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    WHITEHILL JNIORDONATED BY

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  • 5^'^l^* ES PROPIEDAD DE LOS EDITORES -K

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  • A RAGNIntroduccin

    ESCENDiENDO de los PiHneos y por entre sinuo-sas colinas desemboca en el pintoresco valle deJaca un pequeo ro que, despus de saludar

    los muros de la antigua ciudad y la his-

    S^^R trica cima de Uruel cubierta siempre denieblas, engrandecido con el tributo deotros riachuelos, va confundir sus aguas

    con las del Ebro en el vecino reino deNavarra. Si la risuea vegetacin de susmrgenes, y lo sonoro ya que no lo cau-daloso de su corriente, llaman la aten-

    cin del viajero, y le mueven preguntar si algn arcano recuerdo murmuran aquellos cristalinos raudales deslizndose

    sobre su lecho de roca; hiere sus odos un vocablo imponente,

  • VI INTRODUCCIN

    inclina luego su cabeza ante aquel arroyo de altos destinos,

    que antes de perder su nombre en un gran ro, lo transmite una provincia entera, y lo dio en otras pocas un poderoso

    reino. El ro Aragn indica los humildes principios de lamonarqua que meda un tiempo sus lmites por el curso deaqul, y que engrosada progresivamente ya por conquistas, yapor afortunados enlaces, ocup la mitad de la Pennsula, y ex-tendi allende los mares su influencia y dominacin. En su mar-cha triunfal durante cinco siglos no interrumpida, los reyes de

    Aragn bajaron de las sierras, atravesaron caudalosos ros,adquirieron ciudades opulentas, ganaron provincias y reinos ex-

    traos; pero en el desvanecimiento de su prosperidad y engran-

    decimiento jams se avergonzaron de su modesto solar primitivo:los nombres antiguos y gloriosos de sus recientes adquisicionesquedaron sumidos y uniformados bajo el de aquel cuyo murmu-llo haba mecido la cuna de su imperio; y el mar mismo lleg sufrir el yugo y acatar el nombre del pequeo ro de los Piri-neos. Pero tambin la monarqua, siguiendo en esto la suertedel ro, se perdi y mezclse con otra para que naciese de suunin la espaola, y el nombre de Aragn por una especie dereflujo, si bien no volvi su estrecha madre, qued encerradoen la provincia que fu primer teatro de sus glorias y cimiento

    de su Qfrandeza.

    Aquella pues parece fu la casa propia, aquel parece en la

    actualidad el cenotafio del reino aragons, como si en el fondo

    de sus monumentos durmieran exclusivamente las memorias desu pasado, y slo de sus incultas llanuras debieran desenterrarse

    los asombrosos fragmentos del inmenso coloso. Las dems pro-vincias de la antigua corona, Catalua, Valencia y las Baleares,por un concurso de circunstancias histricas y locales, desde suunin la gran monarqua espaola han conservado tal vezacrecentado su importancia, adquiriendo una segunda existencia,sino tan independiente y gloriosa, ms descansada por cierto yno menos atendible que la primera; y vueltas de cara al porve-

  • I N T K o 1) u c: C 1 O N vil

    nir, se consuelan con los adelantos de sus artes y agricultura de

    la prdida de sus leyes y fueros provinciales y de los recuerdos

    de su historia, que ocultos bajo el polvo de los archivos y borra-dos casi de las tradiciones populares, sern dentro de poco pa-

    trimonio exclusivo de los eruditos. Pero el estacionamiento del

    Aragn, la decadencia de sus ciudades tan clebres en el renom-bre como escasas de poblacin y vala, la soledad de sus cami-

    nos poco trillados por los naturales, casi nunca por el forastero, el

    aspecto solemne de sus quebradas montaas y de sus vastos des-poblados, algo de meditabundo en la fisonoma, de grave en losmodales, de noblemente altivo en la pobreza del aragons, revelanun pas que vive de lo pasado; dirase que aquel pueblo se acuer-

    da de un estado ms glorioso, que aquellas ruinas abandonadas s mismas por una mezcla de fe indolencia guardan un dep-sito sagrado incorruptible, y que la provincia viste luto anpor sus monarcas propios, como la esposa fiel que, fenecido su

    primero y nico amor, se condena viudez y esterilidad per-petua.

    Si exiges, oh viajero, monumentos de primer orden, de aque-llos cuyo nombre es popular, cuyo perfil se ve reproducido enmil estamperas, y cuyo camino indican las huellas de innumera-bles admiradores de moda; si esperas verlos custodiados con es-mero, pulidos si importa en su rudeza, dispuestos con ciertaelegante coquetera modo de precioso dije expuesto la pbli-ca curiosidad; si para contemplar las maravillas de la antigedadno te resuelves desprenderte de las comodidades de la civili-zacin moderna, y deseas sin tedio y sin trabajo una sucesinno interrumpida de impresiones y sorpresas, no como quien anda caza de bellezas, sino como el que las mira reunidas y ac yall las desflora en opulento convite; suponiendo que no hayas mengua y falta de buen tono el viajar por tu abatida patria,no encamines al Aragn tus pasos, y busca en Andaluca unreflejo de la risuea y monumental Italia, en las provinciasVa.scongadas un remedo de los pintorescos sitios, costumbres

  • Vi 1

    1

    I N T R O IJ U C C I O N

    patriarcales y dulce bienestar de la Suiza. Tristes yermos mo-

    ntonas llanuras de trigo tendras que atravesar para seguirnuestras correras, pasar tal vez jornadas enteras sin que ningnobjeto viniera impresionar tu fantasa, ni distraer el cansan-cio de tu cuerpo y las molestias del camino; tendras que inves-

    tigar por ti mismo en vez de preguntar los otros, quitar pri-mero el polvo lo que hallases que admirar, completar res-

    taurar en tu imaginacin la antigua forma de los monumentos

    casi perdida entre los destrozos del tiempo, las reformas del mal

    gusto y el furor de la destruccin; y si alguno encontraras impo-

    nente, completo, salvado de la ruina por su solidez misma como pesar de los hombres, y extasiado preguntaras su nombre, no

    oiras el nombre mgico de la Alhambra y de la Giralda, ni elmajestuoso de Burgos de Toledo, para que tu regreso pu-dieras decir con orgullo: yo tambin estuve all. Pero si noble-mente egosta en tus goces, quieres ser de los primeros, )a queno de los nicos, en disfrutarlos con soledad y misterio; si bus-

    cas novedad en tus impresiones, y en las bellezas artsticas aque-lla especie de virginidad que se desvanece con el bullicio yafluencia de visitadores; si artista por conviccin, en vez de aa-

    dir una hoja al lbum de los turistas, prefieres aadirla al cat-logo de los monumentos espaoles, y desdendote de seguir la multitud, aspiras sorprenderla con inesperados hallazgos,

    corre entonces al Aragn, pas virgen y desconocido por exce-lencia. Catedrales graciosas y esbeltas como las de Huesca y Bar-

    bastro, graves como las de Tarazona, majestuosas como la Seode Zaragoza asomarn por cima de sus amuralladas ciudades;brotarn severos y grandiosos monasterios en el seno de los

    desiertos, orillas de los ros, en el hueco mismo de los peas-cos; y almenados castillos aparecern en las alturas, confundin-

    do.se con las rocas, descollando entre fortificaciones modernascon sus lindos ajimeces y rojizos torreones.

    Dividido del vecino y frecuentemente enemigo reino de l'ran-cia por la gran muralla de los Pirineosen ningn punto de la fron-

  • INTRODUCCIN IX

    tera tan speros y encumbrados como en aquel,y de las provin-

    cias de Navarra, Castilla, X'alencia y Catalua, subditas un tiempo

    las segundas y rivales las primeras, por otras cordilleras menos res-

    petables aunque lo bastante para cerrar el pas y trazar sus lmi-

    tes con gigantescos caracteres, presenta el Aragn un grandiosovalle prolongado de norte medioda, y cortado casi diagonal-

    mente por el Ebro, que cual profundo desaguadero recibe en su

    seno los ros que derecha izquierda riegan el suelo aragons.

    Hacia el oeste se avanza el Moncayo en las fronteras de Castilla

    y Navarra modo de poderosa barrera colosal torren querecuerda enconos ) antiguas guerras, ) como antemural, corre

    paralela los Pirineos, ms arriba de Huesca, la quebrada sierrade Guara, que enlazndose con los estribos ramificaciones de

    aquellos, y unindose al oriente con las montaas de Ribagorza

    y Sobrarbe, forman entre todas aquellos pintorescos valles del

    alto Aratrn, cuna de nuestra nacionalidad, donde es un recuer-do cada nombre, cada piedra un monumento. Cordilleras subal-ternas se ramifican por el interior de la provincia, cortando la

    monotona de sus llanuras, ora despejadas inmensas como unmar en calma, ora sinuosas y encrespadas cual las olas hinchadas

    por el viento, ora obstruidas por denegridas rocas y por arcillo-

    sas prominencias como pilago sembrado de escollos y arrecifes.Tienen su encanto tambin aquellas descarnadas alturas que des-dean el engalanarse de verdor y aun cubrir su rido esqueleto, yque extendindose con la ms extraa regularidad como cortadas pico, por las mrgenes de los ros, en medio del llano en lacima de las montaas, remedan con sus capas de tierra de varioscolores, ya sobrepuestas horizontalmente, ya en declive, majes-tuosas fbricas derruidas fortalezas; tienen su encanto aquellasvetas de roca que en el declive de las colinas, libres por la lentaaccin de las aguas de la tierra que las cubra, aparecen aisladas ydesnudas cual restos de un muro opuesto las incursiones de am-bicioso vecino; tienen su novedad y su encanto para los hijos delas afortunadas comarcas donde todo es cultivo y vida, aquellos

  • INTRODUCCINvastos horizontes donde nada verdea ni se mueve, donde ni lanaturaleza ni la humanidad parecieran haber salido de su inertereposo desde el da de su creacin, si las enormes moles espar-

    cidas y las grietas y barrancos que cruzan el suelo no atestigua-

    ran en aquella desrdenes y transformaciones, }- las frecuentesruinas de ermitas y torres no recordaran el trnsito de una gene-

    racin tan religiosa como guerrera. Y cuando al extremo de esosrasos interminables baldos llamados all montes (i), de esas

    y^YvcdiS pardinas (2), de las cuales desaparecieron las poblacio-nes que les han dejado su nombre, descubrimos suaves laderashermosamente listadas por fecundas vias valles cubiertos deverdinegros olivares, siquiera un grupo de silvestres carrascas

    que maticen el campo; cuando nuestros ojos siguen lo largode la llanura el curso de algn ro orlado por dos lneas de ver-dor y sombreado por lamos piramidales; cuando en medio desu poco de huerta descubrimos de repente algn pi: '^^ecillocolocado en anfiteatro y dominado por el robusto elegantecampanario de la parroquia, con sus chimeneas humeantes todas horas; estos paisajes destacan con toda su luz sobre elfondo oscuro del cuadro como oasis del desierto, y se sienten

    mejor la amenidad de la vegetacin y la animacin de la moradadel hombre, que slo al lado de la soledad y de la aridez puedendebidamente apreciarse.

    Si la entrada de uno de esos pueblos encuentras algunoshombres de bizarro talle, de lleno, expresivo y algo moreno ros-tro, revuelto en torno de la cabeza, cual ligera toca, un pauelo

    encarnado oscuro por bajo del cual se ensortija el crespo ca-bello, ceido el cuerpo con ancha faja azul morada, ajustadoal muslo el calzn corto, y ostentando bajo la media todo su

    (, i) Llmanse as en .\ragn frecuentemente los terrenos baldos, aunque seanllanos, en oposicin las tierras de cultivo.

    (2) Trmino provincial muy frecuente en los documentos antiguos, que equi-vale comarcas tierras yermas, muchas de las cuales conservan el nombre depueblos que ya no existen.

  • ARAGN.Campesino.

  • u

  • INTRODUCCIN XIcontorno la nervuda pierna y toda su ligereza los pies sujetosapenas por trenzadas alpargatas; si en medio de un camino, aldivisarlos en grupo embozados en sus blancas mantas rayadas,recuerdas los albornoces rabes las elegantes togas romanas,

    y evoca tu imaginacin los antiguos dominadores del pas,acrcate ellos, oh forastero, y no temas ser repelido con ruda

    desconfianza ni interrogado por importuna maligna curiosidad.

    Sigelos la posada que obsequiosos te mostrarn; y en tantoque se prepara la rstica cena, en vez de encerrarte misntropoen tu helado cuarto, caso que lo tengas, acude al calor del hogar

    cuya vasta chimenea cobija modo de negra cpula la familiaentera y los transentes sentados al rededor en los bancos depiedra; y una sbita llamarada en la inextinguible lumbre, acom-

    paada de vivo chisporroteo, ser la seal de tu bienvenida. Yentonces descansado puedes soltar la rienda al negro humor quedurante la jornada hayan ido depositando en tu pecho la vistade los pramos que atravesaste, lo intransitable de los caminos,las tachas de las caballeras de sus monturas, la crudeza del

    clima, y hasta las incomodidades del techo mismo que te daabrigo: compadecern tus privaciones, y las disminuirn encuanto puedan con una oficiosidad que no basta infundir elsrdido inters; confesarn modestos el atraso y las desventajasde su patria, pero las explicarn al mismo tiempo por un con-junto de circunstancias tales, que volveran acaso mudo al msinflexible economista (i). intercalarn delicados elogios de latuya, y escucharn con ingenua admiracin lo que de ella lesrefieras, y comprendern del pensamiento artstico que te gualo bastante para mirarte como hombre superior con asombro,pero sin extraeza. Quin rehusar sentarse la pobre mesa,haciendo melindres comida condimentada con tan buena vo-luntad?

    jIquin aplicar los labios la hospitalaria copa que cual

    (i) Escribamos esta Introduccin en 1844, Y r^o quisiramos que lo que des-de entonces haya ganado el pas en cultura, lo hubiese perdido en costumbres.

  • XII INTRODUCCINsaludo de paz da repetidas vueltas al rededor de la concurren-cia? j quin hallar mala una cama -cuya cesin cuesta tal vez

    su dueo dormir en el suelo" Eche menos quien quiera aquellosfrecuentados pases donde el hbito engendra indiferencia, lamultitud aislamiento y el concurso desconfianza mutua, aquellas

    glaciales fondas donde es un guarismo cada viajero y una m-quina cada sirviente, aquellas decantadas ventajas de la civiliza-cin tan bellamente compensadas por las de la hospitalidad ydel trato ms ntimo, que nace por precisin de las recprocasnecesidades cuya satisfaccin no est regularizada ni puesta

    tarifa. Compadecemos de buena fe al que viajando materialmente,no percibe de su \iaje'%"no las incomodidades materiales, y quesin estudiar mQW^uti^nto alguno, sin sentarse en ningn hogar,sin haber apretl*^ la vT^tto %i ser amigo, vuelve su casa referir escribir^ %a;l.-vez isus observaciones sobre el pueblo del

    cual no conoce sino las posadas } que no conoce de l sino sumoneda, entreteniendo al pblico con insulsas chocarreras, denunciando su indignacin la cruel noche que pas en tal\:enta el aguacero que le cogi en tal camino (i).

    r-- Gurdese ese tal por su bien y por el del pas mismo de p^'. etrar en ninguna de las ciudades aragonesas : sin respeto su

    nombre y sus blasones, insultara desapiadadamente su estre-chez y desalio, y haciendo cuestin de estadstica y de polica

    el rango de las poblaciones, las pospondra oscuras pero po-

    (i) Escritores de una obra artstica y no de costumbres, abreviaremos cuantotenga relacin puramente con ellas y con las aventuras personales que en nues-tras correras no podan menos de abundar; poco aficionados como somos a estegnero -picante y divertido que no es el de los Recuerdos y Bellezas, y persuadidosde que resultara de la mezcla de los dos un todo falso y de mal efecto como unaperspectiva en que se variara el punto de vista. Bistcnos consignar de paso lasbellas dotes del carcter aragons, tal vez no tan generalmente conocidas comosu proverbial firmeza, y observadas con rarsimas excepciones hasta en las nfi-mas clases; tributando al mismo tiempo este general y debido homenaje as lasautoridades y corporaciones que con la ms ilimitada confianza nos franquearonsus archivos, como los particulares que nos dispensaron todos los obsequios dela amistad y cuyos nombres tendremos un placer, conforme se ofrezca la ocasin,en ir trasladando del corazn al papel.

  • A.RAGN.Campesina.

  • INTRODUCCIN XIIIpulosas y aseadas villas de su tierra; maldecira sus penosas

    cuestas y su spera situacin, por ms que sta avorezca desdeafuera lo pintoresco de la perspectiva, ) desde adentro laextensin y variedad de su horizonte; ) al vagar por sus tortuo-

    sas calles, no osara levantar los ojos del sucio y mal empedra-do pavimento para fijarlos en los graciosos restos de tapiadaventana, en la labrada torre que descuella area por cima de

    sombros tejados. Para ste calles cordel, anchas aceras, fron-tis pintados, largas filas de balcones una sobre otra, pulidas

    tiendas, rutilantes cafs, y dems dijes de nuestra civilizacin,cuya falta no quedara sus ojos compensada con toda la abun-dancia de antiguallas y monumentos. En vano adems buscaraen estos que nos ocupan, aun suponiendo la mejor voluntad,aquella grandiosidad y perfeccin que, auxiliadas de una conser-

    vacin esmerada y de popular nombrada, triunfan primeravista del ms helado positivismo, ni saboreara en su contempla-cin aquellos encantos que bien que procedentes de formas ma-

    teriales se perciben por el alma ms bien que por los sentidos,si no los vivifica la imaginacin, si no los ha educado en elsentimiento de la verdadera belleza un profundo estudio del

    arte.

    Y sin embargocuntos tesoros artsticos , cunto aroma

    potico no encierran aquellas doce ciudades que esmaltan el

    suelo aragons con su capital en el centro, como los doradosflorones que en torno de otro mayor adornan la crucera de lamayor parte de sus iglesias! Todas ceidas de antiguos muros mostrando sus restos desmoronados, recuerdan su esfuerzo ysu importancia; todas desparramadas por la vertiente de unacolina, asentadas sobre altura, anidadas en un barranco, os-tentan en su cspide, en vez del temido castillo feudal, la moleprotectora de su catedral colegiata, como colocadas bajo eldominio y amparo de la religin. Tienen fuertes en las alturascual vigilantes centinelas contra incursiones enemigas, ltimorefugio de sus moradores en trances desesperados; tienen alca-

  • XIV INTRODUCCINzares que recuerdan festejos, cortes, entrevistas y enlaces de

    reyes, voluptuosos placeres y sancrrienta conquista bajo elnombre arbigo de azudas; recuerdan el celo \- piedad de losconquistadores la antigedad y nmero de parroquias, como elde conventos la piedad de sus sucesores; fueros y libertades re-

    cuerdan las severas casas municipales; comercio pujante y anti-qusimas ferias, los mercados cercados de prticos; ilustres sola-

    res y encarnizados bandos, los fuertes ) sombros casales

    marcados con su escudo de piedra. Todas en fin tienen un roque, despus de besar sus muros atravesar su recinto, enla-

    zando su nombre con el de la ciudad, pasa cual genio amigo derramar fecundidad y vida por su deliciosa huerta. La viejaFraga se mira en las aguas del indmito Cinca, y extiende lo

    largo de las mrgenes el manto de verdor con que adorna sudesnudez y pobreza; Barbastro, en el fondo de ameno valle,

    aunque en rpido declive, recibe en su seno al pequeo Vero

    ms rico de puentes que de agua; y no menos pobres el Flumeny el Isuela fecundizan el llano adornan las alamedas, por entre

    las cuales la monumental Huesca cercada de santuarios y recuer-dos, levanta al cielo sus torres, destacando sobre un pintoresco

    fondo de quebradas montaas. El Aragn y el Gas cercan comoun foso la risuea Jaca que guarda sus restos en miniatura deciudad antigua con el aseo de villa moderna; la potica Tarazo-na se despliega en forma de media luna sobre altsimo ribazo,siguiendo la direccin del sonoro Queiles que la divide en dos

    y visita amoroso sus viedos; y Borja, recostada all cerca en lafalda de una colina, debe al Huecha lo sabroso de sus frutos ylo frtil de su territorio. El Jaln benfico besa las tapias de la

    noble Calatayud que confunde lo lejos sus blancos edificioscon las calcreas peas, en medio de las cuales est como estan-cada, y en cuyo seno se ha infiltrado, abrindose en l nuevasviviendas; el Jiloca nacido portentosamente en la llanura, cruza

    la frtil vega de la amurallada Daroca, cu)a nica calle serpen-tea cual riachuelo entre dos colinas coronadas de torreones; el

  • INTRODUCCIN XV

    Guadalaviar, despus de haber mugido en el fondo de los horri-bles despeaderos que cercan la tan pobre cuanto codiciada

    Albarracn, lame pacfico la muela sobre la que como en un pe-

    destal est sentada Teruel la comerciante, de entre cuyas mo-

    dernas fbricas descuellan por nico adorno las cuadradas yalmenadas torres de sus parroquias fundadas sobre arcos; el

    raudo Guadalope, murmurando entre umbros olivares, pareceminar la colina del castillo de Alcaiz, por detrs de la cual se

    extiende en semicrculo la poblacin con sus edificios de pie-

    dra y gticas fachadas, asomando al ro sus dos extremidades.Y en la vastsima llanura, all donde el impetuoso Huerva y elcaudaloso Gallego rinden al Ebro su tributo, en el corazn mis-mo de la provincia, el rey de sus ros visita la reina de sus

    ciudades, reflejando en sus aguas las pintadas cpulas del Pilar,paladin sagrado de los aragoneses; y los tres ros confundiendo

    su vario murmullo parecen cantar las glorias de la ciudad de

    Csar Augusto, la ciudad de los agudos y atrevidos minaretesarbigos y de los lindos patios platerescos.

    Tal vez en alguna de estas ciudades el artista despus deprolijo examen y repetidas correras se despedir de ella sin

    haber abierto su cartera, falta de un conjunto bastante belloy completo para ser reproducido, bastante agrupado para quelo abarque un solo punto de vasta; pero, si poco que admirarcunto en cambio no habr encontrado que estudiar y que go-zar en los curiosos fragmentos de arquitectura destrozados

    engastados en construcciones modernas, de que aparece salpica-do su recinto, en los queridos tipos bizantino y gtico cadapaso reproducidos, y aplicados todos los usos y dimensiones,

    y bajo todas las escalas de bueno mal gusto, de rudeza y deperfeccin, de desnudez y de magnificencia! Exentos al menosdel furor de destruir y del prurito de reformar y embellecer, yaque tambin del cuidado de conservar, los naturales por lo ge-neral, si no han reparado en pasar por encima de este gnerode preciosidades, siempre que se atravesaban en su camino

  • XVI INTRODUCCINcomo un obstculo sus necesidades proyectos, tampoco lashan hostilizado de intento: dirase que en la continua lucha en-

    tre el tiempo y el edificio, el hombre se mantiene all neutral,sin tender al ltimo una mano reparadora, ni anticipar la accin

    del primero con el pico destructor. Gracias este que pudierallamarse fatalismo de inercia, no slo las catedrales que por sunaturaleza aristocrtica y tradicional resisten los cambios delos siglos y guardan mejor el carcter de la veneranda antige-dad, sino las parroquias , los oratorios, hasta las ermitas en la

    soledad de los caminos conservan frecuentemente sus puras for-mas primitivas; el Lbaro (i), sellando sus portadas cual miste-rioso emblema, acusa su remota fundacin; dibjase incrustadaen las reparaciones al travs del blanqueo la esbelta ojiva el robusto arco semicircular; molduras y capiteles intactos escu-

    (i) El signo llamado lbaro por su analoga con los caracteres que escribiConstantino en su victoriosa bandera, que se nota en la portada de casi todas lasiglesias de los siglos xi y xii, y encabeza menudo los documentos de aquellapoca, consiste en un crculo cortado por tres dimetros, perpendicular el uno,oblicuos los dos restantes. Sobre el primero figura una P, en el radio superior, yuna S en el inferior: entre los radios de la derecha una to, y entre los de la iz-quierda una A. Parece haber tenido su origen en la iglesia oriental, pues se com-pone de las primeras letras del nombre de Cristo en caracteres griegos; la Xi Chgriega formada por las dos lneas diagonales, la Po R griega igual la P latina,la lnea perpendicular que representa la I, y finalmente la S Sigma. La A y la wque es la Z latina aluden la clebre expresin del Apocalipsis aplicada Cristo:Ego sum Alpha et Omega, pn'iicipini et fins. Vase esta explicacin en los si-guientes versos:

    Sunt quinqu hic Grajis cum gramm elementa figuris;Xi, Po, Sigma, brevis virgula Christus agunt.

    Ast Alpha O que mega estremo in utroque repostaChristum ipsum finem, prncipiumque notant.

    Principium namque ipse Deus rerumque creator,Est finis legis, nostri et agonis honor.

    El uso del lbaro es muy antiguo si es cierto que serva de contrasea para dis-tinguir los templos catlicos de los arranos en que se negaba la adoracin Cris-to. Con el tiempo y el desuso del idioma griego, se perdi la explicacin de estesigno, que continu usndose sin embargo aplicado otros misterios. As en lapuerta principal de la catedral de Jaca, construida ltimos del siglo xi, se leenestos versos al rededor del lbaro en el cual se pretende simbolizar la Trinidad:

    Hac in scriptura, lector, si gnoscere curaP Pater, A genitus dplex est, S Spiritus almus:l tres jure quidem Dominus sunt unus et idem.

  • INTRODUCCIN XVII

    pen la indigna cal que los ahoga ; frescos simblicos y rudos

    cubren menudo sus paredes, triunfando del rigor de cinco yseis siglos; retablos gticos con sus pintadas pulseras y afiligra-

    nados doseletes se han refugiado en las capillas cuando no cam-

    pean en el mismo altar mayor, y en sus sepulcros de alabastroduermen en paz los prelados y seores velados por los ngeles,

    llorados de los hombres, guardados por el fiel can por el len

    generoso. Aqu bajo una cascara moderna late todava un gravey sombro santuario contemporneo de las Cruzadas; all intro-duce una iglesia greco-romana un portal gracioso adusto de

    la Edad media, ocupa un altar barroco el bside bizantino queostenta an por fuera su torneada redondez y sus labradas ven-tanas; ms all macizas y belicosas torres entre cpulas y cam-panarios de ladrillo, cuadros puristas engastados en churrigue-

    rescos follajes,

    gastadas inscripciones entre los mrmoles azulejos del pavimento, cuando no incrustadas en los murosexteriores, elegantes calados gticos labores platerescas sobre

    lisas y mezquinas paredes. All no se extasa el viajero, el dibu-jante no encuentra dnde fijar un punto de vista; pero all elarquitecto aprende, el filsofo y el historiador comparan y ana-lizan, el poeta rene aquellos huesos ridos y dispersos, y re-construyendo su armazn con voz poderosa, hace desfilar pordelante de ellos sus antiguos pobladores. Ms bien que monu-mentos, dirase que aquellos son vestigios que nos dejaron desu existencia las generaciones pasadas sin pretensin alguna deeternizarlos, objetos de su uso que nos ha conservado la casua-lidad, como las lavas del Vesubio nos han transmitido intactaslas menores particularidades de Herculano; y el estudio de elloscon respecto al de los grandes monumentos es lo que la historiantima, social, sacada de las crnicas, recogida penosamente delos archivos, detallada en sus ms leves incidentes, es respectode la historia pblica y clsica de reyes y de batallas, de losgrandes hombres y de los grandes hechos; menos sorprendente,tan interesante por lo menos, y sin duda alguna ms instructiva.

  • XVIII INTRODUCCINCada reino, provincia y aun ciudad, por escasas que sean

    sus vicisitudes de oscuridad y grandeza, suele ofrecer un perodo

    sobresaliente de importancia y gloria que es en cierto modo supunto luminoso, y se refleja en la arquitectura de. sus monumen-

    tos; del seno de cada cual brota un tipo arquitectnico que comoplanta indgena debe contemplarse y analizarse en el terrenomismo; cada cual ofrece su contingente de datos y modelos parailustrar una poca determinada, de cuyo conjunto resulta la his-toria general de las bellas artes. Las pocas originales que enAragn deben particularmente estudiarse son dos: el apogeo delgnero bizantino y su transicin al gtico, la decadencia de ste

    y su transicin al plateresco. En vano sera buscar all aquellosportentos de gracia y ligereza, aquella pureza de lneas en mediode tanta profusin de adornos y detalles, con que el arte gtico

    desde mediados del xiii hasta mediados del xv enriqueci otrasprovincias; no le hallaris por lo general sino desgajndose pe-nosamente en su infancia de las robustas formas bizantinas, adulterado ya por el gusto arbigo al par que por el greco-romanoceder decrpito sus conjurados enemigos. Y en esto la arqui-tectura anda de acuerdo con la historia: Aragn desde el enlacede su reina Petronila con el conde de Barcelona, de reino queantes era pas ser provincia, y no la ms favorecida con lapresencia de sus monarcas; climas ms benignos y ms risueoscampos, ciudades ms populosas independientes del feudalis-mo por su riqueza y ms adictas como tales al poder real , em-presas ultramarinas y pujanza de comercio los llamaban ms menudo las provincias litorales de Catalua y Valencia, y con-centraban su afecto y los principales legados de su gloria y mu-

    nificencia en estos dominios, el uno solar paterno de la dinastade los Berenguers, y fruto el otro de conquistas propias. Losreyes no dorman ya en sus toscos sepulcros de San Juan de laPea, sino en los soberbios mausoleos de Poblet ; ni la monar-qua de los hijos de Ramiro I, pobre, severa y belicosa, sin msidea que la del triunfo de la fe sobre la morisma, era la opulen-

  • INTRODUCCIN XIXta, la culta, la pomposa y florida monarqua de los descendien-tes del conde Ramn, de los rivales de la Francia y dominado-res de la Italia. La una se retrata en los monumentos de

    Arag'n, la otra ms treneralmente en los del principado. Peroun cambio no menos importante, aunque menos ruidoso, se obrlentamente en Aragn durante todo el siglo xvi, y fu la agre-gacin definitiva del estado al reino de Castilla, la nivelacin

    de le}es y prdida de fueros tan populares y queridos, la extin-

    cin del feudalismo tan poderoso en aquel pas; y este cambio,

    cuyas visibles y ltimas convulsiones se revelaron slo en los

    alborotos de 1591 y en la muerte de Lanuza, tiene tambin sumanifestacin en muchos edificios pblicos y privados, hijos delnuevo orden de cosas. Abandonaron los seores sus castillospara trasladarse al seno de las ciudades, obrse gran revolucinde clases ) fortunas, levantse un nuevo gusto ms ciudadano,digmoslo as, y menos aristocrtico y atrevido, rico y adornadoen sus detalles, pero que respira en su conjunto no s qu de-pendencia y opresin. Templos bizantinos, casas que falta deotro nombre llamaremos platerescas, h aqu las dos pocas, lasdos especialidades de Aragn; la una correspondiente su res-tauracin religiosa y sus glorias histricas en los siglos xi y xii,

    la otra al nuevo estado social que se amold en el xvi.Por lo dems, si pocas provincias han logrado ser mejor

    conocidas que la de Aragn en su historia y en sus instituciones;si pocas, lo menos en lo antiguo, mostraron tanto esmero enla conservacin de sus fueros y de sus glorias, que puedan pre-sentar un archivo tan completo como el de la corona de Aragn,y una serie tan brillante de cronistas como la que abarca alsabio Zurita, al patriota y celoso Blancas y al elegante Argen-

    sola; si apenas hay ciudad en la provincia que, falta de archi-vos particulares casi aniquilados por las guerras en este mismosiglo, no guarde su historia impresa manuscrita; si en la parteeclesistica y en sus varias ramificaciones ha merecido Aragnen un ignorado capuchino de ltimos de la pasada centuria, en

  • XX INTRODUCCINel P. Ramn de Huesca ( i ), un historiador tan erudito comocircunspecto; bajo el aspecto artstico puede decirse que es unpas todava por descubrir, y una mina por explotar. Palpitn-donos el corazn parte de temor y parte de complacencia, en-

    tramos en esta senda que abren nuestros pasos, y en la cual no

    divisamos anteriores huellas, si ya no se cuentan las que nos

    dej en la postrera mitad del siglo xviii el erudito D. AntonioPonz en su vasto pero incompleto Viaje de Espaa. El plan quese propuso de recorrer toda la pennsula en unos tiempos, msescasos an que los nuesti"os en comunicaciones y alicientes paraviajar, no le permiti sino visitar los puntos y examinar los ob-jetos que en su itinerario hallaba, valiesen no la pena, apar-tndose rarsima vez de su camino para ir en busca de lo queno le sala al encuentro: as que al paso que consagra casi un

    tomo Zaragoza, y se detiene minuciosamente en Calatayud yTeruel, ciudades acaso las ms pobres de monumentos, } en laenumeracin de insignificantes poblaciones del bajo Aragn,pasa lo largo de 1 arazona, saluda de lejos Huesca, y ni unalnea dedica los grandiosos monasterios, los empinados cas-tillos, las pintorescas montaas de la otra parte del Ebro. Yluego, pintor antes que arquitecto en los templos, y economista

    ms que poeta en las campias, educado en todo el rigor y ex-clusivismo de la escuela clsica de su tiempo, dado al examende los detalles y adornos ms bien que la contemplacin delconjunto, sera injusticia al par que anacronismo exigir de l enla apreciacin de los monumentos aquella mirada profunda, uni-versal, espiritualista, digmoslo as, que descubre un alma bajo

    ( 1 ) Continu este benemrito escritor la obra principiada por el P. Lambertode Zaragoza y titulada Ig'lesias de Aragn, y aadi a los cuatro tomos que sucompaero de orden haba publicado de aquella metropolitana iglesia, otros cin-co, de los cuales dedica tres la de Huesca, uno la de Jaca y otro la de Barbas-tro. Lstima que tan concienzudas tareas segunda vez interrumpidas no abar-quen, para ser completas, las dicesis de Tarazona, Albarracn y Teruel, y mslstima todava que una obra por tantos ttulos apreciable apenas sea conocidafuera del recinto de su provincia.

  • INTRODUCCIN XXI

    aquellas formas y descifra en ellas la historia ) la organizacin

    de un pueblo, que reconociendo siquiera en la belleza artstica

    la variedad fecunda inagotable de la naturaleza, no se esfuerza

    en amoldarlas un tipo dado. Sin embargo, lo nuevo y laborioso

    de la empresa, el acierto de sus fallos por lo comn, y la dili-gencia con que enriqueci con varios nombres oscurecidos ydignos de la inmortalidad el diccionario de los artistas, harn

    Ponz acreedor siempre nuestro respeto y gratitud; y cuando

    se olvida ratos de Vitrubio y de sus cinco rdenes para exta-

    siarse ante los prodigios de gtica crestera, y cuando vista de

    los delirios del aborrecido churriguerismo lamenta la desapari-

    cin de lo antiguo, se reconoce con satisfaccin que su gusto

    instinto eran mejores que su sistema.

    II

    Lo hemos dicho ya: separar la arquitectura de la historia yel monumento de su origen, de su carcter y de los recuerdos

    que lo consagran, es poco menos que considerar el cuerpo sin

    alma, la palabra sin su significado, el efecto sin la causa, la obra

    sin hacedor destino, el objeto material sin relacin ni encantoalguno de los que le presta la imaginacin. Pero la historia deAragn no es la de un territorio ni de una provincia, es la deuna monarqua, y monarqua influyente y poderosa; no se limita un cierto nmero de tradiciones locales que se ciernen sobrelas ruinas y los peascos, una serie de dramas domsticos decrimen de virtud, de horror de fortaleza, al conjunto deunos pocos acontecimientos y revoluciones que vienen ser los

    rasgos de su peculiar fisonoma; sino que se presenta con todo

    el grande aparato de la historia clsica, con sus dinastas de so-beranos, sus conquistas, sus batallas y sus tratados de paz alianza; y como tal, mal puede reducirse los estrechos lmitesde nuestro potico cuadro. La historia de Aragn es tambin la

  • XXII INTRODUCCINde Catalua, la de Valencia, la de las guerras de Sicilia, Cer-

    dea y aples durante dos siglos y medio, ) posteriormente lade Espaa; sus glorias y acciones pertenecen al mundo y lahumanidad y andan vulgarizados en boca de todos, y si la merarelacin de los hechos descarnados ha llenado ya tantas crnicas

    voluminosas, qu sera un trabajo emprendido con la profundi-dad de investigaciones, universalidad de conocimientos y altura

    de miras que reclama el siglo? Aquel impetuoso ro, sintindose

    estrecho en su madre, se derram por lejanos campos en loscuales dej abundantes huellas de su paso; aquel principio devida se transmiti otros cuerpos fundindolos en uno solo; )

    frecuentemente resultara embarazo para nosotros ) confusinen nuestros lectores, si pretendiramos enlazar la historia delreino entero con los monumentos de la provincia, que ni fu tea-

    tro exclusivo de sus hazaas, ni es depositarla de sus recuerdos

    todos. Contentarmonos pues con tomar de lo pasado lo nica-mente indispensable para explicacin de lo subsistente, con no

    evocar los difuntos sino en el sitio mismo donde yacen dondeobraron, con apelar los recuerdos slo para completar y hacer

    comprensibles las bellezas. Sin embargo, como este plan nosobliga prescindir del mtodo y orden cronolgico, cuya abso-luta falta fatiga todos y extrava los no muy versados en lahistoria, hemos credo oportuno en esta hitroduccin, ejemplode la ojeada topogrfica y artstica que acabamos de dar laprovincia, lanzar otra muy rpida al origen, engrandecimiento yvicisitudes del reino y la sucesin de sus monarcas, ) trazar

    por fin una idea de la organizacin social y poltica de aquel es-tado, clave muy necesaria para la inteligencia de los aconteci-mientos, sin perjuicio de volver luego explicaciones ms deta-lladas en el cuerpo de la obra, siempre que la memoria de unalto hecho personaje se cruce con nuestro itinerario.

    Fieles pues al anunciado propsito, atravesaremos en silen-cio aquellas edades cubiertas de niebla y oscuridad, ) que nohan dejado de s monumento alguno, en que gigantescas razas

  • INTRODUCCIN XXIIIempujndose como las olas sobre nuestras playas salvando losPirineos, se disputaban el suelo encarnizadamente; en que los

    celtas invasores fundindose con los antiguos pobladores de la

    Iberia, tomando su nombre del Ebro en cuyas orillas se sen-taron, daban origi^en al noble pueblo celtbero ( i ), que reparta

    con los belicosos ilergetes (2) y los inquietos lacetanos (3), el

    que es ahora territorio arag^ons; en que sus pequeas tribus,

    sea por natural veleidad y ambiciones particulares, sea por la

    generosa astucia de destruir uno por medio de otro sus opre-sores, se pasaban ora al cartagins, ora al romano, acompa-

    aban sus aliados y dueos lejanas expediciones, batindosecon tanto bro como pudieran hacerlo por su patria y su liber-

    tad; en que sintiendo al fin todo el peso de las cadenas que les

    haba impuesto Roma, no hacan sino estrecharlas ms y ms, sucumbir del todo con sus tardos y desesperados esfuerzos para

    romperlas. Pasaron los celtas, y no dejaron aquel pas msque su nombre; ningn pilar monolito asoma en aquellas colinas,ni se elevan en la llanura aquellas informes y misteriosas pir-

    mides que participaban del carcter de templo y del de sepulcro:pasaron los cartagineses, y ningn rastro de edificio pnico re-cuerda su paso por la regin que tan til les fu al principio por

    sus alianzas, como funesto teatro al fin de sus derrotas: pasaronlos romanos, y al rededor de sus antiguas y florecientes coloniasapenas se descubren ruinas de aquellas magnficas fbricas defasto de utilidad, fruto de la sangre de los pueblos y de las

    ( 1 ) La Celtiberia se extenda la otra parte del Ebro desde las fuentes del Ja-ln junto Medina Celi, hasta la antigua Nertbriga hoy tal vez Riela, y lo largodesde las cumbres del Moncayo hasta las sierras de Albarracn donde nace el Tajo.Atendido lo montuoso del terreno y la estrechez del recinto, admira lo numerosode su poblacin, pues vez hubo que sacaron en campaa los celtberos 33.000hombres de guerra.

    (2) Los ilergetes ocupaban la parte oriental de Aragn y la occidental de Cata-lua, dilatndose por los pases que baan el Cinca y el Segre, y hasta ms allde Huesca.

    (3) .Mariana coloca los lacetanos en las montaas de Jaca, otros los ponenms al Este, y dentro de la misma Catalua.

  • XXIV INTRODUCCIN

    extorsiones de los procnsules, brillante remedo con que se

    consolaban los colonizadores de la privacin de su grandiosa

    patria: algunas monedas y algunas lpidas sepulcrales es casi lonico que recuerda en Aragn una dominacin de siete siglos.Como si aquel suelo, retemblando siempre con el fuego compri-mido de la libertad, no permitiera los conquistadores asentaren l con seguridad sus orgullosos trofeos los seductores alar-

    des de su civilizacin, y adems no ofrecindoles tanta oportu-nidad como las provincias litorales, no encontramos sobre l en

    los primeros tiempos ninguna de las importantes y ricas pobla-

    ciones, como Cartagena y Barcelona las cartaginesas, y las ro-

    manas Sevilla y Tarragona, que servan los opresores de puerta,

    asilo y centro de apoyo todo junto. Los recuerdos del antiguoAragn son todos de insurreccin independencia: all moraTago por orden de Asdrbal, vctima de la libertad de su patria,

    y su esclavo, despus de vengarle inmolando junto al ara al ge-neral cartagins, espiraba sonriendo entre los ms atroces tor-mentos: all un pueblo entero ( i ) vencido y no domado por losromanos, era al fin vendido como esclavo; acull se removanlas pequeas ciudades celtberas ejemplo de la heroica Numan-cia su vecina; ms tarde la noble Osea serva de asilo al pros-crito Sertorio, cuyos grandiosos proyectos la destinaban tal vez

    para corte de un futuro imperio. Slo cuando Espaa se habahecho ya romana, cuando el universo obedeca Roma y Roma un solo dueo, vemos figurar entre las ms ilustres colonias ymunicipios espaoles la antiqusima Turiasona, Blbilis \di famosapor sus armas y caballos como la llama su hijo Marcial, y la im-perial Cesaraugusta importante ya desde su fundacin ) una delas siete audiencias capitales de distrito en que estaba divididala Espaa Tarraconense.

    Arraigarase sin embargo en aquella provincia el nuevo po-

    (i) Los bcrgistanos, que algunos colocan donde est ahora Teruel, y otrosjunto Huesca en el pueblo hoy llamado Hergua, fueron vendidos por esclavos,hacia el ao 560 de la fundacin de Roma, de orden del cnsul .M. Porcio Catn.

  • INTRODUCCI ON XXV

    dcr a proporcin de lo que haba costado establecerle, ) fundi-

    ranse perfectamente \encedores ) vencidos, puesto que, invadidala Espaa por los brbaros del Norte principios del siglo v,

    Aragn, aunque tan cercano los Pirineos por donde se derra-maron desde las Gallas aquellas hordas impetuosas, temibles

    siempre para Roma como enemigas y como aliadas, se mantu\otodava ms de medio siglo bajo el dominio del imperio. LaCeltiberia resisti con bro la furia de los alanos; y slo mstarde, casi al tiempo que Roma sucumba bajo la espada deOdoacre, Zaragoza con su territorio cedi las arnias de Eurico,

    y pas formar parte del nuevo reino godo. Tampoco en ellargo decurso de ste, durante dos siglos y medio, fu teatro

    Aragn de ruidosos acontecimientos, ni sus ciudades objeto par-ticular de la predileccin y munificencia de sus reyes, si bien

    Zaragoza conserv siempre su importancia: su historia de aque-lla poca es tan estril desconocida, como desnudo est susuelo de monumentos de la dominacin goda, que por una ex-traa anomala, habiendo comunicado errneamente su nombre la reina de las arquitecturas, carece ella propia de tipo arquitec-

    tnico conocido.

    La irrupcin de los rabes venida del medioda, y arrollandohacia el norte as los tmidos fugitivos como los valientes

    que buscaban en las breas un asilo de su independencia, inundpor fin el Aragn en 713, los dos aos de perdida la batallade Guadalete, despus que Zaragoza hubo sucumbido ante losejrcitos reunidos de Muza ) de Tarif, y que Huesca y Tarazonase entregaron sin resistencia. Bajo el nuevo imperio la opulentaSaracusa, como llaman los rabes Zaragoza, fu capital deuna de las cuatro provincias en que dividieron la pennsula; y ensus lmites que comprendan Catalua, Aragn, Navarra yparte de Castilla la Vieja, hallamos los nombres apenas altera-dos de Wesca, yacca, Tarrazona y Barbastar. No es extraopues que los vales de Zaragoza, gobernadores de tan vasto te-rritorio y casi independientes 'del amir de Espaa y hasta del

  • XXVI I N I R o D U C C I o N

    mismo califa de Oriente por las turbulencias de los tiempos,sean llamados reyes en las crnicas cristianas, y que el val Sa-

    mail merced su valor y astucia predominara )a en la pennsula,cuando Abderramn-ben-Moavia, ltimo retoo de la destronadadinasta de Ornar, vino desde el frica en 755 poner trmino las guerras civiles de los gobernadores y erigir en Crdobaun califado mulo del de Damasco.

    Entre tanto las fragosidades de los Pirineos abrigaban losrestos de la disuelta nacin que deban ser el germen de nuevospueblos y de poderosos estados. Las disensiones de los conquis-tadores, y las derrotas que sufrieron en Francia en 721 y en 733por el esfuerzo de Eudo } de Carlos Martel, costando entrambasla vida sus caudillos Alsama y Abderramn-ben-Abdal, pro-tegieron aquel naciente fuego que ya no pudieron extinguir los

    musulmanes. Las historias rabes mencionan una insurreccin deTarazona reconquistada luego por el amir Ambisa, y nuestrascrnicas lamentan la catstrofe de Pao, ciudad mejor fortalezaimprovisada por los prfugos en los riscos de San Juan de laPea, y derrocada muy pronto con exterminio de sus defensorespor Abdelmelic-ben-Cotn. Vienen luego los trescientos que enla tajada pea de Uruel juraron la faz de los cielos reconquis-tar su patria que de lejos vean, los que refugiados en las cuevas

    de los santos ermitaos, mitad monjes, mitad guerreros, se lan-zaron con su bendicin ms denodados la pelea; aparece GarciJimnez, el Pelayo aragons, levantado rey por los suyos sobreel escudo; aparecen el conde Aznar en el pas que abarcan losdos Aragons (i), y el conde Bernaldo en la spera Ribagorza.Quines eran estos.'^ de dnde venan- qu ttulo, qu objetollevaban? Eran aventureros, renuevos de estirpe regia, jefes

    (1) Dos son los ros de este nombre que corren muj' cerca uno del otro, abra-zando poco ms de cinco legiuis ; el uno es el mayor ya descrito al principio denuestra Introd accin, el otro el Aragn Suhordn que desemboca en el primero.c ah el nombre de Aragn es plural en latn, y los reyes se titulan Aragoniim delos dos Aragons.

  • INTRODUCCIN XXVII

    natos de aquellos indmitos montaeses que ni por romanos ni

    por orodos haban sido completamente subyugados- Atenan de

    las opulentas ) \a perdidas ciudades espaolas, de las comar-

    cas de la vecina Aquitania, atrados por la sed de olorias y aven-

    turas y por el comn inters de enfrenar los terribles invaso-res: ;Su autoridad era la de re)es de jefes de o-uerrillasr

    Pensaban reclutar una horda constituir una nacin- A'ean en

    sueos al travs de lo presente el orandioso porxenir, ) puesto

    que tenan una espada en la mano, osaban con noble fe colocar

    una corona en su cabeza, seguros de conquistar un reino- La

    historia calla, ) la poesa y el entusiasmo nacional se expla)an su sabor acerca de estos picos personajes. No son menos in-ciertas la topografa y la cronologa: quien coloca en Navarra,

    quien en Sobrarbe la cuna de aquel reino; quien pone la eleva-

    cin de Garci Jimnez inmediata la prdida de Espaa, quien

    la retrasa hasta 858 dejando as un vaco de siglo ) medio (i);

    (1) Para descartar de una vez el texto de discusiones cronolgicas, pondre-mos continuacin las opiniones ms autorizadas acerca de la sucesin de los re-yes de Navarra y Sobrarbe, sacadas de los escritores ms antiguos, los cualeslos modernos, faltos de nuevos documentos, no han hecho sino seguir.

    Segn la crnica de Gauberto Fabricio. monje de Santa Fe junto Zaragoza,escrita en el siglo XV, Garci JiMKNEZ empezando reinar en 7 i 6, muri en 7 5 8.Garci II iiguez en 802.

    Furtn Garca en 8 i 5 822. Sancho I Garca6083511842. (Niega la existencia de los reyes Jimeno Garcs y Garca.) IigoArista en 860 874. Garca III Iiguez en 904.

    Sancho II Aharca en 940.

    Garca IV el Temblador en 975.Sancho III el .Mayor en 1020.De este ltimoparece cierto sin embargo que muri en 1034: por lo dems este sistema nos pa-rece el ms verosmil y mejor arreglado.

    Carboncll, siguiendo tal vez la antigua historia general crnica de San Juande la Pea, teje la siguiente cronologa sembrada de contradicciones : Garci Jimk-NEZ no entr reinar sino en 858, y muri en 891. -Garci II iiguez en 903.

    FortOn Garca en 920. Sancho 1 Garca en 940. De Jimeno (jarees y Garcasu hijo no fija la poca, y la muerte de Iigo Arista la supone en 953. Las demsfechas estn todas absurdamente alteradas, efecto tal vez de la confusin del cm-puto de la era vulgar con el del nacimiento de Cristo, haciendo retroceder al hijode Iigo Arista la mitad del siglo ix, lo que prueba indudablemente que las an-teriores estn tambin equivocadas de un siglo.

    Zurita ni en sus Anales ni en sus ndices se atreve fijar la cronologa de GarciJimnez y de sus sucesores, contentndose con referir sus nombres : y en cuanto la dinasta de Iigo Arista cuya eleccin pone en 819, no hace ms que conti-nuar las ms varias opiniones sin tratar en lo ms mnimo de conciliarias.

    Otros, engaados por la identidad de los nombres, precisados llenar los

  • XXVIIl I N T R o n U C C I o N

    y esta incertidiinibre se extiende sus sucesores en lnea recta,

    Garci itruez, Fortn Garcs, Sancho Carees, Jimeno Garcs yGarca su hijo, cu)os hechos son tan oscuros y contro\ertidoscomo su cronologa, no faltando quien niejj-ue an la existencia

    de los dos postreros.

    Subditos de estos reyes de Navarra y Sobrarbe, al menos

    con una dependencia de honor, parece fueron los condes de

    Aragn, de quienes no se hallan sino sueltas noticias, comopuntos luminosos sembrados ac y all en la noche de los tiem-

    pos, que no hacen sino acrecentar la confusin con la dificultad

    de enlazarlos. Todos mencionan como primeros condes Aznar

    y su hijo Galindo, atribuyendo aquel la conquista de jaca, y ste la fundacin del castillo de Atares y del monasterio de

    San Martn de Cercito junto al pueblo de Acomuer; pero unoshacen Aznar contemporneo casi de Garci Jimnez poniendosu muerte en 771, otras la ponen en el reinado de Fortn Gar-ca, ) la de su hijo en el de Sancho Garca. Segn Zurita, Teuda Toda, hija de Galindo, cas con Bernaldo conde de Ribagor-

    za, que conc|uistado aquel pas y el de Pallas, fund debajo deuna gran roca riberas del Isavena el monasterio de Ovarra, ytransmiti el condado su descendencia. Aunque de este enlacepudiera deducirse la unin de los dos condados, hallamos sin

    embargo Fortn Jimnez conde de Aragn interviniendo pocodespus en la eleccin de Iigo Arista por rey de Navarra, y Urraca Iiga, hija segn unos de Fortn Jimnez, y segnotros de Endregoto y nieta de Galindo, que casando con Garci

    huecos que les resultaban en su sistema, enmendando un error con otro, han in-tercalado reyes donde mejor les convena: el P. Mariana no sabemos con qupruebas ingiere tres en el siglo x entre Sancho Abarca y Garca el Temblador, quienes llama Garci Snchez, Sancho Garca y Ramiro. Omitimos referir las opi-niones de Blancas, Flrcz y otros, todas discordes. Formar una nueva y exactacronologa sobre los escasos documentos que de aquella poca nos quedan, seraardua empresa caso de ser posible, y cuya utilidad en nuestro concepto no co-rrespondera su trabajo. Al Im de la jornada no hubiramos obtenido sino ("echasy nombres.

  • INTRODUCCIN XXIX.

    iguez, hijo de Arista, uni definitivamente el condado de Ara-

    gn con el reino de Navarra por ms de un siglo, hasta quenuevamente desmembrado fu erio^ido en monarqua favor deRamiro I.

    Aquellos humildes principios no hubieran logrado empero

    tan rpido y feliz desarrollo sin el auxilio de los franceses, y sin

    el de los musulmanes divididos rebeldes que, trueque de sa-

    tisfacer sus enconos su ambicin, no dudaban aliarse veces

    con los enemigos del islam. Las historias rabes hablan menu-

    tlo de las expediciones de los cristianos de Afranc (P>ancia),llecrando confundirlos con los sublevados de los montes Albor-

    tat (Pirineos); y nuestros romances y libros de caballeras estn

    llenos de Carlomagno y sus doce pares, de Roncesvalles, deRoldan y de Marsilio, rey moro de Zaragoza. Parece indudable

    'que en 778 el gran conquistador francs atravesando los Piri-

    neos gan Pamplona, que sus banderas victoriosas ondearonhasta en el corazn de la pennsula, que Huesca y Zaragoza se

    sometieron las condiciones impuestas por el vencedor, que el

    prncipe Ludovico su hijo en distintas veces que entr libertvarias ciudades, y que caudillos y barones franceses obtuvieron

    en Aragn y principalmente en Catalua los pases conquistadoscomo gobernadores, como feudatarios, y la postre como seo-

    res independientes. Slo as se explica la importacin de nom-bres, costumbres y hasta leyes francesas en nuestro suelo, la

    uniformidad de lenguaje, las relaciones polticas y de parentescoque los reyes de Aragn tuvieron con Francia ms que con elresto de la Espaa. Pero aquellas conquistas carecieron de soli-

    dez, ora las guiara ms bien un entusiasmo aventurero que unplan fijo de colonizacin, ora impidieran su conservacin las dis-cordias de los descendientes de Carlomagno, la ndole indmitade los montaeses que no aceptaban la ley ni aun de su liberta-dor, como bien lo manifestaron en la jornada de Roncesvalles.As Zaragoza y Huesca recaan bajo el antiguo yugo apenasvolva las espaldas el francs; Pamplona fu de nuevo perdida y

  • XXX INTRODUCCIN

    recobrada antes de servir de corte los reyes de Navarra, ) aun

    hacia el ao de 868, en el reinado de l\(ro Arista de su hijo

    Garci Iiguez, hubiera sido reconquistada por los moros que ha-

    ban ocupado ya algunas torres de sus muros, si el socorro delos de Francia no les obligara levantar el sitio.

    No mencionan tan expresamente nuestras crnicas las alian-zas contradas, veces, por los cristianos con los vales de la

    Espaa oriental, quienes su poder y su distancia de Crdobaconvidaba la rebelin ) la independencia; pero en las arbi-

    gas leemos que Hasn, val de Huesca, fu el que entreg la ciu-dad con ruines tratos Ludovico, que Bahlul-ben-Makluc jefede la frontera auxili ste en la toma de Tarragona ) en el

    cerco de Tortosa, y que el aventurero Omar-ben-Hafsn, echadocomo bandido de Andaluca en 864, se hizo temible en Aragncon el apoyo de los cristianos. ^ Coligados, dicen, con l los de

    Ainsa, Benavarre ) Benasque, corrieron impetuosos como los

    ros que bajan de aquellos montes, hasta Barbastar, Wesca yAfraga, talando los campos y sublevando los pueblos contralos vales, muchos de los cuales atrajeron su bando. > Arrojadopor las tropas del califa de su guarida de Rotalyehud anidadasobre peascos ) cercada de un ro, no desisti el audaz Hafsn,

    y ofreciendo los cristianos vasallaje y tributo, ocup con sua)uda las fortalezas de la orilla del Segre intitulndose rey. Consu muerte, acaecida en la sangrienta derrota de Ayvar en quemuri tambin el rey Garca III Iiguez (1), lejos de extinguirsela rebelin, Calib su hijo saliendo de las montaas tom Zara-goza y Huesca, y entr en Toledo de inteligencia con los nume-rosos mozrabes de aquella ciudad, donde rein como soberano,haciendo temblar desde all a los Onuadas de Crdoba. De estasuerte iba cobrando importancia aquella guerra, que haban des-

    (i , Los rabes ponen esta derrota en el ao 269 de la Hgira correspondienteal 88 j, poca que si discrepa mucho del ao Q05 al que refiere el cronicn albcl-dense la muerte de Garca iiguez, conviene bastante con el arzobispo D. Rodrigoque supone dicha batalla de [.arrumbe (tal vez Lumbierre) en el 880.

  • INTRODUCCIN XXXIcuidado en su principio los moros por no ofrecerles ni serios te-

    mores ni ricos despojos, fatig-ados de sei^uir en los speros yenriscados montes a hombres bravos cubiertos de pieles de oso,armados de chuzos \- guadaas, y que no tenan otra cosa quelas armas con que se defendan. >

    Fenecida la sucesin de Garci Jimnez despus de haber

    reinado por ms de un siglo, los principales caudillos eligieronpor re\- liiigo Arista, personaje clebre desde el cual se hacendatar los fueros de Sobrarbe, las armas de Aragn (i) y la ins-titucin del Justicia del reino; personaje, empero, cuya cuna,corte y sepulcro son igualmente dudosos, controvirtindose si

    tuvo la primera en Bigorra de F"rancia, en Ribagorza entre los

    vascongados, si fu la segunda en Pamplona en Ainsa, y sidescansa, por fin, en el monasterio de San Salvador de Leyre

    en el de San \'ictorin de vSobrarbe. De lo glorioso de su nom-bre puede deducirse lo ilustre de sus prendas lo prspero desu reinado, durante el cual se verificaran las incursiones de los

    cristianos que mencionan los historiadores rabes en el ao 841

    y que se extendieron hasta Albaida y Calahorra, quemando lospueblos y talando los campos. Menos feliz su hijo Garci III Ii-guez falleci con la flor de sus caballeros, sorprendido por losmoros en los campos de Ayvar de Larrumbe, y su esposa, laheredera del condado de Aragn, cay muerta tambin en unaemboscada; pero Sancho II Abarca sacado del vientre de su ma-dre por un leal servidor, y criado en la oscuridad, segn cuentala tradicin, fu ya adulto presentado por rey sus vasallosconsternados. Auxiliado por el bravo Centulo su adalid, recobr

    (i) Al lado del escudo colorado que constituy las antiguas armas de aquelreino, campea una cruz plateada en campo azul, en memoria de la que, segn latradicin, apareci igo Arista en una batalla. Alusiva la misma aparicin pa-rece la cruz sobre un rbol, divisa del reino de Sobrarbe, cuya etimologa debetal vez su origen, aunque el nombre se deriva ms probablemente de pas sobreel Arve, es decir, situado ms all de la sierra. A ltimos del siglo xi las cabezasde los cuatro reyes moros, muertos en la batalla de Alcoraz, dieron un nuevo bla-sn aquellas armas, que fueron reemplazadas por las barr;is de los condes deBarcelona cuando subieron stos al trono de Aragn.

  • XXXII INTRODUCCIN

    cuanto se haba perdido de Sobrarbe y Ribagorza; salv por

    medio de una marcha rpida al travs de los montes carg-ados

    de nieve Pamplona que sitiaban los moros en su ausencia; )

    conquistando todo el ducado de Cantabria, y extendiendo por el

    occidente sus dominios hasta los montes de Oca, y por el oriente

    ) medioda hasta Huesca y ldela que hizo tributarias, pobl yfortific con castillos aquellos yermos lugares, ) estableci sus

    montaeses en los campos frtiles de las antiguas Celtiberia yCarpetania. Mariana pretende que Sancho Abarca asisti conOrdoo II rey de Len la desastrosa batalla de Junquera con-tra los moros, } que muri en singular combate con el conde deCastilla Fernn Gonzlez cuyos estados invada; mas los escrito-res aragoneses rechazan como fabuloso este duelo, ) refieren laderrota de Junquera los tiempos de su hijo Garca I\^ el Tem-

    blador. Ignoramos si es este mismo el rey Garci Snchez men-cionado en las crnicas de Castilla, que prendi por traicin

    Fernn Gonzlez llamado su corte para casarse con su herma-na, ) que fu luego preso por el conde en batalla, ignoramosan la veracidad de estas aventuras. No faltaba valor al reyGarca, quien si temblaba al entrar en los combates, era^ dicen,

    de coraje ms que de miedo; pero le toc vivir en los tiemposen que el terrible Almanzor difunda espanto ) muerte en la cris-tiandad, ) eclipsaba con su brillo sangriento los guerreros de

    su siglo.

    Sancho III el Mayor, hijo de Garca, en su larg-o y gloriosoreinado, elev sbitamente su monarqua un grado de pujanza

    y gloria hasta entonces desconocido: sus incursiones se extendan

    hasta Crdoba; sus armas, despus de sub)ugar los condes dePallas ) Ribagorza que se hacan tributarios del re)- de Prancia independientes en absoluto, aprovechndose de la debilidad delos ltimos reyes Carlovingios, si hemos de creer las crnicas,conquistaron la Gascua que vendi luego al conde de Poitou;su enlace con la heredera del condado de Castilla, y el de suhijo Pernando con la hermana ) heredera del rey de Len cu)'o

  • INTRODUCCIN XXXIII

    poder haba antes quebrantado, le hicieron ckieo de toda la Es-

    paa cristiana, fen(3meno que slo se repiti en su biznieto Al-

    fonso I ) posteriormente en Fernando el Catlico, ambos cabal-mente de la dinasta de Aragn. Entonces situando la corte enNjera en el centro de sus estados, no dud titularse emperador;y asomlira el calcular cunta hubiera sido la influencia de esta

    saludable unidad en la reconquista y en la grandeza de Espaa,

    si el haz de cetros que haba juntado la robusta mano de Sanchoel Ma\or no se hubiera deshecho su muerte. Pero mal guiadopor el cario paternal por la costumbre de .su poca, ci

    su primognito Garca la corona de Navarra, Fernando la de

    Len ) Castilla, Ramiro la de Aragn, y Gonzalo la de So-brarbe y Ribagorza; ) desde esta poca nace la historia particu-lar de Aragn con el reino aragons, cuyo origen por ms po-tico atribuyen muchos la gratitud de la reina hacia .su entenadoRamiro (i ), que se ofreci aninioso salir al campo para vindi-carla con la espada, de la calumnia de sus hijos desnaturaliza-

    dos (2).La divisin de estados la engendr en los nimos de los hi-

    jos de Sancho el Mayor; y los castillos que su padre les habadejado uno en el territorio del otro para estrechar su amistad,fueron ms bien entre ellos manzanas de discordia. Garca deNavarra, provocado, ambicioso, arroj Ramiro de su pobre

    (i) La opinin ms moderna de que Ramiro era bastardo, no tiene apoyo al-guno en las crnicas antiguas, que dicen simplemente haberle procreado su padreD. Sancho de otra mujer que la heredera de Castilla; y los ms la suponen mujerlegtima y lu llaman Doa Caya, seora de la villa de /.yvar. En un privilegio deSan Pedro de Taverna, expedido por el rey D. Sancho el Mayor, entre los hijos deeste Garca y Gonzalo se nombra Ramiro, lo cual no parece natural ni decorososi hubiera sido cxpreo.

    (2) El historiador de Espaa D. .Modesto Lafuente, hacindose cargo de mi no-ta anterior, insiste en sostener la bastarda del primer rey de Aragn, citandocontra mi aserto el testimonio del Silense y de un antiguo catlogo de reyes dePamplona. Ambos textos examina y discute mi docto amigo L). Vicente de la Fuen-te en sus Esh/rfios crt/zcos sobre /a historia y el derecho de Aragn, ltimamentepublicados, ponindose de mi parte y reforzando, con notables argumentos, laopinin general de los escritores aragoneses en orden la nobleza de la seoradel valle de Ayvar, madre del rey Ramiro, y la legitimidad de su consorcio.

    5

  • XXXIV INTRODUCCIN

    y montuoso reino, al tiempo que los de vSobrarbe y Ribag-orza,

    privados del rey Gonzalo, quien asesin traidoramente en el

    puente de Moncls Ramonet de Gascua su vasallo, eleg-an porsu seor al prncipe destronado. La muerte de Garca manos

    de su hermano Fernando de Castilla facilit Ramiro la recon-quista del Aragn, y le dio lugar contraer una estrecha alianzacon su sobrino el rey Sancho de Navarra para volver de comnacuerdo las armas contra los moros; y en efecto acab de expe-lerlos de Ribagorza y Sobrarbe, haciendo tributarios los mismosreyes de Lrida ) Zaragoza. Pero aquella alianza atrajo contrael rey de Aragn los celos y enemistad del otro sobrino Sanchode Castilla, quien confederado con los moros de Zaragoza que

    acababa de vencer, sorprendi su to sitiando el castillo deGrados en Ribagorza orillas del Esera; ) en esta batalla murien 1063 el desgraciado Ramiro I despus de un reinado de gue-rras domsticas apenas interrumpidas.

    Vengle su hijo Sancho I derrotando los castellanos junto \^iana, y tomando ms tarde el ominoso castillo de Gradosque cedi al monasterio de San Victorin como su padre haba

    ofrecido. Cada ao del glorioso reinado de Sancho Ramrez fusealado con una victoria con una adquisicin: Navarra le ofre-

    ci su corona vacante por un fratricidio; Muones, Covino, Piti-

    lla, Bolea, Arguedas, Siecastilla, Monzn, Almenara ) Naval,fuertes pueblos castillos, se sometieron sus armas; Ayerve,Luna y Estella le reconocen por su poblador, Montearagn porsu fundador, y los monasterios y catedrales por su bienhechor

    piadossimo. Si en Rueda fueron sus tropas vencidas con granmatanza por los moros aliados con c\ rey de Castilla, vironle\ictorioso ldela, Piedrapisada, la misma Zaragoza que mirdesde sus uniros el incendio de Pina, y hasta Morella donde, simerecen fe las crnicas, fu vencido el Cid como auxiliar de lossarracenos. Bastante vigoroso )'a para pelear en las llanuras, }

    clavando su \'ista en Zaragoza ) Huesca, edific sobre aquella

    como puestos avanzados el fuerte del Castellar, y sobre sta los

  • INTRODUCCIN XX XV

    de Loarre, Marciiello y Alqiiezar; ) tena a Huesca ya nui\- es-

    trechada por el cerco, cuando una saeta enemiga le hiri en elcostado, \ nuiri) en 1094 en los brazos de su hijo Pedro, des-

    pus de haberle hecho reconocer por rey de Aragn y Na\arracomo )a lo era antes de Sobrarbe, Ribagorza y Monzn, y dehacerle jurar cjue no se apartara de aquellos muros hasta con-(]uistarlos.

    Pedro 1 cumplic!) su juramento, \- entr solemnemente enHuesca despus de la victoria de Alcoraz, la mas gloriosa que

    vio Aragn contra los sarracenos. Recobr de ellos Barbastro(jue su padre haba ya concjuistado; pero la muerte en i 104puso termino sus triunfos en la flor de su edad, despus dehaberle arrebatado en un da sus dos hijos, sucedindole en el

    trono su hermano Alfonso I, quien casado con Urraca hija y he-redera de Alfonso VI rey de Castilla, no tard como Sancho elMayor en reunir los reinos de Castilla ) Len los de Aragny Navarra, y en dominar toda Espaa con el ttulo de empera-dor. Pero los devaneos de la reina obligaron su esposo en-

    cerrarla primero en un castillo, y luego repudiarla con pretexto

    de parentesco, sin que por esto cesasen en Castilla las disensio-

    nes y tumultos contra el rey de Aragn, alimentados por laliviandad de Urraca y por la ambicin de varios nobles sus ama-dores. Derrot Alfonso los castellanos junto Seplveda conmuerte del conde Gmez de Candespina su caudillo, y los ga-llegos \- leoneses entre Len y Astorga; y tuvo en paz aquellosestados, hasta que llegado la mayor edad su entenado Alfon--so VII, hijo de Urraca y del conde Raimundo de Borgoa, le en-treg leal y generosamente el reino de su abuelo.

    A Alfonso I estaba reservada la conquista de Zaragoza des-pus de las inmortales victorias de Valtierra y de Cutanda; ydesde all, dominadas las llanuras del centro de Aragn, se diri-gi la montuosa Celtiberia, ganando sucesivamente Ejea,Tauste, Borja, Magalln, Tarazona, Calatayud y Daroca hastacolocar sus fronteras en Monreal. Animado por la postracin de

  • XXXVl INTRODUCCINlos moros espaoles subyugados por los almorvides africanos,

    y por las secretas invitaciones de los cristianos mozrabes, loscuales por doquier pasaba el libertador se le iban uniendo en

    gran multitud, penetr con cuatro mil caballeros por Valencia yMurcia, asol la vega de Granada cuatro siglos \- medio antesque la pisaran los Reyes Catlicos, derram el espanto hastadentro de Crdoba que cre) llegada la hora de su cada; ) sinque un solo guerrero se hubiese atrevido salir de las ciudades

    para combatirle, volvi cargado de botn y gloria despus deuna expedicin de quince meses, para ir en breve morir desas-

    tradamente en sus propios estados al pi de los muros de la pe-

    quea Fraga, el gran batallador, el vencedor en veintinueve

    combates.

    A pesar del singular testamento en que leg su reino lasrdenes militares, los proceres despus de vacilar algn tiempollamaron al trono Ramiro, hermano de los dos reyes anteceso-res y obispo de Roda } Barbastro, alcanzando antes del papa ladispensacin de los votos para obtener sucesin. Durante su

    breve reinado (de 1134 1137) decay Aragn rpidamente:Navarra se emancip de nuevo eligiendo por re)" Garca nietodel rey Sancho asesinado por su hermano; Castilla tom repre-salias de sus pasadas derrotas, y su rey Alfonso \ II ocup Za-ragoza y las principales plazas del reino, hasta que por un trata-

    cio se oblig el monarca aragons reconocer su dominiosupremo sobre toda la tierra de la otra parte del Ebro, inclusala capital; y con este abatimiento del reino creci la audacia delos magnates aragoneses \- el desprecio hacia su re\", que en

    Huesca se ventr de ellos cruelmente, derribando la cabeza delos principales, segn la famosa tradicin de la campana. Abru-mado al fin de aos y pesares, se apresur Ramiro II entregar su hija Petronila y su reino al poderoso conde de BarcelonaRamn Berenguer, y se acogi otra vez al retiro, terminndoseen este re)- sacerdote la lnea masculina derivada de IigoArista.

  • INTRODUCCIN XXXVII

    Con la aorc^acin de Catalua al Aragn doblse la fuerzade la monarqua, \- ms hallndose su frente, aunque sin elnombre de re\- por respeto los derechos de su esposa, un prn-

    cipe valiente y emprendedor, que amistado con el rey de Casti-

    lla, injusto detentor de la persona de la joven heredera y de granparte de su reino, y fortalecido con su alianza contra el de Na-

    varra, dirigi sus esfuerzos hacia los moros conquistando Tor-

    tosa ) Lrida, Fraga y Miravete, y auxiliando al re) de

    Castilla en la toma de Almera. Desde entonces, asegurado surecinto, empez intervenir Aragn en las cuestiones extranje-ras con la larga guerra que sostuvo en la Provenza Ramn Be-renguer en flefensa de los derechos de su hermano, y luego de

    los de su sobrino, contrarrestados por las pretensiones de la po-

    derosa familia de los Baucios; y de ah su entrevista y alianza

    con el re)- de Inglaterra, su aniistad no interrumpida con los ge-

    noveses, y sus relaciones con el emperador Federico Barbarojaque por su mediacin dio en feudo su sobrino el condado deProvenza. De camino para una de estas entrevistas con el empe-rador, muri de dolencia el prncipe Ramn junto Genovaen I 162; y su muerte, universalmente llorada (i), hubiera sido

    fatal adems para el reino, si su hijo menor Alfonso II lograraregentes menos hbiles y desinteresados que la varonil Petronila

    su madre ) su primo el conde de Provenza Ramn Berenguer,quien agradecido la generosa proteccin de su to y fallecido

    en breve sin hijos, leg sus estados al rey de Aragn, tituladotambin en adelante marqus de Provenza. Con la rendicin deCaspe ) Calanda, de las comarcas de Albarracn y Teruel, y delos pases que riegan el Guadalope y el Guadalaviar, terminAlfonso II el Casto la reconquista del Aragn como haba ter-

    (1) E Ici.x, dice un antiguo cronista lemosin cuyas hermosas palabras trans-cribe Carboncll casi literalmente, ;^rant plor al pobl, grani pe ill ala ierra, e goigais serrahyns, desolado ais pobres, e sospirs ais religiosos. En la ora de La sitamor exi lo ladre de la sua balma, el robador se demoslr, el pobre s' amaga, c lacleregia calla, e os lauradorsj'oren robis, e lo enemich s' energulli, e victoriaJiigi,entr que el rey n Anfs son fill reb lo regimenl del re'^ne seu.

  • XXXVIH INTRODUCCINminado su padre la de Catalua; y el socorro prestado al rey deCastilla en el sitio de Cuenca le vali el verse libre de la depen-

    dencia homenaje que renda su reino al de aquel desde tiem-pos de Ramiro el Monje. Y desde all, tendiendo los ojos sobrelos pases de la pennsula que restal)an por conquistar, los dos

    reyes se los dividieron entre s con sublime seguridad como si

    estuvieran ya conquistados; pero sus ambiciosas pretensiones

    sobre el reino navarro rompieron su amistad, y el rey de Aragnpele unido con Navarra contra Castilla, como antes haba pe-

    leado con sta contra aquella, inclinando siempre de su lado la

    victoria.

    Las exhortaciones del papa movieron al piadoso Alfonso II

    emprender una peregrinacin Santiago para conciliar entres los reyes de Espaa; y poco despus de haberlo logrado,muri joven an en Perpin en i 196, afligido por los desastresde una caresta general, dejando bien cimentado su poder de laotra parte de los Pirineos donde haba heredado el condado deRoselln, donde los condes de Tolosa vencidos ms de una vezaceptaron al cabo, padre hijo, su amistad y la mano de sus

    dos hijas, donde por fin los vizcondes de Nimes, Beziers, Bearne

    y dems barones del medioda de Francia buscaban su protec-cin y le prestaban vasallaje. Desmembrada de nuevo la Pro-venza favor de su segundo hijo Alfonso, ms de una vez endefensa de ste hubo de intervenir Pedro II de Aragn su her-mano, quien acabaron por costar la vida las cuestiones deFrancia. Joven impetuoso Pedro II rompi con su prudentemadre la reina Sancha, y aborreci su amante esposa Marade Mompeller pesar del estado que le trajo en dote, ) hubierallegado repudiarla si el pontfice no lo impidiera: prdigo imprevisor se atrajo el disgusto de sus vasallos con el nuevoimpuesto del monedaje que todos exigi, y con el vasallajeque prest la Santa Sede reconocindose tributario suyo yrenunciando el patronato de las iglesias de su reino, cuando fu coronarse en Roma con grande aparato. Pero el que entonces

  • INTRODUCCIN XXXIX

    mereci el dictado de catlico y de confalo?iero alfrez de la

    lo-lesia, el que tanta parte tuvo en la inmortal victoria de las

    Navas que hiri de muerte al poder sarraceno, peleando al lado

    de su constante aliado Alfonso \\\\ de Castilla, deba morir

    luego en i 2 i 3 con la flor de su gente al pi del castillo de Mu-

    ret en Francia, no tanto en defensa de los albigenses, como en

    defensa de los condes de Tolosa sus cuados y en la de los do-

    minios de su propio seoro, que Monfort y sus cruzados asola-

    ban sangre ) fuego con achaque de castigar los herejes.

    Funestos presagios ofreca el reinado del tierno hijo de Pe-

    dro II, que al pasar, por reclamacin del reino y mediacin del

    papa, del poder de Monfort la tutela del conde Sancho deRoselln to de su padre y del infante Fernando su propio to,no hizo ms que trocar de cautiverio. Ambicionaban los infantes,auxiliado cada cual de poderoso bando, no slo la autoridad

    sino la misma dipfnidad del trono; medraban en la treneral con-fusin los barones vendiendo caro su apoyo, satisfaciendo susvenganzas y oprimiendo al desvalido; comunicbase hasta lasciudades el contagio de sedicin: ) veces se vio el rey niopreso en su recinto, veces obligado huir pelear enpersona y casi cuerpo cuerpo con sus rebeldes subditos.Robustecido en tan ruda escuela Jaime I, acometi en 1229,apenas entrado en la juventud, su caballeresca expedicin Mallorca, } en pocos meses arrebat aquella joya los infieles,y la engast en su corona. Para no dar treguas al espritubelicoso y turbulento de sus caballeros y ofrecer pbulo suambicin, penetr por Valencia, tom plazas, gan batallas y des-pus de porfiado sitio sobre la capital complet en 1238 con suconquista la de aquel reino. Pocos hombres ha habido tan que-ridos por sus contemporneos, y tan encomiados unnimementepor la posteridad como este rey de Aragn, y es dificil distinguirsus verdaderas cualidades al travs de la deslumbrante aurolade amor ) gloria que le circuye. Jams vieron los guerreros ada-lid ms bravo, ni las damas ms gentil caballero, ni los caballe-

  • XL INTRODUCCINros ms dadivoso seor, ni los \ asallos re}' ms justo y humano.El catolicismo le debe la ereccin de ms de dos mil i^^lesias, lamayor parte de las ciudades sus fueros y su oobierno municipal,

    las letras una constante proteccin y cultivo, escribiendo l

    mismo elegantemente lo que heroicamente obraba. Su vidaabarc casi un siglo, y su nombre la tierra conocida; los prnci-pes cristianos le amaban y respetaban, le escogan por arbitrode sus diferencias, y le visitaron todos en persona por emba-jadores; los infieles se apresuraban rendirle tributo; vSancho deNavarra le adopt por hijo; los santos reyes F"ernando de Cas-tilla y Lus de Francia solicitaron para sus primognitos unaprincesa de Aragn ; el papa pidi con singular instancia su asis-tencia al concilio Lugdunense; los griegos, los armenios, el Kande Tartaria, el sultn de Babilonia le enviaron dones y el home-naje de su admiracin desde las extremidades del globo. Y comosi no bastara esto para la grandeza de Jaime el Conquistador larealzan los cronistas con portentos sobrenaturales: infundale el

    Espritu Santo su ciencia convirtindole en apstol (i

    ), la Vir-

    gen le curaba milagrosamente en Mompeller, los santos se leaparecan en las batallas y militaban, digmoslo as, bajo subandera.

    (i) E hac special don de Deu axi com los scus apostols, car cll entes e sabebe las divinis scriptiiras per gracia del sant Sperit, et preycava en totas Testasdel any en qualscvol ciutat que fs en honor de Deu c deis sants devotament emolt maravellosament, alegant les santas scripturas etc. (Ciouica, Icmosina ma-nuscrita de San Juan de la Pea.) Antes dice la misma hablando de la humanidadde este rey: E quant jutjava algu mort, de gran pietat que havia plorava, mesno s' abstena que no fagus pen; la justicia.

    Pero ninguno cmo el monje Gauberto Fabricio agota las expresiones del en-tusiasmo al hablar de Jaime I. Sin l, dice, tan sola quedaba la plaza, tan yermala ciudad, tan oscura y triste la fiesta, que ms pareca tiempo de luto que de ale-gra. Sin l ni las armas lucian, ni el campo alegrava, ni la corte placia, ni abul-tavan los grandes, ni festejaban las damas, ni el vestir pareca, ni la gentilezaagradava ; mas ensordeca la msica, amortiguvase el tiempo, anochecase todo;porque l solo era el entero favor, el cumplimiento acabado, el arreo y la vida detoda la cavallera, de toda la gentileza, de todos los estados no digo de la Espaa,mas de la Europa toda y de toda la cristiandad... O espada maravillosa! cuanpoco lugar que dejasles, cuan estrecha cabida de fama, cuan angosto rincn degloria para cuantos despus seguirn!

  • INTRODUCCIN XLISin embartro, expi Jaime I sus vehementes pasiones con sin-

    sabores domsticos que se convirtieron en escndalos pblicos\ hasta en guerras civiles, gracias la ambicin de los baronesque atizaban con placer la discordia para emanciparse y enrique-

    cerse. Divorciado desde la mocedad de su primera esposa Leonorde Castilla, regate su comn hijo Alfonso el amor y los de-rechos que como primognito le pertenecan, para favorecer los hijos de su segunda mujer Violante de Hungra; y terminadascon el fallecimiento del infante graves y prolongadas disensiones,

    vinieron a amargar los ltimos das del monarca los celos y en-

    carnizada guerra entre su hijo Pedro y su hijo ilegtimo FernnSnchez que terminaron por un fratricidio. Pero ni estas turbu-lencias, ni su continua lucha con el feudalismo, ni las veleidades

    de su yerno Alfonso X de Castilla le distrajeron jams de laguerra contra los moros, quienes ahuyentaba, segn su hermo-so dicho, con la cola de su caballo. Abrumado ya de aos con-quist el reino de Murcia que el de Castilla no haba sabido so-meter, ) se lo entreg generosamente; embarcse para la recon-quista de la Tierra Santa que hubiera logrado acaso sin unatempestad que le oblig retroceder; y casi moribundo se hizollevar en una litera al campo de batalla contra los moros valen-cianos sublevados, espirando, poco despus, en Algecira en i 276,con una muerte en cuya tierna pintura se detienen sus historia-dores, como modelo de la del prncipe cristiano.

    Constreida la ambicin briosa de Pedro III dentro de lapennsula, donde su padre nada le haba dejado por hacer, ydonde estaban ya marcadas por arreglo entre Aragn y Castillalas conquistas que uno y otro reino se reservaban, le propor-cion un respiradero en extranjeras lides y en gloriosas aventu-ras su enlace con la hija de Manfredo, rey de las dos Sicilias,desposedo ) muerto por el prncipe Carlos de Anjou. Despusde exterminar los rebeldes moros de Montesa, y de domar yprender en Balaguer los sediciosos proceres catalanes, acaudi-llados por el conde de Foix, s color de invadir el frica se

  • XLII INTRODUCCINaprest para una expedicin atrevida, cuya primera idea le suoi-

    ri la presentacin del guante arrojado por el infeliz Conradinodesde el cadalso, y la cual acabaron de empujarle los sicilianos,que, despus de sus tremendas vsperas funestas los franceses,fueron buscar en las playas africanas el apo)o del de Aragncontra la venganza del rey Carlos. Pedro III con su armada sehizo la vela para Sicilia, coronse rey en Palermo, arroj deMesina y de la isla toda los franceses, y sus fieros almogravesaterraron dentro de la misma Calabria al orgulloso usurpador,mientras que cautivaba al prncipe de Salerno primognito suyoel invicto Roger de Lauria en una victoria naval que dio el cetrode la mar los aragoneses. Caballero antes que rey, y obede-ciendo al pundonor primero que la ambicin, interrumpi Pe-dro III sus victorias para acudir con solos tres caballeros, al tra-

    vs de mil riesgos, Burdeos plaza neutral y del dominio ingls,para donde le haba citado su rival mortal desafo, que porausencia de ste no se realiz. Pronto, empero, tuvo que acudir

    ms serio peligro, porque el papa Martino IV, francs de na-cin, despus de excomulgarle y proclamarle enemigo de la Igle-sia, haba adjudicado el trono de Aragn Carlos, hijo segundodel rey de Francia; y el nuevo candidato se acercaba con ejrci-

    to poderossimo, y herva el descontento en los pueblos y la se-

    dicin entre los barones; pero todo hizo frente el gran rey.

    Seeunda vez la armada francesa fu destrozada en las costas deCatalua por el terrible Lauria: su ejrcito desocup Gerona almes de haberla rendido, y diezmado por la peste y por el ene-migo que les picaba en la retirada, volvi pasar en fuga losPirineos con su rey moribundo, quedando gran parte de los1 70,000 invasores tendidos en el suelo cataln.

    Iba embarcarse el infatigable Pedro III para arrebatar elreino de Mallorca su hermano, que, ofendido por el injustovasallaje que se le exigi, se haba aliado con PVancia, cuandola muerte le sorprendi en Villafranca en 1285, en tanto que suhijo Alfonso consumaba, la proyectada venganza. Desde Mallorca

  • INTRODUCCIN XLIII

    pas Alfonso III coronarse en Zarag-oza, donde algunos proce-

    res se aprovecharon de su mocedad para dictarle la ley, oblign-dole otorgar los clebres privilegios de la Unin^ que comba-

    tidos por otra parte de la nobleza, fueron, desde luego, bandera

    de discordia. La fogosidad del re\- su padre y sus guerreras em-

    presas le haban hecho infringir, sin mesura, los preciados fueros

    del reino, as como sus apuros le haban obligado reconocer,

    ms tarde, no slo su deber de guardarlos, sino el derecho enlos subditos de unirse contra el soberano siempre que los infrin-

    giera : y en el reinado del hijo fueron en aumento estas preten-

    siones. A pesar de todo, Alfonso III, belicoso como su padre,conquist Menorca de los sarracenos; se hizo temer del rey de

    Castilla invadiendo .sus tierras y protegiendo el derecho de sus

    sobrinos, los infantes de La Cerda; y su reinado se inauguraba

    con prosperidad, si Barcelona en 1291 no le hubiera visto morir

    arrebatadamente en lo ms florido de su juventud, en medio delas fiestas que se preparaban para su enlace con la hija del rey

    de Inglaterra, con quien estaba estrechamente aliado y por cuya

    mediacin haba puesto en libertad al prncipe de Salerno.

    Jaime II, pasando al trono de Aragn desde el de Sicilia queen vida de su hermano haba obtenido, pens en reconciliarsecon los poderosos enemigos cuya coalicin, tarde temprano,poda ser fatal sus estados; y logr que el prncipe francs re-nunciara sus pretendidos derechos, cas con la hija del rey deaples, restituy su reino al de Mallorca, y se hizo estrechoamigo del pontfice, recibiendo en Roma la investidura de Cr-cega y Cerdea en cambio de la cesin de Sicilia; de suerte queAragn, apoyo y vengador, en un principio, del partido Gibelino,enarbol desde entonces en Italia el estandarte Gelfo. La Sici-lia, convertida ya casi en colonia aragonesa y abandonada porsu monarca, proclam al joven Fadrique, hermano de ste, quepuesto al frente de intrpidos aventureros y de hombres msdispuestos la muerte que la servidumbre, sostuvo su cetro noslo contra aples y la Iglesia, sino contra su mismo hermano

  • XLIV I N T R O D U C C I O \-

    y contra la fortuna de Launa, tan encarnizado enemigo de lossicilianos como antes defensor celoso. Jaime II abord con pode-rosa armada en clase de adversario la isla donde haba reina-do: sangrienta y varia en sus alternativas fu la guerra, que por

    la fusin de las dos naciones y la fraternidad de los dos sobera-nos pudo casi llamarse civil; hasta que el de Aragn respetandoel herosmo del otro, y creyendo haber cumplido bastante consus aliados, desisti de su empresa, y no se dedic en adelantesino mantener con su mediacin, veces intil, la buena armo-na entre su suegro el de aples )' su hermano el de Sicilia.Por entonces pasaron de esta isla la Grecia un puado deaventureros, la mayor parte catalanes, terror de los turcos pri-

    meramente, y luego del degenerado imperio en cuya defensa ha-ban acudido; hroes portentosos y afortunados, si no mancharan

    y esterilizaran sus hazaas con violencia inhumana y furiosas dis-cordias entre s.

    Entretenido Jaime II en apoyar al infante de La Cerda con-tra el rey de Castilla, quien gan en buena guerra el reino deMurcia que por la paz le fu restituido en su mayor parte, y enmostrar los moros el valor cristiano de sus tropas en el glo-

    rioso pero malogrado cerco de Almera, no pudo pensar sinomuy tarde en la conquista de Cerdea, cu)o derecho slo habaobtenido, y que de hecho ocupaban los pisanos. Arrojlos deella tras de reidas y gloriosas batallas el infante D. Alfonso,

    quien poco despus de volver coronado de laureles los brazosde su padre, la muerte de ste en 1328, le sucedi en el tronopor la misteriosa renuncia y entrada en religin de su hermanomayor D. Jaime. La equidad y moderacin de Jaime II en res-petar los fueros de sus subditos, al par que su firmeza en repri-

    mir y castigar por vas legales las sediciosas coligaciones de lanobleza, proporcionaron Alfonso IV un reinado pacfico, cuyatranquilidad interior no se hubiera turbado un momento sin lasambiciosas intrigas de su segunda esposa Leonor de Castilla favor de sus hijos y en perjuicio de su entenado, cuya precoz sa-

  • INTRODUCCIN XLV

    gacdad, aliando su causa con la de las leyes y libertades del

    reino, desbarat aquellas completamente. La endeble salud de

    Alfonso IV le impidi corresponder en el trono la alta fama

    adquirida cuando prncipe, ) asistir en persona la guerra pro-

    yectada contra los moros y la de los sardos siempre rebeldes:

    su dolencia le consumi joven an en Barcelona ao de 1336.Al largo reinado de su hijo Pedro, agitado siempre de ex-

    tranjeras intestinas guerras, debe, con todo, Aragn la conso-lidacin exterior de su podero ) su organizacin administrativa

    en lo interior. Rey de carcter violento y duro al par que astuto

    hipcrita, maquiavlico en su poltica, pero recto y severo en

    su justicia, ms apto para la elocuencia y para la intriga que paralas armas, y sin embargo no destituido de valor, fu Pedro IVuno de aquellos dspotas providenciales que muchos estados nospresentan en la transicin de la monarqua feudal la absoluta.Desde el principio, desembarazado de su madrastra que evit susaa con la fuga, y vengado de los partidarios de aquella, clavsus codiciosos ojos en los dominios de su cuado el rey de Ma-llorca; y llevando cabo por la violencia el despojo pronunciadopor la iniquidad y preparado por la calumnia y la perfidia, se

    dej caer con todas sus fuerzas primero sobre la isla y luegosobre los estados del medioda de P rancia, los agreg todos sucorona, ) redujo desesperada muerte en un combate al despo-sedo rey, y al prncipe su propio sobrino brbaro cautiverio.Sus arbitrariedades y la pre