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C apítulo i ENTRE LAS BRUMAS DEL TIEMPO

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C a p í t u l o i

ENTRE LAS BRUMAS DEL TIEMPO

L a ú l t i m a r e u n i ó n

En la intensidad de los relatos de mi madre, de sus compañeros y de mis hermanos mayores viví día a día su época, a tal punto, que en muchos momentos de mi vida me parecía pertenecer a ese pasado.

Mi infancia me permitió estar en contacto directo con los fundado­res del PSR y en alguna infantil medida también participar de su mundo. Observé la elaboración de diarios y memorias, oí sus conversaciones sobre mensajes y discursos, la planeación de sus huelgas, el tono de sus versos, canciones y chispazos. Repetían episodios de rebeldía, audacia, espionaje, delación. Fueron sin duda años demasiado importantes para todos: tocaba a su fin la plenitud de aquel puñado de revolucionarios mientras que para mí empezaba la vida.

Con mi hermano Tomás (Nene Bay, como yo le decía) merodeábamos por ahí buscando que alguno nos encaramara en sus rodillas: yo quería ser como ellos, imitarlos, y dejaba de jugar para observarlos: se entendían a señas, movimientos de manos y cabezas, guiños de ojos y hablando en jerigonza: apa- copos-tepe-mopos-lopos-nipi-ñopos. Nosotros entendíamos todo, pero ellos no lo sabían. Ha sido un hermoso recuerdo y estoy segura que en ese tiempo se inició una formación, mejor, una convicción de lo que habría de ser en mi vida y por lo que habría de sacrificar tanto.

Entre las brumas del tiempo voy enfocando cuidadosamente una escena de finales de 1935, hasta que el lente precisa cada cara, cada acti­tud, todo el ambiente. Quizá convenga recordar lo que sucedió en aquella reunión, tal como entonces lo comprendí, viviéndolo, y tal como ahora lo recuerdo, enriquecido con lo que más tarde oí contar sobre ella, siempre y cuando mi memoria sea capaz de atar los cabos de ese episodio... y otros acontecimientos. Ahí estaban Tomás Uribe Márquez, María Cano, César Guerrero, Juan C. Dávila, Urbano Trujillo, Carlos Cuéllar, Elvira Medina, Enriqueta Jiménez, Julio Buriticá... eran más, muchos más... y por lo me­nos 8 ó 10 comisionados que venían de lejos; yo sabía por ósmosis quiénes eran. Veo a María Cano... Oigo su voz... la mirada brillante con expresión vivaz y un taconeo nervioso por la sala, de aquí para allá, de allá para acá antes de empezar la reunión. Esa mirada y el movimiento de su cuerpo reflejaban su espíritu.

Los antiguos dirigentes del PSR conocían bien el lugar. Alzaban a los niños con familiaridad, recibían los refregones afectuosos del perro Ney,

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volvían a admirar las palomas mensajeras de otros tiempos, comentaban los libros del estante y alababan el paisaje, los rosales y girasoles que se veían por la ventana.

Para nosotros y para Ney las reuniones de los mayores nos parecían una fiesta porque los visitantes nos llevaban bizcochos; en la mesa había más pan que de costumbre y de remate era día de ponerse los vestidos de cuello marinero. Ney era un perro de mirada expresiva, inmenso, amarillo y con personalidad acentuada. Para 1935, con 11 ó 12 años encima, ya estaba reti­rado pero había vivido la época revolucionaria como cualquier mortal: aquel tiempo en que lo sacaban a las manifestaciones en primera fila y él compar­tía la conciencia colectiva porque no le aullaba a la luna sino a la policía, se regocijaba alrededor de las banderas de 3 ochos ladrando con voz afectiva y yo llegué a creer que lo único que le faltaba era cantar La Internacional. Más que un perro lo sentíamos como una especie de hermano bueno que nos acompañaba en cuanta aventura o juego iniciábamos. ¡Cuántas cometas se hubiera llevado el viento de no haber sido porque Ney sujetaba las cuerdas con su hocico! De él quedaron historias sin fin, como también de las palomas, que habían cargado mensajes de los revolucionarios con más efectividad y seguridad que el correo. Los niños nos sentíamos importantes, nos pedían que recitáramos el Rui Rin Renacuajo, La pobre vicjecita y festejaban el avance de nuestro deletreo. Las letras las reconocíamos en los libros, había muchos, pero no sólo en la biblioteca sino distribuidos en el comedor, las mesitas de noche, el cuarto de la plancha y hasta en los anaqueles de la despensa: en la parte de abajo estaban las mazorcas, el banano y la yuca y de ahí para arriba l a Divina Comedia, Crimen y Castigo y textos de Alejandra Kolontay...

Me parece que fue en esa ocasión cuando hablaron de nosotros, de enviarnos a Moscú. Ese era un ofrecimiento particular, especie de premio de consolación que ofrecía el Partido Comunista Colombiano (PCC) para formar a un grupo de niños. Pero no, el punto central de su discusión era otro: analizaban lo sucedido desde el año 30, y la posibilidad de encontrar condiciones favorables para que varios de ellos reingresaran a la lucha aportando su experiencia.

En la reunión algunos ocupaban asientos, a las mujeres les cedieron el sofá, la mecedora y las sillas y todo indicaba que iba a comenzar un gran acto porque la greca estaba lista y rodeada de muchas tacitas de café. María, Elvira y Enriqueta pendientes de nosotros nos hablaban bajito, una por una o las tres al tiempo, parecían un trío pedagógico. ?Te arreglo el lazoí y

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cuando se agachaba para hacerlo María se llenaba de expresión maternal; Enriqueta o Tatica, como la llamaban todos cariñosamente, quería que nos estuviéramos afuera y nos había apilado muñecos, ringletes y el ábaco en el corredor enladrillado.

Mientras tanto Elvirita nos dejaba tareas: que el maromero quede boca-abajo... laven el caballo de palo... tomen la pizarra y el gis para dibujar las letras.

La amistad de ellas se remontaba a muchos años atrás y seguía siendo sólida. Demasiadas circunstancias las unían: de un lado, militaban en la vida sin doblarse ante las adversidades políticas porque amaban la lucha. De otro, mantenían esa solidaridad femenina que prevalece en las conver­saciones más íntimas y en los puntos de vista de mujeres diferentes, y en este caso, de mujeres que llevaron vidas más profundas que muchas de sus contemporáneas. Tenían en común, además, su juventud, gustos por las mismas lecturas y por los versos de Gabriela Mistral, Juanita de Ibarbourou y la colombiana -proscrita para la época- Laura Victoria, que recitaban por su gusto por la declamación. Comentaban temporadas vividas en las cárceles y tenían una cierta dosis de vanidad femenina... A las niñas nos fascinaba ver cuando se aplicaban polvos en la cara con blancura de tiza y parecían jazmines, y tocábamos sus vestidos de telas resbalosas que a ellas les parecían bonitos. Ese mismo rasgo, años atrás, las impulsó a tomarse esta fotografía para establecer quién era la más alta. Nunca imaginaron que iría a ser utilizada como primicia en la primera plana de El Espectador años después.1

Organizadoras de gran visión, habían cumplido en los años Veinte funciones educativas, políticas, culturales y sociales y en la vida diaria formaron parte del grupo prototipo de líderes naturales que al margen de los nombramientos formales mueven las cosas. Era el grupo donde siempre estuvieron Tomás, Mahecha y María, porque tenían don de magisterio y una gran sensibilidad, antena, sentido de las cosas.

Nunca como ese día debieron estar todos tan convencidos de la nece­sidad de vivir, pero a Tomás le quedaba poco tiempo de vida y aquella fue su última reunión y también la del grupo. El creía que cada quien debía tomar su decisión, continuar con sus ideales y avanzar, era lo que recomendaba. Por supuesto, si algunos resolvían ingresar al Partido Comunista Colombiano,

' Diano El Espectador, febrero 9 de 1929, Bogotá

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De izquierda a derecha Enriqueta Jiménez. M ana Cano

y Elvira Medina, 1927

en grupo o independientemente, tendrían que calibrar colectivamente las ventajas y las desventajas con toda la gama de resultados posibles. Tomás confiaba en las capacidades y sanas intenciones de sus compañeros y eso arrojaba más incertidumbre ante cualquier elección: por fuera no eran más que ruedas sueltas; por dentro, el matrimonio podría fracasar. ¡Qué disyunti­va!. Enriqueta y Elvira pensaban ingresar al PCC, y aunque no lo sintieron fácil, lo hicieron al año siguiente, en 1936.

María, por su parte, no había dejado de apoyar a los trabajadores que la solicitaban y esperaban y continuaría apoyándolos, aún sabiéndose oficialmente rechazada por el PCC, pues ella nunca ingresó al nuevo partido. Como de costumbre tenía un vestido oscuro, sencillo y en la cabeza una peineta le aprisionaba au n lado el pelo negro, blondo y corto que doblaba detrás de las orejas. Unas poquitas pecas en la cara angulosa la agraciaban y esa actitud segura de si misma st reflejaba también en el tono de su voz.

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Ese era su mejor instrumento, tomaba inflexiones que expresaban lo que iba sintiendo. De su elocuencia, decían, exaltaba hasta el delirio haciendo gritar, reír, llorar, reflexionar o actuar a la gente, a los millares que la habían oído por 6 años en su vida activa del PSR. porque a partir de 1930 jamás volvió a la plaza pública. Tiene el poder misterioso de la transmisión, decía Tomás, que alguna vez se expresó así de María:

¿Ustedes ñola han oído hablará Es elocuente, subyuga, fascina, convierte con sus discursos. Solo que es un poco retórica. A María, para oírla hablar bien, para oírle expresar conceptos verdaderamente elocuentes hay que disgustarla. Ella, si llega a de|arse dominar por la ira es de una elocuencia avasalladora. Basta recordar lo que nos sucedió cuando en la primera fila de sus oyentes encontró un joven bien vestido que al oír sus palabras, sonreía. .. !Qué maravillosa elocuencia adquirió entonces! Y una vez que estábamos en Tunja, las autoridades quisieron disolver la masa obrera que nos oía enviando por una parte de la calle un pelotón de policías y por el opuesto otro de soldados. Las tropas avanzaban; la masa debajo de nosotros bullía, lista a estallar. Nunca he visto mejor a María. Cada palabra suya era un latigazo, cada frase una certera saeta...2

Cuando la reunión empezó los niños no pasamos de la puerta pero, sin entender lo que decían los grandes, oíamos y observábamos todo: una ortofónica de esquina ignorada por los visitantes, en la mesa de centro la figura de un labriego tallada en madera, un lienzo de “Las segadoras” colgado en la pared central, enfrente un óleo de Caitán Obeso. Había otros cuadros bien dispuestos... pero no los recuerdo. En cambio, cierro los ojos y veo en su conjunto al grupo, magos de la palabra uno por uno, discutiendo con distinta actitud: alguien agitaba los brazos como aspas de molino; en su turno, otro señalaba un periódico; Tomás prendía su pipa y el “Negro”, el inolvidable “Negro” Guerrero, volteaba el asiento y se sentaba en él colo­cando el espaldar adelante.

Contra todo lo que pueda esperarse, eran muchas las explosiones de risa. Años más tarde, muchos años más tarde “T ata” con su memoria fotográfica nos hacía ver el pasado a través de sus ojos, descubriendo la personalidad de cada cual o relatando con gracia sus vivencias; por fortuna -decía- podíamos hacer del dolor y el humor primos hermanos y por eso la risa aun en momentos como aquel, tiempos en que no nos sentíamos en capacidad de juzgar, condenar, descalificar ni copiar... eso lo aprendimos después. Con ella y por ella ciertamente pude reconstruir aquella reunión, la figura y el carácter

1 Entrevista a Tomás Uribe Márquez. E l Espectador, marzo 7 de 1929, pág 14

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de muchos de sus compañeros, sobre todo de aquellos que enfrentaron la lucha, sabiendo reír de casi todo. Sucedía que en 1930 todo había cambiado para los socialistas revolucionarios, entre otras razones, por la línea trazada por la Internacional Comunista (IC) reunida en Buenos Aires, la cual marcó un rumbo para varias organizaciones y partidos populares que existían en América Latina, consistente en su disolución y la formación apresurada y mecánica de partidos comunistas que los reemplazaran.

Los nuevos criterios políticos eran verdades incuestionables. La IC exigía partidos monolíticos, eminentemente obreros, marxista-leninistas y el PSR no había reunido esas caracterízticas; se componía de obreros, campesinos, indígenas, artesanos e intelectuales como correspondía a la realidad social de esa época. Apenas algunos socialistas empezaban a conocer el marxismo y en ocasiones habían salido al escenario público hablando de Lenin y admirando la revolución rusa.

La Internacional Comunista y el PCC, a partir de su fundación en 1930, no le reconocieron al PSR antecedentes revolucionarios, endilgán­dole carácter de liberal y además de caótico, desvanecido y acabado. Por esto procedieron a darle sepultura. De remate veían en los ex-dirigentes socialistas-revolucionarios un grupo de lo que ellos denominaban putchis- tas' y aislaban todo lo que oliera a PSR, es decir, con ellos se estrenó en Colombia la etapa de las purgas y otros métodos que también vivieron cientos de revolucionarios del mundo; los funcionarios reemplazaban a los dirigentes, los aparatos sustituían la convicción y la creatividad. Obviamen­te los socialistas no podían persistir en su lucha fuera de la IC a riesgo de convertirse en herejes y ser perseguidos sin misericordia, como lo fueron muchos posteriormente.

Es de suponer que los veteranos socialistas quedaron asqueados del tratamiento al que habían sido sometidos y hay que saber que tampoco encajaban en las nuevas perspectivas políticas; era abismal la diferencia que existía entre lo que se había propuesto el PSR, su estrategia y sus métodos, con lo que la IC ordenaba y el nuevo partido asumía. Eran dos maneras de entender y encarar los problemas, que ya iremos viendo en la medida en que transcurran estas páginas.

Pero había otras razones que agudizaban más la situación: según los veteranos, se había apagado el fuego de la lucha, la CON había desaparecido

1 entuno alemán equivalente a preparar un golpe de Estado sin apoyo popular.

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en 1929 y ellos mismos habían cometido serísimos errores. Además, que­daron diezmados por la persecución gubernamental, el terror y la cárcel, los destierros y la masacre de la zona Bananera. En síntesis, en 1930 se encontraron los socialistas en un área de incertidumbre, en medio de una marea de juicios y preguntándose: ?qué hacer¿, a tiempo que se iniciaba en nuestro país la etapa Olaya Herrera con su abanico de ilusiones, presagio de segura frustración.

La reunión avanzaba. Habían pasado cinco años y estábam os en mitad de los Treinta: otras circunstancias, nuevos hechos, gobierno liberal, distintos problemas. El PCC, el mismo que había hecho peda- citos aquella historia del socialismo revolucionario considerando todo lo anterior com o error, en otros aspectos había tenido aciertos y crecía, nuevas gentes ingresaban a él. En lo internacional un hecho conmovía a Europa y el mundo y ya se vislumbraba la tragedia: Hitler había tomado el poder en 1933; la faz del planeta iba a cambiar con la perspectiva de otra guerra mundial y nadie podría permanecer indiferente. Los asistentes a la reunión sentían que su papel en las luchas populares no había concluido, por eso estaban allí, analizando lo sucedido desde el año 30 y la posibili­dad de encontrar soluciones favorables para aportar su experiencia; por eso algunos de ellos, no teniendo desde dónde más actuar orgánicamente, ingresarían al PCC a pesar de los adjetivos que recibieron, muchos de los cuales por fortuna olvidaron.

Al concluir la reunión Tomás estaba visiblemente cansado, cada quien había decidido el camino a seguir y en el ambiente pesaron las palabras finales de Tomás: mantenerse hasta el fin leal e incorruptible fuese cual fuese la ruta escogida. El no era un sectario -recordaban-, no le gustaba la intransigencia, sólo amaba el trabajo político constructivo, el más sencillo posible.

* * *

Aquella modesta casa de estilo colonial situada en la Sabana de Bogotá, donde vivió Tomás sus últimos años, quedaba en la mitad de una especie de bosque, era un lugar amable y allí se respiraba paz. Una vez traspasada la verja de madera había que transitar un camino bordeado de flores y cubierto en lo alto por un entrecruzado de árboles sembrados a los lados. Los perros vivían adelante, los palomares de varios pisos se encontraban al lado del aljibe y muy atrás, cerca a las eras de las hortalizas, estaban el sitio de ordeño de dos pacientes vacas y un pequeño gallinero.

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Pero la vida allí no fue rutina; hasta 1936 los fines de semana la casa se volvía lugar de reunión, de intercambio con diversos visitantes o com­pañeros de anteriores luchas que no podían dejar sus hábitos de conversar, leer, estudiar y debatir los problemas del día. Tomás los atendía poniendo a su disposición sus libros y su experiencia; era imposible ignorarlo, borrar su autoridad política y moral o desconocer el cúmulo de su información sobre geografía, historia, tradición y cultura de nuestro país y del movimiento de masas que había florecido en sus entrañas. Por eso acudían a él compañeros del campo y dirigentes obreros que fraguaban la famosa Fedenal*, o jóvenes estudiosos, inclusive los que se acercaban al Partido Comunista. Porque en todo momento Tomás fue profundamente respetuoso de quienes le habían impuesto forzado marginamiento político.

Tampoco todo era rigor. Entre sus visitantes estaban, además, otros amigos; allí llegaban su hermano Jorge Uribe Márquez, José Vicente Combariza (“José M ar”), el poeta De Greiff y otros más, por lo general en grupo. Otras veces esperaba a Juan C. Dávila que casi siempre traía un soneto nuevo, al maestro Uribe Holguín y demás contertulios de “La gruta simbólica”. En la espaciosa sala se escuchaba entonces recitar la poesía de José Asunción Silva y Rubén Darío y era inevitable la música de entonces, los danzones cubanos de Barbarito Diez entreverados con los inmortales “Coro de los Martillos”, “La marcha triunfal de Aída” o el “Brindis de la Traviata”, favoritas de Tomás; y con las nacionales del maestro Luis A. Calvo y de los propios músicos visitantes. Innumerables son los recuerdos personales y colectivos en torno del nombre de Tomás.

P r i m e r o s p a s o s d e u n a v id a

Tomás nació en Medellín, el 26 de noviembre de 1886 en un hogar burgués, de ideas avanzadas, propias de la época. El padre, don Luis Uribe Latorre, de lejano origen vasco, era persona importante en la sociedad antioqueña, fundador de la Escuela de Minas en Medellín. Era aquella una familia progresista, liberal y laica que creía en los avances de la ciencia y la educación técnica, de aquellas que se llamaban demo-liberales y también “solferinas por anticlericales, e identificaban a la Iglesia con los sectores más reaccionarios y atrasados.

• La Federación Nacional de Transporte Fluvial (FEDENAL), nació en 1934

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Tomás no recibió ninguna educación religiosa, en cambio, vivió en un ambiente familiar frecuentado por los intelectuales de entonces, donde se res­piraba radicalismo liberal a desayuno, almuerzo y comida. Creció en contacto con una generación mayor que la suya, que se movía en el mundo de la cultura y de la política y dentro de ésta, la guerra, a la que pertenecía el general Uribe Uribe, primo hermano de don Luis. Según el mismo Tomás, los planteamientos y discusiones que oyera desde niño al tío-segundo, quien llegaba en el momento menos pensado a la casa en busca de ayuda, le impactaron y despertaron su interés por los problemas sociales y políticos. La guerra civil de los Mil Días era el tema obligado: los nombres de combatientes, los muertos, o quienes se incorporaban, eran familiares para el niño; nombres que, por recomendación materna, no repetía en el colegio.

Tomás fue el segundo entre nueve hermanos, ocho hombres y una mujer. A los catorce era joven de gran vigor y confianza en sí mismo; las costumbres hogareñas influyeron en la formación de su carácter porque sus padres ordenaban para los hijos hombres una férrea disciplina, distribuida entre el tiempo de estudio y las labores en la hacienda, al lado de los tra­bajadores. Por eso y como buen maicero, a esa edad manejaba el machete, montaba en pelo para amansar uno que otro potro y realizaba labores que, según las costumbres de esa raza que fuera de colonizadores, lo formaban ■‘pa'macho”. En el colegio había logrado colocarse un curso antes de su hermano mayor, porque en esa época subían de grado a los estudiantes destacados. Fue allí, en el colegio, donde sufrió Tomás la primera experiencia pública de su vida, que además de adelgazarlo un poco más lo marcó para siempre. El la catalogaba como una experiencia paradójica, porque a la vez que la sentía de ingrata recordación también le había dado el timonazo de su vida, colocándolo al lado del general Uribe y sirviéndole de coraza para adquirir valor frente a las adversidades.

L a e x c o m u n i ó n

El joven Tomás venía escandalizando a maestros y compañeros de estudio por su anticlericalismo e ideas rojas, no sólo expresadas verbalmente, sino con la elaboración de hojas que firmaba y fijaba en las esquinas del barrio y las paredes del colegio. Eran cuestionamientos -a su m odo- frente a las actitudes autoritarias de ciertos curas, de maestros férreos y de nor­mas disciplinarias verticales e injustas. Tamaño desafío y atrevimiento no los perdonó el señor Obispo, a quien llegó la noticia del rebelde y, ¡vade

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retro! Tomás fue excomulgado públicamente en 1901. Carteles en el atrio, vergüenza desde el pulpito, expulsión del colegio y cupo en el infierno, según la usanza.

La excomunión de Tomás significó para la familia el rechazo en ciertos círculos. La madre debió soportar miradas de espanto y cuchicheos de beatas; dudas de algunos comerciantes para venderle víveres o telas; sentencias del prefecto de disciplina del colegio para con la oveja descarriada y, a su paso, murmuraciones lastimeras encomendando la familia Uribe Márquez al Sagrado Corazón de Jesús. Pero en una sociedad de habituales extremos como la antioqueña, en donde no era difícil encontrar en una misma familia comecuras y místicos, manirrotos y avaros, prostitutas, monjas y otros sorprendentes contrastes, también hubo voces y actitudes comprensivas, amigables y hasta indignadas con el castigo que en ese medio y para esa época significaba nada menos que el destierro.

El joven abandonó su ciudad en una de las siguientes madrugadas con el carriel al hombro y las pocas pertenencias que le empacó la madre; ella, con entereza, había hecho causa común con su hijo. Contaba él que al llegar al filo de la montaña volvió a mirar la ciudad y después de recibir un beso en la frente inició el descenso, oyendo a sus espaldas la voz sollozante que decía: ¡cuándo podrá volver...! La madre nunca supo que a sus íntimas y solidarias primas Carmen Lucía y María Cano, días antes Tomás les había dicho en uno de sus arranques: "aquí volveré /’ero a echarle mierda a la caverna". De un ma­torral salió un campesino a su encuentro al terminar la cuesta y ya aclarando el día. Era uno de los hombres del general Uribe, que esperaba para guiar al nuevo y casi niño soldado: Tomás, entusiasmado, había decidido incorporarse a las filas de los "chusmeros", en la guerra civil de los Mil Días.*

Como estafeta y muchacho de confianza permaneció por un año al lado del tío, aprendiendo de él, recibiendo lecciones de hombre, familiarizándose con las armas, las ideas y el vocabulario de quienes vivían en la lucha. Ese capítulo

La guerra de los Mil Días se inició en 1899 y terminó en 1902, pero sus secuelas fueron de larga duración pues la guerra continuó en los espíritus. En ella tomaron las armas 105.000 hombres: 70.000 por el gobierno conservador y 35.000 por los liberales cuyo jefe máximo fue el general Uribe Uribe. Se libraron 218 combates entre los dos bandos: las batallas de “Peralonso” y “Palonegro” fueron las más grandes. La derrota política fue de los liberales que iban tras el poder, en lo militar fue considerada un empate. Colombia quedó en ruinas, los campos desolados, la población enferma. Los historiadores han esti­mado entre 80 y 100 mil los muertos en esa guerra.

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de su vida le permitió conocer el país de las guerrillas y emboscadas; él decía que andaban con la muerte a cuestas y ni cuenta se daban.

En 1902 la guerra terminó. Tomás volvió a Medellín prácticamente en secreto, como si estuviera en territorio enemigo y una vez allí sus padres lo llevaron a casa de otro familiar mientras hacían los arreglos para que el joven saliera del país con dirección a Europa. Fue una nueva experiencia completamente opuesta a la anterior, que Tomás vivió en casa de este otro tío suyo, hombre culto, de vocación pedagógica que lo tom ó por su cuenta, poniéndole en sus manos las llaves de la biblioteca. Así pasó de la etapa en que aprendió tácticas, avances, santos y señas, del tiempo en que vio arriar bestias de los hatos para donde estuviera la tropa arranchada y fumó con los soldados acurrucados en corrillo, a otro de silencio y sosiego, donde lo iniciaron en el amor a la lectura. Ahí soñó con “Don Quijote”, con la heroí­na del Dante Alighieri, conoció a Iván, Dimitri, Aliosha y otros personajes dostoievskianos, a los poetas y narradores de historias profanas y de vidas de santos. De ese tiempo de encierro forzoso entre libros, anotaba Tomás que, en virtud de esa paradoja que es tan frecuente en el desenvolvimiento de la razón, la vida del Santo de Asís y las enseñanzas de San Agustín con­tribuyeron eficazmente en su camino hacia el Socialismo.

Uno o dos años después Tomás salía para Londres como sólo podían hacerlo pocos, muy pocos muchachos de su tiempo, pues era reducido el número de aquellos que podían estudiar en universidades extranjeras o si­quiera conocer otras latitudes. Para sostener hijos en el Viejo Continente, la familia debía poseer negocios de exportación y de importación, que dejaban inmensas ganancias. Don Luis exportaba café y traía mercancías, además, contaba con parientes en cargos diplomáticos. Veinte años después, en su época política de penurias, en los días de hambre con sus compañeros, Tomás solía reflexionar sobre los privilegios con los que contó hasta su juventud, a los que renunció precisamente en su última etapa de Barcelona.

Provisto de incipiente inglés, tutor colombiano y pensión moderada según el criterio de sus padres, inició el muchacho el viaje hasta Barran- quilla; ahí debió esperar el barco que lo llevaría en veinte días a Londres. Ese joven vital que conocía de cerca la cara de la muerte se sentía frágil frente a lo desconocido: Europa era una mancha, una silueta caprichosa en el mapa y el resultado final de la excomunión. Sin embargo, la perspectiva era más que interesante: term inar secundaria, convertirse en ingeniero agrónomo y... conocer mundo, sueño dorado de cualquier joven mortal.

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E u r o p a , un g r a n m u r a l

En 1904 no había una... sino varias Europas: la de los grandes acontecim ientos políticos sembrados de contradicciones y tendencias; la colonialista, generadora de tragedia humana; la de las movilizaciones de masas, marcando una época nueva en el movimiento obrero internacional; la Europa influenciada por los literatos y novelistas del siglo anterior, con la autoridad intelectual de los franceses Balzac, Dumas, Zolá; la que aún proyectaba la fastuosa Bella Epoca de los sectores exclusivos, el espectáculo de las óperas, las revistas ligeras de la Leo Candinni, la Caieté Parisienne, la Mistinguette y la emoción de los aplausos para los dramas clásicos; la de los pintores que retrataban las costum bres de las gentes sencillas, los escritores-periodistas que despreciaban las monarquías, hablaban de convicciones y cuestionaban el colonialismo; la de los artistas y los inte­lectuales... En fin, después de unos años de internado, en los que terminó su secundaria, ante los ojos del universitario Europa aparecía como un inmenso mural lleno de trazos, colores y espacios al que no se sabía por dónde empezar a mirar.

Esa variedad le dio la oportunidad a él, sus dos hermanos, un primo y un grupo de amigos estudiantes de enterarse de acontecimientos tras­cendentales. Japón, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Rusia Zarista, Francia e Italia enviaban tropas o misiones a China desencadenando una de las más grandes torm entas de fuego de la humanidad. Por su parte, el pueblo chino deseaba acabar con el feudalismo y en su suelo se fraguaban muchas insurrecciones populares. Eran tiempos, además, de otros aconte­cimientos históricos, como el desarrollo del socialismo inglés y el inicio del hundimiento del imperio Austro-Húngaro.

El impulso revolucionario lo aportaba Rusia con su primera revolu­ción en 1905, primer cimbronazo de la burguesía europea, que tuvo eco di­recto entre los ya fuertes movimientos de trabajadores de Alemania, Francia, Inglaterra y otros países de Europa e incidió igualmente en los movimientos de liberación nacional de la India, Egipto y de las naciones sometidas por el imperio Austro-Húngaro. Los trabajadores, estudiantes e intelectuales en España, Italia y Francia principalmente, apoyaban los resultados de esas luchas. La Segunda Internacional era muy activa y sus reuniones, congresos y debates repercutían en todas aquellas gentes y en muchos políticos europeos importantes. Por su lado los anarquistas se hacían sentir en todo el continente. Era, indudablemente, una Europa política, en la que el proletariado crecía y

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hacía sentir su presencia. Quizá todos estos hechos pesaban mucho más que los recuerdos de la Bella Epoca del siglo anterior.

Al lado de estos importantes sucesos históricos existían las otras Europas y Tomás no estuvo ajeno a ninguna de esas facetas; se aficionó al teatro, a la lectura de las novelas clásicas y otras y a la ópera. Empezó a leer a los críticos y escritores de temas nuevos y revolucionarios, a interesarse por la complejidad política que se reflejaba en todas y cada una de las so­ciedades. Para un temperamento como el suyo, fundamentalmente rebelde y con una sensibilidad social extrema, esto último significó un peldaño más en el desarrollo de su pensamiento. El lenguaje normal y corriente de las calles -decía- fue para mí un poderoso instrumento de aprendizaje y reflexión. Tenía necesariamente que impresionarme con la actitud de la gente en las movilizacio­nes, con su vocabulario directo; tenía necesariamente que conmoverme ante tanta gente con los mismos problemas.

No fue Londres sino París su centro vital; a esta ciudad acudía en los veranos durante su vida de estudiante; después fue su centro de actividades y proyectos. Desde allí despegó para Egipto con su hermano Gabriel -estu­diante de Filosofía, también en Londres- y decidió, allí mismo, su etapa final de Barcelona. París -decía- fue mí universidad, y también el punto de encuentro con sus principales amigos latinoamericanos, sus dos hermanos Gabriel y Jorge (el menor de los Uribe Márquez, hacía poco había llegado a Europa para estudiar Derecho Penal en Roma) y Francisco De Heredia. El grupo se relacionó a través de afines y variadas inquietudes y se citaba en los sitios de rigor de entonces: el parque de Luxemburgo, el cementerio de Pére Lachaise o ciertos cafés que — según expresión de Tomás— eran centros de inteligencia y osadía. En torno a las discusiones sus integrantes acordaron, en especie de pacto, leer y estudiar filosofía antigua y moderna, occidental u oriental; a los fundadores, continua­dores y reformadores políticos y filosóficos. Tomás recordaba esas reuniones medio bohemias con emoción, donde nombraban al influyente filósofo Carlos Marx, al que, a propuesta de Tomás, empezaron a conocer.

Gabriel, a quien llamaron “el poeta”, influyó indudablemente en la vida y el horizonte político de sus dos hermanos y de su primo; habituados a examinar colectivamente el tránsito de sus vidas y a ayudarse en las acti­vidades que emprendían, fue él quien más impulsó el estudio voluntario del grupo al que hacía bajar de las especulaciones abstractas a los problemas que los rodeaban. A través suyo surgían interrogantes y dudas en la intensidad de la vida interior de cada uno. Por su iniciativa viajaron a Egipto en las vacaciones del último año de estudios.

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Gracias a ese viaje, Tomás pudo ver sobre el terreno las infamias del colonialismo, fenómeno en el que nunca antes había meditado, y acercarse a su hermano en el terreno de las preferencias políticas. Esta etapa fraterna ha­bría de quebrarse muy pronto con la trágica muerte de Gabriel en Londres en 1909; Tom ás lo recordaba con una visión fugaz hecha de retazos en los que se fundían numerosos recuerdos personales, su pensamiento -contaba de Gabriel-se encontraba crispado por insatisfacciones, búsquedas e impotencias: empecinado en variar el curso de los acontecimientos pero sin respuestas políticas y en darle un timonazo a su vida pero sin precisar hasta qué punto.

La vida continuó. Poco a poco -recordaba Jorge- se sumaban circuns­tancias que maduraban a Tomás aunque faltaban muchos años en su vocación de revolucionario. Sin embargo, el proceso estaba en marcha... Daba él -Jorg e- la imagen de un Tomás joven, de gran imaginación y lucidez, que soltaba frases agudas en las polémicas del café o del grupo lector; irritado cuando se refería a los burgueses; con sentido del orden en la vida cotidiana.

En cuanto a cómo se veía Tomás a sí mismo en esa etapa de su ju­ventud, reconocía que había encontrado a América por los caminos de la vieja, arrogante y civilizada Europa y que, antes de llegar a la médula de los problemas, su pensamiento se fue desenvolviendo poco a poco, unlversa­lizándose, estructurándose, sufriendo un proceso de cambios enmarcado en épocas distintas. Subrayaba aquello que creía grande, como sus etapas en Barcelona o Egipto.

Para un observador atento, la comparación de la miseria africana con la opulencia europea tenía que traducirse en otra reflexión. A Tomás le creó instintivamente un sentimiento nacionalista (en el mejor sentido de la palabra) al evocar su propio continente y su país. Ese viaje se convirtió en un choque y despertó su interés por saber algo más en el terreno teórico, fue entonces cuando inició sus escritos:

Desde el último cuarto de siglo pasado, los grandes estados del mundo se han lanzado a la búsqueda de colonias. Hasta entonces solamente Inglaterra, Rusia y en parte Francia, tenían colonias. De 1884 a 1900 aparecieron en la escena Alemania, los EE.UU. y el Japón. Durante este período han sido conquistadas Asia, Africa y América, territorios de una población de 570 millones de habitantes.

Gran Bretaña tiene 46 millones de habitantes, y sus colonias 429. Por cada inglés 9 esclavos coloniales. Francia, con 39 millones, tiene 45 de súbditos. Bélgica, con 7, tiene 17.5 millones de súbditos coloniales. Holanda, con 7, tiene 49.5 millones de esclavos coloniales.

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Los AÑOS ESCONDIDOS ] [ Entre las brumas del tiempo

Los 5 Continentes miden 134 millones de kilómetros cuadrados, de los cuales 90 son de colonias, y tienen 1.750 millones de habitantes, de los cuales 1.250 están sometidos... Nos hemos separado de los que hubié­ramos debido guardar y hemos guardado a los que hubiéramos debido separar de nosotros.

E n B a r c e l o n a

Barcelona era un auténtico hervidero político; de su vida en esa ciudad Tomás destacaba la enorme tradición de las luchas populares, campesinas, mineras. Cientos de hojas, periódicos, movimientos y huelgas se veían allí, donde nació a partir de 1860 el proletariado español y la lucha por la inde­pendencia de Cataluña. El peso diario de los anarquistas y de la Federación Ibérica Anarquista era grande: en las Casas del Pueblo y en el aire de toda la ciudad se respiraban el socialismo y el anarquismo.

Tom ás en Barcelona

Yo entonces era liberal y vivía en Barcelona -dijo Tomás en una entrevista años después-. Un día paseaba por las Ramblas cuando me detuvo un ven­dedor ambulante. Extrajo del bolsillo del abrigo una colección de postales obscenas. Yo las vi rápidamente y le dije: no compro esto porque no tiene ningún arte. Entonces, juzgándome hombre serio y no queriendo perder al cliente, extrajo del bolsillo un montón de obras socialistas. Compré

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M a r ia T ila U r ib e

algunas, de Lenin, Pablo Iglesias y Bakunin. Me fui a casa, en un quinto piso, y las leí de un tirón; leía todavía cuando comenzaba a amanecer. Entonces, en confidencias con mi almohada, me convencí de una cosa: que yo no era liberal, que no había sido nunca liberal: que era socialista...

Ahora, la historia completa fue así:

Terminados sus estudios, el anhelo de Tomás era volver, tenía entu­siasmo, ideales y deseo de trabajar con otras gentes; quería combinar las dos tendencias aparentemente opuestas que amaba: la tierra y la política. Pero una iniciativa de su padre y de un viejo amigo de éste lo puso en con­travía: se trataba de instalar una fábrica en Barcelona, en la que el amigo fuera socio industrial y el hijo socio capitalista. Tomás llegó a esa ciudad y se encontró con un recibimiento digno del más refinado burgués: el socio, un señor catalán, le tenía alojamiento preparado en el Hotel Colón de la plaza central de Cataluña con el Paseo de Gracia y recepción en uno de los salones de La Maison Dorée; ignoraba que su huésped era ya un hombre desligado de compromisos sociales, indiferente a los convencionalismos, con repulsión hacia el alarde del dinero. Tomás sentía desgano y fastidio hacia el proyecto que lo apartaba de su profesión, del regreso anhelado y de la ya diferente visión adquirida del mundo. Más lo hacía por una obli­gación tácita, especie de retribución a los desvelos de don Luis, o para no defraudar sus aspiraciones de ver al hijo convertido en potente industrial. Pero lo defraudó y en grande 5 ó 6 meses después, tiempo en el cual se sintió asfixiado, haciendo lo que no quería, no sabía y no debía pero al mismo tiempo trabajando con ímpetu.

Luego vino lo del vendedor ambulante: era aquel hombre a quien Tomás le compraba diariamente periódicos en la Rambla de Cataluña, y estableció con él una relación de camaradería que se trocó en una especie de complicidad a partir del ofrecimiento y compra de la literatura socialista. Mientras Tomás se sorbía los libros como esponja, el “amigo” vende-perió­dicos le compraba la comida para ahorrarle el tiempo de comedor, le llevaba más y más libros y terminó buscándole otra vivienda. Simultáneamente le presentaba obreros y gentes de las fábricas que lo invitaron a sus sitios de trabajo. Sobra decir que Tomás, con engañifas de supuestos viajes cortos y urgentes empezó a perdérsele al socio mientras éste, entusiasmado con el dinero girado por don Luis desde Colombia, avanzaba en la empresa. Tomás conoció los barrios pobres, las miserables buhardillas y cuartos oscuros donde vivían los obreros con sus mujeres e hijos. Frente a una situación

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tan penosa, amplios sectores habían sido influenciados y mediatizados por la burguesía catalana; pero anarquistas y socialistas, con visiones y acciones diferentes, agitaban y movilizaban otros sectores de la población.

Sobre esto meditaba en aquella ciudad, observaba a las masas de obreros y a los jóvenes de cierta posición que frente a la represión continua y despiadada se sumaban a los obreros engrosando las filas anarquistas y socialistas. En esa ciudad Tomás vio una guerra sin cuartel entre el estado y esa masa potente, pero neutralizada por la falta de organización. Casi todo su tiempo estuvo dedicado a la lectura. Finalmente, tomó la decisión que lo condujo a la independencia de la riqueza o los honores que ésta da, y desapareció para el socio, dejándole la inversión y la fábrica. A su padre le envió una carta que seguramente le hizo pasar un mal momento.

Con estrellas brillándole en los ojos y un cargamento de libros socia­listas se embarcó para México, en 1910. Pero a la altura de Las Bermudas el transatlántico empezó a trepidar y vino el naufragio. ¡Hay que botar la carga! Tomás llora cuando ve las cajas de los libros en el mar... Los pasajeros escriben sus mensajes que, metidos entre botellas encorchadas, tiran al agua; los botes se atiborran de sobrevivientes hasta que un barco, al am a­necer, los divisa y rescata. Así llegó Tomás a la tierra de Emiliano Zapata y de los campesinos rebeldes, inyectado de nuevas ideas, resuelto a iniciar su vocación de revolucionario y a buscar la manera de ganarse la vida. Lo importante, pensaba, era estar en América!

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