Espiritualidad Eucarística

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Revista electrónica mensual del Instituto Santo Tomás (Fundación Balmesiana) e-aquinas Año 3 Julio 2005 ISSN 1695-6362 © Copyright 2003-2005 INSTITUTO SANTO TOMÁS (Fundación Balmesiana) Este mes... SANTO TOMÁS Y LA EUCARISTÍA Año de la Eucaristía (Cátedra de Estudios Tomistas del IST) Aula Magna: LORENZO GALMÉS, Ensayo de aproximación a la doctrina de Sto. Tomás de Aquino sobre la Eucaristía y su proyección espiritual 2-10 Documento: JUAN ESQUERDA BIFET, Espiritualidad eucarística 11-34 Publicación: DAVID BERGER, Thomas von Aquin und die Liturgie 35-37 Noticia: Doctorado honoris causa al Prof. Francisco Canals 38

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Revista electrónica mensual del Instituto Santo Tomás (Fundación Balmesiana)

e-aquinas

Año 3 Julio 2005 ISSN 1695-6362

© Copyright 2003-2005 INSTITUTO SANTO TOMÁS (Fundación Balmesiana)

Este mes... SANTO TOMÁS Y LA EUCARISTÍA

Año de la Eucaristía (Cátedra de Estudios Tomistas del IST)

Aula Magna: LORENZO GALMÉS, Ensayo de aproximación a la doctrina de Sto.

Tomás de Aquino sobre la Eucaristía y su proyección espiritual 2-10 Documento: JUAN ESQUERDA BIFET, Espiritualidad eucarística 11-34 Publicación: DAVID BERGER, Thomas von Aquin und die Liturgie 35-37 Noticia: Doctorado honoris causa al Prof. Francisco Canals 38

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Espiritualidad eucarística

Juan Esquerda Bifet Pontificia Universidad Urbaniana, Roma

Presentación

Cada tema cristiano puede ser abordado desde diversos puntos de vista. Ordinariamente suelen distinguirse cuatro: cuáles son los contenidos doctrinales del tema, cómo se pueden celebrar, cómo se pueden enseñar o predicar, cómo hay que vivirlos. Podría decirse que se trata del dogma, de la liturgia, de la pastoral y de la moral (que incluye, de algún modo, la espiritualidad).

Sobre los contenidos doctrinales de la Eucaristía, ordinariamente se

analizan tres aspectos: la presencia, el sacrificio y la comunión sacramental. Habría que ampliar el campo al significado pneumatológico, mariológico, mariológico, escatológico, misionero, etc.

La ʺespiritualidadʺ significa la vivencia o el estilo de vida. Se quiere ʺvivir y

caminar según el Espírituʺ (Gal 5,25). Ahora bien, si la Eucaristía tiene unos contenidos doctrinales que hay que profundizar, para celebrarlos, predicarlos y vivirlos, sin duda alguna que se puede hablar de una ʺespiritualidad eucarísticaʺ. Es la invitación que hacia Juan Pablo II en Mane nobiscum, Domine (MND 10).1 El tema es, pues, relativamente nuevo en cuanto a la reflexión teológica. Más que presentar la razón de ser, he preferido analizar cuáles son los elementos constitutivos de esta ʺespiritualidad eucarísticaʺ, presentándolos de modo descriptivo, indicando unas bases bíblicas y magisteriales.2

1 Es parecida la invitación sobre la ʺespiritualidad misioneraʺ (RMi) y la ʺespiritualidad

marianaʺ (RMa). 2 Intento seguir las pistas de la encíclica Ecclesia de Eucharistia (EdE) (2003), así como

los de la exhortación apostólica Mane nobiscum, Domine (MND) (2004) y del documento de la Congregación para el Culto Divino Año de la Eucaristía, sugerencias y propuestas (2004). Este último documento dedica algunos números a la ʺEspiritualidad eucarísticaʺ: escucha de la Palabra, conversión, memoria, sacrificio, gratitud, presencia de Cristo, comunión y caridad, silencio, adoración, gozo, misión (nn.4, 20-31).

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1. Espiritualidad relacional (Presencia) (Mt 26,27; cfr. 28,20) - ʺRenovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amorʺ (EdE 25) - ʺEl rostro de Jesús... veladamente en el pan partidoʺ (MND 1) - ʺAlmas enamoradas de El... escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazónʺ (MND 18). - ʺEl fruto de este año... Misa dominical... adoraciónʺ (MND 29) - ʺSacerdotes... haciendo oración frecuentemente ante el Sagrario... - ... ʺconsagrados y consagradas, llamados por vuestra propia consagración a una contemplación más prolongada, recordad que Jesús en el Sagrario espera teneros a su lado para rociar vuestros corazones con esa íntima experiencia de su amistad, la única que puede dar sentido y plenitud a vuestra vidaʺ (MND 30) La presencia real del Señor en la Eucaristía pertenece a nuestra fe, que queremos profesar, celebrar, predicar y vivir. Es presencia real, de ʺtransubstanciaciónʺ, pero es también presencia de quien ha renovado la Alianza como declaración de amor y, consecuentemente, reclama una relación vivencial e incluso una presencia nuestra como respuesta. El encuentro del cristiano con Cristo resucitado tiene lugar principalmente en la celebración y adoración eucarística, que ordinariamente se relaciona con la lectura o meditación de la Palabra de Dios. La presencia permanente de Jesús en la Eucaristía reclama una actitud de ʺvisitaʺ, de ʺcitaʺ y de encuentro, concretada en ʺdiálogo cotidianoʺ (PO 18). Es presencia que pide trato de amistad por parte de quien ha seguido a Cristo para ʺestar con élʺ (Mc 3,13). La presencia de Jesús es presencia de toda su persona, de todo su ser y, por tanto, presencia de su ʺsíʺ como donación personal que reclama presencia y amor de retorno. El Papa, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, ofrece su propio testimonio: ʺ¿Cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!ʺ (EdE 25). La relación personal con Cristo, presente en la Eucaristía, se concreta en sintonía con su corazón, es decir, con sus amores e intereses salvíficos. Por esto también se puede hablar de sintonizar con Jesús adorador, reparador y salvador. Esta relación personal (que también es comunitaria) es un camino para entrar en

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el silencio activo de la adoración y acción de gracias, en sintonía con ʺel amor de Cristo que supera toda cienciaʺ (Ef 3,19). Así se aprende la amistad con El. Si es verdadera relación personal y de amistad, ha de concretarse en imitación y seguimiento. Con Cristo se aprende a adorar, alabar, agradecer, interceder, reparar. Bajo la acción del Espíritu Santo, comunicado por Jesús, se aprende a sintonizar con las ʺmiradasʺ (o vivencias) de Cristo Redentor: glorificar al Padre y salvar a los hombres, haciendo de la vida una donación. Ya no se puede dudar de su amar, no se puede prescindir de su presencia, puesto que él es el centro de la creación y de la historia humana. En los momentos de soledad junto al sagrario se aprende el significado de la actitud permanente de Jesús resucitado ante el Padre: ʺvive siempre para interceder por nosotrosʺ (Heb 7,25). En esta praxis de relación personal y comunitaria con Cristo Eucaristía, la Iglesia ha ido entrecruzando actos de culto y de devoción popular. Todo es consecuencia y prolongación del encuentro con Cristo en el sacrificio de la Misa, como celebración de toda la comunidad eclesial. Encontrar tiempo para estar con Cristo sin prisas psicológicas, es cuestión de amor y de una recta escala de valores. Su presencia es un don que reclama presencia de donación. Aunque seamos nosotros los que necesitamos esta relación, en realidad es él que sale al encuentro. Nuestra sed de él se despierta al descubrir que es él que tiene sed de nosotros. El prólogo de San Juan (ʺel Verbo habita entre nosotrosʺ: Jn 1,14) y la escena de la samaritana (Jn 4) son una buena lectura para comprender la promesa de la presencia de Cristo resucitado (ʺestaré con vosotrosʺ: Mt 28,20), que tiene lugar principalmente en la Eucaristía. A Teresa de Ávila le atraía irresistiblemente el poder colocar un nuevo sagrario en algún rincón del mundo. Era el ansia misionera de hacer presente a Cristo bajo signos permanentes en cada comunidad humana. Cuando el apóstol tiene que renunciar otras amistades y compañías, entonces es cuando, especialmente gracias a la Eucaristía, ʺexperimenta la presencia de Cristo que lo acompaña en todo momento de su vidaʺ (RMi 88). El secreto de la perseverancia en seguir generosamente a Cristo, sólo se explica a partir de estos momentos de amistad, en los que se escucha, como si se estrenaran por primera vez, las palabras del Señor: ʺsíguemeʺ,ʺidʺ, ʺestaré con vosotrosʺ, ʺvosotros sois mis amigosʺ.

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2. Espiritualidad oblativa (sacrificio) (Lc 22,19-20; imitación) - «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado» (1 Cor 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre... Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglosʺ (EdE 11) - ʺUn único sacrificioʺ (EdE 12) - ʺEl sacrificio de conformarnos a Cristoʺ (EdE 57) En la celebración eucarística se actualiza el sacrificio de Cristo. El continúa dándose a sí mismo en sentido oblativo. Sus actitudes internas de oblación son las mismas que tuvo desde la Encarnación hasta la Cruz. Participar en la Eucaristía significa hacerse oblación con él, como compromiso de cumplir el mandato del amor. El sacrificio de Cristo se hace contemporáneo al hombre de cada época histórica. Se actualiza, para que seamos donación como él. ʺSi hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada díaʺ (EdE 14, cita a S. Ambrosio). Por ser Iglesia, compartimos la oblación-donación de Cristo a los hermanos. Ofrecemos a Cristo y nos ofrecemos con él. Es el sacrificio de ʺCristo totalʺ, es decir, de Cristo y de la Iglesia. La Eucaristía es, pues, el sacrificio de Cristo esposo, participado esponsalmente por la Iglesia, en cuanto que ella aporta los signos eucarísticos (materia, forma, ministerio sacerdotal, etc.). Toda la Iglesia se hace ʺcomplementoʺ del sacrificio de Cristo (Ef 1,23). Aunque sólo el sacerdote pronuncia la palabra de Cristo en su nombre, es toda la Iglesia la que ofrece a Cristo y se ofrece con él. Toda la Iglesia colabora responsablemente a que toda la humanidad se haga Cuerpo Místico de Cristo. La vida cristiana se hace oblación unida a la oblación de Cristo al Padre: ʺPor él, ofrezcamos continuamente al Padre un sacrificio de alabanzaʺ (Heb 13,15). ʺPor él, decimos amén (ʺsíʺ) para gloria de Diosʺ (2Cor 1,20). Este es el ʺsíʺ de toda la comunidad eclesial que se ensaya continuamente al terminar la oración eucarística de la Misa, antes del ʺPadre nuestroʺ y de la comunión. Todo el trabajo y convivencia humana se van convirtiendo en ʺpan!ʺ y ʺvinoʺ, para transformarse en la oblación de Cristo. El ʺcuerpoʺ y la ʺsangreʺ del Señor son nuestra misma oblación, hecha oblación de Cristo al Padre en el amor del Espíritu, desde el día de la Encarnación hasta el día de nuestra glorificación con él en los cielos.

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El momento culminante de la cruz da sentido sacrificial a toda la existencia de Cristo y a todo el ser de la Iglesia corno esposa o consorte, ʺla mujerʺ, cuya figura y personificación es María al pie de la cruz (Jn 19,25-17; Apoc 12,1ss; Gal 4,4-19). El sacrificio pascual del Señor se prolonga continuamente en la Iglesia. Ya podemos compartir la tribulación y el triunfo de Cristo ʺcon las palmas en las manosʺ (Apoc 7,9). La Iglesia esposa se engalana con el traje de las bodas o del encuentro definitivo, que es la ʺtúnica blancaʺ del bautismo, ʺblanqueada con la sangre del corderoʺ (Apoc 7,9-14). La Iglesia deja transparentar el misterio pascual de Cristo, en la medida en que haga de su propia existencia el anuncio del sermón de la montaña: transformar el sufrimiento en amor y donación. Así se hace ʺtrigo molido por los molares de las fierasʺ (San Ignacio de Antioquía), para convertirse ella misma en ʺpan de vidaʺ compartido con todos los hombres. De este modo, a través de la Eucaristía, como sacrificio de Cristo y de su Iglesia, ʺel hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la Redenciónʺ (Dominicae Cenae 9). La gran victoria del sacrificio de Cristo es la de que nosotros ya podemos ofrecer a Dios aquello por lo que Cristo murió y resucitó: nosotros mismos transformados en él. Somos oblación agradable a Dios gracias a la oblación de Cristo hecha nuestra. Las ʺofrendas espiritualesʺ (1Pe 2,5) de la Iglesia son la expresión del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios como ʺPueblo sacerdotalʺ (1Pe 2,5-9). Es el sacrificio de hacer de toda la vida un ʺcamino de amorʺ, como el de Cristo, que ʺnos amó y se entregó a sí mismo por nosotros en oblación y sacrificioʺ (Ef 5,1-2). La vida cristiana es, pues, la ʺascéticaʺ oblativa de ʺordenar todo según el amorʺ (Sto. Tomás). Cristo nos ofrece con él (1Pe 3,18). 3. Espiritualidad de transformación (comunión) (Jn 6,57) - ʺComunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santoʺ (EdE 34) - ʺVivir en él (en Cristo) la vida trinitariaʺ (EdE 60) - ʺIglesia... comuniónʺ (EdE 61) - ʺEn la escuela de los santosʺ (EdE 62). Espiritualidad pneumatológica.

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La acción del Espíritu Santo nos transforma en Cristo, nos hace ʺsantosʺ, configurados con Cristo. La comunión sacramental tiene este efecto pneumatológico y santificador, haciéndonos participar de la misma vida de Cristo. ʺEl que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Élʺ (1Cor 6,17). La participación en la comunión eucarística tiene como objetivo nuestra transformación progresiva en Cristo. Participamos de su cuerpo y sangre para participar de su misma vida. Vamos viviendo cada vez más de su presencia y de su misma vida (Jn 6,56-57). De nuestra vida que pasa, va quedando sólo lo que se convierte en participación de la vida de Cristo. Nuestra vida terrena se hace vida eterna. Comulgar equivale a hacer pasar todo nuestro ser, toda la humanidad y toda la creación, hacia la realidad última que será restauración de todo en Cristo resucitado. Por esto la comunión sacramental de Cristo unifica nuestro interior y armoniza toda nuestra vida, en sintonía cada vez mayor con Dios, con los hermanos, con la historia y con el cosmos. Por la comunión sacramental, nos vamos ʺinjertandoʺ cada vez más en el misterio pascual de Cristo (cfr. Rom 6,5). La vida nueva que Cristo nos comunica es su misma vida: ʺYo soy la vid, vosotros los sarmientosʺ (Jn 15,5). Entrar en comunión con Cristo es participar en su misma vida y en su inmolación por el fuego o amor del Espíritu Santo (Heb 9,14). Es un proceso lento que necesita prolongación del encuentro sacramental en momentos de diálogo íntimo, donde se fragua la amistad con él. En estos momentos de ʺvisitaʺ o de ʺcitaʺ, la palabra de Dios meditada en el corazón se convierte en ʺpan de vidaʺ. Es el mismo Jesús, Palabra y Eucaristía, el que se comunica con todo lo que él es. Vivir de Cristo y en Cristo equivale a traducir a vivencias y compromisos concretos, el mensaje evangélico de las bienaventuranzas, del mandato del amor y del ʺPadre nuestroʺ. La comunión sacramental transforma las personas y las comunidades para hacerlas transparencia del evangelio ante los que todavía no creen en Jesús. De la celebración eucarística nacen las comunidades cristianas (familia, comunidad de base, grupos apostólicos y espirituales, parroquia, etc.), que tienen ʺun solo corazón y una sola almaʺ (Hech 4,32) y que saben afrontar con ʺaudaciaʺ (ʺparresíaʺ) la evangelización (Hech 4,31). Este proceso de vida en Cristo lo describe san Pablo como ʺno vivir para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellosʺ (2Cor 5,15). Equivale a dejar vivir a Cristo en nosotros: ʺNo soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en míʺ (Gal 2,20).

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El signo de haber recibido con provecho la comunión sacramental es la sintonía con los hermanos redimidos por Cristo, especialmente con los que sufren, con los marginados y olvidados, con los más pobres y con los que todavía no le conocen ni le aman explícitamente. El crecimiento en la vida divina, recibida de Cristo, se expresa también en el celo apostólico de ansiar ardientemente y de colaborar eficazmente a que toda la humanidad participe en el sacrificio y banquete eucarístico de la Iglesia. La comunión eucarística construye la comunión eclesial. ʺLa Eucaristía continúa siendo el centro vivo permanente en torno al cual se congrega toda la comunidad eclesialʺ (EAm 35). ʺLa Eucaristía se manifiesta, pues, como culminación de todos los Sacramentos, en cuanto lleva a perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santoʺ (EdE 34). ʺLa Eucaristía crea comunión y educa para la comuniónʺ (ibídem 40). ʺPorque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de este único panʺ (1Cor 10,17). Así, pues, los que comemos del mismo ʺpan de vidaʺ, recibimos ʺel mismo Espírituʺ (1Cor 12,11). Es el Espíritu Santo el que ha hecho posible la formación del cuerpo y sangre de Cristo en el seno de María. Y es el mismo Espíritu el que ahora hace posible, en la comunidad eclesial, que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y sangre del Señor, inmolado en sacrificio y hecho comunión. Al participar del pan eucarístico o del ʺmaná escondidoʺ (Apoc 2,17), la Iglesia sigue la voz del Espíritu Santo, para convertirse toda ella en el pueblo amado, ʺreino de sacerdotesʺ, redimido por la sangre de Cristo (Apoc 1,5-6). Y es siempre el mismo pan, Jesús, el que hace posible la construcción del nuevo ʺtemplo del Espírituʺ (1Cor 6,19). Es toda la creación la que se simboliza por el pan y el vino, y que debe pasar a la realidad futura de ʺrestauración de todas las cosas en Cristoʺ (Ef 1,10). Y es toda la comunidad humana, de ʺtodas las gentesʺ, la que debe pasar a ser Cuerpo Místico de Cristo. El Espíritu Santo ha sido enviado por Jesús para que todos los hombres se hagan hijos de Dios por obra del mismo Espíritu. Se puede considerar a la Eucaristía como el momento culminante en que se nos comunica el Espíritu Santo. En la celebración eucarística, cuando invocamos al Espíritu Santo (ʺepíclesisʺ), pedimos que se realice lo que significa la Eucaristía, es decir, el hombre nuevo y libre (cfr. 2Cor 3,17; Jn 3,5), que es responsable de la

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transformación de todo el cosmos en ʺun cielo nuevo y una tierra nuevaʺ (Apoc 21,1). El ʺagua vivaʺ o vida en el Espíritu, que Cristo nos comunica ahora por la Eucaristía, será un día la realidad de adentrarse en la vida de Dios, es decir, en el ʺrío de agua vivaʺ que procede del Padre y del Hijo (Apoc 22,1). El ʺaménʺ de toda la comunidad eclesial al terminar la oración eucarística, antes del ʺPadre nuestroʺ, es el ʺsíʺ a la nueva Alianza (o desposorio) sellada por la sangre de Jesús. En la primera Alianza, la nube sobre el Sinaí (cfr. Ex 24,18) y la nube sobre el tabernáculo (cfr. Ex 40,34-38) simbolizaba el Espíritu de Yavé. Entonces el pueblo respondió con un ʺsíʺ: ʺTodo cuanto ha dicho Yavé lo cumpliremosʺ (Ex 24,3 y 7). En la nueva Alianza, que comienza con la Encarnación, la ʺsobraʺ o nube del Espíritu cubre a María Virgen, para hacerla morada de Dios (Lc 1,35). María, en nombre de toda la humanidad, responde con un ʺsíʺ: ʺHágase en mí según tu palabraʺ (Lc 1,38). El ʺsíʺ de la Iglesia a la invocación del Espíritu Santo y a la Alianza o desposorio con Cristo, es el ʺsíʺ de toda la humanidad. En realidad es la imitación del ʺsíʺ de María, que es Tipo o figura de la Iglesia en cuanto esposa de Cristo y asociada a la obra salvífica de redención universal. 4. Espiritualidad escatológica (esperanza) (1Cor 11,26) - ʺEl mundo retorna a El, redimido por Cristoʺ (EdE 8) - ʺRecibimos la garantía de la resurrección corporalʺ (EdE 18) - ʺResquicio del cielo que se abre sobre la tierraʺ (EdE 19) - ʺSemilla de viva esperanzaʺ (EdE 20) - ʺLa prenda del fin al que todo hombre aspiraʺ (EdE 59) - ʺTransformar con él (Cristo) la historiaʺ (EdE 60) - ʺEn ella (María) vemos el mundo renovado por el amorʺ (EdE 62) - ʺLa Eucaristía nos proyecta hacia el futuro de la última venida de Cristo... un dinamismo que abre al camino cristiano el paso a la esperanzaʺ (MND 15). ʺEn la Eucaristía recibimos la garantía de la resurrección corporal al final del mundoʺ (EdE 18). Nuestra esperanza se apoya en la Eucaristía, que ʺes verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierraʺ (EdE 19). Ella pone ʺuna semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareasʺ (EdE 20). San Pablo, al describir la celebración eucarística afirma: ʺAnunciamos la muerte del Señor hasta que vuelvaʺ (1Cor 11,26). La dinámica de la espera activa, ʺhastaʺ que vuelva el Señor, marca el tono de la vida cristiana. Es la esperanza que confía y tiende hacia el encuentro. Es la confianza de poder transformar el

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presente según los planes salvíficos de Dios Amor. Y es la tensión de un camino hacia la cena de las bodas (cfr. Apoc 3,20). La Iglesia entera y cada cristiano en particular, vive con Cristo la tensión pascual del ʺvoy y vuelvoʺ (Jn 14,28). El lugar definitivo del encuentro se prepara ya desde ahora, haciendo de toda la creación y de toda la historia humana, que es trabajo y convivencia, el ʺpanʺ y el ʺvinoʺ que se convertirán, por medio de la Eucaristía, en el Cuerpo Místico del Señor. La comunidad eclesial responde con un ʺsíʺ, que es compromiso de anuncio y vivencia: ʺAnunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesúsʺ. Es el ʺaménʺ final del Apocalipsis (Apoc 22,17-20). Este ʺaménʺ final de la historia salvífica se hace, ya aquí y desde ahora, compromiso de construir ʺlos cielos nuevos y la tierra nuevaʺ (Apoc 21,1). En la celebración eucarística aseguramos la posibilidad de mantener el ritmo de confianza y de tensión hacia el encuentro final, haciendo avanzar toda la creación y toda la historia hacia una ʺrestauración de todas las cosas en Cristoʺ (Ef 1,10). ʺLa restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada por el Espíritu Santo y por él continúa en la Iglesiaʺ (LG 48). La Iglesia vive su camino de peregrinación entre un ʺyaʺ y un ʺtodavía noʺ. Ya tiene, en la palabra y en la Eucaristía, las primicias de la plenitud futura, pero todavía no ha llegado a este encuentro final, que será visión de Dios y restauración en Cristo. El anuncio de que ʺvendrá como lo habéis visto subir al cieloʺ (Hech 1,12), se convierte en espera activa, responsable y misionera, gracias a la celebración eucarística ʺhasta que vuelvaʺ (1Cor 11,26). La Palabra personal de Dios hecha nuestro hermano, se convierte en el ʺpan de vidaʺ de la Eucaristía. De la Palabra, creída, contemplada, celebrada, anunciada y hecha vida propia, pasamos a la visión y al encuentro definitivo. Del ʺpan de vidaʺ, que transforma nuestra existencia en Cuerpo Místico, pasamos a la glorificación plena de todo nuestro ser. La humanidad entera y el cosmos están dramáticamente pendientes de nuestra apertura a la Palabra y de nuestra celebración responsable y comprometida de la Eucaristía. En la Eucaristía se nos da ya, como celebración y encuentro inicial, ʺla prenda de la gloria futuraʺ (himno eucarístico). La Eucaristía es ʺfármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerteʺ (San Ignacio de Antioquía, Ad Efes. 20).

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ʺLa Eucaristía es gustar la eternidad en el tiempo... es por naturaleza portadora de la gracia en la historia humana. Abre al futuro de Dios; siendo comunión con Cristo, con su cuerpo y su sangre, es participación en la vida eterna de Diosʺ (EEu 75). Jesucristo, presente en la Eucaristía, nos comunica el Espíritu Santo para hacer realidad este plan de salvación y para presentar al Padre toda la creación restaurada, ʺpara que sea Dios todo en todas las cosasʺ (1Cor 15,28). Jesús instituyó la Eucaristía en el marco histórico de la Pascua, manifestando su gran deseo de celebrarla (Lc 22,15) como ʺpasoʺ definitivo hacia el Padre (Jn 13,1). Los signos eucarísticos son ahora invitación de Cristo esposo a su esposa la Iglesia, para que comparta con él este ʺpasoʺ hacia el Padre. La Eucaristía contiene ya una realidad escatológica (el cuerpo y la sangre de Cristo resucitado), que ha asumido una realidad terrena (pan y vino) transformándola incluso con el cambio de substancia (ʺtransubstanciaciónʺ). De modo semejante o analógico, la Eucaristía hace ʺpasarʺ todo nuestro ser y toda la creación hacia ʺel cielo nuevo y la tierra nuevaʺ (Apoc 21,1). Este paso es progresivo y depende de nuestra fe, esperanza y caridad. En la Eucaristía se anticipa la fiesta futura (cfr. Apoc 3,20). La fiesta cristiana es siempre ʺpascuaʺ, es decir, ʺpasoʺ hacia el encuentro definitivo con Cristo. Es un encuentro que se va preparando por un proceso de imitación, seguimiento, unión y configuración con él (cfr. Apoc 14,4). El ʺcanto nuevoʺ de la Pascua definitiva se inaugura en la celebración eucarística (Apoc 14,3; 5,9). Los cristianos ʺviven según el domingoʺ (San Ignacio de Antioquía, Ad Magn. 9,1). ʺEs preciso insistir en este sentido, dando un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana... Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidadʺ (MNi 35). En la Santísima Virgen, ya glorificada y asunta a los cielos en cuerpo y alma, ʺla Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma toda entera, ansía y espera serʺ (SC 103). Los santos, como hermanos que ya celebran la Pascua definitiva, son un estímulo para la Iglesia peregrina: ʺAl celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristoʺ (SC 104).

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A partir de la muerte y resurrección de Cristo, todas las realidades terrenas han recibido un impulso nuevo hacia una restauración final o plenitud escatológica. Cristo resucitado, presente en la Eucaristía, es el garante de este camino hacia una Pascua ʺcósmicaʺ y universal, cuando aparecerá claramente que ʺtodas las cosas subsisten por élʺ (Col 1,17). La Pascua final depende de la Pascua que tiene lugar en cada corazón humano y en cada comunidad donde se celebra la Eucaristía. En medio de la Iglesia, Jesús Eucaristía se hace camino de Pascua, enviando su Espíritu para que la misma Iglesia viva la tensión misionera de hacer que todo quede orientado hacia Cristo, el Señor resucitado. Es el deseo que se expresa en la celebración eucarística: ʺVen, Señorʺ (Apoc 22,17 y 20). Todo sacrificio y la misma muerte queda ʺabsorbidaʺ por el misterio pascual de Cristo (1Cor 15,54). ʺVivimos y morimos para élʺ (Rom 14,8). La Eucaristía es el sacramento que transforma nuestra vida y nuestra muerte en ʺPascuaʺ, como participación en el misterio pascual de Cristo. 5. Espiritualidad mariana (Lc 1,31; Hech 1,14) - ʺEn la escuela de Maríaʺ (EdE 7 y cap.VI) - ʺMujer eucarística con toda su vidaʺ (EdE 53) - ʺAménʺ (fiat), ʺprimer tabernáculo de la historiaʺ (EdE 55) - ʺLos sentimientos de Maríaʺ (EdE 56), ʺpresenteʺ (EdE 57), ʺMagníficatʺ (EdE 58-59), ʺa la escucha de Maríaʺ (EdE 62) - ʺDesde la perspectiva marianaʺ (MND 9) - ʺPresentando el modelo de María como mujer eucarísticaʺ (MND 10) - ʺTomando a María como modelo... Ave verum corpus matum de Maria Virgineʺ (MND 31) Jesús tomó carne y sangre en el seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo, para ofrecerse al Padre en sacrificio ya desde la Encarnación (cfr. Heb 10,5-7). Desde el primer momento quiso asociar a su ʺsíʺ el ʺsíʺ o ʺfiatʺ de María como parte de su misma oración sacrificial (Lc 1,38). En ʺla horaʺ o momento supremo de la cruz y de la glorificación, la quiso también asociada a su sacrificio redentor como ʺla mujerʺ o Nueva Eva (Jn 2,4; 19,25-27). Toda esta realidad redentora es la que Cristo hace presente en la Eucaristía, como misterio pascual de muerte y resurrección, en el que quiso la cooperación activa de su Madre (LG 58 y 61). María es Tipo, figura o personificación de la Iglesia. Ahora el Señor toma de la Iglesia pan y vino para convertirlo, por obra del Espíritu, en su cuerpo y

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sangre. La Iglesia ha sentido siempre la necesidad de hacerse consciente de la presencia de María junto a la cruz y en la celebración eucarística. Así lo manifiesta en el recuerdo que hace de ella durante la oración eucarística o canon de la Misa. El hecho de vivir la presencia de María en el Cenáculo durante la preparación para Pentecostés (Hech 1,14), se convierte en paradigma o ejemplo de toda reunión eclesial y especialmente de la celebración eucarística. Es siempre la presencia humilde y callada de la esclava del Señor, que ayuda a centrar toda la atención en Cristo Redentor: ʺHaced lo que él os digaʺ (Jn 2,5). La presencia de María en la realidad y en la conciencia eclesial es la consecuencia de las palabras de Jesús: ʺHe aquí a tu Madreʺ (Jn 19,27). La comunidad eclesial aprende de ella la actitud de recibir con fidelidad generosa al Verbo o Palabra. El ʺsíʺ que ofrece la Iglesia tiene ahora forma de pan y vino, como indicando toda la vida humana (trabajo y convivencia), para que Cristo lo transforme todo en su carne y sangre. Así la Iglesia aprende a ser misionera y madre como María y con su ayuda, para comunicar a Cristo al mundo (cfr. Mc 3,33-35). El gesto de María junto a la cruz es el gesto que debe imitar la Iglesia en la celebración eucarística: ʺAsí avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y finalmente fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como madre al discípuloʺ (LG 58). De la Santísima Virgen aprende la Iglesia esta actitud materna, tanto más joven o vital cuando más fecunda: ʺEsta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eternaʺ (LG 62). De la celebración eucarística, que es eminentemente mariana y eclesial, nace el celo apostólico universal, como signo y estímulo del amor materno de la Iglesia (cfr. Gal 4,19; 2Cor 11, 28; EN 79). De este modo, la celebración eucarística es un nuevo cenáculo actualizado continuamente, donde la comunidad eclesial se reúne ʺcon María la Madre de Jesúsʺ (Hech 1,14) y donde el Espíritu Santo sigue ʺinfundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristoʺ (LG 4). ʺLa piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo

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vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía... en la pastoral de los Santuarios marianos María guía a los fieles a la Eucaristíaʺ (RMa 44). En la escuela de María, ʺmujer eucarísticaʺ, la Iglesia aprende a ofrecer y ofrecerse con Cristo unida a su oblación. ʺMaría puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él... la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterioʺ (EdE 53). En la adoración eucarística, podemos imitar la actitud interna de María, que es ʺel primer «tabernáculo» de la historia... la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?ʺ (EdE 55). En la celebración eucarística, nuestra oblación se une a la de María, quien ʺcon toda su vida junto a Cristo, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía... «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22)... Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada» se podría decir, una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión... ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)?ʺ (EdE 56). En el seno de María, Jesús fue pronunciando su ʺsíʺ mientras asumía de ella carne y sangre. La virginidad de María, además de fisiológica, es principalmente espiritual, es decir, de apertura y consagración total al Verbo o Palabra de Dios. Este ʺsíʺ de María es el de ʺla mujerʺ asociada a ʺla horaʺ del Redentor. Ahora, en la Eucaristía, juntamente con el pan y el vino, Jesús recibe el ʺsíʺ eclesial de asociación a la obra redentora. El Espíritu Santo ayudó a María a decir un ʺsíʺ de cooperación virginal y materna, como modelo del ʺsíʺ de la Iglesia. En la celebración eucarística , el mismo Espíritu ayuda a la Iglesia a decir su ʺsíʺ o ʺaménʺ (final de la oración eucarística) que es asociación a Cristo Redentor. ʺEl consentimiento de María fue en nombre de toda la humanidadʺ (Sto. Tomás, Summa Theol., III, q.30, a.1). La Iglesia se expresa a sí misma cuando se une al ʺsíʺ de Cristo Redentor como María. ʺRespondéis «amén» a eso mismo que sois vosotrosʺ, dice san

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Agustín. La Iglesia se hace realidad de esposa asociada a Cristo, precisamente a partir de la Eucaristía. ʺHay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Angel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor... María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesiaʺ (EdE 55) En el momento del ʺsíʺ (ʺfiatʺ) de María, toda la creación y toda la historia estaban pendientes de este gesto generoso y transcendental, libre y responsable. Ahora toda la humanidad está pendiente del ʺsíʺ de la Iglesia al misterio pascual que se celebra en la Eucaristía. La fuerza evangelizadora del anuncio se basa en la fidelidad generosa de la Iglesia a la celebración de este misterio. Toda la fuerza de la Iglesia misionera se resume en este ʺaménʺ. En este contexto mariano y eclesial, que desvela la fuerza espiritual y evangelizadora de la Iglesia, se puede comprender mejor cómo ʺla Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesiaʺ (RH 20). ʺMaría está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidenteʺ (EdE 57). 6. Espiritualidad eclesial (Iglesia comunión) (Hech 2,42; 4,32) - ʺLa Iglesia vive de la Eucaristía... «fuente y cima de toda la vida cristiana» (LG 11)... La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, el mismo Cristoʺ (EdE 1) - ʺDel misterio pascual nace la Iglesiaʺ (EdE 3) - ʺLa Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo... como el don por excelenciaʺ (EdE 11) - ʺLa Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombresʺ (EdE 24) - ʺCentro y cumbre de la vida de la Iglesiaʺ (EdE 31) - ʺLa Eucaristía crea comunión y educa para la comuniónʺ (EdE 40) - ʺLa Iglesia expresa realmente lo que es... sacramento universal de salvación y comuniónʺ (EdE 61) - ʺLa Eucaristía es fuente de unidad eclesial y, a la vez, su máxima expresiónʺ (MND 21) La Eucaristía nos hace vivir la realidad eclesial de Cuerpo Místico y ʺcomunión de los santosʺ. ʺLa Eucaristía es como la consumación de la vida

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espiritual y el fin de todos los sacramentosʺ (Sto. Tomás, Summa Theol., III, q.73, a.3). La Eucaristía como sacramento es signo eficaz de lo que ella misma contiene: Cristo ʺpan de vidaʺ. Los sacramentos y la palabra revelada tienen ya una eficacia especial de renovación, pero la comunicación de vida en Cristo encuentra su punto culminante en la comunión sacramental. En la comunión renovamos nuestro encuentro vivencial con Cristo como si fuera por primera vez. La presencia de Cristo en la Eucaristía se hace signo eficaz de comunicación de todo lo que es él. Es como la expresión externa de su decisión de transformarnos en él. Es él quien tiene la iniciativa de comunicarnos su vida y quien ha asumido la responsabilidad de reproducir en nosotros su rostro y su amor de Hijo de Dios y de hermano universal. Apoyados en él, comulgándole a él, ya es posible ir trazando en nosotros los rasgos de su fisonomía de Buen Pastor que da la vida por todos. En la tradición eclesial, se llama a la Eucaristía ʺsacramento de amorʺ. Es el sacramento que expresa el amor de Cristo y que realiza nuestro amor a Cristo; pero es también el sacramento que fundamenta el amor a todos los hermanos. Es el ʺsacramento de fa piedadʺ (SC 47) que fundamenta nuestra relación filial con Dios en Cristo y nuestra relación fraterna con los demás hombres. La Eucaristía es el sacramento o ʺsigno de unidadʺ (SC 47) y el ʺsacrificio de reconciliaciónʺ (plegaria eucarística). Tanto para participar en el momento sacrificial, como en la comunión sacramental (que es parte integrante del sacrificio), es necesaria la reconciliación previa con los hermanos (Mt 5,23-24). El signo de la paz, antes de la comunión, quiere expresar esta reconciliación, como tarea permanente de construir la paz empezando por el propio corazón y por la comunidad en que se vive. La misma comunidad se hace signo ʺsacramentalʺ cuando vive en comunión como fruto de la celebración eucarística y de la comunión sacramental (PO 8). Esa comunidad es ya ʺun hecho evangelizadorʺ (Puebla, 663). La Eucaristía, celebrada y participada en la comunidad eclesial (que tiene siempre una perspectiva universal), significa y realiza la caridad que abraza a todos los hombres. La santificación personal está en relación con la reconciliación comunitaria, en cuanto que supone vivencia de la ʺcomuniónʺ fraterna en todos los niveles del amor: colaboración, comunicación de bienes, vida comunitaria, escucha, comprensión, perdón, etc. Es la Eucaristía la que hace posible esta ʺcomuniónʺ

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eclesial en todos los niveles, puesto que es ʺel sacramento de la piedad, el signo de la unidad y el vínculo de la caridadʺ. Por esto antes de comulgar sacramentalmente, hay que estar ya en ʺcomuniónʺ (reconciliación) con Dios y con los hermanos. La comunión eucarística va construyendo la unidad interior del corazón, en los criterios, escala de valores y actitudes hondas, por una vida de fe, esperanza y caridad. El hombre va recuperando su rostro primitivo que refleja a Dios Amor. Por la comunión se recupera o reconstruye la identidad del hombre, que había desparramado su propio ser en una dispersión o disgregación de fuerzas en contra de la unidad de la familia humana y del cosmos. De la unidad del corazón se pasa a la unidad de la humanidad y de la creación. La comunión no se reduce a un efecto individual, sino que opera en la persona como miembro de la comunidad eclesial y humana. La comunión eucarística opera una ʺconversión personal que es la vía necesaria para la concordia entre las personasʺ (Reconciliatio el paenitentia 4). Celebrando todos los signos de reconciliación y especialmente la Eucaristía y la penitencia, ʺla Iglesia comprende su misión de trabajar por la conversión de los corazones y por la reconciliación de los hombres con Dios y entre si, dos realidades íntimamente unidasʺ (ibídem 6). La persona que comulga se hace portadora de la vida nueva para todos los hermanos. Entonces la transformación que procede de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo y que pasa a la comunidad eclesial y a cada creyente, se prolonga en toda la comunidad humana de toda la historia y en la creación entera. Por la celebración eucarística (Hech 2,42-47), la comunidad eclesial se hace ʺun solo corazón y una sola almaʺ (Hech 4,32). Los que comulgan deben tener ʺun mismo sentirʺ (1Pe 3,8). Entonces la comunidad se hace evangelizadora con la fuerza y la audacia del Espíritu (Hech 4,33). 7. Espiritualidad ministerial-sacerdotal (Lc 22,19; 1Cor 11,25) - ʺEl sacerdote pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculoʺ (EdE 5) - ʺIn persona, es decir, en la identificación específica, sacramental con el sumo y eterno Sacerdoteʺ (EdE 29) - ʺCentro y cumbre de la vida sacerdotal... El sacerdote... encontrando en el sacrificio eucarístico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la energía espiritual necesaria... Cada jornada será así verdaderamente eucarística... puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotalesʺ (EdE 31)

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- ʺLos sacerdotes... atención todavía mayor a la Misa dominicalʺ (MND 23) - ʺVosotros, sacerdotes... dejaos interpelar por la gracia de este Año especial, celebrando... con la alegría y el fervor de la primera vez, y haciendo oración frecuentemente ante el sagrarioʺ (MND 30) - ... ʺfuturos sacerdotes... experimentar la delicia, no solo de participar cada día en la santa Misa, sino también de dialogar reposadamente con Jesús Eucaristíaʺ (MND 30) El servicio eucarístico queda iluminado por la Palabra de dios. El mismo Jesús es ʺpan de vidaʺ, en cuanto Verbo hecho hombre (la Palabra del Padre) y en cuanto comida eucarística bajo especies de pan y vino. ʺLa totalidad de la evangelización, aparte la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la Eucaristíaʺ (EN 28). El anuncio del evangelio incluye la invitación a participar en el sacrificio y banquete eucarístico, así como a prolongar en la vida la donación sacrificial del Señor. La acción evangelizadora de la Iglesia consiste en ʺpredicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrecciónʺ (EN 14). En la Iglesia somos todos servidores del pan y de la palabra, para construir la comunidad en el amor; todos somos profetas, sacerdotes y reyes (LG 31). La Iglesia, al celebrar la Eucaristía, toma conciencia de ser ʺsacramento universal de salvaciónʺ (LG 48), es decir, ʺsigno e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humanoʺ (LG 1). La Iglesia realiza esta acción evangelizadora por medio del anuncio, de la presencialización y de la comunicación del misterio de Cristo. Anuncia la Palabra, es decir, el Verbo hecho hombre, que ha muerto y resucitado; esta realidad salvífica la hace presente en la Eucaristía y la comunica a todos los hombres. Los servicios o ministerios, como signos portadores de Cristo, hacen de la Iglesia el espacio de la fe, donde el hombre encuentra y acoge al mismo Cristo ʺSalvador del mundoʺ (Jn 4, 2; 1Jn 4,14). La promesa de ʺestaré con vosotrosʺ está íntimamente relacionada con el encargo de celebrar la Eucaristía (ʺhaced esto en conmemoración míaʺ: Lc 22,20) y con el mandato misionero: ʺId, enseñad a todas las gentesʺ (Mt 28,19-20). En realidad es una presencia múltiple de Cristo bajo diversos signos eclesiales (palabra, sacramentos, comunidad), entre los que sobresale la Eucaristía.

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Cuando se participa de la Eucaristía, como presencia, sacrificio y comunión, se siente en el corazón la misma fuerza del Espíritu enviado por Jesús, que insta a hacer de toda la humanidad el Cuerpo Místico del Señor y el único Pueblo de Dios. Todo creyente que recibe la palabra de Dios y participa en la Eucaristía, se convierte en instrumento vivo para la construcción de la humanidad como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. Todo cristiano es, pues, servidor del pan eucarístico y de la palabra evangélica, según las características de la propia vocación, y siempre con la dimensión universalista de la revelación y de la redención. El ministerio o servicio de presidencia y de pronunciar válidamente las palabras de la consagración ʺen personaʺ o ʺen nombreʺ de Cristo (para hacerle presente bajo signos eucarísticos), es un servicio exclusivo del sacerdote ordenado. ʺEl sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculoʺ (EdE 5). Las palabras de la consagración son pronunciadas, al mismo tiempo, por Jesús y por el ministro ordenado. Pero es toda la Iglesia la que queda comisionada para celebrar el misterio redentor y para colaborar responsablemente a que todos los hombres participen en él. La Iglesia entera, cada uno de modo distinto, según su propia vocación, realiza el servicio del anuncio de la palabra, que es invitación universal a participar en el sacrificio y banquete eucarístico. El servicio de los sacerdotes ministros está ʺen continuidad con la acción de los Apóstolesʺ (EdE 27) y ʺconlleva necesariamente el sacramento del Ordenʺ (EdE 28). ʺEl ministerio de los sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cenaʺ (EdE 29). Por esto, ʺsi la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotalʺ (EdE 31). Las tensiones de la vida apostólica se superan en el encuentro con Cristo Eucaristía. Para todo apóstol, ʺcada jornada será así verdaderamente eucarísticaʺ EdE 31). La Eucaristía ha de tener ʺsu puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotalesʺ (EdE 31). ʺEl culmen de la oración cristiana es la Eucaristía, que a su vez es «la cumbre y la fuente» de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horasʺ (PDV 48). El ʺaménʺ al final de la plegaria eucarística (canon de la Misa) es la expresión de esta participación en el ministerio de la palabra y de la Eucaristía. Es

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el ʺsíʺ de toda la Iglesia, que, a partir de la Eucaristía, se hace anuncio, testimonio y compromiso de vivir el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. 8. Espiritualidad misionera (Mt 26,28: ʺpor todosʺ; Jn 6,51) - ʺLa Iglesia se expresa como sacramento universal de salvaciónʺ (EdE 61) - ʺCristo... centro de la historia de la humanidad... gozo de todos los corazonesʺ (MND 6; GS 45) - (Emaús) ʺcuando se ha tenido la experiencia del Resucitado... no se puede guardar la alegría sólo para sí mismo... El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio... el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito. La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedadʺ (MND 24) - ʺMisa... carácter de universalidadʺ (MND 27) - ... ʺimpulso para un compromiso activo de la edificación de la sociedad más equitativa y fraternaʺ (MND 28). En la celebración eucarística, ʺla Iglesia y se expresa realmente lo que es: una, santa, católica y apostólica; pueblo, templo y familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el Espíritu Santo; sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructuradaʺ (EdE 61). La naturaleza misionera de la Iglesia se concreta en ser ʺcomplementoʺ de Cristo (Ef 1,23), a modo de signo transparente y portador suyo para todos los pueblos. La ʺsacramentalidadʺ de la Iglesia expresa precisamente esta realidad, de modo especial en los siete sacramentos. La Eucaristía es la máxima expresión de la sacramentalidad de la Iglesia, en cuanto que es presencia y comunicación del sacrificio redentor de Cristo, del que proceden todos los signos salvíficos. La Iglesia es ʺsacramento universal de salvaciónʺ (AG 1). La misión de la Iglesia consiste en ser instrumento de la vida nueva o vida divina. Es maternidad ministerial, en cuanto que se realiza a través de ministerios o servicios que son signos salvíficos. El modelo y personificación de esta maternidad es María, Virgen y Madre: ʺLa Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y es igualmente virgen,

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que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sinceraʺ (LG 64). La misionariedad es la acción apostólica que deriva del mandato o envío de Cristo. Es acción que se desenvuelve en anuncio, presencialización y comunicación del misterio pascual de muerte y resurrección que celebramos en la Eucaristía. La Iglesia es misionera y madre en relación con su naturaleza de ʺsacramentoʺ o signo portador de Cristo, por el profetismo, la liturgia y la construcción de la comunidad. Ésta es la naturaleza materna de la Iglesia a imitación de María: ʺla Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fielesʺ (LG 65). La Iglesia ʺsacramentoʺ (Ef 5,32) se realiza principalmente en la Eucaristía. En ella encuentra los constitutivos esenciales de su propio ser: Palabra de Dios, presencia de Cristo, venida del Espíritu Santo, comunidad, servidores o ministros, santificación, misión, signos salvíficos, etc. A través de la Eucaristía y por medio de la Iglesia, Cristo sale al encuentro del hombre de todos los tiempos, razas y culturas. La Iglesia, principalmente por la Eucaristía, se hace lugar de encuentro del hombre con Cristo resucitado. Al celebrar y hacer presente el Misterio Pascual en la Eucaristía, la Iglesia ʺrecuerdaʺ que ella tuvo origen en ʺla horaʺ en que Cristo murió, resucitó y comunicó el Espíritu. La Iglesia nace como misionera o enviada a anunciar, presencializar y comunicar la salvación de Cristo Redentor de todos los hombres. Toda la realidad de Iglesia se podría concretar en ser signo transparente y portador de Cristo, es decir, en su ʺsacramentalidadʺ. En la liturgia y principalmente en la celebración eucarística, la Iglesia recuerda y celebra su propio origen, ʺpues del costado de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia enteraʺ (SC 5). Por esto, en la Eucaristía se encuentra ʺtodo el bien de la Iglesiaʺ (PO 5), puesto que la Eucaristía ʺconstruye la Iglesiaʺ y ʺla Iglesia vive de la Eucaristíaʺ (RH 20). La fuerza y ʺaudaciaʺ de la evangelización (Hech 4,31ss) le viene a la Iglesia de ser comunidad con ʺun solo corazón y una sola almaʺ (Hech 4,32). La fuente de esta unidad, como signo eficaz de evangelización y como ʺhecho evangelizadorʺ

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(Puebla 663) es el ʺpartir el panʺ en un contexto de meditación de la Palabra y de fraternidad o comunión eclesial (Hech 2,42). La Iglesia aprende de María a ser ʺMadre de los hombresʺ (LG 69). En la celebración eucarística encuentra la presencia de María como en el cenáculo (Hech 1, 14). ʺLa Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señorʺ (LG 68). Imitando a María, la Iglesia hará que todos los hombres y todos los cristianos ʺse reúnan en un solo Pueblo de Diosʺ (ibídem). El celo y compromiso apostólico se fraguan en estos momentos de sagrario, que parecen tiempo perdido. Allí se recupera el sentido esponsal de la vida, como desposorio y amistad con Cristo, que abraza a todos los hermanos y a todo el cosmos. A modo de conclusión En su caminar histórico, y especialmente en el inicio de un tercer milenio, y como continuación de una historia milenaria de gracia, la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. La espiritualidad eclesial es, por su misma naturaleza, espiritualidad eucarística. El itinerario ya está programado; se nos invita a recorrerlo: la presencia, la oblación y la comunicación de Cristo piden actitud relacional y oblativa, para realizar con él la misma misión de ser ʺpan partidoʺ para toda la humanidad, bajo la acción del Espíritu Santo, de camino hacia ʺel cielo nuevo y la nueva tierraʺ (Ap 21,1), siguiendo la pauta de ʺla mujer vestida de solʺ (Ap 12,1), transparencia y portadora de Jesús. ʺEl programa... se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historiaʺ (EdE 60). El camino eclesial está polarizado por la Eucaristía como centro, fuente y cumbre de su vida y de su misión. El ʺmisterio de la feʺ se profundiza por un conocimiento vivido de Jesucristo, para saberse amado por él, amarle y hacerle amar. Es la fe en Cristo, Dios hecho hombre, único Salvador, que se concreta en la adoración al Padre ʺen espíritu y verdadʺ (Jn 4,24). El Catecismo de la Iglesia católica (CEC n.1327), citando a San Ireneo, dice: ʺLa Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: «Nuestra manera de

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pensar armoniza con la Eucaristía y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar»ʺ (CEC n.1327). La renovación de la vida y de la misión de la Iglesia, en personas y comunidades, tiene siempre como pauta el evangelio hecho Eucaristía, ʺpan de vida... para la vida del mundoʺ (Jn 6,51). En la Eucaristía, celebrada, adorada y vivida, personal y comunitariamente, se encuentran las líneas de una renovación que es fidelidad más profunda, en armonía con toda la historia de gracia. El ʺnuevo vigor de la vida cristiana pasa por la Eucaristíaʺ (EdE 60). La fe en la Eucaristía se profundiza celebrándola, contemplándola, viviéndola y comunicándola, sin buscarse a sí mismo. De este modo, la Eucaristía produce en nosotros la unión con Cristo, para descubrirle y servirle en la comunión eclesial, y especialmente en los hermanos más necesitados. La espiritualidad eucarística es actitud de fe en la Eucaristía (ʺlex credendiʺ), que se expresa en la actitud de oración y de caridad (ʺlex orandiʺ, ʺlex agendiʺ). La vida y misión de la Iglesia se fraguan en la celebración y adoración eucarística. Entonces ʺel amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dadoʺ (Rom 5,5), se concreta en la ʺcaridad de Cristoʺ que urge a la contemplación, a la santidad ya la misión: ʺEl amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos... para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellosʺ (2Cor 5,14-15). La Eucaristía es la escuela de los santos y de los apóstoles de todos los tiempos. El programa pastoral del tercer milenio se resume en ʺcaminar desde Cristoʺ (NMi 29). ʺQue Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)ʺ (NMi 59). El camino eucarístico es de oblación como verdad de la donación. ʺEn la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María... Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!ʺ (EdE 58). María Inmaculada y Asunta a los cielos es ʺla gran señalʺ, para la Iglesia peregrina (Apoc 12.1). ʺMirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amorʺ (EdE 62).

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SELECCION BIBLIOGRAFICA AA.VV.,Eucaristía y vida cristiana (Madrid, CET, 1976). AA.VV., Plegarias eucarísticas de todos los pueblos (Madrid, PPC, 1976). J. ALDAZABAL, Claves para la Eucaristía (Barcelona 1982). M. ARIAS REYERO, La Eucaristía. Presencia del Señor (Bogotá, CELAM, 1997). J. BACIOCCHI, La Eucaristía (Barcelona, Herder, 1969). J. BETZ, La Eucaristía, misterio central: Mysterium Salutis IV/1 (Madrid, Cristiandad, 1975). D. BOROBIO, Eucaristía para el pueblo (Bilbao, Desclée, 1981). L. BOUYER, Eucaristía, teología y espiritualidad de la oración eucarística (Barcelona, Herder, 1969). J. CABA, Cristo, pan de vida. Teología eucarística del IV evangelio (Madrid, BAC, 1993). (Catecismo de la Iglesia Católica) nn.610-611 (profesión de fe), 1322-1419 (el sacramento de la Eucaristía). (Código de Derecho Canónico) can. 807-958. (Comité para el Jubileo del año 2000) Eucaristía, sacramento de vida nueva (Madrid, BAC, 1999) (Congregación para las Causas de los Santos), Eucaristia, santità e santificazione (Lib. Ediz. Vaticana, 2000) (autores varios). (Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos) Instrucción ʺRedemptionis Sacramentumʺ sobre algunas cosas que se deben observar y evitar acerca de la Santísima Eucaristía (25 marzo 2004); Instrucción ʺEucharisticum Mysteriumʺ (25 marzo 1967); Año de la Eucaristía, sugerencias y propuestas (2004). A. CUVA, Vita nello Spirito e celebrazione eucaristica (Lib. Edit. Vaticana 1994). F.X. DURWELL, La Eucaristía, sacramento pascual (Salamanca, Sígueme, 1982). J.L. ESPINEL, La Eucaristía del Nuevo Testamento (Salamanca, San Esteban, 1980). J. ESQUERDA BIFET, Copa de bodas, Eucaristía, vida cristiana y misión (Barcelona, Balmes, 1986). Idem, Eucaristía, pan partido para la vida del mundo (Valencia, Edicep, 2004).

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