Expresiones de La Religiosidad Popular Guanajuatense: Las velaciones. Gabriel Moedano

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Tomado de: Arqueologia e historia guanajuatense. Homenaje a Wigberto Jiménez Moreno, León, El colegio del Bajío, 1988 Gabriel Moedano reporta acerca de las velaciones como parte de las costumbres populares del Bajío mas alla de solo pertenecer a la danza, hace una descripción de ellas y también apunta datos interesantes como por ejemplo mencionar la variedad de sones que podían tocar los concheros "que no necesariamente tienen que ser danzantes", lo que deja pendiente analizar a profundidad el uso antiguo de la concha de armadillo como instrumento ritual que podía usarse aun fuera de la danza.

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Expresiones de la religiosidad popular guanajuatense: las velaciones.

Introducción

En un trabajo anterior (1972) en el que nos referimos a los posibles

orígenes de los grupos de culto conocido popularmente como “concheros”,

“danza azteca”, “danza chichimeca”, etc., señalábamos que al contemplar

los ritos de tales grupos en el contexto urbano de la ciudad de México y “…

aun de la de Querétaro o de la de San Miguel Allende, parecen exclusivos,

característicos y propios solo del grupo y para algunos quiza hasta exóticos:

pero teniendo como marco de referencia la cultura folk del Bajío

(especialmente de Querétaro y Guanajuato) adquieren un sentido diferente,

ya que casi en su mayoría no son sino rasgos y complejos propios de la

religión folk del Bajío de esa región”.

“En efecto –agregábamos- los rasgos que integran los complejos del

culto a la cruz y a Santiago Apóstol, a los antepasados, la música con

guitarras de concha de armadillo, las ‘limpias’, las alabanzas, las

‘velaciones’ con todo su complejo ritual, etc., son comunes a muchos de los

pueblos otomíes (o con esta tradición cultural) de tal área. Más aún, algunos

de ellos también aparecen en pueblos otomíes y mazahuas (véase Iwanska

1971) del Estado de México. Es decir que se trata de complejos religiosos

otomianos, como también permites comprobarlo las fuentes”. Para

la presente ocasión nos propusimos presentar algunas evidencias que

comprobasen la veracidad de tales asertos, a la vez que aportar información

sobre la religión folk de grupos poco conocidos, localizados en el área de la

frontera norte de Mesoamerica. Varios eran los complejos que se nos

ofrecían como posibilidades para lograr la finalidad propuesta. Sin embargo

después de varias temporadas de trabajo de campo en el estado de

Guanajuato, que nos permitieron verificar datos que poseíamos y recoger

otros nuevos, llegamos a la conclusión de que las practicas culturales

conocidas como “velaciones” (tanto entre danzantes del D. F. y del Bajío,

como entre las comunidades de la zona), eran las que reunían el mayor

numero de elementos y símbolos rituales, verdaderamente resumiendo

amplios sectores de la experiencia religiosa folk de dicha zona limítrofe. Tal

es el motivo por el cual seleccionamos dicho complejo para este trabajo.

Para los efectos del

análisis hemos hecho una descripción de acuerdo con la estructura

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sintagmática del ritual. Asimismo proponemos las líneas de interpretación,

de acuerdo con las ideas del antropólogo Víctor M. Turner (1967 y 1969),

relativas a la estructura semántica de lo que el llama la unidad básica o

molécula de la conducta ritual humana: el símbolo ritual. Y finalmente

sugerimos que se exploren las posibilidades de emplear estos temas como

criterios o elementos que coadyuven a trazar los limites norteños de

Mesoamerica, en los estados de Querétaro y Guanajuato.

1. La

velaciones en el Bajío En la

región del Bajío, la velación es una compleja ceremonia que puede ser de

carácter público o privado y cuya ejecución requiere de personal

especializado. En el caso, teóricamente, pueden participar todos los

miembros de una comunidad. En la práctica sólo intervienen los sectores

más tradicionales, las clases subalternas (agricultores, artesanos, albañiles,

amas de casa, etc.), aquellos que siguen observando las “obligaciones” que

les dejaron sus antecesores. Sectores que se mantienen unidos e

identificados por vínculos tales como el sistema religioso que aun sobrevive

en algunos sitios.

La Santa Cruz, a la que se rinde culto en multitud de lugares como el

Cerro de Sangremal, Querétaro, Qro.; el Puerto de Calderón, el Cerro de

Culiacán, Santa Cruz de Galeana, etc. en Guanajuato; Santiago Apostol, San

Miguel, el Señor de la Conquista, el Señor de la Piedad, etc. que son algunas

de las imágenes mas veneradas (la mayoría predilectas de los

franciscanos), todas propiciadas y honradas con velaciones que casí

siempre preceden a la “remuda”, la renovación de los “cargos” y que

consiste, esquemáticamente, en un intercambio ritual anual (de carácter

acumulativo), de comidas y bebidas: arroz y fideo guisados, mole y panes

zoomorfos y antropomorfos, así como atole de anís y refrescos

embotellados. Sin embargo, en muchos sitios los “cargos” se han perdido,

persistiendo solamente las velaciones.

En su carácter privado pueden tener dos finalidades: aliviar a un

enfermo que le han hecho mal, que lo han embrujado, o lo contrario. En

estos casos usualmente sólo participarán el curandero y algún ayudante de

éste. Por lo regular ambos sabrán tocar las “conchas” de armadillo, ya que

durante la ceremonia es imprescindible la ejecución de ciertos sones

tradicionales sagrados, llamados de “cuenta”. Si no es así, se contratara o

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se invitará a un “conchero”, que en la zona no tiene que ser necesariamente

un danzante, para que los interprete.

En ambos casos el sitio mas frecuente para llevarla a cabo es un

oratorio, una capilla privada, abundantes en la zona de la que hablamos.

Pero no en cualquiera, ya que en todas las comunidades existen capillas

señaladas tradicionalmente como las apropiadas. Estos recintos sacros, a

diferencia de lo característico en la ciudad de México, tampoco pertenecen

necesariamente a un jefe de la danza (aunque casi siempre están

vinculados con ella). Se trata de las llamadas “capillas de indios” o

“calvarios de conquista”, autorizadas desde la época colonial mediante

cedulas reales a indios prominentes: caciques o activos participantes en la

Conquista.

Frente a frente y a corta distancia de esas capillas existe,

generalmente, un “calvarito” –“retache”- en forma de nicho, sin puerta y

con techo plano o abovedado, rematado con frecuencia con una cruz. En él

abundan cruces de madera, ofrendas florales y restos de velas de sebo. “El

altar que está dentro de la capilla, llamado la ‘mesa’, representa la

Conquista. El calvario o ‘calvarito’ representa la tradición, los fundamentos,

los antepasados, las ánimas de los antecesores”, reveló un famoso

curandero y danzante de la zona.

Es importante hacer notar que las velaciones también suelen llevarse

a cabo en ciertas cuevas, cementerios y “puertos” (lugares sagrados que se

consideran cargados de poder), pero esto ocurre esporádicamente y por lo

común con ceremonias de curación o de brujería.

En esta ocasión sólo nos referimos a las velaciones de carácter

público, tomado como base las que hemos observado en La Cañada,

Querétaro, y en San Miguel Allende, Santa Cruz de Galeana y el Cerro de

Culiacán, Guanajuato (aunque hemos recogido informes verbales de ellas

hasta la Misión de Chichimecas en San Luís de la Paz, como punto más

norteño).

Los altares o “mesas” que existen en el interior de las capillas que

hemos mencionado, casi siempre presentan un conjunto tan abigarrado

(sobre todo los días de velación), que la primera vez que se ven resulta casi

desalentador tratar de registrar todo lo que allí se encuentra. Se levanta

directamente enfrente de la entrada principal, en la pared el fondo. El

centro de lo ocupa la imagen a la que se esta consagrando el oratorio: el

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Señor del Hospital, el Señor del Llanito, el Señor de los Trabajos, el Señor de

la Conquista, la Santa Cruz, etc., y a los lados, sobre la pared o sobre

plataformas escalonadas, multitud de esculturas e imágenes: cristos,

vírgenes y santos, cruces y esculturas de “ánimas”, en nichos o al

descubierto, alternados con flores, velas y veladoras, aunque éstas ocupan

por lo general la parte inferior de la última plataforma. También en dicho

sitio, al centro o a veces directamente sobre el suelo, se encuentra

necesariamente una estampa del “ánima sola”. Y ya en el piso, se miran los

ladrillos, mosaicos, tepalcates o láminas rectangulares de hojalata, con los

restos de las innumerables velas de sebo, que sobre de ellos se han

consumido, testimonio del más caro e imprescindible símbolo de una

velación: “la Santa Cuenta”. Junto a ellos, el sahumador, objeto básico para

los ritos de orientación y los pases para evitar malas influencias.

A lo anterior habría que agregar los bastones, coronas y figuras de

custodias recubiertas de “cucharilla” (el “santo suchil”), testimonios

asimismo de pasadas velaciones.

Con frecuencia sobre las paredes laterales también se encuentran

imágenes como la de la Virgen de Guadalupe y la de los Remedios de

Comonfort, o simplemente una cruz, que junto con la imagen principal y el

retache, señalan las fronteras sagradas: “los cuatro vientos”.

El día que habrá de efectuarse la velación, el altar es adornado con

mas flores que las habituales: gladiolas, nubes, margaritas y geranios;

hinojo; ceras escamadas; festones de papel crepé y adornos de papel

estaño, enmarcando la imagen principal. Parte de estas flores y ceras son

llevadas por los asistentes a la velación, sobre todo si tienen un “cargo”.

El dueño de una capilla o encargado de una imagen, al llegar la fecha

de la festividad debe tener ya listo todo lo necesario para la velación. Con

tiempo deberá ahorrar para comprar el pan, el café, el azúcar, el alcohol, los

cigarros, etc. que brindará a los asistentes a la misma. Asimismo deberá

tener listo el dinero para contratar cuando menos una “parada” de

“concheros” (tres, dos guitarras y un banjo), que interpretaran durante el

curso de la noche y las primeras horas del día siguiente (a veces hasta el

amanecer) alabanzas, sones sagrados y melodías populares; sentados en un

rincón, en una banca vecina al altar. Y desde luego aparta la cantidad

necesaria para gratificar al “demandante”, quien se encargara de oficiar

durante la ceremonia.

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1) Ritual de preparación y apertura

Por regla general los “concheros” son los primeros en llegar, ya que

se les contrata desde las 9:00 de la noche. La primera ejecución es una

salutación o una alabanza a la imagen que se venera, para después seguir

con una melodía popular, de moda a principios de siglo o por lo menos hace

cuarenta o cincuenta años, y así durante toda la noche, alternaran

alabanzas y alabados con waltzes, schotisses, poleas, pasos dobles y hasta

danzones. Cabe advertir que este ambiente musical no es el que priva en

las velaciones de danzantes, ni en el Distrito Federal, ni en el Bajío cuando

son mayoría. Otro rasgo distintivo es que el auditorio no participa como coro

en las alabanzas.

Cuando llega el “demandante”, se hinca ante el altar, sobre el petate

preparado ex profeso se persigna y con el sahumador hará el saludo ritual a

“los cuatro vientos”, encendiendo una o dos velas de sebo y veladoras.

Después de rezar* procederá a revisar si toda la parafernalia se encuentra

lista y se sentara a esperar que llegue la gente. Poco a poco empiezan a

llegar hombres, mujeres y niños, quienes también se hincan ante el altar, se

persignan y una vez que han sido sahumados por el “demandante”, al igual

que las flores, ceras o cruces que lleven, harán a su vez el obligado saludo a

“los cuatro vientos”.

La concurrencia empieza a acomodarse en las bancas o sillas que

están a ambos lados del oratorio, otros mas se sientan en el suelo sobre

petates o costales. Algunos solo se persignan y salen al patio. Esperan

platicando, fumando o cabeceando. Durante este tiempo el dueño del

oratorio reparte cigarros, que han sido colocados en pilas sobre charolas

que descansan sobre el altar. También suele ofrecerse té con alcohol, en

particular a los músicos.

Después del intermedio, se inicia una nueva fase del rito. El

“demandante” pone copal al sahumador. Le sopla para que avive el fuego y

*En esta zona frecuentemente en otomí (sobre todo en Dolores Hidalgo, San Miguel de Allende,

Villagrán, cuando menos fragmentariamente.

la ofrenda de aromas se eleve hacía la “mesa”, se esparza por los “cuatro

vientos”. Toma una charola llena de velas de sebo y la ofrece al altar,

después la va repartiendo entre la concurrencia, entre los “cargueros”,

entre los más próximos, y al entregarlas pronuncia el nombre de la imagen

a la que está dedicada: el Señor de la Conquista, el Señor de Villaseca, la

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Virgen de Guadalupe, la Virgen de los Dolores, etc. Entre tanto los músicos

interpretan alguna alabanza o una melodía popular.

Cerca de las 12:00 de la noche, cuando el número de personas

asciende a mas de cincuenta, se inicia formalmente la velación, entonando

todos. “Santo Dios y Santo Fuerte, líbranos Señor y de todo mal”, dirigidos

por el “demandante”, en un rito de orientación colectivo hacia los “cuatro

vientos”: En algunas poblaciones esto a veces se sustituye (sobre todo

cuando hay danzantes), por el acto denominado “pedir permiso”, que se

acompaña por un canto diferente.

2) El evento especial

Al terminar el rito de orientación, los músicos que habían estado en

silencio, empiezan a tocar música de “rogación” o sones de “cuenta”,

mientras el “demandante” ora en dirección al altar: “En el nombre sea de la

Santísima Trinidad, de Dios Padre y de Dios Hijo…”, invocando a “los cuatro

vientos” y a las “… primeras ánimas conquistadoras que nos dejaron estas

santas obligaciones…”, pidiendo protección y ayuda para la comunidad.

Enseguida recoge las velas de sebo y empieza a colocarlas en filas o en cruz

en el piso, sobre los objetos antes indicados. Las enciende al tiempo que ora

de un modo imperceptible. Tanto el “demandante” como los presentes

están atentos de la forma como se consumen las velas y del movimiento de

las flamas. Los iniciados son capaces de interpretar cada uno de esos

detalles. De ellos puede depender la salud o la vida. Es la “Santa Cuenta”.

En el recinto también están los ausentes. Se ha sacralizado.

En algunas velaciones tan pronto se han consumido las velas, el

“demandante” pone en el suelo otra ofrenda para las ánimas: un puño de

pinole y dos cigarros dispuestos en cruz, para que convivan con los

presentes. A continuación el casero y sus ayudantes reparten lo mismo

entre la concurrencia. El pinole se cataloga como reliquia. Cabe anotar que

el reparto de cigarros vuelve a tener lugar en diferentes momentos a lo

largo de la noche.

Al tiempo que se escucha la alabanza “Recibe María las Flores”, en

algunas velaciones las personas que llevan flores pasan a entregarlas. En

otras es indicio de que el “demandante” y el casero o un ayudante van a

empezar a “formar la rosita”, “el presente” o el “santo súchil”.

Enfrente de la “mesa” y sobre el suelo el “demandante” pone un

mantel o un lienzo blanco que ha sido previamente ofrecido y sahumado. Y

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auxiliado por el dueño del oratorio y otro ayudante; comienza a formar una

cruz con hinojo (y cucharilla en sitios como San Miguel Allende, Guanajuato

y Querétaro), margaritas, geranios y gladiolas, que se han encargado de

preparar algunas de las señoras presentes. Los concheros cantan “Santa

Rosita”. Cerca de las dos de la mañana queda listo el “cuerpo”, como

también se le llama.

Muchas veces tan pronto como se ha “formado” el citado símbolo, los

asistentes empiezan a retirarse, pero antes, hincados ante el altar se

santiguan y ofrecen una limosna. En correspondencia el “demandante” les

hace una rápida “limpia” con una cera, con flores y a veces con el propio

dinero. La ceremonia de la “limpia” en ocasiones se prolonga, depende del

número de asistentes.

En la mayoría de las velaciones del Bajío también se “enrosan” dos

“bastones”, con las flores y vegetales ya mencionados, se ofrendan a “los

cuatro vientos”. Estos “bastones” (según algunos informes, también son

llamados de “ánimas”) igualmente se usan para hacer limpias y al

terminarlas son colocados en los flancos de la cruz de flores.

En San Miguel de Allende, Dolores Hidalgo, Puerto de Calderón y otros

sitios de tradición otomí, hasta la Misión de Chichimecas en San Luís de la

Paz, del estado de Guanajuato, se trabaja la “cucharilla”, también

denominada sotol, una planta de la familia de las agadeas que crece en

zonas semidesérticas. Su recolección es efectuada por una o dos personas

que han sido comisionadas por el dueño del oratorio, o es encargada a las

personas que realizan la recolección de hierbas por el monte. Antes de

empezar a “trabajar” es ofrendada a “los cuatro vientos” y sahumada en

cruz por el oficiante. Una vez terminado lo anterior, empieza la labor de

“desconchar”, que consiste en ir desprendiendo las nacaradas pencas del

cogollo. Estas se usarán para “armar el súchil”, o sea para revestir una

especie de custodia de madera de ocho rayos (doce en otras partes), a

veces terminados en pequeños discos con espejo y en cuyo disco central se

alterna la cucharilla con hinojo, cempasúchil y geranios o cualquier otra flor

de color rojo. El “súchil”, desde luego, también es ofrecido a “los cuatro

vientos” y entregado como ofrenda. Se dice que es “la palabra de las

ánimas”. Cabe destacar que en aquellas velaciones en que hemos

observado el uso de “cucharilla” ha habido predominio de danzantes y

todas han ocurrido en una zona que se encuentra al norte del bajío.

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Al terminar los actos anteriores se suele repartir pan, té y

cigarros. Despiertan los adormilados y continúan las conversaciones y risas

en tono natural, que por cierto no han cesado durante toda la noche (con

excepción de los momentos cumbre). Los músicos suspenden

temporalmente sus cantos para seguir libando copiosamente. Y reanudar

son nuevos bríos la ejecución de alabanzas dedicadas al amanecer y al

nuevo día, al igual que mañanitas a diversas imágenes taumaturgas.

3) El ritual de clausura o salida

El “demandante” en compañía del dueño del

oratorio vacía el plato en el que han sido depositadas las limosnas y hacen

el recuento. Este dinero servirá para completar los gastos de la misa a la

que se llevará la imagen honrada a primera hora. Algún rezagado todavía

pasa a despedirse y le hacen su “limpia”.

Se ha cumplido una vez mas con la

“obligación”, con la “palabra de los ancestros”, se han congraciado con

ellos. Los resultados se esperan positivos, sin embargo, no todo está

concluido. Aun se vive en el tiempo sacro, el espacio aun está dotado de

sacralidad también. Hay que volver al tiempo profano, desacralizar. Por eso

el “demandante” comienza lentamente a levantar las flores que forman la

cruz y colocarlas al pie de las cruces e imágenes. Asimismo recoge los

restos que han quedado dispersos por el suelo y coloca la parafernalia en su

sitio. Por último, él mismo recibe una “limpia” de su ayudante, quien a su

vez es “limpiado”. Esto con el fin de librarse de “malos vientos” que puedan

afectarlos. Se purifican. Hincados, con el sahumador en la mano, hacen por

última ocasión un saludo a “los cuatro vientos”, se despiden de las

imágenes y de las ánimas. La velación ha terminado. Sólo los “concheros”

se quedaran un rato mas cantando y bebiendo.

2. Problemas y sugerencias

El complejo simbolismo que encierran

estas ceremonias, parece ininteligible no sólo al que las observa por primera

vez, sino aun después de haber estado en ellas repetidas veces. Por otra

parte, los “demandantes”, los jefes de la danza y los curanderos no están

siempre muy dispuestos a hablar de tales asuntos. Es un conocimiento

esotérico que se adquiere por tradición o consiguiendo la protección de un

maestro que este dispuesto a comunicar sus experiencias. El proceso es

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lento pero fascinante, si uno mantiene el interés en desentrañar la gran

riqueza y profundidad semántica, al igual que la estructura especifica

de los símbolos. Por otra parte, disponemos de

diversos sistemas de interpretación que nos pueden auxiliar en tal tarea.

Particularmente sugestivo nos parece el propuesto por Turner. El estado

actual de la investigación y el tiempo de que disponemos no nos ha

permitido ahora emprenderla. Sin embargo, no queremos dejar de señalar

cuando menos uno de los temas (a guisa de ejemplo) que nos parece

básico, en vista de su posición central dentro de la estructura sintagmática

del ritual, y señalar la significata de algunos símbolos que con él se

relacionan. “Decían los

antiguos que si no había suchil, no había velación” nos dijo una ocasión un

capitán de la danza, ya fallecido. ¿Y qué es el súchil?, nos podemos

preguntar. En el contexto religioso de la danza y de las comunidades de

tradición otomí del Bajío, se considera (como ya hemos dicho), “la palabra

de las ánimas”, es decir, una manifestación especifica de los antepasados,

de los primeros conquistadores que trajeron “la palabra” de Tlaxcala, tal

como nos lo indica la estrofa de una alabanza:

Pueblito de Tlaxcala

no te puedo olvidar

porque allí está fundad (fue levantada*)

la palabra general

*Según otras versiones

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