España en las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907 · 2015-03-11 · ESTUDIOS ESPAÑA EN LAS...

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ESTUDIOS ESPAÑA EN LAS CONFERENCIAS DE LA HAYA DE 1899 Y 1907 Por M. VICTORIA LÓPEZ CORDÓN SUMARIO: 1. Introducción: 1.1 El reverso de la diplomacia del imperialismo: tenden- cias y movimientos para la paz. 1.2 La búsqueda de un arbitraje internacional.— 2. 1899: Entre el miedo y la esperanza: 2.1 La Primera Conferencia de La Haya. 2.2 La participación española. 2.3 Las repercusiones en la opinión pública — 3. 1907: La preparación de la guerra: 3.1 El desarrollo de la Conferencia. 3.2 La nueva posición española. 3.3 La adaptación a la realidad. 3.4 La difícil ratificación de las convenciones. 3.5 El debate parlamentario. 3.6 El debate en la prensa.— 4. A modo de conclusión. 1. INTRODUCCIÓN La celebración en Madrid de la Conferencia para la Cooperación y Seguridad Europea es una buena ocasión para reflexionar, con los ojos puestos en la historia, sobre la difícil utopía de la paz, y para analizar la contribución española a la consecución de este difícil logro. Nuestra historiografía, poco abundante en general en el estudio de cuestiones internacionales, es especialmente parca en el tratamiento de aquellos temas que no se plasman en compromisos políticos y mili- tares concretos, y olvida, con demasiada frecuencia, la participación teórica y práctica de muchos españoles a la causa de la unidad euro- pea y al desarrollo de unas relaciones internacionales pacíficas. Y no hay que remontarse a los grandes juristas del siglo xvi y comienzos del xvii: el trabajo y la obra de un Pi y Margall, de un Labra, de un Altamira o de un Madariaga, por poner algunos ejemplos de todos conocidos, pueden figurar sin rubor en cualquier antología del inter- nacionalismo, y la posición de las distintas delegaciones socialistas españolas en los congresos obreros fue siempre un modelo de coheren- cia en cuanto a su oposición al colonialismo y a la guerra, incluso cuando ambas cosas afectaban directamente a España. Si bien en el 703 Revista de Esludios Internacionales Vol. 3. Núm. 3. Julio-septiembre 1982

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ESTUDIOS

ESPAÑA EN LAS CONFERENCIAS DE LA HAYA DE 1899 Y 1907

Por M. VICTORIA LÓPEZ CORDÓN

SUMARIO:

1. Introducción: 1.1 El reverso de la diplomacia del imperialismo: tenden-cias y movimientos para la paz. 1.2 La búsqueda de un arbitraje internacional.—2. 1899: Entre el miedo y la esperanza: 2.1 La Primera Conferencia de La Haya.2.2 La participación española. 2.3 Las repercusiones en la opinión pública —3. 1907: La preparación de la guerra: 3.1 El desarrollo de la Conferencia. 3.2 Lanueva posición española. 3.3 La adaptación a la realidad. 3.4 La difícil ratificaciónde las convenciones. 3.5 El debate parlamentario. 3.6 El debate en la prensa.—4. A modo de conclusión.

1. INTRODUCCIÓN

La celebración en Madrid de la Conferencia para la Cooperacióny Seguridad Europea es una buena ocasión para reflexionar, con losojos puestos en la historia, sobre la difícil utopía de la paz, y paraanalizar la contribución española a la consecución de este difícil logro.Nuestra historiografía, poco abundante en general en el estudio decuestiones internacionales, es especialmente parca en el tratamientode aquellos temas que no se plasman en compromisos políticos y mili-tares concretos, y olvida, con demasiada frecuencia, la participaciónteórica y práctica de muchos españoles a la causa de la unidad euro-pea y al desarrollo de unas relaciones internacionales pacíficas. Y nohay que remontarse a los grandes juristas del siglo xvi y comienzosdel xvii: el trabajo y la obra de un Pi y Margall, de un Labra, de unAltamira o de un Madariaga, por poner algunos ejemplos de todosconocidos, pueden figurar sin rubor en cualquier antología del inter-nacionalismo, y la posición de las distintas delegaciones socialistasespañolas en los congresos obreros fue siempre un modelo de coheren-cia en cuanto a su oposición al colonialismo y a la guerra, inclusocuando ambas cosas afectaban directamente a España. Si bien en el

703Revista de Esludios InternacionalesVol. 3. Núm. 3. Julio-septiembre 1982

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mundo oficial corrían otros aires, no por eso debe ignorarse el papel,aunque fuera secundario, que como estado jugó en las primeras con-ferencias internacionales que se organizaron para intentar una auto-limitación de la fuerza y el establecimiento de unas ciertas garantíasde seguridad. Entonces, como ahora, la apertura exterior obligaba aenfrentarse con los problemas y a tomar posiciones, y esto era espe-cialmente importante para una potencia como España que se debatíaentre el aislamiento, manifestado dramáticamente en su desmantela-miento territorial, y la inseguridad más absoluta ante el nuevo ordeninternacional en el que debía integrarse l.

1.1 El reverso de la diplomacia del imperialismo: tendencias y movi-mientos para la paz

El período comprendido entre 1875 y 1914 aparece certeramente ca-lificado en nuestros manuales como el de la «paz armada»; el augedel imperialismo y del nacionalismo y la carrera de armamentos cons-tituyen la consecuencia del dominio de la fuerza en política y repre-sentan la contrapartida de los ideales romántico-humanitarios de laetapa anterior. La defensa de cualquier interés colectivo se hizo másutópica que nunca, e incluso cuando se asumían compromisos decarácter jurídico la supeditación -del menos fuerte resultaba eviden-te 2. Así, hasta casi los años noventa, los movimientos pacifistas pare-cieron desaparecer, para resurgir, sin embargo, con fuerza a partirde esas fechas y crecer en importancia, aunque parezca paradójico,hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. ¿Por qué este rena-

1 Sobre la situación internacional española en 1899 puede consultarse la obra de JERÓNIMOBECKER, Historia de las relaciones exteriores de España durante el siglo XIX. Madrid, 1926,volumen III; la de JESÚS PAEÓN, «El 98. acontecimiento internacional», en Días de Ayer.Historia e historiadores contemporáneos, Barcelona. 1963. y sobre todo las más recientes deJOSÉ MARÍA JOVER, 1898. Teoría y práctica de la redistribución colonial. Madrid. FUE, 1979, y•Gibraltar en la crisis internac!onal del 98», en Política, diolomacía y humanismo popularen la España del Siglo XIX, Madrid. Tumer, 1976. Sobre 1907, los trabajos de C. BE LIMPIAS,Las alianzas y la política exterior de España a principios del siglo XX, Madrid. Rivadeneyra.1914; A. MOUSSET. La política exterior de España, 1873-1918, Madrid, Biblioteca Nueva 1918;A. GOICOECHEA. La política internacional de España en noventa años (1814-1909), Madrid. 1921;J. BECKER, Causas de la esterilidad de la acción exterior de Esparto, Madrid. 1925; R. OLIVERBBRTRANP. «Perfil internacional de España de 1900 a 1909», en Cuadernos de Historia Diplo-mática, Zaragoza. 1958. y V. MORALES LEZCANO. León y Castillo, Embajador (¡887-1918). Un es-tudio sobre la política exterior española, Gran Canarias, 1975. y los excelentes artículosde J. U. MARTÍNEZ CARRERAS, «La política exterior española durante el reinado de Alfon-so XIII-, en Revista de la Universidad Complutense de Madrid, 1980, y E. ROSAS LEDEZMA. «Lasrelaciones hispanobritanicas, 1899-1914>, en Cuadernos de Historia Moderna y Contempo-ránea, vol. II, 1981.

2 Sobre la época de la paz armada la bibliografía es abundantísima, pero quizá la mejorvisión de conjunto siga siendo la de P. RENOUVIN en su Historia de las relaciones interno-cionales, Madrid, Agullar, 1969, t. II, vol. I.

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cimiento en condiciones tan adversas? Es verdad que, después deFranfórt, desaparece el prestigio del pacifismo como actitud moral,pero se mantiene la necesidad y la utilidad de sus resultados tantodesde el punto de vista económico como científico. El incremento delos intercambios y el avance de las comunicaciones obligó a desarro-llar instituciones administrativas de carácter internacional para ase-gurar el funcionamiento de los servicios públicos nacionales y el tráficoentre los estados: no sólo hubo que completar y ampliar los acuer-dos internacionales existentes sobre comunicaciones postales y tele-gráficas, sino que debieron arbitrarse otros nuevos, como ocurrió enla Convención de Berna de 1886, relativa a vías férreas, y en la deConstantinopla de 1888 sobre el Canal de Suez3. La rápida difusiónen los medios de comunicación de las nuevas ideas, y la proliferaciónde las traducciones obligó también a prestar atención a los problemasde la propiedad literaria y artística. Para ello se constituyó en Bernauna Oficina Internacional que logró en 1886 la firma de un tratadopor el que los Estados se comprometían a la protección de los derechosde autor en sus respectivos territorios4. Siguiendo esta línea de aper-tura intelectual, los congresos científicos celebrados entre 1888 y 1898doblaron en número los de la década anterior. Las Exposiciones Uni-versales de París (1889 y 1900), Chicago (1893), Amberes (1894) y Bru-selas (1897), estrecharon contactos e impusieron modas, e incluso lacelebración de la primera Olimpíada moderna, en Atenas y en 1896,se consideró un símbolo del incremento de las relaciones pacíficas en-tre los pueblos. Fue un ruso, sin embargo, Lázaro Luis Zamenhof, elque mejor alcanzó a expresar esta ilusión al inventar un idioma nue-vo e internacional, el esperanto5.

De la constatación de la necesidad de la paz para el progreso, alrechazo de la guerra como enfermedad moral de la sociedad no hubomás que un paso, y esta tarea corrió a cargo de ciertas individualida-des e instituciones que lograron una relativa audiencia en la opiniónpública. León Tolstoi defendió la objeción de conciencia; Berta vonSuttner y Norman Angelí mostraron la otra cara de la victoria; Ro-

3 Es interesante constatar cómo un contemporáneo de estos acontecimientos como elmarqués de Olivart. autor de un tratado de Derecho Internacional Público, publicado en 1887,considera la proliferación de estos acuerdos como uno de los signos más evidentes de «larealidad de la vida común de los pueblos» (op. cit, cap. 4.°, p. 407).

4 Para OLIVABT, «después de la religión es el más importante de los intereses de la vidaespiritual del hombre la protección de la propiedad en las obras del entendimiento y delarte-, op. cit., supra, pp. 437-38.

5 En 1883 se empezó a publicar la primera revista en esperanto. La Espemntisto. y enmayo do 1892 se fundó en San Petersburgo la sociedad Espero, dedicada a su propagación.En España se constituyó en febrero de 1903, y Barcelona fue la sede de su 5.° Congreso.

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main RoIIand, más tardíamente, intentó, sin éxito, preservar a las élitesintelectuales del gusto por la violencia. Ellos y otros muchos fueronen el cambio de siglo los nuevos apóstoles de una causa que parecíaperdida. Sus posturas ya no son románticas aunque aparezcan des-arrolladas en la trama de sus novelas, sino que buscan fundamentarracionalmente el rechazo individual de la fuerza y denunciar el costehumano y la miseria de cualquier conflicto. También los movimien-tos pacifistas se volvieron a organizar en Gran Bretaña, Estados Uni-dos, Francia, Suecia y Suiza durante los años ochenta. Poco despuésun inglés, Hodgson Pratt, tuvo la iniciativa de establecer contactosentre ellos y crear la Fed-eration Interrmtion-ale de l'arbitrage et de lapaix. Para este mismo fin se constituyó en 1889 una Unión Interpar-lamentaria, y tres años más tarde se instalaría en Berna el BureanInternationale de Paix, cuyo objetivo era lograr de los gobiernos unalimitación de armamentos, establecer una organización permanentepara los litigios y organizar un congreso de naciones, si no mundial,al menos europeo. La constitución en estas mismas fechas de la II In-ternacional y su acción decidida en favor de acciones de solidaridadsupranacional de carácter diverso, desde la convocatoria del 1 demayo al apoyo al gobierno suizo para su acción en favor de una legis-lación internacional del trabajo, supondría para la causa de la pazel apoyo de sectores sociales más amplios8.

En España, donde existía una tradición pacifista importante, elmomento no era demasiado propicio para el desarrollo de estos movi-mientos. Los nuevos brotes de propaganda coincidieron con el resur-gir de la guerra colonial que, desde 1895 absorbía la energía y la aten-ción de los peninsulares. En este contexto, las voces pacifistas quesurgen ante el desastre, unánimes las del movimiento obrero, másmatizadas las de los distintos grupos republicanos, están demasiadollenas de problemas y de acusaciones concretas como para poder fi-gurar en la misma escala que las de otros movimientos europeos.Entonces, en 1898, la defensa de la paz no es sólo una postura moral,sino el rechazo de un sistema y de una política que no había logradoarticular la sociedad española. Pero aun así no faltarán escritores,

6 Sobre las corrientes pacifistas e internacionalistas de esta época las obras clásicas:CH. L. LANCE y AUCUST SCHOO, Hisloire de iinternationalisme. Oslo, H. Aschehoug, 1964;A. C. F. BEALES, The History of Peace, London, Bell (1931) ¡ MAX SCHELER. L'idée de paix et lepacifisme. Paris, Dubier, 1953, y M. TATE, The disarmement ¡Ilusión: The mouvement Sor alimiation of armaments, 2.» ed., New York, 1942. Los trábalos más recientes de R. ABON,Paix et guerre entre les nations, Parts, Calmann-Levy, 1962; N. MERLE, Pacifisme etinternationalisme, París, Coün, 1066. y los tomos XIV y XV do Rccucils de la Société JeanBodin oour VHistoire des Institutions. La Paix, Bruxelles, ed. de la Librairio Enciclopédi-que, 1961. dan una idea acabada de los distintos movimientos y tendencias. Un clarorosumen puede encontrarse en C. DELMAS, Le désarmement, Paris, PUF, 1979.

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hombres de ciencia y propagandistas, algunos incluso pintorescoscomo Arturo Marcoartú, autor de un libro titulado L'internationarlisme, que defendieran con, más o menos entusiasmo, la causa delpacifismo e incluso del arbitraje7.

Es significativo que, con ocasión del ultimátum portugués, ciertaspersonalidades como Labra o Pi y Margall tomen conciencia de laimportancia que este acontecimiento entraña para España e inicienuna reflexión pública sobre la necesidad de establecer alianzas entrelos países débiles que permitan hacer frente a las agresiones de losmás fuertes8. Fruto de unas u otras influencias en 1894, por primeravez un partido político español, el federal, incluyó en su programala exigencia de «un poder que rija las relaciones internacionales» y semostró partidario de «la solución de todas las discordias por el arbi-traje» y de «la sustitución de las armas por la razón y el derecho» *

1.2 La búsqueda de un arbitraje internacional

A finales del siglo xrx el derecho internacional no modifica ni susprincipios ni su estructura, pero desarrolla un sentido humanitariodel derecho de gentes que le lleva a la búsqueda de la paz mediantela incorporación de nuevos medios de reglamentación, como la media-ción y el arbitraje. Históricamente ambos precedieron a la formaciónde auténticos órganos jurisdiccionales y fueron afirmando progresi-vamente su independencia con respecto a la diplomacia hasta conver-tirse, a los ojos de la opinión pública, en el modo más adecuado dereglamentar las diferencias internacionales. Desde la firma del tra-tado Jay (1794), que marca los orígenes del arbitraje moderno, hastala resolución del conflicto del Alabama, en 1872, se produjo una evo-lución muy significativa de la que nació la idea de un tribunal per-manente, que triunfará en las dos primeras conferencias de La Haya10.

7 Aunque la prensa de finales de siglo presente siempre a este personaje como «infa-tigable propagandista» (La Época, 24 de abril de 18991). los pacifistas españoles fueron fun-damentalmente republicanos y krausistas. Fuera de ambas corrientes. Concepción Arenalabordó tempranamente el tema en su Ensayo sobre el derecho de gentes, Madrid, MDCCCLXXIX.que es un alegato en favor del Convenio de Ginebra, la Cruz Roja y la institucionalizacionde Derecho internacional, más valioso como testimonio que como obra doctrinal. AnicetoSela, en 1910. le dedicó una conferencia en la Universidad de Burdeos.

8 P. VAZOUEZ CUESTA ha dedicado un interesante estudio a las repercusiones del «Ultimá-tum» on España, dentro de la obra colectiva £¡ siglo XIX en España-, doce estudios, Barcelo-na, Planeta, 1974, pp. 465 a 569. La actitud de Labra puede seguirse en sus intervencionesen el Congreso, y la de Pi y Margall a través de su órgano de expresión El nuevo régimen,que aparece precisamente en 1890.

9 F. Pi T MAHGALL: Programa del Partido Federal del 22 de junio de 1894, San Felíu deGuixols (1894).

10 CHARLES DE VISGCHER: «Les Tribunaux internationaux et l'arbitrago au XIX» et auXXe siécle», en Recuils de la Societé Jean Bodin, vol. XV, op. cit., pp. 549-55.

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Se trataba, en definitiva, de someter a los estados a un conjunto denormas que regulasen sus relaciones y de un primer intento de resol-ver pacífica y jurídicamente sus diferencias. Este nuevo objetivo noes en absoluto desinteresado, ya que venía a coincidir con el deseode las grandes potencias de evitar una confrontación entre ellas, yestaba apoyado en la necesidad que todas sentían de limitar unospresupuestos militares que amenazaban con ahogar sus respectivaseconomías. La idea de regular los conflictos de acuerdo con unas nor-mas mínimas de solidaridad que mitigasen al menos los sufrimientosque ocasionaban, no nació en el último tercio del siglo xix, pero recir

bió un considerable impulso desde la fundación del Instituto de Dere-cho Internacional en 1874, que tenía entre sus más importantes finesel de contribuir «al mantenimiento de la paz y de la observación delas leyes de guerra» ". Sus sesiones e informes anuales contribuyerona preparar el ambiente para una acción colectiva en este campo quese plasmó en la edición y rápida difusión en 1880 de un Manual de laguerra terrestre en el que se recogían los principios de la Convenciónde Ginebra de 1864 y de la declaración de San Petersburgo de 1868,y donde se reglamentaba la conducta a seguir tanto respecto a laspersonas como a las cosas en los territorios ocupados. Quizá su mayornovedad radicase en llamar la atención sobre los peligros que losconflictos modernos encerraban para las poblaciones civiles y en es-tablecer una sanción penal para aquellos que violasen las leyes deguerra u.

La contraofensiva de los juristas para conciliar y humanizar lasociedad internacional puso otro objetivo en juego: el del desarme.Tampoco era nuevo, pero los progresos de la industrialización y elaumento del poder mortífero de los armamentos le prestaron fuerzay argumentos más convincentes. Incluso el gesto de Alfredo Nobel,inventor de la dinamita, estableciendo una Fundación y creandoen 1896 un premio anual de la Paz, no dejó de ser significativo. Peroen este punto los desacuerdos eran más profundos, porque una cosaera aceptar ciertos límites circunstanciales a la política de la fuerzay otra muy distinta frenar uno de los fundamentos de la expansióndel imperialismo13.

11 Asi lo dice expresamente el punto 4.° de los Estatutos de 1880, según testimonia OLIVART,op. cií., p. 68.

12 Dichp Manual está recogido en el apéndice II del Tratado de Derecho Internacional Pú-blico de PASCUALE FSARE, traducido por ALEJO GARCÍA MORENO, Madrid, 2." ed., 1894, t. 4.°

13 Sobre el problema del desarme pueden verse las obras da TATE y DELMAS ya citadas.Quizá la contrapartida más adecuada pueda encontrarse en la lectura de la obra de W. LAN-GER, The Diplomacy ot Imperialism, 1890-1802, 2.» 6d. (New York, 1951).

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España tampoco estuvo ajena al desarrollo de todas estas tenden-cias. Desde 1883 el estudio del derecho internacional, tanto públicocomo privado, se extiende al conjunto de las universidades españolasy de su mano penetran las nuevas ideas. Los manuales al uso, tantolos de autores españoles como las traducciones, constituyen una bue-na prueba de ello y de los esfuerzos de adaptación que se hacía eneste campoM. En 1898, Aniceto Sela y Sampil obtuvo la cátedra deDerecho Internacional Público y Privado de la Universidad de Valen-cia. Trasladado a Oviedo tres años más tarde, en donde sería Rectoren 1900, Sela fue no sólo un estudioso del derecho internacional, sinotambién un eficaz propagandista de cualquiera de sus manifestacio-nes positivas 15. Traductor de la obra de Leopoldo Neumann, y tam-bién prolífero autor, fue, sobre todo, un buen pedagogo y un divul-gador, que no dudó en abordar los temas candentes de la situaciónde su tiempo. Así, dedicó buena parte del curso académico 1901-1902al estudio de la Conferencia de La Haya de 1899, sobre el texto ínte-gro de las sesiones, comisiones, convenios y declaraciones allí elabo-radas, regalado a la Universidad de Oviedo por la de aquella ciudad ".Secretario de la Junta de Extensión Universitaria, estuvo en-estrechocontacto con Rafael Altamira, también catedrático allí y entusiastapropagandista del nuevo espíritu internacionalista. La influencia krau-sista servía en ambos para dar un sólido fundamento moral a susposiciones pacifistas y a sus afanes en favor de la cooperación entrelos estados". Ambos, prolongan y sistematizan la tarea que desdehacía muchos años venia realizando en solitario Rafael María de La-bra 18.

'4 L. GARCÍA ARIAS: Adiciones a la doctrina hispánica del Derecho Internacional, enA. NUSSBAUM, Historia del Derecho Internacional, Madrid, flev. de Derecho Privado s-a, pá-ginas 497-8 y C. DEL ARENAL, La teoría de las relaciones internacionales en España, Madrid,Int. Law Ars. 1979, pp 31 a 43. Para comprobar el avance de los años finales de siglo hastacomparar la estructura de las obras de TORRES CAMPOS r OLIVART, por ejemplo, con las deRIQUELME Y CORTES y MORALES. La primera traducción del tratado de FIORI es de 1878, nueveaños más tardo que su primera edición italiana.

15 JULIO GONZÁLEZ CAMPOS, ROBERTO MESA GARRIDO y ENRIQUE PECOURT GARCÍA: «Notas sobrela historia del pensamiento internacionalista español: Aniceto Sela y Sampil (1883-1935)-. e iRevista Española de Derecho Internacional, num. 4, vo\. XVII, pp. 581-83.

'8 A. SELA: «LOS procedimientos de enseñanza en la Facultad de Derecho de la Uni-versidad de Oviedo», en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, XXVI (1902), repro-ducido por los autores anteriormente citados.

" Sobre R. DE ALTAMIRA puede verse la biografía de VICENTE RAMOS. Rafael Altamira, Ma-drid, Alfaguara (1968). Una buena antología de sus numerosísimos escritos sobre estos temaspuede encontrarse en la edición preparada por Luis GARRIDO bajo el titulo El Derecho alservicio de la paz. Cuestiones internacionales, México, Ins., Univ. 19S4.

is En su conferencia pronunciada el 4 de abril de 1905 sobre El Derecho internacionaly los actuales problemas internacionales jurídicos. LABRA expone sus puntos de vista sobreel papel español en el Derecho internacional y señala claramente que se vio favorecido porel krausismo, publicada en El Derecho internacional, colección de conferencias celebradas Ju-rante el curso académico 1904-1905, Madrid, 1805

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2 . 1 8 9 9 : ENTRE EL MIEDO Y LA ESPERANZA

Las dos tendencias señaladas anteriormente, el pacifismo y el dere-cho internacional contribuyeron eficazmente a preparar un estadode opinión favorable a la convocatoria de una primera conferenciade la paz que reuniera tanto a los teóricos como a los hombres deestado. Pero ni los juristas, a pesar de su prestigio, ni los propagan-distas, con su entusiasmo, tenían poder de convocatoria, y debieronesperar a encontrar un monarca que promocionase la idea. Contratodo pronóstico, la iniciataiva correspondió al zar Nicolás II, que en-contró en todas partes simpatías y facilidades. España, en plena crisisdel 98, poco podía aportar, como no fuera la búsqueda de una solu-ción para sus propios problemas.

2.1 La Primera Conferencia de La Haya

Cuando en agosto de 1898 Nicolás II se decidió a dar los primerospasos, las circunstancias no podían ser menos favorables. Existía unagran tensión internacional provocada por la fuerza expansiva de lasgrandes potencias y un temor generalizado de que se produjese unconflicto: la ocupación por Port Arthur, la guerra hispano-norteame-ricana y el enfrentamiento anglo-francés en el Sudán son, sin dudaalguna, ejemplos reveladores tanto de la situación como de las rela-ciones de fuerza dominantes. Por ello la propuesta rusa, dirigida atodas las potencias con representantes en San Petersburgo, de cele-brar una reunión para examinar «los medios más eficaces para ase-gurar a todos los pueblos los beneficios de una paz real y duraderay de poner, sobre todo, término a los armamentos actuales», causóno sólo sorpresa, sino desconfianzala. ¿Por qué Rusia, se preguntaronlos contemporáneos, y por qué precisamente entonces? Muchos cre-yeron ver en la convocatoria la presión de los problemas internos;otros señalaron que sólo era un medio de «ganar tiempo», hasta ter-minar el proyecto del ferrocarril transiberiano, iniciado en 1882; losmás críticos, como los socialistas, lo calificaron de farsa, denunciandolas duras condiciones en que vivían los subditos de tan conciliador

19 Comunicación rusa del 24 de diciembre de 1898. citada por E. BOURGEOIS, Manuel his-torique de politique étrangere, t. IV, París. 2.» ed., 1940.

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monarcaí0. La historiografía posterior ha dado razón a casi todas esasargumentaciones, ya que, efectivamente, las dificultades económicasimpusieron una reducción de los gastos militares y la concentraciónde esfuerzos, y se temía incluso una revolución. También pesaron,sin duda alguna otra serie de factores, como el acercamiento a Fran-cia, y el hecho de haber conseguido los objetivos buscados tanto enExtremo Oriente como en los Balcanes, después del acuerdo con Aus-tria. Sin preocupaciones en su política europea, el zar, que era muysensible a factores de prestigio, se sentía complacido de actuar demediador .y de imitar el ejemplo de Alejandro III...

El escepticismo, que casi sin excepciones expresó la prensa eu-ropea, era un simple reflejo del escaso entusiasmo e inc'uso la perple-jidad que sentían los gobiernos invitados a participar. Guillermo IIlo calificó de «proyecto absurdo» y lo consideró una forma de brindarargumentos a la oposición. Chamberlain aseguró que Gran Bretañano podía ni debía disminuir en lo más mínimo el presupuesto votadopara construcciones navales y que cualquier proposición en este sen-tido sería censurable, e Italia, que estaba renovando, a la sazón, sumaterial de guerra, advirtió que jamás acudiría a ningún congresoen que fuese invitado el Estado del Vaticano. En la misma Franciala opinión estaba dividida, y sólo Suiza y Holanda, que ofreció des-pués su capital como sede, demostraron su apoyo sin reservas. Perodespués de la segunda circular del conde de Mouravieff y de la me-diación de la reina Guillermina nadie se opuso formalmente a la re-unión, que empezó a recibir adhesiones de individuos y asociacionesdiversas y apoyos claros por parte de algunos estados. El programaprevisto fue muy ambicioso. Trataba, en primer lugar, de limitar losgastos de guerra y de armamento; de ampliar a la guerra naval lasdeterminaciones de Ginebra de 1864 y de mejorar la declaración deBruselas de 1874 sobre conflictos terrestres. Buscaba también poneren vigor el recurso de arbitraje como la forma más eficaz de evitarlos enfrentamientos entre los estados. Antes de empezar ya se sabíaque el primer punto, que contaba con la oposición de las grandes po-tencias, no obtendría resultados prácticos.

En un ambiente de frialdad y de escasa apertura informativa, la

20 L. RENAULT: Les Conferences de la Paix de 1S9B y 1907, París (1908), y op. cit., no a 2.La postura socialista en los diferentes Congresos puede verse en G.'D. H. COLÉ, Historia delPensamiento Socialista, México, FCE, p. 59, vol. III, 1.a parte. También referencias en laprensa de la época y especialmente en E¡ Socialista (3 de febrero de 1899 y 26 de abrilde 1839, en que reproduce la intervención de la minoría socialista holandesa en contra dela Conferencia).

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Conferencia se reunió en La Haya entre el 18 de mayo y el 29 dejulio de 1899. Acudieron 20 países europeos y seis que no eran: Esta-dos Unidos, México, China, Japón, Siam y Persia. Significativamente,se acordó que las delegaciones de cada país estuvieran formadas nosólo por diplomáticos y juristas, sino también por militares en activo,en calidad de expertos. Una breve mirada a los representantes másdestacados basta para comprender que la decepción de los pacifistasestaba realmente justificada.- junto a hombre de conocido pres-tigio, como un León Bourgeois o D'Estournelles de Constant y compe-tentes internacionacionalistas, como Martens y el profesor De Konig-sberger Zorn, figuraban otros como el barón von Stengel, el inglésFisher o el norteamericano Mahan, que no acuitaban la escasa con-sideración que les merecía los temas propuestos21.

La Conferencia designó como presidente al representante ruso Staal,embajador del zar en Londres, en señal de deferencia. Se dividió entres secciones, dirigidas respectivamente por el conde Münster, emba-jador de Alemania en París, el duque de Tetuán, jefe de la delegaciónespañola, y el Ministro de Negocios Extranjeros francés Bourgeois, y,en un ambiente de creciente sigilo, empezó a trabajar. Tanto fue asíque algunos informadores mostraron su disconformidad y muchosperiódicos retiraron sus corresponsales antes de la clausura en señalde protesta ". Como de las discusiones se sabía poco, se reseñaron losactos sociales y se intentaba entrevistar a los delegados menos com-prometidos. Así se conoció el dossier diplomático que se manejaba yalgunos incidentes internos23. El hecho de que algunos países acudie-ran con carácter meramente informativo, como ocurría con EstadosUnidos, aumentó el convencimiento de que los resultados serían me-

21 BOURGEOIS, op. cit.. y J. R. DE SALÍS: Historia del mundo contemporáneo, Madrid (1960).volumen 2, cof. XXIV, pero como mejor pueden seguirse las incidencias es a través de laprensa de la época.

22 Según noticias del Morning Post londinense, t ransmit idas por la agencia Fabra ala primera sección correspondería el tema del desarme; a la segunda el arbitraje, y la ter-cera deberla emitir dictamen sobre las proposiciones que so presentaron (La Época, 20 demarzo de 1893). La noticia de la marcha do los periodistas la recoge El País el 22 de mayode 1899 y £¡ Nuevo Régimen el 17 de junio de 1899.

23 Según La Época, en su número del 20 de mayo de 1899, ese dossier estaba formadopor los siguientes documentos: Memorándum del príncipe de Metternlch a las potencias,invitándoles a consti tuir una Conferencia internacional; Car ta do Napoleón III, proponiendoen 1863 la reunión en París de u n Congreso de la Paz; proyecto preparado por M. RoünYacquemyns anto el Congreso de Derecho Internacional de Heidelberd en 1887; opiniones delprofesor Loriner, de la Universidad de Edimburgo, sobre el desarme; juicios del Carde Ka-marowski sobre el mismo tema; planes do Mr. Merignoe sobre desarme colectivo y opinionesde Juan Von Bloch. Mr. Bastiat y el principe de Obolinsky.

Sobre el arbitraje se mencionan los siguientes textos: Proposiciones de lord Clavendonante el Congreso de París de 1856; moción Mazzini de 24 de noviembre de 1875 a la Cámarade Diputados de Italia; art ículo 12 del acta aprobada en la Conferencia de Berlín de 1885;

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diocres y que los congresistas se limitaban a divertirse. Efectivamenteasí ocurrió: las grandes potencias se negaron a tratar del tema deldesarme y sólo aceptaron acatar el arbitraje en aquellas cuestionesque «no afectaran al honor ni a los intereses vitales» ". Pero se llegóa la firma de un acta final en la que se recogían tres convenciones,y tres declaraciones concernientes a la prohibición de ciertas armasde guerra. Unas y otras figuraban en actas separadas y podían serfirmadas hasta el 31 de diciembre de 1899. Lo hicieron de forma com-pleta sólo 13 países. Los demás o bien no las ratificaron o aceptaroncon reservas algunos de sus compromisos25. A modo de comunicadofinal se adoptó por unanimidad la siguiente resolución: «La Confe-rencia estima que la limitación de cargas militares que pesan actual-mente sobre el mundo es deseable en gran manera para el crecimientodel bienestar material y moral de la humanidad» 26. Estas poco com-prometedoras palabras, más seis votos remitiendo las cuestiones másespinosas en materia de guerra a otra próxima reunión, fue todo loque los pacifistas de La Haya pudieron lograr en materia de desarme.

Sin embargo, tal y como se preveía, en el tema de arbitraje sealcanzaron resultados más positivos y se constituyó un Tribunal per-manente a! que someter las disputas de carácter jurídico que surgie-sen entre los estados. Aunque su organización estaba aún lejos de res-ponder a las exigencias de una verdadera jurisdicción internacional,y no tenía ni sesiones regulares ni jueces fijos, ya que los estados te-nían la facultad de nombrarlos para cada caso, demostró su validezpara resolver ciertas cuestiones y constituyó el más importante pre-cedente tanto de la Sociedad de Naciones como del Tribunal Interna-cional de Justicia posterior27.

proyecto de Arbitraje internacional preparado por el Congreso do Derecho Internacionalde 1875; tratado de Washington do 8 de mayo de 1871; proyecto de creación do un tribunalde arbitraje entre los Estados Un'dos de América del Norte, Centro y Sur, fírmalo enWashington el 18 de abril de 1890. También se examinaron las cartas dirigidas por lord Ga-lisbury al embajador inglés en Londres, desde el 20 de marzo al 17 de abril de 1896, sobre eltratado de arbitraje anglo-americano; el tratado de arbitraje italo-argentino de 1898 y losartículos 55 y 58 del acta general de la Conferencia de Bruselas, firmados el 2 de juliode 1890.

24 El 24 de mayo de 1899 La Época d a la noticia de que se h a abandonado def ini t ivamentela cuest ión del desarme.

25 El 4 de s ep t i embre de 19D0 lo h a b í a n f i rmado A l e m a n i a , Aus t r i a , Bélgica, D inamarca ,España, Francia . Grecia, Italia. Holanda, Persia, Rusia, Siam y Bulgaria . AMAE. Tratados yNegociaciones. S. XIX, n ú m . 558.

26 Acta final de la Conferencia Internacional de La Haya (29 de julio do 1899). AMAE.Tra tados y Negociaciones. S. XIX, n ú m . 558.

27 Sobre este aspecto p u e d e consu l ta r se e! capi tulo 2." de l a obra de F. P. WALTERS. Historia de la Sociedad de Naciones, Madr id , Taurus (1971).

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2.2 La participación española

España, como el resto de los países europeos, fue formalmente in-vitada a las reuniones de La Haya y envió allí sus representantes. Elestudio de esta participación es interesante no sólo para conocer supostura ante los problemas que discutieron, sino también los objetivosconcretos que se pensaban obtener de aquella reunión. Las circuns-tancias en que se hallaba inmersa no podían ser más dramáticas. Pre-cisamente cuando se produce la iniciativa del zar acababa de firmarcon los Estados Unidos el protocolo de suspensión de hostilidades, ypocos meses más tarde, en octubre de 1898, se reuniría en París lacomisión encargada de discutir y concertar el tratado definitivo de pazque se firmó el 10 de diciembre. Entre esas fechas y el 7 de noviembrede 1900 en que se cedieron los últimos archipiélagos se vivía en totalincertidumbre acerca de las proporciones del desastre y en el cons-tante temor de que prosiguiera la desintegración territorial y afectaraa las Baleares y, sobre todo, a las Canarias y las plazas africanas.

Fechas y hechos que hay que tener en cuenta para entender elclima de derrota, de impotencia, y de incertidumbre, en que se en-cuentran el gobierno y los españoles y la desconfianza absoluta quesienten ante cualquier invitación extranjera. La negativa de Sagastaa secundar la iniciativa inglesa de un proyecto de alianza, verdaderointento de portugalización de España en opinión del profesor Jover,fue seguido del proyecto de Silvela de entrar en la alianza franco-rusa,cuestión ésta que el propio Delcassé llegó a presentar al zar, y quesi bien no se rechazó, tampoco se materializó en nada concreto28. Lainmediata apertura de la cuestión marroquí aumentó, sin duda, estainseguridad y el convencimiento de que la incorporación española alnuevo orden internacional comportaba un riesgo. Fruto de esta coyun-tura los preparativos para la Conferencia de La Haya se movieronentre dos coordenadas: el escepticismo más grande ante la coopera-ción internacional, que como se había comprobado, beneficiaba siem-pre al fuerte, y la necesidad de buscar una garantía que cerrara de-finitivamente la cuestión española: «Si se consiguiera formar unacomisión de arbitraje que ofreciese alguna garantía a las nacionesdébiles contra las ambiciones de los poderosos, y que fuera, al menos,lo que el acto de conciliación es en los juicios civiles, no sería inútilla conferencia y aun podría ser considerada como punto de partida

28 JOSÉ MARÍA JOVER (1898): Teoría y poética de la redistribución colonial, op. cit.. pá-gina 57, y BOLRGEOIS. Manuel historique, coj. V, pp. 209 y ss.

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de un grande y positivo adelanto»29, pero nadie se atrevía a hacerseilusiones sobre esta posibilidad.

Aceptada por el gobierno la invitación holandesa, la cuestión secentró en el nombramiento de la delegación española que deberíanacudir a La Haya. En un primer momento se pensó en Polo de Berna-bé, pero después se decidió enviar a Wenceslao Ramírez de Villa-Urru-tia y Arturo Baguer, ministros plenipotenciarios en Bruselas y losPaíses Bajos, respectivamente. Villa-Urrutia además había formado par-te de la Comisión española en París el otoño anterior y conocía direc-tamente lo que Montero Ríos había llamado «las inmoderadas exigen-cias de un vencedor». Dadas las circunstancias, no es aventuradopensar que se buscó esta experiencia como un medio de hacer más pa-tente los objetivos. Como presidente fue designado Carlos O'Donnell,duque de Tetuán, senador vitalicio y ex ministro de Estado, y comode'egado adjunto, experto en cuestiones militares el conde de Serrallo,agregado militar de la legación de Bruselas. Aunque en teoría la ca-tegoría diplomática y política de estas personas fue similar a la de lasrepresentaciones de otros países, su peso específico, como el que co-rrespondió a los delegadose de las potencias de segundo y tercer or-den, fue mucho menor. España no envió ningún experto en Derechointernacional, prueba más que evidente de la escasa importancia quedaba a las cuestiones teóricas y de que su interés en La Haya radi-caba en la seguridad. Más incomprensible todavía que esta ausenciade juristas son las escasas, por no decir nulas, instrucciones que nues-tros representantes recibieron. En estas condiciones, su papel fue pocobrillante. En realidad no podía ser de otro modo. El aislamiento es-pañol se hizo evidente y las esperanzas de lograr alguna compensa-ción, al menos moral, quedaron frustradas. La coincidencia entre lasdiscusiones de los congresistas y el recorte del presupuesto de guerrapor parte de Villaverde hubiera podido ser eficazmente aprovechadode cara a la opinión pública y a los militares, pero el abandono deltema del desarme en la Conferencia dejó bien claro que las econo-mías españolas respondían más a la necesidad que al convenci-miento30.

España suscribió los acuerdos que fueron publicados en la Gacetael 22 de noviembre de 1900. Fue uno de los 13 países que lo hicieron

29 La Época. 1 de abr i l de 1899.30 AMAE. T r a t a d o s y Negociac iones , n ú m . 558. S. XIX. P l en ipo tenc i a s a favor de don

Wenceslao Ramírez de Vllla-Urrutia, don Arturo Baguer y don Carlos O'Donnell, duque doTetuán.

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de forma completa31, y en cumplimiento con lo allí establecido nombrósus cuatro representantes para el Tribunal Permanente de arbitraje.Estos, desde julio de 1901, fueron el duque de Tetuán, Raimundo Fer-nández Villaverde, Bienvenido Oliver, ex director general de Regis-tros, y Manuel Torres Campos, profesor de Derecho internacional enla Universidad de Granada y miembro de la Asociación europea32.Respetó los compromisos adquiridos y suscribió convenios generalesde arbitraje con varios países, obligándose, por lo tanto, a resolverpor vía arbitral las controversias que pudieran surgir. Significativa-mente hasta 1904 en que se firmaron con Francia e Inglaterra estosacuerdos sólo se dieron con países hispanoamericanos. También acep-tó, sin oposición aparente, las limitaciones en el empleo de algunasarmas de guerra, problema éste que, por entonces, no le afectabademasiado**.

2.3 Las repercusiones en la opinión pública

Atenazados por los problemas internos, los españoles, como su go-bierno, no prestaron demasiada atención a la preparación ni al des-arrollo de la Conferencia de La Haya. Al conocer la convocatoria, laprensa política española se mostró bastante acorde con su homologaeuropaa y centró su atención más en las motivaciones de Nicolás IIy en las reacciones que su propuesta iba originando, que en los pro-blemas planteados. Hay un hecho unánime que es el de relacionar lapropuesta con la firma del tratado de París, señalando la amarguraque producía el hablar de principios teóricos en un país que se habíavisto desasistido y despojado contra todo derecho34. Desde entonceshasta su clausura, los periódicos españoles se limitaban a publicaralgunos editoriales, muy pocos, y, sobre todo, despachos telegráficosy noticias breves, que se insertaban tanto en primera como en se-gunda página. La atención informativa estaba acaparada además porotros problemas, como las elecciones, la apertura y sesiones de Cor-tes, y el problema de Filipinas. Las reformas del Gabinete Silvela son

31 AMAE. T r a t a d o s y Negoc iac iones , n ú m . 558. S. XIX. Actas de ra t i f i cac iones y decla-rac iones de la Confe renc ia de La H a y a y Caceta de Madrid d e 22 de nov iembre de 1900.El Libero!. 1899.

32 Cace ío de Madrid, 25 de jul io de 1901.•M Entre 1902 y 1907 E s p a ñ a suscr ib ió 20 Ccnfe rcnc ias de Arb i t ra je . En 1902 con Méjico,

República Dominicana, El Salvador, Uruguay, Argentina, Bolivia. Colombia y Guatemala.En 1903 con Venezuela y Argentina. En 1904 con Francia, Reino Unido, Portugal y Nicaragua.En 1905 con Bélgica, Succia, Noruega. Honduras y Dinamarca. En 1907 con Suiza. FRANCISCOCÁDIZ, -España y el tribunal de La Haya», en Cuadernos de la Escuela Diplomática, año V,volumen 1 (19S7).

34 La Época, 30 de mamo du 1699. «La Conferencia de La Haya.

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el tema preferido de los periódicos gubernamentales, mientras que elasunto Dreyfus apasionaba a los lectores de El Imparcial y de los dia-rios republicanos. Los círculos de propaganda eran escasos y adopta-ron un tono muy peculiar en que los toques patrióticos predominabansobre los internacionalistas. Así, por ejemplo, en Sevilla, residenciaaccidental de Arturo Marcoartú, se organizó un pequeño comité deapoyo a la idea del zar. Formaban parte de él, además del publicistacitado, dos senadores, Ibarra y Rodríguez de Rivera, y algunas auto-ridades locales, entre ellas los presidentes de- la Diputación Provincialy del Ayuntamiento. En su primera reunión discutieron y comenta-ron el programa formulado en las dos circulares del conde Mouravieffy se acordó secundarlo, pero sólo después de hacer constar la másfirme protesta contra «el vandálico despojo de los que nos han ocu-pado territorios y poblaciones sin el previo consentimiento de sus ha-bitantes» 35. Se hacía alusión así a lo que para ellos era un dramáticocontrasentido: que los estados que «abandonaron» a España ante lapresión norteamericana, proyectasen ahora poner límites al empleode la fuerza en la política internacional3S. A • pesar de estas limita-ciones se advierten, sin embargo, ciertas constantes y la opinión delpaís se divide en dos bloques, a favor y en contra respectivamente dela participación española en el Congreso de La Haya. Los partidosmonárquicos y los republicanos posibilistas, esperan, al menos, cier-tas garantías. Los republicanos federales, los socialistas y los anarquis-tas, en oposición abierta, consideran un escarnio la forma y el fondo dela convocatoria. Pero analicemos brevemente estas posiciones. Un pe-riódico conservador como La Época permite entender muy bien cuáles la evolución de este sector de la opinión española, porque es quizáel que sigue más de cerca y con mayor interés la evolución de la Con-ferencia37. Poco entusiasta de los ideales utópicos, el patronazgo deNicolás II le parece la mejor garantía contra cualquier tentación deradicalismo y, por ello, aplaude lo que denomina «la participación es-pañola en la obra civilizadora de emperador de Rusia». Nacionalistay profundamente antibritánico, no le importa demasiado si las mirasdel zar son desinteresadas o no, ya que la iniciativa se conforma ad-mirablemente, con el interés general de los pueblos contemporáneos.«Los que no somos ingleses, escribe, no podemos por menos de cele-brar una coincidencia que garantiza que ha de ser seria la Conferen-

35 La Época. 29 de abril do 1896. «Desarme y Arbitraje».36 El Imparcial, 10 do mayo de 1899. -La Conferencia del desarme. .31 Además de las noticias directas y de los despachos telegráficos, muestra otros toma

dos de los periódicos franceses La Patrie y Le Matin y de la prensa Inglesa.

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cia de La Haya, y tal vez más fructuosa y de resultados más plausi-bles y duraderos que los que los políticos de Gran Bretaña se compla-cen en augurar. Poco amigo de profecías no apadrinamos esa nininguna otra. Nos atenemos a los datos comparados, los que desgra-ciadamente avisan a los pueblos débiles cuyos territorios o cuyas pro-vincias marítimas son muy codiciadas, que deben vivir prevenidos yresignados a costosos sacrificios si desean hacer respetar su integri-dad territorial y su independencia» M.

Apoyo no quiere decir ceguera y por eso no deja de observar lacontradicción patente entre el progresivo rearme de las grandes po-tencias y ios objetivos pacificadores que se proponen abordar. Dife-rencia muy bien entre la postura de los estados fuertes, que se tomanpoco en serio la reunión y acuden, sobre todo, como «acto de deferen-cia al poderoso imperio eslavo», y los de segundo orden que colocanen ella sus esperanzas, ya que «a causa del aislamiento en que viven,desde que no hay en Europa sistema de política internacional ni deequilibrio, están siendo víctimas de los grandes, según vemos en elejemplo de Dinamarca' respecto a Alemania; de Portugal respecto aInglaterra, y de España respecto de la misma y de los Estados Uni-dos» 39. Piensa que son las naciones débiles las que deben llevar ade-lante la Conferencia, sin olvidar no obstante que las fuertes no limita-rán sin condiciones su libertad de acción. En su opinión, las reunionesde La Haya son además un buen momento para que Europa re-flexione sobre el comportamiento de Estados Unidos y el retrocesoque supone, tanto moral como intelectual, su enfrentamiento con Es-paña, ejemplo vivo y reciente de lo poco que significa el derecho in-ternacional para las grandes potencias. Nuestro país debe encontrarallí una satisfacción moral y, sobre todo, una relativa seguridad parael futuro. «Para España, dirá en un editorial, considerada como esta-do colonial y marítimo, llegan tarde la Conferencia de La Haya y suspropósitos pacíficos. Nunca estuvo más justificado el arbitraje queen nuestras diferencias con los Estados Unidos, y el anhelo que sentíaInglaterra por ver trocados a los últimos en potencia militar e inva-sora hizo inevitable la guerra. De poco nos sirve que la conferenciasea oriental, europea, asiática y americana, que harto sabemos queno es su objeto el de reparar las injusticias que con nosotros se hancometido»40. Hay un hecho que le preocupa muy especialmente: elque no se tome demasiado en cuenta a un estado que ha sido el fun-

38 La Época, 29 do abr i l d e 1899. - .Desarme y Arbi t ra je» .39 í.a Época, 7 de m a y o de 1899. «Los a r m a m e n t o s e n el ext ranjero»*>• La Época, 20 d e m a r z o de 1899. -La C o n f e r e n c i a de La Haya»

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dador del derecho internacional y que ha respetado siempre sus prin-cipios, por eso lamenta, una y otra vez, no haberse servido de él comomedio de evitar Ja última guerra.- «¡Siempre tarde!, parece ser ellema de nuestro país en el siglo xrx. En diversas ocasiones, en 1888como en 1890, casi en vísperas de la insurrección cubana, nuestrasCortes excitaron al Gobierno a promover tratados de arbitraje. Fuetrabajo en balde, no obstante que la opinión en el mundo civilizadose mostraba cada día más propicia a aquella idea; y el rompimientocon los Estados Unidos nos sorprendió sin que ninguna de ambas na-ciones hubiera contraído el compromiso de aceptar aquel trámite pre-vio, capaz de haber evitado la guerra»4I. El oportunismo de esta pos-tura no hace falta señalarlo, sobre todo si tenemos en cuenta cuálha sido la actitud del periódico en el 98, y cuál su auténtica opiniónen relación con los temas que se estaban debatiendo en La Haya. Haydos puntos de vista especialmente clasificadores: su tibia postura res-pecto al tema del desarme, que considera inaceptable en teoría porparte de ningún estado, pero susceptible de negociación debido a pre-siones económicas42, y su propuesta de una nueva dirección para lapolítica exterior española que conlleve una actitud de firmeza respec-to a los territorios del otro lado del Estrecho. Así no duda en llamartempranamente la atención del Gobierno «respecto de la conservaciónahora (que podrá ser expansión más adelante) de todas y cada unade las posesiones en el norte y en la costa occidental del continenteafricano, sobre todo para que salga al paso de los rumores que circu-lan sobre la venta a Alemania de las islas del golfo de Guinea y de lafactoría de Río de Oro y para que haga ver a la prensa española queentre las colonias de Oceanías y éstas existe una gran diferenciaporque si nuestra misión en la primera de esas regiones del mundopuede juzgarse terminada con la pérdida del archipiélago filipino (decuyo suceso es una consecuencia inevitable la cesión de los otros ar-chipiélagos, costosos y sin valor), la misión de España en África noha concluido ni puede concluir, aunque nuestra actual flaqueza nosimponga un alto mientras recobramos fuerzas, concentrándonos» 43. SiInglaterra es el blanco de sus iras, también lo es Italia, cuyo compor-tamiento en La Haya juzga muy desafortunado. Su veto al Vaticano,que deja todavía más aislada la opinión española; y las declaracionesdel ex ministro Crespi justificando esta actitud, en que «el Pontífice

41 La Época. 24 de abri l de 1899. -Desarme y Arbitraje».42 La Época, 20 de marzo de 1891, 7 do mayo de 1899 y 19 do mayo de 1899.43 La Época, 15 de junio de 1899. -Política do España en África».

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no es un Soberano temporal y carece de ejército», le llenan de in-dignación, y lo mismo ocurre con su creencia en el viejo mito deunos Estados Unidos pacíficos y poco armados44. Detrás de estas discrepancias late, sin duda, una hostilidad más honda, la que le inspirael hecho de que Italia se haya abierto a la política mundial y se en-cuentre entre los estados fuertes, gracias a Ja habilidad de su Minis-terio de Estado45.

El Imparcial se mostró mucho más escéptico desde el primer mo-mento y prestó, comparativamente, menor atención a los problemasde la Conferencia. Coincide en insistir en que «a raíz de la lucha deEspaña con los Estados Unidos, en la cual ni uno sólo de los princi-pios del teórico derecho internacional han dejado de ser conculcados,nada, al parecer, más romántico ni más fuera de la realidad que elpropósito del emperador de Rusia», y en subrayar el abandono deEuropa y la actitud «contra toda justicia de Inglaterra». Desde supunto de vista no hay que esperar nada de la reunión de los podero-sos: «¡No nos hagamos ilusiones los débiles. No habrá paz!», exclama,pero en la medida en que desea que España participe en la políticamundial, concede al menos unas tímidas expectativas46. Mucho másentusiasta, el diario republicano El País, juzga que «la ocasión es pro-picia para resolver de un golpe todos los problemas interiores y ex-teriores» y aconseja que la postura española consista en proclamarla independencia peninsular y la de las posesiones insulares del Me-diterráneo y el Atlántico, renunciando incluso a toda empresa deunión o confederación con Portugal, salvo las aproximaciones espon-táneas y pacíficas propias de dos familias que ocupan un mismo ho-gar. «Suponemos, escribe, que el duque de Tetuán llevará de Silvela,con quien ha conferenciado largamente, poderes para renunciar anteEuropa en adelante, a todo intento de hegemonía sobre el imperio deMarruecos, reservándose tan sólo el ceder nuestros supuestos dere-chos históricos, además nuestras actuales plazas marroquíes a In-glaterra, a cambio de Gibraltar, para que esta potencia se traslade,con mejores ventajas para su garita del Estrecho, de las costas deEuropa a las costas de África. Desembarazados así de toda preocu-pación exterior, liquidados nuestros dominios, tranquilos en la po-sesión de lo que es patrimonial para España, único territorio que po-

•» la Época, 19 do mayo de 1899. .Noticias de la Conferencia para el desarme».45 VICONTI VENUSTA fue en esta ocasión el representante del Rey Humberto en el Congre-

so de La Haya. Sobre su política la obra clásica es la de FEDERICO CHABÍD: Síoría della poli-tica estera italiana del 1870 al 1896. Barí Laterza, 1965.

46 El Imparcial, 10 de mayo de 1899. «La Conferencia del desarme*.

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demos y debemos conservar, cabe que en las Conferencias de LaHaya las potencias acuerden garantizar y defender contra toda agre-sión la España tal y como quedó constituida en el último año del si-glo» 47. Para El País sólo sobre la base de esta nueva situación exte-rior, se puede hacer frente a los problemas económicos acuciantes enel que se ve inmerso el Estado, a! poder entonces reducirse nuestroejército a una bajísima cifra de soldados voluntarios y suprimir «casien absoluto» nuestra escuadra. Ambas cosas serán además supérfluasen la nueva Europa que se anuncia, ya que las conferencias «no tie-nen otro objeto que buscar la garantía de independencia de las na-ciones débiles y el reposo y la prosperidad por el desarme de las na-ciones fuertes» iS. Desde un punto de vista meramente formal, los tresperiódicos se muestran partidarios de la presencia española y expre-san su confianza en la delegación allí enviada. Conciben el Congresocomo una oportunidad para obtener una garantía internacional queponga fin a los fundados temores de nuevos repartos. El tema les sir-ve además de pretexto para plantearse, por primera vez después dela pérdida de los territorios coloniales, cuál debe ser la nueva polí-tica exterior española. En contraste con este optimismo, El Nuevo Ré-gimen, órgano de Pi y Margall, rechaza de plano la proposición rusay señala como imposible que en La Haya se llegue a cualquier resul-tado. Concedo poca atención informativa al tema, siempre incidiendoen los factores negativos, y considera como prioritario precisamenteel punto más conflictivo de la Conferencia, el del desarme, «que comono haya un cataclismo no lo verán ni nuestros más remotos descen-dientes» 49. Como no espera nada para España, considera incluso ocio-sa su participación so. Una actitud muy parecida la encontramos enla Revista Blanca, que se hace eco de la postura de Tolstoi ante laConferencia y que publica, durante su desarrollo, una serie de ar-tículos sobre el desarme del infatigable Fermín SalvocheaI5.

Pero la oposición más abierta al Congreso de la Paz vendrá delos socialistas. En ella influyó poderosamente la actitud de la II Inter-nacional y del resto de los partidos socialistas europeos, que niegandesde el primer momento su apoyo al proyecto de Nicolás II, y cuyoscomunicados reproduce y sigue52. Su razonamiento es muy sencilloy su tesis se hará clásica: los miembros de la clase dirigente pueden

4? El País. 29 de abril de 1899. «Las Conferencias de La Haya».48 ¡bidem.49 El Nuevo Régimen. 4 de febrero de 1897.50 El Nuevo Régimen. 28 de enero de 1899 y 27 de mayo de 1899.51 La Revista Blanca, núms . 22, 23 y 24 de 1899 y 21 de 1900.52 El Socialista, 27 de e n e r o de 1899 y 28 de m a y o d e 1899.

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ser individualmente opuestos a la guerra, e incluso colaborar en aso-ciaciones pacifistas y tribunales de arbitrajes, «pero sus intereses comotal clase, determina entre los pueblos conflictos de los que ella sólo sebenefician», porque la guerra «no es cuestión de raza ni de dinastía;es cuestión comercial, y el militarismo moderno no es sino un armadel capitalismo» M. El Socialista, cuya actitud antimilitarista no podíaponerse en duda, establece un radical antagonismo entre su concep-ción de la paz y la de los juristas y políticos que se reúnen en la ca-pital holandesa.

No fueron só'o los periódicos políticos los que procuraron in-formar y formar la opinión de sus lectores sobre la Conferencia deLa Haya.. También lo hicieron los militares, especialmente los dosmás significativos, La Correspondencia Militar y El Ejército Es-pañol, que incluyeron frecuentes, aunque breves, noticias sobre su pre-paración y desarrollo, y aludieron a aquel acontecimiento al hilo deotros temas, especialmente al tratar del de la reorganización militar.Para La Correspondencia Militar, las cuestiones que allí se tratan sonmuy importantes para España y por eso exige que la delegación llevecriterios perfectamente definidos y que sepan conjurar los peligrosfuturos. Quebrantado su poder, dice en un editorial, «tiene España eldeber de reconstituirse, y este deber, que impone de una manera abso-luta la necesidad de hacer frente a las contingencias del porvenir yal legítimo derecho de la propia defensa, sólo puede cumplirse con lareorganización del ejército y la armada, la acumulación del materialde guerra necesario a los ejércitos de mar y tierra que han de sos-tener la nacionalidad, y la construcción de todas aquellas obras dedefensa que exige la seguridad de nuestras costas y fronteras, paraque no se hallen impunemente a merced de los atrevimientos y ambi-ciones de cualquier pueblo poderoso que en un momento dado preten-da imponer la razón del más fuerte» M. La cita es amplia pero tam-bién su contenido, que traduce sentimientos muy diversos; y sobretodo, una actitud hostil al desarme, que es el tema que más le pre-ocupa. Por eso, aun confesando que sólo piensan en la propia defen-sa, se alegra del poco éxito de la Conferencia, «reducida a una plató-nica y estéri1 manifestación de humanitarismo»55, y de que sus re-sultados corresponden poco con la solemnidad de su convocatoria56.En El Ejército Español, esta actitud se encuentra mucho más matiza-

53 El Socialista, 3 de febrero de 1899. «En carta de la guerra*.54 Lo Correspondencia Militar, 11 de abr i l d e 1899. -El desa rme» .55 Lo Correspondencia Miliar, 14 de junio de 1899.56 La Correspondencia Militar, 11 de jul io de 1899.

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da, como corresponde a un periódico de orientación más liberal. Selamenta frecuentemente de lo abandonados que están nuestros inte-reses «hasta el punto de que si algún día nos atacasen extranjerosenemigos no podríamos defendernos y sólo seriamos víctimas de susacechanzas»57, y piensa por eso que cualquier presencia exterior espositiva. Desde su punto de vista es un error el que España no hayatenido «política exterior» y por eso pide que entre «en el conciertoeuropeo», elija amigos, y que pacte alianzas M. Todo ello con un obje-tivo muy claro: defender su territorio. En la medida en que el Con-greso de La Haya sirva para esto, lo apoya, y por eso sus noticiasson, aunque breves, desapasionadas.

Queda un último testimonio, no por individual menos significativo:el del diplomático Juan Valera, retirado ya y casi ciego, comentaristade excepción de las Conferencias de La Haya, a las que dedica cuatrolargos artículos, recogidos después en su Estudios críticos sobre His-toria y Política. Su punto de partida es muy sencillo: Europa dominael mundo, pero Europa no es un conjunto de estados, sino unos pocos,los más fuertes, cuya voluntad basta para «arreglarlo y disponerlohoy todo en el mundo», de forma que nadie debe extrañarse de que«sin concierto previo de las cinco grandes potencias, y reunidos enLa Haya los representantes de todas para tratar de la paz o del des-arme, lo natural y lo previsto era que se lograse muy poco»59. Buenconocedor de los entresijos diplomáticos de la Conferencia, percibelos recelos y las rivalidades de los gabinetes detrás del «eufemismodiplomático», y destaca los escasos resultados prácticos que se hanobtenido. Sólo la cuestión del arbitraje le merece un juicio positivo,aunque teme que su momento haya pasado, ya que «casi nunca gue-rrean las naciones por cuestiones de honra, sino por cuestión de inte-rés», y, sobre todo, duda de que, en un porvenir muy remoto, «Fran-cia y Alemania, por ejemplo, sometan una nueva cuestión que surjaentre ellas a la decisión del tribunal de arbitraje». En su opinión, sillega a constituirse, «sólo valdrá por lo pronto para los Estados pe-queños y para las cosas menudas», porque las grandes potencias se-guirán armándose y confiando en su fuerza, y los pequeños acatan-do sus decisionesG0. Valera denuncia el escaso protagonismo de losestados de segundo y tercer orden en La Haya y lamenta «que nohayan aprovechado tan buena ocasión para pedir algunas segurida-

57 El Ejército Español, 2-i d e n o v i e m b r e d e 1899.58 El Ejército Español, 4 de m a y o de 1899. «El a rb i t r i o de España» .59 JUAN VALEIM: Historia y Política (1896-1903), vol. XL d e su s O b r a s Comple t a s , Madr id ,

MCMXIV. Las Conferencias de La Paz, p. 284.60 Ibidem. p . 305.

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des o garantías de que dichas potencias secundarias o menos que se-cundarias, no serán vejadas, mutiladas y mortificadas de continuo61.

Finalmente, se lamenta de la nueva realidad internacional, quepermite aplicar criterios racistas o de superioridad cultural entre lospueblos europeos y occidentales, «siendo así que todos tienen un ori-gen común», y que sanciona prácticas como la de llevar los derechosde protección de subditos en país extranjero hasta extremos tan eno-josos que provoquen conflictos. En ambos casos, el escritor está ex-poniendo el caso español y mostrando cuáles son sus heridas. Comolos gobiernos de la Monarquía a la que tantas veces ha representado,ignora sus propias culpas y juzga a través de su decadencia personal,el futuro ra.

3 . 1 9 0 7 : LA PREPARACIÓN DE LA GUERRA

Contra todo pronóstico, la reunión de la Segunda Conferencia parala Paz resultó mucho más complicada, y su preparación se prologódurante casi ocho años. Nuevas tensiones y nuevos protagonismos de-moraron una convocatoria, que parecía casi automática, y contribu-yeron a introducir modificaciones muy significativas. La iniciativarusa se vio recortada por el peso específico de los Estados Unidos, yel predominio europeo se vio ahogado por la presencia de numerosasdelegaciones de América y Asia. El papel de los estados fuertes creció,disminuyendo en consecuencia el contenido utópico y el apoyo de lasorganizaciones no estatales. En contraste, la posición española mejorónotablemente al contar con aliados y poder servir de mediadora conlos países hispanoamericanos.

3.1 El desarrollo de la Conferencia

El 21 de octubre de 1904 el secretario de Estado norteamericanoenvió una circular a los distintos gobiernos europeos proponiéndolesuna nueva reunión en La Haya63. Después de mediar consultas, lainvitación fue aceptada por una mayoría de los países participantesel 1899. Japón, en pleno conflicto con Rusia, estableció ciertas condi-ciones, y sólo San Petersburgo rehusó abiertamente. El conde Lams-dorff, en su comunicación, invocó el precedente español para evitar

61 ¡bidem, p . 305.62 ¡bidem, p p . 307 a 309.63 AMAE. Negoc iac iones , n ú m . 163 —SXX— C o m u n i c a c i ó n del e m b a j a d o r de San Peters-

burgo en Washington de 9/22 de octubre de 1904.

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que cualquier campaña pacifista le atara las manos, y logró de Esta-dos Unidos un aplazamiento M. Casi un año más tarde, el 27 de sep-tiembre de 1905, se formuló una nueva propuesta, esta vez rusa, yse inició la lenta marcha de los preparativos de la Segunda Confe-rencia. El liderazgo del zar se debía ahora, sobre todo, a una cues-tión de continuidad y estaba constantemente recortado por las pre-tensiones americanas, cuya primera exigencia fue la ampliación delnúmero de países participantes y la transformación de una conferen-cia predominantemente europea en mundial65. El antagonismo deestas dos potencias y la negativa alemana a tratar el tema del desar-me bloquearon, desde el primer momento, la elaboración de un pro-grama, e impidieron que prosperaran posturas, como la italiana, quepretendían ser conciliadoras e incluir nuevas cuestiones66. A comien-zos de 1906 se había llegado a un entendimiento básico tanto paratratar de mejorar el Convenio sobre arreglo pacífico de los conflictosinternacionales y el relativo al de leyes y usos de guerra terrestre,como para elaborar otro sobre leyes y usos de la guerra marítimay adaptar a este tipo de conflictos la Convención de Ginebra, pero lasgrandes cuestiones como eran la limitación de armamentos, el usode la fuerza para el cobro de reclamaciones y el problema de los neu-trales, escapaban a cualquier tipo de negociación. Para resolver esteproblema y evitar la retirada de alguna potencia se puso en marchala llamada «misión Martens», cuyo objetivo era unificar los distin-tos puntos de vista, confeccionar un programa y evitar, mediante con-versaciones directas con el célebre jurista, suspicacias entre los esta-dos. Su gestión, no demasiado eficaz, dio, sin embargo, el empujóndefinitivo a la conferencia, que finalmente pudo convocarse para elmes de junio de 190767.

La dilación y las dificultades impidieron la consolidación de uncuerpo de opinión favorable a los fines de la reunión de La Haya.Las denuncias contra sus propósitos últimos surgían no sólo entre lospaíses rivales, como Inglaterra y Alemania, sino de las mismas aso-ciaciones profesiona.es y pacifistas que tan importante papel habían

64 AMAE. lbídem y no ta del embajador español en Wash ing ton de 29 de diciembrede 1904.

65 Sobre la Segunda Conferencia de La Haya pueden consultarse las obras ya citadas deRENAULT, BOURGEOIS, DE SALÍS y WALTERS, así como el vol. XV de los Recueils de la Sociétélean Bodin.

66 AMAE. Negociaciones n ú m . 163. Comunicación do PCLO DE BERNABÉ de 7 de febrerode 1905.

6' lb ídem. Nota reservada de 27 de febrero de 1907. Ci rcu la r del Minis t ro Allendesala-zar de 8 de mayo de 1907 y Viajes y gestiones del señor MARTENS, I, 4.

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jugado unos años antes6". La gran novedad era que las acusacionesse dirigían tanto contra estas potencias y el «cínico» comportamien-to ruso, como contra las pretensiones hegemónicas de los Estados Uni-dos, de quienes se decía utilizaban la convocatoria de la conferenciapara fines internos y a quienes se reprochaba su conducta en SantoDomingo y su forma de adquirir el canal de Panamá, sin haber in-demnizado debidamente a Colombia y bajo el pretexto de ser «man-datarios de la civilización» 69. La actitud de la II Internacional Socia-lista fue además todavía más rotunda que en 1899. Tanto en el sextoCongreso de Amsterdam, en 1904, como en el de Stuttgart, celebradoal mismo tiempo que el de La Haya, s© pronunció abiertamente con-tra la guerra y el militarismo y en favor del arbitraje y la solidaridadinternacional, pero rechazó de plano cualquier iniciativa de gobier-nos, autocráticos o no, que no promovieren medidas auténticamentepacificadoras en el orden interno70.

La Segunda Conferencia de La Haya se celebró del 15 de junio al18 de octubre de 1907, y contó con la participación de 44 estados, 17 delos cuales eran centro y sudamericanos. Sus objetivos se fijaron de-finitivamente en torno a cuatro puntos 71, y de acuerdo con ellos seformaron otras tantas comisiones para organizar el debate: de arbi-traje, presidida por Bourgeois; de guerra, por Martens; de neutra-lidad, por el belga Boenaert, y la relativa al Convenio de Ginebra queencabezaba el italiano Tornielli. Se concedieron también ampliospoderes a Nelidoff y Martens, tanto para formarlas como para encau-zarlas. Las delegaciones de los distintos estados tuvieron caracterís-ticas muy similares a las de la reunión anterior, equilibrando la pre-sencia de políticos y juristas con la de los expertos militares 72. Aunqueno faltaran convencidos pacifistas como d'Estoumelles de Constant oLeón Bourgeois, ni hombres brillantes como el célebre Stead, las dis-

68 AMAE. Negociaciones núm. 163—Preliminares (1904-1907)—Boletín Informativo do laOficina de la Secre ta r ia de Relaciones Exteriores de Méjico 1905), donde se recogen losdeba tes del Congreso de Abogados y J u r i s t a s al St. Loms.

69 Ibídem. 1-4. No ta del Ministerio español en Washing ton dando cuenta de Ja sesiónde c lausura de la Sociedad Amer icana do Derecho Internacional (27 de abri l de 1907).

™ COLÉ: Op. cit-, cap. IF, y p rensa d e la época, espec ia lmente El Socialista (5 ce juliode 1907).

" Eran los s iguientes : 1.° Mejoras sobre las disposiciones de la Convención de 1899 so-b r e reglamentación pacífica de confl ictos internacionales ; 2.° Nuevas disposiciones relati-vas a las Conferencias sobre leyes y cos tumbres de guer ra terrestre . 3.° Elaboración de unan u e v a Convención re la t iva a las leyes y costumbres de la guer ra mar í t ima, y 4.° Adapta-ción de la convención de Ginebra de 1864 a la guer ra en el mar—AMAE—. lbidem., el en-enrgodo de negocios de Rusia al subsecre ta r io de Estado (Madrid, 4 de abri l do 1907).

?2 Bibliografía ya ci tada, G LEPOINTE: Le mouvement vers la conciliation et l'arbitrageen droit International au debut du XX<; siécle. iaction de d'Estournelles de Constant, enRecueils... vol. XV, pp. 557 a 580.

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cusiones tuvieron un tono pragmático y se centraron en la elabora-ción de las leyes de guerra y no eii la reglamentación de la paz. Elsigno de los tiempos y la creciente tensión internacional condicionóeste cambio: no sólo no hubo ningún intento serio de abordar el temade la limitación de armamentos, sino que, de acuerdo con los nuevosavances técnicos en materia de defensa, las discusiones más durasfueron las relativas a los conflictos marítimos y las nuevas posibilida-des de la navegación aerostática. En consecuencia, los logros en el te-rreno institucional fueron pocos, ya que ni siquiera se consiguió esta-blecer un tribunal permanente, debido al enfrentamiento entre lasgrandes y pequeñas potencias a la hora de nombrar los jueces73. Cues-tiones que encerraban cierto interés, como la presentada por el ar-gentino Dragó, relativa a la imposibilidad de cobrar una deuda porla fuerza, o mediante la ocupación de un territorio por un ejército ex-tranjero, contaron con la oposición de los fuertes y sólo fue admitidacon enmiendas sustanciales. La desconfianza y las reuniones fueronconstantes, y ya en la primera sesión el hecho de que figurase unespañol en la Secretaría, y no un alemán, austríaco o italiano, provocóproblemas. Una de las cuestiones que se suscitaron en seguida fue lade la publicidad de los debates. Francia, Gran Bretaña, Estados Uni-dos, Japón, Rusia e Italia, se mostraron contrarios a la admisión deperiodistas, no sólo en las sesiones de las comisiones, sino tambiénen las de la Conferencia. Austria defendió exclusivamente el secretoen las comisiones, y Alemania fue todavía más allá y pidió puertasabiertas en todas las reuniones. Prosperó finalmente el silencio infor-mativo, y el resultado fue el poco eco que el Congreso tuvo en laopinión pública europea74. La escasa información filtrada debía com-petir además con temas mucho más candentes, como la cuestión deMarruecos.

El balance final de la Conferencia fue más un compromiso políti-tico entre los estados participantes que un logro para la paz y el dere-cho. Las 14 convenciones y la declaración final que resumían las deli-beraciones no fueron firmadas por todos los participantes y, con laexcepción de Austria, Estados Unidos y Gran Bretaña, incluso losestados débiles manifestaron reparos. La pacífica suiza se negó a fir-mar la segunda, relativa al empleo de la fuerza en el pago de deudascontractuales, y la octava, duodécima y, sobre todo la decimocuarta,que trataban de las minas submarinas de contacto, del establecimien-

73 WALTERS: Op. Cit., p . 31. .74 Comunicación reservada del Primer Delegado de España en la Conferencia de la

Paz—La Haya—, 16 de junio de 1907. AMAE. Negociaciones, núm. 163.

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to de una carta general de presas y de prohibición de lanzamiento deproyectiles y explosivos desde globos, despertaron general oposición ",hasta el punto que todavía cinco años después de terminar la Confe-rencia, faltaban algunos estados por ratificar la adhesión76.

3.2 La nueva posición española

En el caso español, las reticencias para participar fueron muchasmenos que en 1899. Coincidiendo con el cambio de siglo y el adveni-miento de Alfonso XIII se produce un replanteamiento de lo posicióninternacional de España y, como consecuencia, una nueva orienta-ción en su política exterior. Se presta especial atención a los factoresgeopoliticos y esto supone la búsqueda tanto de una mayor integra-ción en Europa, como de un desquite territorial en Marruecos. El acer-camiento a Francia fue el primer paso al que siguió la adhesiónespañola a la entente franco-británica de 1904. Con ella y las notas in-tercambiadas en mayo de 1907, tras los acuerdos de Cartagena, nuestropais recibía la garantía ansiosamente buscada desde el Tratado deParís y ponía fin a su aislamiento. El cambio suponía, además de lavuelta a la tradición diplomática de la Cuádruple Alianza, el deseode no quedar marginada de cuantas negociaciones y conferencias par-ticipasen sus aliados. En relación con esta actitud y el tema que nosocupa hay un hecho trivial, si se quiere, pero lleno de significación.- elcontraste entre la prudente actitud que España adopta en 1904, alconocer la propuesta norteamericana, que no se explica sólo por reti-cencias ante el vencedor del 98, y la rápida aceptación de la invitaciónrusa al año siguiente ". La firma del nuevo tratado hispano-francés,precisamente en octubre de 1904, hace que todavía en esta fecha seaaconsejable pulsar antes la actitud de otros gobiernos, mientras que,meses más tarde, basta con conocer la aprobación franco-inglesa paraaceptar sin dilaciones.

Aunque el contar con amigos aumentó la seguridad del Gobierno,no por ello mejoró la consideración que España gozaba en el exteriory el escaso peso que tenía en las organizaciones d© carácter interna-cional. A esto se unía el papel más bien pasivo jugado en el primerCongreso de La Haya, por lo que no es de extrañar que fuera delibe-radamente dejada al margen de las consultas previas y no fuese in-

'5 AMAE. Nog. 103-IV 2. Adhesión y ratificación de los países extranjeros a loa conve-nios celebrados en la Segunda Conferencia de la Paz (2> de octubre de 1907).

76 Ibidem. 14 de iulio de 1907." E. ROSAS: Op. cil.; JOVER: Op. cit.. y AMAE. Neg. núm. 163.

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cluida en e! programa de visitas de Martens. El embajador ruso comu-nicó la imposibilidad de este desplazamiento y el agrado con que veríael Gobierno de S. M. el Zar el que «los representantes de España enotras capitales se entendieran con el referido delegado ruso» 78. Lasugerencia fue aceptada y el ministro de Estado Allendesalazar envióuna circular a los representantes diplomáticos explicitando sus crite-rios en las cuestiones en debate. España se mostró dispuesta a incluirla cuestión del desarme en el orden del día, más como una concesióna la opinión pública qua por verdadero convencimiento, y se declarófavorable a cualquier fórmula que salvara la Conferencia, incluso lano inclusión de este punto en el programa. La misma ambigüedad de-mostró con respecto al tema del pago de las deudas por parte de losEstados, en qua apoyaba la idea de restringir el empleo de la fuerza,pero siempre que esto no acarrease dificultades de entendimiento conotros países. Por último, la circular señalaba un punto muy signifi-cativo: el particular gusto con que se vería por parte española el quese facilitase toda la posible asistencia de las Repúblicas hispanoame-ricanas ".

Fue al embajador español en Roma, duque de Arcos, a quien co-rrespondió entrevistarse con Martens. En la conversación, en que setrataron otros puntos además de los previstos, se terminó de perfilarla posición española ante la Segunda Conferencia. El arbitraje pacíficofue aceptado, siempre que no afectase a cuestiones relativas a la dig-nidad o a los intereses vitales y se considerare «patrimonio de cadaEstado el decidir si lo son o no», pero la regulación de la guerra ma-rítima planteó más problemas, ya que España se negaba a renunciaral apresamiento de barcos mercantes enemigos, por considerar que talmedida «privaría a una potencia secundaria de un medio de ofensacontra una potencia naval de primer orden» E0. No hay que olvidar queEspaña no había suscrito todavía el tratado de abolición del Corsode 1856, y que esto condicionaba su posición.

Decidida la participación española en la Segunda Conferencia deLa Haya y la fecha de su inauguración, el presidente del Gobierno,don Antonio Maura, procedió al nombramiento de los delegados. Enesta ocasión la elección fue cuidadosa, procurándose atender a con-sideraciones diplomáticas esencialmente. Fus designado como primerdelegado el marqués de Villa-Urrutia, embajador de S. M. en Londres,

78 AMAE. Neg. 163. El Minis t ro da Estado al Embajador de S. M. en Roma. 15 de fe-bre ro de 1907.

79 AMAE. Neg. 163. El Minis t ro de Estado al Embajador de S. M. en Roma. 21 de fe-bre ro de 1907.

80 lbldem. El embajador de S. M. en Roma al Minis t ro de Estado. 27 de febrero de 1807.

729REVISTA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES.—3

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que había participado ya en la Conferencia de 1899 y que ahora ha-bía seguido muy de cerca todos los preparativos. Dada la importanciaque se concedía a la opinión del Gobierno británico, era sin duda lapersona adecuada para pulsarla y adecuar a ella los intereses espa-ñoles. Tenía tras sí una larga carrera diplomática, había sido subse-cretario y ministro de Estadu en 1894 y 1905, respectivamente, y gozabaademás de un cierto prestigio intelectual. Junto a él se nombró a donJosé de la Rica y Calvo, enviado extraordinario y ministro plenipoten-ciario en los Países Bajos, y a don Gabriel Maura y Gamazo, condede la Mortera, hijo del jefe de Gobierno, profesor de la Academia deJurisprudencia, diputado en Cortes y miembro destacado tanto de laLiga Africanista como de la Unión Iberoamericana. Meses más tarde,y a instancias del ministro de Guerra, «para contribuir con su con-curso técnico al mejor resultado de los compromisos que en dichareunión internacional haya de adquirir España», se nombró a un mi-litar de carrera con carácter de adjunto y con cargo al presupuesto deeste Ministerio. Se trataba de don José Jofré y Montojo, profesor de laAcademia de Estado Mayor y general de brigada, y que ya había for-mado parte en 1906 de la representación española en la ConferenciaInternacional para revisar el Convenio de Ginebra. Por las mismasrazones y con igual categoría, el titular de Marina incluyó a don Fran-cisco Chacón81. La representación quedó completa con el nombra-miento de Spottorno, que lo era en la embajada española en La Haya,como secretario. La presencia de personal no civil, ni era una nove-dad ni era ociosa y estaba en perfecta consonancia con lo que hacíanotros gobiernos.

Pero la colaboración con los ministerios de Guerra y Marina noterminó aquí, sino que a la hora de preparar las Instrucciones setrabajó en estrecha colaboración con estos organismos, que dieran laspautas a seguir en los temas de su competencia. Los militares se mos-traron especialmente preocupados por la seguridad española y lo queconsideraban «sus desventajas geográficas», poco flexibles en el temade los neutrales, y reticentes a contraer compromisos en materia delimitación de armamentos. Propusieron varias ampliaciones y aclara-ciones al Convenio de 1899, una sobre todo especialmente significati-va: «si las fuerzas que en un país se alcen contra el Gobierno consti-tuido pueden llegar a ser consideradas por otras como beligerantes;asunto de suma importancia, que aunque a primera vista parezcainteresar sóío al país en que los sucesos ocurran, tiene sin embargo

81 AMAE. Neg. 163-11. Cuestiones secundarias. 1. Nombramientos de delegados (23 demayo de 1907 y 4 de junio de 1907).

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ESPAÑA EN LAS CONFERENCIAS DE LA MAYA DE 1899 y 19Ó7

mucha trascendencia, por la fuerza moral que cuando menos da a lastropas insurrectas, y a los partidarios de la idea que éstas sustentancon las armas» 82.

Todavía más complejidad revistieron las consultas que se dirigie-ron al Ministerio de Marina, directamente implicado en muchos de lostemas de la Conferencia. Pero en éste como en otros casos los proble-mas no eran sólo técnicos, y difícilmente podían abordarse sin unplanteamiento global de lo que iba a ser la política española. En estesentido, la respuesta de la Subdirección de Asuntos Generales de esteorganismo al ministro del ramo, es un modelo de prudencia: en ella,después de señalar su incapacidad para emitir opinión y para afron-tar los problemas planteados, especialmente el de la limitación de ar-mamentos, puntualiza que todos guardan relación y que para abor-darlos «ha de partirse de la base indicada, ¿qué es lo que a Españaconviene?, y su corolario ¿qué se propone España?, sin la cual nocabe una decisión acertada» "3. Para resolver el dilema propone pedirasesoramiento al Centro Consultivo del Almirantazgo de Marina, alque se supone, por su responsabilidad y composición, «sin duda cono-cedor en parte al menos del pensamiento del gobierno»84.

Tal y como se aconsejaba se remitió a este Centro la consulta deAllendesalazar. Lo componían a la sazón cinco personas: Fernández,Estrán, Spottorno, Careas y como secretario Hediguer, y su resolu-ción revistió un especial interés tanto para conocer los mecanismos deconsulta e información de la administración española, como por supo-ner una propuesta de política exterior no del todo coincidente con laque se propugnaba desde el Ministerio de Estado85.

El Centro Consultivo se mostró partidario de saltarse los trámitesy comisiones habituales en este tipo de consultas, dada la premurade tiempo y el escaso valor que tendría una opinión tomada «sin elconocimiento previo del pensamiento del gobierno y de los compro-misos e inteligencias cordiales existentes en el orden internacional»,y por personas que estaban al margen de trascurrir de la propia Con-ferencia. Como única alternativa propuso que el Consejo de Ministrosles informara de sus criterios contestando a un cuestionario concretoque abarcaba los siguientes extremos-.

82 AMAE. Neg. 163. Instrucciones del Ministro de Estado a don Wenceslao Ramírez deVilla-Urrutia (12 de junio de 1907).

83 AMAE. Neg. 163. Dirección de Asuntos generales del Minister io de M a r i n a (20 deabri l de 1907).

84 lbidem.85 AMAE. Neg. 163. El Centro Consultivo del Almirantazgo de Mar ina al Ministro de

Estado (29 de abril de 1907).

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M. VICTORIA LÓPEZ CORDÓN

«1.° Si tiene España en la actualidad libertad de acción para ex-poner ideas propias, o deba acomodarse directa o indirectamente aotras influencias u opiniones.

2.° Si le conviene contraer compromisos concretos en cuestionesinternacionales, o debe limitarse a manifestar sus deseos de equidady justicia en lo que se refiere a los puntos objeto de discusión.

3.° En caso de guerra, debe subordinarse todo a defender interesespresentes, positivos y reales, o es útil que se inmiscuya en políticainternacional para lograr aumentarlo.

4.° ¿Tiene el propósito de rehacer su Imperio colonial en otros te-rritorios?

5.° Si va a presentar en la Conferencia un plan completo y termi-nante sobre todos sus puntos, o va a limitarse a expresar su opiniónen forma de enmiendas u observaciones a las proposiciones de otraspotencias.»

Este último punto es, en opinión del Centro, de singular importan-cia, pues resultaría atrevido, «tanto en el orden privado, como enel público, no hacerse cargo de la verdadera posición que cada cualocupa, y de los medios de acción respectivos, y sería muy sensibleque acompañase a nuestra estrecha situación económica y a nuestraimpotencia guerrera, un ridículo semejante al de un niño que qui-siera tomar iniciativa en una reunión de personas mayores, deseosaso decididas a imponer sus particulares conveniencias»86.

Reconociendo que es al Gobierno a quien únicamente compete ase-sorar a la Corona, no rehuye sin embargo exponer su opinión acercade los problemas sustanciales del cuestionario en los siguientes tér-minos:

«1.° España debe mantener en todo caso su libertad de acción enlo que afecta a sus actuales posesiones y medio de defensa de lasmismas.

2° Nuestro gobierno no debe contraer compromisos que coartannuestra libertad de acción.

3.° Caso de una guerra posible, debe subordinarse todo a defenderintereses presentes, positivos y reales, sin intentar el aumento de losmismos, a costa de peligrosas aventuras.

4.° España debe limitarse a conservar lo que actualmente poseesin pensar en nuevas conquistas coloniales.

88 ¡bidem.

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ESPAÑA EN LAS CONFERENCIAS DE LA HAYA DE 1899 Y V3O7

5.° En la Conferencia debe concretarse España a expresar su opi-nión en las cuestiones que de un modo directo pueden interesarle,atendiendo á la conservación de lo que. posee y a sus efectivos inte-reses económicos»87.

Es, sin lugar a dudas, del mayor interés, constatar lo ponderado deestas opiniones, en las que queda patente la desconfianza ante unoscompromisos exteriores que se entienden de supeditación y no comoacuerdos entre iguales.

También es significativo, el contraste entre esta postura y la du-reza, no exenta de realismo, con que se concibe el desarrollo de laguerra en el mar, en donde se recomienda como principio fundamentalel siguiente: «Es de capital interés que la guerra ocasione los mayo-res perjuicios a los beligerantes y a los neutra'es; cuanto más gran-des sean los perjuicios, antes terminará la lucha» 88. La explicación esmuy sencilla-, al reconocer el papel fundamental que en los conflictosde la época juegan las grandes capitales, considera que todo lo queataque los intereses económicos contribuye a la causa de- la paz. Eneste sentido la destrucción y la implicación de los neutrales se con-vierte paradójicamente en un medio «altamente humanitario y bene-ficioso». Apoyados en esta afirmación, y refiriéndose ya a las cuestio-nes concretas que la Conferencia va a discutir, aconseja que semantenga el bombardeo de los puertos y lugares fortificados de unpaís enemigo, que no se limiten los medios de defensa, ni la utilizaciónde torpedos, ni la facultad de convertir buques de toda clase en buquesde guerra; se muestran partidarios de controlar los barcos neutrales,sometiendo al derecho de visita incluso a los que lleven la bandera dela Cruz Roja. El ministro de Marina, señor Ferrándiz, que hizo suyasen gran parte las opiniones expresadas por el Centro consultivo, intro-dujo sin embargo un cambio sustancial en relación con la cuestióndel bombardeo de las plazas comerciales, recomendando que nuestrosdelegados se opusieran a esta práctica, habida cuenta la importanciay la vulnerabilidad de las nuestras. '

Fruto de esta y otras consultas, el Gobierno, a través del ministrode Estado, envió a Villa-Urrutia, con fecha 12 de junio de 1907, las Ins-trucciones, en las que se puntualiza cuál debe ser su actitud ante loscuatro grandes temas y se dan directrices concretas en caso de inclu-sión de otros nuevos. Se recomienda asimismo la política que debe se-guir la delegación española durante la conferencia: «El carácter pre-

87 Ibídem.88 ibídem.

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dominantemente jurídico de muchos de los temas que en la conferenciahan de discutirse, permitirá a cada país exponer su pensamiento sinque la actitud que adopte se atribuya a otros motivos y en especial alcarácter de las relaciones que entre tales y cuáles gobiernos puedanmediar. Pero no faltan problemas, y muy importantes, respecto delos que las propuestas y los votos revestirán, sea por la índole de lacuestión, sea por los antecedentes y circunstancias, alcance político; yentonces vuecencia deberá tener muy presente el deseo del Gobiernode S. M. de marchar, sin menoscabo de la cordialidad con otros países,en estrecha inteligencia con los Gabinetes de París, Londres y Lisboay de hacer presentes los íntimos vínculos que también le enlazan á lasrepúblicas hispanoamericanas.

No siendo el Gobierno de S. M. el promotor de la conferencia,no le compete, ni por esa ni por otras razones, de modo particular, pre-sentar proyectos; lo cual naturalmente no obsta a- que la delegaciónespañola someta a la Asamblea proposiciones de detalle, las enmien-das, fórmulas de conciliación, etc., ajustadas a nuestros intereses y alas instrucciones que quedan indicadas, ocupando así el lugar activo ydecoroso a que nuestra patria tiene derecho en el concierto interna-cional. En el mismo orden de ideas corresponde recabar discretamenterepresentación adecuada en la Mesa y comisiones de la Conferencia,especialmente en el comité que estudie la limitación de los armamentossi ésta llega a componerse, como se pensó, de delegados de las grandespotencias» 89.

3.3 La adaptación a la realidad

Provista de instrucciones muy concretas, y confiando en no sentirseaislada, la delegación española en La Haya se mostró dispuesta desdéel primer momento a jugar el mejor papel posible y a ganar posicio-nes. La lectura de la correspondencia diplomática permite observaruna relativa seguridad e incluso una cierta propensión a interpretarcomo «pruebas de consideración hacia España» lo que sólo era fruto detransacciones entre los principales Estados. Tal ocurrió con la desig-nación de Spottorno como secretario, o con las presidencias que co-rrespondieron a otros delegados90. Los contactos con el Ministerio deEstado se mantuvieron constantes, trasladándose incluso a Madrid el

89 AMAE. Neg. 163. Él Ministro de Estado a don Wenceslao Ramírez de Villa-Urrutia...(Madrid, 12 de junio de 1907). Punto VIII.- Bolación con los delegados de otros países.

30 Ibidem. El primer delegado de España en la Conferencia de la Paz al Ministro de Es-tado (La Haya, 16 do junio de 1907).

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ESPAÑA EN LAS CONFERENCIAS DE LA HAYA DE 1899 Y 1907

conde de la Mortera con objeto de precisar mejor algunos extremos yrecibir instrucciones verbales. En algunos puntos, las recomendacio-nes de Madrid se siguieron escrupulosamente, sobre todo en lo rela-tivo al acercamiento a las delegaciones hispanoamericanas, si bien semantuvieron algunas reservas respecto a Cuba 91. Con Francia e Ingla-terra todo fue bien, mientras ambas potencias estaban de acuerdo. Encaso contrario, siguiendo una vieja táctica, España escondía su des-concierto en la abstención, como ocurrió por ejemplo en las discusio-nes relativas a la composición del Tribunal permanente. El Ministeriode Estado sólo recurrió a pulsar la actitud de otros países cuando losintereses españoles quedaban perjudicados, o cuando sus pretensionesno eran convenientemente apoyadas por sus aliados. En ningún casose obtuvo demasiado éxito w.

Las instrucciones emanadas de Madrid, sobre todo en su aspectomilitar y naval, no siempre fueron fáciles de seguir. Las recomenda-ciones del Ministerio de Guerra sobre leyes y usos de guerra terrestre,formuladas por el coronel Jofré, no se presentaron a la subcomisióncorrespondiente por considerar Villa-Urrutia que eran inconvenientes.La más importante, que trataba sobre declaración de conflictos arma-dos, se juzgó «tan reveladora de nuestra debilidad militar, como con-traria a los principios de la misma guerra»; otra, sobre la supresiónde la palabra grave, aplicada a la violación de un armisticio, hubierasido ofensivo para Alemania, a cuya petición se había opuesto en 1899.Pero la más inoportuna para el primer delegado era la relativa a^losposibles enfrentamientos armados que surgieran dentro de un mismopaís, ya que «parecía, en boca de españoles, recuerdo y temor de pro-nunciamientos militares y discordias civiles, ya por fortuna olvida-das» M. Se justificaba esta negativa en la necesidad de actuar de acuer-do con otras legaciones, para que las iniciativas no fueran inútiles, ysobre todo, «para no aparecer, después de recientes inteligencias yacuerdos, en un completo y deslucido aislamiento» M. Más en contactocon la realidad de la Conferencia, Villa-Urrutia y la delegación espa-ñola conocían muy bien que cualquier cambio sobre lo ya convenidosería un verdadero fracaso, por lo que decidió presentar exclusiva-

&' Según dice Vn.r.A-l/RfuiTiA en el despacho cit., supra: «r.as Repúblicas do C u b a y Pa-n a m á viven de la misericordia de los Estados Unidos y apenas t ienen personal idad diplo-mática.»

92 AMAE. Nog. 163. Despacho del encargado de Negocios en Viena al Ministro da Es-tado (Viena, 3 de sept iembre de 1907).

93 ¡bidem. Despacho do Vil la-Urrut ia al Ministro de Estado (La Haya, 4 de julio de 1907).Nota e laborada por el Ministro de Estado el 11 de julio de 1907 y presen tada a Consejo deMinistros.

94 ibídem.

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mente una moción relativa al trabajo de los prisioneros de guerra.En lo relativo al bombardeo de plazas comerciales y ciudades maríti-mas España optó por aceptar la propuesta de los Estados Unidos, bas-tante similar en cuanto a contenido con la suya, que logró el acuerdode la comisión correspondiente, y la misma política siguió en la cuestiónde las minas submarinasos.

Estos y otros cambios, así como la necesidad de conocer la capacidadde maniobra con que la propia delegación contaba, hizo necesario laredacción de unas segundas instrucciones, más precisas y concretas,que se expidieran para La Haya el 1 de julio de 1907. En ellas se puntua-lizaba lo que debía ser la postura de los delegados en las distintascomisiones y se procuraba combinar los «intereses españoles» con lasactitudes predominantes en la Conferencia. El objetivo quedaba limi-tado a introducir algunos cambios de matiz y a servir de mediadoresentre las posturas encontradas de las grandes potencias. Las sesionesmás difíciles eran sin duda las de la primera Comisión, que tenían a sucargo la solución pacífica de los conflictos internacionales. En ellaVilla-Urrutia debía intentar sustituir el término «intereses nacionales»por el de «independencia», en relación con los límites de las esferasde competencia de las comisiones de investigación; pero se aceptabaya de antemano no defenderlo, si Francia y Rusia no se mostraban par-tidarias. Respecto a cómo asegurar la ejecución de los pactos especialesde arbitraje se aconsejaba defender la fórmula alemana, lo que permi-tiría mostrar «e1 cordial espíritu con que la delegación española acogelas'ideas del Gabinete de Berlín»96. No varió, sin embargo, la posturade Madrid en relación con la posibilidad de adquirir compromisos co-lectivos en materia de arbitraje obligatorio, manteniéndose que intere-saba más fijar claramente los límites de su dominio que extender suaplicación. Finalmente la primera comisión debía abordar el problemade la institución de tribunales de presas marítimas, que era especial-mente delicado, y que existían dos proyectos, uno alemán y otro britá-nico, bastante diferentes. En él Villa-Urrutia debía seguir muy de cercael dictamen del experto naval, pero evitando siempre contribuir a unenfrentamiento.

Las recomendaciones relativas a la segunda comisión, referida a laguerra terrestre, se reducían a tres puntos: 1.° Compensar en lo posiblela desventaja española en cuanto a movilización de tropas; 2° seguirde cerca las propuestas referentes a los derechos y bases de los neu-trales y 3.°, mantenerse atentos a. los progresos de Ja aerostática. En la

95 ¡bidem.so AMAE. Neg. 163. Despacho de 1 de Julio do 1907.

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ESPAÑA EN LAS CONFERENCIAS DE LA HAYA DE 1899 Y 1907

tercera y cuarta, que trataban de la guerra marítima, se ordenó ex-presamente a Villa-Urrutia oponerse a la postura de Estados Unidos,favorable a declarar inmune la propiedad privada de los beligerantes,y abstenerse en relación con la propuesta Británica de supresión decontrabando, ya que «no nos beneficiaría como neutrales, por el atrasode la industria militar española y tampoco como beligerantes, toda vezque siempre hallaremos facilidades por una u otra de las fronterasterrestres» "7.

Con objeto de facilitar la regulación de los conflictos en el mar serepartió a las distintas delegaciones un cuestionario de 14 preguntas,que trataba de recoger la práctica de los distintos estados en relacióncon el tema. España contestó con ejemplar sinceridad y reflejó en élsus peculiares puntos de vista. Así, por ejemplo, se mostraba favorablea las transformaciones de buques de comercio en buques de guerra,con los menos requisitos posibles, y defendía pocas limitaciones a lacaptura de navios comerciales y al derecho de los beligerantes a impedirel aprovisionamiento de los enemigos por los neutrales. En consecuen-cia con ello, se prefería modificar los términos de la declaración marí-tima de París de 1856 y no se mostraba demasiado entusiasta de laregulación de este tipo de conflictos, estableciendo el límite para estaacción en medidas que tendiesen a humanizar las hostilidades, «sinquitarles la indispensable eficacia» M.

La regu'ación de la guerra marítima planteaba además al gobiernoespañol un problema específico ya que, como señalamos, nuestro paísno había aceptado la declaración de París de 1856 sobre abolición delCorso. En 1907 sólo España y Méjico no lo habían suscrito, porqueEstados Unidos, que también expresó sus reservas, lo reconoció endeclaración de su Presidente, el 26 de abril de 1898, con motivo dela guerra hispanoamericana. Paradójicamente, este derecho que Es-paña se reservó, no se utilizó nunca, lo que decidió a autorizar a Villa-Urrutia para adherirse a la citada declaración en toda su integridad.Esta fue quizá una de las consecuencias más efectivas e inmediatas dela participación española en la Segunda Conferencia de La Haya".

Otros objetivos oficiosos que la delegación llevaba en su carterano pudieron, sin embargo, ni presentarse. Procedían de particulares yhabían sido tramitados por el Ministerio de Estado sin ningún compro-miso concreto. Así ocurrió, por ejemplo, con la Academia de Ciencias,

97 Ibídem.98 Ibidem. Respuesta al cuestionario de la Cuar ta Comisión de la Conferencia de

La Haya.89 AMAE. Neg. 163. Declaración hecha por España en la Segunda Conferencia de la

Paz sobre abolición del Corso y Real Decreto do 20 de noviembre de 1907.

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Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba que, preocupada por los avan-ces de la aviación y su posible aplicación a la guerra, propuso que seelevara a compromiso diplomático solemne «el que se consideren desdeahora y para siempre excluidas de la guerra para armas legítimas lasmáquinas de locomoción aérea que el hombre invente de cualquierclase que sean». En su opinión, sólo una potencia como España «débily nada temible para las demás; reducida por los azares de la historiaa una neutralidad pacífica, y desprovista así de ambiciones como derecelos, hasta por su situación geográfica y su aislamiento en el con-tinente», podía intentar con éxito este humanitario propósito100.

Mayor interés y menos altruismo tiene, sin embargo, la peticiónelevada por los Centros Comerciales Hispano-Marroquíes de que se pre-sentara a la Conferencia de La Haya un proyecto de. Ferrocarril Ibero-Afro-Americano, que partiendo del estrecho de Gibraltar llegara hastaDakar, o incluso a Bathurs o Freetown. Este ambicioso objetivo, quecontaba con el apoyo de la sociedad africanista, había sido presentadoya en la Conferencia de Algeciras por el duque de Almodóvar y ele-vado a Alfonso XIII por sus más cualificados promotores. Estos eranentre otros Joaquín Sánchez de Toca, Alejandro Pida] y Mon, LeonardoTorres y Quevedo, el marqués de Comillas, el marqués de Camarasa,el duque de Sesto, Mariano Miguel del Val. Rubianes, Zaragoza, Ta-mames y el delegado general Castell. Basaban su pretensión en trespuntos fundamentales: en primer lugar la internacionalidad del pro-yecto, que le hacía necesitar un estatuto diplomático que permitierasolucionar el problema de las servidumbres de paso; después su estre-cha conexión con un plan general de obras públicas en Marruecos, ypor último, la conveniente neutralización de la zona por la cualtranscurriría su trazado. Los firmantes que asociaban automáticamentecivilización con colonialismo, lo consideraban además un factor decisi-vo para la correcta explotación de Rio de Oro y la mejora de comunica-ciones con Canarias, e incluso, y de ahí su nombre, un medio deacercamiento al continente americano, ya que «reduciendo a dos díasla navegación entre Brasil y Europa, ha de poner en contacto nuestrapatria con aquellas regiones de América a las que nuestros padresllevaron nuestra lengua y nuestra fe» 101. Mal se ajustaba, sin embargo,

100 ¡bidem. Anejo al despacho de 12 de junio de 1S07. La Academia de Ciencias. BellasLetras y Nobles Artes de Córdoba al excelentísimo señor Ministro de Estado. (Córdoba, 31do enero do l!)07.¡ • •

101 Ibidem. Escrito de! «Centro Comercia! Hispano-Marroquí- do Barcelona de 21 de ju-lio do 1907. Remitido por el Presidente del Consejo do Ministros al de Estado el 3 deagosto de 1907.

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ESPAÑA EN LAS CONFERENCIAS DE LA HAYA DE 1899 Y 1907

el ambicioso ferrocarril al programa del Congreso de La Haya, por loque ni siquiera fue presentado.

3.4 La difícil ratificación de las conclusiones

Tampoco fue fácil en España la aprobación de los compromisos dela Segunda Conferencia de La Haya. El 21 de octubre de 1907 Villa-Urrutia firmó, sin reserva alguna y con arreglo a las instrucciones quehabía recibido, nueve de las ocho convenciones y el acta final, expre-sando sus reservas respecto a las otras seis restantes, que eran lacuarta, octava, novena, trece y catorzava, con la excepción de China,nuestro país era el que más convenciones dejaba de apoyar y sería,andando el tiempo, uno de los más retrasados en cumplimentarlasdefinitivamente 102. Terminado el Congreso y presentada por los dele-gados la documentación al gobierno, este decidió por una Real Ordende 2 de enero de 1908, consultar a los ministros de Guerra y Marinasi convenía que se suscribiesen aquellos convenios en que el gobiernoespañol no aparecía como signatario y si los ya firmados procedía quese ratificasen. Era este un trámite obligado, dados los contactos ante-riores, y el papel que habían jugado ambos titulares en la elaboraciónde las instrucciones. El ministro de Guerra puso algunos reparos alConvenio V, relativo a los derechos y deberes de las potencias y perso-nas neutrales en caso de guerra terrestre, por no haberse- incluidoninguna cláusula relativa a los bienes de los extranjeros residentes, taly como en su día había recomendado. El de Marina, por su parte, semostró más conciliador, expresó su conformidad con lo ya firmadoy consideró incluso conveniente que España se adhiriese a los octavo,noveno y trezavo, con algunas reservas103. De ambas contestacionesse informó a Villa-Urrutia, de nuevo en su embajada de Londres, conobjeto de que diera su parecer y que como primer delegado obrase enconsecuencia. El diplomático, en su contestación, dejó entrever un cier-to malestar por lo que se consideraba una injerencia en los asuntosdel Ministerio de Estado y una velada censura contra la actuación delos representantes. Además, hacía constar que en el caso de que estasobservaciones respondiesen más a una indicación que a una censura,eran completamente ineficaces por lo tardías, ya que el 30 de juniohabía expirado el plazo fijado para contraer nuevos compromisos, yrespecto a los ya suscritos no cabía ya más modificación ni reserva

102 • AMAE. Tratados y Negociaciones núm. 163 IV. Adhesión y ratificación de los paí-ses extranjeros a los convenios celebrados en la Segunda Conferencia de La Haya. Cuadrode firmas hasta el 22 de octubre de 1907.

103 Ibídem. Informe de la Comisión permanente del Consejo de Estado. Antecedentes.

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M. VICTOKIA LÓPEZ CORDÓN

que negarles la ratificación. Se quejaba de que los nuevos puntos devista del Ministerio de Marina no se hubieran hecho explícitos a sudebido tiempo, ya que ello había obligado a la delegación españolaa hacer equilibrios para procurar «sin apartarse de sus instrucciones,marchar de acuerdo con naciones amigas», y hubiera permitido nosingularizarse en defender, a título de débiles, una tendencia que nogozaba del favor de la Asamblea». Se lamentaba también de que paraesta falta de diligencia no se hubiese logrado «comprometer desdeluego la opinión del Gobierno con la postura del Convenio, cuandopara su detenido examen tenían los centros competentes un plazo deocho meses-* 1M. Como el único arreglo posible era esperar que la próxima conferencia de Londres tratase estos temas, recomendaba al go-bierno que diera las instrucciones oportunas a los delegados que allíhubieren de representarle, para subsanar en lo posible los erroresde los de La Haya, «muchos de ellos imputables a la falta de acuerdoprevio entre los gabinetes y a la insuficiente preparación de losasuntos que habían de ser objeto de debate» I05.

Pero no terminaron aquí las dificultades de los Convenios de LaHaya. Todavía durante algunos meses siguieron los trámites entre lostres ministerios implicados hasta que, finalmente, se confirmó la opi-nión de que España debía mantenerse sin firmar los cuatro, ocho, trecey catorce. Se declaró, sin embargo, aceptable el nueve, que había sidorechazado por los delegados españoles, y se confirmaron todos los sus-critos excepto el doce. Este convenio suscitaba serios problemas y fueel responsable de que se dejara en suspenso la aprobación del resto.Como muchas de sus cláusulas fueron incluidas posteriormente en laDeclaración de Londres de 26 de febrero de 1909 y en el protocolo adi-cional de 19 de septiembre de 1910, España estimó conveniente aplazarlas ratificaciones de La Haya hasta examinar los tres documentos con-juntamente y conocer la actitud al respecto de las principales potenciasmarítimas. Finalmente decidió afrontar el problema y ratificar aquellosque no planteaban problemas 106.

Quedaba todavía otra cuestión por resolver. Debido a las múltiplesy contradictorias maneras de interpretar el artículo 55 de la Constitu-ción, el Ministerio de Estado tenía serias dudas sobre si los Convenios

104 AMAE. Neg. 163. El Embajador de S. M. en Londres a! Minis t ro de Estado (31 dejulio de 1908).

105 Ibidem. La Conferenc ia de Derecho In ternac ional Mar í t imo q u e se reunió en octubrede 1903 en Londres, tuvo por objeto m l t m l a r es tablecer un t r ibunal de apelación en mate r i ade presas marítimas.

"18 El 23 de abril de 1909 España firmó la Declaración relativa al Derecho de la guerramarítima, que contiene nueve artículos y varias disposiciones finales.

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ESPAÑA EN LAS CONFERENCIAS DE LA HAYA DE 1899 Y 1907

de La Haya, al obligar individualmente a algunos españoles, debían serratificados por las Cortes o por el rey, por lo que se consultó al consejode Estado sobre esta delicada cuestión 107. La comisión permanente deeste organismo, compuesta por Groizard, Santos Guzmán, Cortezo yVillanueva lo estudió detenidamente, y a pesar de reconocer que nose había obrado así en 1899, dictaminó: «que deben considerarse com-prendidos en e! artículo 55 de la Constitución los convenios acordadosen la Segunda Conferencia de La Haya y las cláusulas contenidas enla declaración relativa al derecho de guerra marítima resultado de laConferencia internacional de Londres, y que procede por lo tanto some-ter el texto de unos y otros Convenios al conocimiento y aprobaciónde las Cortes, como requisito previo para su definitiva ratificación 108.Con ello quedaba zanjado el proceso de consulta. Pero todavía transcu-rrieron más de dos años hasta que el ministro de Estado correspondien-te, Manuel García Prieto, lo sometiera a las Cortes y pusiera punto finalal proceso de la ratificación de los compromisos españoles en LaHaya109.

3.5 El debate parlamentario

En contraste con lo que ocurrió en 1899, en que las Cortes españo-las no se preocuparon para nada de la Primera Conferencia de LaHaya, en 1907 se produjeron en el Senado algunas interpelaciones so-bre la Segunda, bien es verdad que sin llegar a promover una verdaderadiscusión.

El Congreso apenas se ocupó del tema. En la sesión de apertura,Alfonso XIII, después de una obligada referencia a la entrevista conEduardo VII en Cartagena, y a «las fraternales relaciones con las re-públicas Americanas», subrayó que «perdurando la cordialidad quequeremos mantener y felizmente mantenemos con las demás potencias,intereses comunes muy considerables estrechan, en el fecundo seno dela paz, nuestra amistad con Inglaterra y Francia», y anunció que Espa-ña acudiría «con sincero espíritu de coadyuvar a la utilidad y eficaciade la reunión a la Segunda Conferencia de la Paz» "°. Estas poco com-

ii" Este precepto dice: «El Rey necesita estar autorizado por una ley especial... 4.° Pararatificar los tratados de alianza ofensiva, los especiales de comercio, los quo estipulen darsubsidios a alguna potencia extranjera y Iodos aquellos que puedan obligar individualmenteo ¡os españoles.»

ios AMAE. Neg. 163. Informe do la Comisión permanente del Consejo de Estado (10 dofebrero de 1910).

109 ¡bidem. La comunicación del Ministro de Estado se hizo el 26 de junio de 1912 y lasCortes aprobaron la ratificación del Convenio el 31 de octubre do 1912. El Real Decreto fuefirmado por el Rey el 25 de diciembre de 1912 y entró en vigor en febrero de 1913.

no Diario de Sesiones, 13 de mayo de 1907. Sesión de apertura.

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prometedoras palabras fueron, prácticamente, la única referencia di-recta que sobre ellas se hizo en aquella Cámara. Indirectas hubo al-gunas, también pocas, aunque cualquier alusión de los diputados acuestiones de política exterior nos proporciona datos significativos paracomprender el «clima» español durante la Conferencia. Así, por ejem-plo, el 17 de junio de 1907, el diputado Garay y Rowart interpeló alMinistro de Estado sobre las noticias difundidas por la prensa, madri-leña y extranjera, relativas a un acuerdo secreto entre Francia, Ingla-terra y España. En su contestación, Allendesalazar, reconoció que sehabían llevado a cabo negociaciones, fundadas en un hecho de todosconocido: «que tratándose de las extensas costas que España y Francia,tienen en el Mediterráneo y en la parte que el Atlántico baña de Europay África, que teniendo España, Francia e Inglaterra posesiones maríti-mas y posesiones insulares tan importantes en estos mares, todo lo queviniera a alterar el statu quo de estas posiciones para España tenía querepercutir indudablemente en el statu quo inglés y en el statu quofrancés, y viceversa; y que, por lo tanto, tomando por base estos he-chos y esta situación geográfica se ha llegado a un acuerdo m . Despuésde puntualizar que este se reducía a un intercambio de notas, cruzadasindependientemente, pero al mismo tiempo, entre ministro de NegociosExtranjeros francés y el embajador español y el primer secretariobritánico y nuestro representante en Londres, puntualizó que era «emi-nentemente pacífico» y que si no se había dado cuenta a las Cámarasy al país era «porque ha sido necesario comunicarlo confidencialmentea las potencias extranjeras» "2. Preguntado después por otro diputadosi esto suponía una garantía no sólo para las costas africanas, sinotambién para las islas de Fernando Poo, Canarias y Baleares, el minis-tro de Estado precisó que se trataba de mantener inalterables todasias posesiones, y que «respecto a garantía, nada he dicho, porque nohay más que en el sentido de mantener cada nación el statu quo comonecesario para la paz, y en el caso de que fuera turbado o se intentaseturbar este statu quo, entonces habría la comunicación necesaria parallegar al acuerdo de lo que fuera necesario establecer y realizar» 113.

La referencia es larga, quizá, algo periférica al tema que tratamos,pero creo que necesaria para entender la postura de nuestros delegadosen La Haya y la insistencia del gobierno en caminar de acuerdo conaquellos países. Tres de los firmantes de aquellos textos, fechados el 16de mayo, asistían en ese momento a la Conferencia de La Haya, Pichar,

ni Ibidem, 17 de junio do 1907."2 Ibidem.H3 Ibidem.

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Grey y Villa-Urrutia, y quizá influidos por su proximidad las redacta-ron de forma que, términos como «conservación de la paz» y «servira la causa de la paz», prevalecieron formalmente sobre el deseo implí-cito de conservar intactos y defender los territorios implicados» 114. Alintercambio mereció una «reserva» benevolente por parte de los libe-rales, que se mostraron dispuestos a apoyar cualquier acto diplomáticoque dificultara la guerra y evitase en un momento en que «todas lasnaciones- o casi todas, procuraran aunar sus intereses y compadecersus derechos», los peligros de un aislamiento, que había resultado caroen el pasado, y que tal vez en el porvenir «engendrara peligros mayoresque los que sobrevengan por seguir la política que esas notas ini-cian» 115. La minoría republicana sostuvo una opinión muy similar: al-gunas reservas en puntos secundarios, pero total apoyo a la orienta-ción que las notas significaban, en el deseo de que no tengamos quelamentar incidencias desagradables de ninguna clase, y antes al con-trario, llevemos por este camino a España al concierto de las NacionesEuropeas116. Ambas posturas dejaban claro que no existían en estememento diferencias sensibles, en cuestiones de política exterior,dentro del Congreso.

En el Senado, sin embargo, el interés que despertó la Segunda Con-ferencia fue mayor. Es significativo que en el mes anterior a su co-mienzo ingresaron en su Biblioteca una serie de obras relativas alpacifismo, al desarme, y de derecho internacional, y que se reseñasenvarios artículos sobre la misma problemática m . También aquí las pos-

114 Diario de Sesiones. 25 do junio de 1907. El texto de los acuerdos dice así: «Animadodel deseo de contribuir por todos los medios posibles a la conservación de la paz, y conven-cido de que el mantenimiento del statu quo territorial y de los derechos de España y deFrancia/Gran Bretaña en el Mediterráneo y en la parte del Atlántico que bañan las costasde Europa y de África debe servir eficazmente para alcanzar eso fin, siendo al mismo tiem-po beneficioso para ambas naciones, unidas además por los lazos de secular amistad y porla comunidad de intereses. El Gobierno de S. M. Católica desea poner en conocimiento dela República Francesa/su Majestad Británica la declaración cuyo tenor sigue, con la firmeesperanza de que contribuirá, no sólo a afianzar la buena inteligencia que tan felizmenteexiste entre ambos Gobiernos, sino, también a servir la causa de la paz. La política generaldel Gobierno de S. M. Católica en las regiones arriba indicadas, tiene por objeto el man-tenimiento del statu quo territorial y, conforme a tal política, dicho gobierno está firme-mente resuelto a conservar intactos los derechos de la Corona española sobre sus pose-siones insulares y marítimas situadas en las referidas regiones.

En el caso do que nuevas circunstancas, según la opinión del Gobierno de S. M. Cató-lica pudiesen modificar o contribuir a modificar el statu quo territorial actual, dicho gobier-no entrará en comunicación con el Gobierno de la República Francesa/su Majestad Britá-nica, a fin de poner a ambos gobiernos en condiciones de concertarse, si lo juzgan opor-tuno, respecto a las medidas que hubieran de tomarse en común—(Firmado).—F de Leóny Castillo/W. R. de Villa-Urrutia..

115 Diario de Sesiones, 25 de junio de 1907. Intervención de Alvarado en nombre de laminoría liberal.

116 Ibidem. Intervención de Gil y Morte en nombre de la minoría republicana,i i ' Diario de Sesiones (Senado), 12 de abril de 1907.

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turas respecto a la nueva situación diplomática española eran bastanteacordes. Cuando Esteban Collantes, el 17 de junio, pidió explicacionesa Allendesalazar sobre el alcance de las notas antes citadas y el papelque había tenido el gobierno español en su iniciativa, tampoco se ori-ginó debate. Díaz Moréu, senador electo por Alicante, perteneciente ala minoría liberal-democrática, y ya curtido en interpolar al gobierno enmateria de política exterior, terció en el diálogo y calificó el acuerdode «alianza defensiva, ventajosa para nosotros», y mientras que RafaelMaría de Labra se felicitaba doblemente «por la inteligencia en vistade1 mantenimiento de statu quo del Mediterráneo y del Atlántico», ypor que el asunto hubiera dejado de ser secreto y pudiera ser «grande-mente discutido dentro de poco tiempo» "8. Ni los tres interpelantes niel ministro, aludieron a otra cosa más que a «intereses nacionales»,ni mostraron otra preocupación que no fuera de mera informaciónsobre el tema concreto.

Pero pocos días más tarde, Díaz Moréu, volvió a interpelar al minis-tro, interesándose, ya directamente por la Conferencia de La Haya, y,sobre todo, por las cuestiones relativas a la guerra marítima que allíiban a tratarse. Este senador se mostró como un buen conocedor delprograma y de los objetivos de la Conferencia y preocupado por temasmuy precisos, como el bombardeo de las playas del litoral y la seguri-dad de los buques mercantes, y pidió que se dieran instrucciones con-cretas a los delegados y que en la Cámara se debatiera sobre estosproblemas11B. La respuesta de Allendesalazar fue entonces mucho másexplícita, y revelaba cierto deseo de no profundizar demasiado en eltema. Afirmó que existían instrucciones, pero que como estaban supe-ditadas a «circunstancias especiales», derivadas de la marcha de laConferencia, consideraba imprudente exponerlas, porque podían sermodificadas según la actitud que tomaran otros Estados, o la necesidadde «buscar no lo mejor, sino lo posible». Reconocía que la falta de «unadirección y determinación en esta materia», le habían obligado a en-viar a La Haya sobre todo «instrucciones que yo recibí de los Ministe-rios de Marina y Guerra» 12°, y confiaba en que, «con la anuencia denuestros técnicos y con todas las garantías que en materia tan delicadahan de tenerse presentes», el Gobierno pudiera completar algunos pun-tos que todavía no se habían definido. Díaz Moréu, en su réplica, señalócon cierta ironía que precisamente algunas de aquellas cuestiones inde-cisas eran ya «una condición del derecho internacional», pero se con-

118 Ibidem. 17 de lunio de 1907."9 ¡bidem. 24 de junio de 1907.izo Ibidem. Intervención del Ministro AUendesalazar.

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gratuló, sin embargo, de lo que parecía ser el firme deseo de que «entre-mos en la normalidad europea para la cuestión de bandera y uso degallardete en los buques correo» 121.

El 6 de julio de 1907, otro senador, el conde de Casa Valencia, inter-peló también al ministro de Estado sobre la Segunda Conferencia deLa Haya. Se trataba de un ruego muy sencillo: que se diera publicidada sus resultados y se publicasen «todas las conclusiones y acuerdos quete tomen, en un libro rojo que se reparta a todos los señores senadoresy diputados» 122. Aseguró Allendesalazar que se darían a conocer sustrabajos, pero que el Libro Rojo sólo tendría lugar si se firmaban con-venios y posteriormente se ratificaban 123. La pregunta, dio pretextoa una nueva intervención de Díaz Moréu, esta vez sobre la supresióndel corso marítimo, de la que se mostraba partidario. Hacía hincapiéen la necesidad de estudiar esta cuestión, que consideraba capital, yvolvía a pedir instrucciones adecuadas para nuestros delegados, y aproclamar la necesidad de que «se unifique nuestra legislación con laslegislaciones extranjeras, con quienes los gobiernos tienen necesidadde estar en tratos 124. El ministro, se negó a entrar en una discusión teó-rica sobre la validez o no al corso, y afirmó que «todo lo que seanresoluciones interiores, es decir, de Gobierno, en esta materia, paraponerlo después en relación con aquello que es legislación de otrospaíses; pero llegar a Convenios especiales o generales, para llegar enla Conferencia de La Haya a las conclusiones, a las cuales hemosde adherirnos o no; todas estas instrucciones han sido muy precisaspara nuestros delegados, y sin perjuicio de las que sigamos dando encada caso especial en que aquella discusión se mantiene»125. Palabrasconfusas y en cierto sentido reveladoras de cierta inseguridad, así comodel deseo de dar la menor publicidad posible al tema de la Conferencia.

3.6 El debate en la prensa

El escaso interés parlamentario y los deseos del gobierno de no darpublicidad al tema, repercutieron necesariamente en el poco eco quetuvo en la opinión pública española la Segunda Conferencia de LaHaya. Este distanciamiento se vio además favorecido, como ocurrióen 1899, por la coincidencia, tanto de su preparación inmediata comode su desarrollo, con momentos en los que la atención informativa esta-

121 lbidem. In tervención de Díaz Moréu .122 Diario de Sesiones (Senado). 6 de jul io de 1907.123 lbidem.124 Darío de Sesiones (Senado), 17 do julio do 1907. Interpelación do Díaz Moréu.125 lbidem. Contestación de Allendesalazar.

745REVISTA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES.—4

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ba volcada en otros temas. Las elecciones de abril de 1907, la aperturade las Cortes, y sobre todo el bombardeo de Casablanca y la interven-ción francesa en Marruecos, convirtieron los que debían de haber sidolos editoriales de la paz, en manifiestos en favor de la intervenciónespañola en Marruecos.

Pero a pesar de esta túnica, la cobertura informativa de la Confe-rencia fue, sobre todo en los primeros meses, mucho mejor. Algunosperiódicos enviaron allí a sus corresponsales o contaban con los servi-cios de las agencias de noticias. Además existieron periodistas españolesal servicio de otros rotativos, como el caso de Leopoldo Romeo, directorde La Correspondencia de España, que trabajaba para The Daily Tele-graph, Gómez Carrillo, de El Liberal, que fue designado delegado deGuatemala, y Ramiro de Maeztu que escribía para La Prensa, de Bue-nos Aires I26.

Un análisis más detenido de los principales órganos de opinión ma-drileños permite apreciar significativos contrastes. Así, por ejemplo, eldiario ABC, que había obtenido un gran éxito en la cobertura informa-tiva del viaje de Alfonso XIII a Berlín y Viena, destacó allí a un corres-ponsal, Juan José Cadenas, e ilustró las crónicas con abundante mate-rial gráfico y caricaturas 127. En vísperas de producirse la apertura, eldiario ABC se muestra escéptico, e incluso irónico con los partidariosde la utopía de la paz universal, asegurando que jamás las conferenciaspodían impedir la declaración de una guerra. Pero a pesar de todo seconfiesa partidario de su celebración, ya que la de 1899 «prestó gran-des servicios a la causa de la civilización y hay fundamento sobradopara anticipar que la segunda podría prestarlos no menos importan-tes 128. Desde mediados del mes de junio informa puntualmente e in situ,del desarrollo de los acontecimientos y deja clara constancia de labarrera informativa que se establece entre el trabajo de las comisionesy los periodistas. Ni que decir tiene que su interés está centrado en losdelegados españoles, cuyo cambio de impresiones con ingleses y fran-ceses es casi constante 123. De las cuestiones que se debaten le interesanfundamentalmente dos, sin duda las que periodísticamente tienen másgarra: el tema del desarme y la doctrina Dragó, que considera el com-plemento adecuado a la de Monroe, y que apoya fervientemente.

Su óptica nacionalista le lleva a exagerar la importancia del caste-llano y el peso de los países hispanoamericanos, contrastando con cierta

126 ABC, 21 do j u n i o de 1907, y El Liberal, 31 do . ju l io de 1907.127 ABC, 1 de m a y o do 1907, p . 5; 20 de m a y o de 1907, p. 5, y 14 de jun io d e 1907, p . 4.

Algunas de ostas caricaturas aparecen tomadas de la prensa italiana128 ABC, 27 d e m a y o de 1907, p . 3.129 ABC, 18 de j u n i o d e 1907, p . 5.

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frecuencia el espíritu moderno y culto de la delegación elegida por elgobierno Maura, con los viejos hábitos de otros diplomáticos 130. Peroen seguida, la falta de noticias reales sobre la marcha de la .Conferencia,hace. decaer las crónicas, que se limitan a comentar acontecimientosde actualidad, como la disolución de la duma por el zar, con más omenos ingenio-131. Finalmente el corresponsal abandona La Haya-a prin-cipios de julio, con lo que las noticias se espacian considerablemente.

Para La Época el problema es distinto. Enfoca la Conferencia dentrodel clima de optimismo que la ha provocado la. de Algeciras y le inte-resa más la inserción de comunicados oficiales, que de artículos deopinión. El hecho de que muchas de sus noticias no sean directas, sinoque proceden de la agencia Fabra, le obliga a prescindir de las anécdo-tas y a observar mejor la realidad interior, para sacar a colación larelación entre los debates qué allí se siguen y los proyectos del Go-bierno Maura en España m . Su actitud beligerante en relación conMarruecos y su acuerdo con la política francesa, no son incompatibles,según este periódico, con el apoyo a la Conferencia de La Haya, porque«¿qué relación se puede establecer entre países civilizados, que exa-minan los medios más adecuados para suavizar la guerra y paraahorrarla cuando se pueda, y aun para suprimirla, y el castigo queen nombre de aquella misma civilización se imponga a una salva-jada como la cometida por la morisma de Casablanca?» I33. Además,nunca ha pensado ni remotamente que pudiera llegarse al desarme,ni siquiera parcial de los Estados, sobre todo porque «aun cuandoen congresos como el actual de La Haya se llegara a donde creemosque no se llegará jamás, no concebimos que por ningún europeo, nipor ningún europeizado se admita la posibilidad de que se llegue aabandonar por nación alguna civilizada la obligación de castigarManu militari, y con extrema dureza, desmanes como los que hanprovocado el bombardeo de Casablanca». Y La Época no sólo arre-mete contra los que llevados de un «inconsciente anarquismo» con-sideran una paradoja hablar de paz y promover la guerra, sino quetambién clama contra los anticlericales que quieren «europeizar alos españoles» 134. Como la mayor parte de sus colegas monárquicos,se lamenta del indiferentismo de la opinión pública, alude frecuen-

to Los elogios a .las bondades» de GABRIEL M»UHA son muy frecuen:es, como puedo verseen los ABC de 20 y 21 de junio de 1907. : . • . ;

131 ABC, 21 de i unió do 19C7. p. 3.132 ¿o Época, 11 de julio de 1907. • ' . . ..IM Lo Época. 8 de agosto de 1907.134 ibidem.

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temente al papel de la legación española y, ¡cómo no! a la presen-cia de los delegados hispanoamericanos, que justifican casi por sísola el esfuerzo de la ConferenciaI35. Su preocupación por el problemanaval es constante, hasta e! punto de hacer suyas, en alguna editorial,las tesis del famoso libro de Mahan. Es de los pocos periódicos quelamente el escaso desarrollo de los estudios de derecho internacionalen España, y que hace historia de los avances conseguidos desde 1856hasta 1899, en el sentido de humanizar la guerra. A medida que pasael tiempo, un interés por la Conferencia va decayendo, hasta limitarsea insertar breves noticias sobre su desarrollo.

El caso de El Liberal es otro. Durante la primavera de 1907 estáespecialmente interesado por la posición internacional española y llenode optimismo, ya que «a partir del acuerdo de 1904 entre Francia, Ingla-terra y España, nuestro reingreso en la comunidad internacional comopotencia mayor», es un hecho 136. Esta satisfacción aumenta con la en-trevista de Cartagena, hasta el punto de considerar que lo que él llamala nueva «triple», supone una garantía tan fuerte tanto en el Medite-rráneo como en el Atlántico, que «no habrá de exigir en adelante, inde-finidamente, los sacrificios ruinosos de la paz armada»137. Sobre estabase hay que entender su postura ante la Conferencia, que apoya yque considera clave para la «conservación de la estabilidad». Es, en suopinión, una gran oportunidad para España, ya que va a permitirla fuerza de su nueva posición internacional. Para este periódico nohay duda respecto al principal móvil de la Conferencia, que es decarácter financiero, e incluso piensa que este objetivo común puedesuplir cumplidamente la falta de «una conciencia europea» 138. La in-formación que ofrece es bastante variada: despachos telegráficos, edi-toriales y crónicas de su corresponsal Gómez Carrillo, que ante la faltade auténticas noticias se resuelven en un tono jocoso 139. Sigue muy decerca la actuación de los delegados españoles y sus esfuerzos por estre-char lazos con los hispanoamericanos, dando constancia de que el éxitode esta política se hace notar «porque las repúblicas sudamericanasestán ahora más separadas de los yankees y más unidas a los españo-les» ""'. Es uno de los periódicos que más protesta por la falta de noti-

135 La Época, 22 de agos to de 1907.136 El Liberal, 5 de ab r i l d e 1907.137 E¡ Liberal , 24 de a b r i l d e 1917.138 £ Í Liberal, lo de jun io d e 1907.139 Asi. por ejemplo, los comentarios sobre la doctrina DHAGÓ revisten una cierta Iro-

nía (El Liberal, 1 y 4 de julio de 1907), y lo mismo ocurro con la crónica mundana do laConferencia (El Liberal, 3 y 13 de julio de 19071.

140 £t Liberal. 19 de iulio de 1907, p. 2.

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cías y de los que se muestra más reacio a abandonar informativa-mente el tema de la Conferencia141.

Un periódico tan preocupado por la cuestión de Marruecos comoEl Imparcial, difícilmente podría convertirse en propagandística deLa Haya, y, en consecuencia, no presta demasiada atención a su des-arrollo. Partidario de los compromisos de 1904 y de cuanto significan,los entiende más como fruto de los méritos españoles que como elresultado de un juego de fuerzas, y por eso convierte a España en pro-tagonista de cuantos acontecimientos se desarrollan. Así, por ejem-plo, no duda en asegurar que uno de los objetivos del viaje de Eduar-do VII es tratar de la actitud que ambos observarán en la próximaConferencia de la Paz, ni que Inglaterra trabaja denodadamente paraobtener del gobierno el apoyo para su proposición de desarme I42. Suinformación, transmitida telegráficamente desde París, es bastanteconstante, aunque sin salirse de la noticia estrictamente informati-va 143. Su apoyo al bloque que forman españoles, franceses e ingleses,a las delegaciones americanas, aunque critique en ocasiones la escasapreparación diplomática de algunas de ellas 144, y el deseo de destacarsu labor y el «sentido práctico» que imponen en las comisiones, sonquizá sus puntos de vista más significativos 145.

El País, aunque desde una óptica totalmente distinta, tambiénrelaciona la entrevista de Cartagena con la Conferencia y piensaque la actitud española allí ha de estar necesariamente influida porlos compromisos exteriores. Establece una estrecha relación entreesos compromisos y la cuestión marroquí y teme arrastren a Españaa nuevas aventuras. Para el diario republicano debe mantenerse laneutralidad, «hoy mejor que ayer, pues no tenemos colonias que de-fender, ni aspiraciones que realizar, ni en Europa, ni siquiera en Áfri-ca», aunque reconoce que esta neutralidad «cuesta a veces tanto es-fuerzo y sacrificio, como la beligerancia, pero es ésta más peligrosay obliga a más que aquélla» I46. No apoya la reunión de La Haya, quele parece inútil y casi una comedia, sobre todo por el papel que hajugado en su convocatoria el zar, pero envía a su corresponsal enLondres, Ramiro Merino, para que le mantenga informado147. Las

141 El Liberal, 21 de iulio de 1907. En un articulo titulado Eí secreto de Polichinela, arre-mete contra Stead, «protoestandarte del periodismo pacifista», porque acepta el silencio in-formativo. Desde mediados de agosto desaparecen las crónicas diarias y sólo se insertanlos despachos telegráficos, que firma Richard, y algunos editoriales.

142 E¡ Imparcial, 28 de m a r z o de 1907 y 9 de ab r i l d e 1907.i « El Imparcial, 16 de iun io de 1907.144 ai Imparcial, 17 de jun io do 1907.145 El Imparcial, 21 de iun io , 24 do j u n i o y 3 de ju l io do 1907.146 m País, 9 de abr i l d e 1907.147 E¡ Pais. 17 de j u n i o y 4 d e ju l io de 1907.

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crónicas que éste envía a la redacción de Madrid incurren, como lasde los demás periodistas allí destacados, en abordar sólo tangencial-mente los problemas que se discuten. Así, por ejemplo, concede ex-cepcional importancia al mensaje de paz de las iglesias protestantes,que hicieron constar su apoyo al fin último del Congreso,.y lamentaque los católicos no hayan expresado ninguna solidaridad, «como lestiene sin cuidado a nuestros piadosos directores espirituales, prestanbien poca atención a lo que se hace» 148. A medida que avanza la confe-rencia, van disminuyendo las noticias sobre su marcha y aumentan-do el tono jocoso y'despectivo de los comentarios, que se pierden en el,conjunto abigarrado de noticias que selecciona el periódico para suslectores. : • -

Si hay un partido y un órgano de expresión que se oponga-clara-mente a la Segunda Conferencia de la Haya, éste es El Socialista. Lalínea de extraordinaria coherencia mantenida por la II Internacional,se ve reforzada por la celebración en Stuttgart, a mediados de agos-to, de un nuevo Congreso. En él se reafirman su oposición a las gue-rras «estipuladas por los prejuicios nacionalistas, cultivados sistemá-ticamente en interés de las clases dominantes» y la obligación de laclase obrera de impedirla «por todos los medios que parezcan másadecuados» 149. Lá información que este periódico ofrece a sus lecto-res es siempre indirecta, es decir, se limita a reproducir los manifies-tos del Comité Socialista Internacional, o, todo lo más, a comentarlos comunicados de otros partidos socialistas europeos, sin profundi-zar ni interesarse én ningún momento por los temas sometidos a de-bate )5°. Los acontecimientos de Marruecos agudizan, sin embargo, elrechazo que sienten por la Conferencia de la Paz, ya que mientras loscompromisarios discuten, temen verse envueltos en un nuevo con-flicto que, aunque «tendría en contra suya la opinión de la gran masadel país y singularmente la de la clase obrera organizada», podría ser'iniciado con la misma ligereza que el del 98 151. Y én este sentido lespreocupa, sobre todo, que no esté resuelta" todavía la cuestión delservicio militar, ya que «si los conflictos y" disensiones que hubieranpodido hacer estallar entre Francia y Alemania han sido resueltosdiplomáticamente, es porque en ambos países los burgueses estánincorporados al ejército y no quieren ser carne de cañón»1£2, mientrasque en España no ocurre otro tanto.

148 El País, 30 de jun io de 1907.149 El Socialista, 6 do sept iembre de 1907, p. 3.150 El Socialista, 5 de julio de 1907.151 El Socialista, 23 de agos to de 1907.152 E£ Socialista, 30 do agosto de 1907.

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ESPAÑA EN LAS CONFERENCIAS DE LA HASTA DE 1899 r 1907

Uno de los argumentos que con más frecuencia aparece en las pá-ginas de El Socialista, es el de la impotencia de los estados para domi-nar las fuerzas militares que poseen y la imposibilidad de acabar conla carrera de armamentos. Desde su punto de vista, ambas cosas sólopodrán ser resueltas cuando los intereses opuestos de las clases ha-yan cedido paso a los intereses comunes de la sociedad, y el interna-cionalismo socialista haya sustituido al internacionalismo capitalista,fundado en el odio, las divisiones nacionales y los intereses económi-cos 153. Estas posturas, utópicas y excesivamente teóricas, poco valdríanpor sí mismas sino fueran acompañadas por una intensa campaña enfavor de la paz, en consonancia con la que desarrollan franceses,suizos y holandeses, tanto en nombre de los principios como en el delos intereses de España-. «] Acordémonos de lo sucedido con motivode las guerras de Cuba, Filipinas y los Estados Unidos, y mostrémonosdispuestos a no consentir lo que entonces se hizo!» 154, repiten una ymil veces. Los socialistas españoles, que reconocen no tener los elemen-tos intelectuales ni los recursos materiales que sus correligionariosfranceses ponen al servicio de la campaña, saben que cuentan con unambiente social especialmente propicio para la propaganda de la paz,dirigen sus tiros tanto contra una nueva aventura militar como con-tra cualquier gasto extraordinario en armamentos, y critican a quie-nes olvidan «los desastrosos resultados que ha de producir al país»,cualquier compromiso de este tipo 155. Para El Socialista, en definitiva,la batalla de la paz no se libra en La Haya, sino de fronteras a dentro.

Queda, por último, comentar brevemente la actitud de los mediosde opinión del ejército y la armada, más numerosos y, sobre todo,mucho más explícitos que en 1899. El cotidiano El Ejército Españolsigue haciendo gala de su interés por la política internacional y al-terna, en los meses que preceden a la Conferencia, breves notas in-formativas sobre su preparación con artículos relativos a la cuestiónde Marruecos156. Su primera preocupación, una vez conocidos losnombres de los delegados españoles, es que el Ministro de la Guerradesigne al representante del ejército, para evitar la presencia exclu-siva de civiles en temas que no son de su competencia 157. Una vez re-suelto este problema e inaugurado el Congreso, se limita a informar,breve pero puntualmente, de su desarrollo, a través de noticias remi-tidas desde París, y a subrayar en lo posible la participación espa-

ira El Socialista, 13 de sepüembro d e 1907.154 E¡ Socialista, 20 do sept iembre de 1907.155 El Socialista, 6 de diciembre) do 1907.156 El Ejército Español, 1 y 3 de abril de 1907.137 E¡ Ejército Español, a de abril de 1907.

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ñola158. Al contrarío que la prensa política, había exigido con firmezaque se reconstituyesen las fuerzas armadas antes de comprometer aEspaña en alianzas )59, y por eso se muestra escéptico ante estos en-cuentros de carácter internacional. De La Haya espera bien poco,que se tomen «una porción de acuerdos menudos, pequeños, poco im-portantes, tendentes a reglamentar detalles insignificantes de la gue-rra..., sin rozar ni de lejos la cuestión del desarme»160, aunque esteúltimo aspecto casi le alegra, pues no es partidario de llevarlo a cabo.Para El Ejército Español, que ve como inminente el conflicto en olPacífico de Japón y Estados Unidos, las dilaciones y los enfrentamien-tos entre los delegados son una prueba más que evidente de que elCongreso nunca alcanzará sus objetivos 161.

Otro periódico, de reciente aparición, se ocupa también con ciertaconstancia de la Conferencia de la Paz: Ejército y Armada. Inspiradofrecuentemente en noticias y artículos de la prensa inglesa y alemana,su posición opuesta al desarme se muestra con toda claridad desdelos primeros momentos 162. En consonancia con ello, pronostica el fra-caso de los objetivos de La Haya, y establece un continuo contrasteentre la realidad, que muestra la creciente militarización de las gran-des potencias, y los escrúpulos de los juristas 163. La información querecoge le sirve siempre de pretexto para abordar la situación espa-ñola y transmitir a los lectores sus preocupaciones. Una de ellas es laimportancia del poder naval, verdadera clave de la nueva situacióninternacional, que debe impulsar a España a reconstruir su flota y aconvertirse en una potencia naval activa184. Otra, la necesidad decombatir las falsas ideas que circulan, mostrando a la opinión públi-ca que las naciones débiles sólo son defendibles con «robustas ins-tituciones militares», y que los gastos de guerra y marina son, en elfondo, mucho más productivos que otros165. Le interesa, sobre todo,convencer de que «la guerra sólo se evita mostrando al contrario queno es empresa fácil», y evitar las falsas utopías pacifistas. Como ejem-plo establece un símil de fácil comprensión: de la misma manera quelas propiedades son respetadas, porque están custodiadas por la guar-

id El Ejército Español, 5 de julio de 1907.159 £J Ejército Español. 15 de abr i l d e 1907.160 El Ejército Esparto!, lo de jun io de 1907.J6i El Ejército Español. 13 y 15 de ju l io de 1907.162 Su titulo exacto es Ejército y Armada. Diario defensor de sus clases activas y pasi-

vas, y aparece en 1905. Desde el mes de marzo de 1907 puede constatarse su posición en estepunió, sobre todo el 27 de marzo y el 18 de abril de 1907.

163 Ejército y Armada. 27 d e abr i l d e 1907.• 64 E'ército y Armada. 21 de m a y o y 30 de s e p t i e m b r e de 1907.165 Ejército y Armada, 27 d e o c t u b r e d e 1907.

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dia civil, los estados sólo están seguros si cuentan con fuerzas arma-das poderosas, y por eso escribe: «Sonriamos ante la idea del desar-me, e imitando las provisiones de todos preparemos nuestro ejércitoy reconstruyamos nuestra armada» 168. A partir del mes de julio lasnoticias sobre el desarrollo del Congreso se entremezclan con conti-nuas llamadas a la acción en Marruecos y a un progresivo rearme 167.Es, sin embargo, uno de los pocos periódicos que señala la adhesión es-pañola al Convenio de 1856, sobre abolición de la guerra de corso 16S.

Los puntos de vista del Diario de la Marina son bastante parecidos,si bien como corresponde al medio profesional al que va dirigido, seacentúa la importancia y el papel de las fuerzas navales. Conscientedel papel hegemónico del mar en las relaciones internacionales, y em-papado en la lectura de Mahan, considera que el interés que las po-tencias europeas muestran en la península Ibérica, se debe, sobretodo, a factores estratégicos y teme que España pierda la oportunidadde hacer un brillante papel, al carecer d© escuadra169. Para ello in-siste constantemente en la necesidad de la reorganización naval, queconsidera una cuestión de «patriotismo», y denuncia que los cínicosque se pronuncian por una disminución de estos efectivos es porquelos tienen en abundancia no. No duda en relacionar la entrevista deCartagena con la Conferencia de La Haya y aboga porque el Gobiernono acepte limitaciones que comprometan el futuro m , mostrándose par-tidario de la «paz armada», y de que «cada potencia quede en liber-tad de reforzar sus elementos navales y militares» "2. Durante el des-arrollo de las sesiones, alterna breves noticias de las discusiones conun buen número de editoriales en que este argumento es el predomi-nante: «No puede ser un peligro para la paz universal el que las na-ciones débiles, como España, traten de rehacer su material flotan-te» "3. Y todavía más: «en la conferencia de La Haya, considerando

188 Ejército y Armada, 8 de mayo de 1907.167 Durante el mes de octubre publica una serle de art ículos t i tulados: «España en Ma-

rruecos. El problema marroquí y la opinión pública». El 27 de octubre, en u n editorial,señala: -Convenzámonos de una vez de que la vida no se h a hecho para los débiles.»

íes Ejército y Armada, 21 de julio de 1907.189 Diario de la Marina, 2 de marzo de 1907. Este periódico, fundado en 1887, fue uno

de los primeros en su género, pero desapareció para vo lver a publicarse en 1905.170 Diario de la Marina, 6 de mayo y 14 de ¡unió de 1907. En este últ imo número y en

u n editorial t i tulado «Predominio marítimo», dice que a u n q u e no se logre nada positivo enrelación con la paz y el desarme, «la Conferencia de La Haya t iene una importancia excep-cional, porque en ella se plantea de un modo directo, en toda su amplitud, el programanaval, la política marítima, la supremacía de las escuadras sobre los ejércitos; en suma,el predominio del mar en los dest inos de los pueblos modernos.»

n i Diario de la Marina, 8 de abril de 1907.172 Diario de la Marina, 17 de mayo de 1907.173 Diario de la Marina, 14 de junio de 1907.

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la importancia que para la cuestión del Mediterráneo y el problemaNorteafricano reviste España, se le trata y considera como una granpotencia, y eso obliga más y más a los directores de opinión, a la pren-sa, a los partidos, a los representantes genuinos de las energías nacio-nales, a no desmerecer y a consagrarse con decisión y actividad acooperar a la gran obra de la paz universal por medio del predominiodel poder marítimo»174. Elogios a los delegados españoles, y en espe-cial al naval, señor Chacón, satisfacción por el acuerdo con Inglaterra,y continuas llamadas a no dar la espalda al signo de los tiempos, cons-tituyen los otros puntos de atención del Diario de la Marina 175.

Si de los diarios pasamos a las revistas las constantes siguen sien-do las mismas: oposición a la cuestión del desarme, deseo de jugar denuevo un papel en la comunidad internacional, obsesión por el predo-minio naval y por la reorganización de las fuerzas armadas, todo ellomezclado con la cuestión marroquí y la necesidad de afrontar mili-tarmente este problema. La Ilustración Militar no duda en hacer suyala frase «Congreso de paz en puerta, guerra a la vuelta», y en ironi-zar contra aquellos países como Inglaterra que predican la paz, des-pués de haber logrado casi todos sus objetivos, porque «armarse hastalos dientes para predicar luego desarme, demuestra escasa confianzaen los procedimientos pacíficos» m. Más profesional, la Revista Gene-ral de Marina, se limita a publicar una serie de artículos de Ramón delRivero y Miranda sobre «La supremacía marítima de Inglaterra y lapolítica del porvenir», en los que después de pasar revista a las escua-dras de las distintas potencias y citar profusamente a Manan, defien-de la tesis de que el equilibrio marítimo europeo pudiera encontrarse«en la unión de los tres grandes Imperios del Norte» m . En relación connuestro tema concreto, la Revista técnica de infantería y caballería,dedicó algunos artículos a la Conferencia de La Haya, y reprodujo laslecciones que sobre ciencia militar está dictando el coronel Marvá enel Ateneo. La primera de estas dos series la constituyen seis artículosanónimos que analizan el desarrollo de la Primera Conferencia de laPaz y los preparativos de la Segunda, desde posiciones poco favora-bles, pero bien informadas. La tesis del autor es que «mientras mayores el estruendo pacificador, plus s'affirme la discorde internationa-le» m. Considera poco efectiva la creación del Tribunal Permanente

174 D i a r i o do la Marina, 25 de j u n i o d e 1907.175 Diario de la Marina, 14, 19 y 22 de j u n i o d e 1907.170 La Ilustración Militar núm. 50, 30 de abril de 1907. -La utopia del desarme».177 Revista General de la Marina, t. LX 11907), p . 1150.178 Revista Técnica de Infantería y Caballería núm. 13, de 1 de julio de 1907, p. 90.

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de Arbitraje, establecido por la Convención de 29 de julio de 1899 "9,y se siente más cerca del realismo diplomático de Martens que de los«apóstoles del pacifisme desenfrenado» como Jaurés, Pressensé y d'Es-tournelles de Constantiao.

De las lecciones del Coronel Marvá, es, sin duda, la segunda laque más nos interesa. Versaba sobre «El desarme y la neutralidad»,y en ambos aspectos se hacía expresa mención de los Congresos deLa Haya. Su objetivo era mostrar que «a pesar de las nuevas doctri-nas sobre el arbitraje y de las alharacas del desarme; sin embargo,de todos esos cantos de sirena, entonados por los sectarios de las nue-1

vas escuelas político-sociales, no ha disminuido en un ápice la nece-sidad de los ejércitos permanentes» 181. Desde su punto dé vista lasituación europea no permite abrigar ninguna esperanza, ya que latensión internacional es muy alta, y como siempre ha ocurrido, «eldébil está a merced del fuerte». Poco favorable a los tribunales de ar-bitraje, que juzga inútiles 182, y a la neutralidad no armada, consideraque «la necesidad de vencer» es la suprema ley y que incluso paraser neutral es necesario ser fuerte1". Marvá es en ocasiones casi unprofeta del conflicto que se avecina, y un fiel exponente de la opiniónde los medios militares españoles.

4 . A MODO DE CONCLUSIÓN •

El estudio de la presencia española en las Conferencias de La Hayapermite extraer algunas consideraciones. Existen aspectos comunes,que se observan tanto en 1899 como en 1907. El primero de ellos es lapasividad del Gobierno, que acepta la invitación más por cuestionesde prestigio y conveniencia que por convencimiento, y que desconoceel fondo de las discusiones, polarizándose en las cuestiones técnicas.Tampoco existe, más que en círculos muy limitados, un verdadero in-terés por el tema de la paz o por las grandes cuestiones del arbitrajey el desarme, quizá como consecuencia de que los movimientos paci-

179 lbidem núm. 15, de 1 de agosto de 1907. En la página 133 recuerda cómo en la Con-vención franco-española de 21 de febrero de 1904, en el articulo 1.° se establece que las dife-rencias jurídicas entro las dos partes •se someterán al Tribunal permanente de Arbitraje»,pero siempre a condición de que no se pongan on peligro ni «los intereses vitales ni laindependencia ni el honor., lo que le produce serias dudas sobre su utilidad En la p. 110 ase-gura que los pueblos seguirán combatiendo «pese a las dulzuras en la forma que traten docodificar los beneméritos Congresos de la Paz».

íeo lbidem p. 125.181 Revista técnica ... núm. 9, de 1 de mayo de 1907, p. 385.132 lbidem, p. 388.183 lbidem, pp. 365-396.

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fistas estaban poco organizados, y, ©n general, la desconfianza antelos resultados de la Conferencia es total. Por último, en ambos mo-mentos el desplazamiento de la atención hacia un tema de políticainternacional sirve para afrontar la situación española y debatir susproblemas, contemplándose muchas veces el mundo exterior a travésde sus intereses específicos.

Las diferencias son obvias. En 1899, el Gobierno y los españolesestán obsesionados por el problema de la garantía. Adoptan una ac-titud defensiva y se sienten aislados, y, sobre todo, en peligro. Europaestá muy lejos, y es más una necesidad que un deseo. En 1907 la si-tuación ha cambiado. La alianza franco-inglesa proporciona seguri-dad; el trauma del desastre ha pasado, y se piensa sobre todo ennuevas aventuras: África está esperando. En consecuencia, el opti-mismo es la norma, aunque el deseo de volver a ocupar un lugar«de prestigio» en la comunidad internacional no se traduce en unadirección política firme. Mientras que en los medios de opinión po-líticos la posición ideológica condiciona la visión de la Conferencia,en los militares las diferencias han disminuido sensiblemente y losintereses socio-profesionales aparecen en primera línea. Las fuerzasarmadas juegan un papel decisivo, tanto por su intervención en lagestación y ratificación de convenios, como por su clara oposiciónal desarme, que desde su punto de vista puede frenar la recuperaciónespañola.

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