Expo Cultura y Civilizacion II Inglaterra 1780-1870

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CULTURA Y CIVILIZACIÓN II CULTURA Y CIVILIZACION EN INGLATERRA (1780-1870) LICENCIATURA EN ENSEÑANZA DE INGLÉS SEGUNDO SEMESTRE

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Exposición de Cultura y Civilización en Inglaterra (1780-1870). LEI Mayo 2011.

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CULTURA Y CIVILIZACIÓN II

CULTURA Y CIVILIZACION EN INGLATERRA (1780-1870)

LICENCIATURA EN ENSEÑANZA DE INGLÉS

SEGUNDO SEMESTRE

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Vida social en Inglaterra

Cambios en la ciudad y en el campo

Entre el mundo clásico del siglo XVIII, con su confianza y satisfacción interior, y la inquieta Inglaterra de Peterloo y de los incendios de los almiares de paja de Byron y de Cobbett, se interpusieron veinte años de guerra contra la Francia revolucionaria y napoleónica (1793-1815).

La larga guerra, que adivino en un momento crítico de nuestro desarrollo social, constituyó una gran desgracia. Con sus violentas perturbaciones de la vida económica y su ambiente de reacción “antijacobina”, opuesto a toda propuesta de reforma y sin la menor simpatía por los clamores y sufrimientos de los pobres, constituyó la guerra la peor atmósfera posible para la evolución industrial y social en rápido progreso. Urbanismo, higiene, comodidades eran cosas jamás soñadas por los vulgares constructores del nuevo mundo, en tanto que la aristocracia gozaba de su placentera vida aparte y pensaba que el urbanismo, la higiene y las condiciones de la vida en la fábrica no eran incumbencia del gobierno, por ningún motivo las grandes ciudades deberían ser tan más como lo fueron los barrios bajos de Londres del siglo XVIII,pero las circunstancias que ocurrieron en Inglaterra durante el período napoleónico fueron especialmente desfavorables para el progreso de las tétricas ciudades fabriles del norte y para el desarrollo de las relaciones entre el nuevo tipo de patrono y el nuevo tipo de empleado.

Las regiones fabriles se reducían a una pequeña parte del conjunto, pero era, por desgracia, el modelo que debía adoptarse en el futuro. Se toleró que fuese formándose y progresando un nuevo tipo de comunidad urbana, fatalmente fácil de imitar a escala, hasta que, pasados cien años más, la mayor parte de los ingleses se convirtieron en moradores de calles ínfimas.

La guerra fue también causa del cierre del abastecimiento del grano procedente de Europa, que por lo menos se había hecho necesario para mantener firmes los precios de los géneros alimenticios en una isla tan densamente poblada. El precio del trigo subió de 43 chelines el cuartillo en 1792-año anterior al estallido de la guerra – a 126 chelines en 1812-año en que Napoleón llegó hasta Moscú. Los pobres sufrían terriblemente tanto en la ciudad como en el campo a causa del precio del pan, aunque con ello se beneficiasen los arrendatarios agrícolas, los yeomen propietarios y los receptores de diezmos y rentas. Durante los veinte años que duraron las hostilidades se adaptaron la extensión y el carácter de los cultivos agrícolas a esos precios altos, de tal modo que cuando bajaron los cereales, al volver la paz, muchos de los labradores se encontraron en la ruina y en la incapacidad más absoluta de pagar las rentas. En tales circunstancias se aprobó la protectora ley sobre cereales de 1815, orientada a restaurar la prosperidad agrícola a expensas delo consumidor, ley que encontró la más violenta n oposición por parte de la población urbana de todas las clases sociales sin distinción de partidos.

Sufrían los pobres como consecuencia de la guerra, pero en ningún otro período había sido la gentry rural más feliz o más rica, ni más cautiva de la vida en sus apacibles casas de campo. La guerra se hacía presente en los periódicos, pero apenas se sentía en la vida de las clases que gozaban de una existencia feliz.

Durante la mitad de los años que duró la lucha contra Francia, no envió Inglaterra ninguna fuerza expedicionaria a Europa, y aun las siete campañas de la guerra peninsular le costaron menos de 40,000 muertos británicos: la contribución de sangre fue ligera para todas las clases sociales. El impuesto sobre la renta de Mr.Pitt era del grano, de modo que los terratenientes se mantenían en perfecto equilibrio. Los “caballeros de Inglaterra” vencieron al profesional Napoleón y ganaron justo prestigio y alabanza por una victoria que, gracias a no haber abusado de ella, nos trajo el inapreciable regalo de cien años de inmunidad de otra “gran guerra”. Pero los caballeros habían luchado y conquistado su posición de nuevos ricos en condiciones demasiado fáciles para ellos, y así, durante los años que siguieron al restablecimiento de la paz, fueron acusados, tal vez un poco desagradecidamente, por la naciente generación de reformistas de haberse aprovechado de la guerra.

Muchos de los más ricos-los banqueros, los comerciantes antiguos, los adinerados y sus familias-compartían la política de la “calidad” seguida por los tories, en cuya sociedad se les admitía, con quienes se casaban y de quienes compraban escaños en el Parlamento y grados en el ejército. Se encontraba, sin embargo, más de un manufacturero del nuevo tipo, que él mismo o su padre se habían elevado desde la situación de yeoman o de obrero más a menudo que de las filas de los disidentes, teniendo sus pensamientos absorbidos por la fábrica que había construido en la orilla de un arroyo de la cadena Penina, no sintiendo el menor amor por la aristocracia e indignándose en silencio con la guerra como de algo cuya gloria e interés no le incumbían. Eran esos hombres los que forjaban la riqueza y el bienestar de Inglaterra, pero no participaban de su gobierno central o local y envidiaban a la altanera clase que los mantenía alejados del mismo. Sentían demasiado poca simpatía por las verdaderas víctimas de la guerra, sus propios asalariados; tan poca, en realidad, como los terratenientes y agricultores por los mal alimentados trabajadores del campo cuya labor llenaba sus bolsillos hasta dejarlos repletos. Era un mundo duro, de intereses agudamente divididos, con un sentido muy limitado de la fraternidad nacional, salvo en ocasiones, ante el enemigo extranjero.

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El pan y el queso regados de cerveza o té, se convirtieron en la base de la alimentación del trabajador en muchos condados del sur: veían apenas la carne, si bien muchos cultivaban patatas en el huerto contiguo a su casucha. El peligro de la inanición con que se enfrentaban los pobres campesinos en muchas regiones como consecuencia de los precios de guerra y los salarios bajos, fue conjurado mediante un remedio que acarreo muchos males .Se convocó en mayo de 1795 a los magistrados de Berkshire para que se reuniesen en Speenhamland, suburbio situado al norte de Newbury, con el propósito expreso de de fijar y poner un jornal mínimo para el condado en relación con el precio del pan. Habría de ser una medida difícil de de llevar a cabo contra la resistencia de los agricultores recalcitrantes, pero, en principio, constituía el remedio acertado. Si se le hubiese adoptado para el Berkshire y para toda Inglaterra, podía haber encaminado toda nuestra moderna historia social por derroteros más felices. Era lo justo, y se basaba en la costumbre tradicional y en el derecho vigente. Por desgracia, los jueces de paz, que habían acudido a Speenhamland animados por tan buen propósito, fueron persuadidos allí de que en lugar de elevar los jornales debían completarlos con cargo a los impuestos parroquiales. Redactaron y publicaron una escala según la cual cada n “Pobre e industriosa persona” recibiría de la parroquia una determinada suma semanal en adición a su jornal, a razón de un tanto para él y un tanto para los demás miembros de su familia, cuando cada hogaza de pan costase u n chelín. Conforme subiese el precio del pan, habría de aumentar la porción. Esa escala, conocida vulgarmente con el nombre de “ley de Speenhamland”, fié adoptada por los magistrados de un condado tras otro de Inglaterra rural, especialmente en los condados donde los cerramientos de fincas habían tenido lugar en fecha reciente. Los condados del norte se contaban entre los que se hallaban fuera de dicho sistema, pues allí la proximidad de minas y fábricas tendía a mantener los jornales debido a la competencia.

Este pago de cuotas de ayuda de salario relevaba a los agricultores que empleaban un gran número de braceros en donde la necesidad de satisfacer a éstos un jornal suficiente para vivir, y forzaba de la manera más injusta al pequeño vecino independiente de la parroquia a ayudar al poderoso, mientras al mismo tiempo obligaba al trabajador del campo a convertirse en pobre aunque ejecutase plenamente su trabajo…….El efecto moral fue desastroso por métodos conceptos .Los grandes agricultores se cerraban en su repulsa egoísta a elevar los jornales ,las clases independientes se tambaleaban bajo el peso de la taza de pobres, en tanto que la holgazanería y el crimen aumentaban entre los trabajadores agrícolas empobrecidos .

El precio de los cereales mantenido durante la guerra, mientras pasaba hambre y empobrecía el obrero del campo, no solo beneficio al terrateniente y al gran arrendatario agrícola, sino que contribuyo durante algún tiempo a contener la decadencia del yeomen propietario y del campesino censatario. Sin embargo, después de Waterloo se reanudó, con la caída de los precios del grano, la reducción en las filas de los pequeños labradores. Sobre ellos peso con mayor gravedad, en el aspecto financiero, el sistema de Speenhanland, por cuanto en muchos de los condados del sur, especialmente en Wiltshire, los numerosos agricultores que no empleaban mano de obra jornalera se veían obligados a pagar gravosas tasa de pobres con el fin de completar los jornales satisfechos por los granjeros que empleaban gran capacidad de braceros, es decir, los rivales que estaban llamados a suplantarlos. Y el pequeño agricultor seguía sufriendo, a consecuencia de los continuos cerramientos en el campo abierto y comunal de la progresiva descendencia de las industrias practicadas en la casita rural.

Una vez que hubieron pasado la guerra y las reacciones a que dio lugar, resulta de los cálculos estadísticos de salarios reales que la situación del obrero agrícola no era peor en 1824 que treinta años antes, tomando el promedio de la nación en conjunto. En algunas regiones era decididamente mejor. Su estándar de vida había declinado, no obstante, en aquellas regiones de la campiña meridional que estaban más alejadas de la competencia establecida con respecto de los jornales por las minas y las industrias, y particularmente allí donde se hacía uso de la tasa de pobres para mantener bajos los salarios y donde el obrero del campo dependía del agricultor que lo empleaba a cambio, simplemente, de la choza de barro en que habitaba. Con frecuencia se le obligaba a invertir parte de su jornal en la adquisición de mal trigo y peor cerveza. En esos condados, el incendio de los almiares y el motín fueron expresión del sentimiento de miseria sin esperanzas. En tiempo más primitivos y sencillos, el labrador se había albergado con más frecuencia en la granja y comido en la mesa del propietario. Esto había significado, por supuesto, que era tan dependiente de su patrono como cuando en tiempos posteriores s ele proveyó de una casucha que le sujetaba; pero también significaba un contacto personal más estrecho, y por ello a menudo más cordial, y una menor separación de clases. Nos habla Bobbett del trabajador agrícola a la antigua usanza que compartía son diferencias la comisa de su patrono, aunque éste pudiera reservarse la cerveza más fuerte-.

En el invierno de 1830, pocos meses antes de la introducción de la gran ley de reforma, los hambrientos obreros del campo de los condados situados al sur del Támesis se amotinaron reclamando un jornal de media corona diaria. La venganza de los jueces fue terrible: Tres de los amotinados fueron injustamente ahorcados y cuatrocientos veinte arrancados del seno de sus familias y llevados a Australia como presidiarios. Tal crueldad, dictada por el pánico, fue buena muestra del abismo de incomprensión social que separaba a la clase alta de los pobres, incluso en los momentos en que el espíritu anti jacobino había sido exorcizado de la esfera política y una “reforma” se había convertido en una consigna de los ministros del rey.

Ya en 1771 el hecho de que merced a las mayores facilidades de transporte aumentaba sin cesar el éxodo de muchachos y muchachas campesinas hacia Londres. En la época que nos ocupa participaban también otras ciudades en la labor de atraer a millares de jóvenes campesinos de todos los sectores de la Inglaterra rural. El movimiento migratorio se acusaba especialmente en el norte, la región de las minas, las fábricas y las hilanderías de algodón. Las cifras del censo de los años

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1801 a 1831 muestran, realmente, que en algunas de las parroquias más alejadas del norte el número de habitantes disminuía ya todos los decenios. No podía aplicarse esto, sin embargo, a la aldea media inglesa; pero por más que una parroquia rural, en los treinta primeros años del siglo, pudiera no mostrar una disminución apreciable en el número de sus habitantes residentes, no por eso dejaba de enviar a muchos de sus jóvenes a poblar las colonias, a los Estados Unidos, o bien a los centros de la industria y del comercio de la metrópoli.

LA VIDA EN LA ALDEA

El continuo aumento observado en la población hacía realmente imposible suministrar trabajo a todos en la aldea inglesa. La agricultura había absorbido todos los brazos que necesitaba, y muchas especies de profesiones y oficios tradicionalmente rurales iban desapareciendo. Las grandes industrial nacionales, como la de los paños, iban emigrando de las regiones rurales, a las cuales se habían trasladado en los últimos tiempo de la Edad Media y en la época de los Tudor. La aldea se volvía más puramente agrícola; dejaba de fabricar mercancías para el mercado general, y además fabricaba menos artículos para su propio consumo.

Con el progreso obtenido en los caminos y comunicaciones, aprendieron la señora de la casa solariega, primero, la mujer del agricultor, después, y finalmente, la campesina, a comprar en la ciudad una gran cantidad de artículos que se acostumbraba anteriormente a fabricar en la aldea o en la finca. Y era ahora frecuente el establecimiento de una “tienda de aldea”, provista de mercancías procedentes de las ciudades o de ultramar. La aldea que se bastaba y se vestía a sí misma se iba convirtiendo cada vez más en cosa del pasado. Desaparecían uno a uno los artesanos –el talabartero, el que fabricaba los aperos agrícolas, el sastre, el molinero, el ebanista, el tejedor y, en ocasiones, aun el carpintero y el albañil-,hasta que, a fines del reinado de Victoria, el herrero era en algunos lugares el único artesano que quedaba, tratando de compensar la decadencia de su industria propia, de hacer y poner herraduras a los caballos, con la labor de remendar los neumáticos pinchados de las bicicletas de los turistas…La reducción operada en el número de las pequeñas industrias y oficios hacia más lánguida y menos autosuficiente en su mentalidad e interés vernáculo la vida de la aldea, pasando a ser mero afluente de la vida nacional en vez de su corriente principal. La vitalidad de la aldea declinaba lentamente conforme la ciudad iba chupando su sangre y su cerebro de cien maneras diferentes. Este proceso, que se prolongó durante todo un siglo, ya había comenzado en el período que medió entre Waterloo y el proyecto de la ley de reforma.

Pero, durante la primera mitad del siglo XIX, la aldea inglesa fue capaz de suministrar un excelente tipo de colono para las nuevas tierras de ultramar. Sus hombres estaban acostumbrados a las privaciones y a largas horas de trabajo a la intemperie, y dispuestos a emplear sus brazos en la tala de árboles, las labores agrícolas y los más rudos trabajos manuales; y sus mujeres se encontraban preparadas para criar y gobernar familias numerosas.

Mientras que una multitud de aldeanos ingleses cruzaban el océano, se trasladaban otros muchos a las regiones industriales de la metrópoli. Este movimiento de población en el interior de la isla se había manifestado con caracteres especialmente marcados durante las guerras napoleónicas. La era del “carbón y de la hulla” entraba en la base de gravedad. Comenzaba un nuevo orden de vida, y las circunstancias bajo las cuales se inició condujeron a una nueva especie de inquietud.

Los emigrantes que se dirigían a las regiones mineras e industriales abandonaron un viejo mundo rural, esencialmente conservador en su estructura social y en su atmósfera moral, y eran vertidos en montones de gentes desatendidas, que pronto fermentaban, como ocurre con las muchedumbres abandonadas a su suerte, convirtiéndose en material altamente inflamable. Muy a menudo, sus alimentos, vestidos y salarios eran menos males de lo que habían sido en las granjas y casas de campo que dejaran. Y gozaban de una independencia mayor que los trabajadores del campo cuyos jornales se completaban mediante el socorro de pobres. La migración hacia las fábricas significaba, empero, pérdidas a la vez ganancias. La belleza del campo y del bosque y del seto, las costumbres inmemoriales de la vida rural-la pradera de la aldea con sus juegos, la fiesta de la cosecha, la fiesta de la entrega del diezmo, los ritos del primero de mayo, los deportes al aire libre-habían constituido un fondo humano y una tradición milenaria con que paliar la pobreza que no se encontraban en la mina o en la fábrica o entre las filas de edificios de ladrillos construidos en serie para albergar a los obreros. En realidad, las viejas casuchas campestres de donde venían habían sido frecuentemente lugares peores para la vida material, pintorescas, pero ruinosas e insalubres. Y sin embargo, nada tenía de raro que sintiesen la nostalgia de una desvencijada ventana cubierta con su enredadera de madreselva o de un techo lleno de goteras y cubierto de musgo y de palomas.

Los perore barrios bajos que se encontraban en las nuevas áreas urbanas eran los habitados por los irlandeses, que venían de suburbios rurales mucho peores aún que los de la peor aldea inglesa, y traían con ellos las malas costumbres correspondientes a aquéllos. El trato de que era objeto el campesino irlandés por parte de los ingleses había de ser perpetuamente vindicado aquí. Pero, por lo que respecta a las condiciones higiénicas en las regiones industriales, el peor período fue más bien el de mediados del siglo XIX que el de los comienzos de la centuria, debido a que ya entonces muchas casas nuevas habían tenido tiempo para convertirse en zahúrdas, por cuanto nadie se preocupaba de repararlas o sanearlas conforme iban pasando los años.

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Los obreros fabriles, al igual que los mineros, se agrupaban formando una más de asalariados frente al patrono, que vivía completamente separado de ellos en su propia casa y en un ambiente social distinto; en tanto que bajo el antiguo sistema habían vivido diseminados-unos, dos o, a lo más, media docena de obreros en cada granja- en relación personal más íntima, y por lo tanto más amistosa, con su patrón agricultor, a cuya mesa comían los trabadores solteros los manjares cocinados por la esposa de aquél.

La desdeñada humanidad que se agrupaba en las fábricas y minas carecía aún de toda clase de servicios sociales o de diversiones de tipo moderno que compensaran la pérdida de las comodidades y tradiciones de la vida campestre. Ni la iglesia ni el estado se preocupaban de ellos lo más mínimo. Ninguna hada bondadosa los visitaba para llevarles mantas o consejos; ningún ministro inconformista era su amigo; no podían permitirse otro lujo que el de la bebida; ni hablar más que los unos con los otros y apenas de otro tema que no fuese el de sus pesares. Todo eso los hacía ser, naturalmente, como yesca para la llama de la agitación. Ningún otro interés o esperanza tenían en su vida como no fuese la religión evangélica o la política radical, que iban en ocasiones juntas, pues eran muchos los predicadores inconformistas imbuidos de las doctrinas radicales, que se encargaban de propagar. Pero el conservadurismo político con el cual se había iniciado el movimiento wesleyano no se había extinguido aún y actuaba como elemento de represión.

Los braceros agrícolas y los obreros que trabajaban en pequeños talleres todavía sobrepujaban en número a la mano de obra que prestaba sus servicios en minas y fábricas. Y había que contar además a la numerosa hueste de hombres y mujeres ocupados en el servicio domésticos. En el tercer decenio de la centuria, sólo los sirvientes del sexo masculino eran “un cincuenta por ciento más numerosos que todos los hombres y mujeres, niños y niñas empleados en la industria algodonera”.

Otra clase muy numerosa, igualmente distanciada de la fábrica que del servicio doméstico, era la constituida por el ejército móvil de mano de obra jornalera conocido con el nombre de los “navies”, enrolando en cuadrillas que se trasladaban de un lugar a otro, excavando canales, construyendo carreteras y, en la subsiguiente generación túneles y terraplenes para los ferrocarriles. En el norte se encontraban los irlandeses en gran número entre sus filas; pero en el sur estaban integradas éstas casi en su totalidad por mano de obra sobrante en las aldeas inglesas, que disponían en esos lugares de menos facilidad de salida para fábricas y minas. Algunos maquinistas muy bien pagados eran los oficiales de ese ejército de navies, que llegaron a ser muy numerosos y excelentes retribuidos cuando llegó el momento de la construcción de líneas férreas y la perforación de túneles. Pero los navies, en conjunto, se contaban entre los miembros menos hábiles, más ignorantes y peor pagados de las nuevas clases de obreros industriales. Eran los nómadas del mundo nuevo, y fue su fuerza muscular la que echó sus cimientos.

En el extremo opuesto de las filas obreras se encontraban los maquinistas y los mecánicos. Los hombres que construían y reparaban las máquinas formaban la élite de la Revolución industrial y su auténtica guardia personal.

La educación de los adultos recibió su impulso inicial de la Revolución industrial por virtud del deseo de los mecánicos de adquirir conocimientos científicos generales y la buena voluntad del sector más inteligente de la clase media deseoso de atender a su demanda. Fue un movimiento en parte profesional y utilitario y en parte intelectual e ideal.

El éxito alcanzado por esos institutos mecánicos mediante una suscripción anual de una guinea mostró que, dejando a un lado lo que ocurría en otras clases de obreros, la prosperidad se iba abriendo ante los maquinistas y mecánicos como consecuencia de la Revolución industrial que les había dado el ser. Francis Place. El sastre radical, había sido testigo de cómo habían sido aplastados los primeros esfuerzos de las clases trabajadoras en pro de la autoeducación por el pánico anti jacobino de la generación anterior; pero ya en 1824 describe su gozo ente el espectáculo de “800 a 900 mecánicos limpios y de aspecto respetable prestando la máxima atención” a una lección de química. Durante ese mismo año, vendió el Mechanic´s Magazine 16,000 ejemplares, y 1,500 obreros se suscribieron a una guinea por cabeza para el Instituto de Londres. La ciencia enciclopédica circulaba a la sazón en libros baratos y periódicos merced a la iniciativa de editores emprendedores y era absorbida por ansiosos estudiantes del desván y del taller.

Al propio tiempo que la enseñanza de los adultos y la autoeducación avanzaban impulsadas por una nueva brisa, la fundación de la universidad de Londres se inspiraba en el mismo espíritu. Los inconformistas y los secularistas excluidos de Oxford y de Cambridge se habían unido para formar un centro de enseñanza, ajeno a toda secta, en la capital, sobre base de dejar a la teología fuera del cuadro de enseñanzas y de prescindir de cualquier examen o prueba religiosa tanto para enseñar como para aprender. La tendencia de la universidad en embrión se orientaba hacia los estudios modernos, incluyendo las ciencias. El cuadro de materias estrictamente clásico se identificaba en el sentir de todos los herméticos establecimientos pedagógicos del partido de la iglesia y del estado. La “utilidad” atraía más a la población de la ciudad carente de privilegios. La fundación de la universidad de Londres constituyó, en consecuencia, un acontecimiento de importancia primordial en el campo de la enseñanza, pero en aquellos momentos se perdió su verdadera importancia entre recriminaciones sectarias y partidistas y más de una sátira jovial acerca de Brougham y de su “colegio londinense”.

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La enseñanza primaria perdió tanto como ganó a consecuencia de las querellas religiosas y sectarias, características de una época en que los disidentes se habían hecho numéricamente formidables, pero en que los elementos de la iglesia oficial seguían manteniéndose en la posición de no ceder ni un ápice de sus privilegios. Por un lado no se podían obtener fondos públicos con destino a la enseñanza del pueblo, ya que reclamaba la iglesia que habían de ser gastados bajo la égida de la religión del estado y jamás se hubieran mostrado conformes los disidentes en que tales fondos se invirtieran en la forma indicada. Del otro lado, las diferentes sectas rivalizadas entre sí en la labor de recolectar fondos voluntariamente para la erección de escuelas diurnas y escuelas dominicales.

“La sociedad escolar británica y extranjera”, sometida al patronato disidente y whig, laborada sobre la base de la enseñanza de la Biblia sin sectarismo, en tanto que los elementos de la iglesia oficial contraatacaban mediante la fundación de la “sociedad nacional para la educación de los pobres de acuerdo con los principios de la iglesia anglicana”. Las escuelas “nacionales” o anglicanas se convirtieron en el medio más corriente de enseñanza en la aldea inglesa.

Con el crecimiento de las nuevas condiciones industriales, que implicaba la desaparición del aprendizaje y de la relación personal entre el jornalero y su patrón, era esencial la actuación de la sociedad obrera para proteger los intereses del asalariado, especialmente si se tiene en cuenta que el estado se negaba a seguir practicando la vieja política de los Tudor de fijar los salarios. Sin embargo, durante el periodo anti jacobino, todas las uniones de obreros, tanto con fines políticos como puramente económicos, se consideraban como “sediciosas”. Lo único que asombra de esa actitud del estado como padrino del patrón en el duelo empeñado, es que no haya conducido a una mayor violencia y derramamiento de sangre. Produjo, sin embargo, el movimiento perturbador de los “saboteadores”.

Meditando las guerras Napoleónicas, el desempleo, los bajo jornales y el hambre eran los periódicos entre la masa obrera industrial del Nottinghamshire, el Yorkshire y el Lancashire, debido en parte a los primeros efectos de la nueva maquinaria. En 1811-1812, comenzaron los “ludditas” a destruir los talleres siguiendo un plan sistemático de acción. Aunque existía en las filas de los mismos una tendencia hacia la violencia entre algunos irlandeses, nada había en su plan que se pareciese a una rebelión en serio, y el temor a que se produjese se debía simplemente a la ausencia en toda la isla de una organización policiaca eficaz. A tal razón se debió, únicamente, el que hubiese que recurrir a la tropa para sofocar los túmulos y proteger las máquinas. La carencia de policía civil agravaba los síntomas de perturbación política y social y fue la causa directa de la tragedia de Peterloo. La creación, a iniciativa de Peel, del famoso cuerpo de casacas azules, tocado con sombreros de copa y provisto de cachiporras, en el año de 1829, marcó el comienzo de un estado de cosas mejor. Organizado en principio para el área de Londres, salvó la “nueva policía” a la capital, durante la agitación a que dio lugar el proyecto de ley de reforma dos años más tarde, de sufrir a manos del populacho radical, daños como los que padecieron Bristol y otras ciudades, y el mismo Londres con motivo de los motines de Gordon que tuvieron lugar cincuenta años antes. Conforme se iba extendiendo paulatinamente la organización de la policía debida a Peel por todos los ámbitos de la nación, el tumulto y el temor al mismo fueron perdiendo su antigua importancia en la vida inglesa.

Pero el movimiento de 1812 ofrecía otro aspecto además del de la destrucción de las máquinas, Reclamaban los ludditas, ajustándose al procedimiento legal de formular su petición al Parlamento, que se aplicasen las leyes existentes, algunas de las cuales databan nada menos que de los tiempos de la reina Isabel, para la regulación por el estado de los salarios y horas de trabajo en forma equitativa tanto para el patrón como para el asalariado. Era ésta una demanda perfectamente justa, tanto más cuando esos viejos estatutos eran parcialmente aplicados para impedir las uniones de obreros a fin de proteger sus propios intereses. En realidad, la posición contraria a la asociación obrera había sido recientemente fortalecida por la ley de asociaciones de Pitt, de 1800. Las leyes habían de aplicarse, en principio, tanto a las asociaciones de patronos como a las de obreros, pero de hecho se permitía a los primeros asociarse a su antojo, en tanto que se perseguía a sus asalariados cuando recurrían a la huelga. Finalmente, en 1813 revocó el Parlamento los estatutos isabelinos que conferían a los jueces de paz la facultad de fijar, con carácter obligatorio, un salario mínimo.

No es que todos los patrones fuesen duros con sus obreros o indiferentes a sus penalidades, una ilustrada minoría de patrones había apoyado el reconocimiento de la ilegalidad de sus asociaciones obreras.

Durante las guerras napoleónicas, el emprendedor manufacturero Sir. Robert Peel el viejo había comenzado una campaña en pro del control del estado sobre el trabajo de los niños en las fábricas, especialmente en lo referente a la protección de los aprendices pobres de solemnidad, que eran objeto de una horrible trata de esclavos por parte de las autoridades públicas. No cabe duda que el buen Sir. Robert, que tenía empleados a 15,000 obreros en su propia industria, deseaba en parte refrenar la competencia desleal de sus rivales menos escrupulosos. Pero las leyes de fábrica dictadas durante el período anterior al proyecto de ley de reforma fueron no solamente limitadas en su alcance, sino que siguieron siendo letra muerta por falta de mecanismo adecuado para ejecutarlas. Por desgracia, en los primeros años del siglo el control del estado en interés de la clase trabajadora no era una idea simpática a los gobernantes de la Gran Bretaña. Cerraban sus oídos a Robert Owen cuando les manifestaba que sus propias hilanderías de New Lanark constituían un modelo listo ya para enseñar al mundo cómo podía erigirse el nuevo sistema industrial en el instrumento del progreso estandarizado en la higiene, bienestar, jornada, salarios y educación que elevase la situación de la clase obrera hasta un nivel medio lejos de ser alcanzado jamás bajo el sistema doméstico. Haced que el estado, decía Owen, imponga un régimen análogo en todas

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las fábricas. Pero las gentes, por más que se interesasen bastante en visitar y admirar las hilanderías de New Lanark, se negaban a imitarlas. Los hombres eran todavía incapaces de comprender la moderna doctrina-que fue Owen el primero en captar y enseñar- de que el medio ambiente crea el carácter y está sometido al control humano.

Por: Ana Cecilia Buenrostro Mata

Gran Exposición

Gran Exposición, (en inglés Great Exhibition of the Works of Industry of all Nations) nombre con que se conoce a la exposición Universal celebrada en 1851 en Londres. Concebida para mostrar el progreso de todo el mundo: maquinaria, productos manufacturados, esculturas, materias primas, todos los frutos de la creciente industria humana y de su ilimitada imaginación. Su apertura, el 1º de mayo, en Hyde Park, mostró todas estas maravillas en una maravilla más: The Crystal Palace (el Palacio de Cristal). El príncipe Alberto, esposo de la Reina Victoria, fue el principal promotor de esta exposición.

Esta exhibición engloba, simboliza e inicia la mirada del ser humano hacia el progreso y la modernidad; demostró en su tiempo, la supremacía de Inglaterra como el país más avanzado industrialmente. Los artículos ingleses, ocupaban más de la mitad del Crystal Palace, y reflejaban el sutil conflicto entre lo viejo y lo nuevo que tanto preocupó a la Europa del siglo XIX. Varios países mandaron sus productos, dentro de los cuales todavía se podía ver mucha mano artesanal. Las colonias inglesas, enviaron una gran variedad de productos que cautivaron la imaginación del público inglés. Además, es aquí donde se comenzó a ver la diferencia entre un emergente grupo que sería el Primer Mundo versus otros que después serían países en "vía de desarrollo" o el Tercer Mundo.

Como base de esta exposición, se encontraba la fe en el conocimiento científico La ciencia estaba produciendo nuevos y poderosos cambios en la manera de producir y de ver la vida, cambiando así mismo el pensamiento. El hombre quería tener el mayor conocimiento posible para poder controlar a la naturaleza. La ciencias como la física, la genética, la psicología, la antropología y la sociología, comenzaron a tener más adeptos para su estudio, propiciando cambios y descubrimientos en la aplicación de nuevos conocimientos científicos.

Características generales de "El Palacio de Cristal"

Diafanidad, luminosidad. Fue un edificio rentable pues parte de estos materiales pueden volverse a usar (desmontables para nuevos usos). Uso del hierro y el cristal¨. Fue el primer edificio que se construye como si fuera una estructura, con módulos montables (segmentos

metálicos + planchas de cristal) → como si del esqueleto de un edificio se tratase. Desde el punto de vista estético, se crea un desarrollo dimensional importante con una composición geométrica

interesante. Supone la ruptura del espacio interior y exterior → transparencia del cristal que hace posible ver desde dentro el exterior y viceversa. Obtenemos una inmensa iluminación natural (el edificio es como si fuera una gran ventana), tiene el mismo nivel de luz en todas sus partes interiores.

Tiene un marcado aspecto etéreo. Fue un edificio de referencia y estudio para otros artistas, e incluso para otras exposiciones posteriores hasta su desaparición.

Tecnología

Ingeniería:

El ímpetu de la Revolución industrial ya había ocurrido, pero fue durante este período que los efectos totales de la industrialización se hicieron sentir, liderando a la sociedad de masas del siglo XX. La Revolución llevó al aumento de ferrocarriles a través del país y grandes adelantos en ingeniería, los más famosos dados por el ingeniero Isambard Kingdom Brunel. Otro gran adelanto de ingeniería de la Era Victoriana fue el sistema de aguas residuales en Londres. Fue diseñado por Joseph Bazalgette en 1858. Él propuso crear 82.000 aguas residuales conectadas con más de 1.000.000 de alcantarillas. Se encontraron muchos problemas, pero las aguas residuales se completaron. Después de esto, Bazalgette diseñó el Thames Embankment el cual contenía alcantarillas, tuberías de agua y el London Underground. Durante este mismo período, la red de suministro de agua de Londres se expandió y se mejoró, y la reserva de gas para la luz y el calor se introdujo en los años 1880.

Sir Joseph William Bazalgette fue un ingeniero inglés, considerado uno de los más innovadores de la Época victoriana. Como ingeniero en jefe de la Junta Metropolitana de Obras Públicas de Londres, su principal logro fue la creación de una red de alcantarillado para el centro de la ciudad, que dio comienzo a la limpieza del río Támesis y fue fundamental para poner fin a las continuas epidemias de cólera que asolaban los barrios de la capital inglesa.

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Fotografía

Durante la Era Victoriana, la ciencia creció hacia la disciplina que es hoy en día. Además del incremento del profesionalismo de la ciencia universitaria, muchos caballeros victorianos dedicaban su tiempo en el estudio de la historia natural. La fotografía se realizó en 1839 por Louis Daguerre en Francia y William Fox Talbot en Inglaterra. Hacia 1900, estaban disponibles las cámaras portátiles.

Cultura

Arte: Hermandad Prerrafaelita

La Hermandad Prerrafaelita o Prerrafaelista (Pre-Raphaelite Brotherhood) fue una asociación de pintores, poetas y críticos ingleses, fundada en 1848 en Londres por John Everett Millais, Dante Gabriel Rossetti y William Holman Hunt. La Hermandad duró como grupo constituido apenas un lustro, pero su influencia se dejó sentir en la pintura inglesa hasta entrado el siglo XX.

Los prerrafaelistas rechazaban el arte académico predominante en la Inglaterra del siglo XIX, centrando sus críticas en Sir Joshua Reynolds, fundador de la Royal Academy of Arts. Desde su punto de vista, la pintura académica imperante no hacía sino perpetuar el manierismo de la pintura italiana posterior a Rafael y Miguel Ángel, con composiciones elegantes pero vacuas y carentes de sinceridad. Por esa razón, ellos propugnaban el regreso al detallismo minucioso y al luminoso colorido de los primitivos italianos y flamencos, anteriores a Rafael (de ahí el nombre del grupo), a los que consideraban más auténticos.

Ideario del grupo

Los objetivos de la Hermandad se resumían en cuatro declaraciones:

1. Expresar ideas auténticas y sinceras;2. Estudiar con atención la Naturaleza, para aprender a expresar estas ideas;3. Seleccionar en el arte de épocas pasadas lo directo, serio y sincero, descartando todo lo convencional,

autocomplaciente y aprendido de memoria;4. Y, lo más importante de todo, buscar la perfección en la creación de pinturas y esculturas.

Controversias públicas

La pintura prerrafaelista fue mostrada al público por primera vez en 1849. Los cuadros Isabella (1848–1849), de Millais, y Rienzi (1848–1849), de Hunt, se expusieron en la Royal Academy, y La juventud de la Virgen María de Rossetti en la exposición libre de Hyde Park Corner. Como habían acordado, todos los miembros de la hermandad añadieron, tras su firma, las siglas PRB (Pre-Raphaelite Brotherhood). Entre enero y abril de 1850 el grupo publicó una revista literaria, llamada The Germ. William Michael Rossetti era el editor de la revista, que contenía poemas de los hermanos Rossetti, Woolner y Collinson, junto con ensayos de arte y literatura firmados por simpatizantes de la hermandad, como Coventry Patmore. Como su corta vida indica, la revista no tuvo gran éxito.

En 1850 la Hermandad Prerrafaelista se convirtió en el centro de una polémica a causa de la exhibición del cuadro de Millais, Cristo en casa de sus padres, considerado blasfemo por varios críticos, entre ellos el famoso novelista Charles Dickens. Se atacó su medievalismo por retrógrado y su detallismo extremo fue tildado de antiestético y ofensivo a la vista. Según Dickens, Millais mostraba a la Sagrada Familia como un grupo de alcohólicos de los barrios bajos, en poses ridículas y absurdamente medievales. Un grupo rival de artistas de la generación anterior, The Clique, hizo a la Hermandad blanco de sus críticas. Sus ideas fueron atacadas públicamente por el presidente de la Academia, Sir Charles Lock Eastlake.

Sin embargo, el grupo encontró un importante valedor en el crítico John Ruskin, quien elogió su dedicación a la observación de la naturaleza y su rechazo de los métodos de composición convencionales. Más adelante, Ruskin continuaría prestando apoyo a los prerrafaelistas, tanto económicamente como a través de sus escritos.

A causa de estas polémicas, James Collinson abandonó la hermandad. Se propuso sustituirlo por Charles Alston Colins o Walter Howell Deverell, pero no se llegó a un acuerdo. Fue entonces cuando el grupo comenzó a deshacerse, aunque su influencia continuaría haciéndose sentir. Los artistas que habían pertenecido al movimiento continuaron con los planteamientos iniciales del, pero dejaron de incorporar a sus obras las iniciales PRB.

Sir John Everett Millais (Southampton, (Reino Unido), 8 de junio de 1829 – Londres, 13 de agosto de 1896), fue un pintor e ilustrador británico, uno de los miembros fundadores de la Hermandad Prerrafaelita

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El cuadro de Millais Cristo en casa de sus padres (1850) fue objeto de controversia a causa del retrato realista de una Sagrada Familia de clase obrera trabajando en un desordenado taller de carpintería. Otras obras posteriores de Millais fueron también polémicas, aunque no tanto. Consiguió el éxito con Un hugonote (1852), que representa a una joven pareja a punto de separarse a causa de sus diferencias de religión. El artista repetiría este mismo tema en obras posteriores.

Todas sus obras de este período están realizadas con gran atención por los detalles, destacando a menudo la belleza y complejidad del mundo natural. En pinturas como Ofelia (1852), Millais creó superficies pictóricas densamente elaboradas basándose en la integración de elementos de la naturaleza. Este procedimiento ha sido descrito como una especie de «ecosistema pictórico».

Dicho estilo fue promovido por el crítico John Ruskin, quien había defendido a los prerrafaelitas de sus críticos. A través de su amistad con Ruskin, Millais conoció a la esposa de éste, Effie Gray, quien poco después posó para el cuadro de Millais, The Order of Release. Millais y Effie terminaron enamorándose, y en 1856, tras conseguir ella la anulación de su matrimonio con Ruskin, contrajeron matrimonio.

Prostitución

La doble moral sexual es propia de la era victoriana. La Reina mandó alargar los manteles de palacio para que cubrieran las patas de la mesa en su totalidad ya que, decía, podían incitar a los hombres al recordar las piernas de una mujer. Sin embargo, paralelamente a las estrictas costumbres de la época se desarrollaba un mundo sexual subterráneo donde proliferaban el adulterio y la prostitución.

La prostitución era una actividad muy frecuente en la Inglaterra del siglo XIX. Tan sólo en Londres se calcula que había unas 2.000 prostitutas en los barrios bajos de la ciudad. Generalmente éstas eran mujeres que hacían la calle por unas pocas monedas y que procedían de las más diversas nacionalidades. Londres era una capital terriblemente pujante y era un destino muy popular en los flujos migratorios.

Las prostitutas poblaban los bares y las calles de Whitechapel, uno de los barrios más pobres del East End. Pero también se encontraban cerca de teatros y establecimientos de ocio masculino, desde burdeles hasta locales donde los hombres bebían y disfrutaban de espectáculos eróticos que muchas veces estaban protagonizados por menores de edad. La prostitución homosexual también existía, aunque lógicamente el secretismo en torno a ella era mayor.

Las enfermedades sexuales fueron muy corrientes en la época, como lo fue también la tuberculosis.

La irrupción de Jack el Destripador en el verano de 1888 fue devastadora para las prostitutas de Londres. La histeria se apoderó no sólo de Londres sino del país entero que leía las noticias en los periódicos con estupor e indignación de que ni toda la policía de la ciudad pudiera detener a un solo hombre. El asesinato de prostitutas era algo corriente entonces. Se registraban muchos acuchillamientos y también muchos suicidios de mujeres que rajaban su garganta con un cuchillo (entonces era una forma de suicidio corriente) pero el modus operandi del asesino sorprendió a los más insensibles y la época victoriana dio a luz al primer asesino en serie que conocemos.

Juego

Esta nueva sociedad inglesa tan aparentemente abocada al trabajo, a la moral y a las buenas costumbres, inventa el juego, en todos los sentidos y direcciones que este término abarca. Desde el backgammon y los juegos de casino, las charadas y juegos de salón, hasta los deportes de campo, como el rugby, el tenis, el cricket y el fútbol. Sin olvidar el croquet, que es una mezcla de juego de salón y de campo.

Naturalmente, algunos de estos juegos eran ya conocidos antes de la era victoriana, pero es sin duda esta sociedad la que los practica y pone de moda, difundiéndolos por todo el orbe terráqueo. Sin temor a la exageración, podíamos hablar de la aparición de un «homo ludens», es decir, de un hombre que, fundamentalmente, se realiza jugando.

Por: Andrea Áurea Pérez Ceniceros

LITERATURA INGLESA DEL SIGLO XIX

ROMANTICISMO

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Movimiento surgido en Alemania e Inglaterra a fines del siglo XVIII. Este movimiento pretende que se expresen los sentimientos, están en contra del neoclasicismo.

En Inglaterra, especialmente, este movimiento quería apartarse de lo que dejó la revolución industrial.

POESÍA (primera generación de poetas ingleses)

Los escritores ingleses de principios del s.XIX manifiestan la rebeldía propia del romanticismo de dos maneras:

1.- a través del rechazo de la sociedad burguesa e industrializada, para adentrarse a paisajes rurales y exóticos.

2.- a través de un nuevo lenguaje literario basado en el sentimiento y lo irracional, subjetividad y libertad.

William Wordsworth(1770-1850 Cockermouth, Inglaterra). Su obra más importante junto con el poeta Samuel T. Coleridge fue “Baladas Liricas” (Lyrical Ballads)dentro de esta obra, el poema más importante es: “Tintern Abbey” A few miles above Tintern Abbey (versos escritos pocas millas más allá de la abadía de Tintern). Habla acerca de recuerdos que tiene el autor de su infancia en ese lugar el cual está ubicado en Gales.

PROSA ROMÁNTICA

Jane Austen (1775-1817)

Su obra contiene un mensaje instructivo, señalan el buen comportamiento y aportan una especie de experiencia ficticia. Entre sus obras más reconocidas están: “orgullo y prejuicio” (pride & prejudice); “sentido y sensibilidad” (sense & sensibility).

SEGUNDA GENERACIÓN DE POETAS INGLESES

Percy Bysshe Shelley (1792-1822). Casado con la famosa Mary Shelley, su obra presenta presencia de utopías, está a favor de un pensamiento racionalista y revolucionario y esto se ve reflejado en su obra: “Queen Mab” (1813).

John Keats (1795-1821 25 años). La lirica de Keats se caracteriza por un lenguaje imaginativo y atrevido acompañado de por toques de melancolía. Puso todo su esfuerzo creativo en la elaboración de una poética y una estética ideales.

Sus principales obras fueron: “Oda sobre una urna griega”; “Al otoño”; “Lemia y otros poemas”.

Por: Rodrigo Manuel López Atanacio

Transformación del idioma inglés

El inglés usado a fines del reinado de Victoria es similar al idioma hablado durante los últimos años del reinado de Isabel. Cualquier inglés moderno puede comprender fácilmente la Biblia de 1611 e incluso los diálogos más idiomáticos de Shakespeare con mucha facilidad. Tres siglos entre Isabel y Victoria habían sido un período de transacciones por escrito gobernado por una clase alta ilustrada que defendió el lenguaje contra la introducción de cambios fundamentales en la gramática o en la estructura de las palabras existentes. Los cambios que sufrió el idioma fueron debido a la transformación de vehículo de la poesía y de la emoción en vehículo de la ciencia y el periodismo. Los isabelinos que leyesen un periódico de la época victoriana o escuchasen una conversación mantenida entre personas modernas ilustradas se quedaría perplejo ante las largas palabras totalmente extrañas para él que se han ido formando, habitualmente del latín, no con propósitos literarios como “the multitudinous seas incarnadine”, sino para atender a fines de la ciencia y el periodismo, así como para la discusión de problemas políticos y sociales, verbigracia: oportunista, minimizar, internacional, centrífugo, comercialismo, descentralizar, organización y los términos aún más técnicos de las ciencias físicas.

Victorianismo

En el siglo XIX surgió el romanticismo. Sus temas eran fantásticos, extremadamente emocionales, sobre la misma lucha entre el bien y el mal, la sensualidad y frecuentemente la muerte. Del romanticismo surgió otro más pequeño, personificado por escritores como Byron y Shelley, considerado más mórbido y decadente. Más tarde llegó a ser conocido como gótico, debido a la apreciación de sus líderes hacia el estilo "gótico" de la Edad Media. El victorianismo reprimió la sensualidad del romanticismo y del gótico, pero conservó la dicotomía del bien-mal y la obsesión con la muerte, todo esto con un estricto sentido de moralidad y claro, conservó los impulsos oscuros bajo presión y con tendencia a explotar en formas por demás bizarras.

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Mary Shelley

Mary Wollstonecraft Godwin fue una narradora, dramaturga, ensayista, filósofa y biógrafa británica, nació el 30 de agosto de 1797 en Londres y murió el 1º de febrero de 1851. Reconocida por ser la autora de la novela gótica Frankenstein o el moderno Prometeo (1818). Su padre fue el filósofo político William Godwin y su madre la filósofa feminista Mary Wollstonecraft. [La madre de Mary falleció tras darla a luz, por lo que ella y su hermana mayor, Fanny Imlay, serían criadas por su padre.

Si se juzgan a partir de las cartas de Louisa Jones, ama de llaves y enfermera de William Godwin, los primeros años de Mary fueron felices. Sin embargo, las deudas acosaban a Godwin y, sintiendo que no podría criar a sus hijas solo, comenzó a buscar una segunda esposa. Cuando Mary tenía tres años, Godwin contrajo matrimonio con su vecina, Mary Jane Clairmont, en diciembre de 1801, quien ya tenía dos hijos: Charles y Claire. A la mayoría de los amigos de Godwin le desagradó su nueva esposa, describiéndola como temperamental y peleadora; pero Godwin fue muy devoto de ella, y el matrimonio fue exitoso. Mary Godwin, por su parte, llegó a detestar a su madrastra. El biógrafo del siglo XIX de William Godwin, C. Kegan Paul, más tarde sugirió que la Sra. Godwin había favorecido a sus propios hijos sobre los de Mary Wollstonecraft.

Los Godwin crearon una firma editorial llamada M. J. Godwin, que vendía tanto libros para niños como artículos de papelería, mapas y juegos. Sin embargo, el negocio no tuvo éxito, y Godwin se vio obligado a pedir prestadas grandes sumas de dinero para mantenerlo. Sus deudas fueron creciendo progresivamente, aumentando también así sus problemas. Para 1809, el negocio de Godwin estuvo a punto de ser cerrado y el escritor quedó «al borde de la desesperación». Godwin logró salvarse de la cárcel por moroso gracias a filósofos entusiastas tales como Francis Place, quien le prestó dinero para que pagase sus deudas.

Godwin dio a su hija una educación que la alentó a adherirse a las teorías políticas liberales. A menudo enseñaba a sus hijos con métodos educacionales antiguos, y ellos tenían acceso a su biblioteca; además, tenían contacto con el gran número de intelectuales que los visitaban, incluyendo al poeta romántico Samuel Taylor Coleridge y al antiguo vicepresidente de los Estados Unidos: Aaron Burr. Godwin admitió que no estaba educando a sus hijos según la filosofía de Mary Wollstonecraft, filosofía que se vio expresada en obras tales como Una Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792). Mary Godwin, sin embargo, recibió una educación avanzada para una niña de su época. Tuvo una institutriz y una tutora, y leyó varios de los libros para niños de su padre sobre historia antigua de Roma y Grecia en su lengua original. Durante seis meses, en 1811, vivió en un internado en Ramsgate. Su padre la describió a los quince años como una chica «singularmente valiente, un tanto imperiosa, y de mente abierta. Sus ansias de conocimiento son enormes, y su perseverancia en todo lo que hace es casi invencible».

En junio de 1812, su padre envió a Mary a vivir con la familia disidente del radical William Baxter, ubicada cerca de Dundee, Escocia. Escribió a Baxter: «Estoy ansioso de que ella crezca, como filósofa, o incluso como escéptica». Los historiadores han especulado con que ella fue enviada fuera del país por motivos de salud, para protegerla del lado sórdido de los negocios, o para introducirla en la política radical. Mary Godwin vivió en la casa de Baxter en compañía de sus cuatro hijas durante diez meses, tras los cuales regresó al norte, en el verano de 1813. En la introducción de Frankenstein, de 1831, ella escribió: «Imaginé este libro allí. Fue bajo los árboles que rodean la casa, o en las desiertas laderas de las montañas cercanas, en donde tuvieron lugar mis primeras ideas genuinas y los primeros vuelos de mi imaginación».

En 1814, Mary Godwin inició una relación sentimental con uno de los seguidores políticos de su padre, Percy Bysshe Shelley, quien ya estaba casado. Los dos, junto con la hermanastra de Mary, Claire Clairmont, vivieron en Francia y viajaron por Europa; a su regreso a Inglaterra, Mary estaba embarazada. Durante los dos años siguientes, ella y Percy se enfrentaron al ostracismo social, a las deudas constantes, y a la desgracia del fallecimiento de su hija, nacida prematuramente. Se casaron a finales de 1816, luego del suicidio de la primera esposa de Percy Shelley, Harriet.

En 1817, la pareja pasó un verano con George Gordon Byron, John William Polidori y Claire Clairmont cerca de Ginebra, Suiza, en donde Mary concibió la idea para su novela Frankenstein. Abandonaron Gran Bretaña en 1818 y se mudaron a Italia, en donde su segundo y su tercer hijo murieron antes de que Shelley diese a luz a su último hijo, el único que sobrevivió, Percy Florence. En 1822 su esposo se ahogó al hundirse su velero, durante una tormenta en la Bahía de La Spezia. Un año después, Mary Shelley regresó a Inglaterra y desde entonces en adelante se dedicó a la educación de su hijo y a su carrera como escritora profesional. La última década de su vida estuvo plagada de enfermedades, probablemente vinculadas al tumor cerebral que acabaría con ella a los 53 años.

Entre sus novelas están las de tipo histórico como Valperga (1823) y Perkin Warbeck (1830); la novela apocalíptica El último hombre (1826) y las dos últimas , Lodore (1835) y Falkner (1837). Estudios de otros trabajos, menos conocidos, apoyan el punto de vista de que continuó siendo una política radical a lo largo de su vida, tales como Caminatas en Alemania e Italia (1844) y sus artículos biográficos.

En sus obras es indispensable la cooperación y la compasión, particularmente las practicadas por las mujeres en sus familias, son las formas de reformar a la sociedad civil. Esta visión constituyó un desafío directo al romanticismo individual promovido por Percy Shelley y a las teorías políticas educativas articuladas por su padre, William Godwin.

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Frankenstein

En mayo de 1816, Mary Godwin, Percy Shelley, y su hijo viajaron a Ginebra con Claire Clairmont. Planeaban pasar el verano con el poeta Lord Byron, cuyo reciente romance con Claire había devenido en un embarazo de ésta. El grupo llegó el 14 de mayo de 1816 a Ginebra, en donde Mary comenzó a llamarse a sí misma «Sra. Shelley». Byron se unió el 25 de mayo, con su joven médico y secretario, John William Polidori, y alquilaron la Villa Diodati, cercana al Lago de Ginebra en Cologny; Percy Shelley más tarde alquiló un edificio más pequeño llamado Maison Chapuis, ubicado en las cercanías. Pasaron el tiempo escribiendo, navegando en el lago y conversando hasta altas horas de la noche.

Mary Shelley, en 1831, describió el verano como «húmedo y poco amable en lo que respecta al clima, ya que la lluvia incesante nos obligó a encerrarnos durante días en la casa». Entre otros temas, las conversaciones se basaban en los experimentos del filósofo del siglo XVIII Erasmus Darwin, del cual se decía que había animado materia muerta, y de la posibilidad de devolverle la vida a un cadáver o a distintas partes del cuerpo. Sentados alrededor de una fogata en la villa de Byron, el grupo también se entretenía leyendo historias de fantasmas alemanas. Esto llevó a Byron un día a sugerir que cada uno escribiese su propia historia sobrenatural. Poco después, durante un sueño, Mary Godwin concibió la idea de Frankenstein:

Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible; dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo.

Comenzó a escribir lo que asumió que sería una historia corta. Con la ayuda de Shelley, amplió el cuento hasta convertirlo en su primera novela Frankenstein o el moderno Prometeo, publicada en 1818. Más tarde describió el verano en Suiza como «el momento en que por primera vez salté de la infancia a la vida real».

Lord Byron

George Gordon nació en Londres, Gran Bretaña en 1788 y falleció en Missolonghi, actual Grecia en1824. Fue un poeta británico. Fue hijo del capitán John «Mad Jack» Byron (quinto lord Byron de la familia, cuya nobleza provenía del reinado de Enrique VIII de Inglaterra), y de la segunda esposa de éste, lady Catherine Gordon. Su abuelo fue John Byron, también llamado «Foulweather» («Mal tiempo»), vicealmirante británico que navegó por todo el mundo. Su padre falleció en 1791 (a los tres años de vida de George) en la localidad de Valenciennes, en Francia, en una pequeña residencia propiedad de su hermana, a donde había huido tiempo atrás de sus acreedores y del terrible temperamento de su esposa. En su estancia allí, el padre había mantenido a varias amantes y derrochó a su antojo lo que le quedaba del dinero de la familia. Así, a esa edad y en compañía de su madre en Aberdeen, George heredó de su progenitor poco más que deudas y los gastos de su funeral.

No obstante, si la herencia material del padre fue poco más que un disgusto para el hijo, no se puede decir lo mismo de la herencia espiritual, pues el joven conservaría su amor por la belleza, el culto a la galantería, y su inclinación hacia la vida licenciosa. De su madre, en cambio, heredaría el cariño que ésta le ofreció, su dulzura, pero también su atroz temperamento.

George nació con una pequeña deformidad en el pie derecho. Era patihendido, significando esto que sus dedos en el pie estaban vueltos hacia dentro. Byron siempre apostó a que tal deformación había sido debida a la mojigatería de su madre, quien había rechazado asistencia médica en el parto. Por este problema, su padre dijo que jamás llegaría a andar. Pero el pequeño Byron, quien tuvo que calzar un zapato ortopédico durante toda su infancia, se rebeló a la creencia del padre, y aprendió a correr antes que a caminar, y aun cuando anduvo cojo, presumía de andar más rápido que muchos. En el futuro, al alcanzar la juventud, sus maneras y modales le servirían para disimular su cojera, haciéndola parecer un caminar excéntrico a la vez que distinguido.

Tuvo que soportar muchas burlas y rechazos por su deformidad, pero aprendió con el tiempo a defenderse bajo la máxima de que «cuando un miembro se debilita siempre hay otro que lo compensa». Palabras a las que en su vida siempre haría honor. Además de la cojera sufrió mucho por el frío, ya que sus huesos siempre fueron frágiles, lo que le causó gran malestar.

La relación de sus padres, que marcó a Byron de forma importante, podría definirse como tempestuosa. Si bien Byron jamás pudo considerar a su padre como un auténtico amante de su madre, ésta, a pesar de su rencor por lo ilícito de la vida de su marido, se volvió triste e inconsolable tras su pérdida. Byron describiría la relación que vivió con su madre Catherine como una aventura de golpes y besos. Catherine llamaba con frecuencia al pequeño Byron cojo bribón o pequeño diablo, mientras él la llamaba vieja o la viuda. Pese a esta relación de amor-odio, Byron diría posteriormente que su madre fue la única que lo había entendido.

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Cuando cumplía la edad de nueve años, su madre lo puso en manos de una joven institutriz y enfermera escocesa, devota calvinista, apodada Mary Gray, quien lo inició en la lectura de la Biblia y en el sexo, ya que en aquel entonces, y pese a lo breve de su edad, tuvo sus primeras relaciones sexuales con ella. Junto a ella pasó el verano en el valle del Dee, en una casa de campo cercana a Abergeldie, y contempló las aficiones alcohólicas y orgiásticas de Mary Gray. De aquella época, además del mundo que se le descubrió a través de la sexualidad con la joven Mary Gray, a quien guardaría para siempre a fuego en su memoria, Byron recordó también la belleza de las montañas septentrionales escocesas, la cual admiró durante su estancia, indagando en sus recovecos a diario en sus continuas escapadas y a muy pesar de su latente cojera.

Byron no guardó recuerdo amargo de aquellas primeras relaciones sexuales y lecturas religiosas, ni contó al respecto que le hubieran perjudicado de modo alguno. Contrariamente, afirmó que la experiencia en el valle del Dee le ayudó a madurar y comprender de forma precoz el sentimiento de la melancolía.

Ocurrió esto mientras vivía en la ciudad escocesa de Aberdeen, donde se inició en latín e historia con la ayuda de un preceptor presbiteriano hasta su entrada en la Aberdeen Grammar School. Fue mientras cursaba el cuarto grado en la histórica escuela cuando su presencia fue requerida en Inglaterra debido al fallecimiento de su tío abuelo William Byron, quinto Lord Byron. Vivieron madre, hijo e institutriz en el lugar, en la recién heredada Newstead Abbey, la cual, para su sorpresa, frente a sus aspiraciones de nueva riqueza, estaba cargada de deudas y en muy mal estado. Su madre contrató, para gestión y administración de bienes, al abogado londinense Hanson, quien se haría cargo de los asuntos familiares hasta que el pequeño George contase con la edad suficiente. Byron recordaría gratamente que ésta fue la mejor residencia que tuvo. Allí conoció y se enamoró de su prima Mary Duff, quien lo rechazó por ser un chico muy joven para ella. Esta situación, que lo dejó desolado, lo animó a empezar a realizar sus primeras composiciones.

El tío abuelo de George había pasado los últimos años de su vida viviendo casi como un ermitaño, actitud que no iba de acorde con los años que vivió anteriormente a su reclusión. De esos años se recuerda que lo llamaban El Villano, y que también los vivió de un modo bastante licencioso. Algunas de sus proezas fueron el intento de asesinato de su esposa lanzándola a un lago tras una discusión doméstica, o la muerte en duelo de William Charworth, de Annesley Hall, tras una discusión al respecto de los métodos para la caza. De este hombre heredó George su título familiar, sus deudas y la misma espada con la que atravesó a su rival.

El pequeño Byron fue enviado al colegio del doctor Glennie, en Dulwich. Allí sus estudios se vieron interrumpidos constantemente por las manías de su afectada madre, quien continuamente interrumpía su estancia para llevarlo consigo durante largos periodos de tiempo. Durante esta época es cuando Byron lee una de sus obras predilectas, Las mil y una noches. Pero en 1801, gracias en parte a una pensión de trescientas libras que había recibido la madre del joven por parte del rey, Byron fue admitido en Harrow, donde completaría sus estudios primarios.

En 1798, al morir su tío abuelo William, quinto barón Byron, heredó el título y las propiedades. Educado en el Trinity College de Cambridge, etapa en la que curiosamente se distinguió como deportista, a pesar de tener un pie deforme de nacimiento, Lord Byron vivió una juventud amargada por su cojera y por la tutela de una madre de temperamento irritable. A los dieciocho años publicó su primer libro de poemas, Horas de ocio, y una crítica adversa aparecida en el Edimburgh Review provocó su violenta sátira titulada Bardos ingleses y críticos escoceses, con la que alcanzo cierta notoriedad.

En 1805 se trasladó a la universidad de Cambridge. Aquí, además de ser un brillante estudiante, destacaría por sus trajes extravagantes y su vida licenciosa y despilfarradora. Pese a ello, se ganó el sobrenombre de buen chico y tuvo grandes amigos, como Lord Broghton, John Hobhouse, quien sería líder del Partido Liberal. Fue muy aficionado a escribir versos ya en esta época, y aprendió boxeo y esgrima, siendo un gran experto en ambas artes de lucha, gracias a sus amigos Jackson y Angelo. Dejaría la universidad por falta de dinero y se mudaría a la calle Picadilly 16 de Londres, en donde fue amante de una prostituta. Luego, ya sin dinero, volvería con su madre a Southwell y se dedicaría en cuerpo y alma a la poesía. Ese año publicó su primer libro de poesías, intitulado Composiciones fugaces, gracias a una amiga suya, Elisabeth Pigot, la cual le pasó en limpio sus escritos y los editó. Sin embargo, el párroco de la zona no dejó que saliera a la venta y lo quemó, porque en uno de los poemas salía mal parada una tal Mary.

En 1807 se publicó en la prestigiosa revista Edinburgh Review su libro de poemas Horas de ocio, que suscitó dispares opiniones. Ante la crítica siempre respondía de forma combativa o escribiendo una nueva obra. En 1809 ocupó un escaño en la Cámara de los Lores, escribió la sátira Bardos ingleses y críticos escoceses y emprendió un viaje de dos años por España, en donde le cautivó la belleza de las españolas (escribió el poema La chica de Cádiz) y tuvo una entrevista con el General Castaños en plena Guerra de la independencia. Viajó también por Portugal, Albania, Malta y Grecia, en donde atravesó el Helesponto a nado, junto con su amigo Hobhouse, y donde escribió las sátiras Hints from Horace y La maldición de Minerva. También estuvo en Turquía, donde intentó descubrir Troya. Durante estos viajes tuvo varias relaciones, tanto con mujeres como con hombres. En 1811 murieron su madre y dos de sus amigos en tan sólo un mes, cosa que influyó mucho sobre su ánimo, ya que se obsesionó con la muerte. En esta época se refugió en su hermanastra Augusta Leigh, manteniendo una relación con ella, lo que provocó que se le acusara por incesto.

La publicación en 1812 de los dos primeros cantos de Las peregrinaciones de Childe Harold, poemas que narran sus viajes por Europa, lo llevaron a la fama. Además realizó otra serie de obras como El Giaour, La novia de Abidos, El corsario y Lara, estableciendo lo que se llamó el heroé de Byron. Por esta época conoció al que sería su biógrafo Thomas

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Moore. También fue famoso su affaire con la aristócrata Lady Caroline Lamb. Fue poco querido por los demás componentes de la nobleza por sus continuos amoríos y críticas (como al duque de Wellington). Incluso fue insultado públicamente en la cámara de los Lores, a causa de haber defendido el ludismo y a los católicos. Pero a él realmente le importaba muy poco e incluso le gustaba que lo odiaran pues, en su opinión, también le temían. En 1815, año en que publicó Melodías hebreas, se casó con Anna Isabella Milbanke, a quien le dijo en la noche de bodas: «Te arrepentirás de haberte casado con el diablo»; posteriormente, en su luna de miel, cuando pasaban por un pueblo, sonaron las campanas por un fallecido, a lo que Byron dijo: «Seguro que esas campanas tocan por nosotros», dando a entender el poco futuro de la relación al ser personalidades poco afines. Tras conocerse que Byron no le era fiel, Anna Isabella lo abandonó en 1816, tras dar a luz a la única hija legítima del poeta, Augusta Ada. Los rumores sobre sus relaciones incestuosas con su hermanastra Augusta (con la que tuvo una hija, Medora), sus poemas antipatrióticos, su acusación de sodomía y las dudas sobre su cordura provocaron su ostracismo social. Amargado profundamente, Byron abandonó Inglaterra en 1816 y nunca volvió.

A partir de ese año 1816, comenzaría una suerte de viajes por casi toda Europa que no acabarían hasta su muerte. En 1816 llegó a visitar Waterloo, lugar turístico por excelencia en aquella época, cuando tan sólo hacía un año desde que se celebrara allí la famosa batalla. Estuvo viviendo algún tiempo junto a Percy Shelley, Mary Shelley y su médico personal (Byron fue muy propenso a las enfermedades y fue otra de las causas de sus depresiones), John William Polidori. En una tormentosa noche de verano de 1816 se reunieron los cuatro en Villa Diodati, propiedad de Byron, y decidieron escribir relatos de terror dignos de aquella noche lúgubre. Inspirados ambos en la personalidad de Byron, Mary Shelley escribió Frankenstein y Polidori su relato El Vampiro. En su estancia suiza Byron redactó El prisionero de Chillón, El himno a la belleza intelectual, El sueño y Estancias a Augusta.

Se apasionó con la lectura del Fausto de Johann Wolfgang Goethe, escritor a quien admiraba y con quien se carteó varias veces. Esta admiración era recíproca, ya que Goethe escribió que Byron era «el poeta del presente». A finales de 1821 escribió Manfredo, influido por el Fausto de Goethe y los parajes montañosos de Suiza; acabó varios cantos de su Don Juan y creó un periódico con Percy Shelley llamado El Liberal.

Se trasladó a Suiza y desde 1817 hasta 1822 estuvo viajando por Italia, recorriendo ciudades como Pisa, Génova y Roma, donde tuvo una aventura con Margarita Cogni y vivió en el palacio Nani-Mocenigo, residencia que fue casi un harén para él, frecuentando las tertulias de las condesas Benzoni y Albrizzi. En 1821 participó en la revuelta de los carbonarios en Rávena y se enroló en los movimientos contra el Papa (publicó por entonces su obra crítica La profecía de Dante) y contra Austria. También llegó a vivir un tiempo en Venecia, donde, según fanfarroneaba, había tenido 250 relaciones sexuales con mujeres, y donde vivió con la condesa Teresa Guiccioli, recién separada de su anciano marido

En abril de 1822 murió su hija ilegítima Allegra (nacida de su relación con Claire Clairmont, hermanastra de Mary Shelley) cuando apenas había cumplido cinco años y a la que Byron tenía gran aprecio. Además, mientras hacía un viaje junto a su gran amigo Percy en goleta (la de Byron se llamaba «Bolívar» y la de Percy «Don Juan»), éste último murió en un naufragio ocurrido el 8 de julio junto al capitán Williams. En septiembre se instaló en Génova, queriéndose dedicar a la política sin éxito.

Orientado cada vez más hacia la causa liberal, en 1823, a raíz de la rebelión de los griegos contra los turcos, Lord Byron reclutó un regimiento para la causa de la independencia griega, aportó sumas económicas importantes y se reunió con los insurgentes en julio de 1823 en Missolonghi.

En marzo de 1823 lo designaron miembro del Comité de Londres para la independencia de Grecia, marchando allí en 1824 desde Génova en la goleta Hercules para luchar por la independencia del país, entonces parte del Imperio otomano. Allí escribió su última composición A mis treinta y seis años; dio 4.000 libras y se le designó un regimiento; contactó con los bandidos de Suliotas; fue recibido como un héroe por los griegos, quienes querían hacerlo comandante, y planeó un ataque junto con el príncipe Alejandro Mavrocordatos, pero se desanimó pronto al descubrir las rencillas por el poder de los distintos grupos griegos. El 10 de abril sufrió un ataque epiléptico y enfermó gravemente. Los médicos le prescribieron unas sangrías, a lo que él se negó. Días después, extenuado por la enfermedad y llamándolos asesinos, permitió a los médicos sacarle toda la sangre que desearan. El 16 de abril practicaron la primera sin buen resultado. Al día siguiente realizaron otras dos. Murió el día 19 de abril en Missolonghi, sin haber cumplido su sueño de independencia griega. Testigos presenciales aseguraron que, en total, le habían extraído unos dos litros de sangre, aproximadamente. Goethe escribió, ante la noticia de su muerte: «Descansa en paz, amigo mío; tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos».Un suburbio de Atenas fue llamado Vyronia en su honor.

Su cuerpo fue trasladado por Edward Trelawny, también implicado en la causa griega, y enterrado en laIglesia de Santa Maaría Magdalena de Hucknall, Nottinghamshire, cerca de Newstead Abbey, junto a su madre. En la Abadía de Westminster solo se encuentra un monumento conmemorativo inaugurado en 1969 a causa que en la época de la muerte de Byron no se permitió su enterramiento en la abadía por su dudosa moralidad.

Su hija Ada Lovelace contribuyó en la invención de la máquina analítica junto con Charles Babbage.

Obra

Page 15: Expo Cultura y Civilizacion II Inglaterra 1780-1870

Horas ociosas (1807) Bardos ingleses, críticos escoceses (1809) Las peregrinaciones de Childe Harol (1812-18) La novia de Abidos (1813) El Giaour (1813) El corsario (1814) Lara (1814) Melodías hebreas (1815) El sitio de Corintio (poema, 1816) Parisina (1816) El prisionero de Chillón (1816) El sueño (1816) Prometeo (1816) Oscuridad (1816) Manfredo (1817) Las lamentaciones por el Tasso (1817) Beppo (1817) Mazeppa (1818) La profecía de Dante (1819) Marino Faliero (1820) Sardanápalo (1821) Los do Foscari (1821) Caín (1821) La visión del jucio (1821) Cielo y tierra (1821) Werner (1822) El deformado transformado (1821) La Edad de Bronce (1823) La isla (1823) A mis treinta y seis años (1824) Don Juan (1819-1824), sin finalizarla.

Influyó en los autores románticos del siglo XIX, sobre todo por sus héroes o antihéroes. Sus personajes presentan un idealizado pero defectuoso carácter cuyos atributos incluían:

Un gran talento Gran exhibición de pasión Aversión por la sociedad y por las instituciones sociales Frustración por un amor imposible debido a los límites impuestos por la sociedad o la muerte Rebeldía Exilio Oscuro pasado Comportamiento autodestructivo.

Por: Diana Leticia Portillo Rodríguez