En que momento se desjodió el perú

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¿EN QUE MOMENTO SE DESJODIÓ EL

PERÚ?

Alfredo Bullard.

La pregunta de Zavalita en Conversación en La Catedral se popularizó hasta tomar vida propia.

Vargas Llosa inmortalizó nuestra crónica visión negativa. La frase acuño el sello del pesimismo

peruano. Se hizo casi un refrán. Uno de esos refranes que se repite para transmitir de manera

condensada y simple algún nivel de sabiduría. Sin embargo no encerraba sabiduría alguna.

Simplemente invocaba la desazón.

“¿En que momento se jodío el Perú?” traía toda nuestra historia, nuestra idiosincrasia, nuestro

sentimiento. La pregunta asume que el país esta jodido. Además la pregunta no plantea nada

positivo. No busca como arreglar las cosas. Ni siquiera se pregunta por qué estamos así. Solo se

pregunta desde cuando estamos así.

La popularidad de la frase, repetida una y otra vez en trabajos intelectuales, en discursos, en la

literatura, en la conversación de cantina, de combi y de pasadizo, no se debe, sin embargo, solo a

la genialidad de Vargas Llosa. Se debe a la natural propensión del peruano a repetirla. Finalmente,

si en algo había un consenso nacional, es que estábamos jodidos.

Por eso sorprende que este año la CADE abra con sesiones en las que los participantes se

preguntan como será el Perú soñado y como hacer realidad ese sueño. En veinte años los discursos

han cambiado de preguntar por que estamos tan mal, a plantear que necesitamos para estar aún

mejor.

La frase de Zavalita miraba a un pasado negro para proyectarse en un futuro más oscuro. Hoy

miramos un presente promisorio para imaginar un futuro mejor. Pero ambas preguntas (la de

Zavalita y la del título de este artículo) están mal formuladas. Asumen que todo se origina a partir

de un hecho concreto e identificable que marca un cambio. Y asumen que quien pregunta no tiene

nada que hacer en lo que paso. Buscan siempre un responsable ajeno. Finalmente el porqué

estamos jodidos no es nunca culpa propia.

¿Y por qué cambiamos? Unos dirán que fueron las reformas económicas de Fujimori. Otros dirán

que fue la vocación democrática de Paniagua. Muchos que fue la visión de apertura de Toledo o el

sorprendente cambio de García. Y en unos años quizás hablaremos de que la vocación inclusiva de

Humala no puso en riesgo las premisas básicas del desarrollo. Pero lo cierto es que las cosas no se

arreglan porque ninguno de ellos haya hecho algo importante, sino por que todos realizamos

pequeñas acciones, intrascendentes vistas por separado pero impactantes vistas en el agregado.

Lo que estamos aprendiendo es que la jodidera no nos es ajena. Cada uno de nosotros somos su

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causa y su consecuencia. Estamos aprendiendo que las cosas salen mal no por que alguien hizo

algo en el pasado, sino por que no hacemos nada en el presente. Y así vamos aprendiendo a ser

responsables de nuestros actos.

El Perú no cambio en un momento. De hecho no ha cambiado aún. Esta en un proceso. El cambio

no ocurre por que algo importante pasa, sino por que ciertas ideas y valores, ciertas formas de

hacer las cosas, se van repitiendo, primero tímidamente, después con más frecuencia, y al final se

hacen naturales. No cambiamos a través de un evento impactante y trascendente, sino por medio

de una repetición continua y constante de actitudes aparentemente irrelevantes.

Se respeta más la palabra empeñada y el derecho ajeno. Se dejan de creer que el éxito depende de

la vara y la criollada para depositar nuestra fe en el trabajo y en el talento. La puntualidad deja de

ser un “bicho raro”. Los automovilistas respetan a los peatones en las esquinas. Lo que desjode al

Perú, lo que le da futuro, no son las revoluciones, sino los actos cotidianos, constantes e

individuales de cada uno de nosotros.

Y es que como dice Woody Allen, “Me interesa el futuro por que es donde voy a pasar el resto de

mi vida”.