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DESAFÍOS CULTURALES DE LAS INSTITUCIONES DE EDUCACIÓN SUPERIOR EN CLAVE DE TERRITORIO Y DESARROLLO SOCIAL.
CULTURA, DESARROLLO Y UNIVERSIDAD.
Germán Rey1
En un trabajo reciente que acabo de dirigir sobre “Modelos de
responsabilidad social en empresas mediáticas de América Latina”,2
encontré que los medios de comunicación están estableciendo nuevas
alianzas con los actores de la sociedad. Estos aliados son
fundamentalmente las organizaciones de la sociedad civil, las universidades
y la empresa privada. Con curiosidad observé que las universidades son
protagonistas en los programas de responsabilidad social, pero casi
invisibles en los listados de las fuentes más importantes y recurrentes de la
información, sobre algunos de los principales problemas de la sociedad, tal
como lo he comprobado en mis estudios sobre las representaciones
mediáticas. Pero mi sorpresa fue aún mayor. Lo que en el fondo se está
produciendo es un replanteamiento de las relaciones de los medios con la
sociedad, una reconsideración de sus alianzas con otros actores sociales,
determinada por la crisis de la confianza y el deterioro de la credibilidad.
Lo que buscan los medios en las universidades o en las organizaciones no
gubernamentales, es conocimiento, capital humano, redes sociales,
confianza y capacidad de movilización. Es decir, todo aquello que les
permite articularse con una sociedad que está variando la jerarquía de sus
necesidades, de sus expectativas y demandas.
El ser con párpados
1 Profesor en la Universidad Javeriana y la Universidad de los Andes. Es asesor en Políticas Culturales del Despacho de la Ministra de Cultura de Colombia.2 Se trata de una investigación en proceso que promueven la Fundación AVINA, el Programa de Estudios de Periodismo de la Universidad Javeriana (PEP) y la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano y que será publicada este a
1
La cultura es el territorio más propio de la universidad. Nacidas y
generadoras de formidables cambios culturales, las universidades son
desde hace siglos, uno de los lugares en que se produce, circula y se
apropia socialmente la cultura. Lugar inicialmente religioso y
progresivamente laico, la universidad abrió las compuertas parcialmente
cerradas de las iglesias y los monasterios, hacia la confluencia y el debate
de las ideas y la ampliación del conocimiento, hacia sectores sociales hasta
entonces excluidos. Esta irrupción del conocimiento y la sensibilidad
conmovió las bases hegemónicas de las creencias y lenta pero
seguramente, los diseños de la propia sociedad.
Esta tarea no ha cedido. Las preguntas se dirigen hoy hacia las
interacciones de la universidad con las nuevas expresiones de la cultura,
sobre todo con aquellas que socavan algunas de sus tradiciones más
preciadas: la naturaleza de los conocimientos y su aplicación social, las
intersecciones entre escritura, visualidades y tecnoexpresiones, los tiempos
de la obsolescencia de los aprendizajes, las estrategias cognitivas de los
jóvenes o el corrimiento de las fronteras disciplinares. Y desde una
perspectiva más próxima, los efectos de la educación en la movilidad social,
la participación de los saberes no canónicos en el ámbito de las
enseñanzas, y la significación de lo local en la mirada de los problemas por
parte de la universidad.
George Steiner definió a las universidades, como “casas para aprender a
leer”, subrayando su importancia como hogar de la interpretación, del
desciframiento. Jacques Derrida, en una memorable Lección Inaugural en la
Universidad de Cornell, recuerda que en la Metafísica, Aristóteles asocia la
cuestión de la vista con la del saber, y la del saber con la del saber-
aprender y con la del saber-enseñar. Pero a diferencia de los animales de
ojos duros, secos y sin párpados, de los que habla el mismo Aristóteles, el
ser humano tiene párpados, que “permiten encerrarse en la noche del
pensamiento interior o del sueño. Lo terrorífico del animal de ojos duros y
mirada seca es que ve todo el tiempo. El hombre puede bajar el fragma,
regular el diafragma, limitar la vista para oír mejor, recordar y aprender”.
“Pero para saber aprender –anota Derrida- y para aprender a saber, la vista,
2
la inteligencia y la memoria no son suficientes; también hay que saber oír,
escuchar lo que resuena”.3
La cultura como laboratorio
Un primer desafío de la universidad, es saber comprender (ver/oir) las transformaciones de la cultura. De una comprensión como conjunto de
los textos se pasa a la de la cultura como un vocabulario para leer los textos
(Geerts); de su constatación como mapa normativo, a su reconocimiento
como estímulo para su trasgresión creativa. “La cultura –escribió Zygmunt
Barman- se refiere tanto a la invención como a la preservación, a la
discontinuidad como a la continuidad, a la novedad como a la tradición, a la
rutina como a la ruptura de modelos, al seguimiento de las normas como a
su superación, a lo único como a lo corriente, al cambio como a la
monotonía de la reproducción, a lo inesperado como a lo predecible”4
La cultura prolifera en los márgenes, se disemina, como bien lo explicó
Michel de Certeau. Su esencia no está en la perdurabilidad (razón
museográfica), sino en que es colectiva, permite que la creación sea una
invención.
Durante años, en la universidad, la cultura estuvo asociada a las bellas
artes, las humanidades o el folklore. Hacer cultura era entonces,
relacionarse con el arte, conservar el patrimonio y las tradiciones, ingresar
al mundo de las humanidades. Estas se transformaron en lo que los
estudiantes llamaban “las costuras”, es decir, lo fácil, lo inútil, lo accesorio
Al desplazar este concepto de cultura hacia uno mas enriquecido, es decir,
al convertir a la cultura en un asunto referido a los modos de vida, los
sistemas valorativos, la expresión de las sensibilidades y las estéticas y las
formas como representamos e imaginamos nuestra convivencia, la
universidad redefine no solo sus comprensión de la cultura, sino sobre todo
su manera de ser, como un conjunto heterogéneo y denso de prácticas
culturales.
Un segundo desafío cultural a la universidad es reconocerse como lugar cultural y no simplemente como extensión cultural. La universidad es un
3 Jacques Derrida, Las pupilas de la universidad. El principio de razón y la idea de la universidad. En: Cómo no hablar y otros textos, Barcelona: Proyecto A, 1997.4 Zygmunt Bauman, La cultura como praxis, Buenos Aires: Paidós, página 22.
3
espacio diverso de producción, circulación y apropiación de significados,
que entiende el conocimiento como un dispositivo cultural y que es uno de
los lugares más importantes para la puesta en juego de diversos sistemas
de interpretación en contraste y en interlocución. Lo que hace la violencia
en la universidad es precisamente intentar destruir las posibilidades de la
libre interpretación, la expresión de las diferencias a través de la
argumentación racional.
Los valores, a su vez, se deconstruyen y se imaginan de otros modos en el
contexto universitario, en que los jóvenes tienen la posibilidad de confrontar
críticamente sus propias miradas y ponerlas en interacción con perspectivas
diferentes. El peligro del retorno valorativo como parte de la misión
universitaria, lo analiza acertadamente Ulrick Beck en su reflexión sobre los
jóvenes, cuando afirma que en el discurso sobre el “derrumbe de los
valores” está presente el miedo a la libertad, el miedo a sí mismo, a los hijos
de la libertad, quienes deben hacer frente a nuevos y diferentes tipos de
problemas que plantea la libertad internalizada. “Lo que me sorprende y me
irrita es que el lloriqueo neoconservador por el supuesto derrumbe de los
valores no sólo es absolutamente falso, sino que bloquea también la vista
en las fuentes y en los movimientos de los cuales puede surgir la
disposición para asir las tareas del futuro. Aquello que es satanizado como
derrumbe de valores engendra orientaciones y condiciones que podrían
poner a esta sociedad-si fuese necesario- en condiciones de dominar el
porvenir”.
La cultura pone en vilo los lugares comunes, los prejuicios y las
hegemonías inamovibles.
Un tercer desafío ara la universidad es el de comprenderse como un laboratorio cultural. La universidad es una oportunidad de encuentro de
culturas, es decir, un ejercicio permanente de interculturalidad, ya sea de
género (hombres y mujeres), de regiones, de saberes y disciplinas, de
ubicaciones sociales y etarias. La idea de laboratorio de la cultura,5 se
refiere precisamente a estas intersecciones de culturas, a estas
5 La idea de “laboratorio” la he desarrollado en el texto “La comunicación en el laboratorio”, Lección Inaugural, Facultad de Comunicación y Lenguaje, Universidad Javeriana, Bogotá, 2008.
4
oportunidades que ofrece la universidad para que el conocimiento, pero
también las sensibilidades, se entrecrucen, se mezclen en sincretismos,
posiblemente conflictivos, pero indudablemente valiosos. Uno de ellos es
por ejemplo, la porosidad disciplinaria y sobre todo su encuentro
conversacional: los diálogos entre artes y ciencias naturales, o entre
saberes administrativos y humanidades, son una posibilidad que ofrece la
universidad. La interrelación entre culturas juveniles y conocimientos es, sin
duda, uno de los encuentros que puede contribuir más creativamente a la
transformación de la universidad y sobre todo a su sintonía con el mundo de
expectativas de los jóvenes.
La universidad, está atravesada por los consumos culturales de los jóvenes,
la reconversión cultural de las herramientas habituales de acceso al
conocimiento (por ejemplo la lectura, las nuevas tecnologías, las
perspectivas de inserción de los jóvenes en el mundo del trabajo o el
sentido de la investigación) y el contraste entre estas prácticas y las que
pertenecen al mundo adulto de sus maestros.
En mi libro “Las tramas de la cultura”6 observé, al comparar el consumo
cultural en varios países iberoamericanos, la importancia de los jóvenes
como grandes consumidores culturales y en algunos textos sobre la lectura,
he sostenido no solo la hipótesis de la diversidad de las lecturas, sino la
necesidad de comprender a la lectura como una práctica cultural que forma
parte de un mercado simbólico en que lo frecuente son las influencias
mutuas. El leer en la universidad no deja de estar mezclado con el ver
televisión o video, el navegar en internet o el escuchar música y lo que
podrían calificar los puristas como contaminación, no es más que un
interjuego de manifestaciones de la cultura, que están estrechamente
unidas en la vida cotidiana de los niños y los jóvenes. Las escuelas de
música no forman parte de un ideal renacentista de cultivo de las artes,
como de una oportunidad de interacción contemporánea entre estas y los
conocimientos mas diversos (los técnicos, los sociales), en una línea de
6 Germán Rey, Las tramas de la cultura, Bogotá: Convenio Andrés Bello y Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, 2008.
5
convergencia que los jóvenes no solo comprenden sino que viven con
frecuencia.
Desarrollo, cultura y universidad
Un cuarto desafío es el de comprender las transformaciones en movimiento de la cultura, el desarrollo y la universidad. Tanto el
concepto de desarrollo socioeconómico, como el de cultura, se están
transformando profundamente. El primero ha derivado hacia la versión del
desarrollo humano, después de transitar un camino en que se le concedió
una exagerada importancia al crecimiento económico y a la asimilación de
modelos casi siempre impuestos desde afuera. El segundo, como ya se ha
visto, se ha apartado de su asimilación a las bellas artes, las humanidades y
el folclore, para ampliarse hacia otras expresiones como las industrias
creativas, las nuevas tecnologías, la producción de sentido de sectores
sociales emergentes o los movimientos socioculturales. De la idea de
desarrollo como bajo nivel de ahorro o como necesidad de impulso externo
para el despegue, se pasó a su comprensión como un proceso de
ampliación progresiva de capacidades productivas cuyo logro fundamental
era lograr la mayor tasa de crecimiento económico. El concepto del
desarrollo humano, por el contrario, subraya la ampliación progresiva de las
oportunidades y capacidades de las personas, individual y colectivamente
consideradas, como un modo de hacer posible la libertad efectiva de las
personas y por tanto, una vía para consolidar sus derechos. El desarrollo
dejó así, un enfoque economicista, para adoptar un enfoque de complejidad
y multidimensionalidad. Como lo recuerda José Antonio Alonso, el
desarrollo comprende, entonces, crecimiento económico socialmente
equilibrado, construcción de la equidad social, respeto a la sostenibilidad
ambiental, defensa de los derechos humanos, la democracia y la
participación social y promoción del diálogo cultural. De la cultura como
barrera del desarrollo, se avanzó a la cultura como factor y de allí, a la
cultura como dimensión y finalidad del desarrollo. En el pensamiento de la
UNESCO y del PNUD, para citar solo las modificaciones del que se han
6
producido en los organismos internacionales, se confirma esta evolución de
las relaciones entre cultura y desarrollo.
La vinculación de la cultura con el desarrollo socioeconómico puede verse,
por lo menos, desde seis perspectivas.
La primera perspectiva es el impacto de la cultura en la economía. Existe
una economía que tiene como centro a la creación, manifestada a través de
diversas expresiones, desde las industrias culturales, hasta las nuevas
tecnologías. Atrás van quedando las concepciones de la cultura como gasto
o como lujo, y se acentúan sus posibilidades como inversión rentable, tanto
económica como socialmente.
El encuentro entre cultura, tecnologías e industrialización, permitió que la
creatividad ocupara uno de los centros de interés de la economía, puesto
que muy rápidamente formó parte del centro de las actividades cotidianas
de la gente. Las capacidades de producción, la maleabilidad a la
convergencia de medios, el aumento de la oferta cultural, su inscripción en
diversos soportes tecnológicos (desde la escritura hasta lo digital), las
transformaciones de las prácticas sociales del consumo que se fueron
expandiendo globalmente, son todas causas del auge de la denominada
“economía creativa”.
Las industrias culturales o creativas,7 forman “un sector que conjuga la
creación, la producción y la comercialización de bienes y servicios en los
cuales, la particularidad reside en la inteligibilidad de sus contenidos de
carácter cultural…” afirma la UNESCO. Los productos de estas industrias
de la creación no son simples mercancías. Tienen una naturaleza social y
cultural, que influye en la cohesión social, las identidades, la
interculturalidad, el fortalecimiento de la democracia o la participación
social.
Hoy en día, las industrias creativas aportan cerca de un 7% al producto
interior bruto (PIB) mundial.8 Entre 1994 y 2002, el comercio de bienes y 7
8 Los datos fueron tomados básicamente del documento del Instituto de Estadísticas de la UNESCO, titulado, “Échanges internationaux d’ une sélection de biens et services culturels, 1994-2003”, Montreal: UNESCO, 2005. También se consultaron trabajos del proyecto de Cultura y Desarrollo del CAB-AECI y del Observatorio de Industrias Culturales de la ciudad de Buenos Aires, además de otras fuentes que se especifican más adelante.
7
servicios culturales, pasó de 39,3 millardos de dólares a 59,2 millardos de
dólares. Las naciones en vías de desarrollo, participan con un poco menos
del 1% de las exportaciones de bienes culturales, mientras que la región del
mundo en el que se ha dado un mayor crecimiento de las industrias
culturales, es Asía, sobre todo por el desarrollo que han tenido los países
del sudeste asiático en artes audiovisuales y videojuegos.
Ernesto Piedras estima que las industrias de derecho de autor en México
representaron en 1998, un 6,70% del PIB, incluyendo el total de las IPDA,
legales, ilegales e informales.9 En Argentina se estimó un 6,6% de
participación de las industrias creativas en el PIB en 1993, en Brasil, un
6,7% en 1998, en Chile un 2,8%, en Uruguay un 6,0% del PIB, en 1998, si
se incluyen los servicios de telecomunicaciones y un 3,0%, sin ellos, en
Paraguay un 1,0%, en 1998 y en Colombia, un 2,1%, en el 2001.
Existen algunas tendencias preocupantes como la fragilidad de las
infraestructuras de producción de las industrias creativas en los países
pobres, la hegemonía de los Estados Unidos y la Unión Europea en campos
como la industria audiovisual, las nuevas tecnologías y la industria editorial,
las diferencias intraregionales entre países con mayores oportunidades y
países con menores posibilidades de producción simbólica en Asia, África y
América latina, las condiciones desiguales que se han acentuado al interior
de la Organización Mundial de Comercio y en los Tratados de libre
comercio, especialmente con los Estados Unidos, los problemas para
distribuir adecuadamente la producción local, la brecha digital aún muy
acentuada y el predominio estadounidense en la circulación de bienes
simbólicos dentro de sociedades periféricas.
A lo que se pueden agregar la debilidad de las políticas culturales
nacionales, el acaparamiento monopólico de áreas culturales por parte de
grandes empresas nacionales o transnacionales, la ausencia de promoción
de la creatividad local o su asimilación a exigencias comerciales y de los
mercados. Todas tendencias que confirman las asimetrías que existen en el
campo cultural y que son un serio peligro para la diversidad cultural y el
pluralismo en el mundo.
9 Ernesto Piedras, ¿Cuánto vale la cultura? , México: CONACULTA, 2004, página 68
8
Una segunda perspectiva es la articulación creciente de la cultura con procesos de desarrollo local y regional. El aporte de la cultura al
desarrollo socioeconómico va más allá de las “cuentas nacionales” o de las
lógicas masivas e industriales. Hay un denso tejido de
experiencias/procesos, que relacionan a la cultura con el desarrollo local, y
que tienen actores, lógicas y formas de funcionamiento diferentes a las de
las industrias creativas. Muchas de estas experiencias permanecen dentro
de una zona de invisibilidad social y se resisten a su inscripción dentro de la
red de la institucionalidad cultural estatal o privada y ciertamente comercial.
De estas experiencias participan expresiones culturales que no tienen
circuitos comerciales tan expandidos (ej. teatro, danza, grupos de hip hop,
productores de video, músicas populares o bandas de rock, grafitteros, etc)
son gestionadas por actores/grupos comunitarios, están vinculadas con
procesos sociales/políticos (identidades, convivencia, reconocimiento,
inclusión), incorporan en la producción a sectores de la sociedad (mujeres,
niños, niñas y jóvenes) y promueven resonancias con las dinámicas y
expresiones culturales propias. Tienen, además, formas de sostenibilidad
particulares y establecen relaciones con el estado local, organizaciones
internacionales y de cooperación y organizaciones de la sociedad.Por lo
general son experiencias sin ánimo de lucro y algunas se inscriben dentro
de campos culturales comerciales, menos masivos y serializados, pero con
otros alcances, organización, y participación comunitaria. Entre ellas están
las radios y televisiones comunitarias y los medios locales. A la vez que
recuperan tradiciones locales son también elementos de innovación y
modernidad. Una dimensión importante de algunas de estas experiencias
es la relación que generan entre cultura y convivencia en zonas con altos
índices de violencia.
Una tercera perspectiva es la integración de la cultura con otras áreas del desarrollo. Si la cultura se ha afirmado como parte central del
desarrollo, también es cada vez mayor el reconocimiento de su importancia
para la gestión de otros programas de desarrollo, por ejemplo de salud,
formas productivas, salud, fortalecimiento institucional.
9
Hay una mayor conciencia sobre la tarea que tiene la cultura (creencias,
valores, formas de representación, imaginarios) en la apropiación por parte
de las comunidades de procesos y proyectos de desarrollo, muy diferente a
las épocas “desarrollistas” en que los grupos sociales eran mas usuarios,
que sujetos activos de su propio desarrollo. Los proyectos ahora se diseñan
con una atención mayor a los contextos y las historias culturales de las
comunidades, sea para desarrollar nuevos cultivos, construir una
hidroeléctrica o edificar un barrio de vivienda popular.
Una cuarta perspectiva es la vinculación de la cultura con procesos de responsabilidad social empresarial. Ha ido creciendo la importancia de la
responsabilidad social de las empresas, más allá de su tarea de generación
de trabajo o el pago de impuestos, transformándose una visión centrada en
la filantropía hacia otra fundamentada en la responsabilidad. La vinculación
de la universidad con la responsabilidad social de empresas, fundaciones y
organizaciones sociales, es muy importante a la hora de fortalecer sus
procesos culturales y relacionarlos con los procesos de la sociedad.
Una quinta perspectiva es la generación de una “cultura” (producción/circulación de significados) sobre el desarrollo en las
sociedades. Existen unas percepciones e imaginarios sociales sobre el
desarrollo, que se construyen a partir de las experiencias directas como
mediante las representaciones que, por ejemplo, los medios hacen del
desarrollo.
Finalmente, una sexta perspectiva, es la de las comunidades y movimientos socioculturales que se resisten activamente a inscribir a la cultura dentro de la concepción occidental de desarrollo.Estos cambios en las relaciones entre cultura y desarrollo son desafíos para
la universidad, que debe pensar el surgimiento de una economía creativa en
un diálogo entre la economía, la sociología, la historia cultural, las artes y
los estudios de la cultura. Aún es muy tímida la contribución académica
colombiana a esta zona de estudios, que requiere de sistematizaciones y
análisis adecuados del desarrollo de las industrias culturales en el país y las
regiones, de la formación de los profesionales que participan en los distintos
momentos de las cadenas productivas, de la generación de ideas para el
10
mejoramiento de los procesos de producción y de circulación de bienes y
servicios culturales y de la conexión de estas expresiones de la creatividad
con los procesos sociales.
Pero la universidad puede ser también una incubadora de experiencias y
emprendimientos culturales. Y no solamente a través de las denominadas
actividades extracurriculares, sino precisamente de las curriculares, de
programas novedosos que integren el conocimiento con las posibilidades de
participación en los escenarios culturales, la investigación con la docencia y
la extensión.
Explorar las relaciones entre la cultura y otras áreas de la gestión social es
una tarea en que también puede contribuir la universidad. Sobre todo
incorporando la cultura a otros campos del conocimiento en que no tiene
presencia y en que se pueden ir encontrando caminos de interrelación. Una
labor que se puede extender al reconocimiento del tejido de experiencias
comunitarias de cultura que pasan desapercibidas en la universidad,
inclusive en sus centros de desarrollo local.
El quinto desafío es el de pensar la formación desde la cultura y las artes: la educación, como sostuvo Jerome Bruner hace años, es un foro de
creación y recreación cultural y a su vez, la cultura es una práctica del
desciframiento de textos (Geerts). Las artes, como gran dialéctica moral,
tienen la capacidad de poner a prueba las perspectivas más vitales, los
sistemas de pensamiento, los trazos de la sensibilidad.
El sexto desafío es el de explorar la cultura desde las especificidades, las historias y los procesos territoriales: no sólo es importante que la
universidad se vincule con los procesos culturales locales, y con la
conversación con otras culturas, sino que participe activamente en la
definición y puesta en marcha de planes de desarrollo cultural. Se habita
culturalmente el territorio y al hacerlo se le dota de una significación
particular y diferenciadora.
Finalmente, el séptimo desafío es el de contribuir desde la cultura a la construcción de democracia y vida pública: la cultura se afirma como
una comunidad interpretativa, esto es, como redes de intercambio plural
donde todos participamos en la configuración de un mundo que aspiramos a
11