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Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

Una mirada desde el Foro de São Paulo

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Roberto Regalado (La Habana, 1953), politólogo y diplomático, graduado en la Universidad de La Habana de Periodismo y en el Instituto de Idiomas Máximo Gorki, en lengua inglesa. En 1971 ingresa al Departamento de América del Co­mité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC). En el Servicio Exterior se de sempeñó como primer secretario y consejero político, en los Estados Unidos y en Nicaragua, respectivamente. Desde 1988 dirige la sección de Análisis del área de América, en el Departamento de Relaciones Internacionales del PCC.

Miembro fundador del Foro de São Paulo y secretario ejecutivo adjunto de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPPAL), es el editor de la revista de análisis político Contexto Latinoamericano, de Ocean Sur.

Ha publicado numerosos ensayos y artículos en revistas especializadas. Es autor de América Latina entre siglos: dominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda y coautor de Transnacionalización y desnacionalización: ensayos sobre el capitalismo contemporáneo.

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Diseño de la cubierta: Víctor MCM

Derechos © 2008 Roberto Regalado Álvarez

Derechos © 2008 Ocean Press y Ocean Sur

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, conservada en un sistema reproductor o transmitirse en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia,

grabación o cualquier otro, sin previa autorización del editor.

ISBN: 978-1-921438-07-3Library of Congress Control Number: 2008923269

Primera edición 2008 Impreso en México por Quebecor World S.A., Querétaro

PUBLICADO POR OCEAN SUR

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Índice

Prólogo 1

Palabras del autor 4

Antecedentes y contexto histórico del Foro de São Paulo 11La situación internacional 11Dominación imperialista y lucha popular en América Latina 14

La dominación imperialista 14La lucha popular 15

El «proceso de democratización» 19El auge de la lucha electoral de la izquierda 23

El fundador del Foro de São Paulo: el Partido de los Trabajadores de Brasil 26

El Encuentro del Hotel Danubio 35

El anfitrión del II Encuentro: el Partido de la Revolución Democrática 43

El Encuentro de México 51

El anfitrión del III Encuentro: el Frente Sandinista de Liberación Nacional 68

El Encuentro de Managua 80

El anfitrión del IV Encuentro: el Partido Comunista de Cuba 89

El Encuentro de La Habana 113

El anfitrión del V Encuentro: el Frente Amplio 122

El Encuentro de Montevideo 137

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El anfitrión del VI Encuentro: el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional 143

El Encuentro de San Salvador 158

El Encuentro de Porto Alegre 162

El II Encuentro de México 175

El II Encuentro de Managua 183

El II Encuentro de La Habana 189

La anfitriona del XI Encuentro: la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca 198

El Encuentro de Antigua Guatemala 207

El II Encuentro de São Paulo 217

El II Encuentro de San Salvador 227

Conclusiones 240

Cronología 250

Anexos 264Relación de participantes en el Encuentro de Partidos

y Organizaciones Políticas de América Latina y el Caribe, São Paulo 2­4 de julio de 1990 264

Relación de partidos y movimientos políticos miembros del Foro de São Paulo confeccionada en el IV Encuentro, La Habana, julio de 1993 265

Relación de miembros activos en el Foro confeccionada por el Grupo de Trabajo a finales de 2007 270

Relación de miembros del Grupo de Trabajo actualizada a finales de 2007 272

Bibliografía 273

Notas 279

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A Fidel y a Lula, por la iniciativa que condujo al nacimiento del Foro de São Paulo

A la memoria de Nani Stuart, quien le dedicó parte de su vida a construirlo y preservarlo

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Prólogo

La obra que los lectores tienen en sus manos es, tal vez, el primer intento de presentar la historia del Foro de São Paulo, que abarca desde 1990 hasta 2007.

Para los participantes en esta historia, el libro de Roberto Regalado servi­rá como una provocación saludable, que invite a expresar sus puntos de vis­ta. Por otra parte, a los que se sumaron más recientemente, les servirá como fuente de consulta y aprendizaje, no solo sobre el Foro, sino también sobre varias de sus organizaciones y sobre el conjunto de la izquierda latinoameri­cana. En este sentido, ayuda la estructura de la obra, que combina el análisis de cada uno de los encuentros del Foro con un resumen de la historia de los partidos que fueron sus anfitriones.

Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana aborda los dile­mas estratégicos y programáticos que ella enfrenta, desde el punto de vista de alguien que participó en toda la historia del Foro de São Paulo, en su condición de miembro destacado de la delegación del Partido Comunista de Cuba.

No pretendo, aquí, resumir ni anticipar este punto de vista, con el cual el lector entrará en contacto en las próximas páginas. Solo deseo resaltar que el actual debate sobre la estrategia de la izquierda en América Latina ocurre en una coyuntura histórica nueva, marcada por la elección y coincidencia en el gobierno, desde 1998, de varios presidentes oriundos de la izquierda, y por el deterioro de la situación económica, política y social internacional.

Aunque la crisis sea profunda, el capitalismo ya ha demostrado que po­see un resuello sorprendente, que se traduce en su capacidad de destruir la naturaleza y la humanidad. Este resuello se hace notar en América Latina, donde a pesar de la resistencia y de las victorias parciales obtenidas por la izquierda, las fuerzas conservadoras, neoliberales y capitalistas mantie­nen su hegemonía en el terreno económico­social, y ejercen el control de las instituciones internacionales y del poderío militar, además de conservar el gobierno nacional en importantes países de la región.

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2 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

Las clases dominantes de cada país, asociadas al imperialismo, tratan de manipular las diferencias estratégicas y programáticas existentes entre los gobiernos, partidos y movimientos empeñados en el «giro a la izquierda» que el continente vive desde 1998.

Algunos de estos gobiernos, partidos y movimientos declaran abierta­mente su objetivo de construir el socialismo. Otros trabajan por constituir sociedades con alta dosis de bienestar social, democracia política y sobera­nía nacional, en los marcos del capitalismo. Importantes sectores, aunque se consideren que pertenecen a la izquierda, adoptan premisas neolibera­les. También existen profundas diferencias estratégicas en relación con las formas de lucha y vías para tomar el poder, así como sobre cuál debe ser la relación de los gobiernos electos con las clases dominantes de cada país, de Europa y de los Estados Unidos. Esas diferencias programáticas y estra­tégicas hacen que el debate sobre la naturaleza y el papel de los gobiernos encabezados por presidentes oriundos de la izquierda sea particularmente complejo.

No pocas veces asistimos a un diálogo de sordos entre los que manifies­tan el temor a que estos gobiernos traten de colaborar en la construcción de un nuevo ciclo histórico, sin que existan las condiciones económicas, políti­cas e ideológicas necesarias para enfrentar la reacción de las clases dominan­tes, y los que alertan sobre el riesgo de que nuestra presencia en el gobierno no contribuye a modificar, de manera estructural, a nuestras sociedades y al conjunto de América Latina, con lo cual se abre el camino para el retorno de la derecha al gobierno, alimentado por la desmoralización de la propia izquierda.

Para dar respuestas a todas y cada una de estas cuestiones, la izquierda necesita enfrentar el déficit teórico y político originado de la crisis y del des­moronamiento del «campo socialista», de décadas de hegemonía neoliberal y de la burocratización y degeneración ideológica de gran parte de las orga­nizaciones de izquierda en todo el mundo.

Urge valorar el debate teórico, la lucha ideológica y cultural como par­te esencial de cualquier actividad política que se considere revolucionaria. Es fundamental estudiar más el capitalismo, determinar la naturaleza del período histórico que estamos atravesando, reinterpretar o actualizar cate­gorías clásicas como imperialismo y capital financiero, retomar el balance

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Prólogo 3

de los intentos de construcción del socialismo en el siglo pasado, así como el debate acerca de las características futuras del mismo, y profundizar el debate estratégico.

Este libro de Roberto Regalado, su obra anterior (América Latina entre siglos) y el trabajo que viene desarrollando al frente de la revista Contexto Latinoamericano, contribuyen en este sentido más amplio a formular una teoría revolucionaria para el siglo xxi. Y contribuyen, en gran medida, porque Regalado no confunde firmeza ideológica y rigor teórico con sec ta­rismo. Véase, por ejemplo, su opción de no «fulanizar» determinadas polé­micas y situaciones.

Dos comentarios finales: no es una coincidencia que este libro haya sido escrito por un comunista cubano que participó activamente en los debates realizados en el Foro de São Paulo, ni nos debe extrañar las referencias que Regalado hace sobre Rosa Luxemburgo. Hecha la reflexión, concluyo aquí el prólogo, invitando al lector a disfrutar al máximo lo que vendrá en las próximas páginas.

Valter Pomar São Paulo, febrero de 2008

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Palabras del autor

Quien para transformar la sociedad se decide por el camino de la reforma legal, en lugar y en oposición a la conquista del Poder, no emprende, realmente, un camino más descansado, más seguro, aunque más largo,

que conduce al mismo fin, sino que, al propio tiempo, elige distinta meta: es decir, quiere, en lugar de la creación de un nuevo orden social,

simples cambios no esenciales, en la sociedad ya existente.

Rosa Luxemburgo

Este libro es una historia del Foro de São Paulo que abarca desde su origen, en julio de 1990, hasta finales de 2007. Como toda historia, refleja los puntos de vista del autor, quien durante todo ese tiempo ha participado en él como miembro de la delegación del Partido Comunista de Cuba (PCC), aunque los criterios que aquí se exponen no comprometen a ese partido, pues solo constituyen una interpretación personal.

Este texto pretende ser novedoso y útil por tres razones: primera, aborda una experiencia única, a saber, la formación, desarrollo y funcionamiento de un espacio en el que convergen todas las corrientes políticas e ideológicas de la izquierda; segunda, analiza lo que, con toda propiedad, podemos definir como el fin de la etapa de la historia de América Latina caracterizada por el choque entre las fuerzas de la revolución y la contrarrevolución, y la apertura de otra etapa en la cual predominan la movilización social y la competencia electoral de la izquierda dentro del esquema de «democracia neoliberal»;1

y la tercera es que, de la relación entre los dos puntos anteriores, se deriva que el Foro de São Paulo es un escenario privilegiado de la continuidad del debate histórico sobre los objetivos, estrategias y tácticas de la lucha popular que se sintetiza en la conocida frase: ¿reforma o revolución?

En sus casi dieciocho años de vida, el Foro de São Paulo ha realizado trece Encuentros en siete países de la región, un promedio de cuatro reunio­nes anuales de su Grupo de Trabajo y numerosos intercambios con fuer­

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Palabras del autor 5

zas políticas de Norteamérica, Europa, Asia, África y Medio Oriente. En los Encuentros del Foro han llegado a participar más de ciento cuarenta partidos y movimientos políticos de la izquierda latinoamericana y caribe­ña, aunque la actualización más reciente de miembros activos hecha por el Grupo de Trabajo en 2007 arroja un total de setenta y cinco. Ello obedece, en primer término, a una disminución en la asistencia de los partidos del Caribe de habla inglesa y holandesa para los cuales resulta muy caro viajar a las ciudades latinoamericanas donde con mayor regularidad se efectúan las actividades del Foro, al distanciamiento de varios miembros latinoameri­canos y a la desaparición de algunos partidos y movimientos políticos que, con el tiempo, se han fundido con otros.

El Foro es atacado por la derecha y por las corrientes más radicales de la izquierda. La derecha lo tilda de promotor de actividades conspirativas y te­rroristas. Las corrientes más radicales de la izquierda lo acusan de vacilante e inútil. La primera es una falsedad grosera; la segunda es una apreciación desacertada. El Foro no es «bueno» ni «malo» en sí mismo. Sus virtudes y defectos son las virtudes y los defectos de la propia izquierda latinoameri­cana en su conjunto. Ella es, en definitiva, la que se pronuncia o no, y la que actúa o no por conducto del Foro. Esos pronunciamientos y actuaciones re­flejan una correlación de fuerzas no solo numérica, sino también basada en el peso político de cada uno de sus miembros.

Como ha ocurrido en ocasiones —y en este libro se analizan varios ca­sos— en las reuniones del Foro, una mayoría, permanente o circunstancial, puede violentar la norma del consenso e imponer una posición y derrotar otra, pero si el peso político de esa mayoría no rebasa el de la minoría, lo aprobado o rechazado carece de significación o, peor aún, puede ser contra­producente. De eso no se debe acusar al Foro, porque así es la política, en sentido general, incluida la política de izquierda. Podrá haber muchos parti­dos y movimientos políticos con posiciones muy radicales, pero, en un esce­nario de luchas en el que la unidad es clave, como lo es hoy América Latina, la efectividad se mide por la capacidad de lograr que la masa crítica del mo­vimiento popular asuma tales posiciones, y lo cierto es que hasta hoy son las corrientes progresistas y socialdemócratas las que ejercen el control de los órganos de dirección de la mayoría de los principales partidos y movimien­tos políticos de la izquierda latinoamericana, mientras que en otros partidos

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y movimientos políticos lo disputan con mucha fuerza. El Foro de São Paulo sirve para medir eso, es decir, sirve como termómetro de la correlación de fuerzas existente dentro del conjunto de la izquierda latinoamericana, tanto en sentido general, como con relación a temas o coyunturas particulares.

Es natural que la izquierda transformadora —nombre con el que ahora se acostumbra a llamar a la que conocíamos como izquierda revolucionaria— lu­che en todos los espacios por cambiar la correlación de fuerzas a su favor. En esa lucha tiene buenas condiciones para triunfar porque el capitalismo contemporáneo, y en particular el capitalismo latinoamericano, dependiente y deformador, es incapaz de asimilar o tolerar una reforma social progresis­ta, como lo demuestran los obstáculos que enfrentan los partidos y movi­mientos políticos de izquierda que llegaron al gobierno durante los últimos años. Sin embargo, ese cambio no se producirá mediante la acumulación de victorias pírricas en las votaciones del Foro, sino mediante la acumulación política y social alcanzada en la lucha cotidiana librada en los países de la región. Los pueblos solo emprenden una revolución cuando se percatan de que todos los demás caminos están cerrados, pero ese aún no es el caso de los pueblos de América Latina.

Ni el Foro «dirige» a la izquierda latinoamericana, ni va a encabezar la revolución que América Latina necesita, pero conocerlo mejor ayuda a com­prender esa izquierda y a calibrar con mayor precisión las condiciones nece­sarias para esa revolución.

Las hipótesis que se fundamentan en el presente ensayo son:

• El Foro de São Paulo surge de una reacción intuitiva de la izquier­da latinoamericana que, mediante el acercamiento y el diálogo entre fuerzas políticas que hasta entonces se repelían entre sí, busca rees­tructurarse y reorientarse, a tono con el derrumbe de la bipolaridad y el advenimiento de la unipolaridad mundial, primero, para sobrevi­vir, y, después, para sacar mejor partido de las nuevas condiciones.

• En todos los debates y enfrentamientos ocurridos en el Foro, a veces de manera abierta y otras encubierta, se replantea la vieja polémica sobre reforma o revolución. Con otras palabras, los debates del Foro son una expresión latinoamericana actual de esa polémica histórica, en el que las fuerzas de la revolución social cobran creciente fuerza,

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Palabras del autor 7

aunque todavía están en minoría en las estructuras partidistas de la izquierda.

• Con la elección —y en algunos casos la reelección— de cinco gobier­nos encabezados por partidos y movimientos políticos miembros del Foro, ocurrida entre 1998 y 2006 en Venezuela, Brasil, Uruguay, Bolivia y Nicaragua,2 se produjo un cambio cualitativo en su dinámica in­terna. En sus primeros años, los debates y enfrentamientos eran más crudos debido a la falta de una cultura de consenso y tolerancia, pero había un mayor margen de acomodo porque los debates eran en tér­minos más abstractos, debido a que ninguna de las corrientes enfren­tadas entre sí había demostrado —o creído demostrar— la viabilidad de sus ideas; ahora los debates y enfrentamientos son más civilizados, pero hay menos margen de acomodo porque una parte de sus miem­bros piensa y actúa como gobierno, mientras que la gran mayoría si­gue pensando y actuando como izquierda opositora. Esto provocó un impasse en las actividades del Foro entre 2002 y 2007, y la reducción de la asistencia a sus actividades, aunque no llegó a interrumpir su continuidad.

Transcurridos casi dieciocho años desde el nacimiento del Foro, diez desde la elección del primer gobierno de izquierda de la actual etapa de la histo­ria de América Latina (Venezuela, 1998) y uno desde la elección de los más recientes (Nicaragua y Ecuador, 2006), es un momento oportuno para hacer un corte y realizar un análisis crítico de su historia, de la cual se puede, ade­más, derivar conclusiones sobre la situación y perspectivas de la izquierda latinoamericana.

La conclusión preliminar es que, como todo organismo político, el Foro de São Paulo está sometido a la influencia de cambiantes circunstancias que pueden prolongar su existencia tal como es, obligarlo a modificarse o hacer­lo desaparecer. Entre esas cambiantes circunstancias es preciso analizar, no solo la coexistencia en el Foro de fuerzas políticas de gobierno y de oposi­ción, sino que cada una de esas fuerzas políticas de gobierno actúa en con­diciones singulares y se plantea proyectos diferentes, todo lo cual tiende a hacer más complejo el debate.

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8 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

El libro incluye un capítulo sobre los antecedentes y el contexto en que surge el Foro, un capítulo dedicado a cada uno de los trece Encuentros anuales celebrados hasta este momento y un capítulo sobre la historia de los siete partidos y movimientos políticos que han sido anfitriones de ellos, intercalados entre los anteriores de acuerdo con un orden cronológico, para finalizar con unas conclusiones, una cronología, tres listados de asistentes o miembros (de 1990, 1993 y 2007) y una bibliografía.

Las fuentes fundamentales utilizadas para hilvanar la historia del Foro son los documentos, las intervenciones, las declaraciones y las resoluciones de sus Encuentros anuales; las actas de las reuniones del Grupo de Trabajo; las relatorías y otros documentos producidos por los seminarios­talleres; y el conocimiento adquirido mediante la participación directa, conservado en las notas personales del autor. Para la síntesis de la historia de los partidos y movimientos políticos que han sido anfitriones de los Encuentros anuales del Foro, se utilizaron documentos, publicaciones y testimonios de los diri­gentes de esas organizaciones, y estudios de especialistas de las ciencias so­ciales. El análisis de la problemática internacional y latinoamericana en cuyo contexto se ubica la historia del Foro es resultado de dos libros anteriores: Transnacionalización y desnacionalización: ensayos sobre el capitalismo contempo­ráneo, de Rafael Cervantes, Felipe Gil, Roberto Regalado y Rubén Zardoya;3 y América Latina entre siglos: dominación, crisis, lucha social y alternativas políti­cas de la izquierda, de Roberto Regalado.4

Por supuesto que este libro no es —ni pretende ser— una historia de esa izquierda latinoamericana nacida, renacida o transformada desde finales de la década de 1980, pero para escribirla es imposible prescindir del estudio del Foro de São Paulo o de los partidos y movimientos políticos aquí abor­dados. Si se aspira a lograr una caracterización completa y abarcadora de esa izquierda, se requiere:

1. un análisis más profundo y un estudio comparativo de la historia, no solo de los siete partidos y movimientos políticos cuya trayecto­ria aquí se sintetiza, sino de muchos otros, también muy importantes, que por una u otra razón no han sido sede de los Encuentros anuales del Foro;

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Palabras del autor 9

2. el estudio de los programas de esas organizaciones con el propósito de evaluar cuáles son sus características fundamentales, en qué me­dida esos programas evolucionan o involucionan para acceder a es­pacios institucionales, y en qué medida se cumplen o no cuando esos espacios han sido alcanzados;

3. la imbricación de los puntos anteriores con el análisis del desarrollo de la situación política en América Latina, tanto desde el punto de vista regional como por países, para determinar en qué medida la iz­quierda transforma a la sociedad y en qué medida ayuda a preservar el statu quo.

Finalmente, es preciso hacer cuatro aclaraciones:

• En este libro no hay «revelaciones» de los «secretos» del Foro, ni «de­nuncias públicas» de las actitudes de una u otra persona o fuerza política, aunque debo confesar que, al repasar algunos hechos, tuve la tentación de hacerlo. Sin embargo, logré vencerla y espero que el resultado sea un texto que aporta toda la información necesaria para fundamentar sus conclusiones, y en el que se omiten los elementos intrascendentes que pueden afectar a personas o fuerzas políticas que, al margen de las diferencias ideológicas que tengamos, merecen —como merecemos todos— un trato ético.

• Hay un conjunto de temas que se replantean a lo largo de la historia del Foro, aunque, por supuesto, con las actualizaciones derivadas del desarrollo de los acontecimientos. Entre ellos se destacan el análisis del sistema de dominación mundial; el rechazo al neoliberalismo; la crítica a los organismos financieros internacionales; el análisis del pa­pel de la deuda externa; la condena al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA); y la denuncia a las injerencias, agresiones e inter­venciones imperialistas. Sería innecesario repetir en este libro, una y otra vez, lo planteado en cada una de las actividades realizadas sobre estos temas. Solo se hace referencia a ellos cuando resulta necesario para explicar algún aspecto de la historia del Foro o de la polémica sobre objetivos, estrategia y táctica de la izquierda.

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• También se evita la reiteración de las declaraciones de solidaridad, entre las que sobresalen las realizadas con la Revolución Cubana, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), el movimiento popular en Haití, la lucha por la independencia de Puerto Rico y otros territorios colonia­les del Caribe, y con la demanda del pueblo argentino de que se le restituya la soberanía sobre las Islas Malvinas y demás territorios del Atlántico Sur de los que esa nación fue despojada por Gran Bretaña. Con posterioridad a 1998, a ellas se suman los pronunciamientos de apoyo a las victorias electorales de Hugo Chávez en Venezuela, Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua y Rafael Correa en Ecuador.

• En este libro se aborda la problemática de la izquierda latinoameri­cana, es decir, de los países de habla española y portuguesa. Muchos partidos y movimientos políticos del Caribe anglófono, francófono y holandés son miembros del Foro de São Paulo, pero la mayoría de ellos solo asistieron a los dos Encuentros realizados en La Habana (1993 y 2001). En el Grupo de Trabajo hubo durante años miembros de Dominica, Haití y Guadalupe. Sin embargo, por diversas circuns­tancias dejaron de asistir con regularidad a las actividades del Foro. También se han realizado seminarios­talleres específicos sobre temas de interés de la región del Caribe, pero, en resumen, la barrera cultu­ral y lingüística, los costos de transportación aérea hacia y desde las ciudades lejanas de la América Latina continental donde casi siem­pre se efectúan las reuniones del Foro, y la falta de una verdadera integración de las luchas de América Latina con las del Caribe, hacen que, al margen de la voluntad del autor, el Foro no sea el espacio idó­neo para estudiar a la izquierda caribeña.

Roberto Regalado La Habana, febrero de 2008

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Antecedentes y contexto histórico del Foro de São Paulo

La situación internacional

A partir de la década de 1860, momento en que la lucha política legal ad­quiere centralidad como arma del proletariado en los países desarrollados de Europa, comienza a producirse la división, por una parte, entre quienes la practican y quienes la rechazan (en este último caso, los anarquistas) y, por otra parte, entre quienes abogan por utilizarla a favor de la reforma so­cial progresista del capitalismo o en pro de la revolución socialista.

La estructuración de las corrientes reformistas del movimiento obrero y socialista comienza en 1881 con la aparición del posibilismo francés,1 continúa en 1884 con el surgimiento del fabianismo inglés,2 adquiere mayor conno­tación a finales de esa década cuando brota una tendencia reformista en el Partido Socialdemócrata Alemán —que era entonces el abanderado del mar­xismo en el mundo— y se complementa, pocos años más tarde, cuando en las filas socialdemócratas alemanas también aparece el revisionismo.3

La ruptura definitiva entre las corrientes reformistas y las corrientes re volucionarias del movimiento socialista se inicia con la Primera Guerra Mundial (1914­1918) —cuando los revolucionarios se oponen a esa confla­gración y los reformistas apoyan la participación en ella de sus res pectivos gobiernos, lo que provoca la crisis terminal de la II Inter nacional— y culmina a raíz del triunfo de la Revolución Rusa de octubre de 1917, cuando los partidos socialdemócratas asumen la misma actitud antisoviética que las fuerzas políticas de la burguesía.

El reformismo alcanza su mayor intensidad durante la segunda pos­guerra (1945­1969) en un grupo de países del norte europeo, a consecuen­cia del desarrollo de las fuerzas productivas del capital estimulado por la

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reconstrucción de Europa occidental y la carrera armamentista, combinado con la necesidad de presentar una imagen «democrática» y «redistributiva» del capitalismo como soporte de la guerra fría. Sin embargo, las condicio­nes económicas que impulsaban esa reforma progresista desaparecen con la crisis integral de ese sistema social iniciada en los años setenta, que desen­cadena la reestructuración neoliberal. Por su parte, las condiciones políticas del reformismo se desvanecen a principios de la década de 1990, cuando el derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) elimina la necesidad de dotar al capitalismo de un «rostro humano» en función de la competencia política e ideológica con el socialismo.

La era de la revolución socialista se abre en Rusia, en octubre de 1917, cuando Lenin y el Partido Bolchevique rompen el eslabón más débil de la cadena, convencidos de que ese acontecimiento sería el anticipo de una re­volución mundial que tendría su centro en Alemania, pero la república so­viética debió aferrarse por más de un cuarto de siglo a la construcción del socialismo en un solo país. En la posguerra era lógico que el eslabón más débil de la cadena se desplazara hacia el mundo subdesarrollado. En China, Corea y Vietnam, la revolución anticolonialista era también de carácter so­cialista. Por su parte, en Cuba, poco después de la victoria, la revolución asumía identidad y objetivos socialistas. Aunque, en la mayoría de los casos, los eslabones más débiles de la cadena que se quiebran durante la posguerra en el mundo colonial no adoptan una definición socialista, puede afirmarse que, en sentido general, las luchas de liberación nacional se inscriben en la historia de la revolución social como rupturas del sistema de dominación imperialista.

Las luchas de liberación nacional en Asia, África y América Latina lle­gan al clímax en los años setenta y a principios de los ochenta. En Asia, en la década de 1970 se produce la derrota del imperialismo norteamerica­no en Vietnam, hecho que repercute en todo el sudeste asiático. En África, resalta la independencia de las colonias portuguesas, en particular, el re­chazo —con ayuda de Cuba— a la invasión sudafricana contra la naciente República Popular de Angola,4 lo cual crea una correlación de fuerzas en el sur africano a favor de la liberación de Zimbabwe y Namibia, unidas al desmantelamiento del régimen del apartheid en la propia África del Sur. En América Latina y el Caribe, se produce la conquista del gobierno por parte

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Antecedentes y contexto histórico del Foro de São Paulo 13

del Movimiento de la Nueva Joya en Granada y el triunfo de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua, ambos en 1979. A partir de ese momento, se intensifica la lucha insurgente en El Salvador y Guatemala.

Para revertir la erosión de su poderío político y económico mundial, du­rante la presidencia de Ronald Reagan (1981­1989), el imperialismo norte­americano emprende una estrategia de desgaste sistemático contra la URSS, basada en la intensificación de la carrera armamentista, el estímulo a las con­tradicciones entre ese país y China, y la aplicación de una política destinada a desgajar a los países de Europa oriental del bloque socialista. El desgas­te de la URSS se complementó con la labor de zapa realizada por la pri­mera ministra británica Margaret Thatcher, a partir de la elección de Mijaíl Gorbachov como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), quien inició el «desmontaje» del socialismo por medio de un proceso denominado perestroika. Además de esa estrategia antisoviética, Reagan endureció la política hacia sus aliados de Europa occidental y Japón, e incrementó la amenaza y el uso de la fuerza en todas las regiones del Sur.

La estrategia de Reagan surtió efecto poco después de concluido su man­dato. Durante la presidencia de su sucesor, George H. Bush, en diciembre de 1989 se produjo la caída del Muro de Berlín —que abrió paso a la restau­ración capitalista en Europa oriental— y, en diciembre de 1991, se consumó el derrumbe de la propia Unión Soviética. Concluía así la llamada bipolari­dad mundial, inaugurada en octubre de 1917 con el triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia y consolidada a partir de 1945 con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, que favoreció el surgimiento del campo socialis­ta. Al terminar la bipolaridad, desde finales de la década de 1980 desapare­cían, a corto y mediano plazo, los elementos característicos de una situación revolucionaria que se habían manifestado en la posguerra en una gran parte del Sur.

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Dominación imperialista y lucha popular en América Latina

La dominación imperialista

Desde su independencia en 1776, los Estados Unidos se dedicaron a ex­pandirse mediante el despojo de los pueblos indígenas y la anexión de los territorios de América del Norte colonizados por potencias europeas, en particular por España y Francia. Aunque la formación de la masa territorial estadounidense concluyó con la compra de Alaska (1867) y la incorporación de Hawai (1900), tras cumplir el «destino manifiesto» de extenderse hasta el Océano Pacífico —legitimado por el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1948— y luego de imponerle en 1853 a México una última cesión de territo­rios por medio de la llamada compra de Gadsen, en ese último año se detu­vo la política de «frontera móvil» que practicó durante casi ocho décadas. A partir de entonces, la resistencia latinoamericana y la oposición británica, le impidieron anexarse nuevos territorios, debido a lo cual la ampliación de su dominación prosiguió por la vía del neocolonialismo, modalidad que, bajo la independencia formal de la nación, esconde su subordinación política y dependencia económica respecto a la metrópoli.

Entre 1853 y 1929, el imperialismo norteamericano expande su control sobre México, Centroamérica, la franja norte de Sudamérica y las naciones independientes del Caribe, mientras Gran Bretaña ejerce el suyo en las colo­nias caribeñas que aún conserva y en la mayor parte de América del Sur. Esa división de esferas de influencia se mantiene hasta que la Gran Depresión (1929­1933) provoca la quiebra del sistema neocolonial británico y le abre a los Estados Unidos el camino hacia el resto de Sudamérica. No obstante, el afianzamiento de la hegemonía estadounidense en el continente solo se completa con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, a partir de la cual ese país emerge como la primera potencia imperialista del planeta y emplea la guerra fría como pretexto para imponer gobiernos dóciles a sus dictados en toda la región.

Aunque la fuerza siempre fue el principal recurso utilizado por los Es­tados Unidos para dominar a América Latina y al Caribe, desde finales del

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siglo xix empezaron a construir el denominado Sistema Interamericano, con el fin de complementar sus acciones intervencionistas con la aceptación por parte de los gobiernos latinoamericanos y caribeños de un conjunto de va­lores, normas y compromisos que los hacen copartícipes de la dominación ejercida sobre ellos. Ese fue el principal objetivo de la Primera Conferencia Internacional Americana de 1889­1890. La también llamada Conferencia de Washington creó la Oficina Internacional de las Repúblicas Americanas, poco después transformada en la Unión Panamericana. Sin embargo, solo fue a raíz del desenlace de la Segunda Guerra Mundial (1939­1945) y del despliegue de la guerra fría (1946) cuando logró crear un verdadero siste­ma de dominación continental, con la suscripción, en 1947, del Tratado In­ter americano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la fundación, en 1948, de la Organización de Estados Americanos (OEA). Esos mecanismos regionales se sumaron a la Junta Interamericana de Defensa (JID), que había sido cons­tituida en 1942. La JID, el TIAR y la OEA fueron complementados, en la década de 1960, por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Años después de la creación del Sistema Interamericano, el imperialismo estadounidense utilizó su propia invasión a Guatemala en 1954, que derrocó al gobierno de Arbenz, con el propósito de sustituir el principio de no inter­vención, proclamado en la Carta de la OEA, por el derecho de intervención. Lo mismo hizo a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, a la cual excluyó de dicho sistema en la reunión de Punta del Este (1962). En sentido análogo, el gobierno estadounidense empleó a la OEA en 1965 para encubrir su inter­vención militar en República Dominicana como una acción «colectiva». Sin embargo, desde ese momento, la OEA quedó relegada a planos secundarios y la dictadura militar de «seguridad nacional» se convirtió en el instrumen­to principal contra la lucha popular en la región.

La lucha popular

La lucha popular latinoamericana del siglo xx se incuba desde finales del siglo xix, cuando empiezan a arraigarse en la región corrientes anarquis­tas, reformistas y revolucionarias, entre otras vías, mediante la migración de obreros procedentes de Europa con trayectoria de lucha sindical y política.

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A diferencia del Viejo Continente donde en ciertos países y períodos existie­ron condiciones favorables a la reforma social progresista del capitalismo, en Latinoamérica y el Caribe esta estrategia fue mucho más débil y desna­turalizada. Es cierto que en algunas de las naciones donde más avanzó la acu mu lación desarrollista de capitales —cuyo auge se registra entre 1929 y 1955— se aplicaron ciertas políticas de reforma social favorables al prole­tariado organizado y a la clase media urbana —como las del cardenismo en México (1934­1940) y el peronismo en Argentina (1946­1955)—,5 pero, a me­diano y la go plazo, lo que predominó fue el clientelismo, es decir, la promo­ción, por parte de las burguesías nacionales, de sindicatos y organizaciones sociales «amarillas», que recibían privilegios a cambio de dividir a la clase obrera y a otros sectores populares. En cualquier caso, vale apuntar que en ningún país latinoamericano o caribeño existía un desarrollo económico y social que per mitiera la formación de un movimiento comparable con la so­cialdemocracia europea.

En las páginas de la revolución social latinoamericana y caribeña del siglo xx, resaltan la Revolución Mexicana (1910­1917), la sublevación cam­pesina salvadoreña organizada por Farabundo Martí (1932), la República Socialista implantada en Chile por el coronel Marmaduke Grove (1932), la revolución de los estudiantes y sargentos ocurrida en Cuba tras la caída del dictador Gerardo Machado (1933), la gesta en Nicaragua del «Pequeño Ejército Loco» de Augusto C. Sandino (1934), la lucha independentista en Puerto Rico liderada por Pedro Albizu Campos —quien fundó el Partido Nacionalista en 1922—, el pronunciamiento armado de la Alianza Nacional Libertadora de Brasil, organizado por Luiz Carlos Prestes (1935),6 y la Revo­lución Boliviana de 1952. Aunque no fueron procesos revolucionarios, sino de reforma social progresista, con participación del movimiento popular y de las fuerzas de izquierda, cabe mencionar aquí a los gobiernos guatemaltecos de Juan José Arévalo (1945­1951) y de Jacobo Arbenz (1951­1954), en par­ticular, porque este último sucumbió por una intervención militar de los Estados Unidos.

El triunfo de la Revolución Cubana el 1ro. de enero de 1959 marca el ini­cio de una de las etapas más recientes de la historia de América Latina. Esa etapa se caracterizó por la consolidación del proceso revolucionario cubano, a pesar de las agresiones y del bloqueo del imperialismo norteamericano; la

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intensificación de las luchas revolucionarias, democráticas y nacionalistas; y la implantación de las dictaduras militares de «seguridad nacional» que actuaron como punta de lanza de la violencia contrarrevolucionaria. Hitos en esos años fueron los dos momentos de mayor auge de la lucha armada revolucionaria ocurridos a principios y a finales de los años sesenta, incluida la gesta del comandante Ernesto Che Guevara en Bolivia (1967); los golpes de Estado nacionalistas y progresistas del general Juan Velasco Alvarado en Perú y del coronel Omar Torrijos en Panamá (ambos en 1968); la desig­nación del general Juan José Torres a la presidencia del gobierno militar de Bolivia (1970); la elección del presidente Salvador Allende en Chile, al frente del gobierno de la Unidad Popular (1970); la rebelión armada que llevó al Movimiento de la Nueva Joya al poder en Granada (1979); el triunfo de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua (1979); y el auge de la lucha armada en El Salvador, a partir de la creación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (1980), y en Guatemala desde la fundación de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (1982).

En respuesta al incremento de la lucha popular, a raíz del golpe de Estado que derrocó al gobierno de João Goulart en Brasil, en abril de 1964, el presidente Lyndon Johnson desechó la tradicional monserga democrática empleada por los gobernantes estadounidenses para justificar su injerencia e intervención en América Latina, y enunció la Doctrina Johnson, la cual proclama abiertamente que los Estados Unidos prefieren contar con aliados seguros a tener vecinos democráticos. La Doctrina Johnson fue la plataforma de lanzamiento de las dictaduras militares de «seguridad nacional», que ejer­cieron, con brutalidad sin precedentes, la capacidad represiva de las fuerzas armadas —multiplicada por el asesoramiento, entrenamiento y equipa­miento de los Estados Unidos—, con el propósito de destruir a los partidos, organizaciones y movimientos populares y de izquierda; desarticular las alianzas sociales y políticas construidas durante el período desarrollista; y sentar las bases para la reforma neoliberal, iniciada en la segunda mitad de los años setenta.

Como reacción contra las dictaduras militares y los gobiernos civiles autoritarios, en la segunda mitad de los años sesenta se produce un re­punte de la lucha armada revolucionaria. Este es el momento en que ope­ra en Bolivia, entre abril y octubre de 1967, encabezado por el comandante

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Ernesto Che Guevara, el Ejército de Liberación Nacional, algunos de cuyos sobrevivientes intentan reeditar su experiencia entre 1968 y 1970. Esa es también la etapa de nacimiento, resurgimiento o auge de los siguientes mo­vimientos revolucionarios: en Nicaragua, el Frente Sandinista de Li be ra ción Nacional; en Argentina, los Montoneros, las Fuerzas Armadas Pero nistas, Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Partido Revolucionario del Trabajo y el Ejército Revolucionario del Pueblo; en Uruguay, el Movimiento Na­cional de Liberación Tupamaros; en Brasil, el Movimiento Revolucionario 8 de Octubre, Vanguardia Popular Revolucionaria y Acción Liberadora Na cio nal, esta última encabezada por Carlos Mariguela; en Colombia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, el Ejército de Liberación Nacional y el Ejército Popular de Liberación; en México, el Movimiento de Acción Revolucionaria y el Frente Urbano Zapatista; y en Puerto Rico, los Comandos Armados de Liberación y el Movimiento Independentista Re vo­lu cionario. En medio de este auge generalizado de las luchas populares, se celebran en Cuba la Conferencia Tricontinental (1966) y la primera Con fe­rencia de Solidaridad con los Pueblos de América Latina (1967).7

En virtud de la violencia contrarrevolucionaria ejercida por el imperialis­mo norteamericano y sus aliados en la región, de las debilidades y errores de las fuerzas populares, y del cambio en la correlación mundial de fuerzas que se produciría con el desmoronamiento del bloque socialista europeo y de la propia Unión Soviética, en América Latina y el Caribe fueron des­truidos todos los procesos de orientación popular, tanto de carácter revo­lucionario como reformista, que comenzaron con posterioridad al triunfo de la Revolución Cubana. Merecen destacarse el golpe de Estado que en 1973 derrocó al gobierno constitucional chileno de Salvador Allende; la invasión militar estadounidense que sesgó la vida en 1984 a la Revolución Granadina; la llamada Guerra de Baja Intensidad (GBI) que provocó la derrota de la Revolución Popular Sandinista en las elecciones de febrero de 1990; la des­movilización en Colombia del Movimiento 19 de Abril en marzo de 1990 y del Movimiento Guerrillero Quintín Lame, del Partido Revolucionario de los Trabajadores y de parte del Ejército Popular de Liberación, estos tres en febrero de 1991; y la firma de los Acuerdos de Paz en El Salvador en enero de 1992. Con estos acontecimientos puede considerarse concluida la etapa de auge de la lucha armada revolucionaria abierta a raíz del triunfo de la

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Revolución Cubana. Más tarde le seguiría la firma de los Acuerdos de Paz en Guatemala (diciembre de 1996), la cual se produce en momentos en que ya se ha iniciado una nueva etapa de lucha, caracterizada por el auge de la movilización social y la competencia electoral de la izquierda. El único país en el que la lucha armada no ha tenido un desenlace es Colombia, donde si­guen actuando las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia­Ejército del Pueblo (FARC­EP) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), pero sin perspectivas previsibles de un triunfo militar que favorezca a esas guerrillas o al gobierno.

El «proceso de democratización»

A medida que las dictaduras militares de «seguridad nacional» finalizaban el cumplimiento de sus objetivos, y mientras crecía el rechazo internacional a sus crímenes, el imperialismo empezó a promover, de manera gradual, casuística e intermitente, el mal llamado proceso de democratización, que con­sistió en el restablecimiento de la institucionalidad democrático­burguesa pactado entre los gobernantes militares salientes y los partidos políticos tradicionales. El objetivo del pacto era sustituir las dictaduras militares por democracias restringidas, mediante la celebración de elecciones «libres» —con candidatos y partidos proscritos (no solo de izquierda)— y la imposición de restricciones constitucionales y legales a los nuevos gobernantes civi­les, entre las que resaltan la Constitución chilena redactada por encargo de Pinochet y las leyes de obediencia debida en Argentina, caducidad en Uruguay y punto final en Chile, que garantizaron la impunidad de los crímenes come­tidos por los gobernantes militares salientes.

El concepto democracia restringida puede crear dudas debido a que de­mocracia es una forma de dominación y subordinación de clase, que lleva implícita la restricción de las libertades de las clases dominadas y subordi­nadas. Con el término democracia restringida se identifica al sistema político impuesto en América Latina con posterioridad a las dictaduras militares de «seguridad nacional» que, además de las limitaciones y condicionamien­tos inherentes a la democracia burguesa en sentido general, fue concebido e implantado, de manera específica, para cerrar en los países de la región

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aquellos espacios de confrontación de los que habló Gramsci, en los cuales los pueblos puedan arrancarle concesiones al imperialismo y sus aliados locales.

El «proceso de democratización» comenzó con la elección de Jaime Roldós a la presidencia de Ecuador (1979), siguió con las elecciones de Fernando Belaúnde Terry en Perú (1980), Hernán Siles Suazo en Bolivia (1982), Raúl Alfonsín en Argentina (1983), Julio María Sanguinetti en Uruguay (1985), Tancredo Neves­José Sarney en Brasil (1985)8 y Andrés Rodríguez en Para­guay (1989), y concluyó con la elección del gobierno de Patricio Aylwin a la pre sidencia de Chile (1989) que puso fin al gobierno de Augusto Pinochet, la última dictadura militar de «seguridad nacional» que aún subsistía en la región. Dentro de ese proceso, los Estados contrainsurgentes impuestos por el imperialismo norteamericano en América Central, se dotaron de una fachada civil, generalmente proporcionada por la Democracia Cristiana, a partir de la elección de los presidentes Roberto Suazo Córdova en Hondu ras (1982), José Napoleón Duarte en El Salvador (1984) y Marco Vinicio Cerezo en Guatemala (1986).

Las dictaduras militares de «seguridad nacional» actuaron durante vein­ticinco años. En los Estados Unidos, esos años abarcan los mandatos de los presidentes Lyndon Johnson (1963­1969), Richard Nixon (1969­1974), Gerald Ford (1974­1977), James Carter (1977­1981) y Ronald Reagan (1981­1989). Este fue un período de desarticulación del Sistema Interamericano, en par­ticular, los ocho años de la presidencia de Reagan, durante la cual fue sa­cudido por el alineamiento estadounidense con Gran Bretaña en la Guerra de las Malvinas (1982), la política draconiana asumida por el imperialismo con motivo de la crisis de la deuda externa (1982) y el temor generado en las burguesías de América Latina por la invasión a Granada (1984) y los efectos desestabilizadores que en toda la región pudiera tener una intervención mi­litar directa en Centroamérica, amenaza que se mantuvo latente entre 1981 y 1989.

Concluida la etapa de las dictaduras militares de «seguridad nacional», al presidente George H. Bush (1989­1993) le corresponde iniciar un proceso para recomponer, reestructurar e institucionalizar el sistema de dominación continental. Los pilares fundamentales de ese proceso son: la afirmación de la democracia representativa como única forma de gobierno legítima en el

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continente americano; el intento de establecer un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA); y el aumento de la presencia militar de los Estados Unidos en la región.

Tras el «relevo» de las dictaduras militares de «seguridad nacional» por democracias restringidas, Bush emprende una fase superior del «proceso de democratización», al implantar un esquema único de gobernabilidad de­mocrática para la región, sujeto a mecanismos de dominación transnacional. El empleo de mecanismos transnacionales de dominación lo había iniciado la administración de Ronald Reagan a partir de la crisis de la deuda exter­na. La madeja de la dominación transnacional se entreteje por medio de la renegociación de los pagos a los acreedores internacionales, los programas de ajuste del Fondo Monetario Internacional (FMI), los créditos del Banco Mundial (BM) y las condicionantes políticas y económicas que desde ese momento empezaron a exigir las potencias imperialistas para la firma de todo acuerdo comercial, financiero o de cooperación. Lo que hace George H. Bush es utilizar esos mecanismos en la reforma del Sistema Interamericano.

Los principales incentivos ofrecidos por el gobierno de los Estados Unidos a las burguesías latinoamericanas para que aceptaran asumir los costos políticos y sociales de la reestructuración neoliberal fueron el Plan Brady y el ALCA. El Plan Brady era un «alivio» en comparación con la po­lítica seguida por Ronald Reagan con respecto al pago de la deuda latinoa­mericana, al permitir su capitalización, es decir, la cancelación de partes de la deuda de cada nación a cambio de la venta de las industrias y los recur­sos naturales, política que estimuló la oleada privatizadora. Por su parte, en sus orígenes, el ALCA fue una respuesta de la administración Bush a las solicitudes de «libre acceso» al área comprendida por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Uno de los principales medios para implantar los mecanismos transna­cionales de dominación política fue el proceso de reformas a la Carta de la OEA, en particular el subproceso iniciado con la adopción, en junio de 1991, del Compromiso de Santiago de Chile con la Democracia y con la Renovación del Sistema Interamericano, el cual establece que la democracia representativa es la única forma legítima de gobierno en el continente ame­ricano. En subsiguientes reuniones de la OEA se definió con creciente pre­cisión lo que esa organización entiende por democracia representativa, se

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extendió la llamada cláusula democrática a todos los organismos y acuerdos regionales, pertenecientes o no al Sistema Interamericano, y se creó un me­canismo de observación electoral y otro de sanción a los «infractores». Este proceso, que alcanza su clímax con la aprobación de la Carta Democrática Interamericana, horas después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, tiene como objetivo imponer el esquema único de democracia neoli­beral tras la fachada de la llamada gobernabilidad democrática.

La gobernabilidad democrática es una adaptación, muy forzada por cier­to, de la doctrina de la gobernabilidad, para adecuarla a los requerimientos de la reforma neoliberal en la América Latina de principios de los años noven­ta, con el propósito específico de sofocar la crisis política creada por la con­centración de la riqueza. Se trata de una adaptación forzada, porque al sujeto gobernabilidad se le añadió «a la brava» el adjetivo democrática, a pesar de ser incompatibles: es como decir Lucifer bondadoso.

El concepto de gobernabilidad fue formulado por la Comisión Trilateral en la década de 1970 para contrarrestar lo que sus miembros identificaban como un «exceso de democracia».9 Con otras palabras, la doctrina de la go­bernabilidad no fue concebida para preservar los derechos ciudadanos reco­nocidos por la democracia burguesa, sino para restringirlos. Es un esquema de control social que cierra los espacios de confrontación abiertos por la lucha de los movimientos obrero, socialista y feminista desde finales del siglo xix, en los cuales los partidos políticos de izquierda, sindicatos y demás orga­nizaciones populares, en determinadas condiciones y períodos históricos, forzaron a la burguesía a satisfacer sus reivindicaciones. De manera que la gobernabilidad democrática es un «Frankenstein» armado a la carrera para dotar a la democracia neoliberal de una fundamentación seudoteórica y de una guía para la reforma político­electoral, basada en la falsa premisa de que la readecuación de los aspectos formales de la democracia burguesa bastaría para conjurar la crisis política, sin resolver —o siquiera aliviar— los problemas económicos y sociales que la provocan.

La gobernabilidad democrática promueve lo que Hugo Zemelman defi­ne como alternancia dentro del proyecto: un esquema de alternancia entre las personas y los partidos que ocupan el gobierno, pero todos ellos sometidos a un proyecto neoliberal único, que no pueden sustituir, ni modificar más allá de muy estrechos márgenes. Con palabras del propio Zemelman:

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Lo que estamos viendo en este momento en América Latina es que la de­mocracia abierta a la alternancia de proyectos, de la cual Allende fue un ejemplo, se está cerrando. Por el contrario, existe un sistema democrático impulsado desde los mismos organismos transnacionales como el Banco Mundial, el mismo Fondo Monetario Internacional y ni qué hablar del Departamento de Estado, que están interesados en una alternancia, por lo tanto, en un juego de mayoría y minoría pero al interior de los pará­metros de un proyecto único e innegociable, y que se identifica con la democracia; de manera que cualquier idea de alternancia de proyectos es calificada de antidemocrática por democrática que sea.10

La implantación del esquema de gobernabilidad democrática implica un cambio de forma en la política del imperialismo norteamericano hacia América Latina. El cambio consiste en que, históricamente, un aspecto esen­cial de esa política era oponerse a todo acceso de la izquierda al gobierno, mientras que con la gobernabilidad democrática se aspira a que una iz­quierda «prisionera» comparta los costos de la crisis capitalista y le ayude a legitimar el nuevo sistema de dominación.

El auge de la lucha electoral de la izquierda

En medio de la crisis terminal de la bipolaridad mundial de posguerra, con la invasión estadounidense a Panamá (1989), la derrota «electoral» de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua (1990), la desmovilización de una parte importante de los movimientos guerrilleros en Colombia (1990­1991) y la firma de los Acuerdos de Paz en El Salvador (1992), con­cluye la etapa de la historia de América Latina abierta por el triunfo de la Revolución Cubana, y se inicia otra en la que predominan la movilización social y la competencia electoral de la izquierda dentro de la democracia burguesa, cuyos postulados formales se aplican, por primera vez, en toda la región —excepto en Cuba.

La gestación de la nueva etapa de luchas populares latinoamericanas se produjo en la segunda mitad de la década de 1980. En los países sometidos a dictaduras militares de «seguridad nacional» donde los movimientos po­pulares y de izquierda lograron una mayor organización, unidad y com­

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batividad durante el «proceso de democratización», también fue mayor su capacidad de oponerse a las restricciones constitucionales y legales que los gobernantes castrenses impusieron a la institucionalidad posdictatorial, y de ocupar espacios en diversas instancias de gobierno y en las legislaturas nacionales, pero no pudieron impedir la sujeción del Estado nacional a los nuevos mecanismos transnacionales de dominación, ni sustraerse al embrujo de la gobernabilidad democrática.

Tres factores explican la sublimación de la democracia burguesa por par­te de aquella izquierda que brotaba o rebrotaba a la legalidad a finales de la década del ochenta: el deslumbramiento provocado por lo que, salvo excep­ciones como Uruguay o Chile, era su primer acercamiento a los atributos formales de la democracia burguesa, en una región cuya historia está plaga­da de gobiernos dictatoriales, oligárquicos y populistas; el hecho de que este primer contacto con la democracia burguesa ocurriera en uno de los peores momentos de las ideas revolucionarias y socialistas, es decir, durante la cri­sis terminal de la URSS; y la interpretación, por parte de esa izquierda, del apoyo del gobierno estadounidense al «proceso de democratización» como garantía del fin de la dictadura, en vez de como una manera de restringir la naciente democracia.

El ejemplo paradigmático de la izquierda que brotaba derribando las ba­rreras políticas y electorales dejadas por la saliente dictadura, es el Partido de los Trabajadores de Brasil (PT). Al igual que el PT, el Frente Amplio de Uruguay (FA) es un ejemplo, en este caso, de la izquierda que rebrotaba en la lucha durante los años finales de la dictadura. Aunque el auge de la lucha social y la competencia electoral de la izquierda latinoamericana comienza en Brasil y Uruguay, la primera elección presidencial de la nueva etapa en la cual participa un candidato popular con posibilidades de triunfar se produjo en México, donde el presidente Miguel de la Madrid (1982­1988) seleccionó a Carlos Salinas de Gortari como candidato oficial para que diera continui­dad a la reforma neoliberal iniciada por él. Fue en respuesta a esa situación que amplios sectores progresistas y de izquierda decidieron formar el Frente Democrático Nacional (FDN), que presentó a Cuauhtémoc Cárdenas como candidato presidencial en las elecciones del 6 de julio de 1988, en las cuales fue despojado de la victoria mediante un fraude similar al cometido el 2 de julio de 2006 en contra de Andrés Manuel López Obrador.

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El desempeño de Cárdenas como candidato presidencial del FDN en las elecciones de 1988, junto al de muchos candidatos y candidatas de esa coa­lición al Senado, la Cámara de Representantes y las instancias estaduales y municipales de gobierno, fue la indicación más sólida ocurrida hasta ese momento de que en América Latina comenzaba una etapa en que la izquier­da accedía a espacios institucionales que le habían estado vedados. Poco más de un año después, el resultado obtenido por Luiz Inácio Lula da Silva como candidato del PT en los comicios presidenciales efectuados en Brasil en noviembre y diciembre de 1989, y la elección en Uruguay, en octubre de ese año, de Tabaré Vázquez, candidato del Frente Amplio, como inten­dente de Montevideo, no dejarían dudas sobre las nuevas tendencias. En este contexto, el PT era idóneo para convocar a un Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe.

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El fundador del Foro de São Paulo: el Partido de los Trabajadores de Brasil

A mediados de 1990, la situación internacional estaba dominada por el im­pacto del desmoronamiento del bloque socialista europeo y la crisis terminal de la propia Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que cerró la etapa histórica caracterizada por la división del mundo en dos sistemas sociales antagónicos. El fin de la bipolaridad dejaba el terreno libre al im­perialismo, en particular, al imperialismo norteamericano, para ampliar y profundizar su dominación hasta los más remotos confines del planeta. El capitalismo proyectaba de sí una imagen omnipotente, engalanada con toda una mitología construida en torno a la «globalización» y a la «Revolución Científico­Técnica». La globalización, supuestamente, era una fuerza incon­trolable que obligaba a la humanidad a subordinarse a un «Nuevo Orden Mundial» regido por el neoliberalismo. Como complemento a esa seudo teoría, se le atribuía a la llamada Revolución Científico Técnica el don de garantizarle al capitalismo vida y prosperidad eternas en el Norte y, quizás, también en aquellos países del Sur que cumplieran, a cabalidad y con pre­mura, el recetario neoliberal.

En la medida en que la perestroika, la glasnost y la nueva mentalidad de Mijaíl Gorbachov apuntaban a un reordenamiento del mundo, desde fi na­les de la década de 1980, en la izquierda latinoamericana y caribeña pro li­fe raban las convocatorias a conferencias, seminarios, talleres y otros tipos de reuniones, con el fin de analizar las causas y consecuencias de los cam­bios en curso, y descifrar cuál sería su impacto en las condiciones y los sujetos de las luchas populares en la región. Una de esas convocatorias fue la realizada por el Partido de los Trabajadores de Brasil para celebrar, del 2 al 4 de julio de 1990, el Encuentro de Partidos y Organizaciones de Iz­quierda de América Latina y el Caribe. La idea de realizar esta reunión sur­

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gió en una conversación entre el primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro Ruz, y el líder del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, durante una visita de este último a Cuba realizada poco tiempo antes. Entre tantas iniciativas similares, esta fue la que tuvo la mayor respuesta porque estaba avalada por el prestigio acumulado durante sus diez años de existencia por el PT, un partido nacido de la convergencia de combativos movimientos sociales, que cosechó resultados sorprendentes en los comicios del 15 de noviembre de 1989, incluido el paso de Lula a la segunda vuelta, efectuada el 17 de diciembre, en la primera elección presidencial directa realizada en Brasil después de veinticinco años de dic ta­dura. Aunque Lula fue derrotado en esa elección, la movilización de masas lograda en su campaña y la votación recibida, tanto en la primera vuelta, como en la segunda, resaltan, junto a la participación del Frente Democrático Nacional en la elección mexicana de julio de 1988 y a la del Frente Amplio en la elección uruguaya de noviembre 1989, entre los acontecimientos que abrieron la presente etapa de lucha política y electoral de la izquierda latino­americana.

El Partido de los Trabajadores fue fundado el 10 de febrero de 1980, en medio de la agudización de la crisis política, económica y social que condujo al desmontaje de la dictadura militar imperante en Brasil desde 1964 hasta 1985. Su fundación fue resultado de un proceso de construcción emprendido en 1979 por el Movimiento Pro­PT, en el cual convergieron tres vertientes del movimiento popular y de la izquierda: el nuevo sindicalismo surgido de las oposiciones sindicales que disputaron el control del aparato sindical burocrático de la dictadura; los movimientos sociales de diverso carácter que proliferaron en las décadas de 1960 y 1970 en el seno de los movimientos cristianos de base; y los denominados sobrevivientes, dirigentes y militantes de la izquierda de los años sesenta, salidos de prisión o de regreso del exilio como resultado de la lucha por la amnistía y la defensa de los derechos humanos.

Brasil fue el país donde el imperialismo norteamericano y los sectores más reaccionarios de las fuerzas armadas latinoamericanas desarrollaron el prototipo de las dictaduras militares de «seguridad nacional». Entre los años 1968 y 1974, la represión del régimen militar brasileño se agudizó mediante el aplastamiento de las luchas opositoras que aún subsistían desde el golpe

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de Estado de 1964, a saber, las manifestaciones de estudiantes universita­rios y secundarios, y los intentos de varios partidos y organizaciones de iz­quierda de emprender la revolución armada. En esos años se produjo la más descarnada aplicación de los métodos dictatoriales, entre ellos, la supresión de derechos políticos, la censura de prensa, la práctica sistemática del asesi­nato y la tortura, y la intervención de sindicatos, asociaciones profesionales y organizaciones estudiantiles. Esa fue también la etapa del llamado milagro económico brasileño, que consistió en la introducción de industrias de alta tec­nología, sustentada en la penetración de monopolios extranjeros y la expor­tación agrícola.1 Con índices de crecimiento económico que favorecieron el enriquecimiento de la burguesía, la elevación del nivel de vida de la clase media, el nacimiento de un proletariado bien remunerado en las industrias de punta e, incluso, el aumento de los salarios en los sectores industriales atrasados, en sus años más sangrientos, la dictadura brasileña contó con una amplia base social. Con palabras de Perseu Abramo:

la primera mitad de los años setenta está marcada, del lado de la clase dominante, por el mito del Gran Brasil, del milagro y otros, y en el campo de los dominados, por el miedo, el silencio, la apatía y la inviabilidad casi total de cualquier reacción colectiva y organizada.2

El agotamiento del «milagro económico», que no logra sostenerse en medio de la agudización de la crisis capitalista mundial ocurrida a partir de los años setenta, resquebraja el apoyo a la dictadura. En la medida en que avan­za la década, hay un renacimiento, ampliación y fortalecimiento, por una parte, de las luchas de la clase media urbana y, por otra, de las luchas del movimiento sindical, que durante varios se desarrollaron en paralelo, sin conexión alguna entre ellas.

El desmontaje de la dictadura comienza en 1974. Dos acontecimientos de ese año apuntan en esa dirección: uno fue la votación que recibió en las elecciones legislativas estaduales y federales la única fuerza de oposición permitida, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), indicativa del creciente rechazo al régimen; el otro fue que asumió la Presidencia de la República el general Ernesto Geisel, quien intentó contrarrestar la crisis del «milagro» mediante el II Plan Nacional de Desarrollo, complementado por

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el esquema político de «apertura lenta, gradual y segura» que promovía el general Golbery do Couto e Silva. Con respecto a la actitud asumida por el imperialismo norteamericano hacia la «apertura», Wladimir Pomar explica:

Los Estados Unidos ya se habían convencido de que se agotaban las po­sibilidades del régimen militar de continuar dirigiendo el país, y se man­tenían neutrales o estimulaban ellos mismos a los movimientos democra­tizadores. Con la liquidación de los principales líderes revolucionarios durante el período dictatorial, los sectores más lúcidos del conservaduris­mo nacional e imperialista, ya no temían que el fin del régimen pudiese conducir a Brasil hacia caminos ajenos a sus intereses.3

La apertura de Golbery do Couto e Silva incluía la instauración del multi­partidismo, con el objetivo de impedir que, en virtud del sistema biparti­dista imperante, el MDB aglutinara a todos los sectores opositores y lograra formar una mayoría capaz de acceder al gobierno. Ese fue el propósito de la reforma a la Ley de Partidos, realizada en octubre de 1979, que abrió los es­pacios políticos aprovechados para crear el PT. Esa reforma política y elec­toral establecía requisitos favorables para el registro legal de los partidos que ya tenían representación parlamentaria —para estimular su fragmen­tación— y discriminatorios contra aquellos que surgieran en representación de los sectores populares —para mantenerlos fuera del juego—. A pesar de que, para alcanzar la legalización, era necesario triunfar en una carrera de obstáculos, entre ellos la recolección de firmas y la creación de órganos par­tidistas en los niveles local, estadual y nacional, la idea de crear un Partido de los Trabajadores se impuso como resultado de la acumulación de expe­riencias demostrativas de que, ni siquiera los sectores progresistas del MDB, eran capaces de representar los intereses populares.

Un tronco común del que proceden parte importante de las fuerzas so­ciales que convergen en el Movimiento Pro­PT, y en el que también se inser­tan los militantes de la izquierda que lograron evadir la prisión y el exilio, son los movimientos cristianos de base. Entre ellos, vale la pena mencionar a las Comunidades Eclesiales de Base por la metamorfosis que experimen­taron durante ese período. Las CEB fueron creadas en 1960 por los obispos católicos conservadores como medio de organización de los laicos para rea­lizar el trabajo pastoral, principalmente en los barrios pobres. Su objetivo

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era suplir la escasez de sacerdotes e impedir la entrada en sus diócesis de Acción Católica, entidad progresista que empleaba el método de alfabetiza­ción de Paulo Freire, cuya premisa de Ver, Juzgar y Hacer era considerada un desafío por la alta jerarquía eclesiástica. Por su origen conservador, a raíz de la instauración de la dictadura y, en particular, a partir del incremento de la represión ocurrido a fines de los años sesenta, las CEB se convirtieron en el único espacio permitido de organización y reunión, debido a que no inspi­raban sospechas al régimen. Gracias a su vinculación con los sectores popu­lares, y a que sus líderes y activistas adoptaron los conceptos de Educación Popular formulados por Freire —fuente de inspiración de la Teología de la Liberación, que enseña a los pobres a organizarse para encontrar la causa de sus problemas y luchar por su solución—, en las CEB germinaron las semi­llas de una red vasta y diversa de movimientos sociales.4

El papel protagónico en la creación del PT lo desempeñaron los dirigen­tes del nuevo sindicalismo surgido en las industrias de punta que prolife­raron en la etapa del «milagro económico», cuya figura emblemática era Lula, tornero mecánico de una de las empresas del cordón industrial de São Paulo conocido como ABC paulista. El Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo do Campo encarnó las reivindicaciones de los obreros de los monopolios transnacionales que exigían la continuidad de los salarios, las prestaciones y las condiciones laborales, a los que se acostumbraron en los años del «milagro», deteriorados como consecuencia de la agudización de la crisis capitalista.

A diferencia de otros sectores obreros de izquierda, que rechazaban cualquier vínculo con la burocracia sindical controlada por la dictadura, las oposiciones sindicales optaron por aprovechar los espacios existentes den­tro de ese aparato para librar sus luchas, entre ellas el Movimiento por la Reposición Salarial, gestado en 1977 tras el descubrimiento de que el gobier­no falseaba las cifras económicas utilizadas como base para calcular los au­mentos de sueldo. Esa estrategia no solo prosperó sino incluso derivó hacia la lucha política porque se desarrolla en medio de la «apertura». Hitos en este proceso son las grandes huelgas industriales de los años 1978 y 1979, que proyectan a Lula y a otros dirigentes del nuevo sindicalismo como fi­guras conocidas y respetadas a escala nacional. Las huelgas estimularon la convergencia entre las luchas obreras y las luchas de la clase media que,

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hasta ese momento, se habían mantenido paralelas e inconexas. Esa conver­gencia empieza mediante la participación de los movimientos sociales de la clase media en acciones de ayuda material a los Fondos de Huelgas.

La secuencia de eventos fue vertiginosa. En el mes de enero de 1978 Lula toma posesión de la presidencia del Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo. En mayo, estalla la primera de las huelgas metalúrgicas. En julio, se efectúa el IV Congreso de la Confederación Nacional de Trabajadores de la Industria (CNTI), al que asisten los dirigentes de las oposiciones sindicales para continuar su lucha dentro contra la burocracia amarilla. La frustración provocada por el control oficialista en el Congreso y la falta de resultados de las gestiones hechas con los parlamentarios federales del ala progresista del MDB, llevó a que se comenzara a hablar de la necesidad de crear un nuevo partido político que representara a los obreros. En diciembre, Lula hace por primera vez la propuesta de crear el Partido de los Trabajadores en una re­unión efectuada en el Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo.5 En enero de 1979, se realiza en Lins el IX Congreso de la Federación Paulista de Metalúrgicos (Congreso de Lins), que aprueba la Tesis de Santo André­Lins, la cual llama a la construcción de un Partido de los Trabajadores.6

Durante 1979 se realiza el trabajo de promoción de adhesiones al pro­yecto por parte de los sindicatos de todo el país. El prestigio nacional alcan­zado por Lula y por los demás fundadores del Movimiento Pro­PT,7 actuó como un imán que atrajo hacia esa iniciativa a los sectores de clase media cuya combatividad iba en incremento, a los movimientos sociales surgidos dentro de las CEB y a los sobrevivientes. El movimiento Pro­PT enfrentó la resistencia de dos vertientes del movimiento obrero y demás sectores po­pulares: una procedía de los partidos y movimientos políticos de izquierda que veían en esa iniciativa la entrada de un nuevo competidor en el terreno que querían reservarse para ellos; la otra era de quienes argumentaban que resultaba peligroso dividir a la oposición aglutinada dentro del MDB, pues seguía siendo la única permitida por el régimen militar.

En febrero de 1979, el núcleo fundador del PT decide elaborar una Carta de Principios, cuyo proyecto se discute con líderes sindicales de todo el país. Los metalúrgicos de ABC van a la huelga el 14 de marzo de 1979. El lan za­miento de la Carta de Principios ocurre el 1ro. de mayo de 1979 en actos en varias regiones de Brasil.8 El lanzamiento del PT se produce en el restaurante

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San Judas Tadeo, en São Bernardo, el 13 de octubre de 1979,9 mientras que su fundación legal se realiza en el Colegio Sion el 10 de febrero de 1980.10 El 1ro. de junio de 1980 se realiza una reunión nacional en el Instituto Sedes Sapientae, de São Paulo que aprueba el Programa, el Plan de Acción y el Estatuto del partido, refrenda el Manifiesto de Lanzamiento y elige a la Co­misión Directora Nacional Provisional.11

Entre 1980 y 1985, todavía dentro de la dictadura militar, el PT libra sus batallas políticas fundamentales contra la Ley de Seguridad Nacional; por la autonomía sindical y el derecho de huelga; por el salario, la seguridad y la salud de los trabajadores; por la democracia, la libertad y el fin de la censura; por el desarrollo con distribución de la renta; y por la solidaridad internacional. Al mismo tiempo, concentra su atención en el crecimiento y educación política de su membresía, en la construcción de órganos de di­rección en las bases, municipios y estados de todo el país, y en sus primeras campañas electorales para los cargos de vereadores (concejales), prefectos (alcaldes), y diputados estaduales y nacionales

En medio de la agudización de la crisis del régimen militar, los secto­res dictatoriales de la burguesía aspiran a mantener el control del gobierno después de concluir la apertura controlada, los sectores antidictatoriales de la burguesía aspiran a participar en el ejercicio del gobierno, y las fuerzas populares, entre las que resalta el PT, luchan por el fin de la dictadura y el establecimiento de un sistema democrático­burgués en el cual ellos puedan competir. Si bien estos dos últimos factores, la burguesía antidictatorial y las fuerzas populares, son los principales protagonistas del movimiento de masas cuya consigna es ¡Directas Ya! —a favor de la elección del Presidente de la República mediante la votación directa de la ciudadanía— las dos vertientes de la clase dominante, la burguesía dictatorial y la burguesía antidictatorial, negocian una apertura controlada para excluir o limitar la participación popular. Esa apertura concluye en 1985 con la elección de Tancredo Neves a la presidencia (fallecido días antes de tomar posesión) y de José Sarney a la vicepresidencia (quien asume el gobierno), desenlace al que contribuye el reflujo de las protestas populares. A pesar de ese reflujo de las grandes manifestaciones iniciadas en 1978, con la fundación en 1983 de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y en 1984 del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), se registra un fortalecimiento

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organizativo de dos de los movimientos sociales que desempeñan papeles fundamentales en el nacimiento y consolidación del PT.

Entre 1985 y 1989, el PT lucha contra la política económica del presidente Sarney, incluido su apoyo a las huelgas de 1985; centra su actividad en la campaña para la Asamblea Constituyente de 1986, que instaura la elección presidencial directa; gana terreno en las elecciones legislativas de 1986, en las cuales Lula es elegido el diputado con mayor cantidad de votos reci­bidos en la historia de Brasil (más de seiscientos mil); amplía ese terreno en las elecciones municipales de 1988, donde logra el control del gobierno de numerosas ciudades, entre las que resaltan São Paulo y Porto Alegre; y libra la primera campaña presidencial de Lula en los comicios de 1989, en los que el líder del PT fue derrotado por Fernando Collor. A mediados de ese cuatrienio, en el V Encuentro Nacional del PT, celebrado en Brasilia del 4 al 7 de diciembre de 1987, entre otros documentos, ese partido aprueba la Resolución sobre Tendencias, que rige la actividad de todas las corrientes político­ideológicas que conviven y luchan en su interior, las cuales disfru­tan de la mayor libertad para exponer y difundir sus posiciones, pero están obligadas a acatar las decisiones de la mayoría y a mantener la unidad de acción.12

Meses después de las elecciones brasileñas de 1989, del 31 de mayo al 3 de junio de 1990, se efectuó el VII Encuentro Nacional del PT. Así caracte­riza Wladimir Pomar el clima nacional e internacional en que se desarrolló ese evento:

El Séptimo Encuentro Nacional se realiza después de la victoria y la toma de posesión presidencial de Fernando Collor, en 1990, en un cuadro de retraimiento aún mayor de los movimientos sociales y políticos, de estu­pefacción ante las medidas neoliberales implementadas por el gobierno y de completa capitulación del Congreso Nacional a los dictámenes del Palacio del Planalto, a pesar de la resistencia de la minoría popular y de­mocrática.

En el campo internacional se consolida la ofensiva ideológica y política del capitalismo, con la caída del socialismo en el este europeo, que abre el camino a la desaparición de la URSS y una expansión sin precedentes de las grandes corporaciones transnacionales.

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El Séptimo Encuentro, ante el impacto de los acontecimientos interna­cionales, evalúa como positiva la caída del socialismo del este europeo y se vuelve por entero al análisis de coyuntura.13

Este fue el contexto en el que Lula convocó al Encuentro de Partidos y Or­ganizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe, nombre original de lo que es hoy el Foro de São Paulo.

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El Encuentro del Hotel Danubio

En un salón del ya desaparecido Hotel Danubio de la ciudad brasileña de la cual tomaría su nombre, durante tres días se reunieron los protagonistas de la gestación del Foro de São Paulo. Un hecho distrajo la atención de los líde­res de la izquierda latinoamericana a lo largo del evento: la Copa Mundial de Fútbol Italia ‘90, tentador espectáculo que se hallaba a su alcance con solo cruzar al local contiguo, donde había un televisor. Al comenzar el evento, ya la selección de Brasil había sido eliminada, por lo que los cabizbajos dueños de casa, una vez asimilada la derrota, pudieron concentrarse en los debates políticos. No ocurrió igual con la delegación de Argentina, cuyo equipo cla­sificó para la semifinal, la cual disputaría con Italia en la tarde del 4 de julio, a la misma hora en que estaba programada la sesión de trabajo previa a la clausura.

Los documentos de la reunión de São Paulo afirman que hubo una asis­tencia de cuarenta y ocho delegaciones de catorce países. Si bien ese dato es cierto, cabe la salvedad de que la delegación del Frente Amplio de Uruguay (FA) fue considerada como una sola organización. Si se tiene en cuenta la presencia de cada una de las organizaciones miembros del FA, como se hizo con posterioridad —porque cada una de ellas tiene derecho a ejercer su voz y voto a título individual en la plenaria—, esta cifra se eleva a sesenta. La asistencia fue por invitaciones cursadas por los anfitriones con el criterio de abarcar el más amplio espectro posible de la izquierda latinoame ricana y caribeña. Ese objetivo se cumplió en buena medida en lo que respecta a América del Sur, en especial al Cono Sur, pero no tanto en América Central y el Caribe. Se destacaron las delegaciones de Uruguay (dieciocho re pre­sen tantes de doce partidos miembros del FA), Argentina (diecisiete re­pre sentantes de doce partidos) y Brasil (diecisiete representantes de cinco partidos y varias personalidades). En sentido opuesto, resaltaron las au­sencias del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua (FSLN)

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—desplazado del gobierno en las elecciones de febrero de ese año—, del Partido Revolucionario Democrático de Panamá (PRD) —cuyo gobierno fue víc tima de la intervención militar del imperialismo norteamericano de di­ciem bre de 1989— y de la Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca (URNG) —que se mantenía como organización insurgente—. Tampoco asis­tieron delegados de Honduras, de Costa Rica, ni de los países del Caribe an gló fono y francófono.

A pesar de la escasa representación centroamericana y caribeña, el Encuentro de São Paulo fue un acontecimiento histórico, porque por prime­ra vez coincidieron, en un mismo espacio, partidos y movimientos políti­cos que abarcaban todo el espectro de la izquierda latinoamericana. De esta convergencia se derivaron dos hechos inéditos: uno fue la participación de todas las corrientes de orientación socialista; el otro, la yuxtaposición de las corrientes socialistas con corrientes socialdemócratas y con otras de carácter progresista. Sin desmeritar la trascendencia de ese hecho, que sentó la pauta de la pluralidad del Foro, es preciso aclarar que no hubo una participación equilibrada que reflejase la fuerza e inserción social de cada una de las ver­tientes de la izquierda. Fue mayoritaria la presencia socialista, génesis de enfrentamientos posteriores entre, por una parte, los interesados en rede­finir la orientación política y la composición del naciente Foro —mediante la exclusión de los grupos más pequeños y radicales, y la inclusión de los partidos socialdemócratas y de partidos progresistas menos representados en el Encuentro de São Paulo— y, por otra, quienes defendían la orientación socialista y la composición original. Entre ambas posturas se abrió un pre­cario equilibrio, consistente en atraer a los partidos y movimientos políti­cos socialdemócratas y progresistas que no asistieron a la reunión del Hotel Danubio, pero sin excluir a ninguna de las fuerzas participantes en él.

La asistencia al Encuentro de São Paulo de representantes de todas las corrientes ideológicas de la izquierda latinoamericana obedeció a una com­binación de factores. La crisis terminal de la Unión Soviética provocó un cambio en la configuración geopolítica del mundo, que no solo alteró las condiciones y las premisas de la lucha de los partidos comunistas sino de toda la izquierda. Desde los movimientos guerrilleros hasta los partidos socialdemócratas y progresistas, sentían la necesidad de intercambiar crite­rios, pero no solo era momento de intercambio, sino también de mutación

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de identidades políticas, lo que presuponía un «diálogo exploratorio» entre quienes hasta entonces eran adversarios y en lo adelante podrían ser alia­dos. Este diálogo lo facilitó el hecho de que este evento fuese convocado por el PT de Brasil, fuerza política con un abanico de corrientes internas que servían de puntos de contacto con todos los sectores de izquierda y progre­sistas de América Latina.

El acercamiento entre corrientes divergentes de la izquierda revolucio­naria y socialista fue posible por el cisma ocasionado por la descomposi­ción de la URSS. Sin duda, ese proceso avivó la polémica sobre cuál era el «pecado original» del socialismo soviético: si la dictadura del proletariado —como argumentaba la socialdemocracia—, la «burocratización» estalinista —como afirmaba Trotsky—, el «revisionismo» iniciado con la crítica a Stalin en el XVI Congreso del PCUS —como decía la corriente marxista­leninis­ta (M­L)—, la «decadencia» en que quedó sumida la URSS a partir de la Secretaría General de Leonid I. Brezniev, o el proceso de perestroika y glas­nost iniciado por Mijaíl Gorbachov. Sin embargo, la ya previsible desapari­ción de la «manzana de la discordia», el Estado soviético, y la coincidencia general en la necesidad de construir nuevos paradigmas socialistas, hacían pasar a planos secundarios las divisiones históricas del movimiento comu­nista. Si bien las diferencias no desaparecieron, sí se abrió un espacio de diálogo y convergencia.

Además del intercambio de criterios y la mutación de identidades, en la yuxtaposición entre fuerzas socialdemócratas, progresistas, revolucionarias y socialistas, también desempeñó un papel determinante el elemento for­tuito de que el Encuentro de São Paulo fue concebido como un evento que se celebraría solo una vez, y no como el acto consciente de creación de un foro político. Si hubiese existido conciencia de que, al hacer esa convocatoria abierta, se estaba conformando la identidad de un agrupamiento permanen­te, es probable que hubiesen surgido aprehensiones de todas las partes. No es casual que las discrepancias sobre su composición, objetivos y correlación de fuerzas empezaron a aquejar al Foro tan pronto se decidió instituciona­lizarlo.

Los temas abordados en São Paulo fueron: primero, «Las alteraciones en el orden internacional y su significado para América Latina y el Caribe», subdividido para tratar, por una parte, «Los cambios en el sistema capitalista

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mundial» y «El impacto de la ofensiva neoliberal» y, por otra, «La crisis del llamado socialismo real»; segundo, «Balance de las luchas por la democracia y el socialismo en el continente»; y, tercero, «Los problemas estratégicos de la lucha por el socialismo». Cada uno de esos asuntos contó con ponencias introductorias a los debates, que reflejaban la diversidad de puntos de vista de los participantes.

El Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe adoptó como acuerdos: la Declaración de São Paulo; ce­lebrar un segundo Encuentro en la Ciudad de México a finales de febrero y principios de marzo de 1991; realizar un seminario sobre temas económicos referidos a la crisis capitalista y a los programas alternativos para enfrentar­la, que tendría lugar en Uruguay en noviembre de 1990; y efectuar en São Paulo, en diciembre de 1990, un intercambio de experiencias de los partidos y organizaciones de izquierda que ejercían gobiernos locales.

La tónica de las intervenciones fue de condena al capitalismo neoliberal y afirmación de la necesidad de construir un paradigma socialista basado en las raíces históricas y culturales de América Latina y el Caribe. En muchos casos, esa afirmación se entremezclaba con la exaltación de la democracia «sin apellidos» y el Estado de derecho. Tal eclecticismo respondió a una combinación de elementos, entre ellos, el rechazo generalizado al «paradig­ma soviético», la entonces reciente culminación del mal llamado proceso de democratización en América Latina, y los avances electorales obtenidos por la izquierda en países como México, Brasil y Uruguay.

Desde 1985, el socialismo soviético se hallaba, una vez más, en el banqui­llo de los acusados. Eso había ocurrido en innumerables ocasiones desde la Revolución de Octubre de 1917. Las principales corrientes del pensamien­to burgués y la socialdemocracia fueron las primeras en atacarlo. Después se sumaron las rupturas en el movimiento comunista, entre ellas, las pro­vocadas por el estalinismo, el conflicto chino­soviético y las invasiones a Hungría, Checoslovaquia y Afganistán. En esta ocasión, sin embargo, el acusador era el propio secretario general del PCUS, Mijaíl Gorbachov.

Durante los cinco años transcurridos desde su elección, Gorbachov ha­bía insistido en que el objetivo de su política de perestroika y glasnost era perfeccionar el socialismo, afirmación que concitó el apoyo casi unánime de la izquierda latinoamericana y caribeña. Esa unanimidad se rompió con la

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«caída» del Muro de Berlín, ocurrida el 9 de diciembre de 1989, que abrió paso a la restauración capitalista en Europa oriental. Desde ese momento, una parte de la izquierda se percató de que la reforma soviética conducía al desmontaje del socialismo, mientras otra aún confiaba en el eventual sur­gimiento de un movimiento popular que liquidara al «Estado burocrático» e implantara una verdadera democracia socialista. Si bien en São Paulo se manifestó la atomización de apreciaciones existentes sobre el curso de los acontecimientos en la URSS, el debate fue sobre si se trataba de una crisis del socialismo, de un modelo de construcción socialista o de ciertas políticas aplicadas en la URSS, pero la descalificación del statu quo allí existente fue general. Sobre este punto, la Declaración de São Paulo expresa:

Hemos constatado que todas las organizaciones de la izquierda concebi­mos que la sociedad justa, libre y soberana y el socialismo solo pueden surgir y sustentarse en la voluntad de los pueblos, entroncados con sus raíces históricas. Manifestamos, por ello, nuestra voluntad común de re­novar el pensamiento de izquierda y el socialismo, de reafirmar su carác­ter emancipador, corregir concepciones erróneas, superar toda expresión de burocratismo y toda ausencia de una verdadera democracia social y de masas. Para nosotros, la sociedad libre, soberana y justa a la que aspira­mos y el socialismo no puede ser sino la más auténtica de las democracias y la más profunda de las justicias para los pueblos.1

Las críticas al sistema de partido único que la Revolución Cubana seguía reivindicando y la percepción de que esta podía tener los días contados tan pronto quedase desprovista del apoyo soviético, sentaron las pautas de las intervenciones. Por el interés en conocer y debatir la experiencia cubana, se habilitó una sesión especial sobre el tema, que contó con una interven­ción introductoria del Jefe de la delegación del Partido Comunista de Cuba, seguida de varias rondas de preguntas, opiniones y respuestas, y de otra intervención del expositor central. Las opiniones estuvieron divididas en­tre quienes consideraron que el proyecto cubano de construcción socialis­ta solo requería de ajustes mínimos y quienes estimaban que Cuba debería sustituir el sistema de partido único por la alternancia en el gobierno entre partidos de identidades socialistas diversas, o estimular la creación de co­rrientes internas en el PCC, que, aún dentro de unipartidismo, garantizaran

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la interacción y la posibilidad de escoger entre diversos puntos de vista y propuestas.

Siempre desde posiciones respetuosas, otros aspectos planteados fueron la subordinación al partido de los sindicatos y demás organizaciones socia­les, el control del partido sobre los medios de comunicación y la estatización de la economía. En el simplismo de algunas de esas posturas influía el en­foque escolástico entonces prevaleciente de la democracia como una cons­trucción política que puede realizarse en «condiciones de laboratorio» y el escaso conocimiento que entonces tenía la izquierda brasileña —un país tra­dicionalmente encerrado en sí mismo y alejado de la zona de mayor injeren­cia e intervención del imperialismo norteamericano— de la política agresiva y desestabilizadora que la Revolución Cubana se veía obligada a enfrentar. No obstante, los pronunciamientos de solidaridad con Cuba frente a la hos­tilidad, las amenazas y el recrudecimiento de la política de bloqueo y aisla­miento del imperialismo norteamericano fueron unánimes.

El proyecto de la Declaración de São Paulo, que sería discutido en la se­sión de la tarde del día 4, fue confeccionado por una comisión integrada por el PT de Brasil, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador, el Partido Comunista de Cuba (PCC) y el Partido Unificado Mariateguista del Perú (PUM). A la hora en que estaba previsto discutir y aprobar la Declaración, se iniciaba en Nápoles el partido de la ronda semifinal de la Copa Mundial de Fútbol entre Argentina e Italia, por lo que, antes que el salón de reuniones quedara desierto, Lula adoptó la ati­nada decisión de suspender la sesión hasta el final de ese enfrentamiento. El ex candidato presidencial de la Izquierda Unida del Perú, Henry Pease, cuyo vuelo de regreso a Lima no le permitía posponer su intervención pro­gramada, no pudo ofrecer su análisis sobre las elecciones en que triunfó Alberto Fujimori al frente de una coalición denominada Cambio ’90. Era un inevitable sacrificio político en aras de que los aficionados al fútbol pudie­ran seguir todo el desarrollo de un partido en el que Argentina venció a Italia por penales —para perder después, el 8 de julio, en la gran final frente a Alemania.

La interrupción de la plenaria hizo que el proyecto de Declaración de São Paulo fuese sometido a discusión y aprobación cuando algunas delega­ciones estaban a punto de partir, lo cual generó cierta tensión. Aunque los

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debates se caracterizaron por la madurez, la flexibilidad y el respeto mutuo, debido a que en la Declaración se abordaban los problemas de manera di­recta y específica, en su discusión afloraron varias divergencias. En particu­lar, las referencias a los objetivos socialistas motivaron la objeción de las dos fuerzas políticas, de composición interna plural, que acogían en su seno a corrientes socialistas y no socialistas, a saber, el FA de Uruguay y el PRD de México. No obstante, se acordó darle un voto de confianza al comité de redacción para que, con los cambios indicados por la plenaria, elaborase el documento definitivo. Ese texto, sin embargo, sería la manzana de la discor­dia de las reuniones subsiguientes.

La Declaración de São Paulo identificó los ideales de los participantes en el Encuentro de julio de 1990, como «de izquierda, socialistas, democráticos, populares y antimperialistas». Quien lee esa declaración sin conocer los de­bates que allí se produjeron, se forma una imagen simplista de lo ocurrido:

Rechazamos […] toda pretensión de aprovechar la crisis de Europa orien­tal para alentar la restauración capitalista, anular los logros y derechos sociales o alentar ilusiones en las inexistentes bondades del liberalismo y el capitalismo.

Sabemos, por la experiencia histórica del sometimiento a los regímenes capitalistas y al imperialismo, que las imperiosas carencias y los más graves problemas de nuestros pueblos tienen su raíz en ese sistema y que no encontrarán solución en él, ni en los sistemas de democracias restringidas, tuteladas y hasta militarizadas que impone en muchos de nuestros países. La salida que nuestros pueblos anhelan no puede ser ajena a profundas transformaciones impulsadas por las masas.2

También añade que el surgimiento y desarrollo de vastas fuerzas sociales, democráticas y populares constituye un motivo de aliento que «confirma a la izquierda y al socialismo como alternativas necesarias y emergentes». Si bien este enfoque anticapitalista y esta vindicación del ideal socialista reflejaron las convicciones expresadas por casi todos los participantes, su texto omitió la riqueza y la complejidad de la polémica desatada sobre la democracia, incluidos la ambigüedad y el eclecticismo de la defensa de la democracia «sin apellidos» y el respeto al Estado de derecho, e ignoró las objeciones a la definición socialista hechas por los representantes de la Mesa

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Política del FA de Uruguay y del PRD de México. Aunque esas objeciones expresaban las posiciones de una minoría absoluta de los allí presentes, la vida demostró que esas eran posiciones hegemónicas dentro de varios par­tidos, movimientos políticos y coaliciones que tendrían un gran peso en las actividades del Foro, por lo que no podían ser simplemente omitidas en vir­tud de una correlación circunstancial de fuerzas.

El rechazo a la creación de una organización partidista que tuviera al­guna semejanza con la III Internacional, es decir, regida por un «partido centro», motivó el énfasis en el carácter de foro abierto y plural. Ese temor también condujo a crear un Comité Organizador del II Encuentro, tanto para apoyar al partido anfitrión como para garantizar la pluralidad en los criterios políticos y organizativos. Ese comité estaba integrado por el PT de Brasil, el PRD de México, el FMLN de El Salvador, la Izquierda Unida del Perú (IU), el FA de Uruguay y el PC de Cuba. En atención al significado de la desaparecida Revolución Popular Sandinista, se invitó al FSLN a formar parte del mismo, pese a que no participó en la reunión de São Paulo. Se decidió que la sede del II Encuentro fuese México, en reconocimiento a que el PRD era una de las principales fuerzas descollantes de la nueva etapa de luchas de la izquierda latinoamericana.

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El anfitrión del II Encuentro: el Partido de la Revolución Democrática

El Partido de la Revolución Democrática (PRD) fue fundado poco más de un año y medio antes del Encuentro de Partidos y Organizaciones Políticas de Izquierda de América Latina y el Caribe. Cuando ese evento se inicia en São Paulo, el 2 de julio de 1990, apenas estaba a punto de cumplirse el segundo aniversario del fraude que despojó a Cuauhtémoc Cárdenas del triunfo en la elección del 6 de julio de 1988, acontecimiento que actuó como catalizador de la creación de ese partido.

El PRD nació el 21 de octubre de 1988 mediante la unión de la mayor par­te de las fuerzas políticas y sociales, y de las ciudadanas y los ciudadanos in­dependientes, que previamente integraron el Frente Democrático Nacional (FDN), coalición electoral de centro, centroizquierda e izquierda, que postu­ló como candidato presidencial para los comicios de ese año a Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del ex presidente Lázaro Cárdenas. Las pruebas del fraude cometido por el oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI) para favorecer a su candidato, Carlos Salinas de Gortari, desaparecieron cuando este último negoció con el entonces presidente del Partido Acción Nacional (PAN), de derecha recalcitrante, Diego Fernández de Ceballos, la quema de las boletas para imposibilitar su eventual recuento. Con palabras del propio Cuauhtémoc Cárdenas:

El Partido de la Revolución Democrática nace como una primera concre­ción organizativa de la gran movilización popular que se generó en la campaña electoral de 1987­88, como respuesta al fraude electoral y a la imposición consumada por el gobierno en contra de la voluntad mayori­taria de la ciudadanía y como parte de la decisión de mantener la lucha dentro de los marcos constitucionales y por la vía pacífica.1

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El resultado de las elecciones de 1988 reflejó una agudización de la crisis del sistema político basado en la existencia de un partido hegemónico fun­dido con el Estado, que había sido implantado a raíz del desenlace de la Revolución Mexicana (1910­1917).2 Esta crisis, iniciada en la década de 1960, se reflejaba no solo en el crecimiento electoral de la franja de centro, cen­troizquierda e izquierda que converge en el FDN, sino además en la derecha recalcitrante, representada por el PAN, que también estaba excluida de la política nacional.

Las alianzas sociales y políticas dominantes, construidas a partir de la Revolución Mexicana,3 reestructuradas y reforzadas durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas (1934­1940),4 constituyeron la base del siste­ma político de partido hegemónico imperante por más de siete décadas. La construcción de este sistema fue posible debido a que el mismo poder estatal que satisfizo de forma parcial un conjunto de reivindicaciones sociales, tuvo también a su cargo la construcción (vertical) del entramado de organizacio­nes sindicales, campesinas y de otros sectores populares, que funcionaba al amparo oficial. De manera que, cuando el sector de izquierda del entonces llamado Partido Mexicano Revolucionario (PMR), liderado por el general Cárdenas, fue desplazado del poder,5 estas organizaciones empezaron a ac­tuar como instrumentos de control social. Sobre este aspecto, el historiador Tulio Halperin habla de,

la excepcional libertad de acción de que goza un régimen heredero de una revolución que ha destruido el poder terrateniente y ha encuadrado a las fuerzas populares en organizaciones que, habiéndoles facilitado en el pasado la conquista de sus objetivos, conservan vigor bastante para im­pedirles presionar eficazmente en pos de nuevas conquistas; es ella sobre todo la que hace que en México la política sea decidida desde la cumbre del poder político con mayor independencia de las sugestiones o reac­ciones de la sociedad, mucho más eficazmente controladas allí que en el resto de América Latina.6

Entre las décadas de 1940 y 1960, el sistema político nacido de la Revolución Mexicana y afianzado durante el cardenismo cumplió, con gran eficiencia relativa, las funciones del Estado desarrollista característico del período, a saber, redistribuir cuotas de poder entre los diversos sectores de la burgue­

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sía nacional —en dependencia de los cambios en la correlación de fuerzas ocurridos entre ellos—, y operar la maquinaria prebendataria y clientelista de cooptación destinada a facilitar la dominación sobre los grupos sociales subordinados.

Tal grado de control social alcanzó el sistema de partido hegemónico que, llegado el momento, el Estado mexicano fue capaz de emprender su propia metamorfosis, de Estado desarrollista en Estado neoliberal, sin ne­cesidad de recurrir, como en el resto de América Latina, a la dictadura mi­litar u otra forma de autoritarismo más descarnado que el suyo. Y esto no es un dato menor porque en ese proceso tuvo que realizar cambios com­plejos, entre ellos, destruir el sistema de alianzas políticas y sociales sobre el que había basado hasta entonces su propia reproducción; desplazar del poder a los sectores de la burguesía nacional orientados al mercado interno sobrevivientes del desarrollismo; privatizar las empresas paraestatales que financiaban los mecanismos clientelistas de que dependía el sistema; iniciar una integración económica más subordinada y asimétrica con los Estados Unidos, que implicaba una renuncia políticamente costosa a la soberanía na­cional; reprimir a la oposición de izquierda en lucha contra ese proceso de desnacionalización; y contener a la oposición de la derecha recalcitrante que pugnaba por asumir la conducción del mismo.

Además de la obsolescencia derivada del transcurso del tiempo y el cam­bio de época, lo que provoca la crisis del sistema de partido hegemónico iniciada en los años sesenta es el desgaste ocasionado por la transición del desarrollismo al neoliberalismo. Esa crisis comienza en los años sesenta, en los albores del período caracterizado por el flujo y reflujo de los movimien­tos revolucionarios, progresistas, democráticos y nacionalistas latinoameri­canos, estimulados por el triunfo de la Revolución Cubana y por el rechazo a la penetración de los monopolios imperialistas, que daba el golpe de gra­cia al desarrollismo y prenunciaba el proceso de transnacionalización del capital desatado en la década siguiente.

En la metamorfosis del Estado mexicano, de desarrollista en neoliberal, a los gobiernos de Adolfo López Mateos (1958­1964),7 Gustavo Díaz Ordaz (1964­1970),8 Luis Echevarría Álvarez (1970­1976)9 y José López Portillo (1976­1982),10 les corresponde ejecutar una transición política, económica y social cuyo destino neoliberal aún no está definido. Si bien la última etapa

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desarrollista se considera agotada desde mediados de la década de 1950, cuando cesa la demanda de productos primarios estimulada por la Segunda Guerra Mundial y por el impulso inicial de la reconstrucción europea, fue la dictadura de Augusto Pinochet (1973­1989) la que, a partir de 1976, trazó el rumbo neoliberal en América Latina, extendido a toda la región en virtud de las presiones del gobierno estadounidense durante la presidencia de Ronald Reagan.

El PRI se empleó a fondo en la reforma y reestructuración neoliberal en los sexenios de Miguel de la Madrid (1982­1988),11 Carlos Salinas de Gortari (1988­1994) y Ernesto Zedillo (1994­2000), hasta que, como consecuencia del desgaste acumulado en esa empresa y de la conformación de una casta de socios menores, tecnócratas y políticos al servicio del capital financiero transnacional —fundamentalmente de base estadounidense— para la cual las rivalidades históricas entre el PRI y el PAN eran irrelevantes, llegó a su fin el sistema político de partido hegemónico con el triunfo de Vicente Fox en la elección presidencial de julio de 2000.

El fin del sistema de partido hegemónico fue un resultado dialéctico de cambio y continuidad: el cambio de partido de gobierno permitió darle con­tinuidad a la reestructuración neoliberal que ya había desgastado al PRI. Con otras palabras, la base socioeconómica nacional que sustentó los sis­temas de alianzas políticas antagónicas encabezados por el PRI y el PAN sucumbió ante el avance de la transnacionalización y, por consiguiente, el esquema de partido hegemónico había cumplido su función y fue relevado por un nuevo poder hegemónico, ya no asociado a un solo partido, sino ba­sado en la democracia neoliberal, que estimula la alternancia en el gobierno entre los individuos y las fuerzas políticas comprometidas con esa doctrina. Esta periodización permite ubicar el nacimiento del PRD en el momento en que la reestructuración neoliberal crea nuevas contradicciones y abre una etapa de lucha cuyo embrión político fue el FDN.

En el FDN convergen, por una parte, la Corriente Democrática escindida del PRI, liderada por Cuauhtémoc Cárdenas, que rompe con este partido al convencerse de la imposibilidad de emprender una reforma progresista dentro del mismo y, por otra parte, un amplio espectro de fuerzas po lí ticas y sociales de centroizquierda e izquierda, entre las que resalta el Partido Mexicano Socialista (PMS), surgido de la redefinición política y la re­

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estructuración del Partido Socialista Unificado Mexicano (PSUM), que fue, a su vez, el resultado de una metamorfosis del Partido Comunista Mexicano (PCM), proceso derivado de su ruptura con la URSS en los años del llamado eurocomunismo.

La idea de fundar un nuevo partido político mexicano surgió durante la campaña electoral de 1987­1988.12 Esta iniciativa cobró cuerpo a raíz de los fraudes cometidos por las instituciones estatales y la maquinaria del PRI en las elecciones de julio de 1988, momento a partir del cual se evidenció que el FDN carecía de la unidad política y orgánica necesaria para luchar en defen­sa del voto, designar candidatos y articular una agenda legislativa común. Las fuerzas políticas afiliadas al FDN que emprendieron la formación del nuevo partido fueron la Corriente Democrática, el Movimiento al Socialismo (MAS), Fuerzas Progresistas (FP), el Consejo Nacional Obrero y Campesino de México (CNOCM), el Partido Liberal Mexicano (PLM), la Organización Revolucionaria Punto Crítico (Punto Crítico), la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), la Asamblea de Barrios, Convergencia Democrática (CD), una fracción de OIR­Línea de Masas, y el Partido Mexicano Socialista.

El PMS fue la única organización del FDN con registro legal que se sumó al proceso de creación del nuevo partido. El Partido Socialdemócrata, cuyo registro electoral estaba suspendido, no se unió pero resolvió dejar a su mi­litancia en libertad de hacerlo. El Partido Popular Socialista (PPS), el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y el Partido Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRM), decidieron no participar en su crea­ción, sino mantener sus identidades respectivas. Aunque siguieron afiliados al FDN, las divergencias entre cada uno de ellos y el naciente PRD, no tardó en llevar a la disolución esa coalición.

La incompatibilidad entre las fuerzas políticas interesadas en construir un nuevo partido y los partidos poseedores de registro electoral —excepto el PMS—, se hizo ostensible a partir de la creación de la Comisión Política del FDN. Este órgano, integrado por representantes del PPS, el PARM, el PFCRN, la CD y el PSD, no logró la unidad de acción en cuanto a cómo reac cionar ante los fraudes y los actos represivos del gobierno, ni sobre qué ac titud mantener con relación al gobierno y al PRI, ni en la selección de can­di datos a cargos electivos, ni en la elaboración de una estrategia y una agen­da legislativa.

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Según Cuauhtémoc Cárdenas, las discrepancias más graves dentro del FDN se manifestaron en un período que abarca desde el 12 de julio de 1988 —fecha de la creación de la Comisión Política de esa coalición— hasta el 18 de marzo de 1989 —en el 51er. aniversario de la Expropiación Petrolera de­cretada por el presidente Lázaro Cárdenas—. Como puede apreciarse, este período incluye tanto meses antes como meses después de la fundación del PRD —el 21 de octubre de 1988—. Estas discrepancias graves se produjeron: en los colegios electorales donde se decidieron los resultados de las eleccio­nes a senadores y diputados; en ocasión de la lectura del sexto informe a la nación presentado por el presidente Miguel de la Madrid; en cuanto a la ac­titud a asumir en el momento de la calificación de la elección presidencial a favor de Salinas de Gortari y ante la toma de posesión de este (el 1ro. de di­ciembre de 1988); y, finalmente, en la realización de actos separados el 18 de marzo de 1989, día del 51er. aniversario de la nacionalización del petróleo, uno de los cuales fue organizado por el PFCRN en la Ciudad de México y el otro por el PRD en Jiquilpan, Michoacán, lugar de nacimiento de Cárdenas. Este último hecho fue el que determinó la renuncia del PRD a la Comisión Política del FDN que derivó en la ruptura definitiva de esa coalición, en pro­testa por la invitación cursada por el PFCRN a un representante del PRI al acto organizado por ese partido.13

En previsión de todos los obstáculos que el PRI y el PAN interpondrían para frustrar el registro del PRD, sus fundadores decidieron, primero, como demostración de fuerza, cumplir todos los requisitos establecidos para la inscripción de un nuevo partido político y, después de sobrecumplir con creces tales requisitos, presentar ante el Consejo Electoral la solicitud de re­gistro por el procedimiento más expedito, que era cambiar el nombre, los documentos básicos y el emblema del PMS, es decir, convertir el registro le­gal del PMS en registro legal del PRD. En función de esta estrategia, en cua­renta y tres días se efectuaron asambleas de constitución de organizaciones de base del PRD en 223 de los 300 distritos electorales de México, y en ellas se afiliaron 112 000 militantes. En 159 de esas asambleas hubo una asistencia de más de 300 ciudadanos y ciudadanas que poseían credencial de electores. Así se cumplimentaron los requisitos establecidos para el registro del PRD como partido político.

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Tras concluir este proceso, los días 6 y 7 de mayo de 1989 se realizó la Asamblea Nacional Constitutiva, en la que hubo una nueva discusión de los documentos básicos del PRD, se eligió al Consejo Nacional y se autorizó a la dirección para que diese curso a los trámites de registro. Como complemen­to de este proceso, los días 13 y 14 siguientes el PMS celebró un congreso en el cual hizo suyos los documentos básicos, el emblema y el nombre de Partido de la Revolución Democrática. Pasado ese congreso se presentó a la Comisión Federal Electoral su solicitud de registro. Tras una reacción ne­gativa del PAN y de fuertes ataques del PRI, finalmente, el 26 de mayo, se otorgó al PRD su registro como partido político.

Fundado por un amplio espectro de fuerzas políticas y sociales, con el propósito general de desmontar el sistema mexicano de partido hegemó­nico, y con el fin específico de evitar la repetición de los fraudes cometidos contra Cárdenas y otros candidatos del FDN en las elecciones presiden­ciales, legislativas, estaduales y municipales de 1988, el PRD asume como horizonte estratégico lograr el funcionamiento efectivo de la alternancia multipartidista dentro de la democracia burguesa. Sobre esta cuestión, sus Estatutos señalan:

La democracia es un orden social en el cual las decisiones mayoritarias de la población controlan las fuentes fundamentales del poder político, eco­nómico y social a nivel nacional y local y donde las minorías gozan de los derechos de representación y de las garantías para organizarse, defender sus ideas y convertirse eventualmente en mayoría.

La democracia constituye el único medio legítimo de dirimir las di­fe rencias en el seno de la comunidad, así como la forma principal de de cidir sobre el rumbo que tome la Nación en su conjunto, lo que sig­ni fica la búsqueda de un mejoramiento constante de las condiciones de vida de las y los mexicanos. Incluye, por ello, el derecho al respeto de los ciudadanos y ciudadanas a elegir a sus gobernantes; la expresión de la diversidad étnica, de género, cultural y social de la Nación en todos los niveles del gobierno; la participación plena en las decisiones que afec tan la vida colectiva a través de una pluralidad de partidos y aso­cia cio nes políticas con derechos iguales; la descentralización del poder y el establecimiento de sistemas eficaces de participación y canales de co mu nicación de la sociedad con sus autoridades; la posibilidad de la

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alternancia en el gobierno; la representatividad plena en el Congreso y en la toma de decisiones mediante una planeación democrática; el control y evaluación de las políticas públicas; y la defensa de la vigencia efectiva de las libertades y las garantías individuales.14

La importancia neurálgica que el naciente PRD le atribuía a la defensa de la democracia burguesa, en particular, en momentos en que el tema era aún más sensible para ese partido por lo reciente del fraude de 1988 y la expec­tativa de que podría triunfar en la siguiente elección presidencial (de 1994), explica el empeño que puso su Secretaría de Relaciones Internacionales, jun­to a fuerzas de otros países, en aprovechar la celebración del II Encuentro del Foro de São Paulo en México para modificar la composición de los parti­cipantes con la inclusión de más fuerzas políticas afines a sus posiciones.

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El Encuentro de México

El Encuentro del Hotel Danubio fue el acto de gestación del Foro de São Paulo, pero las labores de parto se iniciaron durante los preparativos del si guiente, que originalmente se acordó realizar en México del 28 de febrero al 3 de marzo de 1991. Tan pronto como las fuerzas políticas encargadas de organizar ese evento se percataron de que estaban creando un agrupamien­to po lítico permanente, aparecieron las contradicciones sobre su composi­ción, identidad y objetivos.

Aunque en São Paulo estuvieron representadas en mayor o menor me­dida todas las corrientes de la izquierda latinoamericana, y aunque allí se planteó la más amplia gama de posiciones sobre los temas en debate, en él predominó el rechazo, tanto al «socialismo real» como al capitalismo, y la ratificación de la vigencia del ideal socialista, concebido de muy diversas maneras. Por lo general, ese ideal enfatizaba el distanciamiento de los erro­res y las desviaciones en que, a juicio de cada participante, incurrió la URSS. El socialismo latinoamericano sería democrático, descentralizado, participa­tivo, eficiente, sustentable, con enfoque de género y respetuoso de la diver­sidad étnica, cultural, de preferencia sexual, etcétera.

Centrado el foco de atención en la crítica al «socialismo real» y en el es­bozo de nuevas definiciones de socialismo, el debate sobre las condiciones y las formas de lucha quedó relegado a segundo plano en São Paulo. La lucha armada no recibió allí atención: primero, porque ese no era un tema central; segundo, porque sus críticos estaban en una posición minoritaria que no les permitía hacer valer sus puntos de vista; y tercero, porque esos críticos confiaban en que las organizaciones insurgentes de la región, o bien emprenderían el camino de la solución política negociada ya transitado por el Movimiento 19 de Abril (M­19) y por otros grupos armados colombia­nos, o bien se extinguirían como consecuencia de los cambios en la situación mundial y regional. Además, como el Encuentro de São Paulo no fue conce­

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bido como el acto constitutivo de un Foro permanente, en él no se planteó el problema de si cada participante estaba o no de acuerdo en compartir ese espacio con los partidos y organizaciones con los que tuviese divergencias. Ese problema surgió, por primera vez, en los preparativos del II Encuentro.

En el debate sobre objetivos y formas de lucha, no solo desempeñó un papel determinante la ideología política que servía de prisma a cada cual para sacar sus conclusiones sobre los cambios en curso, sino también el im­pacto de esos cambios en la situación política, económica y social latinoa­mericana. Entre esos cambios resalta el hecho de que el fin de la bipolaridad destruyó la noción de viabilidad de la revolución social en América Latina.

La era bipolar adquirió plena madurez con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial (1939­1945). Aunque la polarización entre capitalismo y socialismo existía desde la Revolución Rusa de octubre de 1917, hasta esa conflagración el único país socialista era la URSS. La formación del campo socialista con los países de Europa oriental liberados de la ocupación nazi por el Ejercito Rojo fue el primer cambio en la correlación de fuerzas esta­blecida en 1917. La destrucción de Europa occidental y de Japón desempeñó un papel decisivo en la creación de las condiciones imperantes en la posgue­rra. Esa devastación quebró la capacidad de las viejas metrópolis de mante­ner sus imperios coloniales y neocoloniales, despejó el camino para que el im perialismo norteamericano asumiera el liderazgo del sistema capitalista mundial, estimuló junto a la carrera armamentista un desarrollo sin prece­dentes de las fuerzas productivas, y provocó la interpenetración de capitales entre las potencias imperialistas. Esos dos últimos factores, el desarrollo al­canzado por las fuerzas productivas y la interpenetración de capitales, sen­taron las bases del tránsito del capitalismo hacia una etapa caracterizada por un grado cualitativamente superior de concentración, un grado de con­centración transnacional, de la propiedad, la producción y el poder político, cuyo despliegue es identificable a partir de la década de 1970.

De los cambios de posguerra interesa destacar la agudización de las diferencias existentes entre las condiciones, los objetivos y formas de lucha popular entre el Norte y el Sur. En el Norte, el llamado Estado de bienestar europeo occidental se convirtió en la vitrina de la reforma social progresista del capitalismo, mientras en el Sur la nueva correlación bipolar de fuerzas estimuló las luchas revolucionarias y de liberación nacional, entre las que

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cabe destacar el triunfo de revoluciones socialistas en China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba, y el proceso de descolonización del Medio Oriente, Asia y África que abarcó las décadas del cincuenta, el sesenta, el setenta y principios de los años ochenta.

Gracias a la bipolaridad de posguerra, el triunfo de la Revolución Cubana abrió una de las etapas más recientes de la historia de las luchas populares en América Latina y el Caribe, en la que se desarrollan tres procesos interre­lacionados: primero, el auge de las formas violentas de lucha popular (rural y urbana), que en algunos casos se planteaba como meta la revolución so­cialista y en otros la reforma social progresista del capitalismo, esto último, en aquellos países donde esa reforma era inalcanzable por la vía pacífica; segundo, la represión desatada por el imperialismo norteamericano y sus aliados en la región, que emplearon la violencia reaccionaria contra toda la izquierda, con independencia de que sus objetivos fuesen o no socialistas, y de que empleasen o no la lucha violenta; y tercero, la polémica entre los movimientos político­militares, y los partidos y movimientos políticos que practicaban la lucha legal, entremezclada con el enfrentamiento ideológico entre las corrientes socialistas y no socialistas.

A raíz de la derrota sandinista en las elecciones de febrero de 1990, se evidenció que sería imposible un triunfo militar del FMLN en El Salvador o la URNG en Guatemala. La lucha armada se mantenía en Colombia por par­te de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia­Ejército del Pueblo (FARC­EP) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN), mientras otros grupos insurgentes de esa nación seguían los pasos del Movimiento 19 de Abril (M­19), que depuso las armas y se convirtió en un movimiento político legal. Perú era sacudido por las acciones del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) y los actos terroristas de Sendero Luminoso. Sin embargo, ya entonces habían desaparecido los elementos característicos de una situación revolucionaria, que se presentaron, de manera fluctuante, en varios países latinoamericanos desde 1959. Fue la necesidad de evaluar las consecuencias del fin de esa etapa que se cerraba y de desentrañar las ca­racterísticas del nuevo período que se abría, lo que impulsó la convergencia de todos los sectores de la izquierda latinoamericana en São Paulo. Una vez hecha allí la «catarsis» por el derrumbe del «socialismo real», era lógico que,

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en los preparativos del II Encuentro, pasara al primer plano el debate sobre la readecuación de los objetivos y formas de lucha.

Sin perspectivas a corto o mediano plazo de una ruptura revolucionaria del statu quo, y en medio de la apertura de condiciones más favorables para la izquierda en la lucha electoral, los términos «democracia» y «democrá­tico» se convertían en los iconos del momento. Además, hasta 1991 no se iniciaría la reforma a la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA), primer paso dirigido a institucionalizar un mecanismo transnacional que «vaciaba» de poder los espacios institucionales del Estado latinoameri­cano y caribeño, antes que la izquierda llegase a conquistarlos. Era difícil en­contrar a alguien que reconociera que el sol de la democracia tenía manchas, y era más difícil aún encontrar a alguien que lo dijera en público. Tanto era el rechazo a las deformaciones del «socialismo real», que buena parte de los propios socialistas no se atrevía a cuestionar el mito de la democracia «sin apellidos».

La consigna del momento era «democratizar la democracia». Por lo ge­neral, se asumía que, al ser electa y asumir el gobierno nacional, la izquierda podría revertir la reestructuración neoliberal e iniciar su propio programa de reforma social progresista o transformación revolucionaria. Esa era, sin dudas, la noción más común. No obstante, algunos partidos hablaban in­cluso de desarrollar un «neoliberalismo de izquierda». Este concepto era expresión del éxito que habían tenido los ideólogos del capital financiero al inocular en la conciencia social, incluso en sectores de la izquierda, el cri­terio de que la sociedad gastaba más de lo que producía, por lo que era in­dispensable reducir el gasto. Eso podía ser cierto, pero, en vez de detener el despilfarro de las élites, el neoliberalismo recetaba el sacrificio de las capas bajas y medias de la población. En virtud de la aceptación del statu quo con­centrador de riqueza por parte de los partidos que promovían esa tesis, el «neoliberalismo de izquierda» proponía aminorar «en lo posible» el sacrifi­cio de las mayorías.

Si el fetichismo de la democracia era un extremo, el otro extremo era el fetichismo de la revolución, culto que seguía librando la cruzada contra el «electoralismo» y el «reformismo», en los mismos términos que se utilizaban cuando en América Latina la conquista del poder parecía alcanzable a corto plazo por medio de la lucha armada. Esta posición pasaba por alto que no

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existía una situación revolucionaria y que las fuerzas socialistas tendrían que adecuar su estrategia y su táctica a esa realidad, lo que en muchos casos implicaba aprovechar, también ellas, las posibilidades abiertas en el terreno electoral para acumular fuerzas en el combate a la contrarreforma neoliberal. No en vano, casi un siglo antes, Rosa Luxemburgo había afirmado que: «la reforma social y la revolución no son […] diversos métodos del progreso histórico que a placer podemos elegir en la despensa de la Historia, sino momentos distintos del desenvolvimiento de la sociedad de clases».1

Aunque esta introducción permite «colocar en su justo medio» los térmi­nos de la polémica sobre objetivos y formas de lucha desarrollada en el Foro de São Paulo, ella no se inició en el plano conceptual, sino mediante manio­bras de procedimiento para establecer un nuevo balance de fuerzas. En un polo se ubicaron algunos de los representantes de la entonces denominada Nueva Izquierda, interesados en redefinir el perfil del Foro mediante la in­corporación de fuerzas que participaran en el gobierno de sus respectivos países y la exclusión de los «pequeños grupos radicales» que dominaron en São Paulo. En el polo opuesto se situaron quienes exigían que el rasero para aprobar ingresos fuese aceptar el carácter socialista de la Declaración de São Paulo. Del enfrentamiento entre estas posiciones, surgió un precario equilibrio consistente en promover la incorporación de las fuerzas socialde­mócratas y progresistas que no habían asistido al Encuentro de São Paulo, pero sin excluir a ninguno de los partidos y organizaciones que estuvieron allí. La idea era crecer dentro del mismo espectro de fuerzas que convergie­ron en São Paulo.

Los principales partidos, movimientos políticos y coaliciones que se consideraban parte de la Nueva Izquierda eran el Partido de la Revolución Democrática de México, el Partido de los Trabajadores de Brasil, el Frente Amplio de Uruguay, la Izquierda Unida de Perú, la Alianza Democrática M­19 de Colombia, el Movimiento Bolivia Libre, el Movimiento al Socialismo de Venezuela, el Partido por la Democracia y el Partido Socialista de Chile, y el Partido Socialista Popular de Argentina. Sin embargo, al utilizar ese con­cepto hay que tener el cuidado de no caer en estereotipos, porque la com­posición de estos partidos, movimientos y coaliciones es plural, es decir, se caracteriza por la convergencia e interacción de diversas corrientes políticas, algunas socialistas y otras no. Por este motivo, sus posiciones cambiaban

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en la medida en que variaba el balance de fuerzas entre sus respectivas co­rrientes internas. Tampoco puede afirmarse que toda la membresía de esas organizaciones compartiera —o incluso conociera— las posiciones de sus re pre sentantes en las reuniones del Grupo de Coordinación o en las ple­narias del Foro. Con frecuencia, esas posiciones cambiaban cuando se su­cedían los representantes, ya fuese como resultado de modificaciones en el balance de fuerzas dentro de la organización, o simplemente como reflejo de las opiniones personales del nuevo representante. Esta pluralidad explica por qué, a pesar de las contradicciones sobre la composición e identidad del Foro, ninguna de las corrientes en pugna podía aferrarse a ultranza a sus posiciones, y que todas se sintieran obligadas a aceptar soluciones de com­promiso. La explicación es que la trasgresión de ciertos límites podía avivar los conflictos internos de esos partidos, movimientos y coaliciones, e incluso provocar rupturas.

Un aspecto importante en la lucha por la redefinición del perfil del na­ciente Foro de São Paulo fue la decisión de otorgar la sede del II Encuentro al PRD. En São Paulo se decidió que el Comité Organizador de ese evento se reuniese en la Ciudad de México, en ocasión del I Congreso del PRD, los días 18 y 19 de noviembre de 1990, y que el mismo se efectuara del 28 de febrero al 3 de marzo de 1991. La reunión del Comité Organizador se cele­bró, según lo previsto, en noviembre de 1990, pero en ella se constató que un retraso en los preparativos hacía imposible cumplir la fecha acordada de finales de febrero y principios de marzo de 1991. En el trasfondo de ese retraso se hallaban las maniobras de «reformistas» y «revolucionarios» para cambiar o mantener, según el caso, la identidad y la composición del nacien­te agrupamiento. Fue necesario convocar a una segunda reunión del Comité Organizador, también en la Ciudad de México los días 18 y 19 de marzo de 1991. Los resultados del cabildeo de una y otra parte fueron evidentes. De los miembros del Comité Organizador electo en São Paulo, se encontra­ban presentes el PRD de México, el PT de Brasil, el FMLN de El Salvador, el FSLN de Nicaragua y el PC de Cuba. No asistieron el FA de Uruguay ni la IU de Perú. La ausencia del FA obedeció a que uno de sus miembros vetó la participación de esa coalición en el Foro. Tampoco la IU de Perú envió delegados por razones económicas. Aunque estuvieron presentes miembros del Partido Comunista Uruguayo (PCU) —integrante del FA— y del Partido

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Unificado Mariateguista de Perú (PUM), no estaban facultados para actuar con carácter oficial: en el primer caso, por las razones apuntadas y, en el segundo, porque se había retirado de la IU. Sin embargo, lo principal no fueron las ausencias de los miembros del Comité Organizador, sino la asis­tencia de fuerzas políticas que no habían sido elegidas para dicho grupo.

No es necesario mencionar nombres, ni decir cómo y por qué a la segunda reunión del Comité Organizador asistieron varios partidos y movimientos políticos que no eran miembros del mismo, algunos de los cuales ni siquiera participaron en el Encuentro de julio de 1990. Lo que interesa destacar es que, como parte de la lucha en torno a la composición e identidad del Foro, tanto los miembros del Comité Organizador defensores de las posiciones de la Nueva Izquierda, como los «ortodoxos» o «radicales», trataron de in­clinar la balanza a su favor mediante gestiones, hechas «por debajo de la mesa», para que a esa reunión asistieran organizaciones no miembros del Comité que fueran afines a sus respectivas posiciones. Como resultado de estas maniobras, además de los miembros, allí se presentaron otras ocho delegaciones. Con dificultad, se decidió que todos los presentes tuvieran el derecho a la voz, pero que los cinco miembros del Comité Organizador electo en São Paulo se reunieran al final en privado para formalizar la adopción de los acuerdos, pues eran los únicos que habían recibido ese mandato. Fue difícil hacer cumplir incluso esta fórmula de compromiso.

Otra muestra de la polarización sobre la identidad y composición del na­ciente agrupamiento fue el debate sobre el nombre del Encuentro. Tampoco aquí vale la pena entrar en detalles que no aportan al análisis sobre qué fuer­zas políticas o qué personas defendían una u otra posición. Baste decir que hubo una fuerte presión para hacer desaparecer la palabra «izquierda» del nombre. En concreto, se insistía en rebautizarlo como Encuentro de Partidos y Organizaciones Democráticas y Populares de América Latina y el Caribe. El argumento de quienes intentaban forzar este cambio era que no se po­día «ser de izquierda» y al mismo tiempo aspirar al gobierno. Una de las propuestas dirigidas a encontrar un apelativo que reconociese su amplitud política e ideológica fue la suma de calificativos (democráticos, populares, de izquierda y otros); la alternativa planteada fue evadir los calificativos y hacer referencia a los objetivos generales (por la soberanía, la igualdad, el desarrollo, etcétera). La imposibilidad de llegar a acuerdos, ni siquiera sobre

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formulaciones de carácter general, condujo al nombre que acuñaría la iden­tidad del agrupamiento de la izquierda latinoamericana. La convocatoria al II Encuentro, aprobada por el Comité Organizador en la Ciudad de México, el 19 de mayo de 1991, dice: «Los partidos y movimientos políticos del Foro de São Paulo convocan a un Segundo Encuentro: América Latina y el Caribe frente a la reestructuración hegemónica internacional».2

Incluso esa formulación fue cuestionada con el argumento de que po­día considerarse alusiva a la Declaración de São Paulo, cuya orientación era socialista. Tras un largo y difícil debate, este nombre fue el que prevaleció debido a que tenía la ventaja de mantener la identificación con la reunión inicial, al tiempo que llamaba a la incorporación de fuerzas políticas de un espectro más amplio. Sin embargo, después de la reunión del Comité Organizador en la que el nombre Foro de São Paulo quedó refrendado en la convocatoria al II Encuentro, la minoría insatisfecha reabrió el debate con la intención de revertir esa decisión. Este enfrentamiento duró varios meses, hasta que, ya en medio de la segunda cita, la mayoría favorable al nombre Foro de São Paulo le solicitó a Lula y a Cárdenas que ejercieran su liderazgo para neutralizar a quienes mantenían a ultranza su desacuerdo con esta so­lución intermedia. Quizás ellos mismos no lo recuerden, pero fue la acción personal de estos dos dirigentes la que consumó el bautizo del nuevo agru­pamiento político regional.

El tema más controvertido de la agenda de la reunión de México fue el de las alternativas democráticas y populares a la crisis. Nuevamente, el concep­to de democracia fue la manzana de la discordia, entre quienes consideraban que debía concentrarse en un intercambio sobre estrategias y perspectivas electorales, y los que concebían un enfoque más amplio de la lucha política, incluidas las transformaciones necesarias para cumplir las metas que histó­ricamente identificaron a la izquierda. La solución fue dedicar un punto del temario a la democracia y otro a las alternativas, este último subdividido entre una exposición de las experiencias de los participantes y un debate de carácter general sobre la situación de la región en su conjunto.

Los criterios políticos y organizativos acordados fueron que el Foro de São Paulo no se convirtiera en una Internacional, ni intentara erigirse en competidor de otros agrupamientos de partidos políticos latinoamerica­nos existentes, a saber, la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de

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América Latina y el Caribe (COPPPAL), la Coordinación Socialista La tino­americana (CSL) y el Comité para América Latina y el Caribe de la Inter­na cional Socialista (IS). También se decidió que este espacio no podría uti li zarse para ventilar las diferencias existentes entre dos o más partidos miem bros de un mismo país. Fue desestimada la propuesta de aprobar un Ma ni fiesto y una Plataforma Programática, porque era contradictorio con la de fi nición de no construir una Internacional. En su defecto, el acuerdo fue emitir una Declaración Final elaborada al calor de lo tratado en sus debates.

Tras una polémica sobre la política de invitaciones que tendría un impac­to decisivo en el desarrollo ulterior del Foro, se decidió convocar a los par­tidos y organizaciones políticas que asistieron al Encuentro de São Paulo, a los que fueron invitados pero no asistieron, y a otros ubicados dentro del mismo espectro político. Además, se acordó cursar invitaciones, con ca­rácter de observadores, a la COPPPAL, a la CSL y al Comité para América Latina y el Caribe de la IS, y aceptar la presencia, en calidad de observado­res, de partidos y organizaciones políticas de otras regiones que se intere­sen en asistir, principalmente de los Estados Unidos, Canadá y Europa. No obstante, se adoptaron dos acuerdos destinados a evitar que temas contro­vertidos de otros continentes agudizaran las diferencias que ya de por sí existían al abordar la problemática de América Latina y el Caribe. Uno fue no promover activamente la presencia de observadores extranjeros, y el otro no adoptar resoluciones sobre lo que se definió entonces como temas extra­continentales. Fue, sin dudas, un excelente resultado que el enfrentamiento entre dos corrientes de la izquierda que pretendían excluirse o neutralizarse mutuamente desembocara en la consolidación y ampliación de la pluralidad del naciente Foro de São Paulo.

El II Encuentro de los Partidos y Movimientos Políticos del Foro de São Paulo se efectuó en la Ciudad de México, del 12 al 15 de junio de 1991, con la participación de sesenta y ocho fuerzas políticas latinoamericanas y caribeñas, y la presencia, como observadoras, de doce organizaciones de América del Norte y Europa. Si bien el espectro político e ideológico fue el mismo que asistió al Encuentro de São Paulo, se registró un avance en cuanto a la representación proporcional de las diversas corrientes de la izquierda. También hubo mayor balance subregional, con cuarenta y tres

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partidos y movimientos políticos de América del Sur, once de México y Centroamérica, y catorce del Caribe.

La Declaración de México reivindica la identidad con que nació el Foro de São Paulo:

Con la organización de este Foro, celebrado por invitación del Partido de la Revolución Democrática de México, se da cumplimiento y conti­nuidad a las resoluciones emanadas del I Encuentro de Partidos y Orga­nizaciones Políticas de Izquierda realizado el año pasado en São Paulo por iniciativa del Partido de los Trabajadores de Brasil, en el sentido de aglutinar a un mayor número de fuerzas políticas interesadas en discu­tir la actual problemática latinoamericana y en la búsqueda de alterna­tivas viables para enfrentar el reto de las transformaciones que nuestras realidades plantean.3

Sin embargo, a diferencia de la Declaración de São Paulo, caracterizada por su exclusiva definición socialista, el nuevo texto refleja la naturaleza diversa del Foro. En tal sentido, la Declaración de México afirma:

El debate realizado en este II Encuentro ha sido franco, abierto, democrá­tico, plural y unitario, con la participación de un amplio abanico de fuer­zas. Unas tienen identidades nacionalistas, democráticas y populares, en tanto que varias otras llevan estos conceptos hacia identidades socialistas diversas, estando todas comprometidas con las transformaciones estruc­turales requeridas para el cumplimiento de los objetivos de las grandes mayorías de nuestros pueblos por la justicia social, la democracia y la liberación nacional.4

El temario del II Encuentro del Foro de São Paulo abarcó: «Impactos econó­micos, políticos, sociales y culturales de la crisis y del modelo neoliberal», con una ponencia introductoria a cargo del PRD de México; «Las expe­riencias democráticas en la región: un balance», con ponencias del PS de Chile, el PT de Brasil, el Grupo de los Ocho de Argentina, los partidos y movimientos políticos uruguayos miembros del FA, y el PRD de Panamá; «Estrategias democráticas y populares en lo económico, lo político, lo so­cial y lo cultural», subdividido en experiencias nacionales, la experiencia

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regional y la introducción de los resultados del seminario Educación para la Democracia; «Acciones de solidaridad con Cuba, Panamá, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Puerto Rico, las Islas Malvinas y contra la inter­vención en Bolivia, Colombia y Perú, con el pretexto del narcotráfico», e «Iniciativas políticas y Asuntos organizativos», como la conmemoración del V Centenario, la celebración del III Encuentro del Foro, y la discusión y aprobación de la Declaración de México.

Tras la sesión inaugural, el propio día 12 se dio lectura a las once ponen­cias introductorias a los tres primeros temas y sus correspondientes subte­mas. El debate comenzó en la mañana del 13. La cantidad de participantes interesados en hacer uso de la palabra provocó un abordaje disperso y te­legráfico de los problemas en debate. Quedó claro que en el futuro sería necesario reducir el abanico temático para permitir intercambios de mayor profundidad. En general, las intervenciones sobre las consecuencias de la crisis y del neoliberalismo abordaron sus efectos en el funcionamiento del sistema político. Un total de treinta y dos intervenciones realizadas durante el segundo día abordaron el tema de la democracia y la democratización, la mayoría de ellas en el sentido de que las «transiciones democráticas» (de la dictadura a la democracia burguesa) estaban atadas al esquema neolibe­ral de acumulación del capital, lo que las hacía restringidas y vulnerables. Según este enfoque, era incorrecto hablar de un «proceso de democra­tización» en América Latina. Los argumentos de apoyo a esas posiciones abarcaron, desde la vigencia de las doctrinas de seguridad nacional en las fuerzas armadas, hasta la imposibilidad de alcanzar la democracia política, económica y social sin quebrar la dominación ejercida por los centros de poder mundial y las oligarquías nacionales.

Varias intervenciones alertaron sobre el uso de la democracia burguesa por parte de la derecha para manipular las contradicciones sociales a favor de sus intereses, como ocurrió en 1989 con la elección de los presidentes Carlos Saúl Menem en Argentina y Fernando Collor de Mello en Brasil, y en 1990 con la de Alberto Fujimori en Perú, quienes asumieron el papel de «caudillos neopopulistas» que libraban una supuesta cruzada contra «la política» y «los políticos». No obstante, varios oradores se refirieron al neoliberalismo y a la democracia burguesa actual como elementos independientes entre sí. Esa diferencia de puntos de vista se reflejó en la Declaración de México como

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un intercambio de criterios «acerca de distintos aspectos que se desprenden de la transición democrática; la relación de la democracia con la economía y la sociedad, su vinculación con los derechos humanos, con la soberanía y con la no intervención». En sentido inverso a la Declaración de São Paulo —que no reflejó la riqueza del debate sobre la democracia ni las posiciones de las corrientes no socialistas—, la Declaración de México solo menciona la crítica mayoritaria al afianzamiento del carácter antidemocrático del sistema político capitalista como «incidencias» registradas «en varios países».

Vale la pena sintetizar la línea de análisis que sigue la Declaración de México sobre los cambios mundiales y regionales en curso: entre finales de los años ochenta y principios de los noventa, se derrumbaron los «mo­delos autoritarios» del «socialismo real». Mientras tanto, en América Latina desaparecieron las dictaduras militares y se abrieron espacios de participación que permitieron la gestación de nuevos movimientos sociales, muchas veces en democracias restringidas. En tales condiciones, surgieron importantes partidos populares y se fortalecieron otros que habían surgido en décadas anteriores. La vitalidad de esas fuerzas se expresó en la elección de autoridades locales y legisladores nacionales, y en el meritorio desempeño de sus candidatos presidenciales en varios países. Desde ese momento, todos los sectores de la izquierda, una parte de los cuales reivindica el socialismo y otros no, inician su renovación política y orgánica, en creciente articulación con las luchas sociales. Tal renovación se concreta en esfuerzos unitarios, en la crítica a las concepciones dogmáticas y burocráticas, y en el combate al sectarismo. La meta de la izquierda es proponer alternativas concretas, es decir, superar la simple crítica al capitalismo. La imposición del neoliberalismo fue posible por el control vertical del poder, las democracias restringidas, los fraudes y mecanismos electorales irregulares, la extensión de prácticas corruptas, la represión contra los sindicatos y otras organizaciones sociales, la manipulación de los medios de comunicación, y la impunidad para el abuso y la corrupción de los gobernantes. Los instrumentos del neo­liberalismo son la supervivencia de las doctrinas de seguridad nacional, la militarización de las sociedades y el papel de las fuerzas armadas y de los paramilitares en varios países, a lo cual se añade que «en diversos países» hay diseñadas estructuras que limitan la capacidad de los fun­cio narios electos para modificar las políticas neoliberales. La solución de

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izquierda es construir Estados democráticos e independientes, y gobiernos comprometidos con la transformación económica y social, sustentados en un fuerte apoyo y una decisiva participación de los sectores afectados por el modelo neoliberal, es decir, de los trabajadores de la ciudad y el campo, la pequeña y la mediana burguesía, los empresarios nacionalistas, amplios sectores de mujeres y jóvenes, las nacionalidades y etnias oprimidas, al igual que los sectores más desprotegidos de la sociedad. Solo sobre esa base, se podrá alcanzar democracia económica, política y social; respeto al voto y a la participación política directa y permanente del pueblo; pluralismo; de­re chos ciudadanos, humanos y sociales; reformas estructurales y reforma agraria; organización democrática e independiente del pueblo; protección de la naturaleza; respeto y promoción de la identidad cultural y nacional de los pueblos originarios; solidaridad social y soberanía nacional.

Aunque la Declaración de México menciona la erosión de la soberanía nacional y el fortalecimiento de los mecanismos de dominación que se su­perponen a las instituciones electas, incluso así, parte de la premisa de que el poder político se asienta en el voto popular, por lo que considera que la solución es eliminar las «deformaciones» de la democracia burguesa, tales como el fraude, la corrupción, los remanentes de las doctrinas de seguridad nacional, la represión de los sectores populares y otras. Según esa lógica, al llegar al gobierno la izquierda podría sustraerse del sistema de dominación y hacer uso efectivo del poder político que emana del voto ciudadano para satisfacer las reivindicaciones populares. De manera que el «vaciamiento de poder» de las instituciones democrático­burguesas al que alude, se presen­ta como algo que sucede de manera circunstancial, es decir, no como un elemento inherente al sistema de dominación, sino como un problema que la izquierda en el gobierno podrá eliminar. Ese enfoque fue reforzado por la tendencia —entonces predominante en algunos sectores de la izquierda mexicana— que concibe la democracia como la supresión del sistema polí­tico caracterizado por la fusión entre el PRI y el gobierno nacional, a partir de la cual se presuponía que el fin del monopolio del poder ejercido por ese partido durante siete décadas, sería lo mismo que instaurar la democracia o, al menos, iniciaría un proceso de democratización, sin necesidad de romper con el sistema de dominación ni cambiar las relaciones de poder.

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Mientras en el II Encuentro del Foro de São Paulo se producía un diá­logo de sordos entre la mayoría crítica y la minoría apologética de la de­mocratización de América Latina, recién aparecía en la escena un elemento clave para la comprensión de ese proceso. Poco más de un año después de la toma de posesión del primer gobierno civil chileno posterior a la dictadu­ra de Augusto Pinochet, en junio de 1991, la Asamblea General de la OEA celebrada en ese país, adoptó el Compromiso de Santiago de Chile con la Democracia y con la Renovación del Sistema Interamericano. Ese era el ini­cio de la implantación de un nuevo esquema de dominación continental del imperialismo norteamericano.

Desde la Conferencia Internacional de las Repúblicas Americanas de 1889­1890, el imperialismo norteamericano había intentado complementar sus acciones de fuerza con la implantación de un sistema multilateral de relaciones interamericanas —entiéndase, un sistema de dominación con­tinental— mediante el cual imponer un conjunto de valores y una institu­cionalidad favorable a sus intereses. Un primer paso fue crear, en la propia Conferencia de Washington, la Oficina Internacional de las Repúblicas Americanas, transformada después en Unión Panamericana. Sin embargo, no fue hasta la Segunda Guerra Mundial que, en virtud de la destrucción de las potencias imperialistas europeas, su ascenso al liderato del bloque impe­rialista y el lanzamiento de la guerra fría, el imperialismo norteamericano lo­gró vencer la resistencia de las repúblicas latinoamericanas a la creación del llamado Sistema Interamericano, conformado por la Junta Interamericana de Defensa (1942), el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (1947) y la Organización de Estados Americanos (1948), a las que años después se sumó el Banco Interamericano de Desarrollo (1962). No obstante, frente al triunfo de la Revolución Cubana y a la ola de luchas populares que estre­meció a América Latina entre 1959 y 1989, el imperialismo reaccionó con la implantación de las dictaduras militares de «seguridad nacional» y relegó a un plano secundario al Sistema Interamericano. Aún más, la política de los Estados Unidos durante la administración Reagan (1981­1989), su interven­ción en el conflicto centroamericano, el apoyo a Gran Bretaña en la Guerra de las Malvinas (1982),5 el respaldo a las ya desgastadas dictaduras militares de «seguridad nacional», y su reacción ante el estallido de la crisis de la deu­da externa (1982), provocó la inoperancia de ese sistema y el surgimiento de

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instituciones latinoamericanas alternativas, como el Grupo de Contadora y el Grupo de Apoyo a Contadora, posteriormente convertido en el Grupo de los Ocho, embrión del actual Grupo de Río.

En el momento en que el imperialismo norteamericano emergía con la aureola de omnipotencia por el fin de la bipolaridad, que intervenía en Pa­namá con un bajo costo militar y político, que el conflicto centroamericano se extinguía tras la derrota electoral de la Revolución Sandinista, que en Chile se cerraba el capítulo de las dictaduras militares de «seguridad na­cional», que el sistema financiero internacional convertía la deuda externa en un nuevo mecanismo de dominación, y que el tiempo curaba las heridas oca sio nadas por la Guerra de las Malvinas, la administración del presidente George H. Bush inició la reestructuración del Sistema Interamericano. La car nada lanzada a los gobiernos latinoamericanos y caribeños para sumarlos a ese empeño fue la Iniciativa para las Américas o Iniciativa Bush, anunciada en diciembre de 1989, que contenía una flexibilización relativa de la política respecto a la deuda externa latinoamericana, prometía una ayuda económica de bajo monto y manipulaba el interés de la región en obtener «libre acceso» al mercado de los Estados Unidos, con el esbozo del ALCA.

El Compromiso de Santiago anuló el respeto al pluralismo que se ha­bía abierto paso en América Latina y el Caribe en la década de 1970, y fue el primer paso en la implantación de mecanismos de injerencia diseñados para imponer el concepto neoliberal de democracia representativa, según el cual las naciones latinoamericanas y caribeñas estarían sometidas a una madeja de imposiciones, compromisos y presiones que les impediría salirse del patrón de política económica y social impuesto por el imperialismo. Una vez afianzado este mecanismo transnacional de dominación, el imperialis­mo norteamericano ya no tendría necesariamente que oponerse en todos los casos a los avances electorales de la izquierda, a partir del supuesto de que ni siquiera un gobierno nacional de izquierda «democráticamente electo» podría salirse del carril neoliberal. Es poco probable que más de un puñado de los participantes estuviese atento a la Asamblea General de la OEA que, casi de manera simultánea, adoptaba el Compromiso de Santiago. Incluso si así hubiese sido, resultaba imposible desentrañar las características y pro­pósitos de un proceso de construcción y legitimación de mecanismos de in­jerencia que concluiría, en lo fundamental, poco más de diez años después,

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con la aprobación de la Carta Democrática Interamericana, al día siguiente de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

En ese orden, los objetivos del proceso iniciado con el Compromiso de Santiago eran: recrudecer la política de bloqueo y aislamiento contra la Revolución Cubana; establecer un pacto entre las élites latinoamericanas y caribeñas para conjurar la victoria de nuevas revoluciones o procesos trans­formadores de orientación popular; e implantar un mecanismo para reen­cauzar por vías constitucionales los conflictos que pusieran en riesgo el sis tema de dominación. Sin embargo, en 1991 la mayor parte de la izquierda latinoamericana valoraba la campaña del gobierno estadounidense a favor de la democracia representativa y el respeto a los derechos humanos, como muro de contención frente al eventual retorno de las dictaduras militares. Pasaba inadvertido el hecho de que uno de los propósitos del nuevo sistema de dominación era, precisamente, garantizar el control político, económico y militar sobre los países de América Latina y el Caribe, sin recurrir a la dictadura.

A pesar de la dificultad de conformar consensos en un espectro político tan heterogéneo, la mayoría de los partidos y movimientos políticos asis­tentes compartían el interés en crear un espacio de convergencia en función de trabajar en conjunto por la unidad y la integración de América Latina y el Caribe, y realizar acciones de solidaridad con las luchas políticas y socia­les de los pueblos de la región. El Comité Organizador del III Encuentro se amplió con el Movimiento Bolivia Libre (MBL) y el Movimiento Lavalás de Haití. También se decidió ratificar la invitación al FA de Uruguay para que integrase dicho Grupo o que, en su defecto, lo hiciera una representación colegiada de las organizaciones uruguayas miembros del Foro.

La pluralidad del Foro de São Paulo es, en conclusión, el resultado feliz del enfrentamiento entre corrientes divergentes de la izquierda latinoame­ricana que, por circunstancias extraordinarias, convergieron en un mismo espacio, del cual intentaron, sin éxito, excluirse mutuamente. Esta confron­tación no terminó en México: allí quedó acordado el espectro político que abarca el Foro, pero ello no implica que cesara la lucha ideológica dentro de él. Por el contrario, su pluralidad y su existencia misma dependen de un delicado equilibrio entre fuerzas centrífugas y centrípetas, que de modo permanente amenazan con hacerlo estallar.

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Como sede del III Encuentro fue seleccionada Nicaragua, un país en el que se produjo una revolución armada, pero donde, debido a las agresiones del imperialismo norteamericano, el gobierno resultante de esa revolución fue derrotado en las urnas y la fuerza política que la había encabezado pasó a ser un partido opositor dentro del sistema de democracia neoliberal que ya se venía imponiendo en otros países de la región. Esta metamorfosis del FSLN, de fuerza revolucionaria gobernante a fuerza política opositora, cons­tituía para muchos un símbolo de los nuevos tiempos.

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El anfitrión del III Encuentro: el Frente Sandinista de Liberación Nacional

El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) surge como resultado de un proceso de experimentación y desarrollo de diversas formas de lucha, legales e insurgentes, contra la tiranía dinástica de la familia Somoza, en el cual convergen grupos de varias corrientes políticas e ideológicas. Uno de los miembros de su primera Dirección Nacional, Humberto Ortega, dice: «El FSLN no fue constituido en un acto formal y jurídico, con fecha, hora, agenda y programa».1 En su sentido más amplio, el proceso de formación del FSLN abarca desde el ajusticiamiento, en 1956, del dictador Anastasio Somoza García, ejecutado por Rigoberto López Pérez, hasta la definición de sus estatutos, programa, estructura y órganos de dirección, todo ello en 1967. El antecesor directo del FSLN fue el Movimiento Nueva Nicaragua (MNN), fundado en 1961, poco después rebautizado con el nombre Frente de Liberación Nacional (FLN) y unificado con el Frente Revolucionario Sandino (FRS), fusión de la cual se deriva su nombre actual.

La tiranía de los Somoza y la Guardia Nacional, el cuerpo represivo que la sustentaba, fueron los principales instrumentos de la dominación del im­perialismo norteamericano en Nicaragua desde 1934. A inicios del siglo xx, el interés del entonces joven imperialismo en esa nación radica en que ella reúne las características que posibilitan la apertura en su territorio de un canal interoceánico, alternativo al que el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos construye en Panamá entre 1904 y 1914. Con el fin de afianzar su dominación en ese punto estratégico del istmo centroamericano, el gobierno estadounidense ayuda, en 1909, a derrocar al presidente liberal José Santos Zelaya e instaura allí un protectorado.

Santos Zelaya asumió la presidencia de Nicaragua en 1893. Entre los as­pectos positivos de su gobierno, resalta la sustitución de la legislación feudal

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por una burguesa, la supresión de parte de los privilegios de la oligarquía tradicional, la separación de la Iglesia y el Estado laico, y la recuperación del territorio de la Costa Atlántica ocupado por Gran Bretaña, mientras que en el lado negativo se destaca la corrupción y la división en las filas del Partido Liberal. En la opinión del líder histórico del FSLN, Carlos Fonseca Amador:

El recrudecimiento de las agresiones yanquis a Nicaragua desde 1909, significó la imposición de una gran frustración histórica en el proceso de desarrollo de la sociedad nicaragüense. El cambio político operado en 1893 significaba el paso más importante registrado en el acontecer nica­ragüense, al lado de la emancipación de España y de la expulsión de los filibusteros.

De no cruzarse la intromisión imperialista, el proceso social demo­crático­burgués hubiera continuado su natural evolución, y los obs táculos caducos seguramente que a un plazo breve hubieran sido su perados.2

Entre 1912 y 1925, la metrópoli apuntala la dominación del Partido Con­servador en Nicaragua mediante la ocupación militar. En 1914 termina la construcción del Canal de Panamá y, el 14 de agosto de ese mismo año, con la firma del Tratado Chamorro­Bryan, el gobierno conservador de la Nicaragua ocupada concede a los Estados Unidos el derecho exclusivo para construir —es decir, el derecho a bloquear la posibilidad de que cualquier otra potencia construyese— una vía interoceánica alternativa, que apro­veche la navegabilidad del río San Juan y el Lago Nicaragua. Ese tratado lo suscribe Emiliano Chamorro, entonces representante de Nicaragua en Washington D.C. Como premio, Chamorro recibe la presidencia de su país el día 1ro. de enero de 1917.

El presidente conservador Bartolomé Martínez (1923­1924), quien asu­me ese cargo por el fallecimiento del titular, Diego Manuel Chamorro, el sucesor de Emiliano, se opone al regreso de este último a la presidencia y favorece una negociación entre conservadores y liberales, conocida como La Transacción, que permite la elección en 1924 del presidente Carlos J. Solórzano (conservador) y del vicepresidente Juan Bautista Sacasa (liberal). En virtud de La Transacción, las fuerzas intervensionistas de los Estados Unidos se retiran de Nicaragua en agosto de 1925. Sin embargo, el golpe de Estado de octubre de ese año, denominado El Lomazo, promovido por

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Emiliano Chamorro, desata la Guerra Civil Constitucionalista que sirve de pretexto para el regreso de las tropas de los Estados Unidos, el 6 de enero de 1927.

Bajo la égida de las fuerzas de ocupación estadounidenses, el 4 de mayo de 1927, las cúpulas de los partidos conservador y liberal suscriben, en Tipitapa, el Pacto del Espino Negro. Por las fuerzas liberales, ese pacto lo firma José María Moncada, quien, en premio a su traición, fue impuesto como presidente en elecciones realizadas el 4 de noviembre de 1928, bajo el control de las fuerzas de ocupación, y asume la presidencia el 1ro. de enero de 1929. En ese momento es cuando asciende a primeros planos Anastasio Somoza García, considerado por Moncada como su segundo, con el cargo de ministro de Relaciones Exteriores y, lo que resulta mucho más importante, también designado jefe director de la Guardia Nacional.

Contra el Pacto del Espino Negro se rebela uno de los generales gue­rri lleros liberales más prestigiosos, Augusto C. Sandino,3 al frente del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, quien el 19 de mayo de 1927 dio a conocer un manifiesto que convocaba al pueblo nicaragüense a luchar contra la intervención militar de los Estados Unidos. Así lo analiza Carlos Fonseca:

La resistencia sandinista se registra al coincidir varios hechos de peso fun­damental; en los años veinte de este siglo [xx] culmina en Nicaragua más de una centuria de caudalosa rebeldía popular, traicionada casi siempre por los oligarcas locales (desde 1823 hasta 1926 no ha pasado práctica­mente un solo año en Nicaragua en el que no se ofrende sangre popular en guerras propiamente dichas o en simples conjuras); asimismo, en los años veinte, continúa en desarrollo la política yanqui que busca el mono­polio canalero en los mares de América, así como el control de las posicio­nes geográfico­estratégicas que implique tal política; por fin señalemos la presencia de la lejanísima, joven, república soviética, que si bien no des­empeñaría un papel determinante en los acontecimientos de Nicaragua, su influencia sobre ellos no debe ser totalmente excluida.4

Sandino no solo encabeza la lucha por el rescate de la soberanía de Ni­caragua, sino que incorpora al ideario nacional reivindicaciones políticas y sociales avanzadas para su época, muchas de ellas inspiradas en las ideas

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de la Revolución Mexicana de 1910 a 1917. En los tres escenarios en que actúa Sandino, a saber, en la guerra civil constitucionalista de 1926, en la guerra contra las tropas intervensionistas de los Estados Unidos de 1926 a 1933, y en las negociaciones desarrolladas entre 1933 y 1934, el General de Hom bres Libres revoluciona y desarrolla el pensamiento emancipador ni ca­ra güense, con conceptos como soberanía nacional, justicia y equidad social, e indohispanismo, que forman un legado histórico para las próximas gene­raciones de luchadores sandinistas.

La imposibilidad de vencer la resistencia del pueblo nicaragüense y el rechazo internacional generado por la intervención, impulsan al gobierno de Franklin D. Roosevelt a celebrar en Nicaragua en 1933 una elección en la que triunfa el candidato presidencial del Partido Liberal, y a retirar sus tropas del país, pero la garantía de la dominación imperialista en esa nación queda a cargo de la Guardia Nacional que había sido creada como cuerpo de apoyo a los ocupantes.5 El 8 de enero de 1934, seis días después de conclui­da la retirada de los ocupantes, Sandino inicia la negociación que conduce al desarme del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, cuyos comba­tientes desmovilizados se concentran en las tierras que les fueron otorgadas en las márgenes del río Coco. Víctima de una traición, Sandino fue asesi­nado el 21 de febrero de 1934, por órdenes del embajador de los Estados Unidos, Arthur Bliss Lane, y del jefe de la Guardia Nacional de Nicaragua, Anastasio Somoza García. También fueron masacrados los ex combatientes del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional que estaban concentrados en el campamento de Wiwilí, cerca del río Coco.

Con el asesinato de Sandino y sus compañeros, desaparece la dirección de las fuerzas patrióticas que recién comenzaban a organizarse en un nuevo partido, formado a partir del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. Ese vacío facilitó que Anastasio Somoza García se adueñara del poder. Mediante el golpe de Estado del 6 de junio de 1936, Somoza derroca al presidente Juan Bautista Sacasa (su tío político) y coloca en ese cargo, con carácter provisio­nal, a Carlos Brenes Jarquín.

Electo como candidato único a la presidencia de Nicaragua el 8 de di­ciembre de ese año y nombrado jefe director de la Guardia Nacional el 18 del mismo mes, en enero de 1937 Somoza toma posesión del gobierno e ins­titucionaliza una tiranía que, de hecho, existía desde 1934.

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Se inicia un período de veinticinco años en el cual la lucha política y so­cial contra la tiranía somocista es esporádica y dispersa. Además del ani­quilamiento del liderazgo revolucionario, el reflujo de la lucha popular es también resultado de otros factores, entre los que se destaca el agotamiento provocado por cuarenta y siete años de enfrentamientos entre facciones li­berales y conservadoras, las secuelas de las intervenciones militares de los Estados Unidos, el impacto de la Gran Depresión, el apoyo del gobierno de Franklin D. Roosevelt al régimen de Somoza García, y el control que logra ejercer este último sobre el Partido Liberal Nacionalista y sobre el aparato del Estado, incluido su instrumento represivo, la Guardia Nacional.

El ajusticiamiento de Anastasio Somoza García, el 21 de septiembre de 1956, por parte de Rigoberto López Pérez marca el inicio de un nuevo auge de la lucha contra la dictadura.6 A Somoza García le sucede en la presiden­cia su hijo Luis, quien hace un amago de liberalización económica, política y social, con una Reforma Agraria, la creación del Seguro Social y del Instituto Nicaragüense de la Vivienda, la promulgación de una Ley de Probidad y la creación de un Poder Electoral. Como parte de esas reformas, en 1963 asu­me la presidencia el doctor René Schick, apoderado de la familia Somoza. Cuando la reforma comienza a ser aprovechada por la oposición, el régimen restablece la política de «las 3­P» de Somoza García: plata para los amigos, palo para los indiferentes y plomo para los enemigos.7

Uno de los antecedentes directos del Frente Sandinista de Liberación Na­cional fue la guerrilla de Ramón Raudales, ex general del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, quien tenía sesenta y ocho años cuando reinicia la lucha armada. En febrero de 1934, él era el jefe del Campamento de Wiwilí, donde fue masacrada la mayoría de los ex combatientes de Sandino. El día 14 de octubre de 1958, Raudales cruza la frontera desde Honduras al frente de un grupo armado denominado Primer Ejército de Liberación Nacional, que combate durante cuarenta y cinco días, hasta que su jefe cae herido y fallece días más tarde. Los sobrevivientes de la guerrilla de Raudales crean en 1959 el Frente Revolucionario Sandino (FRS), que años más tarde se fun­de con el Frente de Liberación Nacional (FLN) para dar origen al FSLN.

Los miembros del FRS se encuentran entre los participantes de un hete­rogéneo movimiento guerrillero, liderado por figuras provenientes de los partidos políticos tradicionales y organizado con apoyo de los gobiernos de

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Cuba y de otros países latinoamericanos, que es desarticulado cuando se ha­llaba en su fase organizativa, dentro del territorio de Honduras, en un lugar conocido como El Chaparral.8

El FRS también contó con el apoyo del Che Guevara, quien envía un bar­co a Honduras con más de 300 armas en 1959. Los pertrechos debían ser compartidos con la Columna Rigoberto López Pérez, en El Chaparral, y los guerrilleros del FRS

[…]El FRS además de vincularse con los veteranos de Sandino, también

levanta el nombre del General de Hombres Libres y utiliza los colores rojo y negro de Sandino como estandarte. Este movimiento opera durante noviembre de 1959 y marzo de 1960 en la zona de El Dorado y Las Trojes, en el antiguo territorio en litigio con Honduras. Luego de varios enfrentamientos que se producen con la GN y el ejército hondureño a inicios de febrero de 1960, la guerrilla fue copada y neutralizada […] A este movimiento sobreviven el cubano Renán Montero, Harold y Alejandro Martínez Sáenz.9

Otros movimientos armados que se producen en este momento son: la gue­rrilla de Carlos Chale Haslam, que opera entre junio y noviembre de 1959; la columna Augusto C. Sandino, dirigida por el periodista Manuel Díaz y Sotelo, que se dispersa a principios de agosto; y la Columna 15 de sep­tiembre, desintegrada a finales de ese año. Mientras estos movimientos guerrilleros tratan de asentarse en el norte, en el sur se registran diversas escaramuzas. «Estas luchas —afirma Humberto Ortega— son el prólogo de los movimientos que los emigrados nicaragüenses en Costa Rica y otros paí­ses de Centroamérica y el Caribe, promoverán de manera consistente en el año 1960».10

La otra rama del árbol genealógico del FSLN, de la que proviene el Frente de Liberación Nacional, tiene como primer antecedente la Juventud Revolucionaria Nicaragüense (JRN), creada en Costa Rica, en noviembre de 1959, por Carlos Fonseca, Silvio Mayorga y Tomás Borge, muchos de cu­yos integrantes —entre ellos Fonseca— habían participado en la guerrilla de El Chaparral. En julio de 1961, después de recibir entrenamiento militar

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en Cuba, Fonseca funda el Movimiento Nueva Nicaragua (MNN), que es el antecedente inmediato del FLN.

El proceso de fusión del FLN y el FRS, iniciado en 1961­1962, fue largo y complejo. Para los miembros del FRS, la mención de Sandino en el nom bre de la nueva organización unitaria era una condición indispensable. Aun que Carlos Fonseca estuvo de acuerdo con ese planteamiento, ello fue obje tado desde posiciones sectarias por otros de los dirigentes principales del FLN.11 Entre 1962 y 1964 predomina el uso de las siglas FLN, hasta que el for ta­lecimiento del liderazgo de Carlos Fonseca, le permite confirmar de forma irrebatible, el nombre de Frente Sandinista de Liberación Nacional. En la fundación del FSLN convergen marxistas, conservadores, liberales inde­pendientes, los sobrevivientes del ejército de Sandino y una generación de jóvenes fogueada en las luchas estudiantiles contra el somocismo.

En 1963, el naciente Frente Sandinista de Liberación Nacional —cuyo nombre aún se encontraba en disputa— combina la creación de un Frente Interno (la Resistencia Urbana) con el intento de asentar una guerrilla en la zona de Raití­Bocay.12 Esa combinación de lucha urbana y rural, y de lucha política e insurreccional, se mantendría en la trayectoria futura de esta or­ganización para superar las experiencias previas basadas en la «invasión» de la columna guerrillera desde el exterior. No obstante, la guerrilla de Raití­Bocay fracasa por la imposibilidad de crearse una base social en una población compuesta por las etnias mayagna y miskita, unida a la precarie­dad de los canales de abastecimiento logístico desde el exterior.

Tras el fracaso de la guerrilla de Raití­Bocay, el FSLN se repliega a las ciudades y enfatiza su trabajo con los jóvenes, estudiantes, trabajadores, profesionales, artistas, mujeres y religiosos. En esos años, esa organización mantiene contactos con figuras opositoras de los partidos tradicionales e, incluso, de 1964 a 1967 participa en una «triple alianza» junto con Movi li­zación Republicana y el Partido Socialista Nicaragüense, la cual desaparece en virtud de la contradicción entre el objetivo del FSLN —ganar apoyo po­pular y ampliar su trabajo con las masas, en función de fortalecer la lucha armada— y el de sus otros integrantes —participar en las elecciones pre­sidenciales de 1967 como un fin en sí mismo.

El «triunfo» del general Anastasio Somoza Debayle en las elecciones del 5 de febrero de 1967 —quien toma posesión del cargo el 1ro. de mayo

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de ese año— y la posición del hasta entonces popular caudillo conserva­dor Fernando Agüero Rocha, crean una situación de descontento y frus­tración generalizados que el FSLN se propone capitalizar mediante una nueva experiencia guerrillera en la región de Pancasán, en el departamento de Matagalpa. Sin embargo, este movimiento guerrillero fue desarticulado, el 27 de agosto del propio año, en desiguales combates contra la Guardia Nacional. La importancia política de la guerrilla de Pancasán radica en que mostró la voluntad del FSLN de luchar contra la perpetuación de la dinastía Somoza, en el momento en que claudicaban las principales corrientes de la oposición legal.

Entre diciembre de 1969 y junio de 1970, el FSLN desarrolla otra expe­riencia guerrillera en la región de El Bijao­Zinica. Aunque el armamento de esta nueva fuerza, denominada Columna Pablo Úbeda, era algo superior a la de Pancasán, también estaba afectada por problemas de abastecimiento, agudizados por la incorporación de personal no combatiente de la localidad en busca de medios de subsistencia y de la protección de la guerrilla. Con su capacidad combativa mermada por estos problemas, la Guerrilla de Zinica sucumbe en junio de 1970 en combates con la Guardia Nacional.

Pese a los reveses de las experiencias guerrilleras de Raitín­Bocay (1963), Pancasán (1966­1967) y Bijao­Zinica (1969­1970), entre 1964 y 1972 el FSLN logra elevar su desarrollo político y organizativo, lo cual se manifiesta en el afianzamiento de la combinación de las formas de lucha legales e insurgen­tes, por una parte la lucha política y social —electoral y reivindicativa—, con todos los sectores opuestos a la dictadura y, por otra, la lucha guerrillera en las zonas rurales del país.

En 1972 se inicia la etapa de agudización de las contradicciones de la dinastía somocista, intensificación de la lucha popular y consolidación del FSLN como eje de la revolución popular que triunfa el 19 de julio de 1979. Un acontecimiento determinante en ese cambio fue la suscripción, el 27 de noviembre de 1970, del Pacto Kupia Kumi13 por el presidente Anastasio Somoza Debayle y el líder conservador Fernando Agüero Rocha, que abrió el camino a la reelección presidencial, prohibida en el mandato de Luis Somoza. La prolongación de la tiranía somocista y la claudicación de quien había sido durante años el principal líder de la oposición, legitiman la lucha armada. En virtud de este pacto, se disuelve el Congreso Nacional, se con­

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voca a una Constituyente —electa en febrero de 1972 e instalada en mayo de ese año— y se nombra a una Junta de Gobierno que ejerce el poder formal hasta que en 1974 Anastasio Somoza retorna a la presidencia con un manda­to de seis años.

El terremoto del 23 de diciembre de 1972, que causó diez mil víctimas y destruyó la ciudad de Managua, actuó como catalizador del deterioro de la situación política, porque fue evidente la indolencia de la élite dominante ante la tragedia y la desfachatez con que lucró con la ayuda internacional enviada desde el exterior al pueblo nicaragüense. Además, Somoza apro­vecha este acontecimiento para centralizar aún más el poder por diversos mecanismos e irrespetar las reglas del juego de la competencia capitalista en detrimento de los grupos económicos no somocistas, lo que da origen a una oposición burguesa radicalizada.

Entre 1971 y 1973 se organizan las bases del movimiento guerrillero en la montaña. En julio de 1973, con ocho mulas cargadas de armas y comida y no más de quince hombres se establece la Columna Pablo Úbeda. El 27 de diciembre de 1974 se realiza una operación comando de toma de rehenes en la residencia de José María (Chema) Castillo, los cuales son canjeados por prisioneros sandinistas que viajan a Cuba en un avión. Entre enero y marzo de 1975, la columna realiza un conjunto de acciones ofensivas, pero en ese último mes se decide suspender los ataques con el propósito de acumular fuerzas en silencio, lo que permite a la GN desatar una ofensiva contra las bases de apoyo del FSLN en la región. Ya a fines de 1975, el movimiento guerrillero se encuentra en extinción.

En medio de reiterados golpes de la Guardia Nacional contra las estruc­turas urbanas y el movimiento guerrillero, entre 1975 y 1976 se produce la ruptura total entre las tres tendencias que en el transcurso de los años se formaron en el FSLN: la Tendencia Guerra Popular Prolongada (GPP); la Tendencia Proletaria (TP); y la Tendencia Insurreccional o Tercerista (TI). Con el objeto de reafirmar su liderazgo para conjurar el efecto de las divisio­nes en las filas sandinistas y realizar cambios tácticos que eviten la extinción de la Columna Pablo Úbeda, Carlos Fonseca viaja a Nicaragua desde Cuba —con estancias intermedias en México y Honduras— y llega a su destino el 6 de noviembre de 1975. En marzo de 1976 Fonseca parte en un infructuoso viaje por zonas montañosas en busca de la Columna Pablo Úbeda, que se

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prolonga hasta el 8 de noviembre de ese año, cuando muere en un combate con una patrulla de la Guardia Nacional, en Boca de Piedra, en río Zinica. Después de la muerte de Fonseca, la Columna Pablo Úbeda entra en fase de extinción, que culmina el 23 de diciembre de ese año con el bombardeo y la posterior ocupación de su campamento central, que albergaba a diecisiete combatientes.

A finales de 1976, el balance de la lucha del FSLN es negativo, pues in­cluye la pérdida de su secretario general y de otros cuadros de dirección, la derrota del movimiento guerrillero, la precariedad de sus estructuras urba­nas, la división de sus menguadas fuerzas en tres tendencias y la falta de un plan para retomar la ofensiva política y militar. No obstante, a partir de 1977 se agudiza el rechazo a la tiranía somocista por el efecto, acumulado desde el terremoto de 1972, de la centralización del poder, la corrupción, la radi­calidad de la oposición burguesa, el rechazo de la jerarquía católica y otros factores. En este contexto, en mayo de ese año, como parte de la vacilante política de «defensa de los derechos humanos» del presidente James Carter, el Congreso de los Estados Unidos suspende la entrega de ayuda militar al régimen de Somoza.

En julio de 1977, por iniciativa de la Tendencia Insurreccional, se crea en Cuernavaca, México, la Junta Revolucionaria de Gobierno que en lo adelante desempeña un papel fundamental en la lucha política, nacional e internacio­nal, contra la dictadura. En esa ocasión aprueba el borrador de un programa de cinco puntos que aboga por: un régimen democrático de libertades públi­cas; la abolición de la Guardia Nacional y la creación de un nuevo ejército; la expropiación de los bienes de la familia Somoza y sus allegados; un régimen de propiedad basado en la economía mixta y la realización de una reforma agraria; y un no alineamiento internacional que ponga fin a la dependencia de los Estados Unidos.14

La creación de la Junta Revolucionaria de Gobierno formaba parte de un plan insurreccional basado en la acción de grupos guerrilleros desde el sur, el norte y el Pacífico. A raíz del fracaso de ese plan, el 14 de octubre de 1977, sus miembros, que en lo adelante serán conocidos como El Grupo de los Doce, emiten una declaración en la que afirman que no hay una salida política a la crisis nicaragüense que excluya al FSLN. Ya en este momento el gobierno del presidente James Carter está presionando a Somoza para que

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abandone el gobierno. Se inicia un proceso de diálogo entre Somoza y la oposición legal, que se interrumpe, a inicios de 1978, a raíz del asesinato del doctor Pedro Joaquín Chamorro.

Bajo fuertes presiones, el 19 de junio de 1978 Somoza acepta recibir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, reformar el sistema elec­toral y permitir el ingreso a Nicaragua del Grupo de los Doce, diez de cuyos miembros llegan a Managua el día 5 de julio, y de inmediato realizan gestio­nes para incorporarse al Frente Amplio Opositor (FAO) creado poco antes. El 21 de agosto el FAO da a la publicidad un plan de dieciséis puntos que incluyen el establecimiento de un gobierno de transición y la celebración de elecciones. Al día siguiente, un comando tercerista realiza un asalto al Palacio Nacional, con el objetivo de detonar una insurrección a corto plazo.

El 8 de marzo de 1979 se anuncia públicamente en San José, Costa Rica, la reunificación de las tres tendencias del FSLN, aunque entre ellas se man­tuvo la competencia por la hegemonía de la organización, incluida la ca­rrera por la primacía en la ocupación militar de Managua. Tras cuarenta y seis años de dominio absoluto de la familia Somoza, el 19 de julio de 1979 triunfó en Nicaragua la Revolución Popular Sandinista, como resultado del aumento de la lucha antidictatorial frente a la represión del régimen, de la convergencia de un amplio abanico de fuerzas opositoras, del éxito de la lucha insurreccional en torno a la cual se reunificaron las tres tendencias en que se había dividido el FSLN, del rechazo internacional al somocismo, del apoyo político y material a la insurrección por parte de los gobiernos de Cuba, Costa Rica, Panamá y Venezuela, del fracaso del intento de última hora del gobierno estadounidense de sustituir a Somoza por una figura dó­cil a sus dictados, y de la negativa de la OEA de aprobar una intervención militar en Nicaragua.

En sus diez años en el poder, la Revolución Sandinista recuperó la so­beranía nicaragüense, nacionalizó las propiedades de la familia Somoza y sus cómplices, hizo una reforma agraria y emprendió programas de de­sarrollo económico y social, pero se vio obligada a dedicar sus mayores esfuerzos a defenderse de la guerra contrarrevolucionaria dirigida y fi­nanciada por la administración de Ronald Reagan. Tras un largo proceso de guerra y negociación, ajustado a los parámetros de la Guerra de Baja Intensidad, la derrota sandinista se consumó en la elección presidencial

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del 25 de febrero de 1990, cuando triunfó la candidata de la Unión Nacional Opositora (UNO), Violeta Barrios de Chamorro (1990­1997). Este revés obe­deció al desgaste del proceso revolucionario causado por la guerra, al debi­litamiento del apoyo político, económico y militar soviético —a partir de la proclamación de la «nueva mentalidad» de Mijaíl Gorbachov—, y a errores de la dirección del FSLN, como dejar que el peso de la crisis económica y la guerra recayera en los sectores populares —incluida la implantación del Servicio Militar Patriótico (obligatorio)— y aceptar ir a esos comicios en si­tuación tan desventajosa.

Después de la derrota electoral, por primera vez en la historia de Nicaragua empezó a funcionar el sistema democrático­burgués —sujeto a las restricciones de la democracia neoliberal—, la oficialidad sandinista retuvo el control del Ejército Nacional y de la Policía Nacional, el FSLN siguió sien­do el partido político más representado en la Asamblea Nacional —pero en minoría frente a la alianza de centroderecha y derecha—, y mantuvo el voto duro de alrededor del 25% de la población, principalmente, en los sectores humildes que fueron beneficiados por la revolución. En contra del FSLN comenzó a manifestarse la división y escisión de sus militantes, y el rechazo de la burguesía proimperialista, de las capas medias resentidas por las pe­nurias de la etapa revolucionaria, y de parte de las capas humildes, o bien por escasa politización o bien como consecuencia de los errores del gobierno sandinista. En estas condiciones, aproximadamente dos años y cinco meses después de la derrota electoral de febrero de 1990, el FSLN actúa como anfi­trión del III Encuentro del Foro.

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El Encuentro de Managua

La sede del III Encuentro fue acordada en una reunión del Grupo de Coordinación del Foro, realizada en São Paulo los días 30 de noviembre y 1ro. de diciembre de 1991. Allí se decidió efectuarlo en Managua, Nicaragua, bajo el auspicio del FSLN, del 16 al 19 de julio de 1992, de manera que la clausura coincidiera con los actos conmemorativos por el XIII Aniversario de la Revolución Popular Sandinista. También se acordó celebrar en Lima, un seminario sobre integración y desarrollo alternativo en América Latina y el Caribe, y una reunión del Grupo de Coordinación que aprobase las pro­puestas del FSLN sobre el temario, la organización y los participantes del próximo Encuentro. Días después de la reunión del Grupo de Coordinación se produjo el desplome de la URSS. Por ser un acontecimiento esperado, no aportó mayores elementos al debate sobre la revolución y el socialismo, sal­vo que el derrumbe ocurrió en medio de la indiferencia popular. Era eviden­te que, para el pueblo soviético, la revolución y el socialismo habían muerto mucho antes.

Auspiciado por la Fundación Andina, el seminario sobre temas económi­cos se realizó en Lima del 26 al 29 de febrero de 1992. En ese evento se de­cidió crear una red latinoamericana y caribeña de centros de investigación, que se reuniese anualmente como mecanismo de retroalimentación entre los partidos y movimientos políticos del Foro de São Paulo, los movimientos populares y los centros de investigación. Sin embargo, el cumplimiento de esos acuerdos fue imposible porque, a raíz del autogolpe de Estado protago­nizado por el presidente Alberto Fujimori en abril de 1992, desaparecieron los documentos del seminario como resultado del saqueo de todos los loca­les de la izquierda.

A propósito del autogolpe de Fujimori, el Grupo de Coordinación del Foro de São Paulo, emitió el 8 de abril un comunicado contra esa acción. A pesar de su buena intención, ese pronunciamiento incurrió en el error —tan

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El Encuentro de Managua 81

frecuente por aquellos días— de invocar el Compromiso de Santiago como uno de los argumentos contra esa acción. Precisamente, este autogolpe fue aprovechado por el imperialismo norteamericano para activar y desarrollar los mecanismos transnacionales de dominación de los que acababa de do­tar a la OEA. Como se demostraría en breve, el papel de esa organización consistía en crear una comisión negociadora para buscar una fórmula que permitiera «restablecer el orden constitucional», sin que la situación creada favoreciese a la izquierda y al movimiento popular. En este caso, se le conce­dió a Fujimori un plazo para convocar a una Constituyente que legitimó su permanencia en el gobierno.

El autogolpe de Fujimori no era el único acontecimiento que servía para afianzar el nuevo sistema de dominación continental. Lo mismo ocurrió el año anterior con el golpe de Estado en Haití contra el presidente Jean Bertrand Aristide, a quien el gobierno de los Estados Unidos ofreció refu­gio en la Isla del Gobernador, en la ciudad de Nueva York, donde se llevó a cabo un proceso de negociación con los golpistas con la mediación de la OEA. En ese caso, la solución negociada por la OEA consistió en restablecer a Aristide en el gobierno días antes de que expirara su mandato constitucio­nal, cuando ya el Movimiento Lavalás estaba en proceso de fragmentación.

Por América Latina y el Caribe avanzaba la oleada neoliberal. Además de la continuidad en Chile del proceso de reforma y reestructuración heredado de Pinochet por el gobierno de la Concertación encabezado por Patricio Aylwin, los presidentes Carlos Salinas de Gortari en México, Carlos Saúl Menem en Argentina, Alberto Fujimori en Perú y Carlos Andrés Pérez en Venezuela eran los punteros en la aplicación de la doctrina neoliberal en la región. De ese grupo de países, el primero en presentar síntomas de crisis fue Venezuela, donde los días 27 y 28 de febrero de 1989, solo semanas después de la toma de posesión de Pérez para el inicio de su segunda presidencia (1974­1979/1989­1993), se produjo el estallido social conocido como «el Caracazo», durante el cual fallecieron cientos de personas como resultado de la represión, seguido de una cadena de protestas populares e intentos de golpes de Estado. En medio de esa crisis, el 4 de febrero de 1992 se efectuó el intento de golpe de Estado del Movimiento Bolivariano 200, que convirtió a su líder, el teniente coronel Hugo Chávez, en una figura de relevancia nacional. Meses más tarde, en Uruguay, se registraría

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la primera gran victoria obtenida por un pueblo latinoamericano contra el neoliberalismo, cuando, en el plebiscito contra la Ley de Empresas Públicas, con 71% del voto popular, fue derrotado ese intento del gobierno de Julio María Sanguinetti de abrir el camino a las privatizaciones.

En medio de la reestructuración del sistema continental de dominación y de la avalancha neoliberal que estremecía a toda la región, entre los días 16 y 19 de julio de 1992 se realizó en Managua, Nicaragua, el III Encuentro del Foro de São Paulo, que contó con la asistencia de sesenta y dos parti­dos y movimientos políticos de América Latina y el Caribe, y de cuarenta y cinco instituciones observadoras de Europa, Asia y África. La disminución de la asistencia de los miembros (seis menos que en México), obedeció a varios factores: el elevado costo de viaje a Centroamérica para personas pro­cedentes del Cono Sur, la región andina y el Caribe; la no recepción de las invitaciones por parte de un grupo de organizaciones brasileñas; y la inesta­bilidad reinante en Venezuela tras el intento de golpe de Estado de febrero de 1992. También se registró una baja en la asistencia de los máximos líderes de los partidos fundadores del Foro de São Paulo. Lula no pudo participar debido a que en Brasil recién estallaban los escándalos por la corrupción del presidente Fernando Collor, que concluyó con su destitución, mientras que Cuauhtémoc Cárdenas participaba en la campaña electoral del PRD en su estado natal, Michoacán.

En Managua se agudizaron las contradicciones dentro del Grupo de Coordinación, que se convirtió en un embudo por la falta de consenso para autorizar que las diferencias se resolvieran por votación en la plenaria. Las disputas fueron sobre cuatro problemas: si se aceptaba o no como documen­to base de los debates el texto elaborado por el seminario de economistas que sesionó en Managua en los días anteriores; si se admitía o no —y en caso positivo, en qué condiciones— la participación de un grupo de fuerzas políticas cuya presencia fue cuestionada por varios miembros del Foro; el método para renovar dicho Grupo; y varias propuestas concretas de ingreso al mismo que podían alterar su correlación interna de fuerzas.

Antes de la reunión de Managua, los días 14 y 15 de julio de 1992, se­sionó en esa ciudad un seminario de economistas, con el objeto de elabo­rar un documento titulado Por un Proyecto de Desarrollo Alternativo, que sirviera de base a los debates de la plenaria del Foro, en sustitución de la

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desaparecida documentación del seminario realizado en Lima. El contenido neokeynesiano del texto aprobado en el seminario —que obviaba al sistema de dominación imperialista que impedía aplicar sus propuestas—, reabrió el debate en el Grupo de Coordinación sobre los objetivos de la izquierda. La solución de compromiso entre quienes insistían en presentar el texto como documento base y quienes lo rechazaban, fue aceptarlo como un do­cumento de referencia, junto a las ponencias que presentaran los miembros del Grupo de Coordinación.

En el III Encuentro participaron varios partidos y movimientos políticos, unos latinoamericanos y otros no, cuya presencia fue cuestionada por algu­nos miembros del Foro. No importa quién objetaba a quién. Lo que importa es que, en el caso de los latinoamericanos, las objeciones estaban relaciona­das con el debate sobre los objetivos y las formas de lucha, mientras que, en el caso de los partidos o movimientos políticos de otras regiones, eran fuer­zas sobre las cuales existía una polarización de posiciones, a favor y en con­tra. Los denominados temas extracontinentales abrían aún más el abanico de problemas que dificultaban la formación de consensos, que ya era grande solo con los temas latinoamericanos. Hoy no tiene sentido ocultar que uno de estos temas era la situación de Irak y la presencia de una delegación del Partido Baas de ese país. Para evitar problemas en la plenaria, se acordó concentrar las intervenciones de los observadores en una sesión y ratificar el acuerdo de no hacer pronunciamientos sobre temas de otros continentes.

El tercer problema surgió en la discusión de una propuesta de normativas para el funcionamiento del Foro, cuya elaboración había sido encomendada al FSLN, que incluía recomendaciones de método para la renovación del Grupo de Coordinación. En un polo se colocaron quienes abogaban por la formulación de propuestas, el debate y la votación directa en plenaria y, en el otro, quienes insistían en que la propuesta partiese del propio Grupo, con un criterio de rotación que no incluyese a partidos que desempeñaban un papel fundamental dentro del mismo. En estrecha relación con ese de­bate, se presentó un cuarto tema referido al hecho de que si se aceptaba o rechazaba varias propuestas de ingreso al Grupo de Coordinación, podía alterarse, en una u otra dirección, la correlación de fuerzas existente dentro de él. Como ya es usual, se omiten los detalles. Solo interesa dejar constancia de que esta era otra manifestación de la polémica sobre objetivos y formas

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de lucha de la izquierda que, como ya se ha señalado, la mayoría de las veces no se presentaba como debate conceptual, sino como discusión de cues tiones organizativas y de procedimiento. Lo más grave fue que los en­frentamientos dentro del Grupo de Coordinación se iniciaron dos días antes de la inauguración de ese evento, y se mantuvieron durante todo el tiempo que este sesionó, de manera que la plenaria quedó como rehén del Grupo, lo que dañó su capacidad de dirección.

La inauguración del III Encuentro se efectuó el día 16 de julio y la prime­ra sesión de debates se inició inmediatamente después. En ella se presenta­ron los resultados del seminario sobre integración y desarrollo alternativo en América Latina y el Caribe realizado en Lima del 26 al 29 de febrero y el referido a desarrollo e integración alternativos efectuado en Managua el 14 y 15 de julio. También se dio lectura a las ponencias sobre ese tema elabo­radas por el Partido Comunista de Cuba, el PC de República Dominicana y el Partido Revolucionario de los Trabajadores de México (PRT). Esos fueron los documentos de referencia para los debates realizados durante el día 17 y parte del 18 de julio, presididos rotativamente por las delegaciones del PRD, el PT y el FSLN. El desarrollo de los debates demostró que la decisión de concentrarse en un tema fundamental constituyó un acierto organizativo, que evitó la dispersión temática, aunque la falta de un documento base y la diversidad de enfoques de los materiales presentados, conspiraron contra la profundidad de los intercambios.

La Declaración de Managua se divide en siete bloques titulados: «Im­portancia y futuro del Foro de São Paulo»; «Ofensiva multifacética del Nor­te contra Latinoamérica y el Caribe»; «Elementos para la defensa de los intereses populares»; «La integración de los pueblos»; «Preocupante “legi­timación” de la política intervencionista»; «Alternativas y exigencias»; y «Decisiones». Ese documento define al Foro como instancia de encuentro e intercambio entre las diferentes fuerzas democráticas de identidades na­cionalistas, populares y socialistas, y afirma la disposición a seguir la lucha por la liberación económica y política de América Latina y el Caribe; ratifica la vigencia de la lucha por la liberación nacional, la justicia social y la de­mocracia, que abarca no solo lo político sino también lo económico, social y cultural, y rechaza la pretensión de identificar democracia con capitalismo,

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y modernización con sumisión y renuncia al desarrollo autónomo con justi­cia social.

Después de mencionar algunos de los medios y métodos transnacionales que forman parte del nuevo sistema de dominación, la Declaración desta­ca que sectores de la oligarquía y el gran capital transnacionalizado actúan como cómplices y beneficiarios de la imposición de «democracias contro­ladas». Ese modelo —añade— promueve la transformación de los Estados en un sentido antidemocrático, mediante la concentración del poder en ins­tituciones no elegibles ni sujetas al control social. También afirma que las alternativas populares y revolucionarias tienen que conjugar la capacidad de resistencia al neoliberalismo, con la creación de espacios de poder popu­lar y la gestación de una cultura contrapuesta a la cultura de dominación. El neoliberalismo, puntualiza ese texto, no admite enmienda. La integración alternativa tiene que erradicar las estructuras y modelos dominantes, eli­minar los controles monopólicos y oligopólicos, y promover un desarrollo económico que satisfaga las necesidades de las mayorías. Para ello, es pre­ciso sustituir la alianza de los sectores transnacionalizados de la burguesía con el capital internacional, por una alianza entre las fuerzas interesadas en desarrollar proyectos de justicia social, democracia y liberación nacional.

Todo proceso de desarrollo económico genuino —concluye la De cla­ración— pasa por un cambio de sujetos sociales en el poder, por una justa dis tribución de la propiedad y la riqueza, por la creación de poderes de ma­yorías y por el fortalecimiento de la sociedad civil. Los espacios de partici­pación deben ser abiertos, tanto desde la organización autónoma del pueblo, como desde las instancias estatales. Una alternativa popular debe reempla­zar las instituciones elegibles y no elegibles antidemocráticas y, en su lugar, crear y desarrollar una democracia integral: política, económica y social. En tal sentido, constata que no ha habido avances en el panorama político y democrático en la mayoría de los países de la región. En algunos de ellos, subsisten regímenes autoritarios que se niegan a impulsar la transición a la democracia, a respetar el voto ciudadano y a comprometerse en la forma­ción de auténticos sistemas de partidos políticos regidos por la competencia en condiciones de igualdad y por la posibilidad real de la alternancia en el gobierno. Exige, por lo tanto, el cese de los fraudes, de las prácticas venales y corruptas, de la represión a los sindicatos y organizaciones sociales inde­pendientes y del control de los medios de comunicación.

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Dos problemas se presentaron en la discusión de las resoluciones, uno por los términos en que se condenaba la práctica del fraude electoral en México —objetado por varias delegaciones que tenían relaciones con el go­ber nante Partido Revolucionario Institucional—, y otro por el intento de vio len tar el acuerdo de no aprobar resoluciones sobre temas extracon ti nen­tales. Esta contradicción condujo al insólito caso de que se aprobasen dos resoluciones sobre Irak con contenidos diametralmente opuestos: una de solidaridad con el gobierno de Irak frente a las agresiones del imperialis mo norteamericano y la otra de condena a ese mismo gobierno por su política en el Kurdistán. Tras un llamado a la cordura, la plenaria canceló ambos acuerdos.

En la sesión sobre temas organizativos, el Grupo de Coordinación —rebautizado allí como Grupo de Trabajo—, presentó el Proyecto de Nor­mativas para el funcionamiento del Foro de São Paulo y su Grupo de Tra­bajo, que incluía estas propuestas de definición sobre los temas clave objeto de debate:

• Son miembros del Foro de São Paulo, los movimientos y partidos po­líticos de América Latina y el Caribe que se adhieren y respaldan las resoluciones de los encuentros, y contribuyen a la unidad de los pue­blos de América Latina y el Caribe.

• Las solicitudes de participación deberán dirigirse al partido anfitrión del siguiente Encuentro para su canalización a los miembros del Grupo de Trabajo el cual, a su vez, presentará sus recomendaciones al plenario del Foro en su reunión anual. Al respecto, corresponde al Grupo de Trabajo realizar las consultas que, por consenso, considere pertinentes.

• La política del Foro es no extender invitaciones. Sin embargo, podrán asistir como observadores todas las fuerzas políticas que así lo deseen dentro de un marco constructivo y de respeto hacia las deliberaciones y objetivos del Foro. Asimismo, pueden asistir personalidades y orga­nismos que estén interesados en la problemática y temas particulares que se discuten en el Foro.

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• El Grupo de Trabajo constituye el órgano coordinador y ejecuti­vo de los acuerdos del Foro de São Paulo entre la realización de los Encuentros.

• El Grupo de Trabajo es designado cada año por el plenario del Foro sobre la base de la propuesta presentada por el Grupo de Trabajo an­terior, tras un proceso de consulta amplia con los miembros del Foro. Queda incorporado al Grupo el partido o movimiento anfitrión del futuro Encuentro.1

Después de un debate centrado en el cuestionamiento a que fuese el Grupo de Trabajo saliente el encargado de proponer al entrante —que así man­tendría casi la misma composición—, la plenaria decidió regresarle a dicho Grupo el proyecto de normativas presentado con el propósito de que lo mo­dificara con las propuestas allí realizadas, y posponer la renovación de ese órgano hasta tanto las nuevas normativas fuesen discutidas y aprobadas en el IV Encuentro del Foro de São Paulo.

Tan graves fueron los enfrentamientos y tanta la tensión creada que pa­recía que el Foro de São Paulo había llegado a su fin. Debido a ello, el Grupo de Trabajo decidió dejar que pasaran unos meses para que los ánimos se calmaran, y efectuar una reunión de dicho Grupo en Montevideo, en octu­bre de 1992, con el fin de buscar soluciones a los problemas relacionados con las normativas y con la definición de la proyección política del Foro de São Paulo. Al seleccionar a Montevideo como sede de esa reunión, se partió de la base de que allí el Grupo de beneficiaría de la experiencia acumulada por el Frente Amplio durante tres décadas de solución de divergencias y forma­ción de consensos.

En resumen, el Encuentro de Managua se destacó por dos razones inte­rrelacionadas: primero, el estallido en la plenaria de las contradicciones que venían gestándose en su seno desde la reunión original celebrada dos años antes, que por primera vez lo colocaron a punto de una ruptura; y segundo, el interés mostrado por los participantes en encontrar soluciones que evita­sen su fraccionamiento.

En Managua se aprobó el ingreso de la URNG al Grupo de Trabajo, pero no hubo consenso para someter a consideración y aprobación de plenaria

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otras propuestas. Los acuerdos fueron: realizar dos seminarios en el primer semestre de 1993 preparatorios del IV Encuentro del Foro, uno sobre la re­lación entre los partidos políticos de izquierda y los movimientos populares (en México) y otro sobre educación política (en Bolivia, El Salvador o Brasil); convocar al IV Encuentro del Foro de São Paulo para el segundo semestre de 1993 en La Habana; participar en los programas alternativos a la celebra­ción del V Centenario; designar una delegación —integrada por el PRD de México, el PT de Brasil, el FSLN de Nicaragua y el PUM de Perú— que diera seguimiento al proceso de paz y búsqueda de una solución política negocia­da en Colombia; realizar en el primer semestre de 1993 un intercambio en la sede del Parlamento Europeo de Bruselas, con una representación de la izquierda europea que abarque un espectro político e ideológico similar al del Foro de São Paulo; y celebrar un seminario con fuerzas de izquierda del Caribe con el objetivo de promover su incorporación al Foro.

Aunque la caída del bloque socialista europeo era aún muy reciente, ya en 1992 era evidente de que la Revolución Cubana no había sido víctima del efecto dominó, como muchos, incluso dentro de la izquierda, por entonces vaticinaban. Ello generaba una mezcla de interés por conocer lo que estaba sucediendo de esa nación y reconocimiento solidario con el pueblo cubano, factores determinantes que inclinaban a otorgarle la sede del IV Encuentro al Partido Comunista de Cuba.

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El anfitrión del IV Encuentro: el Partido Comunista de Cuba

El Partido Comunista de Cuba (PCC) fue fundado el 1ro. de octubre de 1965, como resultado de un proceso de fusión de las organizaciones revolucio­narias que habían participado en la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista: el Movimiento 26 de Julio (M­26­7), el Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR­13­M) y el Partido Socialista Popular (PSP). Ese proceso, ini ciado con el triunfo de la Revolución el 1ro. de enero de 1959, incluye la crea ción, en septiembre de 1960, del Buró de Coordinación de Actividades Re vo lucio narias; la fundación, en marzo de 1962, de las Organizaciones Re­vo lu cionarias Integradas (ORI); y la sustitución de estas últimas, en mayo de 1963, por el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS). La sínte­sis de las identidades de esas organizaciones se produjo, en 1965, en un acto don de se anunció la composición del Comité Central y del Buró Político del nuevo partido, que allí fue bautizado con el nombre que desde entonces ostenta.

El PCC es heredero y continuador de la trayectoria de luchas del pueblo cubano. Los antecedentes históricos de la Revolución Cubana se remontan a la Guerra de los Diez Años (1868­1878). Si bien los primeros movimientos anticolonialistas en Cuba datan de 1808­1826, período en que se desarrolla la guerra de independencia en la Hispanoamérica continental, las condiciones no estaban maduras para tal emprendimiento. Satisfechos por el auge de la economía de plantación y la política comercial de la monarquía borbónica, la preocupación de los terratenientes criollos era utilizar la protección de la metrópoli para mantener el control de la creciente población esclava, en es­pecial, tras la Revolución Haitiana de 1871. Por su parte, los Estados Unidos se oponían a la independencia de Cuba en espera de que la «fruta madura» cayese bajo su propia dominación.

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Aunque la política colonial y el trato a los criollos ricos se endurecieron, ello no provocó de un movimiento independentista, sino la polarización entre los españoles residentes en Cuba —funcionarios de la administración colonial y comerciantes— que promovían, de manera furibunda, la «inte­gridad nacional», es decir, un régimen de máxima dominación política y explotación económica, y los criollos ricos, que buscaban la protección de sus intereses esclavistas, en dependencia de las cambiantes circunstancias, o bien por medio de un régimen autonómico subordinado a España o bien mediante la anexión a los Estados Unidos. No obstante, la aplicación de una política colonial integrista y el nacimiento de una identidad y un pensamien­to nacional cubanos, sientan las bases de los movimientos independentistas que desembocan en la Guerra de los Diez Años.1

La primera guerra de independencia de Cuba se inicia el 10 de octubre de 1868 con el Grito de La Demajagua y concluye el 10 de febrero de 1878 con la firma del Pacto del Zanjón, que establece la paz sin independencia. Las causas de la contienda son: el aumento de la opresión y la explotación por parte de España, que provoca el retroceso en la posición social alcanza­da por los criollos ricos en etapas anteriores, incluida la amenaza de quie­bra de los terratenientes medianos que predominan en las tres provincias orientales; el agotamiento del sistema esclavista que la metrópoli se empeña en mantener; y el desarrollo de un sentimiento nacional que distancia a los cubanos de los españoles. También influyen en la decisión de comenzar la guerra el estallido, en septiembre de 1868, de una revolución liberal que des­estabiliza a la metrópoli; las amenazas de represalia hechas por el gobierno de los Estados Unidos contra España a raíz del apoyo que brindó a los es­tados del sur durante la Guerra de Secesión; y el rechazo provocado por el apoyo de España a la invasión francesa a México, por su anexión de Santo Domingo y por sus intentos de reconquistar Chile y Perú.

La Guerra de los Diez Años fracasa debido al agotamiento en las filas insurrectas provocado por una lucha tan prolongada en condiciones pre­carias, carentes de apoyo externo y con la oposición de los Estados Unidos, que sí colaboraban con España; a la crisis de los órganos de direc ción revo­lucionaria, manifestada en el quiebre de la disciplina y la falta de unidad; y a la aplicación por España, durante los meses finales de la guerra, de una política consistente en ofrecer concesiones a cambio de que los combatientes

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cubanos aceptasen mantener el status colonial. Así finalizó esta lucha con el Pacto del Zanjón, que fue rechazado por un grupo de jefes insurrectos quie­nes, encabezados por el general Antonio Maceo, protagonizaron la Protesta de Baraguá. No obstante, ante la constatación fáctica de la imposibilidad de relanzar la guerra, cesa la lucha y Maceo sale de Cuba a preparar las condi­ciones para batallas futuras.

Con el cese de la Guerra de los Diez Años se inicia la Tregua Fecunda (1878­1895), en la cual se producen varios intentos de reiniciar la lucha, todos fallidos porque las secuelas de la contienda previa y la desunión de los jefes veteranos todavía ocupan el primer plano. Entre estos intentos se destaca la Guerra Chiquita (1879­1880), que, pese a su fracaso, muestra la vigencia del independentismo; descaracteriza a las corrientes autonomistas que adquirieron protagonismo en la política colonial a raíz del Pacto del Zanjón; y marca el inicio de la labor de José Martí como dirigente indepen­dentista. Durante la Tregua Fecunda se constituye, en los Estados Unidos, el 10 de abril de 1892, el Partido Revolucionario Cubano (PRC), construido por José Martí con los emigrantes cubanos radicados en Nueva York, Cayo Hueso y Tampa, con el propósito de encabezar la guerra de liberación de Cuba, auxiliar la lucha por la independencia de Puerto Rico y evitar la ex­pansión estadounidense hacia el sur. Martí desarrolla un plan combinado de expediciones —para el traslado de armas y los principales jefes que se en­cuentran en el exterior— e insurrecciones en puntos estratégicos de Cuba.

La tercera guerra de independencia de Cuba se inicia el 24 de febrero de 1995, dirigida por José Martí como delegado del PRC, Máximo Gómez, como general en jefe del Ejército Libertador, y Antonio Maceo como lugar­teniente general. A menos de tres meses de comenzada la contienda, el 19 de mayo de 1895, muere Martí al participar en su primer combate, pérdida irreparable que tendría consecuencias negativas en la conducción y desenla­ce de la guerra. No obstante, en menos de un año, el 22 de enero de 1896, el Ejército Libertador logra lo que le había sido imposible en la Guerra del 68: concluir la invasión que extendió la lucha armada de Oriente a Occidente, región donde se encontraban los principales bastiones de España y de la cual extraía los recursos para sus gastos bélicos. Eduardo Torres­Cueva y Oscar Loyola explican que:

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enero del 96 opera como un mes trascendental. La culminación del movi­miento invasor no deja lugar a dudas: esta guerra sería cualitativamente distinta para España. Once meses han bastado para extender el teatro de operaciones de Oriente hasta Occidente. Unos cuantos miles de soldados mambises —encarnación suprema del pueblo cubano— han logrado lo que parecía imposible: poner en jaque a casi doscientos mil combatientes metropolitanos. La admiración por los jefes mambises llega a proporción no vista con anterioridad. Nadie puede poner fecha de terminación a un cambio social complejo, mucho menos a una revolución nacional­libera­dora. Pero a partir de enero de 1896 la victoria cubana frente a España, por razones lógicas aplastantes, es solo una cuestión de resistencia y tiempo. El decurso histórico —el tiempo en la historia— a largo plazo es mambí a fines del siglo xix.2

La independencia de Cuba se frustra por la intervención de los Estados Unidos en el conflicto.3 Para ello aprovechó la casi consumada derrota de España; la muerte de José Martí —máximo líder político de la Guerra del 95 y precursor del pensamiento antimperialista latinoamericano— y la de Antonio Maceo —jefe militar de mayor prestigio y protagonista de la Protesta de Baraguá—; las contradicciones reaparecidas en los órganos de dirección de los insurrectos; y la inclinación pro estadounidense o la inge­nuidad, según el caso, de algunos miembros del Gobierno en Armas y del Ejército Libertador. El PRC fue disuelto a finales de 1898 por Tomás Estrada Palma,4 sucesor de Martí en su dirección, ciudadano estadounidense y fu­turo primer presidente de la República de Cuba (1902­1906), quien, incapaz de derrotar el enfrentamiento politiquero conocido como la insurrección de La Chambelona, desatada por su fraudulenta reelección, solicita la segunda intervención militar yanqui, que se produce entre 1906 y 1909.

El resultado de la ocupación militar fue el establecimiento de una repú­blica neocolonial, abierta a la penetración económica y a la dominación polí­tica estadounidense, cuyo símbolo ostensible es la Enmienda Platt, impuesta a la Constitución de la República de 1901 como condición para la retirada de las tropas foráneas. Esa Enmienda le concedía a los Estados Unidos el dere­cho a intervenir militarmente y a arrendar bases militares o carboneras, de las cuales aún existe la Base de Guantánamo. Así comienza una nueva etapa de lucha, ahora dirigida para erradicar la seudorrepública.

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Con el fin del colonialismo español y el inicio de la dominación de los Estados Unidos, brota una nueva generación de organizaciones populares. El retorno de numerosos dirigentes y trabajadores emigrados favorece la creación de gremios, cooperativas, centros de artesanos, asociaciones de ofi­cios y de un embrión de central sindical, la Liga General de Trabajadores Cubanos. Menos afortunados fueron los primeros intentos de fundar un par­tido obrero, hechos por Diego Vicente Tejera, quien en 1899 lanza el Partido Socialista Cubano y en 1900 el Partido Popular Cubano, ambos fracasados debido al rechazo de las clases dominantes y los grupos anarquistas.

El cese de la primera ocupación militar estadounidense (1899­1902) y, luego, las onerosas condiciones en que se produjo, constituyeron, junto a las reivindicaciones socioeconómicas y al rechazo al desgobierno y la co­rrupción, las primeras banderas de lucha del movimiento popular cubano durante el período que comprende la segunda ocupación estadounidense (1906­1909) y los gobiernos de José Miguel Gómez (1909­1913), Mario García Menocal (1913­1917/1917­1921) y Alfredo Zayas (1921­1925).

El primer Partido Comunista de Cuba (PCC) se fundó en un congreso realizado en La Habana, el 16 y 17 de agosto de 1925, con la participación de veinte delegados de los aproximadamente cien miembros con que contaban la Agrupación Comunista de La Habana y sus similares de Guanabacoa, San Antonio de los Baños, Manzanillo y Media Luna.5 Ocho días antes, un congreso celebrado en Camagüey creó la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC).6 En 1928, se organiza la Liga Juvenil Comunista.

El bautismo de fuego del primer Partido Comunista de Cuba se produce, dentro de un amplio y heterogéneo movimiento popular, en la lucha contra la tiranía de Gerardo Machado (1925­1929/1929­1933), que desemboca en la Revolución de 1933. Machado toma posesión de la presidencia tres días después de la fundación de ese partido, es decir, el 20 de mayo de 1925, y es derrocado durante su segundo mandato por un movimiento de protesta que escala hasta convertirse en una insurrección popular. En el fragor de esa lucha se produce el golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933, cono­cido como «la revolución de los sargentos» debido al grado militar de los complotados, que provoca la huida del país del tirano. Entre las causas de la Revolución de 1933 se destacan el clímax al que llegó la explotación, la

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corrupción y la represión en el «machadato», agravado por el impacto de la crisis de 1929­1933.

Depuesto el presidente interino Carlos Manuel de Céspedes y fracasada la Pentarquía que lo sustituyó, la Revolución de 1933 llega a su contradic­toria fase culminante durante la presidencia del doctor Ramón Grau San Martín, en cuyo gabinete interactuaron tres tendencias: la nacional­reformis­ta encabezada por el propio Grau, que era la mayoritaria; una reaccionaria y proimperialista, liderada por el jefe del Ejército, el coronel (ex sargento) Fulgencio Batista; y una de izquierda articulada en torno al ministro de Gobernación, Antonio Guiteras, cuya influencia explica las medidas de ca­rácter popular y revolucionario adoptadas por el gobierno.

El mandato de Grau se deteriora como resultado, por una parte, de las presiones de los Estados Unidos y de la derecha criolla y, por otra, del re­chazo de una parte importante del movimiento popular, confundido y de­fraudado por su ambivalencia, que respondía a las contradicciones entre las tres corrientes que lo integraban. El propio Partido Comunista no se percata de la necesidad de apoyar al ala izquierda del gobierno y adopta una acti­tud opositora, incluido el llamado a acciones en su contra por parte del mo­vimiento obrero. En estas circunstancias, Batista realiza el golpe de Estado contra Grau, el 15 de enero de 1934. Un duro golpe recibió la resistencia contra la tiranía de Batista con el asesinato de Antonio Guiteras, quien a tales efectos había formado la organización Joven Cuba. Pese a su derrota, la Revolución de 1933 contribuyó a fortalecer la conciencia antimperialista y anticapitalista del pueblo cubano que, por primera vez, se rebelaba contra la oligarquía criolla y sus partidos tradicionales, y contra la amenaza de inter­vención militar estadounidense.

En virtud del cambio de estrategia decidido en julio­agosto de 1935 por la Internacional Comunista (la III Internacional), dos meses más tarde, el VI Pleno del entonces llamado Partido Unión Revolucionaria Comunista (PURC) renuncia a las consignas «clase contra clase» y «por un gobierno soviético de obreros y campesinos», y adopta la estrategia de trabajar por la formación de un frente político antifascista. Esa política llevó al PURC a integrar la Coalición Socialista Democrática (CSD), que presentó a Fulgencio Batista como candidato a la presidencia en las elecciones del 14 de julio

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de 1940. El historiador José Cantón Navarro, quien proviene de las filas del primer Partido Comunista de Cuba, afirma:

Esta decisión, intensamente debatida por las orga nizaciones del Partido en todo el país y finalmente aprobada, condujo, por una parte, a una etapa de notable desarrollo del movimiento obrero y de respeto a los derechos y libertades democráticas. Pero, por otra parte, concitó el rechazo de nume­rosos revolucionarios y de algunos sectores de la pequeña burguesía, que criticaron el apoyo del Partido al principal responsable de la derrota de la Revolución de 1933 y de la sangrienta dictadura que sufrió Cuba después de la huelga de marzo de 1935. Este resentimiento se mantendría de una u otra forma en las décadas posteriores.7

Cantón señala que, en el momento de su fundación, en 1939, la Con­federación de Trabajadores de Cuba (CTC) sumaba 790 organizaciones y poco más de 220 000 afiliados, y que en 1946 esas cifras habían aumentado a 1 200 organizaciones y más de 500 000 miembros. Este autor añade que el PURC —rebautizado como Partido Socialista Popular (PSP) en 1944— ob­tuvo 97 944 votos en los comicios de 1939, y 200 000 en los de 1946, cuando logró elegir diez representantes a la Cámara, tres senadores, 147 concejales y dos alcaldes, y colocar un Ministro sin Cartera en el Gabinete de Guerra.8

La participación del PSP en el gobierno de Batista no solo obedeció a las directrices de la III Internacional, sino también a la adecuación de es­tas realizada por el secretario general del Partido Comunista de los Estados Unidos, Earl Brouder (brouderismo), quien promovía la colaboración con las burguesías de las naciones aliadas a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, en función de la defensa de esta última frente a la agresión de la Alemania nazi.

El estallido de la guerra fría (1946) impactó en Cuba durante los dos go­biernos del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) que siguieron al de Fulgencio Batista, a saber, desde mediados de la presidencia de Ramón Grau San Martín (1944­1948) y durante la de Carlos Prío Socarrás (1948­1952). Una escisión del PRC (A), encabezada por Eduardo Chivás, da lugar, en 1947, al nacimiento del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), que lucha contra el régimen de corrupción, explotación y represión imperante. Chivás se sui­cida, en medio de una alocución de radio, al no haber podido obtener las

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pruebas que había prometido divulgar de las malversaciones del ministro de Educación Aureliano Sánchez Arango. En su partido militaba el joven Fidel Castro Ruz, candidato a diputado a la Cámara en las elecciones ge­nerales del 1ro. de junio de 1952, que no se efectuaron debido al golpe de Estado protagonizado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de ese año.

El golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 genera en Cuba una situa­ción revolucionaria, a tono con la cual nacen las otras dos organizaciones que años más tarde se fundirían en el actual Partido Comunista de Cuba: el Movimiento 26 de Julio (M­26­7) y el Directorio Revolucionario (DR), poste­riormente denominado Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR­13M).

El M­26­7 fue fundado por los sobrevivientes del asalto al Cuartel Moncada —la segunda fortaleza militar del país, situada en Santiago de Cuba—, que realizó el 26 de julio de 1953 un grupo de jóvenes dirigidos por Fidel Castro, quienes se proponían obtener armas para iniciar una insu­rrección que derrocara al gobierno de Batista. Tras el fracaso de esta acción, de la prisión de los combatientes que no fueron masacrados en el acto y de su indulto casi dos años después, esos jóvenes crean el M­26­7 y se exilian en México, desde donde llegan a Cuba en el yate Granma, el 2 de diciembre de 1956, con el propósito de emprender una guerra de guerrillas.9

El Directorio fue creado el 4 de diciembre de 1955 por la dirección de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), como organización de jóvenes revolucionarios que emprenden la lucha armada urbana. La diferencia entre la FEU y el DR consistía en que la primera era pública y legal, y que agrupa­ba a estudiantes universitarios de diversas filiaciones políticas, mientras que el DR era una organización revolucionaria, integrada no solo por universi­tarios, sino por estudiantes de diversos niveles de enseñanza y por jóvenes en general.

El presidente de la FEU y jefe del DR era José Antonio Echevarría, quien se entrevista dos veces en México con Fidel Castro y firma con él la Carta de México, que establece una alianza entre ambos. El DR realiza protestas estudiantiles que derivan en enfrentamientos con las fuerzas represivas, con el propósito de preparar al estudiantado para la lucha armada urba­na, en particular, mediante atentados personales, entre los cuales le atri­buía especial importancia al ajusticiamiento de Batista. Consecuentes con esta posición, José Antonio Echevarría y otros dirigentes y militantes del

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Directorio mueren el 13 de marzo de 1957, en un intento de ajusticiar a Batista y convocar a una insurrección popular. En homenaje a esa acción, la organización fue rebautizada con el nombre: Directorio Revolucionario 13 de marzo (DR­13­M).

Víctima de la represión y del aislamiento maccarthista10 e imbuido de la estrategia de «lucha de masas» emanada de la URSS, el Partido Socialista Popular rechazó la lucha armada como método para derrocar a la dictadura de Batista.

Más tarde —explica Cantón— el PSP se mostraría también en desa cuerdo, aunque por razones diferentes, con la táctica insurreccional que adoptaron Fidel Castro y el movimiento encabezado por él. Reconociendo la honradez, el valor y la nobleza de objetivos de estos jóvenes, e incluso solidarizándose con ellos en el enfrentamiento a la tiranía, el PSP consideraba equivocada la táctica que empleaban, pues entendía que solo debía apelarse a la insurrección cuando se agotaran las posibilidades de la lucha de masas y como resultado del desarrollo de esta hasta su grado más alto. El Partido no percibió que, en la concepción de Fidel, estas acciones se entrelazaban con la lucha de masas, y las consideró erróneamente como putchistas. El PSP mantendría esa falsa apreciación hasta fines de 1957.»11

En noviembre de 1956, poco antes de la salida de la expedición del yate Granma, un enviado de la dirección del PSP, Flavio Bravo, se entrevista con Fidel Castro en México, pero no se llegó a acuerdo entre ambos.

El fraternal intercambio —dice Cantón— corroboró la identidad de los objetivos estratégicos de ambas organizaciones, pero confirmó también la incomprensión del Partido en cuanto al carácter de la insurrección que se preparaba. No veía su profunda vinculación con el pueblo, ni el papel que la guerra desempeñaría en la movilización de las masas. De ahí la insistencia del Partido en coordinar el desembarco con acciones masivas dentro de la isla.12

El 30 de noviembre de 1956, fecha en que se suponía que el Granma llegara a la costa de la provincia de Oriente, se produce un alzamiento de apoyo en Santiago de Cuba, brutalmente reprimido por la tiranía. Por retrasos en

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la travesía, el desembarco del Granma se produjo el 2 de diciembre, cuando ya el régimen de Batista se encontraba alerta. Sorprendidos los expedicio­narios, solo doce de ellos sobrevivieron, pero fueron la semilla del Ejército Rebelde, gracias al apoyo recibido de la población campesina y de la es­tructura urbana del M­26­7. Tras reponerse de su virtual aniquilamiento y sortear las diversas embestidas de las fuerzas armadas de la dictadura, en particular la ofensiva militar lanzada en mayo de 1958 contra sus posiciones en la Sierra Maestra, el desarrollo del Ejército Rebelde del M­26­7 le per­mite reeditar, en los últimos meses de 1958, la estrategia de la invasión de Oriente a Occidente utilizada por el Ejército Libertador en las guerras de independencia de 1868 y 1895. La invasión fue ejecutada por dos columnas guerrilleras, dirigidas por los comandantes Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, respectivamente, quienes al llegar a la provincia de Las Villas suman a los grupos de otras organizaciones que habían comenzado a operar allí, en particular, a las fuerzas del DR­13­M.

Aunque el PSP mantuvo su oposición a la lucha armada hasta el fin de la guerra y no se sumó al Pacto de Caracas, suscrito en julio de 1958 por un amplio abanico de fuerzas políticas opositoras a la dictadura, en 1958 crece la incorporación de militantes de esa organización al Ejército Rebelde, en especial en el II Frente Oriental, dirigido por Raúl Castro, quien había sido miembro de la Juventud Socialista. El colofón de esa alianza de facto fue la incorporación a la Sierra Maestra, a mediados del propio año 1958, de Carlos Rafael Rodríguez, uno los más altos dirigentes de ese partido.

En virtud del empuje del Ejército Rebelde, que en ofensiva arrastra al DR­13­M y atrae al PSP, el 1ro. de enero de 1959 se produce el triunfo de la Revolución Cubana, acontecimiento que abre no solo una etapa en la histo­ria de Cuba, sino de toda América Latina y el Caribe, y que tiene repercu­sión mundial. En sus primeros dos años y tres meses, la Revolución Cubana no asume una identidad marxista, la cual en ese período fue un atributo exclusivo del PSP. Buch y Suárez explican:

Cuando la Revolución negaba la acusación de comunista lo hacía apelan­do a la verdad: no lo era. Estaba orientada muy profundamente hacia el socialismo, por la formación marxista de sus líderes, pero no por una pre­tensión de girar en una orbita ideológica, ni política, sino como respuesta

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a la terrible realidad socioeconómica de Cuba. Los comunistas estaban participando en puestos estratégicos del Estado, pero no formaban parte del Gobierno Revolucionario.13

Por su parte, Cantón señala:

Al producirse el triunfo de la Revolución en 1959, se mantiene la inde­pendencia de las tres organizaciones que llevaron el peso principal en la lucha contra la tiranía de Batista: el Movimiento Revolucionario 26 de Ju­lio, que fue la organización principal, dirigida por Fidel Castro; el Partido Socialista Popular y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo. La única de ellas que estaba definida históricamente como marxista­leninista era el PSP, pero las tres coincidían esencialmente en los objetivos nacional­li­beradores y socialistas del proceso que se iniciaba. Solo se exceptuaba de esa coincidencia un ala de derecha del movimiento antibatistiano, in­tegrada por elementos que, en sentido general, aspiraban a perpetuar el sistema capitalista y la subordinación económica y política a los Estados Unidos.14

El Gobierno Revolucionario fue constituido el 1ro. de enero de 1959 en Santiago de Cuba, en momentos en que en La Habana se frustraban las últi­mas maniobras del imperialismo norteamericano y la burguesía criolla para evitar la consumación del triunfo del Ejército Rebelde. El presidente de ese gobierno era el doctor Manuel Urrutia, ex juez de la Audiencia de Santiago de Cuba, quien adquirió notoriedad en la causa contra los protagonistas del alzamiento del 30 de noviembre de 1956 porque emitió su voto junto con un pronunciamiento que reconocía la legitimidad de la lucha contra la dic­tadura. En virtud de esta credencial, Urrutia fue designado en diciembre de 1957 como el candidato del M­26­7 a la Presidencia de la República tras el derrocamiento de la dictadura, para frustrar una maniobra de los parti­dos tradicionales que poco antes habían promovido la firma del Pacto de Miami, rechazado por Fidel Castro. Aunque con objeciones, la designación de Urrutia fue asumida por los firmantes del Pacto de Caracas, que en julio de 1958 constituyeron el Frente Democrático Revolucionario.

El Gobierno Revolucionario presidido por Urrutia, que se instaló el 5 de enero de 1959 en el Palacio Presidencial de La Habana, estaba formado por

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trece representantes de las fuerzas políticas firmantes del Pacto de Caracas, una parte de los cuales eran figuras de la oposición burguesa a Batista y la otra eran miembros del M­26­7. Entre las primeras medidas de ese gobierno resalta la disolución de los órganos estatales y los partidos políticos de la dictadura, la legalización del PSP y su periódico Noticias de Hoy, y el enjui­ciamiento a los criminales del depuesto régimen. El cargo de primer minis­tro lo ocupaba José Miró Cardona, quien fue sustituido el 16 de enero por el comandante Fidel Castro, quien hizo su entrada triunfal en La Habana el día 8. Así describen este cambio Guerra y Maldonado:

Miró Cardona solo permaneció unas pocas semanas en su cargo de primer ministro, pues sus constantes desavenencias con el presidente Urrutia, a quien pretendía sustituir, crearon la primera crisis gubernamental. En su lugar fue nombrado, el 16 de febrero, Fidel Castro —que hasta entonces se había negado a aceptar puestos en el gobierno, tal como había orientado a los comandantes del Ejército Rebelde que tenían mando de tropas—, pre­sionado por los ministros que procedían del M­26­7. La entrada de Fidel Castro —verdadero factótum de la Revolución— al gabinete, con poderes virtuales de jefe de gobierno —para lo cual fue necesario reformar pre­viamente el artículo 146 de la ley fundamental, dictada el 7 de febrero de 1959, basada en los principios de la Constitución de 1940— hizo que la labor gubernamental ganara en coherencia y, sobre todo, posibilitara la adopción de las primeras leyes sociales de la Revolución. En consecuen­cia la jefatura de las fuerzas armadas pasó entonces al comandante Raúl Castro.15

En los primeros meses de la revolución, se creó el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV), se nacionalizó la Cuban Telephone Company y se redujeron en un 50% los alquileres, las tarifas telefónicas y las medicinas. A ello siguió la reducción del precio de los libros escolares y de la electrici­dad. También se confiscaron las propiedades de Batista y sus cómplices. La más trascendental de las medidas iniciales de la revolución fue la primera Ley de Reforma Agraria, firmada en la comandancia de La Plata el 17 de mayo de 1959, que estableció un límite máximo de tenencia de tierra para los propietarios individuales de treinta caballerías (402 hectáreas), aunque admitía la posibilidad de excepciones. Esa ley fue un catalizador de la de­

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cantación de las fuerzas reformistas burguesas que se habían sumado a la revolución y también de la decisión del imperialismo norteamericano de de­rrocarla por cualquier medio.

Dos acontecimientos que contribuyen a la radicalización del Gobierno Revolucionario son la salida del presidente Urrutia y el desmantelamiento de la conspiración del comandante Hubert Matos. El primero se produce por la actitud anticomunista y saboteadora de Urrutia, en rechazo a la cual Fidel Castro renuncia al cargo de primer ministro el 19 de julio de 1959, mientras que la reacción popular obliga a Urrutia a hacer lo mismo. La pre­sidencia la ocupa el ministro Encargado de Ponencia y Estudio de Leyes Revolucionarias, Osvaldo Dorticós, quien en el acto por el VI aniversario del asalto al Cuartel Moncada, realizado el día 26 en Santiago de Cuba, le solicita a Fidel que reasuma su función al frente del gabinete. Este cambio permite que los dos cargos principales del gobierno sean ocupados por figu­ras de la izquierda del M­26­7, una de ellas el líder de la revolución. El se­gundo acontecimiento es la intentona sediciosa realizada en octubre de 1959 por el jefe militar de la provincia de Camagüey, el comandante del Ejército Rebelde Hubert Matos, cuya detención y condena a 30 años de prisión des­encadena la salida de los restantes ministros reformistas y su sustitución por figuras de la izquierda de esa organización, como el comandante Ernesto Guevara.16 Tras desarticular la conspiración de Matos, misión para la cual fue designado, el 28 de octubre de 1959 desaparece, en medio de una tor­menta, la avioneta en la que viajaba de regreso a La Habana el comandante Camilo Cienfuegos.

El año 1960 esta repleto de acontecimientos que marcan, por una parte, el aumento de las agresiones del imperialismo contra la Revolución Cubana y, por otra, la radicalización de esta última. Entre ellos se destacan: en enero, la creación de una fuerza de tarea de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) con el propósito exclusivo de destruir a la Revolución; en febrero, la visita a Cuba del viceprimer ministro de la URSS Anastas Mikoyan; en marzo, la explosión del buque La Coubre en el Puerto de La Habana17 y la creación de la Junta Central de Planificación; en abril, la fundación del Banco para el Comercio Exterior de Cuba; en agosto, la nacionalización de las grandes empresas norteamericanas y la aprobación por la OEA de la Declaración de San José;18 en septiembre, la aprobación de la Declaración de La Habana (en

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respuesta al pronunciamiento aprobado días antes por la OEA); en octubre, la promulgación de tres leyes importantes, la que autorizaba la nacionali­zación de industrias y comercios con independencia de la nacionalidad de sus dueños, la que declaraba pública la función bancaria, y la que entregó la propiedad de las viviendas a sus inquilinos; y en diciembre, la promulga­ción de otra nueva ley que autorizó la nacionalización también de una parte del comercio minorista.19

La escalada de las agresiones imperialistas, la radicalización del proceso revolucionario y el desgajamiento de las corrientes reformistas existentes en el M­26­7 y en el DR­13­M, las cuales pasan a la contrarrevolución, hacen po­sible y necesario un mayor acercamiento entre esas organizaciones, y de am­bas con el PSP, lo que se materializa en septiembre de 1960 con la creación del Buró de Coordinación de Actividades Revolucionarias (BCAR). Como parte de este proceso unitario, en 1960, se fundan: en enero, la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) a la que en octubre se suman las organizaciones ju­veniles del PSP y del DR­13­M; en agosto, la Federación de Mujeres Cubanas (FMC); en septiembre, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR); y en diciembre, las Escuelas de Instrucción Revolucionarias (EIR).

La proclamación del carácter socialista de la Revolución, realizada el 16 abril de 1961, en vísperas de la invasión de Playa Girón, que se produce entre los días 17 y 19, permite dar un paso cualitativamente superior en el proceso unitario con la fundación, en el mes de mayo, de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), anunciada por el comandante Fidel Castro el 26 de julio, en el acto por el aniversario del Asalto al Cuartel Moncada. También en mayo de 1961 se crea la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP). Otro acontecimiento trascendente ocurrido en 1961 fue el desarrollo de la Campaña Nacional de Alfabetización, en virtud de la cual brigadas compuestas por más de cien mil jóvenes hicieron posible que en el mes de diciembre Cuba se declarara Territorio Libre de Analfabetismo.

Entre 1962 y 1970 la Revolución Cubana atraviesa por un período cuya característica principal es la lucha por la supervivencia frente al bloqueo, las agresiones del imperialismo y el fomento de la contrarrevolución interna. En respuesta a las sanciones contra Cuba aprobadas el 30 de enero de 1962 por la Octava Reunión de Consulta de la OEA en Punta del Este, Uruguay —a saber, la exclusión del Gobierno Revolucionario de esa organización y la

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prohibición a sus miembros de mantener relaciones diplomáticas, consulares y comerciales con Cuba— y a la imposición al día siguiente del bloqueo comercial total por parte del gobierno de los Estados Unidos, el 4 de febrero se aprobó la Segunda Declaración de La Habana en una concentración en la Plaza de la Revolución José Martí de más de un millón de personas, igual a la de septiembre de 1960.

La existencia de corrientes reformistas dentro del M­26­7 y del DR­13­M durante los primeros meses de la revolución no fue el único escollo que debió vencer el proceso unitario que conduce a la fundación del Partido Comunista de Cuba. También fue preciso combatir, tanto los prejuicios an­ticomunistas inculcados en la sociedad cubana que permeaban a una parte de la izquierda de esas organizaciones, como el sectarismo enraizado en al­gunos dirigentes y militantes del PSP. Un paso decisivo en esta labor fue la denuncia realizada el 26 de marzo de 1962 por el comandante Fidel Castro de la conducta sectaria entronizada en las ORI por su secretario de organi­zación, Aníbal Escalante.

Aunque el nacimiento de las ORI fue un paso importante en la forja de la unidad de los revolucionarios, el debilitamiento del M­26­7 provocado por la escisión de su ala derecha, el acercamiento de la revolución a la URSS, y la preparación política y profesional de los cuadros del PSP, repercuten en que estos últimos asuman el papel principal en la dirección de esa organización y de otros organismos estatales, desde los cuales una parte de ellos acapa­ra los resortes de poder —justificado mediante la distorsión del concepto leninista de que el partido dirige al Estado— y discrimina a los militantes procedentes de las otras dos organizaciones revolucionarias.20 A partir de la denuncia de esta desviación hecha por Fidel Castro, Escalante fue destituido y enviado a residir en Checoslovaquia, y se inicia el proceso que desem­boca, en mayo de 1963, en la creación del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS).

El decrecimiento de la productividad industrial y agrícola —resultado de la ampliación del área económica estatal, el bloqueo y la masiva movi­lización de milicianos en función de la defensa—, por una parte, y la mul­tiplicación del poder adquisitivo del pueblo derivado del aumento del empleo y los salarios, y de la reducción de los alquileres y otras medidas, por otra, provocan un desabastecimiento que obliga, en marzo de 1962, a

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establecer el racionamiento de alimentos, calzado, vestuario y otros artículos de primera necesidad. El racionamiento era, además, un resultado de la de cisión de transferir recursos del consumo al desarrollo industrial, para acabar el monocultivo de la caña de azúcar, pero este esquema desarrollista no solo fracasa, sino también provoca una reducción de casi la mitad de la zafra azucarera con relación a la de 1961.

A raíz del fracaso del enfoque desarrollista, se reorienta la estrategia para fortalecer a la industria azucarera como fuente fundamental de finan­ciamiento de la posterior diversificación económica; con este propósito se firma un acuerdo para el suministro de azúcar a la URSS a precios estables. El eje de esta estrategia era lograr una producción de diez millones de to­neladas de azúcar en la zafra de 1970 y mantener en lo adelante este nivel de producción, entre otras razones, para compensar el déficit en la balanza comercial con la URSS, con la cual las relaciones quedaron tensas desde la Crisis de Octubre.

Un momento crucial de la Revolución Cubana fue la Crisis de Octubre de 1962, cuando el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, a raíz de la amenaza de una invasión directa contra Cuba que la dirección de la URSS propuso conjurar median­te la instalación en la Isla de armas nucleares que, además, le permitirían compensar la superioridad estadounidense en ese terreno. En medio del clímax de la tensión, la dirección soviética decidió retirar de Cuba los em­plazamientos ya construidos (que aun no poseían las cabezas nucleares) y cancelar todo el plan. Por cuanto esa decisión se adoptó sin consultar a la parte cubana, provocó un enfriamiento de las relaciones cubano­soviéticas en los años subsiguientes.21

La marcha y contramarcha en la búsqueda de una estrategia adecuada de desarrollo económico, se entrecruza con el debate entre los partidarios del sistema de cálculo económico vigente en la URSS y el Che Guevara y sus seguidores, que abogaban por un sistema presupuestario de financiamien­to basado en el desarrollo de la conciencia comunista como palanca fun­damental para elevar la producción y la productividad.22 La participación del Che en esta polémica se interrumpe en 1965, cuando marcha a empren­der la lucha internacionalista, primero en el Congo y después en Bolivia. Aunque las ideas del Che llegan a imponerse, cuando ellas fueron aplicadas

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en su ausencia, se incurrió en desviaciones, esquematismos y extremismos que condujeron al abandono de los sistemas de planificación y control, a la subestimación de la contabilidad y los mecanismos de inspección econó­mica, y a la eliminación total de los estímulos materiales, sin que ello fuese acompañado del incremento de la satisfacción de las necesidades de la po­blación que el Che concibió como parte de ese proceso. Todo ello provoca una caída de la producción y la productividad que obliga a acudir a grandes y prolongadas movilizaciones masivas de trabajadores voluntarios, en espe­cial para labores agrícolas, como el infructuoso proyecto del Cordón de La Habana —destinado a la siembra de café— y la también infructuosa Zafra de los Diez Millones, que requirió de un millón de trabajadores voluntarios.

Si bien el PURS era un escalón superior en la construcción del partido de la Revolución Cubana, la palabra «unido» todavía implicaba que acogía en su seno a corrientes políticas e ideológicas diversas. En 1965 esa ya no era la situación, pues se había consumado la síntesis de las identidades de las tres organizaciones revolucionarias originales en una identidad común, basada en el marxismo­leninismo. Es por ello que, en una gran reunión cele­brada en La Habana con los cuadros nacionales, provinciales y municipales del PURS, los días 30 de septiembre y 1ro. de octubre, se acordó rebautizarlo como Partido Comunista de Cuba, se anunció la composición de su primer Comité Central y se fundieron los periódicos que habían sido creados por el M­26­7 y por el PSP, Revolución y Hoy, respectivamente, en el diario Granma.23 Ya la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) se había convertido, en abril de 1962, en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). En esa reunión, el comandante Fidel Castro dio lectura a la carta de despedida del coman­dante Ernesto Che Guevara.

A finales de 1967 reaparece el sectarismo dentro del ahora denominado PCC, de nuevo liderado por Aníbal Escalante, quien ya había regresado de su «retiro» en Checoslovaquia. Los cuarenta y tres integrantes de la «mi­crofracción», nombre con que se bautizó al grupo para enfatizar su escasa relevancia, en su mayoría ex miembros del PSP, fueron juzgados y enviados a prisión. El combate a la microfracción y la afirmación de la decisión cuba­na de construir un socialismo propio, coinciden con la agudización de las discrepancias entre Cuba y la Unión Soviética, que llega a su punto álgido entre finales de 1967 e inicios de 1968, con motivo de la posición vacilante

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de la URSS con respecto a la escalada estadounidense en la guerra de Viet Nam y su rechazo a reconocer a los movimientos revolucionarios latinoame­ricanos a los que Cuba brindaba apoyo material. Esta diferencia también se reflejó en la actitud constructiva asumida por Cuba con relación a la ruptura chino­soviética.24

En función de desarrollar un proyecto cubano de socialismo, basado en el propósito de construir de manera simultánea el socialismo y el comu­nismo —considerado entonces como aporte al marxismo—, desde 1966 se suprimen los incentivos materiales al trabajo (horas extra y primas por so­brecumplimiento), se eliminan los impuestos, se establece la gratuidad de todos los espectáculos deportivos y de los círculos infantiles, se reduce la tarifa de transporte urbano y se exime del pago de alquileres a las fami­lias de bajos ingresos. Un escalón superior de este proceso fue la Ofensiva Revolucionaria emprendida en 1968, que dio el golpe final contra los me­dios de producción y los servicios privados, mediante la nacionalización de alrededor de 58 000 empresas de comercio minorista y servicios (que repre­sentaban 75% del total), a partir de lo cual solo quedó en manos privadas 30% de la tierra (en su mayor parte de cooperativas) y un exiguo número de taxis que desaparecieron poco después.

En la década de 1970 se efectúa una nueva readecuación de la estrate­gia de construcción del socialismo, en la que desempeña un papel funda­mental el estrechamiento y la profundización de las relaciones entre Cuba y la URSS. El revés sufrido en la Zafra de los Diez Millones fue el colofón que, unido a un conjunto de problemas de indisciplina laboral, baja pro­ductividad del trabajo y otros que arrastraba la economía desde el triunfo de la Revolución, inclina la balanza a favor de asumir las experiencias en la construcción del socialismo que, supuestamente, habían sido probadas con éxito en la URSS y los demás países de Europa Oriental. La meta de produ­cir diez millones de toneladas de azúcar en 1970 no se cumple, entre otras razones, por la falta de maduración de las inversiones realizadas para au­mentar la capacidad de molienda de los centrales azucareros.25 Este nuevo revés fue devastador, no solo porque no alcanzó el objetivo previsto, al que se le atribuía una importancia decisiva, sino también porque, en función de él, se sacrificó la asignación de recursos humanos y materiales al resto de los sectores de la economía. Así describe Julio García Luis esos momentos:

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Fue un revés doloroso y costoso. Muchas ilusiones se frustraron aquella noche. Toda la economía nacional quedó profundamente resentida. Se discute hasta la actualidad, sin embargo, si acaso de lograrse aquella meta ello no habría servido, paradójicamente, para dilatar la rectificación de los errores de idealismo que se venían cometiendo en la economía.

El trauma ocasionado por aquel golpe se reflejó en el acto del 26 de julio de ese año, cuando Fidel Castro ofreció al pueblo la renuncia de su cargo como Primer Ministro —que la multitud rechazó de inmediato enérgicamente—, y trajo consigo una reflexión profunda y la voluntad de aplicar métodos más realistas y efectivos, no solo en la gestión económica sino también en el trabajo del partido, del Estado, de los sindicatos y demás organizaciones de masas.26

Además de las razones de orden interno apuntadas, el fortalecimiento de las relaciones cubano­soviéticas ocurrido en la década de 1970 fue facilitado por la desaparición de las causas principales de las discrepancias que existían entre ambas naciones. Por una parte, la erosión del poderío del imperialismo norteamericano, lo llevó a establecer una política de distensión que incluía el alivio de las tensiones con la URSS y el inicio del denominado proceso de normalización de relaciones con Cuba. Por otra, el fracaso de los movimien­tos revolucionarios armados de finales de los años sesenta, hace desaparecer este elemento irritante de las relaciones bilaterales, aunque Cuba envía en esta etapa tropas internacionalistas a Etiopía y a Angola. En estas nuevas circunstancias, y con la multiplicación de la ayuda recibida de la URSS,27

de la cantidad de asesores soviéticos y del número de becarios cubanos en la URSS y en otros países socialistas, todo ello unido a la incorporación de Cuba en 1972 al Consejo de Ayuda Mutua Económica, se imponen los crite­rios sobre la construcción socialista que el comandante Ernesto Che Guevara había combatido y se inicia lo que luego sería definido como la copia acrítica del «modelo soviético».

Las concepciones soviéticas rigen el nuevo Sistema de Planificación y Dirección de la Economía, cuya implantación comienza durante los debates previos al XIII Congreso Obrero, realizado en noviembre de 1973, en el que retorna a la secretaría general de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) el líder sindical histórico del PSP, Lázaro Peña, quien había sido relevado de ese cargo en 1966. Ese proceso llega a su punto culminante en el Primer

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Congreso del PCC, celebrado entre el 17 y el 22 de diciembre de 1975, que formaliza la aprobación de la planificación centralizada, el presupuesto ge­neral y el primer Plan Quinquenal (1976­1980). En una clara ruptura con la política anterior, se aprueba la utilización de estímulos materiales para aumentar la productividad, el trabajo por cuenta propia (1978), la compra, venta y alquiler de viviendas, el establecimiento de los mercados libres cam­pesinos (1980) y los mercados artesanales y otras medidas que implicaban una limitada flexibilización en la base del control estatal absoluto sobre la economía y la transferencia de la propiedad —en realidad posesión— de los inmuebles y de aquellos automóviles adquiridos por asignación del Estado.

Las experiencias de la URSS y de otros países socialistas también sientan las pautas del Proceso de Institucionalización iniciado en el Primer Congreso del PCC, en el que resaltan: la aprobación de la Constitución socialista por 95,7% del electorado en el referéndum efectuado el 15 de febrero de 1976; la proclamación de esa nueva Constitución el 24 de febrero de ese año, en ocasión del 81er. aniversario del Grito de Independencia; la aprobación, el 5 de julio de 1976, de la nueva división político­administrativa, que aumenta de seis a catorce el número de provincias; y la instalación, el 2 de diciembre, de la Asamblea Nacional del Poder Popular, que eligió al Consejo de Estado, a su presidente, su vicepresidente primero y los demás vicepresidentes, y ratificó al Consejo de Ministros, con lo cual culminó, en lo fundamental, este proceso.

En virtud del incremento de los créditos, los flujos comerciales y la ayu­da técnica y económica procedente de la URSS, durante los primeros años de aplicación del «modelo soviético», se registró en Cuba una mejora de los indicadores económicos y sociales. Así lo resumen Guerra y Maldonado:

Desde fines de los setenta y, sobre todo, en la primera mitad de los ochenta, los casi diez millones de habitantes de la isla fueron elevando sustancial­mente los índices de su nivel de vida: no había prácticamente desempleo (3,4%), una dieta sana y equilibrada que garantizaba a toda la población cubana un promedio de 2 848 calorías per cápita diarias, mientras hacia 1985 el 85% de las viviendas estaban electrificadas, el 91% de ellas tenía televisión, el 50% refrigeradores, el 59% lavadoras y un 69% ventiladores. Además, se fueron mecanizando las duras tareas del corte de caña de

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El anfitrión del IV Encuentro: el Partido Comunista de Cuba 109

azúcar, que todavía en 1970 era apenas del 2% de la cosecha y que pasó al 52% en 1983 y al 63% en 1988.28

En los años ochenta, la economía cubana y el comportamiento social co­mienzan a involucionar. En parte, ello es consecuencia del deterioro de la relación de intercambio con los mercados externos y, en parte, obedece a los problemas acumulados por la copia del «modelo soviético». Con palabras de García Luis:

Aquel sistema, basado en la experiencia de la Unión Soviética y de otros países socialistas europeos, estaba lastrado de origen por concepciones y fórmulas que lo hacían ineficiente, incluso en los países que lo desa­rrollaron. Las principales dificultades, sin embargo, no consistieron en que se aplicara bien un sistema atrasado, sino que este, además, se aplicó mal, de modo fragmentario, incompleto, y con falta de sistematicidad y de controles.29

Un acontecimiento que revela las tensiones sociales acumuladas fue el retiro de la custodia policial a la Embajada de Perú en La Habana, el 18 de abril de 1980 —debido a que el gobierno peruano le concedió «asilo» a un gru­po personas que penetró a esa sede diplomática por la fuerza y ocasionó la muerte de un custodio policial—, que provocó el ingreso a la misma de cien­tos de ciudadanos deseosos de emigrar a los Estados Unidos. Debido a que esos hechos eran consecuencia de la política imperialista de utilizar la migra­ción como arma contra la revolución —consistente en obstaculizar la emigra­ción legal y estimular la ilegal—, la respuesta del Gobierno Revolucionario fue habilitar, el 21 de abril, el puerto de El Mariel para que embarcaciones de los Estados Unidos fuesen a buscar a quienes desearan abandonar Cuba, vía por la cual emigraron unos 120 000 cubanos en el transcurso de pocos meses, hasta que ambos gobiernos firmaron un Acuerdo Migratorio que in­cluía una cuota anual de 20 000 visas para cubanos interesados en estable­cerse en ese país.

La situación económica y social de Cuba se agudiza durante la segunda mitad de los años ochenta por la acumulación de los problemas estructura­les y funcionales del proyecto cubano de construcción socialista, agravados por la copia del «modelo soviético», el deterioro ulterior de los términos

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de intercambio con los países capitalistas y la reducción de las relaciones económicas, comerciales y de cooperación con la URSS ocurrida a partir del nombramiento de Mijaíl Gorbachov como secretario general del PCUS.

En 1987 —resumen Guerra y Maldonado— las importaciones proceden­tes del área capitalista se redujeron a la mitad, mientras el Producto Social Global registraba cifras negativas (­3,5%), lo que no había ocurrido en quince años. Por añadidura, el índice de mortalidad infantil había aumen­tado, mientras la tasa de desempleo llegaba al 6% (1988), algo que no se había registrado desde el triunfo de la Revolución.30

La involución de la situación socioeconómica de Cuba no obedecía solo a razones internas, sino era reflejo del cisma ocurrido en la economía mun­dial a raíz del inicio, en 1982, de la Crisis de la Deuda Externa, que colocó durante algún tiempo al borde del colapso al sistema financiero in ter­nacional, y luego se convirtió en un nuevo instrumento de dominación im­perialista. La campaña por el no pago de la Deuda Externa, lanzada por el comandante Fidel Castro, el 3 de agosto de 1985, en el Encuentro sobre la Deuda Externa en América Latina y el Caribe efectuado en La Habana, el primero de muchos eventos similares realizados en meses subsiguientes con representantes de los diversos sectores sociales de la región, constituye una de las más importantes acciones de política exterior emprendidas por la Revolución Cubana.

En respuesta a la nueva situación, el III Congreso del PCC, celebrado en abril de 1986, anunció el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, que incluyó el desmontaje del Sistema de Planificación y Dirección de la Economía copiado de la URSS, junto al retorno a las ideas guevaristas, la clausura de los Mercados Libres Campesinos, la prohibición de la compra y venta de viviendas, la eliminación de las «gratuidades inde­bidas» —que en la etapa anterior eran consideradas parte de los «aportes cubanos al marxismo», consistente en la «construcción paralela del socia­lismo y el comunismo»— y la renovada restricción del trabajo por cuenta propia.

Pese a la reactivación de la obra social de la Revolución y al exorcis­mo de los dogmas soviéticos, los resultados de esta tercera readecuación

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de la estrategia de la construcción del socialismo cubano tampoco fueron positivos: «en 1986 el incremento del Producto Social Global alcanzó solo el 1,2%; 1987 marcó una nueva caída del ­3,5%; en 1988 y 1989 hubo una ligera recuperación del 2,1% y del 2% respectivamente, para volver a ser negativa en 1990».31 Además, las restricciones impuestas a las actividades económicas no estatales, a la compra y venta de viviendas, y en otras esfe­ras, agudizaron los problemas que la población canalizaba por esas vías, ya que el Estado carecía de la capacidad de resolverlos.

La situación económica de Cuba se tornó aún mucho más grave a partir de la desaparición del bloque socialista europeo, incluida la URSS, ocurrida entre 1989 y 1991, porque su capacidad de importación se redujo de casi ocho mil millones de dólares anuales a menos de dos mil y el Producto Social Global bajó 40%.32 Para enfrentar ese desplome sin precedentes, se aplicó la política del Período Especial en Tiempo de Paz. En medio del Período Especial, en octubre de 1991 se celebró el IV Congreso del PCC que renue­va al 67% de los 225 miembros del Comité Central, incluye a varias figuras jóvenes en el Buró Político, autoriza la entrada de personas con creencias religiosas en las filas partidistas, y aprueba la creación de empresas mixtas con capitales extranjeros.

El Período Especial, que hasta hoy no ha sido completamente rebasado, incluyó la reorientación de la actividad económica, comercial y financiera hacia los mercados capitalistas, en medio del recrudecimiento del bloqueo y aislamiento imperialista.33 En el segundo semestre de 1993 se decidió de­sarrollar las industrias turística y farmacéutica; una nueva y mayor flexibili­zación de la política referida al trabajo por cuenta propia; la legalización de la circulación del dólar dentro del país y la creación de sistemas de tiendas en esa moneda; la cooperativización de dos tercios de las tierras de las gran­jas estatales; la apertura de casi todos los sectores de la economía a la inver­sión extranjera; la reapertura de los mercados agropecuarios y de productos artesanales e industriales; y el otorgamiento de licencias para el alquiler de viviendas y autos, para operar pequeños restaurantes particulares y para vender ali mentos ligeros, entre otras actividades. La doble circulación mo­netaria, a saber, del peso cubano en que se pagan los salarios y del dólar norteamericano en que el propio Estado comenzó a vender todo tipo de ar­tículos, a muy elevados precios, en el mercado paralelo, devino una válvu­

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la de escape para los sectores sociales con acceso a la moneda libremente convertible y en una fuente de recaudación de recursos para el Estado, pero también en un aumento de la desigualdad social que afecta principalmente a los asalariados.

Fue en este momento, cuando muchos en el exterior consideraban que la Revolución Cubana tenía sus días contados y otros esperaban una eventual renuncia al socialismo, en medio de una reducción sin precedentes del nivel de vida de la población que provocó una multiplicación de la emigración ilegal hacia los Estados Unidos, más que compensada por innumerables pruebas del espíritu de sacrificio del pueblo cubano, que se celebró en La Habana el IV Encuentro del Foro de São Paulo.

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El Encuentro de La Habana

Entre el III y el IV Encuentros del Foro de São Paulo se elaboraron las normas fundamentales que rigen su actividad. Ese proceso comenzó en Managua, con la discusión del Proyecto de Normativas para el funciona­miento del Foro de São Paulo y su Grupo de Trabajo. Sin embargo, esa re­glamentación tenía que asentarse en un acuerdo político sobre la identidad y los propósitos del Foro. Ese fue el objetivo de la reunión del Grupo de Trabajo realizada en Montevideo los días 16 y 17 de octubre de 1992. Aquí se acordaron las bases de la definición política y los procedimientos del Foro de São Paulo. La nota de prensa allí aprobada resalta:

El Foro de São Paulo es un ámbito de convergencia de partidos, organi­zaciones y movimientos políticos de la izquierda de América Latina y el Caribe, destinado a reflexionar, analizar, discutir y buscar líneas de ac­ción conjunta, proyectos y propuestas alternativas acerca de los grandes y principales temas de interés común, en esta hora, de nuestros países y en nuestra región.

Si bien el Foro convoca e incluye a esas fuerzas políticas de izquierda, no significa que alguna o que tampoco varias de ellas, prevalezcan en la definición y determinación de las orientaciones del Foro, sino que entiende la participación y las posibles y necesarias contribuciones de todos, en términos de igualdad, convivencia y consideración respetuosas.

En este sentido, una función primordial del Foro consiste en permitir y facilitar el intercambio de puntos de vista, el conocimiento y el análisis de los enfoques y la exposición de experiencias que puedan permitir, en primer lugar, un mejor conocimiento de las realidades particulares, o na­cionales, así como los planteamientos y la interpretación que cada organi­zación asigna o proporciona en los primordiales problemas comunes.1

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En Montevideo se acordó saludar el otorgamiento del premio Nóbel de la Paz a Rigoberta Menchú y la celebración del III Encuentro Continental Popular, Indígena y Negro, apoyar la convocatoria de la Conferencia de Solidaridad y por una Solución Política del Conflicto en Colombia, que se realizaría en Managua los días 20 y 21 de noviembre de 1992, y que los par­lamentarios de partidos miembros del Foro de São Paulo coordinasen sus ac­tividades en el Parlamento Latinoamericano (PARLATINO), el Parlamento Centroamericano (PARLACEN) y el Parlamento Andino.

Un paso fundamental en su proceso de institucionalización fue la apro­bación de las Normativas para el Funcionamiento del Foro de São Paulo y de su Grupo de Trabajo, en la reunión de este último realizada en São Paulo los días 24 y 25 de abril de 1993. El proyecto sería circulado a todos los miembros de ese agrupamiento político regional, y sometido a discusión y aprobación en el IV Encuentro del Foro. En el documento se resaltan las siguientes puntualizaciones:

Son miembros del Foro de São Paulo los partidos, organizaciones y mo­vimientos políticos de América Latina y el Caribe que participaron, en tal condición, en al menos uno de sus primeros tres encuentros. Podrán adherirse al Foro otros partidos y movimientos políticos de la región que hagan suyas sus resoluciones.

Las solicitudes de ingreso al Foro de São Paulo deberán dirigirse al Grupo de Trabajo. Este efectuará consultas con los partidos integrantes del Foro del país en cuestión, así como cualesquiera otras que sean necesarias. Las solicitudes deberán presentarse con al menos dos meses de antelación a la celebración del Encuentro. El Grupo de Trabajo decidirá por consenso las solicitudes que serán presentadas al plenario, que las aprobará por el mismo procedimiento. El plenario, por su parte, es el órgano que aprueba los ingresos, lo cual se hará por consenso.

El Grupo de Trabajo constituye el órgano coordinador y ejecutivo de los acuerdos del Foro de São Paulo entre la realización de los Encuentros.

El Grupo de Trabajo es designado cada año por el Plenario del Foro sobre la base de la propuesta presentada por el Grupo de Trabajo an­terior, tras un proceso de consulta amplia con los miembros del Foro. Queda incorporado al Grupo la fuerza (o fuerzas políticas) anfitriona (o anfitrionas) del próximo Encuentro.2

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El Encuentro de La Habana 115

En esta reunión, se aprobó que el tema central del IV Encuentro del Foro, que se celebraría en La Habana en julio de 1993, abordara la evolución de la situación política en América Latina y el Caribe. También se decidió el programa de ese evento, y la relación de invitados y observadores de otras regiones autorizados a asistir por el Grupo de Trabajo. Aquí se tomó nota de varias solicitudes de ingreso que provocarían serias fricciones en los próxi­mos años.

Congregar a todos los sectores de la izquierda latinoamericana y cari­beña en Cuba, junto con numerosos invitados de Norteamérica, Europa, Asia, África, Medio Oriente y Oceanía, apenas un año y medio después del derrumbe de la URSS, cuando muchos apostaban a que no podría sobrevi­vir, fue una demostración de la capacidad de convocatoria de la Revolución Cubana y de la solidaridad que inspiraba, no solo en América Latina y el Caribe, sino en todo el mundo.

Desde el triunfo de la Revolución de Octubre, la construcción del socia­lismo en el Estado soviético fue objeto de diversas críticas, pero la caída de la URSS desató un rechazo sin precedentes al llamado paradigma soviético, incluida la idea de que debía ser descartado en los países que mantuvieron su definición socialista: China, Corea del Norte, Vietnam, Laos y Cuba. Esa era la razón por la que el sistema político y económico cubano se convirtió en tema de debate en el Encuentro de São Paulo de julio de 1990.

La solidaridad con la Revolución Cubana nunca estuvo en duda, pero por esos años surgió la frase de «defensa del derecho de Cuba de construir su propio proyecto», como fórmula ambigua que permitía, al mismo tiempo, mantener una postura solidaria con Cuba frente a la hostilidad imperialista y tomar distancia del proyecto cubano de construcción socialista. Además del rechazo a los errores cometidos por la URSS y las opiniones de cada partido y movimiento político sobre el socialismo cubano, esa era una de las tantas maneras mediante la cual la Nueva Izquierda reafirmaba que sus propios programas no tendrían influencia del «paradigma soviético». Dos factores hicieron cambiar esa situación: uno fue la capacidad de resisten­cia mostrada por Cuba, que solo podía explicarse por el carácter autóctono de su revolución, con independencia de la copia acrítica que pudiera haber hecho de experiencias soviéticas; el otro, la comprensión de que se iniciaba una nueva etapa de lucha, en la que sería imposible recrear una revolución

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similar a la cubana, incluso si alguna fuerza de izquierda quisiera intentarlo. De esa manera, languideció la «necesidad» de «distanciarse» de Cuba.

El rechazo al «paradigma soviético» —con su repercusión en los análi­sis sobre Cuba— coincidió con la ofensiva del imperialismo norteamericano destinada a utilizar la defensa de la democracia representativa como pilar político de la reestructuración del sistema de dominación continental, inicia­da en 1991 mediante la aprobación en la OEA del Compromiso de Santiago, uno de cuyos propósitos era cerrar toda posibilidad de un reingreso de Cuba a esa organización. Hasta ese momento, varios gobiernos de América Latina y el Caribe proponían el levantamiento de las sanciones contra Cuba aún vigentes en la OEA. Esa posición ganó fuerza durante las décadas de 1970 y 1980, en virtud del agravamiento de las contradicciones entre el im­perialismo norteamericano y buena parte de los gobiernos del continente, convencidos de que la reincorporación de Cuba al Sistema Interamericano aumentaría la capacidad de disenso de América Latina y el Caribe frente a los Estados Unidos. Con el cambio en la configuración estratégica del mun­do, esa postura fue abandonada e, incluso, la Primera Cumbre del Grupo de Río, celebrada en Cartagena en 1991, emitió una declaración sobre la «de­mocracia» y los «derechos humanos» en Cuba. Para recrudecer el bloqueo y aislamiento de Cuba, en 1992 el gobierno de los Estados Unidos aprobó la Ley Torricelli, que, entre otras disposiciones, prohíbe tocar puertos estado­unidenses por seis meses a los barcos que transporten mercancías hacia o desde Cuba.

Solo el prestigio de la Revolución Cubana, cuya resistencia se convertía en prueba de que la globalización neoliberal no constituía un destino inexo­rable, explica la participación cuantitativa y cualitativa que se registró en el IV Encuentro del Foro, efectuado en La Habana, entre los días 21 y 24 de julio de 1993, con la asistencia de ciento doce partidos y movimientos políti­cos miembros, de veinticinco observadores de América Latina y el Caribe, y de otros cuarenta y cuatro observadores de otras regiones, para un total de ciento ochenta y una fuerzas políticas de todo el mundo. En ese sentido, la Declaración de La Habana dice:

La elección durante el Tercer Encuentro, celebrado en Managua, Nicara­gua, de la ciudad de La Habana como sede de este encuentro se transfor­

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El Encuentro de La Habana 117

mó en una decisión trascendente. Logró la incorporación de 31 fuerzas políticas, entre las que se incluyen 21 partidos y movimientos anticolonia­listas, populares y democráticos del Caribe, que fortalecen este esfuerzo unitario. Permitió tomar contacto con la difícil situación que atraviesa el her mano pueblo de Cuba y constatar los graves efectos del bloqueo y de la política sistemática de agresión que lleva adelante el gobierno de los Estados Unidos. Igualmente, testimonió la firmeza y voluntad de lucha cotidiana que los cubanos despliegan para salvaguardar las conquistas económicas y sociales alcanzadas.

Cuando más de 180 millones de latinoamericanos y caribeños viven en la pobreza y 88 millones soportan la extrema pobreza o la indigencia, esos logros revolucionarios resultan aún más significativos. Por ello el Cuarto Encuentro reafirmó su resuelta condena al inmoral bloqueo im pe­rialista contra Cuba y asumió el compromiso de profundizar las acciones políticas tendentes a su levantamiento, así como su integración plena e incondicional a la Comunidad Continental de la que forma parte in­divisible.3

Presidido por el primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro, en la mañana del 21 de julio de 1993 se produjo la inauguración del Encuentro. Después se efectuó la elección de la presidencia, la aproba­ción del programa, el informe sobre la gestión desarrollada por el Grupo de Trabajo desde el Encuentro de Managua, y la discusión y aprobación de las Normas para el Funcionamiento del Foro de São Paulo y su Grupo de Trabajo. Con ese último punto concluía el proceso de dotar al Foro de una normatividad mínima.

Por ser el momento en el que la plenaria aprobó y, por ende, en el cual comenzaron a regir las normas elaboradas para garantizar la estabilidad del Foro de São Paulo, en su carácter de anfitrión del IV Encuentro, el PCC experimentó un grado cualitativamente superior de exigencia de que todo, absolutamente todo, fuese decidido y controlado por el Grupo de Trabajo. No obstante, los anfitriones no se molestaron por eso, sino lo asumieron como que estaban estableciendo un precedente de actuación y decisión colectiva, que contribuiría a sentar las bases para el funcionamiento futuro transparente y armonioso del Foro.

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En la tarde del 21 de julio, comenzó la discusión referida al tema sobre la evolución de la situación económica, política y social de América Latina, que contó con intervenciones introductorias del PT de Brasil, el MAS de Venezuela, el FMLN de El Salvador y del PC de Cuba. Esos debates con­tinuaron durante el día 22. El 23 de julio se trabajó en dos comisiones. La Comisión no. 1 abordó la relación entre los partidos políticos de izquierda y los movimientos populares, con una intervención introductoria realiza­da por el PRD de México, en su condición de anfitrión del seminario sobre esa problemática efectuado en México, D.F., entre el 25 y el 27 de marzo de 1993, y con comentarios del PS de Chile, la URNG de Guatemala y el Movimiento Lavalás de Haití. La Comisión no. 2 trató sobre la educación política, con una intervención introductoria del MBL de Bolivia, en su con­dición de anfitrión del seminario sobre esa problemática realizado en La Paz del 17 al 20 de junio del propio año, y con comentarios del PRD de México y del Frente del Sur de Argentina. El 24 de julio en la mañana la plenaria dis­cutió y aprobó la relatoría de los trabajos de las comisiones, la Declaración de La Habana.

La gran polémica en esta oportunidad fue sobre si existía o no un proceso de democratización en América Latina; si la izquierda debía aceptar o no a la democracia burguesa como escenario definitivo de su lucha; si el acceso de la izquierda al gobierno nacional sería respetado o no por el imperialismo; y si ese respeto incluiría la no interferencia en la elaboración y el cumplimiento del programa político, económico y social de la izquierda. Intensos, extensos y acalorados fueron los enfrentamientos en el Grupo de Trabajo sobre esos temas, que trascendieron a la plenaria final en la discusión y aprobación de la Declaración de La Habana. La tensión de la polémica obedeció a que va­rios miembros del Foro esperaban victorias electorales inminentes.

Restablecida la democracia burguesa en América Latina y el Caribe —excepto en Cuba— se suponía que en el bienio electoral 1993­1994 —así llamado por la cantidad de elecciones que se celebrarían en esos años— triunfarían los candidatos presidenciales de izquierda en varios países, entre ellos, México, Brasil y Uruguay. En el trasfondo de los debates subyacía que la terminación de los tres períodos presidenciales consecutivos del Partido Republicano —dos de Ronald Reagan (1981­1989) y uno de George H. Bush (1989­1993)— generó ilusiones de que el presidente William Clinton podría

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adoptar una política hacia la región más al estilo de las «buenas intenciones» anunciadas —e incumplidas— por la administración Carter (1977­1981). Sin embargo, la primera acción significativa en la política de Clinton hacia América Latina y el Caribe fue imponer condiciones adicionales a México para aceptar su ingreso al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), del que ya formaban parte los Estados Unidos y Canadá. También por presiones de la administración Clinton, en 1993, en la XXIII Asamblea General de la OEA, esa organización amplió sus facultades para intervenir en los asuntos internos de la región. Al igual que ocurrió en 1991 y 1992, respectivamente en los casos de Haití y Perú, en 1993 la OEA aprovechó el autogolpe de Estado del presidente de Guatemala, Jorge Serrano Elías, para activar los mecanismos de solución de conflictos de esa organización.

Tras definir la identidad de las fuerzas políticas del Foro como nacio­nalistas y antimperialistas, democráticas y populares, de izquierda y socia­listas, la Declaración de La Habana afirma que esas fuerzas avanzan en el camino de conformar la unidad en la diversidad, asentada en su desarrollo histórico y cimentada en un continente mestizo, étnica y culturalmente plu­ral, característica que constituye la base de su potencial para construir un modelo de sociedad soberana, solidaria, justa e integradora. Como mues­tra del resquebrajamiento del neoliberalismo en América Latina, ese docu­mento menciona las destituciones de los presidentes de Brasil, Venezuela y Guatemala, Fernando Collor de Mello, Carlos Andrés Pérez y Jorge Serrano Elías, respectivamente, ocurridas entre el III y el IV Encuentros del Foro.

En efecto, las primeras manifestaciones del rechazo popular a la corrup­ción, que se extendería a toda América Latina y el Caribe, fueron las des­tituciones de los presidentes Collor en Brasil y Pérez en Venezuela. En el caso de Brasil, el PT se colocó al frente de las protestas nacionales que for­zaron la caída de Collor. En el caso de Venezuela, no fue solo la destitución de un mandatario corrupto sino una manifestación de la crisis estructural y funcional del capitalismo venezolano y, en particular, del sistema político construido en 1959 sobre la base del Pacto de Punto Fijo, que acordó la al­ternancia entre Acción Democrática (socialdemócrata) y COPEI (demócrata cristiano) como una «alternativa democrática» contrapuesta al ejemplo de la Revolución Cubana. Sin embargo, no fue acertado comparar la destitución de Serrano Elías con la de Collor y Pérez, porque el caso guatemalteco no

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fue un movimiento popular que derrocó a un mandatario corrupto, sino la solución que la OEA decidió dar a su autogolpe de Estado.

La Declaración de La Habana destacó la importancia de la lucha por la democracia política, entendida como un producto histórico del combate de los pueblos; afirmó la necesidad de profundizar la democracia mediante la combinación de mecanismos representativos y formas de democracia parti­cipativa y directa, que integraran luchas institucionales con luchas sociales; resaltó la necesidad de reconocer e incorporar la pluralidad étnica y cultu­ral, y la igualdad de género en el ejercicio de la democracia; y enfatizó que la democracia es incompatible con el colonialismo y con las restricciones a la soberanía e independencia que imponen a nuestros países la dominación económica y política externa. Con relación al bienio electoral 1993­1994, ese documento dice que,

en lo que resta de 1993 y en 1994, varias de las fuerzas integrantes del Foro disputarán la presidencia o los gobiernos de sus países, en eleccio­nes nacionales, como por ejemplo en Brasil, Colombia, Chile, El Salvador, México, Panamá, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. Eleccio­nes limpias y democráticas es una cadencia que el Foro apoya en todos los casos.

El proyecto que queremos supone combinar la existencia del mercado con una función reguladora del Estado —excepto en las colonias— y la enérgica promoción de los cambios estructurales necesarios para configurar el desarrollo con democracia y con justicia social y, en particular, para garantizar las políticas sociales: educación, salud, vivienda, transporte, etcétera.4

Como fórmula de compromiso entre quienes vaticinaban una actitud po­sitiva del imperialismo norteamericano hacia los triunfos electorales de la izquierda y quienes denunciaban el recrudecimiento de la injerencia y la intervención imperialista en la región, la Declaración de La Habana dice que el IV Encuentro percibe que en las relaciones hemisféricas del actual gobierno estadounidense continúan prevaleciendo las políticas de adminis­traciones anteriores. En concreto, el texto señala que la ocupación militar de Panamá, la permanencia de la base de Guantánamo, la continuidad del blo­queo a Cuba, el aumento del intervencionismo y de las presiones políticas

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y económico­comerciales, figuran entre las situaciones que deben cambiar radicalmente si se desea concretar una relación efectivamente nueva entre América Latina y el Caribe, de una parte, y los Estados Unidos, de la otra. A ello añade que es necesario que este último país respete el ejercicio de la autodeterminación de nuestros pueblos y, en consecuencia, la pluralidad de sistemas económico­sociales en nuestro continente.

La cita de La Habana desempeñó un papel fundamental en la consolida­ción de los acuerdos políticos y organizativos que garantizaron la continui­dad del Foro de São Paulo, porque demostró que el cumplimiento de tales acuerdos, unido a una buena organización y a la identificación y solución de problemas potenciales, reducía las fricciones y enfrentamientos. A ello con­tribuiría el otorgamiento de la sede del V Encuentro a Uruguay, cuya fuerza política unitaria de izquierda, el Frente Amplio, ya era usual que le aportara al Foro su singular experiencia en la construcción de consensos, especial­mente apreciada en los momentos de mayor enfrentamiento.

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El anfitrión del V Encuentro: el Frente Amplio

El Frente Amplio (FA) fue fundado el 5 de febrero de 1971, con el objetivo de aglutinar a todas las fuerzas políticas progresistas y de izquierda en el fragor de la lucha contra la «dictadura constitucional» impuesta por el presidente Jorge Pacheco Areco. El FA es una «coalición­movimiento» de «concepción nacional, progresista, democrática, popular, antioligárquica y antimperialis­ta», cuyos integrantes se comprometen «al mantenimiento y defensa de la unidad, al respeto recíproco de la pluralidad ideológica y al acatamiento de las resoluciones adoptadas por sus organismos». Sus partidos, movimientos y grupos «se encuentran vinculados por una alianza basada en el reconoci­miento expreso de cada uno de ellos del mantenimiento de su identidad» y están abiertos «a la incorporación de otras organizaciones políticas y de los ciudadanos que comparten su misma concepción».1

El Frente Amplio encarna la historia de luchas del pueblo uruguayo. Sus concepciones organizativas y políticas están determinadas por las caracterís­ticas peculiares del desarrollo del sistema democrático­burgués en ese país. Uruguay es una de las primeras naciones de América Latina que eliminó el régimen oligárquico imperante en el siglo xix y una de las pocas donde la democracia burguesa empieza a funcionar de forma efectiva en las primeras décadas del siglo xx. Gerónimo de Sierra señala que «un importante ele­mento estabilizador» de la política uruguaya es «el desfasaje entre el predo­minio económico de las fracciones burguesas ligadas a la agroexportación y el paulatino proceso de hegemonización política por parte de un bloque liderado por la burguesía industrial y comercial vinculado al aparato estatal y al mercado interno de base fundamentalmente urbana».2 Con palabras de De Sierra:

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A partir de esta determinación estructural, atendiendo a la clásica y ra­dical exigencia de pluralismo político del Partido Nacional, a la creciente exigencia democratizadora de las fuerzas populares —particularmente del movimiento sindical— y encauzado por la ideología laica y democrá­tico­progresista de los sectores más dinámicos del Partido Colorado en el gobierno, se va consolidando un sistema político de base bipartidista de facto, pero que reconoce el pluralismo absoluto de los partidos, incluyen­do al Partido Socialista (1911) y al Partido Comunista (1921).3

Hasta la reforma constitucional de 1996, una peculiaridad del sistema polí­tico uruguayo era la ley del Doble Voto Simultáneo de 1910, y las leyes de Lemas y Sublemas de 1934 y 1939, adoptadas por los partidos tradicionales, a saber, el Partido Nacional (blanco) y el Partido Colorado, con el propósito de conjurar la tendencia a la fragmentación inherente a ambos y preservar su mayoría electoral frente a los desafíos de la izquierda. Las leyes de Lemas y Sublemas le permitían a cada partido presentar varios candidatos a los cargos electivos, incluida la Presidencia de la República, y el Doble Voto Simultáneo implicaba que, al ejercer el sufragio, el elector no solo emitía su voto por su candidato preferido, sino también por el candidato de su par­tido al cargo electivo en cuestión, que recibiera la mayor cantidad de votos (pues a este se le sumarían los votos obtenidos por el resto de los candidatos de su mismo partido). Con ese método, la multiplicidad de candidaturas no necesariamente repercutía en la pérdida de la elección.

En condiciones de estabilidad económica y social, el sistema político uruguayo «hacía funcionar [a los partidos tradicionales] como rastrillos de amplio espectro en el electorado»,4 pues ambos tenían sus propios lemas pro gresistas y conservadores. Como contrapartida, en condiciones de aguda po la rización entre los sectores oligárquicos y los sectores populares, la he­te ro geneidad policlasista de esos partidos provocaba el enfrentamiento interno entre la cúpula y la base de cada uno de ellos, y la convergencia entre ambas cúpulas y ambas bases, lo que explica la recurrente tendencia «frentista» que se manifiesta en la historia uruguaya.

Uruguay tiene una tradición política «frentista», es decir, de creación de frentes políticos progresistas y de izquierda integrados por los sectores medios y populares de ambos partidos tradicionales, y por otros partidos, organizaciones, grupos y ciudadanos independientes. Los antecedentes más

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remotos de este «frentismo» se registran durante la Revolución Tricolor de 1875 y la Revolución de Quebracho de 1886. En ambos casos, tanto en las fuerzas defensoras de los gobiernos militares —en el poder desde 1875 hasta 1890—, como en las filas insurgentes que luchaban por un gobierno civil, hubo miembros de ambos partidos tradicionales. Sin embargo, esos frentes democráticos y populares fueron coyunturales, por lo que no forjaron una unidad programática ni organizativa.5

Más cercanas al actual Frente Amplio son las experiencias iniciadas en la década de 1930 en la lucha contra la dictadura del doctor Gabriel Terra, durante la cual el alineamiento ya no fue solo de los colorados y los blancos opuestos a la dictadura contra los colorados y los blancos que la ejercían, sino que hubo una amplia convergencia de todos los sectores antidictatoria­les. Sobre este antecedente, Miguel Aguirre Bayley afirma:

En la resistencia al golpe de 1933 y a través de la actitud asumida por el Dr. Carlos Quijano —artífice de la Agrupación Nacionalista Demócrata Social en 1928— es posible rastrear los orígenes más precisos del Fren­te Amplio. Efectivamente, apenas tres meses después del golpe de Terra […], Quijano escribía en su clandestino periódico Acción: «La dictadura obliga a nuevas formaciones políticas y a rectificar y acentuar tendencias. Para combatir al gobierno, forma de las tendencias fascistas, se necesitará una acción concertada, enérgica y audaz de todas las fuerzas de izquier­da. Si frente a la coalición de las derechas hoy en el poder, no hacemos la coalición de las izquierdas sobre la base de un programa mínimo común y de una táctica solidaria, tendremos gobiernos dictatoriales para rato».

La oposición a la dictadura promueve un Frente en el cual están re­presentados los intereses económicos y sociales de las capas medias y clases trabajadoras del país, antimperialistas, antioligárquicas y de definición estrictamente democrática. El Frente lo integran blancos independientes, batllistas, socialistas, comunistas, cívicos y ciudadanos sin partido.6

Pese a que solo duró del 28 enero al 6 de febrero, la Revolución de Enero de 1935 constituye un acontecimiento emblemático en la tradición frentista uruguaya.7 Tras la derrota de la Revolución, comienza a formarse el Frente Popular, cuyo congreso, celebrado en 1936, reúne a toda la oposición. Sin embargo, esta experiencia no se consolida por dos factores: el primero es el

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auge del nazi­fascismo, que impone otras prioridades en la política nacional uruguaya; y el segundo es una ley electoral promulgada por la dictadura de Terra, que estimula a las corrientes nacionalistas independientes y a las bat­llistas a rechazar la iniciativa de crear un Frente Nacional Demo crático.8

Una vez frustrado el intento de unir a la oposición, y en medio de un clima internacional influido por la formación de los frentes populares an­tifascistas en Francia y España y por el acuerdo del VII Congreso de la Internacional Comunista de recomendar a sus miembros que avanzaran en esa dirección, los partidos comunista y socialista de Uruguay concurren a las elecciones del 27 de marzo de 1938 unidos bajo el lema «Partido por las Libertades Públicas»,9 el cual no logra elegir diputados y poco después se desarticula. Otro acontecimiento relevante es la celebración, el 25 de julio de ese mismo año, de un multitudinario mitin «Por Nueva Constitución y Leyes Democráticas», convocado por los batllistas, los nacionalistas inde­pendientes y los socialistas, todos ellos opositores al gobierno del general Alfredo Baldomir, quien había sido colaborador cercano de Terra.10

En las décadas de 1940 y 1950 no se registran en Uruguay iniciativas de formación de frentes progresistas y de izquierda. Ello obedece a que, duran­te la Segunda Guerra Mundial (1939­1945) y la primera década de la posgue­rra (1945­1955), a esa nación llegan los ecos del llamado Estado de bienestar. Esos ecos repercuten en un funcionamiento estable del sistema democrático burgués y en un auge de las políticas públicas, asentados en la bonanza deri­vada del aumento de la demanda de productos primarios que la reconstruc­ción europea trae aparejada, pero, como ocurrió en toda América Latina, esa bonanza termina a mediados de la década de 1950, cuando el re­despegue económico del Viejo Continente pone fin a las excepcionales condiciones de posguerra que favorecieron las exportaciones de la región.

La crisis estructural que comienza en los años cincuenta destruye la ca­pacidad del Estado de cumplir las dos funciones básicas que, durante más de tres lustros, garantizaron el funcionamiento estable del sistema político uruguayo: la redistribución armónica de cuotas de poder entre los diver­sos sectores de la burguesía, bajo el predominio de la burguesía industrial; y la cooptación del proletariado y de otros sectores sociales subordinados mediante una redistribución de riqueza que podía considerarse elevada de acuerdo con los parámetros latinoamericanos de la época. Desde ese

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momento, por una parte, se agudizan las pugnas interburguesas por la apropiación de los crecientemente escasos excedentes, lo que provoca una exacerbación de las pugnas por el control del Estado entre los partidos tra­dicionales y dentro de cada uno de ellos, y por la otra, arrecia la lucha de clases en respuesta a la concentración con que la burguesía compensa la merma de sus ganancias.

De Sierra afirma que, en la década de 1960, en Uruguay se produce la superposición y articulación de varios procesos de crisis que, en su conjun­to, crean las condiciones para que el golpe de Estado de 1973 no solo tenga éxito en lo inmediato, sino que haya podido abrir un ciclo de más de once años de régimen de excepción. Según ese autor, la penetración imperialista, la crisis del crecimiento económico capitalista local, la ruptura del equilibrio de fuerzas entre los distintos sectores burgueses, la ausencia de un proyec­to nacional y la amenaza creciente de la movilización popular, quiebran la estabilidad política alcanzada y provocan la lenta e irreversible implanta­ción de lo que él define como Estado capitalista dependiente de excepción. Durante la presidencia de Jorge Pacheco Areco (1967­1972) el Estado de ex­cepción «toma las formas primero de aplicación más o menos constitucional de medidas altamente represivas contra el movimiento popular de masas», después acude a «la implantación de una “dictadura constitucional” de fac­to», y desde 1972 «evoluciona netamente hacia una “dictadura militar”».11

Ante el agravamiento de la crisis económica, política y social, y en un con­texto regional influido por el triunfo de la Revolución Cubana, en la década de 1960 reviven en Uruguay las iniciativas para crear un frente de todas las fuerzas progresistas y de izquierda. Sin embargo, aun no es taban creadas las condiciones para la unidad plena, por lo que, en vez de uno, surgen dos.12 Primero se funda la Unión Popular, el 28 de junio de 1962, en virtud de un acuerdo entre el Partido Socialista Uruguayo y Enrique Erro, quien había sido ministro de Industrias y Trabajo en el gobierno del Partido Nacional (blanco) en 1959. Diecinueve días más tarde, el 16 de julio, se forma el Frente Izquierda de Liberación (FideL), encabezado por el doctor Luis Pedro Bonavita e integrado por el Partido Comunista Uruguayo, la Agrupación Batllista Avanzar, el Movimiento Batllista 26 de Octubre, el Movimiento Re­volucionario Oriental, el Comité Universitario, el Movimiento Nacional de los Trabajadores de la Cultura, el Comité Central Obrero, el Comité por la

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Unidad de la Izquierda de Paysandú, el Grupo de Izquierda de Maldonado y personas sin filiación política procedentes de los partidos tradicionales. En las elecciones de 1962, el FideL obtiene 40 886 vo tos, mientras que la Unión Popular recibe 27 041. Pocos años después, del 28 de septiembre al 1ro. de octubre de 1966, con la participación de delegados de 436 organizaciones, que representaban a casi todo el movimiento obrero, se celebra el Congreso de Unificación Sindical que funda la Convención Nacional de Trabajadores (CNT).

El 6 de diciembre de 1967 fallece el presidente Óscar Gestido —cuya toma de posesión había sido el 1ro. de marzo de ese año—, y asume la pri­mera magistratura el vicepresidente Jorge Pacheco Areco, quien el día 12 de ese mismo mes proscribe al Partido Socialista Uruguayo y al Movimiento Revolucionario Oriental, y clausura los periódicos Época y El Sol. Algún tiempo después, el 13 de junio de 1968, Pacheco impone el régimen de Medidas Prontas de Seguridad, conocido como dictadura constitucional.

En respuesta a la supresión de los derechos y garantías democrático­burguesas, y al aumento de la represión, el 7 de octubre de 1970, un grupo de ciudadanos notables sin militancia política emite un llamamiento «ante la grave situación que le ha creado al país la aplicación sistemática de una política cuya regresividad y violencia no ha conocido precedente en el co­rrer de este siglo».13 Poco después, el 8 de enero de 1971, el Movimiento por el Gobierno del Pueblo (Lista 99) y el Partido Demócrata Cristiano crean el Frente del Pueblo, y hacen «una formal invitación al diálogo entre todas las fuerzas que aspiran a construir un Frente Amplio para arrancar al país de la crisis, de la dependencia externa y de la prepotencia oligárquica». El Frente del Pueblo «invita a la reunión a realizarse el 5 de febrero con la finalidad de ajustar las bases para la constitución del Frente Amplio».14 El 30 de enero de 1971, Luis Pedro Bonavita y Adolfo Aguirre González informan al Comité Nacional del FideL el compromiso asumido de unirse al Frente Amplio.

El Frente Amplio se funda a las 11:00 a.m. del 5 de febrero de 1971, en la antesala del Senado del Palacio Legislativo; y a las 5:00 p.m. de ese mis­mo día, en la primera reunión de su Plenario Nacional, efectuada en la sede del Partido Demócrata Cristiano, se designa una Mesa Ejecutiva pro­visional cuya presidencia sería rotativa. Sus fuerzas políticas fundadoras son el Frente Izquierda de Liberación, los Grupos de Acción Unificadora

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(GAU), el Movimiento Blanco Popular y Progresista (MBPP), el Movimiento Herrerista, el Partido Comunista Uruguayo (PCU), el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Partido Socialista Uruguayo (Sector Izquierda Nacional), el Partido Socialista Uruguayo (Sector Movimiento Socialista), el Partido Obrero Revolucionario y el Comité Ejecutivo Provisorio de los ciudadanos que hicieron el llamamiento del 7 de octubre de 1970. En la ceremonia fun­dacional, también participa un grupo de invitados especiales, entre ellos el general retirado Líber Seregni.15 Después se le suman la Unión Popular, la Agrupación Batllista Pregón Julio César Grauert y el Partido Revolucionario de los Trabajadores.16

El 17 de febrero de 1971, el Frente Amplio aprueba sus Bases Pro­gramáticas, y en marzo proclama como candidatos a la presidencia y vice­presidencia de la república, al general retirado Líber Seregni y al doctor Juan José Crottogini, y como candidato a la Intendencia de Montevideo al doctor Hugo Villar. Solo dos organizaciones miembros del Frente Amplio contaban con lemas inscritos ante la Corte Electoral, el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista Uruguayo, razón por la cual era necesario optar por uno de ellos para inscribir a sus candidatos. Por decisión unánime, el lema seleccionado fue el del PDC. El 26 de marzo con la consigna «La Patria nos llama, orientales al Frente», el FA realiza su primera actividad pública, la cual tiene lugar en la Explanada Municipal de Montevideo, y el 25 de agosto divulga las Treinta Primeras Medidas de Gobierno que adoptaría en caso de triunfar en las elecciones. El 24 de ese mes cierra su campaña electoral con un acto al que asisten más de 200 000 personas, cifra sin precedentes en esa nación.

En la elección celebrada el 8 de diciembre de 1971 resultó electo a la presidencia Juan María Bordaberry, candidato del Partido Colorado, con 439 649 votos. Aunque el mandatario en ejercicio, Jorge Pacheco Areco —también candidato por el Partido Colorado— recibió 491 680 sufragios —es decir, fue el que obtuvo el mayor resultado individual—, no fue el ven­cedor porque hubiese necesitado superar la mayoría absoluta (832 060 votos) para legitimar su reelección, sometida a plebiscito de manera simultánea a la elección presidencial. En la segunda posición se ubicó Wilson Ferreira, candidato del Partido Nacional, con 379 515 votos. En cuanto al Frente Amplio, apenas diez meses después de su fundación, su candidato único

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a la presidencia, Líber Seregni, se colocó en tercer lugar con 304 275 votos. Cabe destacar que el candidato del FA a la Intendencia de Montevideo, el doctor Hugo Villar, obtuvo la mayor votación individual, con 212 406 votos, pero, en virtud del Doble Voto Simultáneo y la Ley de Lemas, el triunfo fue para el candidato del Partido Colorado.

Históricamente, el Doble Voto Simultáneo y la Ley de Lemas ejercieron un efecto de embudo en la captación de votos a favor de los dos partidos tra­dicionales, que no permitía a la izquierda llegar a un 10% de los sufragios. Desde finales de los años cincuenta, a medida que aumentaba la crisis eco­nómica, política y social, en cada elección realizada ese umbral de votos reflejaba menos el respaldo popular a las posiciones programáticas de la iz­quierda.17 «Lo paradójico —dice Sierra— fue que una vez modificadas las condiciones que trababan el crecimiento de los partidos de izquierda, en la década de los sesenta, estos hicieron uso de la propia ley para intentar sosla­yar uno de sus efectos, que era impedir la aparición de terceros partidos con real peso electoral».18

La formación del Frente Amplio permite a la izquierda sumar en un solo lema, las votaciones hasta entonces dispersas que recibían cada una de las fuerzas que lo integraron, con la diferencia de que el FA concurría a los co­micios con un solo programa electoral elaborado en conjunto por todos sus miembros y una sola candidatura a la presidencia y la vicepresidencia de la República. Los votos recibidos por el FA en las elecciones de 1971 represen­taron el 18,28% del total, cifra muy por encima del umbral histórico de me­nos de 10% nunca antes rebasado por la izquierda. En esa contienda, elige a cinco senadores, dieciocho diputados y cincuenta y un ediles. Pocos días después, el 18 y 19 de diciembre, el FA celebra su Primer Congreso Nacional de Comités de Base, con 2 341 delegados.

Debido a que la estabilidad del funcionamiento de la democracia burgue­sa uruguaya dependía de su capacidad de mantener separada la lucha reivin­dicativa de la participación política de los obreros y demás sectores populares, en particular, de dividirlos mediante su filiación a uno de los componentes del sistema bipartidista, la autonomía adquirida por los sectores sociales su­bordinados con respecto a los partidos tradicionales constituye uno de los factores fundamentales que desemboca en el golpe de Estado de 1973.19

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El 15 de abril de 1973, la legislatura aprueba el Estado de Guerra Interno, con los votos a favor de los partidos Colorado y Nacional, y los votos en con­tra del Frente Amplio. Ese día también queda radicada la Ley de Seguridad del Estado en la Comisión de Constitución y Legislación del Senado. El 10 de junio se aprueba la Ley de Seguridad del Estado, también con los votos de los partidos tradicionales y la oposición frenteamplista. Entre la noche y la madrugada del 26 al 27 de junio, se realiza la última sesión del Senado, y horas más tarde el presidente Bordaberry disuelve el Senado, la Cámara de Representantes y las Juntas Departamentales.

Diversos autores —dice De Sierra—, y por supuesto diversos actores po­líticos, han atribuido a la presencia de la guerrilla —que contaba con un considerable eco en varios sectores sociales— el carácter de variable prin­cipal y decisiva en el debilitamiento del sistema político y en el avance de las Fuerzas Armadas hacia el poder. Sin minimizar por supuesto el papel de la guerrilla en cuanto elemento cristalizador de la crisis política, pen­samos que ese enfoque es equivocado.

Es equivocado porque exagera el carácter de la amenaza efectiva de la guerrilla en esa etapa, al tiempo que minimiza la estructura multiforme en que se expresaba el potencial amenazante del movimiento popular. Además es equivocado porque tiende a soslayar no solo los factores estructurales ya comentados, cuando el papel decisivo de destrucción democrática desde adentro lo desempeñaron sectores claves de los partidos tradicionales, en particular dentro del Partido Colorado que asume el gobierno en 1967.20

El proceso escalonado de destrucción del sistema democrático­burgués e imposición del régimen dictatorial fue conducido por el sector del Partido Colorado liderado por Jorge Pacheco Areco. De ese mismo sector, procede el sucesor designado por Pacheco, Juan María Bordaberry, quien mantiene la dictadura constitucional hasta que disuelve la legislatura en 1973, momento a partir del cual continúa gobernando como dictador civil, hasta que las fuer­zas armadas se hacen cargo de esa función en 1976.21

Con la implantación de la dictadura en 1973, la ilegalización de los par­tidos políticos, el encarcelamiento de Líber Seregni y la represión a la que fueron sometidos sus cuadros y militantes, el Frente Amplio pasó a una nueva fase de la lucha antidictatorial. La conducción del Frente la asume

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un «comando» encabezado por su vicepresidente, Juan José Crottogini, que funciona, pese a las dificultades, desde julio de 1973 hasta finales de 1974. Líber Seregni fue degradado de su rango de general retirado el 4 de abril de 1974. En respuesta a la apelación de sus abogados, el Poder Ejecutivo dispone su «pase a situación de reforma». Liberado de la prisión el 2 de no viembre de 1974, Seregni vuelve a la cárcel el 11 de enero de 1976, en el preámbulo represivo de la imposición de la dictadura militar, el 12 de julio de ese año. En ese momento, los Comités de Base del FA interrumpen su actividad orgánica y la resistencia a la dictadura se limita a algunos sectores de esa coalición. No obstante, la dirección se sigue reuniendo, aunque con mayor intermitencia, y la militancia trata de reagruparse en los centros de trabajo y de estudio.

El 18 de mayo de 1976, durante el gobierno dictatorial argentino del ge­neral Jorge Rafael Videla, fueron secuestrados en Buenos Aires —donde re si dían desde el golpe de Estado en Uruguay de junio de 1973— Zelmar Michelini, líder del Movimiento por el Gobierno del Pueblo y Héctor Gu­tié rrez Ruiz, presidente de la Cámara de Representantes y diputado del Movimiento por la Patria del Partido Nacional. Cuatro días más tarde, sus cadáveres fueron encontrados en un automóvil, junto a los de los también uruguayos William Whitelaw y Rosario Barredo.

En octubre de 1977, fue fundado el Comité Coordinador del Frente Amplio en el Exterior, con el doctor Hugo Villar como Secretario Ejecutivo, y se decide impulsar la creación de núcleos del FA en todo el mundo. El 25 de mayo de 1980, se crea la Convergencia Democrática en Uruguay (CDU), que funcionó hasta 1984 con el fin de aglutinar a un conjunto de personas que, sin invocar ni comprometer a sus respectivos sectores políticos, actuaron en el exterior en forma unitaria para promover el restablecimiento del sistema democrático­burgués.

El 30 de noviembre de 1980, el pueblo le asesta un golpe devastador al régimen militar, que ese día celebra un plebiscito convencido de que su re­sultado le permitiría institucionalizar la dictadura. Sin embargo, del total de 86,7% de los votantes que participa en la consulta, 57% sufraga por el no y 43% por el sí.22 Ese resultado constituyó una victoria para las fuerzas políticas opuestas a la reforma constitucional diseñada por los militares, a saber, el Frente Amplio, los movimientos Por la Patria, Nacional De Rocha

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y Consejo Nacional Herrerista del Partido Nacional y los sectores batllistas del Partido Colorado que en las elecciones de 1984 apoyarían la candidatura presidencial de Julio María Sanguinetti. Además del gobierno militar, las fuerzas políticas tradicionales derrotadas fueron la maquinaria oficial del Partido Nacional y el sector del Partido Colorado del ex dictador Pacheco Areco, que llamaron a votar por el sí.

En 1982, fue fundado el Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT), continuador de la Conferencia Nacional de Trabajadores. La nueva central realiza un acto de masas en la explanada del Palacio Legislativo el 1ro. de mayo de 1983. Convocadas por todos los partidos políticos uruguayos, el 27 de noviembre de 1983, 400 000 personas se concentran en el Parque de los Aliados para proclamar «su decisión irrevocable de volver a ejercer su dere­cho al sufragio el último domingo de noviembre de 1984».23 El 19 de marzo de 1984 se produce la liberación de Líber Seregni. El 24 de abril, después de casi once años de inactividad, se reúne el Plenario Nacional del Frente, presidido por Seregni.

Desde el desmontaje de la dictadura (1984) hasta la celebración del V Encuentro del Foro de São Paulo en Montevideo (1995), en la trayectoria del FA resaltan: el incremento progresivo de su votación en los comicios de 1984, 1989 y 1994; la elección de Tabaré Vázquez y Mariano Arana, como intendentes de Montevideo, en 1989 y 1994, respectivamente; el aumento sos tenido de sus bancadas en el Senado y la Cámara de Diputados; su de­sem peño en los referéndums contra la Ley de Caducidad (1986) —la cual no se logró derogar—; la ruptura con el FA del Partido por el Gobierno del Pueblo y el Partido Demócrata Cristiano, seguida de la formación del Nue vo Espacio por parte de esas fuerzas políticas (1989); la victoria en el re fe réndum contra la Ley de Privatizaciones (1992) —en el que las fuerzas po pu lares uruguayas le inflingieron al neoliberalismo su primera gran de­rrota en un país de América Latina—; y el establecimiento de la alianza En cuentro Progresista­Frente Amplio (1994) —con el Partido Demócrata Cris tiano y dirigentes escindidos del Partido por el Gobierno del Pueblo y el Partido Nacional—, que amplió y consolidó su base electoral a partir de ese momento.

Como resultado de las negociaciones realizadas por la multipartidaria con el gobierno militar, el 26 de julio de 1984 las autoridades rehabilitaron

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los lemas permanentes —es decir, reconocieron la capacidad jurídica para presentar candidatos a las elecciones—, de dos fuerzas políticas miembros del FA, el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista Uruguayo. Como en 1971, el Plenario Nacional del Frente decidió por unanimidad acu­dir a las elecciones de 1984 con el lema del Partido Demócrata Cristiano. Con treinta y un votos a favor, catorce en contra y seis abstenciones, el 6 de agosto, la dirección del FA ratificó los acuerdos con el gobierno alcanzados por la multipartidaria. Fue una decisión compleja debido a que los sectores rehabilitados en virtud del llamado Pacto del Club Naval, el PDC y el PSU, solo representaban el 45% de sus sectores. La balanza se inclinó a favor de aceptar el Pacto del Club Naval porque prevaleció el criterio de que la reha­bilitación política de alrededor de 7 000 militantes FA era un valioso avance táctico, aunque la mayoría de sus dirigentes y cuadros conocidos continua­ban proscritos, incluidos sus candidatos a la Presidencia de la República y a la Intendencia de Montevideo de 1971, Líber Seregni y Hugo Batalla, respectivamente. Entre los sectores que seguían inhabilitados se hallaban el Frente Izquierda de Liberación, el Partido Comunista Uruguayo y el Movimiento Popular Frenteamplista, cuya coalición, denominada 1001,24 re­cibió 100 211 votos en 1971, lo que representó un tercio de los del FA en aque­llos comicios. También seguían proscritos la Unión Popular, el Movimiento Acción Nacionalista, y los Grupos de Acción Unificadora.

Recién salido de más de una década de dictadura militar, con la mayor parte de sus fuerzas políticas, dirigentes y militantes proscritos, y con otros muchos militantes todavía en el exilio, el Frente Amplio participa en los co­micios del 27 de noviembre de 1984, con el doctor Juan José Crottogini como candidato a la presidencia, bajo el lema del Partido Demócrata Cristiano. En las elecciones del 25 de noviembre de 1984 participó el 87,86% de los votantes, índice que superó en 0,74% el récord histórico de las de 1971. El triunfador fue el Partido Colorado, con 777 701 votos; el segundo lugar le correspondió al Partido Nacional, con 660 773; el tercero, al Frente Am­plio 401 104; y el cuarto, a la Unión Cívica, con 45 841. El Frente Amplio creció, de 18,28% recibido en 1971 a 20,78% en esta elección, lo que represen­ta un incremento de 2,5%. Con esa votación, eligió seis senadores, veintiún diputados, y cincuenta y tres ediles.25 Como en 1971, en las elecciones para la Intendencia de Montevideo, el candidato del FA, Hugo Villar, recibió la

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mayor votación individual, pero quedó en segundo lugar como resultado del Doble Voto Simultáneo.

El 22 de diciembre de 1986, los senadores del Partido Colorado y una mayoría de los del Partido Nacional aprueban la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, conocida popularmente como Ley de Im­punidad de los crímenes de la dictadura. Desde ese momento, el Frente se suma a la iniciativa de varias fuerzas políticas y sociales de recolectar fir­mas para derogar los artículos 1ro. al 4to. de la Ley de Caducidad. Aunque se logró convocar a esa consulta popular, celebrada el 16 de abril de 1989, debido al temor aún generalizado de que el intento de castigar los crímenes cometidos por la dictadura provocara el retorno de los militares al poder, un total de 1 016 547 ciudadanos (52,52%) votaron a favor de la ley, mientras que 777 580 (40,18%) lo hicieron en contra.

En medio de la ola universal de redefiniciones y reestructuraciones ideo­lógicas y políticas provocada por la crisis terminal del bloque socialista europeo, el 13 de mayo de 1989 el Congreso del Partido por el Gobierno del Pueblo formalizó su desvinculación del Frente Amplio, decisión que ya había anunciado públicamente su máximo dirigente, Hugo Batalla. Similar decisión adoptó el Partido Demócrata Cristiano en su Convención Nacional del 22 de julio de ese año. Estas rupturas, que fueron las más numerosas sufridas por esa coalición­movimiento desde su fundación, dieron lugar a la creación del Nuevo Espacio.

El Frente Amplio participa con su propio lema en las elecciones del 26 de noviembre de 1989, en las que es electo a la presidencia Luis Alberto Lacalle, candidato del Partido Nacional. Los contendientes por el FA a la presiden­cia y la vicepresidencia son Líber Seregni y Danilo Astori, y el candidato a la Intendencia de Montevideo es Tabaré Vázquez. El FA recibió 418 403 votos (21,23%), y Tabaré Vázquez fue electo intendente de Montevideo, con 312 778 (34,49%) cifra con la que superó a los candidatos de los dos partidos tradicionales pese a la Ley de Lemas y al Doble Voto Simultáneo. Además, el FA elige siete senadores y veintiún diputados.

El 20 de diciembre de 1991 se crea una Comisión de Defensa del Pa­tri monio Nacional y Reforma del Estado, que el Frente Amplio integra junto al Polo Progresista del Partido Nacional, el Frente Colorado Popular, el Movimiento de Reafirmación Batllista y el PIT­CNT. El FA participa

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El anfitrión del V Encuentro: el Frente Amplio 135

activamente en la campaña para convocar a un referéndum con el propó­ sito de derogar parcialmente la ley que abría el camino a las privatizaciones. En esa consulta popular, celebrada el 13 de diciembre de 1992, se emitieron un total de 1 293 016 votos por el sí (71,56%) y 489 302 por el no (27,11%), con 22 325 votos en blanco (1,24%), resultado que reflejó el rechazo popular a la política económica del presidente Lacalle.

En marzo de 1994, el FA nombra al doctor Tabaré Vázquez, intendente de Montevideo, como candidato a la presidencia de la República. El 22 de junio, el Partido Demócrata Cristiano, dirigentes blancos liderados por el intendente de Cerro Largo, Rodolfo Nin Novoa y varios ex legisladores y dirigentes del Partido por el Gobierno del Pueblo, escindidos de esa fuerza política a raíz de su alianza electoral con el Partido Colorado, manifiestan su intención de crear un Gran Acuerdo Progresista con el FA. Por 1 403 votos (67,77%), el II Congreso Extraordinario del FA, celebrado del 1ro. al 3 de julio de 1994, decide establecer una alianza con Encuentro Progresista y aprueba la candidatura de Tabaré Vázquez y Rodolfo Nin Novoa para la presidencia y vicepresidencia de la República. La alianza Encuentro Progresista­Frente Amplio se funda oficialmente el 15 de agosto de 1994.

En julio se 1994, se desvincula del FA el ex parlamentario Francisco Rodríguez Camusso, del Movimiento Blanco Popular y Progresista, debido a un conjunto de discrepancias, dentro de las cuales «su denuncia y rechazo al Foro de São Paulo fue el detonante que precipitó su decisión».26 A partir de ese momento, el Frente Amplio pudo participar como tal en las reunio­nes del Grupo de Trabajo del Foro, espacio que, en virtud del rechazo de Rodríguez Camusso a incorporarse a él —el MBPP era el único miembro del FA que no pertenecía al Foro de São Paulo—, había ocupado con el nom­bre de «organizaciones miembros del Frente Amplio».

En las elecciones del 27 de noviembre de 1994, la votación se dividió aproximadamente en tres tercios. Con 656 428 votos recibidos por los can­didatos presidenciales del Partido Colorado —de los cuales él personalmen­te cosechó 500 760—, el triunfador, por segunda vez no consecutiva, fue Julio María Sanguinetti; en segundo lugar quedó el Partido Nacional, con 633 384; en tercero el Frente Amplio con 621 226; y en cuarto el Nuevo Espacio, con 104 773. Es importante destacar que la votación obtenida por Tabaré Vázquez, equivalente a 30,61%, fue la más alta recibida por una can­

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didatura presidencial en la historia de Uruguay. Con 405 111 votos (44,11%), cifra que constituía un aumento de casi diez puntos con relación a los comi­cios de 1989, Mariano Arana fue reelecto a la Intendencia de Montevideo. En total, el FA eligió nueve senadores y treinta y un diputados.

En este punto de la historia del FA, del 26 al 28 de mayo de 1995, se efectuó en el Parque Hotel de Montevideo el V Encuentro del Foro de São Paulo. Pocos meses después, debido a discrepancias sobre si aceptar o no una reforma constitucional que eliminaría la Ley de Lemas y el Doble Voto Simultáneo, pero introduciría una segunda vuelta electoral en los co­micios presidenciales en el caso de que ningún candidato obtuviese la mitad más uno de los votos, el 5 de febrero de 1996, en medio del acto por el 25to. aniversario de la fundación del FA, Líber Seregni renunció públicamente a su presidencia. Debido a que el cargo de vicepresidente del FA estaba va­cante desde la renuncia del doctor Juan José Crottogini a la vicepresidencia el 26 de marzo de 1990, la Mesa Política del FA nombró, en sustitución de Seregni, un Secretariado Ejecutivo, integrado por Tabaré Vázquez, Mariano Arana y Juan José Crottogini.

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El Encuentro de Montevideo

Entre el IV y el V Encuentros del Foro de São Paulo —efectuados en julio de 1993 y mayo de 1995, respectivamente— transcurrieron un año y diez meses. Ello obedeció a que en octubre de 1994 se celebraron las elecciones presidenciales y legislativas en Uruguay, país sede del V Encuentro. Aunque el candidato presidencial del Frente Amplio, Tabaré Vázquez, no fue electo, su desempeño personal y el de esa coalición resultaron los más destacados de toda la Nueva Izquierda latinoamericana en el bienio electoral 1993­1994. Tabaré recibió apenas 2% de los votos menos que el triunfador, Julio María Sanguinetti, al tiempo que la Cámara de Diputados quedó compuesta por un tercio de miembros del Partido Colorado, un tercio de miembros del Partido Nacional y un tercio de miembros del Frente, hecho que obligó a los partidos de la derecha, los archirrivales históricos colorados y blancos, a for­mar un gobierno de coalición con el propósito de neutralizar a la oposición frenteamplista. Además, el Frente Amplio seguía ejerciendo el gobierno de Montevideo.

Lo característico de los años 1993 y 1994 no fue, como muchos esperaban, el triunfo de los candidatos presidenciales de izquierda, sino la agudización de la crisis económica, política y social. Si entre 1989 y 1993 predominó la reestructuración del sistema de dominación continental, la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, México, el 1ro. de enero de 1994, simboliza el paso a primeros planos de la crisis provocada por ese sistema, y el auge de los movimientos populares en lu­cha contra la reestructuración neoliberal. Es considerable el simbolismo de esa insurrección zapatista, porque ese mismo día se oficializaba el ingreso de México al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, paso que el presidente Carlos Salinas de Gortari calificó de entrada al Primer Mundo.

El gobierno de los Estados Unidos utilizó el clima creado por el ingreso de México al TLCAN para anunciar que Chile sería el segundo país con el

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que negociaría un tratado de libre comercio y para convocar a una Cumbre de las Américas, que se efectuaría en Miami, a principios de diciembre de 1994. Las Cumbres de las Américas fueron diseñadas como la instancia suprema del Sistema Interamericano, encargado de ratificar, ampliar y pro­fundizar, en el ámbito de los Jefes de Estado, la sujeción de América Latina y el Caribe a los pilares político, económico y militar del sistema de domi­nación continental, cuya implantación había avanzado, hasta ese momento, mediante la Reforma de la Carta de la OEA y los acuerdos del Consenso de Washington.

En la Cumbre de las Américas se anunció el inicio de la negociación del Área de Libre Comercio de las Américas y se creó el mecanismo de re­uniones ministeriales por esferas para concretar los más de ciento veinte acuerdos allí adoptados. No obstante, el estallido de la crisis financiera mexi­cana en el propio diciembre de 1994, con su secuela conocida como efecto tequila, incentivó las corrientes proteccionistas que, dentro de los Estados Unidos, se oponían a que el Congreso le concediera al presidente Clinton la garantía de que ese cuerpo estaba dispuesto a aprobar el ALCA y el TLC con Chile por la «vía rápida» (fast track), de manera que ambos componen­tes medulares del nuevo sistema de dominación quedaron en el limbo. Otra consecuencia de la crisis mexicana fue que destruyó el mito neoliberal del efecto de derrame que actuaba como elemento de contención de las luchas populares. En este aspecto, resaltaba el auge alcanzado por el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil.

A pesar del auge de las luchas populares, en 1994 las condiciones no es­taban maduras para que la izquierda accediera al gobierno nacional. Por una parte, en ningún país había colapsado aún la democracia burguesa, como ocurriría en Venezuela en 1998. Por otra parte, la primera reacción de los votantes ante la crisis fue de temor. Las fuerzas neoliberales que trataban de elegirse o reelegirse al gobierno afirmaban que la crisis no era culpa de esa doctrina, sino de su insuficiente y lenta aplicación. Aunque esa tesis era ya muy cuestionada, sí funcionó la práctica de infundir el miedo de que un cambio en la orientación del gobierno, en particular, un cambio hacia la izquierda, crearía desconfianza en los acreedores, interrumpiría el flujo de capital especulativo —que sustentaba la sobrevaluación de las monedas—, y provocaría la reducción del salario real y el aumento del valor de las deudas

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El Encuentro de Montevideo 139

personales, contraídas en dólares. Esta fue la estrategia utilizada en Brasil contra Lula en su segunda campaña presidencial, cuando el entonces minis­tro de Hacienda, Fernando Henrique Cardoso, lanzó el Plan Real —basado en la paridad con el dólar— y se convirtió en el candidato presidencial de una coalición que vaticinaba la hecatombe financiera si Lula era electo. Esta fue también la estrategia utilizada por Carlos Saúl Menem, en Argentina, para hacer creer que él era el «elegido» para salvar al país de la crisis que él mismo había creado con su corrupción y entrega al capital financiero trans­nacional.

El único candidato presidencial de un partido miembro del Foro de São Paulo que triunfó en el bienio electoral 1993­1994 fue Ernesto Pérez Balladares, del Partido Revolucionario Democrático de Panamá. Sin em­bargo, Pérez Balladares decidió conformar un gabinete de unidad nacional con la derecha y aplicar la doctrina neoliberal, por lo que su gobierno no puede ser considerado de izquierda. Los demás aspirantes presidencia­les de izquierda fueron derrotados. Los que mayores expectativas habían creado eran Andrés Velásquez, de Causa R, en Venezuela, en diciembre de 1993; Cuauhtémoc Cárdenas, del Partido de la Revolución Democrática, en México, en julio de 1994; y Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, en Brasil, en octubre de 1994. A pesar de que todas las eleccio­nes presidenciales fueron adversas para la izquierda, varios miembros del Foro ampliaron su presencia en las legislaturas nacionales de sus respecti­vos países, y también su control sobre gobiernos estaduales, provinciales y locales, como sucedió en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, México, Perú, Uruguay y Venezuela.

El tiempo transcurrido entre el IV y el V Encuentros del Foro no fue inac­tivo. En ese lapso se efectuaron dos seminarios y una reunión del Grupo de Trabajo. Primero se celebró un seminario sobre los derechos humanos en América Latina y el Caribe —coauspiciado por el Foro de São Paulo, la Comisión Nacional por los Derechos Humanos de Paraguay y la organiza­ción Nunca Más al Terrorismo de Estado—, en Asunción, Paraguay, del 15 al 18 de diciembre de 1993. En este seminario se analizó el descubrimiento de los Archivos del Terror —que reveló con crudeza la práctica sistemática de asesinatos, torturas y desapariciones—, la promoción de tales prácticas por parte de los aparatos represivos de los Estados Unidos y la colabora­

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ción existente entre todas las dictaduras militares de «seguridad nacional», en particular, mediante el intercambio secreto de prisioneros y secuestra­dos llamado Operación Cóndor. También se propuso para un programa del Foro la temática de la mujer, a partir del documento Resistencia de la Mujer al Terrorismo de Estado.

El Grupo de Trabajo se reunió en La Habana los días 29 y 30 de enero de 1994, ocasión en la que ese órgano formalizó la decisión de realizar el V Encuentro en Montevideo. En esta reunión, el Grupo conoció los resul­tados del seminario sobre los derechos humanos celebrado en Paraguay y acordó realizar un seminario de la región del Caribe en Guadalupe, los días 5 y 6 de mayo de 1994, sobre medio ambiente y desarrollo. También emi­tió un saludo a la adopción de un acuerdo­marco para la reanudación de la negociación entre el gobierno de Guatemala y la URNG, y condenó los asesinatos cometidos en Colombia contra dirigentes de la Unión Patriótica. Los principales asuntos políticos y organizativos del V Encuentro fueron resueltos en una reunión del Grupo de Trabajo celebrada en São Paulo del 8 al 11 de febrero de 1995, donde se decidió el temario de ese evento y la convocatoria a un seminario de parlamentarios de los partidos miembros del Foro que sesionará en paralelo al mismo.

Envuelto en una campaña de ataques emprendida por los partidos de derecha y los principales medios de comunicación uruguayos, con acu­saciones de que se trataba de una reunión subversiva, con el auspicio del Frente Amplio, del 26 al 28 de mayo de 1995, se efectuó en el Parque Hotel de Montevideo el V Encuentro del Foro de São Paulo, al que asistieron setenta y cinco partidos y movimientos políticos miembros, y veinte observadores. La inauguración tuvo lugar en la noche del 26 con un acto público. A partir del 27, sesionó en plenarias y comisiones que analizaron los temas centrales: «La evolución de la situación económica, política y social de América Latina y el Caribe»; «La integración regional desde la perspectiva popular»; y «El Foro de São Paulo ante los retos de la coyuntura». También se efectuó el seminario de parlamentarios de los partidos miembros del Foro, destinado a promover y organizar la coordinación de sus actividades en el seno del Parlatino y de otras instituciones parlamentarias internacionales y regionales.

El debate de los temas de la agenda se vio empañado por el estallido de las contradicciones en torno a dos problemas puntuales: la presencia de una

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delegación del PRI de México con el status de invitada —que fue cuestiona­da por el PRD de ese país— y las críticas al MBL —entonces miembro del Grupo de Trabajo— por permanecer en la coalición gubernamental encabe­zada por el presidente Gonzalo Sánchez de Losada, en momentos en que este reprimía una huelga de maestros. Tal fue el impacto de esos temas, que todos los oradores sentían la obligación de usar parte de sus siete minutos de intervención para referirse a ellos, por lo que el abordaje del temario fue atropellado y fragmentario. El desenlace de estos enfrentamientos fue que la delegación del PRI permaneció en el evento, pero para compensar se apro­bó una resolución crítica sobre la situación en ese país, con referencias al conflicto de Chiapas, la política neoliberal y la falta de democracia, la cual no formó parte de la Declaración de Montevideo. Por su parte, el MBL fue separado del Grupo de Trabajo del Foro, pero no de este último. Aún así, a partir de las críticas que recibió, esa organización dejó de asistir a las activi­dades del FSP durante varios años.

La Declaración de Montevideo refleja que la atención estuvo dedicada a la situación económica, social y política de América Latina y el Caribe, a intercambiar experiencias sobre la construcción de proyectos alternativos para el desarrollo y la integración, y a evaluar las perspectivas de la izquier­da regional. Ese evento constató el incremento de la combatividad de los movimientos populares, expresado en su crecimiento, diversificación y for­talecimiento organizativo, junto a un importante desarrollo de sus luchas, mediante huelgas, protestas, manifestaciones, y otras vías, entre las que se destaca la rebelión en Chiapas, caracterizada por la irrupción de nuevas for­mas de expresión, de democracia y de poder popular. Todas estas manifes­taciones —dice la Declaración— indican un camino y ponen a la orden del día la necesidad de que las fuerzas progresistas y revolucionarias diseñen, promuevan y construyan un modelo alternativo de desarrollo económico y social, pero, fundamentalmente, un modelo alternativo de democracia y nuevas formas de poder popular.

Por la importancia que se le atribuyó en el Encuentro de La Habana al bienio electoral 1993­1994, vale la pena citar las referencias a su desenlace hechas en la Declaración de Montevideo:

Las elecciones que se realizaron en catorce países de América Latina entre noviembre de 1993 y mayo de 1995, si bien no alcanzaron las perspectivas

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que se manifestaron en el IV Encuentro de La Habana, fueron, sin embar­go, el mejor resultado global que las izquierdas obtuvieron hasta hoy.

A pesar de la falta de equidad en que se desarrollaron esos procesos, los partidos que integran el Foro de São Paulo eligieron más de trescien­tos diputados, más de sesenta senadores, varios gobernadores, centenas de alcaldes, además de miles de concejales municipales, totalizando un cuarto del electorado de los países.

Es de fundamental importancia realizar un análisis descarnado de nuestras propuestas programáticas, de nuestros canales de comunicación con amplios sectores populares y de nuestros niveles de inserción social, para comprender por qué, en muchos países, sectores empobrecidos de la población votaron a los candidatos conservadores.

Para que puedan continuar constituyendo una alternativa de poder, las izquierdas tienen que expresar —en contra de las posiciones neocon­servadoras— las aspiraciones sociales, nacionales y democráticas de los sectores organizados de la sociedad, a la vez que aspiran a ser la voz de los que no tienen voz, en consecuencia de la exclusión en que viven.1

La Declaración de Montevideo califica a la Cumbre de las Américas de cul­minación de la primera fase de un proceso dirigido a implementar un nuevo diseño de «seguridad colectiva» y a afianzar un modelo de integración aún más subordinado y dependiente de los Estados Unidos.

A pesar del clima hostil desatado contra el Foro por la derecha uruguaya y de las tensiones internas que afectaron el funcionamiento de la plenaria, el desenlace del V Encuentro puede ser considerado como un salto cualitativo en materia organizativa, en particular, por la reestructuración acordada en el Grupo de Trabajo, y por la decisión de crear una Secretaría Ejecutiva y cuatro subsecretarías regionales.

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El anfitrión del VI Encuentro: el Frente Farabundo Martí

para la Liberación Nacional

El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) nace el 10 de octubre de 1980. Ese día se establece una Comandancia General para coordinar las operaciones militares y el trabajo político­diplomático del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN), las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) y el Partido Comunista Salvadoreño (PCS), a los cuales, el 5 de diciembre, se une el Partido Revolucionario de los Trabajadores Campesinos (PRTC).

La fundación del FMLN es el paso principal en la formación de un siste­ma de alianzas políticas y sociales, que abarca a todas las fuerzas progresistas y de izquierda salvadoreñas. En este sistema convergen las organizaciones político­militares, sus respectivos frentes de masas (obreros, campesinos, ju­veniles, estudiantiles y femeninos), las corrientes políticas organizadas en el Movimiento Popular Social Cristiano (MPSC) y el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), y los sectores representados en el Movimiento Independiente de Técnicos y Profesionales de El Salvador (MITPES). En este proceso, se fundan el 17 de diciembre de 1979, la Coordinadora Político­Militar (CPM), integrada por las FPL, la RN y el PCS;1 el 11 de enero de 1980, la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM), compuesta por sus respectivas organizaciones populares; el 18 de marzo de 1980, el Frente Democrático Salvadoreño (FDS), formado por el MPSC, el MNR y MITPES; el 18 de abril de 1980, el Frente Democrático Revolucionario (FDR), que agrupa al FDS, la CRM y varias organizaciones observadoras; y, el 22 de mayo de 1980, la Dirección Revolucionaria Unificada (DRU), con el ERP,2 las FPL, la RN y el PCS. Este proceso culmina con la creación de la Comisión

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Político Diplomática (CPD) del FDR­FMLN, a finales del mes de noviembre del propio 1980.

La amplitud y solidez del sistema de alianzas construido en torno al FMLN obedece al convencimiento, al que llegaron todas las fuerzas de iz­quierda y progresistas de El Salvador, de que resultaba imposible derrotar al régimen oligárquico­militar por medio de la lucha político­electoral. A ello se sumó la experiencia derivada de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua, cuyo triunfo se produjo después de la reunificación de las tres corrientes en que se había dividido el Frente Sandinista de Liberación Nacional, y del desarrollo de un amplio trabajo político y diplomático, en conjunto con los sectores sociales representados en el Grupo de los Doce.

Así exponía el desaparecido líder histórico del FMLN, Schafik Hándal, las razones que condujeron a la lucha armada revolucionaria en El Salvador:

La guerra fue la consecuencia directa de la imposibilidad de hallarse una so lución legal, democrática y pacífica al injusto, opresivo y represivo sis­te ma económico­social y político imperante en El Salvador. Este sis tema se configuró a partir de la reforma agraria liberal del siglo pasado, cuan­do con la fuerza del Estado se expropió a los pueblos indígenas (Ley de Extinción de Comunidades, 1881) y a los campesinos ejidatarios (Ley de Extinción de los Ejidos, 1882), en beneficio del cultivo del café y de sus cultivadores. Sobre esta base (omitiendo en aras de la brevedad una re lación y un análisis detallado de este proceso), surgió y se enriqueció una oligarquía terrateniente, cafetalera principalmente, que consolidó su mo no polio del poder estatal en los años noventa del siglo xix y originó, así, un régimen político autoritario, muy centralizado y especialmente sangriento en algunos períodos. Tal régimen se extendió —con breves in­terrupciones— durante casi cien años, hasta la firma del Acuerdo de Paz de Chapultepec, el 16 de enero de 1992.3

También es ilustrativo citar la caracterización del Estado salvadoreño hecha por Gregorio Selser en un artículo publicado en El Nacional de Caracas, el 22 de octubre de 1979:

Posiblemente no haya en América Central y en el continente todo un ejemplo igual al que ofrece la historia de la república de El Salvador, en

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El anfitrión del VI Encuentro: el Frente Farabundo Martí 145

cuanto a la ostensible presencia de militares en el poder, en lo tocante a la continuidad de permanencia.

En esta materia, solamente Guatemala se está acercando al récord sal­vadoreño. El caso de la familia Somoza, en Nicaragua, no es válido porque […] —al igual que la familia Trujillo en República Dominicana— se per­mitía ciertos interregnos de fachada civil. En la vecina Honduras hubo […] gobiernos que alternaron el goce pretoriano del poder. El Salvador, en cambio, ofrece la imperturbable frecuencia de regímenes militares que se van sucediendo uno tras otro, con interrupciones brevísimas de uso compartido del poder con figuras civiles, y un único caso —que ratifica la regla— que durará contados meses, de un civil que fungiera como presidente [se refiere a Rodolfo E. Cordón].4

En la década de 1970, a esa historia se suma una sucesión de fraudes que despojan del triunfo a los candidatos presidenciales de la Unión Nacional Opositora (UNO) en las elecciones de 1972 y 1977, y también en las legis­lativas de 1974 y 1976.5 En esta etapa, se producen las masacres del 28 de febrero y el 1ro. de marzo de 1977 contra las manifestaciones de protesta por la viciada elección presidencial del general Carlos Humberto Romero.

Es imposible bosquejar los antecedentes del FMLN sin mencionar a una personalidad política y un acontecimiento que dejaron huellas en la historia de El Salvador: Farabundo Martí y la insurrección campesina e indígena de enero de 1932. La decisión de que el nombre de Farabundo forme parte del apelativo de la organización, constituye un símbolo de que ella hereda las mejores tradiciones de lucha del pueblo salvadoreño.

Agustín Farabundo Martí Rodríguez nace en Teotepeque, La Libertad, departamento de El Salvador, el 5 de mayo de 1893. Era el sexto de los ca­torce hijos de Pedro y Socorro, propietarios de 1 200 hectáreas de tierra. En 1913, comienza la carrera de Jurisprudencia y Ciencias Sociales en la Universidad Nacional, donde se incorpora a las luchas estudiantiles, por las cuales es deportado en 1920 a Guatemala. En ese país prosigue los estudios en la Universidad de San Carlos, actividad que alterna con su desempeño como trabajador eventual en diversos oficios, lo que le permite acercarse a la clase obrera y la población indígena. Por su participación en las luchas del campesinado indígena de El Quiché, se ve obligado a marchar a México, país en el que también se vincula al movimiento obrero.

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146 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

De regreso a Guatemala, en 1925 Farabundo es uno de los fundadores del Partido Comunista Centroamericano. En 1927, este partido fue disuelto y Farabundo deportado a El Salvador, y de ahí a Nicaragua, de donde re­gresa clandestinamente a su patria. Entre 1927 y 1928, trabaja en la creación de la Federación de Trabajadores Revolucionarios de El Salvador (FTRS), y en ese último año establece contacto con la Liga Antimperialista de las Américas, que lo designa como su representante ante el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, donde trabaja en el secretariado del general Augusto C. Sandino y alcanza en combate el grado de coronel.

Tras participar en la gesta antimperialista nicaragüense, Farabundo asu­me en México la dirección del Socorro Rojo Internacional en América Latina. En 1930, de regreso a El Salvador, es uno de los principales protagonistas de la fundación del PCS. Deportado de nuevo a finales de 1930, regresa clan­destinamente a su país el 1ro. de febrero de 1931 y se reincorpora a la lucha en medio del agravamiento de la situación política, económica y social, re­sultante de la Gran Depresión. Fue uno de los líderes fundamentales de la insurrección campesina e indígena del 22 de enero 1932. Antes del inicio de esa insurrección, en la noche del 19 de enero, fue capturado por los cuerpos represivos, junto a Alfonso Luna y a Mario Zapata; a los tres se les aplicó la pena de muerte por fusilamiento el 1ro. de febrero.6

La insurrección de 1932 fue derrotada en tres días mediante una re­presión cuyo saldo estimado, según diversas fuentes, oscila entre 16 000 y 30 000 muertos. Ese movimiento se produce en una situación caracteriza­da por el aumento de la concentración de la propiedad rural, la polarización social entre indígenas y ladinos, el impacto de la crisis capitalista mundial, y la influencia de la Revolución Mexicana, la Revolución de Octubre y la lucha del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional en Nicaragua.

En medio de la Gran Depresión, que en El Salvador provocó desempleo y hambruna generalizados, el triunfo en la elección presidencial de 1930 del candidato del Partido Laborista, ingeniero Arturo Araujo, generó ilusiones con respecto a una mejora socioeconómica que el nuevo mandatario no es­taba en condiciones de realizar, por lo cual recurrió a una espiral represiva. Ante el aumento de la tensión social, la oligarquía cafetalera promovió el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1931 que impuso en la presidencia al general Maximiliano Hernández Martínez, quien cometió fraude en las

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El anfitrión del VI Encuentro: el Frente Farabundo Martí 147

elecciones de alcaldes del 6 de enero de 1932 y canceló las elecciones de di­putados convocadas para el día siguiente, en ambos casos, para evitar el triunfo de los candidatos comunistas que eran los favoritos en muchos luga­res. Estos fueron los detonantes de la insurrección que, tras varias posposi­ciones, se desencadena el 22 de enero del mismo año. De manera que, a raíz del golpe de Estado de diciembre surge, y de la derrota de la insurrección de enero se consolida, la dictadura de Maximiliano Hernández (1931­1944).

Las causas de la derrota de la insurrección fueron la falta de un progra­ma revolucionario, la inexperiencia de su organización dirigente, el PCS —que había sido fundado apenas veinte meses antes—, el conocimiento que tenía el gobierno de los preparativos insurreccionales, la captura de sus principales líderes —entre ellos Farabundo Martí— y la sobrevaloración de las fuerzas propias y del apoyo que los insurrectos pensaban recibir de va­rias unidades militares comprometidas a unírseles. Entre sus consecuen­cias, se destacan la desarticulación temporal del PCS y sus organizaciones de masas; la afirmación de la hegemonía de la oligarquía cafetalera en de­trimento de los sectores burgueses interesados en la industrialización; el afianzamiento de la dictadura militar como garante de los intereses de la oligarquía cafetalera; y el apoyo del gobierno estadounidense a la dictadura de Maximiliano Hernández, a la cual se había negado a reconocer antes de la insurrección.7

La historia de la más antigua de las organizaciones miembros del FMLN comienza el 30 de marzo de 1930, cuando un grupo de obreros, campesi­nos e intelectuales, funda el Partido Comunista Salvadoreño. Al nacimiento del PCS le antecede la creación, en septiembre de 1924, de la Federación de Trabajadores Revolucionarios de El Salvador8 y la formación en Guatemala, por iniciativa de luchadores guatemaltecos y salvadoreños, en mayo de 1925, del Partido Comunista de Centroamérica. Después del surgimiento del PCS, en mayo de 1930, nace la Sección Salvadoreña del Socorro Rojo Internacional, que fue dirigida por Farabundo Martí.

El fracaso de la insurrección de 1932 y los cambios en la línea política de la Internacional Comunista —que, en respuesta al fortalecimiento del fas­cismo, orienta a todos sus afiliados emplearse a fondo en la formación de frentes amplios— conducen al PCS a adoptar una estrategia de acumulación de fuerzas a largo plazo. Esta estrategia no fructifica en el terreno electoral,

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porque la dictadura de Maximiliano Hernández da inicio a más de cinco décadas de control oligárquico­militar de la política nacional, encubierto, en algunas etapas, por un partido único legalmente permitido, que es, en su gobierno, PRO­PATRIA, en el del coronel Óscar Osorio (1950­1956), el Par­tido Revolucionario de Unificación Democrática (PRUD), y en el del coronel Julio Alberto Rivera (1962­1967), el Partido Conciliación Nacional (PCN). No obstante, tras sufrir la represión de 1932, el PCS se reconstruye y promueve la creación de nuevas organizaciones políticas y sociales.

En la historia de los comunistas salvadoreños posterior a 1932 resal­tan su participación en la insurrección del 2 de abril de 1944 y la huel­ga general de brazos caídos del 9 de mayo de ese mismo año, día en que el general Maximiliano Hernández fue sustituido en la presidencia por el general Andrés Ignacio Menéndez;9 la fundación, en 1959, junto a otras organizaciones, del Frente Nacional de Orientación Cívica (FNOC), que el 26 de octubre de 1960 derrocó a la dictadura de José María Lemus y abrió paso a la instauración de una Junta de Gobierno;10 la creación, junto a otras organizaciones, del Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR), que luchó, desde junio de 1961 hasta mediados de 1965, en respuesta al golpe militar del 25 de enero de 1961, el cual depuso a la Junta de Gobierno. Los Grupos de Acción Revolucionaria (GAR) que operaron entre 1961 y 1965, integrados por más de dos mil militantes organizados en ocho columnas, le aportaron al PCS una valiosa experiencia político­militar.11

En el ámbito electoral, los comunistas salvadoreños también poseen una larga trayectoria. En 1932, el PCS participa en las elecciones de alcaldes del 6 de enero y presenta candidatos a las elecciones de diputados del 7 de enero (canceladas por la dictadura); en 1944, integra el Partido Unidad Democrática (PUD); en 1951­1952, se suma al Partido Acción Renovadora (PAR); en 1959, participa en la formación del Partido Revolucionario Abril y Mayo (PRAM); en 1966, interviene en la formación del Partido Acción Renovadora Nueva Línea (PAR Nueva Línea); en 1968, el proscrito PAR ayu­da a recolectar firmas para inscribir al Movimiento Nacional Revolucionario (MNR); en 1970­1971, se produce el intento fallido de registrar el Partido Revolucionario 9 de mayo (PR­9M) y posteriormente establece un acuerdo con la Unión Democrática Nacionalista (UDN) para participar aliados en las elecciones de diputados y concejos municipales de 1970; en 1971, el PCS

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y la UDN proponen al MNR y al Partido Demócrata Cristiano (PDC) crear la Unión Nacional Opositora (UNO), cuyos candidatos fueron despojados de sus victorias en las elecciones presidenciales de 1972 y 1977, y también sufrieron fraudes en las legislativas de 1974 y 1976.

Los primeros brotes de lucha armada en El Salvador se producen en­tre 1968 y 1970, durante la dictadura del general Fidel Sánchez Hernández, en medio de una avalancha de nuevos movimientos obreros, campesinos, femeninos, juveniles, estudiantiles y cristianos, que no solo son objeto de la represión oficial, sino también de la acción terrorista de los nacientes grupos paramilitares de derecha, entre los cuales resaltan la Organización Democrática Nacionalista (ORDEN) y la Unión Guerrera Blanca (UGB).

Las organizaciones político­militares que años más tarde se unirían en el FMLN provienen de dos matrices fundamentales. Una fue formada por jóvenes provenientes del movimiento estudiantil socialcristiano, la Ju­ventud Demócrata Cristiana y la Juventud Comunista Salvadoreña, que con vergen en la creación en 1972 del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), del cual en 1975 se escinde un grupo que funda las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN), y en este, a su vez, se produce, casi de inmediato, otra ruptura, de la que surge el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC). La otra matriz es el Partido Comunista Salvadoreño, con el cual rompe en 1970 la fracción que funda las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL). Una década más tarde, en 1980, tras un lento proceso, primero para adoptar la decisión, y luego para al fin ejecutarla, el propio PCS se incorpora a la lucha armada.

Los embriones que anteceden al Ejército Revolucionario del Pueblo son Acción Revolucionaria Salvadoreña (ARS) —que opera entre finales de 1968 e inicios de 1969— y otro bautizado por los medios de prensa como «El Grupo» —que opera entre 1969 y 1970—, ambos desarticulados en pocos meses. En 1970 surgen de forma simultánea los Comandos Organizadores del Pueblo (COP) —creados en la Universidad de El Salvador, entre otros, por Rafael Arce Zablah, Joaquín Villalobos y Ana Guadalupe Martínez— y otro grupo escindido de la Juventud Comunista —integrado por Vladimir Rigel, Jorge Meléndez, Mercedes del Carmen Letona y otros—. Durante 1971 y principios de 1972, se produce una primera fase de convergencia de estos dos núcleos, durante la cual se articulan, de manera casi federativa, median­

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te el establecimiento de un mecanismo de coordinación. La acción pública con la que se da a conocer el ERP, denominada «La guerra de los pobres ha comenzado; la paz de los ricos ha terminado», tuvo lugar el 2 de marzo de 1972 frente al Hospital Bloom de San Salvador. Ese año se intensifican los intercambios con las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, que incluyen la publicación de un comunicado y la adopción de acuerdos conjuntos sobre la creación de una organización de masas, proceso que fue interrumpido por los problemas internos del ERP.

En 1973, el protagonista de la fusión de los grupos que formaron al ERP, Alejandro Rivas Mira, se convierte en el primer jefe político y militar de esa organización. Entre 1973 y 1974 se producen las pugnas entre quienes pri­vilegiaban un enfoque militarista orientado a fomentar una insurrección a corto plazo, y quienes favorecían el trabajo de masas. El desenlace de este choque fue el asesinato en 1975 de Roque Dalton sobre la base de la fal­sa acusación de que era agente de la CIA, y también del obrero Armando Arteaga (Pancho), devenido uno de los principales jefes militares del ERP, acusado de insubordinación por negarse a cumplir la orden de captura con­tra Dalton.

El asesinato de Roque Dalton fue el catalizador de la consolidación del enfoque militarista y autoritario, el desmantelamiento de las organizaciones de masas del ERP —en particular, las Ligas Campesinas y la organización juvenil y estudiantil Frente Luis Moreno (FRELAM)— y la ruptura con esa organización del grupo que funda las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN). En 1975, el primer pleno del ERP adoptó un conjunto de decisiones para solucionar esta crisis,12 entre ellas, formar el Partido de la Revolución Salvadoreña (PRS), con el fin de erradicar las decisiones indivi­duales e implantar el centralismo democrático, proceso en el que resalta la figura de Rafael Arce Zablah, quien cayó en combate, en el mes de septiem­bre de ese mismo año, después de la toma de Villa El Carmen.

Con el propósito de neutralizar el aislamiento en que quedó sumido el ERP a raíz del asesinato de Dalton, la dirección encabezada por Alejandro Rivas Mira anuncia a fines de 1975 la afiliación del PRS a la corriente de partidos comunistas marxistas­leninistas (ML), que entonces se identificaba con el maoísmo. Sin embargo, el desplazamiento de Rivas Mira de la direc­ción —mientras realizaba una visita a la República Popular China— y el

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fusilamiento de Vladimir Rigel (Humberto) —ordenado en enero de 1976 por la nueva jefatura—, provocan la escisión del grupo que secundaba a ambos. En 1977, el PRS­ERP «se aproxima al reconocimiento del error en los sucesos que llevaron a la muerte de Roque y Pancho y a la separación de la Resistencia Nacional»,13 y rectifica el abandono del trabajo de masas. Con este último propósito crea las Ligas Populares 28 de Febrero (LP­28), encar­gadas de capitalizar la acumulación social que la guerrilla había alcanzado en varias regiones del país.

En enero de 1980, las LP­28 participan en la fundación de la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM) junto al Bloque Popular Revolucionario (BPR), la UDN y el MLP, como paso previo a la participación del propio ERP en la fundación del FMLN, el 10 de octubre de 1980. Del período previo al nacimiento del FMLN, vale la pena resaltar que, en 1979, un contingente de jefes y combatientes del ERP participa en la ofensiva final que condujo, el 19 de julio, a la victoria de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua, y que, en respuesta al golpe de Estado ocurrido en El Salvador el 15 de octu­bre de ese mismo año el ERP ocupa varias poblaciones.

A pesar del proceso autocrítico por el que el PRS­ERP atravesó en 1977, y también de que en 1984 se creó el Comité Central del PRS y se activaron sus comités regionales, el verticalismo de la dirección siguió prevaleciendo por encima del debate político, deficiencia que generó contradicciones entre la Comisión Política y las estructuras intermedias, en temas como el proceso de paz, entre otros, debido a la falta de debate y consulta. Este distanciamien­to explica la razón por la cual, cuando Joaquín Villalobos, Ana Guadalupe Martínez y otros altos dirigentes del ERP rompen con el FMLN, fundan el llamado Partido Demócrata y negocian espacios político­institucionales con el gobierno de la Alianza Republicana Nacional (ARENA), lo que reciben es el repudio de la inmensa mayoría de los cuadros intermedios y las bases de esa organización.14

Las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN) nacieron el 10 de mayo de 1975, como un desprendimiento del ERP protagonizado por el sector que rechazaba el enfoque militarista predominante dentro de esa organización y abogaba por la combinación de diversas formas de lucha: armada, política y social. Entre sus líderes fundadores sobresalen Ernesto Jovel como secretario general, Eduardo Sancho (Fermán Cienfuegos), Julia

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Rodríguez y Lil Milagro Ramírez. Este es el sector que dentro del ERP pro­mueve la estrategia de resistencia nacional antifascista y que organiza en su seno el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU). Como ya se explicó, el detonante de la ruptura fue el asesinato de Roque Dalton y de Pancho.15 En correspondencia con su estrategia multifacética, esta nueva organización creó una estructura formada, en un primer nivel, por las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN) como cuerpo armado y el FAPU —cuyo núcleo principal también se escinde del ERP— como organización de ma­sas. En un segundo nivel, el FAPU conducía a Acción Revolucionaria de Estudiantes de Secundaria (ARDES), el Frente Universitario de Estudiantes Universitarios Salvador Allende (FUERSA), el Movimiento Revolucionario Campesino (MRC) y Vanguardia Popular (VP)­Federación Nacional de Sin­dicatos de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), y las publicaciones Por la causa proletaria —su órgano principal—, Polémica —su revista de de­bate—, el periódico del FAPU y los boletines campesinos Cartas a Domingo Beltrán. Posteriormente, entre 1976 y 1977 a las FARN se une otro grupo escindido del ERP, la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) —junto con su brazo armado el Frente Revolucionario de Acción Popular (FRAP)—, y también en ese momento se le incorpora el Frente Obrero Campesino (FOC).

En 1978 y 1979, la RN registra su mayor acumulación social, mediante la fundación de las milicias populares, encargadas de la propaganda armada; los Grupos Armados Selectos de Masas (GASMAS), responsabilizados con la autodefensa armada en apoyo a las manifestaciones de masas; y un salto cualitativo de la guerrilla urbana, con sabotajes, emboscadas, ataques a las instalaciones de los cuerpos represivos y el surgimiento de los comandos urbanos encargados de operaciones especiales para la obtención de fondos. En septiembre de 1980, perece en Panamá, en un accidente aéreo, Ernesto Jovel, secretario general de la RN.

El Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), que años más tarde cambia su nombre por Partido Revolucionario de los Trabajadores Campesinos, nace en enero de 1976. En este caso, se trata de una corriente que rompe con la ORT y con el FAPU en febrero de 1975. La fundación del PRTC es el desenlace final de un debate iniciado a finales de 1974 en el seno de la ORT sobre si la organización revolucionaria de­

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bía tener un carácter nacional o centroamericano.16 Cuando se produce esta ruptura, la corriente que defendía la formación de una estructura nacional, solo salvadoreña, conservó el nombre de ORT, mientras que la corriente centroamericanista, se dedicó durante 1975 a elaborar las tesis y realizar los pre ­congresos que crean direcciones zonales en Costa Rica, Honduras y El Salvador, complementadas por núcleos en México y los Estados Unidos, y por militantes en Belice, Guatemala, Panamá y Nicaragua. Los principales promotores salvadoreños de esta iniciativa fueron Mario López, Manuel Federico Castillo, Nidia Díaz, Francisco Veliz y Humberto Mendoza. Este proceso desemboca en la celebración de un I Congreso de delegados de todos los países centroamericanos, instalado en Costa Rica en diciembre de 1975, del que surge el PRTC el 25 de enero de 1976,17 cuyo primer se­cretario general fue el doctor Fabio Castillo. En los tres años subsiguientes, el PRTC construye su trabajo partidista en Guatemala, Honduras y Costa Rica, mientras en El Salvador crea los Comandos de Liberación Nacional (CLN), luego rebautizados como Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Aunque el objetivo fuese loable, el concepto de un partido centroameri­cano se convirtió en freno para su filial salvadoreña, por ser la que actuaba en el país de mayor desarrollo de la lucha revolucionaria en la región, des­pués de Nicaragua, donde la Revolución Popular Sandinista estaba casi a punto de triunfar, pero el PRTC no se había ramificado allí. Por este motivo, el II Congreso del PRTC, realizado en la clandestinidad en Tegucigalpa, en abril de 1979, acordó concederle independencia táctica a sus direcciones zo­nales (nacionales), ya que la subordinación a la Comisión Política Regional y al Comisario Militar Regional, le impedía al PRTC salvadoreño actuar con la agilidad necesaria.18 Finalmente, para poder incorporarse al FMLN, lo que no logró el propio 10 de octubre de 1980 porque las otras organizaciones no aceptaban la doble subordinación derivada de su dependencia de una estructura regional, la dirección zonal salvadoreña del PRTC promovió la celebración en Managua, Nicaragua, de una reunión del Comité Central de esa organización que sustituyó la dirección regional por una Conferencia de Partidos Revolucionarios de Centroamérica. Este paso, unido al cambio del nombre Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos por el de Partido Revolucionario de los Trabajadores Campesinos, abrió el camino a la incorporación del PRTC al FMLN, el 5 de diciembre de 1980.

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De la vertiente que se origina en el Partido Comunista Salvadoreño, la primera en emprender la lucha armada fue el fraccionamiento encabezado por su propio secretario general, Salvador Cayetano Carpio, del que se des­prende la mayoría de sus cuadros con experiencia político­militar,19 que fun­dan las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL).

Salvador Sánchez Cerén, secretario general de las FPL de 1983 a 1995, momento de su disolución en el seno del FMLN, afirma que a raíz del triun­fo de la Revolución Cubana y de la evidente obsolescencia de la estrategia de acumulación de fuerzas adoptada por el PCS tras el fracaso de la insu­rrección de 1932, ese partido llegó a la conclusión de que era inevitable em­plear la violencia revolucionaria. Sin embargo,

se siguieron privilegiando los medios pacíficos y la lucha armada quedaba relegada como forma de lucha necesaria solamente durante el período de los combates decisivos por la toma del poder por medio de la insurrección popular. Se establecieron como premisas para el inicio y desarrollo de la lucha armada organizar a la clase obrera de la ciudad y del campo, crear la unidad sindical; organizar al campesinado, crear la alianza obrero­ campesina y organizar a los diferentes sectores populares.20

Tras diez años de debates en el PCS y el movimiento sindical sobre las for­mas de lucha, la ruptura del grupo fundador de las FPL se produjo después de la «guerra del fútbol» y de las elecciones de 1969­1970. Las FPL asumie­ron la estrategia de guerra popular prolongada (GPP). En sus veinticinco años de existencia (1970­1995), las FPL atraviesan tres etapas: entre 1970 y 1974, desarrollan una estrategia político­militar basada en la combinación de diversas formas de lucha social, política y militar, crean la guerrilla ur­bana, despliegan en el campo las primeras unidades del Ejército Popular de Liberación (EPL), forman las Milicias Populares de Liberación y fundan, en 1974, el Bloque Popular Revolucionario (BPR); entre 1975 y 1980, se pro­duce un auge de la lucha de masas estimulada por el BPR y a finales de ese período participan en el proceso de formación de alianzas que conduce a la fundación del FMLN; y entre 1981 y 1992, como miembro del FMLN, con­tinúan la lucha revolucionaria y participan en el proceso de negociaciones que conduce a la firma de los Acuerdos de Chapultepec. En este último pe­ríodo, en 1983, las FPL atraviesan por una crisis interna debido al asesinato

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de su segunda jefa, la comandante Ana María, ordenado por el secretario general de esa organización, Salvador Cayetano Carpio (Marcial), quien se suicida cuando se descubre su responsabilidad en el hecho, desencadenado por un tratamiento incorrecto de discrepancias sobre la política de unidad en el seno del FMLN. El 9 de diciembre de 1995, se celebra el Congreso en la Finca El Espino, donde se acuerda la integración plena de los militantes de las FPL al FMLN.

Con respecto a la actitud del PCS en el momento en que se produjo el fraccionamiento de 1970, Schafik Hándal explica que:

El PCS pensaba en aquel tiempo que no era suficiente con que la lucha electoral estuviera agotada en opinión de la dirigencia revolucionaria, sino que era necesario que las mayorías populares lo llegaran a compren­der así y ello solamente sería posible por medio de su propia experiencia en la lucha electoral.21

Mediante la lucha electoral conjunta con otras fuerzas políticas en el seno de la UNO y la lucha reivindicativa desarrollada con las organizaciones sindica­les, campesinas, estudiantiles, intelectuales y otras, el PCS siguió el proceso que lo conduciría, diez años después de la ruptura de las FPL, a emprender él mismo la lucha armada. El PCS da este «viraje» luego de las masacres del 28 de febrero y el 1ro. de marzo de 1977. Sin embargo, esa decisión tarda en materializarse, pues eso ocurre a partir del 24 de marzo de 1980, día que fue asesinado el arzobispo de San Salvador, monseñor Oscar Arnulfo Romero. En este momento se fundan las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), inte­gradas inicialmente por militantes del partido y la juventud, a los que luego se suman combatientes voluntarios. Con palabras de Schafik:

Al PCS le resultó dificultoso y lento realizar ese viraje a lo largo de dos años, después de su prolongada participación en la lucha legal, paradó­jicamente realizada desde la ilegalidad en que fuera mantenido perma­nentemente desde 1932. La preparación y realización de su VII Congreso —marzo de 1979—, la participación solidaria de un contingente de mili­tantes suyos en la ofensiva que llevó a la victoria a la Revolución Popular Sandinista […], fueron decisivas para la consumación de su incorporación a la lucha armada, con lo cual pudo realizar también su importante contri­

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bución al logro de la unidad de las fuerzas revolucionarias en el FMLN, a la concertación con las fuerzas democráticas y a la constitución del Frente Democrático Revolucionario (FDR).

Schafik argumenta que, aunque durante largo tiempo hubo un fuerte en­frentamiento entre los sectores de la izquierda que emprendieron la lucha armada y los que se mantuvieron en la lucha electoral y reivindicativa, al final ambas terminaron siendo complementarias porque cada una aportó al naciente FMLN el resultado de la acumulación política y social realizada en sus respectivos ámbitos.

El 15 de octubre de 1979, un golpe de Estado ejecutado por la Juventud Militar derroca a la dictadura del general Carlos Humberto Romero y procede, como otras veces había ocurrido en la historia de El Salvador, a formar una Junta de Gobierno y un gabinete compuestos por civiles y mi­litares. También como en las ocasiones anteriores, pronto se retiraron del gobierno sus integrantes progresistas —entre finales de diciembre y los pri­meros días de enero— y, acto seguido, la dirección del Partido Demócrata Cristiano rompe su alianza con los sectores progresistas con los que había integrado la UNO, y en la postrimerías de febrero de 1980, José Napoleón Duarte, asume el liderato (formal) de la tercera Junta Cívico­Militar. Entre los hechos posteriores, resalta el asesinato de monseñor Romero, ocurrido el día 24 de marzo, la masacre de la multitud que acudió a su entierro dos días después y el asesinato de toda la dirigencia del Frente Democrático Revolucionario, el 27 de noviembre. Fue en medio de esta situación que, el 10 de octubre se fundó el FMLN, organización que de inmediato se pro­puso lanzar una ofensiva final el 10 de enero de 1981 que, si bien no logró la conquista del poder, sí marcó un salto cualitativo en la combinación de todas las formas de lucha, con énfasis en la lucha armada.

Frente al enfoque militarista con respecto al conflicto salvadoreño adop­tado por la administración del presidente Ronald Reagan, consistente en otorgar al gobierno una elevada ayuda militar y económica —con el doble propósito de aniquilar a la insurgencia y dar una imagen de mejoramiento de la situación social—, el FMLN siempre enarboló la bandera de la solución política negociada,22 al tiempo que priorizaba la guerra de desgaste contra objetivos económicos para frustrar la estrategia contrainsurgente.

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Después de la ofensiva lanzada por el FMLN en septiembre y octubre de 1989, cuando era más que evidente que el conflicto salvadoreño no tendría un desenlace militar a favor del gobierno, el presidente Alfredo Cristiani, en cumplimiento de la política de doble carril emprendida por la administración de George H. Bush, empezó a tomar en serio la posibili­dad de una solución política negociada, cuyo desenlace fue la firma de los Acuerdos de Chapultepec el 16 de enero de 1992.

Los objetivos alcanzados por el FMLN en los Acuerdos de Chapultepec fueron: reducir a dos las misiones ordinarias que la Fuerza Armada tenía en la Constitución, la defensa de la soberanía y de la integridad territorial; abo­lir el reclutamiento militar forzoso; abolir la Doctrina de Seguridad Nacional; sacar la seguridad pública del control de la Fuerza Armada; disolver los cua­tro cuerpos de seguridad (Guardia Nacional, Policía de Hacienda, Policía de Aduana y Policía Nacional); crear la Academia Nacional de Seguridad Pública y la Policía Nacional Civil; disolver las Defensas Civiles; disolver el Servicio Territorial del Ejército; disolver los batallones contrainsurgentes; reducir el número de efectivos de la Fuerza Armada a la mitad (quedó ini­cialmente en treinta mil y luego siguió disminuyendo); depurar el cuerpo de oficiales y jefes; y reformar la educación militar.23

Tras la firma de los acuerdos de paz, el FMLN emprende su transfor­mación en partido político legal e inicia la lucha por exigir el cumplimiento de lo pactado por parte del gobierno. En marzo de 1994, el FMLN participa en su primera elección, con Rubén Zamora como candidato presidencial, Schafik Hándal como candidato a alcalde de San Salvador, y otros candida­tos y candidatas a diputados y alcaldes. Con 25,6% de los votos obtenidos por Zamora en la primera vuelta electoral y 31% que recibió en la segunda,24 unido a veintiún diputados que fueron electos con el 24% de la votación25 y quince alcaldes, el FMLN se convirtió en la segunda fuerza política y electo­ral del país.

Tras la elección de 1994 se intensifica el enfrentamiento que desemboca en la ruptura con el FMLN de los principales dirigentes del ERP y de la RN, y el 5 de agosto de 1995 las organizaciones miembros del FMLN se funden en un solo partido. Este proceso, que despertó gran interés en toda la iz­quierda latinoamericana, convirtió al FMLN en un anfitrión idóneo para el VI Encuentro del Foro de São Paulo.

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El Encuentro de San Salvador

Los días 8 y 9 de septiembre de 1995 se realizó en San Salvador la reunión del Grupo de Trabajo que definió los criterios para realizar el VI Encuentro. A propuesta de los anfitriones, se decidió que el tema central del evento sería «Propuestas económicas, políticas y sociales de la izquierda latinoame­ricana ante el modelo neoliberal», y que el debate estaría basado en un docu­mento central elaborado a partir de seminarios preparatorios sobre diversos aspectos de la actividad de la izquierda, incluido uno de parlamentarios que se realizaría en La Habana en el primer semestre de 1996. Los propósitos del FMLN eran consolidar su programa político y económico, lanzar la campa­ña electoral para los comicios presidenciales y legislativos de 1997, y reacti­var los vínculos con figuras y organizaciones del movimiento social.

Del 29 de febrero al 2 de marzo de 1996 se efectuó en San Salvador una reunión del Grupo de Trabajo destinada a evaluar los preparativos del VI Encuentro. Los trabajos se caracterizaron por la buena organización por parte de los anfitriones y por la calidad de los debates. Entre los princi­pales acuerdos adoptados se destaca la agenda, el temario y la fecha de la reunión de parlamentarios que se realizaría en La Habana. Se elaboró una Carta Abierta al presidente William Clinton contra la aprobación de la Ley Helms­Burton.

Una importante actividad previa al VI Encuentro fue la reunión de parla­mentarios celebrada en La Habana con la asistencia de ciento setenta y un legisladores y legisladoras de diecisiete países de América Latina y el Caribe, los días 14 y 15 de junio de 1996. Los temas abordados, referidos a la soberanía y a la integración de la región, fueron: «Parlamento, democracia y neolibera­lismo en los noventa»; «Parlamentos en el Tercer Milenio»; y «Parlamentos re­gionales: soberanía, autodeterminación, democracia e integración en América Latina y el Caribe». La característica principal fue la amplia y plural represen­tación de fuerzas políticas que, además de los legisladores de los partidos

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El Encuentro de San Salvador 159

y movimientos políticos miembros del Foro, incluyó a partidos de centro y centroderecha. En ello influyó el desgaste de la credibilidad del neoliberalis­mo —que impactaba ya incluso en las filas de las fuerzas políticas tradicio­nales— y el sentimiento generalizado de solidaridad con Cuba a partir de la entonces reciente aprobación de la Ley Helms­Burton.

Entre los seminarios temáticos realizados los dos días anteriores al VI En cuentro, sobresalió el Primer Taller Continental de Mujeres de Izquierda, efectuado el 23 y 24 de julio en San Salvador, que dio continuidad a un es­fuerzo inicial de abordar esta temática dentro del Foro de São Paulo rea­lizado en La Habana durante el IV Encuentro de 1993. El documento final, hecho suyo por el VI Encuentro, afirma que la mujer necesita liberarse de la opresión capitalista y de la opresión de género; realiza propuestas de so­luciones en los ámbitos económico, de derechos humanos, de participación política, de salud y sexualidad, cultura y comunicaciones, y hace aportes a la Declaración de San Salvador, cuya proyecto inicial carecía de una pers­pectiva de género.

La inauguración del VI Encuentro se efectuó el 26 de julio de 1996 en el Gimnasio Nacional de San Salvador, con una asistencia de diez mil especta­dores y amplia cobertura de televisión, radio y prensa escrita. Además de las plenarias inicial y final, sesionaron nueve comisiones que abordaron, ade­más del documento central, temas sobre género, parlamentarios, medio am­biente, juventud, cultura e identidad, migración, relaciones con la izquierda europea, y relaciones con la izquierda de América del Norte. También se realizó una reunión entre el Grupo de Trabajo y activistas de solidaridad procedentes de América del Norte y de Europa.

El evento estuvo matizado por el enfrentamiento sobre el contenido del documento central, la política de ingresos, los motivos por los que un grupo de fuerzas políticas de centroizquierda no participaba de manera sistemática en el Foro —y qué hacer con respecto a ello— y acerca de quiénes deberían ser las contrapartes del Foro de São Paulo en Europa. No obstante, a dife­rencia de ocasiones anteriores, los debates fueron encauzados de tal manera que no pusieran en peligro el éxito de la reunión ni el futuro del Foro, pues se apreció una coincidencia general en la necesidad de mantener y consoli­dar este espacio de intercambio y acción política.

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160 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

Una de las principales características del VI Encuentro fue la discusión, por primera vez, de un documento base, elaborado y circulado previamente por el Grupo de Trabajo, lo que permitió concentrar los debates en torno a un conjunto de tesis sobre los proyectos de sociedad alternativa que se propone la izquierda latinoamericana y caribeña. Debido a la diversidad de puntos de vista, se decidió divulgar ese documento en forma de libro, que contuvie­se como anexos las contribuciones de las distintas delegaciones. Ese método constituyó un paso de avance en el funcionamiento organizativo del Foro.

Un hecho que es preciso registrar, para retomar ese tema cada vez que sea necesario en el resto de esta historia, es que al VI Encuentro asistió el teniente coronel retirado Hugo Chávez, entonces líder del Movimiento Bolivariano 200, recién salido de la prisión tras el fracasado golpe de Estado que protagonizó en febrero de 1992. Chávez solicitó hablar en plenaria para lo cual el Grupo de Trabajo hubiese tenido que adoptar, por consenso, la decisión de hacer con él una excepción, porque la lista de oradores había sido previamente acordada con criterio estricto. No hubo consenso, en aque­lla ocasión, para concederle lo solicitado, por lo que el anfitrión, Schafik Hándal, al verse imposibilitado de cumplir el deseo de su invitado, le facilitó como tribuna la comisión que él presidía. Hay quienes especulan que el hoy presidente Chávez todavía guarda cierto resquemor por aquel incidente, lo cual me parece absurdo. Si bien la delegación cubana defendió hasta último minuto el criterio de concederle la palabra, en rigor, hay que reconocer que no se le dio un trato discriminatorio, solo se le aplicó el reglamento. Es cierto que le faltó sensibilidad política a quienes se opusieron, pero seguramente hoy no lo harían, es decir, ellos no podían adivinar el futuro de aquel hu­milde participante en una reunión del Foro, que no tenía credenciales de la Nueva Izquierda. Además, su recuerdo debe ser grato porque allí encontró la actitud solidaria de Schafik y de muchos otros, con quienes entabló una relación de compañerismo y amistad. Por eso —insisto— su recuerdo y su actitud hacia el Foro no pueden ser negativos. Lo otro es que, como dice el refrán, la victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana. Si lo pa­rafraseamos, en este caso sería que las decisiones acertadas tienen muchos padres, pero las desacertadas son huérfanas. Esa fue una decisión huérfana, pues ahora todo el mundo critica lo sucedido, pero ya nadie se acuerda de quién objetó que Chávez hablara en aquella ocasión.

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El Encuentro de San Salvador 161

La Declaración de San Salvador caracteriza al Foro de São Paulo como un espacio antimperialista de encuentro, acción, solidaridad y formulación de proyectos alternativos en el movimiento democrático y revolucionario de la región, en el que convergen corrientes de diverso origen. A ello añade que la diversidad, causa en el pasado de muchas divisiones, hoy se convierte en un factor de enriquecimiento del debate de ideas, de propuestas y acciones co­munes, pues se parte de la imperiosa necesidad de derrotar al neoliberalis­mo. Como en ocasiones anteriores, así quedaron reflejados en la Declaración los debates sobre objetivos y formas de lucha de la izquierda:

Se escucharon diversas aportaciones sobre el origen y el sustento de la democracia, de su proyección, de su contenido de clase, distintas valo­rizaciones sobre socialismo y las vías para construirlo, sobre los sujetos históricos, políticos y sociales, sobre las políticas de alianzas tanto en lo político como en lo social y la participación de la izquierda en el gobierno en esta coyuntura mundial.

Los partidos del Foro de São Paulo se proponen impulsar y apoyar todas las iniciativas tendentes a elevar la participación y decisión democrática de los pueblos en aras del desarrollo económico­social, sostenible y con equidad, de la preservación de la vida en el planeta, de la defensa de la soberanía y la identidad nacional, de la defensa de los derechos ina lie­nables del ser humano, de la superación de las desigualdades entre los géneros y la superación de todo tipo de discriminación social, étnica y cultural. Debemos ser nosotros los abanderados, de valores como la hones­tidad, la verdad, la sencillez, la transparencia, el respeto de lo co lec tivo, lo autónomo y lo solidario, la búsqueda para encontrar y que prevalezca la verdad y el interés mayoritario.1

En cuanto a la política de ingresos, se polarizaron las posiciones entre los partidarios de estabilizar la participación plena de los partidos de la cen­troizquierda latinoamericana, y los que abogaron por un Foro no discri­minatorio en función del tamaño o el radicalismo de las posturas de los partidos y movimientos políticos que desean ingresar, o para complacer a los «grandes partidos» que se busca atraer. Ese enfrentamiento trascendió a la plenaria final, aunque ambas partes tuvieron cuidado en no presionar por un desenlace que pusiera en peligro la armonía del evento.

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El Encuentro de Porto Alegre

El éxito de la metodología utilizada en el Encuentro de San Salvador y la proximidad del tercer ciclo electoral en el que participaría la izquierda lati­noamericana y caribeña después del llamado proceso de democratización, llevaron al Grupo de Trabajo a proponerse dar un salto cualitativo en el fun­cionamiento de ese agrupamiento político regional. Reunido en la Ciudad de México, los días 25 y 26 de octubre de 1996, el Grupo decidió que el Foro debía rebasar la «búsqueda de alternativas», por considerarla una meta muy amplia y a largo plazo que no se correspondía con las necesidades y las posi­bilidades del momento, y pasar a la elaboración de propuestas concretas de políticas de izquierda. Con tal propósito, se elaboró un inventario de temas que se debían estudiar y debatir, para lo cual serían asignados a los partidos miembros del Grupo cuyos especialistas redactarían los textos bases de las discusiones. Las subsiguientes reuniones de ese órgano estarían dedicadas a analizar las propuestas de políticas concretas de izquierda que se incluirían en el documento base del VII Encuentro.

El clima que llevó al Grupo de Trabajo a plantearse objetivos superiores, también se reflejó en la flexibilización de las normativas del Foro. Las modi­ficaciones acordadas fueron:

• Se creó la categoría de invitados. El reglamento decía que el Foro no promueve la asistencia a sus reuniones de quienes no fuesen miem bros, pero en realidad eso no se cumplía porque cada una de las principales fuerzas del Grupo de Trabajo promovía, de manera dis creta, la asis­tencia de partidos y movimientos políticos afines a sus respectivas posiciones. En virtud de la confianza mutua que se venía construyendo entre los miembros del Grupo, se decidió que, en lo adelante, serían invitados especiales los partidos, instituciones y per so nalidades cuya asistencia le interesa al Foro por lo que toma la iniciativa de invi tarlos,

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El Encuentro de Porto Alegre 163

a los cuales se les podría conceder el derecho de la palabra en las ple­narias y/o comisiones. Por otra parte, los invitados serían quienes so­li citaran participar en los Encuentros del Foro y se considerase opor­tuno avalar su presencia con una carta de invitación.

• Los partidos que solicitaran la membresía en el Foro podrían asistir como invitados, por derecho propio, mientras no se les diese una res­puesta. Eso resolvía el problema de las solicitudes de ingreso someti­das a largos procesos de consulta. Si el proceso concluía con la negati­va de la membresía, dejarían de ser invitados.

• La categoría de observadores sería sustituida por la de asistentes. La asistencia al Foro sería abierta para quien lo desease, salvo en casos excepcionales que pudieran crear problemas políticos, por lo que en lo adelante el Grupo de Trabajo no tendría que asumir la res pon­sabilidad de aceptar o negar la presencia de organizaciones cues­tionadas.1

Al tratar de elaborar las políticas concretas de izquierda comenzaron a ma­nifestarse los problemas derivados de la función programática que el Foro se proponía asumir. Esos problemas surgieron en la reunión del Grupo de Trabajo efectuada en la Ciudad de México los días 28 y 29 de enero de 1997, que debía aprobar la agenda, el temario y el programa del VII Encuentro, acordar el método de elaboración y el contenido del documento base de ese evento, definir la conmemoración que en él se efectuaría por el XXX aniver­sario del asesinato del comandante Ernesto Che Guevara, y ultimar los deta­lles del seminario que se realizaría en Bruselas con el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria­Verde­Nórdica del Parlamento Europeo (GUE­NGL).

A principios de 1997, la situación del continente se caracterizaba por el estancamiento de las relaciones entre el gobierno de los Estados Unidos y los de América Latina y el Caribe, el agravamiento de la crisis socioeconó­mica, el «reposicionamiento» político de la derecha —preocupada por la pérdida de credibilidad de la doctrina neoliberal—, nuevas manifestaciones del reflujo de la lucha armada revolucionaria y la cercanía del tercer ciclo de elecciones posterior al mal llamado proceso de democratización.

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164 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

Una semana antes de la reunión del Grupo de Trabajo, el día 20 de enero, se inició en los Estados Unidos el segundo mandato del presidente Clinton, cuya política hacia América Latina y el Caribe estaba estancada por la nega­tiva del Congreso a garantizarle la aprobación por la vía rápida a dos com­ponentes básicos del nuevo sistema de dominación continental: el ALCA y el Tratado de Libre Comercio con Chile. Ese estancamiento agravaba las divergencias en la denominada agenda interamericana, cuyos temas más es­cabrosos eran la política imperialista de certificación de «buena» o «mala» conducta de los gobiernos latinoamericanos y caribeños, la unilateralidad de las relaciones económicas, comerciales y financieras de los Estados Unidos, y el inicio de la repatriación forzosa y masiva de inmigrantes ilegales, que no solo reducía las remesas de dinero —que desempeñan un papel decisivo en las economías de muchos países de la región—, sino también constituía un flujo desestabilizador de repatriados. El estancamiento de las relaciones del gobierno de los Estados Unidos con América Latina obedecía a la pre­ocupación imperialista por contaminarse del agravamiento de la situación económica, política y social ocurrida a partir de la crisis mexicana de 1994, que pronto alcanzaría una dimensión superior con el estallido de la crisis de las bolsas asiáticas.

Desde 1996, la pérdida de la capacidad de engañar a los pueblos que durante años caracterizó al neoliberalismo, provocaba el distanciamiento e, incluso, la renuncia a esa doctrina —de palabra, pero no de hecho—, de parte de funcionarios de organismos internacionales, líderes políticos e inte­lectuales, sobre todo europeos y latinoamericanos, que hasta ese momento habían sido sus promotores. Por ejemplo, Felipe González, «se percató» de que no había que achicar tanto al Estado, como él había hecho cuando era presidente del Gobierno español, y en septiembre de 1996 hizo que el XII Congreso de la Internacional Socialista (IS) lo designara como presidente de la Comisión Progreso Global, con el mandato de «renovar el pensamien­to socialdemócrata ante los nuevos desafíos de la globalización, la nueva frontera del siglo xxi».2 Ese mismo mes y año, el presidente del Uruguay, Julio María Sanguinetti, fungía como organizador y anfitrión de la prime­ra reunión del Círculo de Montevideo, foro de políticos e intelectuales que también buscaba un punto intermedio, que fuese capaz de garantizar los ob­jetivos de la reestructuración neoliberal, con menores costos políticos, eco­

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nómicos y sociales. Dos acontecimientos de 1996 ratificaron el reflujo de la lucha armada y el ascenso de la lucha política legal en América Latina. Uno consistió en la firma de los Acuerdos de Paz en Guatemala y la transforma­ción de la URNG en partido político; el otro fue la captura de 486 rehenes en la residencia del Embajador de Japón en Perú, realizada por el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) y concluida meses después con el aniquilamiento del último núcleo de combatientes de esa organización, que había emprendido esta acción con el propósito de liberar a su jefe y compa­ñeros presos, y relanzar con ellos la lucha insurgente.

En medio del aumento de la tensión en las relaciones interamericanas, la agudización de la crisis socioeconómica, el «reposicionamiento» de la derecha y las nuevas manifestaciones del reflujo de la lucha armada, a inicios de 1997, la prioridad de los partidos miembros del Foro que contaban con buenas posibilidades en ese terreno, consistía en prepararse para el ciclo electoral 1998­2000, en el que resaltaban los comicios presidenciales en Brasil (1998), Uruguay (1998) y México (2000). Era lógico que esa prioridad fuera determinante en la actitud con que esos partidos asumieron la ela­boración de «políticas concretas de izquierda» que el Grupo de Trabajo había decidido emprender.

Desde el punto de vista organizativo, la iniciativa de concentrar los de­bates en San Salvador alrededor de un solo documento base fue un éxito porque eliminó la dispersión que afectó a muchas reuniones previas. El en­tusiasmo despertado por el nuevo método llevó al Grupo de Trabajo a plan­tearse elaborar políticas concretas de izquierda, pero esa decisión pasaba por alto que no era lo mismo consensuar posiciones sobre un documento de diagnóstico —como había ocurrido en El Salvador— que sobre una pla­taforma programática. Esto rebasaba los propósitos para los que el Foro fue creado. Tras seis años de vida activa, no era inconcebible que el Foro eva­luara la posibilidad de asumir tareas de mayor envergadura, pero, para te­ner resultado positivo, por una parte, la decisión de dar ese salto cualitativo tenía que ser la culminación de un proceso de maduración y conformación de consensos que no se había producido y, por otra, la elaboración progra­mática debía ser colectiva y pausada.

En un Foro en el que interactúa la más diversa gama de posiciones sobre los objetivos y las formas de lucha de la izquierda, era demasiado esperar

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una elaboración programática «colectiva y pausada», máxime cuando la cercanía del ciclo electoral inclinaba a los partidos que aspiraban a formar gobierno a adoptar plataformas concebidas para obtener apoyos políticos y ampliar su masa de votantes más allá de la base social de la izquierda y el movimiento popular. Es obvio que ningún partido político o coalición elec­toral —para los cuales la elaboración programática ya de por sí constituye un ejercicio interno muy complejo y delicado—, iba a condicionar ese pro­ceso a la formación de un consenso en el Grupo de Trabajo y, menos aún, en la plenaria del Foro, donde había fuerzas que no solo rechazan la flexibi­lidad electoral táctica, sino incluso la lucha electoral en sí. Esto no significa que en algún momento se pensara que los miembros del Foro renunciaran a elaborar sus respectivos programas políticos y electorales, y menos aún que delegaran tal función en el Foro, pero, por supuesto, los partidos que iban a emprender campañas electorales esperaban cierta concordancia entre las posiciones del Foro y las suyas propias, pues lo contrario hubiese sido contraproducente.

El debate sobre estrategia y táctica electoral era complejo. Las expectati­vas de los principales partidos de la izquierda latinoamericana y caribeña creadas con relación a los ciclos electorales 1988­1989 y 1993­1994 partían de la falsa premisa de que, una vez desaparecido el bloque socialista euro­peo y las dictaduras militares en América Latina, se impondría, de manera natural, una especie de capitalismo democrático y redistributivo, similar al llamado Estado de bienestar europeo occidental de posguerra, el cual ellos estarían llamados a gestionar. Supuestamente, bastaría ser electos al gobier­no para detener la reestructuración neoliberal y aplicar, en su lugar, una política neokeynesiana complementada con la atención a las demandas de los diversos sectores del mosaico social latinoamericano y caribeño. Tras ver frustradas esas expectativas en dos ciclos electorales consecutivos, algunos sectores de la izquierda regional opinaban que las derrotas obedecían a que se habían hecho demasiadas concesiones para ampliar la base de apoyo «ha­cia el centro». En el polo opuesto, otros sectores prestaban atención a la tesis de «la alianza de la izquierda con el centro», promovida por el politólogo mexicano Jorge Castañeda Gutman, quien años antes había roto con su pa­sado de intelectual de izquierda.

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Castañeda, autor de un libro contra Cuba —La utopía desarmada—3 y de otro contra el Che —La vida en rojo—,4 fundó en 1994 el denominado Grupo San Ángel, que adoptó el nombre del barrio del sur de la Ciudad de México donde se reunían los políticos e intelectuales mexicanos de centroizquierda, centro y derecha que lo integraban. También creó un grupo similar con polí­ticos e intelectuales latinoamericanos de centro y centroizquierda, que por entonces emitía el manifiesto conocido como Consenso de Buenos Aires. Por medio de esos grupos de reflexión, Castañeda promovía su tesis de que el gobierno no le caería en brazos a la izquierda, sino que para llegar a él, la izquierda tendría que renunciar a su identidad y objetivos históricos, y fun­dirse en una masa amorfa con el centro, para así acceder a la administración del Estado en una era poscomunista, regida por la ciencia y la tecnología. Varios líderes de partidos miembros del Foro participaban en el grupo de Castañeda. Si bien eso no significa que compartiesen los criterios de este último, en particular, sobre la renuncia a la identidad y los objetivos de la iz­quierda, sin dudas, la tesis de «la alianza de la izquierda con el centro», ins­pirada en la experiencia de la Concertación de Partidos por la Democracia en Chile, se convertía en uno de los puntos de referencia del debate sobre la política de alianzas.

El debate sobre la política de alianzas que se desarrollaba en la izquier­da latinoamericana y caribeña y, por consiguiente, dentro del Foro de São Paulo, era: ¿alianza con quién? y ¿quién ejerce la hegemonía en la alianza? Existía conciencia de que el proceso de transnacionalización y desnacionali­zación en curso no solo afectaba a los sectores humildes de la población, sino también a las capas medias e incluso a las burguesías criollas, incapaces de resistir el proceso de apertura y desregulación neoliberal. No era descabella­do concebir una gran alianza antineoliberal, dentro de la cual la izquierda liderara un proyecto de recuperación de la soberanía y la riqueza nacional. Desde hacía algunos años, el presidente de Cuba, Fidel Castro, llamaba a unir fuerzas en esa dirección, pero esa no era la postura de Castañeda, sino la renuncia a los objetivos y a la identidad de la izquierda. Esas eran algunas de las posiciones más polarizadas que se encontraban en el trasfondo del temario del VII Encuentro del Foro. Aunque ese debate no se manifestó de forma explícita en la reunión del Grupo de Trabajo de los días 28 y 29 de enero de 1997, cuando llegó la hora de decidir quiénes elaborarían el docu­

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mento base del Encuentro de Porto Alegre, los miembros de ese órgano con expectativas en el próximo ciclo electoral concertaron fuerzas para pasar por alto el método de distribución de tareas acordado apenas tres meses antes.

En la reunión del 28 y 29 de enero de 1997 por primera vez afloraron de manera directa las objeciones en el Grupo de Trabajo con respecto a la lucha armada. Hasta el momento, las discrepancias sobre ese tema habían queda­do diluidas dentro de un debate de carácter general sobre objetivos y formas de lucha, pero aquí se planteó en relación con la identidad del Foro. ¿Hasta qué punto podían los partidos y movimientos políticos cuya opción estra­tégica era la competencia electoral dentro del sistema democrático­burgués ser parte de un agrupamiento regional al que también pertenecieran organi­zaciones armadas cuyo objetivo era el derrocamiento de ese sistema? ¿Cómo podrían, una vez en el gobierno, cumplir los compromisos heredados en materia de seguridad en el Sistema Interamericano? ¿Cómo podrían man­tener sus relaciones bilaterales con los gobiernos de los países donde hay lucha insurgente, en particular, con el gobierno de Colombia?

Un foro es un lugar donde se escuchan los diversos puntos de vista, sin que la participación en el mismo implique afinidad o corresponsabilidad entre los participantes. Sin embargo, esto fue variando con el tiempo. Por una parte, algunos partidos y movimientos políticos con perspectivas de go­bernar consideraban necesario adoptar una posición de apego a la institu­cionalidad democrático­burguesa y, por consiguiente, de rechazo a la lucha armada, que se expresaba en la reticencia a compartir un mismo espacio político, en este caso, el espacio del Foro de São Paulo, con aquellas organi­zaciones que la practicaban. Por otra, los partidos y movimientos políticos más radicalizados manifestaban similar reticencia con respecto a los parti­dos que formaban parte de lo que catalogaban como gobiernos neoliberales o a los que consideraban proclives a formar parte de ellos. El criterio que predominó fue que el Foro no tenía una posición única sobre el tema de objetivos y formas de lucha, y que no se podía discriminar a ninguno de sus miembros por sus posiciones y acciones en estos aspectos.

En el contexto del debate sobre objetivos y formas de lucha suscitado en la reunión del Grupo de Trabajo de enero de 1997, hubo una objeción a que en el VII Encuentro del Foro se efectuase un homenaje por el XXX Ani versario del asesinato del comandante Ernesto Che Guevara. Aunque esa objeción

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fue superada sin dificultad, es ilustrativo comentar que el ar gumento era que no todos los miembros del Foro compartían las ideas del Che, en par­ticular, sobre la lucha armada, por lo que rendirle homenaje en el Foro podía generar fricciones. No obstante, se impuso el criterio de que el Che es una figura revolucionaria y ética de relevancia universal, y que la mayoría abso­luta de los miembros del Foro que valoran su pensamiento y su ejemplo tenían todo el derecho de conmemorar esa fecha histórica en Porto Alegre.

Con relación al incumplimiento del acuerdo de celebrar una reunión con la izquierda europea o, mejor dicho, con las izquierdas europeas, como se acostumbra a decir en ese continente, a esas alturas el Grupo de Trabajo se había percatado de un primer problema que dificultaba su materialización: el Foro de São Paulo abarca un espectro que en Europa está dividido en varios agrupamientos con los que no se podía organizar una actividad con­junta. De manera que se decidió tratar de organizar el viaje a Europa de una delegación del Grupo de Trabajo que sostuviese cuatro reuniones, es decir, una reunión con cada uno de los grupos de las izquierdas europeas en días consecutivos. Incluso este acuerdo sería imposible de cumplir porque en el trasfondo se escondía otro problema: los principales partidos de la socialde­mocracia europea no tenían interés en organizar una reunión con el Foro de São Paulo, al que consideraban como competidor del Comité para América Latina y el Caribe de la Internacional Socialista.

Hasta la década de 1970, la socialdemocracia se mantuvo como un con­junto de corrientes políticas arraigadas básicamente en una parte de Europa occidental, región donde en la posguerra encontraron condiciones políticas y económicas que las impulsaron a renunciar a sus respectivos proyectos originales de reforma del capitalismo y, en su lugar, asumieron el diseño imperialista del «Estado de bienestar». Como reacción frente al auge de las luchas de liberación nacional de los años sesenta y setenta —y en medio de los primeros embates de la crisis capitalista que obligaría a desmontar ese «Estado de bienestar»—, a mediados de esa última década la socialdemo­cracia decidió expandir su radio de acción hacia el Sur, en particular hacia América Latina, con el doble propósito de promover allí una opción refor­mista que mellara el filo revolucionario de la rebeldía popular, y de ampliar los mercados y la zona de influencia de Europa occidental a expensas de los Estados Unidos. Con esos fines, por una parte, la Internacional Socialista

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acogió en su seno a un grupo de partidos políticos latinoamericanos (que no tenían nada en común con la ideología y los orígenes de la socialdemocra­cia) con los cuales estableció una presencia directa en la región y, por otra, tendió puentes con la izquierda, incluso con movimientos insurgentes.

En virtud de la labor proselitista desarrollada durante más de una déca­da por esa Internacional y de la situación creada por el fin de la bipolaridad, varios partidos y movimientos políticos que participaban en la creación del Foro de São Paulo también se acercaron a la IS y algunos solicitaron su mem­bresía en ella. Como eso no solo ocurrió en América Latina y el Caribe, sino también en Asia, África y Medio Oriente, la IS se polarizó entre un grupo de partidos proimperialistas europeo occidentales que ejercen la hegemonía de esa organización y un grupo de partidos y movimientos políticos del Sur que defienden posiciones antimperialistas y antineoliberales.

Si bien la IS aceptó el ingreso de esas fuerzas políticas de América Latina, los partidos europeos nunca vieron con simpatía la creación del Foro, agru­pamiento político en el que fuerzas socialdemócratas latinoamericanas y caribeñas participaban junto con diversas corrientes antimperialistas e in­cluso marxistas, mientras ellos preferían que aquellas circunscribiesen su actividad al Comité para América Latina y el Caribe de la IS. Por ese motivo, salvo excepciones, los partidos socialdemócratas europeos no asistían a las actividades del Foro, ni se sentían entusiasmados con la idea de realizar una reunión conjunta en Europa. Esto colocaba a los partidos con doble mem­bresía —y a otros cercanos a la IS— en una situación difícil. Su reacción era tratar de limar asperezas y promover la asistencia de miembros de la IS a las reuniones del Foro; tuvieron éxito en cuanto a los partidos socialdemócratas de Asia, África y Medio Oriente, pero no lograron resultados en Europa. Ante la negativa de los socialdemócratas europeos de celebrar actividades con el Foro, para evitarse problemas, los partidos con doble membresía tra­taban de que no se concretaran las reuniones con otros grupos de las iz­quierdas de ese continente.

A finales de enero y principios de febrero de 1997 se efectuaron en la Ciudad de México seminarios auspiciados por el Foro de São Paulo. Los días 30 y 31 de enero se celebró uno sobre experiencias electorales de la iz­quierda, organizado por el PT y el PRD de México, que sirvió para intercam­biar información sobre la organización de una campaña electoral. Por otra

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parte, del 2 al 4 de febrero se realizó otro denominado «Los partidos y una nueva sociedad», organizado solo por el PT de México, cuyos propósitos fueron realizar un balance del derrumbe del socialismo en Europa del este, evaluar el desempeño de la izquierda latinoamericana, confrontar opinio­nes sobre las formas de lucha y los criterios de organización partidista, así como incursionar en el debate sobre el programa, las políticas de alianzas y las alternativas frente al neoliberalismo. Este seminario se ha seguido rea­lizando con una frecuencia anual. Al ir a imprenta este libro ya se acerca su duodécima edición.

El 27 de mayo de 1997 se efectuó en San Juan, Puerto Rico, el Encuentro Caribeño sobre Neoliberalismo y Globalización, auspiciado por el Nuevo Movimiento Independentista (NMI). Pocos días después, los días 17 y 18 de junio de 1997 se celebró en La Habana una reunión del Grupo de Trabajo cuyos propósitos fueron: discutir y aprobar el documento central del VII Encuentro; precisar los temas, las sedes y las fechas de los seminarios pre­vios; informar sobre los contactos realizados con la izquierda europea; in­formar sobre la misión de observación electoral en El Salvador; presentar el plan de actividades de las secretarías subregionales; y aprobar el proyecto de homenaje al Che, entre otros temas. Esta fue una reunión organizativa sin mayor complejidad, aunque se mantenía latente la discrepancia sobre el documento base que estallaría en Porto Alegre.

Del 1ro. al 3 de agosto de 1997 se efectuó en Porto Alegre el VII Encuentro del Foro de São Paulo, con la asistencia de 158 delegados de 58 partidos y movimientos políticos miembros, y de numerosos observadores de Europa, Asia y América Latina. La selección de la ciudad sede fue concebida para mostrar la experiencia de la Prefectura de Porto Alegre, gobernada por el PT desde 1989. Allí se esperaba lanzar las propuestas concretas de políti­cas de izquierda inspiradas en los resultados obtenidos en San Salvador. Sin embargo, ya estaba creado el caldo de cultivo que convertiría a este evento en uno de los más polémicos de la historia del Foro.

El VII Encuentro fue precedido por seminarios sobre cristianismo y com­promiso político; parlamentarismo; género; municipalidades; em presarios; agricultura; medio ambiente; jóvenes; y cultura. El documento base, «La construcción de alternativas democráticas y populares al neoliberalismo», fue concebido para sentar las premisas de una plataforma programática

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común, pero fue rechazado en el Grupo de Trabajo porque no reflejaba la diversidad de puntos de vista existentes, por lo que quedó como un simple texto de referencia. A pesar de ello, el enfrentamiento trascendió a la plena­ria donde una lista de oradores, que parecía interminable, fustigaba el in­tento de imponerle al Foro una plataforma programática que solo reflejaba las posiciones un sector. Sin embargo, la mayoría, de orientación socialista, presente en la plenaria tendía más a la descalificación que a la formulación de una plataforma programática desde su propia perspectiva, a partir de la cual elaborar una posición consensuada del Foro o, al menos, que registrase la diversidad de criterios existentes sobre el tema.

El enfrentamiento sobre las solicitudes de ingreso que se mantenían pen­dientes debido a objeciones adquirió una nueva dimensión, al escaparse del control del Grupo de Trabajo. Los casos más conflictivos fueron los del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru de Perú y el Movimiento Todos por la Patria de Argentina, ambos vetados por organizaciones de sus respec­tivos países y por varios miembros del Grupo de Trabajo. Algunos miem­bros de este Grupo decidieron romper el consenso de este mecanismo de coordinación y plantear la propuesta de sus ingresos de forma directa a la plenaria, con lo cual llevaron a discusión abierta el problema

El proyecto de Declaración de Porto Alegre fue rechazado, por lo que se nombró un pequeño grupo de redacción para un documento emergen­te. Para colmo de males, en virtud de la tensión y del cansancio del grupo de redacción, y a un problema de computación que eliminó la única co­pia del texto en que dicho grupo había trabajado durante toda la noche, el VII Encuentro concluyó con la aprobación de una Declaración de Porto Alegre redactada en términos muy generales, que no refleja en realidad la tensión a la que el Foro estuvo sometido allí. Fue tan agudo el enfrenta­miento que, a diferencia de las formulaciones de carácter general que ofre­cían una versión elíptica de lo ocurrido, en la Declaración de Porto Alegre se dice con crudeza:

Los debates del Foro giraron alrededor del tema de la reforma y la revo­lución. Hay quienes plantean que la reforma es un momento en la lucha revolucionaria, pero que, en este marco, muchas veces ha resultado un retroceso, si tales reformas no se inscriben en proyectos transformadores

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El Encuentro de Porto Alegre 173

que apunten hacia los objetivos estratégicos e históricos que dan cuenta de la superación definitiva del Modelo de Acumulación Capitalista en su fase imperialista. Otros compañeros consideran que en esta fase es nece­sario priorizar la lucha democrática, la electoral, y luchar por reformas que vayan minando la solidez del neoliberalismo.

Existen también diferencias sobre la valoración de la lucha armada en esta etapa. En el Foro coexisten organizaciones que han optado por la lucha armada y otras que, sin practicarla, la consideran como una opción válida para determinados contextos y aun las que se oponen a esa forma de lucha. Las diferencias se basan en la inexistencia de un consenso en la valoración de las nuevas expresiones de lucha armada, y qué representan estas expresiones en esta fase de las luchas sociales.

Todos estos temas seguirán siendo punto de debate en el Foro de São Paulo, y se buscará profundizar tanto teórica y políticamente, como desde las experiencias.5

A pesar de los intentos de evitar o disminuir la realización de homenajes por el XXX aniversario del asesinato del comandante Ernesto Che Guevara, la recordación de su figura y su pensamiento estuvo presente durante todo el evento, gracias a actividades organizadas por varias corrientes del PT y las intervenciones de numerosos oradores. El jefe de la delegación del Partido Comunista de Cuba habló sobre el tema en un espacio reservado durante el último día del evento para este fin. Así quedó reflejado el homenaje al Che en la Declaración de Porto Alegre:

A los treinta años de la caída del comandante Ernesto Che Guevara y sus compañeros internacionalistas de varios países latinoamericanos, los trabajadores, los campesinos, los jóvenes, los excluidos y los oprimidos del continente, siguen identificados con su figura. Son ellos los que nos alientan y empujan para seguir uniéndonos en la lucha por la construc­ción de alternativas al neoliberalismo, pues el socialismo sigue siendo una de las opciones para superarlo, y, siguiendo su ejemplo, estará basado en profundas convicciones éticas que integren sin fisuras nuestro pensar y actuar. Treinta años después, cuando nos dicen que debemos renunciar a los sueños, a la dignidad y a la ética transformadora, su ejemplo de vida, su capacidad de amar, se enaltece y se encarna en los pueblos del mundo. Desde el VII Foro de São Paulo, reafirmamos nuestro compromiso de so­

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lidaridad y lucha junto a los trabajadores y movimientos sociales del con­tinente, como la defensa de la causa del pueblo cubano y con la herencia ejemplar de Ernesto Che Guevara.6

Tras la clausura se celebró una reunión del Grupo de Trabajo destinada a realizar un balance general del evento, que se caracterizó por su sentido crítico con respecto a las deficiencias organizativas, las maniobras de pro­cedimiento, la necesidad de resolver los problemas pendientes —como el funcionamiento de la Secretaría Ejecutiva y las secretarías regionales— y la búsqueda de fórmulas para evitar el funcionamiento antidemocrático del Foro. Una parte de sus miembros abogó por «renegociar el pacto» del Foro y cambiar su perfil, mientras que la otra exigió mantener la identidad antim­perialista y antineoliberal. Como un intento de solución al carácter excluyen­te de estas posiciones, se acordó convocar a un seminario con el propósito de discutir aspectos políticos e ideológicos que permitieran decidir ratificar o modificar su orientación política y sus normas y procedimientos.

La polarización ocurrida en torno a la agenda del Foro lo colocó ante el peligro de ruptura, aunque también todos los sectores ratificaron la volun­tad de encontrar soluciones para preservar su unidad. El elemento distinto de este enfrentamiento con relación a los anteriores es que esos habían sido acerca de temas secundarios —política de invitación a observadores, nuevos ingresos y otros—, mientras que en el VII Encuentro esas divergencias se expresaron en la cuestión medular: los objetivos, la estrategia, la táctica y las formas de lucha de la izquierda.

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El II Encuentro de México

La agudización de la crisis económica, política y social, el auge de las luchas populares contra los gobiernos neoliberales y las expectativas creadas por los próximos procesos electorales en que participarían fuerzas de izquier­da, en particular, las presidenciales de finales de 1998 en Brasil y Uruguay, fueron los elementos característicos entre el VII y VIII Encuentros del Foro de São Paulo. Aproximadamente cuatro años después del estallido de la cri­sis financiera mexicana de diciembre de 1994, cuyo efecto tequila impactó a Argentina y a otros países, se produjo la denominada crisis de las bolsas asiáticas. El efecto dragón y los ataques especulativos lanzados contra Brasil obligaron al gobierno de Fernando Henrique Cardoso a abandonar el Plan Real, contratar préstamos internacionales onerosos y ampliar el área de la economía que sería privatizada. La desestabilización de Brasil benefició, de manera temporal, al imperialismo norteamericano, pues era una fuente de tensión en el MERCOSUR y de debilitamiento de la oposición brasileña al diseño estadounidense del ALCA.

En 1997 y 1998, el quiebre institucional en Ecuador y Venezuela transfor­mó a la región andina en vórtice de la crisis política latinoamericana. En 1997, el presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram fue destituido a raíz de una ola de protestas populares encabezada por los movimientos indígenas. No obstante, el estallido social que provocó la destitución de Bucaram no solo reveló las fortalezas, sino también las debilidades de un movimiento popular carente de dirección política, que era capaz de quebrar el statu quo, pero no de construir un proyecto propio de transformación social, por lo que el desenlace de su re­beldía fue el reciclaje de la dominación neoliberal. Otra fue la interrelación en­tre la lucha social y la lucha política en la vecina Venezuela, donde se agudizó la inoperancia y pérdida de credibilidad del sistema político e institucional, al punto de que el imperialismo y sus aliados locales no pudieron utilizar sus

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resortes para impedir el triunfo del teniente coronel retirado Hugo Chávez en la elección presidencial de diciembre de 1998.

La primera actividad del Foro de São Paulo en 1998 se efectuó en la re­gión del Caribe. Uno de los problemas del Foro es la poca participación de las fuerzas políticas del Caribe anglófono, a diferencia de los países y co­lonias hispano y franco parlantes —Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Haití, Martinica y Guadalupe—, que sí asisten a sus actividades con regularidad. Fue en el IV Encuentro del Foro, realizado en La Habana en 1993, donde por primera vez participó casi toda la izquierda caribeña. Era lógico que así ocurriese, dada la ubicación geográfica de la Revolución Cubana en el Mar Caribe y sus activos vínculos con las fuerzas políticas de esa región. Sin embargo, salvo excepciones como Dominica y Trinidad y Tobago, la participación del Caribe angloparlante decayó en lo adelante. A ello contribuyó, por una parte, la escasez de recursos de los partidos y movimientos políticos de izquierda de esas naciones y, por otra, el descono­cimiento mutuo y la poca comunicación que ha existido entre las izquierdas latinoamericana y caribeña.

Con el propósito de estimular la mayor asistencia posible del Caribe al VIII Encuentro que se celebraría en México —aprovechando que esa ciudad es un destino relativamente cercano y con buenas vías de comuni­cación—, en ocasión de un Encuentro de la Asamblea de los Pueblos del Caribe, el 6 de noviembre de 1997 se efectuó en Martinica una reunión de los miembros del Foro de São Paulo a la que asistieron representantes de Martinica, Cuba, República Dominicana, Guadalupe, Haití, Santa Lucía, y Trinidad y Tobago. Los participantes afirmaron la importancia de que los partidos y movimientos políticos del Caribe anglófono y francófono se unieran a sus homólogos de América Latina. Aunque constataron que los foros de la izquierda latinoamericana, incluido el Foro de São Paulo, por lo general pasan por alto o no brindan una atención prioritaria a los temas de interés de la izquierda caribeña, afirmaron que ello no debe llevar a esta última a no participar en los mismos, sino a hacerse presentes con el propó­sito de revertir esa situación. En esta oportunidad se acordó que cada uno de los presentes emplease sus relaciones con otros partidos y movimientos políticos de la región para promover su asistencia regular a las actividades del Foro y, además, organizar un seminario de dirigentes políticos caribeños

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que se celebraría en la Ciudad de México durante los dos días previos al VIII Encuentro del Foro.

Reunido en la Ciudad de México los días 13 y 14 de marzo de 1998, el Grupo de Trabajo manifestó su disposición de resolver los problemas po­líticos y organizativos que colocaron al Foro a punto de ruptura en el VII Encuentro. En ese debate se afianzó el principio de no exclusión de or­ganizaciones miembros sobre la base de sus objetivos y formas de lucha. Con vistas a realizar una consulta, lo más amplia y democrática posible, que facilitara la creación de consensos sobre los temas políticos y organizativos que el Foro venía arrastrando desde sus orígenes, se decidió celebrar un se­minario en Managua, los días 20 y 21 de julio de 1998, al cual cada miembro del Grupo de Trabajo debía acudir con sus opiniones por escrito sobre la identificación de problemas que debería asumir el Foro de São Paulo, una propuesta de ratificación o redefinición la identidad política del mismo, los ejes para el desarrollo de proposiciones programáticas y acciones concretas, y las formas organizativas que deben desarrollarse, incluida la redefinición de las funciones y atribuciones de la Secretaría Ejecutiva y las subsecretarías regionales, la ponderación de las ventajas y desventajas de contar con un documento central para los debates, el análisis de la periodicidad con que deben realizarse los encuentros y los criterios que deben regir los intercam­bios con la izquierda europea. El seminario de Managua estaría precedido por reuniones subregionales que abordarían la agenda planteada de forma tal que los miembros del Grupo de Trabajo acudieran al debate no solo con sus opiniones, sino como portadores de los criterios de todos los integrantes del Foro. El PRD decidió enviar representantes a todas las reuniones subre­gionales, hecho que evidenciaba la preocupación de ese partido por estar al tanto de cualquier incidencia que pudiera afectar el VIII Encuentro y ser aprovechada por el PRI en la campaña presidencial de julio de 2000.

El seminario de Managua no cumplió su cometido, aunque se efectuó en la fecha acordada, porque la única subsecretaría regional que efectuó su re­unión preparatoria fue la del Caribe, no así Centroamérica, ni la zona andi­na, ni tampoco la que acumulaba mayores tensiones en su seno: el Cono Sur. Además, al inicio del seminario se dedicó demasiado tiempo a los informes sobre situaciones nacionales —que en realidad era un tema de rutina que

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podía obviarse— y ya no hubo tiempo para abordar con profundidad los temas políticos y organizativos medulares que motivaron su convocatoria.

La polarización de posiciones ocurrida en el seminario de Managua ra­tificó la imposibilidad de modificar los consensos ya establecidos. Mientras un polo proponía renunciar a la definición antimperialista y moderar las posiciones antineoliberales con el propósito de incorporar al Foro a fuerzas políticas de centro, el otro quería que el Foro se definiera como socialista. Esta diferencia de ciento ochenta grados evidenció que era imposible cam­biar la identidad antimperialista y antineoliberal política del Foro de São Paulo, pues esos conceptos eran los puntos mínimo y máximo de conver­gencia. Este enfrentamiento quedó momentáneamente en suspenso, pues las fuerzas que querían renunciar al carácter antimperialista y antineoliberal del Foro no podían enfrentar esa discusión dentro de sus propios partidos y coaliciones.

En medio de ese impasse se celebró el VIII Encuentro del Foro de São Paulo en la Ciudad de México del 29 de octubre al 1ro. de noviembre de 1998, con la asistencia de cincuenta y ocho partidos y movimientos políticos miembros, y treinta entidades observadoras. Este Encuentro fue dedicado al tema «La izquierda latinoamericana de cara al 2000», abordado desde diversos ángulos por siete comisiones, que sesionaron durante el día 30 y, posteriormente, en las plenarias realizadas el 31 de octubre y 1ro. de noviembre, que debatieron sobre las perspectivas de los gobiernos locales de izquierda, el eventual acceso de la izquierda al gobierno nacional y el contexto internacional en que América Latina y el Caribe se encontrarían al ingresar al nuevo siglo.

La celebración del VIII Encuentro en México no fue una decisión fácil para el PRD. El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas ofreció esa sede en Porto Alegre para facilitar la solución de los problemas que allí se presentaron, pero el inicio de la campaña para las elecciones presidenciales y legislati­vas de julio de 2000 despertó la preocupación de que el PRI pudiera utilizar en su contra cualquier incidente que ocurriese en ese evento. Ello motivó que ninguno de los principales líderes del PRD hiciese presencia pública en las sesiones, con el propósito de evitar ataques políticos. Afortunadamente, tanto la valentía con que el PRD cumplió el compromiso establecido por Cárdenas, como las medidas adoptadas para evitar un desarrollo adverso a

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sus intereses, dieron resultado. Más difícil aún fue porque el líder histórico del PT, Luiz Inácio Lula da Silva, a quien el Foro esperaba que llegase al VIII Encuentro como presidente electo de Brasil, por el contrario, fue de­rrotado en la primera vuelta de la elección presidencial del 4 de octubre, de forma tal que no pudo contribuir al despegue exitoso de la campaña presi­dencial de Cárdenas para los comicios mexicanos de julio de 2000.

Una elección latinoamericana ocurrida en 1998, en la que no participó ningún candidato presidencial de izquierda, tuvo, sin embargo, cierto im­pacto en el debate sobre objetivos y formas de lucha que se libra en el Foro. A partir de la elección de Andrés Pastrana a la presidencia de Colombia, se iniciaron sendos procesos de diálogo, con formatos y cronogramas diferen­tes, entre su gobierno y las organizaciones insurgentes FARC­EP y ELN. El diálogo con las FARC­EP se efectuó en una Zona de Despeje, que abarcó a cinco municipios del sur colombiano, de los cuales se retiraron las fuerzas armadas y de seguridad, cuyo centro político fue la ciudad de San Vicente del Caguán, que durante casi todo el mandato de Pastrana devino sede de numerosas reuniones nacionales e internacionales. Por ese motivo, uno de los acuerdos adoptados fue enviar una delegación del Foro a esa localidad.

Las comisiones que funcionaron antes durante el VIII Encuentro del Foro abordaron los siguientes temas: partidos de izquierda y movimientos popula­res; parlamentarios; gobiernos locales; experiencias de solución negociada de conflictos; cristianos; género; y un seminario de dirigentes políticos caribeños. En las dos comisiones que trataron los gobiernos locales y la solución negocia­da de conflictos, los anfitriones ocuparon todo el tiempo con ponencias, para evitar debates que pudieran provocar el temido incidente aprovechable por el PRI en la campaña electoral mexicana.

El Grupo de Trabajo sometió a la consideración de la plenaria final dos documentos, junto con las resoluciones de los seminarios. El primero de esos documentos, titulado Declaración Final del VIII Encuentro del Foro de São Paulo, consistió en una versión del proyecto original elaborado por el PRD, el PT y el FA, enfocado casi de manera exclusiva en el tema electoral, que recibió más de treinta enmiendas en la plenaria, por lo que la Secretaría Ejecutiva (el PT de Brasil) quedó encargada de modificarlo y circularlo pos­teriormente. El segundo documento, un texto mucho más breve y general

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titulado Manifiesto de México, solo recibió cinco enmiendas y fue aprobado por unanimidad.

La Segunda Declaración de México, tal como quedó enmendada, dice:

En medio de las complejidades y las incógnitas de nuestra era, la izquier­da latinoamericana y caribeña, reunida en el Foro de São Paulo —espacio antimperialista, antineoliberal, y plural de encuentro, acción solidaria y formulación de alternativas programáticas y de lucha— procura conocer cada vez más las nuevas condiciones presentes en el mundo y en cada país, para construir, a partir de esas realidades internacionales y naciona­les, proyectos compatibles con sus principios, pero concebidos no como modelos cerrados y definitivos, sino abiertos, sujetos a la experimenta­ción y la rectificación e impulsados por el componente fundamental de la participación social.

Toda alternativa al neoliberalismo requerirá, teniendo en cuenta las peculiaridades de cada país, una apuesta efectiva a la independencia nacional, la justicia social, la igualdad de condiciones y oportunidades, la solidaridad y la participación, en el marco de una nueva democracia, altamente participativa y que se vaya profundizando. Tenemos principios pero no recetas para movernos en pos de esos objetivos —que exigen emprender profundas transformaciones estructurales, auténticamente revolucionarias— y cada gobierno de izquierda y progresista, en cada país, en cada ámbito, deberá desplegar con creatividad y perseverancia una política que asegure el derecho del pueblo a construir su propio destino.

Nunca como ahora, y cada vez más, la izquierda está llamada a dar una respuesta alternativa. Hemos hecho valiosas experiencias de gobierno, hemos impulsado y protagonizado significativas luchas, y hemos crecido en la consideración de nuestros pueblos, haciendo una contribución sustancial para construir una nueva sociedad.1

Más adelante, añade:

Nuestra meta es la revolución, es decir, una profunda transformación de la sociedad, la que habrá de realizarse reafirmando y recreando la demo­cracia, aspecto esencial de todo proyecto alternativo. Cada día se hace más notoria la necesidad de reformular, ampliar y profundizar la democracia

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en América Latina y el Caribe, lo que pasa, esencialmente, por abrir más y mejores canales de participación de todos los segmentos de la población, sobre todo de quienes continúan marginados del proceso de decisiones. El avance de una nueva democracia pasa por lograr mayor poder político para el pueblo y por restituirle a las instituciones del Estado­nación la capacidad decisoria que le permita cumplir sus funciones de mediación social. La vigencia y consolidación de un sistema político­institucional de­mocrático es sustancial para el proyecto alternativo. En él deben confluir simultáneamente la libertad, la justicia y la participación efectiva de la población.2

Por su parte, el Manifiesto de México afirma que:

Frente al esquema neoliberal de soberanía restringida que usurpa los de­rechos políticos de la ciudadanía y los sustituye con decisiones impuestas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras institu­ciones supranacionales hegemonizados por los Estados Unidos, se am­plían, profundizan y fortalecen los espacios institucionales ocupados por la izquierda en las legislaturas nacionales, gobiernos estaduales y locales, al tiempo que maduran las condiciones para el triunfo electoral que pue­de conducirlas al gobierno en varios países de la región. La experiencia acumulada en las gestiones legislativa y gubernamental por parte de las fuerzas de izquierda les permite desarrollar sus propias propuestas pro­gramáticas y aprovechar los espacios democráticos conquistados en sus luchas para impulsar políticas de bienestar popular.

Es de particular importancia la consolidación y profundización de los procesos de transición democrática en El Salvador y Guatemala, producto de exitosas negociaciones políticas que pusieron fin a los conflictos ar­mados internos en esos países. En los escenarios de las luchas populares extra institucionales se registra también un significativo proceso de acu­mulación y construcción de espacios alternativos y de impugnación de las políticas neoliberales.3

A diferencia de la significación que se había atribuido a la no lograda elección de Lula a la presidencia de Brasil, vale la pena señalar que no hubo consenso para aprobar una resolución de apoyo a la candidatura pre­sidencial del teniente coronel retirado Hugo Chávez en Venezuela. Ello

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obedeció a dos razones fundamentales: la primera es que Chávez no era un candidato perteneciente a la Nueva Izquierda, la cual le brindaba atención deferente en Venezuela al Movimiento al Socialismo (MAS) y a la Causa Radical (Causa R); la segunda es que Chávez era un ex militar protagonista de un golpe de Estado, lo cual constituía un anatema para casi toda la iz­quierda de los países que sufrieron la represión de las dictaduras militares de «seguridad nacional». No por casualidad el Grupo de Trabajo del Foro no había logrado un consenso para conceder la palabra a Chávez, con carácter ex cep cional, en la plenaria del Encuentro de San Salvador. Por supuesto que esta no es la situación de hoy.

En las intervenciones en plenaria de los asistentes, si bien se manifestó un elevado espíritu crítico respecto a la actividad del Grupo de Trabajo y al proyecto de Declaración Final, también se observó el interés en no tras­cender los límites del debate constructivo. Por acuerdo general, el Grupo de Trabajo conservó su composición. La sede del IX Encuentro quedó pendien­te. Existía consenso en cuanto a que se podría efectuar en Caracas, pero la no asistencia de representación alguna de Venezuela impidió adoptar acuerdo sobre este punto. Paralelamente, las organizaciones ecuatorianas se ofrecie­ron como anfitrionas y, casi al final, se recibió la solicitud del FSLN de reali­zarlo en Managua, en ocasión del XX Aniversario de la Revolución Popular Sandinista. Se acordó decidir la sede en la próxima reunión del Grupo de Trabajo que se efectuaría en México en febrero de 1999.

El VIII Encuentro acordó crear dos comisiones de trabajo: una para ob­servar las mesas de negociación en Colombia y otra para realizar buenos ofi­cios entre el gobierno de Haití y las principales fuerzas políticas de ese país. La comisión para atender el tema colombiano estaría integrada por el PT de Brasil, el PRD de México, el FA de Uruguay y el FMLN de El Salvador. La comisión para viajar a Haití estaría compuesta por el PRD de México, el PC de Cuba, un miembro de República Dominicana y dos diputados al Parlamento Centroamericano.

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El II Encuentro de Managua

Si las tensiones no escaparon de control en la plenaria del VIII Encuentro, no fue debido a la disminución de los problemas políticos y organizativos que aquejaban al Foro de São Paulo, sino a la voluntad de la mayoría de los parti­cipantes de evitar que otro enfrentamiento como el ocurrido en Porto Alegre ocasionara su ruptura. Sin embargo, en la primera reunión del Grupo de Trabajo posterior al VIII Encuentro, efectuada en la Ciudad de México los días 1ro. y 2 de marzo de 1999, resurgió el debate sobre la identidad y propósitos de ese agrupamiento. Era evidente que el seminario sobre temas políticos y organizativos, realizado en Managua en julio de 1998, no había resuelto los problemas pendientes.

Cuatro meses después del VIII Encuentro, la mayoría de sus acuerdos seguían incumplidos, entre ellos, corregir y distribuir la Declaración Final, enviar una delegación a la Argentina para realizar gestiones a favor de los prisioneros de La Tablada, y enviar otra a la instalación, en San Vicente del Caguán, de la Mesa de Diálogo entre las FARC­EP y el gobierno de Colombia. A raíz del debate que se suscitó en esta reunión, la delegación del PT de Brasil puso la Secretaría Ejecutiva a disposición del Grupo de Trabajo. Una alternativa planteada desde el Encuentro de Montevideo era sustituir la Secretaría Ejecutiva por una coordinación rotativa por parte de las subsecretarías regionales. Hasta tanto se adoptara una decisión definitiva sobre ese órgano, se acordó que funcionase una coordinación provisional in­tegrada por el Frente Amplio, como subsecretaría del Cono Sur; los partidos colombianos miembros del Grupo de Trabajo, como subsecretaría andina; el FMLN, como subsecretaría centroamericana; el PCC como subsecretaría del Caribe; el PT de Brasil como antigua Secretaría Ejecutiva, encabezados por el FSLN como anfitrión del IX Encuentro.

Sobre la sede del IX Encuentro, en México se había decidido que las prioridades para su otorgamiento fuesen, en ese orden, Caracas, Managua

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y Quito, pero las fuerzas políticas venezolanas estaban dedicadas por com­pleto a la campaña por el referéndum constitucional que se celebraría meses después. Al FSLN, a quien correspondía la segunda prioridad, le interesaba hacer ese Encuentro en ocasión del XX Aniversario de la Revolución Popular Sandinista, es decir, días antes o después del 19 de julio de 1999, pero esa fecha ya estaba demasiado cercana. Por esos motivos se tomaron dos deci­siones: la primera fue realizar en Managua el segundo seminario sobre de­finiciones políticas y aspectos organizativos del Foro en los días anteriores o posteriores al 19 de julio, con la asistencia de los miembros del Grupo de Trabajo y abierto para todos los miembros del Foro que desearan participar; y la segunda, celebrar en esa misma capital el IX Encuentro del Foro de São Paulo los días 19 al 21 de febrero de 2000, en ocasión del aniversario del ase­sinato del general Augusto C. Sandino.

El segundo seminario sobre definiciones políticas y aspectos organiza­tivos del Foro de São Paulo se efectuó en Managua los días 17 y 18 de julio de 1999, con la asistencia del PT de Brasil, el PRD de México, la URNG de Guatemala, el FSLN de Nicaragua, el PC de Cuba, el PC de Guadalupe y las organizaciones colombianas miembros del Grupo de Trabajo. También asistieron, con voz y voto, el PT de México y el Partido del Socialismo Democrático de Argentina (PSD). Estuvieron ausentes el FA de Uruguay por la cercanía de sus elecciones internas, las organizaciones dominicanas que no lograron conformar una posición de consenso sobre los temas objeto de debate y la Organización Política Lavalás (OPL) debido a la complica­ción de la situación política en Haití. Además de los participantes, la región Cono Sur también seleccionó como su representante al Partido Comunista de Brasil (PC do B), que no pudo asistir. La región del Caribe partió de la base de que el año anterior había realizado su seminario preparatorio, por lo que no reeditó ese evento, sino decidió invitar al PKLS de Martinica y al Nuevo Movimiento Independentista de Puerto Rico, ninguno de los cuales asistió. En esta ocasión se produjo un debate a fondo de los problemas del Foro, lo cual repercutió en su IX Encuentro.

En conmemoración del 76to. aniversario del asesinato del general Augusto C. Sandino, convocados bajo el título de «La izquierda frente al nuevo siglo: la lucha continúa», del 19 al 21 de febrero de 2000 se celebró en Managua, Nicaragua, el IX Encuentro del Foro de São Paulo, que agrupaba

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El II Encuentro de Managua 185

en ese momento aproximadamente ciento veinte partidos y movimientos políticos de todo el espectro de la izquierda de América Latina y el Caribe, al que también asistieron invitados y observadores de Europa, Asia, África y Medio Oriente.

Como es usual, el evento fue precedido por la celebración de seminarios con diversos sectores de la sociedad, que estuvieron dedicados al intercam­bio de puntos de vista sobre los temas de género, étnico, la lucha de los cristianos comprometidos con el cambio social, pequeños y medianos em­presarios progresistas, la lucha contra el neoliberalismo en la universidad pública y la coordinación entre parlamentarios de izquierda.

En la clausura de este Encuentro, que tuvo lugar frente a la casa museo Augusto C. Sandino, ubicada en la ciudad de Niquinohomo, 45 kilómetros al este de Managua, se dio lectura a la declaración que lleva ese nombre, que fue formalmente aprobada por todos los participantes, así como se produjo la intervención final, que estuvo a cargo del secretario general del FSLN, Daniel Ortega. La Declaración de Niquinohomo consideró como una parte fundamental del patrimonio de la izquierda latinoamericana «el logro de mayores espacios institucionales, en gobiernos estatales y municipales, así como en los movimientos sociales, las instancias no gubernamentales, las luchas extra institucionales y las insurgencias populares».1 De esta manera, se ratificaba el reconocimiento del Foro a todas las formas de lucha, incluida la lucha armada.

En la Declaración de Niquinohomo quedó reflejado, pero no con la rele­vancia que merecía, el triunfo de Hugo Chávez en la elección presidencial venezolana de diciembre de 1998. Ese texto expresa:

El singular proceso político que se desarrolla en Venezuela, bajo la con­ducción del presidente Hugo Chávez Frías, ha logrado desarticular el sis­tema político corrupto, fraudulento e ineficiente que se había impuesto en ese país durante casi cuatro décadas. Saludamos las importantes medidas de Gobierno Venezolano para garantizar la soberanía nacional y rechaza­mos cualquier injerencia foránea que pueda poner en peligro el desarrollo y avance pacífico de este proceso revolucionario.2

Sin dudas, es una valoración positiva pero califica al proceso político vene­zolano de «singular» y le atribuye una significación nacional, cuando su im­

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portancia era, no solo continental, sino mundial porque la elección de Hugo Chávez era el primer triunfo de un candidato presidencial de izquierda ocu­rrido en la nueva etapa de luchas abierta en América Latina.

El triunfo de Chávez no fue el resultado de un proceso de construcción partidista y acumulación política como los que se venían produciendo en México, Brasil y Uruguay, sino de que Venezuela fue el primer país de Amé rica Latina donde se quebró la institucionalidad democrático­burguesa debido a la agudización de la crisis política, económica y social provocada por la reestructuración neoliberal. Ese quiebre institucional es lo que explica que el líder del Movimiento Bolivariano 200, rebautizado con el nombre de Movimiento Quinta República (MVR), lograra capitalizar el deseo de cam­bio de amplios sectores sociales, a pesar de no contar con un partido orga­nizado y consolidado, sino que «sobre la marcha» atrajo a un abanico de fuerzas políticas y sociales, incluidas casi todas las corrientes de la izquierda nacional. Así fue que Chávez triunfó en la elección presidencial de diciem­bre de 1998, con 56,2% de los votos escrutados, frente al 39,97% de su más cercano rival, Enrique Salas.3 Esa fractura institucional también aclara por qué Chávez pudo emprender de inmediato la redacción y la puesta en vigor de una nueva Constitución, y realizar una profunda reforma política, sin que el imperialismo y la derecha venezolana pudieran evitarlo.

Las razones por las cuales el verdadero significado de la elección de Chávez pasa inadvertido en el IX Encuentro del Foro eran las mismas que le privaron de hacer uso de la palabra en el VI Encuentro y que impidie­ron la aprobación de una resolución de apoyo a su campaña presidencial en el VIII Encuentro. Como ya se dijo, esas razones eran que no formaba parte de la Nueva Izquierda y que su pasado de «militar golpista» inspiraba des­confianza en los partidos y movimientos políticos de izquierda de los países en que habían gobernado las dictaduras militares de «seguridad nacional».

El IX Encuentro decidió que el X se efectuaría en Antigua Guatemala, bajo el auspicio de la URNG. Como reacción frente a lo que la mayoría de los participantes consideró como una cadena de actuaciones antidemocráticas del Grupo de Trabajo, la plenaria final adoptó tres decisiones que equivalían a una «rebelión»: retirarle al PT de Brasil la Secretaría Ejecutiva del Foro por la reiterada postergación de su puesta en funcionamiento; aprobar el ingre­so del PT de México al Grupo de Trabajo —lo cual contravenía la normativa

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de que ese tipo de decisiones fuese primero consensuada en dicho Grupo—; y convocar a un nuevo seminario, por tercer año consecutivo, para discutir los problemas que el Foro venía arrastrando, con la especificación de que en esta oportunidad la participación no estuviese restringida, como en los anteriores, sino que fuese abierto a todos los integrantes del Foro. Sin em­bargo, el Grupo de Trabajo no realizó su acostumbrada reunión de balance posterior al Encuentro, por lo que estos acuerdos no quedaron oficialmente refrendados por escrito, hecho que daría lugar a una nueva polémica.

Como era previsible, cuando del 24 al 27 de julio de 2000 se efectuó en São Paulo la primera reunión del Grupo de Trabajo posterior al IX Encuentro, cinco meses después de ese evento, se planteó el debate sobre qué era lo que se había acordado y lo que no se había acordado en la plenaria final celebra­da en Managua. En este lapso, el PT de Brasil puso en funcionamiento la Secretaría Ejecutiva del Foro. Ese paso fue bien recibido por los miembros del Grupo de Trabajo, ya que el espíritu del acuerdo adoptado en Managua de relevar al PT de Brasil de esa responsabilidad, en lugar de una «sanción», lo que buscaba era que ese órgano comenzara a funcionar y, a pesar de los retrasos en que incurrió ese partido, la inmensa mayoría de los miembros del Foro deseaban que el PT de Brasil la ocupara, por su condición de inicia­dor de este agrupamiento. Por tanto, se acordó tomar nota con satisfacción de este avance, que la Secretaría comenzara a funcionar de forma provisio­nal y proponer su ratificación a la plenaria del X Encuentro. También fue relativamente fácil llegar a acuerdo sobre la convocatoria a un seminario de­dicado a hacer el balance y a analizar las perspectivas del Foro de São Paulo, luego de diez años de su creación; inicialmente, se pensó realizarlo en La Habana, pero por razones prácticas se trasladó para la Ciudad de México.

El asunto más complicado fue el ingreso del PT de México al Grupo de Trabajo porque violentaba la norma no escrita de que los fundadores de dicho Grupo conservaban su membresía individual —estos eran los casos de PT de Brasil, el PRD de México, el FSLN de Nicaragua, el FMLN de El Salvador, el FA de Uruguay y el PC de Cuba—, mientras que los ingresos posteriores se produjeron mediante la fórmula de una representación cole­giada de todos los miembros del Foro del país en cuestión, lo que implicaba que acudiesen al Grupo de Trabajo con una sola voz y un solo voto. De ma­nera que la decisión adoptada en la plenaria de Managua no solo afectaba

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el carácter exclusivo de la membresía del PRD de México en el Grupo de Trabajo, sino que sentaba un precedente que invalidaba uno de los pilares que había permitido mantener los equilibrios políticos en el Foro. Este proble­ma fue resuelto mediante una negociación entre ambos partidos mexicanos, que resolvieron asistir ambos a las reuniones del Grupo de Trabajo, sin que el PRD renunciase a su condición de fundador y, por consiguiente, mantu­viese su derecho a voto individual, en tanto el PT participaría sin derecho a voto. De hecho, esto era más un problema simbólico que práctico debido a que las decisiones del Grupo se adoptan por consenso, y solo se vota cuan­do se decide hacer una excepción a la norma del consenso.

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El II Encuentro de La Habana

Del 4 al 6 de diciembre de 2000 se celebró en la Ciudad de México un semi­nario dedicado a realizar el balance y a analizar las perspectivas del Foro de São Paulo, después de diez años de labor, seguido de la reunión del Grupo de Trabajo. Además de los miembros de dicho Grupo, al seminario asistie­ron el Partido Comunista y el Partido del Socialismo Democrático, ambos de Argentina, el Movimiento Popular Socialista de Brasil, el Movimiento Izquierda Unida, Fuerzas de la Revolución y el Partido de la Liberación, los tres de República Dominicana, y varias organizaciones mexicanas.

Las intervenciones del seminario giraron alrededor del consenso alcan­zado por el Foro de São Paulo a partir de lo que se había dado en llamar el Documento de La Habana, elaborado en 1998 y utilizado como documento base del II Encuentro de Managua, y se caracterizó por su espíritu cons­tructivo. Al desarrollo positivo que, finalmente, tuvo este tercer intento de debatir los problemas políticos y organizativos del Foro, contribuyó la evo­lución de la situación política regional, en particular, los resultados del ciclo electoral 1998­2000 y las expectativas generadas por los procesos de diálogo entre el gobierno y las organizaciones insurgentes en Colombia.

Si bien el seminario no resolvió —ni podía resolver— los problemas acu­mulados, sí generó un clima positivo. Esta fue la actividad más importante desarrollada entre el IX y el X Encuentros, porque el consenso allí estable­cido sirvió de base para que el II Encuentro en La Habana transcurriese sin dificultades. En esa ocasión se acordó que un nuevo comité de redacción, integrado por el FA de Uruguay, el PT de Brasil, el PC de Cuba y el PT de México, elaborase un documento base consistente en una síntesis del Documento de La Habana, una actualización de la situación internacional y regional, y las ideas fundamentales expresadas en el seminario. También se acordó apoyar la decisión del Grupo de Trabajo de proponer al X Encuentro

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la ratificación del PT de Brasil como encargado de la Secretaría Ejecutiva del Foro.

Al concluir el seminario de México, se efectuó una reunión del Grupo de Trabajo en la que brotaron los problemas internos en la URNG que obstacu­lizarían la celebración del X Encuentro del Foro en Guatemala. El Grupo en­vió de inmediato una comisión a ese país que propuso encontrar otra sede para el X Encuentro para dar tiempo a que los problemas de la URNG tuvie­sen un desenlace. Esos problemas eran resultado de las diferencias entre su secretario general, Pablo Monsanto, y la mayoría del resto de los miembros de la dirección nacional que, algún tiempo después, condujeron a la ruptura de Pablo con la URNG y la fundación de un nuevo partido político denomi­nado Alianza Nueva Nación (ANN).

En virtud de la imposibilidad de mantener a Antigua Guatemala como sede, el 26 de febrero de 2001 se realizó en la Ciudad de México una nueva reunión del Grupo de Trabajo, en la que se le solicitó al PC de Cuba asu­mir esa responsabilidad. Otro tema abordado fue el de los intercambios en Europa. Aunque aún había cierta resistencia pasiva a aceptar invitaciones que no contasen con el respaldo de todas las corrientes de las izquierdas del Viejo Continente, en esa ocasión se ratificó, una vez más, el acuerdo de cele­brar un seminario en Bruselas con el Grupo de Trabajo del Foro y el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria­Verde­Nórdica.

La explicación de las características y consecuencias de la dominación del imperialismo norteamericano y la actividad depredadora de los monopolios de la Unión Europea en América Latina y el Caribe fueron dos de los temas principales abordados por el Grupo de Trabajo del Foro en los intercambios con las izquierdas europeas realizados entre el 8 y el 15 de julio de 2001 en Bruselas, Madrid, París y Roma con políticos, eurodiputados y legisladores nacionales de las corrientes Izquierda Unida, Verde y Socialdemócrata. Sin los esfuerzos y gestiones personales de Hans Modrow, ex primer ministro de la desaparecida República Democrática Alemana, presidente de honor del Partido del Socialismo Democrático y diputado al Parlamento Europeo, este viaje a Europa del Grupo de Trabajo del Foro no se hubiese materializa­do. Convencido de la importancia de los intercambios entre las izquierdas latinoamericanas y europeas, Modrow logró sortear la incredulidad y reti­cencia despertada en varios partidos del GUE­NGL, que habían renunciado

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a reunirse con el Foro por las numerosas posposiciones que había sufrido durante nueve años.

La delegación del Foro de São Paulo que visitó Europa estuvo com­puesta por delegados del PT de Brasil, el PC de Cuba, las organizaciones colombianas miembros del Grupo de Trabajo, el FMLN de El Salvador, la URNG de Guatemala, la OPL de Haití, el PT y el PRD de México, el FSLN de Nicaragua, el MNI de Puerto Rico y el FA de Uruguay. El seminario conjun­to del Foro y el GUE­NGL se efectuó el 9 y 10 de julio de 2001. El día 9 se pro­dujo el intercambio sobre el tema «La izquierda europea y latinoamericana frente a las relaciones políticas, económicas, comerciales y sociales entre la Unión Europea y América Latina», mientras que el día 10 se aborda ron «Las perspectivas de cooperación entre al GUE­NGL y el Foro de São Paulo», dedicado a las actividades conjuntas que ambos podrían efectuar en el X Encuentro del Foro de São Paulo en La Habana en diciembre de 2001, y en el Foro Social Mundial en Porto Alegre de febrero 2002.

Además del seminario conjunto con el GUE­NGL, en Bruselas, la dele­gación del Foro también efectuó un desayuno de trabajo con Etienne Godin, responsable de asuntos internacionales del Partido Socialista Belga (francó­fono); un intercambio con Joaquim Miranda, presidente de la Comisión de Cooperación y Desarrollo del Parlamento Europeo; uno con Mónica Frassoni y un grupo de eurodiputados verdes; uno con Alonso Puerta, en su condi­ción de vicepresidente del Parlamento Europeo, a nombre de la presidenta Nicole Fontaine; y otro con Enrique Barón Crespo, presidente del Partido Socialista Europeo. La delegación también asistió a un cóctel ofrecido por la Embajada de Cuba con motivo de la visita a Bruselas del ministro de Relaciones Exteriores Felipe Pérez Roque, y a un cóctel ofrecido, con motivo de su visita a Europa, por el embajador de México, Porfirio Muñoz Ledo.

El 11 de julio la delegación del Foro se reunió en Madrid con la banca­da socialista­progresista del Ayuntamiento de la capital española, coordi­nado por Isabel Villalonga; con el Partido Comunista Español e Izquierda Unida coordinado por José Luis Núñez (PCE) y Pedro Marset (IU); con el representante del Frente POLISARIO, y con Trinidad Jiménez, secretaria de Relaciones Internacionales del Partido Socialista Obrero Español. El 12 de julio, la delegación se reunió en París con Daniel Cirera, secretario de Relaciones Internacionales del Partido Comunista Francés y con los se­

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cretarios de Relaciones Internacionales del Partido Socialista Francés y del Partido de los Verdes, a los cuales ofreció una cena. El día 14, se reunió en Roma con el coordinador nacional de los Demócratas de Izquierda, Pietro Folena; con la dirección de Refundación Comunista, y con la dirección del Partido de los Comunistas Italianos.

En síntesis, la primera visita a Europa realizada por el Grupo de Trabajo del Foro sirvió para profundizar las relaciones con el GUE­NGL, abrió el camino para mayores intercambios con el Partido de los Verdes y ratificó que las posibilidades de diálogo con la socialdemocracia europea se circuns­cribían a intercambios bilaterales entre el Grupo de Trabajo (es decir, no la plenaria del Foro) y algunos de esos partidos, entre los cuales resaltaban los austriacos y los franceses.

Tras la visita del Grupo de Trabajo del Foro a cuatro capitales europeas, se iniciaron los preparativos del X Encuentro. Los días 18 y 19 de agosto sesionó en Montevideo el comité de redacción del documento central de ese evento, y los días 25 y 26 de septiembre se reunió en Managua el Grupo de Trabajo para aprobarlo, junto con el programa y el informe de las activida­des realizadas entre el IX y el X Encuentros. Esta fue la primera vez que, ape­nas dos meses antes de la celebración de uno de sus Encuentros, todavía no se había efectuado una reunión para acordar sus preparativos. En realidad, todo el período transcurrido entre febrero de 2000 y diciembre de 2001, fue atípico, primero, por las maniobras para moderar los acuerdos de Managua y, segundo, por el cambio de sede, de Antigua Guatemala a La Habana. En virtud de que la celebración del X Encuentro en La Habana había sido una decisión de emergencia derivada de la imposibilidad de efectuarlo en Antigua Guatemala, los anfitriones no se consideraron en condiciones de convocar los seminarios que el Foro siempre organiza con diversos sectores políticos y sociales durante los dos días previos a cada uno de sus eventos. No obstante, se ofreció facilitar las condiciones para celebrar los seminarios que tuviesen capacidad de auto convocatoria, como ocurrió en el caso de los referidos a parlamentarios, género, juventud y Caribe.

La reunión del Grupo de Trabajo de los días 25 y 26 de septiembre se efectuó en un clima dominado por los atentados terroristas del día 11 de ese mes. En una declaración emitida el 26 de septiembre, el Grupo de Trabajo reiteró la condena —hecha de inmediato por la Secretaría Ejecutiva— a cual­

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quier acto y forma de terrorismo, repudió los ataques perpetrados en contra de la población civil de los Estados Unidos, se pronunció por que el gobier­no de ese país emplease los recursos de la diplomacia y los medios no béli­cos para enfrentar la situación creada y evitar que sus acciones de repuesta afectasen a individuos, poblaciones o grupos humanos inocentes.

Del 4 al 7 de diciembre de 2001, en el Palacio de las Convenciones de La Habana se celebró el X Encuentro del Foro de São Paulo, con la asistencia de 518 delegados de 81 países de América, Europa, Asia, África, Medio Oriente y Australia, representantes de 74 partidos y movimientos políticos miembros, y de 127 organizaciones invitadas. El día 4 se efectuó la sesión inaugural. En la tarde, se celebraron las reuniones de las subsecretarías re­gionales para analizar el Informe de Balance del Grupo de Trabajo y el do­cumento base. Los días 5 y 6 fue el debate en plenaria, mientras el día 7 tuvo lugar la discusión y aprobación de la Declaración Final y la clausura.

Como es usual, en los debates del II Encuentro de La Habana ejerció una influencia determinante la evolución de la coyuntura regional. Con la toma de posesión de George W. Bush como presidente de los Estados Unidos, en enero de 2001 los sectores neoconservadores y la derecha religiosa res­tablecieron el control que ya habían ejercido sobre el gobierno de ese país durante los mandatos de Ronald Reagan y de George H. Bush. Debido a que su predecesor, William Clinton, siguió los patrones generales de la llamada política bipartidista impuesta por Reagan, George W. Bush pudo dar conti­nuidad a la reestructuración del sistema de dominación continental iniciada por su padre, de quien retomó el énfasis en la injerencia y la intervención.

La administración Bush manipuló los actos terroristas del 11 de sep­tiembre para justificar la invasión y ocupación militar de Afganistán e Irak, aumen tar las amenazas y presiones contra Irán, Siria, Corea del Norte y Cuba, e implantar la doctrina de guerra preventiva contra el terrorismo. También utilizó la histeria creada por él mismo, para sacar la reestructura­ción del Sistema Interamericano del estancamiento en que había quedado sumido por la negativa del Congreso de los Estados Unidos de concederle a Clinton la garantía de aprobación del ALCA y los TLC por la «vía rápida» (fast track), sin la cual las negociaciones de esos acuerdos estaban condenadas al fracaso. Bush obtuvo del Congreso la facultad de establecer acuerdos co­merciales preferenciales (Free Trade Agreements), lo que le permitió reavivar

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las negociaciones del ALCA y los TLC bilaterales y subregionales. En cuanto al pilar político del sistema de dominación continental, la Asamblea General de la OEA, reunida en Lima en el momento de los actos terroristas, apresu­ró la aprobación de la Carta Democrática Interamericana,1 escalón superior del entramado de acuerdos lesivos a la autodeterminación, la soberanía y la independencia de América Latina y el Caribe, construido a partir de la adopción en 1991 del Compromiso de Santiago de Chile con la Democracia y con la Renovación del Sistema Interamericano. Además, en medios de la OEA circularon opiniones de que los gobiernos del continente debían ac­tivar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).

Además de la histeria belicista desatada por el imperialismo norteame­ricano a raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre, otro elemento de la situación regional que influyó en la atmósfera reinante, fue la frustración por las derrotas de la mayoría de los candidatos presidenciales de izquierda en las elecciones efectuadas entre 1998 y 2001. Los resultados de las eleccio­nes presidenciales de ese período fueron mixtos, con altas y bajas para la izquierda. En 1998, Lula fue derrotado por tercera vez en Brasil; un candi­dato del FMLN —en esta ocasión, Facundo Guardado— sufrió su segundo revés en El Salvador; y en 1999 un candidato del Frente Amplio —que por segunda vez era Tabaré Vázquez— enfrentó el tercer fracaso en Uruguay. Sin embargo, en este último caso, los dos partidos de la derecha tradicional (blancos y colorados) tuvieron que unirse para frenar el avance electoral de la izquierda, y aun así no pudieron evitar que la legislatura quedase dividi­da, casi en partes iguales, entre derecha e izquierda. En lontananza se avizo­raba la posible elección de un gobierno del Frente Amplio en Uruguay. La más reciente de estas derrotas era la sufrida por el candidato del FSLN en la elección presidencial nicaragüense celebrada el 4 de noviembre, es decir, exactamente un mes antes del inicio del X Encuentro. El avance electoral del período fue la victoria de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en diciembre de 1998 que, tras una cadena de éxitos electorales y consultas populares, ya comenzaba a ser justipreciada por los miembros del Foro.

Aunque el tercer revés de Lula fue un golpe para el PT, el impacto en Brasil de la crisis de las bolsas asiáticas y las medidas adoptadas por el go­bierno de Fernando Henrique Cardoso para limitar su efecto, desarticularon la coalición de partidos de centro y derecha que había servido para blo­

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quearle el camino en 1994 y 1998. Así que, en medio de la derrota, empezó a formarse la correlación de fuerzas que favorecería el triunfo de Lula en los comicios presidenciales brasileños de 2002. Sin embargo, en julio de 2000, el balance de éxitos y fracasos se inclinó en este último sentido, con el descen­so de Cuauhtémoc Cárdenas al tercer lugar en el voto popular, en su tercera elección presidencial. No fue el PRD, sino el Partido Acción Nacional (PAN, de derecha) la fuerza política que puso fin a siete décadas de control del Estado mexicano por parte del Partido Revolucionario Institucional (PRI). En Ecuador, aunque sendos estallidos sociales provocaron el derrocamiento de los presidentes Abdalá Bucaram (1997) y Jamil Mahuad (2000), el mo­vimiento popular y de izquierda carecía de la unidad y liderazgo político para sustituir a esos mandatarios por un gobierno propio, de manera que se producía un reciclaje de la dominación neoliberal.

A pesar de que en este libro no se considera la elección de Fernando de la Rúa en 1999 en Argentina, ni la de Ricardo Lagos en 2000 en Chile como triunfos de la izquierda, ambas impactaron en el debate sobre objetivos y formas de lucha dentro del Foro. La experiencia de la coalición integrada por el Partido Socialista de Chile (PSCh), el Partido por la Democracia (PPD) y el Partido Radical Socialdemócrata (PRSD) en su alianza con el Partido Demócrata Cristiano (PDC) en la Concertación fue el patrón utilizado por Jorge Castañeda Gutman para elaborar la tesis de la «alianza de la izquierda con el centro». Ese patrón y esa tesis fueron los que guiaron la creación en Argentina de la alianza de la Unión Cívica Radical (UCR) con el Frente por un País Solidario (FREPASO), conocida como la Alianza UCR­FREPASO.

En Chile, después de dos gobiernos de la Concertación con presiden­tes del Partido Demócrata Cristiano (PDC), Patricio Aylwin (1990­1995) y Eduardo Frei (1995­2000), en 2000 esa coalición llevó como candidato a pre­sidente al socialista Ricardo Lagos. Desde el inicio del mandato de Lagos se demostró que el cambio en la filiación política de quien encabezaba la coalición no implicaba un cambio en la política neoliberal heredada de Pinochet. Lo mismo sucedió con el gobierno de la Alianza UCR­FREPASO, encabezado por Fernando de la Rúa, quien siguió al pie de la letra la po­lítica neoliberal de su predecesor, Carlos Saúl Menem, lo cual provocó la crisis económica, política y social cuyo desenlace fue el estallido social que condujo a su derrocamiento en diciembre de 2001. Tanto la Concertación

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como la UCR­FREPASO demostraron que la «alianza de la izquierda con el centro» no era más que una versión de la división del trabajo empleada por la socialdemocracia, entre un ala «de izquierda» encargada de atraer el apoyo electoral de los sectores populares, y un ala «de derecha» que asume la representación de los intereses burgueses dominantes, la cual monopoliza los puestos claves del gobierno.

Ya a finales de 2001, el concepto de crisis integral, política, económica, social y moral, resumía la situación de Argentina durante el segundo año del gobierno de la Alianza UCR­FREPASO, encabezado por Fernando de la Rúa, principal derrotado en las elecciones legislativas celebradas en octubre, no solo porque el opositor Partido Justicialista logró controlar ambas cáma­ras, sino también por las boletas anuladas y la abstención que, en conjunto, sumaron el 41% del electorado. Además, casi todos los senadores y diputa­dos electos por la UCR eran críticos abiertos de la política gubernamental. Sin embargo, la reacción de De La Rúa fue desconocer el veredicto de las urnas y la intensificación de las protestas populares, pues lejos de modifi­car su política, dijo que mantendría a Domingo Cavallo como ministro de Economía, decisión que evidenciaba una sujeción suicida a los dictados del capital financiero.

En Bolivia, la conflictividad social estuvo por debajo de las expectativas, al no materializarse las anunciadas marchas e interrupciones de caminos, entre otras razones, por las contradicciones en el liderazgo popular, la dis­tensión que provocó la renuncia del presidente Hugo Banzer —aquejado de una enfermedad terminal— y el interés de los partidos políticos en crear un clima favorable para la campaña electoral de 2002.

Así evaluó el XI Encuentro los acontecimientos antes mencionados. La II Declaración de La Habana dice:

Asistimos a importantes avances de las fuerzas de izquierda y progresis­tas, actuando solas o como parte de amplias coaliciones, en varios países de nuestro continente, con importantes resultados electorales, y en algu­nos de ellos con posibilidades reales de acceder a gobiernos nacionales y locales en los próximos años, por vía de la acumulación electoral y por el camino de las luchas populares más diversas. Es indispensable articular reflexiones, construir consensos y propiciar acciones que involucren a la

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militancia partidaria de mujeres y hombres con el movimiento social y la lucha de los pueblos indígenas, en un proceso que construya tejidos de poder alternativo, respetando sus procesos y autonomías.

Si estas propuestas no encontraran eco y sujetos político­sociales para imponerse en la esfera política, tampoco podrán triunfar. En última instancia los proyectos colectivos solo triunfarán si se expresan en decisiones políticas que cambien el Estado, construyan alianzas regionales y establezcan una política internacional que apunte a un cambio en la correlación de fuerzas y a la democratización de las instancias de decisión en el ámbito mundial.

Adicionalmente es un imperativo que la izquierda y el movimiento social den cuenta de los cambios e impactos de la globalización neoliberal en el tejido societal, lo cual permitiría identificar otros aliados que el propio proceso de exclusión y explotación económica ha generado, y que hasta hace poco no podían ser considerados como tales. Llamamos la atención especialmente sobre la necesidad de la participación de los jóvenes y de garantizar su representación en las instancias de decisión.

Tras cumplirse una fructífera década del Foro de São Paulo, estamos ante el desafío de una nueva etapa: plantear las grandes líneas de la propuesta alternativa —que se concretará en cada país de acuerdo con las peculiaridades nacionales y las condiciones específicas—, aprovechando la experiencia que la izquierda ha adquirido.

Hacemos hincapié en la transformación política, en convergencia con las demandas sociales, y como vía imprescindible para alcanzarlas. Esta reivindicación de lo político es una responsabilidad que los partidos y las organizaciones del Foro de São Paulo debemos asumir plenamente, en una época histórica en que esa actividad ha sido desprestigiada por la corrupción, el clientelismo y políticas sociales y económicas que le han dado la espalda a los pueblos.2

En esencia, el II Encuentro de La Habana se produce en un momento de desconcierto de la izquierda latinoamericana por sus reiterados fracasos en las elecciones presidenciales. A esta altura, el Foro de São Paulo aún no ha­bía terminado de asimilar la elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela como una victoria propia, ni se avizoraban los triunfos que ven­drían a partir de finales de 2002.

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La anfitriona del XI Encuentro: la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca

La Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) fue fundada el 7 de febrero de 1982 como mecanismo de coordinación de los cuatro princi­pales movimientos guerrilleros del país: el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA) y el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT).

A diferencia del FSLN de Nicaragua y el FMLN de El Salvador —los otros dos anfitriones de Encuentros del Foro que en sus orígenes fueron movimientos insurgentes—, el autor no encontró información abarcadora y sistematizada que sirviera de fuente confiable para hacer una síntesis de la historia de la URNG y sus organizaciones fundadoras. Como le corresponde a los revolucionarios guatemaltecos interpretar y escribir su propia historia, en este capítulo se brinda solo un tratamiento escueto y fáctico del proceso que se inicia a inicios de la década de 1960 con los primeros brotes de lucha armada y que concluye con los Acuerdos de Paz de 1996.

Las causas de la lucha armada en Guatemala fueron la violencia, la opre­sión y la explotación ejercidas contra los estratos inferiores de la sociedad, agravados por el racismo en el caso de la población maya, la mayoritaria del país, practicadas primero por las autoridades coloniales para beneficio de la metrópoli española, y después por los gobiernos republicanos en beneficio de las élites criollas y de las potencias mundiales con las cuales estas man­tienen una relación subordinada.

Después de la independencia de España, proclamada por la oligarquía criolla en 1821, de la anexión de Centroamérica por el imperio mexicano de Iturbide en 1822, de la formación de las Provincias Unidas de Centroamérica —tras la separación México— en 1823 y del fraccionamiento de estas

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últimas en 1839, surge la actual República de Guatemala, en cuyo gobierno alter naron los conservadores y los liberales, quienes ejercieron por igual la opresión y explotación de las mayorías nacionales, en particular, de los la­di nos pobres y, más aún, de la población maya, la más discriminada de la sociedad.

La tradición dictatorial la inicia el general Rafael Carrera, caudillo con­servador que ejerce el poder entre 1839 y 1871. A raíz de la Revolución de 1871, le sucede el general Justo Rufino Barrios, caudillo liberal que go­bierna desde 1872 hasta 1885. Baste señalar que, a partir de la Reforma li­beral emprendida por el general Barrios, una de las principales funciones del Estado fue el suministro de mano de obra abundante y barata para el cultivo del café, mediante el trabajo indígena obligatorio en las fincas, entre cien y ciento cincuenta días al año. El siguiente dictador liberal fue Manuel Estrada Cabrera, cuyo régimen de terror, mantenido entre 1898 y 1920, abrió el camino en 1901 a la United Fruit Company para que iniciara la explota­ción despiadada de la fuerza de trabajo local en el cultivo del banano. Tras una década de inestabilidad, en medio de la tensión provocada por la Gran Depresión, en 1931 se adueña del poder un nuevo dictador liberal, el gene­ral Jorge Ubico, quien lo mantiene hasta el 25 de junio de 1944, fecha en que lo transfiere a una junta militar, para intentar neutralizar el movimiento de protestas populares que arremetían contra su régimen.

La dictadura y el autoritarismo tuvieron un paréntesis de 1944 a 1954. La Revolución de Octubre de 1944 desplazó del gobierno a la junta militar de­signada por Ubico para sucederle y nombró una junta cívico­militar integra­da por el doctor Jorge Toriello Garrido, el capitán Jacobo Arbenz Guzmán y el mayor Francisco Javier Arana, cuyas principales acciones fueron instalar una Asamblea Constituyente, ampliar el sistema de partidos políticos y con­vocar a elecciones generales.

En la elección presidencial celebrada en diciembre de 1944, triunfa el doc­tor Juan José Arévalo Bermejo, candidato del Partido Renovación Nacional y del Frente Popular Libertador, quien toma posesión el 15 de marzo de 1945, el mismo día en que entra en vigor la nueva Constitución. Durante su período presidencial, que expiró el 15 de marzo de 1951, Arévalo impul­só reformas progresistas en los ámbitos político, económico y social. Por ese motivo, enfrentó treinta y dos intentos de golpe de Estado, entre ellos

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el ocurrido en julio de 1949, donde resultó muerto el mayor Francisco Javier Arana, uno de los tres miembros de la Junta Cívico­Militar de la Revolución de 1944, devenido jefe del Ejército, líder de la derecha y antagonista del en­tonces ministro de Defensa, Jacobo Arbenz.

El sucesor de Arévalo fue el coronel Jacobo Arbenz Guzmán, quien con el grado de capitán había sido uno de los miembros de la Junta Cívico Militar que gobernó al país desde el 20 de octubre de 1944 hasta el 15 de marzo de 1945. Arbenz amplió y profundizó las reformas emprendidas por Aré­valo. Una de sus medidas fue la Reforma Agraria iniciada en 1953, que en sus dieciocho meses de aplicación expropió, entre otras, el 64% de las tierras de la United Fruit Company y benefició a 138 000 familias campesinas, en su mayoría mayas. Por su significación, también cabe recordar la legalización, en 1952, del Partido Comunista Guatemalteco (PCG), el cual fue rebautiza­do como Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) para facilitar esa medida. El PGT desempeñó un importante papel en los Comités Agrarios Locales devenidos estructuras de poder popular por medio de las cuales se canalizó la Reforma Agraria.

El gobierno constitucional de Jacobo Arbenz fue derrocado mediante un plan subversivo de la administración estadounidense de Dwight Eisen­hower. En medio de la campaña anticomunista desatada en 1946 como componente fundamental de la guerra fría, utilizada por el imperialis­mo norteamericano para afianzar su dominación política y económica en América Latina y el Caribe, Eisenhower emprende un plan desestabilizador contra Arbenz, seguido de bombardeos a la capital y de la invasión desde Honduras de una fuerza expedicionaria formada por militares de derecha. En un ambiente caracterizado por la confusión general y la vacilación del ejército, Arbenz renuncia el 27 de junio de 1954, día en que se restablece la tradición dictatorial, opresiva y explotadora característica de la historia gua­temalteca. Dentro de la dividida oposición de derecha, tras una sucesión de triunviratos militares, fue escogido como nuevo dictador el coronel Carlos Castillo Armas.

La renuncia de Arbenz frustró a los sectores populares dispuestos a de­fender a su gobierno, quizás no solo por las medidas adoptadas por Arévalo y por él, sino por la destrucción del clima democrático que, por primera vez, se generó en la historia de Guatemala durante la década comprendida

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entre 1944 y 1954, razón por la cual quedó acuñada la expresión el «trauma del 54». En sentido general, el retorno a la tradición dictatorial y, en particu­lar, el sentimiento de los militares progresistas de que la derrota de 1954 no había sido solo del gobierno de Arbenz, sino de toda la nación, fue el motivo de una serie de intentos insurreccionales y sediciosos ocurridos en las fuer­zas armadas entre 1954 y 1963.

Tres acontecimientos del período 1954­1963 merecen destacarse: uno es el nunca esclarecido asesinato del dictador Castillo Armas, ocurrido el 26 de julio de 1957, quien fue sucedido por el general Miguel Ydídoras Fuentes tras una negociación entre facciones derechistas, que posibilitó el reconoci­miento por el Congreso de su triunfo en las elecciones de enero de 1958; el segundo es la insurrección militar del 13 de diciembre de 1960 en demanda de la destitución del Ministro de Defensa —acusado de corrupción—, de la implantación en las Fuerzas Armadas de los valores éticos de la Escuela Politécnica del Ejército, de la depuración del cuerpo de oficiales y la cancela­ción del entrenamiento en el territorio guatemalteco de la fuerza contrarre­volucionaria que sería utilizada contra Cuba por el gobierno de los Estados Unidos en la invasión a Playa Girón —un intento de aplicar en Cuba el mis­mo plan de desestabilización e invasión militar ejecutado por Eisenhower en 1954 contra Arbenz—; el tercero fueron las denominadas jornadas de marzo y abril de 1962, masivas e incontroladas protestas populares contra el fraude cometido en las elecciones de noviembre de 1961.

Las jornadas de marzo y abril de 1962 no lograron derrocar al régimen de Ydígoras por tres factores, a saber, la negativa de la oposición de derecha a sumarse al movimiento popular, el respaldo que la jerarquía católica le brin­dó al gobierno y el apoyo del ejército. Sin embargo, su gobierno sucumbió por un golpe de Estado, el 30 de marzo de 1963, fecha en que las fuerzas arma­das deciden colocar en la presidencia al ministro de Defensa, coronel Enrique Peralta Azurdia con el propósito de evitar la realización de las elecciones de noviembre de ese año, en las cuales el ex presidente Juan José Arévalo se iba a presentar como candidato. La constatación de que era imposible aspirar a una transformación pacífica de la sociedad guatemalteca es uno de los facto­res fundamentales que inciden en el inicio de la lucha armada.

La más antigua de las organizaciones que formaron la URNG, el Parti­do Guatemalteco del Trabajo, surge en 1949 con el nombre de Partido Co­

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munista Guatemalteco (PCG). En rigor, el primer Partido Comunista de Guatemala surge en 1923, pero una parte de sus militantes fue asesinada o encarcelada, mientras los restantes tuvieron que esconderse para escapar de la persecución a la que fueron sometidos durante los trece años de la dictadura del general Ubico. En la década democrática de 1944­1954, dentro del período de gobierno de Juan José Arévalo, en septiembre de 1949 la co­rriente Vanguardia Democrática Guatemalteca (VDG), encabezada por José Manuel Fortuny, se separa del Partido Acción Revolucionaria (PAR) y fun­da el segundo Partido Comunista Guatemalteco (PCG). En 1950, en una ac­ción independiente, Víctor Manuel Gutiérrez, crea el Partido Revolucionario de los Trabajadores Guatemaltecos (PRTG). Ambos se funden, en 1952, en el II Congreso del PCG, durante el gobierno de Jacobo Arbenz, y asumen el nombre de Partido Guatemalteco del Trabajo con el propósito de facilitar su legalización, como efectivamente ocurrió poco después.

Luego de la celebración del III Congreso del PGT y de convertirse ese partido en una de las víctimas principales de la represión por el fracasa­do levantamiento militar del 13 de noviembre de 1960, en el cual no había tenido participación, un grupo de miembros de la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT) organización juvenil del PGT, junto con miembros del Partido de Unión Revolucionaria Democrática (PURD), crean el Frente Guerrillero 20 de Octubre, comandado por el ex coronel Carlos Paz Tejada, así deno­minado en homenaje a la Revolución de 1944. Este embrión guerrillero se dio a conocer el 11 de marzo de 1962 en Baja Verapaz y, por su insuficien­te preparación, fue desarticulado por el ejército apenas dos días más tar­de. En esta operación fue capturado el hijo del Premio Nóbel 1967, Miguel Ángel Asturias, Rodrigo Asturias, quien años después se convertiría en el comandante en jefe de la Organización del Pueblo en Armas (ORPA), con el seudónimo Gaspar Illom. Los sobrevivientes de este movimiento guerrillero siguieron resistiendo hasta su aniquilamiento, el 29 de marzo de 1962.

El PGT tuvo al menos tres escisiones que es preciso mencionar a los efec­tos de este ensayo: 1) en abril de 1967, se produce la ruptura entre el PGT y las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) que, como se explica más adelan­te, era un emprendimiento conjunto con otras fuerzas políticas —a partir de esta ruptura, el PGT crea un nuevo brazo armado, también con el nom­bre de FAR (conocido como segundas FAR)—; 2) en 1976 el PGT refunda

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su brazo armado, ahora con el nombre de Comisión Militar (COMIL), la cual rompe con el partido en 1978 —este rompimiento da origen al Partido Guatemalteco del Trabajo­Núcleo de Dirección Nacional (PGT­ND), que es la fracción del PGT que participa en 1982 en la fundación de la URNG—; 3) en 1980 el PGT reestructura de nuevo su aparato militar, esta vez con el nom­bre de Comisión de Trabajo Militar (CTM), y también se produce otro frac­cionamiento del que nace el Partido Guatemalteco del Trabajo­6 de enero (PGT­6E). No es hasta 1986 cuando el PGT original se suma a la URNG.

Las Fuerzas Armadas Rebeldes constituyen la segunda organización de mayor antigüedad de las que luego formarán la URNG. Las FAR na­cen en diciembre de 1962, debido a la convergencia de tres grupos que recién iniciaban la lucha armada y ya habían sufrido duros golpes del ejér­cito. En esa convergencia, promovida por el PGT, participaron los sobre­vivientes del Movimiento 20 de Octubre; los promotores del Movimiento 12 de Abril, otro malogrado embrión guerrillero organizado por miembros de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) y el Frente Unido Estudiantil Guatemalteco Organizado (FUEGO); y los ex militares arbencis­tas regresados del exilio y organizados en el Frente Insurreccional Alejandro de León Aragón 13 de Noviembre.

La heterogénea composición de las FAR provoca desde 1963 la aparición de contradicciones sobre objetivos, estrategias y tácticas. Una de estas con­tradicciones estalla en diciembre de 1964, cuando la corriente proveniente del MR­13, encabezada por Marco Antonio Yon Sosa, celebra la Conferencia de las Minas, en la cual llama a la insurrección general, línea divergente del PGT y del Frente Edgard Ibarra, lo que provoca la escisión de la fracción disidente. Tras este fraccionamiento, el PGT junto con el Frente Guerrillero Edgard Ibarra y la Juventud Patriótica del Trabajo reorganizan a las FAR, mientras que el MR­13 sigue actuando de forma independiente hasta su des­aparición en septiembre de 1973, tres años después de la muerte de Yon Sosa, en un operativo realizado por el ejército mexicano en mayo de 1970.

El Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) surge de la fusión de miem­bros del Frente Edgard Ibarra de las FAR que se entrenaban en Cuba, de in­tegrantes de la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT) que cursaban estudios en la República Democrática Alemana y de estudiantes católicos del grupo CRATER, que organizaba programas voluntarios asistenciales a comunida­

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des pobres, muchos de cuyos participantes fueron politizados y radicaliza­dos por esta experiencia. Sus orígenes se remontan a la publicación en La Habana, en 1967, del texto conocido como Documento de Marzo, elaborado por Ricardo Ramírez de León y Julio César Méndez —el primero de los cua­les se convertiría en comandante en jefe del EGP con el seudónimo Rolando Morán—, en el cual argumentaban que una de las causas de la derrota de las FAR había sido la incapacidad de compenetrarse con la población maya. La primera columna de la inicialmente llamada Nueva Organización Revolucionaria de Combate (NORC), ingresó al departamento del Quiché, procedente de México, el 19 de enero de 1972. El nombre Ejército Guerrillero de los Pobres lo adopta en su primera conferencia guerrillera, realizada ese mismo año. El EGP fue la mayor organización guerrillera guatemalteca y la que más base social logró desarrollar, estimada en 250 000 personas, funda­mentalmente campesinos mayas.

La Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA) surge como resultado de una escisión de una fracción de las FAR crítica de la ausen cia de desarrollo de una estructura clandestina de apoyo a la guerri­lla y de la falta de incorporación del pueblo maya a la lucha armada, con su cosmovisión y reivindicaciones propias. Esa escisión fue encabezada por Rodrigo Asturias (Gaspar Illom). La ORPA tuvo un prolongado proceso de formación, que abarcó desde la ruptura con las FAR en 1972 hasta la ejecu­ción de su primera acción armada en 1979. En la visión de la ORPA, la gue­rrilla debía establecer relaciones con el movimiento popular, pero mantener cada una su respectiva independencia.

En un contexto regional caracterizado por el triunfo de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua, en julio de 1979, y el proceso convergente de las guerrillas salvadoreñas que, en diciembre de 1980, fundaron el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, en este último año las gue­rrillas guatemaltecas emprendieron una ofensiva destinada a conquistar el poder a corto plazo, concebida a partir del aislamiento internacional del ré­gimen del general Romeo Lucas García, el aumento de la incorporación de combatientes y la apreciación política de que sería posible establecer un am­plio sistema de alianzas con otras fuerzas políticas y sociales. Es en medio de este proceso que, en febrero de 1982, surge la URNG.

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Si bien la ofensiva guerrillera fue neutralizada en 1983 como resultado de la política de tierra arrasada que venían ejecutando los gobiernos de los generales Romeo Lucas García, Ángel Aníbal Guevara y Efraín Ríos Montt, la URNG logró establecer y consolidar un frente de trabajo político­diplomá­tico. En efecto, la fundación de esta organización, le permitió al movimiento revolucionario guatemalteco cosechar un avance mayor en el terreno político­diplomático que en el militar, en especial, porque durante el transcurso de esa década recesaría la tendencia al flujo de la lucha armada latinoamericana —iniciada en 1959 con el triunfo de la Revolución Cubana—, el imperialismo impondría, de manera paulatina, el llamado proceso de democratización y se abrirían espacios para la lucha electoral de la izquierda en la región.

Este proceso comienza en Guatemala durante el gobierno del general Humberto Mejía Víctores (1983­1985), quien se erige con el poder tras el golpe de Estado que derrocó al también general Efraín Ríos Montt (1982­1983). El inicio del establecimiento de la democracia burguesa en Guatemala se inicia con la aprobación, el 31 de mayo de 1985, de una nueva Constitución. Aunque el ejército estableció límites que los constituyentes no podían trascender, la ampliación de los márgenes del juego político, incluida la celebración de elec­ciones pluripartidistas, puso fin a la larga tradición de dictaduras militares. Fue una transición gradual, controlada y accidentada de la dictadura militar a la democracia burguesa, como todas las que se dieron en el resto de América Latina, en la medida en que el imperialismo norteamericano y las élites loca­les juzgaban que aquellas habían terminado de cumplir su papel.

El primer gobierno posdictadorial fue el del demócrata cristiano Marco Vinicio Cerezo Arévalo (1986­1991). Durante el primer año de su man­dato, en mayo de 1986, se celebró en Guatemala una reunión de los pre­sidentes de Centroamérica que, acorde con las pautas impuestas por la administración de Ronald Reagan, emitió la Declaración de Esquipulas. Esa reunión tuvo continuidad el 7 de agosto de 1987, cuando los mandatarios de la región firmaron el documento Procedimiento para Establecer la Paz Firme y Duradera en Centroamérica, también conocido como Declaración de Esquipulas II, que sentó bases diferentes, por una parte, para las nego­ciaciones entre el gobierno sandinista y la contrarrevolución nicaragüense y, por otra, para las negociaciones entre los Estados contrainsurgentes de El Salvador, Guatemala y Honduras, y los movimientos revolucionarios que practicaban la lucha armada en esos países.

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Ni Cerezo, ni su sucesor, el presidente Jorge Serrano Elías (1991­1993) —cuya gestión fue interrumpida a raíz del fracasado golpe de Estado técni­co que intentó dar el 25 de mayo de 1993—, ni su reemplazante designado por el Congreso, Ramiro de León Carpio (1993­1996), pudieron concluir el proceso de paz con la URNG, debido a los obstáculos interpuestos por las fuerzas de ultraderecha y el ejército, junto a un conjunto de dificultades pro­pias de cada una de esas administraciones. La firma de los Acuerdos de Paz en Guatemala se realizó el 29 de diciembre de 1996, durante la presidencia de Álvaro Arzú (1996­2000).

En la recta final del proceso de paz, en 1995 se crea el Frente Democrático Nueva Guatemala (FDNG) mediante la convergencia de la URNG, el Partido Revolucionario (PR) y otros sectores progresistas, con el propósito de parti­cipar en las elecciones de 1999, año para el cual se suponía que ya se hubiese alcanzado un acuerdo. Tras la firma de los Acuerdos de Paz, en 1997 las cua­tro organizaciones miembros de URNG se autodisuelven y forman un par­tido político con ese mismo nombre. Durante el proceso para su inscripción legal, se produce el fallecimiento de su secretario general, Ricardo Ramírez y ese cargo lo asume Jorge Soto (Pablo Monsanto).

La URNG obtiene su registro legal el 18 de diciembre de 1998 y el 12 de febrero de 1999, junto al FDNG, el Desarrollo Integral Auténtico (DIA) y la Unidad de Izquierda Democrática (UNID) participa en la fundación de la Alianza Nueva Nación (ANN), que postula a Álvaro Colom como candi­dato presidencial a las elecciones de 1999. En esos comicios, la ANN elige a seis diputados. No obstante, la ANN se fracciona y lo mismo ocurre con la propia URNG. Precisamente, la agudización de las contradicciones internas en la URNG le impide actuar como anfitriona del XI Encuentro del Foro de São Paulo, en 2001, como se acordó en el II Encuentro de Managua. Esas contradicciones internas condujeron a la escisión de Jorge Soto y de un sec­tor de la militancia de la URNG, quienes crean un nuevo partido con el mis­mo nombre que había tenido la alianza electoral de 1999, es decir, Alianza Nueva Nación.

Una vez consumada la ruptura del ex secretario general de la URNG con esa organización, esta logró crear las condiciones para asumir la prepara­ción del XI Encuentro en Antigua Guatemala.

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El Encuentro de Antigua Guatemala

Del 2 al 4 de diciembre de 2002 se efectuó en Antigua Guatemala el XI Encuentro del Foro de São Paulo, con la participación de delegaciones de 38 partidos y movimientos políticos miembros, y 104 organizaciones in­vitadas y observadoras de América, Europa, Asia, África, Medio Oriente y Oceanía. Este evento fue precedido por dos reuniones del Grupo de Trabajo. La primera se efectuó en la ciudad de Guatemala, los días 5 y 6 de julio de 2002, con el propósito de acordar el temario, la agenda y la relación de invitados. La segunda fue en la propia Antigua Guatemala, el 1ro. de di­ciembre, para integrar las comisiones encargadas de redactar el proyecto de Declaración Final, procesar las propuestas de resoluciones y conducir las plenarias.

Resaltó la numerosa participación de invitados europeos, lo cual obede­ce al gran interés con que el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria­Verde­Nórdica del Parlamento Europeo (GUE­NGL) apoya las actividades del Foro. Pese a que la cobertura de la prensa guatemalteca fue limitada, la URNG la consideró mucho mayor que la atención que los medios de comu­nicación acostumbran a brindarle a las actividades de la izquierda. Una ca­racterística muy relevante de este evento fue el proceso previo de discusión de los temas desarrollado por la URNG con todas sus estructuras de base.

La escisión ocurrida meses antes en el partido anfitrión, la URNG —a partir de la cual se formó un nuevo partido encabezado por el ex secretario general de esa organización, Jorge Soto (Pablo Monsanto), llamado Alianza Nueva Nación (ANN)—, despejó el obstáculo que había impedido organi­zar un Encuentro del Foro de São Paulo en Guatemala en 2001. En virtud de las normas vigentes en ese agrupamiento regional, por el hecho de estar en proceso su solicitud de ingreso al mismo, la ANN asistió como invitada,

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hecho que generó cierta fricción con la URNG, cuya dirección, no obstante, manejó el asunto con madurez.

En el XI Encuentro se realizaron ocho seminarios temáticos, cuatro inter­cambios subregionales y tres sesiones plenarias, además de tres reuniones del Grupo de Trabajo. Los temas de los seminarios, todos efectuados el 2 de diciembre, fueron: movimientos sociales, partidos políticos y organizacio­nes no gubernamentales; discriminación étnica y racismo; género; juventud; migraciones; parlamentarios; poder local y municipalismo; y procesos de in­tegración. La organización de los seminarios fue positiva, con una nutrida participación de la militancia de la URNG, la cual, en los meses anteriores, había desarrollado un proceso nacional de discusión de esos temas y selec­ción de ponencias que serían presentadas en esa ocasión.

La noche del 2 de diciembre se produjo la inauguración. En la maña­na del día 3 se celebraron las reuniones de las subsecretarías regionales: México­Centroamérica, Caribe, Países Andinos, y Cono Sur. Las sesiones plenarias de la tarde del día 3 y de la mañana y tarde del día 4 estuvieron dedicadas a las lecturas y aprobaciones de las relatorías de los seminarios y de las subsecretarías regionales y a intervenciones especiales. Finalmente, tras una demora causada por la falta de consenso en el Grupo de Trabajo para la aprobación de la Declaración Final, en la noche del día 4 y madruga­da del 5, se efectuó el debate, modificación y aprobación de ese texto, segui­do del discurso de clausura de la secretaria general de la URNG.

El triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en la elección presidencial efec­tuada en Brasil el 27 de octubre, fue el acontecimiento de más impacto en el XI Encuentro del Foro de São Paulo. Otros hechos que contribuyeron a crear el clima en que se realizó ese evento, fueron el movimiento de protes­tas que obligó a renunciar al presidente de Argentina, Fernando de la Rúa, la campaña desestabilizadora con la que el imperialismo norteamericano y la derecha venezolana pretendían derrocar al gobierno de Hugo Chávez, y las elecciones presidenciales de Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Colombia.

La elección de Lula a la Presidencia de Brasil, el 27 de octubre de 2002, abre una nueva etapa en la historia del Foro de São Paulo. El Partido de los Trabajadores no era el primer miembro de ese agrupamiento que llegaba al gobierno. Además del Partido Comunista de Cuba y de las organizaciones que acompañaron a Chávez en los comicios venezolanos de 1998, también lo

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habían hecho, en uno u otro momento, solos o en coalición y, en este último caso, como fuerza principal o secundaria, miembros del Foro de Argentina, Bolivia, Chile, Dominica, Guyana, Haití, Panamá, República Dominicana y de la propia Venezuela. Sin embargo, el triunfo de la coalición electoral encabezada por el PT tenía una significación especial: en Cuba, ejercía el poder una revolución socialista que triunfó, más de cuatro décadas an­tes, en las condiciones imperantes en el desaparecido mundo bipolar; en Venezuela, la victoria de Chávez se produjo en medio del desmoronamiento del sistema institucional imperante, circunstancia que le permitió cambiar la Constitución y emprender otras transformaciones de envergadura; y, final­mente, ninguno de los otros gobiernos en los que habían participado o par­ticipaban miembros del Foro era reconocido como paradigma de la Nueva Izquierda. Incluso, varios de ellos ni siquiera podían considerarse progresis­tas. Lo especial de la elección de Lula radica en que esta sí era la victoria que la Nueva Izquierda esperaba desde 1988.

Cuando ya las derrotas de todos los demás candidatos presidenciales de izquierda ocurridas desde 1988 hacían pensar que la elección de Chávez en 1998 había sido un accidente histórico atribuible a la singularidad de la cri­sis política venezolana, Lula fue electo presidente de Brasil en la segunda vuelta de los comicios de 2002, en la cual cosechó 61,3% de los votos, frente al 23,2% del candidato oficialista José Serra.1 Ese triunfo ocurría trece años después que, pese al revés en su primera campaña presidencial, la votación obtenida por él frente a Fernando Collor de Mello afianzó la tendencia favo­rable a la lucha electoral de la izquierda latinoamericana.

La candidatura presidencial de Lula fue derrotada tres veces —en 1989, 1994 y 1998—, hecho que estuvo a punto de liquidar su vida política, y que sacudió de forma reiterada al PT, debido a la pugna entre las corrientes que atribuían esas derrotas al alejamiento de sus bases populares ocasionado por la política de alianzas con fuerzas de centro, y las tendencias que, por el contrario, consideraban necesario ampliar y fortalecer tales alianzas. Este enfrentamiento era aún más agudo porque los reveses de 1994 y 1998, am­bos frente a Fernando Henrique Cardoso, ocurrieron en la primera vuelta, lo que representaba un desempeño inferior al de 1989.2

El resurgimiento de la figura de Lula y su victoria en la elección de 2002 fue el resultado de un proceso de acumulación política y adaptación a la

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gobernabilidad democrática, en medio de una situación que se caracteriza­ba por la crisis provocada por la reforma neoliberal de Cardoso, el impacto del desplome de las bolsas de valores asiáticas —que contribuyó a destruir la coalición de derecha articulada por el Partido de la Socialdemocracia Brasileña— y la preocupación por el quiebre institucional en Argentina, ini­ciado en julio de 2001.

El reconocimiento de la importancia del triunfo de Lula en el Foro fue unánime. Así quedó reflejado en la Declaración de Antigua Guatemala:

La reunión se efectuó bajo el impacto del triunfo del pueblo brasileño que consagró a Lula Presidente, con más de 52 millones de votos, expresión del amplio apoyo de fuerzas de izquierda, progresistas y democráticas. La conquista del gobierno en el mayor país del continente reafirma la validez de una política de alianzas de máxima amplitud y profundidad, conformada en torno al Partido de los Trabajadores con su programa de transformaciones sociales. Señalamos con satisfacción que la mayor parte de los partidos integrantes de la alianza tienen activa participación en el Foro de São Paulo desde su origen. Lula Presidente significa un punto de inflexión en el continente e insufla un poderoso aliento a todos los que luchan por la democracia en el plano político, económico y social.

En Brasil, la esperanza venció al temor y permitió una victoria del «sí se puede» contra el pensamiento único. Fue un triunfo moral contra la corrupción, un punto de encuentro entre la ética y la política, una voluntad de cambio que llegó a todos los confines de ese inmenso país y se irradia a América Latina y el Caribe, abriendo perspectivas esperanzadoras a las luchas políticas y sociales que nuestros pueblos están llevando adelante contra las consecuencias nefastas de las políticas neoliberales, agravadas en el último período.3

Pero la situación del mundo, de América Latina y de Brasil había cambiado en los casi veintitrés años de existencia del PT, en particular, durante los catorce transcurridos desde que Lula participó en su primera elección pre­sidencial. La crisis terminal de la URSS y del bloque socialista europeo, que el VII Encuentro Nacional de ese partido —celebrado del 31 de mayo al 3 de junio de 1990— consideró que tendría «un sentido histórico positivo»4 —a partir del criterio de que allí moría una concepción antidemocrática, y por

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consiguiente falsa, de socialismo— tuvo, por encima de esta y de cualquier otra consideración, un sentido histórico negativo, porque despejó el camino a la imposición de un sistema de dominación mundial que restringe, de ma­nera sin precedentes, la soberanía, la autodeterminación y la independencia de todos las naciones, en especial, de las naciones del Sur.

Dentro del nuevo orden mundial, los partidos y movimientos políticos de la Nueva Izquierda latinoamericana podrían ejercer el gobierno nacio­nal sin verse sometidos a la hostilidad y desestabilización del imperialismo, pero a condición de no llevar a la práctica los programas políticos y electo­rales «poscomunistas» elaborados a finales de los años ochenta y principios de los noventa, que prometían la más amplia participación democrática de todos los sectores oprimidos y explotados, un desarrollo económico inde­pendiente y sostenible, y una justa redistribución de la riqueza.

En el mundo unipolar, la realidad demostró, con mayor crudeza que en etapas anteriores, que el voto ciudadano no es la fuente del poder en la so­ciedad capitalista, sino el medio de acceder a instituciones ejecutivas y legis­lativas cuya capacidad de decisión y acción está determinada por poderes fácticos. No era igual redactar un programa en la oposición, que entretejer alianzas con fuerzas de centro, vencer los obstáculos de un sistema electoral diseñado para garantizar la alternancia entre partidos burgueses, y heredar un gobierno atado al sistema de dominación transnacional. La aspiración a ser electos al gobierno nacional y ejercer esa función en el capitalismo real llevó a la Nueva Izquierda a redactar los programas de gobierno y construir las alianzas posibles. Las reivindicaciones socioeconómicas de los obreros, campesinos, desempleados, subempleados, jubilados, mujeres, jóvenes, in­dios y negros, solo podrían ser atendidas en la medida en que el Estado lograra acumular excedentes, sin afectar los pagos de la deuda y demás compromisos con el capital financiero transnacional.

Los programas «poscomunistas» quedarían como puntos de referencia hacia los cuales avanzar en un futuro impreciso. Como esos programas ejer­cieron una influencia determinante en muchas de las declaraciones y reso­luciones aprobadas por el Foro desde su fundación, era lógico que, ante la perspectiva de ejercer el gobierno nacional, algunos de sus miembros toma­ran distancia de ciertos postulados frecuentes en ellos: no de los objetivos políticos, económicos y sociales, cuyo cumplimiento descendía al lugar po­

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sible en la escala de prioridades de los programas de gobierno, sino de las posiciones de rechazo total y de las críticas más radicales a los centros de poder mundial, los organismos financieros internacionales y otros gobier­nos de América Latina y el Caribe, con los cuales tendrían que mantener relaciones funcionales, aunque ello no fuese de su agrado. Era un problema que el Grupo de Trabajo y el Foro de São Paulo en su conjunto tendrían que procesar, de manera constructiva, como una consecuencia de su pluralidad. Pero, sin ese procesamiento de por medio, el intento de subordinar algunos aspectos de la Declaración Final, las resoluciones y los acuerdos a esa lógica de reacomodo, sumieron al Foro en una nueva crisis.

La elección de Lula no fue acompañada de la obtención de mayoría en la Cámara de Diputados ni en el Senado, hecho que obligó al PT a incluir en la alianza legislativa y gubernamental a fuerzas de centro y centro­derecha que no lo apoyaron, ni en la primera ni en la segunda vueltas. De manera que, tanto por la composición del gobierno, como por la inclinación natural del entonces llamado Campo Mayoritario del PT —la corriente «Articulación»— Lula iniciaría su gestión con el interés prioritario de establecer una relación funcional con las grandes potencias, el capital financiero transnacional y la burguesía brasileña, en especial porque recibía las arcas maltrechas, tras una campaña electoral en la que, por cuarta vez, se había fomentado el miedo de que su triunfo provocaría la bancarrota nacional, con nefastas consecuencias para todos los sectores sociales brasileños. Por estos motivos, la delegación del PT acudió al Encuentro de Antigua Guatemala con una extraordinaria sensibilidad sobre un grupo de temas contenidos en el documento base, en cuya elaboración y aprobación ese partido había participado poco antes. La sensibilidad era aún mayor porque días después de ese Encuentro, el 10 de diciembre, el presidente electo de Brasil se entrevistaría en Washington con su homólogo George W. Bush. Pero, al margen de los juicios de valor que puedan hacerse sobre la estrategia y la táctica emprendidas por el naciente gobierno de Lula, medular es que este hecho marca un cambio cualitativo en la dinámica del Foro de São Paulo, no solo por la importancia que en sí mismo tiene el PT dentro del conjunto de la izquierda latinoamericana, sino, además, porque ese partido ocupa la Secretaría Ejecutiva del Foro.

No vale la pena entrar en detalles cuya divulgación no ayudaría a ningu­na de las partes involucradas en este debate. La esencia es que, a partir de

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entonces, se puso al rojo vivo la polémica sobre reforma o revolución, debi­do a la necesidad que una parte de los miembros del Foro sentía de hacer más explícito su compromiso de actuar, como horizonte estratégico, dentro de la democracia burguesa en la cual habían logrado —o esperaban— acce­der al gobierno, y la necesidad que la otra parte sentía de hacer también más explícita su vocación estratégica de derrocar a ese sistema social, aunque sin poder acompañar su convicción ideológica con una idea clara de los medios, los métodos y los plazos previsibles para alcanzar ese objetivo.

El punto neurálgico del enfrentamiento fue, lógicamente, el conflicto de Colombia, único país de la región donde se sigue practicando la lucha ar­mada. Es un debate duro y muy polarizado porque tiene dos aristas, una es que constituye la encarnación práctica del debate general sobre objetivos y formas de lucha; la otra, porque en él inciden las complejas peculiaridades de la violencia colombiana. Este tema se tornó mucho más espinoso por­que, tras la suspensión de las negociaciones con la FARC­EP decidida por el presidente saliente, Andrés Pastrana, el nuevo mandatario colombiano, Álvaro Uribe Vélez, emprendió otro intento de forzar la solución del con­flicto armado mediante la intensificación de la guerra. Como parte de ese distanciamiento de la senda del diálogo, que le había permitido a los mo­vimientos insurgentes abrirse espacio internacional, Uribe los calificó de terroristas, emprendió una campaña para que otros gobiernos hicieran lo mismo, y cursó a INTERPOL solicitudes de captura de los representantes político­diplomáticos de las FARC­EP y del ELN.

La crisis de Argentina ayuda a comprender la cautela con que el imperia­lismo norteamericano y los organismos financieros internacionales acogie­ron los resultados electorales de la izquierda brasileña. Otra de sus lecciones fue que demostró hacia qué final conducía la «alianza de la izquierda con el centro» promovida por Jorge Castañeda Gutman. En un país dominado por el capital financiero transnacional —como casi todos los de América Latina y el Caribe— la fuerza de centro que ejercía el papel hegemónico en la alian­za —en este caso, el sector de la UCR liderado por De la Rúa— se sentía obligado a continuar la reestructuración neoliberal heredada de la derecha, mientras que la izquierda —el FREPASO— carecía de capacidad de decisión o influencia para frenar, y menos para revertir, las políticas en curso, por lo que las opciones de sus integrantes fueron salirse de la alianza, hacer oposi­

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ción desde dentro, o compartir los costos políticos que la UCR tendría que pagar. La decepción con el gobierno de la alianza UCR­FREPASO, electo en virtud de la promesa de poner fin a la década menemista, pero que no hizo otra cosa que seguir al pie de la letra la política de Menem, ayuda a com­prender por qué en Argentina prendió con tanta fuerza la consigna «¡Que se vayan todos!»

Vale la pena puntualizar la singularidad de la crisis en Argentina. Ese no fue el primer país latinoamericano y caribeño donde estalló una crisis financiera: le antecedieron la crisis mexicana de 1994 —que repercutió en Argentina en la bancarrota del Plan Cavallo— y los ataques especulativos contra Brasil de 1998 y 1999. Tampoco fue el primer país donde se produjo una crisis del sistema político de la democracia neoliberal: le precedieron la descomposición institucional peruana que posibilitó la elección de Alberto Fujimori en 1990, los estallidos sociales ecuatorianos que provocaron el de­rrocamiento de los presidentes Abdalá Bucaram y Jamil Mahuad, y el des­moronamiento del sistema político e institucional en Venezuela, que creó las condiciones para el triunfo electoral de Hugo Chávez. El elemento distintivo de la crisis en Argentina fue la convergencia y la interacción de sus manifes­taciones económicas, políticas y sociales, que por primera vez se presenta­ban al unísono.

Mientras, por una parte, el caso argentino reveló las consecuencias de acatar los dictados del nuevo sistema de dominación regional, por otra, la ofensiva desestabilizadora contra el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela mostró las consecuencias de desafiar esos dictados. Después de aprobada la nueva Constitución de la ahora denominada República Bolivariana de Venezuela en el referéndum celebrado el 15 de diciembre de 1999, Hugo Chávez revalidó su mandato presidencial en los comicios del 30 de julio de 2000 con 59,76% de los votos, mientras su principal opositor, Francisco Arias Cárdenas, obtuvo 37,52%.5 El desprestigio y la desarticulación de las fuerzas de la reacción venezolana eran de tal envergadura que tarda­ron cuatro años, a partir de la primera elección de Chávez en diciembre de 1998, para poder articular acciones desestabilizadoras en gran escala, como el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 —derrotado por la espontánea acción popular— y el paro empresarial que se iniciaba en diciembre de 2002 —es decir, casi en el momento en que se celebraba el Encuentro de Antigua

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Guatemala—, cuyo centro fue la interrupción de las operaciones de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), combinado con la insubordinación de un grupo de oficiales de la Fuerza Armada Nacional (FAN) y el instigamiento a la in­surrección realizado por los medios de comunicación privados.

Además de la elección de Lula en Brasil, de la renuncia del presidente Fernando de la Rúa en Argentina y de la intensificación de la campaña de desestabilización contra la Revolución Bolivariana en Venezuela, en las lu­chas de la izquierda latinoamericana incidieron las elecciones celebradas en 2002 en Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Colombia. En Ecuador, en virtud del apoyo del Movimiento Pachakutik y de otras fuerzas de izquierda, en la segunda vuelta de la elección presidencial se impuso el ex coronel Lucio Gutiérrez, quien alcanzó relevancia nacional por su papel en el golpe de Estado del 21 de enero de 2001, que derrocó al gobierno de Jamil Mahuad. El apoyo de algunas de las principales organizaciones populares, junto con la errónea percepción de que Gutiérrez había desempeñado un papel progre­sista en la caída de Mahuad —cuando en realidad lo que hizo fue colocarse al frente del pronunciamiento militar para entregarle el poder a los genera­les de las fuerzas armadas—, hizo que sectores de la izquierda albergaran la esperanza de que su gobierno fuese de carácter progresista. Esa valoración creó el espejismo de que la elección de Gutiérrez era una de las victorias po­pulares y como tal fue mencionada en la Declaración de Antigua: «Al triun­fo de Lula se suma la victoria de Lucio Gutiérrez, candidato de la alianza Sociedad Patriótica 21 de Enero y del Movimiento Pachakutik, con el apo­yo del Movimiento Popular Democrático, de partidos de izquierda y movi­mientos sociales».6 A esa valoración responde también el acuerdo de realizar en XII Encuentro del Foro en Quito, lo cual nunca llegó a cumplirse.

En Bolivia, el dirigente de los campesinos indígenas cocaleros, Evo Morales, candidato presidencial del Movimiento al Socialismo (MAS), ob­tuvo una de las mayores votaciones en los comicios en que triunfó el ex mandatario Gonzalo Sánchez de Lozada, mientras en las legislativas el MAS se erigía en la segunda fuerza política del país. Otro candidato de izquierda que participó en una elección presidencial durante el año fue el secretario general del FSLN de Nicaragua, Daniel Ortega, que por tercera vez conse­cutiva era derrotado por una coalición de derecha articulada en torno a las corrientes liberales.

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En este Encuentro se produjeron dos incidentes que no pueden obviarse: uno fue que la delegación del PT se retiró sin reconocer la aprobación de la Declaración de Antigua Guatemala; el otro, que la plenaria aprobó, sin consenso previo del Grupo de Trabajo, el ingreso a ese órgano del Partido Comunista de Chile (PCCh), cuya solicitud se mantenía pendiente desde el Encuentro de Managua de 1992, debido a que dicho Grupo había con­dicionado su ingreso a que también lo hiciera el Partido Socialista de Chile (PSCH), que hasta entonces no había manifestado interés de hacerlo, aun­que, afortunadamente, a raíz de este hecho se incorporó. Varios miembros del Grupo de Trabajo consideraron intolerable que la plenaria adoptase ta­les decisiones no tamizadas por su «filtro», sin tener en cuenta que «rebe­liones» como esta, y como la ocurrida en el II Encuentro de Managua, las provocaba el mismo Grupo cuando violaba las normas del funcionamiento democrático.

Finalmente, no se produjo ninguna declaración pública en la que el Partido de los Trabajadores de Brasil tomara distancia de la Declaración Final del XI Encuentro. En su defecto, Lula optó por aprovechar la confe­rencia de prensa ofrecida durante la visita a Washington, para presentarse como líder de un movimiento hacia la moderación de las formas de lucha de la izquierda latinoamericana y de promoción de su incorporación a la insti­tucionalidad vigente, canalizado por el PT mediante el Foro de São Paulo.

Los principales acuerdos del Encuentro de Antigua Guatemala fueron: la Declaración Final, el otorgamiento de la sede del XII Encuentro del Foro a Ecuador, en fecha aún pendiente de definición por parte de los futuros anfitriones; la convocatoria a la primera reunión del Grupo de Trabajo para Quito, a finales de marzo de 2003, y que en esa reunión se discutiera y re­solviera la actualización de las normas y procedimientos del Foro. Debido a que el Movimiento Pachakutik, único partido ecuatoriano miembro del Foro que desempeñó un papel decisivo en la campaña presidencial de Lucio Gutiérrez, no asistió a este Encuentro —por encontrarse en el proceso de ne­gociación de los ministerios del próximo gobierno—, existían interrogantes sobre si Gutiérrez aprobaría la celebración de ese evento. Aunque esas du­das fueron resueltas mediante consultas telefónicas, la incertidumbre sobre cuál sería la política del gobierno electo permitía prever dificultades para la celebración del XII Encuentro en ese país.

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El II Encuentro de São Paulo

Transcurrieron dos años y medio entre el XI y el XII Encuentros del Foro de São Paulo, lo cual nunca había sucedido antes. Entre el IV y V Encuentros, celebrados en La Habana en julio de 1993 y en Montevideo en mayo de 1995, respectivamente, hubo una diferencia de un año y diez meses motivada por las elecciones generales uruguayas de 1994. Entre el X y el XI Encuentros, celebrados en Managua en febrero de 2000 y en La Habana en diciembre de 2001, respectivamente, también hubo una diferencia de un año y diez me­ses, en este caso, por el cambio de sede de Antigua Guatemala a La Habana, pero el «limbo» entre el XI y XII Encuentros fue el más prolongado e incier­to. Por momentos, pareció que el Foro de São Paulo no lograría volver a reunirse, o que, de hacerlo, estallaría en pedazos.

Uno de los problemas que retrasó la convocatoria del XII Encuentro del Foro fue la imposibilidad de celebrarlo en el país acordado. La creciente evi­dencia del carácter neoliberal y represivo del gobierno de Lucio Gutiérrez en Ecuador, provocó un desgajamiento paulatino de las fuerzas de izquierda que lo integraban. Por una parte, la crisis nacional desaconsejaba mantener a Quito como sede de ese evento; por otra, la polarización de posiciones con respecto al gobierno entre los miembros ecuatorianos del Foro, impedía su actuación consensuada como anfitriones. Esta situación siguió deteriorán­dose hasta que, el 20 de abril de 2005, Gutiérrez fue derrocado por una ola de protestas de las capas medias y altas de Quito, que desde febrero exigían su renuncia. El segundo y más importante problema fue la dificultad del Grupo de Trabajo para procesar el cambio en la problemática del Foro ocu­rrido a partir de la elección de Lula a la presidencia de Brasil. Si compartir el espacio del Foro fue difícil durante sus primeros doce años y medio de vida, ese hecho lo hizo aún más difícil porque avivó las diferencias existentes en­tre los partidos y movimientos políticos electos —o con posibilidades de ser

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electos— al gobierno de sus respectivos países, y los que no se proponían —o no tenían posibilidades— de acceder a él.

El gobierno de Lula tomó posesión en Brasilia el 1ro. de enero de 2003, con las arcas del Estado vacías, preocupado por afianzar la credibilidad ante los acreedores internacionales —que Cardoso hizo todo lo posible por da­ñar—, interesado en establecer una relación funcional con el gobierno de los Estados Unidos y con los de América Latina, y obligado a ampliar sus alianzas dentro del Congreso Federal y con los gobernadores estaduales. En tales condiciones, priorizó el pago de la deuda externa, mantuvo la política económica heredada de su predecesor y asumió una defensa activa del inte­rés nacional de Brasil en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en las negociaciones del ALCA y en las relaciones con las grandes potencias. También priorizó la ampliación de los mercados externos mediante la revi­talización del MERCOSUR, el fomento de la integración sudamericana y el acercamiento a otras regiones del Sur. Esa política se complementó con el apoyo al multilateralismo, la exigencia de respeto a la soberanía, indepen­dencia y autodeterminación de las naciones, y al Derecho Internacional. En el ámbito interno, las definiciones de política económica no dejaban espacio para emprender programas a gran escala de redistribución de riqueza y de­sarrollo social, por lo que se concentró en la puesta en práctica de programas asistenciales, como el combate al hambre y la pobreza extrema que, si bien no trascienden las recomendaciones del Banco Mundial (BM), del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y de otros organismos in­ternacionales, constituyen un avance en comparación con la indolencia y la inacción en esos terrenos de la inmensa mayoría de los gobiernos.

En Argentina, en medio de la relativa estabilización socioeconómica lograda por el presidente provisional Eduardo Duhalde, el 25 de mayo de 2003, casi cuatro meses después de Lula, tomó posesión el presidente Néstor Kirchner, candidato seleccionado para cerrarle el paso a Carlos Saúl Menem, quien, una vez más, intentó aprovecharse de la crisis —de la que él mismo era el principal responsable—, para promover su candidatura en las elecciones realizadas en febrero, aunque se retiró de la contienda ante la certeza de que sería derrotado si concurría a la segunda vuelta. Entre las medidas inmediatas de Kirchner, resaltó la jubilación de la cúpula militar y policial, la derogación de las leyes de impunidad de los crímenes de la

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dictadura y la depuración del sistema judicial, al tiempo que convenció a la opinión pública de que logró un acuerdo honorable con el FMI y se alineó con Brasil para reactivar el MERCOSUR y en las negociaciones de la OMC y el ALCA.

La elección de Tabaré Vázquez a la presidencia de Uruguay, ocurrida el 31 de octubre de 2004, fue el segundo de los triunfos que el Foro anhelaba desde su fundación en 1990. Vázquez fue electo en la primera vuelta de esos comicios con 50,4% de los votos, mientras que su más cercano contendien­te, Jorge Larrañaga, del Partido Colorado, recibió 34,3%.1 La elección de Vázquez, junto a la de diecisiete senadores y cincuenta y tres diputados del Encuentro Progresista­Frente Amplio­Nueva Mayoría, coronó una trayecto­ria de más tres décadas de lucha unitaria, incluida una experiencia de cator­ce años de gobierno en Montevideo.

Si en las elecciones legislativas de 1994 el FA ocupó un tercio de ese cuer­po —resultado que obligó a los partidos de derecha a formar una alianza legislativa para mantener la mayoría calificada (2/3 de los votos)—, en las de 1988 su bancada se elevó a la mitad de la legislatura —resultado que compulsó a los partidos de derecha a fundirse en un solo bloque—. De ma­nera que, del bipartidismo tradicional de derecha, formado por el Partido Colorado y el Partido Nacional, en 1994 Uruguay pasó a un sistema de tri­partito (colorados, blancos y FA) y, a partir de 1998 se estableció un nuevo tipo de bipartidismo, ahora con un polo de derecha integrado por colorados y blancos, y un polo de izquierda integrado por el Encuentro Progresista­Frente Amplio.

A diferencia del gobierno de Lula, la elección de Tabaré Vázquez a la pre sidencia sí estuvo acompañada del control de la mayoría simple de la Cámara de Diputados y el Senado. Además, la alianza de gobierno se am­plió con la reincorporación de los partidos del Encuentro Progresista y la Nueva Mayoría al Frente Amplio, del cual se escindieron en 1989. Por otra parte, en las elecciones municipales de 2005, el FA no solo retuvo la Intendencia de Montevideo, donde se impuso por cuarta vez consecutiva, ahora con Ricardo Erlich como intendente, quien obtuvo 60% de los votos, sino que por primera vez también eligió intendentes en otros departamen­tos, y ahora ocupa un total de ocho intendencias.

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Otros acontecimientos relevantes ocurridos entre la celebración del XI Encuentro del Foro en 2002 y la instalación del XII en julio de 2005, eran los resultados de las elecciones presidenciales de Panamá y El Salvador, el inicio prematuro de la lucha entre precandidatos presidenciales en México, el éxito del gobierno venezolano en el enfrentamiento a la campaña desesta­bilizadora emprendida en su contra, el auge de la lucha popular en Bolivia y el fracaso de la política de guerra desatada en Colombia por el presidente Álvaro Uribe.

En las elecciones presidenciales realizadas en 2004 en Centroamérica, los miembros del Foro obtuvieron una victoria y una derrota. La victoria fue de Martín Torrijos, candidato del PRD de Panamá, que si bien no desembocaba en un gobierno de izquierda, al menos era un triunfo del sector progresis­ta de ese país. Es preciso mencionar que, después del II Encuentro de São Paulo, el PRD notificó a la Secretaría Ejecutiva del Foro que no se considera­ba miembro de ese agrupamiento político regional. La derrota era de Schafik Hándal, candidato del FMLN de El Salvador. Aunque Schafik obtuvo una votación superior a la de todos los candidatos presidenciales anteriores del FMLN, no fue suficiente para vencer la campaña de miedo desatada por el imperialismo norteamericano y la ultraderecha local agrupada en el oficia­lista partido ARENA, que también mejoró sus resultados previos. Mientras tanto, en México se producía el comienzo anticipado de la contienda entre precandidatos para la elección presidencial de julio de 2006, incluida una maniobra conjunta del PRI y el PAN dirigida a cerrarle el camino al jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, principal aspirante del PRD, quien contaba con el 60% de la intención de voto en las encuestas. En Nicaragua, el triunfo del FSLN en las elecciones de alcaldes y concejales celebradas el 7 de noviembre de 2004, fue superior a sus vatici­nios. De 152 alcaldías existentes en Nicaragua, el FSLN triunfó en más de 80, en comparación con las 52 con que contaba. Este desenlace apuntaba a un buen desempeño en las presidenciales de noviembre de 2005.

Bolivia se convirtió en escenario de masivas protestas populares que pro­vocaron la renuncia forzosa del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre de 2003 y la de su sucesor, Carlos Mesa, en julio de 2005, en ambos casos, por la incapacidad de acceder a las demandas de nacionalización de los hidrocarburos, convocar a una Asamblea Constituyente y adoptar un

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conjunto de medidas políticas, económicas y sociales exigidas por las organi­zaciones campesinas e indígenas. En esas jornadas se consolidó el liderazgo político nacional de Evo Morales, cuyas posibilidades de triunfo en las elec­ciones presidenciales programadas para finales de 2005 compulsaron al impe­rialismo norteamericano y a la derecha boliviana a tratar de alterar la fecha de los comicios y las reglas electorales, en particular, después que en diciembre de 2004 el MAS obtuvo el control de 99 de las 327 alcaldías del país, resulta­do que lo ubicó como la primera fuerza política nacional.

En Venezuela, tras la derrota del paro empresarial iniciado en 2002 y la afirmación del control gubernamental sobre PDVSA, la campaña contra el gobierno de Hugo Chávez se enrumbó hacia la recolección de firmas con el fin de convocar a un referéndum para revocar su mandato, mientras el Presidente contraatacaba con la puesta en práctica de una amplia gama de misiones sociales y con la implantación de un control de cambios destinado a evitar la fuga de capitales. Las victorias de Chávez en el referéndum re­vocatorio de agosto de 2004 y en las elecciones estaduales y municipales de octubre de ese mismo año, resultaron estratégicas para la consolidación del proceso bolivariano. Con un margen de casi dos millones de votos, Chávez emergió de la consulta con sólida legitimidad frente a una oposición derro­tada y dispersa. Poco más de dos meses después, los bolivarianos ganaron todas las gobernaciones, salvo las de Zulia y Nueva Esparta, y 270 de las 337 alcaldías del país, entre las que se destaca la Alcaldía Mayor de Caracas.

En Colombia, la abstención en el referéndum con que el presidente Álvaro Uribe intentó legitimar su política de «seguridad democrática» y el triunfo de los candidatos del Polo Democrático Independiente (PDI) en las alcaldías de Bogotá y otras ciudades del país, ambos en octubre de 2003, abrieron espacios a la lucha política de los sectores progresistas. Sin em­bargo, a pesar del fracaso de la ofensiva de diecisiete mil efectivos lanzada contra las FARC­EP con el nombre de Plan Patriota y del rechazo a la des­movilización y amnistía de los paramilitares, Uribe logró que el Congreso Nacional aprobara la reforma constitucional que legalizó la reelección presi­dencial y que después la Corte Suprema validara esa decisión, lo que apun­taba a una segunda presidencia, como en efecto sucedió. Uribe mantenía en ese momento una política diferenciada hacia los movimientos insurgentes, ya que su rechazo a dialogar con las FARC­EP era intransigente, pero se

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mostraba interesado en hacerlo con el ELN, para lo cual accedió a establecer una Casa de Paz en Medellín y aceptó trasladar allí al comandante Francisco (Pacho) Galán, vocero del ELN detenido en la cárcel de Itaguí.

Durante este período también se produjo una cadena de acusaciones contra el ex dictador chileno Augusto Pinochet, no solo por los crímenes cometidos bajo sus órdenes, sino también por la revelación de la existencia de cuentas secretas a su nombre en el Banco Riggs de los Estados Unidos, hecho que desmoralizó a sus partidarios. No obstante, ello no repercutió en una erosión del poder de la derecha chilena.

Cuando en la región se registraba un creciente rechazo a los gobiernos neoliberales, reflejado entre otros indicadores en las elecciones de Argentina y Uruguay, el cuadro político en Brasil comenzó a complicarse. El PT obtuvo resultados ambivalentes en las elecciones de alcaldes y concejales de octubre de 2004. Los aspectos positivos fueron que emergió como la primera fuerza política de Brasil, con 17,17% del voto popular, y que eligió alcaldes en 403 municipios, incluidas seis capitales estaduales. El aspecto negativo fue la pérdida de las alcaldías de São Paulo, Porto Alegre, Belem y Goiania. En esas derrotas resaltan las sufridas en São Paulo, la ciudad más importante del país, y en Porto Alegre, la ciudad símbolo del movimiento antiglobaliza­ción y del Foro Social Mundial.

A partir de la ambigua lectura que podía hacerse de los resultados de las elecciones de octubre de 2004, el gobierno de Lula decidió emplearse a fondo para recomponer sus alianzas en el Congreso Federal, en particular en el Senado. La estrategia era debilitar a la oposición mediante la captación de los parlamentarios que disentían las posiciones de sus partidos. Sin em­bargo, en la elección del Presidente de la Cámara de Diputados, efectuada en marzo de 2005, el PT fue derrotado, entre otros factores, por la división de la propia bancada petista. Esa derrota constituía un hecho inédito para un partido que cuenta con la primera mayoría en ese cuerpo. En ese contex­to, se produjeron las acusaciones de supuestas ilegalidades cometidas por miembros del gabinete de Lula y la dirección del PT, que hasta hoy no han sido probadas.

En medio de todos los acontecimientos ocurridos desde diciembre de 2002 hasta julio de 2005, el Grupo de Trabajo del Foro funcionó de ma­nera sistemática, solo que, en vez de convocar a una plenaria en la que ese

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agrupamiento podía fragmentarse, era preferible mantener las actividades en ese ámbito reducido y posponer el XII Encuentro hasta tanto se resta­bleciesen los consensos imprescindibles. En ese período, se efectuó la visi­ta de una delegación del Grupo de Trabajo a la isla de Vieques, en Puerto Rico, en solidaridad con las luchas populares por la retirada de la Marina de Guerra estadounidense de ese territorio; se realizó una reunión de ese Grupo en Quito los días 26 y 27 de mayo de 2003; se produjo la segunda visita a Europa de una delegación del Foro, a raíz de la celebración en París, del 12 al 16 de noviembre de 2003, del II Encuentro del Foro Social Europeo; y se sostuvo otra reunión del Grupo de Trabajo en São Paulo los días 16 y 17 de febrero de 2004. Allí se evidenció que no había consenso para convocar al Encuentro pendiente, por lo que se acordó realizar dos actividades para llenar ese vacío: la primera fue celebrar en Nicaragua, del 16 al 18 de julio de 2004, un Seminario sobre el XXV Aniversario de la Revolución Popular Sandinista; la segunda, tener una presencia activa en el I Encuentro del Foro Social Américas, que tuvo lugar en Quito entre el 25 y el 30 de julio de 2004. En esa ocasión se constató de manera definitiva que en Ecuador no existían condiciones para efectuar el Encuentro del Foro. El Grupo de Trabajo se re­unió otras tres veces, el 23 y 24 de noviembre de 2004 en São Paulo; el 2 de marzo de 2005 en Montevideo, en ocasión de la toma de posesión de Tabaré Vázquez; y el 24 y 25 de mayo de 2005, de nuevo en São Paulo, donde se acordó, de manera inusualmente apresurada —pero explicable debido las circunstancias—, realizar el XII Encuentro en esa ciudad, del 2 al 4 de ju­lio de ese año, en ocasión del XV Aniversario del Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe.

La convocatoria al XII Encuentro fue posible debido a que el Grupo de Trabajo decidió cambiar el enfoque del tema colombiano. En vez de seguir el debate sobre objetivos y formas de lucha, en el que sería imposible alcanzar un consenso dentro del Foro, se acordó que este agrupamiento emprendie­ra acciones para promover el restablecimiento del diálogo entre el gobier­no y los movimientos insurgentes. Con ese objetivo, del 26 al 28 de abril de 2005 viajó a Colombia una delegación de parlamentarios de varios parti­dos del Foro, con lo cual se iniciaba una línea de trabajo. Aunque este cam­bio no haría desaparecer las contradicciones agravadas en el XI Encuentro, al menos flexibilizaba los términos de la polémica sobre los objetivos, estra­

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tegias y tácticas de lucha lo suficiente como para que el Grupo de Trabajo se arriesgara a convocar a la plenaria. Ese riesgo calculado rindió frutos por­que el interés en preservar la integridad del Foro prevaleció por encima de sus contradicciones, entre otras razones, debido a las expectativas acerca del papel que ese agrupamiento podía desempeñar en apoyo a sus miembros que concurrirían a elecciones en el segundo semestre de 2005 y en 2006.

En conmemoración de su XV aniversario, y en la propia ciudad donde na­ció, del 1ro. al 4 de julio de 2005 se celebró el XII Encuentro del Foro de São Paulo, en la sede del Parlamento Latinoamericano. Aunque la Declaración Final habla de la asistencia de treinta y seis partidos y movimientos políti­cos miembros, veintidós instituciones observadoras y doce invitados, esas cifras son incorrectas. Por errores del personal a cargo de las acreditaciones, por una parte, no se aceptó la inscripción como miembro del Partido de los Comunistas Mexicanos y, por otra, se inscribió como miembros a varias or­ganizaciones que eran invitadas u observadoras.2 Así, la asistencia real de miembros fue de treinta y uno, la más baja de la historia del Foro. En ello in­fluyeron dos factores: uno, la pérdida de interés de una parte de sus miem­bros provocada por la percepción bastante generalizada de que el Grupo de Trabajo cercenaba la democracia interna, en especial, tras los enfrentamien­tos ocurridos en el XI Encuentro, que fueron una especie de «gota que llenó la copa»; y el otro, que la convocatoria se hizo con un mes de antelación (treinta y dos días exactamente), cuando lo usual es un plazo no inferior a ocho meses, por lo que muchos partidos miembros ya tenían otros com­promisos impostergables, mientras que otros no pudieron conseguir con tal premura los fondos para asistir.

El XII Encuentro se inició el 1ro. de julio con la inauguración de una exposición fotográfica en homenaje al XXV aniversario del PT y al XV del Foro, un cóctel y un espectáculo cultural. La primera actividad sobre el tema central tuvo lugar en la mañana del 2 de julio. Esta fue la conferencia de Marco Aurelio García, asesor de Política Exterior del presidente Lula, y uno de los principales fundadores del Foro cuando en 1990 ocupaba la Secretaría de Relaciones Internacionales del PT —en la que se mantuvo durante muchos años—, titulada «Los procesos de integración en América Latina: una visión desde la izquierda», que contó con comentarios de delegados del FMLN, del Partido Comunista Colombiano y del Presidente de la Asociación

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Na cio nal de Economistas y Contadores de Cuba. A continuación, alrededor de las 11:00 a.m., se inició el acto conmemorativo por el XV aniversario del FSP, en el que se entregaron medallas de reconocimiento a un grupo de fun­dadores, y cuyo resumen estuvo a cargo del presidente Lula. En la tarde, sesionó el panel sobre los llamados ejes transversales de la integración, con ponencias sobre derechos humanos, medio ambiente, comunicación, cultura, cuestión agraria y migraciones. Después se efectuaron los seminarios so­bre movimiento sindical, movimiento de mujeres, movimientos negro e in­dígena, juventud, parlamentarios, gobiernos locales, y pequeños y me dianos empresarios.

La crisis política que en ese momento enfrentaba el gobierno de Lula y la Dirección Ejecutiva Nacional del PT, motivada por las acusaciones nunca demostradas de que operaba un esquema ilícito de financiamiento para ga­rantizar el apoyo en el Congreso Federal de ciertos legisladores de partidos aliados que no formaban parte de la izquierda brasileña, afectó el desarrollo del Encuentro. Esto fue notorio en acto conmemorativo del XV aniversa­rio de la fundación del Foro, presidido por Lula y realizado en el Salón de Conferencias del PARLATINO el 3 de julio a las 10:00 horas, porque la aten­ción de la prensa no estaba enfocada en ese acto, sino en tratar de entrevistar en los pasillos a los dirigentes del PT, como parte de una morbosa campaña especulativa en torno a cuáles de ellos perderían sus cargos.

Tras el acto por el XV aniversario, la plenaria del día 3 en la mañana fue dedicada a la discusión y aprobación de las relatorías y los acuerdos de los talleres. En la tarde, se realizó la mayoría de las intervenciones de los par­tidos miembros, que versaron sobre un documento guía para los debates, elaborado por el FA de Uruguay, titulado «Por una nueva integración de América Latina». La plenaria del día 4 comenzó con los saludos de los ob­servadores e invitados, tras lo cual se efectuó el debate y aprobación de la Declaración Final. En la plenaria no se registró pronunciamiento alguno que cuestionara la vigencia del Foro, lo cual es positivo dadas las circunstancias en que se realizó.

Una característica de este Encuentro fue el contraste entre sus plenarias casi vacías y languidecientes, que se celebraban en el Salón de Conferencias del PARLATINO, y las repletas y vitales reuniones del Grupo de Trabajo, efectuadas en paralelo en el local de una de las comisiones de esa institución.

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Ello obedece a que, en los dos años y medio en que no fue posible convocar a la plenaria, el Grupo se mantuvo funcionando, «aisló» los temas conflic­tivos e incluso logró avanzar en terrenos previamente estancados, como es el caso de los intercambios con Europa. Podría incluso aventurarse el cri­terio de que, sin proponérselo, el Grupo de Trabajo llegó a convertirse en un mecanismo de comunicación y coordinación que cobró vida propia, con independencia del funcionamiento del conjunto del Foro. Esto no quiere decir que el Grupo «se desentienda» del Foro, ni que sus miembros no es­tén dispuestos a trabajar para revivirlo, sino que, incluso cuando el Foro en su conjunto se empantana, ese mecanismo sigue teniendo intereses que lo mantienen vivo, activo, unido y funcionando. Esta es una de las razones que explican por qué el Foro siguió existiendo pese a las crisis por las que atra­vesó durante los últimos años.

La atención del Grupo de Trabajo se concentró básicamente en el aspecto organizativo, a saber, las especificaciones de la agenda, el temario y el pro­grama, el orden de los oradores, y la discusión y aprobación de los proyectos de resoluciones y la Declaración Final, lo cual marchó sin contratiempos. En particular, merece resaltarse la interacción constructiva entre los miembros de las delegaciones de Colombia y Chile.

Imbuido del espíritu de relanzar al Foro y también como reacción a los obstáculos que aún se interponían dentro del Grupo de Trabajo a la adop­ción fluida de decisiones, en la plenaria final el FMLN solicitó la sede del XIII Encuentro para San Salvador. Como esta solicitud no fue previamente consensuada en el Grupo de Trabajo, de nuevo se presentaron reacciones adversas dentro de ese órgano, pero ello fue superado sin grandes trastor­nos, y todos los miembros se sumaron al esfuerzo de revitalizar este espacio que, a sus 15 años de vida, rebasaba una crisis de adolescencia.

En síntesis, el XII Encuentro fue el más contradictorio de todos los reali­zados porque el Foro no solo se resistía a desaparecer, sino incluso apuntaba a una revitalización en medio del peor de todos sus momentos y sin haber resuelto los temas que lo colocaron al borde de la ruptura.

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El II Encuentro de San Salvador

El balance más reposado de la situación en que se encontraba el Foro de São Paulo después de la celebración del XI y XII Encuentros se efectuó en una reunión del Grupo de Trabajo realizada en La Habana del 16 al 18 de diciembre de 2005, en la que se retomó la idea de relanzarlo en su siguiente sede, la ciudad de San Salvador. El renovado entusiasmo partía de la premi­sa de que la derrota del intento del presidente George W. Bush de revivir el ALCA en la IV Cumbre de las Américas, efectuada en Mar del Plata, el 4 y 5 de noviembre de ese año, abría una nueva coyuntura favorable a la izquierda y al movimiento popular latinoamericano y caribeño, en la cual el Foro debía desempeñar un papel.

A partir del reconocimiento de que el Foro atravesaba por una de sus peores crisis, el Grupo de Trabajo se propuso revisar y actualizar el lista­do de los miembros, elevar la asistencia al XIII Encuentro por encima de los dos anteriores, elaborar un buen documento base que contribuyera al éxito de los debates en las plenarias, adoptar las medidas necesarias para que ese evento tuviese la mayor repercusión pública posible y recuperar la capacidad de la Secretaría Ejecutiva y del Grupo de Trabajo de cumplir los acuerdos, y así restablecer el daño a la credibilidad de ambos causado por tensiones pasadas.

También se analizó el funcionamiento de las subsecretarías regionales:

• La representación del Partido Comunista de Cuba, encargado de la Subsecretaría del Caribe, informó que a lo largo de la historia del Foro se hicieron muchos esfuerzos con el fin de aumentar y estabilizar la asistencia de los partidos y movimientos políticos de esa área a los Encuentros y demás actividades del Foro, pero que ello solo se logró en el Caribe hispano (Cuba, Puerto Rico y República Dominicana) y el Caribe francófono (Martinica, Guadalupe y Haití), pero no en el

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Caribe anglófono y holandés, del cual solo asiste con regularidad Trinidad y Tobago. El resto de las fuerzas políticas del área asistió básicamente a los Encuentros realizados en La Habana (1993 y 2001) y al II Encuentro de México (1998), por lo que el PCC propuso, y allí se acordó, fusionar la región del Caribe con la de Mesoamérica, sobre la base del concepto de Cuenca del Caribe.1

• La delegación del Frente Amplio señaló que en el XII Encuentro se acordó que la Subsecretaría del Cono Sur se reuniese en Montevideo en el segundo semestre de 2005, pero el cumplimiento del acuer­do fue entorpecido por las campañas electorales en Chile y Bolivia, por lo que se efectuó el 6 y 7 de diciembre, antes de la Cumbre del MERCOSUR. Aunque el resultado fue modesto, esa subsecretaría dejó establecida una agenda sobre integración, las experiencias de los gobiernos de izquierda y progresistas, la situación en Paraguay y Bolivia, el XIII Encuentro del Foro, y la necesidad de cumplir con el viejo propósito de que los legisladores de los partidos del Foro coor­dinen su actuación en los organismos internacionales y regionales de parlamentarios.

• La delegación de la URNG dijo que la Subsecretaría de Mesoamérica revisó los acuerdos del seminario sobre integración realizado en San Salvador en octubre de 2005. Esa revisión arrojó que existe claridad sobre cómo actuar en contra el ALCA y los TLC, pero que la izquier­da latinoamericana no tiene claro cómo avanzar hacia una integración propia, aunque haya proyectos como el ALBA y el giro que le dieron al MERCOSUR los gobiernos de izquierda de Brasil y Uruguay.

Destacada atención recibió en esta ocasión la solidaridad con Haití,2 Puerto Rico3 y Colombia. En este último caso, a propuesta de la delegación de ese país, como acción de solidaridad con la izquierda y el movimiento popular, se acordó que el Grupo de Trabajo realizase su primera reunión en Bogotá del 20 al 23 de abril de 2006. Además de los preparativos del XIII Encuentro, la agenda del Grupo incluiría reuniones con sectores de la sociedad civil. Se decidió también que el Encuentro Parlamentario Mundial por la Solución Política Negociada al Conflicto Colombiano, un acuerdo pendiente, se pro­

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gramara para el segundo semestre de 2006. También hubo acuerdo de que los partidos y movimientos del Foro enviasen observadores a las elecciones de mayo de ese año.

Con respecto a la participación del Foro de São Paulo en el Foro Social Mundial (Policéntrico)­Foro Social Américas de Caracas de 2006, se acordó hacerlo de dos formas: la primera sería inscribir dos paneles junto con la Alianza Social Continental;4 la segunda, suministrar a los organizadores del Foro de Caracas un inventario de los dirigentes y los especialistas de los partidos del Foro de São Paulo que podían ser expositores en las temáticas que allí se abordarían.

A propuesta del FMLN, se aprobó que un grupo de legisladores de los partidos y movimientos políticos miembros del Foro realizara una visita a los Estados Unidos y que allí sostuviese entrevistas con congresistas de ese país —esto, hasta la fecha, no se ha concretado—. La última actividad reali­zada en esta reunión del Grupo de Trabajo fue una intervención del coman­dante Antonio García sobre el diálogo iniciado en La Habana entre el ELN y el gobierno de Álvaro Uribe.

Entre el XII y el XIII Encuentros se produjeron importantes avances en las luchas populares, entre ellos, las elecciones de Evo Morales a la presi­dencia de Bolivia, Daniel Ortega a la de Nicaragua, y Rafael Correa a la de Ecuador, y las reelecciones de Lula en Brasil y Hugo Chávez en Venezuela. Además, merece destacarse el desempeño de los candidatos presidencia­les Carlos Gaviria en Colombia, Ollanta Humala en Perú y Andrés Manuel López Obrador en México. Como en capítulos previos se han venido ana­lizando los triunfos de la izquierda en Venezuela y Brasil, nos referiremos aquí primero a las reelecciones de Chávez y Lula, para luego abordar, con un poco más de detenimiento, la elección de los gobiernos de Bolivia, Nicaragua y Ecuador.

En Venezuela, como reacción ante los fracasos sufridos en 2004, la opo­sición optó por no presentar candidatos a las elecciones de diputados a la Asamblea Nacional del 4 de diciembre de 2005 y, en su lugar, llamar a la abstención con el fin de deslegitimar al gobierno. Sin embargo, el resultado de esta maniobra fue que los 167 escaños de la legislatura quedaron bajo el control de las fuerzas bolivarianas. Esta derrota llevó a la oposición a re­plantearse la estrategia para las elecciones presidenciales del 3 de diciembre

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de 2006, a las cuales acudió con la candidatura única de Manuel Rosales, gobernador del estado de Zulia, el principal productor de petróleo del país. Como parte de su táctica, la oposición desechó la idea de que Rosales retirara su candidatura al final de la campaña, o de denunciar un supuesto fraude. Por el contrario, reconoció el triunfo de Chávez, quien obtuvo 62,84% de la votación, frente a 36,90% de Rosales,5 para luego lanzar una propuesta de negociación basada en la convocatoria a elecciones legislativas anticipa­das —con el objetivo de enmendar el error que la dejó sin un solo diputado a partir de 2004— y en que el gobierno se abstuviese de convocar a una nueva Asamblea Constituyente que fortaleciera sus poderes y despejara el camino para nuevas reelecciones de Chávez. Tras los comicios de diciembre de 2005, el Presidente redobló los llamados a la construcción de lo que él de­fine como el socialismo del siglo xxi, llamó a crear el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y emprendió un proceso de reforma constitucional que desembocaría en la derrota del referéndum constitucional del 2 de di­ciembre de 2007.

En Brasil, el escándalo y las investigaciones parlamentarias por el supues­to uso de fondos ilegales para realizar pagos secretos a políticos de los par­tidos de centro y de derecha incorporados a la coalición de gobierno, que provocó la defenestración de varias figuras clave del gabinete y de la direc­ción de este partido, pareció por momentos amenazar la reelección del pre­sidente Lula. Ese escándalo, que de manera inexplicable rebrotó antes de la elección presidencial del 1ro. de octubre de 2006, evitó la reelección de Lula en la primera vuelta. Sin embargo, pese a la crisis política por la que atra­vesó su gobierno y las escisiones ocurridas en el PT, dos de cuyas figuras, la senadora Heloisa Helena —de izquierda radical— y el ex gobernador de Brasilia y ex ministro de Educación, Cristovam Buarque —de centroizquier­da—, se presentaron como candidatos a la presidencia, Lula obtuvo 48,6% de los votos y Alckmin 41,6%, lo que implicó que fueran a la segunda vuelta electoral. Ante la perspectiva de un posible triunfo de la derecha, todo el campo popular colocó en segundo plano sus críticas a Lula, y convergió en su apoyo para la votación del 29 de octubre, en la que el líder del PT cosechó 60,83%, mientras que Alckmin descendió a 39,17%.6

La elección de Evo Morales a la presidencia, el día 18 de diciembre de 2005, con 53,74% de la votación, frente al 28,59% de su más cercano rival, el

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ex presidente Jorge Quiroga, fue posible en gran medida por el debilitamien­to de la institucionalidad democrático­burguesa, que hizo fracasar todas las maniobras para evitarlo, tales como el intento de utilizar la redefinición del mapa electoral boliviano para postergar la elección presidencial y aumentar la cantidad de distritos en el departamento de Santa Cruz. La avalancha po­pular provocada por la convergencia en la lucha de un amplio abanico de sectores sociales, llevó al MAS al gobierno, a pesar de que no contaba con la estructura, la organización, la cantera de cuadros y el desarrollo programá­tico idóneos para una tarea de tal envergadura.7

Las primeras señales del futuro estallido de la crisis política boliviana se producen en 1998, como consecuencia de la erradicación forzosa de los cultivos de coca emprendida, bajo presión de los Estados Unidos, por el go­bierno del ex general Hugo Banzer. Sin embargo, es en abril de 2000 cuando ocurre el estallido inicial de las protestas sociales que sacudirían al país. Su primer episodio fue la Guerra del Agua, que obligó a cancelar los contratos de la transnacional Betchel. Le siguió el denominado septiembre rojo del mismo año, cuando los movimientos indígenas y campesinos interrumpie­ron la carretera entre La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, en protesta por la erradicación forzosa de la coca, el intento de privatizar el agua y el plan de abrir una base militar de los Estados Unidos como parte de la Iniciativa Regional Andina. Después continuaron las movilizaciones desatadas en enero de 2002 por el intento del sustituto de Banzer, Jorge Quiroga, de en­durecer la legislación contra los campesinos cocaleros. A raíz de la respuesta indígena y campesina contra la violencia de los cuerpos represivos, por pre­siones de la Embajada de los Estados Unidos y de la derecha boliviana, el entonces diputado Evo Morales fue desaforado de su curul en la legislatura como supuesto responsable de los acontecimientos en los que murieron dos policías.

En las elecciones de junio de 2002, el candidato del Movimiento Na­cionalista Revolucionario, Gonzalo Sánchez de Lozada, ocupó por segunda ocasión la presidencia (1993­1997 y 2002­2003), y el Movimiento al So cia­lismo (MAS), encabezado por Evo Morales, devino segunda fuerza política nacional. Después del reflujo creado por la coyuntura electoral, las protestas se reanudan el 12 de febrero de 2003 con las manifestaciones contra el «im­puestazo» de Sánchez de Lozada, cuya represión causa más de treinta muer­

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tos y cien heridos. Esta situación de rebeldía llega a su clímax en octubre de ese año, cuando se produce la convergencia de la movilización indígena y campesina, de los cooperativistas y obreros de las minas, de los maestros, y de los sectores medios y bajos urbanos, entre los que resalta la población de El Alto. Los más de cincuenta muertos y decenas de heridos provocados por la represión obligan a la salida del país del presidente Sánchez de Lozada y de otros miembros de su gobierno, y el 17 de octubre asume la presidencia Carlos Mesa, a partir del compromiso de cumplir lo que, desde entonces, se conoce como la Agenda de Octubre, que incluye: celebrar un referéndum sobre el gas y el petróleo, previo a la adopción de una ley de hidrocarburos que devolviese su control a la nación; convocar una Asamblea Constituyente para refundar el Estado boliviano; y enjuiciar a Sánchez de Lozada por la represión desatada por su gobierno. La estrategia de dilación y distorsión del cumplimiento de la Agenda de Octubre por parte del presidente Mesa —quien ocupó el gobierno y se mantuvo en él gracias a que el MAS conside­ró oportuno darle un apoyo condicionado— fue lo que provocó su renuncia forzosa el 8 de junio de 2005.8

Aunque en Bolivia, de manera similar a lo ocurrido en Venezuela, la vic­toria de las fuerzas populares fue posible gracias a la desarticulación y al descrédito de los partidos tradicionales, en este caso, ya antes de la elec­ción de Evo, la oligarquía había emprendido la contraofensiva social y po­lítica por medio de nuevos mecanismos, cuyo eje es el sentimiento a favor de la autonomía existente en Santa Cruz y los demás departamentos de la llamada Media Luna: Tarija, Beni, Pando y Chuquisaca. Esa contraofensiva se inició el 22 de junio de 2003 con la Marcha por la Autonomía y el Trabajo, convocada por el Comité Cívico de Santa Cruz —utilizada para convocar al primer Cabildo del siglo xxi— y se recrudeció en octubre de 2004, cuando, todavía en la presidencia de Carlos Mesa, la legislatura aprobó el proyecto de ley de hidrocarburos presentado por el MAS.

Tras la elección de Evo Morales a la presidencia, la oposición boliviana tiene en su haber el triunfo de las posiciones autonomistas en los depar­tamentos de la Media Luna, en el referéndum sobre ese tema realizado el 2 de julio de 2006, el mismo día en que se efectuó la elección a la Asamblea Constituyente. Por su parte, en la elección de delegados a la Constituyente el resultado fue mixto, porque si bien el MAS eligió una mayoría de 152 de

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los 255 asambleístas, esa cifra es inferior a los dos tercios originalmente pac­tados para la aprobación de los acuerdos de envergadura. De modo que, frente al empuje de las fuerzas populares en la Constituyente, a la sanción de una ley de hidrocarburos —que como resultado de las presiones inter­nacionales y nacionales no incluyó todas las exigencias de la Agenda de Octubre—, a la aprobación de la reforma agraria en el Senado y a las demás medidas transformadoras del gobierno de Evo, la derecha boliviana respon­de con la exacerbación del autonomismo en la Media Luna, tema que, a pe­sar de ser manipulado en función de los intereses de una élite, en particular de la oligarquía de Santa Cruz de la Sierra, cuenta con apoyo popular.9

Con el triunfo de Daniel Ortega en la elección presidencial del 3 de no­viembre de 2006 y su toma de posesión el 10 de enero de 2007, el secretario general del FSLN retornó a la presidencia de Nicaragua casi diecisiete años después de que fuera desplazado de ella en las elecciones de 1990. Como candidato de la coalición Unida Nicaragua Triunfa —construida por me­dio de alianzas con una parte de los antiguos enemigos de la Revolución Popular Sandinista, entre ellos sectores de la contrarrevolución armada y la jerarquía católica—, Ortega obtuvo 38,59% de los votos, mientras su ri­val más próximo, Eduardo Montealegre recibió 30,94%.10 En virtud de la ley electoral acordada hace años con el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) del ex presidente Arnoldo Alemán, al haber sumado más de 35% de la votación y su distancia del segundo lugar ser mayor a 5%, Ortega triunfó en la primera vuelta electoral, hecho atribuible a la división de las fuerzas liberales, que presentaron dos candidatos presidenciales, Montealegre por la Alianza Liberal Nacional (ALN) y José Rizo por el PLC.

Después de la derrota electoral sufrida por la Revolución Popular Sandinista en febrero de 1990, por primera vez en la historia de Nicaragua empezó a funcionar el sistema democrático­burgués —sujeto a las restric­ciones de la democracia neoliberal—, la oficialidad sandinista retuvo el con­trol del Ejército Nacional y de la Policía Nacional, el FSLN siguió siendo el partido político más representado en la Asamblea Nacional —pero en mi­noría frente a la alianza de centroderecha y derecha—, y mantuvo el voto duro de alrededor del 25% de la población, principalmente, en los sectores humildes que fueron beneficiados por la revolución. En contra del FSLN comenzó a manifestarse el rechazo de la burguesía proimperialista, de las

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capas medias resentidas por las penurias de la etapa revolucionaria, y de parte de las capas humildes, o bien por escasa politización o bien como consecuencia de los errores del gobierno sandinista. En esas condiciones, la candidatura de Daniel Ortega fue derrotada en las elecciones de 1996 y 2001, en ambos casos por una coalición de derecha, articulada en torno al Partido Liberal Constitucionalista, que colocó en la presidencia a Arnoldo Alemán (1997­2002) y a Enrique Bolaños (2002­2007).

El FSLN sufrió en la etapa posrevolucionaria varias escisiones. Uno de los temas más polémicos, tanto dentro como fuera del Frente Sandinista, fue el acuerdo político alcanzado durante la presidencia de Alemán, en virtud del cual, el entonces oficialista PLC y el FSLN, ambos con un caudal elec­toral muy similar, acordaron una redistribución del Poder Judicial y de los órganos de control del Estado, y una reforma electoral favorable a los dos partidos políticos que obtuvieran la mayor votación, es decir, favorable a ambos. A pesar del costo político que debió pagar el FSLN por ese acuerdo, en buena medida las nuevas reglas electorales —en particular el triunfo en la primera vuelta del candidato presidencial que obtenga 40% de la vota­ción o 35% si su diferencia con el segundo lugar es mayor de 5%—, hicie­ron posible la elección de Daniel Ortega en la primera vuelta de la elección de 2006, junto a la división en las filas liberales, que presentaron dos candi­datos a la presidencia. Ello explica por qué Daniel triunfó en 2006 con poco más de 38% de los votos, cuando en 2001 perdió con el 43%.

Ecuador es uno de los países latinoamericanos en el cual la crisis política estalla a finales de los años noventa, pero, a diferencia de Venezuela, donde el liderazgo de Chávez permitió capitalizar el quiebre de la institucionalidad democrático­burguesa para emprender la Revolución Bolivariana, los esta­llidos sociales en Ecuador carecieron de una conducción política capaz de encauzar a las masas hacia un proceso transformador, por lo que el derro­camiento de los presidentes Abdalá Bucaram (1997), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005), solo significó reciclar la dominación neoliberal.

En particular, el gobierno de Gutiérrez fue traumático para la izquier­da y los movimientos populares ecuatorianos, porque su participación en el golpe de Estado contra Mahuad y la retórica de izquierda con que después emprendió su carrera política, llevaron a una buena parte de ellos, entre los que resalta el Movimiento Pachakutik, a apoyar su candidatura en la se­

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gunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002, con la condición de que rompiera con la política neoliberal de sus predecesores y adoptara un conjunto de medidas de beneficio popular, lo cual él incumplió. Con estos antecedentes es que en 2006 surge un nuevo candidato presidencial que no tiene una trayectoria política conocida: Rafael Correa.

Rafael Correa se proyecta públicamente como ministro de Energía del gobierno de Alfredo Palacio, cargo que ocupa durante solo tres meses. Como candidato presidencial de la Alianza País, Correa se destaca por su batalla a favor de la convocatoria a una Asamblea Constituyente que ponga fin al statu quo neoliberal, por su defensa de la recuperación del control esta­tal sobre los recursos naturales del país y por promover la adopción de ur­gentes medidas de beneficio social. Esta actitud lo colocó en el primer lugar de las encuestas hasta que —como establece la ley— cesaron de divulgarse días antes de la votación.

El resultado de la elección presidencial realizada del 15 de octubre de 2006 fue sorpresivo porque, en medio del colapso del sistema electró­nico de conteo de votos, de acusaciones de fraude y de impugnaciones al Tribunal Supremo Electoral, el primer lugar lo ocupó el magnate ultra de­rechista Álvaro Noboa, candidato del Partido Institucional Renovador de Acción Nacional (PRIAN), con 26,83% de los votos, mientras que Correa fue desplazado al segundo puesto con 22,84%.11 Sin embargo, debido al reagru­pamiento de fuerzas políticas ocurrido para la segunda vuelta, efectuada el 26 de noviembre, Correa triunfó con 56,67% y Noboa perdió con 43,33%.12

Pese a la campaña de miedo desatada por la derecha, con el 81,72% de los votos por el sí, frente al 12,43% por el no,13 la sociedad ecuatoriana aprobó la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente en el referéndum celebrado el 15 de abril de 2007, uno de los principales temas de la campaña electoral del presidente Rafael Correa. Posteriormente, en las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente celebradas el 30 de septiembre de 2007, Alianza País eligió 78 de los 130 delegados, seguido del Partido Sociedad Patriótica del ex presidente Lucio Gutiérrez con 18.14 Con este triunfo, se abre una nueva etapa de la lucha popular, cuyo curso y desenlace depende­rán de la acción consistente y unitaria de las fuerzas políticas y sociales de la izquierda.

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En el año 2006 también sobresale el desempeño electoral de los candida­tos presidenciales Carlos Gaviria en Colombia, Ollanta Humala en Perú y Andrés Manuel López Obrador en México. En Colombia, donde el presiden­te Álvaro Uribe cambió la Constitución para legitimar su reelección, que lo­gró en los comicios del 28 de mayo de 2006, con el 62,35% del voto popular, resalta el 22,03% obtenido por el candidato de la recién formada coalición de centroizquierda e izquierda, llamada Polo Democrático Alternativo (PDA).15

Tal como ocurría en Perú en la década de 1990, cuando Alberto Fujimori era elegido y reelegido a la presidencia con elevadas votaciones, en virtud de su imagen de hombre fuerte capaz de erradicar la violencia endémica, la vic­toria de Uribe se explica por la imagen que proyecta de supuestos avances hacia la pacificación del país. Sin desconocer el éxito electoral de Uribe, tam­bién resulta importante destacar que el PDA, con Gaviria como candidato presidencial, quebró la alternancia bipartidista entre liberales y conservado­res, y que como nueva segunda fuerza política del país se ubica en condicio­nes de mejorar su desempeño en los futuros procesos electorales.

En Perú, aunque en las elecciones presidenciales realizadas en 2006 no se pudo demostrar la existencia de un fraude, la oligarquía y los medios de co­municación desarrollaron una intensa campaña negativa para evitar el triunfo de Ollanta Humala —candidato de la Unión por el Perú (UPP) y del Partido Nacionalista Peruano (PNP)—, quien capitalizó el ansia de cambios políticos, económicos y sociales de las grandes mayorías, y para elegir al ex presiden­te Alan García, del Partido Aprista Peruano (APRA). De esa manera, mien­tras que en la primera vuelta, el 6 de mayo, Humala quedó en la delantera con 25,68% y García lo siguió con 20,4%, en la segunda, realizada el 4 de junio, García se impuso con 52,62% y Humala perdió con 47,37%.16

En México, el candidato de la alianza Por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador, fue víctima de un fraude en la elección presidencial efectuada el 2 de julio de 2006, urdido por el gobierno de Vicente Fox, el oficialista Partido Acción Nacional, las autoridades electorales, los me dios de comunicación y la mayor parte de los gobernadores estaduales perte­necientes al Partido Revolucionario Institucional. Mediante todo tipo de maniobras, los participantes en la conspiración electoral elevaron la cifra de votos a favor de Calderón hasta 35,89% y redujeron la de López Obrador a 35,31%.17 Este fraude obedece a que el imperialismo norteamericano y la

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derecha mexicana consideraron a López Obrador como un obstáculo para el desarrollo ulterior del proceso de transnacionalización de la economía, en concreto, para la privatización y la entrega al capital foráneo de la in dus­tria petrolera y del sector energético. El movimiento nacional de protestas contra el despojo cometido en la elección presidencial y el estallido social —originado por una huelga de maestros que conmovió a la ciudad de Oaxaca—, crearon una crisis política de gran envergadura, y convierten a Felipe Calderón en un presidente débil y propenso a recurrir a la represión.

En el contexto de los nuevos desarrollos de la lucha político­electoral de la izquierda latinoamericana, del 12 y al 14 de enero de 2007 se efectuó en San Salvador el XIII Encuentro del Foro de São Paulo, cuyo tema central fue «La nueva etapa de la lucha por la integración latinoamericana y caribeña», el cual fue abordado en paneles desde cuatro ángulos complementarios: 1) las respuestas alternativas al neoliberalismo, en el ámbito político, social y económico; 2) el colonialismo, la injerencia imperialista y los acuerdos de paz; 3) la seguridad hemisférica: el crimen organizado, el narcotráfico, el te rrorismo y la militarización; y 4) la relación entre las fuerzas políticas, los movimientos sociales y los gobiernos de izquierda y progresistas.

El documento base de este Encuentro fue confeccionado por una co­misión integrada por el PT de Brasil, el MVR de Venezuela, el FMLN de El Salvador y el PRD de México. Ese texto hace un recuento de todos los Encuentros del Foro, un análisis de la coyuntura mundial, un balance de las luchas de la izquierda latinoamericana contemporánea, con énfasis en los resultados electorales cosechados en 2006, aborda el debate sobre objetivos, estrategias y tácticas de la izquierda y plantea propuestas para mejorar el desempeño del Foro de São Paulo, al cual considera que «sigue siendo ex­tremadamente útil para todas y cada una de las organizaciones que partici­pan de él y que se volverá a refrendar la voluntad política para llevar a cabo cada vez más acciones comunes».18 Aunque este documento fue redactado por una comisión del Grupo de Trabajo, es decir, su texto no fue aprobado como tal por la plenaria del XIII Encuentro, fue muy bien acogido por los participantes en ella y, por consiguiente, puede considerarse como lo más cercano posible a las posiciones consensuadas que permitieron superar la crisis por la que atravesó esa agrupación política entre 2002 y 2007.

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238 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

Es importante resaltar que en ocasión del XIII Encuentro del Foro sus participantes rindieron homenaje póstumo al desaparecido Schafik Hándal, uno de los más destacados dirigentes de la izquierda latinoamericana, quien fuera secretario general del Partido Comunista Salvadoreño, posteriormente coordinador nacional del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional y, en el momento de su defunción, ocurrida el 24 de enero de 2006, a su regreso a El Salvador tras la toma de posesión del presidente Evo Morales en Bolivia, ocupaba el cargo de coordinador de la bancada del FMLN en la Asamblea Nacional.

Con posterioridad al II Encuentro de San Salvador, en el transcurso de 2007, se efectuaron tres reuniones del Grupo de Trabajo.

La primera fue en la Ciudad de México, los días 12 y 13 de marzo, in­mediatamente después de la celebración del seminario «Los partidos y una nueva sociedad», que todos los años organiza el Partido del Trabajo de ese país. Como muestra de la revitalización del Foro, en esta ocasión tres dele­gaciones solicitaron la sede del XIV Encuentro, a saber, Colombia, México y Uruguay. Colombia retiró su solicitud y quedó pendiente que los miembros del Foro de México y Uruguay llegasen a un acuerdo bilateral para adoptar una decisión en la siguiente reunión del Grupo. No hubo consenso para proponerle a la plenaria un cambio en la frecuencia de los Encuentros del Foro —en lugar de anuales que sean cada dos años—. En esta reunión se acordó el reingreso al Grupo de Trabajo de los partidos peruanos miembros del Foro y la incorporación del Partido Comunista por la Independencia y el Socialismo de Martinica (PKLM).

La segunda se realizó en Managua los días 20 y 21 de julio. En ella se ratificó el acuerdo bilateral al que llegaron el FA de Uruguay y el PRD de México, en virtud del cual el XIV Encuentro sería en Montevideo en mayo de 2008, y el XV Encuentro en la Ciudad de México en una fecha que se pre­cisaría después, comprendida entre noviembre de 2008 y febrero de 2009. En esta oportunidad se aprobó el ingreso oficial del Partido Comunista de Brasil (PC do B) al Grupo de Trabajo, organización que desde hace años asistía a sus reuniones como invitada del PT.

La tercera se efectuó del 7 al 10 de noviembre en Santiago de Chile, pre­vio a las actividades paralelas organizadas por los movimientos sociales con motivo de la Cumbre Iberoamericana. Esta reunión fue organizada, de for­

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El II Encuentro de San Salvador 239

ma conjunta, por los partidos Comunista y Socialista de Chile, hecho que marca un paso cualitativo superior en la participación de este último en las actividades del Grupo de Trabajo del Foro, como lo indica el hecho de que la presidenta Michelle Bachelet recibiera a todos sus integrantes en el Palacio de la Moneda. Se aprobó el ingreso al Grupo de una representación colegiada de los partidos y movimientos políticos argentinos miembros del Foro. La clausura se efectuó con paneles paralelos en Santiago y Valparaíso, dedicados al tema sobre la batalla por el fin de la exclusión y en pro de la integración de los pueblos.

En los primeros días de 2008, cuando cumple diecisiete años y medio de existencia, el Foro de São Paulo da muestras de haber rebasado la crisis de adaptación generada por su ingreso a una etapa más compleja en la cual interactúan diversas experiencias de partidos y movimientos políticos en el gobierno, y, a su vez, todas ellas con otras que no se plantean o no tienen condiciones de acceder a él.

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Conclusiones

1. La historia del Foro de São Paulo es parte indisoluble de la historia de la izquierda latinoamericana durante la última década del siglo xx y la prime­ra del xxi.

El surgimiento del Foro fue el resultado de una reacción intuitiva al «cambio de época» provocado por el derrumbe de la URSS y el campo socia­lista europeo, que abrió el camino a la imposición del llamado nuevo orden mundial. Esa reacción fue motivada no solo por el desbalance del sistema de relaciones internacionales, que hubiese bastado para preocupar a la izquier­da, sino sobre todo porque ella se movía «a tientas» entre el cierre de la etapa de luchas abierta por el triunfo de la Revolución Cubana, caracterizada por el choque entre las fuerzas de la revolución y la contrarrevolución, y la aper­tura de otra en la cual lo predominante es la movilización social y la compe­tencia político­electoral dentro del esquema de «democracia neoliberal».

A la izquierda latinoamericana le ha sido muy difícil desentrañar las in­terrogantes abiertas por el «cambio de época», y más difícil aún adaptarse a las nuevas condiciones. En ambos aspectos, la contribución del Foro es vital por varias razones:

• le dio un alcance continental y una proyección mundial a la ruptura de los viejos compartimentos sectarios de la izquierda que se estaba produciendo en los ámbitos nacionales;

• fomentó el conocimiento directo entre los líderes y las direcciones nacionales de los partidos y movimientos políticos de izquierda de todos los países de la región, lo que repercute en una mayor com­prensión y colaboración entre ellos;

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Conclusiones 241

• facilitó la búsqueda conjunta de respuestas a interrogantes que eran difíciles de descifrar de manera individual;

• permitió realizar pronunciamientos y emprender acciones colectivas en los ámbitos multilaterales, y dar apoyo y solidaridad a las luchas nacionales en torno a las cuales existe consenso dentro del Foro;

• incluso en los temas sobre los que no existe consenso, el Foro facilita el acercamiento y el trabajo conjunto de parte de sus miembros que sí coinciden en ellos, lo que no necesariamente crea divisiones, sino que, cuando es bien canalizado, se convierte en un nivel de actividad complementario.

2. La interacción de las diversas corrientes políticas e ideológicas de la iz­quierda latinoamericana en el Foro es compleja porque no presupone que desaparezcan las contradicciones históricas sobre objetivos, estrategias y tácticas de lucha. A veces de manera abierta y otras encubierta, a veces de manera consciente y otras inconsciente, a veces en el debate político y otras camuflada tras la adopción de acuerdos organizativos y de procedimiento, y a veces con enfrentamientos que casi lo hacen estallar y otras con diálogos menos polarizantes, en el Foro de São Paulo no recesa la polémica entre re­forma y revolución.

En virtud del desarrollo de la lucha electoral de la izquierda, la historia del Foro puede dividirse en dos etapas: una que abarca desde su nacimien­to, en julio de 1990, hasta el XI Encuentro, celebrado en Antigua Guatemala en diciembre de 2002; y la otra que se inicia a partir de este Encuentro. El fin de la primera etapa y el inicio de la segunda están determinados por la elección de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia de Brasil, ocurrida en octubre de ese último año.

Durante la etapa comprendida de 1990 a 2002:

• ninguna corriente político­ideológica había demostrado —o había creído demostrar— la validez de su proyecto específico, por lo que el debate sobre objetivos, estrategias y tácticas de lucha se mantenía en términos menos concluyentes;

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242 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

• la composición heterogénea de los partidos y movimientos políticos miembros del Foro tenía un mayor peso específico y, por tanto, obli­gaba más a sus respectivas direcciones y secretarías de relaciones in­ternacionales a respetar en el Foro aquellas posiciones que, aunque discrepantes de su línea mayoritaria, eran compartidas al menos por parte de su membresía.

Durante el tiempo transcurrido de la etapa iniciada en 2002:

• se hace más complejo el funcionamiento del Foro debido a la coexis­tencia, entre sus miembros, de partidos y movimientos políticos de la Nueva Izquierda que acceden al gobierno, con otros partidos y movi­mientos políticos que no se proponen o carecen totalmente de posibi­lidades de llegar a él;

• el ejercicio del gobierno provoca, en las fuerzas políticas que lo asu­men, la tendencia a realizar una afirmación y una defensa más pe­rentoria de su compromiso con la preservación del statu quo institu­cional, de cuya alternabilidad entran a formar parte, y a actuar con moderación para mantener una relación funcional con las potencias mundiales, los organismos financieros internacionales y los otros go­biernos de la región.

3. A casi dieciocho años de la fundación del Foro, que dio una señal inequí­voca del advenimiento de una nueva etapa de luchas de la izquierda la­tinoamericana, hay suficientes elementos para realizar un corte, evaluar la situación y otear el horizonte.

México, Brasil y Uruguay fueron, entre 1988 y 1989, los primeros escena­rios del auge de la lucha electoral, con éxitos sin precedentes en los gobier­nos locales y estaduales, y en las legislaturas nacionales. Sin embargo, esa tendencia tardó casi diez años y medio en llegar a unas elecciones presiden­ciales y, cuando lo hizo, fue en otro país y en otras condiciones. En México, Cuauhtémoc Cárdenas fue derrotado en los comicios de 1988, 1994 y 2000; en Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva en 1989, 1994 y 1998; y en Uruguay, Líber Seregni en 1989 y Tabaré Vázquez en 1994 y 2000.

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Conclusiones 243

Entre 1998 y 2006, cinco de los más conocidos líderes de la izquierda fue­ron electos, y dos reelectos, a la presidencia de sus países. Ellos son, según el orden cronológico de su primera elección, Hugo Chávez en Venezuela (1998, 2000 y 2006), Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2002 y 2006), Tabaré Vázquez en Uruguay (2004), Evo Morales en Bolivia (2005) y Daniel Ortega en Nicaragua (2006). A estos triunfos se suma la elección de Rafael Correa a la presidencia de Ecuador (2006), figura política sin una trayectoria previa de izquierda, cuya batalla por una Asamblea Constituyente con fines demo­cratizadores, por restablecer el control estatal sobre los recursos naturales y enfrentar los urgentes problemas económicos y sociales de su país, lo ubicó entre los mandatarios de izquierda y progresistas de la región.

Además de los líderes de la izquierda latinoamericana que han sido elec­tos a la presidencia de sus respectivos países, es justo destacar los resulta­dos electorales que obtuvieron en 2006 los candidatos presidenciales Carlos Gaviria en Colombia, Ollanta Humala en Perú y Andrés Manuel López Obrador en México. Aunque los dos primeros no fueron electos, y a pesar de que el tercero fue despojado de la victoria, los tres tuvieron desempeños extraordinarios en sus contextos nacionales.

En Chile, donde la Concertación de Partidos por la Democracia se eri­gió desde 1990 en el paradigma de la gobernabilidad neoliberal, y donde las corrientes más combativas del Partido Socialista libran una dura batalla por preservar su identidad y objetivos históricos, cabe justipreciar, primero, que su candidata presidencial fue Michelle Bachelet —y no Soledad Alvear, representante del ala derecha de esa alianza—, y segundo, que derrotó al candidato de la ultraderecha en la segunda vuelta de la elección presiden­cial, en febrero de 2006, gracias al apoyo de sectores de izquierda ajenos a la Concertación.

4. En la actualidad, siete naciones latinoamericanas, Cuba, Venezuela, Brasil, Uruguay, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, tienen gobiernos de izquierda, o alianzas de gobierno formadas en torno a una fuerza o a una figura de iz­quierda. También hay gobiernos progresistas en tres países del Caribe de habla inglesa: Dominica, Guyana, y San Vicente y las Granadinas. Solo du­rante dos breves períodos anteriores de la historia latinoamericana se pre­sentaron situaciones cercanas a esta. Uno de ellos fue a principios de los

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años setenta, cuando coincidieron en tiempo la Revolución Cubana, los gobiernos militares progresistas de Juan Velasco Alvarado en Perú, Omar Torrijos en Panamá y Juan José Torres en Bolivia, el gobierno de la Unidad Popular en Chile presidido por Salvador Allende y el de Michael Manley en Jamaica. El otro fue a finales de esa década e inicios de la siguiente, cuando coincidieron la Revolución Cubana, la Revolución Popular Sandinista y la Revolución Granadina.

5. Al aproximarse a su cincuenta aniversario, la Revolución Cubana es el acon­tecimiento más trascendente de ese medio siglo latinoamericano. Su triunfo en 1959 abrió una etapa de luchas de la izquierda que abarcó tres décadas. Su resistencia a partir de 1991 demostró que era posible construir y defen­der un proyecto propio de país a contracorriente de la avalancha neoliberal. En la actualidad, con un balance de aciertos y errores sin duda alguna muy favorable, Cuba se encamina al relevo de la generación fundadora de la re­volución, con la meta pendiente de alcanzar el desarrollo económico, con el reto de satisfacer las siempre crecientes necesidades y expectativas que crea el desarrollo social y, sobre todo, con plena confianza en el socialismo.

6. En los demás países de la región, la elección de gobiernos de izquierda no constituye el resultado de un proceso de democratización, sino de la sustitu­ción de los medios y métodos dictatoriales y autoritarios de dominación que históricamente imperaron en América Latina, por una nueva modalidad de hegemonía burguesa. Las características de este cambio, muy tardío, por cierto, en comparación con los países pioneros del capitalismo, son:

• que esa hegemonía se implanta en una región subdesarrollada y de­pendiente, como parte de un proceso sin precedentes de concentra­ción de la riqueza y el poder político, y no —como en la Europa de fines del siglo xix y las primeras seis décadas del xx, en países benefi­ciados por un desarrollo económico, político y social capitalista basa­do en la explotación colonial y neocolonial, que les permitió acumular excedentes y redistribuir una parte de ellos entre los grupos sociales subordinados;

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Conclusiones 245

• que la ideología hegemónica que se implanta es el neoliberalismo, no como en el Viejo Continente, donde ese proceso estuvo influido por el liberalismo político emanado de la Revolución Francesa.

Esas dos características establecen una diferencia fundamental con el con­cepto gramsciano de hegemonía. En las condiciones estudiadas por Gramsci, la hegemonía abría espacios de confrontación dentro de la democracia burguesa que los sectores populares podían aprovechar para arrancar concesiones a la clase dominante, pero la hegemonía neoliberal abre espacios formales de gobierno con la intención de que no puedan ser utilizados para emprender una reforma progresista del capitalismo.

Nada más lejos del propósito de este ensayo que desmeritar los triunfos electorales de la izquierda latinoamericana o hacer pronósticos fatalistas. Por el contrario, tal como Gramsci descifró la hegemonía burguesa de su época y llamó a construir la contra­hegemonía popular, de lo que se trata es de hacer hoy lo propio. Conscientes de que resulta imposible e indeseable «volver atrás la rueda de la historia»,1 es preciso definir dónde estamos para empujarla hacia adelante.

7. Si bien entre 1998 y 2006 se manifiesta una tendencia a la elección de can­didatos presidenciales de izquierda, cada una tiene peculiaridades naciona­les y está condicionada por ellas.

• La elección de Chávez se debe a que Venezuela fue el primer país de la región donde se produjo un quiebre de la institucionalidad demo­crático­burguesa. La de Evo no obedece a un quiebre, sino a un debi­litamiento institucional. La diferencia implica que el primero disfrutó de un «período de gracia» de alrededor de cuatro años, durante los cuales logró la aprobación de la Constitución de 1999 y emprendió un conjunto de reformas antes de que la derecha lograra iniciar una campaña desestabilizadora, mientras que el segundo se enfrenta a la desestabilización desde el inicio de su mandato, lo que, entre otras consecuencias, entorpeció la elaboración de la nueva Constitución. Por su parte, las elecciones de Lula y Tabaré son la culminación de relativamente largos procesos de acumulación política y adaptación a la gobernabilidad democrática.

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• De estas características se deriva que el punto fuerte de la elección de Chávez y de Evo es que sus gobiernos nacen con menos ataduras que los de Brasil y Uruguay, pero su punto débil es que ninguno de los dos contaba con una fuerza política organizada, estructurada y con desarrollo programático previo. A la inversa, el punto fuerte de la elección de Lula y Tabaré consiste en que fueron producto de un proceso de acumulación social, liderado por partidos organizados, estructurados y con desarrollo programático, y su punto débil es que están sometidos a más ataduras.

• Si partimos de que el escenario político y electoral nicaragüense en el que se produce la elección de Daniel a la presidencia se conforma a raíz de la derrota de la Revolución Popular Sandinista, no pode­mos considerarlo resultado de un proceso de acumulación política, semejante a los ocurridos en Brasil y Uruguay, porque la pérdida del poder fue una desacumulación. En el caso del FSLN, se manifiesta la capacidad de mantener y ampliar su control sobre resortes de poder, de conservar el apoyo de una parte importante del electorado y de maniobrar políticamente en una delicada y peligrosa interacción con sectores de derecha, una parte de los cuales forman parte de la coali­ción de gobierno.

• Finalmente, la elección de Rafael Correa es un nuevo intento del pue­blo ecuatoriano por romper con la camisa de fuerza de la domina­ción neoliberal mediante la elaboración y aprobación de una nueva Constitución. Su éxito depende de la unidad política y de acción que logre mantener la heterogénea Alianza País en defensa de las reivin­dicaciones populares.

8. Cada uno de los siete gobiernos de izquierda que hay en América Latina se adentra en territorio inexplorado por lo que es necesario rectificar y corre­gir el rumbo periódicamente. No se excluye de esta afirmación a Cuba, pero no está incluida en el objeto de estudio de este libro.

• En Venezuela, la derrota de las fuerzas bolivarianas en el referéndum constitucional del 2 de diciembre de 2007, que a su vez evidenció las

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Conclusiones 247

carencias en el proceso de construcción del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), es un llamado de alerta sobre la acumulación de un conjunto de problemas de naturaleza diversa. Aunque el presi­dente Hugo Chávez tiene tiempo más que suficiente para revertir esta situación, de momento, no logró los poderes ejecutivos adicionales que consideraba necesarios para profundizar las transformaciones so­ciales en curso, ni suprimir la limitación constitucional que le impide ser candidato a reelección en los comicios de 2012.

• En Bolivia, el llamado de alerta es la agudización de la crisis políti­ca, que amenaza incluso la integridad nacional en la medida en que las fuerzas opositoras de derecha logran manipular sentimientos po­pulares, como la demanda de autonomía de los departamentos de la Media Luna y la exigencia de Sucre —la capital histórica de Bolivia— de que se vuelvan a radicar allí todos los poderes del gobierno na­cional. Otra amplia gama de problemas sociales, que no guardan relación con la oposición de derecha, sino con reivindicaciones pen­dientes de los propios movimientos populares que forman la base del propio MAS, también contribuyen a la crisis.

• En Brasil, Uruguay y Nicaragua, cada uno con sus peculiaridades, se evidencia que la amplitud de las alianzas que permitió acumular las fuerzas necesarias para acceder al gobierno, una vez alcanzado este objetivo, dificulta la solución del problema medular de cuánto ejer­cerlo para satisfacer el programa histórico de la izquierda y el movi­miento popular —lo que implica entrar en aguda contradicción con los poderes fácticos que se oponen a ello—, o dicho a la inversa, cuán­to conciliar con esos poderes fácticos —lo que implica entrar en con­tradicción con sus bases sociales.

• En Ecuador, no ha avanzado lo suficiente el proceso constituyente, médula de la política del gobierno de Correa, como para esbozar un juicio. Para ese proceso, nuestros mejores votos, al igual que para to­dos los antes mencionados.

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9. En resumen, la izquierda latinoamericana avanza con rapidez de una eta­pa a otra. A finales de los ochenta y principios de los noventa, se pensaba que, con solo llegar al gobierno nacional, se podría construir «la alternativa»; a inicios de 2008, nos encontramos en otra etapa, en la que se evidencia que se puede llegar al gobierno y, aun así, no estar en condiciones de hacerlo.

Los gobiernos de esta «nueva hornada», que se inicia en 1998 con la pri­mera elección de Chávez a la presidencia de Venezuela, nacen y actúan en condiciones diferentes a las que lo hicieron los gobiernos surgidos de las dos vertientes históricas del movimiento obrero y socialista mundial: la que optó por la revolución socialista y la que optó por la reforma socialdemócrata del capitalismo. La izquierda que hoy llega al gobierno en América Latina no destruye al Estado burgués, ni elimina la propiedad privada sobre los me­dios de producción, ni funda un nuevo poder, ejercido de manera exclusiva por las clases desposeídas. En sentido contrario, tampoco puede remedar el «Estado de bienestar», del cual hace años que abjuró la socialdemocracia del viejo continente.

La izquierda accede al gobierno acorde con las reglas de la democracia burguesa, incluido el respeto de la alternabilidad, en este caso con la dere­cha neoliberal que, desde la oposición obstaculiza, y si regresa al gobierno revertirá, las políticas que ella ejecuta. Sin embargo, en ciertas circunstan­cias, el asunto no es solo la alternabilidad con la derecha neoliberal, sino que para llegar al gobierno —y para gobernar— la izquierda se siente obli­gada a establecer alianzas con fuerzas ubicadas a su derecha. Y, además, en ocasiones, la cuestión tampoco radica únicamente en la alternabilidad y las alianzas externas, sino en que dentro de los propios partidos, movimientos políticos y coaliciones de izquierda hay corrientes socialistas, socialdemó­cratas y de otras identidades, que tienen discrepancias sobre cuánto respetar y cuánto forzar los límites del sistema de dominación imperante.

Aunque no sea imputable a ellos, el problema es que ninguno de estos gobiernos ha roto con el sistema capitalista y, por ende, sufren sus conse­cuencias porque el neoliberalismo es el capitalismo realmente existente de nuestros días. De más está decir que una ruptura prematura con ese sistema social sería imposible o, quizás, incluso sería peor que la situación actual, pero ello no cambia las cosas.

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Conclusiones 249

El problema planteado es complejo, entre otras razones, porque no encaja en los patrones conocidos de revolución y reforma. La pregunta es hasta qué punto cada fuerza de la izquierda que accede al gobierno acepta ejercerlo como un fin en sí mismo, y en qué medida está decidida a quebrar la hege­monía neoliberal. La respuesta depende, entre otros factores, del resultado de la lucha política e ideológica que se desarrolla hoy dentro de los partidos, movimientos políticos y coaliciones protagonistas de esos procesos, pero, de esta historia viva que, con sus virtudes y defectos, con sus aciertos y errores, escribe día a día la izquierda latinoamericana de carne y hueso, es que nace­rá ese otro mundo posible que demandan nuestros pueblos.

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Cronología

2-4 de julio de 1990: Auspiciado del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil se efectuó en São Paulo el Encuentro de Partidos Políticos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe, con la asis­tencia de cuarenta y ocho delegaciones de catorce países.1 Este evento emitió la Declaración de São Paulo y acordó realizar un II Encuentro en la Ciudad de México, tentativamente programado del 28 de febrero al 3 de marzo de 1991. Con el propósito de elaborar la base documental para ese nuevo Encuentro, se convocó a un seminario que delinearía los criterios generales con un enfoque de izquierda sobre la crisis capi­talista y las políticas para enfrentarla —que se celebraría en Uruguay, en noviembre de 1990—,2 y a un intercambio de experiencias sobre los gobiernos locales, que se efectuaría en São Paulo en diciembre de ese mismo año.

Para apoyar al PRD en los preparativos del II Encuentro y garantizar la pluralidad en la confección de la lista de invitados y en el enfoque de los temas, se designó un Comité Organizador integrado por el Partido de los Trabajadores de Brasil (PT), el Partido Comunista de Cuba (PCC), el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional de El Salvador (FMLN), el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua (FSLN),3 la Izquierda Unida del Perú (IU) y el Frente Amplio del Uruguay (FA).

18-19 de noviembre de 1990: En ocasión del I Congreso del Partido de la Revolución Democrática (PRD) de México, en la capital de ese país se efectuó la primera reunión del Comité Organizador del II Encuentro. Debido a que la Secretaría de Relaciones Exteriores del partido anfi­trión no había avanzado en los preparativos del II Encuentro, se decidió posponerlo y utilizar la fecha para la cual había sido convocado con el propósito de celebrar una nueva reunión del Comité Organizador.

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Cronología 251

18-19 de marzo de 1991: Segunda reunión del Comité Organizador del II Encuentro. Se produce el primer enfrentamiento fuerte sobre la composi­ción e identidad de este agrupamiento político regional. Como resultado de ese debate, se aplica aquí, por primera vez, el nombre de Foro de São Paulo, como una fórmula de compromiso entre quienes querían mante­ner el nombre original y quienes querían rebautizarlo como Encuentro de Partidos y Organizaciones Democráticas y Populares de América Latina y el Caribe, y eliminar así la identidad de izquierda.

12-15 de junio de 1991: Se realiza en la Ciudad de México el II Encuentro del Foro de São Paulo, con la participación de sesenta y ocho partidos y movimientos políticos miembros, y doce organizaciones observadoras de América del Norte y Europa. En paralelo al Encuentro se celebró la Mesa de Educación para la Democracia, organizada por la Secretaría de Educación del PRD, con la participación de aproximadamente cuarenta representantes de veinte partidos de trece países.

El II Encuentro emitió la Declaración de México y resoluciones de so­lidaridad con Panamá, Haití, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Cuba y la soberanía de Argentina sobre las Islas Malvinas. También acordó celebrar un III Encuentro en junio de 1992 en una sede aún por determi­nar, realizar un seminario sobre las relaciones Norte­Sur, en algún país europeo que se definiría después y un seminario sobre la situación y pers­pectivas de América Latina, que se efectuaría en los Estados Unidos.

El Comité Organizador del III Encuentro del Foro de São Paulo, que en lo adelante se denominaría Grupo de Coordinación, se amplió con el Movimiento Bolivia Libre (MBL) y el Movimiento Lavalás de Haití. También se decidió reiterar la invitación al FA de Uruguay para que in­tegrase dicho Grupo o que, en su defecto, lo hiciera una representación colegiada de las organizaciones uruguayas miembros del Foro.

30 de noviembre-1ro. de diciembre de 1991: Se reúne en São Paulo el Comité Coordinador, y se decide que el III Encuentro del Foro se efectúe en Managua, Nicaragua, entre el 16 y el 19 de julio de 1992, con motivo del 23er. Aniversario de la Revolución Popular Sandinista. También se acor­dó realizar en Lima, del 26 al 29 de febrero de 1992, un seminario sobre integración y desarrollo alternativo en América Latina y el Caribe.

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26-29 de febrero de 1992: Se realiza en Lima el seminario sobre integración y desarrollo alternativo en América Latina y el Caribe organizado por la Fundación Andina, seguido de una reunión del Comité Coordinador del Foro.

8 de abril de 1992: El Comité Coordinador del Foro de São Paulo emite una declaración y acuerda un plan de denuncias contra el autogolpe de Estado hecho en Perú por el presidente Alberto Fujimori.

14-15 de julio de 1992: Sesiona en Managua un seminario de economistas para elaborar un documento base del III Encuentro, con el propósito de suplir los resultados del evento similar realizado en Lima, cuya docu­mentación fue destruida por los cuerpos represivos peruanos a raíz del autogolpe de Fujimori.

16-19 de julio de 1992: Se efectúa en Managua, Nicaragua, el III Encuentro del Foro de São Paulo, con la participación de sesenta y dos partidos y movimientos políticos de América Latina y el Caribe, y de cuarenta y cinco organizaciones de Europa, Asia y África. En respuesta a la agudi­zación de los problemas políticos ocurrida durante este evento, el Comité Organizador se plantea, por primera vez, la definición de la identidad política y la elaboración de normas mínimas para el funcionamiento del Foro. El III Encuentro emitió la Declaración de Managua.

16-17 de octubre de 1992: El Comité Organizador se reúne en Montevideo, Uruguay, con el objetivo de elaborar las bases de la definición política y los procedimientos del Foro de São Paulo. Esta reunión saludó el otorga­miento del premio Nóbel de la Paz a Rigoberta Menchú.

25-27 de marzo de 1993: Auspiciado por el Partido de la Revolución Demo­crática (PRD), el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Popular Socialista (PPS), se realizó en la Ciudad de México un seminario sobre el estado, los partidos políticos y los movimientos sociales, con la asistencia de veintiuna organizaciones de trece países y trece intelectuales indepen­dientes.

24-25 de abril de 1993: Se reúne en São Paulo el Grupo de Trabajo. Esa re­unión aprobó el proyecto de Normativas para el Funcionamiento del

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Cronología 253

Foro de São Paulo y su Grupo de Trabajo, que sería sometido a discusión y aprobación en el IV Encuentro.

17-20 de junio de 1993: Organizado por el Movimiento Bolivia Libre (MBL), tiene lugar en La Paz, el segundo seminario sobre educación política de los partidos miembros del Foro. Los temas tratados fueron: la participa­ción popular en la construcción de la democracia como resultado de un proceso de educación política; educación política, movimientos de ma­sas y posibilidades en el corto plazo; y hegemonía y diversidad.

21-24 de julio de 1993: Bajo el auspicio del Partido Comunista de Cuba, se celebra en La Habana el IV Encuentro del Foro de São Paulo, con la asistencia de ciento doce partidos y movimientos políticos miembros, veinticinco observadores de América Latina y del Caribe, y otros cuaren­ta y cuatro observadores de América del Norte, Europa, Asia y África, para un total general de ciento ochenta y una fuerzas políticas de todo el mundo. Allí se registró la incorporación de treinta y un nuevos miem­bros, de ellos veintiuno del Caribe. El IV Encuentro aprobó la Declaración de La Habana.

15-18 de diciembre de 1993: Organizado por la Comisión Nacional por los Derechos Humanos y Nunca Más al Terrorismo de Estado, se efec­tuó en Asunción, Paraguay, un seminario sobre los derechos humanos en América Latina y el Caribe, que analizó el descubrimiento de los Archivos del Terror.

29-30 de enero de 1994: Se reúne en La Habana el Grupo de Trabajo, y se acuerda que el V Encuentro se efectúe en Montevideo en el año 1996. En esta ocasión se aprueba un saludo al acuerdo­marco establecido entre la URNG y el gobierno de Guatemala.

5-6 de mayo de 1994: Tiene lugar en Guadalupe un seminario sobre medio ambiente y desarrollo.

8-11 de febrero de 1995: El Grupo de Trabajo, reunido en São Paulo acuerda la fecha, temario, agenda y programa del V Encuentro que se celebraría en Montevideo.

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254 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

26-28 de mayo de 1995: Organizado por el Frente Amplio del Uruguay (FA), tuvo lugar en Montevideo el V Encuentro del Foro de São Paulo, al que asistieron setenta y cinco partidos y movimientos políticos miembros, y veinte organizaciones observadoras e invitadas. Los temas centrales del Encuentro fueron: «La evolución de la situación económica, política y social de América Latina y el Caribe»; «La integración regional desde la perspectiva popular»; y «El Foro de São Paulo ante los retos de la coyun­tura». También se efectuó un seminario de parlamentarios de partidos miembros del Foro para promover la coordinación de sus actividades en el Parlatino y otras instituciones internacionales y regionales. Este Encuentro emite la Declaración de Montevideo.

8-9 de septiembre de 1995: Se reúne en San Salvador, El Salvador, el Grupo de Trabajo, con el propósito de definir los criterios para la realización del VI Encuentro.

29 de febrero-2 de marzo de 1996: Segunda reunión del Grupo de Trabajo en San Salvador para evaluar la marcha de los preparativos del VI Encuentro.

14-15 de junio de 1996: Auspiciado por la Asamblea Nacional del Poder Popular de la República de Cuba y el Partido Comunista de Cuba, con la asistencia de ciento setenta y un legisladores y legisladoras de dieci­siete países, se celebra en La Habana la reunión de parlamentarios. Los temas abordados, referidos a la soberanía y a la integración de la re­gión, fueron: «Parlamento, democracia y neoliberalismo en los noventa»; «Parlamentos en el Tercer Milenio»; y «Parlamentos regionales: sobera­nía, autodeterminación, democracia e integración en América Latina y el Caribe».

26-28 de julio de 1996: Con el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional como anfitrión, se realiza en San Salvador el VI Encuentro del Foro de São Paulo, que contó con alrededor de quinientos participantes, de los cuales ciento noventa eran representantes de cincuenta y dos partidos y mo­vimientos políticos miembros, trescientos de ciento cuarenta y cuatro organizaciones invitadas y más de cuarenta y cuatro observadores. Previo a este Encuentro, el FMLN organizó cuatro talleres temáticos

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Cronología 255

sobre medio ambiente, cultura, género y juventud. Este Encuentro emite la Declaración de San Salvador.

25-26 de octubre de 1996: Se reúne el Grupo de Trabajo en la Ciudad de México. En virtud de los consensos políticos alcanzados, aquí se decide simplificar la aprobación de las solicitudes de ingreso y la aprobación de la asistencia de invitados y observadores.

28-29 de enero de 1997: Se reúne en la Ciudad de México el Grupo de Trabajo; se ultimaron los detalles del VII Encuentro y de los seminarios que se­sionarían días antes.

30-31 de enero de 1997: Auspiciado por el Partido del Trabajo (PT) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) se efectúa en la Ciudad de México un seminario sobre las experiencias electorales de la izquierda.

27 de mayo de 1997: Se efectúa en San Juan, Puerto Rico, el Encuentro Ca­ribeño sobre Neoliberalismo y Globalización, auspiciado por el Nuevo Movimiento Independentista (NMI).

17-18 de junio de 1997: Se celebra en La Habana una reunión del Grupo de Trabajo cuyos propósitos fueron discutir y aprobar el documento central del VII Encuentro, precisar los temas, las sedes y las fechas de los semi­narios previos, informar sobre los contactos realizados con la izquierda europea, informar sobre la misión de observación electoral realizada en El Salvador, presentar el plan de actividades de las secretarías subregio­nales y aprobar el proyecto de homenaje al Che que se realizaría dentro del VII Encuentro.

1ro.-3 de agosto de 1997: Se efectúa en Porto Alegre, Brasil, el VII Encuentro del Foro de São Paulo, con la asistencia de ciento cincuenta y ocho dele­gados de cincuenta y ocho partidos y movimientos políticos miembros, junto con una cifra no precisada de observadores. Este Encuentro tuvo como preámbulo la celebración de seminarios sobre cristianismo y com­promiso político; parlamentarios; género; encuentro de municipalidades; empresarios, agricultura, medio ambiente; jóvenes; y cultura. Se efectuó un homenaje con motivo del XXX aniversario del asesinato del coman­dante Ernesto Che Guevara. El Grupo de Trabajo acordó convocar a un

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256 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

seminario abierto para todos los miembros del Foro, con el propósito de discutir aspectos políticos e ideológicos que permitan decidir su futura orientación y reformular las normas y procedimientos en concordancia con tales definiciones. Este Encuentro aprueba la Declaración de Porto Alegre.

6 de noviembre de 1997: En forma paralela a la Asamblea de los Pueblos del Caribe, efectuada en Martinica, se realiza un intercambio entre partidos de esa región miembros del Foro de São Paulo, de Martinica, Guadalupe, Haití, República Dominicana, Santa Lucía, y Trinidad y Tobago. Se acuerda hacer un seminario de dirigentes políticos caribeños antes del VIII Encuentro del Foro en la Ciudad de México.

6 de diciembre de 1997: Se reúne en México el Grupo de Trabajo del Foro.

12-14 de marzo de 1998: Se reúne en Montevideo el Grupo de Trabajo. Se acordó celebrar un seminario en Managua sobre los problemas po lí­ticos y organizativos del Foro, abierto a la participación de todos sus miembros.

13-14 de julio de 1998: Se reúne en La Habana la Subsecretaría del Caribe, con el propósito de abordar los temas que serán discutidos en el semina­rio de Managua.

20-21 de julio de 1998: Se efectúa en Managua, el seminario del Grupo de Trabajo, abierto a la participación de todos los miembros del Foro, con el temario: 1) intercambio de información sobre situaciones políticas na­cionales de los países representados en el Grupo de Trabajo; 2) rendición de informes sobre los resultados de los talleres subregionales; y 3) inter­cambio de criterios sobre la agenda de asuntos políticos y organizativos elaborada en la reunión de Montevideo.

26-27 de septiembre de 1998: Se reúnen en México los miembros del Grupo de Trabajo que no pudieron llegar a La Habana —donde debía realizarse la sesión de trabajo— por el azote de un ciclón.

29 de octubre-1ro. de noviembre de 1998: Se celebra en la Ciudad de México el VIII Encuentro del Foro de São Paulo, con la asistencia de cincuenta

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Cronología 257

y ocho partidos y movimientos políticos miembros, y de treinta obser­vadores, dedicado a «La izquierda latinoamericana de cara al 2000». El Encuentro fue precedido por el trabajo de comisiones que abordaron los siguientes temas: partidos de izquierda y movimientos populares; par­lamentarios, gobiernos locales; experiencias de solución negociada de conflictos; cristianos; género; y un seminario de dirigentes políticos de la región caribeña. El día 29 el Grupo de Trabajo se reunió con los invitados y observadores europeos. Este Encuentro da a conocer la Declaración de México.

1ro.-2 de marzo de 1999: Se reúne en la Ciudad de México el Grupo de Trabajo. Se decidió realizar una nueva convocatoria a reuniones subregionales y a un nuevo seminario para procesar las propuestas sobre definición po­lítica y asuntos organizativos. Se acuerda hacer en Managua el seminario sobre definiciones políticas y aspectos organizativos del Foro, alrededor del 19 de julio de 1999, y realizar en esa misma ciudad el IX Encuentro del Foro, con la asistencia de los miembros del Grupo de Trabajo y abierto a todos los miembros del Foro que deseen participar, en febrero de 2000, en ocasión del aniversario del asesinato de Augusto Calderón Sandino.

17-18 de julio de 1999: Se realiza en Managua, el seminario sobre aspectos políticos y organizativos del Foro. Se saluda la conversión de la URNG en partido político.

14-17 de enero de 2000: Se reúne en La Habana el Grupo de Trabajo.

19-21 de febrero de 2000: Convocados por la frase «La izquierda frente al nuevo siglo; la lucha continúa», se efectúa en Managua el IX Encuentro del Foro, que emite la Declaración de Niquinohomo.

24-27 de julio de 2000: Se reúne en São Paulo el Grupo de Trabajo. Se instala la Secretaría Ejecutiva y se abre la página Web del Foro de São Paulo. Aquí se produce la convocatoria para un seminario que realizará el ba­lance y analizará las perspectivas del Foro de São Paulo, a diez años de su fundación, originalmente concebido para hacerse en La Habana.

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258 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

4-6 de diciembre de 2000: Tiene lugar en la Ciudad de México un seminario sobre el balance y las perspectivas del Foro de São Paulo, a diez años de su fundación.

26 de febrero de 2001: Se reúne el Grupo de Trabajo en la Ciudad de México. Por dificultades en Guatemala, se le solicita al Partido Comunista de Cuba que asuma la sede del X Encuentro.

9-15 de julio de 2001: Se efectúa la gira europea del Grupo de Trabajo del Foro de São Paulo, que incluyó reuniones en Bruselas, Madrid, París y Roma con dirigentes de partidos políticos, diputados al Parlamento Europeo, legisladores nacionales de la izquierda unida, verde y social­demócratas europeas.

• 9-10 de julio de 2001: Se celebra en la sede del Parlamento Europeo, en Bruselas, un seminario sobre la izquierda europea y latinoameri­cana frente a las relaciones políticas, económicas, comerciales y so­ciales entre la Unión Europea y América Latina, con la participación del Grupo de Trabajo del Foro de São Paulo y del Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria­Verde­Nórdica (GUE­NGL) del Parlamento Europeo, y reuniones con el Partido Socialista Belga y el Partido de la Socialdemocracia Europea.

• 11 de julio de 2001: Reuniones en Madrid con la bancada socialis­ta­progresista del Ayuntamiento de Madrid, el Partido Comunista Español e Izquierda Unida, el representante en España del Frente POLISARIO y el Partido Socialista Obrero Español.

• 12 de julio de 2001: Reuniones en París con el Partido Comunista Francés, el Partido Socialista Francés y el Partido de los Verdes.

• 14 de julio de 2001: Reuniones en Roma con los Demócratas de Iz­quierda, Refundación Comunista y el Partido de los Comunistas Italianos.

18-19 de agosto de 2001: Se reúne en Montevideo, el Grupo de Redacción del documento base del X Encuentro.

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Cronología 259

25-26 de septiembre de 2001: Se reúne en Managua, Nicaragua, el Grupo de Trabajo con el propósito de ultimar los preparativos del X Encuentro. Se aprobaron el Programa del X Encuentro, el Informe de Balance de la actividad realizada por el Grupo de Trabajo entre el IX y el X Encuentros, y el documento base de los debates políticos del X Encuentro. El Grupo de Trabajo emite un pronunciamiento sobre los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

4-7 de diciembre de 2001: Se realiza en La Habana el X Encuentro del Foro de São Paulo con la participación de quinientos dieciocho delegados de ochenta y un países de América, Europa, Asia, África, Medio Oriente y Australia, representantes de setenta y cuatro partidos y movimientos políticos miembros, y ciento veintisiete partidos y organizaciones invi­tados. Se realizaron seminarios de parlamentarios, género, juventud y Caribe. Este Encuentro emite al II Declaración de La Habana.

5-6 de julio de 2002: Se reúne el Grupo de Trabajo en la ciudad de Guatemala con el propósito de acordar el temario, la agenda y la relación de invi­tados.

1ro. de diciembre de 2002: Se reúne el Grupo de Trabajo en Antigua Gua­temala para formar las comisiones encargadas de redactar el proyecto de Declaración Final del XI Encuentro.

2-4 de diciembre de 2002: Se efectúa en Antigua Guatemala el XI Encuentro del Foro de São Paulo, con ocho seminarios temáticos, cuatro encuentros subregionales y tres sesiones plenarias, además de tres reuniones del Grupo de Trabajo. Participaron delegaciones de treinta y ocho partidos y movimientos políticos miembros, y de ciento cuatro organizaciones ob­servadoras e invitadas de América, Europa, Asia, África, Medio Oriente y Oceanía. Este Encuentro aprobó la Declaración de Antigua Guatemala.

26-27 de mayo de 2003: Se reúne en Ecuador el Grupo de Trabajo con el pro­pósito de comenzar a procesar las diferencias que desataron una nueva crisis del Foro durante el XI Encuentro.

12-16 de noviembre de 2003: Se produce la segunda visita a Europa de una delegación del Grupo de Trabajo del Foro de São Paulo, en esta ocasión

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para un intercambio con la GUE­NGL dentro de las actividades del Foro Social Europeo.

• 12 de noviembre de 2003: Segundo Seminario de intercambio entre el Grupo de Trabajo del Foro de São Paulo y el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria­Verde­Nórdica.

• 13-16 de noviembre de 2003: Participación en las actividades del Foro Social Europeo.

16-17 de febrero de 2004: Se reúne en São Paulo el Grupo de Trabajo.

16-18 de julio de 2004: Se realiza en Managua un Seminario del Foro de São Paulo sobre el 25to. Aniversario del Triunfo de la Revolución Popular Sandinista.

25-30 de julio de 2004: Participación del Grupo de Trabajo en diversas ac tividades realizadas dentro del I Encuentro del Foro Social de las Américas.

15 de agosto de 2004: En apoyo al proceso bolivariano encabezado por el presidente Hugo Chávez, una representación del Grupo de Trabajo acompaña en Venezuela la realización del Referéndum Revocatorio.

23-24 de noviembre de 2004: Se reúne en São Paulo el Grupo de Trabajo, sin lograr consenso sobre los temas en disputa desde el XI Encuentro del Foro.

2 de marzo de 2005: Se reúne el Grupo de Trabajo en Montevideo, Uruguay, con motivo de la toma de posesión del presidente Tabaré Vázquez. En esta oportunidad se logra establecer las bases mínimas de consenso que desbloquean la celebración del XII Encuentro.

26-28 de abril de 2005: Visita a Colombia una delegación de parlamentarios de varios partidos del Foro, con la cual se comienza una línea de traba­jo consistente en promover el reinicio del diálogo entre el gobierno y los movimientos insurgentes. Este nuevo enfoque del tema reduce las tensiones dentro del Grupo de Trabajo generadas por el debate sobre objetivos, estrategia y táctica de la izquierda.

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Cronología 261

24-25 de mayo de 2005: Se reúne el Grupo de Trabajo en São Paulo, Brasil, donde se acuerda que su XII Encuentro se realizará en esa ciudad del 1ro. al 4 de julio del propio año, en conmemoración del XV Aniversario de su fundación.

1ro.-4 de julio de 2005: En ocasión del XV aniversario de su fundación, y en medio de la crisis política por la que en ese momento atravesaban el gobierno de Lula y la dirección del PT, se realiza el XII Encuentro del Foro de São Paulo en la sede del PARLATINO. Este Encuentro emite la II Declaración de São Paulo.

6-8 de octubre de 2005: En ocasión del XXV aniversario de la fundación del FMLN, se reúne en San Salvador el Grupo de Trabajo del Foro y, posteriormente, la subsecretaría regional de Mesoamérica realiza un en­cuentro sobre el tema de la integración.

6-7 de diciembre de 2005: La subsecretaría regional del Cono Sur efectúa en Montevideo una reunión de trabajo en la que acuerda una agenda sobre integración e intercambio de las experiencias de los gobiernos de izquierda y progresistas, la situación política en Paraguay y Bolivia, el XIII Encuentro del Foro y la necesidad de cumplir con el viejo propósito de que los legisladores de los partidos del Foro coordinen su actuación en los organismos internacionales y regionales de parlamentarios.

16-18 de diciembre de 2005: Se efectúa en La Habana una reunión del Grupo de Trabajo del Foro, con la participación de delegaciones de todos los países miembros, a las que se sumó el Movimiento Quinta República (MVR) de Venezuela. En esta ocasión se hizo un balance reposado de la situación en que se encontraba el Foro a raíz de los enfrentamientos ocu­rridos en el XI y XII Encuentros. Allí se retomó la idea de relanzar al Foro en el XIII Encuentro que se efectuaría en la ciudad de San Salvador.

24-29 de enero de 2006: Una representación del Foro de São Paulo participa en el Foro Social Mundial (Policéntrico)­Foro Social Américas de Caracas de 2006. Junto con la Alianza Social Continental, el Foro de São Paulo realiza allí los paneles: 1) Lucha político­social en América Latina y el Caribe, perspectivas de los movimientos sociales y los partidos políti­

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cos de izquierda; 2) Seguridad y soberanía. Escenario de militarización de las relaciones internacionales: Doctrina de la Seguridad Hemisférica, nueva expresión de la contrainsurgencia.

20-23 de abril de 2006: Se reúne el Grupo de Trabajo en Colombia, por pri­mera vez desde la fundación del Foro, en cumplimiento del acuerdo de asumir una postura activa de promoción de la reanudación del diálogo entre el gobierno y los movimientos insurgentes. Para conocer la situa­ción colombiana, tras la reunión del Grupo sus integrantes sostienen reuniones con diversos sectores de la sociedad civil.

12-14 de enero de 2007: Se efectúa en San Salvador el XIII Encuentro del Foro de São Paulo, cuyo tema central fue «La nueva etapa de la lucha por la integración latinoamericana y caribeña». Este evento sirvió para iniciar la superación de la crisis y el restablecimiento de los consensos dañados desde 2002. Este Encuentro emite la II Declaración de San Salvador.

12-13 de marzo de 2007: Se realiza la primera reunión del Grupo de Trabajo posterior al II Encuentro de San Salvador. Como muestra de la revitali­zación del Foro, en esta ocasión tres delegaciones solicitaron la sede del XIV Encuentro, a saber, Colombia, México y Uruguay. Colombia retiró su solicitud y quedó pendiente que los miembros del Foro de México y Uruguay llegasen a un acuerdo bilateral para adoptar una decisión en la siguiente reunión del Grupo. En esta se acordó el reingreso al Grupo de Trabajo de los partidos peruanos miembros del Foro, que habían sido fundadores de esa instancia de coordinación.

20-21 de julio de 2007: Se reúne en Managua el Grupo de Trabajo. En esta ocasión se ratifica el acuerdo bilateral al que llegaron el FA de Uruguay y el PRD de México, en virtud del cual el XIV Encuentro sería en Montevideo en mayo de 2008, y el XV Encuentro en la Ciudad de México en una fecha por precisar, comprendida entre noviembre de 2008 y fe­brero de 2009. Allí se aprueba el ingreso oficial del Partido Comunista de Brasil (PC do B) al Grupo de Trabajo, organización que desde hace años asistía a sus reuniones como invitada del PT.

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Cronología 263

7-10 de noviembre de 2007: Se reúne en Santiago de Chile el Grupo de Traba­jo previo a las actividades organizadas por los movimientos sociales con motivo de la XVII Cumbre Iberoamericana. Esta reunión fue organizada en conjunto por los partidos Comunista y Socialista de Chile, hecho que marca un paso cualitativo superior en la participación de este último en las actividades del Grupo de Trabajo del Foro, como lo indica el hecho de que la presidenta Michelle Bachelet recibiera a sus integrantes en el Palacio de la Moneda. La clausura se efectuó con paneles paralelos en Santiago y Valparaíso, dedicados al tema sobre la batalla por el fin de la exclusión y en pro de la integración de los pueblos.

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Anexos

Relación de participantes en el Encuentro de Partidos y Organizaciones Políticas de América Latina y el Caribe,

São Paulo, 2-4 de julio de 1990

América del Sur

1. Grupo de los Ocho Argentina2. Frente Izquierda Unida Argentina3. Movimiento al Socialismo Argentina4. Partido Comunista Argentino Argentina5. Partido Intransigente Argentina6. Partido Intransigencia Revolucionaria Argentina7. Partido Socialista Popular Argentina8. Partido Revolucionario de los Trabajadores Argentina9. Partido Obrero Argentina10. Movimiento de los de Abajo Argentina11. Movimiento de los Descamisados Argentina12. Unidad Socialista Argentina13. Eje de Convergencia Patriótica Bolivia14. Partido Comunista Boliviano Bolivia15. Partido de los Trabajadores Brasil16. Partido Comunista de Brasil Brasil17. Partido Comunista Brasileño Brasil18. Partido Democrático de los Trabajadores Brasil19. Partido Socialista Brasileño Brasil20. Partido Comunista Colombiano Colombia21. Unión Patriótica Colombia22. Izquierda Cristiana Chile23. Movimiento de Izquierda Revolucionaria Chile

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Anexos 265

24. Partido Comunista de Chile Chile25. Liberación Nacional Ecuador26. Movimiento Popular Democrático Ecuador27. Partido Comunista del Ecuador Ecuador28. Partido Socialista del Ecuador Ecuador29. Partido Socialista Popular Ecuador30. Corriente Patria Libre Paraguay31. Partido Comunista Paraguayo Paraguay32. Partido Revolucionario Febrerista Paraguay33. Partido de los Trabajadores Paraguay34. Movimiento al Socialismo Perú35. Partido Comunista Peruano Perú36. Partido Unificado Mariateguista Perú37. Partido Comunista Revolucionario Perú38. Unidad Democrática y Popular Perú39. Frente Amplio Uruguay40. Causa R Venezuela41. Movimiento al Socialismo Venezuela42. Movimiento Electoral del Pueblo Venezuela43. Partido Comunista de Venezuela Venezuela

México y Centroamérica

44. Partido de la Revolución Democrática México45. Partido Popular Socialista México46. Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional El Salvador

El Caribe

47. Partido Comunista de Cuba Cuba48. Partido Comunista Dominicano Rep. Dominicana

Relación de partidos y movimientos políticos miembros del Foro de São Paulo confeccionada en el IV Encuentro,

La Habana, julio de 1993

1. Izquierda Democrática y Popular Argentina2. Frente Amplio de Liberación­Izquierda Unida Argentina

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3. Frente para la Democracia Avanzada Argentina4. Movimiento al Socialismo Argentina5. Movimiento Encuentro Popular Argentina6. Movimiento Los de Abajo Argentina7. Partido Comunista Argentino Argentina8. Partido de la Intransigencia Popular Argentina9. Partido Democracia Popular Argentina10. Partido Humanista Argentina11. Partido Intransigente Argentina12. Partido Obrero Argentina13. Partido Obrero Revolucionario­Posadista Argentina14. Partido Socialista Popular Argentina15. Partido Peronista de las Bases Argentina16. Partido Revolucionario por la Independencia Soc. Argentina17. Partido de los Trabajadores de Barbados Barbados18. Eje de Convergencia Patriótica Bolivia19. Movimiento Bolivia Libre Bolivia20. Partido Alternativa al Socialismo Bolivia21. Partido Comunista de Bolivia Bolivia22. Partido Revolucionario del Pueblo Bolivia23. Partido Comunista Brasileño Brasil24. Partido Comunista de Brasil Brasil25. Partido de los Trabajadores Brasil26. Partido Democrático de los Trabajadores Brasil27. Partido Popular Socialista Brasil28. Partido Socialista Brasileño Brasil29. Alianza Democrática M­19 Colombia30. A Luchar Colombia31. Corriente de Renovación Socialista Colombia 32. Partido Comunista Colombiano Colombia33. Partido Comunista Marxista Leninista de Colombia Colombia34. Partido Obrero Revolucionario Colombia35. Partido Revolucionario de los Trabajadores Colombia36. Unión Patriótica Colombia37. Grupo Soberanía Costa Rica

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Anexos 267

38. Foro Cívico Costa Rica39. Partido del Pueblo Costarricense Costa Rica40. Partido del Pueblo Unido Costa Rica41. Partido Vanguardia Popular Costa Rica42. Partido Comunista de Cuba Cuba43. Movimiento Antillano Nuevo Curazao44. Fuerza Amplia de Izquierda Chile45. Movimiento de Izquierda Democrática Allendista Chile46. Movimiento de Izquierda Revolucionaria Chile47. Movimiento de Izquierda Revolucionaria­R Chile48. Partido Comunista de Chile Chile49. Partido Humanista Verde Chile50. Partido Socialista de Chile Chile51. Partido Laborista de Dominica Dominica52. Acción Revolucionaria Popular Ecuatoriana Ecuador53. Acción Política Socialista Ecuador54. Liberación Nacional Ecuador55. Movimiento Popular Democrático Ecuador56. Partido Socialista Ecuatoriano Ecuador57. Convergencia Democrática El Salvador58. Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional El Salvador59. Movimiento Nacional Revolucionario El Salvador60. Unión Democrática Nacional El Salvador61. Movimiento Patriótico Maurice Bishop Granada62. Combate Obrero Guadalupe63. Grupo Revolución Socialista Guadalupe64. Grupo Unión Resistencia Guadalupe65. Partido Comunista de Guadalupe Guadalupe66. Unión Por la Liberación de Guadalupe Guadalupe67. Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca Guatemala68. Partido Progresista del Pueblo Guyana69. Alianza del Pueblo Trabajador Guyana70. Fuerza para defender los Derechos

del Pueblo Haitiano Haití71. Organización Política Lavalás Haití

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268 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

72. Partido de los Trabajadores Haitiano Haití73. Partido de los Trabajadores de Honduras Honduras74. Partido Revolucionario del Pueblo Honduras75. Consejo Nacional de los Comités Populares Martinica 76. Grupo Revolución Socialista Martinica77. Partido Comunista Martiniqueño Martinica 78. Partido Comunista por la Independencia y el Soc. Martinica79. Partido de la Revolución Democrática México80. Partido del Trabajo México81. Partido de la Revolución Socialista México82. Partido Popular Socialista México83. Partido Revolucionario de los Trabajadores México84. Frente Sandinista de Liberación Nacional Nicaragua85. Partido Revolucionario Democrático Panamá86. Movimiento Patria Libre Paraguay87. Paraguay para Todos Paraguay88. Partido Comunista Paraguayo Paraguay89. Partido de los Trabajadores Paraguay90. Partido Democrático Popular Paraguay91. Corriente Patria Libre Perú92. Izquierda Unida Perú93. Movimiento de Afirmación Socialista Perú94. Partido Comunista Peruano Perú95. Partido Mariateguista Revolucionario Perú96. Partido Socialista Democrático Perú97. Partido Unificado Mariateguista Perú98. Unión de Izquierda Revolucionaria Perú99. Unión Democrática y Popular Perú100. Frente Socialista Puerto Rico101. Partido Socialista Puertorriqueño Puerto Rico102. Alianza por la Democracia R. Dominicana103. Concertación Democrática R. Dominicana104. Onda Democrática R. Dominicana105. Bloque Socialista R. Dominicana106. Fuerza de Liberación Popular R. Dominicana

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Anexos 269

107. Movimiento Popular Dominicano R. Dominicana108. Movimiento de Izquierda Unida R. Dominicana109. Movimiento Independiente de Unidad y C. R. Dominicana110. Movimiento Popular de Liberación R. Dominicana111. Movimiento de Unidad Nacional R. Dominicana112. Partido Comunista del Trabajo R. Dominicana113. Partido Comunista Dominicano R. Dominicana114. Partido de la Liberación Dominicana R. Dominicana115. Partido de los Trabajadores Dominicanos R. Dominicana116. Unión Patriótica R. Dominicana117. Partido Progresista Santa Lucía118. Movimiento 18 de febrero T. y Tobago119. Movimiento de Transformación Social T. y Tobago120. Agrupación Pregón Uruguay121. Corriente de Unidad Frenteamplista Uruguay122. Corriente Popular Uruguay123. Frente de Izquierda de Liberación Uruguay124. MLN Tupamaros Uruguay125. Movimiento de Participación Popular Uruguay126. Movimiento Revolucionario Oriental Uruguay127. Movimiento 26 de Marzo Uruguay128. Partido Comunista Uruguayo Uruguay129. Partido Obrero Revolucionario Uruguay130. Partido por la Victoria del Pueblo Uruguay131. Partido Socialista Uruguayo Uruguay132. Partido Socialista de los Trabajadores Uruguay133. Vertiente Artiguista Uruguay134. Bandera Roja Venezuela135. Causa R Venezuela136. Foro Democrático Venezuela137. Liga Socialista Venezuela138. Movimiento al Socialismo Venezuela139. Movimiento Electoral del Pueblo Venezuela140. Partido Comunista Venezolano Venezuela141. Unión Patriótica de Venezuela Venezuela

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270 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

Relación de miembros activos en el Foro confeccionada por el Grupo de Trabajo a finales de 2007

1. Frente Grande Argentina2. Frente Transversal Nacional y Popular Argentina3. Movimiento Libres del Sur Argentina4. Partido Comunista Argentina5. Partido Comunista Revolucionario Argentina6. Partido Humanista Argentina7. Partido Intransigente Argentina8. Partido Obrero Revolucionario­Posadista Argentina9. Partido Socialista Argentina10. Unión de Militantes por el Socialismo Argentina11. Movimiento al Socialismo Bolivia12. Movimiento Bolivia Libre Bolivia13. Partido Comunista de Bolivia Bolivia14. Partido Patria Socialista­Movimiento Guevarista Bolivia15. Partido de los Trabajadores Brasil 16. Partido Comunista de Brasil Brasil17. Izquierda Cristiana Chile 18. Partido Comunista de Chile Chile 19. Partido Humanista Chile20. Partido Socialista de Chile Chile21. Partido Comunista Colombiano Colombia22. Polo Democrático Alternativo Colombia23. Presentes por el Socialismo Colombia24. Partido Comunista de Cuba Cuba25. MUP Pachakutik­Nuevo País Ecuador26. Movimiento Popular Democrático Ecuador27. Partido Comunista de Ecuador Ecuador28. Partido Comunista Marxista­Leninista Ecuador29. Partido Socialista­Frente Amplio Ecuador30. FMLN El Salvador31. Alianza Nueva Nación Guatemala32. URNG Guatemala33. Unificación Democrática Honduras

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Anexos 271

34. PC por la Independencia y el Socialismo Martinica35. Partido de los Comunista Mexicanos México36. Partido Comunista de México México37. Partido de la Revolución Democrática México38. Partido del Trabajo México39. Frente Sandinista de Liberación Nacional Nicaragua40. Partido del Pueblo de Panamá Panamá41. Partido Comunista Paraguayo Paraguay42. Partido Democrático Popular Paraguay43. Partido Patria Libre Paraguay44. Convergencia Popular Socialista Paraguay45. Partido Humanista de Paraguay Paraguay46. Partido Comunista del Perú­Patria Roja Perú47. Partido Comunista Peruano Perú48. Partido Nacionalista del Perú Perú49. Partido Socialista Perú50. Frente Socialista Puerto Rico51. M. I. Nacional Hostosiano Puerto Rico52. Partido Nacionalista de Puerto Rico Puerto Rico53. Alianza por la Democracia R. Dominicana54. Fuerza de la Revolución R. Dominicana55. Movimiento Izquierda Unida R. Dominicana56. Partido Comunista del Trabajo R. Dominicana57. Partido de la Liberación Dominicana R. Dominicana58. P. de los Trabajadores Dominicanos R. Dominicana59. Partido Revolucionario Dominicano R. Dominicana60. Asamblea Uruguay­FA Uruguay61. Corriente de Unidad Frenteamplista­FA Uruguay62. Frente Amplio Uruguay63. Movimiento 26 de marzo­FA Uruguay64. MLN Tupamaros­FA Uruguay65. Movimiento de Participación Popular Uruguay66. Partido Comunista de Uruguay Uruguay67. POR Troskista­Posadista­FA Uruguay68. Partido por la Victoria del Pueblo­FA Uruguay

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272 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

69. Partido Socialista de los Trabajadores Uruguay70. Partido Socialista de Uruguay­FA Uruguay71. Vertiente Artiguista­FA Uruguay72. Liga Socialista Venezuela 73. Movimiento Electoral del Pueblo Venezuela 74. Partido Comunista de Venezuela Venezuela75. Partido Socialista Unido de Venezuela1 Venezuela

Relación de miembros del Grupo de Trabajo actualizada a finales de 2007

Argentina: delegación unitariaBrasil: delegación unitariaChile: delegación unitariaColombia: delegación unitariaCuba: Partido Comunista de CubaEcuador: delegación unitariaEl Salvador: Frente Farabundo Martí para la Liberación NacionalGuatemala: delegación unitariaMartinica: Partido Comunista por la Independencia y el SocialismoMéxico: Partido de la Revolución Democrática y Partido del TrabajoNicaragua: Frente Sandinista de Liberación NacionalPerú: delegación unitariaPuerto Rico: delegación unitariaUruguay: Frente Amplio

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4. Ecuador: sitio web del Tribunal Supremo Electoral (www.tse.gov.ec).

5. Nicaragua: sitio web del Consejo Supremo Electoral (www.cse.gob.ni).

6. México: sitio web del Instituto Federal Electoral (www.ife.org.mx).

7. Perú: sitio web de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (www.onpe.gob.pe).

8. Venezuela: sitio web del Consejo Supremo Electoral (www.cne.gov.ve).

9. Uruguay: sitio web de la Corte Electoral de Uruguay (www.corteelecto­ral.gub.uy).

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Notas

Palabras del autor

1. «El neoliberalismo desarrolla su propio concepto de democracia. La democracia neolibe­ral se caracteriza por el culto a los elementos formales de la democracia burguesa, tales como el pluripartidismo, las elecciones periódicas, el voto secreto, el rechazo al fraude, la alternancia en el gobierno y otros, pero con un Estado desprovisto de la capacidad de ejercer el poder político real y, por consiguiente, ubicado fuera del “espacio de confrontación” gramsciano, en el que la izquierda y el movimiento popular pudieran arrancarle concesiones en materia de política social y redistribución de riqueza. La democracia liberal se complementa con un concepto de derechos humanos, que enfatiza las libertades civiles destinadas a legitimar este ejercicio antidemocrático, pero exclu­ye, incluso cuando los acepta de palabra, la satisfacción de los derechos económicos y sociales». Roberto Regalado: América Latina entre siglos: dominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda (edición actualizada), Ocean Sur, Melbourne, 2006, pp. 83­84.

2. No se menciona a Ecuador porque el gobernante Alianza País es un movimiento polí­tico de reciente creación que no pertenece al Foro de São Paulo.

3. Rafael Cervantes, Felipe Gil, Roberto Regalado y Rubén Zardoya: Transnacionalización y desnacionalización: ensayos sobre el capitalismo contemporáneo, 1era. edición en espa­ñol, Tri buna Latinoamericana, Buenos Aires, 2000; 2da. edición en español, Ediciones Nues tra América, Bogotá, 2001; 3era. edición en español, Editorial Félix Varela, La Ha ba na, 2002; 4ta. edición en español, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2007. Tam bién publicado en alemán: Imperialismus Heute: Über den gegenwärtigen trans­nationalen Monopolkapitalismus, Neue Impulse Verlag, Munich, 2000.

4. Roberto Regalado: América Latina entre siglos: dominación, crisis, lucha social y alternati­vas políticas de la izquierda, 1era. edición en español, Ocean Press, Melbourne, 2006; 2da. edición en español (actualizada), Ocean Sur, Melbourne, 2006. Ha sido publicado en inglés: Latin America at the Crossroads: domination, crisis, popular movements & political alternatives, Ocean Press, Melbourne, 2007; y en danés: Latinamerika ved en skillevej: dominans, krise, sociale kampe og venstreflojens politiske alternativer, Forlagett Arbejderen, Kobenhavn N., 2007.

Antecedentes y contexto histórico del Foro de São Paulo

1. El posibilismo aparece en 1881 como una corriente encabezada por el doctor Paul Brousse, dentro de la Federación de los Obreros Socialistas de Francia, cuyo líder

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280 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

era el marxis ta George Guesde. La estrategia posibilista consistía en aprovechar los espacios existentes en el sistema democrático­burgués, sobre todo en los gobiernos locales, para luchar por mejoras en las condiciones laborales y el nivel de vida de los obreros, mientras la línea oficial de la Federación de Guesde era no negociar con los liberales y demás corrientes burguesas. En 1882, se produjo la ruptura entre ambas corrientes, en virtud de la cual, Brousse, con el apoyo de la mayoría, creó el Partido de los Obreros Socialistas de Francia. Véase G. D. H. Cole: Historia del pensamiento so­cialista III: la Segunda Internacional (1889­1914), Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pp. 306­308.

2. Creada en 1884, la Sociedad Fabiana alcanza notoriedad a partir de 1889 con la publicación de los Ensayos Fabianos, donde proclama que el desarrollo económico y so cial capitalista conduciría a la democratización y a la socialización de la riqueza, hasta el punto en que ese sistema llegaría a transformarse en su contrario, es decir, en so cia lismo. A partir de esa premisa, los fabianos desarrollan la estrategia de impregnar sus ideas en el sector radical del liberalismo. Su actividad consiste en publicar do cu­mentos, impartir conferencias y en el trabajo desplegado por dos de sus miembros más prominentes, los esposos Sydney y Beatrice Webb en el Concejo del Condado de Londres, donde actúan como pioneros en la promoción de un programa de protección y servicios sociales financiado y administrado por esa instancia de gobierno, en la cual cons tituyen minoría en relación con los liberales, a quienes, en realidad, corresponde adop tar esas decisiones. Véase G.D.H. Cole: Historia del pensamiento socialista II: mar xis­mo y anarquismo (1850­1890), Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pp. 373­381.

3. Mayor trascendencia aun que el posibilismo en Francia y el fabianismo en Gran Bre­taña tienen el reformismo y el revisionismo en Alemania, por el hecho de que brotan dentro del propio Partido Socialdemócrata Alemán, que a la sazón es el baluarte del marxismo y ejerce el liderazgo indiscutible del movimiento socialista mundial. El reformismo aparece en Alemania a principios de la década de 1890, representado por Georg von Vollmar, en cuyo estado, Bavaria, existe una situación política que, a diferencia de Prusia, favorece el establecimiento de alianzas con los partidos de la bur guesía para aprobar leyes en beneficio de los obreros. Por su parte, el revisionismo irrumpe mediante los escritos y discursos de Edward Bernstein a finales de los propios años noventa, quien afirma que Marx había incurrido en errores teóricos que invalidaban una parte de los presupuestos políticos sobre los cuales basaba su acción la socialdemocracia alemana. Véase G.D.H. Cole: Historia del pensamiento socialista III: la Segunda Internacional, ed. cit., pp. 259­264.

4. Véase Piero Gleijeses: Misiones en conflicto: La Habana, Washington y África 1969‑1976, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002.

5. Los procesos de reforma social progresista del capitalismo latinoamericano que se pro dujeron en ese período, casi todos liderados por burguesías desarrollistas, fueron: en Colombia, los gobiernos de Enrique Olaya (1930­1934) y Alfonso López Pumarejo (1934­1938 y 1942­1946); en México, el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934­1940) y el de Miguel Ávila Camacho (1940­1946); en Chile, el gobierno del Frente Popular enca­be zado por Pedro Aguirre (1938­1942) y el de la Alianza Democrática presidido por Juan Antonio Ríos (1942­1946); y en Costa Rica, los gobiernos de Ángel Calderón (1940­1944) y Teodoro Picado (1944­1948). Por su parte, entre los proyectos populistas re saltan: en Brasil, el gobierno de Getulio Vargas (1930­1945) y, en Argentina, el golpe de Estado de 1943 a partir del cual adquiere relevancia Juan Domingo Perón, electo

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Notas 281

a la presidencia en 1946. En 1944 es derrocada en Guatemala la dictadura del ge ne­ral Jorge Ubico y, poco después, se abre la etapa de los gobiernos antimperialistas en ca be zados, respectivamente, por Juan José Arévalo (1945­1951) y Jacobo Arbenz (1951­1954). Véase Luis Suárez Salazar: Un siglo de terror en América Latina: una crónica de crímenes contra la humanidad, Ocean Press, Melbourne, 2006, pp. 209­216.

6. Ibídem, pp. 157­170. Véase también Sergio Guerra: Etapas y procesos en la historia de Amé rica Latina, Centro de Información para la Defensa, La Habana, [s.a.], p. 40; y Ser gio Guerra: Historia mínima de América Latina, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2003, p. 253.

7. Véase Luis Suárez Salazar: ob. cit., p. 293.8. Tancredo Neves y José Sarney fueron electos, respectivamente, como presidente y vi­

cepresidente de Brasil en la primera elección de candidatos civiles realizada desde el golpe de Estado de abril de 1964. Esta fue una elección indirecta, efectuada mediante el llamado Colegio Electoral. Neves falleció antes de la toma de posesión que tuvo lugar el 15 de enero de 1985, por lo que fue Sarney quien asumió la presidencia.

9. «Fundada en el año 1973 por el banquero David Rockefeller e integrada por alrededor de trescientos hombres de negocios, políticos e intelectuales de los Estados Unidos, Europa occidental y Japón, la Comisión Trilateral responde a la necesidad de los monopolios transnacionales de disponer de mecanismos de elaboración teórica y for­mulación política para enfrentar las contradicciones derivadas del proceso de concen­tración transnacional de la propiedad y la producción. Dos décadas antes de que fuera acuñado el término globalización, la Comisión Trilateral se erige en portaestandarte de la ideología y el proyecto de dominación mundial de la “corporación global”, los cuales plasma en su estudio La Crisis de la Democracia: informe sobre la gobernabilidad de las democracias para la Comisión Trilateral, publicado en 1975». Roberto Regalado: ob. cit., pp. 69­70.

10. Hugo Zemelman: «Enseñanzas del gobierno de la Unidad Popular en Chile», en Beatriz Stolowicz (coord.), Gobiernos de izquierda en América Latina: el desafío del cambio, Plaza y Valdés Editores, México, D.F., 1999, pp. 35­36.

El fundador del Foro de São Paulo: el Partido de los Trabajadores de Brasil

1. «Es un período de crecimiento extraordinario, que abarca desde el 68 al 76; ocho, nue­ve años, en que la economía brasileña se multiplica por más de dos y la de São Paulo probablemente por tres. Fue un período comparativamente corto. Creció la industria tecnológicamente más sofisticada, pero crecieron en extremo también los servicios: educación, salud, transporte, comunicaciones, etc. Y hay un enriquecimiento evidente y bastante concentrado. El régimen militar mantiene la posición de no intervenir en la distribución de la renta que los mecanismos del mercado espontáneamente concen­tran». Paul Singer: entrevistado por Marta Harnecker en O sonho era possível, MEPLA, La Habana, 1994, p. 17.

2. Perseu Abramo: entrevistado por Marta Harnecker en ob. cit., p. 30.3. Wladimir Pomar: «Introdução», en Partido dos Trabalhadores: Resoluçoes de Encontros

e Congresos: 1979­1998, Editora Fundação Perseu Abramo, São Paulo, 1999, pp. 18­19.

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282 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

4. «Brasil es, con toda seguridad, la segunda nación del mundo en movimientos so cia­les, solo superada por los Estados Unidos. La diferencia es que, en este país, esos mo vi mientos no lograron afirmarse como alternativa política. Cuando más, cons ti­tu yeron poderosos lobbies junto a los partidos Demócrata y Republicano. En Brasil, el mo vimiento social invadió el terreno de la institucionalidad burguesa, en medio de la redemocratización ocurrida con la caída de la dictadura militar (1964­1985), y creó su propia alternativa política». Frei Beto: «Do sonho à realidade», prólogo a Marta Harnecker, ob. cit, s/p.

5. «Reunimos doce presidentes de sindicatos y a dos compañeros que no eran presiden­tes. Había catorce sindicalistas presentes aquella noche, en la oficina de Lula, en el Sindicato de los Metalúrgicos de San Bernardo. Lula propuso: “¿qué tal si fundamos un partido solo de trabajadores, sin patronos?” […] Y solamente cuatro compañeros respondieron que aceptaban el PT […] El PT comenzó tan democráticamente que en la primera reunión la propuesta de Lula fue derrotada». Paulo Skromov: entrevistado por Marta Harnecker en ob. cit, pp. 61­62.

6. «Documentos pre­PT. 24 de enero de 1979. Los sindicalistas, reunidos en el IX Congreso de los Trabajadores Metalúrgicos, Mecánicos y de Material Eléctrico del Estado de São Paulo, en la ciudad de Lins, aprueban la tesis, originalmente propuesta por los metalúrgicos de Santo André, “llamando a todos los trabajadores brasileños a unificarse en la construcción de su partido, el Partido de los Trabajadores”. Este docu­mento es conocido como la “Tesis de Santo André­Lins”». Partido dos Trabalhadores: Resoluçoes de Encontros e Congresos: 1979­1998, ed. cit., p. 40. Véase «A tese de “Santo André­Lins”», ibídem, pp. 47­48.

7. Los «siete marginales» —forma en que la prensa burguesa denominaba a los funda­dores del PT— eran: Lula, Jacó Bittar, Olívio Dutra, Paulo Skromov, Hemos Amorina, José Cicote y Wagner Benevides.

8. «1ro. de mayo de 1979. Lanzamiento público de la “Carta de Principios” del PT, la cual concluye que “los males profundos que se abaten sobre la sociedad brasileña no po drán ser superados sino mediante una participación decisiva de los trabajadores en la vida de la nación. El instrumento capaz de garantizar esa participación es el Par­tido de los Trabajadores”». Partido dos Trabalhadores: Resoluçoes de Encontros e Con­gresos:1979­1998, ed. cit., p. 40. Véase «Carta de Principios», ibídem, pp. 49­54.

9. «13 de octubre de 1979 — São Bernardo do Campo/SP. En reunión en el salón de fiestas del restaurante São Judas Tadeo, con la presencia de 130 personas, represen­tantes de por lo menos seis estados del país, se produce el lanzamiento oficial del Partido de los Trabajadores. Los representantes aprobaron una “Declaración políti­ca”, que expresa las conclusiones de la reunión; una “Plataforma política” que indica las reivindicaciones que el Movimiento por el PT debe enarbolar inmediatamente; y las “Normas transitorias de funcionamiento”, que esbozan sugerencias básicas para la organización del PT en todos los niveles, junto con una “Nota contra la reforma partidaria”, que expresa la posición del Movimiento con respecto a la reforma parti­daria del régimen. Y también fue electa la Comisión Nacional Provisional, compuesta de diecisiete personas, que dirige el Movimiento hasta junio de 1980». Partido dos Trabalhadores: Resoluçoes de Encontros e Congresos: 1979­1999, ed. cit., p. 40. Véase tam­bién ibídem: «Declaración Política», pp. 55­57; «Plataforma Política», pp. 58­60; «Nota contra la Reforma Partidaria», p. 60; y «Normas Transitorias».

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Notas 283

10. «10 de febrero de 1980 — Colegio Sion. Acto de lanzamiento del Partido de los Tra­bajadores, con la presencia de 1 200 personas, que aprueban, por aclamación, el “Manifiesto de lanzamiento” del PT». Partido dos Trabalhadores: Resoluçoes de En­contros e Congresos: 1979­1998, ed. cit., p. 40.

11. «1ro. de junio de 1980 — Instituto Sedes Sapientae — São Paulo/SP. Reunión nacional de fundación del PT que aprueba el “Programa” y el “Plan de Acción” y el “Estatuto” del partido, además de refrendar el “Manifiesto de lanzamiento”. Elige a la Comisión Directora Nacional Provisional, conforme a la legislación electoral vigente, que tiene como principal función conducir el proceso de legalización del partido». Partido dos Trabalhadores: Resoluçoes de Encontros e Congresos: 1979­1998, ed. cit., p. 40. Véase ibí­dem: «Programa», pp. 68­71; «Plan de Acción», pp. 72­73; y «Estatuto», pp. 74­94.

12. Esta resolución establece que «el PT admite en su interior la disputa amplia entre diferentes opiniones. Estima que solo la más amplia libertad de pensamiento y el in­centivo al debate político podrán convertirlo en una genuina fuente de conocimiento y fortalecerlo como instrumento de acción para los trabajadores. Sin embargo, de la misma forma que defiende y garantiza la pluralidad de pensamiento sobre las más variadas cuestiones, exige la más fuerte unidad de acción, pues ella es la base de ese elemento donde radica la eficacia del partido como instrumento de participación en la lucha de clases en dirección al socialismo […] Por lo antes expuesto, el PT ve como natural la formación, en su interior, de agrupamientos para defender sus posiciones políticas, cuyas reuniones, debates y trabajos tengan carácter transparente hacia el partido, y cuyas actividades estén orientadas exclusivamente para la vida interna del PT y que busquen el fortalecimiento de la vida partidista en su conjunto. El PT consi­dera fundamental canalizar las posiciones políticas de los agrupamientos internos del partido». «Resolución sobre Tendencias», ibídem, pp. 356­357.

13. Wladimir Pomar: «Introdução», en Partido dos Trabalhadores: Resoluçoes de Encontros e Congresos: 1979­1998, ed. cit., pp. 22­23.

El Encuentro del Hotel Danubio

1. Declaración de São Paulo, aprobada por el Encuentro de Partidos y Organizaciones Políticas de Izquierda de América Latina y el Caribe, el 4 de julio de 1990. Las decla­raciones, acuerdos, resoluciones, convocatorias y notas de prensa aprobadas en los Encuentros del Foro de São Paulo, en las reuniones de su Grupo de Trabajo y en sus seminarios­talleres, pueden ser consultadas en la página web de la Secretaría Ejecutiva del Foro (www.forosaupaulo.org.br), o en otras (www.midiasemmascara.org; www.midiasemmascara.com.br; y www.forosaopaulo.fmln.org.sv).

2. Declaración de São Paulo, ibídem.

El anfitrión del II Encuentro: el Partido de la Revolución Democrática

1. Cuauhtémoc Cárdenas: Nace una esperanza, Editorial Nuestro Tiempo, México, D.F., 1990, p. 8.

2. Sobre la Revolución Mexicana, Sergio Guerra afirma: «A pesar de sus limitaciones, y la trágica desaparición del sector más avanzado del campesinado representado por Zapata y Villa —asesinados en 1919 y 1923, respectivamente—, la Revolución Mexicana

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284 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

de 1910­1917 fue el movimiento político­social más radical que hasta ese momento se había producido en el continente americano. Por el carácter de las fuerzas que la pro­movieron, las grandes transformaciones introducidas en México y las reivindicaciones que la inspiraron, puede definirse como una revolución democrático­burguesa, agra­ria y antimperialista, a pesar de que no fue capaz de conquistar las ambiciosas metas propuestas por sus sectores más avanzados». Sergio Guerra Vilaboy: Historia mínima de América Latina, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2003, pp. 233­234.

3. El resultado de la Revolución Mexicana fue la hegemonía de la Dinastía de Sonora, que sobrevivió al resto de las fuerzas participantes en ese proceso, incluidos los ejércitos campesinos de Emiliano Zapata y Francisco (Pancho) Villa. Aunque la Constitución de 1917 refrendó conquistas como la reforma agraria, la protección de los trabajadores y el reconocimiento de los sindicatos, según Halperin, el nuevo poder: «arbitraba entre un movimiento obrero que englobaba una fracción muy reducida de los trabajadores industriales y mineros y estaba, por otra parte, corroído por la corrupción, y un cam­pesinado que, si en Morelos veía realizadas las reivindicaciones del zapatismo, carecía del empuje necesario para proyectarlas a escala nacional y se revelaba un agente más dócil y pasivo de los nuevos dueños del poder que la nueva fuerza sindical. Esa limi­tada reforma agraria, como el avance igualmente limitado de la sindicalización obrera, estaban destinadas a dar al nuevo poder una base en el núcleo territorial de la nación, que había ganado por conquista; pero si ambas se mantuvieron limitadas, ello no se debió tan solo a las ambigüedades ideológicas y políticas de los nuevos dirigentes, sino a que el México revolucionario necesitaba urgentemente rehacer su sector expor­tador para escapar a la penuria y el retorno ineludible a las recetas económicas del porfirismo ponía límites estrechos a cualquier transformación social, a la vez que hacía necesario un entendimiento con la potencia que seguía siendo económica y política­mente dominante». Tulio Halperin Donghi: Historia contemporánea de América Latina, Alianza Editorial, Madrid, 2002, pp. 322­323.

4. Fue el presidente Lázaro Cárdenas (1934­1940) quien reemprendió la obra de la Revolución Mexicana. Cárdenas estimuló el desarrollo industrial y del mercado in­terno, lo que presuponía un alza del nivel de vida de los sectores populares y una mejoría de las relaciones laborales. Ello condujo a fortalecer el movimiento obrero y a crear la Central de Trabajadores Mexicanos (CTM), encabezada por el líder sindicalis­ta de izquierda Vicente Lombardo Toledano. En el campo, lanzó una reforma agraria que convirtió casi veinte millones de hectáreas de tierra en ejidos. El conflicto que la reforma agraria desató con Gran Bretaña y los Estados Unidos, derivó hacia el sector petrolero, cuya nacionalización también decretó. Sin embargo, la hostilidad imperia­lista y los grupos conservadores nacionales encontraron terreno fértil en los desajustes provocados por el crecimiento del consumo urbano y rural, que generó un alza de la inflación. En tales condiciones: «Cárdenas debió admitir que su ambición de hacer de un radicalizado credo revolucionario la fe común de los mexicanos no se había realizado […] Prohijó entonces la candidatura del general Manuel Ávila Camacho, su ministro de Guerra, cuya desteñida personalidad lo hacía aceptable a los sectores mi­litares y empresarios cuya definición Cárdenas había tenido razones para temer. Tanto para Cárdenas como para la izquierda, que en ese momento dominaba aún el partido oficial, esa candidatura significaba la continuación de la pausa a los avances del re­formismo que de hecho se había impuesto ya a partir de la nacionalización petrolera; no adivinaban que a través de ella estaban entregando para siempre a otras manos la

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Notas 285

orientación del proceso político­social mexicano. Esa fue sin embargo la consecuencia del reemplazo de Cárdenas por Ávila Camacho». Ibídem, pp. 413­414.

5. A partir de la presidencia del sucesor de Cárdenas, Manuel Ávila Camacho (1940­1946), comenzó el desmontaje de las conquistas de la Revolución Mexicana y las reformas cardenistas, amparado en el uso demagógico de esos símbolos históricos. Al respecto, Halperin señala que «la liquidación de los avances en el bienestar de los sectores popu­lares, que se reflejaba en la caída del salario real y el fin de la breve bonanza campesina que siguió a la reforma agraria, cuenta para imponerla con mínima dificultad con las organizaciones en que esos sectores han sido estructurados por la movilización desde lo alto de tiempos cardenistas; como comenzaba a hacerse evidente, precisamente gra­cias a esas movilizaciones la segunda revolución desencadenada por Cárdenas había dejado en herencia a sus herederos escasamente leales la capacidad de imponer drás­ticos reajustes en la distribución del ingreso sin amenazar una estabilidad política que en otras comarcas latinoamericanas iba a buscarse en vano asegurar por el camino de la desmovilización social». Ibídem, p. 415.

6. Ibídem, p. 502.7. «Mientras la excepcionalidad venezolana, que al comienzo de la década parecía ame­

nazada, al fin de ella se afirma con un nuevo vigor, la de México comienza a dar progresivos signos de agotamiento. Ellos afloran ante todo en la esfera política, luego de una primera tentativa de apertura detenida (como las que van a seguirle) apenas se insinúa un remoto peligro que ella socave el monopolio del poder en manos del partido gobernante. Inaugurada gracias a una reforma constitucional prohijada por el presidente López Mateos, que asignaba un número fijo de bancas en la Cámara de Diputados a los partidos de oposición que sobrepasaran un umbral electoral por otra parte muy bajo, a partir de 1963 tocaría a su sucesor, Gustavo Díaz Ordaz afrontar las etapas siguientes de un proceso que no parecía dispuesto a detenerse en ese punto». Tulio Halperin Donghi: ob. cit., pp. 592­593.

8. Durante la presidencia de Díaz Ordaz, el gobierno mexicano emprendió la represión contra los grupos armados que brotaron en ese país y efectuó la Matanza de Tlatelolco (1968). Díaz Ordaz abortó un amago de democratización del Partido Revolucionario Institucional (PRI) —heredado de su predecesor, Adolfo López Mateos— y anuló las elecciones municipales ganadas en el Norte por el PAN. Sobre este sexenio, Luis Suárez dice que «en México, se extendieron diversos movimientos armados en algunas zonas rurales y urbanas (como el Movimiento de Acción Revolucionaria y el Frente Urbano Zapatista), fundados como consecuencia del incremento exponencial de la política represiva del gobierno pro imperialista de Gustavo Díaz Ordaz (1964­1970); pero, sobre todo, como respuesta a la llamada “matanza de Tlatelolco” (2 de octubre de 1968)». Luis Suárez Salazar: Un siglo de terror en América Latina: una crónica de críme­nes cometidos contra la humanidad, Ocean Press, Melbourne, 2006, p. 296. Por su parte, Halperin relata que: «Ante la resistencia pasiva pero irremovible del aparato oficial, el nuevo presidente debió renunciar (sus críticos aseguraban que sin demasiado pesar) a la anunciada democratización interna del partido oficial; poco después se revelaría dentro de qué límites debía encerrarse el nuevo pluralismo político al ser anuladas las elecciones municipales que el PAN (opositor de derecha) había tenido la insolencia de ganar en la franja fronteriza norte. Esas peripecias parecían condenar el país a un inso­portable estancamiento político, impuesto por una elite gobernante que advertía muy bien la necesidad de superarlo, pero en la hora de la verdad prefería no afrontar los

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286 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

riesgos que crearía a sus privilegios no solo políticos la reorientación que proclamaba necesaria». Tulio Halperin Donghi: ob. cit., p. 593.

9. En los primeros años de la década de 1970, el presidente Luis Echevarría (1970­1976) —quien ocupaba la Secretaría de Gobernación cuando se produjo la Matanza de Tlatelolco— también enfrentó, mediante una brutal represión, los brotes de guerrilla rural que se produjeron en el estado de Guerrero. «Al lado de este problema, otro se hacía sentir cada vez más: el crecimiento de la población estaba creando más campe­sinos sin tierras que cuando Cárdenas se decidió a completar la reforma agraria. El surgimiento a comienzos de la década de 1970 de guerrillas de base rural en el estado de Guerrero, pese a que con la colaboración del ejército fueron eliminadas con brutal eficacia, intensificó el temor de la élite gobernante ante las potencialidades desestabi­lizadoras de ese creciente sector desheredado, y en los últimos meses de su mandato, Echeverría iba a identificarse apasionadamente con sus reivindicaciones». Ibídem, p. 672.

10. «En un contexto de muy aliviadas tensiones socioeconómicas, el sucesor de Echeverría podía encarar sin urgencias la reforma política inscrita desde 1968 en la agenda del ré­gimen mexicano. A la democratización interna del partido gobernante, López Portillo prefirió una alternativa menos audaz: la apertura de un campo más ancho a los parti­dos opositores, no mediante competencias electorales más auténticas sino por la asig­nación a esos partidos de una representación parlamentaria más considerable, una vez que superasen un muy modesto umbral de sufragios. Esa reforma, destinada a aliviar la quietud ya cercana al marasmo que estaba caracterizando a la vía política mexicana sin socavar la abrumadora hegemonía del PRI, fue largamente discutida con las fuer­zas de izquierda, cuyas divisiones internas parecían próximas a atenuarse al repudiar el Partido Comunista el legado del stalinismo». Ibídem, pp. 675­676.

11. «Seis años que el gobierno que encabeza Miguel de la Madrid ha empleado día con día para ceder conscientemente porciones de soberanía a intereses externos de domi­nación y disminuir así nuestra capacidad de decisión autónoma, para ir destruyendo de manera sistemática la obra de reivindicación social de la Revolución Mexicana y minando y deshaciendo las estructuras y valores económicos, políticos y culturales que nos dan identidad como nación y como pueblo independientes y han constituido y constituyen nuestras resistencias ante los embates de la dependencia y la explota­ción». Cuauhtémoc Cárdenas: ob. cit., pp. 21­22.

12. «Desde los días de la campaña fue planteada por muchos la necesidad de organizar un nuevo partido político. Quienes se sumaron a la campaña procedentes de muy diversas organizaciones y otros más sin militancia partidaria, no encontraron identificación con ninguno de los partidos que sostenían la candidatura presidencial del Frente De mo crático Nacional. Unos hablaban del partido único donde se fusionaran to­dos los agrupamientos y se incorporaran todos los ciudadanos unidos en torno al Frente. Otros, del partido de los sin partido, de los millones de ciudadanos que sin sen tirse representados por ninguno de los partidos del FDN, habían decidido seguir par ti cipando en la vida política del país en base a las coincidencias que los llevaron a sumarse a la movilización popular generada por la campaña. Entre estos dos extremos empezó a moverse la idea de un partido nuevo». Cuauhtémoc Cárdenas: ob. cit., p. 8.

13. Cuauhtémoc Cárdenas: ob. cit., pp. 15­16.

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Notas 287

14. Partido de la Revolución Democrática: Declaración de Principios y Estatutos, Instituto Nacional de Formación Política (PRD), México, D.F., 2000, pp. 10­11.

El Encuentro de México

1. Rosa Luxemburgo: Reforma social o revolución y otros escritos contra los revisionistas, Distribuciones Fontamara S. A., México, D.F., 1989, pp. 118­119.

2. Convocatoria al II Encuentro del Foro de São Paulo, aprobada por el Comité Organizador del II Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe, en la Ciudad de México, el 19 de mayo de 1991 (www.forosaopaulo.org.br).

3. Declaración de México, aprobada por el II Encuentro del Foro de São Paulo, el 15 de junio de 1991 (www.forosaopaulo.org.br).

4. Ibídem.5. Varios gobiernos latinoamericanos consideraron que ese apoyo estadounidense a Gran

Bretaña era una violación de los términos del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca que estipula el apoyo a la nación americana que sea agredida por una po­tencia extracontinental.

El anfitrión del III Encuentro: el Frente Sandinista de Liberación Nacional

1. Humberto Ortega: La epopeya de la insurrección, Lea Grupo Editorial, Managua, 2004, p. 143.

2. Carlos Fonseca: Carlos Fonseca: obra fundamental, Aldilá Editor, Managua, 2006, pp. 32­33.

3. Sandino acostumbraba a firmar «Augusto C. Sandino», lo que dio pie al error muy común en numerosos autores de llamarlo «Augusto César Sandino». En realidad, al no haber sido reconocido por su padre durante la infancia, Augusto fue inscrito con el apellido de su madre, Calderón, al cual, tras el reconocimiento tardío de su progenitor, se le añadió al final el apellido de este último. De manera que su nombre era Augusto Calderón Sandino, pero él se limitaba a firmar con la letra inicial de «Calderón» para resaltar el apellido paterno que le había sido negado en la infancia.

4. Carlos Fonseca: ob. cit., p.15.5. «Una medida importante tomada de común acuerdo por los grupos oligarcas liberal

y conservador se produce el 22 de diciembre de 1927. En esa fecha ambas camarillas aceptan la imposición yanqui de proceder a crear una fuerza armada mercenaria, prác­ticamente un ejército regular, de ocupación, que es denominado Guardia Nacional.

»La misión inmediata de la Guardia Nacional es la de perseguir a los patriotas que comanda Sandino. Durante la primera etapa de su actividad, tal fuerza contará exclu­sivamente con oficialidad norteamericana.» Carlos Fonseca: ob. cit., p. 57.

6. «Rigoberto López Pérez denomina su acción justiciera como el Principio del Fin de la Tiranía. A riesgo de su propia vida y antes de ser acribillado por cuarenta y ocho ba lazos, Rigoberto hirió mortalmente al principal responsable del crimen de San dino, con cuatro certeros disparos calibre 38, en la Casa del Obrero de la ciudad de León, en donde Anastasio Somoza García festejaba la proclamación de su reelección pre si den­cial. El lanzamiento de su candidatura, que ya había anunciado en 1953 en la ciu dad

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288 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

de Estelí, significó la ruptura de los Generales Somoza y Chamorro, mas no del sis­tema excluyente instaurado con el Pacto de los Generales». Humberto Ortega: ob. cit., p. 81.

7. Ibídem, pp. 100­101.8. «El 24 de junio de 1959, en el sitio de El Chaparral se produce el cerco y masacre del

movimiento. Se trata de una operación conjunta del ejército hondureño y la Guardia Nacional nicaragüense. Nueve muertos, más de doce heridos y casi una treintena de capturados fue el resultado de ese intento de invasión guerrillera. Entre los heridos graves se encuentra Carlos Fonseca, quien es perforado de bala en el pulmón derecho tras combatir bravamente, contra las fuerzas militares combinadas con una carabina dominicana “San Cristóbal”». Humberto Ortega: ob. cit., p. 111.

9. Humberto Ortega: ob. cit., p. 117.10. Ibídem, p. 116.11. Así lo explica Humberto Ortega: «Carlos Fonseca en compañía del Coronel Santos

López y un tercero, en representación del MNN­FLN, se reúne con los miembros del Movimiento FRS, Edén Pastora Gómez, el mexicano Doradoña y Luciano Vílchez. Los planteamientos políticos y organizativos de Carlos Fonseca sobre la fusión, son asu­midos por los sobrevivientes de la Columna Ramón Raudales del FRS. Seguidamente se llega al entendimiento con la posición del FRS, de llevar el nombre de Sandino y los colores rojo y negro que él usó, como distintivos de una nueva organización. Carlos Fonseca intercaló en las siglas del Frente de Liberación Nacional, la S antes de la L, quedando FSLN; y estampándolo en papel periódico, viaja a Tegucigalpa con este resultado.

»En dicha ciudad, Noel Guerrero, Silvio Mayorga y Tomás Borge, aguardaban el desenlace de estos esfuerzos unitarios. Noel Guerrero se oponía rotundamente ar­gumentando que Sandino no fue marxista y su lucha había sido contra la ocupación extranjera, no contra el imperialismo. Concluía Guerrero, afirmando que Sandino tam­poco se había planteado el problema agrario como una bandera de lucha reivindicati­va. Fonseca señala que esta afirmación es una interpretación mecánica de la historia, producida por la aplicación dogmática del materialismo histórico a la interpretación de la realidad […]

»El compromiso adquirido por Carlos Fonseca y el Coronel Santos López con los sobrevivientes del FRS en las selvas del río Patuca, es rechazado. Noel Guerrero y Silvio Mayorga mantienen que el movimiento se llame FLN […] Fonseca se mantiene respetuoso de lo acordado con el FRS, pero en minoría dentro del FLN». Humberto Ortega: ob. cit., pp. 127­128.

12. «El 23 de julio de 1963, en el cuarto aniversario de la masacre estudiantil de León, la columna guerrillera de sesenta hombres entra en choques con la GN y se protagonizan combates dirigidos por Ramón Raudales hijo, en Raití y Walquistán, en donde, en una palmera, Germán Pomares con Bayardo Altamirano ondean la bandera roja y negra, y Silvio Mayorga es herido en una pierna, tal fue el bautismo de fuego del naciente FSLN». Ibídem, p. 131.

13. Kupia­Kumi significa un solo corazón en lengua miskita.14. Humberto Ortega: ob. cit., pp. 319­320.

El Encuentro de Managua

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Notas 289

1. Proyecto de Normativas para el funcionamiento del Foro de São Paulo y su Grupo de Trabajo, presentado en ocasión del III Encuentro, en Managua, del 16 al 18 de julio de1992.

El anfitrión del IV Encuentro: el Partido Comunista de Cuba

1. Para mayor información sobre este período, véase a Eduardo Torres­Cuevas y Oscar Loyola: Historia de Cuba 1492­1898: formación y liberación de la nación, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2002, pp. 155­216. También se puede consultar a Fernando Portuondo: Historia de Cuba, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2000, pp. 262­263 y pp. 349­385.

2. Eduardo Torres­Cuevas y Oscar Loyola: ob. cit., p. 378.3. El pretexto utilizado por los Estados Unidos para declarar la guerra a España fue la

explosión, el 15 de febrero de 1898, en circunstancias nunca bien esclarecidas, del cru­cero Maine, anclado en la bahía de La Habana desde hacía tres semanas como medida de presión, supuestamente, para evitar la continuidad de los actos de violencia que cometían los integristas españoles.

4. «Aprovechando la coyuntura histórica, Estrada Palma disolvía el Partido Revolu­cionario Cubano, con lo cual se dada un paso catastrófico hacia el desmantelamiento de la unidad ideológica de la revolución, a más de suprimir un aparato cohesionador imprescindible». Eduardo Torres­Cuevas y Oscar Loyola: ob. cit., p. 397.

5. Con respecto al congreso fundacional del primer Partido Comunista de Cuba, José Cantón explica que: «Los delegados no estaban en condiciones de elaborar un Programa del Partido en su debida forma: eran marxistas de corazón, pero sin una preparación político­ideológica suficiente. Se limitaron a adoptar un programa de rei­vindicaciones para los obreros y campesinos». José Cantón Navarro: ob. cit., p. 102.

6. «A él asistieron 128 organizaciones obreras de todo el país, y se caracterizó por su espí­ritu eminentemente unitario y por que todos sus acuerdos se basaron en los principios de la lucha de clases y la solidaridad internacional de los trabajadores. En el evento se practicó la colaboración fraternal de las corrientes ideológicas allí presentes: la anarco­sindicalista, que predominaba; la reformista y la comunista». Ibídem, p. 101.

7. José Cantón Navarro: Historia de Cuba: el desafío del yugo y la estrella, Editorial SI­MAR S.A., La Habana, 1996, p. 131.

8. Ibídem, p. 132.9. Sergio Guerra y Alejo Maldonado: Historia de la Revolución Cubana: síntesis y comentario,

Ediciones La Tierra, Quito, 2005, pp. 53­54.10. «El partido marxista­leninista, por sí solo, no contaba con medios, fuerzas ni condi­

ciones nacionales e internacionales para llevar a cabo una insurrección armada. En las condiciones de Cuba en aquel instante habría sido un holocausto inútil». Fidel Castro Ruz: Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba: Informe Central, Departamento de Orientación Revolucionaria del PCC, La Habana, 1975, p. 24.

11. José Cantón Navarro: ob. cit., p. 152.12. Ibídem, p. 177.

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290 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

13. Citado por Sergio Guerra y Alejo Maldonado: ob. cit, p. 103. (Luis M. Buch Rodríguez y Reinaldo Suárez Suárez: Otros pasos del Gobierno Revolucionario Cubano. El fin de la luna de miel, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2002, p. 95).

14. José Cantón Navarro: ob. cit., p. 227.15. Sergio Guerra y Alejo Maldonado: ob. cit., pp. 90­91.16. «El predominio del ala izquierda del M­26­7, aliada discretamente al PSP, prácticamen­

te se completó a comienzos de 1960 con la salida del gabinete de los ministros que aún quedaban del sector reformista, pues Rufo López Fresquet dejó el 17 de marzo el mi­nisterio de Hacienda, sustituido por el capitán de la marina Rolando Díaz Aztazaraín, mientras Enrique Oltuski —pasaría a trabajar con el Che para demostrar su distan­ciamiento de lo que ahora se llamaba “la derecha” del Movimiento 26 de Julio— era relevado por Osmany Cienfuegos en el de Comunicaciones, lo que casi coincidió con la salida de David Salvador de la secretaría general de la CTC­R (abril de 1960), cargo que ocupó Jesús Soto. Además, en el mes de junio, Raúl Chivas abandonó la dirección de los ferrocarriles nacionales. De esta forma, a mediados de 1960, prácticamente salie­ron de los principales puestos gubernamentales todas las figuras del sector reformista y anticomunista del M­26­7, incapacitado por su mentalidad e intereses de clase para aceptar la inminente radicalización de la Revolución, que inexorablemente se dirigía a una confrontación con Estados Unidos y a la alianza con la Unión Soviética (URSS)». Sergio Guerra y Alejo Maldonado, ob. cit., pp. 110­111.

17. El 4 de marzo de 1960 estalló en el Puerto de La Habana el buque francés La Coubre, mientras se realizaba el desembarco de un cargamento de armas para la defensa de la Revolución adquirido en Bélgica, lo que causó 75 muertos y más de 200 heridos. Tal como se sospechó de inmediato, luego fue demostrado que se trataba de un sabotaje. Véase Julio García Luis (ed.): La Revolución Cubana: 45 grandes momentos, Ocean Press, Melbourne, 2005, p. 40.

18. Entre el 22 y el 28 de agosto de 1960 se efectuó en Costa Rica la Séptima Reunión de Consulta de la OEA, solicitada por el gobierno de Perú a instancias de los Estados Unidos con el objetivo de promover una condena a Cuba que sentase las bases para una intervención militar, como la ejecutada contra el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala en el año 1954. En virtud de la oposición de varios gobiernos de la región, esa reunión no emitió un pronunciamiento expreso contra Cuba, sino una declaración de carácter general que, no obstante, era una alusión lesiva a la soberanía de ese país.

19. Julio García Luis: ob. cit., p. 40.20. Véase Sergio Guerra y Alejo Maldonado: ob. cit., p. 137. Veáse también: Julio García

Luis: ob. cit., p. 125.21. Julio García Luis: ob. cit., pp. 136­143.22. «Entre los defensores del cálculo económico figuraban viejos comunistas y nuevos

marxistas —influidos por asesores soviéticos y de Europa oriental—, como Carlos Rafael Rodríguez y el comandante del Directorio Revolucionario Alberto Mora, minis­tro de Comercio Exterior, también Rolando Díaz Aztazaraín y Marcelo Fernández, este último presidente del Banco Nacional, y el economista europeo, Charles Bettelheim, considerado un marxista ortodoxo. Teniendo como referente la experiencia de la URSS y de otros países socialistas, proponían un sistema que diera cierta autonomía económica a las empresas y se apoyara en los incentivos materiales para aumentar la

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Notas 291

productividad. Frente a ellos se situaba el otro grupo, que defendía la adopción de un sistema presupuestario de financiamiento, y donde se ubicaban Che Guevara, el ministro de Hacienda Luis Álvarez Rom, Enrique Oltuski de la JUCEPLAN y el econo­mista europeo trotskista Ernest Mandel, dirigente de la IV Internacional. En general, eran críticos de la experiencia de Europa occidental y la URSS que pretendían cons­truir el socialismo con lo que ellos calificaban como armas melladas del capitalismo. Por eso proponían eliminar la ley de la oferta y la demanda y avanzar rápidamente a una sociedad comunista. La planificación tendría un peso fundamental, se eliminarían los estímulos materiales a los trabajadores y todo el financiamiento correría por el presupuesto central». Sergio Guerra y Alejo Maldonado: ob. cit., p. 146.

23. Julio García Luis: ob. cit., p. 157.24. Sergio Guerra y Alejo Maldonado: ob. cit., p. 152.25. Fidel Castro Ruz: ob. cit., pp. 49­50.26. Julio García Luis: ob. cit., p. 197.27. «[…] en diciembre de 1972, se firmó un importante acuerdo con la URSS, como re­

sultado del encuentro en Moscú entre Fidel Castro y Leonid Breshnev —quien reci­procó la visita en enero de 1974—, que aplazó hasta 1986 el pago de los intereses y el principal sobre todos los créditos soviéticos entregados a Cuba antes de 1973, aunque luego los proyectados reembolsos se prolongaron hasta el siglo siguiente. Ello hizo que el intercambio con la URSS llegara en los años ochenta a representar más del 60% de todo el comercio exterior de la isla: 63% en alimentos, 86% en materias primas, 80% en maquinaria y equipos, 98% en combustibles, 57% en productos químicos y 75% en ma­nufacturas. Como resultado, la economía prosperó a un ritmo extraordinario». Sergio Guerra y Alejo Maldonado: ob. cit., pp. 158­159.

28. Sergio Guerra y Alejo Maldonado: ob. cit., pp. 159­160.29. Julio García Luis: ob. cit., p. 269.30. Ibídem, p. 165.31. Ibídem, p. 167.32. Ibídem, p. 169.33. «Hay que agregar que en estas circunstancias el bloqueo de Estados Unidos a Cuba

fue redoblado por las leyes Torricelli —aprobada por el Congreso de Estados Unidos el 23 de octubre de 1992 con el nombre de Ley para la Democracia Cubana y que, entre otras medidas punitivas, establecía la eliminación de las autorizaciones a em­pre sas norteamericanas radicadas en terceros países para negociar con la isla— y Helms­Burton. Esta última, sancionada el 24 de febrero de 1996, abrió la posibilidad de sancionar por los tribunales de Estados Unidos a empresas de terceros países que tu vie ran negocios con Cuba». Sergio Guerra y Alejo Maldonado: ob. cit., pp. 170­171.

El Encuentro de La Habana

1. Nota de prensa aprobada en la reunión del Grupo de Trabajo del Foro realizada en Monte video los días 16 y 17 de octubre de 1992.

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292 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

2. Normativas para el Funcionamiento del Foro de São Paulo y su Grupo de Trabajo, aprobadas en principio por este último, en la reunión realizada en São Paulo los días 24 y 25 de abril de 1993.

3. Declaración de La Habana, aprobada por el IV Encuentro del Foro de São Paulo, el 24 de julio de 1993.

4. Declaración de La Habana: ob. cit.

El anfitrión del V Encuentro: el Frente Amplio

1. Miguel Aguirre Bayley: Frente Amplio: «La admirable alarma de 1971», 2da. edición am­pliada, La República, Montevideo, 2000, p. 11.

2. Gerónimo de Sierra: El Uruguay post dictadura: Estado, política y actores, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Montevideo, 1992, p. 13.

3. Ídem.4. Ibídem, p. 15.5. Véase Miguel Aguirre Bayley: El Frente Amplio: historia y documentos, Ediciones de la

Banda Oriental, Montevideo, 1985, pp. 10­11; y Frente Amplio: «La admirable alarma de 1971», ed. cit., p. 15.

6. Ibídem, p. 11.7. «El 27 de enero de 1935, desde el campamento instalado en la costa del río Negro, el

general Basilio Muñoz daba a conocer el Manifiesto de la Revolución que se iniciaría al día siguiente: “Esta Revolución —concluía—, no tiene color político ni persigue el triunfo de ningún partido. Es la Revolución de la dignidad nacional y en sus filas nuestros hermanos todos los hombres de bien, a quienes llamamos sin distinción de partidos y de creencias a formar en ellas con el único programa común de un go­bierno de ciudadanos insospechados, que convoquen al país a una elección auténtica para que esta decida su destino». Miguel Aguirre Bayley: «Siglo xxi: una mirada a la historia de los partidos no tradicionales en el Uruguay. Los desafíos del proceso de unidad. Claves para la formación del Frente Amplio», ponencia presentada en el 16to. Congreso de la Asociación de Profesores del Uruguay, p. 1.

8. Miguel Aguirre Bayley: El Frente Amplio: historia y documentos, ed. cit., p. 13.9. «En las elecciones de 1938, los Partidos Socialista y Comunista que impulsan una

ac ción solidaria con la República Española, de clara oposición al nazi­fascismo y al “falangismo”, se unen bajo el lema “Partido por las Libertades Públicas” y son sus can di datos a la presidencia y vicepresidencia de la República el doctor Emilio Furgoni y el Esc. Riestra, ambos socialistas». Ibídem.

10. Ibídem, p. 2.11. Ibídem, p. 2.12. «El impacto producido por el ingreso a La Habana […], de Fidel Castro, Ernesto

Che Guevara, Camilo Cienfuegos y los revolucionarios cubanos está muy fresco y constituye todo un símbolo para seguir batallando por la unidad de las izquierdas. Precisamente en 1960 el Partido Comunista hace un llamado por la Unidad de un Frente Opositor que transita hasta 1962. Los dos partidos de la izquierda clásica —Partido Socialista y Partido Comunista— impulsan movimientos para una mayor

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Notas 293

apertura electoral. Pero aún no es posible lograr la unidad deseada». Miguel Aguirre Bayley: El Frente Amplio: historia y documentos, ed. cit., p. 14.

13. Citado por Miguel Aguirre Bayley: El Frente Amplio: Historia y Documentos, ed. cit., p. 18.

14. Citado por Miguel Aguirre Bayley: ibídem, p. 19.15. Citado por Miguel Aguirre Bayley: ibídem, pp. 21­22.16. Ibídem, p. 27.17. «Es posible sostener que además de favorecer la reproducción de esa distancia, la Ley

de Lemas fue un instrumento importante en la propia génesis del fenómeno, aunque por supuesto no el único. El pluriclasismo en la base electoral de los partidos tradi­cionales se extendió así, parcialmente, a sus niveles intermedios y, en menor medida, de dirección. Esto es particularmente válido para las diversas fracciones y sectores de la burguesía y algunas fracciones de la pequeña burguesía». Gerónimo de Sierra: El Uruguay post dictadura: estado, política y actores, ob. cit., p. 15.

18. Ibídem, p. 14.19. Ibídem, pp. 13­14.20. Ibídem, p. 17.21. Los dictadores que ejercieron el gobierno en Uruguay de 1967 a 1985 fueron: Jorge

Pacheco Areco (1967­1972); Juan María Bordaberry (1972­1976); Alberto Demicheli (interino, 1976); Aparicio Méndez (1976­1981); y el teniente general Gregorio Álvarez (1981­1985).

22. Miguel Aguirre Bayley: El Frente Amplio: historia y documentos, ed. cit., p. 55.23. Ibídem, pp. 58­59.24. «De la coalición 1001, solo algunos de sus dirigentes más notorios del Movimiento

Popular frenteamplista fueron rehabilitados». Miguel Aguirre Bayley: El Frente Amplio: historia y documentos, ed. cit., p. 65.

25. Ibídem, p. 69.26. Miguel Aguirre Bayley: Frente Amplio: «La admirable alarma de 1971», ob. cit., p. 104.

El Encuentro de Montevideo

1. Declaración de Montevideo, aprobada por el V Encuentro del Foro de São Paulo el 28 de mayo de 1995.

El anfitrión del VI Encuentro: el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional

1. En la fundación de la CPM no participan el ERP ni el PRTC. En el primer caso, porque, como requisito para su afiliación a los mecanismos unitarios el resto de las organiza­ciones exigió una explicación sobre el asesinato de Roque Dalton y Armando Arteaga —hechos que se abordan en este capítulo— y, en el segundo, porque se le puso como condición desvincularse de la estructura supranacional de dirección a la que entonces se encontraba subordinado.

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294 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

2. Ya en ese momento el ERP había cumplido la condición planteada para su ingreso por los otros miembros de este mecanismo de dirección unificado.

3. Schafik Hándal: Una guerra para construir la paz, Ocean Sur y Editorial Morazán, San Salvador, 2006, p. 11. Para una síntesis histórica de la lucha del pueblo salvadoreño, véase Schafik Hándal: «El largo proceso que condujo a la guerra y a la negociación en El Salvador», ibídem, pp. 11­52.

4. Gregorio Selser: «Casi cuarenta años de militares», El Nacional, Caracas, 22 de octu­bre de 1979, p. A­6. Citado por Amílcar Figueroa Salazar: El Salvador: elementos de su historia y sus luchas (1932­1985), Editorial Tropykos, Caracas, 1987, pp. 57­58. Rodolfo Eusebio Cordón ocupó la presidencia de El Salvador de enero a julio de 1962.

5. «En la década de los años 70, se producen escandalosos fraudes electorales que, unidos a la represión gubernamental desmedida, reflejan, entre otras cosas, la forma cómo las clases dominantes se aferran al poder a toda costa.

»El primero de dichos fraudes ocurrió en las elecciones de 1972, ganada por la Unión Nacional Opositora (UNO), la cual estaba integrada por los tres principales partidos de oposición: el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el socialdemócrata Mo­vi miento Nacional Revolucionario (MNR) y la pro­comunista Unión Democrática Nacional (UDN).

»La UNO presentó para esas elecciones, como candidatos, al demócrata­cristiano Ing. José Napoleón Duarte (como Presidente) y al social­demócrata doctor Guillermo Ungo (como Vicepresidente), quienes recibieron un apoyo mayoritario del electora­do. Sin embargo, el sector oficialista, tras maquinaciones fraudulentas, instala en la presidencia al coronel Arturo Armando Molina, quien había concurrido, junto con el doctor Enrique Mayorga Rivas, como candidato del oficialista Partido de Conciliación Nacional (PCN). Posteriormente, repetirán el fraude durante las elecciones legislati­vas efectuadas en 1974.

»Para 1977 fue convocado un nuevo proceso electoral. En ese momento, la oposi­ción política se agrupa una vez más en torno a la UNO, presentando como candida­to al coronel Ernesto Clauremount. Sucedería algo similar a lo de 1972: de nuevo el oficialismo desconoce los resultados electorales e imponen el poder al general Carlos Humberto Romero; acto este que fue sellado con las masacres efectuadas por las fuer­zas policiales y militares el 28 de febrero y el 1ro. de marzo de 1977, cuando sectores de la UNO protestaron el resultado electoral». Ibídem, pp. 77­78.

6. Para más información sobre Farabundo Martí, véase Domingo Santacruz: Origen y de­sarrollo del Partido Comunista Salvadoreño, Secretaría Nacional de Educación del FMLN, San Salvador, 2005, pp. 8­9.

7. Sobre la insurrección de 1932, puede consultarse Schafik Hándal: Una guerra para cons­truir la paz, ed. cit., pp. 12­13. Véase también Amílcar Figueroa Salazar: El Salvador: elementos de su historia y sus luchas (1932­1985), ed. cit., pp. 33­50.

8. Entre los resultados de la FRTS, afiliada a la Confederación Obrera Centroamericana (COCA), se destaca la publicación del periódico El Martillo, la fundación de la Universidad Popular, el establecimiento de relaciones con el movimiento obrero mun­dial y la conquista de reivindicaciones obreras, tales como la aprobación de la Ley de Protección a los Empleados de Comercio (31 de marzo de 1927) y la jornada laboral de ocho horas (13 de junio de 1928).

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Notas 295

9. «El enfrentamiento con el nazi­fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, mo­vilizó a las fuerzas democráticas en todas partes del mundo e impactó en nuestro país, abriendo espacios para una amplia concertación contra la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez (1931­1944).

»El año 1944 fue de confrontación abierta contra la dictadura: intenso y riesgoso trabajo clandestino y conspirativo, insurrección militar­civil fallida el 2 de abril segui­da de fusilamientos de civiles y militares. Rápidamente sigue una huelga general de “brazos caídos”, convocada por los estudiantes universitarios y la renuncia y huida del sanguinario tirano en los días 8 y 9 de mayo. Rápidamente anotado, en ese año po­lítico de 1944, hubo cinco meses y medio de libertad y de febril actividad organizativa política, sindical, universitaria, campesina; el golpe militar regresivo (21 de octubre), jefeado por el coronel Osmín Aguirre y Salinas que deja miles de presos políticos y provoca cientos de exiliados, vuelta a la persecución y la tortura contra los presos demócratas, a la prohibición de las organizaciones populares y del derecho a organi­zarse; retorno a la censura de los medios de prensa». Schafik Hándal: Una guerra para construir la paz, ed. cit., pp. 13­14.

10. «El 26 de octubre de 1960, esos preparativos se vieron interrumpidos debido a un gol­pe militar, con participación civil en la conspiración previa, que derrocó al coronel José María Lemus y que estableció una Junta de Gobierno (tres militares y tres civiles). Una vez más, se presentó la apertura política, emprendiéndose un febril movimiento orga­nizativo popular pero también, una vez más, llegó el cierre y la represión. En efecto, el 25 de enero de 1961, cuatro meses después del derrocamiento de Lemus, un contra­golpe militar, auspiciado abiertamente por la embajada de los Estados Unidos (recién inaugurado el gobierno de J. F. Kennedy) y protagonizado por otro “movimiento de la juventud militar”, echó por tierra a la Junta». Ibídem, p. 18.

11. «En febrero de 1961, o sea un mes después de la instalación del Directorio Cívico Militar, fue creado por el Partido Comunista de El Salvador (PCS), el Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR). Fueron organizadas “columnas” integradas por “Grupos de Acción Revolucionaria” (GAR), que reunían a personas decididas a desa­rrollar variadas formas de lucha contra la dictadura militar, incluso la acción armada. El FUAR desenvolvió durante tres años una dinámica acción propagandística y mo­vi li zadora en la plaza pública y emprendió la formación de cuadros capacitados para la lucha armada. Sin embargo, discrepancias en el interior de la Dirección del PCS, acerca de la estrategia revolucionaria, en que interactuaron factores objetivos del proceso nacional, impidieron el inicio de la acción armada en aquellos años.

»[…] en el PCS triunfó la posición de quienes demandaban aplazar la lucha arma­da —lo que acarreó en 1964 la desaparición del FUAR—. Por un tiempo, el PCS junto con diversos agrupamientos independientes, pusieron todo su empuje en la reacti­vación de la lucha sindical, en la organización de nuevos sindicatos y federaciones sindicales». Schafik Hándal: Una guerra para construir la paz, ed. cit., p. 20.

12. Al evaluar las crisis internas del ERP, Roger Blandino afirma: «En medio de los errores políticos cometidos hubo también aciertos; el enfoque acentuadamente militarista de la estrategia propició el desarrollo de la línea de construcción de “Comités Militares del Pueblo” desde mediados de 1975, que se complementa a finales de ese año con la línea de construcción de los “destacamentos insurreccionales”, lo que permitió un im­portante crecimiento con nuevos contingentes de jóvenes en la ciudad y el campo que se fueron forjando en el rigor de la clandestinidad y la acción de combate, en un desta­

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296 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

camento de jefes y guerrilleros cuyo aporte fue indiscutible». Roger Blandino: Origen y desarrollo del Ejército Revolucionario del Pueblo, Secretaría Nacional de Educación del FMLN, San Salvador, 2005, p. 7.

13. Ibídem.14. «En los últimos años de la guerra algunas posiciones políticas de [Joaquín] Villalobos

[jefe máximo de la organización] eran cuestionadas por la dirección militar intermedia […] y la fuerte demanda de los comités regionales por que el Comité Central se reunie­ra en pleno para deliberar sobre el desenlace del conflicto, sobre la posibilidad de la salida negociada, que tampoco fue atendida por la Comisión Política, contribuyeron a marcar el futuro del PRS­ERP. Cuando la paz había sido firmada, en el mes de marzo de 1992, en Jocoaitique se logró instalar la reunión del Comité Central Ampliado que significó un revés a las intenciones políticas de Villalobos de imponer sus “nuevas tesis”, una mayoría aplastante de todo nivel rechazó sus planteamientos y cuestionó a la antigua dirección, iniciándose un nuevo capítulo en la vida del ERP». Ibídem, pp. 11­12.

15. «Dentro del ERP se desarrolla un intenso debate ideológico sobre las formas de lucha y su adecuada combinación. Entre ellos el “foquismo”, caracterizado por el énfasis en la lucha armada, y que, en su momento, se tradujo en la organización de comités mi­litares, en la consideración de corto plazo, de que las condiciones estaban dadas para derribar a la dictadura de turno, desatando a través de la acción de los comités milita­res la lucha insurreccional y sostenida del pueblo, privilegiando en este enfoque una lucha nacional y dejando de lado el concepto de clase. Esta visión estaba contrapuesta a la tesis “frentista” que concebía de manera armoniosa la combinación creativa de las formas de lucha que articularan la organización y lucha política, social, gremial y la lu­cha armada. De esta forma surge en el seno del ERP la resistencia nacional antifascista, la que a su vez organiza el FAPU (Frente de Acción Popular Unificada). Es la profun­dización de este debate y el inadecuado método y manejo de las contradicciones en la dirección del ERP lo que da como resultado el 10 de mayo de 1975, el asesinato de Roque Dalton y de Armando Arteaga, conocido como “Pancho”. Este hecho genera la ruptura». Eugenio Chicas: Origen y desarrollo de la Resistencia Nacional, Secretaría Nacional de Educación del FMLN, San Salvador, 2005, p. 3.

16. «A finales de 1974 se da otro debate ideológico político en el seno de la ORT, respecto a la visión centroamericanista; unos compañeros sostenían que no era el momento de in­tegrar una estructura regional y otros nos inclinamos porque desde el inicio debíamos surgir con una estructura regional dado la historia, la conformación socioeconómica y política de la región. No podíamos triunfar en ningún país de la región centroameri­cana si no se despertaba una real concientización y promoción. Vista como la coopera­ción que los pueblos debemos dar para enfrentar un enemigo común: el imperialismo norteamericano […]

»[…] al interior del FAPU, que era desde su inicio un proyecto compartido con el ERP­RN, se da una lucha ideológica sobre la caracterización del período; la RN decía que había en El Salvador fascismo y nosotros decíamos que había una dictadura de nuevo tipo; es así como se define que este frente pertenece solo a una corriente de la RN, y toda la acumulación social en que influían los núcleos que posteriormente fun­damos el PRTC nos salimos del FAPU, en febrero de 1975, con los líderes principales Mario López, Acosta. Y en abril de ese año fundamos una organización multisecto­rial que denominamos Liga para la Liberación, cuya dirigencia nacional fue integrada

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Notas 297

por Manuel Federico Castillo, Nidia Díaz, Francisco Veliz y Humberto Mendoza». María Marta Valladares (Nidia Díaz): Origen y desarrollo del Partido Revolucionario de los Trabajadores Campesinos, Secretaría Nacional de Educación del FMLN, San Salvador, 2005, pp. 3­4.

17. Ibídem, pp. 4­5.18. «Habíamos tenido dificultades en relación con la implementación de la lucha armada

en El Salvador porque estábamos supeditados al Comisario Militar Regional y a la Comisión Política Regional; esto trajo desfases y problemas de agilidad; la estructura regional táctica se volvía engorrosa. Se planeaban cosas espectaculares, cuando en El Salvador se requerían cosas más ágiles, pues vivíamos bajo la dictadura del general Romero, que había llegado al gobierno bajo el más grande fraude y represión, impu­so el estado de sitio y un régimen especial de excepción. No previmos que el esla­bón más débil era Nicaragua, pues a los dos meses del congreso se dio la Revolución Nicaragüense». Ibídem, p. 6.

19. Schafik Hándal: Una guerra para construir la paz, ed. cit., pp. 9­10.20. Salvador Sánchez Cerén: Origen y desarrollo de las Fuerzas Populares de Liberación,

Secretaría Nacional de Educación del FMLN, San Salvador, 2005, pp. 5­6.21. Schafik Hándal: Una guerra para construir la paz, ed. cit., p. 24.22. Schafik Hándal enumera las siguientes iniciativas de paz del FMLN y el DR: Propuesta

de Paz, FMLN­FDR, 4 de octubre de 1981; Propuesta de Diálogo, FMLN­FDR, 5 de octubre de 1982; Propuesta de Cinco Puntos para una Solución Política, FMLN­FDR, 5 de junio de 1983; Propuesta de Integración y Plataforma del Gobierno de Amplia Participación, FMLN­FDR, 31 de enero de 1984; Propuesta Global para la Solución Política Negociada y la Paz, FMLN­FDR, 30 de noviembre de 1984; Propuesta Política por el Diálogo Nacional para ponerle fin al Conflicto, FMLN­FDR, 20 de julio de 1986; Propuesta de Negociación inmediata encaminada a la solución del conflicto, FMLN­FDR, 28 de mayo de 1987; Propuesta para convertir las elecciones en una contribución a la paz, FMLN, 23 de enero de 1989; Posición del FMLN frente al futuro gobierno de ARENA y propuesta para alcanzar una democracia real, una nueva sociedad y la paz, 6 de abril de 1989; y, Propuesta del FMLN para lograr la democratización, el cese de hostilidades y la paz justa y duradera en El Salvador, 11 de septiembre de 1989. Schafik Hándal: Una guerra para construir la paz, ed. cit., p. 36.

23. Ibídem, pp. 46­47.24. En la primera vuelta de la elección presidencial, el candidato de ARENA, Armando

Calderón Sol obtuvo 49,3% de los votos; el candidato del FMLN y Convergencia Democrática (CD), Rubén Zamora, cosechó 25,6% y Fidel Chávez Mena, candida­to del PDC, recibió 16%. En la segunda vuelta, Calderón Sol se impuso con 68,3% y Zamora perdió con 31,6%. Fuente: Political Database of the Americas (1999). El Salvador: Presidential Election Results 1994 [Internet]. Georgetown University and the Organization of American States. In: http://pdba.georgetown.edu/Elecdata/ElSal/pres94.html. 13 November 2000.

25. En las legislativas del 20 de marzo, ARENA eligió a treinta y nueve diputados con el 45% de los votos; el FMLN a veintiún diputados con el 24% de los votos; el PDC a dieciocho diputados con el 14% de los votos, el Partido Conciliación Nacional (PCN) a cuatro diputados, Convergencia Democrática a un diputado y Unión Democrática

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298 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

a un diputado. Fuente: Political Database of the Americas (1999). El Salvador: Presidential Election Results 1994. [Internet]. Georgetown University and the Organization of American States. In: http://pdba.georgetown.edu/Elecdata/ElSal/leg94.html. 13 November 2000.

El Encuentro de San Salvador

1. Declaración de San Salvador, aprobada en el VI Encuentro del Foro de São Paulo, el 28 de julio de 1996.

El Encuentro de Porto Alegre

1. Enmienda a las Normativas para el Funcionamiento del Foro de São Paulo aprobadas en principio por su Grupo de Trabajo, el 26 de octubre de 1996.

2. Felipe González: «Intervención en la inauguración de los trabajos de la Comisión Progreso Global», CD Progreso Global, Comunicación Interactiva, Madrid.

3. Jorge Castañeda Gutman: La utopía desarmada: intrigas, dilemas y promesas de la izquierda latinoamericana, Editorial Joaquín Moritz, México, D.F., 1994.

4. Jorge Castañeda Gutman: La vida en rojo: una biografía del Che Guevara, Alfaguara, México, D.F., 1997.

5. Declaración de Porto Alegre, aprobada por el VII Encuentro del Foro de São Paulo el 3 de agosto de 1997.

6. Ibídem.

El II Encuentro de México

1. II Declaración de México, aprobada por el VIII Encuentro del Foro de São Paulo, el 1ro. de noviembre de 1998.

2. Ibídem.3. Manifiesto de México, aprobado por el VIII Encuentro del Foro de São Paulo, el 1ro. de

noviembre de 1998.

El II Encuentro de Managua

1. Declaración de Niquinohomo, aprobada en el IX Encuentro del Foro de São Paulo, el 21 de febrero de 2000.

2. Ibídem.3. Véase el sitio web del Consejo Supremo Electoral (www.cne.gov.ve).

El II Encuentro de La Habana

1. AG/doc. 8 (XVIII­E/01).2. II Declaración de La Habana, aprobada por el X Encuentro del Foro de São Paulo,

el 7 de diciembre de 2001.

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Notas 299

El Encuentro de Antigua Guatemala

1. En la primera vuelta de esa elección, efectuada el 6 de octubre, Lula obtuvo 46,4% de los votos y Serra 23,2%. Véase el sitio web del Tribunal Superior Eleitoral (www.tse.gov.br).

2. En la elección presidencial del 3 de octubre de 1994, Fernando Henrique Cardoso reci­bió 54,3% de los votos y Lula 27%, mientras que en la del 4 de octubre de 1998 Cardoso obtuvo 53,1% y Lula 31,7% (www.tse.gov.br).

3. Declaración de Antigua Guatemala, aprobada por el XI Encuentro del Foro de São Paulo, el 7 de diciembre de 2002.

4. Partido dos Trabalhadores: «El Socialismo Petista» (declaración aprobada por el Séptimo Encuentro Nacional del PT), Resoluçoes de Encontros e Congresos: 1979­1998, Editora Fundação Perceu Abramo, São Paulo, 1999, p. 432.

5. Véase el sitio web del Consejo Supremo Electoral (www.cne.gov.ve).6. Declaración de Antigua Guatemala, aprobada por el XI Encuentro del Foro de São

Paulo, el 7 de diciembre de 2002.

El II Encuentro de São Paulo

1. Véase el sitio web de la Corte Electoral de Uruguay (www.corteelectoral.gub.uy). 2. Las organizaciones invitadas u observadoras que, por error, fueron acreditadas como

miembros son: Memoria y Movilización (Argentina), Frente Grande (Argentina), Alianza por una República de Iguales (Argentina), Encuentro por la Democracia y la Igualdad (Argentina), Partido País Solidario (Paraguay) y Partido Revolucionario Dominicano.

El II Encuentro de San Salvador

1. La idea original era que, a partir de las distancias, los costos de viaje y otros obstácu­los a una masiva asistencia de partidos y movimientos políticos, la Subsecretaría del Caribe sirviese como «puente», es decir, que hiciera una reunión antes del Encuentro anual del Foro para acordar puntos comunes y delegar su presentación en aquellos miembros que sí pudieran asistir, y otra reunión posterior a dicho Encuentro, con el propósito de informar los resultados. Sin embargo, la vida demostró que ni siquiera esto último es practicable porque a las reuniones y demás actividades convocadas por esta Subsecretaría solo asistían los mismos partidos que acudían con regularidad a los Encuentros anuales del Foro.

2. Haití recibió una atención destacada, tanto como una continuidad de los acuerdos del Foro de brindar solidaridad a la izquierda y al movimiento popular haitiano, como por el interés del PT y el FA de obtener información y opiniones sobre la parti­cipación de tropas de Brasil y Uruguay en el contingente militar de la ONU en Haití (MINUSTAH), lo que provoca en ambos países un debate sobre si ese contingente es una fuerza interventora que hace el trabajo sucio al imperialismo, o si preservan espacios democráticos que la izquierda y el movimiento popular haitiano necesitan y agradecen. Ese debate también era de interés del Partido Comunista de Chile, que

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300 Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana

comparte su membresía en el Foro y en el Grupo de Trabajo con el Partido Socialista, cuyo gobierno participa en la MINUSTAH.

3. En solidaridad con la lucha por la independencia de Puerto Rico, se acordó que los partidos y movimientos políticos del Foro realizaran acciones de lobby con los gobier­nos y legislaturas de sus respectivos países, con el propósito de que se pronuncien a favor de la independencia de Puerto Rico en el Comité de Descolonización de la ONU; que el Foro se inscribiese como en la sesión de 2996 del Comité de Descolonización de la ONU; que los miembros del Foro cuyos gobiernos pertenecen al Movimiento de Países No Alineados realicen trabajo de lobby con los gobiernos y legislaturas de sus respectivos países para que se pronuncien a favor de la independencia de Puerto Rico en la Cumbre de esa organización que se efectuaría en La Habana en septiembre de 2006; realizar acciones de solidaridad con Puerto Rico en los sectores políticos y sociales de los países miembros del Foro; y crear condiciones para convocar a una Conferencia Internacional de Solidaridad con la Independencia de Puerto Rico en 2007, en un país y fecha aún por determinar.

4. Junto con la Alianza Social Continental, el Foro de São Paulo inscribió los paneles: 1) Lucha político­social en América Latina y el Caribe, perspectivas de los movimientos sociales y los partidos políticos de izquierda; 2) Seguridad y soberanía. Escenario de militarización de las relaciones internacionales: Doctrina de la Seguridad Hemisférica, nueva expresión de la contrainsurgencia.

5. Véase el sitio web del Consejo Supremo Electoral (www.cne.gov.ve).6. Consúltese el sitio web del Tribunal Superior Eleitoral (www.tse.gov.br). 7. Véase el sitio web de la Corte Nacional Electoral (www.cne.gov.bo). 8. Puede ampliarse el tema en Hugo Moldiz: «Crónica del proceso constituyente bolivia­

no», Contexto Latinoamericano no. 1, pp. 10­22.9. Sobre el tema puede consultarse Raúl Prada: «Estado, Asamblea Constituyente y

Autonomías», Contexto Latinoamericano no. 1, pp. 23­34.10. Véase el sitio web del Consejo Supremo Electoral (www.cse.gob.ni). 11. Consúltese el sitio web del Tribunal Supremo Electoral (www.tse.gov.ec). 12. Ibídem.13. Ibídem. Estas son las cifras parciales que aparecieron en el sitio web del Tribunal

Supremo Electoral de Ecuador el 21 de abril de 2007.14. Tomado del sitio web de la Asamblea Nacional Constituyente del Ecuador (www.

asambleaecuador.org).15. Véase el sitio web del Consejo Nacional Electoral (www.cne.gov.co). 16. Tomado del sitio web de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (www.onpe.

gob.pe). 17. Véase el sitio web del Instituto Federal Electoral (www.ife.org.mx). 18. Documento base para los debates del XIII Encuentro del Foro de São Paulo, presenta­

do a la plenaria de esa agrupación el 12 de enero de 2007.

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Notas 301

Conclusiones

1. Carlos Marx y Federico Engels: «El Manifiesto del Partido Comunista», Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1972, t. 1, p. 120.

Cronología

1. Cabe la salvedad de que la delegación del Frente Amplio de Uruguay (FA) fue con­tabilizada como una sola organización. Si se considera —como se hizo en Encuentros posteriores— la asistencia de cada organización miembro del FA más la representa­ción de la Mesa Directiva de esa coalición, los partidos y organizaciones participantes se elevan a 60.

2. Este seminario no llegó a efectuarse.3. El FSLN no asistió al Encuentro de São Paulo, pero, en virtud del significado de la

Revolución Popular Sandinista y como muestra de solidaridad por su derrota electo­ral, allí se decidió invitarlo a formar parte del Comité Organizador del II Encuentro.

Anexos

1. En el momento en que el Grupo de Trabajo confeccionó esta lista aun no se había fundado oficialmente el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), por lo que asistía por Venezuela el Movimiento Quinta República (MVR), por eso no aparece en la relación oficial recibida de la Secretaría Ejecutiva, sino que fue adicionado aquí por el autor, ya que el PSUV asume la membresía del MVR.

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otros títulos de Ocean Sur

AMÉRICA LATINA ENTRE SIGLOSDominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierdaRoberto RegaladoUn análisis del contexto político y social Latinoamericano, conparticularénfasisensuconflictivarelaciónconlosEstados Unidos. El autor hace un análisis teórico e histórico de la polémica respecto a la reforma o la revolución en el continente. También analiza diferentes experiencias políticas durante los últimos cincuenta años de historia, con atención particular a las alternativas que la izquierda ha construido.278páginas,ISBN978-1-921235-00-9

CON SUEñOS SE ESCRIBE LA VIDAAutobiografía de un revolucionario salvadoreñoSalvador Sánchez Cerén (Leonel González)Recoge la ejemplar trayectoria de Salvador Sánchez Cerén, “Comandante Leonel González”, quien a través de su memoria des cribe sus pasos por las luchas sociales y por la guerrilla sal va doreña, guiado por ideales humanistas y revolucionarios. Su vida es una gran fotografía llena de detalles que mues tra a los lectores como la razón y la pasión, cuando ca mi nan unidas, pue den hacer de las personas conductoras de pueblos, líderes pa ra una mayor humanidad.235páginas+20páginasdefotos,ISBN978-1-921235-85-6

APROXIMACIONES AL MARXISMOUna introducción posibleNéstor KohanUna síntesis que ayuda a acercarse al marxismo y su metodología de estudio, fundamental para los jóvenes y estudiantes que buscan entender por qué es hoy relevante el marxismo, y especialmente, el socialismo como una realidad posible. In clu ye un diccionario básico de categorías marxistas, cronología del socialismo, un breve análisis de las principales biografías de Marx y Engels, y sugerencias de lecturas.211páginas,ISBN978-1-921235-82-5

FIDEL EN LA MEMORIA DEL jOVEN qUE ESFidel CastroUna selección que compila, por primera vez en un solo volumen, los excepcionales testimonios que en contadas ocasiones el propio Fidel ha dado sobre su niñez y juventud. Fidel Castro habla de su infancia, su formación universitaria, sus primeros momentos como líder estudiantil, hasta los mo-mentos en que se preparaba para el ataque al cuartel Moncada en1953.EstaediciónincluyefotografíasdeljovenFidel.183 paginas, ISBN 978-1-920888-19-0

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MARX Y ENGELSUna síntesis biográficaErnesto Che GuevaraTexto hasta ahora inédito, escrito por Che Guevara después de la contienda internacionalista del Congo. Es una biografía enlaquesereflejalaesenciahumanistadelosfundadoresdelmarxismo,asícomoelcontextoylasreflexionesquesobresus obras hiciera el Che. Este libro incluye una lista de lecturas su geridas por Che, imágenes y facsímiles de los manuscritos originales del Che.74páginas,ISBN978-1-921235-25-2

MARX, ENGELS Y LA CONDICIóN HUMANAUna visión desde LatinoaméricaArmando HartLos materiales que integran la presente recopilación, constituyen una muestra de la recepción y actualización que hizo el autor de las ideas de Marx y Engels a partir de la tradición revolucionaria cubana, tras los difíciles momentos del derrumbe del campo socialista en Europa Oriental y la Unión Soviética, hasta la actualidad.250páginas,ISBN978-1-920888-20-6

LA REVOLUCIóN CUBANA45 grandes momentosEditado por Julio García LuisLa Revolución cubana es uno de los acontecimientos que defineelperfildelsigloxx. Para comprender la lucha de FidelCastroysupueblo,estetomoreúneporprimeravez45grandes momentos del proceso que transformó la cómoda posiciónneocolonialdeEstadosUnidoshastalosaños50,en abanderada de la revolución y el socialismo. Una obra necesaria para todo investigador o estudioso.360 páginas, ISBN 978-1-920888-08-4

AMÉRICA LATINADespertar de un continenteErnesto Che GuevaraLa presente antología conduce al lector, a través de un orde-namiento cronológico y de diversos estilos, por tres etapas que conforman la mayor parte del ideario y el pensamiento de Che sobre América Latina, desde sus viajes de juventud, su activa participación internacionalista, el análisis teórico de la realidad del continente, hasta la gesta boliviana. Reúne por primera vez en un solo volumen textos de sus diarios y cartas, e incluye numerosos materiales inéditos y facsímiles.495páginas,ISBN978-1-876175-71-9

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