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La dramática magnitud de las consecuencias acarreadas para toda una generación de profesores universitarios por la locura fratricida que desangró España en el siglo pasado y sus one- rosas secuelas nos está siendo paulatinamente desvelada gra- cias a una creciente producción historiográfica enfocada hacia la purificadora tarea de la exhumación de esta lamentable, pero imborrable, parcela de nuestra memoria colectiva 1 . Sin em- bargo, existen todavía importantes figuras pendientes de con- vertirse en objeto de una labor de rescate que, acumulado ya tan prolongado olvido, urge no demorar más, entre las que, sin duda, se cuenta el personaje, esencial dentro de la historia de nuestra ciencia procesal 2 , al que van a dedicarse estas páginas. Tampoco es que hayan faltado intentos de reivindicar el recuerdo de un Francisco Beceña que, sin ignorar los valiosos avances protagonizados por J. Xirau, es perfectamente mere- cedor de ser caracterizado como el primero de nuestros juris- Universidad Carlos III de Madrid Sumario: 1. Formación académica y doctorado.– 2. Acceso a la cátedra y destinos universita- rios.– 3. Calidad e innovación de su obra científica.– 4. Vocación docente y manuales para la en- señanza. Manuel Ángel Bermejo Castrillo EN LOS ORÍGENES DE LA CIENCIA PROCESAL ESPAÑOLA. FRANCISCO BECEÑA: TRAYECTORIA ACADÉMICA, INQUIETUDES DOCENTES Y APORTACIÓN DOCTRINAL 1 Un corto elenco, aunque suficientemente representa- tivo, podría ser el integrado por los siguientes títulos: J. Claret Miranda, La repressió franquista a la universitat es- panyola, Tesis doctoral Barcelona, 2004, ISBN: 84-689- 1361-8, y La repressió franquista a la Universitat catalana, Barcelona, Eumo, 2003. J. L. Rubio Mayoral, “El profeso- rado de la Universidad de Sevilla. Aproximación al pro- ceso de depuración política (1936-1939)”, en Mª. N. Gómez García (ed.), Universidad y poder, Sevilla, 1993, 57- 113. Mª F. Mancebo, “Consecuencias de la guerra civil en la Universidad valenciana: depuraciones y exilios”, en Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija, 4 (2001), 165- 187. Tengo noticia, además, de que Carolina Rodríguez López ha elaborado un trabajo acerca de la incidencia de las depuraciones en las facultades de Derecho, próximo a aparecer publicado dentro de un ambicioso estudio de ámbito europeo impulsado desde el Max Planck Institut für Europäische Rechtsgeschichte de Frankfurt am Main. 2 La dimensión de su importancia, luego reiteradamente subrayada por los principales procesalistas españoles, fue prontamente percibida por sus coetáneos. Así, en su intervención a él dedicada, en la apertura del curso en 1940, aseguraba Ángel Enciso que Beceña representaba en la ciencia jurídica española el primer intento de poner los estudios y la enseñanza del derecho procesal a una altura universal, ya que, en su opinión -obvia- mente exagerada en sus términos-, desde la aparición del tratado de José Vicente y Caravantes sobre la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1855 no se había publicado nada digno de ser tenido en cuenta. A. Enciso, “Fran- cisco Beceña”, en Revista de la Facultad de Derecho de Ma- drid, 1 (enero-marzo 1940), 45-47, p. 46. Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija, 11/2 (2008), 143-211

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La dramática magnitud de las consecuencias acarreadas paratoda una generación de profesores universitarios por la locurafratricida que desangró España en el siglo pasado y sus one-rosas secuelas nos está siendo paulatinamente desvelada gra-cias a una creciente producción historiográfica enfocada haciala purificadora tarea de la exhumación de esta lamentable, peroimborrable, parcela de nuestra memoria colectiva1. Sin em-bargo, existen todavía importantes figuras pendientes de con-vertirse en objeto de una labor de rescate que, acumulado yatan prolongado olvido, urge no demorar más, entre las que, sinduda, se cuenta el personaje, esencial dentro de la historia denuestra ciencia procesal2, al que van a dedicarse estas páginas.

Tampoco es que hayan faltado intentos de reivindicar elrecuerdo de un Francisco Beceña que, sin ignorar los valiososavances protagonizados por J. Xirau, es perfectamente mere-cedor de ser caracterizado como el primero de nuestros juris-

Universidad Carlos III de Madrid

Sumario: 1. Formación académica y doctorado.– 2. Acceso a la cátedra y destinos universita-rios.– 3. Calidad e innovación de su obra científica.– 4. Vocación docente y manuales para la en-señanza.

Manuel Ángel Bermejo Castrillo

EN LOS ORÍGENES DE LA CIENCIA PROCESAL ESPAÑOLA.FRANCISCO BECEÑA: TRAYECTORIA ACADÉMICA,

INQUIETUDES DOCENTES Y APORTACIÓN DOCTRINAL

1 Un corto elenco, aunque suficientemente representa-tivo, podría ser el integrado por los siguientes títulos: J.Claret Miranda, La repressió franquista a la universitat es-panyola, Tesis doctoral Barcelona, 2004, ISBN: 84-689-1361-8, y La repressió franquista a la Universitat catalana,Barcelona, Eumo, 2003. J. L. Rubio Mayoral, “El profeso-rado de la Universidad de Sevilla. Aproximación al pro-ceso de depuración política (1936-1939)”, en Mª. N.Gómez García (ed.), Universidad y poder, Sevilla, 1993, 57-113. Mª F. Mancebo, “Consecuencias de la guerra civilen la Universidad valenciana: depuraciones y exilios”,en Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija, 4 (2001), 165-187. Tengo noticia, además, de que Carolina RodríguezLópez ha elaborado un trabajo acerca de la incidencia delas depuraciones en las facultades de Derecho, próximoa aparecer publicado dentro de un ambicioso estudio de

ámbito europeo impulsado desde el Max Planck Institutfür Europäische Rechtsgeschichte de Frankfurt am Main. 2 La dimensión de su importancia, luego reiteradamentesubrayada por los principales procesalistas españoles,fue prontamente percibida por sus coetáneos. Así, en suintervención a él dedicada, en la apertura del curso en1940, aseguraba Ángel Enciso que Beceña representabaen la ciencia jurídica española el primer intento deponer los estudios y la enseñanza del derecho procesala una altura universal, ya que, en su opinión -obvia-mente exagerada en sus términos-, desde la aparicióndel tratado de José Vicente y Caravantes sobre la Ley deEnjuiciamiento Civil de 1855 no se había publicadonada digno de ser tenido en cuenta. A. Enciso, “Fran-cisco Beceña”, en Revista de la Facultad de Derecho de Ma-drid, 1 (enero-marzo 1940), 45-47, p. 46.

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tas capaz de auparse por encima de décadas de una larga-mente desfasada deriva procedimentalista3 y de pilotar la gra-dual incardinación de la, hasta entonces, raquítica yadormecida doctrina procesal española dentro de los pará-metros metodo- lógicos y conceptuales definidores de la cris-talización de un verdadero derecho procesal autónomo yadornado de los atributos propios de la cientificidad, que ha-bían venido forjándose desde la segunda mitad del siglo an-terior por obra, primordialmente, de las decisivas conquistasprotagonizadas en su configuración y consolidación por losgrandes nombres de las literaturas procesalistas alemana e ita-liana4. Sabemos, en efecto, que han sido varias las ocasionesen las que Montero Aroca, digno continuador de Fairén en suafán por iluminar el pasado histórico de su disciplina, ha tra-tado, infructuosamente, de impulsar la edición de la obra com-pleta de Beceña, llegando, alguna de estas veces, a ver tancercana la consecución de este propósito, que incluso preparó,publicándolas luego por separado, unas páginas introducto-

3 La corriente procedimentalista, que irradia desde Fran-cia, vinculada a la profundas transformaciones opera-das bajo el impulso de la Revolución, tanto en laorganización del sistema de fuentes jurídicas, verte-brado ahora sobre una incontestable primacía de la ley,como en el propio catálogo de principios básicos inspi-radores del ordenamiento procesal, a través de la com-binación de pautas adscritas a los modelos inquisitivo yacusatorio, viene a socavar la secular hegemonía de losprácticos, trasladando el núcleo de atención hacia unanálisis exegético, exhaustivo y pormenorizado de lasreglas del procedimiento consagradas por las leyes, asícomo sobre la organización judicial y la competencia delos tribunales. Tendencia que acredita un profundo ymuy prolongado arraigo en España, con representantestan significados como J. Vicente y Caravantes, J. M.Manresa Navarro, P. Gómez de la Serna y J. M. Montal-bán. Para una visión general sobre el panorama doctri-nal español anterior a la aparición de Francisco Beceña,J. Montero Aroca, Introducción al derecho procesal, 2ª ed.Madrid, Tecnos, 1976, pp. 278-282; Legislación orgánica yprocesal, Madrid, Tecnos, 1987, pp. 2-28 y “La ley de en-juiciamiento civil española de 1855. La consolidacióndel proceso común”, en Ensayos de derecho procesal, Bar-celona, Bosch, 1996, 169-275, pp. 203-210 y 235-243. J.Montero Aroca; M. Ortells Ramos; J. L. Colomer, Dere-cho jurisdiccional, I, Parte general, 3ª ed. Zaragoza, Bosch,1993, pp. 18-21. M. A. Bermejo Castrillo, “Hacia la cons-trucción de una ciencia procesal como disciplina uni-versitaria autónoma: primeras cátedras, vigencia de lapráctica y hegemonía del procedimiento”, en Cuadernosdel Instituto Antonio de Nebrija, 4 (2001), 91-133, pp. 91-98.

4 Aunque el antecedente más remoto cabría localizarloen las aportaciones conceptuales, y en particular la deacto procesal (Prozesshandlung), de Daniel Nettelbladt,Systema elementare universae iurisprudentiae naturalisusui praelectionum academicarum adornatum, Halle, Ren-ger, 1748, el momento clave que da inicio al desenvol-vimiento del procesalismo científico reside en lacelebérrima polémica sobre la acción entre B. Winds-cheid, Die Actio des römischen Civilrechts, vom Stand-punkte des heutigen Rechts, Dusseldorf, Buddeus,1856, y T. Muther, Zur Lehre von der römischen Actio demheutigen Klagrecht, der Litiskontestation und der Singu-larsukzession in Obligationem, Erlangen, Deichert, 1857,y B. Windscheid, Abwerh gegen Theodor Muther, Düs-seldorf, Scientia, 1857, que, al margen de sus discre-pancias, asentará la configuración de la acción comoun derecho abstracto, público e independiente del de-recho subjetivo material oponible contra el deman-dado, con lo que la eficacia de la pretensión quedadesligada de la existencia o no del derecho reclamado.Sobre las consecuencias de este debate, véase J. M.Asencio Mellado, “Cien años de derecho procesal enEspaña”, en L. López Guerra et alii, El Derecho españolen el siglo XX, Madrid-Barcelona, Marcial Pons, 2000,275-323, p. 281. Sin olvidar tampoco la influencia dellibro de O. von Bülow, Die Lehre von den Processeinredenund die Processvoraussetzungen, Giessen, 1868. Acercade la evolución posterior en Alemania, Italia y Españasigue interesando N. Alcalá-Zamora y Castillo, Estu-dios de Teoría General e Historia del Proceso (1945-1972),2ª ed. México, UNAM, 1992 (1ª ed. México, 1974), II,293-331, pp. 309-325.

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rias centradas en trazar una semblanza de su trayectoria per-sonal y académica5, que, amén de facilitarnos el inventario y lalocalización de sus diferentes escritos científicos, los cualesconstituirán la materia de estudio en este trabajo, nos ayudaráa engarzar su análisis en una rica peripecia vital truncada trá-gicamente6.

1. Formación académica y doctorado

Contando ya con este acercamiento biográfico, se antoja su-perfluo pretender trazar algo más que una somera radiografíade los principales hitos que la jalonan, y además meramentesubordinada al propósito de situar en su contexto los avataresque dibujan el itinerario académico de nuestro personaje.Baste, por lo tanto, mencionar que, habiendo nacido en Cangasde Onís (Asturias), en 1889, en el seno de una familia enrique-cida gracias al lucrativo pasado “indiano” de su progenitor, loque, liberado de preocupaciones materiales, le permitiría unavida plenamente dedicada a su vocación académica e intelec-tual, realizó sus estudios de bachillerato en el Colegio jesuíticode la Inmaculada de Gijón, obteniendo el correspondientegrado en 1905, en el Instituto de esta misma ciudad7. Inducido,seguramente, por el deseo familiar de que continuase sus es-tudios bajo la tutela de la Compañía, se trasladará después a laUniversidad de Deusto, donde cursará la licenciatura en De-recho, aunque efectuando los exámenes oficiales en la Univer-sidad de Salamanca, donde consiguió en ellos brillantescalificaciones8. Sin embargo, durante el siguiente lustro prácti-camente perdemos su pista, recibiendo únicamente noticias in-directas de su cambio de residencia a Madrid, probablementepara completar su formación e iniciar su dedicación a la acti-

5 J. Montero Aroca, “Aproximación a la biografía deFrancisco Beceña”, en Revista de Derecho Procesal, I (1980),131-163, y en Estudios de Derecho Procesal, Barcelona,Bosch, 1981, 603-632, que será la versión aquí utilizada.6 Justamente, gracias a estos apuntes biográficos ha sidoposible paliar la interrupción provocada por el sor-prendente hecho de que, solamente después de mesesde peticiones desatendidas al amparo de explicacionesdifícilmente aceptables, basadas en un proceso de digi-talización que dejaba simultáneamente inaccesible unagran cantidad de fuentes de este tipo, haya sido posibleconsultar, estando ya muy avanzado este trabajo, el ex-pediente personal de Francisco Beceña conservado enel Archivo General de la Administración del Estado(AGA), Educación y Ciencia (EC), Expedientes de Cá-

tedra (EXP. C) 9612-4, núm. 4. Lamentablemente, pareceque el viejo desencuentro entre los responsables y elpersonal de los Archivos y los investigadores, lejos deresolverse a favor de la mutua colaboración y la conci-liación de sus respectivos intereses, parece tender haciasu perpetuación. 7 J. Montero Aroca, Aproximación a la biografía (n. 5), pp.606-608.8 Todas ellas alcanzan un nivel de sobresaliente, diezasignaturas, o de notable, ocho materias, incluida la deProcedimientos judiciales. El cuadro completo de su ex-pediente académico, también contenido en el mencio-nado expediente personal (AGA. EC. EXP. C, 9612-4), loreproduce J. Montero Aroca, Aproximación a la biografía(n. 5), p. 610, n. 17.

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vidad universitaria al cobijo del magisterio de Felipe Clementede Diego9.

Esta ausencia de noticias se prolonga hasta que en mayode 1915 Beceña defiende en la Universidad Central –dondepocos días antes había superado los ejercicios de grado de doc-tor en Derecho, saldados con una nota de sobresaliente10– yfrente a un selecto tribunal, integrado por Adolfo G. Posada,José Olózaga, Jerónimo González, Felipe Clemente de Diego yFelipe Sánchez Román, su tesis doctoral titulada El interés delcapital y la ley Azcárate contra la usura, cuya publicación se re-trasa hasta 192311. La obra, vertebrada, como su rótulo indica,en torno al análisis de las innovaciones introducidas en la re-gulación represora de la usura por la citada ley de 24 de juniode 1908, evidencia todavía una primordial orientación civilista,teñida incluso de un fuerte sesgo economicista, y visiblementealejada aún de su futura vocación procesalista, a juzgar por lallamativa desatención con la que se despachan o se ignoran losrelevantes elementos procesales implicados en los plantea-mientos de la ley. No obstante, ello no desmerece la profundi-dad y el atractivo de un estudio que se organiza desde unatriple perspectiva. En primer lugar, abordando el problema delinterés del capital en su dimensión científica, es decir, tratandode responder a la cuestión de por qué el capital genera dicholucro, lo que le lleva a embarcarse en una ambiciosa singladurahistórica, que remontándose hasta Turgot, va pasando revistaa las principales teorías formuladas al respecto, con referenciaexpresa a un nutrido elenco de autores, entre los que se inclu-yen figuras de la talla de A. Smith, D. Ricardo, J. B. Say, A.Marshall, W. Thompson, K. Marx, W Sombart o H. George12.Dedicando luego la segunda parte a efectuar un detenido exa-men de las diferentes valoraciones merecidas por el comerciodel dinero y la usura a filósofos, teólogos, canonistas y políti-cos, por lo general abiertamente hostiles hacia estas prácticas,en contraste con las posiciones más condescendientes sosteni-das por economistas y jurisconsultos; punto éste en el que re-sulta también digna de reseña la particular atención prestadaa las opiniones procedentes de los tratadistas hispanos, entrelos que se reserva un lugar preferente a Martín de Azpilcueta13.Por último, se destina un tercer gran apartado a la exploracióndel tratamiento legislativo recibido por esta controvertida ins-titución, ya desde sus antiguos precedentes romanos y con es-tación posterior en importantes textos legales históricos: FueroJuzgo, Fuero Real, Partidas, Ordenamiento de Alcalá y otrasleyes de Cortes y pragmáticas regias y varias destacadas dis-posiciones decimonónicas14, hasta arribar al derecho positivovigente, que sirve de marco, con remisión comparativa aña-

9 Esto es, al menos, lo que parece de-ducirse de las propias palabras de re-conocimiento al apoyo y la orienta-ción recibidos de éste en sus prime-ros pasos como investigador formu-ladas por Beceña en su contribución“Discurso de Don Francisco Beceña”,en Libro-homenaje al profesor Don Fe-lipe Clemente de Diego, catedrático deDerecho civil de la Universidad Centralcon motivo de su jubilación, Madrid,Imprenta de Galo Sáez, 1940, 267-269, pp. 268-269. 10 Exámenes que versaron sobre“Historia de la literatura jurídica es-pañola”, notable, “Estudios supe-riores de Derecho penal y Antropo-logía criminal”, notable, “Historiadel derecho internacional”, sobresa-liente, y “Derecho comparado”, so-bresaliente con derecho a matrículade honor. Información extraída de laCertificación académica personal re-mitida por Felipe Sánchez Román,Secretario de la Facultad de Derechode esta Universidad, con ocasión dela solicitud de admisión de Beceñaa la oposición convocada en 1923 enla Laguna, que finalmente ganaría.AGA. EC. EXP. C 5371-4. 11 F. Beceña González, El interés delcapital y la ley Azcárate contra la usura,Madrid, Librería General de Victo-riano Suárez, 1923.12 La extensa panorámica dibujadapor Beceña transita una larga suce-sión de propuestas interpretativasrelativas a esta cuestión. En con-creto, posa su atención en las deno-minadas teorías de la fructificación,de la productividad, de la utiliza-ción, de la abstinencia, del trabajo,de la explotación y, finalmente, ladefendida por H. George. F. Beceña,El interés del capital (n. 11), pp. 9-48. 13 De quien destaca el Comentario re-solutorio de usuras, incluido en suManual de confesores y penitentes, Sa-lamanca, 1577. Otros autores espa-ñoles a los hace referencia son:Cristobal de Villalón, Provechosotratado de cambios y contrataciones demercaderes y reprobación de la usura,Valladolid, 1542. Saravia de la CalleVeronense, Instrucción de mercade-

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dida a los ejemplos británico y alemán, para la prospección es-pecífica de la ley Azcarate, cuyas principales novedades las co-loca Beceña en la admisión como causa de nulidad delpréstamo, junto a la existencia de violencia o de dolo, de la con-fluencia de ciertos estados individuales, como la angustia, lainexperiencia o la pérdida de facultades mentales, que restanplenitud al consentimiento, y en la definición del umbraldonde la cuantía del interés traspasa la frontera de lo acepta-ble para incurrir en la explotación15. Un estimable trabajo deiniciación a la investigación, en fin, en el que Beceña anticipa yamuchas de las cualidades que acabarán convirtiéndole en unafigura señera de nuestra literatura procesal: seriedad y rigor,combinados con un acentuado sentido crítico, un amplio co-nocimiento y manejo de la bibliografía nacional y extranjera16

y una inusual capacidad para diseccionar y proponer solucio-nes a las cuestiones suscitadas por aquellos temas a los que seacerca17.

2. Acceso a la cátedra y destinos universitarios

Carecemos de noticias acerca de las razones que pudieron in-ducir a Beceña a apartarse de esta primera inclinación disci-plinar para volcar sus energías hacia la reflexión y la enseñanzasobre la materia procesal. Pues, en efecto, tras un nuevo largo

res, Medina del Campo, 1544; Jerónimo Ardid, Invec-tiva contra el vicio de la usura y los usureros, Zaragoza,1624 y Antonio José Aviz, Resolución de la duda ordina-ria, si es lícito al que presta dinero llevar 9 por 100 de inte-rés de lucro cesante de la que no precisa lugar y fecha depublicación.14 F. Beceña, El interés del capital (n. 11), pp. 67-79.15 F. Beceña, El interés del capital (n. 11), pp. 83-85. 16 Podemos hacernos una idea a través de la relación bi-bliográfica incluida al final de esta obra (se han com-pletado y corregido las abundantes lagunas y erroresoriginales): E. von Bhom-Bawerk, Histoire critique desthéories de l’intérêt du capital, dos vols. trad. francesa deJ. Bernard, París, V. Girad et E. Brière, 1902. A. Landry,L’intérêt du capital, París, V. Girad et E. Brière 1904. Ch.Antoine, Curso de Economía Social, traducción de J. Gon-zález Alonso, Madrid, Auriel. Ch. Gide, Curso de Econo-mía Política, traducción de C. Docteur, París, Viuda deCh. Bouret, 1915, lib. III, 2ª parte. A. F. Marshall, Princi-pes d’Economie Politique, traducción de F. Sauvaire-Jour-dan, París, Saint-Amand Cher, 1906-1909. A. M. Weiss,Apologia del Cristianismo desde el punto de vista de las cos-tumbres y la civilización, 10 v. Barcelona, Juan Gili, 1905-

1906, t. VIII, conferencia XXIV. W. J. Ashley, Histoire etdoctrines economiques de l’Angleterre, 2 vols., traducciónde P. Bondoit, París, V. Girad et E. Brière, 1900, t. I, p.161 y cap. III, sección XVIII. J. Bentham, Defensa de lausura, trad. española de J. E. París, 1828. L. Garriguet,Prêt, intérêt et usure, París, Bloud, 1907. E. Troplong, Ledroit civile expliqué suivant l’ordre des articles du Code, t.XIV, prefacio. Martín de Azpilcueta Navarro, Comenta-rio resolutorio de usura (n. 13). Cristóbal de Villalón, Pro-vechoso tratado de cambios y contrataciones de mercaderes yreprobación de la usura (n. 13). J. Escriche, Diccionario ra-zonado de legislación y jurisprudencia, Madrid, EduardoCuesta, 1875, t. III. Actas de las antiguas Cortes de los rei-nos de León y Castilla, Madrid, Real Academia de la His-toria, 1861. Acta de las Cortes de León y Castilla, Madrid,Congreso de los Diputados, tomos, XXI, XXII, XXIV. V.Brants, La lu�e moderne contre l’usure, Lovaina, 1907. L.Palomo, Ley contra la usura de 24 de julio de 1908, Madrid,Librería de Fernando Fé, 1908. 17 De ahí los elogiosos términos vertidos sobre esta tesisdoctoral por F. Delgado Iribarren en su comentario a lamisma en: Revista de Derecho Privado, t. X, núm. 121 (oc-tubre 1923), 320-321.

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paréntesis vacío de informaciones acerca de su trayectoria vitaly académica, que se prolonga durante casi un lustro, descu-brimos a nuestro personaje ya irreversiblemente decantadohacia este campo jurídico, tal como lo demuestran tanto el con-tenido de sus publicaciones iniciales, aparecidas a partir de1920, de las que más tarde hablaremos, como su primera ten-tativa, frustrada, de incorporación a la cátedra.

Se trata de la cátedra de Procedimientos judiciales y Prác-tica forense convocada en 1919 por la Universidad de Santiagopara cubrir la vacante creada por el fallecimiento de su anteriortitular, Luis Zamora Carrete. Designado como presidente deltribunal el consejero de Instrucción Pública Natalio Rivas18, a laplaza presentaron su solicitud doce candidatos, de los que so-lamente cinco concurrieron realmente a realizar los ejercicios,si bien uno de ellos renunció antes incluso de dar comienzo19.Concluidas todas las pruebas, tuvo lugar la votación, que trajocomo resultado dos pronunciamientos a favor de Beceña, in-suficientes frente a los tres votos favorables a Matías Domín-guez Ballarín, que fue propuesto para la provisión de la plazay, efectivamente, nombrado en abril de 1921 por la Comisiónpermanente del Consejo de Instrucción Pública.

A pesar de su carácter incompleto, la documentación con-servada en este expediente nos suministra algunas informa-ciones de indudable utilidad. Desafortunadamente, aunquetodos los opositores aportaron su respectivo programa de laasignatura, seguramente, por ser el candidato finalmente ele-gido, sólo contiene el presentado por Matías Domínguez Ba-llarín. Un programa todavía estrictamente subordinado a lasdirectrices básicas definidoras del ya muy caduco modelo pro-cedimentalista, y que aparece estructurado en los tres grandessectores que integran la disciplina: los Procedimientos judicia-les, la Práctica forense y la Redacción de instrumentos públicos.No obstante, es el primero de estos apartados el que más nosinteresa, estando, a su vez, articulado en tres bloques: el pri-mero, una «Introducción» dirigida a delimitar la materia de es-tudio, que aparece identificada con el Derecho judicial y, comoparcela suya, con el de procedimientos; luego, una «Parte ge-neral», en la que se estudian la organización judicial, la juris-dicción, el fuero y la competencia de los tribunales y otroselementos personales y reales integrantes de la relación jurí-dica procesal; y por último, una «Parte especial», en la que,junto a las consabidas lecciones referidas a los procedimientoscivil, penal, contencioso-administrativo, canónico y militar y ala jurisdicción voluntaria, se añade un curioso apéndice com-prensivo de una serie de «indicaciones filosófico-históricasacerca de la evolución del procedimiento en nuestra patria, es-

18 El resto de sus miembros fueron:Tomás Montejo, catedrático de laUniversidad Central, Gabriel Boni-lla, que lo era de Granada, JoseMaría Gadea, de Valencia, y JoséXirau, de Sevilla. Más tarde, por re-nuncia de Montejo le sustituye Mar-cos Pelayo. AGA. EC. EXP.C 5367-2.19 Comparecieron en la fecha fijada(26 de febrero de 1921), Juan Ferrery Galdiano, Luis Navarro Canales,Matías Domínguez Ballarín, Fran-cisco Beceña y Julio Martínez de laFuente, que es quien presentó su re-nuncia. Los candidatos que no acu-dieron a la oposición fueron Ramónde la Riera y Arenal, ServandoIllana y Núñez, José Casais Santaló,Adoración Martínez Durán, AlonsoMiguel Guerrero, Joaquín HuguetJosiano, Manuel José Gil y Conde yRicardo Sancho.

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pecialmente en el orden civil y en materia penal», de las que,por desgracia, únicamente conocemos este, tampoco dema-siado sugerente, enunciado20.

Disponemos, también, de las respuestas ofrecidas por loscuatro candidatos al primer ejercicio, consistente en desarrollardos temas extraídos por insaculación de entre el extenso cues-tionario (ciento diecinueve temas) elaborado por los miembrosdel tribunal. Así, versando la primera de las cuestiones sobre el«Ingreso y ascenso en la carrera judicial», los cuatro aspirantesconstruyen su discurso a partir de un repaso histórico, comple-tado con apoyo en el derecho comparado, de las diversas solu-ciones adoptadas en otros ordenamientos jurídicos precedenteso foráneos, coincidiendo todos en su preferencia por el meca-nismo de la oposición vigente en España frente a los demás, sibien observan algunas virtudes en el método de elección po-pular existente en Estados Unidos. Es rasgo compartido porellos, además, que exhiben cierta familiaridad con las principa-les líneas seguidas por la doctrina española (Montejo, GutiérrezCañas), francesa (Bordeaux, Guizot), alemana (Wach) e italiana(Stolfi, Cluironi, Costa, Suppa). Conviene hacer notar, sin em-bargo, que Beceña descolla respecto a sus contrincantes porplantear su exposición con un fundamento teórico bastante mássolidamente cimentado y por verter opiniones mucho más ori-ginales, profundas y comprometidas, apelando a principiosesenciales del derecho procesal para justificar sus posturas ydemostrando un magnífico conocimiento de los sistemas jurí-dicos extranjeros, en particular del francés, el italiano, el suizoy el norteamericano, aunque no prodiga demasiado las refe-rencias a su literatura procesal (Huber, Chiovenda, Mortara).Menor partido podemos sacar, empero, de las contestaciones ala segunda pregunta: «Sistemas procesales», puesto que losopositores se limitan a formular diferentes propuestas tipoló-gicas, que atienden principalmente a su carácter oral o escrito,a la presencia o no del principio de publicidad o al papel des-empeñado por el juez. No obstante, de nuevo es preciso subra-yar que el discurso de Beceña muestra signos de evidentesuperioridad cualitativa sobre los de sus oponentes, tanto porcompleto y documentado, como por el manejo de un más ricoabanico de criterios clasificatorios, entre los que se concede es-pecial relevancia a un elemento tan esencial como el predomi-nio de los principios acusatorios o inquisitivos. E igualmenterecurre ahora, para apuntalar su explicación, a remisiones a lalegalidad vigente en países como Alemania o Austria, a la au-toridad de autores como Chiovenda, Bülow, Wach o Menger, e,incluso, al tenor de los debates suscitados en un congreso deabogados celebrado en Breslau en 1911.

20 En total, son cincuenta y tres laslecciones desarrolladas en esta partede Procedimientos. Las veintiséis si-guientes corresponden a la Prácticaforense, que también consta de unaamplia “Introducción”, a la que sededican cinco temas, y una “Parteespecial” descompuesta en cinco tí-tulos referidos a los órdenes civil,penal, contencioso-administrativo,militar y canónico. Finalmente, elesquema se repite en la Redacción deInstrumentos Públicos, a la que seatribuyen veintiocho lecciones, re-partidas entre una breve “Introduc-ción”, una “Parte general”, con docelecciones, en la que se dedican sen-dos títulos al “Notariado” y al “Ins-trumento Público”, y una “Parteespecial”, con quince lecciones dis-tribuidas en cuatro títulos: “Instru-mentos de carácter civil e inter-vivos”, “Relativos al derecho mer-cantil”, “Instrumentos públicos re-lativos a sucesiones” y “Actos nota-riales y notificaciones no referentesa escrituras públicas”. AGA. EC.EXP.C 5367-2.

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Sabemos también que para solventar el segundo ejerciciolos candidatos tuvieron que realizar una disertación oral–cuyos contenidos, obviamente, desconocemos– sobre loscinco puntos del cuestionario que a cada uno le habían corres-pondido en suerte. Sí nos han llegado, por el contrario, aun-que no nos aportan informaciones relevantes sobre los aspectosaquí perseguidos, los textos elaborados en el siguiente ejercicio,de carácter práctico, en el que se les requirió la redacción deun «escrito de calificación del Ministerio Fiscal en causa crimi-nal por delito» y una «escritura de compraventa de una casapor un precio aplazado, garantizado con hipoteca de la mismafinca». Finalmente, la prueba conclusiva, de la que asimismoignoramos su detalle, residió en la explicación, previo encierrodurante las seis horas preceptivas concedidas para su prepa-ración, de una lección elegida por el opositor de entre las quepreviamente le habían tocado en el citado segundo ejercicio.No obstante, -lo que seguramente ofrece mayor interés-, almenos obtenemos noticia de la identidad de los libros solicita-dos por cada uno de ellos para elaborar su exposición. Así, pararesolver una cuestión que no es difícil deducir atinente al no-tariado, Matías Domínguez dice haber empleado una lista bas-tante extensa de obras de autores españoles, relativas al tema,señalando, además, que, a pesar de no haber podido consul-tarlos en ese momento, ha procurado tomar en cuenta las opi-niones de otros destacados especialistas en los campos notariale hipotecario21. También relacionado con el mismo asunto sehalla el inventario de soportes bibliográficos proporcionadopor Luis Navarro Canales, si bien el número de títulos superaal del anterior, e incluye varias referencias francesas e italia-nas22. Por su parte, Juan Ferrer Galdiano, que se ocupa del re-

21 Para las cuestiones notariales menciona, sin mayorprecisión, a Barrachina, Fábrega, Costa, Corvella y La-vandera, y para las hipotecarias a Galindo y Escosura,Oliver, Morell y Jerónimo González Martínez. La biblio-grafía aducida es, completando las lagunas y corri-giendo los errores de la literalidad de las citas, lasiguiente: Vicente Sancho-Tello y Burguete, Redacción deinstrumentos públicos, Valencia, Antonio López, 1914. Mi-guel Fernández Casado, Tratado de Notaría, Madrid,Viuda de M. Minuesa, 1895. Ramón Novoa Seoane, Elprogreso del instrumento público (Compendio de ciencia y artede notaría para la acertada redacción de los instrumentos pú-blicos. Guía teórico-práctica notarial), Madrid, Viuda de M.Minuesa, 1895. Eduardo Morales Díaz, Apuntes de legis-lación notarial (probablemente se refiere a Contestacionesa la parte de legislación notarial del programa para oposicionesal Notariado. Madrid, Antonio Marzo, 1907). Manual delNotariado, edición de la Revista de los Tribunales, Ma-

drid, Góngora, 1917. Santiago Méndez Plaza, El Nota-riado moderno: cuestiones previas, prólogo de JoaquínCosta, Madrid, Hijos de M. G. Hernández, 1895. Tirsode la Torre e Izquierdo, Exemplarium (colección de ejem-plos y plantillas, con amplias explicaciones de Derecho Nota-rial), Valencia, Manuel Pan, 1907, y Comentarios a lalegislación notarial, Valencia, 1904. Ramón Ferreiro yLago, Notariado y el registro de la propiedad, Valladolid.22 Veamos esa lista: Magín Fábrega y Cortés, Apuntes de al-gunas lecciones de notariado, 1909. Antonio Monasterio yGali, Biología de los derechos en la normalidad y de su repre-sentación, Tortosa, Arturo Voltes, 1901. Legislación notarial.Ley de 23 de mayo de 1862 y novísimo Reglamento de 7 de no-viembre de 1921, Madrid, Góngora, 1921. Manual del nota-riado, Madrid, Revista de los Tribunales, 1917. Castaño,Derecho notarial [no localizado]. Código Notarial de la Bi-blioteca Scevola [no localizado]. Francisco Casado (segu-ramente se refiere a Miguel Fernández Casado), Tratado

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curso de casación por infracción de ley, afirma haber consul-tado un muy nutrido catálogo de tratados, en el que, junto alos principales españoles (Fábrega, Montejo, López Moreno,Lastres, Mauro Miguel Romero), hallan hueco otros varios pu-blicados en lengua francesa e italiana23. Curiosamente, el re-pertorio doctrinal más escueto es el alegado como ayuda porBeceña, que se reduce a los inevitables comentarios de Man-resa a la Ley de enjuiciamiento civil, los socorridos Procedi-mientos judiciales de Fábrega y cuatro alusiones a losinexcusables grandes maestros italianos coetáneos (Rocco,Chiovenda, Mortara y el civilista Coviello)24.

Parece oportuno, por último, comentar que como méritoadicional esgrimido en refuerzo de su, a la postre, exitosa can-didatura, Matías Domínguez presentó un trabajo manuscritotitulado Extensión que en el enjuiciamiento civil moderno debe tenerel arbitrio judicial (Antecedentes histórico-positivos de la cuestión enel derecho procesal español y opinión sobre ella). Pero, aunque es po-

de la notaría, Madrid, Viuda de M. Minuesa, 1895. JoaquínCosta, Reforma de la fe pública. Transformación o supresióndel notariado, Madrid, Hijos de Rius, 1897, y Reorganiza-ción del notariado, de la propiedad y de la administración dejusticia, Madrid, Biblioteca Costa, 1917. Tirso de la Torree Izquierdo, Exemplarium y Comentarios a la legislación no-tarial (véase n. 21). Francisco Barrachina y Santos, Derechohipotecario y notarial. Castellón, J. Armengol e hijos, 1910.Salvador Torres Aguilar, Guía para el estudio de la prácticaforense y redacción de instrumentos públicos, Madrid, 1915.Vicente Sancho Tello, Redacción de instrumentos públicos(véase n. 21). Bofarull, Crisis del notariado [no localizado].R. Novoa Seoane, El progreso del instrumento público (véasen. 21) Solcimena, Commento della legislacione notarile ita-liana. Rolandino: monitore del notariato, 1914 [sic]. Mon-dard, Notariat francaise [sic]. R. Pennellier, L`organisationdu notariat en droit comparé, tesis doctoral, París, 1910. E.Durando, Il Tabellionato o notariato: nelle leggi romane, nelleleggi medioevale e nelle leggi posteriori specialmente piamon-tesi, Turín, Bocca, 1897. Francisco Commelerán Gómez,Diccionario clásico-etimológico latino-español, Madrid, Per-lado y Páez, 1907. Diccionario francés de RodríguezNavas [sic], J. Caccia, Nuevo diccionario italiano-español yespañol-italiano, París, Garnier, 1905. Rafael Azpitarte Sán-chez, Organización y régimen del notariado, Alcalá la Real,L’utile, 1918. J. Gonzalo de las Casas, Tratado general filo-sófico-legal teórico y práctico de notariado y de instrumentospúblicos, Madrid, H. de J. A. García, 1877.23 Extenso índice de libros que se concreta así: MagínFábrega y Cortés, Apuntes de procedimientos judiciales,Barcelona, La Neotipia, 1907. Tomás Montejo y Rica,Apuntes de procedimientos judiciales. Santiago López Mo-reno, Principios fundamentales del procedimiento civil ycriminal, Madrid, Victoriano Suárez, 1901. Francisco

Lastres, Procedimientos civiles, criminales, canónicos ycontencioso-administrativos según las leyes y demás dispo-siciones vigentes, Madrid, Victoriano Suárez, 1895-1896.José María Manresa y Navarro, Comentarios a la Ley deEnjuiciamiento Civil, Madrid, Revista de Legislación,1881-1883. Mauro Miguel Romero; Q. Palacios, Princi-pios de procedimientos judiciales, Madrid, 1914. Comenta-rios a la Ley de Enjuiciamiento Civil concordada y anotadapor la redacción de la Revista General de Legislación y Ju-risprudencia. G. J. L Carré; A. Chauveau, Lois de la pro-cédure civile et administrative, 4º ed., París, Cosse etMarchal, 1861-1863. E. Garsonnet, Traité théorique etpractique de procédure, organisation judiciaire, compétenceet procédure en matière civile et commerciale, París, 1882-1897. A. Pitois, Principes de droit. Procédure civile, París,V. Girad et Brière, 1919. J. Boitard, Leçons sur le code deprocédure civile, París, G. Thorel, 1847. E. Glasson, Lessources de la procédure civile française, París, Larose etCorcel 1882. N. Lavielle, Études sur la procédure civile,nécessité de reviser le Code de 1806, París, Cotillon, 1862.T. Vaquette; A. Le Balleur, Cours résumé de procédure ci-vile, París, T. Vaquette, 1883. Carcamo, Casación o ter-cera instancia [no localizado]. M. Pescatore, Proceduracivile y Procedura criminale, Turín, Unione tipograficoeditrice, 1864. L. Mattirolo, Trattato di diritto giudiziariocivile italiano, 6 vols, Turín, 1901-1906. Ugo Ferrone, Ilprocesso civile moderno: fondamento, progresso e avvenire,S. Maria, Cavotta, 1912.24 Son estas, A. Rocco, La sentenza civile, Turín, Bocca,1905. G. Chiovenda, Principi di diritto processuale civile,Nápoles, N. Jovene, 1906. L. Mortara, Manuale dellaprocedura civile, Turín, Unione tipografico-editrice,1906. N. Coviello, Manuale di diritto civile italiano,Milán, SEL, 1915.

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sible que su aportación tuviese entonces alguna incidencia fa-vorable en la decisión de su nombramiento, examinada hoysólo puede ser considerada en su demérito, ya que no se tratade nada más que de un pretencioso y pobremente justificadorecorrido histórico, que tomando impulso desde Roma va per-siguiendo la evolución del arbitrio judicial a través del derechovisigodo, la patrística, el Corán, los fueros municipales, las Par-tidas, el Ordenamiento de Montalvo, la Nueva y la NovísimaRecopilación y diversas «legislaciones forales de España», hastaarribar a un detallado análisis del espacio concedido al mismoen la vigente Ley de Enjuiciamiento Civil. Un texto, en fin, demuy dudosa utilidad científica, como lo corrobora la propia he-chura del aparato bibliográfico manejado, aderezado a base deuna curiosa mezcolanza de obras vinculadas a los terrenos de laHistoria, la Historia del derecho, el Derecho civil y la Sociología,con algunas aproximaciones más específicamente enfocadashacia el ámbito del procedimiento, entre las que cabe destacarlas Instituciones de derecho procesal de Ma�irolo25.

Beceña únicamente habría de esperar dos años más hastavolver a gozar de la oportunidad de contender por una plazade catedrático, la de Procedimientos judiciales y Práctica forenseconvocada en La Laguna en enero de 1923, que, esta vez sí, lesería adjudicada. Para presidir el tribunal juzgador fue desig-nado el renombrado catedrático de la Universidad Central yconsejero de Instrucción Pública José Gascón y Marín, acom-pañándole en su cometido Melquíades Álvarez González, ca-tedrático en Oviedo, que años después le apadrinará en su

25 E. Hinojosa, Historia general del derecho español, Madrid,Tipografía de los Huérfanos, 1887. J. Catalá y Fluixá, Elsistema formulario: estudio para su adaptación al enjuicia-miento civil, Madrid, Hijos e Reus, 1913. J. M. Antequera,Historia de la legislación española, Madrid, R. Infante, 1874.I. Jordán de Asso y M. De Manuel, Instituciones del Dere-cho civil de Castilla, Madrid, Ramón Ruiz, 1792. R. deUreña, Historia de la literatura jurídica española, Madrid,Idamor Moreno, 1906, y La influencia semita en el derechomedieval de España, Madrid, Revista de Legislación, 1898;Fueros y Observancias de Aragón anteriores a la Compilaciónde 1547, Madrid, 1900. A. Marichalar; C. Manrique, His-toria de la legislación y recitaciones del derecho civil español.Fueros de Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, Madrid, Im-prenta nacional, 1868. F. Clemente de Diego, Introducciónal estudio de las instituciones de Derecho romano, Madrid,Viuda e hijos de Tello, 1900. Modesto Lafuente, Historiageneral de España: desde los tiempos primitivos hasta lamuerte de Fernando VII, Barcelona, Montaner y Simón,1881. F. Raztel, Las razas humanas, Barcelona, Montaner ySimó, 1888-1889. R. Dozy, Histoire des musulmans d’Es-

pagne, Leyde, E. J. Brill, 1861. I. Falgueras y Ozaetal, Es-tudios sobre sociología y derecho de Marruecos, Madrid, Re-vista de Legislación, 1909. D. Gutiérrez Cañas yGutiérrez, Ensayo sobre la filosofía del procedimiento judi-cial, la técnica y la moral en el foro, Valladolid, Andrés Mar-tín, 1900. El juicio oral en materia civil; apuntes para lareorganización de los tribunales y la reforma procesal, Ma-drid, 1890. M. Fábrega y Cortés, Apuntes de Procedimien-tos judiciales y Apuntes de práctica forense (n. 22 y 23). F.Martínez Montaner, Estudio del juicio en materia procesalcivil, según los principios y la legislación española, Madrid,Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón, 1899. J. Ugartey Pagés, Reformas de la Administración de justicia; apuntespara su estudio, Madrid, Victoriano Suárez, 1906. J. Man-resa y Navarro, Comentarios a la ley de enjuiciamiento civilreformada, 3ª edición aumentada por Francisco de PaulaRives y Martí, Madrid, Revista de Legislación, 1910. C.Lessona, Los deberes sociales del derecho procesal civil, tra-ducción de Delfín Fuentes Espulga, Madrid, 1898. L.Ma�irolo, Instituciones de derecho procesal civil, traducciónde Eduardo Ovejero, Madrid, Tordesillas, 1910.

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actividad política, Ángel Corujo Valvidares, ocupante de la cá-tedra de Murcia, cuya renuncia será cubierta por Quintín Pa-lacios Herrán, titular de la cátedra de Valladolid, Jose Xirau yPalau, que tenía la de Sevilla, y que también figuró como vocalen la relatada oposición de Santiago, y su reciente contrincanteen esta última, Matías Domínguez Ballarín26. Además de Be-ceña, al concurso fueron admitidos otros cinco aspirantes, sibien a efectuar las pruebas solamente compareció Luis Nava-rro Canales, que ya había competido con él en Santiago.

Entrando ya en el desarrollo de la oposición, no pode-mos dejar de subrayar que el cambio de rumbo teórico queestá comenzando a transmutar la esencia de esta disciplinadeja indicios en el propio cuestionario confeccionado por losmiembros del tribunal con el fin de que los opositores extraje-sen del mismo las cuestiones a las que habrían de responder.Y cabe formular esta apreciación porque a pesar de que den-tro de los ciento veintinueve temas que lo integran siguen dis-tinguiéndose los mismos grandes apartados tradicionales, seintroduce una serie de lecciones introductorias orientadashacia cuestiones conceptuales y metodológicas relativas al De-recho procesal, que aparecen adornadas de un indiscutible sellode modernidad27.

Dentro de que en varios puntos se muestra bastante in-completa, de toda la información proporcionada por este expe-diente sobre el transcurso de la oposición, iniciada el 1 de abrilde 1923, con la constitución del tribunal, y concluida el 9 demayo, con la votación ganada por Beceña por unanimidad, nosinteresa resaltar determinados aspectos que se antojan espe-cialmente relevantes. Por lo pronto, las actas ofrecen pocos in-dicios respecto a los argumentos esgrimidos para solventar losdos primeros ejercicios afrontados por los aspirantes, plantea-dos ambos a partir de la extracción aleatoria de varias bolas deentre las depositadas en una urna y numeradas en correlacióncon las diferentes lecciones incluidas en el cuestionario, de-biendo cada concursante desarrollar la consiguiente exposición,en el primer caso de forma escrita y en el segundo de modo oral,

26 Además de Quintín Palacios, como suplentes habíansido designados: José María Gadea Orozco, catedráticode la Universidad de Valencia, Gabriel Bonilla Marín,que lo era de Granada, y Francisco Javier Comín yMoya, de Zaragoza. AGA. EC. EXP. C 5371-4.27 Su enunciado dice así: 1. Concepto de Derecho proce-sal. Problemas que ofrece la indagación de este con-cepto. 2. Origen y formación del Derecho procesal.Aspecto histórico: elementos históricos del Derechoprocesal. 3. Origen y formación del Derecho Procesal.

Aspecto sistemático. Posición del Derecho procesal en elsistema del derecho. 4. Origen del plan y su aplicaciónal Derecho procesal. Fuentes de conocimiento. Biblio-grafías. El método en el Derecho procesal 5. Conceptode la acción. Su determinación. 6. Clases de acciones.Caracteres y elementos de la acción. 7. Concepto de pro-cedimiento civil. Función y objeto del procedimientocivil. 8. Naturaleza de la relación jurídica procesal. Con-diciones de su existencia. 9. La ley procesal. Su natura-leza. Su objeto. Su eficacia.

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acerca de aquéllas que la fortuna le hubiese deparado28. Dehecho, solamente contamos con las contestación escrita ofrecidapor Navarro a los dos temas por él insaculados, si bien uno deellos: “Concepto de redacción de instrumentos públicos y sucontenido, a juicio del opositor”, apenas incide en los plantea-mientos que aquí perseguimos, suministrándonos datos másútiles el referido al “Concepto de parte en el derecho procesalcivil”, ya que, para introducir la cuestión, alude al gran avanceoperado en la doctrina, superando la pobreza y el hondo des-prestigio de su formulación primitiva, con el nacimiento del quedenomina “derecho procesal científico moderno”, por obraprincipal de la construcción –que describe netamente germá-nica– de la teoría de la relación procesal como independientede la relación jurídica sustancial29. En contraste, sí disponemos,sin lagunas, de las soluciones propuestas por los contendientespara el caso práctico enunciado en la tercera prueba, aunque, alresolverse ésta –en gran medida obedeciendo a la propia orien-tación de la pregunta– de un modo puramente técnico, conapoyo exclusivo en la legislación vigente y recurso a un par deaisladas referencias a la jurisprudencia del Tribunal Supremo,tampoco nos ayuda a iluminar los territorios teórico-concep-tuales que pretendemos explorar30. Y lo mismo sucede con losdos últimos ejercicios, de los que únicamente se nos indica queuno consistió en la explicación de una lección elegida por sor-teo de su respectivo programa, la cual aparece simplementeidentificada por su ordinal, pero hurtándosenos toda especifi-cación sobre el sentido de las respuestas31, y el otro en una de-

28 Las bolas extraídas en el primer caso fueron la 31:“Concepto de parte en el derecho procesal civil”, y la100: “Concepto de Redacción de Instrumentos Públicosy su contenido, a juicio del opositor”, mientras que en elsegundo Navarro cogió las bolas 39: “Inexistencia, nuli-dad y anulabilidad de la relación procesal”, 47: “La in-actividad procesal. La rebeldía”, 76: “Juicios universales.El concurso”, 91: ”Incidentes en el juicio penal”, y 94:”Eljuicio por jurado. Juicio de faltas”; y Beceña la 16:”Lafunción judicial”, 23: “Auxiliares de los tribunales”, 45:”Relaciones recíprocas que nacen de la actividad proce-sal; su análisis. Límites”, 52: ”La confesión como mediode prueba”, y 63: ”Procedimientos de los recursos de ca-sación y de revisión en el derecho español”.29 “Mas, aunque ambas relaciones jurídicas, la procesaly la sustancial, se conciban como distintas, y en hechode verdad lo sean, es también cierto que de las dos seocupa en cierta manera el proceso. Porque el caso es quetodo proceso supone una controversia sobre materia ju-rídica y en forma también jurídica; ahora bien, la con-troversia versa cabalmente sobre la relación jurídica

sustancial, y la forma que regula la definición de esacontroversia es cabalmente el tejido de derechos y obli-gaciones procesales, de preceptos que diríamos, en len-guaje legal, de enjuiciamiento que integran la relaciónjurídica procesal…”. AGA. EC. EXP. C 5371-4.30 Caso práctico que presenta el siguiente tenor: “Sipueden presentarse con los escritos de réplica y dúplicadocumentos privados en que se funde el derecho delactor o del que excepciona, no comprendidos en el ar-tículo 506 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Conla demanda se presentarán copias del documento ori-ginal en cuestión. Fundamento de la opinión que sesostiene, en relación con lo que taxativamente dispo-nen los artículos 504 y 602 de la Ley de EnjuiciamientoCriminal y jurisprudencia del Tribunal supremo acercade las materias”. 31 Entre la 12: “Declaración y ejecución.- Sentencia con-denatoria y absolutoria.- Concepto de la excep- ción”,la 14: “Divisiones de la jurisdicción” y la 51: ”Medios deprueba.- Procedimientos probatorios”, Navarro escogióla 12, en tanto que entre la 53: ”Prueba de testigos.-

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fensa global del programa propio presentado, cuyo desglosepermanece, sin embargo, absolutamente velado para nosotros.

En mi opinión, el núcleo realmente significativo de las no-ticias transmitidas por este expediente de cátedra reside, sinembargo, no tanto en el desenvolvimiento mismo de las prue-bas como en el cercano conocimiento de las directrices adop-tadas por la literatura jurídica foránea más avanzada queexhibe Beceña, aunque menos a través de la bibliografía ma-nejada para dar cobertura a sus ejercicios que del, inusual-mente rico, elenco de publicaciones aducidas como méritoadicional en su pugna por la plaza. Así, en el primer capítuloes preciso reconocer que también Navarro acredita, con susabundantes remisiones, una estimable familiaridad con im-portantes títulos de la doctrina extranjera, sobre todo italiana,si bien, en su caso, tales alusiones traslucen un cierto sesgo demero alarde erudito, en el fondo ajeno a un verdadero estudiode las obras citadas o a un auténtico esfuerzo de reflexión32. Supeso, en todo caso, queda palmariamente empequeñecido antela mencionada extensa relación de trabajos ya publicados es-grimida por Beceña, de los cuales –dado que después nos ocu-paremos de ellos en detalle– por ahora nos limitaremos areflejar sus títulos: El valor jurídico de la demanda; Los procedi-mientos ejecutivos en el derecho procesal español. Notas para su sis-tematización; Sobre la formación de la magistratura; Costas en elprocedimiento civil, y un esclarecedor comentario a la traduc-ción española de 1922 de los Principios de Derecho Procesal Civilde G. Chiovenda. Méritos más que suficientes, en definitiva,para granjearse la propuesta a su favor de los componentes detribunal juzgador para un nombramiento materializado por

Prueba pericial”, la 96: “Recurso de casación y el de re-visión” y la 109: ”Casos en los cuales puede ausentarseel notario.- De la sustitución.- ¿Debe esta profesión serretribuida por el Estado o por el cliente?.- Indicacionessobre el arancel vigente.- Honores de los notarios”, Be-ceña se inclinó por la número 53.32 Para hacernos una idea, podemos señalar que lasobras citadas (no con el carácter completo que aquí sepresentan) por Navarro en su cuarto ejercicio son: G.Chiovenda, Principi di diri�o processuale civile, Nápoles,N. Jovene, 1906. A. Rocco, La sentenza civile, Turín,Bocca, 1905. U. Rocco, L’autorità della cosa giudicatae i suoilimiti sogge�ivi, Roma, Athenaeum 1917. E. Be�i, Effica-cia della sentenze determinative in tema de legati d’alimenti:contributo alla do�rina dei limiti ogge�ivi, Milán, 1921. A.Rispoli, Corso di diri�o processuale civile, Roma, 1919 yCodici di procedura civile, commentato con la giurisprudenza,richiami legislativi e bibliografici e indici, Florencia, G. Bar-bena, 1921. U. Ferrone, Il processo civile moderno, Santa

Maria di Capua Vetere, F. Cavo�a, 1912. F. Carnelu�i,Lezioni di diri�o processuale civile, Padua, Cedam, 1920-1934. V. Simoncelli, Lezioni di diri�o giudiziario, Roma,Genio civile, 1902-1907. G. Manfredini, Programa delcorso de diri�o giudiziario civile, Padua, F. Sache�o, 1884.L. Mortara, Istituzioni di procedura civile, Florencia, G.Barberá, 1922. A. Galante, Diri�o processuale civile, Ná-poles, 1923. Una lista que por extensión y entidad,desde luego, hace palidecer a la de Beceña: E. Aguilerade Paz, Comentarios a la Ley de Enjuiciamiento Criminal,Madrid, Revista de Legislación, 1912. M. Fábrega Cor-tés, Apuntes de procedimientos judiciales, Barcelona, La Ne-otipia, 1907. C. Lanza, Sistema de diri�o processuale penale,Roma, Athanaeum, 1922. Rendi, “La unitá fondamen-tale del processo civile e del processo penale”, en Re-vista de Diri�o Publico, Mayo/Agosto de 1921. E. Glasson;P. Colmet-Daage, Précis théorique de procédure civile, París,Pichon 1902. L. Mortara, Istituzioni di ordinamiento giu-diziario, Florencia, G. Barberá, 1890.

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una Real Orden de 18 de mayo de 1923 y efectivo desde su pu-blicación en la Gaceta de Madrid del 26 del mismo mes.

Parece evidente, no obstante, que la idea de mudar su re-sidencia a la isla tinerfeña distaba de seducir a Beceña, quien,buscando eludir tan incómodo desplazamiento, de inmediatopedirá y obtendrá autorización para poder tomar posesión anteel rector de la Universidad Central33, logrando ver concedidapocos meses después, a principios de octubre, sin llegar siquieraa iniciar el curso, la solicitud de excedencia voluntaria que habíapresentado, alegando que su estado de salud desaconsejaba supase a La Laguna34. Una situación en la que permanecería du-rante todo un año, hasta que en octubre de 1924, habiendo ma-nifestado su deseo de reintegrarse a la cátedra, resultódesignado por el Ministerio como beneficiario del concurso detraslación convocado para cubrir la vacante creada en Valenciapor la jubilación de José María Gadea35. Claro que, a juzgar porlos datos aportados por Montero Aroca, su incorporación alclaustro valenciano puede considerarse casi puramente anec-dótica, ya que no consta su asistencia a las Juntas de Facultad yni siquiera parece que se hiciese cargo de los exámenes durantesu tiempo de permanencia al frente de esta cátedra36. Aunque,cierto es, que tampoco supone sorpresa alguna que la aspira-ción que la actitud de Beceña conduce a sospechar fuese la deservirse de la misma como simple estación de tránsito en elacercamiento a su tierra de procedencia. Una pretensión quepronto conseguiría materializar mediante el mecanismo de lapermuta con el entonces posesor de la cátedra de Oviedo, yaños más tarde rival, Francisco Marcos Pelayo37. Esta plaza laocuparía durante cinco fecundos años, en los que, además deampliar su excelente producción científica, dejaría una impor-tante huella por su labor docente y su destacada contribución alenriquecimiento de los fondos bibliográficos de la Facultad38.Y, seguramente, estos méritos fueron muy tenidos en cuenta ensu nombramiento como vocal de la sección cuarta de la Comi-sión general de Codificación, para cubrir la vacante dejada en suseno por Inocencio Jiménez Vicente39.

Encontrándose, sin duda, muy a gusto en su cuna astu-riana, obviamente la posibilidad de acceder a la codiciada cá-tedra de la Universidad Central, considerada la culminacióndeseable de cualquier trayectoria académica, supuso una ten-tación lo suficientemente fuerte como para que Beceña pre-sentase su candidatura para cubrir el hueco dejado, al jubilarse,en 1928, tras disfrutar de una prolongadísima titularidad de lamisma, por Tomás Montejo. No obstante, a esta cátedra, quedebía ser adjudicada por medio de un concurso de traslado,también se postulaban otros dos pretendientes: Quintín Pala-

33 Petición formulada solo tres díasdespués del nombramiento, cele-brándose dicho trámite el 12 dejunio. Son datos que aparecen en elexpediente personal de Beceña.AGA. EC. EXP. 9612-4, núm. 4.34 Concesión que venía avalada porlo dispuesto en una ley de 27 dejulio de 1923, y que acabó plasmadaen una Real Orden de 2 de octubrede 1923. AGA. EC. EXP. 9612-4,núm. 4.35 La toma de posesión de Beceña seprodujo el día 1 de diciembre de1924. Curiosamente, el Ministeriodesestimó la pretensión de Gadea,respaldada por la Facultad, de seguirenseñando hasta el final del curso.AGA. EC. EXP. 9612-4, núm. 4.36 De hecho, las actas están firmadaspor el auxiliar Francisco Vives Villa-mazares. J. Montero Aroca, Aproxi-mación a la biografía (n. 5), p. 620.37 La propuesta de permuta fueaprobada el 14 de octubre de 1925.La toma de posesión tuvo lugar el 1de diciembre del mismo año. Expe-diente personal. AGA. EC. EXP.9612-4, núm. 4.38 Noticia, esta última, facilitada porJ. Montero Aroca, Aproximación a labiografía (n. 5), pp. 620-621. 39 Real Orden de 9 de julio de 1929,publicada en la Gaceta de Madrid el13 de julio de 1929, en la que, efecti-vamente, se hace alusión a “las rele-vantes circunstancias que concurrenen don Francisco Beceña y Gonzá-lez”.

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cios, que fue descartado por el hecho de no haber accedido alcuerpo de catedráticos a través de oposición, y Marcos Pelayo,que se perfilaba como un más duro adversario. Sabemos, gra-cias a los razonamientos empleados por la Sala Cuarta del Tri-bunal Supremo para fundamentar su fallo contrario al recursoplanteado por Marcos Pelayo contra su postergación, que den-tro de la dificultad que entrañaba la elección, a la vista de lamayor antigüedad del recurrente, en la inclinación de la ba-lanza del lado de Beceña por parte del Comité del Consejo deInstrucción Pública, encargado de resolver, pesó decisivamentesu rotunda superioridad en el apartado reservado a la “publi-cación de obras, trabajos, investigaciones o procedimientos di-dácticos”40. Una posición ventajosa sustentada, principalmente,dice la sentencia, en sus Casos de Derecho procesal civil, “que sus-citan el examen de importantes problemas precedidos de unmuy pensado prólogo en el que se examina la significación delmétodo de enseñanza a base de casos, prólogo que contieneuna valiosa aportación al estudio de la metodología docente”,y en su Magistratura y Justicia, que es calificada de “verdaderaobra científica”. Por el contrario, de Marcos Pelayo solo se re-seña una Guía para un curso de Procedimientos judiciales41, a laque con cierto tono displicente se describe como “una simpleguía para sus explicaciones de cátedra”, si bien conviene ad-vertir que esta imagen no difiere de la suscrita por su propioautor en el momento de prologarla42. Limitación a la que seune, además, su carácter incompleto, ya que, constando el planoriginal de tres partes, en el presente volumen –el único delque nos consta que alcanzó la publicación– solamente se in-cluye una Introducción, dedicada a la justificación del nombrey del contenido de la asignatura, que él adscribe al estudio dela Ciencia del Derecho judicial, y una Parte general, descom-puesta en dos secciones: el Derecho en general y el Derecho ju-dicial; mientras que quedan pendientes la Parte especial,pensada para el tratamiento en detalle de los distintos órdenesjudiciales (civil, penal y administrativo), los órganos jurisdic-cionales, las funciones judiciales (declarativa, ejecutiva y pre-ventiva) y las operaciones judiciales (actuaciones y resolu-ciones y actos de las partes y otros participantes en la admi-nistración de justicia), y una Parte sintética u orgánica, orien-tada al análisis de la jurisdicción y la competencia. Es dejusticia recordar, empero, que pocos meses después del pro-nunciamiento del Consejo a favor de Beceña, apareció editadootro libro de Marcos Pelayo, titulado El Derecho judicial en lasPartidas43. Podrá objetarse, con cierta razón, que, en realidadnos hallamos ante un ensayo de naturaleza fundamentalmenteiushistórica, pero hay que admitir que, si consideramos el pa-

40 Preferencia que venía determi-nada por la nueva redacción confe-rida al articulo 12 del Real Decretode 30 de abril de 1915 por el RealDecreto de 17 de febrero de 1922. Eltexto de la sentencia lo reproduce,en lo esencial, J. Montero Aroca,Aproximación a la biografía (n. 5), pp.622-623, nota 50, que es de dondeobtengo esta referencia.41 F. Marcos Pelayo, Guía para uncurso de Procedimientos judiciales. In-troducción.- Parte general, Madrid,Reus, 1929.42 F. Marcos Pelayo, Guía para uncurso (n. 41), VI-VII: “…Pero nada seopone a la confección de una simpleguía que sirviese de base a nuestrasexplicaciones de Cátedra, facilitán-dolas, y orientase a los alumnos, evi-tando en lo más fundamental loserrores que se suelen cometer altomar apuntes e impidiendo la ex-plotación de que, en la adquisiciónde los confeccionados por gente ex-traña a la juventud estudiosa es víc-tima ésta. Y esa es la labor quehemos emprendido: la redacción deuna GUÍA, con indicaciones si-quiera sean brevísimas, referentes atodas las instituciones de Derechojudicial”.43 F. Marcos Pelayo, El Derecho judi-cial en las Partidas, Madrid, Reus,1930.

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norama vigente en la época de su redacción, constituye un es-timable ejercicio de prospección en la dimensión, digamos pro-cesal, del célebre cuerpo legal alfonsino, planteado a partir deuna exacta transposición del esquema organizativo propuestoen su Guía docente, y abordado con una innegable dosis deerudición y profundidad.

En cualquier caso, la totalidad de los miembros del tri-bunal coincidiría en la apuesta a favor de Beceña para la co-bertura de tan prestigiosa plaza44, donde permanecerá duranteel resto de su, lamentablemente corto, ejercicio como catedrá-tico. Es más, muy pronto se granjearía el reconocimiento pre-ciso para ser nombrado Vicedecano de la Facultad de Derecho,con la misión de sustituir al Decano en sus ausencias, obte-niendo enseguida la ratificación del Ministerio, ante la peticiónconjunta de la Facultad y del Rectorado45. Por otra parte, eltemprano advenimiento de la República y su cercanía a algúndestacado político de este período, en particular a MelquíadesÁlvarez, unidos a la excelente reputación científica que habíaido ganándose con sus trabajos, ayudan a explicar la crecienteimplicación de Beceña en los asuntos públicos. Así debe en-tenderse su aparición dentro de la lista de los candidatos pre-sentados en Asturias a las elecciones a las CortesConstituyentes de 1931 por el partido reformista; una incur-sión en el agitado terreno de la política que, a la postre, mar-caría infaustamente su destino46. Mayor relevancia adquiere,sin embargo, su incorporación como vocal al Tribunal de Ga-rantías Constitucionales, al ser escogido por sus colegas del es-calafón de numerarios como uno de los magistrados incluidosdentro de la cuota de cuatro componentes de reclutamientoconstitucionalmente determinado entre las filas de los profe-sores de las Facultades de Derecho47. Un cargo en el que per-manecería hasta el momento mismo de su muerte48, pero que,a pesar de colocarle en la situación de excedencia, no supondrásu alejamiento definitivo de la docencia, ya que a solicitud pro-pia se le permitió continuar impartiendo sus clases, previa re-nuncia a la percepción de su sueldo, de cuyo monto -asimismopor sugerencia suya-, dos tercios fueron transferidos al auxi-liar Manuel Perales, y otras 3000 pesetas anuales al ayudantede prácticas Ángel Enciso49. Y en este capítulo de las distincio-nes no estrictamente académicas también conviene recordar sudesignación, en principio, como Vocal, y poco tiempo despuéscomo Vicepresidente, del Consejo Nacional de Cultura50. Aun-que no cabe dudar de que esta relación de méritos y honores,ya por entonces encomiable, hubiera conocido un considera-ble engrosamiento si su brillante carrera no se hubiese vistotruncada por los terribles acontecimientos que condujeron a su

44 Real Orden de 20 de febrero de1930, publicada en la Gaceta de Ma-drid de 4 de marzo de 1930, por laque se le adjudica la cátedra con unaumento de sueldo de mil pesetasanuales y manteniendo el mismonúmero de escalafón que hasta en-tonces le correspondía.45 Orden del Ministerio de Instruc-ción Pública y Bellas Artes de 29 demayo de 1931. Dicho nombramientohabía tenido lugar el 31 de marzo. 46 Noticias de este poco conocidoepisodio de la vida de Beceña lasofrece J. Montero Aroca, Aproxima-ción a la biografía (n. 5), pp. 624-626.47 En realidad, para la designaciónde este cuarteto se llegó a unacuerdo de reparto entre las fuerzasconservadoras, representadas porlos catedráticos Minguijón y Ruizdel Castillo, y las progresistas, en lasque se alineaban Beceña y ManuelMiguel Traviesas. 48 Sobre el papel desempeñado porBeceña durante su etapa de perte-nencia a tan alto tribunal, con espe-cial atención a aquellos asuntos enlos que actuó como ponente, véaseJ. Montero Aroca, Aproximación a labiografía (n. 5), pp. 626-629.49 Orden Ministerial de 27 de febrerode 1924. Estos dos profesores pue-den ser considerados, como vere-mos, sus discípulos más directos. 50 Respectivamente, mediante sen-dos Decretos del Presidente de la Re-pública, Niceto Alcalá-Zamora, de21 de noviembre de 1934, publicadoen la Gaceta del 23 de noviembre, y7 de diciembre de 1934, aparecido enla Gaceta del 9 de diciembre. La di-misión de este último puesto le fueaceptada a través de otro Decreto, yade Manuel Azaña, de 13 de junio de1936 (Gaceta del 14 de junio).

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asesinato en los turbulentos días inmediatos al estallido de lasublevación militar contra el legítimo régimen republicano, amanos, según todos los indicios, de una partida de milicianosexaltados, deseosos de hacerle pagar sin ninguna clemencia lasdiscrepancias ideológicas afloradas en el pasado51.

3. Calidad e innovación de su obra científica

Con ser más que laudable, la impecable trayectoria académicade Beceña no bastaría por sí sola para atribuirle –como aquí sesostiene– un papel esencial dentro del panorama de la doctrinaprocesal española anterior a la guerra civil. Lo determinantees que viene acompañada por una producción científica que,por su volumen y, sobre todo, por su modernidad, consiguequebrar la inercia de atrofia, monotonía y aislamiento que, concontadas excepciones, durante largas décadas prácticamentehabía privado a las obras de sus predecesores y sus coetáneosde interés y de trascendencia.

Al margen de su tesis doctoral, llevada a la imprenta,como sabemos, bastantes años después de su defensa, el pri-mer trabajo del que tenemos noticia es el titulado Valor jurídicode la demanda. Notas a una sentencia del Tribunal Supremo52, queaparece en 1920, incluido en una de las principales publicacio-nes periódicas de la época, la “Revista de Derecho Privado”,sede que Beceña utilizará, luego, con gran asiduidad para dardifusión a sus escritos. No obstante, como su rótulo anticipa, setrata simplemente de un amplio comentario a una decisión delTribunal Supremo, de 1917, en el sentido de refutar la posibili-dad de que la demanda interpuesta sea rechazada de plano enconsideración a su fondo cuando se han cumplido escrupulo-samente los requisitos formales precisos para su admisión.Cuestión que le permite pasar revista a la regulación vigente entorno a esta importante figura procesal, sin apartarse apenasdel dictado de la Ley de Enjuiciamiento Civil, aunque trufandoel análisis con puntuales remisiones doctrinales, primordial-mente nacionales (Elizondo, Hevia Bolaños, Tapia, Vicente yCaravantes, Conde la Cañada), si bien también se hace hueco alos foráneos Chiovenda y Planiol53.

Todavía en este mismo año y en idéntica revista descu-brimos otro artículo de Beceña: Los procedimientos ejecutivos enel derecho procesal español. Notas para su sistematización54, que par-ticipa de rasgos muy similares al anterior, pero profundizandoaún más en el recurso a los grandes nombres de la procesalís-tica italiana (Mortara, De Palo, Chiovenda). Pese a tratarse deldiscurso de alguien que apenas aterriza en la disciplina, no de-

51 Un relato pormenorizado de tantrágico desenlace, trabado a partirde los escasos y parciales datos dis-ponibles, en J. Montero Aroca, Apro-ximación a la biografía (n. 5), pp.631-632.52 F. Beceña González, “Valor jurí-dico de la demanda. Notas a unasentencia del Tribunal Supremo”, enRevista de Derecho Privado, núm. 77(febrero 1920), 44-48.53 Curiosamente, incurriendo en unevidente error técnico, Beceña noshurta la procedencia de su referen-cia a Chiovenda, al hacer uso de laequívoca abreviatura op cit., sin ha-berlo citado antes. M. F. Planiol, Pré-cis de Droit civil, 2, 1913 (probable-mente se refiere a su Traité élémen-taire de droit civil, París, Pichon,cuya sexta edición es de 1913). 54 “Los procedimientos ejecutivos enel Derecho procesal español. Notasde sistematización”, en Revista deDerecho Privado, núms. 82-83 (julio-agosto 1920), 222-226.

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bemos dejar pasar desapercibida una presentación del pro-blema que es toda una declaración de intenciones sobre los re-novadores principios sobre los que construirá su teoría delderecho procesal, al situar la localización donde debe buscarsela justificación del procedimiento ejecutivo “en la doctrina dela tutela jurídica, en general, que más que parte del derechoprivado, se presenta a la consideración del jurista como elfondo sobre el que se construye la existencia misma del Dere-cho procesal y, sobre todo, como la única posibilidad de darcarácter científico a esta disciplina, tan predominantemente ab-sorbida por consideraciones de aplicación o prácticas”55.

Aunque la siguiente aportación de Beceña, Sobre la for-mación de la Magistratura, viese inicialmente la luz en el númerode abril de 1921 de la revista “El Sol”, un foro de debate de con-siderable menor impacto que la “Revista de Derecho Privado”,solo un mes más tarde los lectores de esta última dispondríantambién de una versión ampliada del texto56, proporcionadapor el propio autor, quien inauguraba aquí una línea temática,la relativa al tipo de formación necesaria y al sistema de accesoque debería regir para el ingreso en la Magistratura, que aca-bará convirtiéndose en el foco de atención sobre el que con-centrará sus más elaboradas reflexiones en materia procesal.De hecho, ya en este primer acercamiento, que abordaba in-centivado por un proyecto de reforma anunciado por el Mi-nisterio de Gracia y Justicia, consistente, básicamente, en uncompromiso de celebración anual de oposiciones para la in-corporación de nuevos jueces, queda patente la solidez de losplanteamientos de Beceña, que no contentándose con efectuarun mero comentario a la iniciativa gubernamental, se embarcaen una breve pero jugosa exposición, en la que explora las di-versas vertientes de una cuestión que, significativamente, cali-fica como “el punto central de la administración de justicia”.Fruto de esta convicción, en su opinión, el cambio del métodode selección del personal encargado de aplicar la Ley de En-juiciamiento Civil se reviste de una perentoriedad muy supe-rior a la de la propia actualización de esta norma. Y estamudanza, que debería ir encauzada hacia el objetivo de crearespacios al libre arbitrio y a la capacidad del juez para interve-nir en el curso de la instrucción, con el fin de garantizar laigualdad en los condiciones de defensa de las partes, tienecomo requisito indispensable el establecimiento de los meca-nismos precisos para asegurar que el cuerpo de magistradosalcance niveles de excelencia en tres planos diferentes: moral,técnico y práctico. Una dimensión, la primera, cuya consecu-ción depende, a su juicio, de la vertebración de un programaeducativo de calidad, ya desde la escuela hasta la Universidad,

55 Aunque merece la pena completarla cita con el párrafo siguiente:“Hago esta referencia exclusiva-mente para poner de relieve como elestudio de cualquier problema delDerecho procesal se enlaza en se-guida con principios de orden másgeneral, que son los que despuésvan a jugar en el articulado de la ley,y a los que hay que acudir para bus-car inspiración que permita resolverlas dificultades que surgen en laaplicación de aquélla”. Los procedi-mientos ejecutivos (n. 54), p. 222. 56 “Sobre la formación de la Magis-tratura”, en Revista de Derecho Pri-vado, núm. 92 (mayo 1921), 155-159.

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sobre la que, además, recae la responsabilidad de suministrarlos conocimientos, los métodos de investigación y estudio y losprincipios que deberían adornar el equipaje intelectual de todobuen jurista. No obstante –advierte-, las Facultades de Dere-cho no constituyen el lugar idóneo donde adquirir las destre-zas prácticas requeridas para el desenvolvimiento en la curia,no bastando, por tanto, la simple etapa universitaria como víade habilitación para el desempeño profesional, y menos aúnpara ejercer la función judicial. Por eso, se impone reforzar losfiltros de adecuación a tan destacada misión de los candidatosa cumplirla, lo que le lleva a suscribir la conveniencia de man-tener el examen de admisión, respecto al cual, sin objetar quese acomode al modelo de la oposición, inspirándose en losejemplos francés e italiano propone modificar la composiciónde los tribunales, dando entrada en ellos, al menos, a dosmiembros del profesorado. Ahora bien, para completar esta ba-rrera tradicional, y con carácter previo a la plena asunción delas tareas propias de la judicatura, los aspirantes habrían desometerse a la obligación de superar un largo período deaprendizaje, que, con exigente criterio, por analogía con la si-tuación vigente en otros países europeos sugiere de una dura-ción mínima de tres años y a realizar en el seno de los distintosórganos jurisdiccionales, o bien mediante estancias en institu-tos científicos o, incluso, en centros extranjeros.

Del año 1922 es otro artículo, aparecido en el mismomedio de divulgación, que versará sobre un asunto de índolemás puramente técnica: las Costas en el procedimiento civil57. Másextenso que sus precedentes, este trabajo, donde exhibe un im-pecable dominio de los conceptos y del lenguaje procesales, seconstruye siguiendo un esquema bastante clásico, pues arran-cando desde una solvente aproximación teórica a la noción ju-rídica de costas procesales, a continuación se tocan todos susaspectos fundamentales: determinación, en virtud de criteriostanto objetivos como subjetivos, del sujeto obligado a subve-nirlas, tratamiento dispensado en la legislación positiva e in-terpretaciones de la doctrina española, aplicación a cada unade las instancias procesales (primera, apelación y casación), re-percusión sobre personas distintas de las partes, fijación de suimporte y medios de aseguramiento de la efectividad de supercepción. Aspectos, cada uno de ellos, de los que se nosofrece un análisis profundo, ricamente sazonado con oportu-nas conexiones históricas y remisiones a decisiones jurispru-denciales del Tribunal Supremo, y, algo que aún reviste mayorinterés para nosotros, con abundante y valiosa apoyatura crí-tica en una poblada nómina de autoridades nacionales y ex-tranjeras58.

57 “Costas en el procedimiento civil.Notas de sistematización”, en Re-vista de Derecho Privado, núm. 101(febrero de 1922), 33-52. 58 Entre las citas a autores españoles,además de las habituales a Febrero,Martínez Alcubilla, Vicente y Cara-vantes, Manresa o M. Fábrega, po-demos destacar las referidas a Brúdel Hierro, Revista Jurídica de Cata-luña, Barcelona, II (1896) [no se men-ciona el título del artículo], Covián,“Costas”, en Enciclopedia jurídica ¿es-pañola?, Barcelona, Seix, 1915, t. IX, oA. Piat, “Las costas en los pleitos”,en Revista Jurídica de Cataluña,(1889). En el capítulo de incursionesen la literatura procesal externa anuestras fronteras tienen cabidanombres franceses: V. Dalloz, Rep.Frais et depens [no localizado], E.Glasson; P. Colmet-Daage, Précis thé-orique de procédure civile, París, Pi-chon 1902; italianos: L. Mortara,Commentario del codice e delle legi diprocedura civile, Milán, Valladi, 1898-1907. Sechi, Digesto italiano [no loca-lizado], y alemanes: K. Hellwig,System des deutschen Zivilprozess-rechts, Leipzig, 1912.

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No obstante, la contribución científica que, en esta pri-mera etapa, mejor refleja el salto cualitativo que, por su sabi-duría, su rigor y su decidido ánimo renovador, nuestropersonaje viene a protagonizar dentro del decepcionante pai-saje dibujado por la doctrina procesal española del primer ter-cio del siglo pasado, reside en la brillante nota bibliográficadedicada a reseñar, con agudo sentido crítico, los Principios deDerecho Procesal Civil de Giuseppe Chiovenda, con ocasión dela publicación, en 1922, de su versión en castellano59, por ini-ciativa de José Casais Santaló, que, amén de prologar y anotarla obra, ofrecía una traducción sobre la que Beceña no oculta,con ácido tono, la pésima valoración que le merece. Todo locontrario a la opinión que manifiesta sobre el libro comentado,uno –dice– “de los que mejor dan idea de lo que es la modernatendencia en la exposición y sistema del Derecho procesal”.Aunque no es únicamente su perfecto dominio del universoprocesal lo que pondera con entusiasmo, sino también su es-trecha familiaridad con la evolución histórica del derecho, loque –como, en general, a los autores itálicos– le permite acer-carse a fuentes antiguas, de nada fácil acceso, y explorar el ori-gen de instituciones esenciales en la conformación del acervojurídico nacional. Ahora bien, precisa, además de ser capaz deencarar las cuestiones desde una perspectiva lógica, aplicandocriterios de interpretación muy claramente definidos, el pro-cesalista debe saber percibir cuando conclusiones asentadas enuna hermenéutica adecuada y sólidamente contrastadas a lolargo del tiempo pueden comenzar a apartarse del latir jurí-dico presente y, sobre todo, debe procurar la mejor formaciónposible para que los órganos encargados de hacerlo puedanactuar la ley sin deterioro de la justicia. Cualidades que, a suentender, convergen plenamente en la persona de Chiovenda,cuya obra demuestra haber estudiado en profundidad60, y delque elogia su clarividencia científica, la preocupación didác-tica y el fuerte enfoque práctico que impregnan su discurso, suvasto conocimiento de los regímenes procesales extranjeros, enparticular del alemán y el austriaco61, y su habilidad para tras-ladar a su propio ordenamiento los problemas revelados poruna sistemática más avanzada. Y no oculta su admiración antela reunión en el maestro italiano de tan amplio abanico de vir-tudes, las cuales cree generosamente vertidas en el tratado ob-jeto de su análisis, que es digno, además, de su alabanza porconseguir abarcar una panorámica completa del complejo sis-tema de derecho procesal civil, precediéndola, incluso, de unavaliosa introducción sobre la historia y la literatura procesal. Alo que añade que, por las cuestiones que comprende y por lamanera de tratarlas, no solo en su aspecto puramente formal,

59 G. Chiovenda, Principios de Dere-cho Procesal Civil, traducción de latercera edición italiana, prólogo ynotas de José Casais Santaló, Ma-drid-Reus, Biblioteca Jurídica deAutores Españoles y Extranjeros,1922. 60 Lo acreditan sus referencias a L’A-zione nel sistema dei diri�i, Bolonia,Zanichelli, 1903 y La condanna nellespese giudiziali, Turín, Bocca, 1901, ya sus dos volúmenes recopilatorios:Saggi di diri�o processuale civile, Bo-lonia, Zanichelli, 1904 y Nuovi saggidi diri�o processuale civile, Nápoles,Jovene, 1912. 61 Lo que permite a Beceña subrayarcomo, separándose de la concepcióntradicional de la acción como un de-recho preferente frente al Estado,que se satisface y se extingue con laintervención del órgano jurisdiccio-nal (Rechtshuzanspruch), Chiovendaprefiere alinearse, influyendo pode-rosamente en la doctrina italiana,con la idea impulsada en Alemaniapor autores como Zitelmann y Weis-mann, de que la acción constituyeun poder jurídico directamente opo-nible al adversario (Kannrecht).

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sino en su entera significación jurídica, representa una eficazreivindicación de asuntos hasta entonces abordados desde laóptica de otros sectores normativos, como el derecho civil o elderecho público. Se trata, en definitiva, de la mejor referencia“para tener una visión de conjunto del estado actual del dere-cho y la legislación procesales”, lo que justifica plenamente lacaracterización de Chiovenda como la mayor autoridad de supaís en la materia, tal como lo demuestra el que sea citado porlos más destacados procesalistas alemanes y franceses, si bientambién entre los autores españoles afirma haberlo encontradomencionado por Clemente de Diego y Tomás Montejo.

Las expresiones de complacencia dejan paso, sin em-bargo, a las de rotunda desaprobación cuando el juicio de Be-ceña se concentra en el texto castellano propuesto por elpromotor de la edición, al que no solo achaca que apenas com-prenda la mitad del volumen original, con lo que resultan mu-tiladas su unidad y su coherencia expositiva, sino también queacumula una inacabable sucesión de descuidos, contradiccio-nes y alteraciones, convergentes en su conjunto en una gravedesvirtuación del verdadero espíritu de la obra traducida. Ypara empeorar las cosas, se incorpora un apartado de anota-ciones al derecho español, que si bien en la parte correspon-diente a la legislación procesal civil es estimada correcta porBeceña, despierta su censura ante la ausencia de referencias ala bibliografía extranjera alusiva a la misma, de la que aportacomo ejemplos citas de Briegleb, De Palo, Kohler o Cosak, asícomo frente a la pobre entidad y la orfandad de aliento críticoque anida en los datos suministrados con la pretensión de tra-zar una sinopsis de los principales nombres y títulos de la lite-ratura procesal hispana. Errores, incongruencias e impreci-siones –concluye-, que no pueden empañar la justa valoracióndebida a un libro excelente, que propone que sea utilizadocomo guía primordial para lograr una progresiva toma de con-ciencia acerca de la necesidad de emprender una honda re-forma del sistema procesal español.

Coincidiendo con el año de su ingreso en el cuerpo decatedráticos, Beceña va a publicar un notable trabajo en el quepor vez primera aborda una temática que un lustro despuésretomará como objeto de su más destacada monografía. Bajola rúbrica Magistratura y justicia62, en sus páginas plantea unademanda, que luego convertirá en recurrente, la de la peren-toriedad de acometer una honda transformación de la admi-nis- tración de justicia, para enmendar sus evidentes defectosde funcionamiento. Disfunciones que, sin embargo, no creeúnicamente imputables, como apuntaba la explicación más ex-tendida, a la constante intromisión, con la complicidad de las

62 F. Beceña González, “Magistraturay Justicia”, en Revista de Derecho Pri-vado, núm. 122 (noviembre 1923),333-347.

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propias instancias ministeriales, de los intereses y convenien-cias políticas en la adjudicación de ascensos y traslados, sinoa la confluencia de una pluralidad de factores. Por lo pronto,Beceña considera oportuno recordar que no hay ningún paísde régimen constitucional en el que la magistratura no de-penda, en mayor o menor grado, del poder ejecutivo. Un nexoasociado al nuevo entramado jurídico-institucional traído porla dinámica revolucionaria, que, concebido en principio paraembridarlas, Napoleón había sabido instituir en refuerzo delas atribuciones gubernamentales, sirviéndose para ello de ex-pedientes tales como las concesiones individuales de inamo-vilidad, el papel supervisor otorgado al Ministerio Fiscal, laconfiguración del contencioso como jurisdicción retenida o, loque a nuestro autor aquí más le interesa, la colocación de ladecisión sobre promociones y cambios de destino de los jue-ces y magistrados en manos del Ministro. Continua afirmandoque este sistema impera, con distintos niveles de injerencia ysegún con qué categorías, en muchos Estados, y que aunque,obviamente, puede operar en detrimento de la competencia, laopinión generalizada reinante en países como Francia o In-glaterra, a la que da cumplido repaso, pese no ignorar losmales derivados de esta subordinación, sostiene que no afectaa la intachable honorabilidad y autonomía de criterio de supersonal judicial63. Ahora bien, en España –nos dice– faltan re-flexiones rigurosas sobre este problema64, lo que no debe con-ducir a caer en el simplismo de orillar las perniciosasconsecuencias que éste acarrea en menoscabo de la capacidadcientífica de los jueces, que, a la postre, representa la mejor ga-rantía de cumplimiento con la que cuenta la justicia. Con todo,a su parecer, no es aquí donde radica la causa primordial de la“crisis moral y material” que padece la judicatura, pues el ver-dadero elemento desestabilizador estriba en unos mecanismosde selección que recogen lo más mediocre de la juventud uni-versitaria, abocándola al desencanto y a la pérdida de voca-ción, al condenarla al ambiente de ociosidad y de ausencia deestímulos de los juzgados de entrada. Una lamentable situa-ción, para cuyo saneamiento entiende imprescindible resol-ver, antes que nada, su relación con las otras profesionesjurídicas públicas, caso de los Registros, el Notariado o la Abo-gacía del Estado, que al ofrecer mucho más favorables pers-pectivas de prosperidad económica, de progresión en susrespectivas carreras y de libertad de actuación en unos des-empeños, por otra parte, menos cargados de dificultades y deresponsabilidad, juegan con la ventaja de una muy superiorfuerza de atracción para los licenciados que buscan encauzarsu futura actividad65.

63 Conclusión a la que llega basán-dose en autores como: Ch. Franque-ville, Le système judiciaire de la GrandeBretagne, París, 1893 (reedición deLes institutions politiques, judiciaires etadministratives de l’Angleterre, París,Hache�e, 1863); F. L. Malepeyre, LaMagistrature en France et projet de ré-forme, París, Fasquelle, 1900; Picot,La réforme judiciaire en France, París,Hache�e, 1881; J. Coumoul, Traité dupouvoir judiciaire, de son rôle constitu-tionnel et de sa réforme organique,París, Larose, 1911; H. Robert, L’avo-cat, París, Hache�e, 1923 y G. Rans-son, Bonne Justice, París, Godde,1921.64 Calificación en la que, a su juicio,no encaja Ossorio y Gallardo, Elalma de la toga, Madrid, J. Pueyo,1920, p. 185, que derrochando sim-patía y comprensión hacia los jue-ces, no tiene reparo en justificar suconducta, alegando que su sumisióna los dictados políticos constituyeuna lógica y perdonable respuesta ala pobreza económica y la escasa in-dependencia que se ven obligados apadecer. Peor aún, llega a afirmarque cuando un tribunal colegiadointenta emanciparse de esta servi-dumbre, no lo hace tanto por unafán de justicia como por enemistadhacia sus compañeros. 65 F. Beceña, Magistratura y Justicia(n. 62), pp. 337-338.

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Por eso, insiste en la urgencia de encontrar estímulos quepermitan reparar este desequilibrio, fomentando que la que de-fine como la más importante y complicada potestad del Estadoconsiga captar para sus puestos a los juristas más dotados yque hayan recibido una formación más completa. Se impone,por tanto, la adopción de medidas que, naturalmente, debencomenzar por un incremento sustancial en el capítulo retribu-tivo; pero que también deben, necesariamente, contemplar unperfeccionamiento de los procedimientos de ingreso, reite-rando al respecto su convencimiento acerca de la convenien-cia de la celebración de una prueba selectiva de carácterteórico, planteada con un alto grado de detalle y relativa a losprincipios esenciales vertebradores del ordenamiento jurídicoen sus dimensiones histórica y vigente. Exigente criba que, sinembargo, únicamente debería comportar la admisión del can-didato a la realización de un período de aprendizaje, prefe-rentemente remunerado, consistente en la elaboración detrabajos prácticos y estudios monográficos, el desarrollo de ta-reas de auxilio a los tribunales y al Fiscal y la asunción, sea enrégimen de interinidad o de suplencia, de las labores judiciales.Una etapa que culminaría con un nuevo examen, ante las mis-mas personas ante quienes se efectuó el anterior, en el que yano se trataría tanto de demostrar poseer los conocimientos pre-cisos para asumir la misión de juzgar, sino el especial sentidojurídico requerido para discernir, con apoyo en la historia, elderecho comparado y la doctrina, hacia donde, entre las posi-ciones enfrentadas de las partes, se inclinan la verdad y la jus-ticia, siendo asimismo evaluables como méritos, junto alresultado de los ejercicios, el rendimiento mostrado durante elcurso y los informes existentes sobre la moralidad y la perso-nalidad del aspirante. Solo el éxito en la superación de estastres fases sucesivas otorgaría, pues, con plenitud de efectos yprerrogativas, la adquisición de la condición de magistrado.No obstante, advierte Beceña, la eficacia del modelo está di-rectamente subordinada a la composición del equipo encar-gado de coordinar su funcionamiento, que atendiendo a losfines perseguidos, más que siguiendo criterios de jerarquía ode prestigio, habría que reclutar entre quienes –jueces y cate-dráticos, sin desdeñar la presencia de algún abogado– nor-malmente tienen a su cargo la enseñanza y la práctica delsistema jurídico español66.

Junto al método de selección de sus miembros, el plan derenovación de la magistratura presentado por Beceña descansasobre otros dos pilares esenciales: las vías de ascenso y las téc-nicas de inspección. Respecto al primer apartado, parte de lapremisa de que hay que evitar que la progresión en el escala-

66 F. Beceña, Magistratura y Justicia(n. 62), pp. 338-340.

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fón judicial quede a expensas de personas que tengan interésen dominar a sus integrantes para aprovecharse de sus servi-cios. La solución no está, sin embargo, pues lo cree inviable eneste país, en restringir al mínimo las posibilidades de ascenso,como sucede en Inglaterra, o en hacer que el sueldo y la cate-goría discurran por canales diferentes; y tampoco en la injustamera recompensa de la antigüedad. Por ello, propone la ins-tauración de un organismo superior, formado, con la única ex-clusión de los Colegios de Abogados, por una representación,en periódica renovación, de las más altas esferas de la Admi-nistración de Justicia. Así, se lograría alejar el riesgo de que ra-zones subjetivas, ajenas a las cualidades individuales de losimplicados, alterasen el orden más equitativo de promoción,si bien también ve necesario conciliar el reconocimiento delmérito con la valoración del tiempo transcurrido en el desem-peño forense, atribuyendo mayor o menor relevancia a cadauno de ambos criterios en relación con la entidad de la posi-ción a la que se vaya a acceder. El problema mayor para la apli-cación de esta opción continuaría residiendo, empero, en ladificultad de impedir que los afectos, intereses o compromisosparticulares de los componentes de dicha institución contami-nasen la apreciación de los merecimientos de los sujetos sus-ceptibles de mejorar su situación profesional, ya que si lospolíticos son siempre sospechosos de corruptos, tampoco cabepensar en una espontánea y radical regeneración moral de unamagistratura demasiado a menudo abonada a conductas re-probables y más proclive a planteamientos acomodaticios querenovadores. En todo caso, la pauta a seguir al proceder a eva-luar debería ser la de fijarse menos en la apariencia externa delegalidad de los actos de juicio, normalmente bastante fácil dejustificar, y centrarse en una estricta verificación de la concu-rrencia de una competencia contrastada sobre un fondo de mo-ralidad intachable, que bien podría ser encomendada a unasuerte de Secretaría Técnica, en la que estuvieran llamados aintegrarse los juristas de más reconocido prestigio y solvencia.En lo concerniente al segundo aspecto, a su entender, el simpleperfeccionamiento de los cauces de captación del personal ju-dicial no puede amparar una distensión de la vigilancia sobresu actuación, llevando el principio de autonomía a niveles pe-ligrosos por excesivos; de donde se derivan la concepción delMinisterio público como perteneciente al poder ejecutivo y supapel activo y preponderante en esta tarea supervisora67.

En la segunda parte de este artículo, Beceña aborda, enforma más sucinta, otros aspectos, que, aunque con caráctercomplementario a los anteriores, también cree indispensable re-formar. En primer lugar, examina qué factores son los causan-

67 F. Beceña, Magistratura y Justicia(n. 62), pp. 340-344.

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tes de la excesiva carestía de la justicia, que, a su parecer, radicano tanto en el coste de los aranceles como en lo elevado de losporcentajes percibidos por secretarios y procuradores, hasta elpunto de obtener, incluso, ingresos superiores a los propios jue-ces, por lo que propone la sustitución de tal sistema por la fija-ción de un sueldo, lo que, de paso, tendría el efecto favorable deeliminar ciertos hábitos muy perjudiciales para el buen funcio-namiento de la administración de justicia. Mayor complejidadse le antoja, por el contrario, que entraña poner remedio a otrode los graves males que contribuyen al alejamiento de ésta delcomún de la ciudadanía: el de la excesiva prolijidad y lentituddel procedimiento. Un problema arrastrado desde muy anti-guo, que resulta acentuado por una entorpecedora pluralidadde legislaciones y jurisdicciones y por la anacrónica preponde-rancia del principio de escritura, vigente en el juicio tipo, el de-clarativo ordinario de mayor cuantía, frente al principio deoralidad, triunfante en los principales ordenamientos procesa-les europeos, pero aquí relegado al juicio declarativo de menorcuantía y al verbal. Son aspectos, todos ellos, requeridos de unainmediata transformación, que convendría acompañar de otrasreformas adicionales68, si bien Beceña se cuida de advertir deque el éxito de las soluciones que se adopten no dependerátanto de la calidad técnica de las formulaciones legales comode la profundidad de su trasfondo moral y científico.

Corrientemente poco valorada, la redacción de notas bi-bliográficas constituye a veces un vehículo extraordinaria-mente eficaz para la circulación y difusión de conocimientos ytendencias científicas, y es susceptible de colaborar notable-mente en la activación de un cambio de orientación en una de-terminada disciplina. Plenamente consciente de estavirtualidad, Beceña prodigará sus incursiones en este género,centrando su pluma en el comentario de ciertas obras foráneascuyas aportaciones estima dignas de divulgación. Así, delmismo año 1923 es su reseña al Codigo do processo civil do Estadode Minas Geraes69, que, aunque en general discurre en un tonobastante descriptivo cuando analiza la estructura y el conte-nido de la ley70, sabe trascenderlo al entrar a glosar con mayordetenimiento aquellos preceptos que mejor definen sus pecu-liaridades: por ejemplo, los que contemplan la intervención enlos litigios de personas distintas al demandado, que, sin asumirsu condición ni representarle, pueden ser llamados por él parasu defensa o, incluso, participar en el proceso sin haber sidocitados; o los que consagran el principio de la prueba legal, aunpara la testifical, lo que, según Beceña, ilustra una radical des-confianza hacia la magistratura, al negarle la libertad de apre-ciar las pruebas y reconocer, algo que tilda de insólito en un

68 Entre las que cita expresamente:la unificación de todos los juiciosverbales; el establecimiento de unprocedimiento rápido para los uni-versales de pequeña cuantía; unanueva reglamentación de los uni-versales de expropiación, unificán-dolos; la reforma de los ejecutivossingulares en función de la clase debienes a expropiar; la introduccióndel principio de la ejecución provi-sional de las sentencias a base defianza o garantía; y la admisión delprincipio de imposición de costas alvencido en excepciones limitadísi-mas y fundadas. F. Beceña, Magis-tratura y Justicia (n. 62), p. 346.69 Lei n. 830 de 7 de septiembre de1922, en edición de la Revista forense.En Revista de Derecho Privado, núm.115 (abril 1923), 127-128.70 Precedida de un título preliminardedicado al juicio arbitral, apareceuna parte general, de libro único,consagrada a regular el ejercicio deacciones, peticiones y demandas, lacapacidad de actuación en juicio ylos modos de suplir su falta. En laparte especial, el libro primero seocupa del proceso común, con aten-ción particularizada al proceso ordi-nario, el sumario y el sumarísimo; ellibro segundo de los procesos pre-ventivos, preparatorios e incidentes,y de una amplia gama de accionesespeciales; el libro tercero de losprocesos administrativos; el librocuarto de las ejecuciones y, final-mente, el libro quinto de las distin-tas clases de recursos.

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texto legal, la posibilidad de un contraste entre una verdadprocesal meramente externa y una diferente realidad objetivade los hechos, que se pliega ante ella. Resulta, pues, un autén-tico contrasentido que esta norma sistemática, clara y garantede la brevedad de los juicios haya caído en una regresiva me-canización de la esencia interna del proceso, sacrificando laconciencia y el mínimo indispensable de autonomía del juez y,en consecuencia, a menudo también la justicia.

Pocos meses más tarde repetirá suerte, difundiendo enla misma revista jurídica la noticia de la publicación del Traitéde la profession d’avocat de J. Appleton71, recién aparecido comorespuesta a la reforma producida en 1920, en virtud de la pro-mulgación de un nuevo reglamento para el ejercicio de la abo-gacía y el funcionamiento del barreau. La justificación de queesta materia sea objeto de regulación oficial la asienta Beceña,al amparo de la convergencia de las preclaras opiniones deAppleton, Hellwig, Schmidt o Chiovenda72, en que la aboga-cía constituye, no una profesión, sino una función, implícita-mente investida de una dimensión pública. Y esto es así,porque el concurso que este colectivo presta a la administra-ción de justicia sirve a la valiosa misión de ofrecer garantías deciencia y de probidad frente a la amenaza siempre latente deque la recta conducción del proceso se vea mediatizada por laignorancia o la deshonestidad de alguna de las partes; es decir,tiene encomendado favorecer la conciliación entre el interésprivado, que persigue una sentencia favorable, y el interés pú-blico, encaminado a la emisión de un fallo justo. La trascen-dencia de este cometido explica, también, que el propiodesempeño de su actividad sea sometido a reglamentaciónpor el Estado francés, a través de la, para él, admirable orga-nización, heredera de una larga tradición, del denominado ba-rreau, entre cuyas principales virtudes subraya –aferrado aconvicciones propias, ya antes adelantadas– la exigencia deun período de aprendizaje (stage) de duración, al menos, trie-nal, en cuyo transcurso el candidato es sometido a un rigu-roso examen sobre sus aptitudes técnicas y morales. Porañadidura, una vez superada esta etapa selectiva y aún des-pués de inscrito en el correspondiente Colegio, el letrado siguesujeto a rígidas prohibiciones legales y a estrictas reglas cor-porativas dirigidas a velar, usando el cauce jurisdiccional delConsejo de disciplina y de los tribunales, por su estricta ob-servancia del inexcusable código ético al que debe ahormar lapráctica de su profesión. Precauciones que hallan refuerzo enuna severa tasación de las causas de exclusión y de incompa-tibilidad para la dedicación a la misma73, en cuya fijación anidael propósito de romper las ataduras políticas y económicas

71 J. Appleton, Traité de la professiond’avocat (Organisation.- Regles et usa-ges.- Technique professionnelle), París,Dalloz, 1923. 72 Por el contrario, el problema de lacaracterización del desempeño delos abogados es ignorado por los au-tores españoles, entre los que cita aOssorio y Gallardo, y su vaporosa[sic] El alma de la toga (n. 64), y a J.Martí Miralles, Consideraciones sobredisciplina profesional (en realidad,Consideracions sobre disciplina profes-sional: discurs llegit en la sessio inau-gural de la Academia de Jurisprudenciai Legislació de Barcelona [curs de 1921a 1922], Barcelona, Casanovas,1922). 73 Una amplia relación de prohibi-ciones que, entre otros, afecta a losagentes de negocios, funcionariosjudiciales, notarios, procuradores,secretarios, oficiales de sala, gober-nadores, alcaldes, secretarios de go-bierno, representantes parlamen-tarios y miembros de los consejos deadministración de sociedades mer-cantiles.

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que perturban la acción de la justicia, si bien Beceña se plan-tea como más eficaz alternativa la formación de una magis-tratura capaz de resistirse a esas presiones por su acendradoespíritu de independencia y de preservación del honor cor-porativo, precisando que las perspectivas de éxito de este ob-jetivo aumentarán en relación directa cuanto más fuertes yelevadas sean la calidad individual y el bagaje de conoci-mientos de las personas destinadas a integrarla. Localizar aquíel núcleo del problema de la abogacía supone, sin embargo,cargarlo de una hondura y una dificultad extraordinarias,pues comporta entrar en los terrenos de la educación, la cien-cia y la enseñanza. Ahora bien, son campos en los que, afir-man voces muy autorizadas –Appleton, Calamandrei,Chiovenda, Salle–, es indispensable actuar para posibilitar quelos futuros abogados puedan afrontar convenientemente per-trechados los retos que la creciente complejidad de su minis-terio les presenta.

La serie de reseñas bibliográficas firmadas por Beceña sereanuda a comienzos de 1924 con la finalidad de proporcionarinformación sobre el inicio de la publicación de la Rivista di Di-ri�o Processuale Civile74, acontecimiento que interpreta como re-flejo del descollante nivel de elaboración científica alcanzadoen Italia por esta disciplina, muy superior al existente en otrospaíses de rica tradición en este ámbito. Una iniciativa que au-gura destinada a prosperar, merced al aval representado por lainsigne tríada de procesalitas copartícipes de su dirección. Yaconocemos la admiración profesada por Beceña al primero deellos, G. Chiovenda, de quien vuelve a elogiar su poderosa in-fluencia en el sistema, el concepto y el método del derecho pro-cesal civil, su enérgica batalla a favor de la reforma de estesector del ordenamiento, su amplio magisterio, proyectadosobre toda una generación de discípulos, y su permanente pre-ocupación por arribar a las mayores cotas posibles de perfec-ción jurídica y de exactitud histórica y doctrinal, al margen deque se acomoden o no a otro tipo de intereses y de cuáles seansus probabilidades de lograr aceptación. Punto, este último, enel que encuentra una clara divergencia con los planteamientosde P. Calamandrei, mucho más atento a las repercusiones so-ciales inherentes a la adopción de un determinado sistema oinstitución procesal. Lo que explica, por ejemplo, el reiteradotratamiento dispensado en su obra al complejo y conflictivotema de la casación, con particular detención en la excesivapluralidad de tribunales habilitados para su sustanciación; yque también se trasluce en la elección de las materias objeto desus estudios monográficos. Y es, precisamente, este autorquien, a su juicio, esgrime argumentos más concluyentes sobre

74 “Rivista di Diri�o Processuale Civile.Publicación trimestral. 75 liras alaño. Administración: La Litotipoeditrice. Padua (Italia)”, en Revistade Derecho Privado, núm. 124 (enero1924), 250-252.

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la naturaleza pública de la función del abogado, poniendo enevidencia la necesidad de revestir de holgadas garantías, con-ducentes a dotarlo de un fuerte contenido moral, todo su iti-nerario formativo, al igual que, en general, el de los demásprofesionales del derecho. Recomendación que entiende ple-namente apropiada para España, en razón de la similitud de surealidad social con la italiana, aunque sostiene que, por el con-trario, la notable distancia existente entre ambos países encuanto al desarrollo de su respectiva ciencia procesal -que aquíni siquiera cree instalada aún-, otorga a los trabajos de Cala-mandrei sobre estas cuestiones una utilidad y una aplicabili-dad inmediatas de la que, por esa misma atrofia de nuestrareflexión procesalista, carecen las avanzadas proclamas reno-vadoras de Chiovenda. Por último, la citada terna se cierra conel profesor F. Carnelu�i, de quien confiesa apenas conocerotros datos que la diversificación de sus inquietudes hacia loscampos civil, mercantil y procesal, y la bondad de su librosobre la prueba civil. Por lo demás, señala que la revista vieneestructurada en dos secciones, una reservada a la doctrina yotra a la jurisprudencia, con lo que, en palabras de sus respon-sables, suscritas por el comentarista, queda perfectamente sal-vaguardada la trama de interacciones entre la teoría y lapráctica de esta rama jurídica.

Cuestión de índole más puntual es la abordada en otrabreve reseña incluida en el mismo número de la mencionadarevista y centrada en un opúsculo de Blas L. Morán acerca delrecurso de inconstitucionalidad en Cuba75. Asunto de aprecia-ble trascendencia práctica, recuerda Beceña, sobre todo paralos herederos de españoles fallecidos en la isla caribeña, queson víctimas frecuentes de la expoliación de sus derechos mer-ced a argucias jurídicas, a las que ofrece soporte la falsa ideareinante en los círculos judiciales cubanos respecto a la natu-raleza y efectos de este recurso, recientemente implantado ensu sistema. Pues acierta Morán -afirma nuestro autor-, al su-brayar las acusadas diferencias existentes entre este mecanismoy el recurso de casación, que nacido en la Francia revoluciona-ria como instrumento de control político, ha acabado conver-tido, fruto de su evolución decimonónica, en un medio parauniformizar la jurisprudencia76. En contraste, ya desde su ori-gen en Estados Unidos, el recurso de inconstitucionalidad hacumplido siempre una función política de control sobre la ac-tividad ejecutiva y legislativa de los poderes públicos, que lo haido alejando de su inicial perfil jurisdiccional, orientado a lapreservación del texto constitucional. De este modo, mientrasque los supuestos donde procede la casación deben venir pre-determinados por las leyes procesales, trayendo como conse-

75 “Más sobre el recurso de inconstitu-cionalidad en la República de Cuba. Di-ferencias esenciales entre el recursode inconstitucionalidad y el de ca-sación, por el Dr. Blas L. Morán (S.P.)”, en Revista de Derecho Privado,núm. 124 (enero 1924), 254-255.76 Como referencia básica acerca deesta solución procesal, remite a V.Calamandrei, La cassazione civile, I,Storia e legislacione, Turín, Bocca,1920.

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cuencia la anulación de la decisión del órgano jurisdiccionalinferior, la pertinencia de este otro recurso no puede quedarsubordinada a las meras reglas y trámites procesales comunes,sino solamente estar dictada por una inadecuación a la letra yel espíritu de la norma fundamental, dando lugar su estima-ción a la inaplicabilidad al caso cuestionado del precepto legalinvocado. Por lo tanto, concluye, no cabe denegarlo apelandoa razones puramente formales, como está ocurriendo en Cuba.

Todavía a lo largo de este año 1924 y en el foro impresohabitual encontrará de nuevo acogida la pluma de Beceña, parainvolucrarse en un debate, el relativo a la retribución de losfuncionarios judiciales, que, al parecer, se mostraba entoncesde plena actualidad77. Al respecto, se cuida de advertir que elplanteamiento con el que suele ser encarado el problema noapunta a un propósito de mejora de la justicia, sino simple-mente hacia la reivindicación de un aumento en el sueldo delos empleados públicos encargados de su administración, loque, aunque difícilmente ayudará a resolver la complicadacuestión del procedimiento de su selección o a un reforza-miento de su cultura jurídica, no desnuda de trascendenciadicha polémica, ya que gira en torno a un asunto directamenteligado al ámbito de lo justo: el de la ecuación de proporciona-lidad que debe existir entre el trabajo realizado y su remune-ración, la cual debe valorarse a partir del contraste con losemolumentos atribuidos a otras clases de funcionarios. Y eneste punto, sostiene Beceña, no hay entre los desempeños pú-blicos de índole jurídica otro más arduo, delicado y complejo,ni más cargado de responsabilidad moral, ni tampoco quetenga una mayor incidencia sobre la paz social, por lo que seimpone rodear la labor del juez de las máximas garantías deacierto. Ahora bien, en contrapartida, éste merece también re-cibir una compensación económica acorde con la importanciade los servicios que presta a la colectividad. Es decir, sobre elEstado recae la obligación de adoptar todas las medidas nece-sarias para rectificar su magro régimen de retribuciones, de talmanera que, junto con una paralela reorganización de los sis-temas de reclutamiento y ascenso, los jóvenes juristas dejen depercibir esta ocupación como inferior en atractivos frente a ca-tegorías análogas, como las de notarios, registradores de la pro-piedad o abogados del Estado. Pero mucho peor le resulta, aun,el agravio comparativo existente con los secretarios judiciales,que intervienen en los litigios desarrollando cometidos abso-lutamente menos comprometidos, de mera redacción y custo-dia de documentos, a cambio de unos ingresos, con frecuencia,bastante más sustanciales que los suyos, e incluso que los de losintegrantes de las más altas magistraturas. Nada tiene de ex-

77 “Sobre la retribución de los fun-cionarios judiciales”, en Revista deDerecho Privado, núm. 129 (junio1924), 161-164.

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traño, por tanto, que sean numerosas las voces alzadas recla-mando la inversión de esta inicua situación, hasta colocar acada uno en un nivel acorde con la exigencia de sus respectivascompetencias. A lo que Beceña sugiere añadir la concesión aljuez de un poder disciplinario sobre el secretario y sus subal-ternos, con el fin de reforzar su posición de supremacía jerár-quica, la exigencia de la constitución de una fianza por lossecretarios en garantía de la reparación de los eventuales per-juicios que pudieran ocasionar a la Hacienda o a los particula-res por la ilegalidad de sus aranceles, y la fijación de un modelode tasa claro y sencillo, que facilite la comprobación de la ve-racidad de su liquidaciones78.

Volcado, quizás, en la tarea de incrementar la dotaciónde medios de su nueva Facultad de destino, el retorno de Be-ceña, ya como catedrático, a su tierra asturiana abre un breveparéntesis en su producción desde la publicación, en 1925, desus Casos de Derecho procesal civil para uso de los estudiantes –queluego analizaremos– hasta la aparición, en 1927, de un exce-lente libro de homenaje a Giuseppe Chiovenda, al que fueroninvitados a participar los dos autores que, sin duda, en ese mo-mento representaban la punta de lanza de nuestra incipienteciencia procesal: José Xirau, que colaboró con un trabajo sobre“La función jurisdiccional y la equidad”79, y Beceña, a quien lecorrespondió el honor de inaugurar el volumen con un mag-nífico estudio sobre “Los caracteres generales del proceso civilen España”. No pudiendo detenernos aquí en la lúcida expo-sición que Xirau realiza acerca de la función judicial y el signi-ficado adquirido por ésta en el esquema político del liberalismoconstitucional80, del trabajo de Beceña81 nos interesa, sobretodo, resaltar los párrafos iniciales, destinados a describir lanaturaleza del proceso civil español. Una visión, la suya, pococomplaciente, que, sin embargo, detecta en la propia nomen-clatura, “Ley de enjuiciamiento civil”, de la norma codifica-dora de este sector del ordenamiento la evidencia de que, apesar de que, más que en un auténtico sistema legal, ésta sesustenta en una compilación de disposiciones precedentes, trasla misma afloran los rasgos de un peculiar modelo procesal,históricamente conformado a través de las más variadas in-fluencias. No obstante, la labor legislativa necesaria para arti-cular y proporcionar unidad a este complejo jurídico aluvial,depurándolo de elementos superfluos o contradictorios, no re-sultó completada cuando, a finales del siglo XIX, se cerró la co-dificación de nuestro procedimiento civil. Es más, el firmeanclaje en esta longeva tradición explicaría su impermeabili-dad a una influencia francesa que sí asoma en la literatura pro-cesal coetánea. Sin embargo, Beceña no comparte la inter-

78 Aunque no se contenta con pro-mover la estandarización de esta ta-rifa, sino que propone la adopciónde un modelo concreto: “…el de losProcuradores franceses de 17 deenero de 1920, con el complementode baremos para el cálculo según elmétodo de Alauze, Procurador deBurdeos, que con sus 24 baremos,dividido cada uno en seis o sietesecciones, permite calcular rápida-mente y en todo momento el im-porte de los gastos de cualquierlitigio, por complicado o especialí-simo que sea; y, en último caso, lle-gar a introducir en cada una denuestras Audiencias territoriales unfuncionario como el taxing masteringlés, encargado de aprobar las li-quidaciones de costas”. Sobre la re-tribución de los funcionarios judiciales(n. 77). p. 164.79 J. R. Xirau, “La funzione giurisdi-zionale e la equità”, en Studi di di-ri�o processuale in onore di GiuseppeChiovenda nel venticinquesimo annodel suo insegnamento, traducción deGiovanna Pratilli, Padua, CEDAM,836-847.80 Aunque, quizás, merezca la penareproducir, al menos, su párrafo con-clusivo: “La tecnica processuale devevigilare a�entamente la a�uale tras-formazione dello Stato. Non si puòseparare il sistema processuale dallaidea fondamentale dello Stato mo-derno. La trasformazione di questodeve trovare una viva ripercussionenel campo del processo, se non sivuole che le nuove leggi proccesualinascano morte o por lo meno pre-maturamente invechiate”. Y tambiénparece digna de reseña el apoyo dela argumentación de Xirau en refe-rencias a autores como P. Calaman-drei, La cassazione civile (n. 76) e Ilsignificado costituzionale delle giurisdi-zioni di equità, Módena, Soliani, 1921;A. F. Thibaut, Über die Notwendigkeiteines allgemainen bürgerlichen Rechtsfür Deutschland, Heidelberg, 1814; C.F. von Savigny, Vom Beruf unsere Zeitfür Gesetzgebung und Rechtswissens-cha�, Heidelberg, Mohr und Zimmer,1814; Schmidt, Deutschland Wiederge-

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pretación que de ello hace Chiovenda, al descifrarlo como unsigno de autonomía, pues entiende que tal supuesta especifi-cidad simplemente responde a la incapacidad de asimilar elavance representado por las nuevas corrientes europeas frenteal subsistente anquilosamiento del denominado procesocomún.

Una vez sentadas estas premisas, lo que sigue es unasagaz disección de los principios capitales sobre los que se sus-tenta la particular idiosincrasia de este sistema, articulada entorno a estos puntos: los relativos al reparto de poderes entreel juez y las partes en cuanto al inicio, la instrucción y la conti-nuación del proceso; los que regulan la forma a la que debeajustarse la actuación de los sujetos procesales; los que pres-criben los límites en los que deben mantenerse las relaciones delas partes entre sí y con el juez; los que señalan los plazos con-cedidos a los litigantes para aportar materiales al proceso y, enfin, los que establecen el modo en el que los contendientes uotras terceras personas pueden recibir información acerca deldesenvolvimiento del proceso. Descendiendo después a lo con-creto, se detiene en algunas de las características que, a su jui-cio, mejor definen esta singularidad. En oposición a lo que esregla general en ámbitos procesales foráneos, la exoneraciónde la obligación de comparecer del demandado, que queda aresguardo de cualquier medida coactiva contra su persona osus bienes, se rompe en el nuestro, al otorgarse al actor la fa-cultad de reclamar la retención de los bienes muebles y el se-cuestro de los inmuebles del demandado rebelde, esto es, deaquél que habiendo sido debidamente citado desobedece el re-querimiento. Aunque, también a diferencia de otros países,aquí no está contemplada la contumacia del actor, ya que el ini-cio del proceso arranca de la demanda, que reúne ya todos losingredientes necesarios para conocer su voluntad y la índoledel fundamento en el que radica su pretensión. Otros aspectosen los que asimismo localiza rasgos identificadores de este ré-gimen tienen que ver con ciertas providencias o mandatos ju-diciales que aparentan excepcionar el principio de contra-dicción; y también con la sustracción legal de ciertas catego-rías de controversias a la aplicación de algunos de los meca-nismos de resolución de conflictos, distintos al juicio público,a los que pueden recurrir las partes (acuerdo extrajudicial,transacción y arbitrio); pero sin que ello implique vulnerarotros principios elementales, como los que indican que nopuede haber juez sin actor, ni el primero actuar de oficio, yaque incluso en aquellos pleitos que tocan cuestiones que des-bordan lo privado, por afectar a la condición o a la capacidadde las personas, la actividad del juez viene mediatizada por la

burt, Jena, 1814; Reichel, Gesetz undRichterspruch, Zürich, Füsli, 1915; C.De Diego, La jurisprudencia comofuente del Derecho; Madrid, Reus,1925; A. Brinz, Festrede zu FriedrichKarl von Savigny’s hundertjähringenGeburstag, Munich, Wolf, 1879; E.Huber, Erlaüterungen zum Vorentwurfdes schweizerischen Zivilgesetzbuches,Berna, 1901 y Recht und Rechtsverwic-klichung Probleme der Gesetzgebungund der Rechtsphilosophie, Basilea,1921; F. Carnelu�i, Lezioni di diri�oprocessuale civile, Padua, Cedam,1920-1934; R. Stammler, Die Lehre vondem richtigen Rechte, Berlín, Gu�en-tag, 1902.81 F. Beceña, “Cara�eri generali delprocesso civile in Ispagna” en Studidi diri�o processuale in onore di Giu-seppe Chiovenda nel venticinquesimoanno del suo insegnamento, traducciónde Giovanna Pratilli, Padua, Cedam,1927, 2-21.

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intervención del Estado a través del Ministerio Público; es más,como de manera pormenorizada se encarga de ilustrar, toda ladinámica del proceso viene impulsada por la iniciativa de laspartes. En este catálogo de claves de identidad del modelo pro-cesal civil español incluye, además, el principio de preclusión,que ordena el proceso, tanto en primera como en segunda ins-tancia y en casación, en tres fases encadenadas en una secuen-cia inalterable: alegaciones, prueba y conclusiones. Por lo quea la forma se refiere, pese a que no faltan preceptos que dancabida a la oralidad82, sostiene Beceña que, atendiendo a la uni-dad conceptual, lógica y jurídica del proceso, continúa predo-minando el procedimiento escrito. No obstante, es verdad queel desconocimiento por el juez de la documentación del pro-ceso hasta el momento de comenzar el juicio y el excesivo pro-tagonismo cedido al personal subalterno, con la consiguientedificultad para que los tribunales, normalmente cargados conun elevado volumen de trabajo, sepan directamente de las ale-gaciones escritas de los litigantes, aboca a una degradación delsistema, que toma la apariencia de un raro híbrido, básica-mente escrito para los intervinientes y de una oralidad atípicapara el juzgador, y que, por añadidura, sin aprovechar ningunade sus ventajas, acumula los inconvenientes de ambas solucio-nes. En íntima conexión con lo anterior hay que entender, porotro lado, la fuerte presencia del principio de mediación, en suopinión uno de los peores defectos que lastran nuestra organi-zación judicial, pues supone interponer elementos distorsio-nadores en los canales de comunicación entre el juez y laspartes. Dentro de esta relación menciona a continuación elprincipio de libre valoración de la prueba, del que destaca dosnotas especiales: la tendencia jurisprudencial a equipar la con-fesión a los demás medios de prueba en su sujeción a este cri-terio, y la potestad conferida a los tribunales de apelación pararechazar la casación por error de derecho, bastando que se am-paren en la elusiva declaración de haber realizado una apre-ciación conjunta de todas las piezas probatorias, lo que–advierte Beceña– comporta cederles un poder ilimitado y de-masiado peligroso en cuanto a la fijación de los hechos. Final-mente, la publicidad respecto a los terceros es la excepción enla primera instancia y la regla general en la apelación y la ca-sación, pero para las partes es siempre absoluta, tanto en suvinculación recíproca como respecto a las diligencias practica-das por el juez, salvo que por razones morales éste haya deci-dido el secreto de la prueba.

Junto a este proceso ordinario, que comprende tanto lospleitos de valor superior a tres mil pesetas o de valor indeter-minado o indeterminable, como los referidos a derechos polí-

82 Precisamente, artículos de la Leyde enjuiciamiento civil como el 570,que prescribe la audiencia públicapara la ejecución de la prueba testi-monial, o el 668, que admite la dis-cusión en audiencia en sustitucióndel escrito final de conclusiones, ha-bían llevado a R. W. Millar, “Theformative principles of civil proce-dure”, en Illinois Law Review, vol. 18,p. 56 (citado por Beceña), a afirmarque en el sistema español el princi-pio de oralidad domina en todas lasetapas del proceso, menos en la dealegaciones. Pero Beceña, Cara�erigenerali, (n. 81), p. 13, refuta su infe-rencia, recordando que en nuestroproceso son escritos la demanda, lacontestación, la réplica y la contra-rréplica, los interrogatorios de laspartes y los testimonios y la conclu-sión final, la cual sólo puede ser re-emplazada por una audiencia oralde los defensores por acuerdo deéstos y previa petición al juez.

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ticos y honoríficos, a exenciones y privilegios individuales, afiliación y paternidad y, en definitiva, a todas aquellas causascon efectos sobre el estado civil y la capacidad de las personas,Beceña hace breve mención a otros dos tipos declarativospuros, el de menor cuantía y el verbal, que regulan litigios deinferior entidad, distinguiéndose, además, del ordinario, entreotros aspectos, por el diferente peso cobrado en cada uno deellos por la tramitación oral. Y también alude al heterogéneogrupo de los llamados juicios universales (concurso de acree-dores, quiebra, pleitos sucesorios), ligados a esta etiqueta portener por objeto el patrimonio de un individuo considerado ensu globalidad, así como a los juicios ejecutivos, a las escasas einvertebradas manifestaciones legales del procedimiento mo-nitorio, cuya esfera de aplicación es, por otra parte, extrema-damente reducida, y, por último, a una serie de juiciosespeciales de resolución sumaria (alimentos provisionales, in-terdictos…), que, en su conjunto, dan a nuestra ley –dice Be-ceña– el aspecto de una especie de arca de Noé, en la que haencontrado refugio y vive, cuando menos, una pareja de mo-dalidades por cada categoría de juicio.

La conclusión a la que tales consideraciones le conducenes a la de afirmar que, más allá de eventuales modificacionesparciales, que han ido siempre orientadas al pragmático pro-pósito de poner coto a los frecuentes abusos en la adminis-tración judicial, perdura en España un proceso de caracteresmarcadamente medievales, en el que la justicia naufraga, fa-voreciendo el triunfo de las intrigas y del leguleyismo. Porello, resulta inexcusable promover una urgente actualizaciónde nuestra legislación procesal, que debe venir precedida, nosolo de una mejora en los métodos de selección del personalencargado de hacerla funcionar, sino también de la construc-ción de una doctrina moderna, capaz de afrontar un verda-dero estudio científico del proceso, pues en ninguna ramajurídica resulta tan peligrosa la intervención exclusiva de losprácticos como en ésta. No en vano, ya tan notables antece-dentes como el proyecto del marqués de Gerona, la ley de1855 o la propia reforma de la ley de 1881 habían perseguido,sin conseguirlo, erradicar los constantes excesos introducidosen el foro. Una difícil empresa que, sin embargo, cree ex-traordinariamente simplificada por la existencia misma deuna fuente de incomparable valor teórico y práctico, de granclaridad y precisión conceptual y muy accesible, por la proxi-midad idiomática del italiano, como lo es la obra de Chio-venda. Por eso, dado su enorme potencial formativo, sucreciente divulgación y su paulatina asimilación por los ju-ristas españoles debe servir de inestimable ayuda para la cris-

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talización de la tan ansiada renovación de este esclerotizadodiseño procesal83.

Bien puede señalarse que las líneas maestras de la queconstituiría su más célebre, extensa y perdurable monografía,Magistratura y Justicia: notas para el estudio de los problemas fun-damentales de la organización judicial84, habían venido anuncián-dose, con una formulación menos elaborada, a lo largo delcuerpo nuclear de su producción anterior. El propósito anima-dor de la obra, ya proclamado en su título, es el de excitar unareflexión profunda sobre los problemas planteados por el sis-tema de organización judicial vigente en España; pero lo hacedesde una perspectiva primordialmente interpretativa, en laque solo de una manera tangencial se incide en su dimensiónconstitucional. Claro que, en contrapartida, este estudio apa-rece cimentado en un extraordinario dominio de los enfoqueshistórico y comparativo, que son explorados por Beceña conejemplar rigor y agudeza con el fin de apuntalar el basamentodel ácido diagnóstico que acaba emitiendo acerca de la situa-ción a él coetánea. Esa visión retrospectiva, imprescindible, ensu opinión, para componer, comprendiéndolo desde sus raí-ces, un cuadro completo de los males que enturbian el desea-ble desempeño del poder judicial, presenta la gran ventaja deque permite comprobar hasta qué punto los diferentes mode-los imperantes en sociedades diversas exhiben importantes ele-mentos comunes, y también identificar qué factores handeterminado su respectiva especificidad. Por ello, dedica unamplio capítulo del libro a analizar, con profuso y atinado re-curso a la bibliografía existente, el sistema judicial romano,cuya figura más representativa, el Pretor, resume perfecta-mente, a su parecer, las cualidades esenciales que deben con-currir en el órgano jurisdiccional del Estado85.

Aún mayor interés encierra, empero, su documentada in-cursión en las peculiaridades del régimen judicial inglés86,sobre las cuales, ayudándose de muy abundantes y eficaces re-ferencias doctrinales y jurisprudenciales, da sobrada pruebade su profundo conocimiento. Aupado, pues, sobre este con-gruente despliegue de erudición, logra consumar un fino y ati-nado análisis de las principales características que definen aeste sistema: un papel preponderante del soberano en el ordenjudicial, encarnado en la prominente figura del canciller, quienaparece revestido de un extenso catálogo de atribuciones, entrelas que se cuentan: una potestad de designación de los miem-bros de la judicatura que solamente aparece recortada por laobligación de elegir éstos entre los abogados, barristers, adscri-tos a alguna de las cuatro importantes sociedades voluntarias–no vinculadas a la Corona– encargadas de fijar los requisitos

83 Una nota bibliográfica referida ala publicación de este volumen, fir-mada por Jose R. Xirau, apareció enla Revista de Derecho Privado, num.174 (marzo 1928), p. 94. Sin em-bargo, la reseña se limita a ponderarla figura del homenajeado y a des-cribir muy sintéticamente el conte-nido de la obra, sin detenerse en elanálisis singularizado de las distin-tas contribuciones.84 F. Beceña, Magistratura y Justicia.Notas para el estudio de los proble-mas fundamentales de la organiza-ción judicial. Madrid, Librería deVictoriano Suárez, 1928.85 F. Beceña, Magistratura y justicia.Notas (n. 84), pp. 1-108.86 F. Beceña, Magistratura y justicia.Notas (n. 84), pp. 109-186.

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de acceso a la profesión, y que además acrediten acumular undeterminado número de años de ejercicio; la garantía de inde-pendencia reportada por el principio de inamovilidad delcargo y del grado, que implica la desactivación de posibles as-censos o destituciones arbitrarios; el valor jurídico de las deci-siones jurisprudenciales y su aplicabilidad a otros supuestosanálogos en virtud del principio judge made law, en combina-ción con el de subordinación jerárquica entre las distintas es-calas jurisdiccionales; el carácter obligatorio del leading caseaceptado y repetido por la magistratura; la técnica escolásticade la identificación (distinguishing) del precedente singular; elsometimiento del juez individual a la legislación del Parla-mento y a la labor creativa e interpretativa de los tribunales su-periores; la asunción de facultades delegadas por el poderlegislativo en orden a la resolución de las reclamaciones de losciudadanos y a la defensa de sus derechos y libertades frentea la administración, con particular incidencia en la materia im-positiva; el destacado protagonismo conferido al juez en la di-rección y el desenvolvimiento del proceso y el generoso juegoconcedido a la equidad y al sentido común en la motivaciónde las sentencias. Examen que es completado por una esclare-cedora panorámica de la organización judicial británica, de laque como uno de sus rasgos primordiales señala su centrali-zación. Así, su estructura se describe articulada a partir de dosinstituciones básicas: por un lado, los tribunales de condado,con su división en pequeños distritos locales, periódicamentevisitados por el juez, y del otro, la Suprema Corte de Justicia(Supreme Court of Judicature), que, a su vez, alberga en su senodos destacadas sedes jurisdiccionales: la Alta Corte (High Courtof Justice), a la que se adscriben la Cancillería (Chancery), elBanco del Rey (King’s Bench) y el Almirantazgo (Almirality), yel Tribunal de Apelación (Court of Appeal), en el que tambiénse integran diversas instancias complementarias. Sorprende,sin embargo, ante la complejidad de este organigrama, el re-ducido número de jueces87 sobre el que se edifica su eficaz fun-cionamiento, con el inapreciable concurso de un buen elencode subalternos, que no se limitan a cumplir cometidos de au-xilio administrativo, sino que a menudo colaboran en las ta-reas procesales por delegación del propio juez.

Aunque tampoco falta la mención a ciertos defectos que,en alguna medida, han venido empañando la positiva valora-ción que, según Beceña, merece el sistema británico: la lenti-tud de los trámites; la limitada creatividad doctrinal de loscomponentes del estamento judicial, lastrados por graves ca-rencias enquistadas en el régimen formativo vigente en elcampo del derecho; la excesiva atención prestada a la dimen-

87 En el momento en el que escribe F.Beceña, Magistratura y justicia. Notas(n. 84), p. 164, son ciento cuarenta,distribuidos de la siguiente manera:seis en la Cámara de los Lores, cincoen el Tribunal de Apelación, siete enla Cancillería, dieciséis en el Bancodel Rey, uno en la Sección de Quie-bras, dos para la liquidación de so-ciedades, dos para la Sección deTestamentos y Divorcios, sesenta deCondado, el recorder, el common ser-jeant, el juez del tribunal de Lon-dres, veintitrés magistrados de lostribunales de policía de la capital yveinte para el resto de las villas.

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sión práctica en detrimento de la aprehensión científica y sis-temática de la naturaleza intrínseca de las instituciones jurídi-cas; la acusada tendencia a dictar el fallo conforme a criteriosde equidad, prescindiendo del análisis crítico de las dificulta-des fácticas planteadas por el caso; y, por último, la perniciosaincidencia de los frecuentes ejemplos de abandono a la bebidao a la venalidad por parte de un nada desdeñable sector de lajudicatura. No obstante, muchas de estas lacras han podido serreparadas gracias a las reformas emprendidas a lo largo delsiglo XIX, por obra de una poderosa corriente de opinión, ca-nalizada a través de la prensa, pero básicamente deudora delos postulados de la escuela de los llamados utilitarios, conBentham a la cabeza. Su mayor logro: su decisiva contribucióna la superación del formalismo procesal y la restauración entodo su vigor de los que califica como fines naturales del pro-ceso, rescatándolos de la tiranía de la técnica. Además, con in-dependencia de los avances operados en esta dirección, endefensa de la autoridad de la ley, de la función judicial y de lapropia justicia se cuenta con un arma de contrastada eficacia:la institución consuetudinaria del Compten of Court, que, a tra-vés de un procedimiento sumario, interviene en la represiónde todas aquellas conductas que tiendan a menoscabarlas, so-bremanera cuando los medios de comunicación son instru-mentalizados para introducir perturbadoras injerencias en elcurso del proceso. Sin embargo, los tribunales se cuidan deacudir a ella con gran moderación, empleándola únicamentecuando otros recursos menos excepcionales y arbitrarios se de-muestran insuficientes. Sabia actitud que conduce a la conclu-sión –compartida por quienes han afrontado su estudio– deque si un rasgo destaca en la organización judicial inglesa esque en su funcionamiento el elemento humano está por encimade las instituciones y las domina, lo que permite su adaptacióna las cambiantes circunstancias y necesidades, infundiéndolassu espíritu para que respondan siempre a sus metas esenciales.Y esta particularidad solo es entendible como fruto de un loa-ble armazón educativo, que en su proyección en el terreno delo jurídico no se queda en una mera asimilación libresca de co-nocimientos o en el adiestramiento práctico en las artes foren-ses, sino que se orienta hacia la adquisición de ciertas aptitudesespecíficas: capacidad de observación, de percepción y com-prensión de los problemas, y de detección de sus posibles so-luciones, que unidas al cultivo de otras virtudes personalesindispensables, como el amor a la verdad, el sentido de la jus-ticia y de la equidad y la integridad moral, componen el perfilperseguido tanto para el jurista arquetípico, como, en general,para todos los servidores públicos. Ahora bien, constituyendo

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la administración de justicia aquella potestad gubernativa deun interés más inmediato para el ciudadano, este repertorio decualidades requiere ir acompañado de un amplio margen delibertad en la conducción del proceso y en la investigación dela norma aplicable al litigio; por esto, su aseguramiento ha re-presentado el aspecto en el que más intensamente han percu-tido, dotando de mayor elasticidad al procedimiento, lasmedidas renovadoras sucedidas a partir de 1873. Finalmente,Beceña considera oportuno recordar la notable influencia ejer-cida por sus insignes tratadistas en la evolución del derechoinglés y en las propias decisiones de sus tribunales.

Muy diferentes son las pautas organizativas que verte-bran el entramado judicial francés, que también se convierteen objeto del penetrante bisturí analítico de nuestro gran pro-cesalista88. Un patrón que, en lo esencial, sigue fiel a las mis-mas características con las que fue perfilado en el períodonapoleónico; es decir, se encuentra plenamente subordinado alos dictados del poder ejecutivo. Sumisión que aparece histó-rica- mente ligada a dos factores primordiales: uno, el deseode acabar con la indocilidad de aquella arraigada magistraturade casta, atrincherada en los antiguos Parlamentos, que, altiempo que se mostraba contraria a cualquier forma de abso-lutismo, ofrecía una abierta oposición a todo intento de re-forma, incluidos los orientados a la inaplazable humanizacióndel procedimiento penal; el otro, la firme intención de sustraerla administración de justicia del régimen de sufragio, ya queéste la transformaría asimismo en soberana. Frente a la pri-mera, conscientes de la insuficiencia de su simple modifica-ción, los constituyentes de 1791 se propusieron arrumbar elviejo sistema para construir otro nuevo, respetuoso con eldogma de la soberanía nacional, que resultó articulado sobreidénticos presupuestos a los que luego han perdurado: juecesde paz, tribunales de distrito y de apelación, tribunal de casa-ción, jurado en materia criminal y potenciación del ministeriopúblico. No obstante, apuntando al segundo objetivo, y refle-jando la evidente desaceleración del impulso revolucionario,ya en el consulado de Bonaparte el frágil mecanismo de la elec-ción fue reemplazado por la restauración del principio de libredesignación por el poder político, sin supeditación a tipo al-guno de limitación. Medida pronto completada mediante va-rios decretos del año 1810, encaminados a disciplinar rigurosay minuciosamente el funcionamiento de un aparato judicialque, aunque era definitivamente sacado de la esfera adminis-trativa, también era despojado de su efímera autonomía. A par-tir de aquí, esta situación de sujeción se prolongará a lo largodel siglo XIX, agravada, incluso, por los agitados avatares y la

88 F. Beceña, Magistratura y justicia.Notas (n. 84), pp.187-298.

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intensidad de unas luchas políticas dimanantes de repercusio-nes tan nefastas como las cíclicas depuraciones de magistra-dos. El gobierno contará, además, con otras eficaces vías deintromisión en el desempeño de este debilitado poder judicial:por una parte, a través del control del manejable juego de je-rarquías y ascensos que clasifica en categorías y grados al per-sonal que lo sirve; y no menos provechosa resulta, en defensade sus pretensiones, la infiltración en la labor de los tribunalesde agentes tan valiosos como los oficiales del ministerio pú-blico, de fidelidad garantizada a las consignas recibidas de sussuperiores por ser siempre susceptibles de remoción y estardotados de unas muy amplias atribuciones fiscalizadoras, quevienen reforzadas por la absoluta falta de recursos de que ado-lecen los miembros de la judicatura para restringir, censurar oresistirse a sus actuaciones.

Tampoco puede extrañar, pues, que tamaña imposicióndel ejecutivo, tan lesiva para la efectividad del principio de in-dependencia judicial como perniciosa para la propia compe-tencia de los jueces, al no ser exigida tal cualidad –nonecesariamente implícita en la obtención de la licenciatura enDerecho– como condición para su nombramiento, haya conci-tado la más enérgica y continuada crítica por parte de juristas,jueces y políticos. De hecho, el sistema había reaccionado endiversas ocasiones, ensayando, con menguado éxito, distintosremedios tendentes a la erradicación de estos viejos vicios es-tructurales, si bien una serie de decretos de 1906 y 1908 habíaconseguido paliar en cierta medida sus efectos, merced a laadopción del método del concurso como cauce de ingreso en lacarrera judicial y el traspaso de la facultad de decisión sobrelos ascensos al cuerpo de magistrados. En su dimensión ex-terna, el rasgo más destacado de este modelo reside en la exis-tencia de órganos colegiados en todos los niveles de su escalajerárquica, con excepción de los jueces de paz, que se ocupande cuestiones de mínima entidad. Un pauta con la que Beceñase manifiesta disconforme, alegando que la bondad de la ac-tuación judicial no está tan en relación con el número de juz-gadores como con su inteligencia, formación, dedicación ysentido de la justicia. Sin embargo, pese a que se ha planteadosu establecimiento, la solución del juez único ha sido recha-zada tanto por motivos genéricos, como lo son la menor auto-ridad de sus fallos y su mayor vulnerabilidad a eventualespresiones ajenas, como basándose en alegatos ligados a las pro-pias circunstancias coyunturales concretas que rodean en Fran-cia a la magistratura y a los propios justiciables. Otra cosa esque, dentro de esta regla general de colegiabilidad, al presi-dente se le atribuya un papel realmente preponderante, no sólo

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derivado de las prerrogativas inherentes al cargo, sino, princi-palmente, del conjunto de potestades especiales que le reco-noce la ley, entre las que, sin duda, sobresalen dos figurasprocesales, coincidentes en que en ambas asume en solitariosu función: la ordenanza sur requête y la jurisdicción de referé.Si a todos estos poderes les añadimos el disciplinario que elpresidente ejerce sobre los restantes miembros de su tribunal,es fácil deducir el extraordinario protagonismo que este puestoadquiere en la jurisdicción francesa, acentuado, todavía, porlos poco exigentes criterios fijados para la selección del perso-nal judicial, que, invariablemente, le colocan en una posiciónde superioridad.

Después de describir con singular precisión la desigualrelación existente entre ambos poderes, Beceña se plantea dis-cernir hasta qué punto las invasiones del ejecutivo en el terrenodel judicial persiguen impedir que sus actuaciones obstaculi-cen la materialización de las resoluciones o directrices emana-das desde las altas instancias políticas o que contraríen los quepara éstas representan los intereses nacionales, y cuando, encontraste, responden a motivaciones puramente personales oextrañas a la realización del bien público. En el primer caso, lafrontera que delimita el alcance de los desvelos de los inte-grantes de la judicatura debe situarse siempre en la proteccióndel régimen legal vigente, cualquiera que sea el signo políticodel gobierno. Pero, obviamente, la segunda forma de injeren-cia resulta absolutamente inadmisible, aunque nada fácil deconstatar, no bastando para confirmar su existencia la denun-cia de los propios afectados o el mero testimonio de los abo-gados89, siendo también muy esporádicos los casos en los queestas críticas han prendido en otros círculos no profesionales,normalmente asociadas a disfunciones provocadas por la faltade libertad de los jueces –que no de honradez y honorabilidad–en el orden penal. Por el contrario, la justicia civil, apartada delas grandes cuestiones relativas a la vida y la libertad que ata-ñen a la ciudadanía, no ha acusado en un grado, ni lejana-mente, equiparable el peso de esta clase de intervenciones, sibien sus efectos pueden ser igualmente perniciosos por ame-nazar el patrimonio y los derechos civiles de los individuos;además, se trata de un territorio en el que el juez puede mos-trarse todavía más vulnerable a la emisión de fallos contami-nados por consideraciones de amistad o de simpatía. Ahorabien, hay que reconocer que la magistratura francesa atesoraen este campo una tradición incomparable, ya que ha podidoaplicar un mismo Código durante más de un siglo, a pesar deque los profundos cambios acaecidos en la técnica, en la eco-nomía y en las estructuras socio-políticas han alterado sensi-

89 En este punto, F. Beceña introducea pie de página (Magistratura y justi-cia. Notas (n. 84), nota 1, pp. 237-240)una densa y documentada exposi-ción referida a la organización de laabogacía en Francia, que, una vezmás, demuestra su, para entonces,insólito conocimiento acerca de larealidad judicial foránea.

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blemente los contornos de la realidad jurídica, poniendo aprueba el sentido de las leyes. A lo que es preciso añadir la in-eludible necesidad de renovar los viejos métodos de interpre-tación del texto codificado, es decir, la superación del imperiode la especulación exegética cimentada en la lógica y la analo-gía, que llega impuesta por esta mudanza de las circunstan-cias, lógicamente, no prevista por el legislador. En este esfuerzode adaptación de las normas generales y abstractas a una vi-vencia cotidiana cada vez más distante de ellas, la judicatura hacumplido a todo lo largo de la centuria un papel fundamental,sancionando e incorporando las nuevas líneas doctrinales acu-ñadas por los juristas, con importantes aportaciones de suspropios miembros. Se trata, por tanto, de un caso arquetípicode penetración de la ciencia jurídica en la práctica del derecho,con la indispensable complicidad de un estamento judicial que,para asegurar el éxito del empeño, ha debido poner a pruebatoda su capacidad, flexibilidad e independencia. Y para ilus-trar esta elogiable permeabilidad a las tendencias marcadaspor el debate doctrinal, acude Beceña a un examen pormeno-rizado de un nutrido repertorio de ejemplos, entre los que seincluyen la aplicación de la acción in rem verso frente al enri-quecimiento injusto, la llamada teoría del abuso del derechode propiedad lesivo para un tercero o la creación de un pecu-liar procedimiento de ejecución de las obligaciones de hacer,denominado astrainte, dirigido a estimular su realización, bajola amenaza conminatoria del pago de una cantidad modulableen función del alcance de la demora en el cumplimiento y dis-tinta de la indemnización debida en concepto de daños y per-juicios90. No terminan aquí, sin embargo, los alegatosdesarrollados por Beceña a favor del elevado grado de auto-nomía, dedicación y objetividad demostrado por los órganosjudiciales franceses. Prueba fehaciente de tales cualidades lasuministra, en su opinión, la frecuencia de los conflictos de in-terpretación surgidos entre los tribunales de apelación y lacorte de Casación, principalmente a causa del dogmatismo exe-gético defendido por esta última.

Vistas las magníficas cualidades que adornan a la judica-tura gala en su funcionamiento, se pregunta nuestro autorcómo su concurrencia puede ser compatible con unos proce-dimientos de selección totalmente intervenidos por el ejecu-tivo, sin remisión alguna a requisitos objetivos de capacidad oidoneidad. Reflexión que concatenadamente le conduce a plan-tearse cuáles son los factores convergentes en la formación yevolución de la jurisprudencia y de qué modo pesa cada unode ellos en el quehacer de los integrantes de los tribunales. Así,los agentes económicos y morales son los que primero estam-

90 La construcción doctrinal de estapeculiar figura ha sido fundamen-talmente realizada por Esmein,“L’origine et la logique de la Juris-prudence en matière d’astreintes”,en Revue trimestrel du Droit civil,1903, 5-53, quien demostró que estasuma es debida exclusivamente porel retraso en el cumplimiento delmandato judicial, y no de la obliga-ción, que tiene origen en una falta,no tanto del deudor como del justi-ciable, que persigue el castigo deuna desobediencia y no reparar elperjuicio causado y que encuentrafundamento en que la parte tiene underecho e interés legítimo en obte-ner el cumplimiento de lo ordenado,incluso cuando dicho interés no seaevaluable en dinero. Citado por F.Beceña, Magistratura y justicia. Notas(n. 84), pp. 262-263.

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pan su impronta en la elaboración doctrinal, si no directamentesobre la acción del legislador, sí por medio de los prácticos, queson quienes antes detectan los inconvenientes de persistir enla lectura largamente admitida, obviando la mudanza de lascircunstancias, y quienes trasladan esa percepción a los ma-gistrados, normalmente más lentos en esta transición por estarmás aferrados a la tradición y ajenos, además, a la presión su-puesta por el interés privado que anima a litigantes y aboga-dos. Aunque tampoco faltan casos en los que esteencadenamiento se invierte, marcando el estímulo generadopor estos últimos un giro en la línea mantenida por los juecesen sus decisiones, que acaba calando después en los posicio-namientos doctrinales. No obstante, aún siendo común, estasecuencia se concreta de manera diferente en los diversos paí-ses, respondiendo a las peculiaridades de su pasado jurídico ycultural y a las notas definidoras de su carácter nacional. Y enFrancia esa plasmación ha venido de la mano de una estrechacolaboración, tardía pero eficaz, entre las Écoles de derecho y elPalacio de justicia, de cuyo devenir histórico da Beceña deta-llada referencia, sazonada con un profuso despliegue de acre-ditadas opiniones de juristas. Un acercamiento en el queconcede marcada relevancia a la creciente y técnicamente per-feccionada publicación de colecciones jurisprudenciales, laaparición, en 1851, de la Revue Critique de Legislation et Juris-prudence y el novedoso y pujante género constituido por la ano-tación de sentencias, que pronto se convertirá en el máshabitual y fructífero vehículo de encuentro entre los teóricos ylos prácticos, dejando sentir una destacada e inmediata in-fluencia en la labor de los juzgadores. De hecho, sin olvidar laimportancia de su estudio en los centros de enseñanza o de laacogida obtenida en las revistas científicas especializadas, lafuerte presencia de la literatura jurídica en el escenario francéslogra hacerse visible primordialmente gracias a estas anota-ciones. Hasta el punto de que la mayoría de los civilistas se haimplicado en el cultivo de la técnica de la note des arrêts, dandocuerpo a una próspera escuela, la de los llamados arretistas, ala que, al margen de su trascendencia o no en el discurrir de laciencia del derecho, hay que atribuir el gran mérito estratégicode haber tendido, libres de intermediaciones, estrechos nexosentre dicha ciencia y los pronunciamientos judiciales. Lo que alexponer éstos al comentario y la crítica de los principales ju-ristas habría contribuido decisivamente a crear un rico y diná-mico ambiente cultural, en el que el juez se siente empujado aperfeccionar su preparación y a extremar su diligencia en laemisión de sus fallos. Este mismo clima de permanente con-traste de pareceres habría generado, por ende, una garantía de

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independencia, al permitir ir reduciendo el arco de las solu-ciones dudosas, descargando al juez de situaciones suscepti-bles de colocarle en situaciones incomodas o bajo imposicionesexternas. Sin embargo, apunta el autor, los magistrados de lajurisdicción ordinaria cuentan también como ejemplo de auto-nomía con aquella que frente al Estado han sabido conquistarsus colegas en el ámbito contencioso-administrativo, especial-mente la demostrada con la creatividad y la audacia construc-tiva de su actuaciones por el Consejo de Estado, en contrastecon la conservadora y mediatizada labor desarrollada por eltribunal de Casación. Una notoria discordancia para la que en-cuentra su principal justificación en el distinto arsenal de ins-trumentos y poderes del que cada órgano dispone y en ladispar naturaleza jurídica de los preceptos aplicados porambos, pero en la que también otorga trascendencia a sus res-pectivos mecanismos de reclutamiento y organización de susmiembros y, curiosamente, a la muy superior dosis de juventudque en su composición admite el Consejo de Estado. Por eso,han sido constantes las peticiones de reforma de la venerableCorte de Casación y, por extensión, de la generalidad del sis-tema, si bien, pese a intentos tan recientes –respecto a la obraque analizamos– como el emprendido en 1926, el problema desu actualización sigue, en conclusión enunciada por Beceña,todavía plenamente abierto.

Una vez preparado cuidadosamente el terreno mediantelas anteriores incursiones en estos tres grandes modelos com-parativos, el autor se adentra, por fin, en el territorio que real-mente quiere explorar91. Así, coherente con la centralidad queentre sus preocupaciones ocupa el sistema de selección de losmagistrados, inaugura su discurso con una referencia al dis-positivo legal fijado por la Ley Orgánica del Poder Judicial de1870, consistente en un conjunto de pruebas de índole princi-palmente técnica, cuya superación reporta al candidato la cali-dad de miembro del cuerpo de aspirantes a la Judicatura, quees la cantera de la que inevitablemente deben nutrirse los juz-gados inferiores92. No obstante, a despecho del loable propósitofavorable al adiestramiento práctico de los futuros jueces, la-tente en medidas como su adscripción a las audiencias de sudistrito o la obligación de asistir y de colaborar en sus sesio-nes, según él, la virtualidad de esta regulación queda anuladapor el olvido de dos factores esenciales para su realización, yaque ni se señaló un tiempo mínimo de permanencia en dichocuerpo, ni se estableció otra prueba final, distinta de la que per-mitió el acceso al mismo y destinada a evaluar la adquisición,durante esta etapa de aprendizaje, de las cualidades precisaspara el ejercicio de la función judicial. Lo que habría dejado el

91 F. Beceña, Magistratura y justicia,Notas (n. 84), pp. 299-415.92 En realidad, a tenor de los artículos94 y 96 de la ley, más que aspirantessu condición es la de aprendices, yaque se les adscribe a las audienciascorrespondientes a su distrito de re-sidencia, bajo la supervisión del pre-sidente, estando obligados a asistir alas sesiones publicas del tribunal ygozando de preferencia para actuarcomo jueces municipales y de ins-trucción, como sustitutos de los jue-ces y fiscales de los tribunales departido, y como abogados fiscales delas audiencias, cuando no hubieradentro del distrito otro disponible.Completando esta opción, años mástarde la ley adicional a la orgánicadividió el cuerpo de aspirantes entantos colegios como audiencias hu-biera en el país, poniéndolos bajo sudependencia.

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acierto de su incorporación al mero juego del azar y al indese-able riesgo de lo imprevisible. A esta laguna habría que sumarque tampoco se pensó en vincular la designación de los presi-dentes de audiencia al desempeño de tan importante come-tido, y menos aún en ofrecerles una formación específica, ni enconcederles las facultades adecuadas para poder encauzar eldesarrollo de la personalidad y de los valores morales y socia-les que habrían de habilitar a sus supervisados para su nobletarea. Y por otra parte, el propio contenido de las prácticas, re-petidamente concretado en las abundantes disposiciones lega-les93 enfocadas a organizar tal período intermedio: asistencia avistas, despacho en secretarías y vicesecretarías de audienciasy asunción de los cargos de magistrado suplente, abogado fis-cal sustituto o titular de juzgados y fiscalías municipales de ca-pital de partido, no se ha demostrado de particular utilidadpara los fines perseguidos, pues nada en su planteamiento haasegurado resultados en cuanto a un fomento de la ampliaciónde la cultura jurídica de los postulantes o a un estímulo a su en-tusiasmo y a su toma de conciencia sobre las responsabilidadesinherentes al cumplimiento de su elevada misión.

Las deficiencias instaladas en este procedimiento de se-lección –advierte– no derivan, sin embargo, exclusivamente deque la discutible articulación dada a esta fase de iniciación sesustente sobre la errónea premisa de tomar la licenciatura enDerecho como exigencia profesional mínima facultativa parael futuro ingreso en la carrera judicial. Pues si, obviamente, yala obtención de este título no garantiza por sí sola el haber al-canzado los valores técnicos y educativos precisos para accedera ella, cuantas veces no se desvanecen éstos después ante los le-sivos efectos del abandono, la conveniencia o el deterioro. Escomprensible, entonces, que el Estado quiera comprobar quetales conocimientos existen en el momento en el que deben serefectivamente utilizados. Y para certificar su presencia es porlo que se recurre al método de la oposición. Pero lo paradójicoes que la defensa de su permanencia no se justifica apelando asu intrínseca funcionalidad, sino recurriendo al triste argu-mento de que todavía no se ha descubierto una alternativa mássatisfactoria. Limitada, por tanto, en sus objetivos, a facilitar laextracción de las nuevas hornadas de jueces, aun a sabiendasde su nula contribución al desarrollo de sus capacidades, in-cluso ni siquiera basta para alcanzar tan escuálidos objetivos,ya que ni resulta un medio apropiado para apreciar la compe-tencia jurídica de los examinados ni les libera luego definitiva-mente de las intromisiones del ejecutivo, debido al dominioque éste conserva sobre traslados y ascensos. El propio ele-mento comparativo implícito en el término oposición alimenta

93 Reales decretos de 8 de octubre de1883, 22 de julio de 1912, 30 de marzoy 14 de junio de 1915, 5 de junio de1916 y 17 de octubre de 1921.

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dos graves fallos, cuya frecuencia prácticamente les convierteen consustanciales a este sistema: de un lado, empuja a efec-tuar una mera valoración relativa de los aspirantes, olvidandolos estándares que deben estimarse imprescindibles para lo-grar el puesto, que en ningún caso deben doblegarse a la mayoro menor adecuación a los mismos de los contendientes, ha-ciendo con ello posible la admisión de verdaderos ineptos; porotro lado, el sentido del juicio formulado sobre los opositorestiende a depender, a menudo injustamente, del número de va-cantes y de pretendientes, de la urgencia de su provisión y delnivel medio de cualificación exhibido en las pruebas; sin omi-tir la inevitable variabilidad de criterios ligada a la distintacomposición de cada comisión evaluadora. No menos desliga-das de la meta perseguida le parecen a Beceña otras peculiari-dades de esta modalidad de reclutamiento. Son las principales:la desconfianza con la que se cercena la discrecionalidad deltribunal, al imponerle el programa, el carácter y la duración delos ejercicios y hasta la forma de adoptar decisiones, y al im-pedirle formular preguntas o solicitar aclaraciones; la rotundapreferencia otorgada al vacuo y apresurado despliegue me-morístico frente a otras vías más ajustadas de medir el saber yla preparación jurídicos; la excesiva cantidad y el casuismo delos temas y cuestiones planteados a los aspirantes; la ausenciade una homogeneidad de concepciones e ideales acerca de lalabor judicial entre los encargados de escoger a los más aptos;el déficit general de rigurosidad apreciable en las pruebas; o ladificultad de atraer a los mejores juristas, normalmente incli-nados hacia otras profesiones más independientes, mejor re-tribuidas y de más brillantes perspectivas. Poco puedesorprender, en consecuencia, que la escasa fiabilidad de lasoposiciones para identificar al personal verdaderamente idó-neo para cubrir una función tan cargada de responsabilidadessea ampliamente reconocida por los funcionarios judiciales.

La conveniencia de establecer un período intermedio deaprendizaje sigue estando, no obstante, en su opinión, plena-mente justificada, porque permite suministrar a los jueces algoque la Facultad ni puede ni debe enseñarles, esto es, el arte deaplicar el derecho. Resulta evidente que los fenómenos jurídi-cos no pueden ser reproducidos con fines didácticos en idénti-cas condiciones con las que se presentan en la realidad. Esimposible anticipar las circunstancias exactas con las que semanifestarán, por lo que solamente cabe analizarlos a poste-riori, cuando, ya resueltos, su dinámica y su vitalidad se hanextinguido. Ahora bien, esto no supone menoscabo de la des-tacada e insustituible tarea encomendada a la Facultad, que esla de proporcionar una visión global y sistemática del derecho

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vigente, insertándolo dentro de unas coordenadas geográficas,históricas, políticas, sociales y económicas determinadas94. Poreso, la importancia de esta formación teórica basilar, definiblemediante la expresión “principios y método”, ha sido larga-mente ponderada, sobre todo por aquellas personas que hantenido la oportunidad de vivir la doble experiencia como pro-fesores y magistrados. Sin embargo, la judicatura española seha granjeado una pésima reputación respecto a su escasa cul-tura general, e incluso jurídica, sin que la introducción del fil-tro de la oposición haya contribuido apenas a paliarla. Nopueden leer y estudiar porque están sometidos a un ritmo detrabajo excesivo, se les paga muy mal y se les prohíbe que sedediquen a otras actividades para obtener ingresos comple-mentarios, no existiendo tampoco bibliotecas en los juzgados,ni pudiendo disfrutar de becas o ayudas para visitar otros pa-íses y familiarizarse con su legislación y con la estructura desu administración de justicia. Lamentable situación, en fin, queofrece un fuerte soporte al anclaje de una tradición que enpocos campos como en éste se confunde tanto con la rutina,como claramente lo demuestra la estrecha adhesión al proce-dimiento secular heredado del ius commune que inunda tantola Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881 como los usos domi-nantes en la práctica curial. Aunque ello no es óbice para queeste código deposite en el juez relevantes poderes y obligacio-nes en una materia tan esencial como la ejecución de las prue-bas, que, sorprendentemente, éstos raramente ejercitan. ¿Cómoexplicar esta renuncia a intervenir en una de las escasas esferasen las que no es apartado de la dirección del proceso? La res-puesta a esta pregunta debe, indefectiblemente, vincularse a laconsideración de la posición en la que se encuentra la magis-tratura respecto a la realidad institucional y jurídica y el paisajesocial, cultural y científico en el que desenvuelve su actividad.Su rendición frente a los designios del ejecutivo, insiste Beceña,no deviene de su papel en los nombramientos, sino del controlque, al condicionarlos a su autorización, se asegura éste sobrelos ascensos. Pero también hay que recordar el efecto restrictivoque sobre su baraja de atribuciones han tenido algunas dispo-siciones legislativas, entre las que, además de otros ejemplos,cita la ley de Jurisdicciones de 1906, el sometimiento del So-matén a la competencia de los tribunales militares o la adjudi-cación a los eclesiásticos por el Tribunal Supremo de las causassobre devolución de la dote de los religiosos exclaustrados. Sinembargo, la causa de este recorte no solamente debe buscarseen una política legal tendente a provocarlo, olvidando la pro-pia inhibición achacable a la jurisdicción ordinaria, al no de-fender con el empeño suficiente la permanencia de ciertos

94 Asunto diverso es el plantearse siel método más adecuado para abor-dar el estudio de esta masa norma-tiva debe continuar girando sobre latradicional distribución de materiasen sucesivos cursos, o bien –lo queapoya Beceña– debe procurar des-pertar en los alumnos un interés porlos problemas, animándoles a unacolaboración con el profesor que es-timule su afán de aprender y su vo-luntad de trabajar e investigar. F.Beceña, Magistratura y justicia, Notas(n. 84), p. 319, con apoyo en E. Zitel-mann, Die Neuegestaltung desRechtsstudiums, Berlín, Tothschild,1921; A. Wach, “Die Neueornundgdes Rechtsstudiums”, en Zivilpro-zess, Leipzig, 1922 y G. Pasquali; P.Calamandrei, L’Università di domani,Foligno, Campitelli, 1923.

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ámbitos dentro de su órbita de actuación. Y un encogimientosimilar de las facultades del juez se habría producido en elfuero contencioso-administrativo. Además, en paralelo a estedeterioro de sus facultades, la posición del órgano de decisiónha sufrido un paulatino desplazamiento frente al protago-nismo otorgado al abogado en la conducción del proceso, loque ha hallado, incluso, reflejo en su ubicación física dentro dela sala de audiencias, indicativa tanto de su prominencia comode su falta de dialogo directo con el presidente. Es más, dadoel predominio del procedimiento escrito frente a una oralidadque queda constreñida, huérfana de garantías, a formas de co-municación privada y sin contradicción, hasta la secretaría des-empeña un papel de intermediación entre el juez y losjusticiables que la coloca en un plano de intervención que ex-cede del contenido específico de la tarea encomendada. Aun-que donde la desigualdad llega a extremos que a Beceña se leantojan incomprensibles es en lo tocante al sistema y la cuan-tía de la retribución de los secretarios, ya que permiten la in-congruencia de que su salario, devengado a partir de untrabajo mecánico y puramente oficinesco, supere más que amenudo el sueldo de los magistrados95, coadyuvando con ellogravemente a la insostenible carestía de la justicia.

A la magistratura puede reprochársele también que, de-masiado apegada a la literalidad de la ley procesal civil, no hasabido saber sacar partido de los numerosos resquicios deja-dos por ésta al desarrollo por su parte de una necesaria laborinterpretativa, integradora de su contenido. Como muestra pa-radigmática de este abandono por los jueces de sus facultadesdiscrecionales de elaboración jurídica, estudia nuestro autor elproblema de la imposición de un procedimiento de ejecuciónfrente al incumplimiento de las obligaciones de hacer o de nohacer o de entregar cosas específicas y la solución ofrecida almismo por el artículo 1428, al otorgar al juez amplísimos po-deres para la adopción de todas las medidas preventivas queestimase precisas para asegurar la efectividad de la sentenciacuando se tratase de documentos solemnes o reconocidos, auncuando no fuesen ejecutorios en sí mismos. Sin embargo, la cre-atividad jurisprudencial se ha demostrado inexistente a la horade aprovechar la casi ilimitada capacidad de explotación deesta facultad que se ha puesto a su disposición96. Con todo, laposibilidad de participar en el perfeccionamiento de la normano procede solamente de la complejidad y el carácter incom-pleto de la Ley de Enjuiciamiento Civil, ya que asimismo vienefavorecida por las modificaciones introducidas por el Códigocivil, ante las cuales al juez le caben dos alternativas: la másfácil, mantener la vigencia de las instituciones afectadas, des-

95 Esto es así gracias a que este sis-tema de retribuciones se basa en lapercepción de unos aranceles calcu-lados en relación con la cuantía ob-jeto del pleito, si el trámite es deprimera instancia, y la naturaleza dela diligencia judicial en que la secre-taría interviene, si es de apelación ycasación. Además, los incidentes de-vengan por separado, con indepen-dencia de la reclamación principal,por una tarifa que parte del 9% delvalor más un 20 % del recargo, aña-dido posteriormente, sumándoseotras ventajosas peculiaridades,como la de tomar como valor paraliquidar en los casos de quiebras elpasivo del deudor, es decir, una can-tidad que de hecho y legalmente niexiste ni puede pagarse. F. Beceña,Magistratura y justicia, Notas (n. 84),pp. 339-341.96 Ello a pesar de que sus opcionesen relación con las medidas quepuede decidir son variadísimas, yaque, dentro de la racionalidad dic-tada por las circunstancias de laobligación y por la situación tantodel acreedor como del deudor, noestá condicionado ni en cuanto a sunaturaleza, ni en cuanto al momentoprocesal de su imposición. Es más,la ocasión se le antoja idónea parahaber montado una teoría similar ala desarrollada por la jurispruden-cia francesa con la figura de la as-treinte, que, sin duda, constituiríauna solución más adecuada que laofrecida por el artículo 924, al insti-tuir la apertura de un nuevo procesopara la obtención del equivalente dela obligación judicialmente sancio-nada, pero no esta misma, a pesarde que puede que el único interésdel acreedor resida en su consecu-ción específica. F. Beceña, Magistra-tura y Justicia, Notas (n. 84), pp.345-346.

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naturalizando, al insertarla en un contexto diferente, su primi-tiva razón de ser; o bien, la más audaz, utilizar esta oportuni-dad para inventar soluciones más modernas, adaptadas a lasnuevas circunstancias. Ambas vías ha podido transitarlas la ju-dicatura en diversas ocasiones, tomando, de entre ellas, Beceñacomo ejemplos -que analiza en profundidad– la anacrónicapervivencia de la acción de jactancia97 y de los principios re-guladores de la condena de costas98; aspecto, éste último, que,también le anima a singularizar las peculiaridades del modeloespañol de casación99. Pero en los dos casos, y en otros simila-

97 El Tribunal Supremo, en sentencias de 5 de julio de1882 y 27 de septiembre de 1912, la había declarado sub-sistente en su forma pura de acción provocatoria, con elargumento de que, estando reconocida en las Partidas ysiendo de carácter procesal, no pudo derogarla el artí-culo 1976 del Código civil, aplicable solo a materias pro-pias del derecho civil común. Sin embargo, Beceña secuestiona la solidez del pronunciamiento del alto tribu-nal, entendiendo irrelevante que en las Partidas esta ac-ción se halle recogida en la sección destinada a fijar lasnormas reguladoras de la tramitación de los juicios,pues lo relevante para determinar la naturaleza las leyesno descansa en su ubicación, sino en la entidad y la fi-nalidad de los poderes que confieren. Y tampoco le con-vence su definición como una institución de índolepuramente procesal, y ajena, por tanto, al ámbito del de-recho civil, ya que se trata de una acción, y es este có-digo el que establece todas las condiciones para elnacimiento, la transmisión y la extinción de las accio-nes. F. Beceña, Magistratura y Justicia, Notas (n. 84), pp.350-359, con justificación mucho más elaborada, en laque, dada su complejidad técnica, resultaría demasiadoprolijo extendernos aquí.98 Estas reglas, contenidas en las Partida III, con impor-tantes adiciones en la Novísima Recopilación, se limita-ban a señalar las pautas de fijación de las mismas y elprocedimiento para su exacción, pero guardaban un sor-prendente silencio respecto al criterio de determinaciónde la persona obligada al pago de las costas. Ante la faltade definición de la Ley de Enjuiciamiento Civil, Beceñase plantea la duda de si ello despeja a favor del juez elcampo de su discrecionalidad, con apoyo exclusivo enlos usos forenses o en su personal sentido de la justiciay la equidad. La posición del Tribunal Supremo sobreeste punto no había sido uniforme: así, con anterioridada la publicación del Código civil se había alineado con latesis de la vigencia de las viejas leyes castellanas, y, portanto, de la pervivencia del principio de temeridad, en elsobreentendido de que en la nueva ley procesal no ani-daba ningún ánimo derogatorio. Pero después de estapromulgación se había inclinado por declarar, en apli-cación del artículo 1976 del Código civil, su caducidad,

y con ella la de toda la doctrina elaborada en torno suyo.No obstante, este posicionamiento colocaba al Supremoante la tesitura de encontrar en el propio Código civil lanorma jurídica sustitutiva de la derogada, bien a partirde algún precepto particular que diese pie a la analogía,o bien hallando una regla general susceptible, por su am-plitud, de ser trasladada al terreno del procedimiento.Siendo esta segunda opción la escogida, al localizarse enel artículo 1902 la base legal precisada por el preceptoprocesal, no se hizo sino rescatar la virtualidad de laregla de la temeridad por culpa o negligencia, con laúnica novedad de ampliar a la segunda instancia la li-bertad del juez para la apreciación de sus concurrencia,con la consiguiente reducción de los cauces del recursode casación en esta materia, lo que encaja perfectamentecon la tónica general mantenida en nuestra legislación.No obstante, la cuestión presenta muchas otras y muycomplicadas ramificaciones que afectan al ámbito de lainterpretación judicial, cuyo desbroce acomete Beceñacon extraordinario pormenor y rigor técnico. F. Beceña,Magistratura y Justicia, Notas (n. 84), pp. 359-367.99 Como se anticipaba en la nota anterior, en su opiniónuno de los rasgos distintivos de la casación española re-side en que ésta se desentiende del mayor número posi-ble de cuestiones, abandonándolas a las instancias. Sinembargo, en el caso de la decisión sobre la existencia detemeridad o negligencia, esta inhibición no es admisible,porque supondría darles la facultad de alterar su signi-ficación, pues una cosa es determinar qué hechos sonciertos, lo que entra dentro del margen de discrecionali-dad del juez en la apreciación de las pruebas que recaensobre ellos, y otra bien distinta calificarlos legalmente, loque implica manejar definiciones de conceptos jurídicos.Así, faltando la norma falta la base para la casación, queno es un recurso contra la injusticia, sino contra la ilega-lidad. Por eso, en nuestro sistema en la parte de la pruebade valor probatorio no regulado legalmente no hay re-curso, pero sí se da respecto a aquellas pruebas o extre-mos particulares disciplinados por un precepto legal.

No obstante, una circunstancia que plantea especia-les problemas se produce cuando el juez se encuentraante una norma que utiliza un concepto para el que no

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res, la inhibición mostrada por el Tribunal Supremo le colocaen un nivel de creación doctrinal no superior al ofrecido por lapráctica y la literatura jurídica corrientes. Una apatía que cobratodavía mayor significado si se compara con el destacado valorconstructivo de las resoluciones de la Dirección General de Re-gistros y del Notariado cuando se pronuncia respecto a los re-cursos gubernativos interpuestos contra las calificaciones quede los títulos hacen los registradores. Radicando, en su opi-nión, la explicación de esta diferencia en su libre régimen de re-clutamiento, ascensos y traslados y en el propicio ambiente detrabajo que reina en esta institución100.

Múltiples son, por tanto, los factores que convergen enun deterioro de la posición del poder judicial: las restriccionesintroducidas por el legislativo en su panel de atribuciones; laintervención del ejecutivo en la admisión y la promoción desus integrantes; el papel secundario del juez en la dirección delproceso; el pobre impulso doctrinal proporcionado por una ju-dicatura atada a los viejos métodos y orientaciones; la dudosacapacidad e implicación de un personal auxiliar cuyo princi-pal interés reside en el desarrollo de litigios de creciente com-plejidad procesal; el carácter unipersonal de los juzgados deprimera instancia, servidos por jueces de competencia y expe-riencia muy limitadas, que tienden a perpetuar los defectos de-rivados de una formación basada meramente en las demandasdel foro. Todas estas fuerzas no pueden dejar de pesar –nosdice– en la mentalidad de los jueces, que asumen que, a pesarde ocupar el lugar central en la organización judicial, tienenun reducido protagonismo en el funcionamiento de la misma.Tal vez ello ayude a explicar la actitud pasiva que demuestranen el ejercicio de los parcos derechos que la ley les concede,pero no puede justificar su retraimiento en el cumplimiento delas obligaciones fijadas por imperativo legal. Lo que, quizás,quepa achacar a la propia naturaleza de un sistema procesalque apenas les depara otras potestades que las canalizadas através de unas providencias ligadas a una esfera puramente ri-tual, cuya aplicación corresponde, además, a la secretaría. Así,en el ordenamiento vigente, para abrir el proceso no es pre-ceptivo que el juez conozca el contenido de los escritos de de-manda y de contestación a ésta; es decir, puede que ignore loshechos que suscitan el litigio, los extremos concretos que fun-damentan las peticiones de las partes y las pruebas aducidaspara sostener sus pretensiones. Llegado el momento de laprueba, deberá aceptar su admisión si hay acuerdo entre lospleiteantes, aunque puede rechazar de oficio la práctica de lasque sean impertinentes o inútiles y conserva el cometido prin-cipal en la ejecución de sus distintos medios. Facultad ésta que,

ofrece una definición legal, lo queexcluye la intervención en casacióndel Tribunal Supremo. Siguiendo laargumentación de Beceña, para con-cretar la aplicación de disposicionesgenerales, por ejemplo el artículo1902, relativo a la noción de culpa, alos supuesto particulares el juez sólocuenta con dos fuentes de informa-ción: sus conocimientos de derechoy su experiencia en la vida jurídica yextrajudicial, que será mayor cuantomás grandes sean su capacidad téc-nica, su cultura y sus dotes de ob-servación y su creatividad; es decir,las que F. Stein (Das private Wissendes Richters, Leipzig, 1893) denomi-nase las máximas de experiencia(Erfahrungssätze), que distinguen aljuez curtido del novel y que son im-prescindibles para la integración deestos preceptos indeterminados.Ahora bien, los errores que cometaen el cumplimiento de esta obliga-ción serán errores de derecho y, portanto, susceptibles de casación,salvo que afecten a su esfera de de-cisión o se originen en una percep-ción equivocada de los hechos. Laimportancia práctica de esta clase dedelegación es excepcional, pero, a suentender, de pésimas consecuenciaspara la seguridad de los derechos ydel tráfico jurídico, ya que aunquelos tribunales inferiores mantuvie-sen un criterio uniforme, la falta depublicidad de sus fallos impediríaconocerlo. F. Beceña, Magistratura yJusticia, Notas (n. 84), pp. 368-383.100 Así, captados sus miembros di-rectamente mediante una rigurosaoposición, afirma que se ha logradocrear una tradición de trabajo cien-tífico ajena a rutinas burocráticas,libre de traslados y sujeta a meca-nismos de ascensos que excluyen lainiciativa ministerial y no están sub-ordinados al peligroso criterio de laantigüedad, lo que otorga a esta ins-titución una organización distinta ymás eficaz que la judicial.

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sin embargo, ni emplea ni reclama, según Beceña, como con-secuencia natural del superficial acercamiento que hasta estafase han tenido a las interioridades y el detalle de los elemen-tos implícitos en la contienda.

De entre esta serie de rémoras arrastradas por la estruc-tura judicial española, por constituir una particularidad sinequivalencia en otros ordenamientos foráneos, nuestro autorse para en la figura del tribunal unipersonal en la primera ins-tancia, que, carente de los correctivos que operan en el sistemainglés, aparece lastrada por otros agravantes adicionales,como la inadecuación del procedimiento de selección, la cortaedad de los jueces que rigen estos juzgados, lo breve de su per-manencia en el destino y la naturaleza excesivamente forma-lista del proceso. Lo que, en definitiva, significa que el escalónmás complejo y de mayor actividad es encomendado a losmenos preparados para hacerse cargo del mismo. Únanse aesto la incongruencia numérica de la composición de los tri-bunales de apelación y el pequeño tamaño de unas demarca-ciones territoriales mantenidas inalterables pese a las mejorasproducidas en el transporte y a las ventajas inherentes al es-tablecimiento de los juzgados en las capitales de provinciafrente al aislamiento, el tedio, la rutina y el vacío cultural pro-vocados por su ubicación en la cabeza del partido judicial. Porotra parte, respecto al ecléctico criterio aplicado para los as-censos, basado en un reparto entre las adjudicaciones dicta-das por la antigüedad y las reservadas a la libre designaciónministerial, con acceso, incluso, por la vía del cuarto turno, apersonas ajenas a la carrera judicial, y con un incremento deesta discrecionalidad en los puestos de rango superior, cree,sin embargo, que, si bien puede resultar acertado en el terrenoadministrativo, de donde ha sido trasplantado por imitacióndel modelo francés, no se corresponde con las necesidades delpoder judicial, ya que en éste la esfera de competencia y lacomplejidad no crecen, sino más bien al contrario, disminu-yen a medida que se asciende en su escala jerárquica, por loque el único factor a considerar debería ser el mérito. Cierto esque han existido varios intentos fallidos de cambiar esta si-tuación101, pero, al final, durante largo tiempo ha prevalecidoesta amplia concesión al ejecutivo, de la que a menudo no seha hecho el mejor uso, al elegirse a personas más respaldadaspor sus influencias o por el apoyo de algún partido políticoque por su verdadera valía como juristas. Y de igual manera,el principio de inamovilidad, que la ley orgánica de 1870 habíarodeado de salvaguardas, ha sufrido diversos ataques y limi-taciones, que han acabado por adulterar su función originalcomo garantía de independencia para los justiciables, trans-

101 El más serio, mediante decreto deNicolás Salmerón de 8 de mayo de1873, que confió al Tribunal Su-premo las propuestas unipersonalespara cubrir la provisión por ingresoo ascenso de las vacantes de magis-trados, jueces y fiscales, mientras queal ejecutivo únicamente se le dejabala decisión sobre los traslados. Noobstante, otro decreto de 14 de enerode 1874 restableció los mecanismosfijados en la ley orgánica de 1870.

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formándolo en un simple medio de control sobre el juez y suactuación102.

Concluyendo, todos los problemas sociales de los que de-pende el buen funcionamiento del poder judicial continúan sinresolverse y casi sin plantearse. Es verdad que viejas aspiracio-nes como las relativas a un aumento de la retribución o a la con-quista de independencia frente al ejecutivo, así como unaincipiente preocupación por la formación cultural del personalal servicio de la justicia, comienzan a ver multiplicada su nó-mina de partidarios. Al igual que arrecian las críticas a la Ley deEnjuiciamiento Civil, aunque muchas veces con argumentosdesenfocados, que tienden a imputarla defectos que, en reali-dad, lo son de sus interpretes, con olvido de otras lacras cons-titutivas de mucho mayor calado y con traducción en reformasparciales y puramente prácticas, abocadas al fracaso debido aque no se poseen los medios precisos para llevarlas a buenpuerto. Como tampoco tiene sentido la ilusoria pretensión deuna completa autonomía respecto a los poderes del Estado, queninguna soberanía estaría dispuesta a admitir. La mejora ur-gente que la magistratura española está demandando –afirma-, solo puede ser emprendida por un organismo de inspeccióncon autoridad y competencia suficientes para crear el ambientede trabajo y de cooperación indispensables. Pues cuando existe,como ocurre aquí, una tradición tan arraigada de sometimientoy desinterés por la función, no se dan las condiciones parapoder confiar en las posibilidades del autogobierno.

La repercusión alcanzada por este importante libro, sinduda alimentada por el malestar generado en los ambientes ju-diciales por la descarnada crítica vertida en él contra las vi-gentes formas de organización de este poder, explica que fueseobjeto de diversas recensiones, entre las que merece ser desta-cada la publicada por la otra gran figura de la doctrina proce-sal del momento, José Xirau, en la Revista de Derecho Privado103.Aunque señala que no se trata de una obra de exposición sis-temática, sino de una reunión de textos referidos a cuatro or-denaciones jurídicas, históricas y actuales, diferentes, Xirausubraya que entre ellos se hace plenamente visible la existen-cia de un eje conductor y unificador, determinado por sucomún articulación en torno a los problemas prácticos de la ad-ministración de justicia, con particular atención al espinosoasunto de la selección del personal judicial, respecto al quecoincide con Beceña en que constituye una cuestión primor-dial, demandante de urgentes medidas correctoras, si bien, poresa misma trascendencia, no deben ser decididas con irrefle-xiva precipitación. Viene después un breve repaso a la princi-pales ideas contenidas en cada uno de los capítulos, lamen-

102 F. Beceña, Magistratura y Justicia,Notas (n. 84), pp. 395-413.103 J. R. Xirau, “Magistratura y justi-cia”, en Revista de Derecho Privado,num. 189 (junio 1929), 223-224. Gra-cias a las pistas proporcionadas porJ. Montero Aroca, Aproximación a labiografía (n. 5), p. 622, he sabido de laexistencia de un breve comentariode E. Lindsey en Journal of the Ameri-can Institute of Criminal Law and Cri-minology, 21 (1929), 152, que, másque nada, tiene el valor de propor-cionarnos una prueba acerca de lainsólita resonancia exterior conse-guida por esta obra.

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tando, eso sí, la ausencia de epígrafes que facilitasen el segui-miento del hilo discursivo, para concluir con una positiva, perotampoco entusiasta, valoración sobre la calidad del trabajo, delque dice que está hecho con probidad y que viene a nutrir la es-casa literatura procesal moderna en un aspecto que resulta deinterés general, no solo para el jurista, sino para cualquier per-sona preocupada por el buen funcionamiento de la justicia.

Mucho más combativa en defensa de la magistratura fuela réplica publicada en la revista Religión y cultura por LuisLópez Ortiz, quien, a pesar de iniciar su comentario ponde-rando las grandes virtudes apreciables en el libro de Beceña104,y aceptando la buena intención de sus críticas105, asumía la re-presentación corporativa de quienes creía injustamente acusa-dos de una responsabilidad directa en los males que aquejabana la administración de justicia en España. En concreto, rebatíasu supuesta sumisión por inacción a unas normas jurídicas quepodrían haber sido mejor aplicadas, lamentando que precisa-mente éstas hubiesen quedado fuera de su estudio, ya que,según él, en ellas se encontraba la clave de la justificación de laactitud de los jueces. Por otra parte, alegaba que si era ciertoque nuestra judicatura no había sabido resolver el conflictoentre el formalismo y la justicia, no convenía olvidar que esteproblema no era exclusivo de este país, ni de este patrón orga-nizativo, ni de ese tiempo. No obstante, el núcleo de su argu-mentación se centraba en las limitaciones impuestas por lavigencia en nuestro sistema procesal106 del principio de la cargade la prueba, que íntimamente ligado al principio dispositivorector del proceso moderno, vincula a la incumbencia de laspartes la adquisición de los elementos materiales que fabricanla convicción de quien dicta sentencia107. Pero, además, afir-

104 L. López Ortiz, “Algunos comentarios a ‘Magistraturay Justicia’ del profesor Beceña”, en Religión y Cultura,tomo VII (julio-agosto-septiembre 1929), 29-52, p. 28: “Elestudio del culto profesor es serio, lleno de valores di-dácticos, de orientaciones, a través de su objetivismoflota un entusiasmo por la justicia que los que de ellohemos hecho un ideal, hemos de compartirlo y poner alseñor Beceña entre los compañeros espirituales”.105 L. López Ortiz, Algunos comentarios (n. 104), pp. 28-29:“Todavía encontramos en la obra otra simpatía; al no serun estudio circunscrito a nuestra patria, sino un plantea-miento comparativo, cuando la comparación surge y haceresaltar vicios o virtudes opuestos, el contraste es tan res-petuoso, tan comedido…que aun en la contraposición enque se nos presenta como inferiores se ve al hombre deciencia que destaca una deficiencia para que se corrija, yno al satisfecho acusador de vicios ajenos que, encantadoen su papel, parece como gozarse en la debilidad hallada,

que le proporcionó un motivo de lucimiento personal”.Por esta misma razón, anuncia un talante no beligeranteen su protesta “que si bien tiene en sí la disculpa de unamor propio susceptible –nacido del bendito espíritu declase-, quisieran aparecer tan desnudas de todo ataque,de todo intento de polémica que en nada descendiesendel tono empleado por Beceña y fuesen tan objetivas, tanrespetuosas como la obra misma…”.106 Sistema cuyas raíces en el procedimiento romano-ca-nónico afirma con apoyo en autores tan “actuales” comoSalvioli, Ortiz de Zúñiga y Gómez de la Serna y con refe-rencias a las Partidas y a otras leyes históricas (pp. 34-35). 107 La fuerza de este principio –sostiene- conduce inexo-rablemente al hecho de que solo a la parte a la que com-pete una obligación que condiciona su éxito puedeatribuírsele la iniciativa de aportar las pruebas, de-biendo el juez atenerse al principio de que secundum ale-gata et probata partium iudicare debet, y a su secuela: quod

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maba, y en demostrarlo desplegaba el grueso de su discurso, elpropio tenor de las leyes procesales había cegado a los juecescualquier otra salida distinta de la abstención en materia pro-batoria108. En consecuencia, concluía, los infundados ataquessufridos por el colectivo forense deberían ser dirigidos contrael rancio sistema procesal, mantenido por una legislación in-dolente y ajena a la realidad, que éste se veía compelido a apli-car a diario, como obligación profesional y como normaideológica. Por lo tanto, la razón de que el juez español no seapropiase de la facultad de conducir la prueba no debía bus-carse en su ignorancia o en su falta de competencia, pues era ladebilidad intrínseca del marco legal la que convertía la pruebaen formularia y convencional, comprometiendo incluso la reglade la libre apreciación. Un grave problema, añadía, que no sesolucionaba con medidas o reformas parciales, sino que re-quería una profunda renovación de nuestro ordenamiento pro-cesal, que, mediante la asimilación de principios como lainmediatez, la concentración, la oralidad o –chocando abierta-mente, aquí, con la postura de Beceña– la supresión de la ape-lación, le colocase a la altura de otros modelos foráneos comoel alemán, el austriaco, el británico o el francés109.

Hay que señalar, además, que la dolorosa herida abiertaen el seno del estamento judicial a raíz de las críticas vertidaspor Beceña respecto a su bajo nivel de formación y su deficientecumplimiento de sus funciones110, alentará, pocos años des-

non est in actis non est in mundo. L. López Ortiz, Algunoscomentarios (n. 104), pp. 35-36.108 Resumiendo su argumentación, la Ley de Enjuicia-miento Civil impone en ocasiones un forzoso recibi-miento a prueba (artículo 550.1) y denota unainequívoca tendencia hacia la admisibilidad (art. 551).Tras este momento previo, dentro de la elección de losmedios de prueba al juez no le cabe facultad alguna(art. 565), y solo cuando las partes presentan sus peti-ciones se le otorgan algunos poderes meramente nega-tivos (arts. 564, 567, 568…). Por lo que se refiere a la fasede ejecución, la ley requiere una prueba puramente me-cánica y rituaria (arts. 563, 575, 577, 579…), concedién-dosele al juez únicamente ciertas atribuciones decarácter aclaratorio o complementario (arts. 582 y 586).Y por lo que atañe a las facultades de mejor proveer(art. 340), para empezar el momento en el que se con-templa su posible utilización cree que es de una má-xima inoportunidad, ya que ésta se admite cuando elpleito se entiende ya concluso para los principales in-teresados y el juez se prepara para emitir su fallo. Pero,además, el examen de los supuestos en los que tiene ca-bida le resta mucha de su virtualidad. Así, si su fun-ción es la permitir al juez traer a autos una verdad

ausente en los mismos, podemos pensar que esta ver-dad puede surgir de hechos no alegados por las partes,en cuyo caso es exigible una abstención absoluta; tam-bién pueden no haber sido alegados por las partes, perodeducirse de los autos, a lo que opone que nadie comolos implicados puede valorar cuáles son las mejoresarmas para su defensa; finalmente, esta labor repara-dora puede versar sobre hechos que ya fueron aduci-dos por las partes, aunque no han sido probados,asumiendo el juez la misión de completar la labor dellitigante, dotándoles de la eficacia que éste no supoproporcionarles; sin embargo, aun en estos casos debetener muy en cuenta lo peligrosa de su tarea, ya que alejercerla no solo rompe el principio de igualdad entrelas partes, sino que vulnera el principio básico de lacarga de la prueba. Por todo esto, concluye, conse-cuentes con la legislación, los tribunales españoleshacen un uso muy reducido del artículo 340. L. LópezOrtiz, Algunos comentarios (n. 104), pp. 37-45. 109 L. López Ortiz, Algunos comentarios (n. 104), pp. 47-51.110 Entre quienes, con mayor o menor acritud, expresansu disgusto ante sus valoraciones, el juez de primerainstancia J. Paniagua, “Reorganización de nuestra ad-ministración de justicia”, en Revista General de Legisla-

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pués, entre sus miembros un general cierre de filas en defensade la dignidad corporativa frente a los ataques recibidos desdelos círculos académicos111; y en particular, en respuesta al pro-cedente de un joven representante de la nueva y renovadorageneración de procesalistas que estaba empezando a acceder alas cátedras, Niceto Alcalá-Zamora, quien encenderá la llamade tan agrio debate mediante un incisivo articulo, publicado afinales de 1933112, que estará, precisamente, aderezado con ar-gumentos fuertemente sustentados en los duros juicios y lasenérgicas demandas de reformas realizados por Beceña en sucontrovertida Magistratura y justicia.

Ocupado en otros menesteres académicos, principal-mente en su traslado a la Universidad Central, y en sus incur-siones en la agitada vida política nacional, la produccióninvestigadora de Beceña sufrirá un serio quebranto fruto deesta dispersión, como lo demuestra el dato de que desde la pu-blicación de Magistratura y justicia transcurrirá todo un lustrohasta la aparición, en 1933, de su siguiente trabajo, Sobre la ins-tancia única o doble113. Artículo que escribirá a propósito de lapropagación en los círculos profesionales de una opinión fa-vorable a la supresión de la segunda instancia en aras de la bre-vedad, la simplificación y la economía de un proceso civil quequedaría, pues, reducido a un primer grado, repartido entre eljuez instructor y el tribunal encargado de dictar sentencia, y lacasación. De hecho, esta fórmula había sido ya ensayada encuestiones de divorcio y de nulidad de matrimonio, quizás, lasmenos indicadas para probarlo por la inmediatez que requie-ren en la relación entre las partes y el juez. No obstante, Beceñase pregunta si las citadas ventajas, puramente externas, deri-vadas de esta eliminación no comportan un recorte de las im-prescindibles garantías procesales ofrecidas a los ciudadanos ysi aquéllas no podrían obtenerse también mediante otra clasede reformas puntuales, menos perturbadoras para el conjuntodel sistema. Máxime, cuando el recurso de apelación consti-tuye una constante en la generalidad de los ordenamientosprocesales, aun habitando dentro de coordenadas históricas ysociales diametralmente diversas. Así, aparecido en el bajo Im-perio con el fin de servir como un arma para la concentraciónde poderes en manos del soberano, será luego utilizado con elmismo propósito por las monarquías medievales, incluido elPapado, y por idéntico motivo modificado por los constitu-yentes franceses de 1790, que perseguían poner coto a la om-nipotencia alcanzada por los Parlamentos. Es verdad que en lamoderna organización política, donde la universalidad de lajudicatura comparte tal vinculación al poder estatal, este valorinstrumental ha perdido su sentido, cediendo su anterior papel

ción y Jurisprudencia, 159 (1931), 461-468, pp. 463-464.111 Una confrontación que ha sido es-tudiada por P. Marzal Rodríguez,“Una polémica profesional: catedrá-ticos y magistrados durante la II Re-pública”, en A. Mora (ed.), Laenseñanza del Derecho en el siglo XX.Homenaje a Mariano Peset, Madrid,Universidad Carlos III; Dykinson,2004, 375-399 (= en Magistratura yRepública. El Tribunal Supremo (1931-1939), Valencia, EPD, 2005).112 N. Alcalá-Zamora Castillo, “No-tas para la reforma de la ley de en-juiciamiento civil”, en Revista Gene-ral de Legislación y Jurispru- dencia, 82(1933), 675-677. La amplia relaciónde réplicas y contrarréplicas que si-guieron a este escrito puede se-guirse en P. Marzal, Una polémicaprofesional (n. 111), p. 378, n. 11 (=Magistratura y República [n. 111], p.107, n. 295).113 F. Beceña González, “Sobre la ins-tancia única o doble en materiacivil”, en Revista de Derecho Privado,núm. 234 (marzo 1933), 65-75.

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central al recurso de casación, que es el destinado a preservarlos principios de legalidad y de igualdad ante la ley. Sin em-bargo, ello no significa que la apelación haya sido vaciada decometidos, ya que continúa satisfaciendo la misión primordialde proporcionar la oportunidad de tornarlo a su favor a quiense siente perjudicado por un fallo, al tiempo que contribuye alperfeccionamiento de la ejecución de una función pública detan enorme relevancia como la de impartir justicia.

La necesidad de su subsistencia puede resumirse, a tenorde su argumentación, en los siguientes términos: para mante-ner su fuerza y su vigencia el derecho cuenta con los podero-sos soportes de la codificación, de la sabiduría jurídica de losintegrantes de la jerarquía judicial, de los mecanismos estable-cidos para su selección y del recurso extraordinario de casa-ción; en lógica correspondencia, también el hecho jurídicoconcreto debería dotarse de la seguridad de que es posible co-rregir los errores en los que, en perjuicio de su existencia y desu eficacia, haya podido incurrir el juzgador. No obstante,mientras que tradicionalmente el problema ha sido asociadocon los factores externos al proceso que obstaculizan el ejerci-cio de la tarea judicial, pensando que la pluralidad de gradospuede ayudar a neutralizarlos, Beceña sostiene que es en suanálisis interno de índole procesal donde se gana en precisión,en profundidad y en probabilidades de hallar una soluciónmás fiable y menos ligada a condicionantes circunstanciales.El momento clave lo sitúa en la verificación de la declaraciónde los hechos constitutivos y de las causas de las opuestas pre-tensiones de las partes, ya que si se no logra ajustarlos exacta-mente a la realidad, se genera una desatinada desviación en laaplicación de la norma que, al margen de que su realizaciónhaya podido ser impecable, desvirtuará todas las operacionessubsiguientes. Comprobación que no debe confundirse conotras categorías afines, como la interpretación de los negociosjurídicos o las llamadas reglas de experiencia, y que com-prende una doble tarea: determinar la existencia de los hechosy definir su significación jurídica. Pero si su resultado se cierraa la posibilidad de un recurso de carácter general, se está en-tregando a un único tribunal la capacidad de decidir de formaperpetua e irrevocable sobre una fase esencial del proceso, sinque una eventual casación ulterior pueda apartarse de los pre-supuestos sentados por su veredicto, ni exista tampoco espaciopara la subsanación de errores a través de un recurso de casa-ción que solamente cabe fundar en la concurrencia de fuerzamayor, dolo o fraude. Luego, para evitar esta petrificación delos fundamentos fácticos del proceso, es preciso instaurar unrecurso de reforma ante el propio juez que emitió la sentencia

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o bien ante un tribunal superior, en el caso de que los efectosperversos acarreados por ésta fuesen imputables a su negli-gencia o parcialidad, o a la ambigüedad de las leyes. Ahorabien, este discurso a favor de la pervivencia de la apelación noes incompatible con su alineamiento en pro de la introducciónde algunos cambios legislativos, dirigidos a reparar varios as-pectos objetables de su presente regulación. Entre los que plan-tea como dignos de discusión si el tribunal de apelación debeestar integrado por un mayor número de miembros que el deprimera instancia y de superior grado a los de éste, si debepoder emprender desde su inicio una nueva instrucción delpleito o, salvo en casos excepcionales, limitarse a utilizar laspruebas y alegaciones ya presentadas, y, finalmente, si deberestringirse su aplicación a los litigios que excedan de ciertacuantía. Y aunque el mero enunciado de estos interrogantes yaevidencia cual es su postura, solo respecto al primero la mani-fiesta expresamente, al afirmar que no se trata de que el asuntolo examinen jueces más experimentados y competentes, sinode que se vea dos veces y por distintas personas, buscando re-forzar las opciones de acierto, al confiar la segunda a un ór-gano más amplio y cualificado. Al igual que, frente a quienesidentifican como rasgo suyo la contingencia, alega que, en todocaso, ésta vendría ligada a la provisión por cauce legal de ab-solutas garantías respecto al procedimiento a seguir en esa ins-tancia de entrada. En definitiva, son muchas las razonesaducidas por él y por los autores a cuya autoridad acude en suapoyo114, para remarcar la indispensabilidad de este remedioprocesal: sobre todo, permite enmendar los yerros o agravioscometidos por el juez inferior por ignorancia, torpeza o mali-cia y los propios defectos y omisiones achacables a las partes,además de, en algún modo, prefigurar, señalándoles los pun-tos esenciales de la controversia, la rectitud del pronuncia-miento de los segundos jueces.

También en este año se fecha una breve pero jugosa re-seña a la celebre obra de Rudolf von Ihering Jurisprudencia enbroma y en serio115. Una recensión en la que el texto comentado,del que, además de su fino sentido humorístico, destaca la agu-deza y profundidad de su reflexión acerca de la interpretaciónde la norma, las relaciones y el valor de la formación teórica ypráctica del jurista y los fines del Derecho, le sirve de pretextopara denunciar los males de la extraviada doctrina española.Ahora bien, en contraste con los enormes abusos en el empleodel método de la construcción jurídica sustentada en la de-ducción lógica de reglas específicas aplicables a institucionesconcretas a partir de los principios generales inspiradores delas leyes, que, por provocar, muchas veces, una escisión radi-

114 Por ejemplo, J. Acedo Rico,Conde de la Cañada, Institucionesprácticas de los juicios civiles, 3ª ed.,Madrid, 1845 (1ª Madrid, BenitoCano, 1794), t. I, p. 120, aunque tam-bién otros como Meyer, Mortara oPisanelli.115 R. von Ihering, Jurisprudencia enbroma y en serio, traducción deRomán Riaza, Madrid, Revista deDerecho Privado, 1933, en Revista deDerecho Público, t. II (enero-diciem-bre, 1933), 159-160.

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cal entre la norma y la realidad, son demoledoramente carica-turizados por el insigne autor alemán, lo que, a juicio de Be-ceña escasea lastimosamente en la literatura procesal nacionales, precisamente, el uso de conceptos. Pobreza teórica que setraduce en la aceptación acrítica y rutinaria de frágiles catego-rías, ancladas en una mera interpretación gramatical, teñidasde consideraciones de equidad y desprovistas de la base cien-tífica exigible para amparar la formulación de reglas o leyes deincontestable validez. Por ello, afirma, no serían menores lasperplejidades, incoherencias y excentricidades que sometidosa un ejercicio análogo de ironía destaparían los peculiares me-canismos de elaboración de nuestra teoría procesal. Por lodemás, de entre el rico abanico de ideas y soluciones aportadaspor Ihering, manifiesta una especial adhesión a su propuestade realización periódica de exámenes generales, con el fin deque las diferentes clases de profesionales del derecho (aboga-dos, jueces, profesores…) rindiesen cuentas acerca del estadoy los progresos de sus conocimientos jurídicos.

Ratificando su reconocimiento como una figura emi-nente dentro de la doctrina procesal española de la época, laúltima contribución de nuestro personaje a la misma se ins-cribe dentro de la ambiciosa obra dirigida por H. Levy-Ull-mann y B. Mirkine-Guetzévitch, La vie juridique des peuples,cuyo volumen V fue dedicado a España116 y contó con la cola-boración de significados especialistas en cada una de las ma-terias abordadas117. Curiosamente, el análisis de los aspectosprocesales se parceló de forma bastante arbitraria, al integrarseel examen del proceso penal en el capítulo destinado al dere-cho penal118, con lo que Beceña solamente se ocupó del procesocivil, que aparece etiquetado como entre particuliers119. El tra-bajo, relativamente extenso, constituye una amplia panorámicadel ordenamiento legal vigente en este campo y una detenidadescripción de sus principales características, que, aunque devocación fundamentalmente divulgativa, está salpicada de al-gunos, a veces poco complacientes, comentarios y valoracio-nes personales. Así, se inicia con una mención de las fuenteslegislativas básicas donde se contiene esta regulación, haciendohincapié después en la naturaleza de las relaciones existentesentre el poder judicial y el ejecutivo y con el legislativo, asícomo en las garantías generales que rodean el ejercicio de estafunción. A continuación, se explica la organización de la ad-ministración de justicia con atención específica a cada uno desus elementos: Tribunal Supremo, Audiencias territoriales, jue-ces de primera instancia, jueces municipales, tribunales indus-triales, ministerio público, secretarios de juzgado, abogados yprocuradores. Sigue una mención a la competencia, entendida

116 H. Lévy-Ullmann; B. Mirkine-Guetzévitch (dirs.), La vie juridiquedes peuples. Bibliothèque de droitcontemporain, París, Librairie Dela-grave, 1934. 117 En concreto, se compone, ademásdel de Beceña, de los siguientes es-tudios: Rafael Altamira, “La Consti-tution et le régime politique(Elèments de droit constitutionnel)“, 1-47; José Gascón y Marín, “L’Ad-ministration et les Finances (Elè-ments de droit administratif et de lalégislation française)”, 48-73, y “Lesrecours contre la puissance publi-que (Elèments de contentieux admi-nistratif)”, 74-83; Luis Jiménez deAsúa; Manuel López-Rey Arrojo,“Les infractions pénales; leur ré-pressión; leur réparation (Elèmentsde droit pénal et de procédure pé-nale)”, 84-150; Demófilo de Buen,“La famille, la propriété, le travail(Elèments de droit civil), 151-203; Jo-aquín Garrigues y Díaz Cañabate,“Les relations d’affaires (Elèmentsde droit commercial), 204-287; JoséMaría Trías de Bes, “La vie interna-tionale de l’Espagne” 327-369. 118 Según J. Montero Aroca, Aproxi-mación a la biografía (n. 5), p. 630, estaagregación del procedimiento cri-minal al derecho penal constituyeun reflejo del atraso que, en el pa-sado y en el presente, ha caracteri-zado a la doctrina procesal francesa.Además, considera que Jiménez deAsúa y López-Rey no eran las per-sonas más adecuadas para hacersecargo de esta exposición, comoluego lo demuestra el tratamientodado a la misma. 119 Francisco Beceña, “Le procèsentre particuliers (Élèments de pro-cédure civile)”, 289-326. También J.Montero Aroca, Aproximación a labiografía (n. 5), p. 630, n. 67, señalaque el trabajo, que aparece en fran-cés, fue inicialmente escrito en cas-tellano, resultando evidentes lasdificultades que la tarea entrañópara el traductor, del que descono-cemos su identidad.

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como el conjunto de poderes atribuidos por la ley a la juris-dicción ordinaria, en oposición a los correspondientes al ám-bito de las especiales, tomándose la materia afectada, es decir,la cuantía, el grado y el territorio, como criterio básico para sudistribución entre las distintas esferas y órganos jurisdicciona-les. Un buen número de páginas se dedican luego al procedi-miento, analizándose sus fases, la demanda y la contestación ala demanda, las excepciones dilatorias, los medios y la prác-tica de la prueba, los principales procedimientos especiales (ali-mentos, retracto, interdictos), y los de ejecución, el concurso yla quiebra, el procedimiento sucesorio, el recurso de apelacióny los extraordinarios de casación y de revisión, cerrándose laexposición con sendas referencias a las costas judiciales y a lajurisdicción voluntaria. Un repaso, en fin, bastante exhaustivo,trazado con exquisita agudeza y capacidad de síntesis, que nohace sino evidenciar la madurez y profundidad de su conoci-miento respecto a esta compleja rama del derecho.

4. Vocación docente y manuales para la enseñanza

Mucho más difícil de calibrar que su producción investigadora,pero no menos loable y trascendente, si nos fiamos de las noti-cias transmitidas por sus contemporáneos, fue la actividad des-arrollada por Beceña como profesor universitario. Eltestimonio más directo que tenemos al respecto reside en lasemblanza dibujada por su colega y discípulo Ángel Enciso conocasión de la ceremonia de apertura del curso de 1940 en laUniversidad Central, después de tres años de interrupción delas enseñanzas jurídicas. Discurso que constituye un encendidoelogio al peso científico de la obra de Beceña, incluso, tal vez,algo excesivo en cuanto a la valoración de su significado den-tro de la evolución de la doctrina procesal hispana del últimosiglo120; pero también de su labor docente, de la que, segura-mente dejándose llevar otra vez por su admiración, anunciauna huella largamente perdurable en generaciones de juristasespañoles, subrayando que pocos años de desempeño de la cá-tedra le habían bastado para airear el fosilizado y apático am-biente imperante, sembrando en el ánimo de sus alumnos ricasy desconocidas inquietudes sobre los problemas capitales dela ciencia procesal121. Resulta muy complicado saber hasta quépunto estos juicios respondían exactamente a la realidad, perolo que si se puede afirmar es que su figura disfrutó de un granreconocimiento entre los titulares de las cátedras en la etapainicial de la postguerra122, para después ir cayendo paulatina-mente en el olvido.

120 Como ya se apunto en la n. 2, solocomo fruto de la devoción propiadel discípulo podemos aceptar sen-tencia tan categórica como esta: “Enel campo de la producción científica,desde que sobre el texto de la Leyprocesal de 1855 don José de Vicentey Caravantes escribió su Tratadohasta la época de Beceña puede de-cirse, en rigor, que nada se ha escritoque merezca ser tenido en cuenta”,ya que supone ignorar la estimableaportación de personajes como M.Fábrega o, sobre todo, J. Xirau. A.Enciso, Francisco Beceña (n. 2), p. 45. 121 A. Enciso, Francisco Beceña (n. 2),p. 46122 J. Montero Aroca, Aproximación ala biografía (n. 5), p. 606.

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Que la renovación de los anticuados métodos docentestradicionales ocupó un destacado lugar entre sus preocupacio-nes, al menos en sus primeros años de desempeño universita-rio, es, sin embargo, fácil deducirlo a partir del contenido desus innovadores Casos de derecho procesal civil para uso de los es-tudiantes (1925)123. Se desprende, sobre todo, de la densa intro-ducción que precede al amplio repertorio de ejemplos prácticospuestos a disposición de los alumnos, en la que se extiende enla defensa de las virtudes y ventajas de este método de trabajo,habitual en las universidades anglosajonas y alemanas, de inci-piente presencia en las francesas, y que también, por entonces,comenzaba a encontrar aislados seguidores en las españolas124.A tal fin, comienza recordando la extraordinaria importanciaque el caso judicial tiene en la enseñanza británica, no solo comotécnica didáctica, sino como reflejo evidente del papel que se leconcede en la propia formación de las reglas jurídicas y de lapoderosa vigencia del principio de judge made law en el origende este derecho, especialmente en materia de contratos y de res-ponsabilidad por daños (tort law). No obstante, tan notable re-levancia es incluso superada en Estados Unidos después de lainvención, hacia 1870, por el profesor Landgell, de Harvard, delmás tarde denominado case system, con el propósito de comba-tir la excesiva dependencia imperante hacia el libro de texto ysu irreflexiva e infecunda memorización125. Lo interesante deesta fórmula estriba, a su entender, en que no se aplica al estu-dio del texto legislativo, ni a la indagación sobre el devenir his-tórico de las normas e instituciones jurídicas, sino simplementeal examen de la discusión suscitada por determinados casos es-pecialmente ilustrativos o significativos y de la solución ofre-cida para los mismos por parte de los distintos tribunales,persiguiendo, pues, no tanto acercar al alumno al conocimientode la ley como impregnarle del singular espíritu que le perfi-lará como jurista126. Ahora bien, la eficacia de este sistema se ex-plica por las características específicas del derecho norte-americano: primacía del common law, ausencia de tradición cien-tífica, existencia de una mentalidad acusadamente realista ypráctica, organización y funcionamiento de las Law Schools, di-námica de las clases y trabajo en la biblioteca son factores quecontribuyen a su éxito127. Por el contrario, en los países de de-recho escrito y codificado, en los que la actividad judicial nocumple tal función creadora de las normas jurídicas, esta mo-dalidad docente no puede tener igual virtualidad, acudiéndosea ella solo de modo esporádico y con fines exclusivamente pe-dagógicos, para completar a las técnicas más comunes: cursos,clases y seminarios, que van destinadas a construir una exposi-ción de conjunto del ordenamiento jurídico nacional, abarcando

123 Francisco Beceña, Casos de derechoprocesal civil para uso de los estudian-tes, Madrid, Librería General de Vic-toriano Suárez, 1925.124 Aunque solo excepcionalmenteestas iniciativas habían tenido re-flejo en forma de publicación paramanejo de los futuros juristas. Porejemplo, L. Jiménez de Asúa; T.Cardo Crespo; J. A. RodríguezMuñoz, Casos de derecho penal parauso de los estudiantes, Madrid, Victo-riano Suárez, 1923.125 No falta una somera descripcióndel funcionamiento de este método,para la que se citan como fuentes aA. Nerincx, L’organisation judiciaireaux États Unis, París, Girad et Brière,1909, y N. P. Lepaulle, “Le système ducase et la méthode socratique dans lesécoles de droit americaines”, en RevueInternationale de l’ensegnement, 1920. 126 Espíritu del que se le imbuye me-diante el procedimiento de la in-ducción a la imitación de la mismasecuencia de razonamiento utili-zada por los jueces, basada en elanálisis de los hechos y circunstan-cias del caso y la extracción de losprincipios jurídicos adecuados parasolucionarlo. F. Beceña, Casos de de-recho procesal civil (n. 123), pp. 9-10. 127 F. Beceña, Casos de derecho procesalcivil (n. 123), pp. 11-14. Como refe-rencias sobre las que sustentar estadescripción cita: Espèces choisies em-pruntées à la jurisprudence, publiéespar un groupe de profeseurs des Facul-tés de Droit, con prefacios de H. Ca-pitain y E. Lambert, París, Dalloz,1926 y G. Madier, L’association du ba-rreau americain, París, Girad, 1922,cap. III “L’enseignement du droit”.

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tanto su plasmación positiva como sus instituciones, su evolu-ción histórica y las principales opiniones doctrinales vertidassobre ellas. Este carácter accesorio no merma, sin embargo, lautilidad del recurso al caso como forma de alcanzar una mejorcomprensión de los conceptos y principios normativos apre-hendidos de manera teórica y general, permitiendo su someti-miento a un análisis más profundo, así como el contraste delprecepto legal con el contexto socio-jurídico que lo alienta. Estees el cometido que este método recibe en Alemania, donde sonconsiderados materia obligatoria de trabajo128. Lo mismo quesucede en Francia129, en atención a la creciente autoridad ad-quirida, precisamente aquí, en el país del pleno arraigo del im-perio de la ley y de la absoluta fidelidad a su enunciado, porlos precedentes judiciales, a medida que se aleja en el tiempo laredacción de los Códigos. Y también en Italia ha llegado a im-ponerse la realización de ejercicios prácticos, cundiendo la opi-nión de que la vía idónea para ello es la de fomentar el dialogoentre el profesor y los alumnos, canalizándola a través del aná-lisis de casos o la presentación de trabajos monográficos, en de-trimento de la tendencia tradicional a la lección magistral.

La materialización de las provechosas posibilidades quefabrica el acercamiento a la vida jurídica a través del estudio delos casos depende de que éste reciba un planteamiento ade-cuado. No se trata de que el alumno descubra, o adivine, la so-lución ofrecida al conflicto por el órgano jurisdiccionalcompetente, sino de que, siguiendo un razonamiento cohe-rente, encuentre una respuesta lógica y jurídicamente válida alas cuestiones suscitadas por la convergencia de los hechos re-levantes del supuesto examinado, su calificación jurídica y lasdisposiciones legales aplicables al asunto. Por tanto, la inter-vención del profesor debe limitarse a la reconducción del iterdeductivo del estudiante cuando éste se desvía del caminoapto para acercarle a una conclusión correcta o termina abo-cado a una vía sin salida, y siempre dentro de una relaciónmutua de absoluta libertad de interlocución y de debate. Perola progresiva tendencia a incorporar esta técnica a las ense-ñanzas130 no puede hacer olvidar, advierte, que su empleo debeentenderse como suplementario del tratamiento, en las expli-caciones orales, de aquellos aspectos esenciales: el fundamentohistórico, la necesidad social y el valor actual de la norma legaly de las instituciones jurídicas, que en estos países es preciso in-cluir en la formación de cualquier jurista, al objeto de hacer deél un verdadero experto en derecho, atento a su realidad ycapaz de encararla con el máximo respeto a los principios de le-galidad, de justicia y de equidad y con un fuerte sentido crí-tico. Sentada esta salvedad, la pertinencia de la elaboración,

128 Su aparición viene ligada a la pu-blicación por R. von Ihering de suZivilrechtsfälle ohne Entscheidungen,Berlín 1847. Aunque también citavarios libros de colecciones de casosalemanes, nos interesa más su men-ción a dos obras de N. J. Castillejo,Pedagogía universitaria. Ejercicios,Madrid, Boletín de la InstituciónLibre de Enseñanza, 1906, y Notassobre la enseñanza del Derecho en laUniversidad de Berlín, Madrid, Bole-tín de la Institución Libre de Ense-ñanza, 1908.129 Precisamente, hacía pocos añosque había sido publicado el primermanual de este tipo: Espèces choisiesempruntées à la jurisprudence (n.127).Comprensiblemente, a la didácticadel caso no aludía J. Gascón yMarín, La enseñanza del Derecho y laautonomía universitaria en Francia,Zaragoza, E. Casañal, 1909.129 Entre sus partidarios confesos,Leopoldo Alas Argüelles, Los cursossistemáticos deben ser completados conejercicios prácticos. La reorganizaciónde nuestra enseñanza superior. Dis-curso de inauguración del cursoacadémico de 1922-1923, Oviedo,1923.

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con fines docentes, de una serie de casos viene avalada por eldoble interés que tiene para el alumno, ya que le permitirá daruso a los conocimientos adquiridos y ejercitar su capacidad dediscernimiento en la selección, la tipificación y el análisis delos elementos jurídicos relevantes y, por otra parte, le pondráen situación de familiarizarse con las líneas de actuación de lostribunales nacionales y de pulsar el funcionamiento de la ad-ministración de justicia.

Esta técnica docente es, a su parecer, la única viable paradotar de algún contenido científico y de auténtico valor for-mativo a la, mal denominada, Práctica forense, que si por algo secaracteriza es, justamente, por alejarse de los planteamientosanalíticos y prácticos. Esto se debe a que esta disciplina se havisto reducida a un mero estudio de las fórmulas frecuentes enlos escritos judiciales que cabe encontrar en cualquier guía parauso forense, lo que comporta obligar a los alumnos a malgas-tar su esfuerzo en el aprendizaje de saberes que atentan a lagramática y el buen sentido, reflejan el espíritu excesivo y re-dicho de la curia y carecen de toda eficacia legal, sin que, porel contrario, les reporte conocimientos realmente útiles sobrelos problemas que suscita el ejercicio profesional, para cuya re-solución se requiere algo más que una noción general y abs-tracta de las instituciones y de su base doctrinal e histórica. Escierto que como actividad propia de esta materia se ha venidorealizando la asistencia a vistas judiciales, la cual puede re-portar valiosas enseñanzas a los estudiantes, que incluso po-drían aumentar si se efectuasen resúmenes de su desarrollopara su posterior discusión en clase. No obstante, también pre-senta inconvenientes: la imposibilidad de ordenarlas en unasucesión lógica y sistemática, la dificultad de ajustar su hora-rio al académico o la visión solo parcial que ofrecen de las com-plejidades del litigio confieren aún superior virtualidad alexamen de casos jurisprudenciales seleccionados131. Lo co-rriente es, sin embargo, que, ocupándose los Procedimientos ju-diciales de los principios, fundamentos y doctrinas procesales,la Práctica forense se centre en el estudio de la parte de la Ley deenjuiciamiento civil dedicada a los aspectos relativos al desen-volvimiento del proceso. Y respondiendo a esta concepción,también es normal que la redacción de los actos constitutivosdel mismo de acuerdo con las reglas manejadas en los tribu-nales defina el contenido del primer apartado establecido enla gran mayoría de los programas de la asignatura, con excep-ción del elaborado por Magín Fábrega132. Ahora bien, señalaBeceña, lo que sucede es que lo que se está exponiendo comoobjeto de la Práctica forense son, en verdad, materias concer-nientes a los Procedimientos judiciales133. Pues la aproximación a

131 En contraste, el complemento quea la presencia en estas vistas sebusca, a veces, en las Universidadeslibres o Colegios de Estudios Supe-riores mediante la representaciónpor los alumnos de los diferentespapeles asumidos por los partici-pantes en un pleito no le mereceotra consideración que la de unasimple comedia o espectáculo. F. Be-ceña, Casos de derecho procesal civil (n.123), p. 25. 132 M. Fábrega Cortés, Apuntes dePráctica Forense, Barcelona, La hor-miga de oro, 1901, estudiaba toda lamateria de prueba, desde la deter-minación del concepto hasta sus re-alización en juicio, la jurisdicciónvoluntaria, la ejecución de senten-cias, el juicio ejecutivo, el desahucio,y los interdictos y demás procedi-mientos especiales. Un plantea-miento que Beceña califica comorenovador y audaz, pues contradiceel criterio hasta el momento consi-derado lógico en la determinacióndel concepto de cada instituciónprocesal.133 En este sentido, N. Traviesas, UnaPráctica Forense como aparte de los Pro-cedimientos Judiciales no tiene sentido.La educación universitaria del jurista.Discurso de inauguración del cursoacadémico 1914-1915 en la Univer-sidad de Oviedo, Oviedo, 1915.

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los trámites del juicio, incluso en su faceta más rutinaria y me-cánica, no responde a una cuestión práctica, sino de procedi-miento, porque, con independencia de que los regulen normasde índole puramente formal, tienen la función de aportar ga-rantías a las partes, ya que les conceden márgenes temporalessuficientes para evitar sorpresas o precipitaciones.

De hecho -continúa argumentando-, es imposible frac-cionar el sustrato jurídico integrado en el derecho procesal sinromper su unidad y sin ignorar la complejidad intrínseca deesta rama del ordenamiento, que participa tanto del derechopúblico como del privado, del sustantivo y del formal, y quecomparte con otras disciplinas zonas de contacto difíciles dedelimitar. Pero menor justificación halla todavía en esta sepa-ración desde el punto de vista didáctico, ya que lo que al estu-diante interesa transmitirle a la hora de enfrentarle a lasnormas jurídicas es una conjunción del enfoque abstracto yconceptual con el analítico y de aplicación. Por esto mismo, nocabe admitir que la Práctica forense cobre una proyección ajenaal objeto del derecho procesal, al vertebrarla exclusivamentesobre una, más o menos profunda, inmersión en los usos y elestilo propios del desempeño curial. Hay que recordar quepara acceder a las profesiones jurídicas en los países del en-torno europeo rige como requisito común la adquisición de, almenos, algunos conocimientos y habilidades básicas, indis-pensables para poder desenvolverse en este medio. Las vías ar-bitradas para proporcionarlos difieren entre sí: así, van desdela delegación de la provisión y del control de estas competen-cias a las corporaciones mismas, para luego dejar la selecciónal juego de factores como la libre concurrencia o la acción delclima moral y la tradición del país, tal como sucede en Ingla-terra, a la exigencia de un título académico, más unos años depráctica y la superación de un examen de Estado, como ocurreen Alemania y Austria, a la petición, como pasa en Italia, deuna certificación firmada por un abogado o un magistrado,atestiguando que el aspirante ha pasado un período bajo suguía y magisterio, o bien, en fin, al requerimiento de la reali-zación de un stage obligatorio de aprendizaje, que es la condi-ción que rige en Francia. Por eso, carece de sentido el que enEspaña, para acreditar esa capacitación, baste con la obtenciónde la licenciatura en derecho y el pago del impuesto corres-pondiente. En consecuencia, la cuestión clave reside en encon-trar la fórmula adecuada para que los estudiantes se instruyanen aquello que la profesión demanda y para articular la rela-ción que este adiestramiento específico debe mantener con lasenseñanzas jurídicas. Un debate ya muy vivo en Alemania yen Italia134, pero que, contradiciendo su anterior afirmación, ha

134 En Alemania, estos dos aspectosconstituyeron los pilares de las pro-puestas de reforma defendidasdesde 1909 por E. Zitelmann (en es-pecial en Die Neugestaltung desRechtstudiums, Berlín-Leipzig, Roth-schild, 1921), en buena medida re-cogidas en el proyecto del Ministrode Justicia Radbruch, en 1922, perosujetas a fuerte crítica por parte deA. Wach, Die Neordnung des Rechts-tudiums in der Zivilprozess, Bonn,1922. F. Beceña, Casos de derecho pro-cesal civil (n. 123), p. 30.

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venido desarrollándose desconectado de sus posibles repercu-siones en el ámbito académico, por considerarse que el proce-dimiento susceptible de ser enseñado en este escenario nopuede tener otra naturaleza distinta que la teórica135.

La conclusión a la que este razonamiento le conduce esla de que si se quiere evitar que la Práctica forense siga incu-rriendo en una mera duplicación de los Procedimiento judicia-les y conseguir que, realmente, contribuya a pertrechar alfuturo jurista de las capacidades necesarias para involucrarseen la actividad de los tribunales, debe ser sacada de las aulas,porque solamente la vida y la experiencia pueden suminis-trárselas, mostrándole, además, la gran distancia existenteentre el texto legal y su efectivo reconocimiento y aplicaciónpor los órganos jurisdiccionales, y colocándole en condicionesde percibir y de encarar la urgente necesidad de someter a re-visión los presupuestos sobre los que se sustenta el sistemaespañol de justicia, con el que deberá estar ampliamente fa-miliarizado gracias a las lecciones previamente impartidasdesde la cátedra de Procedimientos judiciales. De igual modo,el interés educativo de la asignatura Redacción de instrumentospúblicos dependerá del contenido que se la atribuya, ya que sise reduce al manejo de un repertorio de formularios adaptadoa las diferentes modalidades contractuales y a las diversas cir-cunstancias susceptibles de concurrir en cada una de ellas, ca-rece de sentido, pues esto no supondrá sino redundar enaspectos ya abordados en las restantes disciplinas integradasen la licenciatura. Por eso, lo procedente sería que fuese elalumno el encargado de construir por sí mismo el caso y dedocumentarlo, dándole así la oportunidad de emplear los co-nocimientos procurados por dichas materias con anterioridad.Aunque será cometido del profesor escoger de entre todo elconjunto de las instituciones jurídicas cuáles conviene incluiren la relación de las sujetas a esta forma de aproximación yorientar su análisis hacia aquellos elementos que definen lavalidez intrínseca de los actos jurídicos. Finalmente, tampocomuestra excesivo entusiasmo respecto a que como colofón deesta parte de la asignatura normalmente se dediquen algunostemas al estudio del Notariado y de la teoría general del ins-trumento público, lo que considera un lastre arrastrado por lainercia creada por la denominación oficial recibida por la dis-ciplina en el plan de estudios de 1884. Y termina advirtiendosobre el valor primordialmente utilitario que tienen estas cues-tiones metodológicas, de cuyo buen funcionamiento puedenextraerse estimables rendimientos, pero siempre subordina-dos a las cualidades y el esfuerzo desplegados en su manejopor el jurista y únicamente digna y legítimamente invertidos

135 Sentido en el que se manifiesta G.Chiovenda, “Del sistema negli studidel proceso civile”, en Nuovi saggi didiri�o processuale civile, Nápoles, Jo-vene, 1912, p. 4. F. Beceña, Casos dederecho procesal civil (n. 123), p. 31.

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si son puestos al servicio de la defensa del régimen de legali-dad, de la justicia y la equidad136.

La osada originalidad de este poco complaciente retratode la asignatura Procedimientos judiciales y Práctica forense, detan envejecida configuración y nomenclatura, no podía pasardesapercibida en un ambiente doctrinal escasamente acos-tumbrado a esta clase de sacudidas críticas. Aunque no sor-prende que los ecos favorables recogidos por su trabajohallasen vehículo de expresión en quien, precisamente por des-collar dentro de este clima general de mediocridad, mejorpodía apreciar lo atinado de sus aseveraciones. Así, en lamisma Revista de Derecho Privado donde verían la luz muchosde sus escritos, aparecerá en junio de 1925 una breve pero con-tundente reseña a cargo de J. R. Xirau, cuyos comentarios coin-ciden estrictamente con la línea manifestada por Beceña, en suincisiva y demoledora descripción de la que califica como in-movilidad cadavérica de nuestra enseñanza del derecho. Aménde ponderar la significativa peculiaridad de que la primeraobra publicada por nuestro personaje la constituya un libro decasos, le alaba también que con su audaz planteamiento sehaya alineado en la innovadora corriente proveniente de paí-ses como Alemania, Francia o Italia, llamada a derribar el viejofantasma del profesor de barroca oratoria, y a imprimir rigu-rosidad y dinamismo en la labor docente. Porque en las Facul-tades, advierte, no se imparte un verdadero derecho procesal,sino procedimientos, lo que implica renunciar “a toda posibi-lidad de construcción científica de la materia”, con el agravanteañadido de ese segundo curso “ridículamente” titulado Prác-tica forense. Para Xirau, los fines perseguidos en los centrosuniversitarios deben ser exclusivamente científicos, y en nues-tro campo estrictamente orientados a la formación del jurista.Sin embargo, tal como ahora se transmite el derecho, ahogadoen la vacua e irrespirable atmósfera de la explicación oral dia-ria, pierde por completo su sustancia. Es indispensable reacti-var los métodos didácticos con coloquios y clases prácticas,pero debe hacerse al margen de una Práctica forense que arras-tra décadas de ahondamiento en su inutilidad. La práctica pro-fesional no debe incrustarse, ni tiene por donde, en el senoacadémico. En este sentido, el volumen de Beceña cumple, asu juicio, un papel análogo a los de Kisch y Hellwig, estandodestinado a renovar radicalmente la enseñanza del derechoprocesal en nuestras universidades, si es que su difusión y efi-cacia llegasen a colmar las esperanzas que afirma depositar enél este ilustre procesalista137.

La resonancia lograda por esta innovadora iniciativa tras-pasará incluso las fronteras, hasta merecer un cálido elogio, sin

136 La distribución de los casos enapartados responde a las siguienteestructura: acción y personalidad;competencia; demanda y contesta-ción a la demanda; prueba; ejecu-ción de sentencia; costas; rebeldía;juicio arbitral; juicios terminales; tér-minos judiciales; desahucio; inter-dicto; embargo y juicio ejecutivo;casación. F. Beceña, Casos de derechoprocesal civil (n. 123), pp. 37-193.137 Revista de Derecho Privado, num.141 (junio 1925), 255-256.

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duda muy gratificante para su destinatario, del gran P. Cala-mandrei, vertido en un comentario publicado en la Rivista didiri�o processuale civile, en el que, además de alabarle su cer-cano conocimiento acerca de la reflexión realizada en los últi-mos años en Europa y en América respecto al problema de laenseñanza del derecho, acoge su obra como un referente ple-namente válido para tomar contacto con la situación actual delmétodo didáctico empleado en las Facultades españolas, espe-cialmente en el terreno procesal, al tiempo que se hace eco delas graves deficiencias que presenta la organización de su es-tudio en dos cursos, distintos en contenido pero coincidentesen su planteamiento. De igual manera que la utilidad de estanueva forma de afrontar la materia, como contrapunto a laperspectiva puramente teórica, se le antoja indiscutible, ya quees susceptible de suscitar problemas muy diversos y siempremás sugerentes que los resultantes de una mecánica aplicacióndel modelo escolástico, amén de estimular la participación ac-tiva del estudiante en colaboración con el profesor138.

No disponemos de otras obras de Beceña elaboradas paraservir de apoyo a la docencia, seguramente porque su prema-turo final le alcanzó antes de haber encontrado el tiempo y lacalma necesarios para afrontar la compleja tarea de redactar unmanual donde plasmar los nuevos planteamientos conceptua-les y metodológicos de los que era portador139. Sin embargo,dueño tal vez de informaciones obtenidas por transmisión oral,Montero Aroca sostiene que indirectamente cabe atribuirle lapaternidad de dos valiosos libros destinados a este fin, cuya au-toría corresponde conjuntamente a dos de sus principales dis-cípulos: Manuel Perales y Ángel Enciso, que habrían utilizadocomo material básico para componerlos los apuntes tomadosen el transcurso de sus lecciones. No obstante, no existe a lolargo de su respectivo contenido referencia alguna que confirmeo, ni siquiera, que insinúe este extremo140, por lo que aquí me li-mitaré a avanzar algunas de sus más significativas aportacio-nes, trasladando su análisis exhaustivo a otro resultado deinvestigación de dimensión menos específica que la de éste.

Las primeras, cronológicamente, en aparecer fueron lasNotas de derecho procesal civil, publicadas en 1932 en formato delitografía141. Notas organizadas conforme a una estructura quese aparta diametralmente de la arquitectura tradicionalmenteelegida para la exposición de la disciplina y que responde ple-namente a los principios que hemos visto defendidos por Be-ceña a lo largo de su producción. Ya resulta extra-ordinariamente clarificador que la lección inaugural del pro-grama –y de un primer gran apartado rotulado “Nociones Fun-damentales”, en el que queda contundentemente reflejada la

138 P. Calamandrei: “L’insegnamentodel diri�o processuale civile nelleuniversità spagnole”, en Rivista didiri�o processuale civile, 1(1925), 170-171.139 Hacia esta misma explicaciónapunta J. Montero Aroca, Aproxima-ción a la biografía (n. 5), p. 629. Dehecho, según A. Enciso, Francisco Be-ceña (n. 2), p. 46, Beceña trabajaba in-tensamente en la redacción de unmanual cuando poco ante de esta-llar la guerra se trasladó a Cangasde Onís. 140 No hay, con todo, razón algunapara dudar de la rotundidad con laque J. Montero Aroca, Aproximacióna la biografía (n. 5), p. 629, afirma que“Nos consta que Beceña no quisoque en las Notas apareciera su nom-bre, por cuanto, aun proviniendo desus explicaciones, no habían sido re-dactadas por él…”.141 M. Perales; A. Enciso, Notas de de-recho procesal civil, Madrid, Litogra-fía de E. Nieto, 1932. Curiosamente,en el ejemplar que he manejado, dis-ponible en los fondos de la Biblio-teca Nacional, en ningún lugar sedesvela la identidad de los autores.

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modernidad de sus planteamientos– se ocupe del “procesocomo institución pública”, subrayándose del mismo su pro-fundo nervio histórico y su paulatino sometimiento a los inte-reses y los dictados del Estado. Una línea mantenida en elsegundo tema, también impregnado de un ánimo decidida-mente innovador, donde se señala como objeto de la disciplinaun derecho procesal que es definido como “el conjunto de nor-mas reguladoras de los supuestos o condiciones, contenido,forma y efectos de la tutela jurídica procesal”142. A continua-ción, se dedican varias páginas a delimitar la esfera de proyec-ción del derecho procesal civil, tanto desde el punto de vistamaterial, marcando su línea de separación respecto a las nor-mas estrictamente civiles, como en su dimensión sistemática,así como a dilucidar si esta rama debe entroncarse en el árboldel derecho privado o, como es su opinión, en el del derechopúblico; y dentro de este, se dice, constituye un sector inde-pendiente que hay que distinguir de los Procedimientos judicia-les, que no representan sino una de sus partes, aquella que tratade la forma de los actos procesales. Igualmente, se defiende lanecesidad de reservar un cierto espacio a la descripción de laevolución histórica de las grandes instituciones procesales,pero evitando caer en un relato excesivamente prolijo para cen-trarse en el análisis de tres puntos principales: cuál ha sido elsentido pretérito de la ley; cómo deben ser regulados los inte-reses presentes; y qué elementos de futuro deben incorporarsea la norma para dotarla de flexibilidad y subvenir las necesi-dades que pudiesen surgir más adelante143. La tercera lecciónahonda en las propiedades que determinan la citada autono-mía del derecho procesal, y por ende su cientificidad, que creenconstruidas sobre la propia autonomía de sus conceptos fun-damentales, entre los que no hay otro de mayor entidad y tras-cendencia que el de la acción. Es lógico, entonces, que uncapítulo central de este título introductorio venga consagradoal examen de esta idea capital, que ha sido caracterizada por lateoría más avanzada como el ejercicio de un puro poder jurí-dico, dirigido a poner de manifiesto las condiciones precisaspara la actuación de la ley, asociándola a una declaración devoluntad formulada en la demanda. Así perfilada la acción, elproblema primordial consiste en identificar los indicadores queconfirman su independencia respecto al derecho subjetivo queprotege, y que pueden ser ordenados en estos cuatro niveles:por razón de la causa, siendo la del derecho privado una ley, uncontrato o un delito y la de la acción su vulneración; el vínculocreado por el derecho descansa sobre la voluntad de los suje-tos mientras que el derivado de la acción proviene de una sen-tencia y lo hace coactivamente; donde en el derecho hay un

142 M. Perales; A. Enciso, Notas de de-recho procesal civil (n. 141), p. 13. Unavez que interviene, el Estado debecerciorarse de cuál de los conten-dientes es merecedor de su tutela yactuar siempre de acuerdo con unasformas predeterminadas y ade-cuando sus efectos a los términos es-tablecidos en la ley, declarandoentre las dos pretensiones en pugnacuál de ellas se ajusta a la norma ob-jetiva y asegurando la ejecución delo juzgado, pp. 14-16.143 Sin embargo, hay que tener cui-dado, porque cuando en la normapredomina el componente históricose anquilosa, quedando desfasada.Por eso, deciden limitar su incursiónen este terreno a proporcionar algu-nas nociones referidas al procedi-miento civil romano, continuandocon los sistemas germánico y canó-nico y deteniéndose después en elprocedimiento común, subsistentecomo universal hasta comienzos delsiglo XIX, con la particularidad deque, pese al tardío influjo de los có-digos napoleónicos, éste no prendeen la Ley de enjuiciamiento civil,que sigue aferrada al viejo modelo.Lo que los autores, siguiendo a Be-ceña, achacan a la inhibición del Es-tado frente al enorme peso de tanlarga tradición. M. Perales; A. En-ciso, Notas de derecho procesal civil (n.141), pp. 30-46.

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sujeto activo y otro pasivo en la acción solo existe el activojunto al juez, que concurre como órgano del Estado; final-mente, el objeto jurídico del derecho es su cumplimiento, entanto que el de la acción es la satisfacción económica de esemismo derecho, que puede coincidir o no con dicho objeto144.Pero también se abordan otros aspectos esenciales de la acción,como lo son su significación histórica y actual, con particulardetención en la célebre y fructífera polémica entre Muther yWindscheid, enriquecida después al involucrarse otras autori-dades doctrinales tan destacadas como Wach y von Bülow, o sutipología y su funcionamiento145. A partir de estas cuestiones,en el tema siguiente se configura el proceso como el conjuntode actividades derivadas del ejercicio de la acción. Proceso que,según los autores, tiene como fin principal la aplicación de laley al caso concreto planteado, debiendo ser siempre canali-zada mediante una serie de actos de índole solemne, pública yformal que, a su vez, entrañan una relación jurídica procesal146,asimismo autónoma, compleja, pública y formal, en la que seven implicados tres sujetos diversos: juez, actor y demandado.Por último, en la lección que cierra esta sección se estudia lajurisdicción, su naturaleza, sus diferencias respecto a la admi-nistración, sus clases y las peculiaridades que presenta en lamodalidad denominada ordinaria147. Una vez sentados estospresupuestos teóricos, el desarrollo posterior de la materia sedistribuye en otras setenta y cuatro lecciones, agrupadas enestos grandes epígrafes: elementos personales del proceso civil-donde se abunda en las convicciones y propuestas mantenidaspor Beceña en Magistratura y justicia-, los actos procesales, elprocedimiento, la prueba, los tipos especiales, la doble instan-cia, la casación y la ejecución procesal148.

144 Como consecuencia de estas diferencias se explicaque tenga cabida la existencia de derechos carentes deacción, de acciones que no protegen derecho subjetivoalguno y de derechos susceptibles de ser amparados porvarias acciones. M. Perales; A. Enciso, Notas de derechoprocesal civil (n. 141), pp. 48-59.145 M. Perales; A. Enciso, Notas de derecho procesal civil(n.141), pp. 59-70.146 Esta última conclusión no es unánimemente com-partida, ya que hay opiniones en el sentido de que elproceso no implica un vínculo entre las personas queintervienen en el mismo. Muy resumidos, sus argu-mentos se basan en las siguientes consideraciones: eljuez debe conocer la demanda por razón de su cargo yde su oficio y, por tanto, frente al Estado, y no obligadopor ningún derecho subjetivo privado del demandante;el demandado no está forzado a incorporarse al procesopara oponerse al demandante, pues, de hecho, aquél

puede continuar sin su concurrencia y sin que ello im-plique sanción alguna contra él; también el titular de laacción adquiere auténticos derechos al interponerla, conindependencia de que le correspondan las cargas de laafirmación y de la prueba; tampoco los deberes quepesan sobre las demás personas que intervienen en elproceso vienen adscritos a un derecho subjetivo parti-cular, sino que son inherentes al desempeño de sus res-pectivos cargos. El error, según los autores, es el detratar el proceso como una sucesión de actos aislados, yno como encadenados hacia un único fin: la sentencia.M. Perales; A. Enciso, Notas de derecho procesal civil(n.141), pp. 78-81.147 M. Perales; A. Enciso, Notas de derecho procesal civil (n.141), pp. 84-95.148 No estando enmarcadas cada una de estas leccionesbajo un único epígrafe genérico, considero que resulta-ría demasiado prolijo y poco esclarecedor sobre las

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De fecha casi coetánea fue la edición, también en litogra-fía, de las Notas de derecho procesal penal149. La extensión sensi-blemente inferior que presenta este manual en comparacióncon el anterior se explica, en cierta medida, porque apenas seentretiene en consideraciones conceptuales que, obviamente,se dan por comunes y, por tanto, ya desarrolladas al tratar delproceso civil. Consecuentemente, la carga renovadora implí-cita en este libro no toma la altura observada en aquél, aunqueello tampoco empaña su valor y oportunidad. Sin embargo,sorprende un tanto que, anunciándose la intención de comen-zar prestando alguna atención a la trayectoria histórica seguidapor el procedimiento penal, con el fin expreso de deshacer lasabundantes patrañas que se han tejido al respecto, se dediquea este cometido todo el título preliminar, pero reduciendo elarco de su retrospectiva al procedimiento penal vigente enRoma, con olvido de las trascendentales mutaciones experi-mentadas en los siglos posteriores150. Hecha esta introducción,la primera lección se centra en la fijación del concepto, conte-nido y objeto del proceso penal, que es definido como el con-junto de “todas aquellas actividades necesarias para declarar eldelito, determinar la pena, ejecutar la sentencia, adoptar laspertinentes medidas de seguridad y conocer de la acción civilproveniente del delito”151; para después esforzarse en señalarlas diferencias que lo separan del proceso civil152. En el temasiguiente, ampliando la escala de especificidad, se repite idén-tica operación de delimitación del concepto, objeto y conte-nido, ahora del derecho procesal penal, pero resolviéndola

cuestiones conceptuales y metodológicas que aquí nospreocupan incluir una relación pormenorizada de todoslos apartados y subapartados que las articulan. 149 M. Perales; A. Enciso, Notas de derecho procesal penal.Universidad Central 1932-1933 Madrid, Litografía de E.Nieto, s.f. A pesar de que J. Montero Aroca, Aproxima-ción a la biografía (n. 5), p. 629, afirma conocer única-mente la existencia de un ejemplar depositado en elDepartamento de Derecho Procesal de la UniversidadComplutense, el volumen que he manejado he podidoencontrarlo en los fondos de la Biblioteca Nacional.150 M. Perales; A. Enciso, Notas de derecho procesal penal(n. 149), pp. 3-13.151 M. Perales; A. Enciso, Notas de derecho procesal penal(n. 149), pp. 14-15.152 La primera de ellas estriba en que en el proceso civilconcurren siempre dos partes susceptibles de protec-ción por albergar pretensiones contrapuestas sobre elelemento patrimonial litigioso, mientras que en el pro-ceso penal el comportamiento delictivo no necesaria-mente perjudica directamente a algún particular.Además, en la contienda civil las dos partes están si-

tuadas en un plano de igualdad y subordinadas a unjuez con poder de decisión, frente al pleito criminal enel que, conservando el juez su función, la acción penalcontra el demandado la ejerce el Ministerio fiscal. Entercer lugar, en los delitos públicos no es precisa la ac-ción privada, del mismo modo que el pacto entre víc-tima y delincuente no basta para desactivar laintervención de la justicia si el ministerio fiscal entiendeque han sido lesionados derechos dignos de tutela.También, en relación con los medios de prueba, en elproceso civil las partes pueden tomar acuerdos vincu-lantes para el juez, en tanto que en el penal tienen ex-cluida esta potestad. E igualmente ambos presentanimportantes divergencias en el propio sistema de prue-bas. Por otra parte, el fin perseguido en el procedi-miento criminal no es el castigo del acusado, sino el delculpable, en contraste con el civil en el que el deman-dante sí tiene interés en la condena del demandado. Fi-nalmente, los autores se preguntan si tales diferenciasson fruto de la tradición u -opción por la que se incli-nan- consustanciales al proceso mismo. M. Perales; A.Enciso, Notas de derecho procesal penal (n. 149), pp. 17-24.

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básicamente con remisiones a los principios generales estable-cidos en la otra obra citada, relativa al procedimiento civil. Así,como criterio de distinción entre las normas penales sustanti-vas y las de procedimiento criminal continúa predicándose lanecesidad de acudir a un examen detallado de su respectivanaturaleza intrínseca y su finalidad. De igual manera, se insisteen su inclusión en el grupo de las ramas jurídicas adscritas a lacategoría genérica del Derecho público. Por último, en cuantoa su contenido se desglosan los siguientes aspectos funda-mentales: conceptos generales, en los que hallan cabida el es-tudio del ius puniendi, la exigencia punitiva y la acción penal;la jurisdicción penal, con particular insistencia en la naturalezade la relación jurídica procesal y en sus principales caracteresy principios informadores; elementos personales, con especialdetenimiento en el funcionamiento de los tribunales, el jurado,las partes y la policía judicial; el procedimiento, sus fases y des-envolvimiento de cada una de ellas; los recursos; el asegura-miento preventivo; y la ejecución153. Cuestiones que ocupan lastreinta y ocho lecciones en las que se descompone un programacerrado, a modo de apéndice, con una referencia a la organi-zación jurisdiccional de lo contencioso-administrativo154.

153 M. Perales; A. Enciso, Notas de derecho procesal penal(n. 149), pp. 24-27.154 Probablemente, resultará ilustrativo acerca del enfo-que metodológico adoptado en el libro singularizar eltítulo genérico de cada una de estas lecciones: 1. Con-cepto, contenido y objeto del proceso penal. Proceso dis-ciplinario y tribunales de honor. Proceso penal yproceso civil. 2. El derecho procesal penal. Su concepto,contenido y objeto. 3. El ius puniendi. La exigencia pu-nitiva y la acción penal. Concepto, contenido y relacio-nes de estos poderes jurídicos. 4. La jurisdicción penal:concepto, contenido y caracteres específicos. 5. Relacio-nes entre la jurisdicción penal y la civil. 6. Se publicaráoportunamente [sic]. 7. El proceso penal como relaciónjurídica: elementos y caracteres de esta relación. 8. Laconstitución del juez: los tribunales unipersonales y co-legiados en el proceso penal. Sus funciones. 9. El jurado.10. De la competencia de jueces y tribunales en materiapenal. Reglas que la determinan. 11. Cuestiones de com-petencia. Recusación. 12. Las partes: reglas para el ejer-cicio de las distintas acciones que se ejercitan en elproceso penal. 13. El Ministerio fiscal. Organización yfunciones. Naturaleza de su intervención. 14. El acu-sado: su posición en el proceso antes y después del pro-cesamiento. Reglas sobre detención, prisión y libertad.15. La policía judicial: carácter de su intervención en elproceso penal. 16. Los recursos: clases y resolucionescontra los que procede cada uno de ellos. 17. Sistemasde ordenación procesal penal: exposición y crítica del

vigente en España. 18. La instrucción. Manera de ini-ciarla. La denuncia y la querella. 19. El sumario. Valorjurídico: quién lo atribuye y diligencias que comprende.Sus caracteres. 20. Las cuestiones prejudiciales. Clases.Sus efectos en el proceso. Sistemas seguidos en su re-gulación. 21. Conclusión del sumario y apertura del jui-cio. Los escritos de calificación: contenido y signifi-cación procesal. 22. Los artículos de previo pronuncia-miento. Naturaleza jurídica y examen de cada uno deellos. 23. El juicio oral: sus características. Intervencióndel tribunal y de las partes. La renuncia al juicio, con-diciones para su validez. 24. Procedimientos especialesen materia penal. A) En casos de delito flagrante. 25. B)Procedimiento contra los ministros. C) Contra losmiembros del poder legislativo. D) Contra jueces y ma-gistrados. 26. E) Por delito de injuria y calumnia contraparticulares. F) Procedimiento por delito de imprenta.G) Tribunales para niños. 27. El procedimiento para eljuicio sobre faltas en los de instancias. 28. La prueba enel proceso penal: medios admitidos y poderes del juezy de las partes en su proposición y ejecución. 29. Fin delproceso: a) Por sobreseimiento: clases y efectos. b) Porrenuncia. Cuándo procede la del acusador y la del acu-sado. 30. c) Por sentencia: concepto, contenido, efectos yrequisitos formales. 32. La casación. Historia de este re-curso en materia penal. Contra qué resolución procede.32. Los diversos supuestos de la infracción de ley en laLey de Enjuiciamiento Criminal. 33. La casación porquebrantamiento de forma: examen de cada uno de sus

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Se trata, en fin, de planteamientos docentes y metodoló-gicos claramente inspirados en el ideario de nuestro admirablepersonaje, y que, por su atrevimiento y modernidad, nos ayu-dan a calibrar la extraordinaria magnitud de la pérdida sufridapor nuestra, entonces incipiente, ciencia procesal, con la pre-matura y dramática desaparición de Beceña, que tanto contri-buyó a hacerla progresar. Una valoración que cobra aún unamayor dimensión si consideramos que, pese a haber alcanzadoya una sólida reputación en su doble desempeño académico ydoctrinal, la edad en la que le sorprendió su triste destino nospermite adivinar que lo mejor de su sobresaliente producción,y muy probablemente su definitiva consagración como refe-rencia inexcusable para toda una generación de procesalistasespañoles, estaba todavía por llegar.

motivos. 34. El procedimiento de ca-sación. Reglas sobre preparación, in-terposición, sustanciación y deci-sión. 35. El recurso de revisión: cau-sas y procedimiento. 36. El asegura-miento preventivo en el procesopenal. 37. La ejecución el procesopenal. 38. Las costas en el procesopenal. La exención en el pago de lasmismas.

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