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3 Falacias ...los argunzentos, cotno los hombres, frecuentemetzte son pretenciosos. - PLATÓN Sería exceletzte que cada truco pudiera recibir 1411 nombre breve y conveniente para que cuando un hombre utilizara alguno pucliera rep rendérsele - ARTHUR SCHOPENHAUER Que el error lógico es, en última instancia, un cierto tipo de descuido, es un supuesto fundamental para el estudio [de la lógica]. C. I. LEWIS 3.1 ¿Qué es una falacia? Una falacia es un error de razonamiento. De la manera en que los lógicos utilizan el término, no designa cualquier error o idea falsa, sino errores típicos que surgen frecuentemente en el discurso ordinario y que tornan inválidos los argumentos en los cuales aparecen. Un argumento, cualquiera que sea el tema al que se refiere, por regla general trata de establecer la verdad de su conclusión. Pero los argumentos pueden fallar de dos maneras en ese propósito. La primera es suponer alguna proposición falsa como una de las premisas del argumento. Vimos, en el capítulo 1, que cada argumento involucra el reclamo de que la verdad de la conclusión se sigue de, o está implicada por, la verdad de las pre- misas. Así, si sus premisas no son verdaderas, el argumento no logrará establecer la verdad de la conclusión, aun si el razonamiento basado en esas premisas es válido. Sin embargo, verificar la verdad o falsedad de las premisas no es responsabilidad del lógico, más bien es una labor general de la investigación, puesto que las premisas pueden referirse a cualquier tema. La segunda forma en que el argumento puede fracasar en el intento de establecer la verdad de su conclusión es que sus premisas no la impliquen. Aquí nos hallaremos en la región específica del lógico, cuyo interés 125

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...los argunzentos, cotno los hombres, frecuentemetzte son pretenciosos.- PLATÓN

Sería exceletzte que cada truco pudiera recibir 1411 nombre breve yconveniente para que cuando un hombre utilizara alguno puclierarep rendérsele

- ARTHUR SCHOPENHAUER

Que el error lógico es, en última instancia, un cierto tipo de descuido,es un supuesto fundamental para el estudio [de la lógica].

C. I. LEWIS

3.1 ¿Qué es una falacia?

Una falacia es un error de razonamiento. De la manera en que los lógicosutilizan el término, no designa cualquier error o idea falsa, sino errorestípicos que surgen frecuentemente en el discurso ordinario y que tornaninválidos los argumentos en los cuales aparecen.

Un argumento, cualquiera que sea el tema al que se refiere, por reglageneral trata de establecer la verdad de su conclusión. Pero los argumentospueden fallar de dos maneras en ese propósito. La primera es suponeralguna proposición falsa como una de las premisas del argumento. Vimos,en el capítulo 1, que cada argumento involucra el reclamo de que la verdadde la conclusión se sigue de, o está implicada por, la verdad de las pre-misas. Así, si sus premisas no son verdaderas, el argumento no lograráestablecer la verdad de la conclusión, aun si el razonamiento basado enesas premisas es válido. Sin embargo, verificar la verdad o falsedad de laspremisas no es responsabilidad del lógico, más bien es una labor generalde la investigación, puesto que las premisas pueden referirse a cualquiertema.

La segunda forma en que el argumento puede fracasar en el intento deestablecer la verdad de su conclusión es que sus premisas no la impliquen.Aquí nos hallaremos en la región específica del lógico, cuyo interés

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principal es el de las relaciones lógicas entre las premisas y la conclusión.Un argumento cuyas premisas no implican su conclusión es un argumen-to cuya conclusión puede ser falsa aun si todas sus premisas fuesenverdaderas. En estos casos, el razonamiento no es bueno y se dice que elargumento es falaz, o que es una falacia.

Hay muchas formas en las que puede equivocarse el razonamiento,muchos tipos de errores que se pueden cometer en un argumento. Cadafalacia, como usamos aquí el término, es un tipo de argumento incorrecto.Puesto que las falacias son genéricas, podemos decir que dos argumentosdiferentes cometen o incurren en la misma falacia. Esto es, que exhiben elmismo tipo de error en el proceso de razonamiento.

En lógica, se acostumbra reservar el término "falacia" para los argu-mentos que, aun cuando sean incorrectos, resultan persuasivos de mane-ra psicológica. Algunos argumentos son incorrectos en forma tan obviaque no pueden convencer ni engariar a nadie. Pero las falacias sonpeligrosas porque la mayoría de nosotros llegamos alguna vez a serengariados por ellas. Por tanto, definimos una falacia como un tipo deargumento que puede parecer correcto pero que demuestra, luego deexaminarlo, que no lo es. Es conveniente estudiar estos argumentoserróneos porque se puede evitar más eficazmente caer en las trampas quetienden una vez que se conocen. Estar prevenido es estar bien armadocontra esas trampas.

¿Cuántos tipos de falacias, de errores en los argumentos, se puedendistinguir? Aristóteles, el primer lógico sistemático, identificó trece tiposde falacias; 1 recientemente, ¡se han identificado más de 113!' No hay unnúmero preciso de falacias, puesto que contarlas depende mucho delsistema de clasificación utilizado. Distinguiremos aquí 17 tipos de falacias— los errores más comunes y engariosos del razonamiento divididos endos grandes grupos, llamadosfalacias de atinencia yfalacias de ambigüe-d a d. Su manejo le permitirá al estudiante detectar los principales errores

'Aristóteles, Refutaciones sofísticas, en W. D. Ross, comp., The Works of Aristotle,Oxford University Press, Nueva York, 1928, Vol. I.

Según nuestro entender, la lista más amplia — o al menos la más larga — sobre lasfalacias la proporciona David Hackett en su libro Historian's Fallacies, Harper & Row,Publishers, Inc., Nueva York, 1970. El índice del libro de Fischer incluye 112 falacias dis-tintas, pero a lo largo del libro lista y discute más de las que se encuentran en el índice.Cincuenta y un falacias "nombran, explican e ilustran" W. Ward Fearnside y William B.

Holter en su libro Fallacy: The Conterfeit of Argunzent, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, N.J.,1959. C. L. Hamblin ofrece un estudio teórico del tema en su libro Fallacies, Methuen &Company, Inc., Londres, 1970. Otro tratamiento excelente lo ofrecen John Woods y DouglasWalton en su libro Argument: The Logic of the Fallacies, McGraw-Hill, Ryerson, Scarborough,Ltd., Ontario, 1982. Una crítica iluminadora sobre los métodos usuales de clasificar falaciasse encuentra en Howard Kahane, "The Nature and Classification of Fallacies", en J. Anthonyy Ralph J. Johnson, comps., Informal Logic, Edgeprees, Inverness, California, 1980. Serecomiendan con entusiasmo estos libros a todos aquellos que deseen estudiar con másprofundidad este tema.

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en el razonamiento y promoverá la sensibilidad necesaria para detectarotros errores parecidos.

3.2 Falacias de atinenciaCuando un argumento descansa en premisas que no son pertinentes parasu conclusión y, por lo tanto, no pueden establecer de manera apropiadasu verdad, la falacia cometida es de atinencia. "/natinencia" quizás descri-be mejor el problema, pero las premisas con frecuencia son psicológica-

mente atinentes para la conclusión, y esto explica la aparente corrección ypersuasividad. Los diferentes usos del lenguaje que se han comentado enel capítulo 2 explican, en parte, cómo se puede confundir la atinenciapsicológica con la atinencia lógica . La mecánica de estas confusiones sehará más evidente con el análisis que se presenta a continuación de los 12tipos de falacias de este grupo.

En forma tradicional, se han dado nombres latinos a muchas falacias,algunos de ellos —como "ad hominem" —han llegado a formar parte delenguajes como el inglés o el espariol. En lo que sigue utilizaremos lomismo su nombre latino que el castellano.

1. El argumento por la ignorancia: argumento ad ignorantiam

Es el error que se comete cuando se argumenta que una proposición esverdadera sobre la base de que no se ha probado su falsedad o, a la inversa,de que es falsa porque no se ha probado su verdad. Al reflexionar un poco,podemos percatarnos de que existen muchas proposiciones falsas cuyafalsedad aún no se ha probado y de que existen muchas proposicionesverdaderas cuya verdad no se ha demostrado; así, nuestra ignoranciasobre cómo probar o refutar una proposición no establece su verdad ni sufalsedad. Esta apelación falaz a la ignorancia aparece en forma más comúnen la investigación científica mal entendida —donde consideran de modoequivocado como falsas las proposiciones cuya verdad no puede estable-cerse — al igual que en el mundo de la seudociencia, donde las proposi-ciones acerca de los fenómenos psíquicos y otros similares se consideranfalazmente verdaderas porque su falsedad no ha sido establecidaconcluyentemente.

Es famoso en la historia de la ciencia el argumento ad ignorantiam

utilizado para criticar a Galileo, cuando mostró a los principales astróno-mos de su época las montarias y valles que se podían ver en la superficiede la luna. Algunos eruditos de esa época, absolutamente convencidos deque la luna era una esfera perfecta, como había enseriado por siglos lateología y la ciencia aristotélica, argumentaron contra Galileo que, auncuando en apariencia vemos montarias y valles, la luna de hecho es unaesfera perfecta, dado que todas sus irregularidades aparentes son llenadascon una sustancia cristalina invisible. Y esta hipótesis, que salva la perfec-ción de los cuerpos pesados, ino podía ser refutada por Galileo! La leyenda

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nos dice que Galileo trató de poner en evidencia el argumento a d

ignorantiam ofreciendo como caricatura otro del mismo tipo. Incapaz deprobar la no existencia de la supuesta sustancia transparente que llenabalos valles, él propuso la hipótesis igualmente probable de que sobre la capade sustancia invisible de la luna, había picos montariosos aún más altos,pero hechos de cristal y, por tanto, iinvisibles! Lo cual, serialó él, no podíaser refutado por sus críticos.

Quienes se oponen tenazmente a un cambio radical, con frecuenciaestán tentados a argumentar en su contra sobre la base de que no se haprobado todavía que el cambio es conveniente o seguro. Tal prueba, porregla general, es imposible de construira priori y a lo que apela la objeciónes a la ignorancia mezclada con el temor. Tal apelación toma con muchafrecuencia la forma de preguntas retóricas que sugieren, pero no afirmande manera directa, que los cambios propuestos conllevan peligros desco-nocidos. Por ejemplo, cuando se comenzó a considerar en los arios setentala posibilidad de desarrollar una tecnología para cortar y recombinar elDNA (lo que se llama "ingeniería genética"), algunas personas que busca-ban prohibir ese tipo de investigaciones apelaron a nuestra ignoranciaacerca de sus consecuencias a largo plazo. Un crítico, formulando suapelación a d ignorantiani en un lenguaje altamente emotivo, escribió enuna carta a Science:

Si se permite al Doctor Frankestein producir sus monstruos biológicos...¿cómo podemos estar seguros de lo que sucederá alguna vez que las peque-rias bestias escapen de su laboratorio?'

Por supuesto, el hecho de que no se hayan obtenido ciertas evidencias oresultados luego de haberse buscado de modo activo en las formascalculadas para hallarlos puede, en algunas circunstancias, revestir unasignificativa fuerza argumentativa. Por ejemplo, cuando se hacen prue-bas para determinar si una nueva droga es segura, comúnmente seproporciona a ratones o a otros roedores durante períodos prolongados detiempo. La ausencia de cualquier efecto tóxico sobre los roedores se tomacomo evidencia (aunque no como evidencia conclusiva) de que la drogaprobablemente no es tóxica para los seres humanos. La protección a losconsumidores con frecuencia descansa en evidencia de este tipo. En cir-cunstancias como éstas no confiamos en la ignorancia, sino en nuestro co-nocimiento o convicción de que si el resultado en el que estamos interesa-dos tiene lugar, entonces habría ocurrido en alguna de las pruebasrealizadas. Este uso de la incapacidad para probar algo supone, por reglageneral, que los investigadores están altamente capacitados y que es muyprobable que habrían descubierto la evidencia buscada si en realidadexistiera. Aun así, se llegan a cometer errores trágicos en esta esfera; pero

Trwing Chargaff, Science, Vol. 192, 1976, p. 938.

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si las normas de calidad son muy altas — si lo que exigen es una pruebaconclusiva del carácter inofensivo de un medicamento, que nadie puedeproporcionar — los consumidores no tendrían la posibilidad de acceder atratamientos médicos de gran valor que incluso pueden llegar a salvarvidas humanas.

De manera parecida, cuando una investigación de seguridad no pro-porciona evidencia de conducta impropia por parte de la persona investi-gada, sería erróneo concluir que la investigación nos ha dejado en laignorancia. Una investigación minuciosa habrá de "aclarar" el asunto encuestión. En algunos casos, no extraer una conclusión es una formaincorrecta de razonamiento, lo mismo que sería el extraer una ciertaconclusión.

Hay un contexto especial en el cual la apelación a la ignorancia escomún y apropiada, a saber, el de un juzgado, donde un acusado seconsidera inocente hasta que no se ha probado su culpabilidad. Adopta-mos este principio porque reconocemos que el error de condenar a uninocente es más terrible que el de absolver al culpable —y así la defensa enun caso penal puede reclamar legítimamente que si el fiscal no ha probadola acusación más allá de toda duda razonable, el único veredicto posible esel de no culpabilidad. Una opinión reciente de la Suprema Corte de losEstados Unidos de Norteamérica rea firmó vigorosamente esta norma deprueba con las siguientes palabras:

La norma de duda razonable... es un instrumento fundamental parareducir el riesgo de condenas equivocadas. La norma proporciona sustanciaconcreta para la presunción de inocencia —ese principio axiomático y ele-mental que fundamenta la administración de nuestro derecho penal.4

Pero esta apelación a la ignorancia sólo tiene éxito si la inocencia se puedesuponer en ausencia de una prueba en contrario; en otros contextos talapelación es de hecho un argumento ad ignorantiatn.

2. La apelación inapropiada a la autoridad: argumento ad verecundiam

Cuando intentamos resolver un problema o cuestión complicada, es deltodo razonable orientarse por el juicio de un experto reconocido que hayaestudiado con cuidado la materia. Cuando argumentamos que una con-clusión determinada es correcta sobre la base de que un experto haarribado a esa opinión, no cometemos una falacia. De hecho, tal recurso ala autoridad es necesario para la mayoría de nosotros en casi todos losámbitos. Por supuesto, el juicio de un experto no es una prueba conclusiva.

Winistro Brennan, escrito de la Corte, In re Winship, 397 U.S. 358 (1970).

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Los expertos con frecuencia están en desacuerdo y aun cuando estén deacuerdo pueden equivocarse, pero una opinión experta seguramente esuna forma razonable de apoyar una conclusión.

La falacia ad verecundiarn ocurre cuando se hace una apelación apersonas que no tienen credenciales legítimas de autoridad en la materiaen discusión. Así, en una discusión sobre moralidad, una apelación a lasopiniones de Darwin, autoridad indiscutible en biología, sería falaz, comolo sería la apelación a las opiniones de un gran artista, como Picasso, paraelucidar un asunto económico. Pero se debe tener cuidado en determinarqué autoridad es razonable para dirimir un determinado asunto y cuál sedebe rechazar. Mientras que Picasso no es un economista, su juicio puedetener cierto peso cuando se discute el valor económico de una obra de arte,y el papel de la biología en las cuestiones morales puede hacer que, enalgún momento, la autoridad de Darwin en esos asuntos sea pertinente.

Los ejemplos más flagrantes de apelaciones erróneas a la autoridadaparecen en los "testimonios" publicitarios. Se nos anima a manejar unautomóvil de determinada marca porque un famoso golfista o jugador detenis afirma su superioridad; se nos dice que debemos beber cierto refres-co porque alguna estrella de cine o jugador de futbol muestra su entusias-mo por él. Siempre que la verdad de una proposición se afirma sobre labase de la autoridad de una persona que no tiene especial competencia enesa esfera, se comete la falacia de apelación equivocada a la autoridad.

Ésta parece consistir en un error muy simple que resulta fácil de evitar,pero hay circunstancias en las cuales la apelación falaz es muy tentadoray, por lo tanto, intelectualmente peligrosa. He aquí dos ejemplos: en laesfera de las relaciones internacionales, en la cual las armas y la guerradesemperian, por desgracia, un papel importante, una opinión o la otrafrecuentemente se apoyan apelando a aquellos que tienen una competen-cia especial en el diserio o construcción de armas. Por ejemplo, físicos comoRobert Oppenheimer o Edward Teller pueden de hecho tener el conoci-miento para proporcionar juicios autorizados acerca de cómo ciertasarmas pueden o no funcionar, pero su conocimiento en esta esfera no lesotorga una sabiduría especial para determinar las metas políticas quedeben perseguirse. Una apelación al juicio de un distinguido físico sobrela conveniencia de ratificar cierto tratado internacional sería, así, unargumento ad verecundiam. De manera parecida, admiramos la profun-didad y sensibilidad de la literatura —digamos en las novelas de AlexanderSolzhenitsyn o de Saul Bellow— pero recurrir a su juicio en el contexto deuna disputa política sería una apelación a d verecundiam.

En ocasiones es difícil saber si un determinado "experto", reputadocomo autoridad en un determinado campo, es confiable. Ese juicio ha dehacerse cuidadosamente y podemos llegar a encontrarnos con que hemosconfiado en forma errónea en la autoridad de alguien, tomándolo comoexperto. Si la reputación del experto se mantiene íntegra, sin embargo, la

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elección no ha de considerarse propiamente una falacia. El error es derazonamiento —la falacia ad verecundiam— cuando la apelación es porcompleto inapropiada y hemos confiado en una autoridad ilegítima.

3. Pregunta compleja

De todas las falacias que se utilizan en el razonamiento cotidiano, una delas más comunes es la de formular una pregunta de tal forma que sepresupone la verdad de alguna conclusión implícita en esa pregunta; esprobable que la pregunta misma sea retórica y no busque genuinamenteuna respuesta. Pero al formular con seriedad la pregunta, muchas veces selogra de modo falaz el propósito de quien interroga.

Así, el ejecutivo de una compariía de servicios puede preguntar porqué el desarrollo privado de recursos es más eficiente que cualquiercontrol público. 0 un casateniente puede preguntar respecto a un incre-mento propuesto sobre el impuesto predial "¿qué puede esperarse de lamayoría de los votantes, quienes son arrendatarios y no propietarios y, portanto, no tienen que pagar el impuesto, si la carga fiscal sobre los demás sehace aún más pesada?" Tales preguntas, que aparecen a menudo en loseditoriales de los periódicos o en los programas televisivos de opinión,buscan lograr la aceptación de la verdad de ciertas proposiciones — que eldesarrollo privado es más eficiente que el control público, o que un nuevoimpuesto predial es injusto, o que los arrendatarios no resienten los efectosde ese impuesto— sin tener que presentar razones para afirmar o defenderesas supuestas verdades. La pregunta compleja es, quizás, el recurso mássocorrido del llamado "periodismo amarillista". Su presencia resulta sos-pechosa siempre que es acompariada de un tajante "sí" o "no".

El peligro que presentan las preguntas complejas, en especial cuando sepresentan ante un cuerpo legisla tivo (o cualquier otra instancia encargadade tomar decisiones), ha hecho que se otorge una posición privilegiada, enel procedimiento parlamentario, a la moción de dividir la pregunta. Así,por ejemplo, una moción de que el cuerpo "posponga un determinadoasunto por un ario", puede sabiamente dividirse en la decisión de pospo-nerlo y, s i esto se hace, entonces determinar la longitud del aplazamiento.Algunos miembros pueden apoyar calurosamente el aplazamiento mis-mo, aun cuando encuentren demasiado largo el período de un ario; si notuviera prioridad la oportunidad de dividir la pregunta, el cuerpo legisla-tivo podría haber caído en la trampa de decidir forzosamente sobre unamoción que, dada su complejidad, no podría decidirse con inteligencia.Con frecuencia, el presidente de debates, que tiene el deber de promoverun debate plenamente racional, solicitará la moción de dividir la cuestiónantes de comenzar el debate sustantivo.

La complejidad falaz puede aparecer en el discurso de distintas mane-ras. En su forma más explícita ocurre en un diálogo en el que una de las

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partes plantea una cuestión que es compleja, una segunda parte la respon-de y la primera parte extrae entonces una inferencia falaz basada en larespuesta. Por ejemplo:

ABOGADO: Los datos parecen indicar que sus ventas se incrementaroncomo resultado de la publicidad tendenciosa. ¿No es así?

TESTIGO: ¡No!ABOGADO: Pero usted admite, entonces, que su publicidad es

tendenciosa.¿Cuánto tiempo ha estado incurriendo en ese tipo deprácticas?

Es más común, sin embargo, que la falacia tome la forma menosexplícita y más truculenta en la cual un solo hablante, o escritor, planteadeliberadamente la pregunta compleja, la responde él mismo y luegoextrae la inferencia falaz. 0, en forma aún menos explícita, la preguntacompleja puede plantearse y se puede extraer la inferencia falaz sin quesiquiera se haya enunciado la respuesta a la pregunta, sino tan sólosugerido o presupuesto.

4. Argumento ad hominem

La frase "ad hontinem" se traduce como "contra el hombre". Nombra unataque falaz dirigido no contra la conclusión que uno desea negar, sinocontra la persona que la afirma o defiende. Esta falacia tiene dos formasprincipales, porque hay dos maneras diferentes en las cuales se puededirigir el ataque.

A. El argumento ad hominem abusivo

En las disputas violentas o contenciosas es muy común menospreciar elcarácter de los interlocutores, negar su inteligencia o racionalidad, cuestionarsu integridad y así sucesivamente. Pero el carácter personal de un individuoes lógicamente irrelevante para la verdad o falsedad de lo que dice la persona,o para la corrección o incorrección del argumento que sostiene esa perso-na. Sostener que las propuestas son malas o falsas porque las proponen los"radicales" (de izquierda o de derecha) es un ejemplo típico de la falacia ad

hominenz abusiva.

Las premisas abusivas son irrelevantes — pero muchas veces puedenpersuadir por medio del proceso psicológico de transferencia. Ahí dondese puede evocar una actitud de desaprobación sobre una persona, elcampo de la desaprobación emocional se puede extender lo suficientepara incluir el desacuerdo con las afirmaciones que la persona hace.

Por supuesto hay muchas variaciones en las pautas del abuso ad

hominern. Algunas veces, el oponente es acusado de ser ateo o comunista.

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Otras, se condena una conclusión tan sólo porque es compartida por laspersonas que supuestamente son viciosas o de un carácter perverso.Muchos piensan que Sócrates, en su famoso juicio en Atenas, fue halladoculpable de impiedad, a causa, en parte, de su íntima asociación conpersonas ampliamente conocidas como desleales al Estado y rapaces ensu conducta . La "culpabilidad por asociación" fue sugerida de manerareiterada en los Estados Unidos de Norteamérica durante los arios cin-cuenta por el Comité para las actividades antinorteamericanas de laCámara de Representantes, cuando se alegaba mala conducta en buenaparte por el apoyo proporcionado por el acusado a causas políticas comola de las libertades civiles y la igualdad racial, a las que también apoyabael partido comunista . Como el argumento ad hominem abusivo común-mente toma la forma de atacar la fuente o génesis de la posición opuesta--la cual por supuesto no es relevante para su verdad— se llama a vecesla "falacia genética".

Hay un contexto en el cual un argumento que parece ad hominem no esfalaz. En las cortes o tribunales, cuando se presenta un testimonio y sedemuestra que quien lo emite es probadamente un perjuro, este argumen-to puede invalidar el testimonio. Se pueden hacer este tipo de esfuerzospara "impugnar" al testigo, para cuestionar su veracidad El argumento noes falaz si la credibilidad del testigo y su testimonio puede así ser soca-vado; pero uno cometería una falacia si concluye, a partir de ello, quenecesariamente lo que afirma es falso. Por otra parte, para impugnar a untestigo no basta con afirmar que es men t iroso, esto se debe mostrar a partirde la pauta de conducta que hasta entonces ha seguido el testigo, o de lainconsistencia del testimonio presentado.

Un ejemplo legendario de la variedad abusiva de ad hominem surgiótambién en un tribunal en Gran Bretaria. Allí, la práctica de la ley confrecuencia ha distinguido entre fiscales y defensores; los primeros prepa-ran los casos para la Corte y los segundos los defienden. Por regla general,su cooperación es admirable, pero en ocasiones ha dejado mucho quedesear. En una de estas ocasiones, el defensor ignoró el caso por completohasta que llegó el día del juicio, y confió en el fiscal para investigar el caso desu cliente, y preparar el expediente del caso. Al llegar a la Corte unosmomentos antes del inicio de la sesión, recibió el expediente preparado porel fiscal. Sorprendido ante su delgadez, lo abrió para hallar dentro una notaque decía: "No hay causa, ataque al abogado de la parte acusadora".

B. El argumento ad hominem circunstancial

Esta variante de la falacia nd hominem se basa en la irrelevancia que existeentre las creencias que se defienden y las circunstancias de sus defensores.Un oponente debe aceptar (o rechazar) alguna conclusión, se argumentafalazmente, tan sólo debido a su empleo, nacionalidad o a otras circunstan-cias. Esto puede sugerir, de manera infortunada, que un clérigo tiene que

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aceptar una proposición determinada porque su negación sería incompa-tible con las Sagradas Escrituras. Un candidato político, se puede alegar,debe apoyar una determinada política puesto que es la que explícitamentedefiende la plataforma de su partido. Tal argumento es irrelevante para laverdad de la proposición que se discute —simplemente presiona la acep-tación de ella por parte de algún individuo debido a las peculiarescircunstancias de este último, a su situación o convicciones. Los cazadores,acusados de barbarismo o de sacrificar animales indefensos simplementepor diversión, a veces replican a sus críticos: "¿Por qué come us ted la carnede los animales sacrificados?" Pero esta réplica es llanamente un argumen-to ad hominem, esa réplica ni siquiera sirve para probar que es correctosacrificar la vida animal en favor de la diversión humana, sino tan sólo quelos críticos no pueden criticar de manera consistente esa conducta debidoa sus propias circunstancias — en este caso, el hecho de que no son ve-getarianos. El término tu quoque, que significa "tú también", se usa a vecespara nombrar esta variedad de la falacia ad hominem circunstancial.

Las circunstancias del oponente no son el punto a discutir cuando seargumenta seriamente. Por ello, las premisas no tienen ninguna pertinen-cia. Llamar la atención sobre esas circunstancias puede resultar psicológi-camente efectivo al ganar el asentimiento para la conclusión que sedefiende frente al oponente, pero no importa qué tan persuasivo puedaser, este argumento es, en esencia, una falacia.

Un ejemplo clásico del argumento ad hominern circunstancial apareceen el diálogo de Platón llamado Critón, en el cual las leyes míticas deAtenas — el Estado personificado — hablan a Sócrates, tratando de pro-barle que era incorrecto huir de la sentencia de muerte que le habíaimpuesto la corte ateniense:

De todos los atenienses, tú has sido el residente más constante en la ciudadque, como nunca has dejado, se supone que amas... Ni tienes curiosidadalguna de conocer otros estados o sus leyes, tus afectos no van más allá de tuEstado, nosotras somos tus favoritas y has consentido en que te goberne-mos... Más aún, tú pudiste, en el curso del juicio, si hubieras querido, haberobtenido la penalidad menor; el Estado que ahora rehúsa dejarte ir, pudopermitírtelo entonces. Pero pretendes que prefieres la muerte al exilio y queno tenías miedo alguno de morir. Y ahora has olvidado estos nobles senti-mientos...5

Las circunstancias del oponente se usan con frecuencia, en forma falaz,como si fueran las razones suficientes para rechazar la conclusión quesostienen — como cuando se argumenta, sin pertinencia con respecto a laverdad de la conclusión, que su juicio está dictado por su situación

5Platón, Critón, Núm. 52, traducción de Jowett, The Macmillan Company, Nueva York,1982, Vol. I, p. 436.