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FRENTE DE AFIRMACION HISPANISTA, A. C.México, 1992.

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@ Frente de Afirmación Hispanista, A.C.Ciprés No. 38406450 México, D.F.Tel. 547-5183

PROLOGOa la edición facsimilar de

EPITOMEDE LA ELOCUENCIA-

ESPANOLA

El libro Dialectica resolutio cum textu Aristotelis. Mexici,Joannes Brissensis, 1554, escrito por fray Alonso de la Vera-cruz, recogió una carta en latín de Francisco Cervantes de Sa-lazar, la cual publicó Amancio Bolaño e Isla en Contribuciónal estudio de fray Alonso de la Vera Cruz (México, 1947) y latradujo al castellano en 1963 para la edición de Porrúa: Mé.xico en 1554 y Túmulo imperial:

Francisco Cervantes Salazar, toledano, opositor de artesy profesor de retórica en la célebre Academia Mexicana dela Nueva España, al benévolo lector, salud.

Tres son las cualidades, benévolo lector, y. por ciertoprincipalísimas, que hacen a cualquier obra que vaya a pu-blicarse digna de ser leída y que se la repase constantemen-te: utilidad del tema, manera de exponerlo y autoridad delescritor. Para apreciar todas las demás, consideradas en ge-neral, después de leído el título de la obra, necesitarás otroconsejero distinto de mí.

Lo primero que llama la atención es la materia de quetrata la dialéctica; atrae después el consistente encadena-

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miento del discurso; y subyuga, por último, el nombre delautor, célebre hace ya muchos años en ambos continentespor los ejemplos manifiestos de su singular saber.

Ya sé qu.e te agradaría que me explanara sobre esto unpoco más ampliamente, siendo como soy discípulo del au-tor (parece que estoy teniendo un velo sobre lo que noquiero ocultar aunque pudiera hacerlo con la más insignifi-cante pincelada) pero no dudo que esto basta para excitary aún urgir con agudo acicate al 'que ya corre espontánea-mente (por las páginas del libro ).

Pues bien, hay tres clases de artes en las que la vida hu-mana se manifiesta plena y satisfactoriamente: las que sededican a conocer la naturaleza de las cosas que los griegosllaman físicas y los latinos, naturales; las que tratan de co-rregir las costumbres, éticas para los griegos y para noso-tros, morales; las que se refieren al discurso y reglas del de-cir que los griegos nombran lógicas y nosotros racionales.

En todo libro digno de leerse se exige corrección, elegan-cia y probabilidad, ésta, la más importante (ya que no sólopersuade sino que además convence), está contenida en eljuicio e invención, las dos partes en que la dialéctica se di-vide.

(Ahora bien) ¿quién habrá (a menos que sea loco) que sidesea convencer no recorra todos los libros de la dialécticay, como después de una larga peregrinación, no venga a de-tenerse en aquel en que únicamente la brevedad deleita sinoscuridad, el orden agrada sin confusión, el discurso instru-ye sin dificultad, la enseñanza de los preceptos entretienesin cansar, en una palabra, aquel en que de tal manera loútil se mezcla a lo dulce que se logre todo lo que uno se hapropuesto?

Si al interés del argumento y belleza de la forma -cuyasdos cosas se dan más raramente que una tea de oro (pezque no todos pueden pescar)- se junta el preclaro nombredel autor, no habrá otra cosa que pueda desear el más am-

IV

"

bicioso, ni criticar aun el más mordaz que Momo que nopudiendo echar la culpa a Venus se la echa a su sandalia.

Ya has visto (si no eres ciego o torpe) lo que yo para míquisiera. Ahora, haz tu tarea, la mía ha terminado, y la tu-ya es leer, aprender, desmenuzar en la dialéctica todo loque, como renacido, colmado de ventajas y alabanzas, salea luz. Consúltala porque la necesitas y nunca se la agrade-cerás bastante al autor, monje agustino, teólogo de profe-sión, íntegro en su vida y eximio en toda disciplina y aúnmás admirable (su ciencia está a la vista) por su modestiasingular.

Podría recomendártelo en más prolija carta para que me-jor le apreciaras, si no supiera que tú mismo has de conven-certe de que en vano se alaba a quien por sí mismo se reco-mienda. ,

Pásalo bien. En México a 15 de julio del año de nuestrasalvación de 1554.

Tres y medio siglos más tarde el hombre que encabezó la re-volución que terminó con la tiranía de Porfirio Díaz, usó deun manual de oratoria que es posible que haya sido el Epíto-me de la elocuencia española escrito por Francisco José Arti-ga en 1725 y el cual reproducimos ahora en forma facsimilar.Pero dejemos que José Vasconcelos (1882-1959) en Ulisescriollo nos relate esta anécdota:

En las primeras reuniones quedó constituído el Comitéoriginal con don Paulino ya citado, con don Filomeno Ma-ta, viejo periodista independiente, don Emilio Vázquez Gó-mez, abogado de prestigio, y ,el ingeniero Robles Domín-guez, un patriota que exponía su caudal. El elemento jovenlo representamos: Federico González Garza, compañerodel colegio y hombre puro; Manuel Urquidi, educado en elextranjero y buen demócrata; Roque Estrada, abogado deJalisco y yo. A las reuniones posteriores asistió Luis Cabre-ra, que coqueteaba con el reyismo, el partido que parecíamás viable dentro de la oposición.

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Nuestro plan de campaña, calcado del libro de Madero,consistiría en organizar la ciudadanía de la República paraque abandonando su indiferencia de los últimos treintaaños, acudiese a las urnas a designar presidente, conformea sus deseos. El lema que tantos años fue oficial: SufragioEfectivo y No Reelección, lo redacté yo, en oposición alantiguo Sufragio Libre y para indicar que debía consumar-se la función ciudadana del voto. Alegaba Madero, y conjusticia, que no podía hacerse responsable al dictado~ de laretención del mando, si antes la ciudadanía no manifestabasu voluntad de retirárselo.

No se dio a Madero ningún puesto en nuestra Junta por-que su misión era recorrer la República organizando clubes,pero antes de partir nos dejó dos encargos: el hallazgo deun personaje que aceptase ser postulado para la Presidenciaen oposición a Porfirio Díaz y la edición de un periódicoque había de ser órgano del movimiento. .

Fui de los encargados de visitar a los personajes semiin-dependientes de la época. En todos los casos encontramosun recibimiento frío y una disposición escéptica. Méxicono tenía remedio, la chusma ignorante era un lastre. Cuan-do desapareciera por su avanzada edad don Porfirio, la na-ción volvería a caer en otra dictadura.

En cambio, en los mítines que comenzamos a organizarpor las barriadas pobres y populosas, especialmente conelemento obrero, nuestro éxito empezó a producirnosasombro, a la vez que alarmaba al gobierno. Se.distinguíaen estas sesiones por su elocuencia juvenil, Roque Estrada.Yo fracasaba por mal orador y porque puesto en contactocon'la masa humilde me entraban unos ímpetus peligrososde sinc~ridad. Por ejemplo, un día hablé de que antes deintentar democracia y actividad política, el pueblo necesi-taba emprender la campaña del agua y del jabón. A pesarde mi intención pura, el consejo pareció a unos ofensivo, aotros impolítico y me dejó desilusionado de mi capacidaddemagógica. Continuamos las sesiones prescindiendo yo de

hablar y dedicado a la organización, redacción de las actasy el registro de las adhesiones.

Por la noche, en casa del licenciado Vázquez Gómez,los dos secretarios del Partido le ayudábamos a contestar lacorrespondencia que llegaba de todo el país. Madero acu-día también por allí a menudo. Conversando me habíaaconsejado el uso de no sé qué manual de oratoria que a élle había dado buenos resultados, pero: -Ahora -me dijo ,ya que no quiere hablar, lo haremos escribir-o Y.me encar-gó la dirección del semanario del partido, próximo a salir.Lo bautizamos El Antirreeleccionista, y lo estuve publican-do sin tropiezos dos o tres meses. Pronto la pequeña hojatuvo suscriptores en cada rincón de la República. En ellavaciamos nuestro encono c'ontra el régimen y el talentoinédito de no pocos compañeros. Sin embargo, no apuntóen él ninguna promesa de gran escritor, acaso porque durópoco la publicación. En cambio, en la oratoria, el Partidocreaba sólidos prestigios como el de Roque Estrada y el deBordes Mange!. También entre la nueva generación se dis-tinguía sin brillo, pero con talento, tenacidad y honestidad,Federico González Garza. En el grupo primitivo, nadie ob-tenía medro. Al contrario, la mayoría contribuíamos conuna suma mensual para los gastos de la oficina, a la vez queofrendábamos nuestro trabajo.

Fredo Arias de la Canal en la revista NORTE No. 248 (Julio-Agosto de 1972) escribió un editorial en homenaje póstumoal insigne orador español Félix Martí -Ibáñez:

Si cierto es que lo que más une a un pueblo son sus glo-rias o sus tristezas comunes, el enlace espiritual de sus co-munes recuerdos no puede ser otra cosa que la lengua quejunto con la historia componen los elementos básicos de lanacionalidad, pues lógico es que los grandes apologistas dela patria tengan por fuerza que ser los grandes retóricos,consumados oradores que tienen la facultad de amoldar la

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lengua a los más excelsos sentimientos. del espíritu, a losconceptos más abnegados de la humanidad, y a la dinámicavital de todo progreso; pero que con la demagogia puedendesviar el destino de las gentes hacia los profundos abismosde la guerra y del suicidio.

Egregios oradores han surgido en aquellos pueblos queposeían el concepto ideal de la dignidad, del amor propio,del buen nombre, del honor, -de la vergüenza, pueblos cu-yos hombres no cencebían la vida cuando se había perdidola honra, y de estos pueblos ha dado dos ejemplos la histo-ria: Grecia la descubridora de Europa y España la descubri-dora de América. Sólo los griegos y los españoles pudie-ron parir Horneros, Demóstenes, Camoens y Castelares, por-que los oradores de otras latitudes, aunque poseedores deingenio, no tenían epopeyas que contar, tales como las deestas dos ínclitas naciones.

Yo quiero ser español y sólo español; yo quiero ha-blar el idioma de Cervantes; quiero recitar los versos deCalderón; quiero teñir mi fantasía en los matices que lle-vaban disueltos en sus paletas Murillo y Velázquez; quie-ro considerar como mis pergaminos de nobleza nacionalla historia de Viriato y el Cid. . .(Del discurso en el Parlamento del 30 de julio de 1873.)

Es pues, la oratoria un arte en que se nota una rela-ción psicológica entre el retórico y el público, pues ésteparece captar las emociones de aquél, ora por conoci-miento, ora por intuición. Si sólo se siguieran las reglasestablecidas para la oratoria habría magníficos oradoresque no hay. Leamos estos versos de Sor Juana, en su poe-ma Para quien quisiere oír:

y todos los pueblos han adorado a sus oradores, a suspoetas, a sus fIlósofos, a sus escritores de genio, porqueen sus obras traen y conservan algo más que su ciencia ysu arte: traen y con~rvan el genio nacional. (De su His-toria del movimiento republicano en Europ.a. T. 111).

Su exordio fue Concepciónlibre de la infausta suerte;su vida la narración,la confirmación su Muerte,su epílogo la Asunción.

Por esta razón nos dice Castelar:

Recordemos a Demóstenes impugnando a Esquines:

Exordio, narración, confirmación y epI1ogo, son sólopartes de la oración, son sólo su estructura, su esqueleto.Leamos a Francisco José Artiga en su Epítome de la elo-cuencia española, cómo define: .

La República de Atenas no debía cambiar de conduc-ta a poco que estimase su propia gloria, la gloria de susantepasados y el juicio de la posteridad.

el exordio:

Observemos a Castelar identificarse con la gloria na-cional:

Por causar benevolenciay docilidad a un tiempoy atención que es lo más gratoque hace al orador discreto.

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la narración: Esta identificación la plasmó Artiga así:

Es un modo de ilustrarcon elegantes conceptosla cuestión, sermón o asuntode embajada, carta o cuento.

y es tanta la simpatíaque entre los hombres tenemosque si vemosreir, reimoslloramos, si llorar vemos.

la confirmación: El orador, para serio, debe de manejar los afectos, osea, sus sentimientos de manera despejada, variada, cla-ra y cuidadosa, pero sobre todo vigorosa.Oigamosa De-móstenes:

Es una prueba real,donde todo lo propuesto,y narrado lo defiendey prueba con argumentos.

El epílogo es la parteúltima, en donde el discretoorador con más primoresesgrime el valiente acero.

Pero no, atenienses, no habeis cometido falta algunaal arriesgaros por la salvación de la libertad de todos losgriegos, lo juro por aquellos de vuestros antepasados queexpusieron su vida en Maratón.

Escuchemos a Cortés:

Es un primor, un alarde,un rayo, donde el ingenio,hecho un tahur de elocuenciaarroja en él todó el resto.

Nun.ca hasta aquí se vio en estas Indias y Nuevo Mun-do, que españoles atrás un pie tornasen por miedo, niaun por hambre ni heridas que tuviesen (. . . ) porquenunca el español dice a la guerra de no, que lo tiene pordeshonra y caso de menos valer.

Ha de ser la mejor galaporque a los ya dichos textoshas de volver a vertirIoscon otros ricos conceptos.

Qué inflamación la de Castelar cuando nos dice:

.Es el orador un hombre cuyos sentimientos, cuyasemoctones y exaltaciones transmite al público, quiendeviene identificado con su sublimación y extasiado conlos bellos conceptos vertidos. Nos dice Angel Pulido quelos oyentes de Castelar se alzaban eI1masa "con tempes-tades de aplausos y orgasmos frenéticos que solamenteviéndolos se podían concebir"

. . . la patria, cuya historia es nuestra misma historia,cuya honra es nuestra misma honra, cuyos dolores sonnuestros dolores, cuyas esperanzas son nuestras esperan-zas, porque en su seno guarda las cenizas de nuestros pa-dres, las reliquias de todo lo que hemos respetado y que-rido; porque está amasada con la sangre de nuestros pro-genitores.

De los afectos nos dice Artiga:

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Mas han de ser tan ardientesque en tu voz estén ardiendoporque un carbón apagadonunca da a los otros fuego.

Leamos a Castelar en su discurso sobre la mujer. (Sevilla,abril de 1872):

Quizá no exista una alegoría que mejor represente la re-lación del orador con el escucha que la citada por José Ca-rral en la Aprobación que hace al libro de Artiga en el añode 1725.

D. Francisco de Artiga merece llamarse Hércules de laelocuencia española, y que en el templo de la erudición yde la fama le pinten del mismf) modo que el famoso juris-perito Andrés Alciato pintó en un emblema al Hércules Gá.lico con unas cadenas de oro, que saliendo de su boca, apri.sionaban muchos hombres, los cuales estaban gustosamen-te pendientes de la boca de aquel héroe, bien hallados en laprisión de su elocuencia, que no infama, antes acredita la no-bleza del albedrío.

,

Beatrice, esparciendo las luminosas estrellas recogidasen el cielo sobre el alma del poeta; en el siglo XIV, Lau-ra trayendo la miel de la inspiración en sus labios.

y libemos la miel de su discursode ingresoa laRealAca-demia de la J;.engua:

. .. se levanta nuestra lengua. De varias y entrelazadasraíces; de múltiples y acordes sonidos; de onomatopeyastan músicas que abren el sentir a la adivinación de las pa.labras antes de saberlás.

Leamos a Artiga:

Observemos que los oradores como los poetas "se venarrastrados por un entusiasmo igual al de las bacantes, queen sus movimientos y embriaguez sacan de los ríos leche ymiel", como nos lo dice Sócrates en el.Ion.

Pero como todo buen orador tiene alma de poeta es unNarciso que le agrada mirarse en el espejo de sus fuentesestéticas, corriendo el peligro de ahogarse como lo hizo eldios mitológico. Todo orador juega con la idea de la mUer-te y le imbuye a su auditorio una emoción de temor-placer.Oigamos a Demóstenes:

,Tal parece que el orador al vertir sus melodiosas senten-

cias está alimentando con leche y miel a los sedientos oyen-tes, quienes extasiados de tanta belleza espiritual prorrum-pen en estallidos de agradecimiento.

En cuyo enriscado monte (Parnaso)pródiga Heliconda abundatantas fuentes de agudezacomo tropos y figuras.

. . . aquellos que han librado combate naval, ya en Ar.temis¡i, cuyos cuerpos reposan en las tumbas públicas. Elestado les concedió a todos los mismos honores, la mis-ma sepultura.

De las cuales los raudalesde elegancia se apresurana saciar como cristalesla ardiente sed de las musas.

Escuchemos a Cortés:

y porque veais ser esto y todo lo que dicho tengo, asíquiero probarlos y probaros contra'los de Tepeacac, quemataron los otros días doce españoles; y si mal nOS.6uce.

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diere la ida, haré lo que pedís, y si bien, hareis lo que osruego.

Leamos a Artiga:

nalidades a la retórica que son: enseñar, deleitar, y conmo-ver. Que se reducen a lo ya dicho por los griegos.

En el libro tercero de Diálogo de las Leyes. nos ofrecepor boca de Marco:

Nada fuimos

nada somos, nada hacemosen la nada de las nadasque es la nada del entierro.

En cuanto al Senado no es cosa difícil, porque el se-nador menos debe buscar palabras agradables para el queescucha, que honrosas para sí mismo. Tres cosas se le or-denan: estar presente, pOl'que el número aumenta la au-toridad; hablar en su turno, es decir, cuando se le pre-gunta su opinión; y hacerlo con mesura, por temor deque sea interminable, porque la brevedad, no solamenteen el senador, sino en cualquier orador, es gran méritopara una opinión. Jamás deben pronunciarse largas ora-ciones, a no ser cuando el Senado se extravíe,. cosa quecon mucha frecuencia procede de la ambición: si en estecaso no interviene algún magistrado, es útil ocupar todala sesión, o bien cuando el asunto es tan importanteque se hacen necesarios todos lós recursos del orador pa-ra convencer o instruir. En ambos géneros sobresale nues-tro gran Catón.

Meditemos sobre esta arenga de Castelar:

. . . todos los hombres, todos los pueblos, lo mismolos cosacos de Moscú, que los atenienses. . . todos vuel-ven hacia esta tierra los ojos, y todos enseñan, mostran-do a los suyos nuestras ruinas humeantes, cómo se peleacontra los invasores, y cómo se muere por la libertad ypor la patria. (Discurso del día 3 de noviembre de 1870).

Haciendo un poco de historia de la retórica vemos cómolos griegos la consideraban un arte liberal que de acuerdocon Gorgias: "su finalidad principal era la persuasión", sibien es cierto que ayudada por otras dos artes liberales: lagramática -arte de escribir y hablar correctamente- y la ló-gica -arte de pensar correctamente. Nos dice Aristótelesen su Retórica que la habilidad oratoria consiste en: "(1)razonar lógicamente, (2) comprender el carácter y bondadhumanos en sus varias formas, y (3) comprender las emo-ciones. . . para saber sus causas y la manera en que éstas seexcitan", con lo que nos da a entender el maestro que laretórica .necesita por fuerza de la psicología y de la ética.Divide pues Aristóteles la retórica en tres partes, la primeraconcerniente a la invención, la segunda a la disposición uorden del discurso, y la tercera a los problemas de expre-sión. La invención persuade, la disposición estructura y laexpresión estila. Por otro lado, Cicerón le atribuye tres fi-

Madariaga nos dice que así como el hombre de p~nsa-miento se debe a la verdad, el hombre político se debe a laacción. Es por lo tanto la oratoria un arma poderosa de per-suasión en manos del político, quien, como todo ser.huma-no, en ocasiones se deja llevar por sus fantasías de omnipo-tencia y de rescate que ayudadas de alguna creencia dog-mática; de hecho, ha llevado a los pueblos a la guerra civil,puesto que la demagogia es un arma mortal que utilizanaquellos que tienen una gran predisposición inconscientehacia la autodestrucción, por lo que irremisiblemente lle-van a sus pueblos al matadero. Es pues de considerarse se-riamente que el demagogo es el enemigo civil número uno.

Castelar fue un hombre que sufrió el tormento de cono-cer cuan peligrosa era su palabra, y de las semillas que ha-

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bía plantado su pasión habría de arrepentirse amargamentecuando vio crecer las plantas de la violencia. Escuchémoslo:

¿Queréis una democracia demagógica? ¡Ah, señores!Si yo fuera elocuente, si yo tuviese las lenguas de fuegollovidas por el espíritu divino sobre la cabeza de los após-toles, si yo poseyera esa luz de la inspiración, si yo pu-diera recoger el genio de la palabra que vaga por este re-cinto que tan grandes oradores ha suscitado, y pudieraprenderla a mis labios condensándolo en una fraSe, osrogaría rendido y casi de rodillas que no produjerais lareacción, porque trae las revoluciones; que dierais seguri-dad en el puesto de todas las libertades a la santa madreque llora las insensateces de sus hijos, al objeto de nues-tro culto, al ídolo de nuestra vida, a nuestra hermosa ydesgraciada España. (Discurso en el Parlamento del 17de noviembre de 1876).

tó a comprender con cuanta exactitud la patria era unser real, dotado de carne, sangre y nervios, de tempera-mento y hábitos, de idiosincrasiay fatalidadesbiológicashereditarias. . . , y que, por esto, violentar los resortesde su organizacióny las leyes de su existenciacon altera-ciones y cambios bruscos, era condenarla a gravísimasenfermedadesy a peligrosde muerte.

El Premio Vasconcelos1970 Félix Martí Ibáñez en su artícu-lo La palabra hablada, el vasto mural (MDen Español, marzo1970), nos ofrece su experiencia en el campo de la retórica,en estos fragmentos:

LA IMPROVlSACION ORA:rORIA

Mal calculador entonces de las tremendas e incontras-tables fuerzas que rigen la vida de los puebJos y las evo-luciones de la historia, entregado a la deplorable inexpe-riencia en que incurren las ardientes imaginaciones delos apasionados políticos, siempre fáciles a la obra de de-satar tempestades que luego no pueden reprimir, no acer-

Puedo hablar con cierta autoridad sobre la improvisaciónen oratoria. En España, mi país natal, durante muchos años,y en especial durante los tres años de la mal llamada Gue-rra Civil, tuve que alternar mi trabajo médico y literariocon la oratoria. Pronuncié entonces más de mil conferen-cias, charlas, discursos y arengas, con frecuencia improvisa-dos, y siempre -fiel a la. tradición oratoria española- sinayuda de una sola nota escrita. A menudo dirigí la palabraa más de sesenta mil personas congregadas en plazas de to-ros; en una ocasión, mi discurso duró cuatro horas. Y nohay que olvidar que la oratoria en España -tierra de orado-res- requiere que el discurso sea erudito, florido, lírico, ar-quitectónico, sinfónico, emotivo, humorístico, ideológico,inspirado e inflamado. El público, educado en una escuelade alta oratoria, así lo exige del orador. Pero sólo el oradorsabe las interminables semanas de lectura, escritura, medi-tación y desvelo que exige cada "improvisación".

Más tarde habría de defenderse agresivamente Castelarante un reproche que más que de índole exterior proveníade su propia conciencia, en su discurso en el Parlamentodel 28 de febrero de 1878:

Sí, desgraciados, confesad que somos los artífices úni-cos de nuestras desgracias.

El propio biografo de Castelar: Angel Pulido resumió enestas palabras la tragedia del más grande orador de todoslos tiempos:

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LA CORTINA DE PAPEL

¿PRONUNCIAR UNA CONFERENCIA DE MEMORIA OLEERLA?

más elevada forma de enseñar si se trata de una conferen-cia didáctica, pedagógica, destinada a enseñar algo relativoa las ciencias, la medicina, las artes, las letras, la historia, lasociología, u otras ramas del saber.

En el caso de la conferencia lírica o literaria, lo ideal espronunciarla sin necesidad de leerla. Ello requiere a vecessemanas o aun meses de preparación, pensando y organi-zando el material básico sobre el que se va a hablar, mas nola forma en que se presentará, que ello le roba toda su es-pontaneidad y encanto a la conferencia. Las ideas del con-ferenciante, su tesis, su narración deben estar muy bienmeditadas, pero la forma en que va a engalanar su pensa-miento ha de fluir a medida que habla para dar así la opor-tunidad al público, en primer lugar de asistir al maravillosoproceso de la conversión espontánea de ideas, cqnceptos ycreencias, en palabras, oraciones y párrafos, y en segundotérmino para lograr una mayor identificación espiritual en.tre el orador y el oyente, quien -al unísono con el orador-traduce en su mente y con sus propias palabras lo que escu-cha. Ese oyente es un colaborador del conferenciante, pasi-vo, si se quiere, pero colaborador al fin, que los buenosoradores y conferenciantes se guían a menudo por el inte-rés, la actitud y los gestosde su público. .

En conferencias muy largas y esmaltadas de muchos da-tos, citas y aun fechas -pese a lo enemigo que soy, tantoen mis escritos como en mis conferencias, de dar f~chas-,el texto puede escribirse de antemano siempre que el con-ferenciante recuerde que lo que está escribiendo es para serleído, y que por lo tanto debe extremar su claridad, luci-dez, precisión, eufonía y brevedad. Sobre todo, debe man-tener un estilo "oral", hacer que las palabras escritas, leí-das con voz y dicción puras y claras, resuenen como partedel diálogo espiritual sostenido en la sala entre el conferen-ciante y cada individuo del público. Los dos oradores másgrandes de la Historia han sido asimismo maestros en el ar-

La conferencia literaria, lírica o histórica bien preparadano debe ser leída, pues la cortina de papel aisla al conferen-ciante del público, ni tampoco debe ser recitada de memo-ria, porque entonces pierde su calor y espontaneidad. Debeestar minuciosamente p~eparada en cuanto al contenido ya la 'forma, pero no en cuanto a las palabras que se van aemplear. Las ideas, la técnica para expresarlas, han de estaresmerada y artísticamente preparadas; pero las palabras de.ben ,fluir espontáneamente e ir revistiendo el pensamientodel orador en presencia misma del público. Este es el únicomodo de convertir,la conferencia en auténtico acto crea.dor, en el cual participe el público de modo dinámico, alasistir al noble esfuerzo del conferenciante por ofrecerleese mágico momento de la creación oratoria en que lasideas, que brotan desnuditas y tiritando de su mente, sevan ataviando, ante los ojos de todos, con el rico, policro-mo y cálido ropaje de bellos vocablos, vibrantes de luz ymusicalidad.

Esa conferencia es una obra de arte superior a cualquierotra del ser humano, porque puede el hombre desarrollarlasin más ayuda que su conocimiento del tema, los maticesde su voz y el movimiento de sus manos; palabras y adema-nes con los que puede pintar, cincelar, componer una sona-ta verbal, dirigir el raudo ballet de las palabras que escenifi-quen el drama de las ideas en el teatro encantado de la ora-toria.

Yo considero la conferencia como la suprema forma deesclarecimiento y diversión intelectual, ya se trate de unaconferencia lírica, literaria, poética o narrativa; o como la

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te de la conferencia; un estadista y escritor español del si-glo pasado, Emilio Castelar, y un conferenciante contem-poráneo, español también, ultramoderno en su técnica ysus enfoques líricos, Federico García Sanchiz, cuya obraoratoria ha quedado por desgracia casi totalmente inédita,pues jamás podría reproducirse por escrito la gracia de susgestos o su magnífica y vibrante elocución.

Sigmund Freud, otro brillante orador, pronunciaba susconferencias sin leerlas y después, en la soledad de su des-pacho, ornamentado como una salita romántica de princi-pios del siglo XIX, las escribía, recordando exactamentecuanto había dicho. De ahí la claridad "oratoria" de sus es-critos, su vocabulario "popular" y preciso y su estilo "ver-bal", que hace que cuando le leemos, en realidad le este-mos escuchando.

Además de servir para impartir conocimiento, tienen laspalabras otra misión importantísima qué es la de acercar-nos unos a otros y, al hablarnos, trocar nuestra soledad cós-mica en compañía, mediante el mágico acto del diálogo.Esa es acaso la misión más noble de las palabras, ser vehí-culo de sincera amistad entre los hombres, pues en el hu-milde acto de encontrarse dos hombres y hermanarse me-diante las palabras de un saludo, se cimentan las bases hu-manas de la Historia con toda su gloria y grandeza.

SOCRATES (470-399 a.C.)ANTE SU MUERTE *

A continuación y a manera de bocadillos de estética concep-tual, ofrecemos a los estudiosos de retórica u oratoria, arte debien decir y escribir palabras que deleitan, conmueven, persua-den y motivan, una serie de los más elocuentes discursos en lahistoria occidental:

En verdad, atenienses, por demasiada impaciencia y preci-pitación vais a cargar con un baldón y dar lugar a vuestros en-vidiosos enemigos a que acusen a la república de haber hechomorir a Socrates, a este hombre sabio porque, para agravarvuestra vergonzosa situación, ellos me llamarán sabio aunqueno lo sea. En lugar de que si hubieseis tenido un tanto de pa-ciencia, mi muerte venía de suyo y hubieseis conseguido vues-tro objeto, porque ya veis que, en la edad que tengo, estoybien cerca de la muerte. No digo esto por todos los jueces~sino tan sólo, por los que me han condenado a muerte y aellos es a quienes me dirijo. ¿Creéis que yo hubiera sido con-denado si no hubiera reparado en los medios para defender-me? ¿Creéis que me hubieran faltado palabras insinuantes ypersuasivas? No son las palabras~ atenienses, las que me hanfaltado; es la impudencia de no haberos dicho cosas que hu-bierais gustado mucho de oír. Hubiera sido para vosotros unagran sat!sfacción haberme visto lamentar, suspirar, llorar, su-plicar y cometer todas las demás bajezas que estáis viendo to-dos los días en los acusados. Pero, Emmedio del peligro, no he

* Diálogos de Platón. Editorial Porrúa. México 1971

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creído que debía rebajarme a un hecho tañ cobarde y tan ver-gonzoso y, después de vuestra sentencia, no me arrepiento deno haber cometido esta indignidad, porque quiero más morirdespués de haberme defendido como me he defendido que vi-vir por haberme arrastrado ante vosotros. Ni en los tribunalesde justicia ni en medio de la guerra debe el hombre honrado'salvar su vida por tales m~dios. Sucede muchas veces, en loscombates, que se puede salvar la.vida muy fácilmente arrojan-do las armas y pidiendo cuartel al enemigo y lo mismo sucedeen todos los demás peligros; hay mil expedientes para evitarla mue.rte cuando está uno en posición de poder decirlo todoo hacerlo todo. ¡Ah, atenienses, no es lo difícil evitar la muer~te; lo es mucho más e.vitar la deshonra, que marcha más ligeraque la muerte! Esta es la razón porque, viejo y pesado comoestoy, me he dejado llevar por la más pesada de las dos, lamuerte; mientras que la más ligera, el crimen, está adherida amis acusadores, que tienen vigor y ligereza. Yo voy a sufrir lamuerte, a la que me habéis condenado; pero ellos sufrirán lainiquidad y la infamia a que la verdad los condena. Con res-pecto a mí, me atengo a mi castigo y ellos se atendrán al suyo.En efecto, quizá las cosas han debido pasar así y, en mi opi-nión, no han podido pasar de mejor modo.

¡Oh, vosotros que me habéis condenado a muerte, quieropredeciros lo que os sucederá, porque me veo en aquellos mo-mentos' cuando la muerte se aproxima en que los hombresson capaces de profetizar el porvenir! Os lo anuncio, vosotrosque me hacéis morir: vuestro castigo no tardará cuando yohaya muerto y será, por Zeus! más cruel que el que me impo-néis. En deshaceros de mí sólo habéis intentado descargarosdel importuno peso de dar cuenta de vuestra vida, pero os su-cederá todo lo contrario; yo os lo predigo.

Se levantará contra vosotros y os reprenderá un gran núme-ro de personas, que han estado contenidas por mi presencia,aunque vosotros no lo apercibáis; pero, después de mi muer-te, serán tanto más importunos y difíciles de contener, cuan-to que son más jóvenes, y más os irritaréis vosotros, porque si

creéis que basta matar a uno para impedir que otros os echenen cara que vivís mal, os engañáis. Esta manera de libertarsede sus censores oí es decente ni posible. La que es a la vezmuy decente y muy fácil es no cerrar la boca a los hombres,sino hacerse mejor. Lo dicho basta para los que me han con-denado y los entrego a sus propios remordimientos.

Con respecto a los que me habéis absuelto con vuestros vo-tos, atenienses, conversaré con vosotros con el mayor gusto,mientras que los Once estén ocupados y no se me conduzca alsitio donde deba morir. Concededme, os suplico, un momen-to de atención, porque nada impide que conversemos juntos,puesto que da tiempo. Quiero deciros, como amigos, una cosaque acaba de sucederme y explicaros lo que significa. Sí, jue-ces míos (y llamándoos así no me engaño en el nombre); meha sucedido hoy una cosa muy maravillosa. La voz divina demi demonio familiar, que me hacía advertencias tantas vecesy que en las menores ocasiones no dejaba jamás de separarmede todo lo malo que iba a emprender, hoy, que me sucede loque veis y lo que la mayor parte de'los hombres tienen por elmayor de todos los males, esta voz no me ha dicho nada, niesta mañana cuando salí de casa, ni cuando he venido al tri-bunal, ni cuando he comenzado a hablaros. Sin embargo, meha sucedido muchas veces que me ha interrumpido en ~ediode mis discursos y hoya nada se ha opuesto, haya dicho o he-cho yo lo que quisiera. ¿qué puede significar esto? Voy a de-círoslo. Es que hay trazas de que lo que me sucede es Un granbien y nos engañamos todos, sin duda, si creemos que la muer-te es un mal. Una prueba evidente de ello es que si yo no hu-biese de realizar hoy algún bien, el dios no hubiera dejado deadvertírmelo como acostumbra.

Profundicemos un tanto la cuestión, para hacer ver que esuna esperanza muy profunda la de que la muerte es un bien.

Es preciso de dos cosas una: o la muerte es un absolutoanonadamiento y una privación de todo sentimiento o, comose dice, es un tránsito del alma de un lugar a otro. Si es la pri-vación de todo sentimiento, un dormir pacífico que no es tur-

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bada por ningún sueño, ¿qué mayor ventaja puede presentarla muerte? Porque si alguno, después de haber pasado una no-che muy tranquila sin ninguna inquietud, sin ninguna turba-ción, sin el menor sueño, la comparase con todos los demás

. días y con todas las demásnoches de su viday se le obligaseadecir, en conciencia, cuántos días y noches había pasado quefuesen más felices que aquella noche, estoy persuadido deque no sólo un simple particular, sino el mismo gran rey, en-contraría bien pocos y le sería muy fácil contarlos. Si la.muer-te es una cosa semejante, la llamo con razón un bien; porqueentonces el tiempo, todo entero, no es más que una larga no-che.

Pero si la muerte es un tránsi~o de un lugar a otro y si, se-gún se dice, allá abajo está el paradero de todos los que han

.vivido, ¿qué mayor bien se puede imaginar,jueces míos? Por-que si al dejar los jueces prevaricadores de ~ste mundo, se en-cuentra en los infiernos a los verdaderos jueces, que se diceque hacen allí justicia, Minas, Radamanto, Eaco, Triptolemoy todos los demás semidioses que han sido justos durante suvida, ¿no es éste el cambio más dichoso? ¿A qué precio nocompraríais la felicidad de conversar con Orfeo, Museo, He-síodo y Homero? Para mí, si es esto verdad, moriría gustosomil veces. ¿Qué transporte de alegría no tendría yo cuandome encontrase con Palamedes, con Ayax, hijo de Telamón, ycon todos los demás héroes de la antigüedad que han sido víc-timas de la injusticia? ¡Qué placer el poder comparar misaventuras con las suyas! Pero aún sería un placer infinitamen-te más grande para mí pasar allí los días, interrogando y exa-minando a todos estos personajes, para distinguir los que sonverdaderamente sabios de los que creen serio y no lo son.¿Hay alguno, jueces míos, que no diese todo lo que tiene en elmundo por examinar al que candujo un numeroso ejércitocontra Troya, u Odisea o Sísifo, y tantos otros, hombres ymujeres, cuya conversación y examen serían una felicidadinexplicable? Estos no harían morir a nadie por este examen,porque, además de que son más dichosos que nosotros en to-

das las cosas, gozan de la inmortalidad, si hemos de creer lo quese dice.

Esta es la razón, jueces míos, para que nunca perdáis las es-peranzas aun después de la tumba, fundados en esta verdad:que no hay ningún mal para el hombre de bien ni durante suvida ni después dé su muerte; y que los dioses tienen siemprecuidado de cuanto tiene relación con él; porque lo que en es-te momento me sucede a mí no es obra del azar y estoy con-vencido de que el mejor partido para mí es morir desde luegoy libertarme así de todos los disgustos de esta vida. He aquípor, qué la voz divina nada me ha dicho en este día. No tengoningún resentimiento contra mis acusadores ni contra los queme han condenado, aun cuando no haya sido su intención ha-cerme un bien, sino, por el contrario, un mal, lo que sería unmotivo para quejarme de ellos. Pero sólo una gracia tengo quepedirles. Cuando mis hijos sean mayores, os suplico los hosti-guéis, los atormentéis como yo os he atormentado a vosotros,si veis que prefieren las riquezas a la virtud y que se creen al-go cuando no son nada; no dejéis de sacarlos a la vergüenza sino se aplican a 10 que deben aplicarse y creen ser lo que no.son; porque así es como yo he obrado con vosotros. Si meconcedéis esta gracia, lo mismo yo que mis hijos no podremosmenos de alabar vuestra justicia. Pero ya es tiempo de q1(enos retiremos de aqul, yo para monr, vosotros para vivir. ¿En-tre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo quenadie sabe, excepto Dios.

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* Sobre la Corona.

nas en ningún tiempo ha preferido una seguridad vergonzosaa los riesgos y peligros honrosos. ¿Quién de los griegos, quiénde los bárbaros ingnora que los tebanos, que los lacedemo-nios, que tenían el poder antes que ellos, que el Rey de Per-sia, nos hubieran dejado con gusto todas nuestras posesionesy hasta nos hubiesen concedido todas nuestras demandas, sihubiéramos querido recibir la Ley, y permitir que otro man-dase a lps griegos? Pero indudablemente esta conducta nú erasoportable para los atenienses; no estaba ni en sus costumbresni en su naturaleza; no, jamás se ha porlido persuadir a la Re-pública de Atenas a que se sometiera a pueblos poderosos einjustos, ni que comprase su salvación a costa de su libertad;por el contrario, en todos los tiempos se ha visto combatirpor la preeminencia y arriesgar por el honor y por la gloria;y este modo de proceder os parece tan hermoso, t&nconfor-me a vuestro carácter, que colmáis de elogios a aquellos devuestros antepasados que lo han seguido, y tenéis razón.¿Quién no admiraría, en efecto, el valor y la resolución deesos grandes hombres, que, abandonando su ciudad y su país,han tripulado sus barcos para evitar el someterse a la voluntadde otros? Temístocles, que les daba este consejo, fue elegidogeneral; Cyrsilo, que les aconsejaba someterse, fue lapidadopor vosotros y no solamente él, sino que hasta su mujeJ.'fueapedreada por las vuestras; porque los atenienses de entonces,no buscaban un orador ni un general que les procurase unadichosa esclavitud; aquellos altivos republicanos hubierim pre-ferido no vivir a vivir esclavos. Cada uno de ellos pensaba queno había nacido solamente para sus padres y para sus parien-tes, sino p'ara su patria ante todo.

Si pues, me atreviese a decir que soy yo, Demóstenes, quienos inspiraba sentimientos dignos de vuestros antepasados nohabría nadie que no tuviese el derecho de reprenderme, perodeclaro que vuestras magnánimas resoluciones han producidode vosotros mismos; demuestro que la República pensaba an-tes que yo con la misma nobleza, al mismo tiempo que sos-tengo haber coadyubado a sus esfuerzos generosos, y el acusa-

DEMOSTENES (384-322 a.C.)

ANTE LA DERROT ADE QUERONEA *

Aun cuando el porvenir hubiera sido conocido de todos losatenienses,. Y todos los atenienses hubieran previsto que tú,Esquines, hubieses predicho nuestra derrota anunciándola avoz en cuello, tú, que no has abierto la boca, la República deAtenas no debía cambiar de conducta a poco que estimase supropia gloria, la gloria de sus antepasados Yel juicio de la pos-ter~dad. Ahora se ve que ha fracasado en una empresa, comopuede ocurrir a todos los hombres, si así place al Ser Supre-mo, pero entonces se la h1,1bieraacusado de haber pretendidomandar a los griegos entregándolos a Filipo, si hubiera desisti-do de aquella pretensión. Si hubiera cedido sin combate esascosas importantes por las cuales nuestros padres han desafia-do todos los peligros ¿Quién no hubiera sentido el más pro-fundo desprecio por ti, Esquines?; porque este desprecio nohubiera caído ni sobre la República ni sobre mí, su ministro.¿Con qué ojos ¡dioses poderosos!, veríamos acudir aquí a to-dos los griegos que hubieran empuñado las armas sin noso-tros, para oponerse a semejante deshonor, si Filipo hubiera si-do nombrado jefe y árbitro de la Grecia? y esto cuando Ate-

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dor al imputármelo todo a mí solo y al animaros contra mí,como si yo fuera la causa de vuestros peligros y de vuestrasalarmas, no trata sino de arrebatarme una corona en el tiem-po presente, pero os rob3l'ía a vosotros, al mismo tiempo, loselogios de los siglos que están por venir. Porque si condenan-do al autor del decreto, censuráis mi administración, parecéis'haber cometido una falta y no haber conocido los injustos ri-gores de la fortuna. Pero, no atenienses, no habéis cometidofalta alguna al arriesgaros por la salvación de la libertad de to-dos los griegos; lo juro por aquellos de vuestros antepaSadosque expusieron su vida en Maratón, y por aquellos que la ciu-dad de Platea ha visto formados en batalla, y por aquellos quehan librado combate naval, ya en Artemisa, cuyos cuerpos re-posan en las tumbas públicas. El Estado les concedió a todoslos mismos honores, la misma sepultura; sí, Esquines, a todos,no solamente a aquellos cuyo valor fue secundado por la for-tuna. Esta conducta era justa; todos habían' cumplido con sudeber de valientes, pero su suerte fue la que el soberano Serdestina a cada uno.

Después de esto, calumniador execrable, miserable escriba-no, a fin de arrebatarme con la corona la estimación y la be-nevolencia de los atenienses, no has detallado las bellas accio-nes, los combates, los trofeos de nuestros antepasados; ¿teníaesta causa necesidad de tales consideraciones? . . . en cuanto amí, orador de la República que quería incitarla a combatirpor la preeminencia ¿qué sentimientos, histrión indigno, de-biera manifestar en la tribuna?, ¿los de un hombre capaz deaconsejarle bajezas? La muerte hubiera sido entonces mi justarecompensa.

Por .último, atenienses, no se deben juzgar de igual modolas causas -de los particulares y las causas importantes que in-teresan al gobierno; la única ley que se debe cQnsultar es lagloria de nuestros mayores.

A vista de esto, me preguntas Esquines ¿por qué virtudespretendo que se me decreten coronas? Pues yo te respondosin titubear: porque en medio de nuestros magistrados y de

nuestros oradores, generalmente corrompidos por Filipo yAlejandro, siendo tú el primero de ellos, he sido el único aquien ni las delicadas y críticas circunstancias, ni las persua-ciones, ni las promesas magníficas, ni la esperanza, ni el te-mor, ni el favor n~cosa alguna de este mundo me han podidomover a que desista de lo que creía favorable a los derechos eintereses de la patria: porque cuantas veces he aventurado miparecer y mis 'propios consejos, no lo he hecho como tú, cualmercenario, que semejante a una balanza siempre se inclina aJlado que recibe más peso; sino que una intención justa y recta.ha dirigido siempre todos mIs pasos; porque en fin, llamado yexaltado más que ninguno otro de mis tiempos a,los primerosempleos, los he servido y desempeñado con una religiosidadescrupulosa y con una perfecta integridad. Por esto. pido quese me decreten coronas.

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