Esto lo cambia todo -...

1356

Transcript of Esto lo cambia todo -...

  • Esto cambia todo es una brillante explicacin de las razones por las que la crisis climticanos desafa a abandonar definitivamente la ideologa de libre mercado, a reestructurarla economa global y a rehacer nuestros sistemas polticos. En este libro, Naomi Kleinsostiene que el cambio climtico es una alerta que nos obliga a replantearnos nuestroactual modelo econmico, ya fracasado en muchos aspectos, y defiende que la reduccinmasiva de emisiones de gases de efecto invernadero es la nica oportunidad de acortarlas enormes desigualdades econmicas, replantear nuestras democracias fracturadas yreconstruir las economas locales. Con el estilo directo al que nos tiene acostumbrados, laautora desafa nuestras conciencias con esta obra provocativa que pone el cambioclimtico en el centro de la poltica.

  • Naomi Klein

    Esto lo cambia todoEl capitalismo contra el clima

    ePub r1.0FLeCos 26.03.2017

  • Ttulo original: This Changes Everything: Capitalism vs. the ClimateNaomi Klein, 2014Traduccin: Albino Santos Mosquera

    Editor digital: FLeCosePub base r1.2

  • Para Toma

  • Tenemos que recordar que la gran tarea de nuestro tiempo va ms all del cambio climtico.Debemos mostrar una mayor altura y amplitud de miras. De lo que verdaderamente se trata, si somossinceros con nosotros mismos, es de transformar todo lo relacionado con el modo en que vivimos eneste planeta.

    REBECCA TARBOTTON, directora ejecutiva de la Rainforest

    Action Network, 1973-2012[1]

    En mis libros, he llegado a imaginar que se sala la corriente del Golfo, que se construyen presas paracontener los glaciares que se desprenden de la cubierta de hielo de Groenlandia, que se bombea aguade los ocanos hacia las cuencas secas del Sahara y de Asia para crear mares salados, que secanaliza hielo derretido de la Antrtida hacia el norte para suministrar agua dulce, que se modificangenticamente bacterias para aprisionar ms dixido de carbono en las races de los rboles, queelevan Florida hasta en nueve metros sobre su altura actual para volver a situarla por encima del niveldel mar, e incluso (y esta es la hazaa ms difcil de todas) que nos decidimos a efectuar unatransformacin integral del capitalismo.

    KIM STANLEY ROBINSON, escritora de literatura de ciencia ficcin, 2012[2]

  • INTRODUCCIN De uno u otro modo, todo cambia

    La mayora de las proyecciones sobre el cambio climtico presuponen que los cambios futuros lasemisiones de gases de efecto invernadero, los incrementos de las temperaturas y otros efectos como elaumento del nivel del mar se producirn de forma gradual. Una determinada cantidad de emisionesse traducir en una cantidad dada de subida de la temperatura que conducir a su vez a una ciertacantidad de suave aumento gradual del nivel del mar. Sin embargo, el registro geolgico referido alclima muestra momentos en los que una modificacin relativamente pequea de un elemento climticoprovoc alteraciones bruscas en el sistema en su conjunto. Dicho de otro modo, impulsar lastemperaturas mundiales hasta ms all de determinados umbrales podra desencadenar cambiosabruptos, impredecibles y potencialmente irreversibles que tendran consecuencias enormementeperturbadoras y a gran escala. Llegados a ese punto, incluso aunque no vertiramos CO2 adicionalalguno a la atmsfera, se pondran en marcha procesos imparables. Para hacernos una idea de ello,imaginemos una avera repentina de los frenos y de la direccin del vehculo climtico a raz de la cualya no pudiramos controlar el problema ni sus consecuencias.

    Informe de la ASOCIACIN ESTADOUNIDENSE PARA EL AVANCE DE LA CIENCIA, la mayor sociedad

    cientfica general del mundo, 2014[1]

    Me encanta el olor de esas emisiones.

    SARAH PALIN, 2011[2]

    Son una voz por el intercomunicador: Seran tan amables los pasajeros del vuelo 3935, quetena previsto despegar de Washington (D.C.) con destino a Charleston (Carolina del Sur), de recogersu equipaje de mano y bajar del avin?.

    Los ocupantes del aparato bajaron por la escalinata y se agruparon sobre el asfalto caliente de lapista. Entonces vieron algo ciertamente inslito: las ruedas de la aeronave de US Airways se habanhundido en el pavimento como si este fuera cemento hmedo. En realidad, las ruedas se habanincrustado tan profundamente que el camin que acudi al lugar para remolcar la nave no pudodespegarlas del suelo. La compaa esperaba que, sin el peso aadido de los treinta y cinco viajerosde aquel vuelo, el aparato fuera suficientemente ligero para dejarse arrastrar. No fue as. Alguienpublic una foto en internet: Por qu cancelaron mi vuelo? Porque en el Distrito de Columbia hacetantsimo calor que nuestro avin se hundi diez centmetros en el asfalto.[3]

    Finalmente, se trajo un vehculo ms grande y potente que esta vez s consigui remolcar el

  • aparato; el avin despeg por fin, aunque con tres horas de retraso sobre el horario previsto. Unportavoz de la aerolnea culp del incidente a las muy poco habituales temperaturas.[4]

    Las temperaturas del verano de 2012 fueron inusualmente elevadas sin duda. (Tambin lo habansido el ao anterior y lo continuaron siendo el siguiente.) Y la razn de que eso sucediera no esningn misterio; se debe al derrochador consumo de combustibles fsiles, justamente aquello que USAirways se haba propuesto que su avin hiciera a pesar del inconveniente planteado por el asfaltofundido. Semejante irona el hecho de que el consumo de combustibles fsiles est cambiando demanera tan radical nuestro clima que incluso est obstaculizando nuestra capacidad para consumirms combustibles fsiles no impidi que los pasajeros del vuelo 3935 reembarcaran yprosiguieran sus respectivos viajes. Tampoco se mencion el cambio climtico en ninguna de lasprincipales crnicas y referencias informativas sobre aquel incidente.

    No soy yo quin para juzgar a aquellos pasajeros. Todos los que llevamos estilos de vidacaracterizados por un consumo elevado, vivamos donde vivamos, somos metafricamentehablando pasajeros de ese vuelo 3935. Enfrentada a una crisis que amenaza nuestra supervivenciacomo especie, toda nuestra cultura contina haciendo justamente aquello que caus la crisis, inclusoponiendo un poco ms de empeo en ello, si cabe. Como la compaa area que trajo un camin conun motor ms potente para remolcar aquel avin, la economa mundial est elevando su ya de por sarriesgada apuesta y est pasando de las fuentes convencionales de combustibles fsiles a versionesan ms sucias y peligrosas de las mismas: betn de las arenas bituminosas de Alberta, petrleoextrado mediante la perforacin de aguas ocenicas profundas, gas obtenido por fracturacinhidrulica (o fracking), carbn arrancado a base de detonar montaas, etctera.

    Mientras tanto, cada nuevo desastre natural sobrealimentado por toda esta dinmica generatoda una serie de instantneas que recalcan la irona de un clima que es cada vez ms inhspitoincluso para las mismas industrias que ms responsables han sido de su calentamiento. As se vio,por ejemplo, durante las histricas inundaciones de 2013 en Calgary, que provocaron un apagn enlas oficinas centrales de las compaas petroleras que explotan las arenas bituminosas de Alberta yque las obligaron a enviar a sus empleados a sus casas, mientras un tren que transportaba derivadosdel petrleo inflamables estaba suspendido a duras penas sobre las vas de un puente ferroviario quese desmoronaba por momentos; o durante la sequa que afect al ro Misisip un ao antes, la cualhizo disminuir los niveles del agua hasta tal punto que las barcazas cargadas de petrleo y carbnque por l transitan habitualmente quedaron varadas durante das, a la espera de que el Cuerpo deIngenieros del Ejrcito dragara un canal de paso (hubo incluso que destinar a ello fondospresupuestados para la reconstruccin de los destrozos causados por las histricas inundaciones delao anterior en la zona riberea de aquella misma va fluvial); o durante el cierre temporal de variascentrales elctricas alimentadas con carbn en otras partes del pas debido a que los ros y canalesde los que dependan para refrescar su maquinaria estaban demasiado calientes o demasiado secos(o, en algunos casos, ambas cosas).

    Convivir con esta especie de disonancia cognitiva es simplemente una parte ms del hecho deque nos haya tocado vivir este discordante momento de la historia, en el que una crisis que tanto noshemos esforzado por ignorar nos est golpeando en plena cara y, aun as, optamos por doblar nuestraapuesta precisamente por aquellas cosas que son la causa misma de la crisis.

  • Yo misma negu el cambio climtico durante ms tiempo del que me gustara admitir. Saba queestaba pasando, claro. No iba por ah defendiendo como Donald Trump y los miembros del Tea Partyque la sola continuacin de la existencia del invierno es prueba suficiente de que la teora es unapatraa. Pero no tena ms que una idea muy aproximada y poco detallada, y apenas lea en diagonalla mayora de las noticias al respecto, sobre todo, las que ms miedo daban. Me deca a m mismaque los argumentos cientficos eran demasiado complejos y que los ecologistas ya se estabanencargando de todo. Y continuaba comportndome como si no hubiera nada malo en el hecho de quellevara en mi cartera una reluciente tarjeta que certificaba mi condicin de miembro de la lite delclub de los viajeros areos habituales.

    Muchos de nosotros practicamos esta especie de negacin del cambio climtico. Nos fijamos porun instante y luego miramos para otro lado. O miramos, pero enseguida convertimos lo que vemos enun chiste (venga ya, ms seales del Apocalipsis!), lo que no deja de ser otro modo de mirar paraotro lado.

    O miramos, pero nos consolamos con argumentos reconfortantes sobre lo inteligentes que somoslos seres humanos y sobre cmo se nos ocurrir pronto algn milagro tecnolgico que succionar sinpeligro alguno todo el carbono de los cielos, o que atenuar el calor del sol como por arte de magia.Y eso, como bien descubr en las investigaciones realizadas para este libro, es tambin otra forma demirar para otro lado.

    O miramos, pero intentamos aplicar entonces una lgica hiperracional: Dlar por dlar, es mseficiente centrarse en el desarrollo econmico que en el cambio climtico, ya que la riqueza es lamejor proteccin frente a los fenmenos meteorolgicos extremos. Como si el disponer de unoscuantos dlares adicionales fuera a servirnos de algo cuando nuestra ciudad est sumergida bajo elagua. Y esa es otra manera de mirar para otro lado, sobre todo, si quien piensa as es un diseador ola persona que toma las decisiones sobre las polticas medioambientales.

    O miramos, pero nos decimos a nosotros mismos que bastante ajetreo tenemos ya como parapreocuparnos por algo tan distante y abstracto, aun cuando veamos correr el agua por las vassubterrneas del metro de Nueva York o a gente atrapada en los tejados de sus casas en NuevaOrleans, y seamos conscientes de que nadie est seguro (y de que las personas socioeconmicamentems vulnerables son las que menos seguras estn de todas). Y por muy comprensible que sea estareaccin, se trata igualmente de un modo de mirar para otro lado.

    O miramos, pero nos justificamos dicindonos que no podemos hacer nada ms que centrarnos ennosotros mismos. Decidimos entonces meditar, comprar directamente de los agricultores o dejar deconducir, pero nos olvidamos de intentar cambiar realmente los sistemas que estn haciendo que lacrisis sea inevitable. Y no los intentamos cambiar porque nos decimos que eso sera acumulardemasiada energa negativa y jams funcionara. Y aunque, en un primer momento, podra parecerque s estamos mirando, porque muchos de esos cambios en nuestro estilo de vida forman parte dehecho de la solucin, lo cierto es que seguimos teniendo uno de los dos ojos bien cerrado.

    O quiz miramos miramos de verdad, pero luego es como si inevitablemente nosolvidramos. Nos acordamos y nos volvemos a olvidar de nuevo. El cambio climtico es as: esdifcil pensar en l durante mucho tiempo. Practicamos esta forma de amnesia ecolgica intermitentepor motivos perfectamente racionales. Lo negamos porque tememos que, si dejamos que nos invada

  • la plena y cruda realidad de esta crisis, todo cambiar. Y no andamos desencaminados.[5]Sabemos que, si seguimos la tendencia actual de dejar que las emisiones crezcan ao tras ao, el

    cambio climtico lo transformar todo en nuestro mundo. Grandes ciudades terminarn muyprobablemente ahogadas bajo el agua, culturas antiguas sern tragadas por el mar y existe unaprobabilidad muy alta de que nuestros hijos e hijas pasen gran parte de sus vidas huyendo y tratandode recuperarse de violentos temporales y de sequas extremas. Y no tenemos que mover ni un dedopara que ese futuro se haga realidad. Basta con que no cambiemos nada y, simplemente, sigamoshaciendo lo que ya hacemos ahora, confiados en que alguien dar con el remedio tecnolgico que nossaque del atolladero, dedicados a cuidar de nuestros jardines, o lamentndonos de que estamosdemasiado ocupados con nuestros propios asuntos como para abordar el problema.

    Lo nico que tenemos que hacer es no reaccionar como si esta fuera una crisis en toda laextensin de la palabra. Lo nico que tenemos que hacer es seguir negando lo asustados querealmente estamos. Y de ese modo, pasito a pasito, habremos llegado al lugar que ms tememos,aquel del que hemos tratado de apartar nuestra vista. Sin necesidad de esfuerzo adicional alguno.

    Hay formas de evitar este desalentador futuro o, cuando menos, de hacerlo mucho menos aciago.El problema es que todas ellas implican tambin cambiarlo todo. Para nosotros, grandesconsumidores, implican cambiar cmo vivimos y cmo funcionan nuestras economas, e inclusocambiar las historias que contamos para justificar nuestro lugar en la Tierra. La buena noticia es quemuchos de esos cambios no tienen nada de catastrficos. Todo lo contrario: buena parte de ellos sonsimplemente emocionantes. Pero a m me llev mucho tiempo descubrirlo.

    Recuerdo el momento exacto en el que dej de mirar hacia otro lado en la realidad del cambioclimtico, o, al menos, la primera vez que permit que mi mirada se demorara en ella. Fue enGinebra, en abril de 2009, en un encuentro con la embajadora de Bolivia ante la OrganizacinMundial del Comercio (OMC), que entonces era una mujer sorprendentemente joven llamadaAnglica Navarro Llanos. Dado que Bolivia es un pas pobre con un presupuesto reducido para susrelaciones internacionales, Navarro Llanos acababa de aadir las cuestiones relacionadas con elclima a las responsabilidades de las que ya se encargaba en materia de comercio. En un almuerzo enun restaurante de comida china vaco, me explic (ayudndose de los palillos para trazar una grficade la trayectoria de las emisiones globales) que ella vea en el cambio climtico una terribleamenaza para su pueblo, pero tambin una oportunidad.

    Una amenaza, por las razones ya evidentes: Bolivia depende extraordinariamente de los glaciarespara obtener el agua que usa para beber y regar, y las blancas cimas de los cerros que descuellansobre el perfil de su capital estn adquiriendo muy rpidamente una tonalidad predominantementegriscea y marrn. La oportunidad, segn la propia Navarro Llanos, pasa por que, dado que pasescomo el suyo no haban contribuido prcticamente en nada a lo largo de la historia a que sedisparasen los niveles de emisiones en el mundo, sean hoy considerados acreedores climticos alos que, como tales, los grandes emisores deban dinero y apoyo tecnolgico como pago por loselevados costes que les supone ahora afrontar nuevos desastres relacionados con el clima y comoayuda para que puedan desarrollar una va energtica verde de evolucin econmica.

    Haca poco que Navarro Llanos haba pronunciado un discurso ante una conferencia de lasNaciones Unidas sobre el clima en el que haba expuesto argumentos a favor de esa clase de

  • transferencias de riqueza y me dio una copia del mismo: Millones de personas en las islaspequeas, los pases menos adelantados, pases sin litoral, as como en las comunidades vulnerablesde Brasil, la India y China, y en todo el mundo estn sufriendo los efectos de un problema al queno contribuyeron. [] Si queremos frenar las emisiones en la prxima dcada, necesitamos unamovilizacin masiva ms grande que cualquiera en la historia. Necesitamos un Plan Marshall para laTierra. Este plan debe movilizar recursos financieros y transferencia de tecnologa a escala nuncaantes vista. Se debe obtener la tecnologa en el suelo de cada pas para asegurarnos de reducir lasemisiones y, al mismo tiempo, mejorar la calidad de vida del pueblo. Solo tenemos una dcada.[6]

    Un Plan Marshall para la Tierra sera algo muy costoso sin duda: centenares de miles de millones(si no billones) de dlares (Navarro Llanos se mostr reacia a aventurar una cifra). Y bien podrapensarse que semejante coste bastara para descartarlo ya de inicio, sobre todo por aquel entonces,pues, a fin de cuentas, estamos hablando del ao 2009, momento de pleno apogeo de la crisisfinanciera mundial. Pero la lgica implacable de la austeridad consistente en hacer pagar a laciudadana la factura dejada por los bancos mediante despidos en el sector pblico, cierres deescuelas y otras medidas parecidas no se haba impuesto an como norma general. As que, enlugar de restar verosimilitud a las ideas de Navarro Llanos, en aquel momento la crisis las haca msplausibles.

    Todos acabbamos de ver cmo las autoridades haban sacado y reunido billones de dlareshasta de debajo de las piedras en el momento en que nuestras lites decidieron declarar una crisis. Sidejbamos que los bancos quebraran sin ms, se nos deca, el resto de la economa se desmoronaracon ellos. Era una cuestin de supervivencia colectiva, as que haba que encontrar todo ese dinero.Y se encontr. Durante ese proceso, sin embargo, se pusieron de manifiesto algunas de las ficciones(bastante sustanciales) que laten en el corazn mismo de nuestro sistema econmico. Todos losreparos anteriores saltaron por la borda: que se necesita ms dinero?, pues a imprimirlo! Unosaos antes, los Gobiernos nacionales haban adoptado un enfoque parecido con sus finanzas pblicastras los atentados terroristas del 11 de septiembre. En muchos pases occidentales, a la hora deconstruir un Estado de seguridad/vigilancia en suelo nacional y de librar guerras en el extranjero, lospresupuestos no parecieron un obstculo digno de consideracin.

    El cambio climtico, sin embargo, no ha sido nunca tratado como una crisis por nuestrosdirigentes, aun a pesar de que encierre el riesgo de destruir vidas a una escala inmensamente mayorque los derrumbes de bancos y rascacielos. Los recortes en nuestras emisiones de gases de efectoinvernadero que los cientficos consideran necesarios para reducir sensiblemente el riesgo decatstrofe son tratados como poco ms que sutiles sugerencias, medidas que pueden aplazarse portiempo ms o menos indefinido. Es evidente que el hecho de que algo reciba la consideracin oficialde crisis depende tanto del poder y de las prioridades de quienes detentan ese poder como de loshechos y los datos empricos. Pero nosotros no tenemos por qu limitarnos a ser simplesespectadores de todo esto: los polticos no son los nicos que tienen el poder de declarar una crisis.Los movimientos de masas de gente corriente tambin pueden hacerlo.

    La esclavitud no fue una crisis para las lites britnicas y norteamericanas hasta que elabolicionismo hizo que lo fuera. La discriminacin racial no fue una crisis hasta que el movimientode defensa de los derechos civiles hizo que lo fuera. La discriminacin por sexo no fue una crisis

  • hasta que el feminismo hizo que lo fuera. El apartheid no fue una crisis hasta que el movimiento anti-apartheid hizo que lo fuera.

    De igual modo, si un nmero suficiente de todos nosotros dejamos de mirar para otro lado ydecidimos que el cambio climtico sea una crisis merecedora de niveles de respuesta equivalentes alos del Plan Marshall, entonces no hay duda de que lo ser y de que la clase poltica tendr queresponder, tanto dedicando recursos a solucionarla como reinterpretando las reglas del libre mercadoque tan flexiblemente sabe aplicar cuando son los intereses de las lites los que estn en peligro. Devez en cuando, advertimos destellos de ese potencial cuando una crisis concreta sita el cambioclimtico en el primer plano de nuestra atencin durante un tiempo. El dinero carece de importanciaalguna en esta operacin de auxilio de emergencia. Sea cual sea la cantidad de dinero que senecesite, no se escatimarn gastos, declar el primer ministro britnico David Cameron (donAusteridad en persona) cuando amplias zonas de su pas quedaron anegadas por las aguas en lashistricas inundaciones de febrero de 2014 y la ciudadana se quejaba indignada de que su Gobiernono estaba ayudando lo suficiente.[7]

    Al escuchar de boca de Navarro Llanos la perspectiva de Bolivia, comenc a entender que elcambio climtico (tratado como una emergencia planetaria real, anloga a la de ese sbito aumentodel nivel de las aguas durante unas inundaciones) poda convertirse en una fuerza galvanizadora parala humanidad: algo que nos impulsara no solo hacia una situacin de mayor seguridad frente a losnuevos fenmenos meteorolgicos extremos, sino tambin hacia unas sociedades ms seguras y msjustas en otros muchos sentidos. Los recursos que se necesitan para que abandonemos en breve elconsumo de combustibles fsiles y nos preparemos para las duras condiciones meteorolgicas que senos vienen encima podran sacar de la pobreza a amplios sectores de la poblacin y proporcionarservicios que hoy se echan tristemente a faltar: desde agua potable hasta electricidad. Se trata deconcebir un futuro que trascienda el objetivo de la mera supervivencia o de la mera resistencia frenteal cambio climtico; no basta con que lo mitiguemos o con que nos adaptemos a l, por emplearel adusto lenguaje de las Naciones Unidas. Es una concepcin del futuro que nos invita a queutilicemos colectivamente la crisis para dar un salto hacia una situacin que, con toda sinceridaddebo decir, parece mejor que esta otra en la que nos encontramos en estos momentos.

    Tras aquella conversacin, me di cuenta de que ya no tema sumergirme en la realidad cientficade la amenaza climtica. Dej de evitar la lectura de artculos y estudios cientficos y empec a leertodo lo que pude encontrar sobre el tema. Tambin ces de derivar el problema hacia los ecologistas,de decirme a m misma que eso era cosa (o labor) de otras personas. Y a raz de diversasconversaciones con otros participantes en el creciente movimiento por la justicia climtica, comenca apreciar mltiples vas por las que el cambio climtico poda devenir en una fuerza catalizadora deuna transformacin positiva; de hecho, poda devenir en el mejor argumento que los progresistasjams hayan tenido para reivindicar la reconstruccin y la reactivacin de las economas locales,para recuperar nuestras democracias de las garras de la corrosiva influencia de las grandesempresas, para bloquear nuevos (y perjudiciales) acuerdos de libre comercio y reformular los yaexistentes, para invertir en infraestructuras pblicas como el transporte colectivo y la viviendaasequible (a las que se dedican recursos muy escasos en la actualidad), para recobrar la propiedadde servicios esenciales como la electricidad y el agua, para reformar nuestro enfermo sistema

  • agrcola y hacer que sea mucho ms sano, para abrir las fronteras a la migracin de personas cuyodesplazamiento geogrfico est vinculado a las repercusiones climticas, para que se respeten por finlos derechos de los indgenas sobre sus tierras Todo esto ayudara a poner fin a los hoy grotescosniveles de desigualdad existentes dentro de nuestras naciones y entre ellas.

    Y empec a ver seales nuevas coaliciones y nuevos argumentos que daban a entender que,si se consegua que todas estas diversas conexiones y nexos fueran mejor conocidas por un nmeroms amplio de personas, la emergencia misma del cambio climtico podra constituir la base de unpoderoso movimiento de masas, un movimiento que entrelazara todos estos problemas en aparienciadispares tejiendo con ellos un relato coherente sobre cmo proteger a la humanidad de los estragosde un sistema econmico salvajemente injusto y de un sistema climtico desestabilizado. He escritoeste libro porque llegu a la conclusin de que la llamada accin climtica poda proporcionarprecisamente ese raro factor catalizador.

    UN SHOCK DE ORIGEN POPULAR

    Pero tambin lo he escrito porque el cambio climtico puede ser el catalizador de toda una seriede muy distintas y mucho menos deseables formas de transformacin social, poltica y econmica.

    He pasado los ltimos quince aos inmersa en el estudio de sociedades sometidas a shocks oconmociones extremas, provocadas por debacles econmicas, desastres naturales, atentadosterroristas y guerras. Y he analizado a fondo cmo cambian las sociedades en esos periodos detremenda tensin, cmo esos sucesos modifican (a veces, para bien, pero, sobre todo, para mal) elsentido colectivo de lo que es posible. Tal como coment en mi anterior libro, La doctrina del shock,durante las ltimas cuatro dcadas, los grupos de inters afines a la gran empresa privada hanexplotado sistemticamente estas diversas formas de crisis para imponer polticas que enriquecen auna reducida lite: suprimiendo regulaciones, recortando el gasto social y forzando privatizaciones agran escala del sector pblico. Tambin han servido de excusa para campaas extremas de limitacinde los derechos civiles y para escalofriantes violaciones de los derechos humanos.

    Y no faltan indicios que nos induzcan a pensar que el cambio climtico no sera una excepcin enlo relativo a esa clase de dinmicas; es decir, que en vez de para incentivar soluciones motivadorasque tengan probabilidades reales de impedir un calentamiento catastrfico y de protegernos dedesastres que, de otro modo, sern inevitables, la crisis ser aprovechada una vez ms para transferirms recursos si cabe a ese 1% de privilegiados. Las fases iniciales de ese proceso son ya visibles.Bosques comunales de todo el mundo estn siendo convertidos en reservas y viveros forestalesprivatizados para que sus propietarios puedan recaudar lo que se conoce como crditos decarbono, un lucrativo tejemaneje al que me referir ms adelante. Hay tambin un mercado en augede futuros climticos que permite que empresas y bancos apuesten su dinero a los cambios en lascondiciones meteorolgicas como si los desastres letales fuesen un juego en una mesa de crap de LasVegas (entre 2005 y 2006, el volumen del mercado de derivados climticos se disparmultiplicndose por cinco: de un valor total de 9700 millones a 45 200 millones de dlares). Lascompaas de reaseguros internacionales estn recaudando miles de millones de dlares en

  • beneficios, procedentes en parte de la venta de nuevos tipos de planes de proteccin a pases en vasde desarrollo que apenas han contribuido a crear la crisis climtica actual, pero cuyasinfraestructuras son sumamente vulnerables a los efectos de la misma.[8]

    Y, en un arrebato de sinceridad, el gigante de la industria armamentstica Raytheon explic quees probable que crezcan las oportunidades de negocio de resultas de la modificacin delcomportamiento y las necesidades de los consumidores en respuesta al cambio climtico. Entretales oportunidades se incluye no solo una mayor demanda de los servicios privatizados de respuestaa los desastres que ofrece la compaa, sino tambin la demanda de sus productos y serviciosmilitares ante la posibilidad de que aumente la preocupacin por la seguridad a consecuencia de lassequas, las inundaciones y los temporales debidos al cambio climtico.[9] Merece la pena querecordemos esto siempre que nos asalten las dudas en torno a la emergencia real de esta crisis: lasmilicias privadas ya se estn movilizando.

    Sequas e inundaciones dan pie a toda clase de oportunidades de negocio, adems de a unademanda creciente de hombres armados. Entre 2008 y 2010, se registraron al menos 261 patentesrelacionadas con el cultivo de variedades agrcolas preparadas para el clima: semillassupuestamente capaces de resistir condiciones meteorolgicas extremas. De esas patentes, cerca del80% estaban controladas por tan solo seis gigantes de la agricultura industrial, Monsanto y Syngentaentre ellos. Mientras tanto, el huracn (o supertormenta) Sandy ha dejado tras de s una lluvia demillones de dlares para los promotores inmobiliarios de Nueva Jersey en concepto de subvencionespara la construccin de viviendas en zonas ligeramente daadas por su paso, pero ha dejado tras des lo que contina siendo una pesadilla para los residentes en viviendas pblicas gravementeafectadas por ese episodio meteorolgico, en una reedicin bastante aproximada de lo sucedido enNueva Orleans tras el paso del huracn Katrina.[10]

    Nada de esto nos viene de nuevo. La bsqueda de vas ingeniosas y originales de privatizacinde bienes comunales y de rentabilizacin de los desastres es algo para lo que nuestro sistema actualest hecho mejor que para ninguna otra cosa; cuando se le deja actuar sin traba alguna, no es capaz denada ms. La doctrina del shock, sin embargo, no es la nica forma que las sociedades tienen dereaccionar ante las crisis. Todos hemos sido testigos de ello recientemente, cuando el colapsofinanciero que se inici en Wall Street en 2008 dej sentir sus efectos en todo el mundo. Un sbitoaumento de los precios de los alimentos contribuy a generar las condiciones que propiciaron laPrimavera rabe. Las polticas de austeridad han inspirado movimientos ciudadanos de masas enlugares como Grecia, Espaa, Chile, Estados Unidos o Quebec. Muchos de nosotros estamosaprendiendo bastante bien a hacer frente a quienes desean sacar partido de las crisis para saquear elsector pblico. De todos modos, todas estas protestas y manifestaciones han mostrado asimismo queno basta simplemente con decir no. Si los movimientos de oposicin quieren ser algo ms queestrellas fugaces que se consumen cual fogonazos en el cielo nocturno, tendrn que propugnar unproyecto bastante integral de lo que debera implantarse en lugar de nuestro deteriorado sistema, ascomo estrategias polticas serias para alcanzar esos objetivos.

    Hubo un tiempo en que los progresistas saban cmo hacerlo. Hay toda una rica historia deresonantes victorias populares para la justicia econmica en momentos de crisis a gran escala. Entretales conquistas se incluyen, de manera especialmente destacada, las polticas del New Deal

  • impulsadas tras el crac burstil de 1929 y el nacimiento de innumerables programas sociales tras laSegunda Guerra Mundial. Esas polticas tenan tal apoyo del electorado que, para convertirlas en ley,no fueron precisas las artimaas autoritarias que document en La doctrina del shock. Lo que sresult imprescindible fue construir movimientos de masas robustos, capaces de hacer frente aquienes defendan un statu quo caduco y capaces tambin de reivindicar un reparto del pasteleconmico significativamente ms justo para todo el mundo. Pese al asedio del que son objetoactualmente, algunos de los legados que an perduran de aquellos momentos histricos excepcionalesson los seguros de sanidad pblica vigentes en muchos pases, las pensiones de jubilacin, lasviviendas de proteccin oficial subvencionadas y el patrocinio pblico de las artes.

    Estoy convencida de que el cambio climtico representa una oportunidad histrica de una escalatodava mayor. En el marco de un proyecto dirigido a reducir nuestras emisiones a los nivelesrecomendados por muchos cientficos, tendramos una vez ms la posibilidad de promover polticasque mejoren espectacularmente la vida de las personas, que estrechen el hueco que separa a ricos depobres, que generen un nmero extraordinario de buenos empleos y que den un nuevo mpetu a lademocracia desde la base hasta la cima. Lejos de consistir en la expresin mxima perfeccionada dela doctrina del shock (una fiebre de nuevas apropiaciones indebidas de recursos y de medidasrepresoras), la sacudida que provoque el cambio climtico puede ser un shock del pueblo, unaconmocin desde abajo. Puede dispersar el poder entre los muchos, en vez de consolidarlo entre lospocos, y puede expandir radicalmente los activos comunales, en lugar de subastarlos a pedazos. Y silos expertos del shock derechista explotan las emergencias (ya sean estas reales o fabricadas) paraimponer polticas que nos vuelvan ms propensos an a las crisis, las transformaciones a las que mereferir en estas pginas haran justamente lo contrario: abordaran la raz misma de por qu nosestamos enfrentando a todas estas crisis en serie, para empezar, y nos dejaran un clima ms habitableque aquel hacia el que nos encaminamos y una economa mucho ms justa que aquella en la que nosmovemos ahora mismo.

    Pero ninguna de esas transformaciones ser posible (pues nunca nos convenceremos de que elcambio climtico puede, a su vez, cambiarnos) si antes no dejamos de mirar para otro lado.

    Llevan negociando desde que nac. Eso dijo la estudiante universitaria Anjali Appaduraimirando desde el estrado a los negociadores de los Gobiernos nacionales reunidos en la conferenciade las Naciones Unidas sobre el clima de 2011, celebrada en Durban (Sudfrica). Y no exageraba.Hace ms de dos dcadas que los Gobiernos del mundo hablan en torno a cmo evitar el cambioclimtico. Comenzaron a negociar precisamente el mismo ao en que naci Anjali (que, en 2011,tena 21 aos). Y a pesar de ello, como ella bien seal en su memorable discurso ante el pleno de laconvencin, pronunciado en representacin de todas las organizaciones juveniles no gubernamentalesall presentes, en todo este tiempo, [esos negociadores] han incumplido compromisos, se hanquedado lejos de los sucesivos objetivos fijados y han quebrantado promesas.[11]

    En realidad, el organismo intergubernamental que tiene encomendada la misin de prevenir quese alcancen en el mundo niveles peligrosos de cambio climtico no solo no ha realizado progresosdurante sus ms de veinte aos de trabajo (y ms de noventa reuniones negociadoras oficiales desde

  • que se adopt el acuerdo para su creacin), sino que ha presidido un proceso de recada casiininterrumpida. Nuestros Gobiernos malgastaron aos maquillando cifras y pelendose por posiblesfechas de inicio, pidiendo una y otra vez prrrogas o ampliacin de plazos como los estudiantes quepiden que les dejen entregar un poco ms tarde el trabajo que an no han terminado.

    El catastrfico resultado de tanto ofuscamiento y procrastinacin es hoy innegable. Los datospreliminares muestran que, en 2013, las emisiones globales de dixido de carbono fueron un 61%ms altas que en 1990, cuando comenzaron de verdad las negociaciones para la firma de un tratadosobre el clima. John Reilly, economista del Instituto Tecnolgico de Massachusetts (MIT), lo haresumido a la perfeccin: Cuanto ms hablamos de la necesidad de controlar las emisiones, mscrecen estas. En el fondo, lo nico que aumenta ms rpidamente que nuestras emisiones es laproduccin de palabras de quienes prometen reducirlas. Entretanto, la cumbre anual de las NacionesUnidas sobre el clima, que contina siendo la mayor esperanza de conseguir un avance poltico en elterreno de la accin climtica, ya no parece tanto un foro de negociacin seria como una muy costosa(en dinero y en emisiones carbnicas) sesin de terapia de grupo: un lugar para que losrepresentantes de los pases ms vulnerables del mundo aireen sus agravios y su indignacin,mientras los representantes (de perfil ms bien bajo) de las naciones principalmente responsables dela tragedia de aquellos apenas si se atreven a mirarlos a la cara.[12]

    Ese ha sido el ambiente reinante desde el fracaso de la tan cacareada Cumbre de las NacionesUnidas sobre el Clima de 2009 en Copenhague. La ltima noche de aquel enorme encuentro, yoestaba con un grupo de activistas pro justicia climtica, entre ellos, uno de los ms destacadosparticipantes y organizadores de ese movimiento en Gran Bretaa. Durante toda la cumbre, este jovenhaba sido la viva imagen de la confianza y la compostura; haba informado a docenas de periodistascada da sobre lo que haba sucedido en cada ronda de negociaciones y sobre lo que los diversosobjetivos de emisiones que se estaban discutiendo significaban en el mundo real. Pese a lasdificultades, su optimismo acerca de las posibilidades de aquel gran encuentro no haba flaqueado nipor un instante. Pero en cuanto las sesiones terminaron con el penoso resultado ya conocido, su moralse derrumb all mismo, ante nosotros. Sentado a la mesa de un restaurante italiano adornado con unailuminacin excesiva, empez a sollozar sin control. Haba credo de verdad que Obama loentenda, no cesaba de repetir.

    Con el tiempo, he llegado a la conclusin de que, aquella noche, el movimiento climtico alcanzsu verdadera mayora de edad: fue el momento en que finalmente se convenci de que nadie iba aacudir a salvarnos. La psicoanalista (y especialista en el tema del clima) Sally Weintrobe hacaracterizado ese hecho como el legado fundamental; esto es, la constatacin profunda y dolorosade que nuestros dirigentes no cuidan de nosotros [], no se preocupan por nosotros ni siquiera enlo relativo a nuestra misma supervivencia.[13] Por muchas veces que nos hayan decepcionado losfallos y defectos de nuestros polticos, una constatacin como esa no deja de ser un golpe muy duro.Es as, estamos solos, y cualquier fuente de esperanza creble tendr que venir desde abajo.

    En Copenhague, los Gobiernos de los pases ms contaminantes Estados Unidos y China entreellos firmaron un acuerdo no vinculante por el que se comprometan a impedir que lastemperaturas aumentaran ms de 2 C (3,6 F) por encima del nivel en el que se encontraban antes deque empezramos a propulsar nuestras economas con la energa del carbn. Ese conocido objetivo,

  • que supuestamente representa el lmite seguro del cambio climtico, ha sido siempre una eleccinnetamente poltica que tiene ms que ver con minimizar los trastornos econmicos en el sistemaactual que con proteger al mayor nmero posible de personas. Cuando el objetivo de los 2 C se hizooficial en Copenhague, muchos delegados plantearon vehementes objeciones al mismo diciendo quesemejante nivel de calentamiento equivala a una sentencia de muerte para algunos Estados isleoscuya orografa apenas se alza sobre el nivel del mar, adems de para partes extensas del fricasubsahariana. De hecho, se trata de un objetivo muy arriesgado para todos nosotros. Hasta la fecha,las temperaturas se han incrementado solamente 0,8 C y ya hemos empezado a experimentarnumerosos y alarmantes efectos, entre los que se incluyen el derretimiento sin precedentes de la capade hielo continental de Groenlandia en el verano de 2012 y una acidificacin de los ocanos muchoms rpida de lo previsto. Dejar que las temperaturas se calienten en ms del doble de esa cifratendr incuestionablemente consecuencias peligrosas.[14]

    En un informe de 2012, el Banco Mundial expuso la arriesgada apuesta que supona ese objetivo.A medida que el calentamiento global se aproxima y supera los 2 C, se corre el riesgo de provocarpuntos de inflexin no lineales. Los ejemplos incluyen la desintegracin de la capa de hielo de laAntrtida occidental, que conlleva una elevacin ms rpida del nivel de los ocanos, o la muertegradual a gran escala de los bosques en la Amazonia, que afecta drsticamente a ecosistemas, ros,agricultura, produccin de energa, y medios de subsistencia. Esto se sumara adems alcalentamiento global del siglo XXI y afectara a continentes enteros.[15] O lo que es igual: desde elmismo momento en que las temperaturas suban ms all de un determinado punto, ya no tendremoscontrol alguno sobre dnde se detenga finalmente el mercurio de los termmetros.

    Pero el mayor problema y la razn por la que Copenhague fue motivo de tanta desesperanzaestriba en que, puesto que los Gobiernos nacionales no acordaron ningn objetivo vinculante, tienentoda la libertad del mundo para, bsicamente, hacer caso omiso de sus compromisos. Y esoprecisamente es lo que est sucediendo. De hecho, las emisiones estn aumentando a tal ritmo que, amenos que algo cambie radicalmente en nuestra estructura, incluso el objetivo de los 2 C se nosantoja actualmente un sueo utpico. Y no son solo los ecologistas quienes estn haciendo sonar laalarma. El Banco Mundial tambin advirti en el informe antes mencionado de que avanzamos haciaun incremento de 4 C de la temperatura del planeta [antes de que termine el siglo], lo cual provocarolas de calor extremo, disminucin de las existencias de alimentos a nivel mundial, prdida deecosistemas y biodiversidad, y una elevacin potencialmente mortal del nivel de los ocanos. Yalertaba de que no hay, adems, seguridad alguna de que sea posible la adaptacin a un mundo 4 Cms clido. Kevin Anderson, antiguo director (y actual subdirector) del Centro Tyndall para laInvestigacin del Cambio Climtico, que se ha afianzado en poco tiempo como una de las principalesinstituciones britnicas dedicadas al estudio del clima, es ms contundente todava; segn l, uncalentamiento de 4 C (7,2 F) es incompatible con cualquier posible caracterizacin razonable delo que actualmente entendemos por una comunidad mundial organizada, equitativa y civilizada.[16]

    No sabemos a ciencia cierta cmo sera un mundo 4 C ms clido, pero incluso en el mejor delos casos imaginables, se tratara muy probablemente de un escenario calamitoso. Un calentamientode 4 C podra significar una elevacin del nivel global de la superficie ocenica de uno o, incluso,dos metros de aqu al ao 2100 (y, de rebote, garantizara unos cuantos metros adicionales como

  • mnimo para los siglos siguientes). Eso sumergira bajo las aguas unas cuantas naciones isleas,como Maldivas y Tuvalu, e inundara numerosas zonas costeras de no pocos pases, desde Ecuador yBrasil hasta los Pases Bajos, incluyendo buena parte de California y del Estados Unidos nororiental,as como enormes franjas de terreno del sur y el sureste de Asia. Algunas de las grandes ciudadesque correran un riesgo serio de inundacin seran Boston, Nueva York, el rea metropolitana de Losngeles, Vancouver, Londres, Bombay, Hong Kong o Shanghi.[17]

    Al mismo tiempo, las brutales olas de calor que pueden matar a decenas de miles de personas(incluso en los pases ricos) terminaran convirtindose en incidentes veraniegos comunes ycorrientes en todos los continentes a excepcin de la Antrtida. El calor hara tambin que seprodujeran prdidas espectaculares en las cosechas de cultivos bsicos para la alimentacin mundial(existe la posibilidad de que la produccin de trigo indio y maz estadounidense se desplomara hastaen un 60%), justo en un momento en el que se disparara su demanda debido al crecimiento de lapoblacin y al aumento de la demanda de carne. Y como los cultivos se enfrentaran no solo al estrstrmico, sino tambin a incidentes extremos como sequas, inundaciones o brotes de plagas de granalcance, las prdidas bien podran terminar siendo ms graves de lo predicho por los modelos. Siaadimos a tan funesta mezcla huracanes ruinosos, incendios descontrolados, pesqueras diezmadas,interrupciones generalizadas del suministro de agua, extinciones y enfermedades viajeras, cuestaciertamente imaginar qu quedara sobre lo que sustentar una sociedad pacfica y ordenada(suponiendo que tal cosa haya existido nunca).[18]

    Tampoco hay que olvidar que estos son los escenarios de futuro optimistas: aquellos en los que elcalentamiento se estabiliza ms o menos en torno a una subida de 4 C y no alcanza puntos deinflexin ms all de los cuales podra desencadenarse un ascenso trmico descontrolado.Basndonos en los modelos ms recientes, cada vez es menos hipottico afirmar que esos 4 Cadicionales podran provocar una serie de espirales de retroalimentacin sumamente peligrosas: unrtico que estara normalmente deshelado en septiembre, por ejemplo, o, segn un estudio reciente,una vegetacin que habra alcanzado niveles de saturacin excesivos para funcionar como unsumidero fiable, pues acabara emitiendo ms carbono que el que almacena por otro lado. A partirde ese momento, renunciaramos a prcticamente cualquier esperanza de predecir los efectos. Y eseproceso puede dar comienzo antes de lo previsto. En mayo de 2014, un grupo de cientficos de laNASA y la Universidad de California en Irvine revelaron que el derretimiento de los glaciares en unsector de la Antrtida occidental equivalente aproximadamente a la superficie de toda Franciaparece ya imparable. Esto probablemente significa una condena definitiva para la capa de hielocontinental de esa regin antrtica, cuya desaparicin, segn el autor principal del estudio, EricRignot, comportar un aumento del nivel del mar de entre tres y cinco metros. Semejante fenmenoprovocar el desplazamiento de millones de personas en todo el mundo. De todos modos, dichadesintegracin podra prolongarse a lo largo de varios siglos, por lo que estamos an a tiempo dereducir las emisiones y, con ello, ralentizar el proceso y evitar la peor parte del mismo.[19]

    Mucho ms aterrador es el hecho de que un nutrido grupo de analistas situados dentro de la lneacientfica dominante hoy en da opinen que la trayectoria de emisiones que estamos siguiendoactualmente nos dirige hacia un ascenso de la temperatura media mundial superior a esos 4 C. En2011, la (por lo general) sobria Agencia Internacional de la Energa (AIE) public un informe con

  • una serie de proyecciones que venan a indicar que nos encaminamos en realidad hacia uncalentamiento global de unos 6 C (10,8 F). Y segn las palabras del propio economista en jefe dela AIE, cualquier persona, incluso un alumno de primaria, sabe que esto tendr implicacionescatastrficas para todos nosotros. (Los indicios sealan que un calentamiento de 6 C harprobablemente que superemos varios puntos de inflexin en diversos procesos: no solo en aquellosde mayor lentitud, como el ya mencionado derretimiento de la capa de hielo de la Antrtidaoccidental, sino muy posiblemente tambin en otros ms bruscos, como las emisiones masivas demetano a la atmsfera procedentes del permafrost rtico.) El gigante de la contabilidadPricewaterhouseCoopers ha publicado asimismo un informe en el que advierte a las empresas de quevamos directos hacia un calentamiento de 4 o incluso 6 C.[20]

    Estas diversas proyecciones representan para nosotros una muy urgente seal de alerta. Es comosi todas las alarmas de nuestra casa estuvieran disparndose a la vez en este mismo instante, y que,seguidamente, lo hicieran todas las alarmas de nuestra calle (primero una, inmediatamente despusotra, justo a continuacin otra ms, y as sucesivamente). Lo que vienen a significar, sencillamente, esque el cambio climtico se ha convertido en una crisis existencial para la especie humana. El nicoprecedente histrico de una situacin tan amplia y profundamente crtica se vivi durante la GuerraFra: me refiero al miedo (entonces muy extendido) a un holocausto nuclear que volviera inhabitablegran parte del planeta. Pero esa era (y contina siendo, no lo olvidemos) una amenaza, una pequeaposibilidad en caso de una espiral descontrolada en la geopoltica internacional. No haba entoncesuna inmensa mayora de los cientficos nucleares (como s la hay desde hace aos entre losclimatlogos) que nos avisaran de que bamos camino de poner en peligro nuestra civilizacin enterasi seguamos comportndonos en nuestra vida cotidiana del modo acostumbrado, haciendoexactamente lo que ya hacamos.

    En 2010, la climatloga de la Universidad Estatal de Ohio, Lonnie G. Thompson, renombradaespecialista mundial en el derretimiento de los glaciares, explic que los climatlogos, como otroscientficos, tendemos a conformar un colectivo bastante imperturbable. No somos dados a sermones operoratas sobreactuadas sobre el fin del mundo. La mayora nos encontramos mucho ms cmodos ennuestros laboratorios o recogiendo datos sobre el terreno que concediendo entrevistas a losperiodistas o hablando ante comisiones del Congreso. Por qu, entonces, nos estamos manifestandotan pblicamente a propsito de los peligros del calentamiento global? La respuesta es que casitodos los cientficos y cientficas del clima estamos ya convencidos de que el calentamiento globalrepresenta un peligro inminente para la civilizacin.[21]

    No se puede hablar con mayor claridad. Y, sin embargo, lejos de reaccionar alarmada y de hacertodo lo que est en su mano por variar el rumbo, gran parte de la humanidad mantiene muyconscientemente la misma ruta que ya vena siguiendo. Aunque, eso s, como los pasajeros del vuelo3935, ayudada por un motor ms potente y sucio.

    Qu diablos nos pasa?

    EN MUY MAL MOMENTO

  • Son muchas las respuestas que se han dado a esa pregunta: que si resulta extremadamente difcilconseguir que todos los Estados del mundo se pongan de acuerdo en algo, que si no existen enrealidad soluciones tecnolgicas viables, que si hay algo muy arraigado en nuestra naturaleza humanaque nos impide actuar para hacer frente a unas amenazas aparentemente remotas, o que si (como se haaducido ms recientemente) el mal ya est hecho y no tiene sentido siquiera intentar otra cosa que nosea contemplar el paisaje mientras nos hundimos.

    Algunas de esas explicaciones son vlidas, pero todas son inadecuadas en ltimo trmino.Tomemos, por ejemplo, la tesis de que cuesta mucho que tantos pases coincidan en una va deactuacin. S, cuesta. Pero, en el pasado, han sido muchas las ocasiones en que la ONU ha ayudado aque diversos Gobiernos nacionales se reunieran para abordar problemas que trascendan el mbitode sus fronteras territoriales: desde la disminucin del ozono en la atmsfera hasta la proliferacinnuclear. Los acuerdos resultantes no fueron perfectos, pero representaron progresos reales. Adems,durante esos mismos aos en que nuestros Gobiernos no lograron implantar una arquitectura legalestricta y vinculante que obligara a todos a cumplir con unos objetivos de reduccin de emisiones supuestamente porque la cooperacin era demasiado compleja en ese terreno, bien fueron capacesde crear la Organizacin Mundial del Comercio, un intrincado sistema global que regula el flujo debienes y servicios por todo el planeta, y que impone unas normas claras y unas penalizacionesseveras para quienes las infrinjan.

    No ms convincente es el argumento de que lo que nos ha demorado en la bsqueda de unasolucin ha sido la falta de soluciones tecnolgicas. El aprovechamiento de la energa procedente defuentes renovables como el viento y el agua es muy anterior en la historia al uso de combustiblesfsiles. Adems, las renovables son cada vez ms baratas, eficientes y fciles de almacenar. En lasltimas dos dcadas se ha producido una verdadera explosin de ingenio en el diseo de mecanismosde residuo cero y en el urbanismo verde. No solo disponemos de las herramientas tcnicas paradesengancharnos de los combustibles fsiles, sino que tampoco faltan los pequeos enclaves o reasgeogrficas donde esos estilos de vida bajos en carbono han sido probados con enorme xito. Y, aunas, esa transicin a gran escala que nos brindara la oportunidad colectiva de evitar la catstrofesigue sindonos esquiva.

    Es simplemente la naturaleza humana la que nos frena, entonces? Lo cierto es que los sereshumanos nos hemos mostrado dispuestos muchas veces a sacrificarnos colectivamente paraenfrentarnos a mil y una amenazas, como bien recordarn quienes vivieron entre cartillas deracionamiento, huertos de la victoria y bonos de la victoria durante la Primera Guerra Mundial yla Segunda Guerra Mundial. En realidad, para contribuir a la conservacin de combustible durante lasegunda de esas contiendas, la conduccin de automviles por placer qued prcticamente abolida enel Reino Unido, y entre 1938 y 1944, el uso del transporte pblico aument en casi un 87% enEstados Unidos y en un 95% en Canad. Veinte millones de hogares estadounidenses querepresentaban tres quintas partes de la poblacin nacional cultivaban huertos de la victoria en1943, cuya produccin supuso un 42% de las verduras y hortalizas frescas consumidas ese ao en elpas. Curiosamente, todas esas actividades sumadas ayudan sustancialmente a reducir las emisionescarbnicas.[22]

    Es verdad que la amenaza de la guerra pareca entonces inmediata y concreta, pero igualmente lo

  • es hoy la amenaza planteada por la crisis climtica, que muy probablemente haya contribuido ya aproducir diversos desastres de considerables proporciones en algunas de las grandes ciudades delmundo. Tanto nos hemos ablandado desde aquellos tiempos de sacrificio blico? Los humanoscontemporneos somos unos seres demasiado centrados en nosotros mismos, demasiado adictos a lagratificacin como para renunciar a la ms mnima libertad de satisfacer hasta nuestro ltimocapricho o eso es lo que nuestra cultura nos dice da s y da tambin. Y, sin embargo, la verdad esque seguimos realizando sacrificios colectivos en nombre de un abstracto bien superior todo eltiempo. Sacrificamos nuestras pensiones, nuestros derechos laborales que tanto cost conquistar,nuestros programas de apoyo al arte o de actividades extracurriculares. Enviamos a nuestros hijos aque aprendan en aulas cada vez ms atestadas, bajo la gua de unos docentes cada vez ms exigidos yhostigados. Aceptamos que tengamos que pagar muchsimo ms por las destructivas fuentesenergticas que alimentan nuestros transportes y nuestras vidas. Aceptamos que las tarifas de losautobuses y del metro suban y suban mientras el servicio que nos ofrecen no mejora o, incluso, sedeteriora. Aceptamos que una educacin universitaria pblica se salde para el estudiante con unadeuda que tardar media vida en pagar cuando eso era algo inaudito apenas una generacin atrs. EnCanad, donde yo vivo, estamos incluso empezando a aceptar que nuestro correo postal no llegue yaa nuestros domicilios.

    En los ltimos treinta aos hemos vivido un proceso de progresiva reduccin de las prestacionesproporcionadas desde el sector pblico. Todo esto se ha defendido en nombre de la austeridad, lajustificacin estrella en la actualidad para todos esos requerimientos de sacrificio colectivo. Otraspalabras y expresiones tomadas igualmente de la vida cotidiana han cumplido una finalidad similaren otros momentos de nuestra historia contempornea: equilibrio presupuestario, aumento de laeficiencia, fomento del crecimiento econmico.

    Tengo la impresin de que si las personas somos capaces de sacrificar tantos servicios y ventajascolectivas en aras de la estabilizacin de un sistema econmico que encarece y precariza hastaextremos insospechados la vida cotidiana, seguro que somos capaces tambin de realizar importantescambios en nuestro estilo de vida a fin de estabilizar los sistemas fsicos de los que depende la vidamisma. Sobre todo, porque muchas de las modificaciones que es necesario introducir para reducirdrsticamente las emisiones mejoraran materialmente tambin la calidad de vida de la mayora delas personas del planeta: desde los nios de Pekn, que podran jugar fuera de sus casas sin tener quellevar puestas las habituales mascarillas anticontaminacin, hasta las muchas personas que podrantrabajar en los millones de empleos de buena calidad que se crearan en sectores de energas limpias.No parece que falten los incentivos a corto y medio plazo para que hagamos lo correcto para nuestroclima.

    Andamos muy justos de tiempo, desde luego. Pero podramos comprometernos, desde maanamismo, a recortar radicalmente nuestras emisiones procedentes de la extraccin y el consumo decombustibles fsiles, y a iniciar la transicin hacia fuentes de energa de carbono cero, basadas entecnologas de aprovechamiento renovable; una transicin que, si as nos decidiramos a ello, seraya un hecho en un plazo no superior a una dcada. Disponemos de las herramientas para llevar a caboalgo as. Y si lo hiciramos, se elevaran los mares y se desataran temporales extremos, s, perotendramos mayores probabilidades de evitar un calentamiento verdaderamente catastrfico. De

  • hecho, naciones enteras podran salvarse de la crecida de las olas. Como bien dice Pablo Soln,exembajador de Bolivia ante las Naciones Unidas, si yo quemara tu casa, lo menos que podra haceres acogerte en la ma [], y si es ahora mismo cuando la estoy quemando, mi obligacin es intentarparar el fuego en este momento.[23]

    El problema es que no estamos deteniendo el incendio. En realidad, le estamos arrojandogasolina encima. Tras un atpico descenso en 2009, debido a la crisis financiera, las emisionesglobales se dispararon de nuevo un 5,9% en 2010: el mayor incremento en trminos absolutos desdela Revolucin Industrial.[24]

    As que no puedo dejar de preguntarme: qu diablos nos pasa? Qu es lo que realmente nosimpide apagar el fuego que amenaza con arrasar nuestra casa colectiva?

    En mi opinin, la respuesta a esa pregunta es mucho ms simple de lo que nos han hecho creer.No hemos hecho las cosas necesarias para reducir las emisiones porque todas esas cosas entran en unconflicto de base con el capitalismo desregulado, la ideologa imperante durante todo el periodo enel que hemos estado esforzndonos por hallar una salida a esta crisis. Estamos atascados porque lasacciones que nos ofreceran las mejores posibilidades de eludir la catstrofe y que beneficiaran ala inmensa mayora de la poblacin humana son sumamente amenazadoras para una liteminoritaria que mantiene un particular dominio sobre nuestra economa, nuestro proceso poltico y lamayora de nuestros principales medios de comunicacin. Ese podra no haber sido un problemainsuperable de por s si se nos hubiera planteado en algn otro momento de nuestra historia. Pero,para gran desgracia colectiva nuestra, la comunidad cientfica efectu y present su diagnsticodecisivo de la amenaza climtica en el momento preciso en que esa lite estaba disfrutando de unpoder poltico, cultural e intelectual ms ilimitado que nunca desde la dcada de 1920. De hecho, losGobiernos nacionales y los cientficos empezaron a hablar en serio de posibles recortes radicales dela emisiones de gases de efecto invernadero en 1988, justamente el ao que marc el albor de lo quese dara en llamar globalizacin, a raz de la firma del acuerdo que representaba la inauguracinde la mayor relacin comercial bilateral del mundo, entre Canad y Estados Unidos, y que luego seampliara hasta convertirse en el Tratado de Libre Comercio de Amrica del Norte (el TLCAN oNAFTA) con la incorporacin de Mxico.[25]

    Cuando los historiadores echen la vista atrs al ltimo cuarto de siglo de negociacionesinternacionales, dos sern los procesos definitorios de esta poca que destacarn muy especialmente.Por un lado, estar el proceso relacionado con el clima: procediendo dificultoso, a saltos, fracasandopor completo en la consecucin de sus objetivos. Y, por otro, estar el proceso de globalizacin delos intereses del gran capital privado, avanzando vertiginoso de victoria en victoria: a ese primeracuerdo comercial, seguiran la creacin de la Organizacin Mundial del Comercio, la privatizacinmasiva de las antiguas economas soviticas, la transformacin de amplias regiones de Asia en zonasde libre comercio en expansin y el ajuste estructural de frica. Ha habido algn que otrocontratiempo y revs en el proceso, ciertamente (por ejemplo, el provocado por la presin popularque hizo que se encallaran temporalmente las rondas negociadoras y los acuerdos de libre comercio).Pero los que nunca han dejado de triunfar en todo este tiempo han sido los fundamentos ideolgicosdel proyecto en su conjunto, que en ningn momento ha tenido como meta ltima el comerciotransfronterizo de bienes (la venta de vino francs en Brasil, por ejemplo, o de software

  • estadounidense en China), sino el aprovechamiento de esos acuerdos de alcance general (y de otraserie de instrumentos) para blindar un marco de polticas globales que otorgue la mxima libertadposible a las grandes empresas multinacionales para producir sus bienes al menor coste y paravenderlos con las mnimas regulaciones, pagando as el mnimo de impuestos posibles.Cumplimentando esa lista de deseos de las grandes empresas, nos decan, impulsaramos elcrecimiento econmico, el cual terminara por redundar (como si de un goteo por filtro se tratase) enel resto de las personas. Lo cierto es que los acuerdos comerciales solo importaban para quienes losimpulsaban en la medida en que representaban y articulaban sin rodeos esa otra serie de prioridadesdel gran capital transnacional.

    Los tres pilares de las polticas de esta nueva era son bien conocidos por todos nosotros: laprivatizacin del sector pblico, la desregulacin del sector privado y la reduccin de la presinfiscal a las empresas, sufragada con recortes en el gasto estatal. Mucho se ha escrito sobre los costesreales de tales polticas: la inestabilidad de los mercados financieros, los excesos de los superricosy la desesperacin de los pobres, cada vez ms prescindibles para el sistema, as como el deteriorode las infraestructuras y los servicios pblicos. Muy poco se ha dicho, sin embargo, de cmo elfundamentalismo del mercado ha saboteado sistemticamente desde el primer momento nuestrarespuesta colectiva al cambio climtico, una amenaza que empez a llamar a nuestra puerta justocuando esa otra ideologa alcanzaba su cenit.

    Y lo ha saboteado, fundamentalmente, porque el dominio sobre la vida pblica en general que lalgica del mercado conquist en ese periodo hizo que las respuestas ms directas y obvias paraabordar el problema del clima parecieran herticas desde el punto de vista poltico imperante. Porejemplo, cmo iban nuestras sociedades a invertir en servicios e infraestructuras pblicas decarbono cero precisamente cuando el mbito de lo pblico estaba siendo sistemticamentedesmantelado y subastado al mejor postor? Cmo podan los Gobiernos regular, gravar y penalizarcon la mayor contundencia a las compaas de combustibles fsiles cuando toda esa clase demedidas estaban siendo descalificadas pblicamente por ser consideradas unos meros vestigios de laeconoma de planificacin centralizada del comunismo ms rancio? Y cmo poda recibir elsector de las energas renovables los apoyos y las protecciones que necesitaba para que estasreemplazaran a los combustibles fsiles cuando el proteccionismo se haba convertido en pocomenos que una grosera malsonante?

    Un movimiento climtico de otra clase habra tratado de cuestionar la ideologa extrema quebloqueaba tantas acciones sensatas como se necesitaban en ese momento, y se habra sumado a otrossectores para mostrar la grave amenaza que el poder de las grandes empresas supona para lahabitabilidad del planeta. Pero, en vez de eso, buena parte de la movilizacin contra el cambioclimtico perdi unas dcadas preciosas tratando de cuadrar el crculo de la crisis del clima paraque encajara en el molde que le marcaba el capitalismo desregulado, buscando una y otra vez vasque permitieran que el mercado mismo resolviera el problema. (Yo misma tard aos desde queinici el proyecto de escribir este libro en descubrir hasta qu punto eran profundas las races de lacolusin entre los grandes contaminadores y las grandes organizaciones ecologistas las queconforman el llamado Big Green que abogan por esas vas.)

    Pero el bloqueo de una accin contundente de respuesta al problema climtico no fue el nico

  • modo en que el fundamentalismo del mercado contribuy a ahondar la crisis durante ese periodo. Demanera ms directa an, las polticas que tan eficazmente haban liberado a las grandes empresasmultinacionales de prcticamente toda traba a su actuacin tambin coadyuvaron a exacerbar la causasubyacente del calentamiento global, es decir, el aumento de las emisiones de gases de efectoinvernadero. Las cifras impactan. En la dcada de 1990, cuando el proyecto de integracininternacional de mercados estaba en pleno auge, las emisiones globales crecieron a un ritmo de un1% anual; entrados ya en el nuevo milenio, con mercados emergentes como el de China plenamenteintegrados en la economa mundial, el crecimiento de las emisiones se dispar hasta nivelescatastrficos y el ritmo de aumento anual alcanz el 3,4% durante buena parte de la primera dcadadel siglo XXI. Esas tasas de rpido incremento han continuado mantenindose hasta nuestros das,interrumpidas solo brevemente en 2009 por la crisis financiera mundial.[26]

    As mirado, cuesta apreciar cmo la situacin podra haber avanzado de otro modo. Las dosgrandes seas de identidad de esta era han sido la exportacin masiva de productos a largusimasdistancias (quemando carbono sin piedad para ello) y la importacin en todos los rincones del mundode un modelo de produccin, consumo y agricultura singularmente despilfarrador, basado igualmenteen el consumo manirroto de combustibles fsiles. Por decirlo de otro modo, la liberacin de losmercados mundiales, un proceso alimentado mediante la liberacin de cantidades sin precedentes decombustibles fsiles arrebatados a la Tierra, ha acelerado espectacularmente el mismo proceso que,por as decirlo, est liberando a su vez al hielo rtico de la prisin de su anterior estado slido.

    Como consecuencia de ello, nos hallamos actualmente en una posicin muy difcil y sutilmenteirnica. Por culpa de todas esas dcadas de emisiones a ultranza en el preciso momento en que sesupona que ms debamos rebajarlas, las cosas que debemos hacer ahora para evitar uncalentamiento catastrfico no solamente entran en conflicto con la particular vena de capitalismodesregulado que triunf en la dcada de 1980, sino que se contradicen tambin con el imperativofundamental que subyace a la base misma de nuestro modelo econmico: crecer o morir.

    Cuando ya se ha emitido carbono a la atmsfera, este se queda ah durante centenares de aos,puede que incluso ms tiempo, impidiendo que se marche el calor. Los efectos son acumulativos y sevan agravando con el tiempo. Y segn especialistas en emisiones como Kevin Anderson (del CentroTyndall) hemos dejado que se acumulara tanto carbono en la atmsfera a lo largo de las dos ltimasdcadas que la nica esperanza que nos queda ahora de mantener el calentamiento por debajo de eseobjetivo internacionalmente acordado de los 2 C adicionales reside en que los pases ricos recortensus emisiones en torno a un 8-10% anual.[27] Esa es una misin sencillamente imposible para elmercado libre. De hecho, ese nivel de disminucin de las emisiones solo se ha producido en elcontexto de algn colapso econmico o de depresiones muy profundas.

    Ahondar en esas cifras en el captulo 2, pero lo importante aqu es el mensaje esencial que nostransmiten: nuestros sistemas econmico y planetario estn actualmente en guerra. O, para ser msprecisos, nuestra economa est en guerra con mltiples formas de vida sobre la Tierra, incluida lahumana. Lo que el clima necesita para evitar la debacle es una contraccin en el consumo de recursospor parte de la humanidad; lo que nuestro modelo econmico exige, sin embargo, es eludir esadebacle por medio de una expansin sin cortapisas. Solo uno de esos dos conjuntos opuestos dereglas puede cambiarse y, desde luego, no es el de las leyes de la naturaleza.

  • Por suerte, s podemos transformar nuestra economa para que sea menos intensiva en recursos, ypodemos hacerlo a travs de vas equitativas, protegiendo a los ms vulnerables y haciendo que losms responsables soporten el grueso del coste de la transformacin. Podemos potenciar la expansiny la creacin de empleo en los sectores bajos en carbono de nuestras economas, y podemosfomentar la contraccin de aquellos otros sectores que son altos en carbono. El problema que senos presenta, no obstante, es que esta escala de planificacin y gestin econmica estcompletamente fuera de los lmites de la ideologa reinante hoy en da. La nica contraccin quenuestro sistema actual es capaz de asumir es la de un crac brutal, una situacin en la que los msvulnerables seran quienes ms sufriran.

    As que la que tenemos ante nosotros es una dura eleccin: permitir que las alteraciones delclima lo cambien todo en nuestro mundo o modificar la prctica totalidad de nuestra economa paraconjurar ese escenario. Pero hay que ser muy claros al respecto: por culpa de todas esas dcadas denegacin colectiva transcurridas, ya no nos queda ninguna opcin gradual o gradualista viable. La delos suaves pellizcos al statu quo dej de ser una opcin vlida para afrontar el problema del climadesde el momento en que multiplicamos el tamao del Sueo Americano all por la dcada de 1990y, acto seguido, procedimos a convertirlo en una motivacin a escala global. Y ya no son solamentelos radicales los que ven la necesidad de un cambio radical. En 2012, veintin antiguos ganadoresdel prestigioso Premio Blue Planet (entre los que se incluan personalidades como James Hansen,exdirector del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, y Gro Harlem Brundtland, exprimera ministra de Noruega) redactaron un informe trascendental. En l, se afirmaba que ante unaemergencia absolutamente sin precedentes, la sociedad no tiene ms remedio que emprender medidasdrsticas para evitar un desmoronamiento de la civilizacin. O cambiamos nuestros modos de hacer yconstruimos una sociedad global de cuo absolutamente nuevo, o vendr algo peor que nos los harcambiar por la fuerza.[28]

    Admitir esta realidad ha sido misin ciertamente difcil para muchas personas situadas en puestosimportantes, pues las ha obligado a cuestionar algo que tal vez sea ms poderoso incluso que elcapitalismo mismo, como es el atractivo fetichista del centrismo, o lo que es lo mismo, de larazonabilidad, de la seriedad, del encuentro a medio camino entre las posturas diferenciadas y, engeneral, del no entusiasmarse demasiado por nada. Ese es, en el fondo, el hbito de pensamiento queverdaderamente impera en nuestra era, mucho ms an entre los progresistas tibios de centro-izquierda que se interesan por los temas de la poltica climtica que entre los conservadores, muchosde los cuales se limitan simplemente a negar la existencia de la crisis. El cambio climtico plantea unreto muy profundo para ese centrismo cauteloso, porque las medias tintas no sirven parasolucionarlo. Recurrir a todas las opciones energticas, como el presidente estadounidense BarackObama describe su enfoque de la cuestin, es una estrategia que tiene ms o menos la mismaprobabilidad de xito que recurrir a toda clase de dietas para adelgazar, y los estrictos plazos lmiteimpuestos por la ciencia nos obligan ciertamente a que pongamos toda la carne en el asador.

    Cuando planteo que la del cambio climtico es una batalla entre el capitalismo y el planeta, noestoy diciendo nada que no sepamos ya. La batalla ya se est librando y, ahora mismo, el capitalismola est ganando con holgura. La gana cada vez que se usa la necesidad de crecimiento econmicocomo excusa para aplazar una vez ms la muy necesaria accin contra el cambio climtico, o para

  • romper los compromisos de reduccin de emisiones que ya se haban alcanzado. La gana cuando alos ciudadanos griegos se les dice que su nica va de salida a la crisis econmica que sufren esabriendo sus hermosos mares a perforaciones petrolferas y gassticas de alto riesgo. La gana cuandose nos dice a los canadienses que la nica esperanza que tenemos de no terminar como Grecia espermitiendo que desuellen nuestros bosques boreales para acceder al betn semislido que seencierra en las arenas bituminosas de Alberta. La gana cuando se aprueba la demolicin de un parqueen Estambul para dejar sitio a la construccin de un nuevo centro comercial. La gana cuando se lesdice a los padres y madres de Pekn que enviar a sus hijos e hijas al colegio con mascarillasanticontaminacin decoradas para que los pequeos parezcan lindos personajes de cmic infantil esun precio aceptable que hay que pagar por el progreso econmico. La gana cada vez que aceptamosque las nicas opciones entre las que podemos elegir son todas malas sin excepcin: austeridad oextraccin, envenenamiento o pobreza.

    El desafo, pues, no pasa simplemente por reconocer que necesitamos gastar mucho dinero ycambiar numerosas polticas, sino por convencernos de que tenemos que pensar de manera distinta(radicalmente distinta) para que todos esos cambios sean posibles, siquiera remotamente. Lacompetencia salvaje entre naciones ha provocado un estancamiento durante dcadas en lasnegociaciones de las Naciones Unidas sobre el clima: los pases ricos se cierran en banda y declaranque no reducirn emisiones para no arriesgar su privilegiada posicin en la jerarqua global; lospases pobres declaran que no renunciarn a su derecho a contaminar tanto como lo hicieron lospases ricos en su ascensin hacia la riqueza, aunque eso signifique agravar un desastre que daa alos ms pobres ms que a nadie. Para que algo de todo esto cambie, es preciso que arraigue yadquiera protagonismo una visin del mundo que no vea en la naturaleza, en las otras naciones o ennuestros vecinos a unos adversarios, sino ms bien a unos socios colaboradores en un formidableproyecto de reinvencin mutua.

    Esa es una gran tarea de por s, pero contina agrandndose por momentos. Por culpa de nuestrosinterminables retrasos, nos vemos ya en la necesidad de acometer esa descomunal transformacin sinmayor demora. La Agencia Internacional de la Energa (AIE) advierte de que, si no logramoscontrolar nuestras emisiones antes del terriblemente cercano ao 2017, nuestra economa basada encombustibles fsiles habr convertido para entonces en inevitable un nivel de calentamientosumamente peligroso. La infraestructura energtica instalada en ese momento generar el total deemisiones de CO2 permitidas en nuestro presupuesto de carbono para conseguir un objetivo decalentamiento de solo 2 C, lo que no dejar margen para la construccin de centrales elctricasadicionales, ni de fbricas, ni de ninguna otra infraestructura que no sea de carbono cero, y esoresultar exorbitantemente costoso. Esa previsin da por supuesto (de forma probablemente certera)que los Gobiernos nacionales sern reacios a forzar el cierre de unas centrales elctricas y unasfbricas que les parecen an rentables. Segn las rotundas palabras del economista en jefe de la AIE,Fatih Birol, la puerta para limitar el calentamiento a solo 2 C est a punto de cerrarse. En 2017, sehabr cerrado para siempre. En definitiva, hemos alcanzado lo que algunos activistas hancomenzado a llamar la dcada cero de la crisis climtica: o cambiamos ahora, o perderemosnuestra oportunidad.[29]

    Todo esto significa que los habituales pronsticos con los que los defensores del liberalismo

  • econmico dominante intentan tranquilizarnos (hay un remedio tecnolgico a la vuelta de la esquina!;el desarrollo sucio no es ms que una fase en nuestra senda hacia un medio ambiente limpio:fijmonos en el Londres decimonnico, si no!) no se sostienen de ningn modo. No disponemos deun siglo para esperar a que China y la India superen sus particulares fases dickensianas. Tras dcadasperdidas, se nos acaba el tiempo para dar la vuelta a la situacin. Es posible? Desde luego. Esposible sin poner en entredicho la lgica fundamental del capitalismo desregulado? Desde luego queno.

    Una de las personas a las que conoc en el particular viaje que ha supuesto para m la redaccinde este libro y a quienes ustedes conocern a lo largo de estas pginas es Henry Red Cloud (NubeRoja), un educador y emprendedor lakota que forma a jvenes nativos americanos para que seconviertan en ingenieros solares. l dice a sus alumnos que hay ocasiones en las que debemosconformarnos con dar pequeos pasos hacia delante, pero que hay otras en las que hay que trotarcomo un bfalo.[30] Ahora es uno de esos momentos en los que debemos correr.

    PODER, NO SOLO ENERGA

    Me sorprendi recientemente el mea culpa (si lo podemos llamar as) que enton Gary Stix, undestacado miembro del personal editorial de la revista Scientific American. En 2006, fueresponsable de la edicin de un nmero especial sobre respuestas al cambio climtico y, como enmuchas iniciativas de ese estilo, los artculos se centraron exclusivamente en la exhibicin deemocionantes tecnologas bajas en carbono. En 2012, sin embargo, Stix escribi que haba pasadopor alto entonces una parte mucho ms amplia e importante de toda aquella historia: la necesidad decrear el contexto social y poltico en el que esas transformaciones tecnolgicas pueden tener algunaprobabilidad de reemplazar a un statu quo que contina siendo demasiado rentable. Si queremosafrontar el cambio climtico mnimamente a fondo, las soluciones radicales en las que debemoscentrarnos son las de la vertiente social. En comparacin, la eficiencia relativa de la prximageneracin de clulas fotoelctricas es una cuestin bastante trivial.[31]

    Este libro trata de esos cambios radicales tanto en la faceta social, como en las facetas poltica,econmica y cultural. No me interesa tanto la mecnica de la transicin la transicin desde laenerga marrn a la verde, o desde los automviles de un solo pasajero al transporte pblico, odesde la expansin descontrolada de los exurbios a las ciudades densas y fciles de transitar a pie como el poder y los obstculos ideolgicos que han impedido hasta la fecha que ninguna de esassoluciones se afianzara en un grado mnimamente cercano al requerido.

    Mi impresin es que nuestro problema tiene mucho menos que ver con la mecnica de la energasolar que con la poltica del poder humano y, ms concretamente, con si puede haber variaciones enquin lo ejerce; variaciones que alejen ese poder de los intereses del gran capital y lo acerquen a lascomunidades humanas, lo que, a su vez, depende de que el inmenso nmero de personasdesfavorecidas por el sistema actual puedan construir una fuerza social suficientemente decidida ydiversa como para cambiar el equilibrio de poder. Mientras investigaba para este libro, tambin mehe terminado convenciendo de que esa variacin nos obligar a replantearnos la naturaleza misma

  • del poder de la humanidad: nuestro derecho a extraer ms y ms sin afrontar las consecuencias,nuestra capacidad para plegar sistemas naturales complejos a nuestra voluntad. Ese cambio implicaun desafo no ya al capitalismo, sino tambin a los cimientos mismos del materialismo que precedial capitalismo moderno; es decir, a una mentalidad que algunos denominan extractivismo.

    Y es que, bajo esa superficie, est la verdad real que hemos estado evitando todo este tiempo: elcambio climtico no es un problema o una cuestin que aadir a la lista de cosas de las que noshemos de preocupar, en el mismo plano que la sanidad o los impuestos. Es la alarma que nosdespierta a la realidad de nuestro tiempo, es un poderoso mensaje expresado en el lenguaje de losincendios, las inundaciones, las sequas y las extinciones de especies que nos dice quenecesitamos un modelo econmico totalmente nuevo y una manera igualmente novedosa de compartireste planeta. Nos dice, en suma, que necesitamos evolucionar.

    SALIR DEL ESTADO DE NEGACIN

    Hay quien afirma que ya no queda tiempo para esa transformacin, que la crisis es demasiadoapremiante y el reloj no deja de correr. Estoy de acuerdo en que sera una insensatez propugnar quela nica solucin a esta crisis es la consistente en revolucionar nuestra economa y reformar nuestracosmovisin de arriba abajo, y que todo lo que se quede corto en la consecucin de esos objetivosno es digno ni siquiera de ser intentado. Existen medidas de todo tipo que reduciran las emisionessustancialmente y que podramos (y deberamos) poner en prctica ya mismo. Pero el caso es quetampoco estamos aplicndolas, verdad? La razn es que, al no librar esas grandes batallas por elcambio de nuestro rumbo ideolgico y del equilibrio del poder en nuestras sociedades, se ha idoformando lentamente un contexto en el que toda respuesta vigorosa al cambio climtico se nos antojapolticamente imposible, sobre todo, durante tiempos de crisis econmica (que, ltimamente, parecenno tener fin).

    As que este libro propone una estrategia diferente: pensar a lo grande, apuntar lejos y distanciarnuestro eje ideolgico del sofocante fundamentalismo del mercado que se ha convertido en el mayorenemigo de la salud planetaria. Si podemos modificar el contexto cultural, aunque solo sea un poco,habr algo de margen para esas otras polticas reformistas sensatas que, cuando menos, contribuirna que las cifras de carbono atmosfrico comiencen a evolucionar en la direccin correcta. Y lavictoria es contagiosa, por lo que, quin sabe? Quiz dentro de unos pocos aos, algunas de lasideas destacadas en estas pginas que suenan radicalmente imposibles hoy en da como la de unarenta bsica para todos y todas, o la reelaboracin del derecho comercial, o el reconocimiento realde los derechos de los pueblos indgenas a proteger inmensas partes del mundo de la extraccincontaminante comiencen a parecer razonables o, incluso, esenciales.

    Llevamos un cuarto de siglo intentando aplicar el enfoque del cambio gradual corts y educado,intentando cuadrar las necesidades fsicas del planeta con la necesidad de crecimiento constante y denuevas oportunidades de negocio rentable que se deriva de nuestro modelo econmico. Losresultados han sido desastrosos y nos han dejado a todos en una situacin mucho ms peligrosa que laque haba cuando empez este experimento.

  • Por supuesto, no existe garanta alguna de que un enfoque ms sistmico reporte mayores xitos,pero s hay, como estudiaremos ms adelante, precedentes histricos que nos invitan a tener motivospara la esperanza. La verdad es que este es el libro ms difcil que he escrito jams, precisamenteporque la investigacin que he realizado para el mismo me ha llevado tambin a buscar esa clase derespuestas radicales. No albergo duda alguna sobre su necesidad, pero no hay un solo da en que dejede preguntarme a m misma por su viabilidad poltica, sobre todo teniendo en cuenta el apretado eimplacable plazo lmite que el cambio climtico nos impone.

    Tambin ha sido un libro ms difcil de escribir para m por razones personales.Curiosamente, lo que ms me ha afectado no han sido los aterradores estudios cientficos sobre el

    derretimiento de los glaciares (aquellos que yo sola rehuir), sino los libros que leo a mi hijo de 2aos. Looking for a Moose (Buscamos un alce) es uno de mis favoritos. Trata de un grupo depequeos que se mueren de ganas por ver un alce. Buscan por todas partes en un bosque, en unpantano, en enzarzados matorrales y hasta en una montaa un alce de patas largas, nariz abultaday enramada cornamenta. La gracia est en que hay alces ocultos en cada pgina. Al final, todos losanimales salen de sus escondites y los nios, extasiados, exclaman: Nunca habamos visto tantosalces!.

    Una noche, al lerselo por 75 vez, ms o menos, una idea me asalt: es posible que l nuncallegue a ver un alce. Trat de retener ese pensamiento. Volv a mi ordenador y comenc a escribirsobre el tiempo que pas en el norte de Alberta, tierra de arenas bituminosas, donde miembros de lanacin indgena cree del lago Beaver me contaron que el alce haba cambiado. Una mujer me explicque haban matado a uno en una expedicin de caza y, al abrirlo, descubrieron que su carne se habavuelto verdosa. Tambin me contaron la aparicin en esos animales de extraos tumores que loslugareos atribuan a la costumbre de los alces de beber agua contaminada por las toxinas de lasarenas bituminosas. Pero de lo que ms o hablar fue de que los alces parecan haber desaparecido.

    Y no solo en Alberta. Los rpidos cambios climticos convierten los bosques septentrionales encementerio de los alces, rezaba uno de los titulares del Scientific American de mayo de 2012. Y unao y medio despus, el New York Times inform de que una de las dos poblaciones de alces deMinnesota existentes haba descendido desde los cuatro mil individuos en la dcada de 1990 hastaapenas un centenar en la actualidad.[32]

    Llegar mi hijo a ver un alce en su vida?Unos das ms tarde, el impacto emocional me vino de uno de esos libros pensados para nios

    pequeos, que traen unas pocas hojas de cartn grueso con llamativas ilustraciones. Me refiero a unoque se titula Snuggle Wuggle. En l aparecen representados diferentes animales repartiendo abrazos,y a cada una de sus maneras de abrazar se le da un nombre ridculamente bobo: Cmo abraza unmurcilago?, pregunta en una de sus gruesas pginas de cartn. Topsy turvy, topsy turvy. No spor qu, pero mi hijo siempre se muere de risa cuando oye esta respuesta. Yo le explico que esosignifica cabeza abajo en ingls coloquial, porque as es como duermen los murcilagos.

    Sin embargo, en esa ocasin en concreto, yo no pude pensar en otra cosa que en la noticia de loscien mil murcilagos muertos y moribundos que se haban precipitado al suelo desde los cielos de

  • Queensland en medio del calor rcord que se estaba registrando en varias zonas de ese estadoaustraliano. Colonias enteras de esos animales, devastadas.[33]

    Llegar mi hijo a ver un murcilago algn da?Supe que mi problema era ya bastante serio cuando, hace poco, me descubr a m misma

    suplicando por la vida de las estrellas de mar. Las especies de color rojo y morado de esta clase deanimales son muy frecuentes en las rocosas costas de la Columbia Britnica, donde viven mis padres,donde naci mi hijo y donde yo he pasado aproximadamente la mitad de mi vida. A los nios lesencantan, porque, si se recogen con cuidado, se pueden observar detenidamente de cerca. Este estsiendo el mejor da de mi vida!, exclam mi sobrina Miriam (que tiene 7 aos y haba venido devisita desde Chicago) tras una larga tarde entre las pozas y charcas que deja tras de s la mareacuando baja.

    Pero en otoo de 2013, empezaron a aparecer informaciones sobre una extraa enfermedad queestaba provocando la muerte por consuncin de decenas de miles de estrellas de mar por toda lacosta del Pacfico. Por culpa de ese peculiar mal, bautizado precisamente como el sndrome deconsuncin de las estrellas de mar, mltiples especies de ese animal se estaban desintegrandovivas: los hasta entonces vigorosos cuerpos de las estrellas poco menos que se derretan hastaconvertirse en pegotes informes; las extremidades terminaban separndose y los troncos cedanincapaces de sostenerse enteros. Los cientficos estaban desconcertados.[34]

    Mientras lea esas noticias, empec a rezar por que aquellos invertebrados aguantaran vivos unao ms: el tiempo suficiente para que mi hijo tuviera la edad mnima para asombrarse de aquellosseres. Pero luego dud: tal vez es mejor que nunca vea una estrella de mar si ha de verla ensemejante estado!

    Antes, cuando esa clase de miedo lograba penetrar mi blindaje de negacin del cambio climtico,yo sola esforzarme al mximo por encerrarlo en un cuarto oscuro de mi memoria, cambiar de canal,olvidarlo zapeando.

    Pero qu deberamos hacer en realidad con un miedo como el que nos provoca el hecho de viviren un planeta que se muere, que se va haciendo menos vivo a cada da que pasa? En primer lugar,aceptar que el temor no se va a ir sin ms y que es una respuesta perfectamente racional a lainsoportable realidad de vivir en un mundo agonizante, un mundo que muchos de nosotros estamoscontribuyendo a matar al practicar actividades y costumbres tan nuestras como hacer el t, ir encoche a hacer la compra diaria y, s, reconozcmoslo, tener hijos.

    A continuacin, aprovecharlo. El miedo es una respuesta de supervivencia. El miedo nos impulsaa correr, a saltar; el miedo puede hacernos actuar como si furamos sobrehumanos. Pero tiene quehaber un sitio hacia el que correr. Si no, el miedo solamente es paralizante. As que el truco deverdad, la nica esperanza, es dejar que el horror que nos produce la imagen de un futuro inhabitablese equilibre y se alivie con la perspectiva de construir algo mucho mejor que cualquiera de losescenarios que muchos de nosotros nos habamos atrevido a imaginar hasta ahora.

    S, perderemos algunas cosas, y algunos de nosotros tendremos que renunciar a ciertos lujos.Industrias enteras desaparecern. Y ya es demasiado tarde para intentar evitar la llegada del cambioclimtico: est aqu, junto a nosotros, y nos encaminamos hacia desastres crecientemente brutales,hagamos lo que hagamos. Pero no es demasiado tarde an para conjurar lo peor y queda tiempo

  • todava para que cambiemos a fin de que seamos mucho menos brutales los unos para con los otroscuando esos desastres nos azoten. Y eso, me parece a m, merece mucho la pena.

    Porque si alguna ventaja tiene una crisis as de grande y generalizada es que lo cambia todo.Cambia lo que podemos hacer, lo que podemos esperar, lo que podemos exigirnos de nosotrosmismos y de nuestros lderes. Significa que muchas de las cosas que nos han dicho que eraninevitables simplemente no lo son. Y significa que muchas de las cosas que nos han dicho que eranimposibles tienen que empezar a ser realidad desde ya.

    Podemos conseguirlo? Lo nico que s es que no hay nada inevitable. Nada, eso s, excepto queel cambio climtico lo transforma todo. Y, aunque solo sea durante un brevsimo tiempo en el futuroms inmediato, la naturaleza de ese cambio depende todava de nosotros.

  • PRIMERA PARTE EN MAL MOMENTO

    A decir verdad, el carbn no est a la par de los dems productos y mercancas, sino que destacacompletamente sobre todos ellos. Es la energa material del pas: la ayuda universal, el factor presenteen todo lo que hacemos.

    WILLIAM STANLEY JEVONS, economista, 1865[1]

    Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el gnero humano noescucha.

    VICTOR HUGO, 1840[2]

  • Captulo 1 LA DERECHA TIENE RAZN

    El poder revolucionario del cambio climtico

    Los cientficos del clima coinciden: