones de masas, agitación callejera, manifestaciones, en fin una lucha amplía y pública previa que preparara al pueblo para apoyar con su tremenda fuerza social a la revolución. Cuando ésta estalló, tuvo más las características del golpe, de la conspiración palaciega, que las (le una revolución popular. Los civiles que combatieron eran grupos seleccionados en secreto, pero el pueblo permaneció neutral. Tomado en frío, resistió su incorporación a las fuerzas rebeldes. Los jefes radicales parecían haber procedido de acuerdo con la máxima del despotismo ilustrado: Todo para el pueblo, pero sin el pueblo.”20

Esta opinión, que puede o no ser compartida en toda su extensión, señala de todas formas una faceta significativa de los sucesos, pues Yrigoyen sin duda puso una preocupación básica en conseguir apoyos militares, sin prestar la misma atención á una constante movilización de las masas, que quizá no quisiera producir.

A nuestro criterio, de todas formas y aun cuando existiera fisura dentro del régimen gobernante, creemos que éste no podía ser derrocado por la fuerza, al menos por el momento. Si bien día a día más elementos (le la opinión pública y de la misma clase dirigente comprendían la necesidad de arribar a un proceso de

20

Roberto A. Ferrero, “La revolución radical de 1905 en Córdoba”, en Todo es Historia, NQ 58.

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reforma política que integrara a los radicales al juego institucional, esto no implicaba que estuvieran dispuestos a que este cambio se llevara a cabo a través de la violencia, donde ellos perderían totalmente el control de la evolución de los hechos políticos.

Por otro lado, si bien grandes sectores de la clase media adherían a las consignas programáticas del radicalismo, no ignoraban tampoco —sobre todo, los más prósperos miembros de la misma— que el régimen conservador, a pesar de su exclusivismo político, había dado las condiciones para la tras-formación y crecimiento de la Nación hacia la modernidad, de la que ellos eran, en parte, beneficia-nos y actores. De todas maneras, es legítimo admitir, siguiendo otra opinión, que "para el común de la gente, en cambio, la patriada fue como el bautizo de sangre del nuevo radicalismo y la evidencia dolorosa de la sinceridad con que se sostenían los viejos ideales. Ahora el pueblo sabía que no todo era amaño y componenda en la política dei país; que miles de ciudadanos estaban dispuestos a rendir la vida por su causa”.21

Nos parece que también es importante tener en cuenta para completar este análisis las reformas militares realizadas en los últimos años del siglo pasado y primeros de éste, las cuales, al crear un ejército más científico y profesional, lo pusieron a una distancia mayor de las luchas políticas —sobre todo, en sus mandos superiores— y lo identificaron, en cierto modo) con la obra de progreso y eficiencia que el régimen representaba, aun en las propias filas militares.

Dentro y fuera del país, la revoluci6ii provocó reacciones y comentarios de instituciones y personajes importantes. El

21 Félix Luna, Yrigoyen, pág. 143 (ed. Desarrollo, Buenos Al-

res, 1984).

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editorial del diario La Vanguardia del 18 de febrero, marcando la distancia que separaba al socialismo de todos los otros movimientos políticos del país, decía: “El hecho es sorprendente. Tras un motín llevado a cabo por elementos pertenecientes a una fracción política que no encuentra ningún apoyo en la clase trabajadora, todo el encono del Gobierno, que debiera dirigirse a los que han puesto en peligro su estabilidad, se vuelca de pronto contra nosotros con intenciones amenazadoras”; y el Partido Socialista en un manifiesto que llevaba el sugestivo título de Política criolla y motín militar, se alejaba aún más de los propósitos radicales: “En tanto que los partidos pertenecientes a la clase dominante califican de violento nuestro derecho de huelga, reprimiéndolo ilegalmente y coartándolo con los procedimientos más arbitrarios, ellos practican, como se prueba en los recientes sucesos, para dirimir sus bajas rencillas, los más reprobables sistemas de violencia. En consecuencia, invitamos a la clase trabajadora a mantenerse alejada de estas rencillas partidistas provocadas por la desmedida sed de mando y de mezquinas ambiciones, y a negar su contingente moral y personal a la obra desmoralizadora que ellos realizan, pontificando y consolidando su organización gremial y política con el objeto de obtener su más próxima eliminación”.

Estas palabras ponen de relieve la falta de inserción del partido en la vida nacional, y su tendencia, exclusivista y moralizante, que le acarrearía tantas frustraciones.

El jefe militar más destacado de las jornadas revolucionarias, teniente coronel Fernández, queriendo dar un fundamento ideológico al movimiento, expresó: "Soldados, vamos a realizar una cruzada trascendental para la argentinidad próxima a morir, que es el reverso de Caseros y Pavón". Y si bien su pensamiento podría ser fácil blanco para la crítica de los ideólogos socialistas, por su aparente anacronismo y falta de

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amplitud; tampoco seis yerros daban patente de lucidez política a los que se preocupaban más por las polémicas teóricas de la social democracia alemana, que de desentrañar las motivaciones de las periódicas sacudidas revolucionarias padecidas por la Nación.

Cruzando el océano encontramos a Carlos Pellegrini que desde Montecarlo escribía sus impresiones sobre los sucesos a su hermano Ernesto:

“El 4 de febrero a la noche apareció en el hall del Casino un telegrama de Buenos Aires, anunciando el pronunciamiento del ejército. Fue corno un trueno en un día sereno. ¡Qué vergüenza y que humillación, en estos momentos en que todos nos proclamaban la única nación seria de Sudamérica!... Esta sublevación militar era un tumor que se venía formando e el ejército desde hace tiempo. Tenía que reventar, tarde o temprano, si no se lo operaba, y ahora la herida podrá ser curada, desinfectada y extirpado el tumor, si hay una mano firme, hábil, capaz de hacerlo. Yo creo en la energía de Quintana.”22

Pero los días trascurrían con paso firme, aun después de las más graves turbulencias políticas, y no todos se conmovían en igual grado y manera por ello. Un joven argentino llegaba al promediar marzo a Europa, cumpliendo la primera travesía al Viejo Mundo. Junto con sus amigos va en un santiamén de Boulogne-sur-Mer a París. Y lo hace impulsado por la misma impaciencia que veinte años antes había devorado a Martín García Mérou, como lo refiriera Cané en su libro En viaje. Es que París era el símbolo de Europa, y a la vez una inagotable fuente de sugestiones para todos los argentinos de esos días.

Pero ya instalado en el hotel y dispuesto a iniciar el descubrimiento de la célebre ciudad, el encuentro con un

22

Agustín Rivero Astengo, Carlos Pellegrini

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respetable señor amigo de Buenos Aires suspendió sus proyectos. Éste era íntimo del doctor Pellegrini, y quería que los jóvenes lo conocieran. A regañadientes, pero respeto por medio, accede, y éstas son sus palabras refiriendo el encuentro.

“No lamenté la prolongación de mi principal deseo. Pellegrini me conquistó en el acto; no dijo nada extraordinario; habló no más en forma llana y cordial; me hizo pocas preguntas, sin demostrar excesivo interés; me dijo que no dejara de ir al Parlamento. En el Palais Bourbon; que él había estado la víspera, y había asistido a una sesión muy interesante, en la que un joven diputado pronunció un discurso que lo cautivó; dijo que no recordaba haber oído hablar mejor. Ese hombre va a hacer carrera, terminó, va a ir lejos, se llama Briand.

Yo recuperé mi buen humor, y pasada la visita, que Sólo duró un cuarto de hora, salí a la calle, orgulloso de Pellegrini, contento de ser su compatriota. Ese sentimiento se agudizó en la tarde de ese mismo día, cuando me crucé con el gran hombre en los Boulevares. Él no me vio, iba caminando solo, Con ese sobretodo bayo que todos le hemos conocido, galera de pelo, mirando en alto, distraídamente, allí en esas calles de París, colmadas de gente, la gente se daba vuelta a su paso, se detenía a mirarlo con curiosidad admirativa i yo estaba tentado de acercarme a alguno, a cualquiera, al azar y decirle c'est mon compatriote” 23

Ya quedaba en libertad nuestro joven, con París a sus pies y sus abundantes cartas de crédito de provisión paterna, a merced de su imaginación. Podía entonces caminar por las calles de la ciudad, visitar sus monumentos y museos, ir por las noches a sus teatros y a las boîtes de Montmartre, clásicas en esos días, para

23

Adolfo Bioy, Años de mocedad, pág. 104.

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terminar a la madrugada bebiendo leche fresca, mientras salía el Sol, en el Bois de Boulogne.

También en esa primavera parisiense la librería de Armand Colin daba a publicidad una antología de prosistas y poetas hispanoamericanos, la que iba precedida de un prólogo de Manuel Ugarte, quien acababa de cumplir veintinueve años.

El futuro propagandista de la unidad latinoamericana decía en ese prefacio: “Nuestra generación está lanzando en la América del Sur ideas definitivas que se propagarán después y acabarán por formar la conciencia de la región. Ha surgido una juventud fundamentalmente emancipada y con personalidad, que no entiende continuar el gesto de los antepasados, sino ensayar el propio. La prehistoria de estas naciones h concluido. Empiezan a realizar e1 porvenir...”24 Y sirviendo de comentario a páginas donde escribían argentinos como Leopoldo Lugones, Alberto Ghiraldo, José Ingenieros, Manuel Gálvez, Carlos Octavio Bunge, Ricardo Rojas y otros, agregaba: “En esta generación ha florecido una historia, y la savia contenida, que trabajó en la obscuridad durante un siglo, ha venido a estallar y a abrir sus brotes de porvenir en la comarca atormentada. Del hervidero confuso de la gestación se ha desprendido la vida triunfante. Las incertidumbres juveniles se han trasformado en paso seguro. El clamoreo se ha convertido en voz. Y ya nadie puede poner en duda que ha nacido un país y que hemos vencido los tres obstáculos capitales: tener una tierra libre, una sociedad organizada, y una intelectualidad activa.

Fraccionada arbitrariamente en naciones pequeñas que el buen sentido acabará por reunir, mal cohesionada aún, con la

24

Manuel Ugarte, La joven literatura hispanoamericana - Antología de prosistas y poetas (ed. Libr. A. Colín, París, 1905).

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inestabilidad y los defectos de lo que acaba de salir del molde, la América del Sur empieza a dejarse elevar hacia sus destinos.”

Pero las afirmaciones de Ugarte acerca de la tarea a realizar por la generación a la que pertenece, nos parecen, con la perspectiva que dan los hechos posteriores, exageradamente optimistas.

Las generaciones del novecientos y del Centenario hicieron aportes valiosos, tanto por su advertencia de los límites del desarrollo político y cultural del liberalismo, como por el esfuerzo realizado a través de sus obras literarias en comprender el paisaje y las luchas sociales del país.

Sin embargo, esto no era más que el principio de un lento proceso de toma de conciencia en Latinoamérica, en el cual muchos de los componentes de este valioso grupo perderían su fe inicial, malograrían su labor literaria, y caerían íntegramente vencidos en medio de la incomprensión y la soledad.

Quizás advirtiendo ya en esos días juveniles los riesgos que el aislamiento puede hacer correr a los intelectuales, Ugarte ponía su mayor esperanza en que éstos y las masas se encontraran en una tarea común, cuando decía:

“Y como los hombres excepcionales no son más que un producto del medio, que los da a luz para llenar una necesidad colectiva, no es locura vaticinar que surgirán muy pronto las fuerzas nuevas que deben responder al llamado de la multitud y servir de voz a las que no la tienen.”25

La República se recobraba lentamente de la sacudida revolucionaria, en tanto su cuadro político se matizaba con las nuevas tonalidades aportadas por las consecuencias del mismo.

25

Manuel Ugarte, La joven literatura hispanoamericana...

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En el Presidente se advirtieron los primeros síntomas de cansancio físico, lo que hizo que fuera delegando cada día más sus tareas en los colaboradores de mayor confianza. Su hijo se encargó de encauzar los planes políticos a través de un partido de circunstancias llamado Unión Electoral, y que apuntaba a las elecciones de marzo del año próximo.

Otro hecho significativo es la grieta que los sucesos de febrero abrieron entre el jefe del Ejecutivo y el doctor Figueroa Alcorta. Esta no se cerraría jamás.

Los sublevados que no escaparon, ya han sido juzgados, y los militares, enviados con distintas condenas al penal de Ushuaia. Yrigoyen, después de pasar tres meses en la clandestinidad, se presentó el 19 de mayo al Juez Federal, y declaró: “En presencia de la justicia, vengo a asumir todas las responsabilidades de la - tentativa de revolución del 4 de febrero, como jefe del movimiento”. El 16 de mayo había dado a conocimiento un manifiesto, donde analizaba las razones del fracaso revolucionario, y explicaba su filosofía en torno a los acontecimientos.

La delación y la perfidia, que siempre fomentan los gobiernos sin moral —eran, a su criterio— las causas del fracaso del movimiento; y para descalificar las críticas del régimen oficial, agregaba: “Los causantes y beneficiarios de este desastre del honor y del crédito nacional, carecen de autoridad y de título para condenar, invocando el prestigio argentino en el exterior, un movimiento de protesta armada, respetable y digno, porque es y será siempre representativo de intereses sociales de todo orden, y exponente de potencia cívica, de sanas energías y de altos anhelos”.

El radicalismo entraba en otra etapa de silencio y abstención, que sólo sé modificaría en años posteriores. Aun así,

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algunos hábiles políticos del sector conservador supieron actuar con la sagacidad y prudencia que las circunstancias requerían. Los revolucionarios radicales de Mendoza, exiliados en Chile, tenían residencia en Valparaíso, y sufrían una situación de extrema penuria: en esos días estuvo de paso por esa ciudad Roque Sáenz Peña, quien, informado del hecho, visitó a sus compatriotas y les ofreció su ayuda y su apoyo. Los exiliados no lo olvidaron; el futuro Presidente había puesto una semilla más de confianza.

El Presidente, al inaugurar el nuevo período legislativo, expuso su concepción, que incluía como presupuestos básicos el mantenimiento del orden público y la preservación del sistema social que representaba. En este sentido y marcando su apego al orden jurídico, dijo, refiriéndose a la represión de los hechos del 4 de febrero: “Presido un gobierno de ley, y la ley ha obrado sola en este caso”.

No hizo tampoco sino ajustarse estrictamente a la ley, cuando aplicó la de residencia, expulsando dpi país a más de cincuenta individuos “que se han hecho notar por su género de vida y por su acción y propaganda contrarias a los intereses sociales”, como lo anunciara meses después. Pero no todo era conflictos y dificultades. Quintana pudo también decir que el panorama que mostraba el país era el de una prosperidad económica fuera de toda previsión.

La permanencia del estado de sitio, que ya había provocado la protesta reiterada de las organizaciones obreras, unidas a la represión que en este sector se ejerció luego de febrero, lograron que las organizaciones antagonistas se unieran transitoriamente en su accionar.

Alberto Ghiraldo, desde La Protesta, publicaba un llamamiento dirigido a la F.O.R.A. y la U.G.T., para que actuaran solidariamente. Esta última organización se hizo eco de esta

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sugerencia, y probablemente a causa de la influencia sindicalista que predominaba en ella durante esos días, concretó con la F.O.R.A. la celebración conjunta del 19 de mayo. El acto se realizó el día 21 en la plaza Lavalle, donde se produjo un nuevo y violento enfrentamiento con la fuerza policial, que dejó un saldo de dos muertos y veinte heridos.

Yrigoyen había vuelto a su casa de la calle Brasil, luego de sus andanzas revolucionarias y una corta detención. En junio reiniciaba el contacto con sus partidarios, reafirmando su propósito de luchar contra el régimen. “A pesar de la derrota estamos de pie... La conspiración continúa y debemos reconstruir los cuadros civiles en la provincia.”26

De esta postura extrema, sólo la muerte del presidente Quintana, y la nueva orientación impresa al Ejecutivo por Figueroa Alcorta, podrían sacarlo a Yrigoyen, sin modificar sus principios básicos. Pero la puja política al promediar el año quedaba en manos de las dos fracciones conservadoras: el oficialismo presidencial aliado del gobernador de Buenos Aires, Marcelino Ugarte, y el senador por la Capital, Villanueva, y las fuerzas acaudilladas por. Pellegrini y Roque Sáenz Peña, que habían extendido sus flancos y trataban de preparar una coalición con los mitristas o republicanos, que conducía el ingeniero Emilio Mitre.

Lo que tonificaba la acción de este sector, era la discreta pero indudable simpatía que el vicepresidente tenía por el mismo, y la certeza de los pelle-grinistas de poder jugar junto a Figueroa, en el caso de la desaparición de Quintana, un papel protagónico en la conducción nacional. Pellegrini ya había advertido en rnis de una ocasión a sus amigos, acerca de la diversidad de orientación

26 Ricardo Caballero Yrigoyen - La conspiración Civil y

militar del 4 de febrero de 1905 (ed. Raigal, Buenos Aires, 1951).

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política entre el Presidente y el \Tice, aconsejando, a su vez, prestar apoyo a Figueroa y esperar el futuro.

En una de sus primeras observaciones sobre la revolución del 4 de febrero, dijo: “Veo que El Sarmiento ataca a Figueroa Alcorta corno aliado de Roca; está equivocado. No es roquista, y más bien se inclina hacia nosotros. Diles que suspendan esos ataques”.

Y a fines del mes siguiente, en carta a Miguel Cané, se explaya con mucha más claridad sobre las expectativas que puede provocar la muerte del Presidente:

“Me parece que algunos amigos cometen un error fundamental al asociarse a una campaña de descrédito contra el Vice, llegando hasta pedir su renuncia, y haciendo con esto el juego a ciertos circulitos que esperan medrar a río revuelto. Deben comprender que la salud de Quintana es precaria y que su imposibilidad para continuar presidiendo no sólo es posible, sino probable.

“Si esto se produjera y faltara también el Vice, La situación sería el caos, en que todos los círculos se disputarían el gobierno y los gobernadores de provincia buscarían coaligarse para imponer un nuevo presidente. Todo esto podría llevarnos a la anarquía. La única esperanza de poder alcanzar una reacción pacífica está en que ella se haga sobre la base del Vicepresidente, y teniendo eso en vista, es necesario no sólo no desmoralizarlo, sino defenderlo contra los círculos para quienes será un obstáculo. Le he escrito esto mismo a Roque y a monseñor Romero, quien me escribió pidiéndome que regresara porque los republicanos deseaban hacer una coalición con los autonomistas, bajo mi dirección. Le he contestado que la coalición de todo el elemento sano debe ser una consecuencia espontánea de una propaganda

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intensa contra el régimen absurdo y ridículo de poder personal que impera.”

La coalición anunciada en esta carta se concretó en Buenos Aires durante el mes de julio, teniendo como principal objetivo las elecciones de diputados nacionales por la Capital Federal, en marzo de 1906.

Sáenz Peña, titular de los autonomistas en ausencia de Pellegrini, firmó el acta de acuerdo con Emilio Mitre, jefe de los republicanos.

De esta manera asistimos al comienzo de la lucha frontal entre las dos alas del régimen conservador, y también a un proceso que demoró doce años, durante el cual se pasó de la intolerancia represiva a la integración política del Radicalismo, siendo esto obra del progresivo entendimiento entre el sector conservador avanzado y los radicales menos rígidos.

Después de una gira por los Estados Unidos y una prolongada estadía en Europa, Pellegrini llegó a Buenos Aires el 6 de agosto de 1905, para tomar las riendas de la conducción política de la oposición.

Estando el barco en que viajaba detenido en la ciudad de Montevideo, recibió la visita de los radicales emigrados, con quienes conversó ampliamente acerca de los hechos revolucionarios recientes.

El 25 de agosto se realizó una asamblea del Partido Autonomista, donde su presidente saliente, Roque Sáenz Peña, pronunció un discurso que arrojaba plena luz sobre la orientación de la agrupación, y asimismo señalaba hasta dónde llegaban las diferencias del partido con el oficialismo. Describiendo el grave panorama cívico, declaró: “He dicho que el problema del presente se condensa todo entero en el sufragio, que él forma la

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preocupación de los partidos y el hondo convencimiento de los hombres de bien, a punto de que las plataformas y los símbolos que los dividen los han considerado subalternos, y han depuesto sus intransigencias para coincidir en la reacción fundamental que ha de hacernos respetados y respetables, cuando estábamos en vísperas de merecer menosprecio de nosotros mismos. Las rutinas oligárquicas habían insensibilizado nuestro tacto y deprimido nuestro criterio moral, de manera que usurpar el principio de autoridad y los derechos de soberanía, no se juzgaba despojo ni usurpación, parece que no se conculcara ningún derecho y que la ficción astuta de los gobiernos electores fuera la realidad misma de la democracia, pero no hay nada tan contrario a la verdad ni tan desesperante para el porvenir de la República.”27

Al referirse a la coalición recientemente concertada, expresó: “La aproximación de los partidos es un hecho consumado que tuvo su principio... y que recordaré siempre con satisfacción”.

Después de analizar la brillante situación económica del país, señaló el contraste con el atraso en que éste se encontraba con respecto a la práctica de sus instituciones políticas. Y al concluir, puso de manifiesto los riesgos que podría correr la Nación toda, de no encontrarle a este problema una solución certera y rápida, diciendo:

“Los grandes destinos de la Nación habremos de encontrarlos en la reforma de nuestras costumbres, en la evolución honesta de la verdad institucional. Esa evolución está en retardo y ese retardo genera gravísimas perturbaciones, porque afecta nuestro crédito interior y exterior, desorganiza nuestro

27

Roque Sáenz Peña, Escritos y discursos, torno III, pág. 180 (ed. Peuser, Buenos Aires, 1935).

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ejército y conmueve la paz pública, que no ha de cimentarse, en definitiva, sino sobre el respeto de todos los derechos y la probidad política de todos los gobernantes.”28

La oposición conservadora, que estaba enrolada en la lucha para desplazar del poder a los intransigentes de su mismo sector, comprendía que la mejor forma de preservar el sistema político era integrando los radicales y socialistas al ñi!smo, y alejando las rupturas violentas. En efecto; éstas sí ponían toda la estructura social en peligro, y eran capaces de producir importantes trasferencias del poder político y económico. Esta tarea llevaría varios años y estaría sujeta a diferentes alternativas; pero, aun así, ningún observador puede negar que se lograron los objetivos propuestos, pagando un precio poco gravoso.

El orador comentado partió al mes siguiente, en viaje al Perú, donde participó de la inauguración del monumento a Bolognesi, militar peruano junto al cual combatieran en el famoso Morro (le Anca, durante la guerra del Pacífico. En Lima fue agasajado por las autoridades gubernamentales en distintos círculos sociales, y recibió los despachos de general peruano. Todo esto afirmó su prestigio y significación ante la opinión nacional.

Los mismos diarios que daban cuenta de la partida del distinguido político, nos anunciaban e arribo a Buenos Aires de la famosa actriz Eleonora Duse, quien deslumbró a los porteños. De ella el novel crítico teatral de El País, propiedad de Pan-chito Uriburu escribió después de verla en Hedda Gabier, enfundado en mi esmoquin recién cortado: “La Duse es otra cosa. En ciertas escenas trasciende, la perfecta encarnación de los personajes; la sublima durante los mismos días, en los escaparates de la librería

28

Roque Sáenz Peña. Escritos,.., pág. 183.

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de Arnoldo y Balder Moen, de la calle Florida, podían verse los recientes libros de Lugones La guerra gaucha y sus sonetos compilados en Los crepúsculos del jardín, o si no, unas cuadras, después, recoger en lo de Espiasse el último número de Le Mercure de France y enterare de las obras de Anatole France y de Daudet recientemente recibidas.

Los más jóvenes y con menos, recursos económicos “se reunían en el Aues Kelier ó el Royal Kelier, y entre vasos de cerveza y cigarrillos comentaban y discutían a los grandes escritores de aquel tiempo, a Tolstoi, a Ibsen, a Maeterlink”.29

Por estos círculos se dejaba ver Horacio Quiroga, quien en 1905 volvía de su primer viaje a Misiones, y publicaba bajo la influencia de Poe su cuento Los perseguidos.

Pero también la generación de los hombres maduros alimentaba en la intimidad de un cálido círculo de amigos su preocupación por los problemas intelectuales. Ramón J. Cárcano, en su casa de la calle Talcahuano, mientras trabajaba en su rica producción histórica y se preparaba para Su re-entrada en la escena política, reunía amigos de diferentes generaciones en torno a un buen coñac y mejores habanos. “Los hombres de letras forman un pequeño ateneo en lo de Cárcano. Tan dispares son, que no se comprende cómo logran reunirse y entenderse. Joaquín V. González da la pauta en la mesura y se deja escuchar con su quedo hablar... La tertulia se anima con la verba de Lugones, rica en denuestos contra lo existente... Las apariciones de Martín García Mérou coinciden con, sus licencias diplomáticas. Asombra

29

Manuel Gálvez, Amigos y maestros de mi juventud..., pág. 125.

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su laboriosidad, siempre trae un libro impreso, un soneto o un fragmento de ensayo para ser leído y discutido.”30

El año 1906 trajo a los argentinos la pérdida de la figura más respetada de los hombres políticos con vida. El 19 de enero murió en Buenos .Aires el general Bartolomé Mitre, a los ochenta y cinco años, cuando todas las pasiones en su torno se habían apagado, y ante sus conciudadanos sólo brillaban sus auténticos aportes y amplia experiencia pública. Pero no era éste el único acontecimiento que acongojaba a la opinión nacional. El jueves 25 de enero de 1906, el presidente Quintana firmó el decreto, testimonio documentado de su invalidez; debiendo ausentarse de la Capital por motivos de salud, y en uso de la licencia acordada por el Honorable Congreso por ley N9 4.709, el Presidente de la República decreta:

“Artículo 1° - Queda en ejercicio del Poder Ejecutivo Nacional el vicepresidente de la República, doctor José Figueroa Alcorta.”31

Quintana ya no volvería a la Casa Rosada, ni asumiría nuevamente sus funciones.

30

Ricardo Sáenz Hayes, Ramón 1. Cárcano (ed. Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, 1980),

31

Gustavo G. Levene, Historia de los presidentes argentinos, pág. 150 (cd. O. E. Sánchez Terrero, Buenos Aires, 1974).

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Capítulo III

EL GOLPE DE TIMÓN

La presidencia de José Figueroa Alcorta

El 12 de marzo de 190 moría el doctor Quintana, y se llevaban a cabo en la Capital Federal las elecciones para diputados nacionales, que concitaban la expectativa comentada. “Durante la larga agonía del Presidente Quintana, los grupos políticos que lo llevaron al poder, conducidos principalmente por Marcelino Ugarte, ajustaron el torniquete de la presión oficial, de la preparación del fraude y la venalidad para las elecciones de renovación de la Cámara de Diputados.”32

Sin embargo, Benito Villanueva, hombre fuerte y senador del oficialismo por la Capital, fue derrotado por la coalición de autonomistas y republicanos conducida por Pellegrini. La lista (le candidatos incluía junto a éste, nombres como los de Emilio Mitre, Roque Sáenz Peña, Luis María Drago, Ernesto Tornquist y otros.

Un testigo de la época refleja cabalmente en sus apreciaciones en torno a este acto electoral, la trascendencia del mismo y la importancia que tuvo para los sectores dirigentes de la oposición: “La intervención de Ugarte en la campaña electoral, volcando en la Capital todo el peso de los recursos de su gobierno, sin reparar en los medios o en las formas, produjo

32

Carlos Ibarguren. La historia que he vivido, pág. 195.

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honda exacerbación en los espíritus, tanto más que el Gobierno nacional había puesto a sus órdenes todos los elementos oficiales que disponía. Se hizo así una lucha popular contra dos oficialismos, en la que la palabra de Pellegrini electrizaba a las muchedumbres en todas las reuniones en que él hablaba”.33 Las consecuencias del resultado electoral aludido y del fallecimiento del Presidente fueron de gran importancia y no se hicieron esperar.

Asumía la primera magistratura el doctor Figueroa Alcorta, que se había distanciado del oficialismo y también de las bases fundamentales del roquismo. Por este camino encontró apoyo natural en Pellegrini y el círculo que lo rodeaba, en la medida en que constituían una opción válida dentro de los elementos conservadores. Estas circunstancias eran conocidas y apreciadas desde hacía meses por Pellegrini, como ya hemos visto.

De todas maneras, Figueroa no se separaba del roquismo por razones circunstanciales, aun cuando hubieran ocupado funciones principales en una provincia como Córdoba, donde la influencia de Roca era decisiva. Su matiz opositor se remontaba a los orígenes de la alianza que dio nacimiento al 80 y sufrió un grave cimbronazo en 1890.

José Figueroa Alcorta había nacido en Córdoba en 1860, y pasó por las aulas del Colegio de Montserrat y de la Facultad de Derecho local. Se vinculó desde un principio al grupo de jóvenes que rodeaban al gobernador Juárez Celman, en el que destacaba Ramón J. Cárcano. En 1887 fue electo senador provincial, y en 1889 era ministro de Gobierno de Marcos Juárez. La revolución de 1890 y sus consecuencias en Córdoba, que implicaron el

33 Exequiel Ramos Mejía, Mis memorias, pág. 227 (ed. La

Facultad, Buenos Aires, 19.35).

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desplazamiento de los hermanos Juárez de la escena política, no arrastraron totalmente al joven y prudente Ministro. De tal manera que en 1891 volvió a la Legislatura provincial y la presidió; y al año siguiente era elegido diputado nacional.

En la crisis producida en torno a la sucesión presidencial de Pellegrini, Figueroa adhirió a la corriente modernista, que se oponía igualmente a Roca y a los radicales. En esto influyó, sin duda, su gran compromiso con Juárez Celman, quien nunca perdonó a Roca su deslealtad política de 1890. Aquí nació la coincidencia de los dos grupos, porteño uno, y el otro cordobés, que enfrentados con el general Roca lucharán de aquí en más por su liquidación política.

La gente joven del juarismo y parte del grupo de los porteños que rodeó, a Roca, serán un elemento de constante oposición que sólo logrará fraguar en un frente definido con los primeros años del siglo. Estas circunstancias no impidieron que Figueroa fuera gobernador de Córdoba por el período 1895-98, y que 1uego fuera elegido para, ocupar una banca en el Senado de la Nación por el mandato 1898-1907. Su candidatura vicepresidencial en 1904 fue fruto de una transacción, como hemos visto, y en gran medida sorprendió a su beneficiario.

Ya en el cargo, Figueroa Alcorta, aunque sin tener ninguna actitud desleal para con el Presidente, se fue apartando de su orientación política, al principio en forma suave, pero a partir. de la revolución de febrero, de manera evidente. Los sectores de oposición lo vieron con claridad, y esperaban esta oportunidad para revertir la situación en su beneficio. De tal modo que, paradójicamente, al ascender a su cargo, Figueroa contaba con las fuerzas políticas de la oposición, despojadas casi totalmente de poder. Pero sabía, asimismo que eran sus enemigos los principales funcionarios y político de In estructura oficial del Gobierno.

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la influencia de estos hechos se puso de manifiesto en las tonalidades partidarias de las personas que el nuevo Presidente seleccionó para integrar su gabinete. En éste, si bien predominaron hombres simpatizantes de la coalición y los independientes, no faltó algún representante del viejo P.A.N. que le permitiera tender un puente, aunque estrecho, con las situaciones pasadas.

En el ministerio del Interior fue designado Norberto Quimo Costa, que fuera vicepresidente del general Roca en su segundo mandato. Norberto Piñero y Miguel Tedín en Hacienda y en Obras Públicas, representaban a los republicanos. Los ministros militares, general Luis María Campos y contralmirante Betbeder, ji1nt0 al doctor Manuel Augusto Montes de Oca en Relaciones Exteriores, constituían el elemento independiente.

Por último, dos caracterizadas figuras del Autonomismo, de estrecha vinculación a Pellegrini, fueron ministros de Justicia e Instrucción Pública, y de Agricultura. Para la primera cartera fue designado Federico Pinedo, quien era miembro de la firma de abogados que se completaba con Pellegrini y Sáenz Peña, y Exequiel Ramos Mejía en Agricultura representaba netamente a su íntimo amigo Pellegrini y a su corriente partidaria. Él mismo lo confirma al relatar en sus Memorias la formas de esta designación: “Fue así que el 15 de marzo de 1906 llegó a mi estancia de Miraflores, como cinco años antes, cuando me fue ofrecido por el general Roca el primer: ministerio, un telegrama así concebido: «El Presidente te ofrece el Ministerio de Agricultura. He aceptado en tu nombre. Te espera sin demora, Pellegrini». Al día siguiente aceptaba oficialmente y prestaba juramento constitucional”.34

34

E. Ramos Mejía, Mis memorias, pág. 228.

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Al nuevo Presidente, la situación se le hacía problemática, pues si bien estaba dispuesto a reformar las prácticas políticas tratando de purificar los comicios, no contaba con los gobernadores de provincia ni con mayorías en las Cámaras que facilitaran esta tarea. Lo contradictorio de su posición residía en que sólo utilizando el poder presidencial en forma discrecional, actitud que criticaba a SUS antecesores, podía lograr la modificación de las influencias políticas en el Interior, y así llevar adelante, con nuevos elementos, las reformas legislativas que creyera prudentes. De modo que, por su propia naturaleza, esta administración estaba destinada a preparar el tránsito fundamental que sólo se lograría con la reforma electoral de fondo.

Entre las cuestiones pendientes que Figueroa heredaba del presidente fallecido, se encontraba la posible amnistía de los revolucionarios civiles y militares, que habían participado en los sucesos de febrero de 1905.

En el debate de esta ley en la Cámara de Diputados, Pellegrini definió su posición en un discurso que constituyó también un examen de conciencia sobre nuestro pasado político: “Las causas que producen estos hechos subsisten, y no sólo subsisten en toda su integridad, sino que se agravan cala día. Si ésta es la situación de la República —agregaba—, ¿cómo podemos esperar que por esta simple ley de olvido vamos a modificar la situación, vamos a evitar que se produzcan aquellos hechos?”; y concluyó definiendo, una vez más, su pensamiento político mirando hacia el futuro del país: “Bien, Señor Presidente; sólo habrá ley de olvido, sólo habrá ley de paz, sólo habremos restablecido la unión en la familia argentina, el día que todos los argentinos tengamos iguales derechos, el día que no se les coloque en la dolorosa alternativa, o de renunciar a su calidad de

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ciudadanos, o de apelar a las armas para reivindicar sus derechos des-pojados”.35

Ésta fue la última intervención parlamentaria en la vida de Pellegrini. El 17 de julio de 1906 moría, privando a la oposición conservadora de su más vigoroso dirigente, y al país todo, de uno de sus hombres públicos más esclarecidos. La significación de esta pérdida para la Nación, y en especial para aquellos que compartían su ideario político, fue puesta de relieve por el presidente Figueroa Alcorta, en su discurso de despedida de los restos del destacado estadista: “Señores, sellemos la urna de estos despojos con la sentida resignación de los dolores sublimes, y respondamos a la ansiedad del alma colectiva estrechando las filas para redoblar el esfuerzo, pues ha caído el más fuerte”.36

Pero ante la desaparición de Pellegrini, el grupo de sus partidarios buscó una figura que lo reemplazara en la dirección del mismo. En los recuerdos de un adolescente de dieciséis años, que estaría llamado en el futuro a tina importante carrera pública y que en ese tiempo pasaba con su familia una temporada en Europa, vemos dibujada la silueta del elegido y las preocupaciones de los hombres que lo rodeaban: “Tuve el privilegio de conocer a Sáenz Peña en París durante su embajada en Roma (1906). Visitaba con frecuencia a mi padre... Me daba la impresión de un hombre fatigado y poco ágil, algo solemne, de rasgos acentuados y expresión severa. Lo escuchaba con curiosidad y lo observaba con respeto. Lo consideraba un hombre importante, un futuro presidente. Poco tiempo después mi padre me dijo: «Tú verás como Sáenz Peña será presidente».”

35

Carlos Pellegrini, Obras completas, tomo IV, págs. 506 y sigs.

36 José Figueroa Alcorta, Discursos, pág. 131 (ed. L. ¡.

Rosso, Buenos Aires, 1933)

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Estos mismos recuerdos juveniles iluminan el panorama de las preocupaciones que aquejaban a ese sector de dirigentes políticos: “Tengo recuerdos personales muy vivos de aquella época. En mi casa escuchaba a mi padre y a un grupo de diputados, aun a los exponentes más caracterizados del viejo régimen, que sostenían la necesidad de mejorar los hábitos políticos. La manera de desarmar la revolución y mantener la disciplina del ejército, es asegurar la libertad y autenticidad de los comicios, decían unos. Hay que incorporar el Partido Radical a la vida cívica, para afirmar la estabilidad del gobierno y evitar la tensión política que perturba la marcha de la administración, decían otros”.37

En esos mismos meses, Manuel Gálvez, con veinticuatro años y su flamante título de abogado, comenzaba también a recorrer a Europa, y por supuesto, a París, su meta indiscutida, aunque movido por inquietudes bien diferentes de las que preocupaban a sus mayores. Y así nos lo cuenta: “París. Todos los argentinos soñamos con París, desde nuestros años de adolescencia. Sueñan los unos en las diversiones y en la libertad que hay en París; sueñan los otros con sus paisajes y su belleza; sueñan los que tienen gustos artísticos con conocer sus museos y los monumentos de su pasado glorioso. Pero nadie sabrá, ni podrá saber nunca, cómo suena el nombre de París en el corazón y en el alma de un poeta de veinte años. Todos los muchachos del grupo de Ideas vivíamos con el pensamiento en aquella segunda patria que era para nosotros la capital de Francia. Poco nos interesaba nuestro país, las provincias del Norte, de las que apenas teníamos noticias históricas y geográficas. Sabíamos mucho más de París,

37

Miguel Ángel Cárcano, El estilo de vida argentino, págs. 128 y 135(ed. Eudeba, Buenos Aires, 1969).

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del París de Verlaine y de Zola, dei París de Jean Moreas y Jules Laforgue, del París del barrio latino y de Montmartre”.38

Y ahí lo dejamos al joven Gálvez realizando su itinerario intelectual con los escritores de moda, y digiriendo el impacto de su encuentro romano con José Ingenieros, que oficiaba transitoriamente allí corno secretario del general Roca, y muy suelto de cuerpo le espetó a su asombrado amigo: “Aquí me tenés. He transigido con todo. Con el militarismo, con el capitalismo... Sólo me falta hacerme clerical...”

Las luchas sindicales

En la Argentina, entre tanto, se producían hechos de naturaleza política en distintos sectores del espectro ideológico, que irían condicionando la evolución futura de los sucesos.

E1 gobernador saliente de la provincia de Buenos Aires, Marcelino Ugarte, había conseguido que su agrupación política local, los Partidos Unidos, triunfara en las elecciones provinciales para gobernador y vice, consagrando la fórmula encabezada por Ignacio D. Irigoyen, para cumplir el período 1906-10. Asimismo, Ugarte se aseguré para sí una banca en el Senado nacional y el control de un sector importante de diputados nacionales, que le conferían una influencia casi decisiva en la política nacional, y anunciaba su grave enfrentamiento con el Presidente de la República el año próximo.

En otro ámbito se estaba produciendo un choque de corrientes ideológicas encontradas, que se incubaba hacía por los menos un año.

38

Manuel Galvez, Amigos y maestros… cit., pág. 211.

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Dentro del Partido Socialista, en 1906, se produjo la crisis entre los elementos sindicalistas y aquellos que creían que las actividades políticas y gremiales de la clase trabajadora eran compatibles. Este debate del que en menor medida participaban también las centrales obreras, tenía su origen en Francia y estaba llegando, precisamente en este país y en estos días, a su momento de mayor significación.

El sindicalismo revolucionario se basaba en las doctrinas de dos intelectuales de formación marxista, como George Sorel y su discípulo Hubert Lajor-delle. Sostenía que el futuro del socialismo debía encontrarse en el desarrollo autónomo de los sindicatos, que sólo la lucha constante de los sindicatos despojados de toda relación con los partidos socialistas electoralistas —y por tanto, reformistas— podía vencer al capital, agregando que en la lucha entre los sindicatos y los dueños de los medios de producción se entablaba una verdadera contienda por el poder, que era de naturaleza económica y no política; que los partidos socialistas y sus organizaciones, sólo podían coadyuvar en esta tarea en forma complementaria.

Estas tesis fueron sostenidas por Sorel primero en su libro El porvenir socialista de los sindicatos, de 1898, y ampliadas luego en sus famosas Reflexiones sobre. la violencia, publicada en 1908. En esta última obra, Sorel agregaba a sus propuestas anteriores un marcado desprecio por el racionalismo, una profunda convicción en el valor de la acción frente a la tarea intelectual, y afirmaba que la huelga general constituía la gran arma del movimiento sindical, que no debía utilizarse sino para el derrocamiento del sistema capitalista.

Las ideas de Sorel tuvieron una profunda influencia en la C.G.T. francesa, al punto de que en el Congreso celebrado por

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ésta en Amiens en 1906, los participantes adhirieron integralmente a sus postulados.

También en Italia tenía desde hacía tiempo difusión una corriente sindicalista, que contaba como teórico principal a Arturo Labriola.

Todos estos hechos influyeron en el movimiento obrero argentino, en estrecho contacto con las doctrinas europeas, y también en el Partido Socialista, que vio nacer en su seno una fracción sindicalista.

En las centrales obreras, y particularmente en la U.G.T., la influencia sindicalista dio origen a la proposición del ya comentado pacto de solidaridad de 1905, y al acercamiento de los sindicatos socialistas con los anarquistas de la F.O.R.A., en el accionar frente al poder estatal.

Por último, la U.G.T., en su cuarto congreso de diciembre de 1906, ante la iniciativa de la F.O.R.A. en su respectivo congreso de setiembre, influida por la corriente que comentamos, resolvió: “Que es su ardiente anhelo que se realice la unificación obrera, y que apoya la iniciativa tomada por el VI Congreso de la F.O.R.A. de convocar un congreso para realizar dicha unificación”.39

Entre tanto, en el Partido Socialista la presencia sindicalista producía otras consecuencias de carácter más agudo.

Los introductores de estas doctrinas dentro del socialismo argentino fueron, según Enrique Dickmann, la señora Gabriela L. de Coni y el doctor julio Arraga. La primera era esposa del conocido médico Emilio Coni, y estaba muy influida por toda la

39

Sebastián Marotta, El movimiento sindical..., pág. 23 (ed. Lacio, Buenos Aires, 1960).

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literatura política francesa; de allí su frecuentación de los textos de Sorel. Arraga, de origen radical, había vivido algunos años en Francia, y allí adhirió a la corriente sindicalista. Su convicción socialista no parecía muy fuerte, puesto que después de ser separado del partido, volvió al Radicalismo, y actuó corno asesor sindical de Hipólito Yrigoyen durante su presidencia. Estos dirigentes crearon un grupo dentro del partido, que alcanzó a tener una publicación propia.

La situación había llegado a ser insostenible cuando se reunió en abril de 1906 el VII Congreso del Partido Socialista. En éste, Nicolás Repetto, en nombre de la -conducción partidaria, atacó el problema de frente, con la siguiente declaración: “El VII Congreso vería con agrado que el grupo de afiliados titulados sindicalistas, se constituyan en un partido autónomo, a fin de realizar la comprobación experimental de su doctrina táctica”.40

La proposición oficialista triunfó por 882 votos contra 222, y la segunda escisión del partido quedó consumada. Dickmann la recoge como un hecho positivo, y recuerda: "El sindicalismo revolucionario naufragó en todas partes, ya sea en la ciénaga gubernamental de la oligarquía, ya sea en el pantano infecto del fascismo, ya sea en el mar horroroso del comunismo bolchevique".41

Los problemas políticos y sindicales, que irían cobrando densidad, no alcanzaban, sin embargo, a variar la vida de la alta burguesía porteña, que quizá consciente de que pasaba por el período más feliz de su existencia, evocaba con seguridad su pasado, como si fuera una auténtica aristocracia. En las páginas

40

Nicolás Repetto, Mi paso por la política, pág. 103 (ed. S. Rueda, Buenos Aires, 1958).

41 N. Repetto, Mi paso..., pág. 103.

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del diario de una joven perteneciente a ese medio social, recogemos estas impresiones en esos días:

“Miércoles 15 de agosto de 1906: El 13 de agosto festejaron sus bodas de oro don Manuel Guerrico y su señora Mercedes Aguirre. Se trata de una fiesta extraordinaria. Había unas 500 personas entre señoras y niñas con trajes de época (1850), en un derroche de lujo y fantasía, ya que cada una había preparado su propia toilet, con consagración, meses de trabajo y muchas consultas, algunas de las cuales habían sido copiadas de cuadros de familia. Las que bailábamos el minuet, habíamos cuidado hasta el último detalle. Y los diez y ocho jóvenes, todos elegantes, buenos mozos, vestidos con calzón corto de paño gris o blanco, de levita o de frac de distintos colores, azul claro, verde botella, y verde más claro, marrón, mostaza, borra de vino, con botones dorados, chalecos fantasía, corbatín de encaje, camisa a tablas, parecían verdaderos próceres, escapados de los libros de historia argentina ... Al final del baile, todos, niñas y jóvenes, nos acercamos al compás de la música hasta frente a los obsequiados, en grupo estudiada-mente desordenado, e hicimos todos un saludo, las niñas tipo Corte europea, muy pausado, y los jóvenes una profunda reverencia.. . Nos hicieron una ovación, aplaudiendo largo rato”.42

Las impresiones y sucesos cotidianos eran diferentes para un muchacho de la clase media que estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras, y vio aparecer al promediar el año, como reemplazante en la cátedra de metafísica, a un señor absolutamente desconocido y a quien describió de este modo: “Un hombre alto, más que cuarentón, de tórax robusto, de rostro franco e inteligente, algo brusco, de lacio cabello castaño con

42

Julia V. Bunge, Vida - Época maravillosa (1903-11), pág. 284 (ed. Emecé, Buenos Aires, 1965).

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reflejos dorados, que se nos dijo era médico y venía de La Plata. Así fue como Alejandro Korn abandonó su serena existencia de estudioso solitario... Todos recordamos la claridad de sus disertaciones y su aptitud para la síntesis... Su crítica del positivismo no era la fácil burla negadora, sino una integración Y superación de aquel pensamiento con una documentación más amplia y más nueva, y una incitación a más hondos buceos en los problemas del espíritu y la cultura”.43 Así aparecía Alejandro Korn ante la joven generación, y comenzaba su carrera docente y su divulgación intelectual. Su peso, fundamental en el pensamiento argentino, se haría sentir años más adelante y excede el marco de esta crónica, no así su discreto y fructífero comienzo.

Las dificultades políticas fueron constantes en la presidencia de Figueroa; pero al finalizar el año 1906 se planteó el primer incidente provincial de importancia, que fue el pórtico de una serie de conflictos similares que jalonaron este período.

El doctor Quimo Costa, ministro del Interior, renunció en setiembre, y fue reemplazado por Joaquín V. González, a quien se consideraba estrechamente vinculado a Roca. Esto produjo la creencia ante la opinión de que Figueroa no se atrevía a enfrentarse con el General, y estaba en disposición de capitular ante él. Sin embargo, el Presidente trató de mantener su independencia con una discreción que lo alejaba de toda actitud espectacular.

A fines de 1906 se tenían que realizar elecciones para gobernador, en la provincia de Mendoza. El mandatario saliente, Carlos Galigniana Segura, realizaba una intervención abusiva en favor del candidato de su partido, ingeniero Emilio Civit, hombre neto de Roca. Ante las protestas opositoras, el Presidente envió un

43 Roberto Giusti, Visto y vivido, págs. 150 y sigs. (ed.

Losada, Buenos Aires, 1965),

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comisionado, que, después de realizar su tarea, aconsejó la intervención federal en la provincia. El Poder Ejecutivo, en discrepancia con el ministro Joaquín Y. González, envió al Parlamento un proyecto de intervención a Mendoza, que fue rechazado por el mismo.

El resultado final de esta escaramuza política fue negativo para el Presidente: el ministro González renunció, cortándole su puente hacia Roca, y a pesar de su intento intervencionista en Mendoza, el roquista Emilio Civit resultó electo gobernador.

Comenzó el año 1907 con la reaparición de los conflictos sociales, que ya se convertían en una constante de los últimos tiempos. Una huelga se inició el 15 de enero en Rosario, provocada por diferencias surgidas entre los conductores de vehículos de esta ciudad y las autoridades municipales. La falta de acuerdo y la represión gubernativa convirtieron la huelga local en provincial el 23 de enero, y le dieron carácter nacional del 25 al 27 del mismo mes. En esta ocasión los obreros triunfaron, obtuvieron sus demandas y provocaron la renuncia del jefe de la policía rosarina.

Estos hechos de constante repetición y la consiguiente dureza oficial, dieron origen al juicio muy crudo de un militante socialista de esos días: “El gobierno de Figueroa Alcorta fue una verdadera dictadura de la oligarquía en decadencia y el imperio de los peores caudillos corrompidos y corruptores”.44

Sin duda, la política presidencial fue muy enérgica con los elementos anarquistas, que a su vez se ocuparon en responder con la mayor presteza a la violencia estatal. Pero de todas maneras, no podemos dejar de ver la tarea significativa que Figueroa realizó en pro de la reforma del sistema político vigente, y por la integración

44

Enrique Diekmann, Recuerdos..., pág. 148.

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en el marco institucional de un sector cada vez más amplio de opinión pública. Lo que, admitido, implica invalidar parcialmente aquella aseveración rotunda.

Zeballos, ministro de Relaciones Exteriores

Un campo que produciría agitación y tensiones en los próximos dos años, sería el de la política exterior. La crisis parcial de gabinete, producida a fines de noviembre del año anterior, 'causada por el proyecto de intervención a Mendoza, y que trajo la renuncia de Joaquín Y. González a la cartera del Interior, ubicó al hasta entonces ministro de Relaciones Exteriores, Manuel A. Montes de Oca, en la misma, y dio lugar a la designación de Estanislao S. Zeballos, en la cancillería. Con éste entraba en el gabinete una de las personalidades más ricas y. complejas de la llamada generación del 80.

Nacido en Rosario en 1854, fue alumno entonces del recién organizado Colegio Nacional de Buenos Aires, y realizó estudios de ingeniería; pero fue abogado, como casi todos los hombres dirigentes de su tiempo. Espíritu múltiple, activo, Con un marcado interés por las novedades y los campos desconocidos, no-pecó de ligereza o diletantismo, como tantos de sus contemporáneos. Aunque animado por un temperamento fogoso, cada tema que ahondó fue tratado por él con rigor y con auténtico esfuerzo intelectual. Fue periodista, político, diplomático, explorador, experto en cuestiones indígenas, y un buen ganadero y agricultor. Su vocación intelectual se manifestó en su inmensa obra escrita, donde trató temas jurídicos, literarios, agrícolas, económicos e históricos. Uno de sus aportes principales fue la fundación y dirección de la Revista de Derecho, Historia y Letras, que vivió de 1898 a 1923, constituyendo un verdadero esfuerzo cultural en beneficio del país.

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Zeballos llegaba al ministerio de Relaciones Exteriores, y con él, una mentalidad muy definida acerca de lo que debía realizarse en nuestra política exterior en ese momento.

En esos días, la preocupación principal de la Cancillería argentina estribaba, como en tantas otras oportunidades, en la actitud expansionista del Brasil, que aparentemente recibía el apoyo de los Estados Unidos.

La Argentina, desde la inauguración del sistema panamericano, se había enfrentado con los Estados Unidos al boicotear los proyectos de fortalecimiento del mismo, por considerar que esto sólo beneficiaría a la nación más fuerte del Continente. Celosa de sus lazos comerciales y económicos con Europa, la Argentina no quería reconocer la existencia de un trato especial de carácter exclusivo entre las naciones americanas, y menos aún cuando éstas estaban presididas por los Estados Unidos.

En esos días, y desde 1902, el titular de Itamaraty era el barón de Río Branco, figura brillante de la diplomacia brasileña. Éste mantenía una vieja enemistad con el flamante Canciller argentino, el que a su vez alimentaba una gran desconfianza en torno a las miras imperialistas del famoso Barón.

En julio de 1906 fue inaugurada la Tercera Conferencia Panamericana, que tuvo por sede la ciudad de Río de Janeiro. En esta oportunidad volvió a manifestarse la rivalidad argentino - norteamericana, que una vez más paralizó parcialmente los logros de la Conferencia. Las autoridades brasileñas desplegaron toda su cordialidad al agasajar al secretario de Estado americano, Elihu Root, e inauguraron un edificio donde tuvieron lugar las sesiones de la Conferencia, el que fue bautizado como Palacio Monroe, lo que constituía más que un símbolo político.

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La posición argentina frente a los Estados Unidos no mejoraba, y por el contrario, su principal oponente hacía cada vez más firmes los lazos que la unían a la gran potencia del Norte. La metáfora utilizada por Joaquín Nabuco, embajador brasileño en Washington, al comparar el panamericanismo a un árbol, es más que elocuente para determinar los límites de las entonces altivas actitudes argentinas: “Hoy este árbol depende del cuidado de cada uno de nosotros, pero llegará el momento en que todos dependamos de él”.45

Zeballos, que recibió el Ministerio con estas realidades en carpeta, buscó compensar la hostilidad brasileña tratando de lograr una mayor influencia argentina en los otros países limítrofes, y empujó al Ejecutivo hacia una política de aumento del potencial naval. En cumplimiento del primer propósito enunciado, ofreció mediar entre Bolivia y el Paraguay en el litigio limítrofe que sostenían estos dos países. De esta forma se firmó el Tratado de Buenos Aires, de fecha 12 de enero de 1907, que sometía el diferencio mencionado al arbitraje del Presidente argentino.

Pero la visión boliviana del problema parecía ser diferente, pues para Feliman Velarde el acuerdo merece un juicio de extremada dureza: “El día 12 de enero de 1907, después de negociaciones que venían arrastrándose -seis años, se firmó el Protocolo Pinilla - Soler, auspiciado por el canciller argentino Estanislao Zeballos, poseedor de tierras en el Chaco, y elevado a la categoría de lo urgente, por lo menos desde un punto de vista paraguayo, por la fundación, el año anterior, de los fortines

45

Citado por Thomas F. MacCann, Argentina, Estados Unidos y el sistema interamericano (1880-1914), pag. 370 (ed. Eudeba, Buenos Aires, 1060).

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Ballivián y Guachalla. Era desastroso”.46 Estas apreciaciones, que pueden discutirse, son de todos modos significativas, pues de esos acuerdos surgen nítidos los antecedentes de la desgraciada futura guerra del Chaco.

Entre tanto, el escenario de la política nacional se tonificaba con la llegada al país del general Roca en marzo de 1907, luego de casi dos años de estada en Europa.

La provincia de Corrientes pasó al primer plano de la lucha partidaria, por su peculiar situación interna. Ahí gobernaba Juan Esteban Martínez, liberal aliado de los republicanos mitristas. Los autonomistas, ex partidarios de Pellegrini y hoy cercanos al Presidente, produjeron una división en el oficialismo local y trataron de obtener la mayoría necesaria en la Legislatura, para elegir a Juan Ramón Vidal senador nacional. Se creó así una situación de gran tensión institucional. Se reunieron dos legislaturas con opuestos intereses, que eligieron respectivamente a Juan Ramón Vidal (autonomista) y a Valentín Virasoro (liberal) para la misma banca. Más adelante, el Senador nacional aprobó el diploma de Virasoro; pero estos hechos prepararon un clima que favorecía en el ánimo presidencial la intervención federal en Corrientes, y también incubaban la separación de los republicanos de la coalición oficial, al ver peligrar su tradicional baluarte electoral.

El movimiento obrero, mientras tanto, reunió en un congreso extraordinario, durante los días 28 y 29 de marzo, a los representantes de los diversos sindicatos que respondían a las dos centrales gremiales existentes, la F. O. R. A. (anarquista) y la U.G.T. (socialista). El propósito del congreso era lograr la

46

José Felhnan Velarde, Historia de Bolivia, tomo III, pág. 48 (ed. Los Amigos del Libro, La Paz, 1970).

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unificación total de la clase obrera en una única organización, continuando los pasos ya dados en ese sentido. Entre éstos, el Pacto de Solidaridad —aun cuando no había sido firmado— y la invitación cursada por la F. O. R. A. a la U. G. T. en el mismo sentido.

El delegado Oddone, perteneciente a la U. C. T. fue el autor de la propuesta, que explicitó de esta manera: “Las sociedades gremiales de la República Argentina, reunidas en congreso, des-pues de haber aceptado el principio de la unificación de las fuerzas obreras, declaran constituida la Confederación General del Trabajo.

Esta institución regional será la agrupación de todos los proletarios que, fuera de toda escuela política, tienen entablada la lucha contra la clase capitalista, pregonando la desaparición del salariado y de la clase patronal.”47

Sin embargo, la Iniciativa de Oddone fue rechazada por los elementos anarquistas, en nombre de la pureza ideológica y de los objetivos combativos de los auténticos dirigentes revolucionarios. En la votación, los partidarios de la unidad, y también adalides de la trasformación gradual de la sociedad capitalista, estaban derrotados. De esta forma se pospuso una vez más la reunión en un solo bloque de las instituciones sindicales de la República.

Con la llegada del otoño, partían para La Haya, Luis María Drago y Carlos Rodríguez Larreta, que junto a Roque Sáenz Peña compondrían la brillante delegación argentina ante la Segunda Conferencia Internacional de la Paz que se reunía en aquella ciudad, a partir del 15 de junio. En esta ocasión, los representantes argentinos, que con otros latinoamericanos

47

S. Marotta, Historia del sindicalismo..., pág. 296.

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participaban por primera vez en este evento internacional, lograrían, aunque con limitaciones, que la Conferencia aceptara el principio del no cobro compulsivo de la deuda pública de los Estados, originado en la tesis del -ex canciller argentino Drago.

La entrevista Figueroa –Yrigoyen

y el enfrentamiento del Ejecutivo

con el Congreso

Al promediar el año, alejado de toda publicidad y cubierto por la mayor reserva, se produce el encuentro entre el Presidente de la Nación y el líder radical Hipólito Yrigoyen. Esta primera reunión se complementa con otra realizada en enero de 1908, y en ambas se trataron los temas centrales que preocupaban al Gobierno y al Partido Radical.

De estas entrevistas existen dos versiones fundamentales, originadas en ambos protagonistas y que divergen en su contenido.

Para el presidente Figueroa Alcorta, los encuentros tuvieron origen en una gestión espontánea del señor Francisco Villanueva, vinculado a ambas personalidades. En la primera conferencia, según el Presidente, Yrigoyen le habría hecho un pedido de ampliación de la amnistía concedida a los militares revolucionarios, incluyendo a oficiales que no habían sido comprendidos en la misma. Otros comentarios de menor importancia la habrían complementado.

En la segunda ocasión se trató, sí, el, tema esencial, referido a la reforma electoral y la consiguiente suspensión por parte del Radicalismo de su política de abstención electoral, El Presidente comentó al caudillo radical el proyecto de

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empadronamiento militar que el Ejecutivo había enviado al Congreso, y que Yrigoyen manifestó desconocer. Y agregó el jefe del radicalismo: “La falta de garantías no proviene sólo de la ley ni de las condiciones en que se ha preparado su aplicación, sino de la intromisión de las autoridades que, debiendo velar por la pureza del sufragio, hacen todo lo contrario. Yo insisto en que usted debiera ejercitar los medios conducentes para obligar a los gobernantes de las provincias a ajustar estrictamente sus procedimientos en el orden político y administrativo a los dictados de las leyes generales y locales la rigen”.48

Esto era una invitación a la autoridad nacional para que interviniera las provincias, y eliminara los gobiernos que se oponían a la reforma política. El Presidente se opuso a las propuestas, alegando razones fundadas en principios jurídicos. Y a su vez ofreció garantías en las elecciones a realizarse en la Capital Federal, a lo que había respondido Yrigoyen que si bien creía que el Presidente podía garantizar sus dichos en ese distrito, la concurrencia implicaría un gran trabajo que no estaba dispuesto a realizar.

La versión de Yrigoyen de las mismas reuniones fue dada por él en la convención de su partido reunida en 1909. Yrigoyen comenzó por afirmar que la iniciativa de los comentados encuentros partió de Figueroa Alcorta. Luego sostuvo que en la primera pidió por un mejor trato de parte de la policía a los radicales, y que se aplicara ampliamente la amnistía votada.

En la segunda, el Presidente le manifestó que su gobierno hacía todo lo posible para mejorar la situación política de la Nación, y que su sucesor trataría de acentuar esta labor,

48

Ramón J. Cárcano, Mis primeros ochenta años, pág. 216 (ecl. Sudamericana, Buenos Aires, 1942).

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afirmación que produjo esta réplica de Yrigoyen: “Que creía interpretar su intención de inferirle a la República el agravio de un sucesor, con olvido de las promesas públicas, que abocaría al país a nuevos, grandes y dolorosos sacudimientos; que no dudara que el país se desangraría, ya en su gobierno o después de su gobierno, tantas veces como fuera necesario, hasta alcanzar la paz de la normalidad de su vida institucional, y que tuviera presente que así como estaba en sus manos la gloriosa oportunidad de iniciar una era de inmensos bienes, viviría profundamente arrepentido presenciando el desgarramiento de la Patria, maldecido por la opinión pública y despreciado por las generaciones venideras”.49

El Presidente habría acusado a los radicales por esta afirmación, de extremado lirismo, y habría solicitado que explicitaran previamente los requerimientos de su fracción política. A lo que Yrigoyen contestó: “Que principie el Señor Presidente por hacer, quemar en las plazas públicas, si cabe, todos esos registros que son el cuerpo del delito político y la viva demostración de sus impudencias, y después de haber levantado un nuevo registro puro 'y legal, dé las garantías inherentes al ejercicio 'de la soberanía nacional”.50

En estos términos de aparente imposible acuerdo terminaría el diálogo. Sin embargo, estas tratativas tuvieron desde ya el valor del acercamiento físico, que siempre importa el respeto por el contrincante y un dejo de esperanza cívica. Por lo tanto, constituye el primer paso, aun cuando no se crea así, hacia la convivencia política.

49

Gabriel del Mazo. El radicalismo, tomo 1, pág. 105 (ed. Cure. Buenos Aires, 1957).

50 R. J. Cárcano, Mis primeros.... pág. 313.

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Años después, Figueroa Alcorta, en carta a Ramón J. Cárcano, dijo refiriéndose a las posteriores gestiones de Sáenz Peña —orientadas en el mismo sentido—, que éste “nunca creyó que pudiera perder en los comicios el viejo partido nacional, e Yrigoyen jamás aspiró a conquistar el gobierno sino por la revolución”. Aun aceptando como íntegramente válida la afirmación de Figueroa, creemos que en este tibio intento de aproximación se encuentra la génesis de una profunda trasformación institucional, que probablemente sus actores no pudieron prever en sus contornos más definidos y cuyos resultados no se ajustaron a sus íntimas aspiraciones.

Pero el solo hecho de que existieran los encuentros entre los dirigentes y el cambio de impresiones entre los mismos, produjo en la opinión pública, y en ambas corrientes políticas, un estado de expectación que arrastró a sus conductores más allá de sus anhelos de acceso revolucionario al poder en tino, y de la preocupación conservadora en el otro. Por eso insistimos en señalar la trascendencia de este primer paso.

Buenos Aires asistió en agosto a la aparición de una revista literaria, fruto de las inquietudes de un grupo de jóvenes, en su mayoría alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras, llamada a convertirse en tino de los órganos más valiosos, donde se proyectaría la labor de los intelectuales del país. Nosotros, como se llamó la publicación, nació principalmente por la iniciativa de Alfredo Bianchi, un joven de veinticinco años nacido en Rosario, y que había pasado por la Facultad de Filosofía sin completar Sus estudios.

Roberto Giusti, que fuera su principal colaborador, recuerda la importancia del aporte de Bianchi, con estos conceptos: “Por su fervor, por su tenaz e invencible voluntad ha podido vivir la revista de más larga existencia que cuentan

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periódicos de su índole en las letras hispanoamericanas... Sin él, Nosotros habría sido un accidente pasajero e insignificante en nuestra vida literaria”.51

La revista sirvió de vehículo para la expresión de la joven generación literaria; pero también, con el tiempo, se unieron a ella colaboradores de mayor edad, que aportaban el prestigio de su ya consagrada personalidad intelectual. Su equipo originario era totalmente novel y de una marcada juventud...

“Esos jovencitos eran absolutamente desconocidos cuando se iniciaron en Nosotros... ¿Y cómo no habían de ser desconocidos si eran unos chiquilines? Giusti tenía veinte años, y Emilio Ravignani y Coriolano Alberini, veintiuno... Pero todos prometían, y unos en literatura pura, como Melián Lafinur, Arrieta, Banchs y Giusti; otros en la historia, como Ravignani, o en la filosofía, como Albearini, cumplieron con lo que de ellos se esperaba”.52 Sin duda que este acontecimiento significa la puesta en acción de una nueva generación, que realizaría un aporte valioso y significativo a la intelectualidad argentina. Es cierto que la aparición de una nueva publicación literaria interesaba a un reducido grupo de escritores e intelectuales; en cambio, no ocurría lo mismo con el movimiento de huelga iniciado al finalizar ese mismo mes de agosto por los inquilinos de gran parte de los conventillos de Buenos Aires, y que llegó a revolucionar casi al diez por ciento de los habitantes de la urbe.

La chispa que encendió el fuego fue un aumento decretado por la Municipalidad en las tasas de servicios por ella recaudados, y que provocó un incremento por parte de los propietarios y sublocadores de sus respectivas cuotas de alquiler, que debían ser abonadas por las débiles economías de los inquilinos. Pero esto no

51 Roberto F. Giusti. Visto... p. 12

52 M. Gálvez, Amigos y maestros... cit., pág. 289.

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era más que la gota que rebalsó el vaso, en un serio y grave problema social que afectaba a un importante sector de pobladores de la ciudad.

En los inquilinatos porteños vivían en ese tiempo entre 150.000 y 170.000 personas, con un promedio de sesenta habitantes por inmueble. Éstos eran alquilados por sus dueños a personas que a su vez subarrendaban en forma individual, por habitación, a familias de limitados recursos. El doble sistema de alquiler elevaba notablemente el precio de las unidades locadas, y hacía mucho más duras las exigencias impuestas a los locatarios por reglamentos marcadamente arbitrarios y sin duda abusivos

El encargado era la persona que debía vigilar los intereses del propietario de la casa, y asimismo hacer cumplir, las disposiciones del reglamento establecido. Éstos contenían disposiciones tan absurdas como que el dueño de casa se reservaba el derecho de inspeccionar las habitaciones en cualquier momento; los inquilinos no podrían lavar ropa, recibir huéspedes, tener en sus piezas animales o niños, etcétera. Se les exigían hasta dos meses de alquiler adelantado, y cualquier falta en que incurrieran implicaba el inmediato desalojo.

Dadas estas condiciones, un aumento significativo de los alquileres provocó una violenta reacción en los habitantes de los inquilinatos, y uno de la calle Ituzaingó inició el movimiento huelguístico de negativa a reconocer las rentas estipuladas. En los primeros días de octubre, más de 800 conventillos habían adherido al movimiento, y los inquilinos crearon un comité que los agrupaba.

Aunque el Intendente procuró mediar entre las partes en conflicto, los propietarios recurrieron a la justicia, y los desalojos comenzaron a producirse, con la consecuencia de tensión o violencia que traían aparejadas.

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Los huelguistas recibieron el apoyo del Partido Socialista y de los militantes anarquistas, que trataron de impedir, los desahucios judiciales por la fuerza. En estas refriegas, el 22 de octubre falleció un obrero anarquista, marcando uno de los picos más altos del proceso de protesta de los inquilinos.

El reclamo de éstos era de una evidente razonabilidad, y así lo explicaron en un manifiesto al pueblo, redactado por el Comité que los agrupaba: “La imposibilidad de vivir, dado el alto precio que propietarios intermediarios especuladores cobran por incómodas viviendas, nos impulsa a no pagar alquiler mientras no sean rebajados los precios en un treinta por ciento. Los propietarios, sin miramientos de ninguna especie, escarnecen a los pobres agobiados por la explotación capitalista y gabelas del Estado. El movimiento contra la imposibilidad de vivir trabajando es un hecho, y falta sólo para su éxito que lo secunden los inquilinos de esta ciudad”.53

A pesar del entusiasmo del primer mes y medio, al finalizar noviembre ya la presión de los, inquilinos empezó a disminuir, y se llegó a diferentes acuerdos con los patrones, que tuvieron que conceder rebajas y mejoras en las condiciones del arriendo. Pero con el correr del tiempo, lo obtenido en el movimiento huelguista fue borrado lentamente por los, dueños, sin que se produjera por varios años una nueva reacción en los habitantes de los conventillos.

Entre tanto, la huelga se extendió a algunas ciudades, como Rosario y La Plata, produciendo un proceso relativamente similar al porteño. La repercusión de estos hechos fue tan amplia en los medios artísticos de corte popular, que se recogió este tema para tina pieza del llamado género chico. Meses después, el

53

La Protesta N° 1136. septiembre de 1907, pág. 1.

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periodista Nemesio Trejo y un joven músico español, Francisco Payá, estrenaban un sainete, que llevaba por nombre Los inquilinos, y que se inspiraba en los sucesos que comentamos.

Entre tanto, el panorama político se acercaba a un punto decisivo, donde el Presidente debería jugar toda su habilidad y toda su fuerza personal para salir airoso.

La tensa situación de la provincia de Corrientes, único bastión del mitrismo en el Interior, terminó por agravarse, involucrando en ella al cuadro político nacional. Las presiones del autonomismo y la complacencia presidencial en las mismas, fueron denunciadas por el líder republicano en la Cámara baja, Emilio Mitre, quien exigió el rompimi ento de la coalición que su partido formaba con el oficialismo. Ésta, efectivamente, se rompió en setiembre, y el Senado rechazó la intervención a Corrientes.

Pero el Presidente no se amilanó; reemplazó a los ministros republicanos por hombres fieles, y en octubre, con el Congreso en receso, intervino por decreto la conflictiva provincia. Estos acontecimientos tenían la doble gravedad de restar al Presidente uno de los pocos apoyos con que contaba, y de advertir a los roquistas y ugartistas sobre las intenciones del Ejecutivo.

En noviembre, el Poder Ejecutivo convocó al Congreso a sesiones extraordinarias, para que se ocupara en tratar, entre otras cuestiones determinadas en la convocatoria, la ley de presupuestos para el año entrante. Aprovechó la Cámara de Senadores esta ocasión para aprobar una minuta donde se reclamaba al Presidente por la intervención decretada a Corrientes, y solicitaba, asimismo, el envío de los antecedentes para su resolución, conforme a las cláusulas constitucionales.

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Éste fue el comienzo de una batalla frontal entre el Poder Legislativo y el doctor Figueroa Alcorta, en la que se jugaba, más allá de sus prerrogativas jurídicas, su real poder político, con miras a la renovación presidencial de 1910.

En un principio, el Presidente pudo detener la crisis en Diputados, gracias a la buena voluntad del ex gobernador de Buenos Aires, Ugarte, que lo apoyó con el grupo de legisladores que respondían a su conducción política. Pero la intransigencia del Senado, unida a la demora de los diputados, que no trataban las leyes económicas de imprescindible sanción para el funcionamiento de la maquinaria administrativa en el año venidero, terminaron por ahondar la crisis sobre el fin de 1907.

Entre tanto, el senador Ugarte quiso obtener del Presidente una contraprestación a su transitorio pero vital apoyo parlamentario, que incluyera un entendimiento en torno a su posible candidatura presidencial en la próxima elección nacional. El Presidente rechazó categóricamente la pretensión de Ugarte, y se dispuso a afrontar el punto más duro de este crítico proceso, en el cual se enfrentaba con el hombre más poderoso en recursos electorales con que el país contaba en esos días. Ugarte fue un hombre clave en los hechos políticos de esos años, y aun después del acceso del Radicalismo al poder, que terminó con su carrera. De manera que no es inútil que tracemos las líneas fundamentales de su personalidad.

Nieto de un inmigrante vasco e hijo de un destacado jurista y político argentino, Marcelino Ugarte nació en Buenos Aires en 1855.

Su padre fue diputado provincial y nacional, senador en ambas jurisdicciones y ministro de Relaciones Exteriores. El Gobierno de la provincia de Buenos Aires le encargó un proyecto

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de Código Civil, que luego no se adoptó. En la vida pública militó en el autonomismo.

Su madre, Adela Lavalle, era sobrina del General unitario, y se contaron entre sus tíos políticos los poetas Estanislao del Campo y Carlos Guido y Spano.

Siguiendo la tradición paterna y como miembro joven de la generación porteña llamada del 80, actuó en el autonomismo del doctor Adolfo Alsina, y pasó por las filas republicanas de Aristóbulo del Valle. Diputado provincial en 1878, alcanzó el Senado de su provincia en 1888. Durante la crisis política y económica de 1890, el presidente Pellegrini le confió la presidencia de la Oficina Inspectora de Bancos Nacionales y Garantidos, donde se desempeñó con honestidad y eficiencia. En 1898 fue por un breve período ministro de Hacienda del gobernador de la provincia de Buenos Aires, doctor Bernardo de Irigoyen, cuando éste gobernó con el acuerdo de los Autonomistas con el Radicalismo no intransigente. Electo diputado nacional en 1900, en 1902 se convertía en gobernador de Buenos Aires por el período que concluía en 1906.

Su gobierno fue dinámico y progresista, sancionó un nuevo Código de Procedimientos, rehabilitó de su precaria situación al Banco de la Provincia y realizó una vasta e inteligente obra pública.

Paralelamente a estos hechos, se convirtió en el dueño político de la provincia, al liquidar y someter a su voluntad a los caudillos locales que antes respondían a Roca o a Pellegrini. Al acabar su gobierno, su influencia electoral era tal, que lo hacía imprescindible para decidir las elecciones presidenciales: su concurso fue fundamental para el triunfo de Quintana. Impuso también su sucesor en el gobierno provincial, Ignacio Irigoyen,

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que le respondía fielmente, mientras que él pasaba a ocupa? una banca en el Senado nacional.

En Ugarte se confundían las artes más tortuosas de un político electoral, con el pragmatismo ágil y firme de un administrador eficaz. Su personalidad, como la de casi todos los hombres, no tenía una sola faceta que permitiera reducirla a un esquema simple y concluyente.

Carlos Ibarguren, quien lo conoció en estos años, lo caracteriza así en sus Memorias: “Espíritu inquieto, talentoso, abierto, dotado de eficaces condiciones de excelente administrador como lo demostró en su gobierno, unía al empuje de su acción un afán febril para alcanzar sin rodeos ni disimulos el objetivo de su ambición suprema que no pudo lograr: la presidencia de la República”; y agrega, marcando sus características en la relación social: “En su trato irradiaba simpatía y su conversación chispeante era salpicada con agudo humorismo; .percibía lo ridículo en las cosas y en los hombres; y mediante un mote feliz realizaba la caricatura verbal de una persona, de un episodio, de una actitud. Espíritu práctico en sus negocios personales, materialista y escéptico”.54

Éste era el hombre que se constituyó en el principal rival del presidente Figueroa, en su puja por el poder durante las postrimerías de 1907 y el primer mes de 1908. Figueroa Alcorta comenzó por conminar al gobernador de la provincia de Buenos Aires a que se plegara a su política, amenazándolo con liquidar su situación personal valiéndose del poder presidencial. Irigoyen, con realismo, abandonó a Ugarte acatando la advertencia presidencial, con lo que le ocasionó a éste la primera derrota política.

54

C. Ibarguren, La historia..., págs, 135-36.

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Entre tanto, el Senado y la Cámara de Diputados seguían sin tratar el presupuesto nacional, motivo de la convocatoria a sesiones extraordinarias, mientras que aumentaban la presión ante el Ejecutivo por su política de intervención en las instituciones provinciales.

Ante la gravedad de la situación, el Presidente, en acuerdo general de ministros, el 25 de enero de 1908 firmó un decreto poniendo en vigencia para ese año el presupuesto de gastos de la administración sancionado para 1907 y declaró, asimismo, clausuradas las sesiones extraordinarias a las que había sido convocado el Congreso nacional.

Para evitar que los diputados o senadores intentaran resistir la decisión presidencial, Figueroa Alcorta ordenó al jefe de policía, coronel Ramón L. Falcón, que custodiara el edificio del Congreso, impidiendo el ingreso de los parlamentarios al mismo. El Jefe de Policía cumplió eficazmente su encargo, ante la indignación de los congresistas, y las burlas y risas del público que se estacionó ante el edificio del Parlamento.

El golpe del Ejecutivo —Sin duda, ilegal— se había consumado, y la política presidencial había obtenido una innegable victoria.

En el año que concluía en medio de una tensión política tan intensa, había que computar un feliz acontecimiento para el futuro desarrollo eco.-nómico. En noviembre de 1907, un equipo de la Dirección General de Minas, que realizaba perforaciones tratando de obtener agua potable, comunicó que había hallado petróleo en las cercanías del pueblo de Comodoro Rivadavia. Y una vez que estos hechos llegaron a conocimiento del Gobierno nacional, éste dictó con fecha 14 de diciembre de 1907 el siguiente decreto:

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Estando practicándose perforaciones en el territorio del Chubut por disposición del Poder Ejecutivo, y de conformidad con lo dispuesto por el artículo 15 de la ley 4.167,

El Presidente de la República Argentina

DECRETA

Artículo 1° - Queda prohibida la denuncia de pertenencias mineras y concesión de permisos de calles en el puerto de Comodoro Rivadavia, territorio del Chubut, en un radio de cinco leguas kilométricas, a todo rumbo, contándose desde el centro de la población.

Artículo 2° - Comuníquese, publíquese, y dése al Registro Nacional.

FIGUEROA ALCORTA.

PEDRO EZCUBRA.

De esta manera, el Presidente y su Ministro de Agricultura inauguraron una política de protección que se completaría posteriormente con la sanción de la primera ley de reservas, y más adelante, con la creación de la Dirección General de la Explotación del Petróleo.

Estas medidas pusieron de manifiesto el celo de las autoridades nacionales en la custodia y explotación de una fuente de, riquezas que se auguraba como muy trascendente en el futuro desenvolvimiento de la economía.

Los obreros y sus dirigentes, acuciados por realidades más inmediatas, no participan en las luchas por el poder que agitaban a la clase gobernante, ni eran protagonistas de la gestión de conducción administrativa. Del 15 al 19 de diciembre sesionó el VII Congreso de la F.O.R.A. 'en la ciudad de La Plata. Allí se

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trataron las consecuencias de la huelga de inquilinos recientemente concluida .y que 'había producido la aplicación de la Ley de Residencia, con la consiguiente expulsión de numerosos extranjeros, acusados de actuar como agitadores de aquélla.

La declaración de la F.O.R.A. en contra de la mencionada Ley de Residencia, expresaba claramente el repudio que de la misma hacía el movimiento obrero en esos días:

“La acción criminal y tortuosa del Estado y de la burguesía al dictar una ley de extrañamiento contra los hombres que piensan libremente, y que constituye la negación de los derechos del hombre, nos obliga a tener que responder al reto lanzado por los sátrapas que gobiernan la República Argentina.

La sanción de la Ley de Residencia obedece a la consigna capitalista, que derrama oro a manos llenas a los lacayos del Parlamento argentino para arrancarles leyes de exterminio contra los trabajadores.”55

La F.O.R.A. declaró una huelga general que se iniciaría el 13 de enero de 1908, para protestar contra esta legislación. Y aunque tenía carácter de indeterminada, su repercusión fue tan escasa, que el día 15 debió ser levantada.

Resultado de la firme ofensiva presidencial en el seno del Congreso Nacional fue el intento de concordancia que se gestó, con miras a las elecciones che diputados nacionales, entre el grupo opositor que reunía en forma accidental a roquistas, ugartistas y republicanos.

Sin embargo, las diferencias entre éstos eran muy grandes, de manera que Guillermo Udaondo, presidente de los

55

Diego Abad de Santillán, La F.O,R.A. - Ideología y trayectoria, pg. 17 (ed. Proyección. Buenos Aires, 1971).

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republicanos, se negó totalmente a llegar a un acuerdo, aunque fuera meramente electoral, con las huestes del repudiado Marcelino Ugarte. Por otra parte, la defección de Ignacio Irigoyen, gobernador de la provincia de Buenos Aires, de las filas ugartistas, para responder a la política presidencial, dio nacimiento en este distrito a una agrupación partidaria que se denominó Partido Conservador, y que se oponía a los Partidos Unidos de Ugarte, para sostener la orientación de Figueroa Alcorta.

Estos cambios en las situaciones locales y las desinteligencias entre las agrupaciones opositoras facilitaron el doble triunfo oficialista, el 26 de febrero en la Capital Federal y el 8 de marzo en el resto del país. Es verdad que esto se logró al precio de la abstención de todas las fuerzas no gubernamentales, agravando el panorama cívico de la República.

De todos modos, y habiendo obtenido después de esta victoria, amplia mayoría en la Cámara de Diputados para el oficialismo, Figueroa Alcorta se aseguró la impunidad para su drástica acción del mes de enero, que había abierto la posibilidad de un juicio político, al reanudarse el período legislativo ordinario.

Pero los ajetreos políticos y la protesta disconforme de la clase obrera no impedían a los intelectuales argentinos construir en algunos casos piezas literarias de exquisita factura, como la novela que bajo el título de La gloria de don Ramiro lanzó en esos días Enrique Larreta. Poca cosa constituía la obra anterior de Larreta frente a ésta, su novela fundamental, que ya había merecido el aplauso del crítico más exigente y respetado de la época, Paul Groussac.

Su densa y refinada cultura, unida a sus prolongadas estadías europeas, prepararon su sensibilidad para el

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descubrimiento del paisaje y el alma de España, que constituyen el motivo inspirador de su pieza literaria. Él mismo nos relató cómo después de tejer diversos proyectos de trabajo intelectual, su estada en Ávila definió su labor artística:

“Quiso mi buena suerte que mi primera visión de Ávila fuera una visión de otoño. Ávila es más Ávila en ese momento del año, cuando barbechos y labrantíos toman en torno suyo el aspecto de un remendado sayal, del mismo color de sus murallas... Cuando penetramos en la ciudad, ya en sus calles estrechas era casi de noche. Los altivos palacios, que yo atisbaba al pasar, se sumergían en una penumbra, en una sombra sin tiempo... ¡Es tan importante la primera impresión! El hotel en que nos instalamos estaba situado en la plazuela de la Catedral. Desde la ventana de mi habitación se contemplaba en el anochecer toda la oscura fachada del templo, con un toque de fuego todavía en su torre más alta... De pronto, al sonar las solemnes badajadas del Ángelus, un tanto excesivas para ciudad tan pequeña, me pareció que el sagrado turbión se llevaba tras sí todo mi espíritu, me lo arrebataba por fin en posesión misteriosa. ¡Adiós, pintores! ¡Adiós, lienzos y -tablas! Me estaba reservada una empresa de mayor ambición...”56

El joven novelista había hallado la ruta de una firme inspiración que lo llevaría a crear una de las, obras más singulares y ricas de nuestras letras.

En tanto, desde la conflictiva Barcelona, escenario de un. creciente movimiento separatista, y también foco de la corriente ácrata, que produciría la eclosión de la Semana Trágica de 1909, Roberto J. Payró, que había llegado a la Ciudad Condal unos

56

Enrique Larreta, Obras completas, pág. 549 (ed. Plenitud, Madrid, 1958).

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meses antes en pos de una inesperada herencia' dio publicidad a su famoso libro de cuentos Pago Chico.

A diferencia del trabajo de Larreta, Pago Chico es, sin duda, una excelente descripción de las costumbres criollas. Remontándose a sus experiencias juveniles de los años 90 en Bahía Blanca, Payró realiza un análisis de la sociedad argentina en sus pueblos interiores de la pampa, cuando la expansión económica y la inmigración comenzaban definitivamente a desalojar lo que quedaba de la vida de fronteras, protagonizada por el gaucho y el malón.

Payró volcó en estos escritos las inquietudes y angustias que siempre produjo en su ánimo el futuro del país; Se entrelazan en su temática la descripción de una comunidad poblada de aventureros de todo tipo, con la puesta en evidencia de unos hábitos políticos y sociales propios de una democracia de caudillejos inescrupulosos e incapaces. Este libro, de todas formas, no implica desesperanza por parte de su autor, que confiaba en el poder de la trasformación política para lograr un nuevo tipo de sociedad.

El conflicto con el Brasil.

La polémica en el Socialismo

En el ámbito de nuestra política exterior, la tensión en las relaciones argentino - brasileñas, que ya hemos mencionado, crecía en intensidad. A la carrera armamentista en que se veían involucradas ambas naciones, se agregó en abril de 1908 el conflicto de jurisdicción en el Río de la Plata con el Uruguay, detrás del cual el canciller Zeballos vela la influencia brasileña y la mano del ministro Río Branco. El Gobierno uruguayo reivindicó en una declaración la soberanía sobre la mitad del río

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limítrofe. Lo que provocó la enérgÍca reacción del Canciller argentino, que envió a nuestra flota a realizar demostraciones en aguas uruguayas.

A estos acontecimientos se agregó la actividad de nuestro Ministro de Relaciones Exteriores, con miras a obtener la paridad naval con el Brasil, que tomó la situación cada vez más grave.

En una reunión de gabinete del 10 de junio, Zeballos proponía presentar al Brasil una conminación para que esta nación dividiera su escuadra con la Argentina, bajo la amenaza de decretar la movilización de nuestras reservas militares;

Las figuras de la oposición política y los principales diarios porteños, alarmados ante el cariz que tomaban los acontecimientos, atacaron duramente a Zeballos acusándolo de ser el causante de la situación, por su actitud agresiva y probélica. La presión llegó al presidente Figueroa Alcorta, que tuvo que prescindir de su Ministro, no sin antes ofrecerle trocar su cartera por la de Justicia e Instrucción Pública. Zeballos, que se encontraba plenamente convencido de la justicia de su causa y que pensaba que era víctima de una conspiración de intereses contrarios a los objetivos nacionales, renunció ruidosamente el 21 de junio, y en el texto de su dimisión dijo: “Voces vulgares me acusan de perjudicar los intereses de la paz, cuando la he asegurado, poniendo a la República Argentina a cubierto de peligros, cuya prueba instrumental conoce V. E. y dejo bajo recibo en el archivo del ministerio de Relaciones Exteriores... Ella probará siempre que si he caído, un varón prudente y fuerte cayó sin murmurar quejas, herido por haber pensado más en su Patria que en sí mismo”.57

57

Diario La Piensa, Buenos Aires, 21 de julio de 1908.

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La Cancillería quedó en las manos expertas. y prudentes de Victorino de la Plaza, quien trató de restablecer en lo posible el buen entendimiento con el Brasil. Sin embargo, la carrera armamentista no concluyó sino más adelante; por el momento, los Estados Unidos y la Gran Bretaña se beneficiaban con ella, obteniendo excelentes contratos para sus astilleros navales.

Los norteamericanos, que en 1907 habían logrado penetrar en el mercado de carnes argentino al comprar la Compañía Swift —su primera planta manufacturera del mencionada producto—, demostraron su agresividad comercial, al querer consolidar su actividad en este campo y extenderla a otros sectores económicos. Pero la penetración estadounidense no era vista con buenos ojos, y sus representantes diplomáticos así lo entendían. En efecto, “los argentinos querían productos y capitales norteamericanos; pero no se sentían tan atraídos por los hombres que podrían acompañar a dichos bienes. El encargado de negocios informaba desde Buenos Aires que no hay duda alguna de que los norteamericanos no son queridos aquí”.58

Sin duda, la preeminencia de las inversiones británicas, así como también el respaldo indirecto que esta nación daba a la política independiente de la Argentina en la esfera panamericana, jugaban un papel principal en este rechazo que comentamos. “Si bien las miradas de los argentinos se dirigían con mayor frecuencia que antes a los Estados Unidos, los corazones argentinos pertenecían aún a Europa: a Inglaterra...”59

esta era la puja que estadounidenses y británicos comenzaban a tener por su influencia en el Río de la Plata, que con altos y bajos demoraría hasta 1945 en resolverse, definitivamente, en favor de los Estados Unidos.

58 T. F. MacGann, Argentina…, pág. 387.

59 T. F. MacCanii, Argentina..., pág. 391.

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La repercusión de la política belicista y anti-brasileña de Zeballos fue muy amplia, ya que no sólo las figuras destacadas de los sectores tradicionales opuestos al Presidente expresaron su repudio por ella, sino que también los socialistas tuvieron un papel activo en el combate contra el dinámico canciller. Juan B. Justo, exagerando quizá el tono de la arenga, decía en un mitin que en la plaza Colón de Buenos Aires convocara el socialismo en repudio de la actuación de Zeballos, y al que concurrieron delegados de Chile, el Uruguay y el propio Brasil: “Manifestaciones como ésta evidencian que una nueva era se ha abierto en la historia. El pueblo trabajador, mientras ha sido una clase inconsciente y despojada de todo derecho, ha sufrido la guerra como una calamidad providencial. Ahora comprende la situación, exige participar en la cosa pública, se niega en todo el mundo a servir de instrumento de los designios destructivos de la clase gobernante. No queremos más máquinas de guerra, sino medios de vida y de trabajo... ¿Para qué acorazados de 20.000 toneladas, cuando apenas tenemos techo? El movimiento pacifista tiene en el proletariado su fuerza principal”.60

El pensamiento de Justo, que siempre encontró una constante dificultad para enfocar adecuadamente los problemas de interés nacional, en esta ocasión tal vez reincidía en su equivocado análisis, al atribuir a las disputas argentino - brasileñas la envergadura de una lucha interimperialista de dos poderosas burguesías, sin comprender que quizá, inconscientes de sus actos, ambas naciones eran utilizadas por los auténticos poderes imperiales. Pero no sería este tema el que más preocuparía al jefe socialista en 1908. En julio de este año llegó a Buenos Aires, en gira especial, el profesor socialista de origen

60

Dardo Cúneo. Juan B. Justo y las luchas sociales en la Argentina, pág. 297 (ed, Alpe. Buenos Aires, 1956).

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italiano Enrico Ferri, con quien Justo protagonizó una agría y significativa polémica.

Enrico Ferri, penalista sociólogo, co-fundador de la escuela positiva de criminología, era también un destacado militante socialista en su país natal. Enrolado en el ala izquierda del partido italiano, opositor al reformismo de Turati, trató en el plano teórico de realizar una amalgama del pensamiento de Marx con las tesis evolucionistas y positivas de Darwin y de Spencer. Hombre dúctil, creador brillante y temperamento vital, Ferri poseía cualidades y defectos que en el plano humano contrastaban francamente con el estilo del doctor Justo.

Años después, diría: “Antes de llegar a Buenos Aires, yo conocía a grandes rasgos el Partido Socialista de la Argentina, por haberme hablado de él el amigo Ugarte en París durante el Congreso Socialista Internacional, y porque el doctor Palacios me había mandado a Italia cartas y discurso parlamentarios”.61

Estas amistades no eran la mejor carta de presentación para el profesor italiano ante los dirigentes socialistas argentinos, que repudiaban a Ugarte y en menor medida a Palacios, por la orientación nacionalista de ambos, dirigida fundamentalmente a luchar contra el imperialismo hasta alcanzar la auténtica independencia política y económica del país. Justo disentía totalmente de esta corriente del pensamiento, que anteponía los objetivos nacionales de los pueblos semicoloniales al fiel cumplimiento de los preceptos de la socialdemocracia.

El choque se produjo desde el primer momento, pues al desembarcar, Ferri declaró: “La Argentina está en la etapa de la

61

Norberto Galasso, Manuel Ugarte - Del vasallaje a la liberación, tomo 1, pág. 220 (ed. Eudeba, Buenos Aires, 1973).

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agricultura y el pastoreo; por consiguiente, las manifestaciones sociales son paralelas a esta fase, por lo cual yo pienso que científicamente no se pueden juzgar las condiciones de este país con la misma medida que se juzgan los países de la civilización europea”.62

Días después, desde el prestigioso escenario del Teatro Odeón, donde tantos otros ilustres intelectuales lo precedieran, presentado por el doctor Rodolfo Rivarola y ante una sala repleta y expectante, habló con vehemencia y soltura dominando a su auditorio, que se componía de un público selecto y atento. Y allí acentuó sus diferencias con Juan B. Justo: “Pienso que el Partido Socialista es, o debe ser el producto natural del país donde se forma... Los muchos obreros industriales que viven en Buenos Aires no bastan para cambiar el carácter de la condición económica de la República Argentina, que está en la fase agropecuaria. Ellos son en realidad trade-unionistas, que son bien distintos de los socialistas”.63

Estas claras precisiones provocaron la reacción del líder socialista, que atacó las actitudes personales de Ferri y su planteo teórico, simultáneamente: “Pasaron tres meses durante los cuales el sociólogo buscó el aplauso de la prensa rica, admiró el lujo de Buenos Aires, fue recibido por lo más granado de la oligarquía y de la más alta burocracia, oyó de los labios de un ministro el relato de la revuelta que lo había llevado al gobierno, cerró los ojos ante el insensato fraude electoral dirigido por sus amables huéspedes...., dio en todas partes conferencias misceláneas, ganó dinero y evitó en lo posible todo contacto con el pueblo”. Y concluía justo citando el capítulo de El capital sobre “La teoría moderna de la colonización”, para defender la posibilidad de una

62

D. Cúneo, Juan B. Justo..., pág. 300. 63

D. Cúneo, Juan B. Justo..., pág. 303.

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fuerza auténticamente socialista en una nación fundamentalmente agropecuaria.

No hubo acuerdo, pues no. podía haberlo; y así la dirección socialista argentina siguió su ruta reformista y no tomó conciencia de la lucha antimperialista, y Ferri, por su parte, acabó su vida, años después, adhiriendo al fascismo.

Las crisis provinciales

y la candidatura de Sáenz Peña

Mientras los socialistas se enfrentan en polémicas de contenido teórico e ideológico, las clases agrícola - ganadera y mercantil de la fértil pampa húmeda y de la Capital de la República volcaban sus cada día más amplias ganancias., fruto de las exportaciones, en constante crecimiento, en la mejora de su estilo de vida y en el embellecimiento de la orgullosa Buenos Aires.

La arquitectura pública de la ciudad vio entonces aparecer nuevos y magníficos edificios para sede de distintas instituciones y organismos del Es-s. Se inició la construcción del nuevo palacio de los Tribunales (1906) y del edificio del Correo Central (1908 ); en 1906 se inauguró el nuevo monumental Congreso de la Nación, y el 25 de mayo de 1908 la clase alta porteña y sus conductores políticos asistieron a la primera velada de gala en el flamante Teatro Colón.

El barrio Norte de Buenos Aires, que alcanzó en estos años su consolidación como zona residencial de la ciudad, se pobló de magníficas mansiones de estilo, borbónico, que dieron a esta parte de la urbe un aire realmente parisiense.

El arquitecto Alejandro Christophersen —quizá, el más destacado de los profesionales de la época—logró la expresión

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más definida en el género que mencionamos al realizar la residencia de Mercedes Castellanos de Anchorena, futura sede de nuestra Cancillería. Otros profesionales argentinos, como Lams y Hary o Dormal, y desde ya varios franceses que confeccionaron sus planos en el extranjero, completaron el cuadro con magníficos palacios, como los de las familias de Ortiz Basualdo, Pereda, Bosch, y la exquisita construcción mandada a realizar por el chileno Matías Errázuriz y concluida el año 1911.

El dinero que fluía a los bolsillos de la alta burguesía, no sólo trasformó la ciudad, sino que también modificó su mismo estilo de vida. “Un nuevo impulso lleva a los hombres a romper los cuadros de la rígida existencia patricia. El placer de la vida sencilla, las disciplinas morales, la residencia en su propia tierra campesina, eran vínculos que había que desatar, para lanzarse a los viajes, al lujo, a los bienes materiales, a los halagos y placeres físicos, a llevar un nuevo modo de vida que ofrecía el dinero fácilmente logrado... La sociedad porteña, de indudable fondo religioso y severas costumbres, descubre otros horizontes y alimenta distintas aspiraciones. Después de haber soñado con el Paraíso, la riqueza los estimula a buscar la felicidad en la Tierra. El ideal daba lugar al deseo.”64

Fue casualmente, en la inauguración de un edificio público a fines de 1908, en Oliva (provincia de Córdoba), donde se reunieron el Presidente de la Nación y el Gobernador de dicho Estado.

El doctor Figueroa Alcorta sugirió a José Antonio Ortiz y Herrera que vería con buenos ojos la elección como senador nacional por Córdoba de Vicente Peña, insinuación que fue rechazada por el Mandatario provincial. Ortiz y Herrera

64 Miguel Ángel Cárcano, Sáenz Peña - La revolución por los

comicios, pág. 25, (sin pie de imprenta, 1963).

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permanecía totalmente adicto al general Roca, y, por tanto, constituía un obstáculo fundamental para el logro de la política reformista del Presidente en el interior del país. Esta negativa del Gobernador convenció a Figueroa Alcorta de que sería necesario utilizar todo el peso del poder presidencial para desarmar el último baluarte del roquismo, proceso que veremos desarrollarse más adelante.

Mientras tanto, en la provincia de Santa Fe, en la ciudad de Rosario, nacía una nueva fuerza política de carácter local, que llevó el nombre de Liga del Sur. Lisandro de la Torre, después de su separación del Radicalismo en 1897, realizó viajes a Europa y los Estados Unidos, dirigió en Rosario una publicación política llamada El Republicano, y también fue derrotado por el fraude oficialista en su intento de obtener una banca de diputado provincial.

“Al filo de los cuarenta años, en razón de todas sus virtudes, lo urge un vehemente deseo de volcarse en obras.”65Su escenario es la ciudad de Rosario. Ésta había crecido vertiginosamente en estos años, en su importancia como centro comercial de la región agrícola - ganadera del Litoral, y también habían aumentado sensiblemente su población y la riqueza de sus habitantes. Sin embargo, la organización constitucional y administrativa 'de la provincia dejaba en un lugar de marcada desventaja en cuanto a su participación política, a la zona Sur con relación al Norte, región, esta última, atrasada y despoblada, pero sede del Gobierno provincial. “Mientras los departamentos del septentrión eligen 11 senadores con una población de 230.000 habitantes, los del sur, con 570.000, eligen sólo 9. Los 220.000

65

Raúl Larra, Lisandro de la Torre - Vida y drama del solitario de Pinas, págs. 108 y sigs. (ed. Claridad, Buenos Aires, 1942).

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habitantes del departamento de Rosario, por ejemplo, son representados por m senador, al igual que los 7.000 y 4.044 habitantes, respectivamente, con que cuentan Vera y 9 de Julio -norteños... Esta dependencia genera un movimiento no ya político, sino comunal, destinado a modificar sustancialmente las instituciones de la provincia... De ahí que la flamante agrupación constituida el 20 de noviembre de 1908 se denomine Liga del Sur, nombre que es todo un programa.”66

Lisandro de la Torre se convirtió en el jefe e intérprete de este movimiento. Su condición de estanciero de la zona, y a partir de 1907, su calidad de presidente de la Sociedad Rural de Rosario, acreditaban sus conocimientos de los problemas económicos y sociales de la región que lo eligió como su principal dirigente.

El programa que confeccionó incluía la reforma de la Constitución provincial; la modificación de la composición del Colegio Electoral y del Senado provincial; la autonomía municipal; la reforma tributaria, para que las rentas favorecieran a las zonas donde se recaudaran, y la inamovilidad de los jueces.

La poderosa burguesía rosarina y los colonos extranjeros que poblaban la fértil pampa santafesina eran los adherentes más entusiastas de la Liga, y los mayores admiradores de don Lisandro. El criollo viejo, o las clases de menores ingresos, o los que se habían liberado del tutelaje oficialista, preferían el movimiento radical, que día a día aumentaba su importancia.

De todas formas, y basado en estos presupuestos, al culminar 1908 se lanzó definitivamente a la arena política uno de los hombres más significativos de la historia contemporánea argentina, que en los próximos veinticinco años jugaría un papel

66

R. Larra, obra citada.

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protagónico y decisivo para la evolución ' de las instituciones nacionales.

El año 1909 nacía ya con la preocupación de los círculos y personalidades influyentes en la vida nacional por la candidatura presidencial para las elecciones de marzo de 1910.

Si bien Figueroa Alcorta no había concretado durante su gobierno la tan esperada reforma electoral, ni era posible que la realizase en el tiempo que quedaba a su administración, se tenía la esperanza de que la figura que lo sucediera constituyese una garantía de que esta trasformación institucional se llevase definitivamente a cabo.

El deterioro de la fuerte posición del general Roca, casi eliminado del cuadro político, y la derrota sufrida el año anterior por Marcelino Ugarte, daban al Presidente, dentro de las corrientes conservadoras, una amplia libertad para seleccionar a su sucesor.

“Sáenz Peña era en 1909 la única personalidad que, bañada por la luz de su notoriedad prestigiosa, aparecía intachable e invencible.”67 Pero era necesario, para, que el Presidente pudiera lograr sus objetivos, que contara con un firme respaldo de los gobernadores de provincias, método vicioso, pero aún vigente, de obtener una sólida victoria electoral.

Figueroa Alcorta, que había ya modificado la orientación de varias situaciones provinciales, encontraba todavía un serio obstáculo en la persistente fidelidad del gobernador Ortiz y Herrera, de Córdoba, a la línea roquista. El 21 de marzo de 1909 se realizaron elecciones de renovación en la Legislatura

67

Felipe Barrera Laos, Roque Sáenz Peña, pág. 327 (ed. del autor, Buenos Aires, sir.).

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cordobesa, y. los partidarios del gobernador Ortiz obtuvieron un canónico triunfo. Pero los diputados figueroístas actuaron rápidamente, y no sólo no se incorporaron a la nueva Cámara, sino que pudieron restar a ésta algunos elementos del oficialismo provincial en el momento de constituirse, de modo que quedó sin el quórum legal. Estos acontecimientos iniciaron un proceso en el cual se enfrentaron la Cámara de Diputados roquistas, que igualmente se reunió, y el Senado figueroísta, lo que creó una crítica situación institucional que desembocaría en la intervención federal, destruyendo el último baluarte del roquismo.

En esos días, un ex presidente e importante hombre político de Córdoba falleció después de largos años de silencio y olvido. Su fiel y dilecto amigo Ramón J. Cárcano apuntaba en su diario íntimo:

“Córdoba, 15/4/1909. Durante cincuenta años, fuera de mí, no hay otra persona que haya hablado y escrito en defensa de Juárez, presentando hechos y razones. Después del 90, soy el único amigo que hice causa solidaria con el caído y guarda veinte años de ostracismo político, rehusando altas posiciones de grupos y hombres valederos del país. En la tarde que muere Juárez, costeo un tren expreso, me voy a Capitán Sarmiento y desde la Estancia traigo a la Capital el cadáver y la familia esa misma noche. No recuerdo haber visto otra persona amiga, ni tampoco familiares, fuera de los hijos.”68

Juárez Celman había muerto; pero su amigo podría ver ci cambio fundamental de las condiciones políticas creadas por sus vencedores, y participar activamente en este nuevo capítulo histórico.

68

R. Sáenz Hayes, obra cit., pág. 293,

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El 19 de mayo de 1909 volvieron a repetirse la violencia y represión contra el movimiento obrero, dirigidas por unas autoridades policiales que les daban a éstas un carácter preventivo y casi excluyente de cualquier otro procedimiento.

Existían antes de la realización de las usuales reuniones programadas, elementos que ponían tensión en el panorama. Con motivo de esa fecha, los gremios de carreros y choferes habían resuelto la huelga general para después del 19 de mayo, a causa del nuevo código municipal promulgado por el intendente .Güiraldes, que consideraban abusivo. Por otro lado, el jefe de policía, coronel Falcón, había logrado crear un clima de profunda desconfianza, por su agresividad contra toda manifestación del movimiento obrero organizado.

El Día del Trabajo se realizaron, como era previsible, dos concentraciones independientes: una anarquista, en la plaza Lorea, y otra socialista, en la plaza Constitución. En la primera de ellas, y sin ninguna razón que aparentemente lo justificara, se produjo sorpresivamente un carga del Escuadrón de Seguridad, blandiendo sus sables y disparando sus revólveres. En la tremenda refriega y confusión murieron ocho obreros, y hubo 105 heridos.

La noticia corrió rápidamente hasta el acto socialista, y el orador Enrique Dickmann proclamó la huelga general. “El Sol se había puesto en el ocaso, y las sombras de la noche envolvían rápidamente la ciudad sacudida y agobiada por los trágicos acontecimientos. . .”, cuando Dickmann terminaba su arenga ante la multitud con estas palabras: “Trabajadores y ciudadanos, como respuesta única al salvajismo gubernamental, debemos declarar la huelga general, y exigir la renuncia del jefe de los asesinos, coronel Falcón”.69

69

E. Dickmann, obra cit., págs. 16 y sigs.

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La gravedad y violencia de los sucesos unificó una vez más a ambas centrales obreras, que respondieron a la agresión en un manifiesto conjunto, fechado el 2 de mayo, en el cual, entre otros conceptos, se decía: “Trabajadores, otra vez la horda de asesinos, instituidos en guardianes del orden burgués, ha cumplido su misión: ¡La sangre de nuestros hermanos ha sido derramada! ¡El propósito criminal, cobarde, bien deliberado de nuestros enemigos, de nuevo se afirma sobre la matanza del pueblo obrero, pretendiendo ahogar con el crimen nuestros anhelos, nuestra obra revolucionaria, nuestro gesto libertario! ¡Incapaces de crear la vida, se afirman sobre el inundo de la muerte, acechando en la celada traidora la vida nueva que nosotros gestamos en nuestro esfuerzo doloroso y tenaz para conquistar la libertad!”.70

Y junto con estas encendidas manifestaciones de repudio e indignación se reafirmaba la decisión de iniciar una huelga general por tiempo indeterminado. Ésta se realizó a partir del día 3 con todo éxito, en tanto que al día siguiente, con motivo del en-fierro de las víctimas del le, se congregó una imponente multitud para acompañar el duelo obrero. “La Capital Federal está ocupada militarmente. Piquetes de caballería y del Escuadrón de Seguridad recorren sus calles. Las estaciones ferroviarias y tranviarias son campamentos militares”,71 recuerda un testigo.

Por toda la ciudad se extendió un clima de tensión y expectativa, que podía en cualquier momento desembocar en nuevos hechos de violencia. Al regresar la manifestación de Chacarita, se produjeron nuevas refriegas con la policía, y consecuentemente hubo detenidos y contusos.

70

S. Marotta, obra cit., tomo II, pág. 28.

71 S. Marotta, obra citada.

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El 5, mientras la huelga se mantenía en toda su extensión, se realizó un nuevo mitin del socialismo en la plaza Constitución. Hablaron Palacios, Bravo y del Valle Iberlucea, cerrando el acto el doctor Justo, quien, ante los ataques que calificaban a sus seguidores de agitadores extranjeros, dijo: “El movimiento obrero da a todos los hombres del país un alto ejemplo de conciencia histórica y política, solidarizando a los hombres de igual condición, cualquiera sea su patria de origen”.72

El movimiento de fuerza se prolongaba, en medio de incidentes de mayor o menor significación, hasta el día 8, en que comenzaron las tratativas con las autoridades gubernamentales, tendientes a solucionar el conflicto.

Los representantes de la F. O. R. A. y de la U.C.T. se reunieron con el presidente del Senado, Benito Villanueva, que había sido especialmente autorizado por el Presidente para atender a estas gestiones. Las condiciones de los obreros eran las siguientes:

1. Abolición del Código de Penalidades, dictado por la Municipalidad;

2. Libertad de todos los presos por causa de la huelga; 3. Reapertura de los locales obreros.

El Gobierno accedió a todas las peticiones, y luego de obtenida la conformidad de las respectivas centrales, la huelga se levantó a partir del día 9. Había concluido la Semana Roja, como se la denominara en la prensa de la época, y el movimiento obrero había obtenido una victoria importante, al obligar al Gobierno a que capitulara ante sus reclamos.

72

D. Cúneo, obra cit., pág. 34.

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Comenzaban a actuar, mientras tanto, los partidarios de la candidatura de Sáenz Peña, tratando de configurar un movimiento de opinión considerable, que con su respaldo la proyectase al escenario nacional. El 10 de junio, en una reunión realizada en casa de Ricardo Lavalle, se creaba una comisión presidida por el nombrado, e integrada por José María Rosa, Carlos Rodríguéz Larreta, Carlos Estrada y José Guerrico, entre otros, con el propósito de hacer efectivos los planes de propaganda y acción proselitista. En el Teatro de la Ópera se realizó el primer acto público, encontrándose la sala colmada de un auditorio selecto y entusiasta, ante el que hablaron Roberto Bunge, Ernesto Padilla y Carlos Rodríguez Larreta.

El clima va estaba creado, y con el casi disimulado beneplácito presidencial, la candidatura cobraba mayor fuerza cada día. Pero ex mitristas, hoy republicanos, estaban dispuestos a tentar la participación en la justa electoral que se avecinaba, a pesar del golpe que para este sector político significó la, reciente e inesperada pérdida de su líder, ingeniero Emilio Mitre, ocurrida el 26 de mayo. En esa emergencia se 'hizo cargo de la dirección del partido el presidente de su junta de gobierno, el prestigiado médico Guillermo Udaondo, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires Sus partidarios se decidieron a sostener su candidatura, que él mismo autorizó, y crearon un comité presidido por Antonio Lanusse, que dio a publicidad un manifiesto al pueblo, avalado por la, firma de numerosos ciudadanos, proclamando a Guillermo Udaondo, candidato a la presidencia por una nueva agrupación, que con el nombre pleno de remembranza de Unión Cívica, se constituyó el 21 de agosto.

El 12 del mismo mes llegó, a Buenos Aires, Roque Sáenz Peña, quien fue recibido por manifestaciones partidarias, y luego de entrevistarse con el Presidente en la Casa de Gobierno, acompañado de sus adherentes, paseó triunfalmente por Florida

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hasta la plaza San Martín, en la cual desde los balcones de una casa particular pronunció un discurso, donde anunció los lineamientos fundamentales de su programa de gobierno.

Precisando su concepción acerca de la ubicación exterior de la Nación fruto de su reciente experiencia diplomática, dijo: “La política argentina ha sido y será pacífica, porque es una democracia conservadora”; y para aventar las nubes que cubrían nuestras relaciones con el Brasil, afirmó: “La política que he interpretado en la esfera de una función limitada, ha sido de amistad para Europa y de fraternidad para América”.

En el campo de la economía apuntó a dos problemas fundamentales para la Argentina de aquellos días: las importaciones de productos industriales, y la falta de integración física de las comunicaciones comerciales del Litoral con el resto de la Nación, al decir: “Cuando la producción excede las necesidades del propio consumo, y cuando permanecemos tributarios de copiosas importaciones, la balanza económica no debe quedar librada al solo juego de la acción particular, y es al Gobierno a quien compete buscarle equilibrios”; y señalando con relación a los problemas del Interior, expresó que “irrigar las provincias andinas y el Río Negro, y canalizar a Córdoba, sistematizando sus ríos hasta empalmarlos con .las grandes corrientes navegables, sería borrar de nuestra geografía la expresión mediterránea, trasformando el Interior en litoral”.

Pero su principal preocupación y la singular expectativa de la audiencia giraban en torno a la reforma política e institucional. Consciente de la naturaleza de la administración que fenecía, y de las limitaciones que ésta había padecido, manifestó: “No hemos llegado a una finalidad, pero asistimos a una transición; por eso veis partidos que se disuelven, y partidos que vacilan y meditan soluciones”. Pero marcaba su esperanza en

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torno al futuro inmediato: “Dejadme creer que soy pretexto para la fundación del partido orgánico y doctrinario que exige la grandeza argentina”.

Una vez más aseguró su voluntad de llevar a cabo la modificación del régimen electoral, diciendo: Comprendo que la democracia pura es un ideal, pero el gobierno es una necesidad, y habremos de constituirlo mejorando los procedimientos y sistemas, con los hombres y partidos que no delegan ni omiten la función del sufragio”.

Por fin, llamó a la unidad nacional con estas palabras: “De mí sólo diré que estimo más a los que me combaten y me atacan, que a los que viven ajenos a los graves problemas de la Nación... Si somos argentinos, a lo largo de nuestra existencia no debemos desgarrarnos, sino, considerarnos con recíproco respeto, a través de disidencias que son un derecho y de hechos que son esperanzas”.

Habiendo logrado afirmar su posición electoral, el doctor Sáenz Peña partió para Europa, a reintegrarse a sus funciones diplomáticas. Pero el Buenos Aires que veía partir al futuro presidente, recibía también en esos días a uno de los escritores franceses de mayor fama en ese tiempo. Ana-tole France llegaba a la Argentina, despertando un vivo interés en los medios literarios, periodísticos y sociales. El conocido autor de Petit Pierre venía con el propósito de dar un ciclo de conferencias sobre Rabelais, las que tuvieron lugar en el Teatro Odeón, clásico recinto para estos acontecimientos. Sus disertaciones no tuvieron el suceso esperado, y la impresión producida en el público por el ilustre maestro fue decepcionante, dada la expectativa que había despertado su viaje. La nota escandalosa la dieron las incidencias de France con su secretario Brousson, que se vio despedido de sus

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funciones en nuestra ciudad, y desde la cual sólo pudo regresar a su país gracias a la generosa ayuda de algunos argentinos.

Carlos Ibarguren, que trató permanentemente al conocido escritor durante su estadía en Buenos Aires, nos dejó esta impresión del mismo en sus Memorias: “Su afabilidad no tenía calor cordial, ni su risa soplo alguno de alegría; observaba con minuciosidad implacable y con lástima al hombre y la comedia humana. Su vida interior era permanentemente mental, y a su finísima percepción le llegaban las impresiones y las cosas filtradas por la dialéctica cerebral. Su secretario me dijo que son Maitre sólo sentía la naturaleza literariamente, a través del arte, prefiriendo el cuadro concebido por un escritor o pintado por un artista, al paisaje visto directamente en su natural hermosura”.73

No sólo el complejo y tortuoso France —a quien pintara más tarde magistralmente, en su personaje Bergotte, dentro de su monumental libro En busca del tiempo perdido, Marcel Proust— agitaba el mundillo intelectual de la ciudad. También el vitalismo y la ampulosidad levantina de Blasco Ibáñez conmovieron al público porteño, con la atractiva oratoria de sus conferencias, y las no menos atrayentes anécdotas que acerca de sus dichos y actitudes volaban de boca en boca.

Controversia en el Radicalismo

y la creación de la C. O. R. A.

Los ecos de estos acontecimientos culturales no se hacían oír en la agitada y febril Córdoba de esos días. El conflicto creado entre ambas Cámaras después de las elecciones de marzo, que hemos

73

C. Ibarguren, obra cit., pág. 169.

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consignado, fue creciendo, hasta que en agosto el Congreso Nacional dictó una ley interviniendo al Poder Legislativo provincial, y designando a Eliseo Cantón, presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, para ejercer dichas funciones.

El gobernador Ortiz y Herrera, no dispuesto a rendirse fácilmente ante la ofensiva presidencial, convocó igualmente a la Legislatura a sesiones extraordinarias, con el objeto de fortalecer su posición. Presente en la provincia, el interventor Cantón revocó la decisión del mandatario local, lo que causó la renuncia indeclinable del mismo a su cargo. Luego de complicados trámites sucesorios, Cantón asumió el gobierno de Córdoba al promediar setiembre, y firmó Ja convocatoria a elecciones de gobernador y vice para noviembre próximo.

En esa fecha triunfó la fórmula oficialista, integrada por Félix T. Garzón y Manuel Vidal Peña; y así el Roquismo fue desalojado de su último vital baluarte, nudo central de la política argentina, y donde hacía treinta años había surgido para conquistar el conjunto de la Nación. Sólo el triunfo radical volvería a unificar las fuerzas conservadoras de la provincia, y permitiría que años después se turnaran en la gobernación cordobesa. Ramón J. Cárcano y Julio. A. Roca (h), ambas figuras de máximo relieve de la derecha liberal argentina.

También los radicales sufrían alteraciones en sus filas internas, con motivo de una polémica que obligaría a definirse a su máximo conductor, y que tuvo origen en la sonada renuncia al partido del destacado dirigente cordobés, Pedro C. Molina.

El doctor Molina, viejo y fiel militante del movimiento, había acreditado sus méritos por su participación en los estallidos revolucionarios locales, y afirmando su prestigio en la dirección del periódico que representaba al Radicalismo de Córdoba: La Libertad. Con su hermano Abraham, compartía un acreditado

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estudio jurídico en la capital mediterránea, y poseían también explotaciones rurales, todo lo cual les daba una posición expectable, que aumentaba la trascendencia de sus declaraciones públicas.

La disidencia que diera lugar a la actitud de Molina, tuvo por causa la publicación en un número de La República, órgano del Radicalismo que se editaba en Buenos Aires, de un artículo que combatía las teorías librecambistas, y que provocó la inmediata reacción del político cordobés. Éste, en su renuncia, dirigida al comité provincial de Córdoba, manifestaba su adhesión a los principios liberales en materia económica, y señalaba como una falencia de su agrupación política la falta de un programa explícito en sus fines y objetivos.

La repercusión de la renuncia de Molina fue aún más amplia, al producirse en los primeros días de setiembre la aparición de un manifiesto firmado por varias personalidades partidarias, encabezadas por Leopoldo Melo. En su disidencia, los llamados independientes se proclamaban opuestos a la posición abstencionista y revolucionaria de Yrigoyen, y afirmaban su opinión acerca de la conveniencia de participar en las contiendas electorales.

“Alegando, además, que la dirección [partidaria] sólo tiene para responder a la demanda de orientaciones, frases enigmáticas y no programas. Acusan a quienes dirigen de haber desertado del escenario político en momentos en que su acción ha podido no continuar colaborando en una obra que los verdaderos radicales repudian.”74

Todos estos hechos y manifestaciones verbales y escritas de distintos sectores de la Unión Cívica Radical demostraban la

74

G. del Mazo, obra cit., pág. 127.

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existencia de criterios encontrados entre sus militantes, fruto, sin duda, del cansancio y la ansiedad que la férrea política de abstención electoral de Yrigoyen había provocado. No todos los radicales tenían la entereza interior de su jefe, ni compartían la visión casi mística del papel que el Radicalismo debía jugar en la regeneración política y espiritual de la Nación. Para enfrentar la crisis, y por valorarla en su real significado, Hipólito Yrigoyen contestó públicamente a Pedro C. Molina en carta que se publicó en La República, y que iniciaba una polémica que mereció tres intervenciones de cada una de las partes.

La intención del caudillo radical, al contestar estas divergencias públicamente, fue también atacar por elevación a los independientes, que pretendían crear una verdadera escisión partidaria, y fortalecer la cohesión moral del movimiento, ante una circunstancia adversa y difícil. En sus cartas Yrigoyen sentó claramente la posición radical, y disipó dudas e impidió especulaciones sobre el futuro inmediato. “En la honorable actitud intransigente de la Unión Cívica Radical, no sólo son sus enemigos los gobiernos, sino también las profanaciones colectivas e individuales que quisieran verla abdicar o claudicar", dijo, para cerrar el paso a los concurrencistas. Y para desechar las exigencias de un programa partidario preciso, manifestó: "Mientras los grandes cimientos no se habiliten, mientras el verdadero fundamental programa no se conquiste, todo cuanto pretenda ser programa es, aun sin quererlo, un usufructo de los males de la República, es pretextar variante de una misma ignominia”.

Con motivo de esta polémica, Yrigoyen describirá con toda precisión su idea sobre la estructura del poder oficial, que ataca y considera el origen de los males nacionales, y a la que denominará el Régimen por primera vez. “El Régimen es sumiso y abyecto hasta la vileza, dentro de su ingenio, como procaz y

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agresivo con la opinión pública, y vandálico en todas las formas, gravita sobre la Nación en vorágine devastadora y de la más nefanda fatalidad... Todo ha conculcado y subvertido, respirando relajación y desconcierto; todo sentimiento de respeto, de bien y de justicia ha sido profanado”.75

Contrastando con la imagen de falta de moral cívica y de escarnio a las instituciones de la República, que él encuentra en las actitudes del oficialismo, Yrigoyen levanta la imagen pura y redentora del Radicalismo: “la Unión Cívica Radical es la nación misma, que pasará a la historia como fundamento cardinal y resumen entero de la heroica resistencia que el pueblo hace a la más odiosa tiranía”. Por tanto, sólo la continuación paciente y sin claudicaciones en la política de abstención electoral, sin participar en las componendas y acuerdos con que el Régimen pretendía tentar de vez en cuando al Radicalismo, era para su líder la ruta segura hacia la conquista del gobierno, y para poder realizar, despojado de compromisos deleznables, su tarea de reparación nacional.

Con esta polémica pública, Yrigoyen impidió que el intento iniciado por los independientes cobrara mayores dimensiones en las filas partidarias, y se constituyera en una atractiva solución para la flaqueante resistencia de algunos sectores del mismo, ante la prolongada abstención. Sin embargo, esta división Subsistió en forma latente, ya que años más tarde, y aunque no en las mismas circunstancias, en las primeras elecciones con la ley Sáenz Peña en la provincia de Santa Fe, los elementos locales del Radicalismo tuvieron casi que enfrentar la autoridad de Yrigoyen, para poder concurrir a los comicios.

75

M. Galvez. obra citada.

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Es que en la actitud de los independientes, no sólo había impaciencia por el poder, ni únicamente la génesis de la traición antipersonalista, como, a nuestro criterio, apuntan en forma sólo parcialmente justa los historiadores de orientación yrigoyenista. En estos grupos disidentes se expresaba también la opinión de aquellos que querían realizar plenamente la revolución política liberal del país a través de la participación más amplia posible del electorado, pero como meta de un proceso de evolución y maduro crecimiento de la sociedad argentina, y no obtener los mismos resultados a costa de un rompimiento total con la tarea realizada por los dirigentes conservadores, que abandonaban la escena.

En la primera idea estaba ínsita la posibilidad del turno constitucional con los que debían irse, y por lo tanto, la preservación de la convivencia cívica, a pesar de las muchas diferencias existentes. En la segunda subyacía la profunda convicción de que la Unión Cívica Radical inauguraría un período tan frontalmente desligado del que lo antecediera, que todo intento de coparticipación en el ejercicio discontinuo del poder resultaba imposible.

A tal punto había llegado la creencia en la necesidad de la reforma política y la seguridad, aunque los medios conservadores, de que ésta se produ-cirli4 a riesgo de dar lugar a un movimiento armado, que una figura del aparente profesionalismo del gener1 Pablo Ricchieri se encontraba al borde de Muy graves decisiones. Ricardo Caballero, dirigente radical santafesino, relata que en setiembre de 1909 tuyo que viajar a Bahía Blanca, para la inauguración del Comité Central del partido en dicha ciudad. Previamente, Yrigoyen lo instruyó para que se entrevistara en ésa con el general Ricchieri, jefe de la División local, que había solicitado una conversación con elementos radicales. Concretado el encuentro con las reservas del caso, el general

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Ricchieri dijo que “estaba al tanto de la forma en que desarrollaba su acción pública la Unión Cívica Radical bajo la eminente dirección del doctor Yrigoyen; que prosiguiéndola con la misma clarividencia, abrigaba la convicción de que se llegaría por la paz a la conquista de las reformas legales destinadas a asegurar la libre manifestacióll (le la soberanía popular"; y agregó: "Manifiesten al doctor Yrigoyen que estaré a su lado para tan noble empresa en cualquier circunstancia en que se pretenda perturbar su acción; que desde este momento me considero soldado de la revolución, si ella fueFa decretada, o de la acción pacífica, si ésta fuera la orientación definitiva de la Unión Cívica Radical”.76

Los riesgos del elemento conservador habían comenzado a ser demasiado grandes.

Durante los días 25 y 26 de setiembre se realizó un nuevo congreso, que se propuso concretar la unificación del movimiento obrero argentino La lucha conjunta, desarrollada por anarquistas, socialistas y sindicalistas durante los días de la Semana Roja del mes de mayo, había fortalecido la creencia en la necesidad de contar con una sola central que agrupará a todos los trabajadores del país.

Reunido el Congreso que comentamos, éste contó con la participación amplia de los elementos socialistas y sindicalistas; pero sólo concurrieron parcialmente a él los organismos gremiales representados en la F.O.R.A. De todas maneras, y con la concurrencia comentada, el congreso sancionó y dio nacimiento a una central que aspiraba a reunir a todos los trabajadores argentinos, y que tomó la denominación de Confederación Obrera

76

R. Caballero. obra citada.

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Regional Argentina. En su carta orgánica se proponían corno finalidades:

1) “La defensa de los intereses mórales, materiales y profesionales de los trabajadores, a la vez. que luchar contra toda forma de explotación y tiranía, hasta lograr la completa emancipación del proletariado, y la abolición, en consecuencia, del régimen del salario.

2) Relacionar por su intermedio a todos los organismos obreros de la República, a fin de obtener una concordancia en sus actos, y una cohesión en la lucha que se librará contra el capitalismo y el Estado.

3) Relacionarse con el proletariado del mundo entero para concertar las luchas y la solidaridad internacional obreras, tendiendo a asegurar el éxito de las campañas que se quieran realizar a los fines de la defensa de la dignidad e intereses obreros, hollados por los gobiernos de los Estados, y especialmente contra los propósitos guerreros de la burguesía.”

Creada la C.O.R.A., ésta recibió, corno se desprende del contenido de su declaración de principios, una fuerte influencia anarco -sindicalista, A pesar de ello, fue notable la preeminencia de los elementos socialistas en los grupos que le dieron nacimiento, a tal punto que la U.G.T. quedó absorbida por el nuevo organismo.

Sin embargo, los anarquistas más reacios nucleados en la F.O.R.A. no adhirieron a la nueva central, y mantuvieron la independencia de sus propias organizaciones.

“Considerando que la mayoría de las sociedades federadas desean permanecer fieles a la F.O. R.A., ya que todas o una gran mayoría no adhirieron a la nueva entidad; considerando, por otra parte, que hay sociedades federadas que desean se haga la fusión

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de la cual son entusiastas, proponemos que la F.O.R.A. continúe intacta, pero que al mismo tiempo convoque a un congreso invitando a tomar parte en él a todas las organizaciones de la República.” Así se expresaron los sectores anarquistas, que no querían fundirse con los demás grupos sin tener la seguridad de que su influencia en el proceso de unificación preservaría al movimiento obrero de los riesgos ideológicos que atribuían al socialismo reformista.

La candidatura de Victorino de la Plaza.

El asesinato de Falcón

El candidato presidencial del oficialismo, al irse del país había dejado en aparente acuerdo a las fuerzas que se habían reunido para apoyar su postulación. Pero a medida que pasaban los días, los distintos sectores que formaban la nueva agrupación, denominada Unión Nacional, iban comprendiendo que diferían en algunos puntos pragmáticos, y, sobre todo, en el nombre de la personalidad que debía acompañar a Sáenz Peña en la fórmula, en calidad de candidato a la vicepresidencia.

Los grupos conservadores de la Capital pujaban por obtener esa posición para Benito Villanueva; los restos del autonomismo pellegrinista dirigían sus miradas hacia Vicente Casares, y, dentro de los hombres que componían el ministerio del presidente Figueroa Alcorta, se perfilaban como posibles candidatos Victorino de la Plaza y Marco Avellaneda.

Un poco sorpresivamente, a pesar de la existencia de las inquietudes mencionadas, el 12 de octubre se supo en Buenos Aires que Sáenz Peña volvía al país desde Europa, y se confiaba que su presencia pondría orden y claridad en el confuso panorama de sus agitados partidarios.

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Llegado a Buenos Aires el 19 de noviembre, el candidato de la Unión Nacional recibió el 30 una carta que le dirigió el presidente del Comité de su agrupación política, pidiéndole una orientación definitiva sobre estos problemas, que preocupaban a sus adherentes. En esta misiva, Ricardo Lavalle trataba de justificar su actitud, que contradecía en alguna' medida al programa partidario, definidamente contrario a la influencia de los personalismos, tanto en las agrupaciones políticas como en los organismos del Estado, y decía a Sáenz Peña: “En presencia del momento político y de la tarea a realizar, creo ajustarme por igual a los designios del partido y a la índole democrática de nuestras instituciones, dirigiéndome a Ud. en su calidad de candidato a la presidencia de la República, para incitarlo a que sea el primero en concretar sus opiniones sobre tan grave problema... No entendemos, al iniciar este procedimiento, caracterizarlo corno una deferencia personal, trasladar una función que nos corresponde ejercer, ni solicitarle un fallo, ni incitarlo a una absorción; por el contrario, creemos invitarlo a una penosa colaboración, abandonar el sistema de las influencias y decisiones ocultas, y reclamar un sereno y público juicio para controlar el nuestro, de quien necesariamente debe ser el mejor informado y el más responsable”. Y para esclarecer la finalidad de la consulta, puntualizaba al referirse al tema principal: “La presidencia de la República, en efecto, es una; la vicepresidencia no es otra presidencia eventual: es la misma presidencia, el mismo programa, los mismos ideales, garantizados contra las posibles eventualidades; designar un candidato a la vicepresidencia no es desdoblar la fórmula presidencial, es integrarla; no es dividir el poder en dos términos temporalmente sucesivos, es establecer la previsión de su unidad y su continuidad”.

El doctor Sáenz Peña contestó con una carta en la que reiteraba sus convicciones acerca de la necesidad de que los

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partidos políticos alcanzaran una expresión orgánica; pero de todas maneras aconsejó una designación para la candidatura en gestión.

Refiriéndose al primer punto, Sáenz Peña dijo: “Cuando haga Ud. conocer los fundamentos de mi preferencia y la preferencia misma, ruégole expresamente declare en mi nombre, de manera muy terminante y muy clara, que entiendo aportar un elemento de juicio a las deliberaciones del Comité, y en modo alguno un fallo que soy el más empeñado en declinar. La condición de elector inapelado no es facultad de candidato ni de presidente, y contrariar esta sana regla republicana sería incurrir en la más grave subversión democrática. Yo deseo encuadrar mis procederes de candidato como habría de ser mi conducta de presidente: sin ninguna gravitación en la actividad partidaria y sin ninguna injerencia en los puestos electivos. Yo ambiciono para mi país, como lo dije en mi programa, partidos orgánicos que puedan dar positiva realidad a la Constitución. He condenado durante toda mi vida a los caudillos y los aparatosos mecanismos que disimulaban mal las imposiciones de una voluntad suprema, editándolos por medio de autoridades puramente nominales... Declaro que en ningún momento he considerado digno del país ni de mí mismo pensar en soluciones personales, ni por razón de afectos íntimos, ni por razón de reconocimiento. Se trata de designar un vicepresidente de la República, y no un sujeto de mi gratitud... Un candidato a la vicepresidencia debe ser una personalidad presidenciable por sus servicios y por su experiencia, por su ilustración y por su honestidad”.

Sáenz Peña había definido con estas palabras una vez más su pensamiento, encaminado a construir una democracia firme y auténtica en el país, que necesitaba como requisito previo la vitalidad armónica, en el funcionamiento de los partidos políticos. Salvado este principio, indicó al doctor Vic-tormo de la Plaza

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como la figura de su preferencia para el cargo, dadas sus condiciones personales y su posición frente a las corrientes en disputa dentro de la Unión Nacional.

Una vez que la convención de la Unión Nacional, aceptando la sugerencia, hubo elegido a Victorino de la Plaza como candidato a vicepresidente, Sáenz Peña salió para Montevideo a cumplir una misión ante el Gobierno uruguayo, por especial designación de Figueroa Alcorta.

Un nuevo y muy grave suceso se había producido entre tanto, provocando un mayor deterioro en las relaciones existentes entre el Gobierno nacional y los elementos socialistas y anarquistas, y el movimiento sindical. El 14 de noviembre, en la intersección de las calles Junín y Quintana, fue arrojada una bomba al automóvil en que viajaban el jefe de la policía de la Capital, coronel Ramón L. Falcón, y su secretario Alberto Lartigau, causando la muerte de ambos. El agresor resultó ser el militante anarquista Simón Radowitsky, de origen polaco, que había participado activamente en los acontecimientos de la llamada Semana Roja, del pasado mes de mayo. Radowitsky, con su acción, se inscribía en la clásica línea del terrorismo individual característica de los movimientos clandestinos del mundo eslavo, y en especial de los narodniki rusos, que alcanzaran su expresión más precisa en el asesinato del zar Alejandro II.

Sin duda, los grupos revolucionarios habían centrado su resentimiento en la persona de Falcón, por haber éste concebido y luego desarrollado una intensa campaña de represión contra los mismos, que alcanzó mayor dureza y continuidad a partir de los sucesos de mayo. De todas formas, el atentado exitoso contra Falcón desencadenó un hostigamiento aun mayor contra el movimiento obrero, con las consiguientes detenciones de

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dirigentes y activistas, como también la clausura de diarios y publicaciones de carácter sindical o revolucionario.

La F.O.R.A., en una declaración que circuló en forma clandestina en esos días, justificó plenamente los hechos con estos conceptos: “Considerando que el jefe de policía, coronel Falcón, se había captado antipatías y odios por el exceso de crueldad con el obrero, que llegó a conocer sus proyectos draconianos tendientes a favorecer los bolsillos capitalistas en detrimento del productor, ametrallando cobardemente en la vía pública, ocasionando numerosos muertos y heridos, y que es bien conocida su actuación brutal con el pueblo que protestó contra los altos alquileres, es muy lógico que surgiera un hombre que no dejara impunes esos delitos”.77

El año concluía cuando, por primera vez desde 1897, la convención nacional de la Unión Cívica Radical se reunía en la ciudad de Buenos Aires, comenzando a sesionar a partir del 26 de diciembre. Luego de analizar diversos tópicos relativos 'a la organización interna partidaria, la asamblea resolvió encomendar a una comisión, compuesta por los doctores Gallo, Saguiar, Gómez Cornet y Lencinas, que se entrevistara con el Presidente de la Nación y le solicitara se implantase el padrón militar para la próxima elección presidencial del mes de marzo. Realizada su gestión ante la autoridad indicada, ésta fracasó, por considerar el Presidente que era materialmente imposible concretar esta reforma en tan poco tiempo.

Por consiguiente, el 31 de diciembre de 1909 la convención del Radicalismo resolvió:

77

D. Abad de Santillán, obra Gt., pág. 187.

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1) “Decretar la abstención electoral, por la imposibilidad del ejercicio garantido y honorable del sufragio.

2) Reiterar su protesta contra el régimen imperante en el país, por los vicios de su origen y por la vulneración que importa.

3) Ratificar el concepto fundamental de la política radical como norma del partido, y la acción solidaria nacional, por la que durante veinte años ha luchado incesantemente en todos los terrenos.

4) Persistir, para alcanzarlo, en la propaganda cívica, trayendo y condensando la mayor suma posible de opinión.

5) Facultar al Comité Nacional para decidir oportunamente la orientación y la forma de juicio de su acción en el futuro.”

De esta manera, se había eliminado a sí mismo uno de los principales protagonistas de la contienda electoral, a la vez que había aumentado la presión moral para que el futuro presidente concretara en forma rápida y efectiva los pasos necesarios para garantizar el sufragio libre.

Los festejos del Centenario.

La asunción de Sáenz Peña a la presidencia

En 1910, el país se aprestaba a festejar los cien años de la revolución política que había dado nacimiento al Estado argentino. Los preparativos eran ingentes en todos los sectores sociales. Los festejos programados y las visitas anunciadas de extranjeros ilustres creaban un clima de regocijo general, el cual se afirmaba, al comprobar la pujanza de la Nación, cuyo Centenario se festejaba. En efecto, era cierto que la República padecía conflictos sociales, que tenía en suspenso su auténtica integración político - institucional, y que, a pesar de su aparente riqueza, mantenía por realizar una obra inmensa y prácticamente

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en cierne en orden a la infraestructura económica necesaria para la trasformación industrial. Sin embargo, la satisfacción de gran parte de sus habitantes, tanto en los sectores dirigentes de la política como en el campo del trabajo agrícola y aun en el ámbito cultural, no era mera expresión de conformismo irreflexivo.

Se había llegado al límite de un proceso histórico en todas sus facetas, y la nación programada por los hombres del 80 se había logrado casi plenamente en las realidades concretas. La centralización y la modernización política, la explotación extensiva de la agricultura y la ganadería, la creación de un sistema educativo estatal e ideológicamente liberal, la incorporación de capitales extranjeros en sectores claves de la economía, la llegada de millones de inmigrantes para colaborar como mano de obra en el gran despegue de la riqueza agro-ganadera, eran la realización práctica de aquel programa.

Estos objetivos se habían logrado. Pero con ellos una nueva sociedad había nacido, y ésta reclamaba un diferente reparto del poder político y económico: “El ambiente se halla preparado para el cambio. La gente está fatigada del viejo régimen. Los maestros que han estudiado en la escuela normal, los profesionales que han cursado apresuradamente la universidad, los industriales y comerciantes que han tenido éxito en los negocios, los militares retirados, los periodistas capaces de escribir sobre cualquier tema, han logrado una ilustración general suficiente, y conocen la bibliografía política corriente para esgrimir con éxito palabras sugestivas como libertad, igualdad, soberanía del pueblo, derecho del voto, pureza del sufragio...”78

Con el Centenario, uno de los últimos representantes de la generación del 80 concretará las reformas necesarias para que en

78

M. Á. Cárcano, obra cit., pág. 25.

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1916 sean entregadas las formalidades del poder político al representante de los nuevos sectores sociales, que ya no podían ser excluidos del mismo sin traicionar a duro costo los fundamentos ideológicos que dieran impulso al viejo programa nacional. De esta forma, y aunque pueda encontrarse una intención oportunista en las fuerzas conservadoras, Sáenz Peña, como miembro de su generación, puso un logrado final a la tarea realizada por sus contemporáneos en etapas anteriores. Y para el logro de esta finalidad, fue importante y decisivo este duro y trabajoso tránsito que en los sectores político y social significó la presidencia de José Figueroa Alcorta.

Marzo era el mes designado para la elección de electores de presidente y vice de la República. Sáenz Peña había agregado una foja más a sus méritos con la exitosa gestión de un acuerdo con el Uruguay por la disputada jurisdicción del Río de la Plata, que firmó el 5 de enero con el canciller oriental, Gonzalo Ramírez.

El 6 de marzo se realizó una elección previa, por una banca de senador representando a la Capital Federal. La Unión Nacional (saenzpeñista), sostuvo la candidatura de Marco Avellaneda, y la Unión Cívica (mitrista), la de Francisco Beazley. Los resultados favorecieron a Avellaneda, y los cívicos imputaron su derrota al manejo impuro de los comicios por parte de las autoridades gubernamentales, anunciando en consecuencia su abstención, atento a la falta de garantías para la elección de presidente, señalada para el 13 de marzo.

Por lo tanto, la Unión Nacional fue la única agrupación política que concurrió a la elección del mencionado, y lógicamente consagró a sus candidatos en medio de la apatía y el silencio.

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Sáenz Peña, ya presidente electo, partió hacia Europa, donde presentó sus cartas de retiro en Roma, y fue recibido y agasajado por distintas autoridades y monarcas de diversas naciones.

Los escritores e intelectuales, no sólo cantaban las glorias y los éxitos logrados por la Patria en estos sus primeros cien años, sino que también reflexionaban y ponían de manifiesto los serios peligros que la acechaban.

Al culminar el año anterior, había aparecido una obra que, a pesar de su importancia, no había sido casi comentada por los periódicos de la época: se trataba de La restauración nacionalista, de Ricardo Rojas. Con este libro, Rojas cumplía con la elaboración de un informe para el Ministerio de Instrucción Pública, fruto de un reciente viaje a Europa que había hecho para conocer los métodos de' enseñanza de la historia en el Viejo Mundo, y recogía las sugerencias útiles para la docencia nacional.

Su principal preocupación giraba en torno al riesgo que corrían ante el torrente inmigratorio y la influencia de la cultura extranjera las tradiciones y esencia del ser nacional. Y reflexionando sobre estos temas, decía: “No constituyen una nación, por cierto, muchedumbres cosmopolitas cosechando trigo en las llanuras que trabajaron sin amor. La nación es, además, la comunidad de esos hombres en la emoción del mismo territorio, en el culto de las mismas tradiciones, en el acento de la misma lengua, en el esfuerzo de los mismos destinos. Y puesto que la propia fatalidad de nuestro origen nos condenaba a necesitar del brazo ajeno 'para labrar- nuestra riqueza, todo nos conminaba a la cultura de nuestro patrimonio espiritual. Tal debió ser la preocupación moral de nuestra enseñanza cuando, apenas fundada, vimos iniciarse en el país la venal anarquía cosmopolita”. Y agregaba, afirmando su planteo: “Nuestro

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sistema falló también, según lo he demostrado, a causa del vacío enciclopedismo y la simiesca manía de la imitación, que nos llevaron a estériles estudios universales, en detrimento de una fecunda educación nacional. Así se explica que estén saliendo de nuestras escuelas, argentinos sin conciencia de su territorio, sin ideales de solidaridad histórica, sin devoción por los intereses colectivos, sin interés por la obra de sus escritores”.79

En la postura de Rojas se unía una legítima preocupación por la formación de una cultura de carácter nacional con el temor, de algún modo retardatario, al crecimiento de la población extranjera, producto de la inmigración masiva. De todas maneras, la esencia del pensamiento del escritor trasmitía una inquietud certera acerca del errado camino en que la intelectualidad del país se encontraba, al depender cultural y espiritualmente de las naciones europeas. “Lo que nos faltó siempre fue el pensar por cuenta propia, elaborando en sustancia argentina”, decía Rojas.

Sin duda, el país había llegado en 1910 a las condiciones suficientes de educación y poder económico como para comenzar la elaboración de un programa cultural propio, capaz de informar las otras áreas del quehacer de la Nación con miras a los inminentes cambios, ya parcialmente en gestión. Rojas contribuyó, con su obra, a la imprescindible toma de conciencia sobre estos tópicos. No logró ci eco suficiente, por los intereses que eran vulnerados con su prédica; y él mismo, con el correr de los años, perdería esa, lucidez de su juventud para enfocar los grandes problemas nacionales. Pero la palabra de Rojas, crítica e insinuadora de graves peligros y falencias para la Patria, quedaba ahogada por el canto de poetas argentinos y extranjeros que

79

Ricardo Rojas, La restauración nacionalista, pág. 137 (cd. A. Peña Lillo, Buenos Aires, 1971).

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decían de la admiración que suscitaban el progreso y la riqueza del joven país.

Canto a la Argentina fue la ofrenda del incomparable Darío, y Leopoldo Lugones conmemoró el Centenario con obras en prosa como Piedras liminares y Prometeo, y con sus Odas seculares, que contenían la íntegra vibración de su inspiración poética. “¡Menguado y vil, quien no piense con orgullo en la colosal Argentina de aquí a cien años!”, dijo en las página finales de Prometeo; y quedó clara su visión de la Patria agraria y opulenta de aquellos días, en esta estrofas de sus Odas:

Un verde matinal lustra los campos donde el otoño, en languidez dichosa, con dorado de soles que se tardan, va dilatando madureces blondas.

La clase trabajadora y los militantes de las agrupaciones de izquierda, tenían otra vara para medir la dicha y la euforia de los argentinos, en vísperas del Centenario.

“El año 1910 fue fausto e infausto para el movimiento obrero socialista del país. Fausto, por la fecha gloriosa de la Independencia Argentina, proclamada hacía un siglo por los preclaros fundadores de la nacionalidad, y por el advenimiento a la presidencia de la República del doctor Roque Sáenz Peña, que cambió la marcha política argentina, encauzándola hacia la libertad política y la justicia social. E infausto, por la forma desventurada como la agonizante oligarquía que aún gobernaba festejó la fecha gloriosa.”80

80

E, Dickmann, obra citada.

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El ya comentado asesinato de Ramón L. Falcón trajo la esperada ola represiva por parte del Gobierno, y ésta, a su vez, generó un espíritu de resistencia y encono, particularmente en las filas anarquistas. De tal manera que próximas las fechas de la Semana de Mayo, en las cuales las autoridades nacionales tenían programada la realización de las celebraciones más salientes, el movimiento anarquista arreció en su intención de llevar la clase obrera a una huelga, que calificó en esta ocasión de carácter revolucionario.

El propósito perseguido era forzar al Gobierno —temeroso de ver empañado con desórdenes el brillo de las festividades— a derogar la repudiada ley 4.144, llamada de Residencia, y cumplir con su promesa de liberar a todos los detenidos gremiales. Las manifestaciones obreras y las amenazas de los diarios anarquistas La Protesta y La Batalla, convencieron a las autoridades y a grupos de la burguesía de que sólo produciendo un golpe preventivo contra las organizaciones izquierdistas podían garantizar el pacífico desarrollo de los actos programados.

El 14 de mayo, por la tarde, los grupos más virulentos de la derecha, aprovechando la animosidad SÍ el sentimiento patriótico del común (le la población, desencadenaron una ola de ataques y saqueos contra diarios y locales anarquistas y socialistas. Encabezados por el barón Demarchi, Manuel y Carlos Carlés, Juan Balestra y otros, los grupos patrióticos prendieron fuego a los locales de La Protesta y La Batalla, diarios anarquistas; luego saquearon la sede de La Vanguardia, destruyendo todas sus instalaciones, que incluían una importante biblioteca. En estos sucesos, las autoridades policiales se mostraron indiferentes, cuando no colaboraron con los atacantes.

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El doctor Juan B. justo fue detenido y llevado a la presencia del jefe de policía, coronel Luis Dellepiane: “justo era condiscípulo del coronel Dellepiane, y le increpó duramente sití felonía al dar seguridades a los delegados socialistas, que a las pocas horas ven asaltado y destruido el diario La Vanguardia. Molestado el jefe por la enérgica actitud dé Justo, se levantó heroicamente y le gritó: «Doctor Justo, yo lo puedo mandar a un pontón!» Y justo, que sabía reír con la bonhomía de un niño, sabía también hacerlo con terrible sarcasmo, contestó al Coronel: «Mándeme ahora mismo adonde quiera!» Por supuesto, recuperó la libertad”.

Era evidente que los gobernantes conservadores no temían a. jefe socialista, que, por otra parte, había intentado detener la huelga y los actos propagandísticos, de los anarquistas. Justo obtuvo su libertad, y la represión continuó a pesar de una huelga decretada, que murió de languidez el 21 de mayo.

Una bomba que estalló debajo de una butaca vacía en el Teatro Colón, el 26 de junio y produjo heridas al espectador vecino, provocó una reacción aún más dura, que se concretó en la sanción de la Ley de Defensa Social, realizada por el Congreso al día siguiente. La huelga, las bombas y los edificios saqueados, eran hechos del pasado, cuando días después comenzaron los festejos centrales, en medio de la alegría ciudadana. Una princesa española, hermana de Alfonso XII y tía del monarca reinante Alfonso XIII; el presidente de Chile, don Pedro Montt, y el vicepresidente peruano, Eugenio Larraburu y Unanue, constituían la plana mayor de los ilustres visitantes.

Los actos se desenvolvían en medio de un gran despliegue formal, y rodeados de ampulosa retórica. astas son las impresiones de la hija del Presidente de la Suprema Corte de la Nación:

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“Buenos Aires, junio 19 de 1910: Después de tantas ausencias y viajes, llegamos a Buenos Aires en una época esp1éndid. Con motivo del centenario del 25 de mayo, ha venido la infanta Isabel de España, y hay una cantidad de fiestas lindísimas... En este momento papá ejerce la presidencia de la Suprema Corte de Justicia, nombrado expresamente para la circunstancia, y como es natural, lo invitan a todas las fiestas oficiales con su familia. . , El 25 de mayo he estado en la Ópera en el gran Palco Presidencial, en primera fila, a tres sillas de por medio del Presidente... La concurrencia muy lucida. Vestidos lujosos, espléndidas alhajas. Para el desfile naval. . . yo, particularmente, fui invitada al Yacht Presidencial, que es el que revistaba a todos los otros. Fue un espectáculo inolvidable. Primero el Yacht del Presidente, un barco más bien chico, permaneció anclado, y todos los barcos de guerra, y los principales yachts particulares, desfilaron ante el Yacht Presidencial. Después quedaron anclados todos los barcos, y el Yacht del Presidente pasó delante de ellos. Cada barco saludaba con las salvas adecuadas. Para mí ha sido el más lindo y emocionante de los actos oficiales.”81

El escueto relato de este Diario nos confirma que, sin duda, no todas las campanas del Centenario tocaban el mismo son.

El 12 de julio se inauguraba en Buenos Aíres la Cuarta Conferencia Panamericana, que prolongaría sus sesiones hasta los últimos días de agosto. La sede seleccionada para el encuentro de las naciones americanas era una significativa deferencia al Centenario argentino, aunque “más que un homenaje a los hombres de 1810, fue un tributo a los hombres de 1910”.82

81

J. V. Bunge, obra cit., págs. 489 y sigs. 82

T. F. MacGann, obra cit., pág. 406.

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Los Estados Unidos, gobernados desde marzo de 1909 por Howard Taft y conducidos en su política exterior por Knox, seguían la línea de acción trazada por Roosevelt y Root, de intervención política y económica en Latinoamérica. Mientras se realizaban los preparativos para la Conferencia de Buenos Aires, los infantes de marina estadounidenses intervenían en la convulsionada y empobrecida Nicaragua, para poner orden en su política y sus finanzas. Y a pesar de las protestas que por estos actos realizara Manuel Ugarte desde París, mientras terminaba el manuscrito de El porvenir de América latina, el secretario de Estado, Knox, mantenía su tranquilidad, y veía los sucesos desde un ángulo diferente: “La acción algo drástica que el Gobierno estadounidense se ha visto obligado a tomar durante el año anterior en la América Central, contra el déspota medieval Zelaya, no será interpretada erróneamente por las progresistas repúblicas americanas”.83

Las frías y complejas relaciones de los Estados Unidos con nuestro país, por otra parte, habían sido modificadas parcialmente por la mayor penetración de los capitales norteamericanos en la economía argentina, y la solución favorable que el Gobierno estadounidense había obtenido en los contratos de construcciones navales para nuestra flota de guerra. Esta mejora, de no muy grande envergadura, se afirmaba tres años después, cuando el grupo A. B. C. (Argentina, Brasil, Chile) mediara en el conflicto Estados Unidos - México, sin duda en beneficio de los intereses de la primera nación.

El ternario del recordado encuentro interamericano incluía cuestiones tales como la posible reorganización de la Oficina Ejecutiva, la unificación de las reglamentaciones aduaneras,

83

T. F. MaeGann, obra citada.

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comunicaciones navieras, sanidad, patentes, marcas y propiedad intelectual.

Los resultados de la Conferencia fueron escasos, y los duelos oratorios argentino - norteamericanos demostraron la insignificancia de lo debatido y la baja tensión en las relaciones entre ambos países.

La oficina ejecutiva informadora se llamó en adelante Unión Panamericana, se firmó un convenio sobre propiedad intelectual y artística, y se aprobó una resolución que recomendaba el intercambio de profesores y estudiantes.

La conferencia concluía con el mes de agosto, en medio de la intrascendencia y las buenas inane-ras. Sin embargo, Carlos Rodríguez Larreta, recientemente designado Ministro de Relaciones Exteriores, hizo en su discurso de clausura una recordativa advertencia: “Ahora podemos decir, como lo hicimos en Washington: América para la humanidad, porque somos naciones soberanas y debemos la posición que ocupamos en el mundo al esfuerzo de nuestros propios brazos”.

Mientras la Cuarta Conferencia Panamericana realizaba sus sesiones finales, el Presidente electo se encontraba próximo a llegar a Buenos Aires, terminando una brillante gira que incluía un fructífero encuentro con el canciller brasileño Río Branco, ocasión en la cual Sáenz Peña había caracterizado las relaciones de ambas naciones con la descriptiva frase: Todo nos une, nada nos separa.

Pero en el país las autoridades salientes se encontraban intensamente preocupadas por alarmantes signos que indicaban la inminencia de un estallido revolucionario provocado por el Radicalismo. El ministro de Guerra, general Racedo; el jefe de policía de la Capital, coronel Dellepiane, y el general Rufino

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Ortega, jefe de la primera región militar, trasmitían sus preocupaciones al Presidente de la Nación. Éste no quería tomar ninguna medida de carácter preventivo sin consultar al Presidente electo, ya que entendía que ello podía perjudicar a la administración próxima a instaurarse. Con este objetivo, Exequiel Ramos Mejía, ministro de Obras Públicas y amigo personal de Sáenz Peña, alcanzó el buque en que viajaba éste desde Montevideo, y le confió las preocupaciones presidenciales. Sáenz Peña aconsejó prudencia y mesura, evitando dejarse ganar por la intranquilidad.

El 29 de agosto arribó al puerto el Mandatario entrante, en medio de grandes precauciones de seguridad: “Todos los que vivíamos entonces, hemos sentido la tensión angustiosa de aquellos días. . . La revolución es un estado atmosférico”.84 Pero las nubes se disiparon y las tensiones cedieron unos días después, cuando por iniciativa del diputado nacional por Tucumán, Manuel Paz, amigo de ambos, se concretó una entrevista entre el Presidente electo y el Jefe del Radicalismo.

En casa de Paz dialogaron en un clima de amabilidad y franquezas ambas figuras políticas. Existía un viejo conocimiento de por medio, así como un respeto mutuo fortalecido por coincidencias reiteradas en las apreciaciones de situaciones y perspectivas de la vida nacional. Sáenz Peña le expresó a Yrigoyen que deseaba iniciar su administración dejando claramente sentado ante sus opositores que la obra de purificación de la vida electoral sería su principal y constante preocupación- de gobernante. Yrigoyen contestó que si el Radicalismo había tenido que recurrir a la revolución, se debía, justamente, a que tenía cerradas las vías legales de acceso al poder.

84

R. J. Cárcano, obra cit., pág. 29:3.

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Se llegó a un acuerdo: se adoptaría el padrón militar, y se dictaría una ley que garantizase el sufragio libre. En estas condiciones, el Radicalismo estaba dispuesto a levantar la abstención electoral.

Días después se produjo el nuevo encuentro. En esta ocasión, Sáenz Peña ofreció a Yrigoyen posiciones en el gabinete ministerial que él encabezaría a partir del 12 de octubre, corno símbolo de los nuevos tiempos que comenzaban. Yrigoyen rechazó la propuesta oficial: “El Partido Radical no busca ministerios. Únicamente pide garantías para votar libremente en las urnas”. Ambas posiciones habían salvado sus principios, y persistían en sus respectivas orientaciones; pero, afortunadamente, éstas tenían un trazado coincidente para la evolución institucional del país.

El 12 de octubre de 1910 concluía el período presidencial para el cual había sido electa la fórmula Manuel Quintana - José Figueroa Alcorta. Roque Sáenz Peña, al prestar juramento ante ambas Cámaras del Congreso Nacional, comenzó por valorizar con realismo su legitimidad, al decir: “Considero-me asentido por la mayoría de mis conciudadanos; y si -no me animara tal convicción, mi palabra no hubiera pronunciado el juramento que acabáis de recibirme como presidente constitucional de la Nación”.

Para marcar la decisión irrevocable de concretar la ansiada reforma electoral, afirmó: “Es indudable que las mayorías deben gobernar; pero no es menos exacto que las minorías deben ser escuchadas, colaborando con su pensamiento y con su acción en la evolución ascendente del país. Yo me obligo ante vosotros, ante mis conciudadanos y ante los partidos, a provocar el ejercicio del voto por los medios que me acuerda la Constitución, porque,

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como lo tengo dicho, no basta garantizar el sufragio: necesitamos crear y mover al sufragante”.

Y concluyendo con su mensaje inaugural, puso los límites que, en su concepción democrática, debían encontrarse las aspiraciones y ambiciones personales: “Si he de enaltecer mi nombre, será porque la República haya engrandecido el suyo. . . Los hombres pasan, he dicho, como accidentes inestables en la rotación de los gobiernos. Sólo la Nación es inmutable, como sus símbolos eternos, como su honor intangible, como sus glorias imperecederas”.

Cumpliendo con el ceremonial tradicional, el Presidente entrante se trasladó luego a la Casa de Gobierno, donde Figueroa Alcorta lo aguardaba para hacerle entrega de las insignias que corresponden a la investidura presidencial. En esa ocasión, Sáenz Peña dirigió unas breves palabras al Mandatario saliente, las cuales contienen uno de los juicios más ajustados y certeros que sobre su período de gobierno se realizaran en ocasión alguna: “Os ha tocado un gobierno de defensa, de renovación y de lucha, lucha tanto más patriótica cuanto más ingrata, porque es penosa función cambiar regímenes que significan influencias, y desconocer las influencias que representan regímenes”. Y agregó más adelante: “Y tanto más desinteresado se percibe vuestro esfuerzo, cuanto no ignorabais, al realizarlo, que los duros engranajes de la defensa os impedirían ser vos mismo el llamado a completar la evolución. Extraer raíces que han penetrado profundamente en el suelo, es ímproba y sudorosa labor, doblemente abnegada y generosa cuando se sabe que otra mano ha de volcar la simiente de las nuevas germinaciones en el surco que dejáis abierto. Sin disputa, es más sencillo hacer florecer la planta bajo el sol templado, sobre la tierra movida por el predecesor; pero si la República realiza el alto empeño con que vengo al gobierno, habré siempre de mirar

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en el vuestro el punto de partida, arranque y génesis de las mejoras que me toque realizar”.

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Capítulo IV

LOS INTELECTUALES

La evolución o la revolución

Hoy día, un capítulo de un libro de historia dedicado al análisis de las ideas predominantes en la época que se estudia, exige una justificación: tan vastamente se ha extendido la infundada creencia de que el pensamiento no es sino una gran excusa elaborada por la clase social hegemónica para justificar el orden que ella impone a la comunidad. Si así fuera, lo que pensaron nuestros antecesores podría ocupar, como máximo, el sitio de un corolario al capítulo destinado al estudio de la economía y la sociedad: es lo que, de hecho, está ocurriendo en un vasto sector de nuestra historiografía.

Valdría la pena —aunque no fuera más que para demostrar la falsedad de esta convicción— detenerse a averiguar qué pensaron algunos hombres relevantes del período que estudiamos. Este esfuerzo nos demostraría que las ideas, a la vez que guardan una estrecha conexión con la realidad y el acontecer social —entendido éste en toda su integridad—, poseen también una poderosa lógica interior que las impulsa, extrayendo una consecuencia de otra, hasta llegar ellas mismas a influir —callada, pero eficacísimamente— sobre la realidad.

Esta interacción —que ni el propio Carlos Marx ha negado, pese a la interpretación que de sus textos han hecho algunos superficiales seguidores suyos— queda bien demostrada

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si el análisis cobra cierta profundidad: iremos a buscarla a través del pensamiento de algunos hombres de principios de este siglo.

Pero antes de pasar a ello, indicaremos solamente el método seguido: detenerse sobre algunos pensadores significativos, a través de varias de sus obras más importantes, prescindiendo, en lo posible, de sus filiaciones o encasillamientos doctrinarios, y evitando así un aparato libresco y erudito que poco aclararía. También debe tenerse presente que la influencia de un pensador siempre se extiende más allá de un lapso determinado, y que, por otra parte, dentro del período estudiado en esta obra existieron muchas más influencias intelectuales que las que a continuación veremos: solamente hemos procurado presentar algunas relevantes.

El credo del 1900: Florentino Ameghino

Es difícil comprender el pensamiento argentino de principios de este siglo, sin recordar primero a un hombre cuyo éxito e influencia fueron, en realidad, anteriores: se trata de Florentino Ameghino. Este hijo de italianos —o tal vez italiano él mismo, ya que ha sido discutido su confesado nacimiento en Luján, en 1854— no precisa de mayores presentaciones. Hasta el cansancio se ha insistido en su pasión por la investigación geológica, paleontológica y antropológica.

Con acierto dice José Ingenieros que "su vasta obra fue como una avalancha, en la continua ampliación de sí misma. Nació de pequeñas observaciones y de ingeniosas hipótesis; creció febrilmente, apremiada por descubrimientos que parecían salir a borbotones de la tierra. Nunca hubo un paréntesis de ocio en las meditaciones del sabio; observó sin cesar cosas nuevas que

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le obligaron a tantear interpretaciones sucesivas, casi siempre concordantes entre sí, pero muchas veces lealmente corregidas por él mismo”.85

Como es sabido, fue un autodidacto, y, también, un digno representante de esa ciencia joven y audaz que hoy día es casi impensable: el sabio buscaba, a través de la ciencia, una explicación total del universo. No la proponía como una fría hipótesis de trabajo, tan utilizable como descartable, sino que pretendía explicarse y explicar el Cosmos eliminando las supersticiones que entorpecían la mirada de los hombres; llevarlos “hacia el conocimiento de la verdad, cuyo culto será la religión del porvenir”.86

Esta verdadera búsqueda religiosa —y científica, en el fondo, pero lejana de aquella ciencia que es una simple arte combinatoria de observaciones— es la que impulsa a este autodidacto a emprender desde muy joven excavaciones y observaciones a orillas del río Luján, junto con la lectura de los maestros que ya serán inolvidables: Lyell, Darwin...

En su afán, reúne una asombrosa colección de piezas fósiles; concurre a los veinticuatro años a la Exposición de París de 1878; permanece en Europa hasta 1881, a costa de sus propios y escasos fondos, visitando museos y alternando con hombres de ciencia. Vuelto a Buenos Aires, debe instalar, para vivir, una librería, y aquí escribe su famosa obra Filogenia, que tuvo gran repercusión.

85

Las doctrinas de Ameghino - La tierra, la vida y el hombre, pág. 9 (ed. La Cultura Argentina, Buenos Aires, 1919).

86 Florentino Ameghino, Mi credo, en F. A., Doctrinas y

descubrimientos, pág. 239 (ed. La Cultura Argentina, Buenos Aires, 1915).

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Antes de morir, en 1911, había producido 185 publicaciones; había sido director del Museo Nacional de Buenos Aires, y vicedirector del de La Plata; había ocupado cátedras en las universidades de Córdoba, La Plata y Buenos Aires; había sido aprobado y combatido por los grandes de su época, y había hecho conocer ampliamente a la Argentina en los círculos científicos europeos.

Su influencia en nuestro medio trascendió en realidad los límites de aquellas ciencias a las que se dedicó. “Él aplicó en las disciplinas naturales —dice José Ingenieros— el mismo método genético que nosotros aplicamos en las disciplinas morales.”87 Estas palabras encierran mucho más de lo que expresarían si fueran leídas con superficialidad, como ya veremos. Pero, además, el pensamiento de Ameghino, por esa búsqueda de explicaciones totales a la que antes nos hemos referido, influyó también como concepción del universo, implícita y hasta cierto punto explícita en sus obras, principalmente en Filogenia y en Mi credo.

La Filogenia fue escrita por Ameghino en 1882. “Viéndome —dice— en la obligación de procurarme el alimento cotidiano atendiendo un comercio de librería, escribo cada renglón de esta obra entre la venta de cuatro reales de plumas y un peso de papel.”88 Finalmente se publicó en 1884, .gracias al auxilio de Estanislao S. Zeballos. La obra tuvo amplia repercusión en la intelectualidad argentina del momento.

87

F. Ameghino, obra cit., pág. 24.

88 F. Ameghino, Filogenia - Principios de clarificación

transformista basada sobré leyes naturales y proporciones matemáticas, pág. 12 (ed. La Cultura Argentina, Buenos Aires. 1915)

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En cuanto a Mi credo, fue el título de una conferencia pronunciada por Ameghino el 4 de agosto de 1906 en la Sociedad Científica Argentina. En ella explicitó los conceptos filosóficos que contenía la Filogenia.

Es que el método mismo de la Filogenia justificaba la formulación de un credo sobre toda la realidad. En efecto, en aquella obra Ameghino se propuso aplicar las matemáticas a los datos obtenidos por medio del descubrimiento de animales fósiles y vivientes, para reconstruir la entera serie animal. Un paso más lo llevaría a lucubrar teorías generales sobre toda la realidad, basándose en las investigaciones de las ciencias.

Ese paso lo dio Ameghino en su Credo, donde define al Cosmos como “el conjunto de cuatro infinitos: el inmutable infinito espacio, ocupado por el infinito materia, en infinito movimiento en la sucesión del infinito tiempo”.89

“Esta infinitud del espacio, que todo lo abarca, no puede dejar lugar a la posibilidad de concebir, en sana lógica, la idea de un ser superior, creador del universo.”90 Ella es absolutamente incompatible con las nociones del espacio y la materia, tal como Ameghino los entiende.”

Es que “el espacio existe, es una realidad, puesto que en el universo es lo único inmóvil, perenne, inmutable, sirviendo de receptáculo a la materia. Concebir algo que sea menos que el espacio o que se encuentre fuera de él, es un imposible”.91 Pero no solamente en estas consideraciones se funda el ateísmo de Ameghino: concibe además a la ciencia en guerra con la religión,

89

F. Ameghino, Mi credo, cit., pág. 241 90

F. Ameghino, Noción de espacio y noción de Dios, en Obras completas, tomo XIX.

91 F. Ameghino, Mí credo, cit., pág. 241.

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como a la verdad contra la ignorancia, y de esta concepción parte cuando detalla las luchas de los transformistas contra aquellos que los precedieron en la clasificación de las especies, y que se basaban en la idea de un ser superior, creador de éstas.92 El ateísmo de Ameghino es, pues, un ateísmo militante.

Es más: está seguro de la victoria de la verdad, ya que —aplicando a esta lucha los principios biológicos que preconiza— concluye en que "así como todo pueblo inferior se aniquila, desaparece y se extingue al estar en contacto con uno superior, así también la noción de Dios se disipa ante la concepción mucho más grandiosa, a la par que real y positiva, (le la eternidad de la infinita materia, en movimiento infinito, que llena el infinito espacio".93

Esta materia está para Ameghino constituida por partículas llamadas átomos, a los cuales concibe “como siendo todos iguales en densidad, forma y tamaño, y dotados de la misma cantidad de movimiento. Por la unión de los átomos en grupos más o menos complejos se forman todos los cuerpos tan distintos que nos rodean”.94 Esta, otra creencia fundamental de Ameghino: todo lo que existe, está constituido por la misma trama, por los mismos átomos. De esta concepción monista, nuestro autor sacará sus consecuencias.

“La trasformación y evolución de la materia obedece a dos movimientos opuestos de igual intensidad, uno concentrante y el otro radiante.” El primero es progresivo, y hace a la materia más densa, compleja, diversificada y heterogénea; el segundo es regresivo, y marcha hacia una mayor rarificación, simplificación y

92

F. Ameghino, Filogenia.... cit., págs. 264 y sigs.

93 F. Ameghino, Noción..., citada.

94 F. Ameghino, Mi credo, cit.. pág. 241. Las citas que

siguen, también pertenecen a esta obra

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homogeneidad de la materia. “La infinita variedad de aspectos bajo los cuales se presenta la materia, se reduce al predominio localizado en el tiempo y en el espacio, ya del movimiento concentrante, ya del movimiento radiante.” Así, la materia toma los estados sólido, líquido... o viviente y pensante.

En efecto, “la vida no es más que una modalidad complicada del movimiento”, y el organismo viviente es un verdadero campo de batalla entre un movimiento concentrante que lo empuja a la inercia y a la muerte, y uno radiante que lo lleva a la disolución.

Pero como “la cantidad de materia viva es invariable, la masa total que representan los organismos tiene que ser forzosamente limitada; el número de organismos será mayor, si son pequeños, o menor, si son de gran tamaño: unos seres tienen que sucumbir para que los demás puedan vivir”. Es el ambiente en que se desarrollará la lucha por la vida, que también envuelve al hombre.

En el fondo, Ameghino no ha hecho en Mi credo más que extender al resto de la realidad las leyes que él ha inferido de sus estudios biológicos: la lucha por la vida, la evolución, la adaptación al medio, son todos principios que Ameghino ha trasformado en concepción del mundo.95 Esta manera de ver las cosas es muy común en el pensamiento argentino de principios de siglo, y otros pensadores, como veremos, harán esta misma extrapolación, sacando más directamente sus consecuencias en el plano de las ciencias morales.

No es de extrañar, entonces, que en su ya recordada Filogenia, Ameghino haya sentado firmemente estos principios

95

Así lo ha hecho notar Ricaurte Soler en Positivismo argentino (ed. Paidós, Buenos Aires, 1968).

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biológicos, en 1882: “Voy a comparar la serie animal a un árbol... El tronco representará el primer ser o los primeros seres imperfectos que aparecieron sobre el globo. A medida que el árbol se desarrolla, el tronco se ramifica y empieza desde luego la lucha por la existencia entre las diferentes ramas que se disputan el aire, la luz, el calor y la humedad. Las ramificaciones continúan y la lucha aumenta, pero no todas las ramas tienen igual suerte”.96

“Esa diversificación, complicación y perfeccionamiento de los organismos se efectúa por una constante adaptación al medio”;97 “son las nuevas condiciones de existencia, a que los diferentes seres pueden encontrarse durante un espacio de tiempo más o menos largo, las que modifican las diferentes partes del organismo hasta apropiarlas a condiciones de vida diferente, modificando la forma de esos órganos. Son las condiciones de existencia las que dan las formas del animal y no el animal quien fue creado con los caracteres propios para tal o cual género de vida”.98 Y estas nuevas formas y órganos, “obedeciendo al movimiento concentrante, aparecen en las generaciones sucesivas en edad de más en más tempranas, hasta que pasan al período em-brional”.99

Y como no podía ser de otra manera, son también las condiciones de existencia las que producen al hombre: en este punto, la imaginación de Ameghino es irresistible, cuando nos describe cómo fueron Primates situados en la llanura los que, para divisar al enemigo desde lejos, se vieron en la necesidad de enderezarse, con el consiguiente ahorro de fuerza y mayor

96 F. Ameghino, Filogenia..., cit., pág. 65.

97 F. Ameghino, Mi credo, cit., pág. 259

98 F. Ameghino, Filogenia..., cit., pág. 146.

99 F. Ameghino, Mi credo, cit., pág. 259. Luego el embrión,

al crecer y por movimiento radiante, desarrolla en pequeño toda la historia de sus antecesores. (Cf. loo. cit. y Filogenia, cap. IX)

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desarrollo cerebral, el que a su vez los llevó a ser lo 4ue hoy son: hombres.100 El desarrollo mental está directamente relacionado con la capacidad y forma del cráneo, y con el desarrollo del cerebro, que cambian para adaptarse al medio.

Esta estrecha conexión, desarrollada en la Filogenia,101 tiene una relevante importancia posterior, que hizo decir a Ingenieros: “Las variaciones morfológicas del cráneo concuerdan con una modificación estructural del cerebro, anatomo - histológica; la psicología comparada encuentra en ella la causa suficiente para explicar el progresivo perfeccionamiento mental de los vertebrados superiores, hasta llegar al hombre. La introducción del criterio genético en el estudio del desarrollo de las funciones psíquicas, en la evolución de las especies, constituye la conquista de más importancia filosófica realizada por la psicología moderna”.102

Y un paso más dio el mismo Ameghino a este respecto, al explicar derechamente los caracteres síquicos corno una resultante de la adaptación al medio. Ésta —al igual que con los órganos— los va formando gradualmente, mientras que el movimiento concentrante los va remitiendo a edades de más en más precoces. Estos caracteres, involucrados por las generaciones antecesoras, al aparecer por el movimiento radiante, dan lugar al instinto, que reúne todos los caracteres síquicos.103

En resumen: La concepción biológica de toda la realidad; la exclusión de la trascendencia; la fe en la ciencia y en su victoria sobre la religión; la evolución de la materia inerte, los organismos vivos y el hombre según las mismas leyes naturales; la adaptación

100

F. Ameghino, Doctrinas y descubrimiento., cit., pág. 104. 101

Filogenia..., cit., capítulos V y VII. 102

Las doctrinas de Ameghino, cit., pág. 164 103

Mi credo, cit., págs 259-60

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al medio como causa del cambio en todos los órdenes; la relación entre los caracteres físicos y los síquicos, son todas doctrinas —en parte, propias., y en parte, asimiladas104 con las que Ameghino influyó sobre los pensadores contemporáneos y posteriores, así como sobre el espíritu de su época. “El credo de entonces —dice Giusti, al recordar el 1900— era el que había expuesto Ameghino desde 1899.”105

Su obra trasunta también, en nuestra opinión, un mérito poco común: pone el amor a la verdad por encima del amor propio. Fue eso, quizá, lo que le hizo decir, con lenguaje tan suyo: “Cambiaré de opinión tantas veces y tan a menudo como adquiera conocimientos nuevos; el día que me aperciba de que mi cerebro ha dejado de ser apto para esos cambios, dejaré de trabajar. Compadezco de todo coraz6n a todos los que después de haber adquirido una opinión, no pueden abandonarla nunca más”.

Carlos Octavio Bunge,

un pensador aristócrata

Bunge era, según su cuñado Manuel Gálvez, un caso. Nacido el año 1875, en Buenos Aires, tenía ya gran prestigio antes de haber cumplido los treinta años: “Su fecundidad, su talento, la originalidad de su espíritu y la novedad de sus ideas, inquietaban en el mundo de la alta sociedad y en el de las letras. Agréguese a todo esto un singular tipo de hombre del Norte, una distinción aristocrática, cierto dandismo en el vestir y un temperamento rebelde y agresivo, y se comprenderá que, durante

104 El mismo Ameghino no tuvo pretensión de ser original, y

citó sus propias fuentes. Véase, por ejemplo, el prólogo de Filogenia. 105

R. Giusti, Siglos, escuelas, autores, pág. 351 (ed. Problemas S. A., Buenos Aires. 1946).

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algunos años, Carlos Octavio Bunge fuese un caso. Su prestigio era tan grande por entonces, que pocos escritores argentinos lo han tenido semejante: Cuando se hablaba de él, no era raro oír aquella palabra que suele reservarse para los elegidos: genial”.106

No era para menos: proveniente de una antigua familia; educado en los mejores colegios; recibido de abogado en 1897, con una tesis sobre El federalismo argentino; comisionado a los veinticuatro años por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública —a cargo en ese entonces de Osvaldo Magnasco— para estudiar la educación en Europa; publicó en 1901 El espíritu de la educación —obra de reconocida profundidad, en la cual elaboró la experiencia recogida en su gira europea—, dio a conocer en 1903 su famoso ensayo Nuestra América y los Principios de psicología individual y social, y en 1905, su teoría sobre El derecho. A estas obras fundamentales se une gran cantidad de novelas, cuentos, obras de teatro, ensayos, poemas y artículos periodísticos.

Gran parte de su producción fue traducida a otros idiomas —principalmente, al francés—, y publicadas por las más prestigiosas editoriales.

Fue, además, profesor de historia argentina y americana en la enseñanza secundaria; de pedagogía y literatura en la normal; de sociología en Li Facultad de Humanidades, de La Plata, de ciencia de la educación en la Facultad de Filosofía y Letras, y de introducción al derecho en la de Ciencias Jurídicas de la Universidad de Buenos Aires. Fue académico de derecho y de filosofía y letras de la Universidad de Buenos Aires, así como del Instituto Americano de Derecho Internacional. Ocupó cargos en la

106

M. Gálvez, Amigos y maestros de mi juventud, pág. 257 (ed. Hachette, Buenos Aires, 1961),

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justicia, como secretario y fiscal: sus dictámenes fueron memorables.

Dominaba varios idiomas, incluyendo las lenguas clásicas, y tenía también vastos conocimientos de música.

Colaboraban para que brillase, su “cultura filosófica y literaria, que muchos se creen con derecho de despreciar en nombre de la ciencia, y por lo mismo vuelan siempre cerca (le la tierra”, como observaba un inteligente contemporáneo,107 así como su extraordinaria capacidad para leer hasta tres o cuatro volúmenes por día.

Pagado de sí y seguro de sus opiniones, gustaba de los honores y hasta los buscaba, pero con recato. Hombre atormentado, pero bondadoso, leal, sincero y honrado, llano en sus costumbres, incapaz de tolerar el artificio lugoniano: así lo describe su cuñado, que lo conoce y admira.

Ateo convencido, nada más emocionante que su conversión al catolicismo. Antes de morir, en 1918, perfectamente lúcido y joven aún, recibió los sacramentos, rodeado de su familia. Manuel Gálvez recuerda “que le había conmovido algo que le leyera el sacerdote en latín y que decía: Me llamó y no le oí”.

Como ya dijimos, en 1905 fue publicada la Teoría del derecho - Principios de sociología jurídica, reeditada luego en 1907, 1909, 1915 y 1916, traducida en 1909 al italiano, y en 1910 al francés.

107

Rodolfo Rivarola, “Comentario al libro Casos de Derecho Penal: Dictámenes”, de Carlos O. Bunge, en Revista Argentina de Ciencias Políticas, tomo III, págs. 421-22.

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En el prefacio de la traducción italiana se expresa que “la originalidad de Bunge es de buena ley, brota espontáneamente del vigoroso pensamiento y los poderosos estudios del autor, y ocupará un merecido lugar en la literatura científica de las viejas y cultas naciones de nuestra Europa”. En el prólogo de la traducción francesa, Émile Desplan que señalaba de una manera más precisa esta originalidad.

En esta obra, Bunge no tarda en advertirnos que “el primordial, si no único objeto de este tratado, es estudiar el fenómeno de la ética en su fase jurídica, positiva y experimentalmente, como un fenómeno natural, como el calor o la electricidad”108. “Asimismo, señala que es de los modernos hombres de ciencia que trataron adjetivamente de la moral” —sobró todo, de Darwin, Haeckel, Spencer e Ihering—, de donde ha de salir la futura ciencia de la ética.

Es que Bunge parte de una concepción de la vida que es la misma a la que había arribado Ameghino: es un doble proceso de integración y desintegración de la materia. “Tiene por base y esencia la nutrición, cuyo primer efecto es adaptar el ser orgánico a las circunstancias ambientes... El crecimiento, la reproducción y la muerte son consecuencias sucesivas de este proceso genérico de nutrición y de adaptación. Hay, pues, una especie de dinamismo orgánico en todos los fenómenos vitales, dinamismo que la selección natural perpetúa a través de la herencia en sus reacciones favorables al desenvolvimiento de la vida.”109

De este punto de partida, Bunge extrae la importante consecuencia: La acción humana es en realidad una reacción contra las condiciones desfavorables a la vida; los hombres evitan

108 El derecho, ensayo de una teoría integral, pág. 11 (ed. \'I,

Espasa-Calpe, Madrid, 1927). La bastardilla es nuestra. 109

Obra cit., pág. 346.

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y castigan —tanto individual como socialmente— todo ataque a la vida. La repetición de estas reacciones forma la costumbre, y ésta, cuando adquiere suficiente precisión y regularidad, se constituye en normas jurídicas. Pero, a su vez, estas normas son idealizadas y generalizadas por la inteligencia humana, para darles mayor eficacia: surgen entonces las normas morales.

Por eso, “la primera base de la ética es biológica y corresponde al fenómeno de la adaptación. En el protozoario que reacciona contra una sustancia poco alimenticia, están en germen la sanción jurídica y el criterio moral. Por esto puede decirse que el derecho es la vida o, con más amplitud, que la ética es la vida”.110 “Pero es importante advertir que Bunge de ninguna manera consiente en confundir su posición con el organicismo ni con el mecanicismo, que recurren “a un vago preconcepto finalista”. Para ellos, el derecho, por ejemplo, no sería sino una forma de eliminación de los menos aptos; pero no explican de ninguna manera cómo surge biológicamente: en suministrar esta explicación reside, precisamente, la originalidad de Bunge.

Otro factor de orden biológico caracteriza —según Bunge— la formación de la ética y del derecho: la especificidad del hombre. “Las diferencias entre las distintas especies son tanto más marcadas, cuanto más se asciende en la escala animal: el hombre posee una especificidad tal, que cada raza y aun cada individuo parecen representar una especie distinta.” 111 Por ello, al criterio general de que el derecho y la ética son fruto de la evolución en la repetición de acciones favorables a la vida, debe sumarse, en el caso del hombre, su particularidad propia, que explica la aparición de derechos y morales distintos, y hasta contradictorios.

110

Obra cit., pág. 347. La bastardilla es nuestra. 111

Obra cit., pág. 359.

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De esta especificidad humana surgen los sentimientos de atracción hacia los semejantes y de repulsión frente a los extraños, que también constituyen la ética, y que son —para Bunge— afectos sociales que dan a la lucha por la vida el carácter gregario que tiene en el hombre, y a la vez su ferocidad y sus paliativos.

Esta particularidad de cada grupo humano está para Bunge basada en la herencia; y, realizando una pequeña digresión, recordemos que aquélla constituye la base del análisis que el autor realizó en Nuestra América. Allí procuró encontrar las raíces de los caracteres hispano - americanos en la mezcla de los españoles, indios, negros y mestizos. La arrogancia española, el fatalismo indígena y el servilismo de los negros esclavos se unieron —según Bunge— en el continente americano, para dar tres rasgos fundamentales: la pereza, causa de la tristeza y de la arrogancia. El trabajo —propio de los europeos— constituirá la terapéutica. Sin llegar a la profundidad de Sarmiento y de Alberdi, a quienes sigue en sus conclusiones y algunos de sus razonamientos, el libro de Bunge no carece de agudeza ni de gracia.

Pero volvamos a El derecho. Además de la base biológica, Bunge reconoce que la moral y el derecho tienen bases económicas, históricas y sicológicas; pero sostiene que éstas no son más que formas superevolucionadas de aquéllas.112 Ya que la economía no parte sino de la tendencia natural a apropiarse de lo que se necesita para vivir,113 la historia es el resultado natural de la propensión a transformarse que tiene todo fenómeno social,114 y las nociones que el individuo guarda en su sicología —el sentido moral, que parece innato— son el resultado del progresivo paso a la subconciencia, a través de la herencia de muchos ascendientes

112

Obra cit., pág. 345. 113

Obra cit., pág. 370. 114

Obra cit., pág. 373

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civilizados, de caracteres adquiridos por la educación o la experiencia ética.115 Recordemos aquí que la consideración de lo económico como una superevolución de lo biológico es otra idea de Bunge que tendrá futuro.

La sociedad, por último, está constituida para nuestro autor esencialmente por esos sentimientos de atracción hacia los semejantes y de repudio a los extraños, y también por la conciencia social, que es la parte común o semejante de la conciencia ética de cada uno.116 Unidad de sentimientos y de ideas, la sociedad no es para Bunge una entidad mecánica ni orgánica, sino ante todo una entidad síquica:117 tendrá, por consiguiente, sus leyes propias, basadas en las biológicas —del mismo modo que la ética y el derecho surgen de lo biológico—, pero que no serán una aplicación directa de las leyes biológicas a la sociedad. Bunge funda, así, la relativa autonomía de las ciencias sociales.

Antimecanicista y antiorganicista, Bunge hizo una de las más sutiles y profundas interpretaciones del fenómeno humano y social, formuladas dentro de la órbita biológica que, como advierte R. Soler, ha signado lo mejor del positivismo argentino.118

Aun así, es verdad que —como lo expresó un riguroso, pero equitativo crítico de Bunge— “su mayor defecto lo encontramos en esa tendencia peculiar a simplificar aun las cuestiones más complejas, valiéndose de una excesiva seguridad

115

Obra cit., pág. 380 116

Obra cit., págs. 508-13 117

Obra cit., pág. 503. 118

Obra citada.

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en los juicios”119; seguridad que una vez le hizo decir a un íntimo: “Soy el primer pensador del país, el primer novelista y ahora también el primer poeta. Es imposible que la gente lo reconozca.”120

Un brillante advenedizo:

José Ingenieros

Fue José Ingenieros un hombre bien representativo de la juventud de su época. Nacido en 1877, en Palermo (Italia), pero venido muy prontamente a la Argentina, donde cursó sus estudios, era hijo de un italiano izquierdista y masón, de quien es presumible que recibiera esta influencia desde su infancia.

Escritor, sociólogo y siquiatra, de su contracción al trabajo y al estudio dan cuenta 47 volúmenes publicados y casi 500 trabajos monográficos. Dirigió, además, durante muchos años, los Archivos de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría, así como la Revista de Filosofía, y creó la editorial La Cultura Argentina, dedicada a la publicación de los clásicos nacionales, en ediciones económicas.

Era farmacéutico y médico, catedrático y orador apasionado, y conferenciante en una época en que las conferencias eran escasas. Algunos de sus libros, como La simulación en la lucha por la vida, Principios de psicología, Histeria y sugestión, Sociología argentina y La evolución de las ideas argentinas, cobraron pronta fama. Sus obras versaron

119

Enrique Martínez Paz, Introducción a Los estudios filosóficos, de C. O. Bunge, pág. 18 (cd. La Cultura Argentina, Buenos Aires, 1919).

120 M. Gálvez, obra cit., pág. 261

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principalmente sobre sicología y siquiatría; pero abarcaron, también, los temas más diversos: desde la criminología hasta la crítica de arte,- pasando por la música y el poema pornográfico...

Su trayectoria política fue tan variada como su obra: partiendo de un socialismo revolucionario, que preconizó con Lugones desde el periódico La Montaña, y puso en práctica en la fundación del Centro Socialista Universitario (1894) —que juntamente con el Obrero formaría en 1895 el Partido Socialista, del cual Ingenieros fue secretario—, renunció luego al partido —pero no a sus ideas— en 1902, molestando jocosamente a sus correligionarios. Pocos años después lo encuentran como secretario del general Roca en Europa, donde también había renunciado, como es de suponer, a sus ideas, para reemplazarlas paulatinamente por un aristocratismo intelectual que condecía con su nueva posición. Vuelto a Buenos Aires, por una injusticia en el plano académico retornó a Europa en 1911, y más tarde, de regreso al país, volvió a. un socialismo científico que le hizo abrazar la revolución rusa de 1917, y borrar algunas frases de El hombre mediocre (1913), en que hablaba del “arrebañamiento actual de los lacayos en rebeldía”.

Giusti121 y Gálvez122 lo describen como a un hombre generoso y leal, falto de envidia y de temor a la emulación de los jóvenes, capaz de hablar sentado en un café, con sencillez, con un periodista o autor desconocido. “Era —dice Giusti— un sentimental que tenía vergüenza de sus propios sentimientos”; y en una carta a Payró, que Giusti recuerda, pide Ingenieros a la vida solamente un hogar sano y feliz, una mesa frugal y alegre tendida en cualquier bodegón, y largas horas para el trabajo intelectual.

121

Obra cit., págs. 329-34. 122

Obra cit., págs. 133 y sigs.

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En cambio, no era valiente, y sí algo vengativo. Sus bromas se hicieron famosas entre los intelectuales porteños, así como llamaba la atención su forma inusitada de llevar la levita. Es que algo de exhibicionista había en todo lo que Ingenieros hacía, un poco de pose en sus actos y hasta en sus libros. Era un esteticismo muy propio de una época en que los jóvenes, ansiosos por cambiar el mundo (¿realmente?) no vacilaban en variar de ideología o de medios para hacerlo, de la noche a la mañana..., o, a lo mejor, varias veces en la misma noche.

Pero a esos defectos, que en parte empañaron su obra, Ingenieros unía una capacidad. Sorprendente para la síntesis, para la claridad, que deslumbró a todos los argentinos y a muchos europeos, quienes, corno el famoso Ribot, escribieron sobre Ingenieros laudatorios artículos..., que él se encargaba de traducir y repartir a diestro y siniestro.

Murió en 1925, en Buenos Aires, en plena juventud y de una enfermedad muy breve, que no puede haber llegado a cambiar mucho su cara rozagante y sus ojos vivaces: para que aquéllos que lo conocieron, lo recordaran siempre como en realidad era.

En 1911, Ingenieros publicó su Psicología genética, reunión de artículos escritos en 1910 en la revista Argentina Médica. Esta obra alcanzó seis ediciones en vida del autor, incluidas una en francés, y otra en alemán. En la misma se encuentra el pensamiento fundamental de Ingenieros sobre el hombre, la moral, la sociedad, la metafísica y otras cuestiones que antes y después desarrolló en incontables trabajos.123

Su objetivo es el estudio de la formación natural de las funciones síquicas; pero antes Ingenieros se ocupa en explicar, a

123

Las citas de esta obra las haremos de Principios de psicología (ed. VI, L. J. Rosso y Cía., Buenos Aires, 1919).

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la manera de Ameghino, los fundamentos filosóficos de su posición: En el curso de la evolución biológica, el hombre adquiere la imaginación constructiva o creadora, gracias a la cual puede exceder los datos de la experiencia y anticiparse al conocimiento basado directamente en ellos.124 En esta facultad humana se funda la posibilidad de la filosofía, que, para ser realmente científica y no un fruto de la oratoria, debe ser “un sistema de hipótesis legítimas, concordantes con los resultados generales de la experiencia, que se propone explicar los problemas que permanecen fuera de la experiencia”.125 Ni ciencia de las ciencias, ni filosofía de las ciencias: es ésta, para Ingenieros, una auténtica metafísica, que tiende al conocimiento de lo por ahora ignorado, y que será científica siempre que esté fundada en la experiencia y concuerde con ella.

El avance de la ciencia irá haciendo variar las hipótesis de la metafísica, y reduciendo su campo: ya hoy día —dice Ingenieros— la lógica, la sicología, la ética y la estética han salido del terreno de la filosofía, para ingresar al de la sicología, regida por la biología. Sin embargo, posteriormente Ingenieros completará su tesis exponiendo que la mutabilidad continua del universo hace inagotable el campo de la experiencia, y por tanto, también el de la filosofía.126

¿Acaso no guarda esta filosofía defendida por Ingenieros un estrecho parentesco con el intento de Ameghino de reconstruir la Filogenia aplicando el método matemático a los datos obtenidos por la ciencia natural, y su posterior extrapolación de las doctrinas biológicas al resto de la realidad?

124

Principios..., cit., pág. 15. 125

Principios..., cit., pág. 17. 126

Principios..., citada.

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Sea lo que fuere, de su tesis —que abre nuevamente la posibilidad de una filosofía, contra el positivismo cientificista y en especial contra el bergsonismo y neokantismo ya amenazantes, pero sin salir de la órbita del primero— parte Ingenieros para explicitar las nociones que toda filosofía debe hacer suyas, a fin de no estar en contradicción con los resultados de la experiencia. Ellas son: “la unidad de lo real (monismo) se trasforma incesantemente (evolucionismo) por causas naturales (determinismo)”.127

Y sobre estas tres hipótesis reconstruye Ingenieros la formación natural de la materia viva; ésta no es, en efecto, más que una forma particular de equilibrio entre. las diversas que pueden presentar los estados de la materia, que derivan unos de otros.128 Su propiedad más característica es la asimilación y la desasimilación, o sea la recepción de acciones energéticas del medio y la emisión de acciones energéticas al medio; en otras palabras, excitación y movimiento. El primer término de la fórmula tiende a romper el equilibrio del ser vivo, y l segundo, a conservarlo.129 (No podemos dejar de recordar aquí, nuevamente el credo ameghiniano.)

Ahora bien; ¿cómo de la vida surge la conciencia? Ingenieros no se arredra, y, parafraseando a Du Bois Reymond, expresa: “Enigma o lo que fuera, no lo creemos insondable. Ignoramus, sí; ignorabimus, no podemos decirlo”.130

Para develar el misterio, la memoria es la clave. Para Ingenieros, la repetición de excitaciones y movimientos va labrando vías orgánicas en el ser vivo, así como el continuo fluir

127 Principios…, cit., pág. 30.

128 Principios..., cit., págs. 87-91

129 Principios..., cit., pág. 93

130 Principios..., cit., pág. 91

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de agua por una llanura va formando el cauce de un río. Esas vías orgánicas favorecen, a su vez, la repetición de esos actos; como el lecho de un río, una vez formado, favorece la escorrentía. Y las huellas que la repetición deja en el organismo, son, en suma, lo que llamamos la memoria.

El conjunto de excitaciones conservadas en la memoria forma la experiencia; y cuando una nueva excitación se correlaciona con esa experiencia, se trasforma en experiencia consciente o sensación: la continua y sistematizada memoria de las sensaciones constituye, por fin, la experiencia consciente.131 La conciencia no es, entonces, tina sustancia, sino una cualidad de ciertos actos síquicos. Y lo que habitualmente llamarnos personalidad consciente no es más que la experiencia consciente referida a los actos que componen nuestro propio ser. 132

La función de pensar también es explicada por Ingenieros: La memoria, a medida que evoluciona, va formando sistemas sintéticos en los que agrupa sensaciones o movimientos similares: son los conceptos. Y éstos, a su vez, al ponerse en relación con nuevas sensaciones, forman los juicios. Pero es importante recordar nuevamente que para Ingenieros el pensamiento es, en el fondo, un simple producto de la evolución del ser vivo en su lucha por 'adaptarse al medio.

En efecto, el viviente piensa con todo su organismo, no existe el pensamiento puro: sólo existen los modos concretos de razonar de los seres vivos, qué piensan para salvar sus vidas. Sus razonamientos no son lógicos, sino partes de su actividad adaptativa, independientes del conocimiento exacto de la realidad.

131

Principios..., cit., pág. 235. 132

Principios..., cit.. pág. 243,

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De esta constatación nacerá —como lo observa Ricaurte Soler133 - la posibilidad de realizar una crítica del conocimiento basada en los factores extra-lógicos que lo forman: de hecho, esta crítica fue realizada por el propio .Ingenieros en obras posteriores, donde estableció la relación entre ciertas ideas y la realidad política o económica

Ahora bien; el hombre, en su esfuerzo constante por adaptarse cada vez mejor a la naturaleza —que, a su vez, evoluciona—, necesita prever el sentido de sus adaptaciones. Para ello, su imaginación crea hipótesis, elabora creencias acerca de futuros perfeccionamientos: son los ideales. Por su misma naturaleza, deben ser ajenos a todo dogmatismo, incesantemente renovados, plásticos, evolutivos como la vida misma. El ideal, al principio, se encamará en un genio, que lo trasmitirá a la élite culta que lo puede comprender, y que se encargará de acrecentarlo e imponerlo a las generaciones siguientes: a partir de este momento, el ideal, sin perder Su carácter individual, se hará colectivo.134

Para Ingenieros, el conjunto de creencias y hábitos mentales adquiridos por los individuos constituye la experiencia social, que a su vez forma criterios comunes para juzgar la utilidad o nocividad de los actos de cada individuo en sus relaciones con el grupo del que forma parte. La repetición de esos criterios sociales provoca las costumbres, y también “determinada representación del bien y del mal en la mentalidad del grupo”, que es su moral.135

Como en Bunge, la ética parte de la utilidad de los actos, según el criterio infalible del placer y del dolor, que está destinado

133 R. Soler, obra citada.

134 Principios..., cit., págs. 277 y sigs.

135 Principios..., cit., págs. 157 y sigs.

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a proteger la vida: a ello tienden, en efecto, la moral y la coerción ejercida a través del derecho.

La sociedad actúa, para Ingenieros, sobre el individuo, imponiéndole sus criterios a través de un proceso de mimetismo social. El individuo adquiere esas pautas sociales mediante la imitación; pero también progresa gracias al ejercicio de la imaginación, que inventa. Del equilibrio entre mímesis e invención en el individuo depende su adaptación al medio. El hombre mediocre —título de la conocida obra de Ingenieros— es imitativo, y se adapta perfectamente al medio; el hombre original es creador, y con frecuencia, un inadaptado.136

Cuenta Manuel Gálvez137 que mientras pasaban grandes aglomeraciones de gente de todos los colores políticos hacia el entierro de Roque Sáenz Peña —blanco del desprecio de Ingenieros como hombre mediocre—, éste “moviendo la cabeza de arriba abajo y con los labios alargados en un gesto de estupor —de simulado estupor, naturalmente—, pronunció estas deliciosas palabras:

“—Cuánta gente que no ha leído mi libro!...”138

Y bien; ¿cómo describe Ingenieros a la sociedad? “Un carácter importante —afirma— para ciertas especies, es la posibilidad de vivir en colonias organizadas; es decir, en agregados cuyos individuos sean capaces de división del trabajo”:139 éste es el caso del hombre. Por ello, la sociología debe ser la historia natural de las sociedades humanas, dependiendo su análisis de la biología, como que no es más que la lucha de grupos

136

Principios..., cit., págs. 181-82. 137

Principios..., cit., pág. 148. 138

Principios..., cit., págs. 277 y sigs. 139

Principios..., cit., pág. 144.

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por la vida. La historia, también ella, debe dejar de ser teológica o literaria, para pasar a ser una ciencia natural.

Pero la historia y la sociedad no pueden interpretarse con un criterio organicista, ya que ésta no es un organismo, sino un agregado de hechos biológicos; ni tampoco con un criterio economicista, pues el hecho económico y la lucha de clases no son más que una de las manifestaciones evolucionadas del factor biológico y de la lucha por la vida.

Esto último es fundamental para entender el socialismo de Ingenieros. En un trabajo publicado en Francia en 1906,140 nuestro autor expone que la política científica —contra la empírica, que debe ser desterrada— se basará en la sociología, para adaptarse a la tendencia natural de la evolución social, que los hombres no pueden modificar.

En nuestros días —según Ingenieros—, el sistema productivo capitalista impone reformas variadas; en especial, en lo que respecta al problema obrero. El socialismo., que nació y sigue siendo en el espíritu de muchos una revuelta caótica de los pobres contra los ricos, es ya una política científica, resultado de las condiciones económicas: las interpretaciones utópicas y marxistas del socialismo han dejado así paso a la pragmática —a la cual adhiere Ingenieros—, etapa crítica en la cual el socialismo se adapta a las necesidades de una política positiva,141 y para ello acepta el parlamentarismo, y propone programas mínimos de reformas compatibles con el régimen burgués.

140

Resumido en Sociología argentina (ecl. L. J. Rosso y Cía., Buenos Aires, 1918), bajo el nombre de Socialismo y legislación del trabajo, de donde tomaremos las citas.

141 Sociología…, cit., pág. 206. La bastardilla es nuestra.

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Es que “la teoría de la lucha de clases, sólo es cierta como caso particular de la lucha por la vida, que abarca otras fases no menos complejas e importantes: la lucha de razas, la lucha entre naciones, la lucha entre los capitalistas, la lucha entre los sexos, la lucha entre los profesionales... Hay intereses comunes a toda la humanidad, a toda una raza, a toda una nación, etcétera". Por ello, “los intereses de la clase obrera pueden concordar en mil casos con los de una u otra fracción de la burguesía”, y “la cooperación de todas las clases es una necesidad para los fines de la utilidad común: el aumento de la riqueza y del bienestar nacional, que a todos beneficia... Conviene, pues, al socialismo, abandonar ciertas exageraciones violentas”.142

Así entendido, el socialismo es una tendencia de la evolución social. ¿Cuáles son, entonces, sus proposiciones? Vale la pena trascribir sus propias palabras: “Las sociedades civilizadas evolucionan hacia una creciente generalización del bienestar medio de los individuos que componen los grupos sociales. Esa evolución está subordinada al incremento de la actividad económica productiva. La organización y división del trabajo social tiende a crear instituciones en que el principio de solidaridad atenúa el principio de antagonismo en la lucha por la vida, con beneficio para todos los componentes del agregado social. En el momento histórico presente, el fenómeno económico fundamental es la formación del sistema productivo capitalista, que modifica sustancialmente las bases económicas de todo el orden social. Esa modificación determina, a su vez, cambios profundos en las demás instituciones sociales, en concordancia con las nuevas relaciones económicas. La expresión actual y posible de todos esos cambios constituye un programa de reformas económico - sociales a cuya actuación se encaminan los

142

Sociología..., cit., págs. 210 y sigs.

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países civilizados”,143 y que caracteriza a la acción socialista dentro de la política contemporánea.

¿Y qué quedaba de aquel joven Ingenieros que, subiéndose al púlpito de una iglesia, había lanzado una violenta diatriba anticlerical? El flamante secretario del general Roca, que, encogiéndose de hombros, explicaba a su amigo: “Aquí me tenés. He transigido con todo. Con el militarismo, con el capitalismo... Sólo me falta hacerme clerical...”144

Anécdotas aparte, esta concepción biológica de la sociedad y su desemboque en la posición socialdemócrata son fundamentales para comprender gran parte del pensamiento político de la época que estudiamos, de la nuestra, e incluso de algunas líneas de nuestra vida política actual.

Fue precisamente esta interpretación biológica de lo social la que llevó a Ingenieros a formular su tesis sobre la historia argentina, basada en la influencia del medio geográfico, de las razas y de los intereses económicos.145 La lucha entre las razas signó en el continente americano la expansión de la blanca; y la geografía se encargó de que los centros de emigración fueran Inglaterra y España. Estas naciones, debido a las diversas etapas de la evolución económica en que se encontraban al conquistar y colonizar, formaron en América dos sociedades bien distintas.

143

Sociología..., cit., pág. 217. 144

M. Gálvez, obra cit., pág. 141. 145

Fueron expuestas en diversos trabajos, desde el primer artículo publicado en La Montaña, en 1867, hasta la "Evolución de las ideas argentinas", en 1918. Nuestra síntesis la extraemos de La evolución sociológica argentina, en Sociología argentina, cit., cap. II, y Función de la nacionalidad Argentina en el continente sudamericano, en Sociología..., cit., cap. III

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La conquista y explotación española —pillaje y desgobierno— crearon un desequilibrio de intereses económicos entre los conquistadores y sus descendientes, que fue resuelto por la formación de los nuevos Estados independientes. Durante el período revolucionario, la ausencia de intereses económicos diferenciados favoreció la anarquía económica y la política: fue la época del feudalismo de los caudillos.

Luego, la contrarrevolución conservadora llevó a la restauración del régimen colonial, período que Ingenieros llama del feudalismo organizado, y que se corresponde con el desarrollo de la agricultura y de la ganadería, así como con la organización del comercio de frutos.

Pero esa misma organización económica lleva a la organización política nacional, “período durante el cual las condiciones geográficas determinaron desequilibrios en el grado de desarrollo de las diversas regiones, produciendo luchas civiles que se han atenuado progresivamente; la clase representativa de los grandes intereses agropecuarios prevaleció sobre la minoría urbana, asentando su fuerza en las provincias mediterráneas”.146 Es la época del Partido Autonomista Nacional.

Al comenzar el siglo xx, los intereses agropecuarios, los del capitalismo naciente y los del proletariado comienzan a constituirse con intereses propios, y pueden contener —vaticina Ingenieros— los gérmenes de los partidos políticos venideros.

Por, último, previendo el lugar de la Argentina dentro de Sudamérica, Ingenieros afirma que “si la influencia política, intelectual y social ha de corresponder a la nación más favorecida de factores naturales” —extensión, fecundidad población y clima—, la Argentina está predestinada “a ser el centro de

146

Sociología..., cit., pág. 82

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irradiación de la futura raza neolatina en la zona templada del continente sudamericano”.147

Para terminar, haciendo una evaluación general, diremos que a pesar de esa jocosa y brillante superficialidad, tan suya, Ingenieros tiene el innegable mérito de haber construido una cosmovisión homogénea, basada en la concepción biológica de la realidad, y dentro de la cual tienen cabida la metafísica, la vida animal y humana, la conciencia y el pensamiento, la sociedad, el derecho y la ética, la política y la historia.

Juan B. Justo y su terapéutica política

No podríamos finalizar el estudio de esta línea de pensamiento, sin detenernos, aunque sea un momento, en la figura de Juan B. Justo. Hombre- de gran vitalidad, como todos los que hemos recordado en este Capítulo, actuó en múltiples campos; sobre todo, como es sabido, en el de la política.

Nació en Buenos Aires, en 1865, y fue médico. Es probable que sus estudios lo hayan predispuesto para que él también diera una interpretación biológica a la historia humana. Recibido con medalla de oro, viajó por Europa acrecentando sus conocimientos; fue catedrático, innovador en su especialidad.

En 1889, vuelto de Europa, ingresó en la Unión Cívica; pero su antimilitarismo le impidió participar activamente en los sucesos del 90. En 1893, desengañado de la política criolla —a la que criticará toda su vida—, se dedicó a la acción socialista, sin haber leído todavía a Carlos Marx. Fundó el periódico La Vanguardia en 1894, y en 1896, luego de años de labor, unió los centros socialistas en el Partido Obrero Socialista Argentino.

147

Sociología..., cit., pág. 83.

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En un período de extrema confusión en las ideas políticas, mientras los jóvenes ilustrados no se afiliaban a ningún partido —eran, como dice Giusti, francotiradores—, o se hacían radicales, para cambiar el país mediante la revolución militar, o eran anarquistas —como gran parte de los obreros—, el partido de Justo fue juntando adeptos en base, según siempre lo advirtió su fundador, a sus ideas y a su doctrina.

Más de quince años de labor parlamentaria coronaron su acción política; fue electo diputado en 1912, y senador en 1924, y desde el Congreso, corno desde el llano, se preocupó por los problemas positivos que le parecían importantes para la clase obrera: el -salario, el horario de trabajo, la cuestión agraria, la moneda, el librecambio, el presupuesto...

Orador sincero y elocuente, dejó innumerables discursos y artículos periodísticos, a la par que obras de envergadura, dentro de las cuales la más importante es Teoría y práctica de la historia, publicada en 1909. Murió en 1928.

En la obra citada, Justo explica su concepción del fenómeno humano y social. “Desde que el hombre es bastante inteligente para considerarse un animal —dice—, tiene que ver en la biología la base de su historia.”148

Las leyes más elementales de la vida son: que ella tiende a conservarse y a reproducirse. Estas leyes también se cumplen en el hombre —cumbre de la escala que el protoplasma forma al evolucionar—, y así la lucha por la vida —enseñada por Malthus en el plano social, y fundada por Darwin en el biológico— también abarca al ser humano, que procura sobrevivir y multiplicarse. Esta lucha induce a asociarse a aquellos vivientes

148

J. B. Justo, Teoría y práctica de la historia, pág. 13 (ed, Libera, Buenos Aires, 1969).

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que prosperan mejor en estado de comunidad: así les sucede a algunos vegetales y animales, y también al hombre.

Éste se une a sus semejantes, porque su mayor aptitud síquica le indica que únicamente en sociedad podrá vencer en la lucha que mantiene con el medio físico-biológico: el organicismo de Spencer es así negado por Justo, quien le asigna un carácter reaccionario, por ser la consagración dé las castas sociales.

Ahora bien; si Justo admite la frase de Engels que dice que “la producción y la reproducción de la vida real es, en última instancia, el elemento determinante de la historia”, se pregunta, también: “¿En qué grado y forma se cumplen las grandes leyes biológicas en las sociedades humanas?”149 La respuesta que da a esta cuestión, constituye su teoría de la historia.

Para Justo, si bien la historia tiene los mismos fines que la vida misma, los medios que utiliza son distintos. El hombre introduce un nuevo factor: la técnica y la economía, gracias a su siquis más evolucionada. La conciencia se trasforma así para Justo en un factor que reconoce cierta independencia frente al hecho biológico, en colaboración con el cual hace la historia.

Por ello, defiende que “nuestra aptitud para adaptar intencionalmente el medio físico – biológico a nuestras necesidades nos permite extender e intensificar la vida humana sin que se trasformen nuestros órganos”.150 Es la técnica, unión de la naturaleza y del hombre, fruto del trabajo humano que crea la historia; que a la vez la subordina a la biología, porque nace del

149

J. B Justo, obra cit., pág. 27 150

J. B. Justo, obra cit., pág. 27

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estímulo inicial por vivir, y la separa de ésta, porque es consciente e intencional.151

También afirma Justo que “sobre la base de las relaciones biológicas que, como individuos de una misma especie, guardan los hombres entre sí, y a medida que comprenden el mundo físico - biológico y lo aplican en la técnica, desarróllanse las relaciones económicas, las relaciones de los hombres a los fines de la técnica, como cooperadores o productores. Y con ellas las sociedades humanas entran propiamente en la historia.”152

La división del trabajo, puramente biológica en un principio, se va haciendo cada vez más compleja con la evolución social, hasta crear las clases, cuya lucha es, desde el punto de vista político, el motor de la historia. Ella “se hace cada vez menos violenta y episódica, más regular y constructiva, un juego de fuerzas que agitan la sociedad entera y conducen a su progreso”; ya que “toda clase alta, de privilegios hereditarios, tiende a perder sus aptitudes y funciones sociales, y a degenerar en una casta parasitaria”, mientras “surgen clases nuevas, revolucionarias, propulsoras del progreso técnico – económico”:153 es el proletariado en lucha —una vez más— biológica, para vivir y reproducirse, posibilidades que el régimen capitalista le niega.

Si bien la política es el instrumento de compulsión de que los amos se sirven para hacer cooperar a sus súbditos,154 se debe luchar, según Justo, por una democracia obrera —contrapuesta a la peligrosa dictadura del proletariado—, en la cual la coerción no

151

J B. Justo, obra cit., págs. 58-60. 152

J B. Justo, obra cit., pág. 83 153

J. B. Justo, obra cit., págs. 160-61. 154

J. B. Justo, obra cit., pág. 141.

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desaparecería, pero estaría orientada a la creación de “una sociedad de hombres que quieran libremente”.155

Por esto, su partido —como los partidos socialistas europeos de la época, con los cuales estaba unido— intervino en la política parlamentaria con un programa mínimo, tolerado en sus líneas generales por la clase dirigente.

Para Justo, como para Ingenieros, “la base de la historia argentina ha sido la evolución económica”; y si “hoy —dijo en 18997 los partidos argentinos carecen de todo propósito económico reconocido”, es “porque políticamente somos un pueblo ignorante y bárbaro, porque recibimos la inmigración de pueblos que tampoco tienen educación política”.156 Hay que enseñar, entonces, al pueblo trabajador a pedir reformas y a luchar por sostenerlas.

Juan B. Justo expresó una vez que él se había hecho socialista, porque “la obra humana, la obra necesaria, se me presentó entonces como una infinita siembra de ideas, como un inmenso germinar de costumbres, que acabaran con el dolor estéril, y dieran a cada ser humano una vida digna de ser vivida”.157 Ningún resumen puede ser mejor que estas palabras para sintetizar la vida y la doctrina de este médico que reconoció la máxima importancia, en la formación de la historia humana, a un factor que a la vez está subordinado a lo biológico y separado de ello: la conciencia.

155

J. B. Justo, obra cit., págs. 483-84. 156

“La teoría científica de la historia y la política argentina” , conferencia pronunciada el 18 .VII .1898.

157 “Por qué me hice socialista?”, discurso pronunciado el

11.03.1910

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Ameghino, Bunge, Ingenieros, Justo y muchos otros, configuran una corriente de pensamiento dentro de la Argentina de principios de siglo.

Influye sobre ellos la lectura de autores extranjeros: Lyell, Darwin, Lamarck, Haeckel y Spencer; los creadores del positivismo penal italiano; Loria, Ostwald, Mach, Le Dantec, Taine, Sergi, Ardigó, Ribot, Comte, Fouillée, Wundt, Picard, Vaccaro, Vanni, Posada, Marx y Engels; los socialdemócratas europeos, como Bernstein y Turati; Le Bon, Tarde, entre otros muchos, eran leídos en el original o en su versión española.

Recordemos que Buenos Aires era una ciudad d la page en esos días, y que sus intelectuales y jóvenes estudiantes devoraban las últimas novedades publicadas por las editoriales francesas. Esas lecturas, que venían con la autoridad que lo europeo —y especialmente, lo parisiense— tenía, explican el prestigio del pensamiento biologista.

Por otra parte, aunque difícil de evaluar, la influencia ejercida sobre esta corriente doctrinaria por el pensamiento argentino anterior a ella —la Ideología,. Sarmiento y Alberdi, los eclécticos, el agnosticismo del 80—, es indudable. Como también fue un presupuesto ineludible de la nueva cosmovisión el avance de las ciencias naturales en la Argentina, a partir de 1870: Holmberg, Ameghino..., y de las humanas, desde la década siguiente: Horacio y Norberto Piñero, José María Ramos Mejía...

Todos los autores que convergen a esta corriente de pensamiento, aceptan la tesis evolucionista, y la aplican a la integridad del cosmos, que tiene para ellos la misma sustancia que la vida, y se rige por las leyes de ésta.

Niegan, sin más, la posibilidad de la existencia de Dios: todo es la infinita, materia dentro del infinito espacio, como decía

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Ameghino. Las especies no han sido creadas: son fruto de la evolución. No se necesita de Dios para explicar por qué el hombre piensa, se da una moral, vive en sociedad: para todo ello, basta la ciencia natural.

Recordemos que el ateísmo liberal —que reconocía antecedentes mediatos e inmediatos en la historia argentina— había sido un arma de combate de muchos de nuestros ilustrados contra la Argentina bárbara colonial y religiosa que procuraban reemplazar; y a las mismas conclusiones llegaron en política nuestros biologistas: recordemos las tesis (le Bunge, de Ingenieros y de Justo.158

Pero si este fervor por la ciencia excluye en nuestros autores la posibilidad de Dios, no afecta del mismo modo a la filosofía: en este aspecto —según ellos—, el hombre puede y debe intentar la formulación de hipótesis, siempre que no estén en contradicción con los resultados de la ciencia. Estas tentativas lo ayudarán inclusive a adaptarse al medio, haciéndole conocer aun aquellos rincones a los que' el rigor de la ciencia no ha llegado todavía.

Todo está sujeto a las leyes biológicas de la evolución. Ello excluye desde el principio el mecanicismo: las leyes de la materia inerte no son aquellas que explican el conjunto. Y, por otra parte, el hombre mismo forma parte de esa vida; está sujeto, por tanto, a sus más profundas inclinaciones.: la adaptación al medio, la lucha por subsistir, son, entonces, sus fines.

Todo lo humano está ordenado, en el pensamiento de estos autores, a esas finalidades absolutas. El resto es relativo; la función de pensar no conocerá lo que las cosas son, sino su

158

R. Soler, obra cit., ha encontrado esta interesante concordancia.

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utilidad o nocividad para la vida; la ética no será la conducta del hombre hacia su bien, sino que estará formada por el recuerdo, impreso en la memoria, de las sensaciones de placer o de dolor, fruto de actos anteriores; el derecho no será el objeto de la justicia, sino la imposición por la fuerza de ciertas actitudes útiles para la sociedad o para el grupo dominante de ella.

La sociedad humana, por último, no es para estos pensadores un organismo, ni se rige por las leyes de los seres vivos —son todos antiorganicistas—; es, por el contrario, una entidad síquica,159 integrada por agregados biológicos: los hombres. Por consiguiente, la sociedad tiene sus leyes propias, que dependen de la biología, pero no se reducen a ella: es el período de construcción de la sociología Argentina como ciencia.

El estudio de las leyes de lo social los lleva, en ocasiones, a un aristocratismo reaccionario: Bunge, algunos pensamientos de Ingenieros..., pero lo sustancial de su peso va hacia el socialismo: Justo, el mismo Ingenieros... Socialismo que no es, por otra parte, ni marxista ni economicista, ya que todos estos autores defienden que las leyes de la economía forman parte de las biológicas, y que los intereses de las clases sociales son opuestos, en ocasiones, pero muchas veces coinciden.

Es que si la sociedad evoluciona —¿no ha sido éste el presupuesto del cual partieron?—, es inútil, entonces, la revolución. La victoria caerá como un fruto maduro, inevitablemente; es inútil el terrorismo anarquista. Y para acelerar su venida, hay que educar al ciudadano, dice Juan B. Justo, con lo cual curiosamente retorna a la tesis de Sarmiento.

159

Debemos entender aquí psíquica en el sentido que esos autores dan a esta palabra.

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En el fondo, el análisis de la sociedad argentina que nuestros pensadores realizaron, no difiere en mucho del esquema sarmientino de civilización y barbarie, y menos aún del de Alberdi: no es casualidad, entonces, que las terapéuticas tampoco difieran, en lo fundamental.

Este socialismo de la evolución, que preconizan, concibe a la política burguesa como a un medio posible de acción, y formula su programa mínimo. Su carácter antirrevolucionario, partidario de la democracia parlamentaria y del comercio libre, es, sin embargo, de raíz filosófica, como hemos visto. Es que para ser posible, la revolución precisa, en efecto, de un principio que trascienda a la historia misma, que los hombres consideren como a un valor extra-temporal realizable en el tiempo; como a un valor, en fin, que renueve la vida humana y social, y por el cual valga la pena sacrificarse. Si todo, absolutamente, se da dentro de la evolución, bastará entonces con esperar.160

160

Este juicio podrá parecer apresurado, por el hecho de que un pensamiento como el marxista —sin duda, revolucionario— desconoce terminantemente toda trascendencia. Aunque no es ésta la oportunidad de explicar por qué la afirmación no es ligera, puede adelantarse que el sentido revolucionario que ostenta el marxismo proviene de su visión dialéctica de la historia, tomada de Hegel. Ahora bien; en este autor el devenir se explica por referencia a un absoluto que es, por cierto, inmanente, pero que trasciende a todo fenómeno y situación concreta, en los cuales sólo puede manifestarse de un modo imperfecto, por lo que debe negarlos en forma constante. Marx, en cambio, que quiere borrar todo rastro de trascendencia, suprime esa dialéctica binaria; pero al hacerlo, el proceso de tesis, antítesis y síntesis se aproxima a una suerte de sucesión de momentos en la cual la necesidad de su negación mutua queda oscurecida. El cambio revolucionario, el paso de lo actual a lo que no es, a lo contrario, pierde así tensión y fuerza imperativa. No en balde

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Durante el período de nuestra historia que analizarnos en esta obra, tal vez esta corriente de pensamiento haya sido la más influyente. Pero no fue la única, corno a continuación veremos.

Un hombre del régimen:

Wenceslao Escalante

Este inteligente abogado, nacido en Santa Fe en 1852, fue legislador en su provincia; sostuvo luego la candidatura de Tejedor, y más adelante fue diputado' nacional (1886-90), ministro del Interior de Luis Sáenz Peña, de Hacienda de José E. Uriburu, y de Agricultura en la segunda presidencia del general Roca. Fue, también, director del Banco Nacional, del Banco Hipotecario y del Banco de la Nación... ¿Puede negarse que era un hombre del régimen?

Poco tiempo después de recibirse de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, fue designado profesor de filosofía; y cuando en dicha casa de estudios se creó la cátedra de filosofía del derecho (1884), Escalante fue su primer titular, y desde ella enseñó hasta 1907, año en que fue nombrado decano de la Facultad.

hoy pueden leerse autores marxistas que, reaccionando contra la penetración positivista, que todo lo nivela y desdrainatiza, vuelven su atención a Hegel. O sea, aunque no lo digan ni lo quieran, a Una cierta trascendencia. Y si bien es dudoso el éxito de esta empresa —habida cuenta de que el inmanentismo último de Hegel hace imposible mantener un absoluto—, ella no deja de ser demostrativa de cómo sin Hegel, o, lo que es igual, sin trascendencia, cualquier instancia revolucionaria languidece. (Debemos esta nota a la genealogía filosófica de Escalante.) -

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Sus obras principales son Educación de la voluntad, escrita para el Congreso Pedagógico de 1882, y sus Lecciones de filosofía del derecho, dictadas desde la cátedra.

Su estilo es llano, claro y sencillo, y pone de manifiesto la simple meditación personal antes que la erudición. Carlos Ibarguren, que fue discípulo y amigo de Escalante, afirma que era austero, bueno y justo, y agrega que “su corazón se conservó siempre puro, corno el de un niño”.161 Son virtudes que, a nuestro parecer, se trasparentan en su obra. Las Lecciones de filosofía del derecho fueron —como hemos dicho— dictadas por Escalante desde la cátedra, y tomadas taquigráficamente. Eran el texto de estudio de la asignatura, y tuvieron tres ediciones entre los años 1884 y 1901.162 Todo ello da cuenta de lo importantes que fueron en la formación de las jóvenes generaciones.

“Todas las cosas están regidas por leyes que determinan su modo de ser e indican su colocación en un orden universal al cual se ajustan.”163

Nos atrevemos a decir que éste es el credo de Escalante, quien casi tangencialmente ¡y tan sencillamente! nos lo explica en ese párrafo.

La realidad toda es para Escalante un cosmos, un orden, en que cada ser ocupa un lugar en armonía con los restantes, en virtud de una ley preexistente que creó esa armonía. Cada cosa en sí misma está también regida por una secreta ley que la hace ser lo

161

Revista Atlántida, tomo VI, pitas. 150 y sigs. (Buenos Aires, 1912)

162 La primera, en 1884; la segunda, en 1895, y la tercera, en.

1901 163

Lecciones de fi1080fla del derecho, pág. 31 (ed. III, Imp. Europea de M. A. Rosas, Buenos Aires, 1901).

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que es, y le indica su destino. Pero estas leyes, plenas de luz y creadoras de orden y armonía, no pueden sino haber sido dictadas por un sabio legislador: es Dios. En oposición al biologismo, para el cual, desde la oscuridad primitiva, la evolución va creando la luz; en el cosmos de Escalante, en el principio era el Verbo.

Y si en el evolucionismo, las tinieblas primigenias y lo infinito de la materia excluían la posibilidad de la existencia de Dios; en la visión de Escalante su existencia es, por el contrario, necesaria, como fundamento absoluto y preexistente de la ley que da vida, forma y destino al universo. ¡Y todo esto fue dicho en plena Facultad de Derecho, de 1884 a 1907, por un hombre muy respetado, y que luego fue decano hasta 1910! No es fácil simplificar la historia.

Dentro de ese cosmos, “el hombre —para Escalante— es un todo natural compuesto de alma y cuerpo. El cuerpo es compuesto, extenso, inerte, perceptible por los sentidos, inconsciente e insensible. Está subordinado a las leyes de la física, de la química”164 y de la fisiología. Pero el alma es “el ser que conocemos dentro de nosotros, como capaz de pensar, de sentir y de querer”.165

La capacidad intelectual del hombre es real, “es un ser metafísico. No le basta para satisfacer su insaciable curiosidad el conocimiento de los fenómenos objetivos y el de sus relaciones de coexistencia y secuencia; se lanza a las investigaciones trascendentales del origen y el fin del Universo, de la sustancia íntima que se manifiesta por los fenómenos, de las causas

164

Obra cit., pág. 19 165

Obra cit., pág. 20.

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creadoras del ser y la verdad”.166 Ésta es, palabra por palabra, la antítesis del credo positivista.

La voluntad humana —para Escalante— puede determinarse a sí misma en base a simples conceptos intelectuales: goza de libertad. Contra el positivismo y el evolucionismo, Escalante afirma que el hombre puede obrar según su conciencia; aun cuando admite, con realismo, que la libertad tiene grados, y que no todos los hombres poseen la misma aptitud para obrar libremente. Sin embargo, en todos ellos la inteligencia “no se limita a ser un espejo mudo, inmóvil y sombrío”, sino que “se convierte en esa facultad viva, que ilumina las sendas de la vida y dirige las acciones”.167

Ahora bien; si el hombre es un ser privilegiado dentro de la armonía de todos los que componen el cosmos; entonces, como todos ellos, tiene una ley que marca su ser, y le indica cuál es su fin y su bien. De otro modo, “si el hombre estuviera libre de toda ley, fuera del orden universal, sería un elemento de desconcierto, de desarmonía; un ser inferior a todos los que constituyen el universo”.168

Las ideas morales tienen carácter absoluto, no relativo ni condicionado; por consiguiente, su origen subjetivo no puede ser la variable experiencia, sino el imperativo categórico de la razón. Y desde el punto de vista objetivo, “la explicación ontológica de lo absoluto de la moral no puede estar sino en su realización en un ser absoluto, cuya existencia no dependa de ninguna relación ni limitación. Así la razón humana, en la intuición de Dios, ve las

166

Obra cit., pág. 58. 167

Obra cit., págs. 25-32. 168

Obra cit., pág. 31.

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realidades absolutas”.169 Dios es, pues, el fundamento objetivo de lo absoluto de la moralidad.

Es que el orden moral aparece “como una aplicación del orden universal; la conformidad de la conducta humana con el fin del hombre, como una participación de la conformidad de la conducta universal 'de todos los seres con su destino”.170 Luego, pues, el bien del hombre es una participación del bien universal y absoluto, que está realizado por Dios.

Y de allí, de esa participación de su propio bien con el bien universal, nace en el hombre la obligación de “cooperar hacia el fin general ayudando en lo posible a sus semejantes”.171

Ahora bien; si el hombre tiene la obligación de desarrollar armónicamente sus facultades según la ley moral, debe tener también el derecho de determinar su conducta para poder hacerlo. Es éste el fundamento del derecho de actuar libremente que tiene cada ser humano, y que debe ser respetado por los demás. Y para que este respeto sea real, está la legislación o derecho objetivo, el cual, por su origen, forma parte de la moral.

Asimismo, el derecho objetivo tiene para Escalante otra finalidad, secundaria: promover el desarrollo de las facultades humanas, aprovechando y estimulando la cooperación de los asociados; pero no puede imponerla. Se configura así la doctrina política que ha sido llamada liberalismo solidarista, por oposición al individualista.172

169

Obra cit., págs. 65-66. 170

Obra cit., pág. 70 171

Obra cit., págs. 70-71 172

Arturo Andrés Roig, Los krausistas argentinos, pág. 155, apart. 74 (ed. Cajica, México, 1969), donde se analiza extensamente el pensamiento de Escalante.

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¡Cuán lejos nos encontramos de las doctrinas en que el derecho y la moral eran huellas de la utilidad, recuerdos del placer! Pero es que también la sociedad tiene, para Escalante, un origen ético y no evolutivo; ya que “si el hombre está constituido por su naturaleza como ser social; si al mismo tiempo encuentra en la sociedad grandísimas e inmensas ventajas para el desarrollo de todas sus potencias en su aplicación a todas las esferas; si tiene deberes, y entre éstos el de su perfeccionamiento para el mejor cumplimiento de su destino, resulta que está obligado a no desperdiciar todas esas inmensas ventajas, a no contrariar a su naturaleza. Tiene entonces el deber de entrar en la sociedad, y tal es el origen ético de ésta”.173

Wenceslao Escalante admite de buen grado que “el derecho natural no ha sido una revelación improvisada a la inteligencia humana, independiente de las condiciones de tiempo y evolución a que están sujetas todas las ciencias”,174 y que esto también ocurre, con mucho mayor razón, con el derecho positivo: por eso, una de las fases de la filosofía del derecho será para él el estudio de las “leyes de coordinación sucesiva y de coordinación simultánea”175 del derecho; pero se resiste a aceptar que la moral o el derecho sean meros resultados de la evolución, de la adaptación del hombre al medio, de su tendencia a sobrevivir.

La filosofía de Escalante, en efecto, que tanto recuerda y tiene del primer Alberdi y de otros pensadores argentinos, representa una primera vuelta a Kant, al imperativo categórico, a la moral absoluta, frente al relativismo moral evolucionista. Pero a la vez critica a Kant su falta de metafísica: su sistema —dice

173

W. Escalante, obra cit., pág. 827. 174

Obra cit., pág. 9. 175

Obra cit., pág. 11.

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Escalante— da una norma práctica, y no el fundamento del derecho.176

Nuestro autor, en cambio, piensa que el hombre es un ser metafísico, e inscribe su ser y su deber dentro de la armonía y el fin de todo el universo. Por eso, en definitiva, se apoya en Leibniz y en Wolff,177 con cuya metafísica completa el rigorismo kantiano: todos ellos recibidos a través de Krause, sistematizado en el Derecho natural de Enrique Ahrens.178 En Escalante, entonces, el absolutismo moral derivado de Kant encuentra su fundamento en el descubrimiento de la armonía y legalidad del cosmos —de las cuales el hombre participa—, y en su Creador y ordenador.

Esta inscripción dentro del orden del universo fundamenta los deberes morales del hombre hacia su perfección —los cuales, a su vez, son origen de sus derechos—, así como su obligación de solidaridad respecto del resto de sus semejantes. Ahora bien; esos derechos de la persona a realizar su propio destino, por el fundamento que los sostiene, son inalienables: ni el Estado ni la sociedad pueden conculcarlos.

Solamente una doctrina de fuerte tono eticista y metafísico —al estilo de la sustentada por Escalante—puede fundamentar filosóficamente la revolución. Y así como un biologismo puramente teórico —según era el de Ameghino— trajo derivaciones políticas y sociales concretas —ya lo hemos visto—, también la línea de pensamiento que representa Escalante tuvo sus ecos.

176

Obra cit., pág. 85. 177

Obra cit., págs. 78-79. 178

Obra cit., págs. 88 y sigs. - Véase en A. A. Roig, obra cit., la genealogía filosófica de Escalante.

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El eco político: Hipólito Yrigo yen

“Es derecho natural de las sociedades, sobre el cual reposa el orden legal, que los gobiernos subsisten por la voluntad de la opinión o, en caso contrario, la resistencia legítima de ellas. Las naciones que consienten sin erguirse en altiva protesta la profanación y menoscabo de cuanto tienen de más sagrado —como es la renovación ilegítima y fraudulenta de sus gobiernos—, revelan estar predispuestas a rendirse de antemano a todos los predominios, y son entidades políticas negativas en el concurso que deben a la obra de perfeccionamiento universal.”

Es, por supuesto, el pensamiento de Hipólito Yrigoyen.179 En él se encuentra afirmada la base de su doctrina y de su acción: las sociedades políticas, como los hombres, tienen el deber de colaborar en la obra de perfeccionamiento universal; de este deber surge el derecho natural a autodeterminarse, que “es cuanto tienen de más sagrado”, y que cuando es profanado por “la renovación ilegítima y fraudulenta de sus gobiernos”, ello causa “perturbaciones tales, que demandaron siempre esfuerzos concordantes para repararlas”.180

No podemos menos de percibir el murmullo de las ideas de Krause, que, como es sabido, Yrigoyen recibió de los belgas

179

Hipólito Yrigoyen, “Respuesta a la juventud uruguaya nacionalista”, en Hipólito Yrigoyen, pueblo y gobierno, torno III, pág. 84 (ed. Raigal, Buenos Aires, 1956). La bastardilla es nuestra.

180 Lugar citado. La bastardilla es nuestra.

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Ahrens y Tiberghien, y de los krausistas españoles.181 Pero prosigamos.

El objetivo de la reparación es solamente un acto profundamente ligado a la libertad humana: la libre elección de los gobernantes. Todo lo demás, incluidos los problemas más urgentes y delicados de la economía, es secundario. Aquel acto es el acto de salud, fundamental y previo; un acto moral, en suma: “La opinión no le requiere al Presidente actual más que comicios honorables y garantidos, y nada más que comicios honorables y garantidos, como condición indispensable para volver decorosamente al ejercicio de sus derechos electorales. Entonces, propios y extraños se asombrarán de la magnitud de ese solo acto como punto cardinal de las más magnas proyecciones nacionales en todas las esferas de su vida, y así se verá la trascendental diferencia que hay entre una Nación ahogada por todas las presiones que la circundan a una Nación respirando en toda la plenitud de su ser y difundiendo al bien común su inmenso poder vivificante”.182 Ni la cuestión social, ni la definición de una política económica: simplemente, la libertad política es objeto de la reparación. Ahora podemos comprender por qué el positivista socialista italiano Enrico Ferri, al viajar a la Argentina, expresó que el partido radical de este país era un partido... De la Luna.

Siendo su objetivo nacional y universal a la vez, la Unión Cívica Radical representa a la Nación misma; es “la Nación convocada para restaurarse”, como dijo uno de los hombres más

181

A. A. Roig, obra cit., hace un interesantísimo análisis del pensamiento krausista de Yri1oveu, que seguirnos en líneas generales.

182 Respuesta de Yrigoyen a Pedro Molina, en Pueblo y

gobierno, cit., tomo II, pág. 111.

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cercanos a Yrigoyen, Horacio B. Oyhanarte, interpretando el pensamiento de aquél.183

Y es también Oyhanarte quien ha observado que esta identificación del partido con la Nación es la que funda la intransigencia.184 “Y bien —se pregunta Yrigoyen—; ¿podemos nosotros tronchar esta obra nacional que pertenece a la historia...? ¡Jamás!, porque ello importaría un atentado a tan sagradas tradiciones, y porque estamos convencidos de que la anormalidad e inestabilidad política de la República, son debidas a la falta de partidos orgánicos con creencias fundamentales y propósitos definidos, y por lo tanto creemos que no puede esperarse ningún bien público, si para ello ha de requerirse la destrucción del partido Radical, que es el único que tiene impreso ese carácter.”185

Si para Roque Sáenz Peña “el socialismo es un pleito que debe transarse”186, para Yrigoyen, en cambio, la reparación es una cuestión de principios que exige la intransigencia y la abstención, porque “la Nación no tiene ninguna comunidad con los gobiernos que en hora fatal le arrebataron el ejercicio de su soberanía”.187

Se trata de una suprema protesta. Porque, como lo ha observado Oyhanarte, “cuando la normalidad democrática desaparece, tenemos: arriba la usurpación, y abajo la revolución. Éste es el concepto de abstención radical: la revolución”.188

183

Horacio B. Oyhanarte, El hombre, pág. 137 (ed. VIII, Librería Mendesky, Buenos Aires, 1916)

184 H. B. Oyhanarte, obra citada

185 Manifiesto del Comité de la Provincia de Buenos Aires, rechazando el acuerdo (29.1X.1897), en Pueblo y gobierno, cit., tomo II, pág. 284.

186 En carta a Juan Bialet Massé.

187 Respuesta a la juventud uruguaya..., citada.

188 H. B. Oyhanarte, obra cit., págs. 167-68.

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Esta revolución, en el pensamiento de Yrigoyen, es la que conduce a la Patria a la realización de su destino: allí, ella se encontrará consigo misma, y sus hijos “dejarán por fin de mirarse peregrinos en su propio seno”189

El eco social: Juan Bialet Massé

Pero no solamente en política tuvo vasta repercusión la línea de pensamiento que hemos visto expuesta en Escalante. En 1846, en Mataró (Cataluña), nacía Juan Bialet Massé. Revolucionario con Castelar, colaboró en la Primera República Española, como consecuencia de ello debió emigrar a la Argentina en 1876.

Una vez aquí, revalidó su título de médico, que había recibido en España, y fue a vivir a Córdoba luego de haberse casado, en San Juan, con Zulema Laprida. Fue rector de los Colegios Nacionales de Mendoza, San Juan y La Rioja, y luego, u profesor de medicina legal en la Universidad de San Carlos (Córdoba), para lo cual se graduó de abogado en veinte meses.

Fue en Córdoba donde ejerció esta profesión, mientras maduraba y difundía la idea del dique San Roque, de cuya construcción fue luego empresario, junto con Félix Funes. Más adelante, Bialet Massé defendería con ardor a uno de sus

189

La intransigencia, la abstención y la revolución, así como el propósito reparador centrado en la* libre elección de los gobernantes, fueron también instrumentos políticos utilizados con sagacidad por un diestro caudillo. Sin embargo, aun así, sería de miopes no advertir que estas ideas tuvieron mucha influencia sobre la acción política

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proyectistas, Carlos Cassaffousth, acusado por la pasión política antijuarista.

En 1904, a pedido del ministro del Interior de Roca, Joaquín V. González, redactó un Informe sobre las clases obreras argentinas, fruto de la observación directa y la meditación personal. También a pedido de González colaboró en la redacción de la Ley Nacional del Trabajo, un código de avanzada que no llegó a sancionarse. Fue Bialet Massé el primer profesor argentino de derecho del trabajo

Escribió varias obras, aparte el ya citado Informe: Elementos de anatomía, fisiología e higiene; Administración de irrigación y comentarios a las leyes de agua, Comentarios a las prescripciones del Código Civil, Las colonias del Interior, La plantación de algodón, Proyecto de una ordenanza reglamentaria del servicio obrero y doméstico, así como numerosos artículos en periódicos y revistas.

Murió pobre, en 1907, en. Buenos Aires.

El krausismo de Bialet Massé se revela en su conmilitancia con Castelar, en sus citas de Ahrens, en haber sido maestro de Julián Barraquero —también krausista—, en su reiterada alusión al desarrollo armónico de la libertad humana como finalidad de la legislación.190 Pero Bialet Massé no fue un filósofo, sino un hombre de acción: médico, abogado, ingeniero agrónomo, sus conocimientos estuvieron siempre al servicio de los hombres concretos. Mediador en las huelgas, asesor de asociaciones obreras, consejero, la verdadera profundidad de su

190

Esta filiación filosófica de Bialet Massé no está por ahora probada más que por presunciones; pero se encuentra abierta a una futura investigación de su obra.

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filosofía implícita la encontramos en su modo de encarar y solucionar los problemas.

“Ni anarquista, ni individualista, ni socialista, en .e1 sentido corriente de estas palabras”;191 su posición —que él llama socialismo práctico o socialismo argentino— “obedece a la doctrina de la libertad humana, a la doctrina del progreso indefinido, a la doctrina de la naturaleza orgánica del hombre, a la doctrina de la moral eterna; hermanando la utilidad práctica con el ideal de la humanidad, que integra al hombre en su personalidad”.192 Bien escuchadas, estas palabras contienen en resumen todos los ternas recurrentes de W. Escalante.

Su concepción del hombre como un ser capaz de regirse por ideas morales, le hace confiar en él: para Bialet Massé, la solución del problema obrero no va a surgir de la lucha de clases —que proviene de “la ignorancia y residuo de ferocidad del hombre primitivo”—, sino de los sentimientos de humanidad,193 que harán comprender a obreros y patrones las exigencias del derecho natural.

Este derecho natural, que es ley interna e irrenunciable del hombre, se encuentra para Bialet Massé maravillosamente expresado por el Evangelio de Jesucristo, y asimismo por la encíclica Rerum no-varum, de León XIII, que el autor catalán cita en numerosas oportunidades.194 La solución del problema social es, entonces, cuestión de ciencia y justicia: ciencia para conocer

191

J. Bialet Massé, El socialismo práctico del país, pág. 5 (ed. Tipografía Las Colonias, Rosario, 1904).

192 J. Bialet Massé, obra cit., pág. 7

193 J. Bialet Massé, obra cit., págs. 10-11

194 J. Bialet Massé, obra cit., págs. 19-20, y en Estado de las

clases obreras argentinas, págs. 318 y sigs. (ed. Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1968).

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las necesidades humanas, justicia para cubrirlas.195 El mismo Bialet Mas-sé, recorriendo la República y actuando en ella, fue el primero en seguir su propio consejo.

El deber de cooperación que nos recordaba Escalante, también es norma para Bialet Massé, y, en la práctica, estimula la formación y crecimiento de las asociaciones obreras, habla de sus ventajas para los obreros y hasta para los patrones, en una época en que estaban muy mal vistas.196

A pesar de utilizar el método empírico - matemático en sus investigaciones positivas, nada más alejado del pensamiento profundo de Bialet Massé que el positivismo o el biologismo evolucionista. Para quien puso corno acápite de su Informe al Ministro: Nihil novum sub sole, la sabiduría de los principios más antiguos es obvia. La Biblia, desde el Génesis y el Éxodo, le enseñan lo fundamental,197 y también lo hace el Evangelio, interpretados ambos por la Rerum novarum de León XIII, a quien admira profundamente; las. Leyes de Indias son para Bialet Massé fuentes vivas de justicia a las que se debe retornar —toda la obra de nuestro autor así lo enseña—, y el Código Civil de Vélez Sársfield, Así como la Constitución Nacional, muestran, según Bialet Massé, a quien quiera ver, los principios inmutables. Por otra parte, el auténtico valor del obrero criollo, de las viejas técnicas y costumbres de lo tradicional y argentino, es rescatado por Bialet Massé, quien encuentra a todo ello su sentido y ubicación, y enseña a respetarlo y quererlo.198

195

J. Bialet Massé, obra cit., pág. 486 196

J. Bialet Massé, obra cit., pág. 445 197

J. Bialet Massé, El socialismo..., cit., pág. 18 198

Como lo demuestra A. A. Roig, obra cit., la valoración soli-darigto de la Constitución Nacional y el respeto por lo argentino son temas típicamente krausistas

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Es que no es la evolución lo que solucionará los problemas, sino el cambio de la actitud moral en el hombre. “Estamos —dice— pidiendo todos los días nuevas leyes, como el general de Fígaro: Si el primer cañonazo no alcanzó, tire otro; como si por ser segundo hubiera de tener mayor alcance que el primero. La segunda ley no se cumplirá más que la primera, si el beneficiado por ellas no pone en práctica su derecho.”199

El respeto de ese derecho, por fin, debe ser exigido, porque se funda en la obligación que todo hombre tiene de realizar su destino: recuérdese a Escalante. Así, dando fin a una conferencia sobre el descanso semanal, dijo Bialet Massé: “Tenéis el deber del descanso dominical sancionado por la ciencia, por las leyes divinas y humanas, ni siquiera lo podéis renunciar, es de orden público; pedid a vuestros patrones muy respetuosamente que os lo den; si no os lo dan, golpead a las puertas de la Municipalidad, para que cumpla su deber de cerrar todos los talleres y todas las puertas los domingos, castigando al patrón y al dependiente, su coautor o cómplice; y si así todavía no os lo dan, tomáoslo, porque es vuestro, y vuestro deber, tomarlo. He dicho”.200

La línea de pensamiento que acabamos de exponer, basada en un cierto krausismo y en una parte de la tradición intelectual argentina, se opuso derechamente al evolucionismo y al positivismo, y fundó el carácter absoluto de las ideas morales, afirmando a la vez su fe en la metafísica, e inscribiendo al hombre en un cosmos armonioso, cuya legislación y destino tiene a su cargo el Creador.

Del deber que el hombre tiene de realizar su propio bien y de cooperar al bien universal, surge la obligación de exigir que su

199 J. Bialet Massé, El socialismo..., cit., pág. 23

200 J. Bialet Massé, El socialismo..., cit., págs. 34-35.

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derecho de autodeterminarse sea respetado (Escalante). Ello tiene ineludibles consecuencias en el plano social —ya que el obrero tiene el deber de exigir condiciones humanas de trabajo (Bialet Massé)— y en el plano político, cuando el derecho de autodeterminarse que es inherente a una sociedad, se encuentra conculcado (Yrigoyen). Dada la naturaleza de su fundamento, la exigencia debe ser intransigente; y justifica, asimismo, según sea el caso, la abstención laboral, o huelga, y la abstención política, o revolución.

Fue la misma oligarquía, en parte, la que contribuyó a forjar una doctrina de tales alcances, con lo cual queda demostrado que sus miembros no fueron unánimemente tan positivistas ni tan reaccionarios como a veces se dice.

A esta altura de los estudios historiográficos, es difícil de ponderar la importancia real que tuvo esta corriente de pensamiento, ya que ha sido escasamente estudiada.201 Lo que sí podemos afirmar con cierta seguridad, es que a principios de este siglo ya sucumbía frente a los embates del positivismo.

Existía, en cambio, otra línea filosófica en formación: ella implicaba también una vuelta a Kant, pero muy diferente de la que acabamos de estudiar. En nuestro período, está representada por Rodolfo Rivarola, y en la década siguiente contará con un filósofo de fuste, como Alejandro Korn.

Un hombre de consulta:

Rodolfo Rivarola

201

El único estudio que conocemos es la citada obra de Arturo Andrés Eoig, aguda y recomendable

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La larga vida de Rivarola —nació en 1857, en Rosario, y murió en Buenos Aires, en 1942— fue intensamente aprovechada. Jurista, politicólogo, sociólogo, historiador, filósofo no especializado, y aficionado a la literatura; profesor universitario de historia, filosofía y derecho; fundador y director de la importante Revista de Ciencias Políticas, dejó Rivarola en casi todos los campos en que actuó, algunas obras fundamentales: Proyecto de Código Penal, Tratado de derecho penal argentino, estudios sobre partidos políticos Unitario y Federal, Del régimen federal al unitario, Ensayo de política, Enciclopedia de la Constitución Argentina, además de numerosísimos artículos sobre política, educación, universidad, ciencia y filosofía.

Fue discípulo de José Manuel Estrada, de quien guardó orientaciones definitivas, y enseñó filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras desde que ésta fuera creada, en 1896; luego, en 1904, pasó a la cátedra de ética y metafísica.

Su amplia experiencia y su criterio maduro lo hicieron consejero en las crisis políticas, aun cuando nunca ocupó cargo alguno. Su pensamiento era flexible, vasto, humano, alejado de los dogmatismos, que combatió toda su vida. Procuró comprender la realidad, compleja y variada, antes que encontrar en ella confirmación de sus propias ideas. Por esta razón, su pensamiento fue madurando poco a poco, sin pretender una coherencia extrínseca.

“Y es un hecho digno de notarse, un caso singular en nuestra vida argentina —dice Saavedra Lamas—, el de que este hombre, autor de proyectos de legislación, de códigos, de leyes orgánicas de la administración de justicia, de más de sesenta obras enjundiosas y dos mil publicaciones, no haya sido nunca en su país ni ministro, ni embajador, ni legislador, pero haya ejercido la más alta magistratura moral y actuado como una fuerza

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gobernante, cuya gravitación hemos sentido en el curso de nuestra propia vida y cuya proyección hemos alcanzado en las tareas de Gobierno, cuando hemos recurrido a la ciencia de sus libros, o cuando hemos ido tantas veces a su hogar, para buscar su autorizado consejo.”202

Como ya hemos anticipado, el pensamiento de Riva-rola fue evolucionando hasta llegar a su madurez.

Sus primeros escritos filosóficos, hasta principios de este siglo, lo revelan un decidido positivista. Manifestaba entonces no creer en el libre albedrío,203 y concebía la moralidad como a un hecho que se incorpora gradualmente al organismo individual y social, con sujeción a leyes biológicas.

“El bien en sí —afirmaba— no es sino un concepto metafísico que no responde a ninguna realidad objetiva. En cambio, la existencia de la sociedad corno un hecho superior a la voluntad, es un término de comparación, posiblemente más seguro, más claro y definido.”204 La experiencia acumulada por la humanidad ha trasformado el sentido que tenía la lucha por la vida; ahora, tomada en sentido directo, esa lucha puede ser un crimen, y los hombres tienen el sentimiento de la conservación social, que los impulsa a respetar la vida en sociedad como a algo necesario y superior a la voluntad de cada uno; el nuevo sentido de la lucha por la vida es el trabajo y la cooperación necesarios

202

Rodolfo Rivarola, Discursos pronunciados en el acto del sepelio de sus restos, pág. 9 (ed. Eudeba, Buenos Aires, 1948).

203 R. Rivarola, Exposición y crítica del Código Penal de la

República Argentina (ed. F. Lajouane, Buenos Aires, 1890). 204

R. Rivarola, “Moralidad de los medios y moralidad de los fines” en Escritos filosóficos, págs. 51 y sigs. (ed. Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1945).

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para vivir.205 Era, sin duda, el traductor del Compendio de psicología de Sergi quien estaba hablando.

Al redactar sus programas para la cátedra de ética y metafísica, su preocupación por la filosofía de Kant era cada vez mayor. En 1904, el programa comprendía las lecturas directas de Spencer y de Kant —a la vez que recomendaba la consulta de Fouillée y de Guyau206— en 1907, al presentar su programa, afirmaba que la dirección presente de la ciencia, después del auge del positivismo, estaba en el sentido de la crítica del conocimiento: en esto, según Rivarola, coincidía él con las cátedras de historia de la filosofía y de lógica. La antigua metafísica pertenecía, en cambio, a la historia de la especulación.

También en materia de ética las ideas de Riva-rola habían cambiado sutilmente. Una fórmula de conducta —afirmaba ahora— puede constituirse en una convicción, y ser una fuerza poderosa en la conducta misma. Así, sin abandonar el determinismo —sostenía—, puede concebirse la constitución de una moral partiendo de una fórmula que se imponga axiomáticamente a la razón, y que alcance a realizarse en la acción. Pero esta fórmula debe ser sometida a la verificación y a la crítica de la posibilidad de realizarse; crítica que se hará por medio de la sicología, la cual, a su vez, se encuentra comprendida por la fisiología, y ésta, por las ciencias biológicas. Porque si bien reconocía la necesidad de la ciencia del deber ser, Rivarola —apoyado en Fouillée— criticaba a Kant el haber acordado a la razón práctica una confianza que no le otorga a la razón pura: “El moralismo de Kant ha colocado la concepción moral formal fuera

205

Lugar citado 206

Escritos filosóficos, cit., págs. 23 y sigs.

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y en oposición de la realidad; esto es, fuera de la naturaleza”,207 donde debe ser repuesta.

Algunos años más tarde, en 1910, Rivarola había madurado sus ideas sobre la filosofía y la ética, y las exponía con desenvoltura en el Derecho penal argentino.208 Allí afirmaba que la filosofía es, en primer lugar, el análisis y la crítica de la inteligencia misma; "no es la explicación misma o el sistema, sino la aplicación de la inteligencia a la explicación, comenzando por la crítica de sí misma, la gran cuestión puesta por Kant". Rivarola no renegaba, entonces, del positivismo. Lo admitía; pero, advirtiendo la posibilidad de que se trasformara en un nuevo dogmatismo, preconizaba la necesidad de complementario con la filosofía crítica: “Era un Kant a la defensiva, una especie de coraza kantiana para parar los golpes del positivismo”, dice Luis J. Guerrero.

En segundo lugar, la filosofía es el lado filosófico de cada ciencia particular, puesto que somete a la crítica las explicaciones que ésta suministra. Es, así, parte inseparable de todas las ciencias; es la unidad de las ciencias; es, en realidad, la ciencia.

Por último, la filosofía es para Rivarola también una búsqueda de la finalidad de la existencia total, una representación que el hombre se hace de todo lo existente y de su propia ubicación dentro del cosmos. Esta idea de Fouillée la aplicó Rivarola en un ensayo sobre La historia ante la filosofía y la política,209 donde expresó: “La filosofía no es una cosa de la realidad exterior: es una realidad interior, espiritual, de

207

R. Rivarola, “Fragmentos del curso de ética y metafísica de 1907”, en Escritos filosóficos, cit., págs. 89 y sigs.

208 R. Rivarola, Derecho penal argentino, capítulos IV y V

(ed. Hijos de Reus, Madrid, 1910) 209

R. Rivarola, Escritos filosóficos, cit., págs. 213 y sigs.

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conciencia. Cada cual dispone, en el instante del juicio o de la acción, de un caudal de conceptos que ha logrado formar, con los cuales crea su filosofía. La filosofía es, en este sentido, una convicción y se traduce en acción”.

También en su Derecho penal argentino, Rivarola trató de la moral y de la libertad. El problema de la moral, como lo llama 'nuestro autor, consiste en encontrar la regla superior que sirva de medida a la moralidad media. El valor de esa medida, para la razón, nace de su generalidad: “por más que se proteste contra una moral absoluta, la moral no puede ser sino absoluta, en el sentido de pura, porque es el ideal de la acción, él término necesario para el juicio lógico, la medida abstracta para apreciar lo concreto”. Por ello lo convence la fórmula de Kant: obre cada uno según una máxima tal, que pueda querer que sea una ley universal.

Pero ello no quiere decir que el hombre no esté sujeto al determinismo físico. Rivarola ve “el determinismo en el fenómeno en la realidad de la existencia, y la libertad en el ideal. De aquí a considerar la libertad como una idea y, como tal, una fuerza para la acción [Fouillée], no corre mucha distancia”. Así, la libertad termina siendo, para Rivarola, uno de esos conceptos que crean convicción e impulsan a actuar, una de las ideas - fuerzas que integran su tercera acepción de la palabra filosofía, como hemos visto.

Fue precisamente en base a las ideas -fuerzas que Rivarola intentó, veinte años más tarde, una sistematización e interpretación de la historia argen-tina.210 Apoyándose en

210

“Ciclos de ideas-fuerzas en la historia argentina”, en Boletín de la Junta de Historia y Numismática Americana, 1936, vol. VIII, págs. 133 y sigs.; que es, a su vez, un ordenamiento, de las

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Fouillée, pero también en Mitre —en quien Rivarola ve un lúcido antecesor del francés—, explica que las ideas pasan del estado individual al colectivo, y, por ser motoras, activas y dinámicas, dan la explicación del período histórico en que influyen.

Así, expone nuestro autor que la historia argentina puede ser dividida en ciclos de treinta años, correspondiendo cada uno de ellos al desarrollo lógico de una idea - fuerza dirigida finalmente hacia la construcción orgánica del Estado. En el décimo o vigésimo año de cada ciclo, ocurre siempre la crisis violenta de la acción en curso.

El primer ciclo (1791-1821) es el origen, desarrollo y realización de la idea de independencia; en el segundo (1821-51) es la idea de un congreso general que dé forma constitucional al Estado la que domina: su ensayo y fracaso derivan hacia la oligarquía; el tercer ciclo (1851-80) es conducido por la finalidad de preparar y realizar la Constitución, y de integrar el Estado nacionalizando la ciudad de Buenos Aires; la idea y aspiración del gobierno representativo mediante el sufragio libre dirige el cuarto ciclo (1881-1911), y el quinto ciclo, por fin, es el de la aplicación del sufragio popular, el de la divulgación de la fe democrática, y el de la posible rectificación de ésta mediante la organización representativa de la sociedad, en sus fuerzas morales y económicas.

En esta interpretación de la historia argentina es donde mejor advertimos qué lejos se encuentra Rivarola de las tesis biologistas o positivistas. Sin embargo, en ningún momento nuestro autor abandonó el monismo y el inmanentismo. Por el contrario, fue el único de los pensadores analizados capaz de ver

ideas expuestas en la conferencia dictada en la citada Junta el 17.X.1931.

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lúcidamente que la negación de la trascendencia implicaba ineludiblemente rechazar la distinción sujeto - objeto, y la posibilidad 'de un conocimiento real. Rivarola se colocó, conscientemente, entre los monistas.211

Desde esta posición, aceptó el positivismo y sus implicancias filosóficas; pero, temiendo que se trasformara en un nuevo dogmatismo, propuso como antídoto la filosofía. Tampoco en materia ética abandonó los postulados positivistas; pero introdujo la regla superior del deber ser como un ideal, como una idea - fuerza, que también le sirvió para reinterpretar la historia.

Rivarola combatió por igual contra los positivistas y contra los herederos del racionalismo deductivista. Su posición es, en resumen, una vuelta a Kant, pero aceptando el positivismo y negando, como el mismo Kant, la metafísica, a diferencia de Escalante. Mientras que la filosofía de éste era en realidad un último rastro espiritualista y metafísico, la de Rivarola anuncia ya décadas posteriores.

Emilio Lamarca:

el fuego bajo las brasas

No sería justo ni exacto terminar este esbozo sin hacer referencia al pensamiento católico. Las grandes luminarias que lo habían prestigiado a fines del siglo xix, cuando la famosa polémica contra el laicismo de la generación del 80, habían desaparecido de la escena: Estrada había muerto en 1894; Achával Rodríguez, en 1887; Goyena, en 1892; su periódico, La Unión, cerraba en 1890, y las actividades de la Asociación Católica decaían.

211

R. Rivarola, “La introspección en psicología”, en Escritos filosóficos, cit., pág. 104,

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Sin embargo, hubo alguien que mantuvo vivo el fuego bajo las brasas: es Emilio Lamarca. Nacido en 1844 en. Chile —donde su padre era ministro argentino—, cursó sus estudios en el Colegio de San Ignacio. Estudió luego en Inglaterra, y en Alemania se graduó de ingeniero de minas.

Vuelto a Buenos Aires en 1873, se recibió aquí de abogado en su Universidad, donde luego fue nombrado profesor de economía política; y años después, en 1884, fue destituido de su cátedra, junto con Estrada, por el general Roca.

En 1908, luego de estudiar los movimientos sociales europeos y la Vo1kserein alemana, fundó la Liga Social Argentina, destinada a “sustentar la organización cristiana de la sociedad, combatir todo error y tendencia subversiva en el terreno social, e instruir al pueblo sobre los problemas y cuestiones que surgen del desarrollo moderno, a fin de cooperar en forma práctica a levantar intelectual y económicamente todas las profesiones y clases sociales”.212

La Liga llegó a tener en 1914, en todo el país, 184 centros, y un órgano de difusión muy activo: Semana Social. Lamarca fue, además, el organizador de los Congresos Católicos de 1907 y de 1919, que aunaron iniciativas y aprobaron ponencias sobre la acción católica en el plano social.

Su adhesión a la escuela del reformismo católico —basada en el pensamiento de los papas León XIII y Pío X— le costó, según cuenta monseñor Franceschi, muchos sinsabores con la clase alta, a la que pertenecía.

212

Artículo 1° de los Estatutos.

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Falleció en 1922. Desde muchos puntos de vista, constituyó el eslabón entre la generación de Estrada y aquella que en la década de los años 20 llevó adelante el estandarte católico.

Significó Lamarca también un tránsito entre un catolicismo ocupado preferentemente en el tema político, y un catolicismo que procuró llevar el Evangelio hacia lo social. Es que también los enemigos habían variado: si antes lo eran el liberalismo ateo y el laicismo tan combatido, ahora el mal estaba abajo, en el pueblo mismo: el socialismo y el anarquismo eran ya realidades y no fantasmas.

El pensamiento de Lamarca se centraliza en demostrar que el socialismo y el anarquismo son hijos del liberalismo. Los padres anticlericales del 80 recogen ahora, según Lamarca, lo que entonces sembraron: y por sus frutos los conoceréis...

En efecto, según nuestro autor, “el pueblo es sencillamente lógico, y fatalmente saca las desastrosas consecuencias de las falaces doctrinas que se le inculcan”.213 ¿Y cuáles son éstas? Pues, el “sistema de incredulidad que, en resumen, propala lo siguiente: 1° (y fundamental artículo): No hay Dios; 2° Las decantadas Tablas de la Ley, o sea el Decálogo, son una patraña ingeniada por los sacerdotes de Israel para apartar de las ollas de Egipto a un pueblo envilecido por el cautiverio y la esclavitud; 3° No hay más divinidad real, activa, imponente, que la materia eterna, eternamente evolucionando; 4° El hombre no es hechura del Creador, sino que desciende de los célebres monos

213

Emilio Lamarca. “Necesidad de la acción social”, en Las ideas sociales de Emilio Lamarca, págs. 67 y sigs. (ed. U.P.C.A., Buenos Aires, 1922)

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catarrhinos; 5° No hay, por consiguiente, tal libre albedrío. Todo se reduce a fuerza y materia”.214 Y cita:

Con meditada calma y paso a paso

cual reclamaba el caso,

llegó a tal perfección un mono viejo.

Y la vivaz materia por sí sola,

le suprimió la cola,

le ensanchó el cráneo y le afeitó el pellejo.

No tan cómica es para Lamarca la evolución... del evolucionismo: “No hay Dios, sea —exclaman los discípulos de tan insignes maestros—; pero, cuida, tampoco os queremos a vosotros como dueños y patrones... No nos hagáis traición tratando de suplir artificiosamente «la patraña de los diez mandamientos» con leyes, decretos y reglamentos dictados por vosotros. Nuestras potencias atómicas nos impelen derecho a la anarquía; dejadnos evolucionar ad libitum, como los moluscos. Hay que arrasar esas instituciones absurdas, y construir sobre sus escombros la SOCIEDAD NUEVA, donde se enseñorearán fraternalmente de la Tierra los más vigorosos, más sanos y más fuertes”.215 Así habla el socialismo anarquista.

Pero también la vertiente colectivista tiene su origen en el evolucionismo: “La cosa es simple: las hordas de pitecantropos, una vez afeitados y descolados, contrastan según Rousseau, y

214 E. Larnarca, ob. cit., págs. 82-83.

215 E. Lamarca, obra cit., págs. 84-85

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forman las tribus primitivas. estas, después de muchas reyertas y descomunales sacudimientos, y tras de seculares tanteos, constituyen el Estado, que, como ya se ha visto, no es más que una resultante de la evolución de la materia humanizada, la cual puede al antojo evolucionar en cualquier dirección, como ser: de un caos físico a un caos moral. Hoy, según los profetas del colectivismo, etcétera, Marx, Engels, Bakunine, evoluciona con decisión incontrastable hacia la gran asociación económica universal”.

Pero si “los teóricos esperan que la implantación del colectivismo traerá, sin necesidad de la violencia, la desaparición del Estado, los prácticos, empero, piensan que hay que usar la acción directa”,216 con los consiguientes resultados, que "reconocen sin vuelta un origen netamente liberal”.

Porque ésta es la raíz y el fin del análisis de Lamarca: Son los liberales, mal que les pese, quienes han muerto al coronel Falcón. “El liberalismo suele protestar contra semejantes doctrinas cuando se traducen en hechos; pero él las ha iniciado, él ha puesto en duda hasta lo más sagrado, él ha cohonestado, él ha suministrado las causas, él las ha fomentado y aplaudido, y para el pueblo éstos no son cuentos: lo precipitan a las vías de hecho.”217

Si es verdad que la religión por momentos exalta a Lamarca, desviándolo de su pulcro, medido y elegante estilo, también es cierto que es ella la que acuerda profundidad a Su pensamiento: es, en efecto, su catolicismo el que le hace estudiar el fenómeno humano y social desde el punto de vista teocéntrico, que le da a su análisis agudeza y originalidad: La negación sistemática de Dios es la fuente de la desintegración social..., y que no se queje ahora el general Roca.

216 E. Lamarca, obra cit., págs. 93-94

217 E. Lamarca, obra cit., pág. 94.

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La ambigüedad del pensamiento

y de la época

Un momento complejo es el que estudiamos. Un momento en que algunas corrientes de pensamiento morían sin saberlo, y otras iniciaban entonces su viaje: de ellas hemos recogido a Escalante y a Riva-rola. Como hemos visto, su influencia era grande, dominaban importantes cátedras, hacían sentir su prédica en lo social y en lo político, no eran simples compañías del positivismo dominante.

Si bien no es éste el único actor en la escena de principios de siglo, hay que reconocer, matizadamente, su vasta influencia.

Pero es que el contenido mismo del positivismo era ya, a fuer de crítico, ambiguo. Pugnaba desde la ciencia para abrirse paso a la filosofía, desde el evolucionismo pretendía fundar una ética, quería luchar por el ideal.

Los resultados de esta ética eran —no podía ser de otro modo— contradictorios. De algún modo así lo reflejan quienes son los más atrayentes, aunque a veces no los más fieles, pintores de la época: los narradores, los 'poetas...

La moral de la lucha por la vida es, verbigracia, la causa, si no la excusa, de los actos de Mauricio Gómez Herrera, el caudillo político provinciano que Roberto J. Payró pinta en Las divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira. Pero en él la lucha por la vida cobra su sentido más elemental, y tal vez el único verdadero, libre de las ilusiones de Ingenieros: Gómez Herrera enfría sus sentimientos para poder vencer; la vida es para él lucha. Se limita “a observar la realidad, a utilizarla”, como dice, sin importarle quiénes ni cuántos deben quedar al borde del camino para que él triunfe.

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Y para algunos, este accionar encuentra en Sí mismo su propia justificación: “Eres audaz, valiente, flexible, despreocupado, amoral. Con esto se puede llegar muy lejos, y lo que es inverosímil, hacer mucho bien al' país con el más perfecto egoísmo...”, le dice su amigo Vásquez.

Pero no todos son críticos tan benevolentes. También hay en nuestro período quienes levantan el dedo acusador contra un país que, según ellos, ha dejado al verdadero Dios para adorar el oro: hemos visto a uno de ellos, a Lamarca.

Un pensamiento ambiguo para una época ambigua. El europeísmo de la Argentina del puerto, casi parisiense, también sufre un vuelco. ¿Acaso no es Ricardo Rojas quien, aún joven, escribe La restauración nacionalista? Y así muchos otros El general Roca no precisaba preocuparse por los hijos de los inmigrantes: éstos resultaron más argentinistas que los propios nativos, y ya empezaban a hacer sus primeras armas, que pronto serían invencibles: en política, pero también en ciencia, en arte, surgían algunos apellidos que habrán sonado extraños a los hijos de las antiguas familias.

Época en que tal vez los dados estaban echados, en que todo había cambiado ya, pero era difícil percibirlo. Es nuestra impresión que una gran inseguridad, una ansiedad constante, recorría la mente de los argentinos pensantes. ¿A qué se deben, si no, los continuos y tan risueñamente comentados cambios de posición de Lugones y de Ingenieros, por ejemplo?

Momento de inseguridad, sin maestros ni conquistas definitivas, todos, absolutamente, esperaban algo que debía suceder ineluctablemente: más que saberlo, lo presentían y lo predecían. Pero el modo en que se sucedieron en la Argentina los acontecimientos posteriores no se puede explicar, a nuestro juicio,

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sin conocer las maneras de pensar que sus hombres elaboraron en los años precedentes.

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Capítulo V

LA RIQUEZA Y LA POBREZA DEL PAÍS

La Argentina y el mundo

La extrema complejidad del fenómeno económico proviene de que, en el fondo, es un fenómeno humano: no debe perderse de vista esta perspectiva, a veces olvidada. Por ello, para comprender algo de la economía argentina, aun en el corto período que nos toca, es necesario situar a los argentinos. . . ¡dentro del mundo de los hombres! Es verdad de Perogrullo; pero por un instante dejemos de lado las estadísticas, los balances de pago y el valor de la moneda, y recordemos que no puede cabalmente entenderse la formación de la Argentina, si no se la aprecia a la luz de ese largo proceso que fue la expansión de Europa sobre el resto del mundo. Esta bizarra y a la vez astuta expansión, que para nosotros comenzó con la conquista española, y continuó —luego de un período de relativa autonomía—con la hegemonía inglesa, de un carácter tan distinto de la anterior.

Sin embargo, no se tema que de aquí pasemos a una explicación simplista y casi mecánica de nuestra historia económica y social. Lo que se expande es siempre una civilización: detrás de los productos, de las inversiones y de las técnicas, están siempre los hombres. Y esa civilización es recibida de manera distinta por los diferentes hombres: no fueron lo mismo los ingleses en la India que en la China.

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o en la Argentina. Hay siempre una raíz local que no muere, que absorbe, distorsiona y deforma lo extraño, hasta crear algo nuevo: de ahí la particularidad innegable de lo argentino, también en lo económico.

Ahora bien; ya hoy día no puede caber duda —vistos los acontecimientos con la perspectiva que da el tiempo trascurrido— de que el período que la Argentina atravesó desde la mitad del siglo XIX hasta el primer cuarto del XX, debe ser estudiado a la luz de la economía europea, y preferentemente de la inglesa.

La llamada revolución industrial —fruto de la técnica, la ciencia y el capital ingleses; de la urbanización y el aumento de la población, y, sobre todo, del don que los hijos de Inglaterra tienen para sacar el mejor provecho de los elementos que les son (lados— fue el comienzo de una cada vez más rápida trasformación, que, principiando, en las Islas Británicas, está hoy por abarcar a todo el mundo, haciéndolo hablar el lenguaje de la industria.

Tuvo varias etapas. Los pioneros que en el siglo XVIII procuraban mejorar las máquinas ya existentes, introduciéndoles escasas mejoras con un aún más escaso capital, no soñaban quizá que hacia mediados del siglo xix ya se habría producido —y se seguiría produciendo— una marcha continua de la gente hacia las ciudades; peregrinación que tenía por meta casi obligada —o, por lo menos, como causa indirecta— una máquina de hilar algodón o una máquina de vapor.

La máquina de vapor, el carbón de coque, el telar mecánico, los talleres metalúrgicos: objetos simples, pero cargados del ingenio humano, que en cincuenta años cambiaron la faz de Inglaterra. El trasporte marítimo y terrestre se fue modificando, mientras que los barcos de vapor y, sobre todo, los ferrocarriles, trasformaban las estructuras comerciales e

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industriales. Inglaterra se preparaba: el león se aprestaba a pegar el salto.

Todavía no lo había hecho, sin embargo. Contra una literatura empecinada en encontrar nuestra dependencia en los mismos rumores de la Revolución de Mayo, la realidad es que hasta mediados del siglo XIX Inglaterra se mostró indiferente hacia el mundo exterior. Las excusas que dio —y que se dieron los que habían puesto sus esperanzas en el civilizador capital inglés—, hoy ya no convencen. Inglaterra necesitaba capitalizarse ella misma, hacer correr por su propio territorio las vías del ferrocarril, instalar y diversificar sus fábricas: fuera de ello y de empezar la expansión en la más cercana Europa y en los Estados Unidos, Inglaterra no hizo en ultramar más que vender sus productos, con audacia, eso sí, con convicción y, cuando era necesario, con sangre fría...

Pero en la segunda mitad del siglo XIX, todo fue cambiando. Inglaterra proclamó a los cuatro vientos el liberalismo económico, y comenzó a asociar a sí otras partes del globo. Es que ya lo había dicho —¡hacía tantos años!— ese hombre inteligente y hasta genial, pero sobre todo conocedor de las realidades terrenas, que fue David Ricardo: si Inglaterra no quería que sus rentas fueran progresivamente acaparadas por los terratenientes —que se veían beneficiados con el aumento de la población—, debía asimilar tierras fértiles.218 La materia prima y los alimentos, en suma, debían venir dé lugares en que su producción, unida al trasporte y a la comercialización, resultase todavía barata. Que ésa no fuera tarea de un día ni de dos, no asustó a los ingleses, quienes, para llevarla a cabo, tendrían los

218

David Ricardo, Principios de economía política y tributación, cap. II, “Sobre la Renta” (ed. Fondo de Cultura Económica, 1959).

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capitales, la mano de obra y, más que nada, la ciencia y la técnica necesarios.219

Poco a poco, entonces, ingenuas tierras vírgenes, como las de la Argentina, vieron venirlos ferrocarriles ingleses con algo de femenina curiosidad, que no tardó en trasformarse en atracción. Y los bastante menos ingenuos dueños de esas tierras contemplaron su ingente valorización 'con un no disimulado regocijo, por... el progreso que ello anunciaba.

Con los ferrocarriles ingleses vinieron extrañas razas de animales gordos y petisos, cuyos nombres —Shorthorn, Hereford— no podían, sino recordar su origen. Fueron ellos y sus necesidades de engorde casi ilimitadas los qué trasformaron nuestra pampa húmeda en un lugar de cultivo. Para ellos, también, los saladeros modificaron sus vetustas instalaciones, y de éstas, o de la simple voluntad de construirlos, nacieron los frigoríficos también ingleses. Finalmente, el trasporte marítimo estaba asegurado, naturalmente, por Inglaterra.220

Paralelamente, esta inversión en industrias y ferrocarriles, en agricultura y ganadería, atrajo grandes masas de inmigrantes que, desde los países europeos con problemas económicos —

219 Inglaterra no necesitaba ya invertir dentro de sus

fronteras: entre 1870 y 1900, aumentó su red de ferrocarriles en un 30 por ciento solamente, mientras que los Estados Unidos cuadruplicaban la suya, y Francia y Armania la triplicaban.

220 Entre 1860 y 1914, Inglaterra pasó de 500.000 a casi 12

millones de toneladas de capacidad en barcos de vapor, mientras que la de sus barcos de vela disminuía de 4.000.000 a 1.000.000 de toneladas. En 1914 —a pesar del progreso de Alemania y de los Estados Unidos— era dueña del 35 por ciento de los barcos de vapor de cien toneladas o más.

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Italia y España—afluyeron hacia la Argentina, especialmente desde 1890.

Pero todos estos cambios, inmensos por donde se los mire, no eran simples consecuencias de la máquina de vapor, de los telares mecánicos: fue necesaria, también, la que hoy llamamos segunda revolución industrial, que signó el período 1870-1914, comúnmente llamado en la historia económica europea el de madurez del capitalismo.

Friedlaender,221 enumera y explica los rasgos fundamentales de esta segunda revolución, que abarcó a Inglaterra, Bélgica, Alemania y Estados Unidos. El primero de ellos es, sin duda, los grandes progresos técnicos ocurridos, especialmente en la industria química y en la eléctrica. La unión entre la ciencia y la técnica, balbuciente en la primera revolución, ya daba continuos frutos: la energía eléctrica y el gas, los motores Diesel, el telégrafo y el teléfono, el automóvil, el aeroplano, los nuevos procedimientos para el hierro y el acero, el rayón y la General Electric Company.

Pero no fue esto solo. Las nuevas técnicas exigían más capitales, y se crearon, en este período, las sociedades anónimas que podían reunirlos, así como sus derivados: las bolsas de valores y de mercancías, y las cámaras de comercio.

Estas sociedades permitieron la unificación de varias empresas mediante la compra de su paquete accionario, lo cual aumentó enormemente el poderío capitalista, dando lugar a la época de los monopolios, del capitalismo financiero, de la internacionalización del capital. Se ampliaron y concentraron, también, los negocios bancarios.

221

H. E. Friedlaender y J. Oser, Historia económica de la Europa moderna, págs. 233 y sigs. (ed. F. C. E., México, 1957).

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Fue; en fin, el período de la ciencia de la administración: grandes cambios, como lo demuestra Pasdermadjian,222 no fueron sino resultados del avance en el management, en la dirección, en la distribución de tareas, en la ejecución, dentro de empresas que cada vez más se iban pareciendo a pequeñas naciones.

Fue, por último, el clásico período del liberalismo económico inglés, mientras que los países que debían apurar su paso, corno Alemania, Francia y los Estados Unidos, eran, en cambio, guiados más firmemente por la mano del Estado, que también cerraba con más cuidado sus fronteras.

Porque, es bueno recordarlo, de esta segunda revolución industrial no fue Inglaterra la dueña y señora. Si hacia el comienzo del período la hegemonía inglesa en el comercio internacional era indiscutida, Alemania y los Estados Unidos, y, en menor grado, Francia, comenzaron una rápida evolución. Alemania realizó una reforma agraria, unificó y al fin formó su país, alzó sus tasas aduaneras, recurrió al carbón y el hierro propios, y se industrializó: ya a principios del siglo xx era un poderoso rival de Inglaterra, especialmente en las exportaciones metalúrgicas. Los Estados Unidos comenzaron su proteccionismo en la década de 1860, y desde entonces hasta el final de este período avanzaron en forma incesante en población y producción agropecuaria e industrial, a tal punto que en el siglo xx se transformaron —sin dejar de ser una unidad cerrada sobre sí misma— en uno de los principales países exportadores e importadores.

La vieja Inglaterra, con sus antiguas instalaciones, vacilaba y crujía frente a los novísimos inventos: ya a fines del siglo pasado, los Estados Unidos la superaban en la producción de

222 Pasderrnadjian, La segunda rerolución industrial (ed.

Tecuos Madrid, 1960).

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acero, y a principios de éste, Alemania también la aventajaba. Seguía siendo la primera en textiles; pero no cabe duda que las técnicas de la segunda revolución, que no. la habían tenido por cuna, la olvidaban ahora en el reparto de los beneficios. Su papel se había visto también reducido en el volumen del comercio internacional, debido a la avalancha de los Estados Unidos y Alemania.

¿Hace falta más para decir que fueron éstos los años del imperialismo económico que estalló en la primera guerra mundial? Los nuevos métodos industriales, acompañados de los comerciales, fueron en busca de países nuevos. Ya hemos descrito parcialmente este fenómeno. Inglaterra estaba bien preparada para salir airosa todavía de esta prueba a que la someterían los nuevos y jóvenes colosos que buscaban ahora ávidamente, también ellos, compradores. ¿No había sido acaso ella la que había iniciado esa conquista, la que había abierto nuevos mercados, la que conocía las mejores técnicas comerciales, la que había aprendido, en fin, a tratar con los hombres más diversos, con los más variados medios para dominar sus voluntades?

Así, durante el período 1865-1914, Inglaterra invirtió en el exterior lo que probablemente represente entre el 25 y el 35 por ciento de su inversión bruta total. La mayor parte de la inversión fue directa, y se concretó en obras de infraestructura y de capital social básico, en países nuevos, como los Estados Unidos, el Canadá, Nueva Zelandia, Australia y la Argentina.223

Por ello, si la lucha interimperialista puede auscultarse también en estos países, como en la Argentina, no cabe duda que si ellos fueran analizados aisladamente del resto del mundo, sería

223

O. Sunkel y P. Paz, El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, págs. 55 y sigs. (ed. Siglo XXI, México, 1971).

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muy difícil predecir que, pocos años después, la hegemonía inglesa tambalearía hasta caer.

Ya hemos mencionado las inversiones británicas de capital en la Argentina, y nuestras exportaciones a Inglaterra. El rápido incremento de ambas, unido al de la exportación inglesa de mercaderías manufacturadas hacia la Argentina, dieron lugar a un rápido crescendo del comercio bilateral, acompañado por el crecimiento vertiginoso de las transacciones internacionales, que fue un signo de aquellos tiempos: entre 1870 y 1914, éstas se cuadruplicaron.

Sin embargo, la igualdad entre ambas naciones no era en el fondo real: ya hemos advertido cómo y por qué el vínculo entre ellas se estableció en función de las necesidades de lo que hoy llamamos el centro del mundo, por oposición a la periferia de la que formamos parte.

Como en todos los países periféricos en que este fenómeno ocurrió, las consecuencias en el nuestro fueron contradictorias. Por un lado, gracias a los masivos recursos de capital recibidos, a las nuevas técnicas y a la gran inmigración que, como lógica consecuencia, abarrotó nuestro puerto e inundó nuestros campos y calles, los ingresos se acumularon, las ciudades se embellecieron, 1,os campos se cultivaron y poblaron, vinieron masivamente productos extranjeros, algunos refinados, todos regularmente baratos; y ello enriqueció a los argentinos.

Pero no a todos: fueron especialmente los sectores exportadores —en gran parte, extranjeros—y los terratenientes, los beneficiados; y sobre todo, algunas zonas —las aptas para la ganadería y las portuarias— las que vieron acumularse la riqueza. También se realizaron ciertas trasformaciones estructurales, típicas de este modo de desarrollarse: una inarmónica y hasta absurda diagramación de las vías férreas, un sistema bancario y

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financiero no apto para integrar el país, una extraña urbanización preindustrial, una curiosa estructura ocupacional, una centralización de los recursos naturales y del ingreso.

Sin embargo, por algo hemos anticipado que estos fenómenos tuvieron en cada país repercusión y modalidad diferentes: si de una manera general puede afirmarse que ellos se dieron en todas las naciones que recibieron la revolución industrial desde fuera, en cada una de ellas el resultado fue distinto.

Para la Argentina, Félix Peña ha resumido con tino el fenómeno ocurrido con las palabras dependencia consentida. Por oposición a la dependencia impuesta por medios más o menos coercitivos, utilizados directamente por extranjeros o por una élite nativa colaboracionista, la dependencia argentina no fue sentida como tal durante los años que estudiamos. No existió una clase social contestataria del sistema, y ni siquiera una avanzada intelectual que se rebelara contra el mismo.

Ya es un lugar común —que, entendido literalmente, es inexacto— decir que los radicales no impugnaron la estructura económica que tenía el país. Tampoco lo hicieron los estudiantes y los inmigrantes, ni los socialistas, en cuanto a las relaciones con la metrópoli.

Puede sospecharse ya, y lo veremos luego con algún detalle, que el sistema, corno tal, beneficiaba a todo: no por igual, lógicamente; pero la abundancia era tal, que las migajas que caían de la mesa del festín de las exportaciones no dejaban de er sabrosas, si no siempre suficientes. Una industria naciente, una ciudad cuya construcción avanzaba a ojos vistas, obras públicas, ferrocarriles, ingenios, etcétera, empleaban mano de obra, y creaban una clase media de comerciantes, profesionales, empleados y colonos, a veces enriquecidos, que estaba

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relativamente conforme con lo que entonces todavía no se visualizaba como un sistema, sino como el único orden lógico y racional para un país como el nuestro.

La dependencia, más que consentida, no era realmente sentida; por lo menos, en sus causas. Fue años más tarde, cuando la crisis del centro del mundo envió sus negros nubarrones a la periferia, el momento en que la dependencia se sintió. Mientras tanto, en el período que nos ocupa, las crisis del capitalismo metropolitano eran sufridas, sí, por los argentinos; pero los medios- que éstos tenían para superar la afección, eran aún comparativamente grandes.224

224

En el período que nos ocupa sucedió la crisis de 1907, típica del sistema capitalista. Tuvo su centro en Alemania y en los Estados Unidos, y repercutió menos gravemente en Inglaterra y en Francia. Inglaterra vivía desde 1905 una euforia de inversiones en el exterior, que se prolongaría hasta 1911. Para evitar la excesiva salida del oro —sobre todo, en dirección a Nueva York—, aquel país elevó el tipo de descuento al 6 por ciento en 1905, y concertó un empréstito con el Banco de Francia. Luego, la crisis norteamericana de octubre de 1907, sumada a la inestabilidad política creada por el temor a una ruptura con Alemania, y la reanudación de las guerras en África del Sur, influyeron para provocar una crisis de liquidez. El tipo oficial de descuento subió al 7 por ciento; y la crisis, cuyos rastros desaparecieron hacia 1909, afectó sobre todo a las industrias algodoneras 'y navales. Tuvo alguna repercusión en la Argentina, ya que contrajo el crédito que a este país le llegaba desde Londres y Nueva York.

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Cherchez la viande...

Si la Argentina fue para Europa, y en especial para Inglaterra, proveedora de materia prima y de alimentos; para los argentinos fue una empresa de enriquecimiento a través del comercio internacional. Para que esta empresa fuese cada vez más exitosa, los productos exportados, su trasporte, comercialización y distribución, debían adaptarse progresivamente a las necesidades del país comprador. Como consecuencia de ello, no solamente fue variando la lista de las mercaderías vendidas y su orden de importancia, sino que su elaboración, conservación y forma de trasporte sufrió también mutaciones.

Así, la Argentina exportó en una época predominantemente cueros; luego, lana, animales en pie, carne congelada —más adelante, enfriada— y también cereales. Todo ello, a medida que las necesidades del comprador iban variando, y que las posibilidades tecnológicas, económicas y sociales fueron permitiendo las nuevas exportaciones. Por este motivo, si queremos encontrar un eje alrededor del cual gire el resto de la economía argentina, debemos tener en cuenta el producto exportado, y las condiciones de todo orden que permitieron hacerlo y venderlo.

En el período que estudiamos, ese eje hay que verlo en la exportación de carne congelada y enfriada a Inglaterra. Precisamente es en estos años cuando se va a originar un cambio de importancia en la economía argentina: el enfriado comienza a

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sustituir al congelado, y empieza, también, a disputarle el primer puesto en la lista de nuestras ventas al Reino Unido.225

Dos factores terminan de delimitar el fenómeno. Por un lado, las exportaciones de enfriado realizadas a Inglaterra desde los Estados Unidos disminuyen en la misma medida que las argentinas aumentan. Al final del período, nuestro país habría tomado el lugar de los Estados Unidos como vendedor de ese producto a Inglaterra, y ya veremos la relación de este fenómeno con la instalación de frigoríficos norteamericanos en la Argentina.226

Por otra parte, las ventas argentinas de vacuno congelado a Inglaterra también aumentan; pero la proporción que les corresponde sobre el total de lo que Inglaterra compra al mundo, disminuye; y en esta pérdida de posiciones se refleja el avance de Australia, Nueva Zelandia, Uruguay, Brasil y Venezuela.227

La exportación de carne ovina congelada, por último, se mantiene constante. Durante este período, precisamente, su

225

En 1904, la Argentina exportaba a Inglaterra casi 200.000 cuartos de vacuno enfriados, que representaban el 12,1 por ciento del total que este país importaba. En 1910,1a cifra había ascendido a 1.600.000 cuartos, que representaban el 85 por ciento del total.

Cf. Raúl Prebisch, Información estadística sobre el comercio de carnes, Parte 1, "El mercado británico", pág. 13 (ed. Sociedad Rural Argentina, Buenos Aires, 1922)

226 Las exportaciones de enfriado realizadas a Inglaterra por

los Estados Unidos descienden de 1.438.000 cuartos (el 87,9 por ciento del total), en 1904, a 286.850 cuartos (el 14,9 por ciento del total), en 1910. (Cf. lugar citado.)

227 Dichas ventas aumentan de 789.000 en 1914 a 1.336.00()

en 1910; pero la proporción disminuye del 83,9 al 56,5 por ciento. (Cf. obra citada, pág. 54.)

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volumen es más que triplicado por la venta al exterior de carne bovina, con la cual, sin embargo, todavía se igualaba en 1904: es que la era de la oveja ha pasado ya para la Argentina, mientras que otros países, como Australia, avanzan en ella.

Como vemos, la Argentina, dentro del mundo, se iba especializando. Ricardo Ortiz dice que es “un caso particular de la división internacional del trabajo”,228 ya que nuestro país pudo producir esta especialidad, el chilled beef para el mercado británico, porque contaba con las praderas inigualables de su zona central, y con un clima y otros factores que reducían al mínimo el costo de producción. Estaba situado, además, •a una distancia del lugar de venta que permitía el trasporte de la carne enfriada sin que ésta llegara en malas condiciones: si David. Ricardo hubiera vivido, habría visto realizado su sueño...

Los factores más importantes de la economía argentina deben ser analizados en base a estas constataciones: en primer lugar, por supuesto, la ganadería misma. El número de cabezas vacunas aumentó;229 pero no es eso lo importante, sino el hecho de que se incrementase la cantidad de animales mestizados y finos, mientras que los de raza criolla disminuían.230

De los animales finos, la gran mayoría eran Shorthom, siguiéndolos, muy de lejos, los Hereford y Polled Angus: es que

228

Ricardo M, Orti, Historia económica de la Argentina, pág. 61 (ed. Plus Ultra, Buenos Aires, 1971).

229 En 1895 había 21.700.000; en 1908 aumentaron a

29.100.000, y en 1914 se redujeron a 25.800.000 (eliminación del criollo) (Censos ganaderos).

230 En 1895, el 24 por ciento de los animales eran mestizados;

en 1908, el 55 por ciento, y en 1914, el 64 por ciento (Censos ganaderos).

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la precocidad del Shorthom combinaba admirablemente con el benigno clima y la fertilidad de las praderas argentinas.

Pero este avance de la ganadería vacuna se vio acompañado de otros fenómenos. En primer lugar, de la expansión de está hacia otras zonas del país: el sudeste de Córdoba, el sur de San Luis y el este de La Pampa se agregaban ahora a Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes en la producción bovina. El ganado mestizado estaba, sobre todo, en Buenos Aires, en Córdoba, y en el sur de Santa Fe y de Entre Ríos. En el norte de esta última provincia y en la de Corrientes quedaba, en cambio, un enorme porcentaje de criollos: ello se explica por la zona, poco apta. El mercado natural del criollo era —y siguió siendo por muchos Paños— la exportación, por medio de los saladeros de Entre Ríos y de Corrientes, hacia las regiones más pobres del mundo.231

La adaptación a las necesidades del mercado europeo, que provocó el auge del ganado bovino fino, tuvo un efecto contrario sobre el lanar, hasta entonces predilecto de los ganaderos. Entre 1895 y 1914, pero sobre todo a partir de 1908, puede percibirse que el número de cabezas desciende en todas las provincias, salvo el Neuquén y Santa Cruz: se desplaza desde Buenos Aires, Entre Ríos y La Pampa, hacia zonas menos fértiles, como Corrientes y la Patagonia. El mestizaje también cunde, especialmente hacia la raza Lincoln, ocasionalmente preferida por el mercado inglés.

231

Comparando los censos de 1895 y 1908, son las provincias de Santa Fe, Córdoba y Corrientes las que más ven aumentar sus cabezas de ganado. Pero en 1908 Buenos Aires contaba con el 92 por ciento de su ganado vacuno mestizado; Córdoba y el sur de Santa Fe, con el 70 por ciento, y Entre Ríos, con el 50 por ciento: la verdadera riqueza estaba allí, ya que si entre 1895 y 1908 el número de cabezas aumentó en un 35 por ciento, su valor lo hizo en un 90 por ciento (Censos ganaderos)

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Antes de abandonar el tema de la ganadería, debemos recordar que hacia 1908 el número de cerdos se había casi cuadruplicado con respecto a 1895, debido a que desde principios de siglo se comenzó a alimentarlo, en la zona del cereal, con maíz, alfalfa y subproductos (le la lechería; y su destino fue, desde entonces, el frigorífico.

Y tampoco podemos dejar de referirnos a la industria lechera, que también en la zona agrícola - ganadera cobró impulso a partir de principios del siglo, con la instalación (le fábricas de crema, manteca, queso y otros subproductos. Se ubicaban en la cercanía de los grandes centros de consumo. Buenos Aires y Rosario recibían sus elaboraciones; pero poco a poco también otras ciudades más lejanas fueron abastecidas, iniciándose asimismo la exportación.

En este caso, como en el de los porcinos y otros que luego veremos, es el aumento del consumo interno lo que provocó la diversificación; pero ésta también reconocía como causa indirecta la ganadería. En efecto, los tambos se incrementaron cuando los estancieros advirtieron que los terneros de vacas ordeñadas se criaban más gordos. La explotación de las razas propiamente lecheras fue posterior.232

…y las mieses

El auge del enfriado y el consiguiente refinamiento del ganado, corren paralelos con el aumento de la tierra sembrada, que marca

232

Horacio Giberti, Historia económica de la ganadería argentina (cd. Hachette, Buenos Aires).

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el período de crecimiento más intenso y acelerado de la agricultura argentina.233

Es que la evolución de ésta está íntimamente ligada a la de la ganadería, como lo demuestra el aumento en la proporción de los alfalfares, y la disminución de la siembra de cereales y lino.234

Tenembaum llama al alfalfado “el eje motor de la trasformación del desierto”, y. expresa que “el cultivo de la alfalfa en nuestro país ha surgido como consecuencia lógica del afán de los estancieros para mejorar sus ganados”.235 Las sequías y la calidad de las pasturas apremiaban al hacendado de fines del siglo XIX; pero éste rehuía dedicarse a la agricultura, actividad más riesgosa y menos rendidora y tradicional que la ganadería.

Esta situación dio lugar al hoy ya famoso consejo de Benigno del Carril, aparecido en los Anales de la Sociedad Rural Argentina de 1892: arrendar a chacareros italianos una fracción del campo por tres años, con la obligación de dejar el terreno con alfalfa al terminar el contrato.

Esta tesitura fue ampliamente adoptada, y, aparte las consecuencias sociales que más adelante veremos, trajo también consecuencias económicas. Entre ellas, no fue la menos

233

De 10.000.000 de hectáreas sembradas en 1902/04 a 20 millones 1910/11. (Extracto estadístico de la República Argeutina, correspondiente al año 1915, Buenos Aires, 1916.)

234 Entre 1904 y 1910, la alfalfa aumenta del 20 al 25 por

dento, y los cereales y el lino disminuyen del 75 al 55 por ciento. (Extracto... citado.)

235 Juan L. Tenembaum. Orientación económica de la

agricultura argentina. pág. 45 (cd. Losada, Buenos Aires, 1966).

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importante el aumento de las superficies sembradas con lino y trigo,236 que precedían o acompañaban a la siembra de alfalfa.

Ahora bien; tan necesario como señalar el vertiginoso crecimiento de las superficies cultivadas, es advertir dónde se encontraban éstas. En efecto, en estos años la zona del cereal y la alfalfa quedará ya casi definitivamente formada: Buenos Aires, el sur de Santa Fe y de Entre Ríos, el este y el sur de Córdoba, y el este de La Pampa. Coincide, además, como se ve, con la región del ganado fino.

Pero, sobre todo, es la provincia de Buenos Aires la que crece: desde fines del siglo xix hasta 1910, la expansión de su agricultura es tan rápida, que triplica su superficie cultivada y se adelanta a la antigua sembradora: Santa Fe, que sólo alcanza a duplicar la suya. Pocos años después, Córdoba también superará a esta última. El progreso —una vez más— es llevado por la ganadería a la agricultura: no parte de las zonas parceladas por los colonos del centro de Santa Fe, sino de la provincia de Buenos Aires, que desborda sobre las aptas regiones linderas que ya hemos enumerado.

Si el cultivo del trigo, del lino y del maíz se originaba en la ganadería, su saldo final era provechoso tanto para el consumo interno como para la exportación, que por estos años se incrementó enormemente, a tal punto de superar en valor a la ganadería.237

236

Entre 1904 y 1910, la superficie cultivada de alfalfa aumentó de 2.100.000 hectáreas a 4.700.000. La de lino permaneció casi estable; pero la de trigo aumentó de 4.300.000 hectáreas a casi 6.000.000. (Extracto... citado.)

237 El consumo interno de trigo, lino y maíz era del .32, el 10

y el 45 por ciento, respectivamente. Entre 1904 y 1910, las exportaciones de trigo aumentaron de 2.300 a 2.500 toneladas; las de

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Mientras tanto, las más antiguas zonas de cultivo del Interior, corno la cerealera del oeste y del noroeste, o la de los alfalfares de Mendoza, Salta y San Juan —donde se engordaban animales para Bolivia y Chile—, se ven afectados por la competencia del cultivo extensivo, cuya producción les llega ahora por el ferrocarril, y quedan rezagadas.

Pero a la vez, otra Argentina agrícola que nada tenía que ver con las exportaciones, que se veía solamente favorecida por el aumento del consumo interno, lentamente crecía. Es la de los cultivos industriales: en Río Negro, San Juan y Mendoza se cultivaba la viña. Mejoras técnicas, riego y, sobre todo, el ferrocarril, que puso a esta .zona en rápida comunicación con el resto del país, duplicaron la superficie de los cultivos; y diversificaron y refinaron la producción que; por estos años, era todavía íntegramente consumida por los argentinos.238

En el noroeste, Tucumán, Salta y Jujuy producían, desde tiempos coloniales, caña de azúcar para el mercado interno. También en este caso su incremento, en gran parte debido al ferrocarril, casi duplicó la superficie sembrada.

En el Chaco, Corrientes y Misiones, por último ínfimas superficies que, sumadas, alcanzaban a pocos miles de hectáreas, eran cultivadas con tártago, maní, algodón, tabaco y yerba mate: para ellas, todavía no había llegado el momento de surgir.

lino, de 880 a 1.000, y las de maíz, de 2.460 a 2.660 toneladas. (Extracto.,., citado.)

238 El cultivo de la vid abarcaba 30.200 hectáreas en

Mendoza, 14.100 en San Juan, 3.600 en Entre Ríos, y 2.800 en La Rioja. (Censo de 1908.)

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Tampoco era el de los cultivos industriales en general: el país pertenecía, por ahora, casi exclusivamente a la ganadería, la alfalfa y el cereal.239

La madre tierra

De la ganadería y la agricultura, cuya evolución hemos visto, la tierra es la madre nutricia. De ella alguien es, a no dudarlo, dueño, y constituye un lugar común advertir que el tipo de explotación que ya hemos descrito, favoreció en la Argentina la formación del latifundio y del minifundio.

Ricardo Ortiz realizó un análisis que corrobora esta afirmación: entre 1908 y 1914, las superficies medias por establecimiento indican que los pequeños tendían a reducirse, y los medianos permanecían estables, mientras que los de gran superficie experimentaron un incremento considerable de ésta.240

Pero a la par, el auge de la agricultura y de la ganadería —ahora algo más intensiva— provocó una rápida división de la tierra en la zona del cereal, donde grandes extensiones, en la primera decena del siglo, fueron vendidas en forma parcelada, dando lugar a un gran incremento de la cantidad de unidades de alrededor de 200 hectáreas.241

239

Entre 1904 y 1910, la superficie de los cultivos industriales aumentó de 184.000 a 228.000 hectáreas; pero su porcentaje sobre el total disminuyó del 1,8 al 1,2 por ciento. (Censos agrícolas.)

240 E. M. Ortiz, obra citada, tomo II, págs. 120-21

241 En la provincia de Buenos Aires, entre 101 y 1910, el

número, de propiedades aumentó en un 52,5 por ciento; las de 10 a 200 hectáreas aumentaron en un 60 por ciento; las de 200 a 300, en

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Como también ha demostrado Ortiz, el nivel técnico de los establecimientos era bajo, y, consecuentemente, también lo era el capital invertido en los mismos.242 Es verdad que la

el 112,50 por ciento, y las de 650a 1.250, en el 60 por ciento. En cambio, las de 5.000 a 10.000 hectáreas disminuyeron en el 28,5 por ciento, y las de más de 10.000 hectáreas disminuyeron en el 36,6 por ciento.

En la provincia de Santa Fe, en el mismo período, las propiedades de 10 a 300 hectáreas aumentaron en el 88 por ciento, y las de más de 5.000- hectáreas disminuyeron en el 27 por ciento.

En Córdoba, las de 10 a 300 hectáreas aumentaron en el 50 por ciento, y las de más de 5.000 hectáreas disminuyeron en el 25 por ciento.

En Entre Ríos, las de 25 a 50 hectáreas aumentaron en el 124 por ciento; las de 50 a 200 hectáreas, en el 35 por ciento, y las de más de 2.500 hectáreas disminuyeron en el, 80 por ciento.

En San Luis, los predios de 10 a 300 hectáreas aumentaron en el 35 por ciento, y los de más de 10.000 hectáreas disminuyeron en el 23,25 por ciento.

En la Pampa Central, las propiedades de 10 a 100 hectáreas aumentaron en el 856 por ciento; las de 100 a 200, en el 502 por ciento; las de 200 a 650, en el 327 por ciento, y las de 650 a 1.250. en el 400 por ciento. Las de una a dos leguas, en cambio, disminuyeron en el 37 por ciento; las (le dos a cuatro leguas, en el 60 por ciento, y las de más de cuatro leguas, en el 71 por ciento.

Cf. Emilio Lahitte, El crédito agrícola (Buenos Aires, 1912) y La propiedad rural (Buenos Aires, 1911).

242 El año 1910 encuentra así las cosas. Valor de la tierra, $

8.495 millones; ganados, $ 1.479 millones; instalaciones fijas, $ 630

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importación de maquinaria agrícola se incrementó año a año, y que parte de ella —trilladoras, desgranadoras, renovadoras, vagones de segadoras— indica a las claras la existencia de colonos enriquecidos; pero la gran mayoría de los arrendatarios y medieros cultivaba con elementos precarios.

Y la ganadería no precisaba, por ahora, de mucho más qué del buen clima... y de los inmigrantes arrendatarios.243 El número de éstos, en efecto, aumentaba en proporción geométrica. En la provincia de Buenos Aires, cuyas vastas praderas se abrían por primera vez al agricultor, pero también en Santa Fe, zona de antigua colonización y en el sur de Córdoba, el porcentaje de arrendatarios era grande,244 y los contratos, leoninos.245

Sin embargo, en estos años que estudiamos, los altos precios que remuneraron a la agricultura y los no excesivos de los arrendamientos —recordemos que todavía existía alguna tierra disponible para el cultivo— impidieron que los arrendatarios

millones, y máquinas —sobre todo, carros, carretas, coches y molinos—, $ 185 millones. (Cf. E. Lahitté, El crédito agrícola.)

243 Y alambrado, cuya importación se va incrementando

desde 1875, pero especialmente desde 1904 —unas 60.000 toneladas anuales— hasta 1910.

244 En 1914, la provincia de Buenos Aires registra el 56 por

ciento; la de Santa Fe, el 69 por ciento, y la de Córdoba, el 50,9 por ciento de arrendatarios

245 Más de la mitad de los contratos eran de menos de tres

años de duración. Este dato, como el anterior, ha sido extractado de Manuel Bejarano, "Inmigración y estructuras tradicionales de Buenos Aires", trabajo inserto en Los fragmentos del poder (Buenos Aires, 1989)

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elevaran su protestas ella estaría reservada para pocos años después.246

En estas condiciones, el sistema del arrendamiento era una resultante lógica: el propietario no quería vender, pero tampoco el inmigrante quería comprar, sino que prefería la ganancia grande y rápida, aunque azarosa, de una buena cosecha, que le permitiría… ¡arrendar más extensiones!247

La inversión extranjera.

Los frigoríficos

Pero el negocio del país no terminaba con la producción agropecuaria: había que exportarla, y para ello, era necesario transformarla, trasportarla y comercializarla. Consecuentemente, frigoríficos, ferrocarriles, compañías exportadoras de granos, Bancos y compañías de tierras compusieron la parte más importante de la inversión extranjera.

246

No era para menos: entre 1904 y 1910, los cien kilos de trigo pasaron de 2,96 a 3,78 pesos oto; el maíz, de 1,75 a 2,42, y el lino, de 8,30 a 7,70. (Extracto..., citado.)

247 Un buen observador como Emilio Lahitte (El crédito

agrícola y La propiedad rural, citados) estima que esta tendencia era razonable. En efecto, el riesgo es el mismo para quien arrienda una mayor o menor superficie, y también el capital invertido es casi el mismo, ya que cultiva el arrendatario con su familia, y escasa es la técnica necesaria; la ganancia, en cambio, es mucho mayor para quien arrienda grandes superficies: por ello, el 88 por ciento de la-superficie sembrada con trigo, según el censo de 1908, correspondía a explotaciones agrícolas de más de 200 hectáreas.

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Ésta creció vertiginosamente en el período que estudiamos, 248 principalmente en ferrocarriles y frigoríficos,249 siendo la mayor parte de ella, como ya era tradicional, de origen inglés.250

No solamente su común proveniencia foránea asemeja a los rubros mencionados: todos ellos tienen también una sola y marcada finalidad, exportar productos del agro. Por esta razón, no es novedad decir que su tremenda intromisión en la Argentina hizo crecer a esta Nación enormemente, pero en forma anormal: como aquel que crece para servir a necesidades ajenas.

Si era necesario o no que el capital extranjero penetrara de este modo y en esas condiciones, es eterna discusión que, en todo caso, no corresponde a la ciencia histórica resolver. En efecto, la cuestión como tal no se plantea en el período que estudiarnos: si actualmente todos creen —sin saber bien por qué— que liberación nacional es sinónimo de industria, no era ésta la opinión común en aquella época, en que el interés del país coincidía aparentemente con el de Europa. Sea lo que fuere, no olvidemos una circunstancia importante: de la tecnología, eran los europeos los dueños, no los argentinos. Y aquéllos tenían gran interés en invertir en un país cuyos capitales eran tan escasos

248

Entre 1904 y 1910, la inversión extranjera total creció en ci 45 por ciento.

249 A. Martínez y M. Lewandowsky calcularon que en 1908

los frigoríficos tenían un capital de casi 4.000.000 de libras; pero los fé-rrocarriies en el período 1904-08 pasaron de 111 a 178.000.000 (L'Argentine au XXme siécle, París, s/f.).

250 Ascendía a 1.500 millones de pesos oro, y estaba

acompañada por unos 410 millones de origen francés, 200 de procedencia alemana, y 20 estadounidenses. (Cf. obra citada.)

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como alta Ja tasa de ganancia, y donde los nativos preferían seguir su próspero negocio ganadero...

Pero vayamos a los frigoríficos. Durante la etapa que estudiamos, se produjo un hecho significativo: el ingreso de los frigoríficos norteamericanos en la Argentina, y su consecuencia: la primera etapa de la guerra de carnes contra el anterior cuasi monopolio inglés. En efecto, en 1907 el The La Plata Coid Storage Co. —que ya desde 1905 era el primer eportador de bovinos—, y en 1908, La Blanca, de Avellaneda —que ocupaba el segundo puesto.-, eran adquiridos por el capital estadounidense. Los frigoríficos norteamericanos exportaban, al finalizar nuestro período, un 60 por ciento del chilled beef —rubro en que se especializaban el La Plata y el La Blanca—, un 20 por ciento del bovino congelado, y un 80 por ciento del ovino.

Las causas de este fenómeno de avance del capital norteamericano ya las hemos bosquejado antes: el crecimiento acelerado de ese país, al que ya no retenían sus propias fronteras; la ventaja que obtenía al exportar a Inglaterra desde la Argentina, en lugar de hacerlo desde su propio territorio; la técnica superior que traía para el enfriado y, también, para el aprovechamiento de los subproductos.

Su consecuencia, ya lo hemos dicho, fue la primera guerra de carnes, que abarcó los años desde 1902 hasta 1911. Durante este período, la disputa entre los frigoríficos de capital estadounidense y los angloargentinos por el mercado, elevó notablemente los precios del ganado en Liniers, con el consiguiente alborozo de los ganaderos. Por ello, los reclamos ingleses en el sentido de que el capital norteamericano actuaba en forma monopólica y contraria a las leyes de la honestidad comercial, fueron casi totalmente desoídos.

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No del todo, sin embargo. Como recuerda Peter Smith,251 la Junta de Comercio en Inglaterra y la Review of the River Plate y el Buenos Aires Herald, en la Argentina, proponían medidas o simplemente aconsejaban a los ganaderos no confiar en ningún trust.

Era una propaganda aparentemente nacionalista, pero en realidad probritánica. En 1909, los diputados Manuel y Carlos Carlés inauguraban la misma prédica en la Cámara de Diputados: “¿Se trasladará a la Argentina el famoso trust de Chicago?”, preguntaban. Propugnaban una ley antitrust, con la cual “algunas unidades archimillonarias no habrán aumentado sus pesados caudales —decían—, pero se habrá salvado la democracia económica de la Nación” (sic).252

Finalmente, la democracia económica no se salvó: en 1911, los precios de los animales en Liniers eran tan altos debido a la competencia, y tan bajos en Srnithfield, por la afluencia de ganado, que los frigoríficos hicieron un pool y distribuyeron los envíos totales: el 41,35 por ciento para los frigoríficos norteamericanos, el 40,15 por ciento para los británicos y el 18,5 por ciento para los argentinos. Fue la paz.

Pocos años más tarde, esta paz sería mortal para los ganaderos argentinos. El progreso que había traído el frigorífico, juntamente con las pasturas y la mestización, daría entonces un paso más adelante: la división del trabajo entre criadores e invernadores, que debilitaría a la ganadería local frente al pool frigorífico.

251

Peter Smith, Carne y política en Argentina, pág. 64 (ed. Paldós, Buenos Aires, 1968).

252 Cámara de Diputados. Diario de Sesiones, año 1909, tomo

1, pág. 19.

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Pero mientras tanto, todo —o casi todo— era progreso. Para el Litoral, claro está: la ubicación de los frigoríficos dio lugar al incremento del poderío de las zonas portuarias ubicadas en un radio de 300 km. de Buenos Aires, y consolidó la riqueza de esta provincia. Es que el puerto era esencial para embarcar los productos, y para los frigoríficos era más económico situarse a su vera, esperando los animales, que ahora llegaban por ferrocarril.

El ferrocarril

He aquí otro elemento que, como ya es lugar común decirlo, contribuyó a que la Argentina se construyera en torno a Buenos Aires. Lo cual es cierto, y lo es, especialmente, en el período que estudiarnos. En efecto, el enorme auge que cobraron en estos años la agricultura y la ganadería en la zona del cereal, hizo que en ella se concentrase la construcción de ramales ferroviarios.253

Estos ramales tuvieron dos propósitos. El primero fue, naturalmente, abarcar en extensión e intensidad la zona cerealera. En ella, el agricultor no tenía medios para llevar lejos su grano: la antigua carretera era antieconómica ya, y no se adaptaba a las necesidades de la época, sirviendo sólo para trasportar la cosecha

253

Piénsese que antes de 1900 los ferrocarriles habían llegado ya a zonas no cerealeras, pero donde un atractivo económico de otro tipo impulsaba la inversión: así, los trenes llegaron a Neuquén, Mendoza, San Juan, Tucumán, Santa Fe y Corrientes, donde en algunos casos dieron vigor a los cultivos industriales. Pero en este período, prácticamente toda la inversión se hizo en ramales dentro de la zona del cereal, que pasaron del 21 por ciento de la red en 1900, al 40 por ciento en 1914

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hasta la estación de ferrocarril. El ganado, por su parte, pesado y gordo, no podía ahora ser arreado por leguas y leguas, como antes se hacía, sin 'que ello perjudicara gravemente los preciados kilos del animal.

El ramal era, entonces, necesario. Pero un segundo propósito lo hizo imprescindible: el que llevaba cada compañía ferroviaria, que pretendía impedir que sus colegas avanzaran, creando al efecto un área de su influencia mediante la construcción de ramales, muchas veces absurdos y antieconómicos.

Antieconómicos para el país, no para las compañías, que obtenían siempre la tasa de ganancia que el Estado les aseguraba —un 7 por ciento, más o menos—, y que, según se ha argumentado, se elevaba en los hechos a una suma muy superior, debido a los capitales abultados de las compañías. Además, el Estado no supervisaba la veracidad de las inversiones, y está probado que el servicio que las empresas suministraban, distaba de ser el correcto y eficiente.

La excesiva ramificación de las vías ferroviarias ocurrió, sobre todo, corno hemos anticipado, en la zona del cereal y del ganado fino. El Ferrocarril Sud, por ejemplo, aumentó durante el período sus ramales en tal forma, que al finalizar el mismo, éstos ocupaban casi la mitad de la longitud total de sus vías.254 Y casi lo mismo sucedió, aunque en menor proporción, con el Ferrocarril

254

Adviértase que al comenzar nuestro período, este ferrocarril ya tenía construidas sus líneas desde Buenos Aires hasta Bahía Blanca, vía Maipú, Témperley, Olavarría y Cañuelas, con su prolongación hasta Neuquén y sus diversos ramales. (Los datos corresponden a los Boletines publicados por el Ministerio de Obras Públicas, Dirección General de Ferrocarriles.)

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Oeste: son sus ramales los que avanzaron, casi exclusivamente; hasta sobrepasar en longitud al tercio del recorrido total.

El Buenos Aires y Rosario, que llegaba desde aquella ciudad hasta la de Tucumán, se fusionó en 1907 con el Central Argentino —que recorría el trayecto desde Buenos Aires hasta Córdoba—, y no construyó nada de importancia, excepto el ramal de Pilar a Villa j María (Córdoba) y la prolongación de la línea de Rosario a Cruz —haciéndola llegar hasta Córdoba—: ambas obras fueron terminadas en 1911.

En diciembre de 1910 se inauguró la línea que desde Rosario hasta Puerto Belgrano construyó la compañía ferroviaria del mismo nombre.

El Buenos Aires al Pacífico, entre tanto, extendió sus ramales por San Luis, La Pampa y Buenos Aires. Éstos crecieron en tal forma, que excedieron en mucho la longitud de la línea principal. En estos años, además, este ferrocarril se integró definitivamente con ramales del gobierno, del Bahía Blanca, del Sud y del Gran Oeste Argentino.

Frente a los ferrocarriles mencionados, de capital privado, distinta fue la suerte de los de propiedad pública. El Central Norte, del Estado nacional, extendió apenas unos pocos kilómetros su línea, hasta alcanzar La Quiaca, y construyó sólo unos cientos de kilómetros de ramales. El Argentino del Norte, también de la Nación, hizo llegar un ramal hasta Tinogasta desde Cebollar, y en 1909 compró el Córdoba y Noroeste.

El Provincia de Santa Fe, de capital francés, que cubría Santa Fe y Barranqueras -Rosario, no construyó más que unos kilómetros del desvío hasta Barranqueras y unos pocos ramales. La Compañía General en la provincia de Buenos Aires comenzó

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—pero no finalizó hasta 1911— la línea Buenos Aires - Rosario y un ramal hasta Ludueña: unos 900 km. en total.

Un párrafo aparte merece el Central Córdoba que cubría Córdoba - Tucumán, y que construyó la línea Córdoba - Capital Federal, de suma importancia, a la par que compró, en 1907, el Ferrocarril Noroeste Argentino.

El Noreste Argentino —que se fusionó con el Argentino del Este en 1907— y el Entre Ríos no construyeron prácticamente nada, salvo, este último, el tramo final de la línea Zárate - Concordia.

En resumen, entre 1904 y 1910 los ferrocarriles aumentaron la longitud de sus líneas en un 50 por ciento, y este aumento fue, prácticamente casi en su totalidad, de ramales. La carga trasportada también aumentó, en volumen, un 50 por ciento; pero su valor, obsérvese bien, se incrementó en un, ciento por ciento: es claro que en la distribución de las cargas y de los valores entre los ferrocarriles se advierte la importancia de la actividad agropecuaria, y el privilegio que significaba recorrer la zona agrícola - ganadera.255

Además de las señaladas, hay dos características de la red ferroviaria que se acentúan en estos años, y que ya habremos advertido. Una es que las líneas estatales son aquellas que se encuentran fuera de la zona del cereal y de cualquier otro

255

La carga más importante la constituyen los cereales, los combustibles y mercaderías varias; pero los sigue el ganado, que aumenta mucho en estos años. El Ferrocarril Sud trasportaba el 20 por ciento de la carga total, y el 22 por ciento del valor total; el Central Argentino, el 24 y ci 26 por ciento, respectivamente; el Central Córdoba, en cambio, un 5 por ciento de la carga, y sólo el 3,5 por ciento del valor total. (Cf. Boletines citados.)

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incentivo económico. Naturalmente, son deficitarias, mientras que las que están en manos privadas —extranjeras y casi siempre inglesas— son las que más ganancia otorgan a sus propietarios.256

Otra característica es la formación de bloques ferroviarios mediante la fusión de empresas, circunstancia que puede advertirse ya en este período, y que continuará en adelante. El Ferrocarril Sud, el Buenos Aires y Rosario —unido al Central Argentino—, el Oeste y el Pacífico forman los bloques más importantes, junto con el de la Mesopotamia. Cada uno de ellos tenía su zona de influencia.

Los ferrocarriles y su especial diseño, en fin, fueron causa y a la vez efecto de la estructura general de la Nación toda, que tendió a desembocar por el puerto de Buenos Aires los productos exportables.257

256

Según los cálculos del Ministerio de Obras Públicas —efectuados sobre la base de los capitales declarados (léase abultados)—, el Central del Norte daba 0,20 por ciento de pérdida, aproximadamente, mientras que el Ferrocarril Sud, el Oeste de Buenos Aires, el Centre¡ Argentino y el Buenos Aires al Pacífico, daban el 5 por ciento anual de ganancia. Las líneas o ramales inicialmente construidas por la Nación o por alguna provincia en zonas rentables, eran trasferidos, luego, al capital privado.

257 El ferrocarril también favoreció en su momento a los

puertos de Rosario (el capital francés) y de Bahía Blanca (la llegada de los rieles del Ferrocarril Sud); pero en estos años que estudiamos se evoluciona hacia la concentración de todas las vías en Buenos Aires, donde, por otra parte, estaban los frigoríficos, como lo hemos visto; y cuando en 1911 la Compañía General de Ferrocarriles en la provincia de Buenos Aires terminó la línea Buenos Aires - Rosario, la importancia de este puerto disminuyó más aún. En los años que estudiamos, por el puerto de Buenos Aires pasaron el 80 por ciento de las Importaciones, y el 44 por ciento de las exportaciones, y por el

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Además, si tenemos presente que, como ha sido probado, el sistema de tarifas de los ferrocarriles favoreció la remisión de materia prima del Interior a Buenos Aires 'y de manufactura en el sentido inverso —lo cual conspiró contra la industrialización del país mediterráneo—, completaremos el cuadro de la influencia del ferrocarril en la formación del país actual. Pero no olvidemos, para no ser injustos, que, como ya hemos visto, zonas del Interior vieron también enormemente ampliado su mercado, y consecuentemente su producción y su riqueza, gracias al ferrocarril.

En estos años, precisamente, se produjo uno de aquellos acontecimientos significativos de la influencia que sobre la política argentina tenían los capitales ferroviarios. Presentado un proyecto de ley el 5 de agosto de 1907 por el ingeniero Emilio Mitre en la Cámara de Diputados, la Comisión de Obras Públicas lo despachó favorablemente en pocos días. El 11 de setiembre comenzó su tratamiento, y tras pocas sesiones de discusión fue aprobado con ligeras modificaciones. Pasado a Senadores, se lo sancionó en una sola sesión, tras breve debate.

Sin embargo, se dictaba una ley capital.

de Rosario, el 11 y el 20 por ciento, respectivamente. (Extracto…, citado.) Sin embargo, paad6jicamente, fue también en estos años cuando se construyeron ramales e instalaciones portuarias en San Nicolás, Rosario, Santa Fe, Concepción del Uruguay y Bahía Blanca, en perjuicio de desembarcaderos que pululaban sobre el Paraná, y a los cuales los agricultores hacían llegar el cereal en grandes carrqs propios o de empresas de trasporte, sistema mucho más lento y caro que el ferrocarril. Todos los puertos nombrados eran explotados por las compañías de. ferrocarriles extranjeras o ligadas a ellas, salvo el de Santa Fe, administrado por la provincia.

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Los artículos octavo y noveno fueron aprobados por Diputados sin discusión alguna: eran los esenciales. Ellos disponían la exención de derechos de aduana de los materiales y artículos de construcción que los ferrocarriles introdujeran en el país, y liberaba a éstos de todo otro impuesto nacional, provincial o municipal. A cambio de ello, los ferrocarriles debían pagar una contribución única del tres por ciento de su producto líquido. Esta franquicia regía hasta el 19 de enero de 1947. El artículo 99 permitía a los ferrocarriles obtener una ganancia de hasta el 6,8 por ciento del capital reconocido.

El artículo 19 de la ley fue objeto, en cambio, de una intensa discusión, en que lo peor de la política criolla, que diría Juan B. Justo, se mostró en plenitud. Una brillante exposición del diputado Pera probó que la aludida disposición —que permitía a las empresas existentes acogerse a las facilidades ya señaladas— era el verdadero objeto de la ley: otorgar a éstas un beneficio mayor aún que ci que nunca pidieran.

So pretexto de atraer capitales y de uniformar desperdigadas concesiones, se concedía una ganancia no esperada a las viejas y grandes compañías, cuyas franquicias estaban ya venciendo. Así lo demostró Pera; sin embargo, el proyecto se aprobó, pese a que ni Manuel Carlés, ni Emilio Mitre, con toda su sagacidad, pudieron demostrar que aquél se equivocaba. Baste una palabra: Ricardo Ortiz258 bis ha calculado que los Ferrocarriles, a partir de 1908, pagaron unos 3.000.000 de pesos por año y dejaron de pagar... 15.000.000.

Peor aún, si cabe, fue el decreto reglamentario de esta ley, que Figueroa Alcorta firmó el 30 de abril de 1908. Tal como lo ha

258

bis

R. M. Ortiz, El ferrocarril en la economía argentina, pág. 287 (ed. Raigal, Buenos Aires, 1958).

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observado Ricardo Ortiz259 y, antes que él, el ingeniero Seguí, el artículo 2° del decreto incluye en el sistema de propiedad-de cada empresa bienes de compañías subsidiarias, muelles, etcétera, que ni lejanamente era necesario ni legal incluir..., pero la explicación está en que todos los insumos destinados a dicho sistema estaban libres de derechos de aduana, según el artículo 12 del decreto. Además, el artículo 7° del mismo incluía entre los gastos deducibles a fin de obtener el 3 por ciento correspondiente a la contribución, ¡ese mismo 3 por ciento!

Esta contribución estaba, según la ley, destinada a la construcción o mantenimiento de los caminos y puentes cruzados por el ferrocarril, y en primer término aquellos que conducían hacia las estaciones. Ya era una necesidad de los agricultores y, en general, de la evolución del país, la construcción de caminos. A partir de principios de siglo se advertía esta carencia, y la creación del Ministerio de Obras Públicas y de la Dirección General de Vías de Comunicación y Arquitectura, el aumento del presupuesto destinado anualmente a este fin y la incorporación progresiva del automotor, fueron, junto con los cultivos industriales y la industria en general, el petróleo y los frigoríficos norteamericanos, el signo de un nuevo país, de aquel que la vieja Inglaterra ya no controlaría.

Ahora bien; la ley 5.315 —que es aquella de la que hemos estado hablando— fomentaba los caminos... hacia las estaciones. No era suficiente. El 31 de octubre de 1907, el Presidente creaba la Comisión Administradora del Fondo de Caminos, compuesta de un presidente y cuatro vocales, que tendría a su cargo el que había sido creado por la recordada ley 5.315. Los cuatro vocales designados eran los gerentes de los -Ferrocarriles Sud, Oeste,

259 R. M. Ortiz, obra citada

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Central Argentino y Pacífico, “a quienes se les pedirá—decía el decreto— quieran prestar ese servicio a la Nación”.

Lo prestaron. El resultado fue, por supuesto, lamentable. Unos 1.500 km. anuales de caminos reparados o construidos anualmente, no pudieron paliar la angustiosa situación de los agricultores, que en gran número poblaban zonas a veces muy divididas, y que, en la forma precaria que ya hemos descrito, llegaban con sus productos, cuando podían, a la estación. Y cuando las lluvias o el estado de los caminos se lo impedía, la escasez de trigo o de maíz era la consecuencia. Con la consiguiente pérdida para el país y para el agricultor.

Los Bancos y las compañías

exportadoras de granos

El agricultor: he ahí un hombre tan alabado como descuidado por la política nacional. Los políticos no se cansaban de engrandecer los progresos de la agricultura, que enriquecía al país. Sin embargo, no hay duda de que era la ganadería el objeto de sus más cariñosos cuidados. Ya hemos visto este fenómeno en algunos de sus aspectos. Veámoslo también con relación a otra verdadera inversión extranjera: las compañías exportadoras de granos. Pero para entender a éstas, observemos, en primer lugar, el sistema bancario argentino.

En 1904, el Banco de la Nación —creado como mixto en 1891, y que había fracasado hasta entonces en su gestión— fue trasformado en estatal. El propósito era impulsar la actividad agropecuaria "fomentando el trabajo del individuo aplicado a la tierra", como explicó el Ministro de Hacienda en ese entonces.

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Para incrementar su actividad, se amplió su capital en 1907y 1908, y fueron abiertas numerosas sucursales en el Interior: unas 40 entre, 1904 y 1910. Sin embargo, el país arrastró al Banco antes que éste modificara al país. En efecto, entre 1905 y 1913, sólo el 8,5 por ciento de los préstamos fueron acordados para la agricultura; más del 60 por ciento, en cambio, estuvieron destinados a impulsar los rubros tradicionales: la ganadería y el comercio.

Los demás Bancos, casi todos ubicados en la city,260 dedicaron sus actividades, como era lógico, a impulsar el comercio de exportación, y —cuando eran extranjeros— las operaciones de los inmigrantes de su nacionalidad y la remesa de sus fondos al exterior.

El agricultor, privado de caminos y de a1niae-namientos adecuados, se vio también huérfano de crédito. Tampoco el terraniente estaba dispuesto a colaborar con el colono. Pero éste necesitaba imperiosamente el crédito que le era negado: para vivir; para comprar la semilla, los utensilios de labranza y las bolsas; para pagar los sueldos a los peones que cosechaban. Para todo ello precisaba alguien que le prestase hasta la próxima cosecha.

El dueño del almacén de campaña le suministraba lo necesario, a precios altos, con la esperanza de cobrar con la cosecha, si ésta era buena. Pero cuando, a principios de siglo, el mercado exterior se abrió y la producción agrícola se expandió, esto ya era insuficiente.

260

Es significativa la relación capital depósitos - préstamos entre el Banco de la Nación, otros Bancos nacionales y los Bancos extranjeros. Promedio aritmético para el año 1910: 113 - 365- 325, 198 - 592- 593 y 38 - 294 - 260, lo que demuestra el pequeño capital de estos últimos en relación con la masa de dinero que movilizaron

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Fue en ese momento cuando, con mano inteligente, pero firme, intervinieron las grandes compañías exportadoras: Bunge y Born, Dreyfus, Weil Brothers y Huni y Wormser daban crédito al agricultor, a trávés de una red de acopiadores, agentes de las compañías. Eran lo que hoy llamaríamos sociedades multinacionales, que actuaban desde antes de 1890 en la Argentina, pero que a partir de 1900 se afirmaron.261

El sistema funcionó; la expansión cerealera tuvo, sin duda, como condición necesaria, la acción de los cuatro grandes, corno se llamaba a estas compañías. Pero no puede desconocerse que el hecho de dominar con el crédito el mercado interno y —gracias a sus vinculaciones internacionales— tener un ojo puesto en las oscilaciones del mercado mundial, permitió a esas compañías erigirse en una organización oligopólica de compra que usufructuó de la dependencia económica y la ignorancia de los agricultores, para sacarles provecho. Y aun cuando en 1908 el Ministerio de Agricultura ordenó la colocación de una pizarra con

261 E. Lahitte distingue cinco clases de agricultores: 1°)

terratenientes acaudalados, a quienes no falta el crédito; 2°) propietarios de 50 a 300 hectáreas, que invierten en mejoras o en arrendar o comprar más tierras: ellos también obtienen créditos; 3°) arrendatarios arraigados, en la localidad, a quienes les falta crédito para progresar más rápido, y por tal circunstancia se ven forzados a comprar caro, y a vender barato y rápido; 4°) arrendatarios inestables, que son los jugadores de la lotería agrícola, junto con los comerciantes y terratenientes que apuestan con ellos: no tienen crédito, y son sin mal notablemente provechoso que se acabará junto con la tierra nueva; 5°) los arrendatarios de empresas de colonización, que tani-pocó obtienen crédito de los empresarios, pues éstos practican el sub- arriendo al solo efecto de valorizar su tierra. El cuadro que. pre—senta Lahitte es realista y suficientemente matizado. (k, ed. cit.)

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los precios internacionales del cereal en las estaciones de ferrocarril, ello no significó en la práctica gran mejora para los agricultores.

James Scobie, en páginas casi únicas de la historia argentina,262 nos describe la larga batalla que sostuvieron contra los cuatro grandes otros perjudicados por ellos: los comerciantes en granos del mercado interno, que ya existían antes del boom de la exportación, especialmente en Rosario y, también, en Buenos Aires. Lucharon contra el monopolio que tendía a expulsarlos y que —decían— deprimía el mercado. Finalmente, en 1908 lograron el mercado a término que ansiaban; pero ello no perjudicó la influencia de los cuatro grandes.

Las industrias

Si, como hemos expresado al comenzar este Capítulo, la estructura económica argentina era de dependencia consentida, y si ella se basaba en el trueque de agro por industria, entonces era lógico que la industria argentina no prosperase. No precisamos volver sobre lo ya dicho: la división internacional del trabajo del tiempo que estudiamos no asignaba a la Argentina, evidentemente, él rol de país industrial. Tanto el capital extranjero como los terratenientes —ya lo hemos visto— ponían su interés en el negocio de la explotación agropecuaria, y a él brindaban las técnicas, los capitales y la mano de obra.263

262

James Scobie, Revolución en las pampas (ed. Solar-Hachette, Buenos Aires, 1968).

263 Durante los años 1904-10, la inversión en industria

aumentó en el 50 por ciento, mientras que la inversión en trasportes, comercio, finanzas, servicios y viviendas creció en el 350 por ciento, y la inversión total, en el 300 por ciento

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El Estado, por su parte, cuyo control detentaba en gran medida la aludida élite agroexportadora, no tuvo tampoco por estos años una política que favoreciese el crecimiento industrial. Solamente un 6 por ciento, aproximadamente, de los créditos otorgados por el Banco de la Nación Argentina durante el período, en efecto, fueron recibidos por la industria;264 y a pesar de las restricciones impuestas en 1890, los aranceles aduaneros favorecían enormemente la importación de manufacturas.

Además, estos aranceles adolecían de otros vicios: los guiaba un criterio eminentemente fiscalista y no de promoción; el valor real de los productos importados era a veces 20 y 30 por ciento superior al del avalúo, y se gravaba en ocasiones con más intensidad a la materia prima que al producto elaborado. Los librecambistas aseguraban que ci proteccionismo perjudicaría a las clases pobres, ya que los artículos más gravados serían los de baja calidad, que ellas consumían, pero que eran los únicos que la industria argentina podía fabricar: sin embargo, en la importante discusión que se desarrolló en la Cámara de Diputados a partir de agosto de 1905, la Comisión de Presupuesto llegó a la conclusión contraria.

A tal punto era baja la tasa para algunos productos importados, que ésta había descendido muchas veces, a medida que la industria local crecía.265 Pero es que la conciencia del país

264

Además, en la Argentina no hubo un Banco que se dedicara a impulsar la industria, salvo en alguna medida el de Ernesto Tornquist.

265 Luego de la ley 4.033, de 1905, las importaciones libres

de gravamen pasaron del 20 al 30 por ciento, y el gravamen medio bajó del 35 al 30 por ciento del valor del producto. Tengamos en cuenta, además, la exención de derechos de aduana para el material de los frigoríficos, ferrocarriles y obras de todo tipo, que el Congreso otorgó continuamente en estos años.

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—si es que así puede hablarse— era librecambista: en 1911, una encuesta reveló que el 72 por ciento 'de los interrogados lo era; pero los miembros del Partido Socialista se inclinaban por el librecambio en un 94 por ciento.266

El resultado era el previsible, y las importaciones crecieron año a año.267 La mayor parte eran artículos de consumo, especialmente textiles y confecciones. Entre los combustibles, el carbón guardaba preeminencia, debido al gasto que de él hacían los ferrocarriles. También aumentó la importación de hierro y acero, para obras públicas, y la maquinaria agrícola, industrial y de trasporte, pero en una proporción muy inferior a la de los bienes de consumo.268

Otros inconvenientes, esta vez de tipo humano, tuvo que sufrir todavía la industria argentina: los inmigrantes traían pautas de consumo que eran —como ellos mismos y como la industria que podía satisfacerlas— importadas. Pero, a su vez, eran inmigrantes enriquecidos la mayoría de los industriales argentinos de aquella época: carecían, por tanto, de la cohesión, prestigio y poder necesarios para imponer un política industrial.269

266

Con el argumento de Juan B. Justo de que el proteccionismo perjudicaba a la clase obrera.

267 Pasaron de 250 millones de dólares en 1904 a 360

millones en 1910. Sólo disminuyeron en 1906 y en 1907. por la crisis. (Extracto..., citado.)

268 Las importaciones de mercaderías de consumo

improductivo pasaron del 44 al 49 por ciento entre 1904 y 1910, y las de consumo reproductivo ascendieron del 45 al 51 por ciento en el mismo período. (Extracto…, citado.) de la cohesión, prestigio y poder necesarios para imponer una política industrial

269 En 1910, aproximadamente el 83 por ciento de los

propietarios de industrias en Buenos Aires eran extranjeros;

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…Y, sin embargo, la industria crece por estos años en la Argentina. Uno no puede menos que recordar a aquel Pago Chico de nuestro Roberto J. Payró: todo empezó con el inevitable taller de reparar las carretas, luego se fabricaron éstas allí, luego vino la hojalatería, y así adelante, en forma lenta, pero ininterrumpida: ¡a tal punto la industria es un fenómeno humano!

Es evidente, en el período, un aumento en el número de los establecimientos industriales, pero sobre todo un crecimiento en su tamaño, en su capacidad para emplear mano de obra y en la energía motriz qué utilizan.270

Predominan, en todos los rubros, las industrias alimenticias: recuérdese que entre ellas están los frigoríficos, los molinos de harina, los ingenios azucareros y los establecimientos vitivinícolas.271 Las fábricas textiles, en cambio, han progresado

principalmente, italianos y españoles. (Censo de la ciudad de Buenos Aires, 1910.)

270 Comparando los dos censos que mejor abarcan nuestro

período —los de 1895 y 1908—, observamos que los establecimientos pasan de 22.000 a 32.000; el número de trabajadores empleados, de 180.000 a 330.000; el capital invertido, de 470 a 720.000.000 de posos; el uso de energía eléctrica, de 55.000 a 230.000 HP, y el valor agregado bruto aumentó en el 70 por ciento. Por capital invertido, las industrias más importantes son los ingenios, bodegas, usinas, molinos, frigoríficos, obrajes, aserraderos y minas de cobre, en este orden. Por insumo de HP, el orden es: usinas, ingenios, molinos, frigoríficos, aserraderos, bodegas, papel, extracto de quebracho y curtidurías. Por número-- de empleados: bodegas, ingenios, panaderías, sastrerías, hornos de ladrillos y obrajes

271 Reúnen el 27 por ciento de los establecimientos, el 41 por

ciento del personal, el 42 por ciento del capital, y el 36 por ciento de la fuerza motriz. Es significativo, por ejemplo, que entre 1895 y 1910 ci número de molinos se redujera de 659 a 330, mientras que la producción y el capital invertido aumentaban

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poco; no resisten la competencia de lo importado. La industria mecánica crece, porque los ferrocarriles, los frigoríficos y las obras públicas han fecundado el terreno para que abundaran y prosperaran los talleres metalúrgicos y las pequeñas fábricas.272

La distribución de las industrias por regiones no ofrece sorpresas: la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires son dueñas de las dos terceras partes de los establecimientos y de más de la mitad del capital, materia prima, personal y energía eléctrica totales invertidos en la industria del país. Siguen en importancia Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y Mendoza. Es en aquéllos y estos lugares donde se encuentran los molinos, los frigoríficos, las imprentas, las usinas eléctricas y de gas, los talleres mecánicos: todo lo que forma el grueso de la industria de ese tiempo.273

Piénsese que en 1910, en la ciudad de Buenos Aires existen, por ejemplo, dos fábricas de ascensores eléctricos, 39 de cocinas, 27 de productos químicos…274 Es que la industria

272

La industria mecánica ocupa el 14 por ciento de los establecimientos, el 6 por ciento del personal, el 5 por ciento del capital, y el 4 por ciento de los HP totales. Fábricas chicas se consideran las de cinco obreros por establecimiento

273 En la Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y

Entre Ríos, por ejemplo, se concentra casi todo el capital y los HP referentes a la industria molinera. Los numerosos molinos de Mendoza San Juan, Jujuy, Catamarca y Neuquén eran primitivos, y también lo eran sus dueños, en el 93 por ciento; principalmente, italianos y españoles. Del total de casas de comercio, sólo el 38 por ciento comerciaba con artículos argentinos; el 8 por ciento lo hacía exclusivamente con artículos extranjeros, y el resto, con mercaderías de procedencia nacional y foránea. (Censo de 1910.)

274 A pesar de ello, en 1910 Buenos Aires era una ciudad

eminentemente comercial. Si en su industria había 324 millones de

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argentina se concentra allí donde se concentra la población: es la necesidad que tienen el proletariado y la clase baja de artículos baratos —aunque sean de mala calidad—la que fomenta el desarrollo industrial.

Pero sobre todo el crecimiento de la industria está íntimamente unida, como ya lo hemos apuntado, al país agropecuario: son los frigoríficos, los ferrocarriles, los inmigrantes, los obreros especializados, los técnicos, el puerto, los Bancos, el capital; en suma, la agricultura y la ganadería, las causas lejanas, pero eficaces, de la industrialización: por ello, también, la industria se concentra en el Litoral, y especialmente en Buenos Aires.

Así fue como el ministro Manuel de Iriondo, al inaugurar la Exposición Industrial del Centenario, dio fiel expresión al pensamiento de la clase dirigente cuando expresó que la Argentina era “principalmente un país agrícola-ganadero; pero es indudable también que, sin perder esas características fundamentales, puede y debe ser un Estado industrial”.

La moneda y las finanzas

Que la Argentina era un país agrícola-ganadero se manifestaba, por último, en su moneda y en sus finanzas.

Por estos años, la moneda argentina se regía por la Ley de Conversión dictada en 1899, que establecía que la Nación rescataría el papel moneda por una tasa fija de oro, a la vez que

pesos invertidos y 93.000 personas trabajando, en su comercio había 725 millones de pesos de capital (igualaba casi al total invertido en el país en industrias) y 108.000 empleados. Casi el 70 por ciento del personal de la industria y el comercio bonaerense era extranjero

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autorizaba a la Caja de Conversión a emitir billetes a cambio de ese metal, y a devolverlo contra la entrega de billetes, siempre a la tasa fijada. A. G. Ford275 ha demostrado que en nuestro período, en la Argentina la emisión de papel guardó casi exacta proporción con la importación neta de oro.

Pero también demostró —lo que es más importante— que el patrón oro benefició a los grupos terratenientes y exportadores, que de no haber sido por la tasa fija establecida, se hubieran visto perjudicados, en estos años del auge argentino, con una revaluación del billete del país. Ya lo había dicho el Banker's Magazine en 1899: “El gran obstáculo para sanear la moneda en Estados como la República Argentina es que las clases que se benefician, o que creen que se benefician, con una baja en el cambio, tienen mucho mayor influencia que las clases que se ven perjudicadas por ella. Las primeras incluyen a todos los productores y exportadores de materias primas, que convierten en oro sus exportaciones en los mercados extranjeros, y venden el oro en su país por pesos papel. Indirectamente son especuladores de oro, de igual manera que si especularan con él al alza en la Bolsa. No verán con buenos ojos una baja rápida de la prima del oro, y cuando ésta amenaza con desaparecer por completo, se alarman”.276 Fruto de esta alarma fue la Ley de Conversión, la cual, por otra parte, perjudicó a las clases bajas, impidiendo que el costo de la vida se viese reducido.

También las finanzas públicas beneficiaban al grupo agroexportador. Los recursos eran obtenidos por el Estado de los impuestos a la importación e internos, que gravaban al consumo; no se cobraban, en cambio, impuestos a las exportaciones, que

275

A. G. Ford, El patrón oro, pág. 167 (ed. Emecé, Buenos Aires, 1966).

276 Citado por A. G. Ford, obra cit., pág. 165

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hubieran afectado a los dueños de este negocio. La distribución del gasto público también favorecía al mismo sector, ya que era éste el privilegiado por las obras públicas, la inversión de los préstamos y la defensa nacional, cuyo pago lo constituía primordialmente.277

Las finanzas privadas, por último, seguían en la época el ritmo del sector externo: cuanto más oro, más circulante y, consiguientemente, más transacciones comerciales. Por ello, este período 1904/10 fue de auge.

En efecto, las operaciones de importación y exportación, centralizadas en un corto número de países —y concertadas principalmente con el Reino Unido—, ascendieron año a año: su saldo fue siempre favorable a la Argentina, a pesar de que las importaciones crecieron enormemente.278 Y en los pocos años en

277

En nuestro período, los gastos públicos estaban integrados por ejecución de obras públicas, 35 por ciento; pago de la deuda pública, del 25 al 15 por ciento; defensa nacional, del 12 al 19 por ciento; pensiones y jubilaciones, dos por ciento; gastos, 1,5 por ciento, y sueldos, 20 por ciento. Es de notar que las finanzas fueron en este periodo, como en casi todos los de la historia argentina, deficitarias. Las rentas se incrementaron de 90 a 133 millones de pesos oro entre 1905 y 1910; pero los gastos lo hicieron de 159 a 322 millones de pesos oro. La Nación gastaba el 70 por ciento de la erogación total; la Capital Federal y las provincias, el 20 por ciento, y las comunas, el 10 por ciento. (Dirección Nacional de Estadística, Los gastos públicos.)

278 Durante 1904 - 10, las exportaciones argentinas se

dirigieron a Gran Bretaña (del 14 por ciento, en 1904, al 21 por ciento, en 1910); a Bélgica (del 6,7 por ciento al 9 por ciento); a Alemania (el 11 por ciento), y a Francia, Italia, los Estados Unidos y el Brasil. Las importaciones provenían de Inglaterra en el 33 por

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que las exportaciones flaquearon, la afluencia de capitales extranjeros salvó la coyuntura.279

ciento, en 1904 y en el 17 por ciento, en 1910; lo restante provenía de Francia, Italia, Holanda y los Estados Unidos. El comercio exterior argentino aumentó todos los años, desde 527 millones de pesos oro, en 1905, hasta 724.000.000, en 1910 (de 99,8 pesos oro a 110 pesos oro, par cópita). Las importaciones crecieron en un 75 por ciento; de 205 millones de pesos oro, en 1905, a 351 millones, en 1910. (Extracto..., citado.) 279

Sin embargo, el saldo favorable de la balanza comercial hizo que los pagos por dividendos, regalías, etcétera, del capital extranjero, pudieran ser realizados sin crear problemas en la balanza de pagos.

Haremos un breve análisis de la coyuntura económica argentina, año por año, durante el período 1905 - 10. El período se inicia con una brillante exportación de granos y pecuarias, que asciende desde 264 millones de pesos oro, en 1904, hasta 323 millones de pesos oro, en 1905. El balance comercial este último año, entonces, es enormemente favorable a la Argen9r, gracias al aumento de las áreas sembradas de trigo y de maíz —no así todavía la de lino—, y a la regular cosecha de trigo, que compensó la magra de maíz, y permitió —merced también al aumento del precio internacional de estos productos— la valiosa exportación ya citada. A la venta al exterior de productos agrícolas se sumó el incremento de la exportación de bovinos congelados. También, por último, el capital extranjero ayudé al año 1905: de ello dan cuenta los 61 millones de pesos oro —cantidad que triplicaba casi la máxima del siglo— de emisiones para la Argentina en la Bolsa de Valores de Londres. Y todo este auge se reflejó en aumento del circulante y de las transacciones comerciales, así como en el incremento de los gastos públicos.

En los años 1906 y 1907, el saldo de la balanza comercial fue francamente negativo, ya que si bien las superficies sembradas con

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trigo y maíz aumentaron, las cosechas de trigo en 1906 y de maíz en 1907 fueron —especialmente, ésta última— muy malas, quedando además en 1907 un importante saldo de trigo sin vender al exterior. Por estos motivos, a los que debe agregarse que las exportaciones de carne se mantuvieron constantes con relación a 1905, estos años de 1906 y 1907 no pudieron resistir el embate de las importaciones» que aumentaron un 20 por ciento con relación a 1905. Durante estos años, sin embargo, la balanza de pagos permaneció favorable a la Argentina, gracias a la inversión extranjera, que mantuvo y hasta superó el nivel de 1905 (de por sí excelente), por lo que aumentó el nivel del circulante y de las transacciones internas (así como los gastos públicos, en 1906).

Pero ya en 1907 y a principios de 1908 la restricción del crédito que la crisis había provocado en Londres y en Nueva York tuvo sus efectos en la Argentina, originando una circunstancial recesión que tuvo por resultado casi duplicar el número de empresas quebradas en esos dos años con relación a 1906.

Sin embargo, 1908 fue un año feliz, gracias a la extraordinaria cosecha de trigo, vendida a muy buen precio; a la buena cosecha —escasamente colocada, pero a buen precio— de maíz, y al aumento en el 25 por ciento del área sembrada, de la producción y de la exportación de lino, así como a- la muy importante venta al exterior de carne bovina congelada y enfriada, y a la ligera disminución en la importación de bienes de inversión. Todo ello hizo que 1908 junto con 1909 fuesen los años de balance comercial más favorable de la década. En 1909, en efecto, una elevada exportación pecuaria y una suba de los precios agrícolas se unieron a una muy importante inversión extranjera de capital —sólo superada en la decena por el año 1910—, para dar un año próspero: el gasto público aumentó enormemente en 1909, y también en 1910. Es que 1910 también fue un año brillante, debido a la alta inversión extranjera, que pudo equilibrar un acelerado aumento de las

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Para festejar el centenario de su Independencia, el país no podía ser más próspero.

Sin embargo, no era un país tranquilo. Y la explicación de esta circunstancia nos obliga a profundizar en la estructura social de la Argentina de principios de siglo y en sus conflictos.

importaciones —el tope argentino en lo que iba del siglo—; y ello a pesar de la mala cosecha de trigo y de lino, así como de la muy escasa colocación de las de trigo y maíz en el exterior, con precios que ya habían comenzado a bajar. Ayudé, además, una buena exportación pecuaria.

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Capítulo VI

LOS PROTAGONISTAS ANÓNIMOS

En todos los órdenes —y no sólo en el político— la clase alta preparaba en estos años, sin quererlo, su propia caída. El auge de la ganadería y de la agricultura había traído inmigrantes, que serían en su mayoría agricultores o trabajadores de las ciudades; algunos, pequeños propietarios. Otros —los menos, por cierto; pero aun así, su número será significativo— se enriquecerían, convirtiéndose en nuevos industriales, comerciantes o terratenientes. La oligarquía, que hacía pocos años recibiera a estos extranjeros como a una bendición, no acertaba todavía a ver como una amenaza a las clases media y baja que ellos habían contribuido poderosamente a formar; pero hoy sabemos que en aquella época el poder de esas clases se estaba consolidando.

Y no solamente fue la inmigración la causa (le la creciente importancia de los sectores que surgían. Muchos otros factores: el auge de los servicios, la alfabetización, el desarrollo —pese a todo— de la industria, los ferrocarriles, contribuyeron también al ascenso numérico, pero asimismo económico, de esos nuevos grupos.

La inmigración, la modernización del país y las nuevas clases sociales cuya aparición alientan: no es esto sólo, sin embargo, lo que el principio del siglo puede mostrar al observador atento. La Argentina toda, los nuevos sectores incluidos, buscaban una salida a la crisis política; pero a la vez y en forma paralela esta época muestra la organización deliberada o inconsciente de nuevos grupos de presión, cuya acción no se encaminará hacia la política, ni se detendrá ante sus reglas de juego. Los obreros, los

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estudiantes, los militares, irán por estos años cobrando conciencia de la homogeneidad de sus propios intereses, y de la posibilidad de actuar directamente sobre el cuerpo social.

Cuando, años más tarde, la metrópoli industrial deje a la oligarquía argentina librada a sus propias fuerzas, habrá sonado para los nuevos sectores la hora del avance decisivo; mientras tanto, nuestro período es el del lento crecimiento del poder de los advenedizos, de su silenciosa toma de posiciones.

Los signos de un cambio

Para empezar por los datos más elementales, digamos que si entre los Censos de 1895 y 1914 la población registró el colosal aumento de casi el ciento por ciento —de 4 a 8 millones de habitantes—, gran parte de dicho incremento correspondió a los seis años que estudiarnos.280

También en este período se advierte una mayor concentración de la población en la Capital Federal —sobre todo—, y también en algunas provincias ricas. En efecto, la ciudad de Buenos Aires, que contaba 663.000 habitantes en 1895, sumaba 1.575.000 en 1914; las provincias de Santa Fe, Buenos Aires, Entre Ríos, Córdoba y Mendoza aumentaron a más del doble su población, mientras que Corrientes, San Luis, Santiago del Estero, Tucumán y Jujuy registraron un aumento menor, que en otras provincias —las de San Juan, La Rioja, Catamarca y Salta— fue casi nulo.

Y no es ninguna novedad decir que el proceso económico, desarrollado en favor de la zona agrícola-ganadera, provocó una

280

La población estimada aumentó de 5.100.000 a 6.586.000 habitantes, entre 1904 y 1910. (Extracto..., citado.)

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distribución de la inmigración y de las migraciones internas que tuvo por resultado el actual país macrocéfalo.

Otra curiosidad que ha dejado de serlo es la magnitud de la población urbana, para un país cuya vida dependía del campo. Y es precisamente por estos años cuando la población de las ciudades comenzó a superar en número a la rural, que si en 1.895 constituía todavía el 58 por ciento del total, en 1914 se había reducido al 42 por ciento. La urbanización fue tan acentuada en el período intercensal, que prácticamente el 70 por ciento del aumento total correspondió al urbano en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, San Luis, Tucumán, Mendoza, San Juan, La Rioja y Salta.281 O sea que la urbanización se extendió a todo el país; no fue un fenómeno exclusivo del Litoral: luego veremos sus causas.

Otro fenómeno global fue la enorme disminución de la población empleada en las tareas rurales, en favor de la que trabajaba en la industria o en los servicios. Lo cual condice con el aumento de la población urbana.282 Y también con el de las clases medias: si incluimos en este sector a los pequeños y medianos productores agropecuarios e industriales, empleados y pequeños comerciantes, éstas ascendían en 1914 al 41,8 por ciento de la población total.283 Todo este proceso se dio de la mano, por

281

En otras provincias, el 50 por ciento del aumento total correspondió al sector urbano. En Catamarca, la población rural disminuyó en términos absolutos. (Censo de 1914.)

282 De la población económicamente activa en 1895, el 38,9

por ciento encontraba su trabajo en la rama primaria; el 30,4 por ciento, en la secundaria, y el 32,7 por ciento, en la terciaria. En 1914, en cambio, el porcentaje de la rama primaria había descendido a 28; el de la secundaria había ascendido al 35,5 por ciento, y el de la terciaría, al 36,5 por ciento

283 R. M. Ortiz, obra cit., tomo 11, pág. 205.

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último, con un incremento de los índices de cultura. En 1895, un 54 por ciento de la población era analfabeta;284 en 1914, en cambio, solamente un 35 por ciento lo era.

Gran aumento de la población, concentración en la zona litoral, urbanización, crecimiento de los sectores medios y elevación del nivel cultural: son índices de suma importancia para atender al proceso argentino de los años que estudiamos. Estos indicadores son llamados de modernidad por los sociólogos, y en las sociedades industriales han acompañado, precisamente, al crecimiento del sector manufacturero.

Obviamente, la causa no fue la misma en la Argentina, donde la industria era aún incipiente. Fue la especial inserción de este país dentro del espacio político- económico mundial lo que determinó su modernización.

En efecto, hemos visto ya la anexión consentida que por estos años la Argentina sufrió a los países industriales —y, en especial, a Inglaterra—, y cómo esta anexión creó fuentes de trabajo y dio riquezas a vastos sectores del país.

Esta riqueza era efímera: dependía del volumen de las exportaciones y de su precio internacional, de la necesidad que de ellas tuvieran los compradores y de sus posibilidades para adquirirlas, así como de tantos otros factores que no dependían de los argentinos. Efímera, sí, pero no por ello menos real: se abrían frigoríficos y talleres para los ferrocarriles, se subdividían y arrendaban cientos de miles de hectáreas de campo fértil y se expandían los cultivos, se creaban y mejoraban industrias, se gastaban enormes sumas en obras públicas... Todo ello era

284

Es claro que oscilaba entre dos extremos: 28 por ciento en la Capital Federal, y 85 por ciento en Santiago del Estero.

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necesario hacer, y se hacía, en este país próspero y con poca autocrítica.

Esta riqueza modernizó a la Argentina. La mucha gente que a ella llegó o que en ella nació, no encontró trabajo suficiente en el campo, y tuvo que volcarse —o quedarse de entrada, no más— en la ciudad de Buenos Aires o en otras donde los trasportes, los frigoríficos, las obras públicas o tantos pequeños talleres o industrias los reclamaban. La gran mayoría de los recién llegados y muchos de los nativos permanecieron en el Litoral o emigraron hacia él, donde estaban las fuentes de trabajo y el próspero suelo. Los trasportes, los puertos, el comercio, la industria, el arrendamiento y la medie-ría alentaron, por fin, la formación de una fuerte clase media, fundamentalmente asentada en el desarrollo de la rama terciaria.

Es útil advertir, por último, que la aparente similitud entre la modernización de los países del centro y de algunos —como el nuestro— de la periferia, no debe ocultar la radical diferencia entre ambos procesos: su confusión puede hacer equivocar en muchos casos el pronóstico, incluso en el campo político.

Los inmigrantes

y la migración interna

Ya lo hemos dicho: las posibilidades de exportar alimentos y materias primas trajeron puertos, ferrocarriles, bancos y demás. Trajeron también lo que es fundamental para entender al argentino de hoy: inmigrantes, que vinieron a cubrir las

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ocupaciones que la expansión lograda por el comercio exterior ge-neraría. 284 bis 285

Más de una vez se lo ha dicho con ironía, otras con tristeza o despecho: no eran los que Alberdi había soñado. No eran, en efecto, los rubios, altos, ojicelestes europeos nórdicos, democráticos, industriosos y trabajadores, quienes —desde la última clase de un atiborrado buque— veían acercarse los muelles del puerto de Buenos Aires. Es que para la época en que la gran inmigración afluyó hacia la Argentina, Inglaterra no tenía ya casi necesidad de enviar sus hijos allende el mar. Eran los habitantes de los países del sur de Europa, los más pobres, quienes venían, y su falta de especialización laboral coincidía con los requerimientos masivos de nuestro país. Fueron, como es sabido, fundamentalmente italianos y españoles los que llegaron. Constituían las cuatro quintas partes del total de los inmigrantes, y el resto estaba integrado por las más variadas nacionalidades.

Durante el período 1905-10 vinieron tantos extranjeros como el país nunca había visto ni vería llegar juntos: 1.700.000... Pero en los mismos años, 725.000 se volvieron. Es que con el siglo y con el sistema de arrendamiento que ya hemos estudiado, había comenzado también la era del inmigrante golondrina: el extranjero que llegaba al país —con el viaje de ida pago por la Nación— colaboraba en la cosecha, percibía altos salarios y ahorraba lo que podía —viviendo malamente—, para volver a su país con los fondos guardados, a vivir con los suyos.

La enorme riqueza de los años que estudiamos se demuestra, sin embargo, con el subido porcentaje de radicación de inmigrantes que pueden exhibir, que es de los más altos desde

285 284 bis Como lo ha demostrado A.G. Ford en la obra citada, existe una estrecha relación entre las curvas de nuestro comercio exterior, las inversiones de capital inglés y la inmigración.

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1891 y hasta la década de 1920.286 Es que si el sistema era algo tentador para ci inmigrante golondrina, no cabe duda de que éste hubiera preferido quedarse y traer su familia, si el país que las compañías de migración instaladas en Europa describían en tan dorados términos, lo hubiera acogido más benignamente.

Pero el hecho era que el extranjero que en su país natal se dedicaba a la agricultura —o que, con propósitos de sacar ventaja, mentía a la Oficina de Inmigración en tal sentido—, no encontraba un lugar en el campo, como colono propietario. El precio de la tierra era tan alto, como pobres los recursos del inmigrante. Y las compañías de colonización, que habían suministrado tierra barata a los extranjeros, sobre todo en la zona central de Santa Fe y también algo en Entre Ríos, hasta 1870, ya casi no existían: las que ahora llevaban tal nombre, no hacían sino especular con la valorización de la tierra mediante su subdivisión y arrendamiento.

Falto de dinero, de tierra y de crédito, el inmigrante no podía hacer otra cosa que arrendar..., siguiendo así él también, sin haberlo leído, el consejo de don Benigno del Carril. Arrendaba la extensión más grande que podía —Emilio Lahitte ya nos ha explicado por qué—, y tentaba a la fortuna y al clima en busca de una buena cosecha, a la vez que acudía al almacén de ramos generales o al acopiador en busca de crédito.

Su situación era tan inestable corno su pobre rancho, del cual fotografías de la época nos dan la más lamentable impresión: es que el contrato, o la precariedad misma de la situación, le prohibían construir algo más sólido. Era, fundamentalmente, que todo lo que tenía lo invertía en la lotería del cereal.

286

En 1905, el 70 por ciento; en 1906, el 70 por ciento; en 1907 (crisis), el 50 por ciento; en 1908, 1909 y 1910, el 60 por ciento.

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Inestable era 'la situación del colono, si le iba bien: o porque el dueño de la tierra quería dedicarla a la ganadería, o simplemente por conveniencia, debía emigrar hacia el sur de Córdoba o de. Buenos Aires, donde el campo era, todavía, algo más barato. Inestable también, si le iba mal: no cabía entonces más remedio que partir. Si se enriquecía, podía llegar a ser propietario de tierras —así sucedió en el sur de Córdoba y en el norte 'i el sur de Santa Fe—; si se empobrecía aún más, emigraría seguramente hacia la ciudad.287

La ciudad: en ella quedaron siete de cada diez extranjeros. Empleados de comercio, obreros industriales, albañiles y peones de la construcción, daban a las ciudades del Litoral, pero muy especialmente a Buenos Aires, ese sabor cosmopolita tan peculiar.288 Los pocos extranjeros que se radicaban en el Interior —especialmente, en Mendoza—, eran ocupados en los talleres textiles o de confección, o, mucho más modestamente, en el servicio doméstico. Pero aquí los nativos eran amplia mayoría.

Algunos tenían suerte, o eran sagaces, o tenían más conocimientos. Y por esto o por lo otro, ponían un pequeño taller

287

Sobre la radical inestabilidad del colono. Nada mejor que el informe del Director del Departamento Nacional del Trabajo elevado al Ministerio del Interior el 24 de diciembre de 1912. Citado por Gastón Gori, en El pan nuestro, pág. 80 (ed. Galatea, Nueva Visión, Buenos Aires, 1958).

288 Piénsese que en 1910, uno de cada tres habitantes de

Buenos Aires era extranjero, y 8 de cada 10 dependientes de la industria o del comercio. Aproximadamente la misma proporción de extranjeros tenían Santa Fe, La Pampa y Mendoza; el 20 por ciento, Córdoba; algo menos. Entre Ríos y Corriente: el 13,5 por ciento, San Juan, y las restntes provincias, menos del 5 por ciento cada una.

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o comercio y... hasta llegaban a señores. La gran mayoría de los dueños de locales de negocios y de industrias, eran extranjeros por estos tiempos.

En la escala social y económica, el inmigrante era una pieza móvil: o ascendía, o descendía, o se iba del país. Pero su función originaria: cosechador, albañil, otros la cumplirían, porque la renovación era incesante. En este aspecto, el extranjero era un continuo agredido, tanto por la avalancha de los nuevos inmigrantes, como por la ininterrumpida migración interna dentro del país.

Es que la población argentina, tradicionalmente móvil desde el período hispánico, no aquietó por estos años de desarrollo económico su vocación transeúnte. Por el contrario, “de año en año esa corriente de peonada forma una especie de cauce económico geográfico por el cual transita. Santa Fe y Entre Ríos se proporcionan mutuamente esa fuerza de trabajo, alternándose según la terminación de tareas en una u otra provincia; tráfico similar al establecido en los rumbos agrícolas de Buenos Aires, Córdoba y La Pampa. Esa inmensa población ambulante que superaba en número al de provincias enteras, estuvo compuesta por los más heterogéneos elementos, según su nacionalidad y costumbres. Incluía a menores de hasta trece años de edad...”289

Un extraordinario observador como Juan Bialet Massé290 atribuía a la instrucción militar el mérito de advertir a los criollos

289

G. Gori, obra citada, pág. 99. Gran parte de la población de las provincias más pobres, además, se trasladaban definitivamente hacia las más ricas: entre el 30 y el 20 por cienh de los catamar-queños, puntanos, riojanos, chaqueños, neuquinos, sanjuaninos y pampeanos vivían fuera de su propia provincia.

290 Sobre la personalidad y obra de Juan Bialet Massé, véanse

las páginas 266 y siguientes de este libro. Sergio Bagá, en Evolución

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sobre la existencia de zonas donde la mano de obra era tan escasa como bien paga: “El correntino que ha ido al campamento de San Lorenzo, ha vuelto a su provincia para atraer a Santa Fe millares de brazos... El campamento de Fortín Tostado ha enseñado a muchos santiagueños cómo se puede ganar la vida, y los riojanos y catamarqueños han aprendido el camino de las colonias del sur de Córdoba y el norte de Santa Fe, de donde han pasado a la estiba en los puertos y otras muchas ocupaciones en el Litoral”. Y agregaba que esta migración interna perjudicaba, como es natural, las posibilidades de los inmigrantes.

Los nuevos grupos de presión

Otra de las características que antes hemos seña-lacio como importante en este período, es el de la progresiva toma de conciencia de sus intereses específicos por parte de los miembros de determinados grupos de la comunidad, lo cual los invitó a estructurarse con mayor solidez y a actuar en común

No hace falta decir más para recordar inmediatamente al combativo sector obrero. Si de sus intensas y hasta sangrientas

histórica de la estratificación social en la Argentina (ed. Esquemas, Caracas, 1969), expresa que el informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República, de Bialet Massé, que citamos como edición cordobesa de 1968, es "el análisis más vasto y coherente sobre las condiciones sociales del trabajo en una etapa histórica, que se ha escrito en la Argentina y probablemente en todos los demás países latinoamericanos hasta nuestros días Más aún: es la primera investigación hecha sobre el terreno respecto de la estructura social argentina y, hasta hoy, la más importante" (pág. 49).

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luchas nos ocupamos en otro lugar de esta misma obra,291 no podemos dejar de observar aquí, en cambio, el doble movimiento que recorre a la clase trabajadora: por un lado, el combate; por el otro, el reconocimiento de la ineludible necesidad de la unificación y de la organización, no en torno de ideologías, sino de los propios intereses obreros. Y relacionado con este último aspecto, asistimos al nacimiento del sindicalismo, como una vertiente nueva y de gran futuro.292

En agosto de 1905, el Tercer Congreso de la Unión General de Trabajadores tendía un puente entre socialistas y anarquistas, al proponer a la Federación Obrera de la República Argentina un pacto de “solidaridad entre todos los obreros”, que sería un “medio eficaz e indiscutible” para alcanzar “una mayor educación económica y política de las masas obreras”. Aprobó, además, una moción según la cual la huelga general “puede ser, en determinadas circunstancias de lugar y tiempo, un medio eficaz para exteriorizar la protesta de la clase trabajadora”, pero que no la reconocía como el arma más importante.

291

Capítulo Primero. Entre tanto, tomemos un ejemplo de la mentalidad patronal de la época: En 1904, el señor Thompson, presidente de la Liga de Propietarios de Fábricas de Muebles, expresó a un cronista del diario La Nación lo siguiente: "Nos hemos resistido los patrones a tratar con la sociedad de resistencia de ebanistas, porque no podemos admitir entre nosotros y nuestros obreros la intervención de una sociedad que no tiene ningún derecho a meterse en estos asuntos" (La Nacióti Buenos Aires, 17 de marzo de 1904).

292 Sea esto dicho sin pretender minimizar la fundamental

importancia que el socialismo y el anarquismo tuvieron en la formación, crecimiento y organización del movimiento obrero.

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En este Congreso, como expresa Sebastián Marotta,293 si “predomina en el pensamiento sindicalista marcada influencia del partido de que son miembros sus militantes” —el socialista—, también “atisba y forcejea un nuevo espíritu, empeñado en dejar establecida su suprema confianza en la acción de los sindicatos para las realizaciones y conquistas de los derechos obreros”. Era el sindicalismo, entiéndase bien, que no desdeñaba la política ni las ideologías, pero que las subordinaba a los intereses de la clase trabajadora.

Es verdad que sólo días después, el Quinto Congreso de la F.O.R.A. contestó rechazando el pacto de solidaridad que la U.G.T. le había ofrecido, y embanderándose decididamente en las filas del comunismo anárquico; pero no lo es menos que este acto le valió un descenso en las adhesiones obreras y en sus mismas posibilidades de éxito, a tal punto que el Congreso siguiente, en setiembre de 1906, propuso la realización de un congreso de unificación. Como lo expresara el autor de la iniciativa, delegado de ros zapateros, “la unión completa de las fuerzas obreras, más que una aspiración, es un hecho que se, va realizando”.

El Congreso de Unificación fue apoyado por la U.G.T.. y se realizó en marzo de 1907. Su propósito fracasó, pero no sin que un brillante orador dijera en una de sus sesiones: “Se ha pretendido que las ideologías son el todo dentro del movimiento obrero. La teoría parlamentaria socialista, hermosa, muy hermosa; la idea anárquica, hermosa también. Pero no valen nada, absolutamente nada, ante la organización sindical”.

El sindicalismo, en efecto, que desde 1905 tenía su periódico —La Acción Socialista—, continuó su prédica por la unificación, y en setiembre de 1909 se reunió un nuevo Congreso

293 Sebastián Marotta, El movimiento, sindical argentino,

tomo 1, pág. 230 (ed. Lacio, Buenos Aires, 1980).

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de Unificación Sindical, al cual concurrieron lb U.G.T., con mayoría; la F.O.R.A. y gremios autónomos.

De este Congreso surgió la Confederación Obrera Regional Argentina, que “adopta como sistema de organización la forma federativa, a fin de garantizar una completa libertad y autonomía del individuo en ci sindicato y del sindicato en la respectiva federación..., como asimismo habrá la más amplia libertad de discusión ideológica”.294 Sabido es que la F.O.R.A. —a pesar de que su parte más representativa estaba en el Congreso— no adhirió a nivel 'de delegados al pacto surgido del mismo, con lo que la unidad quedó postergada.

De todos modos, ésta era ya inevitable, así como la victoria del sindicalismo. Las circunstancias que hemos detallado, entresacadas de la historia del movimiento obrero argentino de estos años, nos revelan el comienzo dé un proceso de desideologización y de afirmación de la propia entidad en forma estructurada, por parte de las organizaciones de los trabajadores.

No por ello fue en estos años la clase obrera menos combativa. Al contrario, es este período uno de aquellos en que más luchó, al punto que la crónica de sus batallas se mezcla continuamente con la historia política de la época: tal fue su influencia.295

También los inquilinos se organizaban para luchar contra la carestía de los alquileres, producida por la falta de vivienda en las ciudades en que la inmigración había caído como la langosta. En noviembre de 1906, los locatarios organizaron en Buenos

294

Artículo 4° de los Estatutos. 295

En consonancia con lo expuesto, entre las causas de las huelgas hay un claro predominio de aumento de salarios y disminución de la jornada de trabajo.

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Aires la Liga contra Alquileres e Impuestos, y en 1907 declararon la huelga con la consigna: no pagar los alquileres. El detonante había sido un incremento de los impuestos municipales, que elevó el precio de la locación, por lo que intervinieron los poderes públicos y se constituyó la Corporación de Propietarios y Arrendatarios, que respondía a los primeros.

Esta huelga, que se extendió a Rosario y a Bahía Blanca, y tuvo el apoyo de anarquistas y socialistas, interesa tanto por la solidaridad con que fue realizada como por el poco éxito que obtuvieron los anarquistas al procurar encabezarla con su conocida posición radical: “Ya saben que no es haciéndonos casas corno van a claudicar las ignominias y el sol de la dignidad va a despuntar para todos; sino suprimiendo de la escena social a burgueses ladrones...”

Mientras tanto, otra comunidad, tanto más ruidosa cuanto joven, iba haciendo sus primeras armas: la de los estudiantes universitarios. Y junto con la lucha encontramos, una vez más, la organización: los Centros de Estudiantes comenzaron a formarse, desde principios de siglo, en las Facultades de Medicina, Ingeniería y Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Es precisamente en esta última Facultad, en 1903, donde se produjo el primer gran conflicto, que duró aproximadamente un año, durante el cual los estudiantes hicieron tambalear la aparentemente inconmovible casa de estudios. Es que todos estaban contestes en que su estructura —gobernada por la anquilosada Academia— era oligárquica y debía ser reformada, así como en que el nivel científico y docente era bajo. Ello unificó a los estudiantes, que apoyaron decididamente a los dirigentes huelguistas, quienes tuvieron hasta el aliento de elementos gubernamentales.

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Las mismas motivaciones tuvo, en lo esencial, la huelga estudiantil que en 1905 estalló en la Facultad de Medicina.

De todos estos movimientos, de alguna manera el estudiantado resultó victorioso: en reformas que preanunciaban la Reforma, Uballes, nuevo rector en 1906, cambió los estatutos de la Universidad, para ponerla en manos de los profesores y quitarla de las de las Academias.

Estas andanzas estudiantiles estaban, por supuesto, profundamente relacionadas con el contexto socioeconómico general del país. Véase, si no, lo que escribía por ese entonces un lúcido miembro de la clase alta: “Hoy, por la inmigración, los elementos heterogéneos no todos tienen y reciben la misma cultura en el hogar, el mismo desarrollo intelectual y moral”. Concluía, por tanto, en que había que poner alguna valla a la “invasión de algunos que- luego invadirían la sociedad como profesionales...”296

Curiosamente, eran parecidas las preocupaciones de los militares. Veamos, por ejemplo, lo que le ocurrió al coronel Carlos Smith en las maniobras de 1909:

“Largas y fatigosas marchas tuvieron que realizar las tropas, hechas aún más penosas por las lluvias torrenciales... Para mantener vivo el espíritu alegre del soldado, se le dio plena libertad para entonar las canciones que fueran más de su agrado. El resultado de esa libertad no pudo ser más mortificante para el alma nacional. Cadenciosas, rítmicas, con esa mezcla de armonías que tantas veces se habrá oído entonar en las trattorias de Buenos

296

Publicado por H. Pueyrredón en La Nación del 16 de marzo de 1904. Citado por Tulio Halperín Donghi, en Historia de la Universidad de Buenos Aires, pág. 118 (ed. Eudeba, Buenos Aires, 1982).

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Aires, así se alzaban las canciones extranjeras. Quien hubiera cerrado los ojos para no percibir más que los aires que se entonaban, jamás habría creído que eran soldados argentinos en marcha. En cambio, los cantos patrióticos aprendidos en el cuartel quedaban ocultos en la memoria del soldado. El remedio tuvo que aplicarse rápido y eficaz, prohibiendo esas canciones y prescribiendo en cada caso las que se debían cantar.

“Demos al extranjero todo el calor de nuestro afecto”, dice; pero pensemos también —agrega—que todos los males que el país está sufriendo: huelgas, violencia, ateísmo, antimilitarismo, “son el tributo que pagamos a nuestro cosmopolitismo apasionado e irreverente”.

Es que, como lo ha analizado Darío Cantón,297 por estos años las Fuerzas Armadas se plantearon, oscuramente todavía, la necesidad de accionar directamente sobre el cuerpo social:298 esa acción directa se iba a limitar, por ahora, a moralizar y unificar la sociedad.

Para ello, el ejército, mediante el reclutamiento masivo que imponía la ley del servicio militar obligatorio, sería, según lo pensaban sus dirigentes, una escuela de moralidad pública, de

297

Darío Cantón, "Notas sobre las Fuerzas Armadas argentinas", en Los fragmentos del poder, págs. 357 y sigs. (ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1969), de donde también hemos extraído las citas de C. Smith

298 Que el movimiento que nacía tímidamente era de acción

directa, lo comprueba también el escaso apoyo que recibió el Partido Radical en la revolución de 1905: en ella no participó ningún general; un solo coronel sobre 84; dos tenientes coroneles, sobre 267, y seis mayores, sobre 236. La participación de los restantes grados fue un poco más elevada —el 10 por ciento del total, aproximadamente—; pero también, como es natural, de menor relevancia.

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obediencia, de respeto y de orden. A la vez, sería un medio para “refundir en una sola todas las razas que representan los individuos que vienen a sentarse al hogar del pueblo argentino”: así se expresaba el Ministro de Guerra al discutirse en el Parlamento, en 1901, la citada ley militar. Y lo mismo opinaba el general Roca, cuando en su Mensaje de apertura de las sesiones del Congreso, en 1904, la calificaba como una ley “que podemos justamente llamar de civilización, y que es necesario conservar como una de aquellas que más han de contribuir a consolidar el sentimiento nacional”. Y agregaba que el ejército de la Nación era un instrumento eficiente, “no solamente de seguridad nacional, sino igualmente de progreso y adelanto del país”.299

Un doble movimiento —que tendrá futuro en la Argentina— recorre, entonces, desde principios de este siglo, a diversos grupos de interés: éstos tienden a organizarse y unificarse más sólidamente, a la vez que aspiran a actuar directamente sobre la sociedad, con cierta prescindencia de las ideologías y de los poderes políticos: así lo hemos visto en el caso de los trabajadores, de los inquilinos, de los estudiantes universitarios, de los militares.

Éstos no son, sin embargo, más que ejemplos en una Argentina cuyos sectores, lenta pero inexorablemente se organizan y luchan, prescindiendo casi, por ahora, de las instituciones del Estado, pero con un ojo puesto sobre ellas para asaltarlas, cuando llegue el momento.

299

La bastardilla es nuestra

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Capítulo VII

MUCHAS ARGENTINAS

A principios de este siglo, la Argentina era ya un país vertebrado; y, sin embargo, sus regiones s mantenían entre sí tan diferentes como antaño. Es que su diversa geografía y sus variadas gentes tienen características tan profundas y peculiares, que no pudieron nunca ser uniformadas por el progreso. Y si éste llegó a todas, o a casi todas, las zonas del país, cada una de éstas respondió a su incitación de una manera propia: la individualidad permaneció.

Por ello podemos hablar de muchas Argentinas y describirlas, como a continuación lo haremos, para no perder lo más sabroso, tal vez, de la realidad del país. Sin olvidar que todas esas Argentinas formaban ya, al comenzar esta centuria, una sola Nación articulada.

La zona chaqueña

Como recuerda Federico A. Daus, en el mapa de la Argentina que en el auio 1867 trazó Martín de Moussy, mientras que en la pampa ya se señalaban algunas vías de ferrocarril, en la zona chaqueña figuraba la leyenda Territorio Indio del Norte.300

300

Federico Daus, Fisionomía regional de la República Argentina, pág. 121 (cd. Nova, Buenos Aires, 1971).

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Era, por ese entonces, una región inexplorada, impenetrable. Pero a principios de este siglo, fue Bialet Massé quien bautizó nuevamente la zona, llamándola el Far West al revés: no eran aquí —explicaba— los nativos quienes explotaban a los inmigrantes, sino los extranjeros los que expoliaban a los nacionales.

La región del Chaco occidental comienza en las últimas estribaciones de las sierras subandinas —al este de Salta, Jujuy y Tucumán—, se extiende por Santiago del Estero y por el oeste de la provincia del Chaco —donde está la parte más terrible de esta zona, el llamado desierto impenetrable—, y continúa hasta el oeste de Formosa. Zona tórrida y de poca escorrentía, de desierto arcilloso y salino, un viajero de 1910 como Jules Huret301 no veía en ella más que algunos ranchos y cabras, y mucho monte achaparrado. La economía y la sociedad eran, obviamente, de subsistencia.

No por nada a la diagonal que, cortando de noroeste a sudeste la provincia de Santiago del Estero, forman los ríos Salado y Dulce, se la llama siempre el oasis fluvial. A su vera, el mismo Huret encontró “campos magníficos, que los torrentes fertilizan al desbordar. Se cultivan la caña de azúcar, el maíz y la mandioca. El trigo también crece, y en las tierras irrigadas, los durazneros, granados e higueras prosperan”.

Esta imagen no nos demuestra, sin embargo, un gran adelanto —no se escandalice el lector— si se la compara con alguna descripción fiel de los cultivos indígenas, anteriores a la conquista, de la misma zona, la cual en épocas coloniales presentaría ya un aspecto sustancialmente idéntico al del siglo veinte: era la región más rica de la provincia, con propiedad muy

301

Jules Huret, En Argentina - De Buenos Ayres au Gran Chaco (cd. Bibliotque Charpentier, París, 1912).

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dividida y dedicada a la agricultura, que aprovechaba del curso de los ríos Y. sobre todo, de su desborde, que abonaba la tierra.

Pero el mentado Far West argentino lo encontramos, paradójicamente, en el Chaco del este: el norte de Santa Fe y el este de' las provincias del Chaco y Formosa forman esta región, potencialmente rica. Su bosque es hidromorfo, variado, de especies corpulentas, y deja abras con ricas praderas. Es, además, una zona bien regada por .abundantes ríos que desaguan en el Paraná. Todos los observadores de principios del siglo prevén un rápido enriquecimiento para esta región del Chaco; algunos, más observadores o mejor informados, incluso predicen cuál será su causa: el algodón, en primer lugar; la caña de azúcar y el petróleo.

Pero en la época, la clave económica de la zona era el obraje, que también se extendía por parte de Santiago del Estero. Es que en el Chaco oriental se encuentra la especie que ha causado tantas riquezas y tantísimas miserias: el quebracho colorado, que contiene tanino en la provincia del Chaco y en el norte de Santa Fe.

Para explotarlo ya existían a principios de siglo una pequeña cantidad de compañías; pero la dueña de la región era sin duda La Forestal, de capital inglés, aun cuando el negocio había sido descubierto e iniciado por empresarios franceses que no encontraron capital dispuesto en su país. Era ésta una sociedad dueña de cientos de miles de hectáreas, de talleres y fábricas, y hasta de pequeños pueblos, donde habitaban sus dependientes.

Refiriéndose a la explotación del quebracho colorado, decía Bialet Massé en 1904: “Hace diecisiete años que se empezó la explotación en grande escala, los pingües resultados obtenidos han ido agrandándola en progresión geométrica, dejando centenares de leguas arrasadas; porque allí no se explotan los bosques, no se deja un árbol, ni siquiera un arbusto. Los antiguos

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propietarios, vendieron los campos por precios irrisorios, se paga POCO, se estruja al obrero, y no se piensa sino en el lucro presente”.302

La capital del Far West era Vera, ciudad santafesina del norte. En el momento que estudiamos, era todavía un lugar comercial de primer orden, y había sido hasta hacía unos años “la estación terminal en uno de los centros más hermosos del bosque; pero ahora no hay corte a menos distancia de ocho kilómetros, y como la agricultura no ha venido a reemplazar la explotación, el campo va quedando desierto; apenas van formándose algunas estancias... Ni una chacra..., todo se trae de fuera, y consecuentemente la vida es muy cara”.303 Había oficios y talleres pequeños; pero todo en función del obraje.

En este Far West, la estructura social que por esos años se formó —y que persistió hasta hace muy pocos, quedando todavía sus dolorosos rastros—, estaba signada por la rapiña del quebracho colorado, principalmente, y del bosque en general. Explotar rápidamente, sin reforestar; exportar el máximo posible,304 creando una estructura eficiente para la explotación, pero tan precaria como ésta.

La carestía de la vida, el bajísimo salario y, sobre todo, la permanente succión de la eterna pro-veeduría, hacían de los hábiles obrajeros y aun de los labradores de madera —que constituían su aristocracia— un grupo de hombres sin futuro: vivían el momento, con escasez y penuria.

302

J. Bialet Massé, Informe..., cit., pág. 125. 303

J. Bialet Massé, Informe..., citado 304

Ya a principios del siglo las exportaciones cobraban importancia, siendo la mayoría las de La Forestal.

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La precariedad de su vida estaba reflejada en su habitación: una carpa era un lujo; los más clavaban cuatro estacas en tierra, y tendían unas lonas con pasto seco que hacían de colchón; ahí dormían: arriba, con tiempo seco, y abajo, si llovía. Pero era, sobre todo, la estructura misma de la explotación la que definía la circunstancia.

—Hacerse una casa de barro y paja, ¿para qué, señor? Así está bien, y además, como hay que cambiar a cada instante de lugar, sería perder tiempo —contesta un obrajero.

Indios, correntinos, paraguayos y gente de la zona vivían en estas condiciones. Protestaban contra la peste de la proveeduría; pero sería ideologizar la historia pensar que también se quejaban del obraje en sí. Un correntino de cara inteligente apuntaba:

—¡Ah, señor! El monte es la libertad; el patrón en Corrientes es. amo; la trilladora es esclavitud y ruina.

El monte era la libertad..., sobre todo, en Santiago del Estero, donde la vida era menos dura para el obrajero, que tenía allí su rancho y su china, con quien por lo general estaba casado. No es Far West —decía Bialet Massé—, es América humana.

El revés de la medalla, en cambio, lo representaba la explotación del blanco y, sobre todo, del indio, en la provincia del Chaco. “He aquí lo que puedo afirmar —decía Bialet Massé—: hay en el Chaco establecimientos poderosos y de gran producción; pero cuando uno penetra en su organización y detalles, se duda de si fuera mejor que no existieran. Ingenios, obrajes, fábricas de tanino, cultivos de maní y tártago,305 grandes

305

En el Chaco, Corrientes y Misiones, existían a principios del siglo ínfimas superficies, que, sumadas, alcanzaban a pocos miles

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naranjales y bananales, proveedurías, talleres, carrocerías, todo un pequeño mundo que se desenvuelve aparte; pero también un pequeño estado, despótico, monárquico, que se desenvuelve dentro de una república democrática. Todos los poderes reunidos en una mano para organizar una gran explotación, hasta la emisión de moneda. Allí caen todos los indios y cristianos, americanos y europeos. Se está o no se está; pero, el que queda, se somete y entra en la corriente. A los cristianos se les pagan buenos jornales nominales; pero la proveeduría se encarga de reducirlos a las proporciones que convienen.”306'

Dentro de este orden feudal, el indio era el más perjudicado, porque por su ignorancia no era capaz de defenderse más que alzándose unas pocas veces en malón, y desquitándose como podía.

Por encima de los obrajeros, labradores y carreros, haciendo de intermediarios con la patronal, se encontraban los temidos capataces y contratistas, casi siempre extranjeros, quienes en muchos casos también eran dueños de la famosa proveeduría. Su poder era grande: la policía y los notables los complacían en sus a veces brutales demandas. Eran por lo general tan odiados como temidos; pero sabían imponerse, y por eso estaban allí.

Esta estructura social y económica sui generis que acabamos de describir, perduró durante decenios en la zona del Chaco, sin que los propios argentinos supieran incluso de su existencia. Ha sido en los últimos años, debido a los graves

de hectáreas, donde se cultivaba tártago, maní, algodón, tabaco y yerba mate. Pero para estos cultivos, todavía no había sonado la hora.

306 J. Bialet Massé, Informe..., pág. 60.

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problemas que originó el desmantelamiento de las instalaciones de La Forestal, que el pasado de esta región fue estudiado.307

El Noroeste

De características totalmente opuestas es la región del Noroeste: Salta, Jujuy, Catamarca y Tucumán eran provincias de antigua decantación en el país. En ellas estaban las primeras ciudades de la época colonial; eran zonas donde los lazos sociales se entretejían desde antaño.

Ante todo, por supuesto, Tucumán. La ciudad más importante del Noroeste argentino se distinguía entonces, como ahora, por la belleza de su paisaje y de sus hijas. No había quien no quedase prendado de “esas jóvenes, e mando en grupos, con paso vivaz y decidido, elegantemente vestidas —demasiado, tal vez—, de ojos brillantes que miran ardientemente”.

Para un corto número de familias, Tucumán era una provincia rica. Algunas eran de antigua prosapia, que habían sobrevivido, adaptándose, a los períodos de crisis; otras eran de más reciente formación y enriquecimiento. Varias de estas últimas, debido a una causa u otra —en algunos casos, por su origen francés—, habían accedido a la élite.

Estas familias eran, por supuesto, las que gobernaban la provincia: cuando J. Huret la visitó, "el gobernador, que era el abogado más eminente de la ciudad, había egresado como primer alumno de la Universidad de Buenos Aires; su predecesor,

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Además de los capítulos pertinentes del informe de Bialet Massé, es de lectura recomendable La Forestal, de Gastón Gori (Buenos Aires, 1965).

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Nougués, retornó a sus plantaciones, mientras que su hermano se convertía en ministro de su sucesor”. Y así seguía la ronda.

Es que en las plantaciones de azúcar y en los ingenios estaba la riqueza, y nunca había que abandonarlos del todo.308 Dos veces renaciente, el azúcar era la vida tucumana, y su gente había llegado a tener tanta fuerza a nivel nacional, que había impuesto en su favor el proteccionismo más cerrado que un país liberal como el nuestro se permitía. Gracias a esa industria y a esa protección, Tucumán podía darse algunos lujos: sus niñas se adelantaban casi a las francesas en materia de modas; su capital tuvo por muchos años la mejor banda de música del país, que tocaba casi todas las tardes en la plaza y cuyas melodías tarareaban los tucumanos más distantes; sus obras públicas y de riego se sucedían una a otra. “Estamos a la misma altura que Europa”, decían, sin saber lo que decían.

Pero el lujo y la riqueza —y el poder— no eran compartidos en Tucumán, donde un gran espacio separaba a las clases bajas, de los dueños de la tierra y de los ingenios. “En Tucumán se extrema la explotación del pobre, el martirio de la mujer y la primera fuerza del niño. La lavandera y la planchadora viven mal, pero viven; la costurera agoniza; los niños se acaban en flor, después de una niñez mísera, si es que salen vivos del claustro materno; y el obrero del ingenio, el peón, se deja llevar por la proveeduría el 40 por ciento de sus escasos jornales; y no

308

En 1910, Tucumán contaba 28 ingenios azucareros sobre 37, y los restantes estaban situados en Salta, Santa Fe, Corrientes, Chaco y Formosa. Tenían sus ingenios el 85 por ciento del capital, de la producción y del personal, sobre la totalidad. Todos los ingenios del país ocupaban unos 4.000 trabajadores, salvo en la época de la zafra, en que la cantidad ascendía a 12.000, aproximadamente. (Censo de 1910.)

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son pocos los que en la ciudad misma sufren del mismo mal”, informaba Bialet Massé.

Algunos comerciantes, talleristas y pequeños fabricantes prosperaban; pero en general la clase media no era consistente en esta provincia, donde los pequeños propietarios de tierra —que cultivaban la caña de azúcar— eran dominados económicamente por los dueños de ¡os ingenios, quienes aprovechaban de la debilidad de aquéllos.

Los artesanos no faltaban: recuérdese que éstos existieron siempre en Tucumán, desde épocas coloniales. Sin embargo, su situación no era mejor que la de los simples trabajadores: mucho se debía a desidia —y así lo comentaban observadores de la época—; mucho, también, a la situación económica que hemos descrito.

La mortalidad infantil y el alcoholismo: he aquí dos lacras del Tucumán de principios de siglo, especialmente entre las clases más bajas y los obreros de los ingenios. La situación de estos últimos, sin embargo, no era del todo mala, comparada con la de los trabajadores de otras regiones del país: por ello, los santiagueños afluían hacia Tucumán, sobre todo en épocas de cosecha. Había incluso ingenios que eran modelo, como el Esperanza, de los Posse; pero en general en ellos, “así el salario como la ración alimenticia, eran insuficientes, y sus efectos de degeneración, deplorables”.309

La movilidad de clases entre los nativos era escasa, casi nula. “Lo que no quiere decir —comenta Bialet con gracia— que no haya señoras verdaderamente cristianas que cuiden a su chinita, y hasta muchas se van a la otra alforja: alucinadas por los progresos de la muchacha, la convierten en una señorita de medio

309

J. Bialet Massé, Informe..., pág. 162

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pelo, la hacen normalista y... Hay tantas tan lindas, que es preciso perdonar a los que las seducen y a ellas, que se dejan engañar.” De donde ni la misma belleza era pasaporte para el ascenso social.

En la dulce Tucumán coexistían los extremos: lo europeo y lo mestizo, lo antiguo y lo moderno, la última moda de París y el feudalismo prerrevolución francesa. Había signos elocuentes de cambio, sin embargo: los obreros se unificaban y luchaban, y también los ingenios se iban unificando en pocas manos, pero por una ley distinta, que tiende al monopolio. Estos últimos defendían con ahínco la protección con que la Nación los favorecía, de la producción de Salta y de Jujuy, y también de la del Chacoy de Santiago del Estero.

Las antiguas Salta y Jujuy tienen, bien al noroeste, ese altiplano casi insoportable que denuncia, junto a otras zonas, que la Argentina es también, ineludiblemente, latinoamericana; donde las vicuñas, las chinchillas y las llamas abundan tal vez más que los pocos hombres que lo habitan —muchos de ellos, indígenas—, dedicados al cultivo de papas y de habas, y, en mínima parte, a la minería.

Sus capitales están situadas en sendos, ricos valles, donde desembocan las famosas quebradas que llevan hacia el este el agua y la circulación humana desde el borde montañoso de la puna. Eran ciudades antiguas, menos ricas que la de Tucumán, con más sangre india y mestiza circulando por sus calles.

Aunque parecidas, Salta y Jujuy eran, sin embargo, provincias antagonistas: Jujuy envidiaba, en efecto, a Salta, sus grandes extensiones de tierra cultivable, y ambas tenían su común enemiga en Tucumán, porque la caña de azúcar era en ellas más rendidora que en esta provincia, y, sin embargo, era su rival la protegida.

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Cruzando hacia la planicie a través de las sierras subandinas, muchos ríos confluyen al ir avanzando por los valles y las quebradas, y forman finalmente tres corrientes de agua, que a su vez desembocan en tres valles de sin igual riqueza y exuberancia tropical; pero ninguno de ellos mejor que el San Francisco, de Jujuy. Si para arribar hasta él debe atravesarse la selva virgen, una vez llegados encontrarnos campos verdes, húmedos y frescos, donde a principios del siglo se cultivaba principalmente la famosa caña de azúcar. La cultivaba, sobre todo, el inglés míster Leach, gran propietario de la zona. Pero también existían otros establecimientos donde, además del azúcar, se explotaban naranjos, bananos, mandarinos y ciruelos, todos del más exquisito sabor y perfume. Del monte, se extraía también algo de madera.

Salta era mucho más vasta y mucho más rica potencialmente que Jujuy, pero mucho menos explotada. El latifundio ocupaba casi la cuarta parte de su tierra, y en la región de Orán y del valle de Lerma, particularmente, si todos los cultivos eran posibles —por su tierra, su clima y su irrigación—, sólo la caña de azúcar y, apenas, el trigo, el maíz, el café y el tabaco se producían. Algo se aprovechaba, en Orán, la riqueza forestal.

En medio de un aislamiento que no había sido roto aún por vías de comunicación abundantes, sin clase media ni obreros organizados, casi inexplotada, Salta permanecía como un feudo de los grandes terratenientes: la política provincial, por supuesto, les pertenecía por entero; pero, además, su influencia llegaba hasta el gobierno central.

Salta y Jujuy, ciudades y provincias casi coloniales, de otros siglos; donde la religión conservaba su importancia, con sus procesiones y campanas; donde los jóvenes hacían la pasada a las

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buenas mozas, y las muchachas demarcaban con mantos de puntilla negra los ovalados rostros de ojos relucientes: como para romper su antiguo ensimismamiento, estas provincias tenían, también, un constante contacto con el Far West del Chaco. Eran los indios chaqueños y, en menor número, los bolivianos, quienes venían desde sus tierras a colaborar, por unos pesos, en la zafra, para luego perderse nuevamente en el monte, como habitantes que eran de un silencioso mundo no integrado.

Provincias antiguas, el comercio tenía en ellas poca importancia y hasta estaba mal visto, en manos de los turcos que recorrían, con una mula cargada hasta el hartazgo, los dificultosos caminos.

Corrientes

Si, de algún modo, la caracterización humana de las zonas argentinas se puede realizar según los distintos tipos indígenas prehispánicos y la relación —estrecha o distante— que mantuvieron con el conquistador y el colonizador, no cabe duda que, desde este punto de vista, a Corrientes le corresponde en nuestro país un lugar muy especial. Allí, la naturaleza alegre y abierta del nativo se unió a la desaprensiva virilidad española para dar una raza mestiza a la par bravía y respetuosa, dulce y vivaz, hermosa en hombres y mujeres. La mezcla fue también integrada por la religión católica, que, gracias a los jesuitas, caló muy hondo en el corazón de este pueblo bien dispuesto.

A principios de siglo, la ciudad de Corrientes no contaba todavía 20.000 habitantes: tenía algunos edificios y monumentos de reciente factura; pero el aspecto general era —como hoy el de Itatí, por ejemplo— el de una ciudad colonial: las casas limpias de

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adornos, con largas galerías —necesarias, por la intensidad del sol—, columnas de madera y tejados bajos.

Tampoco los correntinos habían cambiado mucho: Eluret encontró a las lavanderas, “vestidas con amplias faldas claras y blusas de color, con los cabellos recogidos por el pañolón o una especie de mantilla blanca que anudan sobre la nuca, llevando airosamente sobre la cabeza los lebrillos repletos de ropa”; los chicos jugando en las calles de tierra; las viejas mestizas que toman mate o fuman su pipa; la procesión de la Virgen de las Mercedes, tan concurrida como sentida. Vio, por fin, los paisanos pasar al galope con su pañuelo al cuello: celeste o colorado, según su filiación política.

Liberales y autonomistas se disputaban, en efecto, el poder. Y la política era cuestión importante para el correntino de abajo, que con el color de su partido no defendía una conveniencia, sino una cuestión de familia, de tradición y de honor; defendía, tal vez, alguna muerte política que todavía no había vengado.

En las afueras de la ciudad capital, o en el centro mismo de pueblos más chicos, había quintas con plantaciones de grandes naranjos criollos, cultivadas a veces por inmigrantes o hijos de ellos. La naranja todavía no se exportaba; pero era rendidora, y junto con una vaca y otras verduras y frutas para el consumo de la familia, alcanzaba para el buen vivir. “Un pueblo en flor y un pueblo amanecido en el perfume del azahar era Saladas en cada anuncio de primavera”, recuerda un hijo de esa tierra, Gerardo Pisarello.

El norte de la provincia no era —y no es— propicio para el hombre. Allí, los esteros y lagunas, el clima cálido 'y húmedo, dificultaban la instalación de núcleos humanas concentrados, si1vo en el borde de los ríos. En la época, en las praderas que por

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ser lomas se salvaban del agua, solamente la ganadería de raza criolla, en grandes estancias, prosperaba. También se explotaba, aunque en pequeñísima escala, el monte. Extraordinariamente variado, el monte correntino tiene algarrobo, lapacho, moras, espina de corona, guayacán, ceibo, sauce, guayaiví: pequeños aserraderos se instalaban en la región, donde algunas curtiembres completaban el cuadro.

A medida que bajamos hacia el sur de la provincia, los campos se hacen más propicios para la ganadería fina. Por estos años, su riqueza residía en el ovino, y son Mercedes, Curuzú Cuatiá y Monte Caseros prósperas ciudades que se edificaron y embellecieron rápidamente, gracias a la oveja. Pero no se descuidaba el vacuno, que se empezaba ya a mestizar, a la par que comenzaba a sembrarse la alfalfa en algunas zonas privilegiadas; sobre todo, en las riberas del río Uruguay.

La población era escasa en Corrientes, y los dueños del poder eran, naturalmente, los grandes estancieros. La clase media era poco numerosa y pobre: los comerciantes eran sirios y armenios que se enriquecían pronto; pero los quinteros y agricultores, talleristas y empleados, más que vivir sobrevivían, sujetos a los azares de las lluvias.., o de la política. La peonada, por último no contaba más que a la hora de votar: la desocupación y el bajo salario provocaban la emigración de corren-tinos hacia el Chaco y Santa Fe, abandonando a su suerte a sus hijos y mujeres, con las que generalmente no estaban casados.

Si no existía movilidad social, había en cambio en Corrientes una atmósfera de trato cordial y familiar entre los miembros de las distintas clases. Con un dejo de paternalismo, pero mucho de respeto mutuo y cariño recíproco, ese trato es uno de los más profundos legados que la religión católica dejó a la bella provincia mesopotámica.

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Misiones

Con ser tierra jesuítica hasta por el nombre, la rojiza tierra de Misiones presentaba caracteres muy diferentes de la correntina, ya a principios de este siglo; Es que su escasa población era preferentemente extranjera: franceses, rusos, eslavos, polacos y brasileños de origen alemán, llegados en época relativamente reciente, explotaban la agricultura. Frutales, yerba mate y productos de chacra eran el objeto de empresas colonizadoras integradas por estos inmigrantes de aluvión.

Unos pocos franceses eran dueños de establecimientos de cientos de miles de hectáreas, que les daban la hegemonía económica en la provincia; eran correntinos, en cambio, quienes detentaban en ella el poder político. Pero también eran correntinos los explotados por quienes a su vez explotaban la riquísima y exuberante selva subtropical misionera. El adelanto en metálico —en una región donde éste era crónicamente insuficiente— era el cebo para atraer al peón a la selva. Una vez en ella, sentidos el trabajo agotador que no dejaba ni respirar, el calor, los mosquitos, la magra alimentación y la succión de la proveeduría, el peón procuraba a veces huir; el capataz entonces intentaba capturarlo, aunque no siempre con éxito, a pesar del ocasional auxilio de la policía. Si el peón no escapaba, trabajaba entonces unos meses y gastaba sus pocos pesos en Posadas con la primera china que le diera un poco del cariño que le hacía tanta falta. Los capataces morían a veces, víctimas de motines. . . Nuestro Horacio Quiroga describió esta vida con palabras imborrables.

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Cuyo

La zona de Cuyo, con un carácter tan propio y marcado dentro del país, vive indisolublemente unida a sus caudalosos ríos. Las aguas provienen de la cordillera de los Andes, como fruto del deshielo; atraviesan la cordillera frontal, los ricos valles longitudinales —como los de Uspallata y de Calingasta— y la precordillera, para acceder, unificadas en seis grandes ríos, a la planicie, donde forman oasis de cultivos: San Juan, Mendoza, Tunuyán...

La riqueza hídrica, la sequedad y calidez del clima, unidas a la excepcional trasparencia del aire cuyano, producen frutos de sazón avanzada y extraordinario dulzor. En estas características físicas basó Cuyo su riqueza; pero ellas no hubieran sido de ninguna manera suficientes sin la concurrencia del ferrocarril: fue éste, en efecto, el que comunicó eficientemente a Cuyo con la zona agrícola-ganadera y con las ciudades consumidoras —en especial, Buenos Aires—, para que sus productos se vendieran (a veces, es cierto, con falsa etiqueta de importados...).

De la pampa, Cuyo recibía, en cambio, los artículos y alimentos que no producía; y este activo comercio con el Litoral europeizado, puerta de inmigrantes, dio a la sociedad cuyana características muy especiales.

Las viñas, las dulces viñas mendocinas, se multiplicaron a fines del siglo anterior, y atrajeron una gran cantidad de inmigrantes españoles e italianos, cosa insólita en el Interior.310

310

Las viñas ocupaba 32.000 hectáreas en Mendoza, 14.100 en San Juan, 3.600 en Entre Ríos, y 2.600 en La Rioja. Se producían hasta 3.000.00C de hectolitros de vino, íntegramente consumidos por el país. Mendoza producía el 80 por ciento del vino, y el 75 por ciento del alcohol; sus bodegas tenían el 75 por ciento del capital, siendo apenas 1.077 sobre 3.409, lo -cual da cuenta de su tamaño.

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También la construcción del ferrocarril trajo muchos obreros, que luego se quedaron en la rica Mendoza.

Pero a principios de siglo decía Bialet Massé que en esta provincia "la masa extranjera no se funde con la criolla; el artesano italiano se casa con italiana o con española o francesa, y lo mismo hacen estas otras razas. Si se enriquecen, y esto sucede principalmente en el comercio, se casan con niñas de las clases elevadas, en las que siempre hay exceso de mujeres; y de ahí que el pueblo permanece casi sin mezcla con el europeo; y esa poca mezcla se verifica por uniones ilegítimas en su mayor parte. No es raro ver que la china entre cuatro hijos de pelo negro y lacio tiene uno rubio, que trasciende a latino a simple vista.

“El terremoto de 1861 aniquiló casi a la ciudad, quedando apenas una docena de familias, cuyos apellidos se mezclan dos a dos, para formar la clase dirigente, cuyos miembros son parientes entre sí por los cuatro costados, introduciéndose apenas alguno que otro apellido chileno o latino, inmigrante afortunado.

Esa clase se mantiene tan separada del pueblo en el siglo xx como en tiempo de la Colonia, y corren paralelas sin fundirse como entonces. Los dirigentes buscan al pueblo para comparsa política cuando lo necesitan; después poco a nada se preocupan de él para mejorar sus condiciones sociales. Algo progresa por la fuerza de las cosas, pero no en razón de sus aptitudes y de la riqueza del país.”

Con estas sencillas palabras, Bialet hizo un corte a fondo en la sociedad mendocina, empezando por la oligarquía

Seguían San Juan, con el 15 por ciento de la producción de vino, y el 15 por ciento del capital invertido. (Censo de 1910.)

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latifundista, dueña de más de la mitad de la tierra de la provincia, y dueña, también, del poder político.311

Pero si éste se conservaba aún en manos de esas pocas familias, el económico lo compartían ya con los grandes bodegueros. Algunos de sus nombres eran también de vieja data; pero muchos de ellos —Tomba, Arizu. ..- habrán sonado extraños a los antiguos linajes.

Con el enriquecimiento súbito de algunos y el ascenso social de otros, ocurrió en Mendoza un fenómeno típico: el derroche, el lujo y la inmoralidad. Para un observador realista como Bialet, “Mendoza ha perdido la sencillez de sus costumbres, el lujo desmedido se ha metido, por todos los resquicios, y el vicio del juego está en todas partes... Mendoza ha progresado mucho en el orden de la riqueza; ha retrocedido en el orden moral”.

Turcos, italianos, españoles y algunos criollos tenían copado el abundante mercado comercial mendocino, que dejaba jugosos beneficios. Eran también numerosos los contratistas, dueños de talleres, artesanos y empleados públicos. La clase media, en general, crecía en número, pero no siempre en capacidad económica: los grandes bodegueros explotaban a los pequeños y también a los viñateros..., como los ingenios a los cañeros, en Tucumán.

La mano de obra era necesaria y no abundaba, por lo que estaba relativamente bien pagada en Mendoza. Los obreros de

311

Sin embargo, desde principios de siglo las propiedades de una a veinte hectáreas, en Mendoza, habían aumentado en el 96 por ciento, mientras que el de las de más de 650 hectáreas había disminuido. (Cf. E. Laliitte, obra citada.)

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viñas y bodegas podían darse el lujo de ahorrar algo, si así lo deseaban.

El, rápido crecimiento había exacerbado el espíritu de lucro. “La región de Cuyo era —al decir de Pedro N. Arata— la nueva California en la que el oro se escondía en el zumo de los racimos dorados por el sol que fecunda esta tierra de promisión.” Así fue como Cuyo se encaminó hacia el monocultivo y el aprovechamiento irracional de los recursos hídricos. Además, como el vino se vendía tanto, se hacía del bueno, pero también del regular y, cada vez más, del malo... Para “combatir el fraude que constituye la venta clandestina de vinos adulterados o artificiales que no pagan impuestos”, los principales bodegueros constituyeron en 1904 una Comisión, y en 1905 el Centro Vitivinícola Nacional. A nivel provincial y nacional también se luchaba contra el fraude;312 es que se temía que fuera éste la causa de las crisis que periódicamente asolaban a los productores cuyanos.

Pasemos a la antigua San Juan, cuya capital todavía a principios de siglo conservaba su estilo colonial, aunque salpicada de edificios modernos. En ella también “la sencillez de las costumbres y la alta distinción han sido sustituidas por un lujo, aunque menor que en otras ciudades, impropio de sus fortunas y de su modalidad”, acotaba Bialet.

Muy parecida a Mendoza y hasta más rica en tierra feraz, San Juan era, sin embargo, mucho menos progresista: “En San Juan, aparte la del vino y la molinera, no hay industrias. Sus talleres tienen todos el aspecto de taller de aldea, dirigidos por una rutina muy elemental, rudimentaria. Casi todos los dueños de establecimientos son obreros que a fuerza de economía, dé buenos 312

Ley nacional N9 4:363, del año 1904, y ley de la provincia (le Mendoza N9 47, del año 1907

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precios y mejor suerte, se han hecho una posición, ninguna de gran altura pecuniaria; y como todos los establecimientos vinícolas tienen sus talleres, no hay cómo esperar un progreso, que sólo podría venir de la unión, y en San Juan, lejos de haber tendencias a la asociación, domina el espíritu de desconfianza y una emulación ciega”.

San Juan también atraía al inmigrante, aunque en menor medida que Mendoza: es que allí la vida era muy cara; los salarios, magros, y malas las condiciones de trabajo. El vicio del alcohol rondaba, por supuesto, las bodegas. Se parecía, en cambio, a Mendoza, por tener un altísimo porcentaje de su tierra concentrado en muy pocas manos.

Muy distinta era la situación de La Rioja. Esta provincia se había beneficiado, hacía casi exactamente un siglo, con el Comercio Libre y el auge de la ganadería, que la favorecieron en perjuicio de su vecina San Juan, a la que arrebatara entonces muchos brazos y fortunas. Ahora, como si fuese una venganza del destino, muchos riojanos se dirigían a otras regiones del país, pero especialmente a San Juan, enriquecida por el auge de las viñas.

Así y todo, la ciudad capital de La Rioja se había modernizado, después del terremoto que había tenido que soportar en 1896, y lucía ahora edificios modernos y bellos. Pero en sus alrededores habitaban la flacura, la miseria y el hambre de los riojanos que no podían conseguir trabajo, o lo conseguían, pero malo y mal pagado.

La zona agrícola de La Rioja estaba casi inexplotada por falta de riego y abundancia de suelo arenoso, aunque fértil. “¡Diques! ¡Obras de irrigación!”, reclamaba a cada instante el viajero, sin

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encontrarlos. Las minas, incipientemente explotadas,313 no alcanzaban a proporcionar riqueza a la provincia ni a los obreros que en ellas trabajaban: las condiciones laborales y de seguridad eran por lo regular malas, y la jornada, por demás agotadora.

La Patagonia

Si Bialet Massé hubiera visitado la Patagonia, la hubiera denominado como hace poco lo ha hecho Osvaldo Bayer: el Far South argentino. Y hubiera aclarado: aquí también, corno en el Chaco, no es el nativo el que explota , al inmigrante, sino al revés.

Este tercio sur del país, dilatado y árido, con sus bosques y nieves de la región cordillerana, sus mesetas que se extienden desde esta zona hasta el Atlántico, sus sierras, sus depresiones y su brava costa acantilada, su clima frío, árido y ventoso, y sus ovejas, que saben ramonear en la estepa arbustiva, era terreno de inmensas fortunas compuestas por latifundios, comercio y compañías navieras. Hoy ya es casi un lugar común señalar que Mauricio Brauri, José Menéndez y José Nogueira —unidos entre sí por vínculos económicos y familiares— eran propietarios de cientos de miles de hectáreas, compañías navieras, bancos, frigoríficos, compañías de seguros, fábricas, etcétera. Sus dueños no eran argentinos, como tampoco lo eran los restantes ingleses, alemanes o españoles que detentaban el resto de las tierras.

Ya es sabida la dureza con que estas fortunas fueron administradas, conservadas y acrecentadas. Es que la vida era dura, muy dura, en la Patagonia, porque el clima y la tierra eran del todo inhóspitos. El viento, la arena, los ríos y las lluvias, 'os

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Son minas de cobre, plomo, volframio, cinc y otros minerales, explotadas con medios más que precarios.

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interminables y peligrosos viajes, superaban la medida del hombre.

Por estos años, sin embargo, este Far South no ofrecía otros inconvenientes: la lana se vendía bien, la mano de obra no abundaba, y la vida no era, por tanto, del todo intolerable, ni aun para el pobre. Otros porvenires esperaban a la Patagonia con el petróleo que en 1907 se descubrió en Comodoro Rivadavia; pero mientras tanto, sus pueblos poco menos que subsistían: a principios de siglo, San Julián era seis casas de zinc con nueve personas que vivían frente al mar y rodeadas de desierto; Santa Cruz tenía alrededor de cincuenta casas con cuatrocientos habitantes, la Subprefectura, tres o cuatro boliches, dos negocitos, la comisaría, la escuela... y la casa de comercio de Braun y Blanchard; Río Gallegos tenía mil habitantes, siete comercios y una barraca.

Era difícil que estos pueblos prosperaran: el comercio no tenía alicientes, porque las grandes estancias se autoabastecían casi totalmente, y compraban el resto directamente a Europa: poco y nada era dejado al comercio local. Por lo demás, la falta de mujeres era tan lamentable como lamentada...

Pero la clase media reaparecía en los fértiles valles que crean, los ríos Colorado, Negro y Chubut. El famoso Alto Valle del Río Negro, sobre todo, era un oasis de alfalfares, viñas y frutales. Ellos prosperaban, ya a principios de siglo, gracias al ferrocarril, que los había puesto en contacto con un amplísimo mercado.

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Córdoba y San Luis

“¿Dónde se irá que no se encuentre un cordobés?”, se preguntaba Bialet Massé en 1904. Córdoba y San Luis, en efecto, se veían igualadas por estos años, no sólo por las bellísimas sierras que las recorren, sino también... por su falta de provincianos nativos, que habían emigrado hacia otras provincias.

Las desordenadas serranías puntanas y cordobesas, con su aire seco y trasparente, y su clima árido, son, a pesar de ello, ricamente verdes en su ladera oriental y tristemente secas en sus planicies: es que sus ríos llevan un caudal pobre e insuficiente, y el agua de las raras lluvias se evapora rápidamente, o se hunde en el suelo sin escorrentía. Por ello, la vegetación de las sierras es el típico monte, rico, achaparrado y variado, con el aún más típico algarrobo, que nos remonta a épocas precolombinas. Las planicies, en cambio, son esteparias o casi desiertas.

La solución era, naturalmente, el riego, y por ello Bialet Massé describía con palabras de gloria los resultados del dique de San Roque sobre el río Primero, que había sembrado “los gérmenes de la opulencia, de lo grande, de lo preciosamente bello”.

En la docta ciudad de Córdoba, lo arcaico y lo moderno se miraban con recelo. Allá, las antiguas familias veían entre asustadas y despectivas el rápido ascenso económico de los mulatos y los inmigrantes. Es que éstos, libres de todo prejuicio colonial sobre la dignidad de ciertas actividades, habían invadido el comercio y todas las industrias..., y Córdoba tenía ya muchas: fábricas de calzado, industrias de la cal y de la piedra, por ejemplo.

Esta clase media ascendía, es verdad, gracias al desarrollo económico del país entero..., y a expensas de los pocos

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cordobeses que querían quedarse a trabajar jornadas tan largas como mal pagadas, viendo trabajar a la par, a veces, a su mujer y sus hijos, peor pagados aún. Pero los mejores o más avispados enseguida intuían la conveniencia de emigrar al cercano Litoral, y allí se dirigían: en la cosecha, con la trilladora o simplemente con la horquilla, muchos cordobeses y puntanos vieron afluir en poco tiempo a sus bolsillos el dinero que sus comprovincianos les habían negado.

La pampa húmeda

La recordada ciudad de Córdoba está ubicada, precisamente, como una puerta entre las serranías y la pampa húmeda. De esta última ya hemos hablado lo suficiente: la ganadería fina, la agricultura y los frigoríficos; los inmigrantes, la subdivisión de la tierra y el arrendamiento; los puertos y los ferrocarriles, habían cambiado su faz en pocos años.

A principios del siglo, el sur de Córdoba había sido incorporado económicamente a esta pampa fértil. Debido a la existencia de tierras disponibles, allí el precio de venta o arrendamiento de la hectárea cultivable era menor que en Santa Fe y en Buenos Aires: por ello, muchos colonos lograron ser propietarios en Córdoba; otros venían desde Santa Fe y Buenos Aires, para arrendar o comprar en el sur de aquella provincia.

El sur de Santa Fe, mientras tanto, aumentaba su poderío económico y político, con el auge del forraje y la ganadería fina, en detrimento de las colonias del centro de esta provincia, que hacía mucho no crecían: eran pequeñas, y la tierra en ellas demasiado dividida como para acoplarse al nuevo movimiento.

En el sur de Santa Fe, precisamente, la ciudad de Rosario se había visto trasformada en muy pocos años: su condición de

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puerto del cereal había obrado el milagro. A principios de siglo era ya una ciudad moderna, lujosa y bien urbanizada. Pero el estirón la había dejado deforme: su sociabilidad estaba casi anulada; todo lo invadían los lucrativos negocios. Al revés que en otras zonas del país, donde la división entre ricos y pobres era quizá más acentuada, pero se veía compensada por esa sociabilidad plurisecular que unía a todos, en Rosario las tensiones sociales eran profundas. Es que esta ciudad —la segunda de la República— era ya una urbe industrial: refinerías, molinos, cervecerías, fábricas de productos alimenticios, en fin, prosperaban en ella. Pero los salarios eran magros; la jornada, larga, y malas las condiciones de trabajo y de vivienda; sobre todo, se abusaba del trabajo de las mujeres y los niños.

No eran los propios rosarinos, sin embargo, los que sufrían esta situación, ya que eran pocos los que no habían ascendido económicamente, con el rápido enriquecimiento de la ciudad. Los obreros de Rosario eran, en su gran mayoría, cordobeses, entrerrianos, correntinos, italianos y españoles: su desarraigo agravaba las tensiones sociales constantes que sufría la ciudad.

Muy distinta era la situación en la provincia de Entre Ríos. El norte de la misma era parecido —en su geografía y estructura económico - social—al sur de Corrientes, aunque la vida era más tolerable para el peón de campo entrerriano que para el correntino. Pero el sur de la provincia tenía características muy diferentes.

Aquí el Gobierno continuaba expropiando terrenos aptos, y creando colonias mediante la venta de loteos a precios accesibles. La agricultura era intensiva, y, además, las autoridades obligaban a la plantación de árboles: sobre el Paraná, las quintas eran admirables, y Entre Ríos exportaba sus verduras a otras

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provincias; sus olivares y naranjales adquirían, además, importancia creciente.

Por otra parte, seguían llegando inmigrantes judíos de origen ruso a las colonias israelitas fundadas por el barón Hirsch, que contaban ya 520.000 hectáreas y una población de 15.000 personas. Los recién llegados trabajaban como peones durante dos años, y luego se les entregaban 150 hectáreas, ganado y herramientas; pero nunca más. El colono que prosperaba, podía arrendar más tierra o comprarla, fuera de la colonia. El administrador de una de ellas le confiaba a Jules Huret que muchos se habían convertido en fuertes propietarios de tierras o en comerciantes en el Uruguay. Lo que es un buen ejemplo de las posibilidades de ascenso que tenía el colono en el Litoral..., cuando la suerte lo acompañaba.

De todos modos, la vida no era penosa para el trabajador entrerriano, tanto en el campo como en la ciudad. En la capital y en otros pueblos, el mercado era tan abundante como barato, y los sueldos, suficientes.

Por fin, la dorada provincia de Buenos Aires seguía siendo, por cierto, el centro económico de esta pampa fértil y del país entero. De su riqueza ya hemos hablado; también hemos señalado la precaria situación de sus colonos y el poder de sus terratenientes. Estos últimos no vivían, sin embargo, en sus campos desde hacía ya muchos años, sino en mansiones construidas en la Capital de la República.

La ciudad de Buenos Aires

De la grande y hermosa ciudad de Buenos Aires, algo ya hemos dicho al referirnos - a otros ternas. Describirla es casi imposible: tan complicado y vasto era su ajetreo. Mejor es recordarla, porque

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no se necesita tener hoy muchos años para haber visto —o ver, aun ahora— lo que a principios de siglo acababa de construirse o se estaba construyendo: las grandes avenidas y los paseos, los magníficos edificios y palacetes, la City, los barrios alejados.

Llena de inmigrantes de todas las naciones, de tránsito —por lo menos, en la intención— al interior del país; llena de provincianos y provincianas que llegaban en busca de trabajo; llena de banqueros, comerciantes, especuladores y empresarios apresurados: era Buenos Aires una ciudad tremendamente poblada.

En ella se encontraba, de algún modo, la Argentina toda: su élite dirigente, el poder económico, los inmigrantes, la clase media, los obreros; todo se encontraba en Buenos Aires. Fiel imagen del país, Buenos Aires era una ciudad provisional y de contrastes.

Así la describió Jules Huret: “Se piensa ahora, aunque un poco tarde, en rescatar terrenos cedidos a vil precio para reparar negligencias pasadas. Los particulares hacen lo mismo, y esto presta a la ciudad un aire de cosa inacabada, provisional. Por doquiera se demuele y se reedifica. Se ven en ciertas calles casas de varios pisos junto a pobres casuchas de planta baja. En la avenida Alvear, hermosas residencias particulares se enfrentan con viejos tenduchos bajos, pintados de rosa, y con tabernas populares. Al lado de hermosas villas hay terrenos sin urbanizar donde pacen caballos, hay huertas sembradas, depósitos provisionales de madera y tapias cubiertas de anuncios. Los espectáculos de la calle ofrecen antítesis semejantes. En Palermo, paralelamente al Corso, los nuevos ricos pasean orgullosos en sus automóviles y coches, y se cruzan con humildes carruajes de alquiler. Mientras en la acera izquierda los jóvenes ricos flirtean con las muchachas ante las miradas benévolas de las madres, en la

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acera derecha, chicuelos andrajosos, jornaleros sin ocupación, llegados ayer a la Argentina, tratan de aprender en lo que se convierten los emigrantes a los treinta años de residencia. Buenos Aires tiene su Piccadilly y su Whitechapel, que se llama Las Basuras. Tiene sus palacios, pero también sus conventillos; y, por contraste desconcertante, si su hipódromo es uno de los mejores del mundo, hay también en ci Retiro un Hotel (le Inmigrantes que constituye un borrón deshonroso que debiera desaparecer cuanto antes”.

Síntesis del país y de sus violentos contrastes, Buenos Aires era una unión de la Argentina y del mundo, de lo nativo con lo europeo y parisiense.

Era también unión de la ciudad y del campo en sus orillas, donde la guardia vieja ensayaba compases de tangos que ya serían inolvidables. El tango creció por estos años en los bordes de la ciudad, al amparo del burdel, del orillero y del conventillo.

Un patio de conventillo,

un italiano encargado,

un goyega retobado,

una percanta, un vivillo,

dos malevos de cuchillo,

un chamuyo, una pasión,

choques, celos, discusión,

desafíos, puñalada,

aspamento, disparada,

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auxilio, cana..., ¡telón!

Así dijo nuestro Vaccareza, describiendo esos ambientes.314

En 1910, la ciudad tenía ya algo más de 1.200.000 habitantes: era una gran urbe; en ella había aumentado el crecimiento vegetativo de la población, por las mejoras sanitarias. Y "la productividad de las mujeres de Buenos Aires", como decía el Censo de 1910, era grande: la media de hijos por matrimonio de duración de veinticinco años o más, era de 6,78: lo cual prueba que tan mal no se vivía en la gran ciudad, a pesar del alza del costo de la vida y, sobre todo, de los alquileres.

Pero, además, quedaba en Buenos Aires gran parte de la inmigración, y en ella vivían, por último, 170.000 provincianos.

Con el gran aumento de la población, el comercio creció también enormemente en estos años: es la era de la inauguración de las grandes casas comerciales, siempre en manos de extranjeros, como el comercio en general, incluso en sus empleados.315

La gente anónima de Buenos Aires se ocupaba en la industria, el comercio y el servicio doméstico —que creció extraordinariamente en este período—, o en un empleo público.

314

Citado por S. Bagú, en Evolución histórica de la estratificación social en la Argentina. Sin embargo, los conventillos disminuyo-ron por estos años, al par que Buenos Aires crecía vertiginosamente.

315 Entre 1904 y 1910, las casas comerciales pasaron de

18.000 a 21.000 —aumentaron en el 17 por ciento—; pero el capital invertido en ellas, nótese bien, se incrementó en un 50 por ciento.

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La situación de los trabajadores no era buena; pero era mejor, sin embargo, que la de la mayoría de los del resto del país. El precio del alquiler subía año a año, y también aumentaba —aunque más moderadamente— el de los alimentos, el vestido y el carbón. Pero también los sueldos se incrementaban —generalmente, después de una huelga—; y en la eterna carrera entre precios y salarios, algunos sectores obreros salían perjudicados, mientras que otros se veían beneficiados en algo.

De todos modos, si la habitación era todavía escasa y cara en Buenos Aires, el mercado era abundante y regularmente barato, por lo que la mayoría de los obreros —aun los que tenían mujer e hijos—subsistían con • un pequeño déficit mensual, o a veces hasta con algún saldo favorable, pero siempre en condiciones de vida precarias y harto pobres: la desgracia sobrevenía cuando el obrero no podía trabajar, por enfermedad, accidente o cualquier otro motivo. Del trabajo de las mujeres y de los niños, por último, se usaba y abusaba.316

Por estos años, los barrios excéntricos de Buenos Aires —San Cristóbal, San Carlos, Palermo, Balvanera, Belgrano, Flores— quedaron unidos a la ciudad. El aumento de la población, las facilidades del trasporte urbano —la instalación de los tranvías— y el menor precio del terreno o del alquiler contribuyeron a que sus tierras, ocupadas en gran parte por quintas, o simplemente baldías, se subdividieran, construyeran y poblaran.

316

Los datos pára componer este cuadro han sido extraídos de los Boletines del Departamento Nacional del Trabajo; de Los trabajadores, de José Panettieri (Buenos Aires, 1967), y de La clase trabajadora argentina - Documentos para su historia (1890-1912), de Hobart Spalding (Buenos Aires, 1970).

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Y mientras las grandes quintas de Flores y de Belgrano se iban fraccionando, la oligarquía se mudaba y construía sus palacetes en la zona céntrica, Palermo y la Recoleta. Porque si el auge del servicio doméstico era sin duda un signo de lujo —ostentado a expensas de otras zonas del país—, también lo fue en estos años el derroche de construcción de petíts hôteis, palacetes y palacios que los porteños ricos hicieron al estilo francés. Fue entre 1904 y 1910, precisamente, cuando abundó la construcción de casas de varios pisos.

Es que en este período, Buenos Aires cambió sus costumbres, volcándose a lo parisiense, al lujo y a la frívola ostentación. No toda, sin embargo: los obreros, los empleados, los desocupados, llevaban un tren de vida similar al de años atrás; era la élite la que había cambiado su forma de vivir.

Sus miembros eran socios de la Sociedad Rural y del Jockey Club; sus mujeres colaboraban en la Sociedad de Beneficencia o similares; todos eran grandes terratenientes de Buenos Aires —a veces, también tenían campos en la Mesopotamia, Santa Fe, Córdoba, Tucumán o Salta—; algunos dirigían Bancos, compañías de tierras, de exportación de cereales o de seguros, y sus hijos continuaban la actividad paterna o eran abogados. Eran pocos —apenas unos trescientos—, y constituían, nadie lo duda, la suma del poder político del país, que ejercían casi siempre por interpósita persona.

Las oligarquías provinciales no los afectaban: cada una de éstas se proyectaba en su propio ámbito o, corno la tucumana, lograba extraer privilegios a la Nación; pero no influía mayormente sobre ésta. Los hijos de los grandes de provincia, por este motivo, debían trasladarse a Buenos Aires para hacer carrera.

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Tampoco los molestaban los extranjeros enriquecidos: fueran industriales, comerciantes o incluso terratenientes, no compartían, por ahora, el poder político.

Sin embargo, esta oligarquía, unida al capital inglés, que no gobernaba, sino que mandaba —al decir de Carlos Pellegrini—, y que se mantenía en el poder gracias al fraude electoral, estaba, como hemos dicho antes, cercada sin saberlo. Los hijos de los inmigrantes, la industria 'y sus obreros, los agricultores y el mismo auge económico, habían trasformado este país, que se les escapaba ahora de las manos para pasar a las de otros, mucho más numerosos.

Esta élite, como Manuel Quintana, moría tranquila, favoreciendo ella misma el tránsito, queriéndolo y sin quererlo, con una mezcla de ingenuidad y nobleza nada compatible con la maliciosa astucia que había puesto en sus negocios. Y de su mismo tronco nacerían los dirigentes radicales, que encarnarían toda la pasión política insatisfecha de grandes masas.

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CRONOLOGIA

AÑO 1904

Octubre 12: Asume Manuel Quintana.

Octubre 21: Sucesos obreros en Rosario, que culminan con una huelga general en todo el país el 19 y el 2 de diciembre.

AÑO 1905

Febrero 4: Revolución radical.

Mayo 16: Manifiesto de Yrigoyen justificando la revolución y explicando su fracaso.

Mayo 21: Acto conjunto de F.O.R.A. y U.G.T., celebratorio del 19 de mayo, con trágico resultado.

Agosto 6: Pellegrini retorna a Buenos Aires.

Agosto 25: Asamblea del Partido Autonomista, en que Sáenz Pella anuncia la alianza con los republicanos.

AÑO 1906

Enero 19: Muere Bartolomé Mitre.

Marzo 12: Muere Quintana, y asume Figueroa Alcorta. Triunfa la coalición republicano-autonomista en los comidos celebrados para elegir diputados nacionales de la Capital Federal.

Abril 14: Séptimo Congreso del Partido Socialista, en que fue expulsado el sector sindicalista.

Julio 6: Último discurso de Pellegrini en la Cámara de Diputados, sobre la amnistía a los revolucionarios de 1905.

Julio 17: Muere Carlos Pellegrini.

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Setiembre 23: Norberto Quimo Costa renuncia al ministerio del Interior, v.es reemplazado por Joaquín V. González.

Noviembre 8: Renuncia Joaquín V. González; asume Manuel A. Montes de Oca la cartera del Interior, y Estanislao S. Zeballos la de Relaciones Exteriores.

Diciembre 11: Emilio Civit es elegido gobernador de Mendoza.

AÑO 1901

Eneró 15: Huelga de conductores de vehículos en Rosario, que culmina los días 25, 28 y 27 de enero con huelga general en todo el país.

Marzo 7: Vuelve el general Roca a Buenos Aires, después de dos años de ausencia del país.

Marzo 28 y 29: Congreso extraordinario de la F.O.R.A. y la U.G.T. Junio 7: Primera entrevista de Yrigoyen y Figueroa Alcorta.

Junio 15: Segundo Congreso Internacional de la Paz en La Haya, pon participación argentina.

Agosto 4: Aparición de la revista Nosotros.

Agosto 13: Comienza la huelga de inquilinos, que se prolongará hasta noviembre.

Setiembre 26: Se rompe la coalición republicano-autonomista eón motivo del proyecto de intervención a Corrientes.

Noviembre 15: El Presidente convoca al Congreso a sesiones extraordinarias, en el trascurso de las cuales se Iniciará el conflicto entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo.

Diciembre 10: Se descubre petróleo en Comodoro Rivadavia.

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AÑO 1908

Enero 13 a 15: Huelga general declarada por la F.O.R.A.

Enero 25: El Presidente clausura las sesiones extraordinarias y el Congreso Nacional.

Febrero 26: Elecciones en la Capital Federal para diputados nacionales.

Marzo 8: Elecciones en todo el país para diputados nacionales.

Abril 22; Conflicto de jurisdicción' en el Río de la Plata con el Uruguay.

Junio 21: Renuncia de Estanislao S. Zeballos al ministerio de Relaciones Exteriores. Asume la cartera Victorino de la Plaza.

Julio 14: Llega Enrico Ferri a Buenos Aires, y polemiza con Juan B. Justo.

Noviembre 20: Lisandro de la Torre funda la Liga del Sur, en Santa Fe.

Diciembre 5: Desacuerdo entre Figueroa Alcorta y el gobernador de Córdoba, Ortiz y Herrera.

AÑO 1909

Marzo 21: Elecciones en Córdoba. Conflicto entre roquistas y figueroistas.

Abril 15: Muere el ex presidente Miguel Juárez Celman...

Mayo 19: Trágica celebración de la fecha.

Mayo 2: Semana roja. Huelga general.

Mayo 26: Muere Emilio Mitre.

Junio 10: Comienzan los preparativos para la elección dé Sáenz Peña.

Agosto 12: Llega Roque Sáenz Peña a Buenos Aires, y se proclama su candidatura.

Agosto 18: Elíseo Cantón es designado interventor del Poder Legislativo de Córdoba.

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Agosto 21: Se constituye la Unión Cívica Radical, y proclama la candidatura de Guillermo Udaondo.

Setiembre 19: Leopoldo Melo redacta el manifiesto de los Independientes del Radicalismo.

Septiembre 17: Elíseo Cantón asume el gobierno de Córdoba.

Septiembre 25 y 26: Fundación de la C.O.R.A.

Octubre 21: Polémica Yrigoyen Molina.

Noviembre 14: Asesinato del coronel Ramón Falcón,

Diciembre 19: Sáenz Peña elige al doctor Victorino de la Plaza corno compañero de fórmula.

Diciembre 31: La Convención de la Unión Cívica Radical decreta la abstención.

AÑO 1910

Enero 5 Protocolo Sáenz Peña - Ramírez.

Marzo 6: Elecciones por una banca de senador en la Capital Federal, con el triunfo de Marco Avellaneda, candidato de la Unión Nacional.

Marzo 13: Elección presidencial, y triunfo de la fórmula Sáenz Peña - Victorino de la Plaza.

Mayo 8 a 21: Disturbios obreros y contrataques de la derecha restan brillo a los festejos del Centenario, que deben celebrarse bajo el estado de sitio.

Julio 12: Cuarta Conferencia Panamericana en Buenos Aires. Agosto 29: Arriba al puerto de Buenos Aires el Presidente electo.

Septiembre 21: Entrevista Sáenz Peña - Yrigoyen, que disipa los últimos nubarrones de una conspiración.

Octubre 12: Figueroa Alcorta entrega el mando.

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BIBLIOGRAFIA

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Capítulo IV

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Capítulos V, VI y VII

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- Gallo, Ezequiel, y. Roberto Cortés Conde: “La República conservadora”, en Historia argentina (ed. Paidós, Buenos Aires, 1972).

- Giberti, Horacio C. E.: Historia económica de la ganadería argentina (ed. Solar - Hachette, Buenos Aires, 1961).

- Gori, G.: El pan nuestro (ed. Galatea, Nueva Visión, Buenos Aires, 1958). -- La Forestal (ed. Proyección, Buenos Aires 1974).

- Halperín Donghi, Tulio: Historia de la Universidad de Buenos Aires (ed. Eudeba, Buenos Aires, 1982).

- Huret, J.: En Argentina - De Buenos - Agres au Grand Chaco (ed. Bibliothéque - Charpentier, París, 1911).

- Marotta, Sebastián: El movimiento sindical argentino (ed. Lacio, Buenos Aires, 1960).

Page 341: EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLITICA

EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLÍTICA 340

- Martínez, A., y M. Lewandowsky: L'Argentine au XXe. Siécle (ed. Armand Colín, París, 1911).

- Ortiz, Ricardo: El ferrocarril en la economía argentina (ed. Rai-gal, Buenos Aires, 1958). -- Historia económica de la Argentina (ed. Plus Ultra, Buenos Aires, 1971).

- Panettieri, J.: Los trabajadores (ed. J. Alvarez, Buenos Aires, 1967).

- Pasdermadjian, H.: La segunda revolución industrial (ed. Tecnos, Madrid, 1980)

- Peña, F.: “Argentina en América latina”, en revista Criterio, Buenos Aires, diciembre de 1970.

- Prebisch, Raúl: Informe estadístico sobre el mercado de carnes (ed. Sociedad Rural Argentina, Buenos Aires, 1922).

- Scalabrini Ortiz, Raúl: Historia de los ferrocarriles argentinos (ed. Reconquista, Buenos Aires, 1940).

- Scobie, J. R.: Revolución en las pampas (ed. Solar - Hachette, Buenos Aires, 1968).

- Smith, P.: Carne y política en la Argentina (ed. Paidós, Buenos Aires, 1968).

- Spalding, H.: La clase trabajadora (ed. Galerna, Buenos Aires, 1970).

- Sunkel, O., y P. Paz: El subdesarrollo de Latinoamérica y la teoría del desarrollo (ed. Siglo XXI, México, 1971).

Page 342: EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLITICA

EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLÍTICA 341

- Tennembaun, J. L.: Orientación económica de la agricultura argentina (ed. Losada, Buenos Aires, 1946).

Otras fuentes

- Anales de legislación argentina.

- Boletines mensuales estadísticos del Ministerio de Agricultura. Dirección General de Ferrocarriles del Ministerio de Obras Públicas.

- Boletines mensuales estadísticos del Ministerio de Agricultura. Censo de la ciudad de Buenos Aires.

- Censos de población, agrícolas, ganaderos e industriales.

- Diario Lo Nación, ediciones correspondientes al periodo.

- Diario Lo Prensa, ediciones correspondientes al periodo.

- Diarios de Sesiones de las Cámaras de Diputados y de Senadores.

- Extracto esto41st1co de la República Argentina, correspondiente al año 1915 (Buenos Aires, 1916).

- Informes elevados por E. Lahitte al Ministro de Agricultura.

- Informes y Boletines del Departamento Nacional del Trabajo.

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ÍNDICE

Palabras liminares 6

Capítulo Primero

LA SITUACIÓN INTERNACIONAL 7

Inglaterra 14

Francia 15

Alemania 19

Estados Unidos de América 21

América latina 23

Capítulo II

LA DINÁMICA DE LOS HECHOS POLITICOS

La presidencia de Manuel Quintana 26

La convención de notables y la elección presidencial 29

Quintana y su gabinete 41

Las tensiones sociales y la Revolución de 1905 49

Las consecuencias del alzamiento. La muerte del

Presidente 68

Capítulo III

EL GOLPE DE TIMÓN

La presidencia de José Figueroa Alcorta 84

Page 344: EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLITICA

Las luchas sindicales 91

Zeballos, ministro de Relaciones Exteriores 98

La entrevista Figueroa Yrigoyen y el enfrentamiento del Ejecutivo con el Congreso 103

El conflicto con el Brasil. La polémica en el Socialismo 119

Las crisis provinciales y la candidatura de Sáenz Peña 125

Controversia en el Radicalismo y la creación de la

C.O.R.A 137

La candidatura de Victorino de la Plaza. El asesinato de Falcón 145

Los festejos del Centenario. La asunción de Sáenz Peña a la presidencia 150

Capítulo IV

LOS INTELECTUALES

La evolución o la revolución 165

El credo del 1900: Florentino Ameghino 166

Carlos Octavio Bunge, un pensador aristócrata 174

Un brillante advenedizo: José Ingenieros 181

Juan B. Justo y su terapéutica política 193

Un hombre del régimen: Wenceslao Escalante 202

El eco político: Hipólito Yrigoyen 209

El eco social: Juan Bialet Massé 212

Page 345: EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLITICA

Un hombre de consulta: Rodolfo Rivarola 218

Emilio Lamarca: el fuego bajo las brasas 224

La ambigüedad del pensamiento y de la época 229

Capítulo V

LA RIQUEZA Y LA POBREZA DEL PAÍS

La Argentina y el mundo 232

Cherchez la viande 242

…y1as mieses 246

La madre tierra 250

La inversión extranjera. Los frigoríficos 253

El ferrocarril 257

Los Bancos y las compañías exportadoras de granos 265

Las industrias 268

La moneda y las finanzas 273

Capítulo VI

LOS PROTAGONISTAS ANÓNIMOS 279

Los signos de un cambio 280

Los inmigrantes y la migración interna 283

Los nuevos grupos de presión 288

Page 346: EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLITICA

Capítulo VII

MUCHAS ARGENTINAS 296

La zona chaqueña 296

El Noroeste 302

Corrientes 307

Misiones 310

Cuyo 311.

La Patagonia 316

Córdoba y San Luis 318

La pampa húmeda 319

La ciudad de Buenos Aires 321

Cronología 328

Bibliografía 332

Page 347: EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLITICA

Este libro se terminó de imprimir en los talleres

“Artes gráficas Femago S.R.L”

H. Yrigoyen 3241 – Lanús

en el mes de enero 1980

Page 348: EN CAMINO A LA DEMOCRACIA POLITICA

MEMORIAL DE LA PATRIA .

Director

FÉLIX LUNA

Una visión completa de la historia de la Argentina Independiente a través de sucesivos volúmenes eruditos sin pesadez, de claro

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Colaboradores:

Luis C. Alén Lascano,

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Héctor J. Iñigo Carrera,

Julio Irazusta,

José R. López Rosas,

Pedro S. Martínez,

Isidro J. Odena,

Carlos Páez de la Torre (h.),

Carlos Payá,

Luis A. Romero,

Julio H. Rube,

Jimena Sáenz,

María Sáenz Quesada,

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Esta colección abarcará de 1804 a 1973 y constará de 30 volúmenes