En Democracia - Año 2009 - Número 7

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  • 8/14/2019 En Democracia - Ao 2009 - Nmero 7

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    Agosto de 2009 / N7 /PUBLICACIN OFICIAL DEL INSTITUTO MOISES LEBENSOHN

    En Democracia

    Apertura denuevas filialesSe abrirn ms de diez

    liales en el segundosemestre del ao. Pg. 2

    Moiss Lebensohn yla Socialdemocracia

    Escribe Hernn Rossi,Presidente del IML. Pg. 2

    Curso de Capaci-tacin de fiscalesMiles de ciudadanos se ca-pacitaron y participaron de lajornada electoral. Pg. 2

    Reexiones sobre elKirchnerismo

    Luego de la derrota electoral nacionaldel ocialismo del 28 de junio, nos pro-

    pusimos pensar que nos dejan estosaos de Kirchnerismo. Su visin depas, y su arquitectura de poder.Escriben: Ricardo Sidicaro, Antonio

    Camou, Marcos Novaro y Alejandro

    Bonvecchi

    El futuro de la Socialdemocracia

    Un anlisis de la situacin en la regin en clave de los desafos dela centroizquierda en relacin al populismo. La necesidad de unaagenda de los militantes de la socialdemocracia a partir de tpicosque interpreten las nuevas realidades.Escriben: Ludolfo Paramio, Fernando Iglesias y Mara Eugenia

    Smuck.

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    Agosto de 2009PAG. 2/ En Democracia

    Editor Responsable: Hernn Rossi (Presidente IML)

    Director: Marcelo GuoumanDiseo y diagramacin: Mara Ins Cosentino

    Redaccin: Royceel Rigotti

    Colaboradores: Alejandro De Angelis, Pablo Lozada Castro, Pablo Amador, Eduardo Winkler, Mauro Pedone Balegno,Mario Alarcn, Emiliano Yacobitti, Maximiliano Campos Ros, Camilo Vedia, Andrs Alievi, Emmanuel Artusa, Lohana

    Arturo, Mauro Palaviccini, Alejandro Ramini, Valeria Burak, Daniel Mansilla, Leandro Querido, Maximiliano Cayuela, Gon-

    zalo Berra, Alejandro Caracciolo, Juan Nosiglia, Diego Fernndez, Paola Costabella y Pablo Hortal.

    StafE-mail: [email protected]

    Tel: (5411) 5254-9079www.institutolebensohn.org.ar

    TEXTUALES FILIALES

    EL DATO

    EDITORIAL:por Hernn Rossi. Presidente del IML

    Con la incorporacin denitiva de la UCR en la In-ternacional Socialista como miembro pleno en el

    ao 1999, se completa un largo proceso de debate

    y posicionamiento ideolgico de nuestro partido,

    cristalizndose de manera institucional una ten-

    dencia ideolgica que desde hace largo tiempo ve-na ganando posiciones en el seno de la UCR.Como todo proceso poltico dinmico, siempre

    es bastante ms fcil sealar su desarrollo y con-secuencias concretas que sus inicios puntuales y

    esta no es la excepcin.No obstante, s podemos encontrar pistas muy

    claras de quienes fueron los referentes histricos

    de nuestro partido, que marcaron la vanguardiade pensamiento que dio lugar al posicionamiento

    ideolgico socialdemcrata que hoy marca nues-

    tra agenda poltico-partidaria.

    Justamente es el caso de Moiss Lebensohn,

    quien en la dcada del 40, frente un peronismo

    avasallante se plantaba con un discurso polticoque rescataba la igualdad y la justicia social en el

    marco de las plenas libertades civiles y polticas,la democracia y el pluralismo. Por esos aos nosdeca, (...)Los hombres de la juventud radical juzga-

    mos que las libertades civiles y polticas deben integrar

    el clima de dignidad humana con una efectiva demo-cracia econmica, y ansiamos que el partido imponga

    un orden de Justicia que garantice el derecho igual de

    todos a la libertad, el derecho de todos al trabajo, a la

    cultura, a un estndar de vida correcto, a la alegra de

    vivir, a un hogar confortable....Proclamamos que esta

    etapa de la historia debe concluir aqu, como en el resto

    del mundo, con la abolicin de la angustia humana,

    de la inseguridad del hombre ante su porvenir, antes

    los riesgos de la desocupacin, de la enfermedad y de

    la vejez y ante la incertidumbre de la existencia de sus

    descendientes.

    En lnea con la mejor tradicin ideolgica de la

    socialdemocracia, Moiss Lebensohn se nos pre-

    senta hoy como un inevitable referente del iniciode esta tradicin de pensamiento en la UCR. Sulegado es hoy, ms actual que nunca, porque sus

    propuestas, denuncias y reclamos siguen estandovigentes en la Argentina presente.Como un humilde tributo y reconocimiento a

    este gran hombre, poltico y pensador, los jve-nes que dimos nacimiento al Instituto Lebensohntomamos su nombre y sobre todo sus ideas para

    continuar con su herencia ideolgica y sobre todo

    con su ejemplo militante.

    El Acuerdo Cvico y Social fue la fuerza poltica que ms votosobtuvo en el pas y a nivel nacional hay un nuevo escenario, unreequilibrio de las fuerzas polticas. Los argentinos le dijimos alGobierno nacional que queremos una democracia con dilogo,con calidad institucional, sin conicto permanente.

    Lo dijo Gerardo Morales, presidente del Comit Nacional de la UCR,

    en la noche del 28 de Junio.

    El jueves 18 de Junio se llev a cabo en elCentro Asturiano de Buenos Aires la pre-sentacin del primer libro del I.M.L., Ha-ciendo Buenos Aires? Una Crtica a la ges-tin macrista de la Ciudad. Asistieron masde 500 comensales, en donde estuvieronpresentes las autoridades del Instituto, can-didatos del Acuerdo Cvico y Social para laciudad, autoridades de la UCR Capital y delComit Nacional. El libro ya se vende en lasprincipales libreras.

    Ciudadanos participaron enel Curso de Capacitacin descales del I.M.L. en los msde 300 encuentros y cursosbrindados en todo el pas.

    9100

    CORRESPONDENCIA RECIBIDA

    Agradecemos a todos aquellos que nos enviaron notas, informesy opiniones a [email protected] y a [email protected] de ellas sern publicadas prontamente en nuestro sitioWeb y algunas incorporadas como material de consulta de losequipos tcnicos del Instituto.

    EL ACONTECIMIENTO

    MOISS LEBENSOhN y LA SOCIALDEMOCRACIA

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    Agosto de 2009 En Democracia / PAG. 3

    Moiss Lebenson en la mirada de Jos Bielicki

    El padre de la intransigencia, en unpartido anquilosado y conservadorBielicki es el autor del segundo libro que publicar el Instituto Moiss Leben -sohn, a travs de Ediciones I.M.L. y Ediciones Lumiere. Se trata de Moiss Le-

    bensohn: El hombre que pudo cambiar la historia, un fresco sobre la vida deleternamente joven lder radical. La vinculacin con su propia historia familiar,la gura presente de su padre y su frondosa biblioteca. Un libro para una nuevageneracin de ciudadanos y radicales. Habla su autor.

    Jos Bielicki es

    abogado. Se recibien la UniversidadNacional de BuenosAires.Naci en la CapitalFederal, pero des-empe su carrerapoltica en el marcodel radicalismo deMorn, Provincia deBuenos Aires, distritopor el que fue electoDiputado Nacionalen el ao 1983. Unbloque de diputadosbrillante dice, sobresu experiencia legis-

    lativa.Comenz su militan-cia partidaria a lostrece aos partici-pando activamentedurante la cursadade sus estudios enlos niveles secunda-rio y universitario.Milit en el Movi-miento UniversitarioReformista dondeme integro con ungrupo de jvenesdel Movimiento deIntransigencia yRenovacin de laprovincia de BuenosAires y el cnticoque identicaba anuestro grupo era

    Alem, Yrigoyen yLebensohn, todauna denicin

    - Cmo se da su vinculacin conLebensohn? Como lo conoci?

    - Lo vi en actos, yo no tuve relacindirecta con l. Era un hombre jo-ven. Yo fui secretario de gobiernoen Morn teniendo 22 aos y fuicandidato a Intendente a los 26. Elintendente de Morn, Abel Cos-ta, era un hombre de la absolutaintimidad de Lebensohn. Por esetiempo yo compart mucho tiempocon Gabriel Del Mazo, era muy jo-ven. En su mesa, el aprendizaje fuemuy trascendente. Mi contacto con

    Arturo Frondizi, Federico Monjar-din, Hector Noblia, Ataulfo PerezAznar y muchos otros fue muy im-portante.Me incorpor a la juventud de laProvincia de Buenos Aires y es ahadonde encuentro el pensamien-to Lebensohniano y en donde mecompenetro del ideario de Leben-sohn tan bien denido en su snte-sis, Doctrina y conducta: Doctrinapara que nos comprendan y Con-ducta para que nos crean. Hoy vi-gente como siempre.

    - Quin era Moiss Lebensohn?

    - Lebensohn es el padre de la in-transigencia, en un partido anqui-losado y conservador. Su gran ta-rea es primero haber comprendidoque la nica herramienta que tena,eran los jvenes. La portentosa mi-litancia de la juventud.Lebensohn fue concejal en Junn

    entre 1936 y 1940 y sus proyectos,ledos hoy, tienen una estatura deLegislacin Nacional. All se de-nota su pensamiento progresista,su sentido social, su nocin de laeconoma al servicio del hombre.El primer socialdemcrata del radi-calismo. Lamentablemente muerejoven. A los 45 aos, siendo presi-dente de la Convencin Nacional.Y en su lecho de muerte, dice algoque es tremendo, No quiero mo-rir, queda tanto por hacer, hay queluchar, luchar, luchar. Esto no tie-ne un sentido personal. Ese es suobjetivo casi proftico de servir .

    - Usted dice que Lebensohn es elcontinuador del pensamiento de

    Irigoyen. Cmo se coloca l, en eldebate de su poca?

    - El va con sus ideas. Tiene un sen-tido progresista. Digo algo con elriesgo de equivocarme, pero es loque siento: Si ese pensamiento, eseproyecto, hubiera sido la lnea delradicalismo, el proceso poltico hu-biera sido distinto.

    - Hablamos del Peronismo, no?

    El recoga las necesidades de unasociedad agotada por la corrupcin

    y el fraude. Era un mensaje adecua-do para ese momento.Lebensohn, ocupo solo dos cargoselectivos, fue concejal, y presiden-te del bloque de convencionalesen la Constituyente de la UCR en1949 y es muy interesante lo quese produce en el debate que se daen el partido. l tena que levan-tar el bloque. Era la instruccin.Pero el pensamiento de l, estabaen dar un debate. Participar real-mente en la convencin porqueestaba en la seguridad que habacosas que se podan modernizar eincorporar y hacer una constitu-cin progresista.

    En el partido haba 3 posiciones.Una totalmente abstencionista. Otrade ir, impugnar y retirarse, y la otrade participar e ir condicionando einterviniendo en todo. Esa era la deLebensohn.Y cuando se plantea y se reconoceque el nico objetivo era el de lareeleccin de Pern, se formaliza laretirada del bloque. All se ve queLebensohn no era antiperonista.Aprendimos entonces a separarlas cosas: los liderazgos cuestiona-bles, de la posicin del pueblo deese momento y a aceptar que esafue una realidad en la que el pue-blo encontr una va totalmentedistinta a la que le brindaban lospartidos tradicionales, que era unaposicin vaca, como la que expre-saba la Unin Democrtica.

    - Retomando el camino de recons-truir su pensamiento: que habrledo Lebensohn, como se vincu-laba con las ideas provenientes deotras latitudes?

    Bueno, el tambin se cultiva, es ungran lector, y hereda mucho de supadre y su completsima biblioteca.El padre de Moiss era mdico, uninmigrante que tenia un gran baga-je cultural. Moiss Lebensohn reci-be de l su formacin intelectual yhumana.La primera vez que lo escuch, F-lix Luna, lo relata en sus Memorias,fu en Crdoba en el ao 1938 y co-menta que quedo impactado. Quefue el mejor discurso que escuchoen su vida. Que as como Frondizitena una gran formacin, respecto

    de sus intereses puntuales, Leben-sohn tena una formacin muy am-plia que involucraba la literatura,la msica, una cultura general muyamplia. Es la cultura que le trans-mite su padre. Inmigrante, al quelo seduce el radicalismo ya en 1905.Es decir, prcticamente a ocho aosde estar en el pas.Volviendo a Moiss, tiene una granadmiracin por Roosevelt y el NewDeal, tambin por el acercamientoa los saberes econmicos de teri-cos britnicos, son importantes ensu formacin. El ensayista HaroldLaski, gura entre sus predilectos.Moiss Lebensohn abre el diario

    Democracia y lanza sus ideas y,sin sectarismo, a pensadores euro-peos, y nacionales. Recurrimos, enel libro, al archivo de Democra-cia, gracias a que el actual director,el hijo de Moiss Lebensohn, el Doc-tor Hctor Lebensohn, nos abri laspuertas y facilit todos los medios yun rico anecdotario familiar.Gracias a el pudimos encontrar ele-mentos esenciales en la trayectoriade Lebensohn.Lamentablemente, Lebensohn tie-ne escrito un solo trabajo que es larecopilacin de su accin munici-pal que lo publica en 1941 y ah serecogen todos los proyectos, perodespus no hay ms que muchosdiscursos y los trabajos importan-tes en el diario, conferencias, susactuaciones... Pero si contamostodo... no van a leer el libro.

    - En esa biblioteca paterna, que sepodra haber encontrado?

    - Todo. Todo, porque adems el

    padre era un gran lector en diver-sas lenguas. Manejaba nueve idio-mas, se haba formado en su tierranatal que era una parte de la RusiaBlanca, creo que en este momentoesa parte seria Ucrania. l emigrapor el tema de la persecucin anti-semita y las limitaciones para estu-diar que tiene la comunidad juda.Luego se recibe de medico en Vie-na y solventa su vida dando clasesde Idiomas.

    - Era liberal en su dimensin pol-tica Moiss Lebensohn?

    Si, si, y en lo econmico tiene unaposicin contra el comunismoruso. Tambin contra el totalita-rismo del sistema. Es un hombreescencialmente democrtico. Hayuna comisin que se designo enla reunin de la intransigencia, enAvellaneda en 1947, que elaboralas bases de accin poltica, y laprofesin de fe doctrinaria queintegraban Lebensohn, Del Mazo yFrondizi. Participaron tambin enesa reunin Larralde, Balbn y todala Creme de aquel momento, queintegr una generacin ejemplaren nuestra historia.

    - Por ltimo, tiene algunas expec-tativas en torno al libro que se estpor publicar?

    - S, por supuesto. Tengo que agra-decer a la gente del Instituto MoissLebensohn, en especial a su presi-dente Hernn Rossi por el apoyo yel entusiasmo a la edicin de estelibro y esto seala que en los jve-nes es donde esta el semillero paratransformar esta realidad depri-mente de hoy.El eje de la reconstruccin partida-ria del Radicalismo est en los j-venes. Que no vivieron los enfren-tamientos, y que tienen la menteabierta, para oxigenarse e incor-porar y adecuarse a un mundo encrisis.

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    Agosto de 2009PAG. 4/ En Democracia

    As escribeJos BielickiPublicamos a continuacin un adelanto exclusivo del libro Moiss Le-bensohn: El hombre que pudo cambiar la historia, del doctor Bielicki, queser publicado conjuntamente por Editorial Lumiere y Ediciones I.M.L.El siguiente es un fragmento de la introduccin:

    Nuestra historia parece haber bo-rrado muchos nombres signica-tivos hasta casi hacer desaparecer

    su paso y las huellas profundasque dejaron en nuestra sociedad ysu cultura poltica. Sobre los triun-fadores escribe la historia ocial,y el olvido parece ensaarse conmuchos hombres adelantados a sutiempo. Silenciando pensamientoscuya vigencia permitira enfrentarcon xito estructuras anquilosadasal servicio de sistemas antidemo-crticos y conservadores.Dice bien Felipe Pigna, en Los mitosde la historia argentina: La historia espor derecho natural de todos, y la tareaes hacer la historia de todos, de todosaquellos que han sido y van a ser deja-dos de lado por los seleccionadores de lo

    importante y de lo accesorio. Quienesquedan fuera de la historia mueren parasiempre, es el ltimo despojo al que nossomete el sistema, no dejar de nosotrossiquiera el recuerdo.

    1

    El caso de Moiss Len Lebensohnes paradigmtico, pues ni el radica-lismo, al que impuls a una actua-lizacin de ideas y mtodos, ni lasociedad tiene nocin del valor delaporte de este abogado, poltico yperiodista, pensador nico, falleci-do un 13 de junio de 1953. Algunosactos y enjundiosos artculos fue-ron realizados al cumplirse, haceunos aos, medio siglo de su des-aparicin, pero no dan la estaturade su labor incansable, apasionada,

    transformadora de su partido paraconvertirlo en herramienta ecazque permitiera construir una socie-dad igualitaria que diera n a la in-justicia. Y mucho menos dan cuen-ta de lo que fuera su ideario, susprofundas clarividencias, aquellascertezas por las que luch sumido,muchas veces, en la incomprensinde sus contemporneos.Muy joven se embarc en la titnicatarea de propagar ideas renovado-ras que enfrentaran a la conduccinde su partido, la UCR, que langui-deca bajo el fraude instaurado porla dictadura uriburista, aquella quearrasara con las libertades pblicas,

    instalando un rgimen nefasto quelas generaciones venideras conoce-ran con el nombre de dcada in-fame. Nacido as a la vida poltica,en tiempos de emergencia, las cir-cunstancias determinaron la forjade unas convicciones democrticasfrreas, de las que no abjurara ja-ms.Es posible que ocurriera con l lo

    sucedido a notables personajes denuestra historia, que el hecho de nohaber ocupado posiciones pblicas

    relevantes sea uno de los factoresque lo aleje de ese brillo consagra-torio. Slo fue cuatro aos concejalen Junn y presidente del bloquede Convencionales Constituyentesde la UCR en oportunidad de lareforma constitucional de 1949 quediera al general Pern su anheladareeleccin. Durante su gobierno su-frira la crcel que no haba sufridodurante la dictadura de Uriburu, nidurante aquella larga dcada. An-tes y despus de aqul episodio suactividad se concentr en la activi-dad interna del partido al que en-tregara su vida. Hay intelectualesque logran mantenerse al margen

    de la vida de su pueblo, el lugar co-mn los ubica en la famosa torrede marl desde la que otean el de-venir humano. Lebensohn en cam- bio, asumi hundirse en el barrode la historia, se que abunda en laconstruccin de los hechos sociales.Fue un idelogo, pero ms aun fueun organizador y un pedagogo.No un doctrinario, puesto que susslidas convicciones no lo hacanreacio a las nuevas ideas, sino quepor el contrario mantuvo siempreuna apertura mental notable, capa-cidad muy escasa en la mayora delos polticos de su poca, atados aconvencionalismos y tradiciones aveces poco fundamentadas.

    Lebensohn surgi a la vida polti-ca en plena dcada infame, unacoyuntura dramtica para el pas ypara el radicalismo en el que mili-taba. La muerte de Yrigoyen habafacilitado la alvearizacin de supartido, el alejamiento de los pos-tulados fundacionales y la prdidapaulatina de su raigambre popu-lar. Lebensohn supo entonces queel radicalismo no tendra destinosino recuperaba esa base amplia ymultitudinaria, y que no lo harasin antes producir una vigorosa re-novacin desde los cimientos mis-mos del partido. Por eso dedic enun principio todo su esfuerzo a la

    organizacin juvenil. Y dot a esta juventud de un programa y unamstica.La elaboracin de un programa esuna de las innovaciones ms im-portantes que Lebensohn aporta su organizacin poltica, un ele-mento tradicionalmente ausentede las preocupaciones partidarias,reemplazado habitualmente con el

    Bielicki sus lecturas

    Leo de todo, tengo en lectura el libro de Terrag-

    no, el Diario ntimo de San Martn. Asimismo elltimo trabajo de Albino Gmez, llamado Tiem-

    po de Descuento. Pero simultneamente, leo alos clsicos de la literatura rusa, que es una cosa

    que me da mucho placer.Me gustan fundamentalmente los libros de His-toria. Tambin leo sobre economa y Poltica In-ternacional, dentro de las limitaciones de tiempo,

    trato de concentrarme en algunos temas.Por ltimo, le hace poco, en funcin de seguir lahistoria del Peronismo, el tercer libro sobre el temade mi amigo Hugo Gambini, La Violencia.

    remanido y ya arcaico eslogan quepropagandizar Yrigoyen a princi-pios de siglo: nuestro programa

    es la Constitucin. Ese programapopular, antiimperialista, buscabaorganizar a los radicales para con-ducir al pueblo en esa larga marchaque lo sacara del estancamiento yla abyeccin en que lo haba reclui-do el asalto oligrquico al poder en1930.En aqul entonces la poltica ambi-gua y poco transparente de la diri-gencia partidaria, el antipersona-lismo en particular, del cual Ortizpresidente de la repblica en esosaos nales de la dcada del 30era oriundo, haba sumido al radi-calismo en la confusin y debilita-do notablemente su personalidad

    poltica, su discurso. Pero exista elconvencimiento ntimo en la masamilitante, de que slo el fraudeelectoral impuesto por el rgimenoligrquico impeda la reunin delpartido con sus votantes mayorita-rios. Tras el interregno militar del43, la segunda mitad de la dcadaprob sin fraude que efectivamentese haba perdido ese apoyo de lasgrandes masas, que el discurso ra-dical ya no las seduca, que quizya no las interpretaba.Eran aos difciles: la dcada del30 es de ascenso del fascismo y losregmenes totalitarios en todo elmundo. Tambin en la Argentinael fascismo tena numerosos sim-

    patizantes. En primer lugar en elpropio ejrcito nacional, en el quealgunos de sus mulos ocupabanpuestos expectables. Y tambin enla sociedad civil, donde estimula-ban el desarrollo de centenares debandas armadas nacionalistas queatacaban mitines obreros, busca-ban amedrentar a la opinin liberalal tiempo que eran contemplados bonachonamente por el gobiernode Justo y sus sucesores. Pronto laguerra arras con media Europa.Primero fue el acotado holocaustoespaol, que sirvi de experimentoa lo que se pondra en prctica enun vasto escenario inmediatamente

    despus, totalizando casi una dca-da de horror.Y en la Argentina, aunque alejadageogrcamente del teatro de ope-raciones de la guerra, se vivi stacon magnitud comparable. El mie-do a ver surgir en nuestro medioalgn smil de los derrotados reg-menes alemn e italiano impregnla percepcin poltica de la opinin

    democrtica contempornea. No escasual, en ese sentido, que se iden-ticara a los sucesivos gobiernos de

    Uriburu y Justo con el fascismo yque la misma sospecha se trasladaraa los militares que protagonizaranel golpe del 43, comandados en lassombras por una sigla misteriosa.En el ao 1940 Lebensohn organizen Junn un acto pblico de apoyo ala causa aliada y repudio al antise-mitismo nazi, hablaron, entre otros,Ricardo Balbn y Arturo Frondizi.Un grupo de militantes de ultrade-recha irrumpi en el acto, subi alpalco y efectu disparos, Lebenso-hn se salv milagrosamente. Unode los agresores le grit a Moissjudo de mierda, y l respondi,por nica vez en su vida, en forma

    violenta con un golpe en la mand-bula del ofensor. Fueron muchas lasocasiones en que Lebensohn recibiinsultos de esta especie, incluso decorreligionarios que lo cuestiona- ban, pero nunca actu como enaquella ocasin.Por el contrario, la prctica que ca-racterizara a Lebensohn fue la delargumento que busca convencer, jams troc su gesto pedaggicoen imposicin. Y en tanto pedago-go, su locucin sencilla y pacientees destacada por todos los que leconocieron. Si se destaca este epi-sodio es justamente porque rompauna regla autoimpuesta en su prc-tica poltica, la de evitar la exaspe-racin, la reaccin extempornea,el discurso inamado y carente desubstancia que criticara en muchosde sus contemporneos.Por otra parte, su discurso no eraslo convincente, era adems pro-fundo y ricamente poblado de ape-laciones humanas. No en vano diceFlix Luna en Encuentros a lo largode mi vida: ... goce con el congresode la juventud que se hizo en Crdo-ba en el mes de noviembre (1951)... ycomo postre escuche uno de los mshermosos discursos que o en mi vida:el de Moiss Lebensohn, cerrando lasdeliberaciones.2 Es que como elmismo Luna dice: ...aunque se su-

    pona que Frondizi dispona de unasingular formacin, lo cierto es que staera unilateral y armada slo en funcin poltica. Lebensohn no haba sido as:poda comentar una gran novela, clsi-ca o contempornea, o hablar de la obrade un gran pintor. Frondizi no sabanada de lo que no estuviera fuera de sucampo de intereses.3...

    1Pigna, Felipe, Los

    mitos de la histo-

    ria argentina. La

    construccin de un

    pasado como justif-

    cacin del presente,Buenos Aires, Grupo

    Editorial Norma,

    2004.2

    Flix, Luna, En-

    cuentros a lo largo

    de mi vida, Buenos

    Aires, Sudamerica-

    na, 2005.3

    dem, Pg. 399.

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    La Agenda Pendiente

    del ProgresismoUn desafo para la UCRPor Mara Eugenia Schmuck

    La consolidacin de nuestra democracia, se sabe, es un hecho histrico sin prece-dentes, consecuencia del aprendizaje colectivo, y de la larga y dolorosa conquista

    de la gran mayora de los argentinos. Constituye adems, el territorio propiciopara la constitucin de un espacio pblico autnomo que permita redenir larelacin entre el Estado, el sistema de representacin y la sociedad civil.A ms de un cuarto de siglo ininterrumpido de vida democrtica, es importanterescatar de la historia de nuestro partido la inquebrantable voluntad de lucha delos momentos ms difciles. Los sueos de generaciones de argentinos que creye-ron y siguen creyendo que es posible concretar, en el marco del rgimen polticodemocrtico, los principios de libertad e igualdad. Para ello, debemos asumir laresponsabilidad de aportar al proyecto poltico las ideas necesarias que ayudena concretarlo. Los desafos que nos movilizan trascienden la sola voluntad detransformar y cambiar el orden establecido: no hay cambio posible sin capacidadde organizar esa voluntad transformadora y, menos an, sin inteligencia paradarle sentido y estrategia.Como progresistas, no debemos temerle a las diferencias, el desafo derecuperar la dimensin poltica en los procesos sociales nos permite en-tender que el conicto y las tensiones no necesariamente constituyen obs-tculos, sino que enriquecen las relaciones sociales y los vnculos demo-crticos. El conicto es un componente irreemplazable de la poltica, sinpoltica democrtica, resulta difcil concebir la democracia como expan-sin estructural e institucional de la ciudadana. En este sentido, entenderla poltica como la gestin y el procesamiento institucional de las diferen-cias; y lo poltico como conduccin de la sociedad y deliberacin sobre elbien comn, obliga a los partidos a asumir el desafo de la representacindesde esa perspectiva. Por tanto, es responsabilidad de la militancia, de-batir y construir nuevas reglas de juego para esta joven democracia.La perdida de conanza en los partidos como espacios de canalizacin de las de-mandas ha dejado hurfanos de visiones integradoras a gran parte de los ciuda-danos. En efecto, el embate neoliberal de los 90 erosion las bases de la represen-tacin poltica. Una opcin facilista nos invita a concluir que la responsabilidaddel desencanto se encuentra slo all. Sin embargo, las razones son ms complejase imponen tanto un anlisis de las dicultades y errores propios de los partidospolticos, como de los cambios estructurales de nuestra sociedad en las ltimasdcadas, en el marco de un proceso ms amplio que comprendi a todos los pasesdel planeta. El descontento se sustenta tambin en el reconocimiento de la polticacomo una actividad ensimismada y, por lo tanto, ajena a las demandas sociales.En cualquier caso, la necesidad de avanzar hacia un proceso que reconvierta laactividad poltica con el objetivo de reestablecer los lazos de representacin encrisis, se ha constituido en los ltimos aos en un elemento recurrente pero re-lativamente importante en la agenda pblica. Al mismo tiempo, debe ser unaconvocatoria irrenunciable para todos nosotros.Cuando la discusin ideolgica parece pasada de moda y se nos presenta como loverdaderamente trascendente la bsqueda de la eciencia burocrtica o el prag -matismo de las encuestas para denir nuestros referentes polticos, es importanterecuperar los espacios de discusin para avanzar sobre algunas de nuestras mu-chas deudas pendientes como partido.La impostergable reconguracin de los partidos polticos frente a la apa-ricin de las coaliciones como un nuevo espacio de intermediacin entrela sociedad civil y el Estado, nos obliga a repensar y decidir las formasms adecuadas de construir poder entre dos o ms partidos, no solo paraganar elecciones, sino con el objetivo de consolidar un proyecto y pro-

    grama de gobierno. Tenemos el desafo de imaginar cmo somos capacesde garantizar, al interior de un espacio poltico que comprenda diferen-tes expresiones partidarias, la alternancia democrtica que le exigimos anuestro rgimen poltico. Hay experiencias exitosas en nuestro continen-te en este sentido.Otro de los temas que debemos incorporar en nuestros anlisis y activi-dad militante es el reconocimiento de que hace varios aos asistimos aun proceso de territorializacin de la poltica, en donde las estructurasnacionales no pueden constituirse hoy desde Buenos Aires a partir deliderazgos personales, sino que responden a procesos de construccin

    poltica en donde el poder real tiene, claramente, base territorial. Por ello,la puesta en escena de grandes proyectos nacionales no puede ignorar las

    marcadas heterogeneidades de los territorios que pretenden contemplar.Resulta necesario reorganizar el Estado en todos sus niveles, planicandoy ejecutando las polticas pblicas desde una perspectiva que revaloricesu dimensin territorial.La denicin de un proyecto de nacin y en consecuencia, de un modelo de desa-rrollo, implica una renovacin de la matriz sociopoltica en al menos dos sentidos.Por un lado, como articuladora de una nueva cultura poltica que promueva unaciudadana activa y comprometida con el aumento del capital social e institucio-nal. Por otro, como sostiene Caldern, una matriz que interprete al y garantice eldesarrollo como un proceso que enriquezca la libertad real de los involucrados enla bsqueda de sus propios valores, expandiendo las capacidades humanas parapermitir un mejor aprovechamiento de los factores exgenos y tornar dinmicaslas potencialidades de cada sociedad (Caldern 2000).Este proceso debe redenir necesariamente las prcticas del sistema po-ltico intentando recrear la construccin de consensos basada en la ne-gociacin, el dilogo y la concertacin con los diversos actores polticos,econmicos y sociales en el marco del rgimen poltico democrtico. El

    reconocimiento del disenso supera aunque no niega la existencia del con-icto. La ausencia de un proyecto poltico de nacin que aglutine y arti -cule a los actores sociales heterogneos para la concrecin de interesescomunes, es una asignatura pendiente de la actual transicin hacia unanueva matriz que de cuenta de los cambios operados en nuestro pas y laregin en las ltimas dcadas.En esa lectura, ser necesario incorporar como eje de trabajo la emergenciade nuevos actores sociales y antinomias que cobraron fuerzas al tiempoque decreca la capacidad de los partidos para construir referencialidad.Con todo, el desafo pendiente en la argentina y los pases de la regin,nos interroga sobre las condiciones de posibilidad de un proyecto que altiempo que reivindique polticas progresistas, garantice un proceso deprofundizacin y consolidacin de las instituciones de la democracia.Este breve texto ha tratado de aportar slo algunas de otras tantas ideas,bajo la premisa de que resulta factible y necesario concretar un proyectopoltico nacional, popular, progresista y democrtico.Como militantes polticos, la tarea que tenemos por delante es enorme, debemosrecorrer un camino desaante y complejo, pero no por ello menos atractivo paraquienes apostamos a la participacin como manifestacin activa de la libertadcolectiva.

    Mara Eugenia Schmuck es Licenciada en Ciencia Poltica con orientacin enAdministracin y Planicacin Pblica. Facultad de Ciencia Poltica y RelacionesInternacionales. Universidad Nacional de Rosario. Magster en Ciencias Sociales conorientacin en Ciencia Poltica y Sociologa en la Facultad Latinoamericana de Cien-cias Sociales (FLACSO), Doctoranda en Ciencia Poltica. Facultad de Ciencia Polticay Relaciones Internacionales. Universidad Nacional de Rosario. Es adems investiga-dora y docente universitaria.

    www.fmpatricios.com.ar

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    Agosto de 2009PAG. 6 / En Democracia

    Izquierda populismoen Amrica Latina

    De qu ablamos cuando abla-mos de populismo?

    Si no estamos de nuevo ante un po-pulismo econmico caracterizado

    por la irresponsabilidad scal, dequ hablamos cuando hablamos de

    populismo? Un primer enfoque esel que se reere a su proyecto eco-nmico, pues se puede argumentar

    que las polticas populistas se li-

    mitan a distribuir los ingresos ex-

    traordinarios de las exportaciones,

    pero no crean crecimiento a largo

    plazo pues desincentivan la in-versin y ni siquiera son ecien-

    tes en el plano de la redistribucin.En otro sentido se podra hablar de

    discurso populista. Este discursodenuncia a la lite poltica anterior

    y al conjunto de los partidos polti-

    cos tradicionales como traidores a

    los intereses populares, para pre-

    sentar a los nuevos gobernantescomo verdaderos representantesde esos intereses. Y por ello pide elmximo respaldo social para evitarque la oposicin bloquee la accin

    del gobierno desde las institucio-

    nes democrticas.

    Parece evidente que Chvez y Mo-rales comparten ese discurso, y queKirchner no tuvo ms que navegaren la corriente desatada por la cri-

    sis poltica de nales de 2001: quese vayan todos. Pero a la vez es ob-vio que ese discurso tiene antece-dentes muy prximos en los estilos

    de liderazgo de Menem y Fujimori

    a comienzos de los noventa. El nue-vo discurso populista no sera msque una edicin actualizada de lo

    que Guillermo ODonnell (1992)llam democracia delegativa. Ennombre de los intereses popula-

    res el gobernante reclama poderesexcepcionales y trata de escapar al

    control de las viejas instituciones.Hay una diferencia sustancial, sinembargo. El populismo de Menemy Fujimori trataba de realizar una

    agenda econmica neoliberal, com-

    binndola con polticas sociales

    clientelares para obtener a la vez elapoyo del empresariado, las clases

    medias y las clases populares. Elnuevo populismo que preocupa alos observadores no comparte esaagenda neoliberal, aunque man-

    tenga el principio de responsabi-

    lidad scal. Por el contrario, hacegala de un agresivo nacionalismo yde un estilo confrontacional con los

    inversores extranjeros, sean empre-sarios o simples ahorristas.Parece lgico pensar, en este senti-do, que lo que ha cambiado en los

    ltimos aos es el clima ideolgico,

    por decirlo de alguna manera. El

    Consenso de Washington ha per-dido gran parte de su credibilidad,

    y se ha producido una reaccin en

    contra de las ideas que lo respalda-

    ban, de lo que podramos llamar el

    paradigma neoliberal. Este cambiode clima ha favorecido a los candi-datos de izquierda como Lula,

    Tabar o Bachelet donde estas

    opciones existan y tenan credibi-

    lidad como alternativas de gobier-no.En cambio, en aquellos pases don-

    de no se daban estas condiciones,

    por las caractersticas del sistemade partidos o por circunstancias es-

    peccas, o bien el giro a la izquier-da no se ha producido o ha tomado

    la forma atpica al menos desde

    el punto de vista europeo de loque llamamos populismo. Un po-pulismo que en algunos aspectos

    se distancia del original, del popu-

    lismo histrico de los aos treintay cuarenta del siglo pasado, pero

    que en otros se le asemeja, en bue-

    na medida porque responde a pro-

    blemas relativamente similares.En efecto, la clave de las experien-

    cias de Pern y Vargas en aquellosaos era una crisis del sistema de

    representacin y la existencia de

    amplios grupos sociales que se

    sentan excluidos econmicamen-

    te y no encontraban una va paraque sus necesidades fueran aten-

    didas por los gobiernos. Esas dos

    condiciones se han vuelto a dar acomienzos del nuevo siglo en algu-nos pases, y no es demasiado sor-

    prendente, por tanto, que se haya

    repetido la emergencia de lideraz-

    gos populistas.Es fcil comprender que el creci-

    miento de la pobreza y la frustra-

    cin ante el incumplimiento de las

    promesas de las reformas estructu-

    rales han provocado que ampliossectores no slo populares, sino

    tambin de clase media, se sientan

    maltratados y excluidos ante un

    mercado que consideran adverso,y que no sepan cmo hacer or su

    voz. Esto es lo ms importante: enmuchos pases los sistemas de par-

    tidos establecidos no han generado

    ofertas polticas crebles que per-

    mitieran a estos sectores sentirse

    representados. Y, a consecuenciade ello, ha ido creciendo el escepti-

    cismo hacia las instituciones polti-

    cas en su conjunto.Esta ausencia de alternativas se ex-plica en gran parte por el cambio

    de reglas sociales y econmicas que

    conllevaron las reformas estructu-rales. Los partidos con capacidad

    de gobierno debieron interiorizarlas nuevas reglas, y con ello perdie-ron capacidad para hacer frente a

    las demandas sociales provocadaspor el estancamiento de nales delos aos noventa. La adaptacin alnuevo juego y a la lgica de unaeconoma liberalizada fue en bas-

    tantes casos traumtica, y no siem-

    pre fue acompaada por un cambio

    profundo de los grupos dirigentes.Era improbable que estos mismos

    partidos, pocos aos despus de su

    conversin al discurso del liberalis-mo econmico, fueran capaces de

    asumir la crisis del paradigma libe-ral a ojos de la opinin pblica.El triunfo de Chvez en 1998 fuefruto de este clima y del desfonda-

    miento de los partidos tradiciona-

    les tras la crisis de AD y la nuevafrustracin ante el gobierno de

    Caldera. Pero la aparicin de lide-

    razgos populistas no exige nece-

    sariamente un colapso previo delsistema de partidos. La condicinfundamental es la existencia de

    una crisis de representacin en el

    sentido apuntado antes: que una

    parte importante de la sociedad

    sienta que ninguno de los partidos

    existentes representa sus intereses.Es obvio por otra parte que la con-solidacin de un liderazgo popu-

    lista contribuye a profundizar la

    crisis de los partidos preexisten-

    tes, ya que su discurso fomenta su

    descrdito, y a menudo sus polti-

    cas estarn dirigidas a socavar los

    mecanismos de funcionamiento dela representacin, erosionando sus

    bases sociales y recortando su pa-

    pel en las instituciones. En ltimotrmino, el ataque a la supuesta

    oligarqua poltica conduce casiinevitablemente a un ataque alas propias instituciones polticas

    ms all de los partidos y al

    intento de crear una nueva institu-cionalidad a la medida del rgimen

    populista, lo que puede tener efec-

    tos negativos muy duraderos parala vida poltica democrtica, ms

    all del propio ciclo populista.

    Los costes polticos del populismo

    Si nos atenemos al populismo como

    fenmeno poltico, su crtica debe

    partir de las consecuencias que tie-

    ne para la democracia y sus institu-

    ciones, antes de analizar su poltica

    econmica e independientemente

    de que sta encaje o no en el este-

    reotipo del populismo econmico.Por ejemplo, se pueden estudiarlas consecuencias de los gobiernos

    de Menem y Fujimori con inde-

    pendencia de que su poltica eco-nmica fuera neoliberal. Y pareceque el balance de ambos gobiernos

    fue negativo en el sentido de quecondujeron al desmantelamiento

    o la perversin de las institucionesdemocrticas, y muy en particular

    de las que cumplen la funcin de

    Por Ludolfo Paramio

  • 8/14/2019 En Democracia - Ao 2009 - Nmero 7

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    contrapesar o controlar al poder

    ejecutivo.Como es sabido, en ambos casos se

    manipularon las Cortes Supremas

    y las Cmaras legislativas en elcaso de Per tras la ruptura insti-

    tucional de 1992 para lograr quenada pudiera frenar la actuacin

    del ejecutivo. Y, de forma totalmen-te previsible, en ambos casos esaausencia de controles vino acom-paada de fuertes irregularidades

    en la gestin y de una corrupcin

    casi generalizada, en buena medida

    aprovechando las oportunidadescreadas por la propia liberalizacin

    de la economa, y en particular por

    las privatizaciones.Conviene subrayar que el xito deeste vaciamiento de las institucio-nes (y de las arcas) del Estado vino

    favorecido por una situacin obje-tiva y por las ideas dominantes enaquel momento. La crisis hiperin-acionaria provoc en las socieda-des argentina y peruana una nece-

    sidad apremiante de un liderazgo

    salvador. La democracia delegati-va era en buena medida fruto deesa necesidad colectiva de encon-trar un gobernante capaz de dar

    salida a una situacin insostenible,

    y en el que se pona una conanzano condicionada.La herencia poltica del populismo,

    en este sentido, es de una enormegravedad con total independen-cia de su balance econmico o de

    las consecuencias de su poltica

    social. Porque despus del popu-lismo no slo es preciso recuperar

    las instituciones democrticas, sino

    tambin la conanza de los ciuda-danos en las mismas. Si, adems,el propio sistema de partidos ha

    resultado arrasado por el gobierno

    populista, el problema de la crisis

    de representacin se agrava, y sehace mayor la dicultad de recons-truir identidades partidarias capa-

    ces de estabilizar la representacin

    poltica.Al comienzo del nuevo siglo el po-pulismo ha regresado a su forma

    tradicional de populismo redistri-

    buidor. El ejemplo ms notorio es,por supuesto, el del rgimen bo-

    livariano en Venezuela. Como esbien sabido, el primer y arrollador

    triunfo electoral de Chvez en 1998fue consecuencia del masivo repu-dio acumulado por los partidos

    tradicionales, pero tambin de la

    frustracin social tras los costes de

    las reformas en el gobierno de Car-

    los Andrs Prez y de nuevo con elajuste de 1997 ya en el gobierno de

    Rafael Caldera.La retrica de Chvez de rechazoa los partidos como cmplices de

    la oligarqua y traidores a los in-

    tereses populares constituye unejemplo de manual de discurso

    populista. Pero tambin es clsicoel proceso de reconstruccin de las

    instituciones polticas para elimi-

    nar cualquier obstculo al nuevorgimen bolivariano. Ms all dela forma de gobernar de Chvez, esindiscutible que sus nuevas reglasde juego cumplen formalmente los

    criterios democrticos aunque la

    oposicin haya formulado repeti-

    das acusaciones de manipulacin,

    coaccin de la disidencia y fraude

    electoral, y que su liderazgo ha

    pasado por ms pruebas electora-

    les que el de ningn otro gobernan-

    te latinoamericano.La clave de su consolidacin es sinduda el haber conseguido que los

    sectores ms pobres y excluidos de

    la sociedad venezolana vean en la un gobernante que se cuida de

    ellos, frente a la imagen de que los

    polticos tradicionales slo se dedi-

    caban a robar y no se preocupaban

    del pueblo. Se puede discutir la e-cacia de la poltica social desarro-

    llada por las misiones chavistas, la

    falta de transparencia de su nan-ciacin, o la lgica clientelar de su

    diseo y ejecucin, pero no es fcil

    negar que han tenido como resul-

    tado un signicativo apoyo popu-lar al rgimen, y en determinados

    sectores una identicacin con lsimilar a la que en su momento al-

    canzaron los populismos clsicos.

    La izquierda el populismo

    Es posible ofrecer una alternativade izquierda al populismo? El pri-

    mer problema es que para muchos

    sectores progresistas el populismo

    es ya una poltica de izquierda, en

    la medida en que introduce me-

    didas sociales y econmicas favo-rables a las mayoras. As, inclusopartidos que deenden el socialis-mo democrtico pueden entender

    que en otros pases el populismo es

    la expresin real de la izquierda.Pero el populismo, incluso si sesomete a las reglas de juego de la

    democracia, no es un proyecto de-

    mocrtico. Divide a la sociedad atravs de su distincin maniquea

    entre sectores populares y oligr-

    quicos, basa su discurso en la con-

    frontacin, y no pretende crear ciu-

    dadanos, sino seguidores. Por otraparte, la dinmica poltica del po-

    pulismo puede derivar fcilmen-te en polticas econmicas poco o

    nada responsables, ya que su prio-ridad es la redistribucin clientelar,

    no la inversin y la transformacinde la sociedad.Pese a que estas distinciones de- beran ser claras, no es tan fcil

    argumentarlas por dos razones. Laprimera es que en muchos pases

    de la regin no hay partidos fcil-

    mente identicables con la izquier-da democrtica. La segunda, queen el actual contexto de crisis de

    representacin, y a la vez de ago-tamiento del programa neoliberal,

    los discursos populistas pueden

    tener mucho ms atractivo que losprogramas de la izquierda demo-

    crtica, que, tras los cambios que se

    han producido en estos aos, sabe

    que no se pueden ofrecer solucio-

    nes milagrosas a los problemas.De nada sirve denunciar los malesde la globalizacin si no se busca

    una insercin en ella que ofrezca

    posibilidades de crecimiento econ-

    mico estable, de poco sirve redistri-buir a favor de los sectores popula-res si no se consigue paralelamente

    mejorar la educacin, la sanidad y

    las infraestructuras, y a nada con-duce plantearse ambiciosas metas

    en estos campos si no se cuenta con

    los recursos scales necesarios. Unprograma de izquierda democrti-

    ca debe combinar metas muy con-

    cretas (y por tanto limitadas) y unproyecto de transformacin a largo

    plazo, un proyecto de futuro.Puestos a elegir entre el talante me-sinico de los lderes populistas y

    la necesaria mesura de los progra-

    mas de izquierda, grandes sectores

    sociales pueden sentirse ms atra-

    dos por las promesas y el discurso

    de confrontacin del populismo.Sin embargo, lo que explica el auge

    actual de los planteamientos popu-

    listas en Amrica Latina no es su

    fcil atractivo, sino, como se ha ve-nido argumentando, el descrdito

    del sistema de partidos en general

    y la ausencia o crisis de los partidos

    que podran representar un pro-

    yecto de izquierda democrtica.No es casual que los tres casos ms

    claros de tales proyectos se den

    actualmente en pases en los que

    la izquierda posea una expresin

    partidaria arraigada. En Chile, las

    diferentes formaciones del rea so-

    cialista, en coalicin con la demo-

    cracia cristiana, han mantenido el

    gobierno pese a las dicultades queen la segunda mitad de los aos

    noventa, bajo el impacto de la crisis

    asitica, sufri una economa tanabierta como la chilena. El PT, enBrasil, y el Frente Amplio, en Uru-guay, se han consolidado durante

    aos como partidos de oposicin,

    y han ido evolucionando hacia elrealismo econmico segn crecan

    sus posibilidades de gobernar.Esto puede signicar que el prin-cipal problema de la izquierda no

    es la competencia con el populis-

    mo, sino la falta de identidades

    partidarias de izquierda social-

    mente arraigadas y con credibili-

    dad y coherencia en el plano de

    las ideas. Evidentemente estas sondos condiciones muy fuertes. Elarraigo social exige aos de traba-

    jo poltico y organizativo, relacincon las organizaciones sociales y

    presencia en ellas. La credibilidady la coherencia de las ideas no slo

    supone buena informacin sobre

    los problemas nacionales y cierta

    comprensin de cmo funciona el

    mundo, sino haber logrado una

    sntesis entre las ideas de quienes

    vivieron experiencias anteriores ylas propuestas para el futuro.

    La nueva crisis global de 2008 pue-de acentuar las tensiones de la iz-

    quierda ante el freno que puede

    introducir en el crecimiento y en

    las posibilidades de redistribucin.Sin embargo, se dira que los pases

    con gobiernos de izquierda estn

    en mejores condiciones de capear

    la tempestad que los que tienen

    gobiernos populistas, a causa de la

    dependencia inmediata de stos de

    los ingresos extraordinarios proce-

    dentes de las exportaciones de hi-

    drocarburos y materias primas. Lacada de los precios puede afectar

    muy directamente a sus polticas y

    a sus bases de apoyo.Demostrar la superioridad de la iz-

    quierda democrtica sera especial-

    mente importante en este contexto,

    tras ms de un cuarto de siglo de

    hegemona del pensamiento neo-

    liberal en el mundo y en Amrica

    Latina, una hegemona cuyo naldebera ser la espectacular quiebra

    de un sistema nanciero hipertro-ado bajo la creencia en un merca-do sin reglas.

    El presente texto es

    una versin redu-

    cida y revisada del

    artculo Izquierda y

    populismo en Amri-

    ca Latina, Sistema

    208-209: 25-33,

    enero de 2009. Elautor es profesor en

    el Instituto de Polti-

    cas y Bienes Pbli-

    cos (CSIC) y director

    del Programa de

    Amrica Latina en el

    Instituto Universita-

    rio Ortega y Gasset,

    en Madrid, Espaa.

    Izquierda y

    populismo en

    Amrica Latina

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    Agosto de 2009PAG. 8/ En Democracia

    Hacia unaSocialdemocraciaGlobal

    Por Fernando Iglesias

    Despus de la cada del Muro de Berln, la iz-

    quierda democrtica de todo el mundo parece ha-

    ber llegado a un consenso acerca de que su funcin

    histrica no es destruir al capitalismo, un sistema

    extraordinariamente ecaz en la tarea de crear ri-queza pero ineciente en la de distribuirla equi-tativamente, sino la de reforzar el sistema polticodemocrtico para regular el sistema econmico y

    hacer que su extraordinaria capacidad de generar

    riqueza sea puesta al servicio de todos. Este balanceconictivo entre los dos sistemas idealtpicos de laModernidad, el econmico-capitalista y el poltico-

    democrtico, alcanz su apogeo en la postguerra,

    gracias a varios factores: 1) la aparicin de una teo -ra econmica, cuyo magistral enunciador fue John

    M. Keynes, basada en el aumento de la demandaefectiva, el pleno empelo y la distribucin social delos benecios derivados de los incrementos de laproductividad por motivos tecnolgicos; 2) el equi-librio, establecido a escala nacional, entre un siste-

    ma poltico, un sistema econmico y un sistema de

    representacin sindical bsicamente nacionales; 3)la amenaza revolucionaria encarnada por el sistemasovitico, cuya mera existencia aceitaba la disponi-

    bilidad de los propietarios a considerar las razones

    de la clase trabajadora.Los impuestos a las ganancias, a la renta extraor-

    dinaria, a las posesiones, a los consumos suntua-

    rios, la lucha contra los monopolios y el carcter

    progresivo del sistema scal fueron la contratara dela suba de salarios, los derechos sociales y labora-

    les crecientes, y la redistribucin social y geogrcade la riqueza establecidas por la socialdemocracia

    de escala nacional. Este escenario idlico, que RalfDahrendorf denomin el consenso socialdem-

    crata, sufri en pocos aos dos golpes mortales: lasuba del precio del petrleo en los Setenta y la deba-

    cle ocurrida cuando el socialismo francs gan sus

    elecciones nacionales y Franois Mierrand intentaplicar una receta keynesiana a nivel nacional a una

    economa francesa que ya no lo era.No fue Reagan ni fue Thatcher, no fueron los

    pensamientos resucitados de Hayek y Schumpeterni tampoco la codicia, que siendo parte de la na-

    turaleza atvica de seres nacidos por milenios ensituacin de escasez extrema existe desde el inicio

    de los tiempos. Fue la globalizacin de la economasin globalizacin de la poltica. Fue la globalizacin

    de las tecnologas, de los mercados y sobre todo-

    de las nanzas sin una correlativa globalizacin delas instituciones democrticas. El hecho de que elcapitalismo se haya globalizado, adquiriendo capa-

    cidades mundiales, mientras que el poder poltico

    sigue teniendo, esencialmente, escala nacional e

    inter-nacional, es el elemento clave para entender elformidable apogeo del capitalismo global y la ero-

    sin de las capacidades democrticas y redistribu-

    tivas de los estados nacionales. Es decir, del pasajedel anterior consenso socialdemcrata al actual de

    tipo neoliberal que, a pesar de los vaivenes de lacomposicin de los ejecutivos nacionales (hoy gene-

    ralmente ms a la izquierda que en los Noventa),an no ha terminado.

    El porvenir de la socialdemocracia se ha oscure-cido desde que el equilibrio entre poltica y econo-

    ma, entre capitalismo y democracia, y entre esta-

    dos y mercados, impuesto en la post-guerra, ha sido

    quebrado por este modelo de globalizacin, cuya

    mala prensa proviene del hecho de haber acabado-en los pases avanzados- con el crculo virtuoso demayores salarios a cambio de mayor productividady erosionado los sistemas scales nacionales quegarantizaban la nanciacin del estado de bienestar.Ha sido esta globalizacin de la tecnoeconoma singlobalizacin de la democracia la que ha impuesto,

    a travs de la deslocalizacin y desterritorializacinde la produccin y el outsourcing, un dumping eco-

    lgico, laboral y nanciero que ha puesto a compe -tir a los pases con el objeto de atraer a los fugitivoscapitales globales y provocado el empeoramientode las condiciones de trabajo y contribuido al reca-

    lentamiento global y la crisis nanciera a travs dela desregulacin de los ecosistemas y los mercados

    de capitales.Sin embargo, se confunde a la globalizacin con

    este modelo unilateral y economicista de globali-

    zacin, y se la iguala al neoliberalismo, porque se

    mira el proceso desde una perspectiva nacionalistaque pretende ser de izquierda y no lo es. La idea na-cionalista de mantener la democracia atada al carro

    del estado-nacin, retardando su extensin al nivelregional, internacional y mundial, es pues la parte

    complementaria del proyecto neoliberal, obtenido

    de la combinacin de la liberalizacin global del

    mercado y el congelamiento del carcter nacional

    Fernando Iglesias es actualmente

    Diputado Nacional por la Ciudad Aut-

    noma de Buenos Aires (Coalicin Cvi-

    ca), es miembro del Consejo Directivo

    del World Federalist Movement, y su

    ltimo libro publicado es Qu signi-

    ca ser progresista en la Argentina del

    Siglo XXI. Ideas y propuestas para un

    progresismo con progreso.

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    del poder poltico; con lo que inevitablemente setermina logrando que la libertad de comercio sea la

    nica libertad realmente existente. Por eso, cuandose analiza la historia del apogeo del neoliberalismo

    se encuentra un par de hechos llamativos. El prime-ro es que todos los lderes neoliberales son tambin

    nacionalistas y neoconservadores, y as se los llamaneoconservadores o neocon- en buena parte delmundo. Margaret Thatcher no era slo neoliberal,sino neoconservadora y fuertemente nacionalista, ylos argentinos lo sabemos bien desde Malvinas. YRonald Reagan y ambos Bush tambin fueron tanglobalizadores en el terreno econmico como nacio-

    nalistas y neoconservadores en el terreno poltico.Nada casualmente, es la combinacin de neolibera-

    lismo globalista en lo econmico y neoconservadu-rismo nacionalista en lo poltico el escenario perfec-

    to para el capitalismo global nacido en los Noventa,cuyo proyecto supone mantener los poderes demo-

    crticos atados a la escala nacional y, por lo tanto,impotentes para regular ecolgica, laboral y social-

    mente un capitalismo global.

    Entretanto, ha ocurrido una verdadera revo-lucin en la forma en que los seres humanos nos

    comunicamos, producimos y vivimos; una revolu-cin que ha creado lo que Marx llamara un nuevomodo de produccin cuyo modelo de creacin deriqueza no se basa en el trabajo manual repetitivode baja calidad sino en el trabajo intelectual crea-

    tivo de alta calidad laboral, capaz de incorporarconocimiento, informacin, diversidad cultural, co-municacin, innovacin, emotividad y subjetividadal producto. Conrmando la teora enunciada porMarx en los Grundrisse acerca del rol central del

    general intellect en la produccin moderna, la asllamada revolucin digital ha hecho que estos fac-tores inmateriales e intangibles, altamente depen-

    dientes de los recursos humanos, se conviertan enel centro de la economa, relegando los elementos

    tangibles (el territorio, el capital fsico, los medios

    de produccin fabriles, etctera) a un rol secundarioy subordinado. De all y no de un complot ni deuna traicin- proviene la prdida de centralidad dela clase operaria fabril y la emergencia de nuevossujetos sociales reformistas. De all viene tambin

    la inevitable asociacin de los programas aparente-mente progresistas centrados en la nacin, la pro-

    duccin industrial y el estatismo indiscriminado a

    proyectos polticos autoritarios y corruptos.La emergente sociedad global del conocimiento

    y la informacin resultante de la revolucin de losmedios productivos y la generacin de un nuevomodo de produccin hace que en un universo so-cial que mira cada vez ms hacia el mundo y ha -cia el futuro no exista ya una va socialdemcrata alos viejos buenos tiempos de las socialdemocraciasnacionales-industriales centradas en la nacin y su

    pasado. La peregrina idea de enfrentar la actual

    globalizacin de la tecnoeconoma sin globalizacinde la democracia mediante la renacionalizacin de

    los sistemas econmicos es intrnsecamente reac-

    cionaria, y poda formar parte perfectamente de las

    descripciones del Maniesto Comunista acerca delpesar de los reaccionarios por la prdida de la base

    nacional de la industria y la barbarie asociada al

    odio a lo extranjero.

    Como ya en 1941 sostuvo Altiero Spinelli, luego eurodiputado independientepor el PC italiano, en su clebre Maniesto de Ventotene, documento fundantede la unidad europea, La lnea divisoria entre progresistas y reaccionarios no co-

    incide ya con las divisiones que separan a quienes desean un mayor o menor grado de

    socialismo en sus pases. La divisin recae hoy en una nueva lnea que divide a aqullos

    que conciben el propsito y objetivo central de la lucha poltica en trminos de la antigua

    divisin, es decir: la conquista del poder poltico nacional (quienes involuntariamente le

    harn el juego a las fuerzas reaccionarias permitiendo que la lava incandescente de las

    pasiones populares se forje nuevamente en los moldes del nacionalismo) y aqullos que

    buscan alcanzar la unidad inter-nacional. En una etapa histrica en que el sistema

    poltico mundial comienza a enfrentar problemas similares a los que enfrent

    Europa en los albores de su sangriento siglo XX, y cuando el mundo se ha hecho

    mucho ms pequeo de lo que era cada una de sus naciones cuando fue creada,

    la globalizacin de la democracia forma parte inseparable del proyecto poltico

    de la Izquierda, al menos, de la Izquierda democrtica y universalista nacida dela Asamblea Francesa y la Declaracin de los Derechos del Hombre y el Ciuda-dano que durante dos siglos hizo de la construccin de instituciones polticas,

    sindicales y sociales a nivel nacional su principal programa.

    Cuando el espacio social se globaliza y el tiempo se acelera y la humanidad co-

    mienza a enfrentar problemas globales (como el recalentamiento climtico, la

    proliferacin nuclear, el aumento de las desigualdades, la volatilidad nanciera,las pestes globales, etc.), no habr futuro para ningn proyecto socialdemcrataque no contemple al mundo y al futuro, ni socialdemocracia que pueda tener

    sustento en un universo de tecnocapitalismo global y democracias meramentenacionales. La globalizacin de la democracia, no entendida como la construc-cin de un gobierno mundial ni mucho menos- de un estado mundial, sino

    como la creacin y empoderamiento de ciudadana e instituciones representati-vas en todos y cada uno de los niveles (local, provincial, nacional, regional, inter-nacional y mundial) en que se deban adoptar decisiones polticas forma parte dela reconstruccin de un nuevo consenso socialdemcrata basado en el equilibrioconictivo, pero fructfero, entre poltica y economa, entre capitalismo y demo-cracia, y entre estado y mercado, establecido esta vez en la escala global en la quehoy ocurren los principales procesos sociales.

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    Agosto de 2009PAG. 10/ En Democracia

    Despus del

    KirchneriatoPor Antonio Camou

    Los resultados de las elecciones del28 de junio parecen haber cerradodos ciclos y abierto la puerta a dospases polticos.El primer ciclo es el que comenzcon la salida de la crisis del 2001,cuando el binomio Duhalde-La-vagna empez a enderezar el bar-co despus del desastre, y luegofue continuado por los Kirchner. Eldespegue fue posible gracias a laarticulacin de tres factores bsicos:una tctica de insercin competitivaen el mercado mundial va tipo decambio, un esquema (precario perodefendible) de solvencia scal y unarme autoridad poltica con eje en lagura presidencial. Designar a esteesqueleto un modelo ha sido unalicencia potica, pero mirado desdedonde venamos alcanz para cre-cer a tasas chinas y recuperar elempleo, sobre todo en la fase fcilde expansin basada en una alta ca-pacidad productiva ociosa y con uncontexto internacional excepcional.El segundo ciclo, ms corto, empezcomo empiezan casi todos los des-

    barajustes de una Argentina que secree entretenida, y es pavorosamen-te montona en su decadente desor-den: con el desarme de los elementa-les componentes del tringulo y/o elcambio en alguna de las condicionesque lo hicieron posible. En este caso,arranc bastante antes del conictocon el campo, cuando la produccinempez a tocar el techo de las capa-cidades instaladas y la inacin co-menz a salirse de cauce; luego, losdesbordes scales utilizados pararemendar inconsistencias o sufragarla campaa de Cristina Presidenta

    encendieron las luces amarillas, y elposterior intento de torniquete im-positivo a los sectores agropecuarioschoc con la rebelin del interior yel rechazo de los grandes centros ur-

    banos. Como todos los rechazos, fueun amaso de buenas y malas cau-sas, pero abri una ventana de opor-tunidad que nos trajo hasta aqu.De aquel trpode originario, la re-compuesta autoridad presidencialfue quiz el logro ms personal delos Kirchner, en particular por su pe-culiar amalgama de viejos y nuevosmateriales, aunque su arquitecturarecordara parcialmente a otras ex-periencias peronistas previas. Comosabemos, Menem fue capaz de im-provisar una efectiva construccin

    simblica en torno a los motivos deun pensamiento neoliberal y unalimitada semntica de la reconcilia-cin histrica, tanto con referencia alos viejos antagonismos entre pero-nistas y antiperonistas, como en re-lacin con los ms trgicos y recien-tes entre civiles y militares. Esa cons-truccin fue un tejido de intereses,de visiones y proyectos de actoressocioeconmicos y polticos, pero

    tambin un espacio de articulacinde cuadros intelectuales y expertosmuchos de ellos importados des-de fuera del campo peronista- quele proveyeron un slido soporte degestin a lo largo de una dcada.Ms all de idiosincrasias, persona-lidades o temperamentos, Kirchnerquit de cuajo esas incrustaciones yrecongur un discurso una alea-cin de textos, memorias, prcticasy actores- que recoga antiguos yrenovados trazos del pensamientonacional, popular y latinoamerica-no, forjista y estatista, junto a unafuerte elaboracin en torno a la luchapor los derechos humanos segn laversin vindicatoria de la izquier-da militante. Claro que a diferenciade Menem, y en una sintona mscercana a lo que fue la antigua ca-eradora, el discurso kirchneristapudo hilvanarse con tropa propia,apelando a preciosos recursos delms puro imaginario del peronismosetentista, aunque enriquecido porel aporte de una signicativa masadisponible de intelectuales migran-tes de otras experiencias, compae-ros de rutas convergentes, fugitivosde similares derrotas.En la esperpntica simplicacinde estos apuntes, a esa mixtura detextualidades, actores y polticas (yasea econmicas o laborales, de amis-tades externas o de DDHH), bien lecabe el mote de kirchnerismo. Eseste kirchnerismo, sobre todo, el quefue plataforma de lanzamiento de lafrustrada experiencia transversalo de la concertacin plural. Es estekirchnerismo, tambin, el que desdehaca rato deambulaba a ciegas por

    su andarivel socioeconmico, tantopor su incapacidad para desarrollaruna sustentable estrategia inversoraen condiciones de competencia glo-

    balizada, como por sus dicultadespara remontar la cuesta de un creci-miento redistribuidor.Pero la recompuesta autoridadpresidencial que los Kirchner su-pieron conseguir tambin se nutride auentes algo ms tradiciona-les y bastante menos presentables.Esos aejos materiales son los deun estilo de conduccin persona-lista, vertical y hegemnico, queutiliza todos los recursos disponi-

    bles legales y paralegales- paraconcentrar el poder en un sistemade decisiones piramidal, excluyen-

    te desde el punto de vista poltico,e irrecuperablemente inecaz parauna gestin pblica moderna. Setrata de un esquema que no reco-noce lmites, ms all de las fronte-ras fcticas de su propio uso, y quetampoco respeta controles republi-canos, ni autonomas de la justicia ode la prensa; un oscuro dispositivoque entrevera los aportes de cam-paa, el trco de inuencias y el

    capitalismo de amigos con la inter-vencin del INDEC o la subordina-cin del Consejo de la Magistratura.Este sistema, que se uni a lo peordel peronismo bonaerense en su in-saciable deseo de perpetuacin, es

    lo que bien valdra la pena llamarel kirchneriato.Porque los unen vnculos sutiles, quesus propios protagonistas no han te-nido hasta el momento la voluntadde desglosar ni desmentir, despusde los comicios se ha hablado indis-tinta y profusamente de la derrotadel gobierno o de la derrota delkirchnerismo. Pero me temo quea futuro se puede estar mezclandoms de lo que habra que mezclar.As, mientras el kirchneriato notiene nada que valga la pena ser res-catado para los tiempos por venir,y su efectivo desguace es una tareacentral de la actual agenda legisla-tiva, lo que hasta aqu hemos llama-do el kirchnerismo, en cambio,encarna una visin poderosa queanima a buena parte de la dirigenciapoltica, social e intelectual de la Ar-gentina contempornea; una visinque ya est encontrando renovadosintrpretes, y quiz pronto empiecea buscar nuevas y ms justas pala-

    bras para ser nombrada.Y aunque personalmente descreo delas virtudes del paradigma kirch-nerista (o chavista, o solanista)como respuesta a los principales re-tos de nuestro desarrollo socioeco-nmico o poltico-institucional, creotambin que es un proyecto con elque es imprescindible debatir. Entreotras razones, porque en el medianoplazo, difcilmente pueda concebir-

    se la construccin de una Argentinams justa sin algunas de las textuali-dades, las energas y los actores queel kirchnerismo supo convocar.En esa elaboracin, adems, algunosmotivos de su pensamiento juntoa tradiciones liberales o socialde-mcratas- son una pata necesariapara el despliegue de un campo detensiones poltico-intelectuales quesirvan de marco a las orientacionesestratgicas de nuestras polticaspblicas.Por tales razones, de aqu en ms,a algunos nos tocar la tarea de nometer en la misma bolsa al kirch-neriato con el kirchnerismo, osus remozados herederos, y alejar-nos de la tentacin de aprovechar

    la coyuntura de su derrota electoralpara ningunearlo como proyecto.Pero del otro lado del mostradorhabr que entender tambin quelos que votaron por propuestasdiferentes al ocialismo no sontorpes marionetas del complejoagromeditico, ni tontos tiles alservicio del bloque agrario, nifueron arrastrados al cuarto oscuropor una aversin irracional al go-

    bierno de CFK, como groseramentesealaron sus escribas.Mientras tanto, a la par de los pri-meros y desafortunados pasos delmatrimonio gobernante, un pas po-ltico ya se ha puesto en marcha con

    destino al 2011. Demasiado parecidoal que hemos tenido durante pendu-lares aos, es un pas de candidatu-ras oportunistas, de personalismosacomodaticios, de improvisadosrejuntes, que tienen por nica guala inconstante veleta de los vientosde turno o la profunda coincidenciamarketinera en un spot televisivo.Frente a ello se abre la oportunidadde construir un pas diferente. Unpas de proyectos en discusin, unpas de debates sobre ideas, hori-zontes y estrategias; pero tambinun pas de dilogos y acuerdos.Ciertamente, podr esgrimirse queel elenco en el poder no parece es-tar escuchando a la sociedad,pero tambin deberamos enderezarhacia nosotros mismos una inter-pelacin similar, acerca de nuestradudosa capacidad para prestarle alotro su merecida escucha. En estesentido, reconocer al otro no signi-ca identicarlo como mero obst-culo, como se aprecia una roca en lamitad del camino; reconocer al otroes estar dispuesto a dialogar con lpara construir una comunidad posi-

    ble que nos involucre como miem-bros plenos. A lo largo de muchasdcadas la Argentina fue una socie-dad donde los actores fueron inca-paces de reconocerse y de aceptarmnimas reglas de juego para diri-mir su conictualidad social y pol-tica. Desde hace un cuarto de siglo

    eseparadigma del no reconocimiento seha trasladado a los actores del cam-po democrtico y a sus orientacio-nes de polticas, y los penosos resul-tados estn a la vista de cualquieraque quiera mirarlos de frente.Reconocer al otro es hoy una condi-cin ineludible para que el dilogo,entre gobierno y oposicin, perotambin entre las distintas oposicio-nes, pueda convertirse en la base deuna autntica cooperacin interparti-daria. Lo que est en juego en estemomento no es slo garantizar lagobernabilidad del ocialismo has-ta el nal de su mandato, que noes poco; lo que sobre todo est en

    juego es la capacidad de las fuerzaspolticas, que hoy no son gobierno

    pero que desde ya empiezan a serevaluadas por actores estratgicoslocales e internacionales, para cons-truir nuevas bases de conanza yde acuerdos polticos. El desafoque enfrentamos es el de empezara edicar, desde ahora, una nuevagobernabilidad democrtica que seamejor que el kirchnerismo, y quedeje atrs, denitivamente, al kir-chneriato.

    Antonio Camou

    es Profesor delDepartamento deSociologa de laUniversidad Nacio-nal de La Plata yde la Universidadde San Andrs.

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    Agosto de 2009 En Democracia / PAG. 11

    Un gobierno que piensa, sobre todo, en su imagen

    La derrota dela voluntadAlejandro Bonvecchi y Marcos Novaro

    El experimento poltico derrotadoen las ltimas elecciones tuvo comoelemento central la voluntad, enms de un sentido. Tanto para suslderes como para sus seguidores-en particular, los provenientes delcampo intelectual- la voluntad fuesimultneamente el origen de unavisin del mundo y una herramien-ta de accin para concretarla. Antecada muestra de resistencia de larealidad para acomodarse a los de-seos gubernamentales, el kirchneris-mo respondi de manera consisten-te: rearmando su deseo de que lascosas fueran de un modo distinto decomo eran, "preservando su volun-tad", aunque el mundo entero fene-ciese. Ese doble carcter de la volun-tad fue lo que se puso en juego enlas elecciones, lo que fue derrotadoen ellas y lo que aparece -por su pro-pia naturaleza- invulnerable a esaderrota y refugio nal contra ella.Y es que la celebracin de la propiavoluntad fue formulada en los tr-minos de ideas morales, de precep-tos sobre el bien y el mal, pero esono estuvo orientado a imprimirleconvicciones y dar empuje a la ac-cin, sino por sobre todo a construiruna imagen embellecida de ella. Elkirchnerismo quiso, y en algunamedida logr, forjar sobre el fondode una historia esforzadamente es-tilizada la imagen de la Argentina

    como una nacin compuesta por unpueblo virtuoso acosado por enemi-gos parasitarios, la imagen de unavida poltica en la que un "gobiernonacional y popular" se enfrentaba aextranjeros codiciosos y a una oli-garqua derechista y antinacional,y la imagen de un presidente-mili-tante ajeno a las bajezas de una clasepoltica corrompida y mediocre.El kirchnerismo ha sido, as, ms po-tente en la generacin de imgenesque en cualquier otro terreno. Y gra-cias a ello fue que los kirchneristaspudieron presentar el ejercicio de laaccin poltica como una cuestin devoluntad -su voluntad- y destacar elciclo inaugurado en 2003 de la histo-ria previa, que habra estado signa-

    da precisamente por su ausencia.Como uno de sus ms conspicuosintelectuales orgnicos escribi, laArgentina habra vivido aos decrisis poltica hasta la llegada deKirchner al poder, por causa de la"abdicacin de la voluntad poltica".Si los dirigentes no hubieran abdica-do, el pas podra haberse ahorradolos males del neoliberalismo, de larecesin, del derrumbe poltico, de

    la devaluacin, de la fragmentacinpartidaria. Pero no fue as, y debisurgir el liderazgo de Kirchner paraencarnar "el regreso de la voluntadpoltica" al comando de la Nacin.De lo que se trataba era de querer;si se quera lo correcto, lo virtuoso,entonces lo moralmente deseable serealizara. Los Kirchner lo quisierony dijeron incansablemente que loqueran. Hubiera sido inmoral noapoyarlos.Esta concepcin de la poltica tienelarga data, tanto dentro de la Ar-gentina como fuera de ella. Es, porcaso, la concepcin que Weber cri-tic a los espartaquistas bvaros en1919: la amalgama de moralidad yesteticismo que convierte a la accinpoltica en el ejercicio de querer te-ner razn. Moralidad, como se dijo,porque hacer poltica sera ofrecer almundo las virtudes personales dequienes militan. Pero tambin este-ticismo, porque esas ideas moralesvirtuosas estn asociadas a smbo-los, a episodios, a experiencias quepermiten a quienes las sostienenidenticarse como parte de un co-lectivo, y son esas experiencias lasque, ritualizadas, constituyen la es-ttica que demarca la pertenencia alcampo de la virtud. Y es este esteti-cismo el que termina predominandosobre la moral, cuando las "buenasintenciones" por s mismas no alcan-

    zan para concitar adhesin. Es unaderiva de la accin poltica hacia ladramaturgia, a la que no casualmen-te se suelen entregar tanto revolu-cionarios fracasados como polticosprofesionales hiperpragmticos.Dos categoras de las que el kirchne-rismo se supo nutrir profusamente.Por distintas razones, gente deseosade dejar atrs y de ocultar las evi-dencias existentes sobre sus respec-tivas condiciones.La poltica como celebracin estti-ca de ideas morales se diferencia deotras variantes de la vida poltica,que podran denominarse "prcti-cas" y que por denicin no son be-llas ni mucho menos sublimes, puesse caracterizan por sumergirse en lo

    cotidiano, en lo opaco de la gestin,en deslucidas transacciones y acuer-dos entre intereses, en negociacionesque por su propia naturaleza ponenentre parntesis cualquier juicio mo-ral sobre aquellos con quienes se ne-gocia. Estas formas polticas son loque el kirchnerismo, como experi-mento moral y esttico de la volun-tad, se dedic a repudiar.En lugar de eso, la experiencia kirch-

    nerista se reivindic desde su iniciocomo la "recuperacin de lo autnti-co" de la poltica. Y fue as como losKirchner insistieron en presentarsecomo lderes deseosos de restau-rar la decisin como armacin deconvicciones. Pero no slo a eso, nien particular a eso: en especial, re-crearon la poltica como "puesta enescena" de la voluntad. De ah quela esttica de la decisin, ms que ladecisin misma, haya tramado losdiscursos ociales: fue en esos tr-minos que se combinaron en elloslos asuntos prcticos y los ritualesde autocelebracin, en anunciosde obras pblicas acompaados depauelos de las Madres y Abuelasde Plaza de Mayo, en un discurseopedaggico y autorreferencial quepresent al matrimonio presidencialcomo "modelo" del pas deseado, enun happening de datos estadsticosfabulados que pretendieron cimen-tar la imagen del "pueblo feliz".Que esta visin fundamentalmenteesttica de la poltica no era inocuaqued de maniesto cada vez queotros actores plantearon conictos alas decisiones prcticas que el kirch-nerismo visti con sus ropajes. Nun-ca mejor que en la crisis del campose hizo visible que lo que les intere-saba a los Kirchner no era resolverconictos, ni siquiera imponerseen ellos, sino fundamentalmente

    tener razn y preservar la imagende su "voluntad". De all que seraexcesivo considerar hegemnico elproyecto que encarnaron: no es seel carcter de una voluntad que noaspira a imponerse sobre el mundo,sino a pintar el suyo propio.Se trat, ms bien, de una voluntadindiferente a la hegemona, dadoque se consideraba, a priori, moral ehistricamente superior. Esa preten-dida superioridad fue, precisamen-te, lo que por naturaleza la ha hechoirreductible a las artes prcticas dela poltica democrtica.La voluntad kirchnerista de soste-ner que la Argentina es un parasode crecimiento econmico, plenoempleo e igualacin social, que la

    oposicin es una coleccin de co-rruptos, explotadores, asesinos eincapaces y que el gobierno "na-cional y popular" est apoyado por"sectores populares organizados"con frrea "conciencia nacional",esa voluntad perdi las eleccionesel domingo 28. Pero la esttica quedio su razn de ser a esa voluntadno ha sido derrotada.En el frrago de expresiones de la-

    mentacin que inundaron el univer-so ocial se escucharon voces bienrepresentativas de ella, que soste-nan ms o menos lo siguiente: quea pesar del deslucido nal que, yaparece inevitable, le espera a la ex-periencia kirchnerista, sus partida-rios podrn guardar en la memoriael entusiasmo de haber participadode ella.Que el momento clmine de un pro-ceso poltico autodescripto comotransformador se halle en los actosque habran generado el entusiasmode sus seguidores dice mucho sobresu carcter esttico. Y sobre su con-dicin como continuador de la tradi-cin populista, que, en la Argentinay en el mundo, ha sido desde siem-pre profusa en producir imgenes yseducir por ellas, aun a quienes re-pudian sus efectos prcticos.Querrn seguramente los seguido-res de Kirchner que l sea recorda-do por la foto del general Bendinidescolgando el retrato de Videla, opor su imagen abrazndose a sus se-guidores en un acto en La Matanza,como hay quienes recuerdan comoexperiencias estticas sublimes supaso por Pars o por Roma, o haberasistido al concierto de Jaco Pas-torius en el Luna Park, o de Princeen River, o haber participado de unhappening en el Di Tella. Lo sublimepara los jvenes y no tan jvenes

    kirchneristas est asociado a un actopblico, a un discurso, a un senti-miento de comunin con sectorespopulares. Las preferencias estticasno pueden cuestionarse. Ni siquierapuede cuestionarse la idea de queuna identidad poltica se construyaen torno suyo. Pero puede cuestio-narse, s, que la democracia o suprofundizacin puedan dependerdel "triunfo de la voluntad" encar-nada en esos recuerdos.

    Alejandro Bonvecchi es Economista yMarcos Novaro es Licenciado en Soci-ologa. El artculo fue publicado original-mente en el diario La Nacin, y su repro-duccin se realiza con la autorizacin desus autores.

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    Agosto de 2009PAG. 12 / En Democracia

    La derrota del

    personalismoPor Ricardo Sidicaro

    Uno

    Nstor Kirchner introdujo en la re-ciente campaa electoral la idea degobernabilidad acuada en 1975

    por los idelogos conservadoresde la Comisin Trilateral, nocincon la que Samuel Huntington yasociados alertaban sobre los peli-gros de la participacin democrti-ca, sosteniendo que el exceso dedemandas provenientes de la ciu-dadana poda llevar a la desestabi-lizacin de los regmenes polticos.La tesis hizo carrera en Latinoam-rica, primero para justicar las dic-taduras militares instaladas desdemediados de los aos 70 y luegocomo argumento de los expertosneoliberales del Banco Mundial.Tambin entr en las ciencias so-ciales y hasta no faltaron los diri-gentes polticos democrticos que

    se hicieron voceros de la necesidadde disminuir la participacin ciu-dadana para evitar esas supuestascrisis de gobernabilidad. Bajo esaspticas perdan objetivamente surazn de ser el pluripartidismo ylas instancias parlamentarias engeneral y se desconoca el rol posi-tivo de la opinin pblica en tantoexpresin de la deliberacin de laciudadana. Es cierto que muchasdcadas antes que se divulgara laidea de gobernabilidad las ms di-smiles elites polticas y sociales ar-gentinas haban puesto denodadosempeos en suprimir los riesgos delas encrucadas del cuarto oscuro.En las cspides de las elites civiles

    o militares abundaron los pensa-mientos sobre la irracionalidad,la manipulacin, o el peligro, queentraaba el mecanismo por el cualla suma de las opciones individua-les se convierte en expresin de losreclamos colectivos. No fue porcierto ajeno a esa visin de las co-sas el modo recurrente de plantearla poltica como el enfrentamientode dos bloques antagnicos: el delos virtuosos y el de los enemigosencubiertos. Se trataba as de igno-rar a todos aquellos que buscaban

    otras opciones diferentes a las gu- bernamentales. Las simplicacio-nes personalistas fueron un resul-tado casi natural de esas orienta-ciones polticas que negaban el va-lor del debate primero y, en ltimainstancia, de los partidos.

    Dos

    En la medida que la democracia esla alternancia y la divisin de po-deres, los personalismos son el ma-yor peligro para su existencia comorgimen poltico.Las comparaciones polticas in-ternacionales muestran que losgobiernos son tanto ms vulnera- bles e inecaces cuando carecende sistemas de partidos polticoscapaces de expresar las demandasde la poblacin y basan sus inicia-tivas en las presiones de pequeos

    crculos de inuyentes. Lo quese maniesta hoy entre nosotrosno es slo la crisis de un gobier-no sino de una manera de hacerpoltica marcada por la vocacinplebiscitaria y la centralizacin enpocas manos de las tomas de de-cisiones. Nstor Kirchner cometiel error de haber presentado unasimple eleccin de legisladorescomo si fuese el plebiscito de ungobierno. Pero, lo ms grave y fun-damental fue que ignor las ml-tiples seales que indicaban que elheterogneo frente de apoyos quehaba conseguido forjar entre 2003y 2007 estaba siendo deterioradopor las fuerzas centrfugas que ine-

    vitablemente deban surgir en suslas luego de haber alcanzado unpunto muy alto de popularidad.Nuestra fragmentada estructurasocial crea individuos disponiblespara tener ilusiones pasajeras peroen esas condiciones no se cristali-zan devociones carismticas. Lagran mayora de los ciudadanosmaniesta en las encuestas su des-conanza a los dirigentes polticosy el personalismo no es sino unsubproducto de esa crisis. Es cier-to que los altos dirigentes se bene-cian por momentos por el hechode que la ciudadana no esperemucho de ellos y no les exa msy que no participe de modo org-nico de la poltica. Pero los costoslos paga luego la sociedad en suconjunto.

    Tres

    La vuelta de las corporaciones em-presarias al primer plano de los de-bates nacionales es otra consecuen-cia de la desarticulacin de las rela-

    Ricardo Sidicaro es investigador del

    CONICET, profesor concursado de la

    Universidad de Buenos Aires en la Fa-

    cultad de Ciencias Sociales y ha dictado

    cursos de grado y postgrado en distintas

    universidades nacionales y extranjeras.Doctorado en sociologa en la Ecole des

    Hautes tudes en Sciences Sociales de

    Pars, es autor de numerosos trabajos

    de investigacin sobre las transforma-

    ciones sociopolticas argentinas y lati-

    noamericanas. Es autor, entre otros, del

    libro Los Tres Peronismos.

    ciones polticas existente. Ms allde las caractersticas de los reclamosempresarios, lo que resulta total-mente negativo es que, lo busqueno no, las corporaciones apuntan adisminuir la participacin ciudada-na al mismo tiempo que son inca-paces de elaborar propuestas parasolucionar los problemas mltiplesy complejos de nuestro pas: hablansolamente de sus intereses econ-micos. Si los partidos en crisis tra-tasen de expresar demandas corpo-rativas en lugar de ordenarlas en unconjunto totalizador que les otorgueuna posicin compatible con los in-tereses de otros sectores sociales po-drn, quizs, sacar rditos coyuntu-rales difcilmente consigan ganarsela conanza de la ciudadana. Unavieja idea que debe abandonar ladirigencia poltica es que un solopartido pueda representar a toda la

    sociedad ignorando la heterogenei-dad propia de la actual etapa de lamodernidad. Las coaliciones entrepartidos que representen sectorescon distintas inserciones ocupacio-nales y diferentes sensibilidadesculturales y regionales, en el marcodel respeto a las instituciones ser,probablemente, la forma de estable-cer mayoras circunstanciales quepuedan alternarse exitosamente enla direccin de los gobiernos nacio-nales, provinciales o municipales.

    En la medida que la

    democracia es la al-ternancia y la divisinde poderes, los perso-nalismos son el mayorpeligro para su exis-tencia como rgimenpoltico.

    Nstor Kirchner co-meti el error de ha-

    ber presentado unasimple eleccin delegisladores como sifuese el plebiscito deun gobierno.