ERNESTO SINATRA Los Nuevos Adictos
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ERNESTO SINATRA
“La soledad globalizada es un síntoma de época”
En L@s nuev@s adict@s, el psicoanalista Ernesto
Sinatra explora cómo la particularidad del consumo de
tóxicos se anuda con las transformaciones de hombres y
mujeres respecto de esas sustancias y de la implosión de
la categoría de género.
20.09.2013 - 19:40
La implosión del género en la feminización del mundo es el subtítulo de este volumen que
publica la casa Tres Haches.
Sinatra es psicoanalista y co-fundador del TYA (red internacional del campo freudiano en
toxicomanía y alcoholismo); es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP)
y de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL).
Entre otros libros, publicó La racionalidad del psicoanálisis, Nosotros los hombres, ¿Todo
sobre las drogas? y Las entrevistas preliminares y la entrada en análisis.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿Quiénes son los "nuevos" adictos, y en qué se diferenciarían de los "viejos"? El modo
en el que lo escribís tiene desde el inicio una particularidad…
S : Sí, es así. En primer lugar, el título del libro es -en verdad- impronunciable. Es resultado
de la variación de los usos del lenguaje en las prácticas cotidianas de los ciudadanos y los
consumidores actuales. Al escribir nuev@s adict@s con el signo arroba, se denotan dos
rasgos de la época: la web-globalización y la impronta producida en los usos de la lengua
por las batallas del género –p.ej. @ no es índice de masculino o femenino, designa de un
modo neutro, en este caso: inclusivo.
Los nuev@s adict@s obedecen a la globalización hiper-moderna; es necesario circunscribir
el escenario del capitalismo contemporáneo realizado como democracia de mercado en
Occidente, para leer desde allí las transformaciones actuales de hombres y mujeres en su
relación con los tóxicos contemporáneos. Desde los tradicionales adictos al alcohol y a las
drogas se pasó a los consumidores actuales, que emplean sustancias cada vez más
sofisticadas. Pero además existe una variedad de consumos tan extendida como lo son las
acciones que denotan los más diversos modos de gozar: work-alcoholics; cyber-adictos;
tele-adictos; ludo-adictos; sexo-adictos; personas tóxicas...por lo antedicho la lista es
interminable.
El libro es un work in progress de una investigación que lleva años y está atravesado por
una hipótesis con la que pretende demostrar algunos alcances en la civilización, a partir de
la secuencia: de (1) la caída del padre -se sigue- (2) el declive de lo viril -a lo que responde-
(3) la feminización del mundo. Puede constatarse que la crisis actual de las normas se
corresponde con la caída del padre, y con el declive de lo viril. Desde los fenómenos que
muestran el descenso de la autoridad, que preocupa a los educadores tradicionales y -sobre
todo- a los encargados de llevar adelante políticas de Estado (en educación). Y no menos -
hoy más que nunca- las mujeres que se lamentan de no conseguir verdaderos hombres.
T : ¿A qué se refiere y cómo opera en la época esta categoría de la feminización del
mundo?
S : La feminización del mundo el tercer peldaño que la caída del padre inició. Desde el
logro, legítimo de los derechos de igualación de las mujeres con los hombres -en el plano
laboral, social, político, etcétera, lo que ha llevado a que por primera vez en nuestro
continente existan mujeres presidentas. Y la promoción de lo que se ha adjudicado a la
sensibilidad femenina, privilegiando la promoción del detalle, la capacidad de escucha, la
intuición. Es decir, la política de la sensibilidad (adjudicada) frente al tradicional imperio
de la razón (asociada con lo masculino).
Pero que la feminización del mundo designe este proceso no es un hecho fortuito ni una
mímesis de una formulación socio-antropológica, sino la apropiación de una interpretación
lanzada por Jacques-Alain Miller con la que leemos los fenómenos de la globalización
regidos por la lógica del No-Todo. Se trata de las consecuencias de que la autoridad del
padre en Occidente ya no es lo que era. Por medio de la consideración teórica de los
procesos estructurales de la sexualidad humana -designados como fórmulas de la sexuación
por Jacques Lacan- es posible localizar la transformación que introduce la globalización. El
lugar que simbólicamente ha encarnado el padre ha sido el de la excepción, el de al-menos-
uno que dice no al goce designa el principio de la autoridad. En esta lógica, es la función de
la excepción la que permite cerrar el conjunto universal, construir el Todo que constituye a
las sociedades humanas. Pero ¿qué sucede cuando no funciona la excepción que el Padre
encarnaba?
El Todo no puede constituirse. Miller concluye que la estructura de la globalización no
obedece a la configuración tradicional de las sociedades tradicionales, sino que es afectada
por la extracción de la excepción. Ello tiene una consecuencia precisa: el desplazamiento
hacia el Otro lado de las fórmulas de la sexuación, el No-Todo, con la que caracterizamos a
lo femenino. Es necesario precisar que estas fórmulas indican, para Lacan, lugares de
inscripción de los cuerpos, y no necesariamente distribución de hombres y mujeres. Se trata
de elecciones inconscientes de sexo que operan para cada sujeto. En ausencia del Todo-
Unificante, eso siempre muestra su inconsistencia: proliferan micro-totalidades, sistemas
abiertos de configuración social -tribus urbanas, por ejemplo- integradas por individuos que
se agrupan a partir de una coalescencia del saber y del intento de hacer reconocer sus
formas de gozar.
T : Se cuestiona a los psicoanalistas por desentenderse de los cambios socio-políticos que
suceden en cada época. ¿Es realmente así?
S : Son los psicoanalistas los que hacemos existir el psicoanálisis, y de cada uno de
nosotros depende el modo de hacerlo existir. El psicoanalista debe hoy estar advertido de
las transformaciones socio-políticas de la sociedad, ya que esas transformaciones inciden en
las demandas que muestran el malestar contemporáneo de los ciudadanos -a los que se
suele identificar, aplastándolos, como consumidores.
Que existan en nuestro país leyes como la del matrimonio igualitario y la ley de identidad
de género modifican las condiciones del convivir, permitiendo que las minorías accedan a
sus derechos como nunca antes. Además, esos casos llegan a la consulta; es necesario estar
al tanto de sus particularidades sociales, políticas, legales, para evitar colocar en el lugar de
la ignorancia que se puede tener sobre el tema, los prejuicios de cada uno.
T : El consumo, o el poli-consumo, que responde hoy a la ‘orden’ de gozar, parece
impulsar un pasaje al acto generalizado ¿Qué diferencias tiene esa orden actual con la de
los tiempos freudianos?
S : Freud interpretó a su época: el malestar era el síntoma que mostraba que la renuncia
pulsional -¡hay que dejar de gozar! como mandato paterno de la civilización- no hacía
felices a los individuos, sino que por el contrario, reforzaba el circuito infernal de la
conciencia moral: el pensamiento, con su función de picasesos, encontró allí una
satisfacción en la aplicación misma de la norma, humillando al individuo. En esa época, la
Iglesia florecía valiéndose de ese circuito superyoico, instalando una negociación: renuncia
al goce; pero si has pecado puedes confesarte para expiar tus pecados; pero entonces
vuelves a gozar, y luego vuelves a la Iglesia para volver a expiar, etcétera.
Pero las cosas han cambiado. El imperativo actual de la civilización indica ¡hay que gozar!
El espectro híper-moderno del goce renueva sus desplazamientos de la cosquilla a la
parrilla. De un lado la cosquilla: el avance mediático del goce sexual -el todo para ver-
recaptura la implosión del género en sus variaciones (gays, lesbianas, bisexuales,
transexuales, inter-sexuales) transformando en comedia la desigual lucha por los derechos
de las minorías sexuales, ridiculizando sus demandas de reconocimiento social.
Y por el otro, la parrilla: criminalidad real ejercida sobre los cuerpos degradados por la
hipocresía del Otro social, en la pendiente que va desde la inseguridad urbana la violencia
de género y las -cada vez más frecuentes- sobredosis de los jóvenes (especialmente)
producidas por las drogas de diseño combinadas con alcohol. Así las cosas, los Estados
deben regular en el campo del goce, lo que hasta ayer era considerado un derecho divino,
no tan sólo natural: entre nosotros el matrimonio adviene igualitario y la identidad de
género deja de soldar cuerpo y sexo.
T : Si se piensa en comunidades organizadas por flujos inmanentes (no "líquidos"),
comunidades que se arman y se desarman donde el sujeto ya no cree siquiera en la
posibilidad de estar solo, ¿no cambiaría también el estatuto de la neurosis y por carácter
transitivo, el de la "adicción"?
S : Bien, toda acción humana propicia siempre una forma de satisfacción, la que debe ser
respetada en su singularidad y contextuada en el ámbito en el que se desarrolla. Adicción ya
es equivalente a forma de gozar. La función que cumple un tóxico (o varios) en la
economía libidinal de un individuo, puede no tener nada que ver con otro individuo, por
más semejante que fuere. Se trata de no llevar las clasificaciones técnicas al terreno de un
juicio moral, sino de incorporar las transformaciones de la intimidad. Existe un derecho
inalienable a la singularidad, el que debe ser respetado por cada terapeuta con cada
analizante.
T : Y la soledad, ¿qué decir de la soledad?, ¿tiene estatuto de síntoma social?
S : Para empezar, no es fácil estar solo. Para poder estar solo es necesario poder contar con
el vacío, y que eso no te arrastre. Sería para desarrollarlo, es un tema inquietante hoy. La
soledad globalizada es un concepto con el que quise destacar un síntoma de la época: la
soledad entre muchos, el desamparo real de los individuos, más acá y más allá de estar
acompañado por otros o -incluso- acompañados con sus dispositivos electrónicos de última
generación. Se puede estar solo entre muchos, seguir solo en las redes sociales, no dejar de
estar solo mientras uno se comunica por el celular o las tabletas electrónicas...con los
gadgets se intenta suturar el vacío estructural que afecta a los hablantes: la inexistencia de
una proporción entre los sexos.