Fernandez Gustavo - Fundamentos Cientificos Del Ocultismo

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1 FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS DEL OCULTISMO Por Gustavo Fernández INTRODUCCIÓN : l trabajo que ustedes se aprestan a leer es la natural decantación de numerosos años de estudio e investigación pero, en especial, de reflexión. Pensamientos que nacieron no sólo de la libre asociación de conceptos extraídos de centenares de libros leídos sobre el tema, sino especialmente de la amalgama de los mismos con las experiencias y anécdotas por mí vividas, tanto en el ámbito de la enseñanza como en el de la investigación de campo. Y todo ello hilvanado a partir de la inflexible metodología intelectual que me he impuesto y que, cuando menos en mí, se manifiesta en una revolucionaria concepción del Universo y la Realidad que así, escrita con mayúscula, trasciende la concepción que de la realidad cotidiana tenemos para transformarse en una lente multidimensional para comprender el Todo (el sentido esencial del Uni- verso) en que estamos insertos. Como suelo decir frecuentemente, resulta hasta intelectualmente chocante para una mayoría de contemporáneos que a principios de este siglo veintiuno alguien, en vez de buscar la acreditación científica o académica para sus actividades en el campo de la investigación (especialmente si ésta roza peligrosamente el limbo de lo paranormal) acepte nominalmente volcarse hacia el 0cultismo. Precisamente, estas páginas constituyen, si cabe, un alegato de auto justificación lo que, ciertamente, no deja de ser un expreso reconocimiento de humana debilidad por parte del autor, puesto que si hay algo que se supone no debe interesar en lo más mínimo a un ocultista es lo que otros puedan pensar de él. Pero, en fin. Este es el tenor de los tiempos, la incierta oportunidad de haber nacido a caballo de la transición entre la Era de Piscis a la de Acuario. Por otra parte, es absolutamente cierto que esto de dejar tranquila nuestra conciencia a partir del momento en que gozamos del crédito universitario es apenas un modismo de la época: en efecto, en otros tiempos, muy distintos eran los referentes de credibilidad a que acudía el ser humano. Así, por ejemplo, en el Medioevo los intelectuales temblaban ante la sola idea de no contar con el respaldo eclesiástico. En otros momentos históricos (en E

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FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS DEL OCULTISMO

Por Gustavo Fernández INTRODUCCIÓN :

l trabajo que ustedes se aprestan a leer es la natural decantación de numerosos años de estudio e investigación pero, en especial, de reflexión. Pensamientos que nacieron no sólo de la libre asociación

de conceptos extraídos de centenares de libros leídos sobre el tema, sino especialmente de la amalgama de los mismos con las experiencias y anécdotas por mí vividas, tanto en el ámbito de la enseñanza como en el de la investigación de campo. Y todo ello hilvanado a partir de la inflexible metodología intelectual que me he impuesto y que, cuando menos en mí, se manifiesta en una revolucionaria concepción del Universo y la Realidad que así, escrita con mayúscula, trasciende la concepción que de la realidad cotidiana tenemos para transformarse en una lente multidimensional para comprender el Todo (el sentido esencial del Uni-verso) en que estamos insertos.

Como suelo decir frecuentemente, resulta hasta intelectualmente chocante para una mayoría de contemporáneos que a principios de este siglo veintiuno alguien, en vez de buscar la acreditación científica o académica para sus actividades en el campo de la investigación (especialmente si ésta roza peligrosamente el limbo de lo paranormal) acepte nominalmente volcarse hacia el 0cultismo. Precisamente, estas páginas constituyen, si cabe, un alegato de auto justificación lo que, ciertamente, no deja de ser un expreso reconocimiento de humana debilidad por parte del autor, puesto que si hay algo que se supone no debe interesar en lo más mínimo a un ocultista es lo que otros puedan pensar de él.

Pero, en fin. Este es el tenor de los tiempos, la incierta oportunidad de haber nacido a caballo de la transición entre la Era de Piscis a la de Acuario.

Por otra parte, es absolutamente cierto que esto de dejar tranquila nuestra conciencia a partir del momento en que gozamos del crédito universitario es apenas un modismo de la época: en efecto, en otros tiempos, muy distintos eran los referentes de credibilidad a que acudía el ser humano.

Así, por ejemplo, en el Medioevo los intelectuales temblaban ante la sola idea de no contar con el respaldo eclesiástico. En otros momentos históricos (en

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nuestro propio país, décadas atrás) lo importante era la opinión favorable que de lo que uno hacía tuvieran los políticos. O los militares.

En última instancia, decir que hoy en día lo “importante” es que los científicos respalden lo que hacemos sólo refleja la moda intelectual de la época: a veces me pregunto qué será importante, cuál será realmente la referencia válida, intelectualmente hablando para nuestros descendientes de los próximos quinientos años. Y me respondo: algo muy parecido a ese entronque entre misticismo, lógica y estética que hoy denominamos Ocultismo, pues eso (y no otra cualquier burda definición de diccionario) es la filosofía que nos ocupa.

Comencemos por aclarar que existe una contradicción –otra más- implícita en el título de este libro: un verdadero ocultista sabe que es una perogrullada buscar fundamentos científicos en el Ocultismo porque, precisamente, es la Ciencia la que se fundamenta en éste. Y lo dicho, que puede sonar a herejía, es sin embargo una verdad histórica: el método científico, como tal en tanto es una metodología aplicada analíticamente al conocimiento de un tema determinado, y en cuanto parte de tres axiomas o premisas básicas, es una exigencia intelectual de los antiguos sabios ocultistas.

En efecto: esos axiomas fueron exigidos por los antiguos hierofantes para el conocimiento racional del Universo, a saber: (a) verificabilidad (que una afirmación pueda ser cotejada por cualquier observador objetivo); (b) repetibilidad (que aplicando un mismo método se obtengan idénticos resultados) y (c) uniformidad de criterios. Pues ciertamente, ¿qué es el Ocultismo, sino el conocimiento racional de las cosas más la percepción mística e iluminista o, si se quiere, intuitiva, más el orden y la armonía (estética) entre ellas?. El experimentador ocultista proponía un ensayo, una receta, una metodología, y afirmaba que si ésta se respetaba (en elementos, circunstancias, etc.) se obtenía invariablemente los mismos resultados: y esto es científico.

Lo científico (que en nuestra época equivale a decir lo respetable) no pasa por las herramientas de trabajo, por el uso de sofisticada tecnología (por lo que el diccionario entiende por “sofisticado”), por el título académico o por el guardapolvo blanco: lo científico, lo serio, lo metodológico estriba en la actitud intelectual. No interesa si nos valemos de contadores Geiger, electroencefalógrafos o, en su defecto, de velas, sahumerios o símbolos. Un tema no es “científico” por sí mismo sino por las exigencias metodológicas que satisface. La absurdidad campea también en las academias, cuando se flexibiliza en exceso la rigurosidad de una investigación, nos autocensuramos de evaluar una hipótesis alternativa o se priorizan las luchas internas o el “lobby” político institucional sólo en aras de asegurar la rápida publicación de unos resultados, acceder a una beca o sostener la respetabilidad adquirida.

Los ocultistas, en cambio, sostenían que además del trabajo de laboratorio es necesario el crecimiento interior, espiritual, del experimentador, porque sólo del resumen de ambas concepciones surge una visión holística del Universo. Así, el Ocultismo enseña que hay tres maneras de comprender la Realidad: racionalmente (la ciencia), esencialmente (la mística) y estéticamente (el arte). Cuando un maestro de obras gótico dirigía la construcción de una catedral, como en el caso de Notre Dame o Chartres, esto no sólo buscaba la perfección edilicia

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(técnica) para un fin (religioso) sino también debía expresar artísticamente su objetivo.

Pero la esquizofrenia social del sistema nos llevó a una compartimentización, a especializarnos en exceso; hoy se sabe cada vez más de cada vez menos, perdiendo de vista esa contemplación totalizadora que preconiza el Esoterismo. Palabra, después de todo, que proviene del griego “eisoteo” (“abrir una puerta”) indicando que la búsqueda de Dios está hacia adentro de cada uno de nosotros. De allí que la moderna ciencia deba sus créditos a los primeros preceptos intelectuales de las Ciencias Ocultas. No olviden ustedes que la Filosofía, madre epistemológica de todas las ciencias, esa Filosofía que hoy estudiamos en las universidades, parte de planteos elaborados por sabios muertos centenares o miles de años atrás.

Cada rama del Ocultismo antecede y engloba a las ciencias contemporáneas: la Astrología es más abarcativa que la Astronomía, no solamente por ser históricamente anterior, sino porque mientras ésta última estudia las relaciones físicas entre los cuerpos celestes, aquella estudia esas relaciones físicas más el todo energético, el todo astral, que las involucra, además de las interacciones de esos distintos planos entre sí y su efecto macrocósmico sobre lo microcósmico, el hombre. La Alquimia se encuentra en igual relación con la moderna Química, pues mientras ésta investiga las relaciones físicas y químicas entre los elementos orgánicos o inorgánicos, la alquimia trabajaba en el mismo terreno además de su relación con las transmutaciones psíquicas y espirituales del operador. La moderna Matemática nace en la matemática pitagórica, pues mientras en la escuela, el colegio y la universidad se nos enseñan las relaciones entre esos entes abstractos llamados números y solamente ellas, Pitágoras estudiaba dichas relaciones así como las de las mismas con los planetas, colores, notas musicales, partes del cuerpo humano... porque en última instancia el Ocultismo busca el conocimiento de lo particular para aprender (¿o debería escribir “aprehender?”) la esencia de lo general, lo trascendente. En síntesis, el Todo

Tengo además otra razón de peso para justificar a este trabajo: el brindar una óptica quizás polémica pero no menos realista a la actividad parapsicológica. En efecto,, en todo el mundo es evidente el esfuerzo que hacen los parapsicólogos profesionales –especialmente aquellos de profunda inserción mediática- por rotular a sus actividades de “científicas”, poniendo el grito en el cielo cada vez que se les atribuye connotaciones esotéricas. Soy un convencido, como parapsicólogo, que nuestra disciplina no es más que el aggiornamiento contemporáneo de contenidos y herramientas típicamente ocultistas, ya sea este ocultismo de Oriente u Occidente. Y como creo que nada malo hay en eso, intento depurar de nuestras filas la suspicacia y vergüenza que la ignorancia puede generar alrededor de la filosofía esotérica y sus prácticas.

Pero como estamos dominados por el pensamiento tecnocrático, seguimos pensando que el valor de las cosas radica en la “razón científica” que sea, o no, encontrada. Por ese motivo es que escribí este libro.

El autor. Paraná, mayo del 2000.

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CAPITULO I

PRIMEROS EJEMPLOS

ólo a los efectos de demostrar que nuestros antepasados no eran tan ingenuos y supersticiosos en la búsqueda del saber como habitualmente se piensa, es oportuno repasar algunas anécdotas que

nos reservó la Historia. En los libros sagrados hindúes, especialmente en los “Vedas”, se describe

una “medicina” efectiva para tratar la viruela o “peste” como allí se la menciona: el paciente enfermo de la misma debe frotar su cuerpo desnudo contra el de un animal, preferiblemente vaca o caballo, que hubiese sufrido ésta y sobrevivido. Los antropólogos e historiadores dicen que esto es un exponente del “pensamiento mágico” de los antiguos hindúes, que así creían transferir la enfermedad al animal por un proceso de magia simpática. Empero, las evidencias arqueológicas señalan que muchos enfermos de viruela, tratados así, sobrevivían. Hoy sabemos que el método tenía fundamentos: el animal enfermo y sobreviviente lo era a expensas de generar anticuerpos, leucocitos blancos que se depositaban en pústulas sobre su cuerpo. Al frotarlo, el paciente reventaba esas pústulas y los anticuerpos, por distintos conductos, especialmente ósmosis capilar, ingresaban al torrente sanguíneo del enfermo, que así se “vacunaba”. Y la expresión no es ociosa, pues precisamente ése es el mecanismo de nuestras modernas vacunas, llamadas así, además, porque se preparan a partir del suero obtenido por la inoculación progresiva del virus en vacunos.

Otro ejemplo. Durante las guerras entre árabes y cristianos, algunos siglos atrás, se empleaba un sangriento método para templar las armas. En la fragua, el hierro al rojo vivo era introducido en el cuerpo de prisioneros cristianos para enfriarlo con su sangre, matándolos en ese acto. Otra vez los historiadores ortodoxos nos “explican” que de esta manera los musulmanes creían transmitir al metal las propiedades de virilidad, coraje y resistencia del enemigo. Pero lo cierto es que en los combates, por cada alfanje o alabarda mora que se quebraba, decenas de espadas españolas lo hacían. Durante los siglos dieciocho y diecinueve, el sistema empleado para templar el metal consistía en enfriarlo en grandes bateas donde previamente se habían hervido pieles de animales sin curtir. Hoy, la metalurgia emplea el proceso llamado de “nitrogenación del acero”, mediante el cual se insufla nitrógeno en el período de enfriamiento del metal, dándole así temple y durabilidad. Por cierto, es alto el contenido de nitrógeno en la sangre del infeliz en cuyo cuerpo se enfriaba el acero y este nitrógeno, evaporándose al disipar el calor, se incorporaba al metal. Método cruel, sí, pero científicamente justificable.

Durante miles de años, los textos esotéricos han descripto al mundo conformado por cuatro elementos básicos: agua, aire, tierra y fuego. Ciertamente, los antiguos no se referían al agua de beber, la tierra del jardín, el aire que

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respiramos o el fuego de la cocina al hablar de estos elementos, sino a cuatro categorías en las cuales esa tierra del jardín, el aire que respiramos y demás son sólo la expresión más grosera, más material, de un primer principio sutil llamado, por caso, “tierra”, que abarca, sí, ese elemento físico, pero también implica signos zodiacales, notas musicales, colores (el verde, sinónimo de seguridad y progreso), fecundidad... Al hablar de “agua”, en el mismo sentido, se habla de colores (azul), condiciones (adaptabilidad), etc. El “aire” implica como color al amarillo (no porque sea de este color, sino porque es el sustento visible de los rayos del Sol) y se le asigna la característica de “transitoriedad y mutabilidad”, o sea, “cambio”. El “fuego” además de corresponder, verbigracia, al signo de Leo, corresponde al color rojo, al concepto de “peligro”, y nos acercamos entonces a una conclusión fundamental: aunque no creamos en las leyes del Ocultismo estamos inexorablemente sujetos a ellas. Como con la gravedad, a la que puedo desconocer, pero si me asomo excesivamente al balcón de un quinto piso, me veré forzado a obedecerla.

¿Y porqué esa conclusión y todo este introito?. Porque noventa años atrás, alguien inventó, para seguridad y control del tránsito, el cotidiano semáforo. Seguramente, el o los inventores habrán tenido sus muy buenas razones para elegir sus colores característicos y adjudicarles un valor simbólico a los mismos... pero no pudieron escapar a esa ley universal que dice que al “rojo” se le asocia el concepto de “peligro”, al “amarillo” el “cambio” y al “verde” la “seguridad” o “avance”. Ciertamente, ustedes pueden reinventar el semáforo y otorgarle otros colores, o darle a los mismos otro sentido... pero sólo ahora, que conocen la ley, que toman conciencia de la misma, están en condiciones intelectuales de alterarla. Esta es otra condición del Ocultismo: sólo se cambia, o se evita, o se combate aquello que primero se conoce. Ya que de lo contrario, si desconocemos las opciones, ¿cómo ejecutar el libre albedrío?.

Y permítaseme aquí hacer una digresión. Dentro del Ocultismo, y cuando discutimos sobre “mancias” (técnicas adivinatorias) los escépticos comúnmente nos atacan con el argumento que tal creencia es “fuertemente determinista”, presupone un “futuro inexorable” y, en consecuencia, entrega al hombre “a la resignación de no luchar por su porvenir”. Pero el razonamiento correcto es exactamente al revés: como dije, sólo cuando soy conciente de un eventual futuro puedo elegir dar –o no- los pasos necesarios para cambiarlo. Si lo ignoro, después de todo, ¿cómo puedo estar seguro –más allá de la autojustificación- que lo que emprendo es porque “construyo” mi futuro (desde la ignorancia) en vez de, simplemente, obedecer las tendencias, ahora sí deterministas, a la que ese desconocimiento previo me ha sujeto?.

Veamos otro caso. Desde hace también miles de años, las escuelas esotéricas enseñan que en el Universo todo lo positivo es masculino y todo lo negativo, femenino. No se enojen las damas lectoras: lo “positivo” o “negativo” no lo es en un sentido moral, sino en polaridad, como opuestos y complementarios. Pues bien, también enseñaban que lo positivo gira (en el Universo todo es cíclico y se mueve en curvas cerradas) de izquierda a derecha (dextrógiro) y lo negativo de derecha a izquierda (levógiro). Ahora: ¿observaron ustedes cómo se prenden un saco o chaqueta los hombres?. De izquierda a derecha. ¿Y las mujeres?. De

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derecha a izquierda. Por supuesto, el primer sastre que confeccionó un saco para el hombre y la primera modista que hizo lo propio con uno de mujer tuvieron seguramente sus razones, evidentemente no esotéricas, para imprimirle ese sentido... pero no pudieron escapar a esa ley cósmica que dice que lo masculino es dextrógiro y lo femenino, levógiro. Aquí también pueden ustedes introducir cualquier modificación y crear vestimentas con el sentido de ojales y botones alterados, pero sólo a partir de haber tomado consciencia de esta relación que señaláramos.

Otra perla. Está difundida en Occidente la medicina homeopática que, aún resistida por la ciencia tradicionalmente alopática, sabemos que es efectiva en cuadros crónicos, actuando por máxima dilución de sus componentes, a un extremo en que la materia química desaparece del preparado. Es esta ausencia de restos químicos lo que ha hecho que la ciencia positivista rechazara la homeopatía, sosteniendo que si nada queda del principio activo químico, nada puede actuar sobre el sujeto y por lo tanto su aparente “curación” es sólo producto de la sugestión. Pero ante esto los médicos homeópatas se encogen de hombros. Prácticos, afirman que pese a todo “algo” debe quedar, para que siga siendo efectiva, como saben los veterinarios homeopáticos que tratando así a nuestras mascotas jamás se les ocurriría pensar que las mismas se “sugestionan”. Y seguramente, más de un homeópata se escandalizaría de saber que no hace más que aplicar viejos preceptos ocultistas que afirman que lo que sobrevive en el líquido o polvo suministrado es la impronta energética, la vibración del elemento químico preexistente. Exactamente, lo que un laboratorio oficial francés descubrió, en 1988, que ocurre con el medicamento homeopático. Por otra parte, la frase rectora del pensamiento de esta corriente médica, expresada como “lo semejante cura lo semejante”, ¿no es acaso la expresión misma de la magia simpática?. En consecuencia, si la homeopatía funciona (y vaya si lo hace), ¿porqué la Magia –entendida tal como la aplicación técnica de principios teóricos estudiados por el Ocultismo- no ha de hacerlo?

Finalmente, remito al capítulo sobre “Leyes Universales” para comprender los fundamentos racionales operativos de los procedimientos esotéricos. Pero valga en tanto una reflexión, relacionada con aquello que señaláramos de las actitudes: en el fondo, la práctica del científico, del sacerdote o del ministro religioso así como la del brujo indígena tienen semióticas comunes. Si yo necesito lluvia, me puedo plantear tres opciones: siembro las nubes con alguna sustancia química, yoduro de plata, por ejemplo, o solicito una misa propiciatoria, o le pido al chamán que baile una danza de la lluvia. Ahora bien, ¿cómo categorizamos esto?. Para la mayoría de la gente, lo primero es ciencia, lo segundo religión y lo tercero brujería o superstición lisa y llana. Pero las diferencias son mucho más sutiles, y no pueden ser dilucidadas exclusivamente por la semántica. Para el chamán, su baile de la lluvia, ¿es estadísticamente menos efectivo que para el técnico el yoduro de plasta?. ¿Y qué ocurre con el sacerdote, que cuenta con buenos argumentos –cuando menos teológicos- para confiar en su misa?. Su experiencia y sus resultados hacen que su interpretación sea “científica”. Y si, como ocurre generalmente, el piloto del avión que siembra las nubes ignora por qué

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circunstancia emplea esa sustancia y no otra, ¿acaso su actitud es menos ingenua y crédula –es decir, “mágica”- que la del campesino que, sin saber porqué, pide ayuda al brujo, confiando en que sus procederes misteriosos hagan llover?. Y cuando el científico aprende en su templo –perdón, universidad- el procedimiento indicado para cada circunstancia y lo repite y aplica aún cuando observe situaciones en que no se cumple o evade conocer alternativas, ¿acaso esa actitud no es de aceptación mágica?.

¿Y dónde queda parada nuestra confianza en un mundo académicamente predecible cuando la experiencia, los hechos –lo único que no puede refutarse- nos enseñan que cuando el brujo danza llueve, cuando menos con la misma frecuencia que cuando el técnico rocía las nubes desde su avión?. Los rituales ocultistas

Hasta aquí, he buscado hacer comprender ciertos enfoques esenciales del Ocultismo a mis lectores, enfoque que podríamos sintetizar en uno de los aspectos menos conocidos pero más interesantes de las sincronicidades simbólico-energéticas en que se fundamenta la actividad y efectividad técnica de lo que, genéricamente, se han denominado “rituales” y que significan, específicamente, el resabio sobreviviente de una antiquísima ciencia, seguramente perteneciente a una civilización desaparecida, ciencia ésta cuando menos que no recibiría esta denominación por operar con instrumentos meramente materiales o transformando la materia con la materia, sino que reconocería la existencia de planos más sutiles de vibración, concatenados e interactuantes con la fisicidad.

Sobre estos planos de manifestación de la Naturaleza actuarían los Antiguos, moldeando el Universo de acuerdo a sus deseos (cuando menos, la cotidianeidad de su universo), de una manera más eficiente, quizás, que la que llevó a nuestros actuales científicos a modificar nuestro mundo con las herramientas que el conocimiento académico, exotérico (que no “esotérico”) les ha brindado.

En última instancia, debemos ver que tras el ritual, con claridad yace un pensamiento mágico, sí, pero también una racionalidad operativa. Es posible que el aspirante contemporáneo a ocultista vea un sentido sobrenatural en las velas, pantáculos, fragancias, pero el hecho incontrastable es que tras cada uno de estos elementos se busca actuar sobre un específico plano de lo sensorial, aunque en este caso lo sensorio se remite tanto a lo físico como a lo psíquico.

Las velas nos hablan de la luz, la acción sobre la vista. Las fragancias nos remiten al olfato. Las oraciones o “mantrams” y letanías, al oído. Y la compleja pero precisa construcción pitagórica (es decir, filosófico-matemática) estimulan lo psíquico, lo espiritual, lo intelectual, lo intuitivo, pues hablan simbólicamente de la estrecha relación de ese Microcosmos que es el Hombre en función del Macrocosmos en que se halla inserto. Un Microcosmos que también estimula en el ritual su sensibilidad gustativa, pues nada del olfato es ajeno al gusto, y la táctil, por la voluptuosidad del contacto húmedo de la copa de cristal, el frío de la espada, la vara o, mejor, la punta de plata que impide la condensación de la luz astral, el roce de la túnica, el calor amigable del texto sagrado, el roce del aire

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contra nuestras manos al ejecutar los “mudras” o gestos de poder, enhebrando los cinco sentidos físicos, los parafísicos y la percepción intuitiva en una fiesta de sutiles sensaciones microcósmicas que abren el oído y el ojo a la trama oculta del Macrocosmos, pues sólo se escucha el susurro del propio espíritu cuando somos capaces de oír la caída del pétalo de una rosa entre una multitud...

Tal inserción es en sí misma un mecanismo de acción sobre ese medio, y los elementos que hacen a su correspondencia sincrónica las llaves que regulan el mismo. El operador, entonces, es un técnico de los planos sutiles, un sujeto que no responde a endebles motivaciones místicas exacerbadas por los miedos inconscientes del ser humano ante las circunstancias agresivas del medio, sino a precisos mecanismos cósmicos usufructuables en su beneficio.

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CAPITULO II

LEYES UNIVERSALES DEL OCULTISMO

Como es lógico suponer, el Ocultismo, como ciencia primigenia, debe apoyar su metodología en la operatoria de leyes o principios comprobables (unánimamente por sus dos vías de conocimiento: el raciocinio y la iluminación) y de carácter axiomático para toda su fenomenología. Y si a estas leyes no las conociéramos, válido sería todo esfuerzo conducente a descubrirlas, ya que ninguna catedral del pensamiento, humano o divino, puede levantarse sin los pilares basales en que consisten tales fundamentos.

Afortunadamente, esas Leyes o Principios Fundamentales existen, y son siete –lo que, esotéricamente expresado, no podía ser de otra manera, por aquello d4e la sacralidad de este número- con la particularidad que debe observarse su accionar sobre el Todo físico o espiritual que nos interpenetra; en efecto, en tanto una ley física regula, de alguna manera, el comportamiento físico y energético, mecánico o vibratorio del Cosmos, una ley ocultista debe por fuerza ser más abarcativa, pues en tanto lo físico es apenas una de las facetas del Universo, una ley del calibre de las que vamos a tratar debe aplicarse en todo lo físico, sí, pero también en todo lo psíquico, todo lo astral, todo lo espiritual, en suma, el Todo. Veamos, entonces, de qué se tratan. Ley del Mentalismo

Primera y fundamental. Se enuncia diciendo: “En el Todo, Todo es mental”. Pero no en el sentido de un subjetivismo kantiano dieciochesco, donde se sostenga que lo único “real”, objetivo, soy yo y que todo lo que me rodea es sólo producto de mi percepción y mi mente, seguramente subjetivo y posiblemente irreal. No. El mentalismo ocultista sostiene que todo lo que existe en el Universo es expresión cada vez más grosera, más material, más densa, de un Primer Principio extremadamente sutil y elevado, que podemos llamar Dios, Consciencia Cósmica, Brama, inmanente en el Cosmos, y que se manifiesta en la naturaleza en distintos planos de vibración cada vez más densa, ora como psiquis, ora como espíritu, ora como materia. Vale decir que las cosas del Cosmos no son de naturaleza distinta entre sí, sino que esa Esencia Universal adopta en ocasiones la característica de la energía, en otra circunstancia la de la materia, en una tercera la del pensamiento.

Para que esto sea más entendible, imaginemos un río. Un río que nace en una cascada, donde el agua fluye rápidamente y es cristalina, desplazándose luego por la llanura formando meandros, donde aquella se torna lenta y turbia para morir en un pantano, donde el agua está quieta y oscura. A primer golpe de vista, ustedes pueden dividir el río en tres partes bien diferenciadas: aquí el agua es cristalina, más allá turbia, finalmente negra. Pero, ¿ustedes podrían decir dónde termina un tipo de agua y comienza la otra?. No, porque en un punto cualquiera el

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agua es más rápida y transparente que unos metros río abajo, pero todavía más lenta y turbia que otro tanto río arriba... y así en progresión infinita. Es decir, la única diferencia es de grado, de densidad, pero no de naturaleza, y en un análisis pormenorizado todos los “sectores” del río son indistinguibles entre sí.

Lo mismo ocurre en el Cosmos. Todo es una sola cosa. Y, sugestivamente, la ciencia moderna viene a demostrar que las antiguas afirmaciones esotéricas eran ciertas. De Einstein para aquí, sabemos que materia y energía no son dos cosas distintas sino esencialmente los mismos elementos comunes manifestados de distinta forma. Tengo un pedazo de carbón y sé que es materia. Lo caliento y emite calor, es decir, energía. El calor no surge de la nada, ya que se genera a partir de los elementos constituitivos del carbón. Un poco de calor inicial (el fósforo) excita y libera los átomos que coherentemente estructurados formaban la materia y, a partir de esa excitación inicial, aquellos, cumpliendo la ley de entropía, se disipan en forma de calor. Materia y energía, energía y materia son sólo dos caras de la misma moneda, son sólo una. Un trozo de uranio con un peso atómico 238 chocando con otro de peso 235, genera fisión atómica. Una explosión. Energía.

Trescientos años atrás, los científicos creían que el Universo estaba poblado por distintos tipos de energías y de fuerzas. Que el calor nada tenía que ver con el magnetismo, ni éste con la electricidad, ni aquellos con la gravedad. Pero en el siglo XIX un físico inglés, Maxwell, descubrió que electricidad y magnetismo no son dos cosas distintas sino dos aspectos particulares de un mismo principio que él llamó electromagnetismo. Y esta reducción y unificación de fuerzas continuó al punto que con el advenimiento de este siglo los físicos sostenían que sólo cuatro eran las fuerzas que interactuaban en el Cosmos: el electromagnetismo, la gravedad, la interacción nuclear débil y la interacción nuclear fuerte (estas dos últimas responsables de las relaciones atómicas entre sí). Pero aparece nuevamente Einstein –cuándo no- y enuncia la teoría del campo unificado, tan maltratada por los escritores de ciencia ficción y tan poco comprendida por el público. Einstein teoriza que gravedad y electromagnetismo no son dos fuerzas distintas, sino dos manifestaciones específicas y particulares de un principio vinculado a la deformación geométrica del espacio, que a veces se presenta como electromagnetismo y a veces como gravedad. Es decir, unifica (de allí el término) en una sola teoría de campo ambas fuerzas, con lo que las universales quedan reducidas a tres. Hasta que en 1985 un astrofísico inglés llamado Paul Davies afirma que aún estas tres fuerzas son sólo aspectos de una única universal, que él denomina Superfuerza.

Finalmente, las investigaciones parapsicológicas contemporáneas han demostrado que la mente es energía, en el sentido de fuerza. Actúa sobre la materia física (telekinesis), altera, como veremos más adelante, la emulsión química de una película fotográfica en condiciones ideales experimentales (“psicofotografía” o “escotofotografía”). Así que por simple carácter transitivo concluímos que, si todas las energías son sólo una (incluso el pensamiento), si todas las fuerzas son sólo una, y si materia y energía son la misma cosa (recordemos que la materia es energía organizada y la energía, materia desorganizada) ... ¿qué diferencia, qué distancia hay de la sutileza de la psiquis a

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la densidad de la materia sino únicamente diferencias de grado, de condensación?.

Para que esto sea más entendible, imaginemos una gigantesca olla repleta de polenta mal preparada. En algunos lugares, está grumosa; en otros, líquida. Más allá, tendrá una consistencia media. A golpe de vista, puede decirse que allá la materia es grumosa (sólida), aquí muy líquida y acullá intermedia, pero en definitiva todo es polenta. Así ocurre en el Universo.

En otro sentido, esto expresaban los antiguos ocultistas cuando enseñaban que el Cosmos se dividía en siete planos de distinta densidad, en donde las entidades –como el ser humano- vibran en algunos de esos planos, y ciertas energías inteligentes (los “haiöth-hakodesch”) en otros, tan reales y tangibles para sí mismos como nosotros los somos para nuestros congéneresw. Estos planos son, de mayor densidad a mayor sutilidad, “material”, “mental inferior”, “mental superior”, “astral”, “etéreo”, “búddhico” y “átmico”. Dios tiene consciencia átmica, y sus manifestaciones se desprenden “hacia abajo”, hacia la materialidad. El hombre existe en los planos material, mental inferior, mental superior, astral y etéreo. El animal, en el material, mental inferior, astral y etéreo. Los entes a los que ludiéramos, en el astral y mental superior, o astral y mental inferior (las larvas astrales que estudiáramos en un viejo trabajo sobre “Autodefensa Psíquica”), los hombres y mujeres elevados, además de los planos mencionados, en el búddhico, etcétera.

Esta categorización de la Naturaleza es asimismo afín con el principio khabbalístico de los sephirot. Un “sephira” (“sephirot” es plural), es una de las maneras que tiene Dios de manifestarse en la naturaleza (una “emanación”) y los diez niveles de manifestación (“Kether” o Espíritu, “Binah” o Sabiduría, “Chokmah” o Belleza, “Pechod” o Inteligencia, “Chesed”o Bondad, “Tipheret” o Equilibrio, “Hod” o Justicia, “Nitzach” o Valor, “Yesod” o Reflexión y “Malkuth” o Materia) señalan las diez virtudes que debe alcanzar el hombre si quiere entrar en comunión (común unión) con Dios, mediante uno de los treinta y dos “senderos” que comunican estos diez frutos del Arbol de la Vida, o Arbol de la Sabiduría, como también lo llamaban los esoteristas hebreos. Dios aparece como lo Supremo, Omnisciente, Omnipresente y Omnisapiente, llamado Ain Soph Aur (“La Corona Aurea”) y sus emanaciones van descendiendo hasta irradiar Malkuth, caracterización de lo material.

Por supuesto, un lector escéptico –si ha sobrevivido a la lectura de estas páginas hasta aquí- puede argumentar que esta disquisición, si se quiere filosóficamente aceptable, peca por un defecto: la indemostrabilidad de ciertos principios que aquí damos como ciertos, por ejemplo, la existencia del llamado “mundo astral”. En efecto, ¿qué evidencia podemos aducir nosotros, los ocultistas, de que lo “astral” existe?. ¿Qué hablar de “cuerpos astrales” o sucedáneos es más que un gratuito ejercicio de la imaginación?. Puedo aportar seguramente referencias de índole vivencial, místicas o paranormales pero, para un observador exterior al tema y objetivo, ¿cómo le demostraremos científicamente –una vez más- la existencia de lo astral?.

Es más fácil de lo que parece. En 1988, astrofísicos norteamericanos descubrieron un fenómeno cósmico

extrañísimo: estudiando la rotación de los cuerpos de nuestra galaxia (ese

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conglomerado de estrellas, espeso en el centro y raleado en la periferia, en uno de cuyos barrios suburbanos se encuentra nuestro Sistema Solar y que sabemos rota a gran velocidad en conjunto alrededor de su centro), observaron que los sistemas ubicados casi en el centro de aquella demoran el mismo tiempo en completar una rotación que los ubicados cerca de la periferia, es decir, los que están más alejados. ¿Qué tiene esto de extraño?. Mucho. Por ejemplo, si ustedes, en una palangana llena de agua, arrojan un puñado de papelitos y luego con un dedo comienzan a hacer girar a gran velocidad el agua, van a observar que los papelitos próximos al centro se desplazan más rápidamente que los más alejados, pues al ser independientes unos de otros, sus velocidades varían por el mayor o menor tiempo que emplean para recorrer su trayecto circular. Es el caso de los planetas de nuestro sistema solar, donde la Tierra, por ejemplo, tarda un año en completar una órbita alrededor del Sol, mientras que Plutón, el más alejado, demora 288 años de los nuestros. Para que la periferia de un círculo o disco –que eso es la Galaxia- rote a la misma velocidad que su centro, se necesitaría que todo el conjunto fuese sólido; es lo que pasa con un disco compacto en un centro musical, donde el borde gira a la misma velocidad que el centro pues es una masa homogénea, compacta. El fenómeno deducido por los astrofísicos requeriría que todos los cuerpos de la galaxia se encontraran “pegados” entre sí por algún tipo de lazo material para que la velocidad de rotación nos acelere a algunos y la inercia retrase a otros. Pero los instrumentos científicos no detectan ningún tipo de materia, que necesariamente debe existir como aglutinante. Entonces, los astrónomos han creado la expresión “materia oscura” para definirla (pues es “oscura”, es decir, invisible a nuestros más sensibles aparatos) y referirse así a ese pegamento cósmico. Y yo pregunto: ¿qué diferencia hay, conceptualmente, entre esta “materia oscura”, una clase de materia que no es materia, que no se comporta como la misma, que forzosamente debe existir aunque no la detectemos, y la “materia astral” (excepto el cambio de nombres), si lo “astral” es, precisamente, una forma de la materia distinta a las cuatro que conocemos (sólido, líquido, gaseoso y plasma), e indetectable físicamente pero que ejerce sus efectos sensibles sobre el mundo material que vemos y sentimos?. Ley de Correspondencia

Tres mil doscientos años antes de Cristo, según cuentan los antiguos relatos egipcios, finalizó el reinado de dioses y semidioses sobre la Tierra. En el valle del Alto Nilo un rey de pastores, Menes, ascendió en ese entonces al faraonato con el título de Menes I, El Tinita (por ser oriundo de la ciudad de Thinis).

Menes desarrolló, en su prolongado reinado, una vasta tarea de conquista y culturalización para sacar a su pueblo de la condición pastoril y agrícola que hasta entonces la caracterizaba. Hizo contratar especialistas en las más variadas disciplinas provenientes de los más alejados puntos del mundo conocido y, muy especialmente, agregó a su corte a un sabio caldeo, arquitecto, médico, astrónomo y –lógicamente para ese entonces- mago, conocido como Toth. Hasta avanzada su ancianidad, Toth se dedicó a volcar sus conocimientos en diversos libros, algunos perdidos para siempre, otros conservados fragmentariamente como

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el llamado “Libro de Toth”, compendio de Teurgia o Alta Magia Blanca del que sólo sobrevivieron a la primera de las siete destrucciones de la Biblioteca de Alejandría sus láminas ilustrativas, exactamente setenta y ocho, y que conformaron al paso del tiempo la baraja del Tarot o, en egipcio, “tarah ha’ Toth” (de donde por deformación proviene el vocablo “Tarot”) y la “Tábula Esmeragdina”, o “Tabla de Esmeralda”, una sucesión de aforismos que guardaban memoria del conocimiento filosófico de los contemporáneos de este Toth que, al morir, fue elevado a la categoría de dios –apoteosis común en esos tiempos- e, incluso, adoptado tardíamente por los griegos con el nombre de Hermes Trimegisto (“el tres veces grande”). Precisamente, lo de “filosofía hermética” proviene de su nombre helenizado.

El primer aforismo de la “Tabla de Esmeralda” expresaba el Principio de Correspondencia, que enseguida explicaremos, con estas palabras: “Es verdad, muy cierto y verdadero, que lo que es arriba es como lo que es abajo, y lo que es abajo es como lo que es arriba, para hacer el milagro de una sola gran cosa bajo el Sol”. En otros términos, la total identificación entre lo macrocósmicamente grande y lo microcósmicamente pequeño.

La estructura de un átomo es, microcósmicamente, como el Sistema Solar macrocósmico que lo contiene. La parte del todo refleja el Todo. Un ser humano es 70% agua y 30 % materia sólida y vive, casualmente, en un planeta que es 70 % agua y 30 % materia sólida. Además, su sangre tiene exactamente la misma proporción de sal que la del agua del planeta. El iris de una persona permite conocer el funcionamiento de todo su organismo porque, como siempre, la parte de un Todo refleja ese Todo. Una carta natal astrológica resume en su microcosmos, el macrocosmos de la vida y la personalidad del sujeto al que pertenece. Las líneas de mi mano reflejan mi personalidad y mi vida también, pues mi mano, como parte de un Todo integrado por mí y por mi devenir, refleja el Todo. Una persona carismática y de fuerte carácter concita a su alrededor a las personas de temperamento más débil, que imitan sus poses, su manera de ser y tratan de vivir en función de aquél, lo que llamaríamos una conducta heliocéntrica, donde hasta “la luz del Sol” (y recordemos que en Astrología el Sol significa la personalidad manifestada) es “reflejada” por quienes giren a su alrededor, actuando microcósmicamente como un sistema planetario lo hace macrocósmicamente.

En Matemáticas es conocida una curiosidad llamada serie de Fibonacci, planteada por el sabio homónimo, donde cada número resulta de la suma de los dos anteriores. Tal el caso de la secuencia 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 56, 90... etc. Pues bien, una figura que se repite en la naturaleza universal es la espiral de Fibonacci, donde cada una de las espiras (vueltas) se distancia de la anterior de acuerdo a esa progresión numérica. Esto es tan así, que lo encontramos desde en la espiral macrocósmica de una galaxia, hasta la microcósmica de un caracol e, incluso, si toman ustedes un repollo colorado y lo cortan transversalmente, comprobarán que no sólo su disposición es en espiral sino que respeta la serie de Fibonacci.

¿Un experimento práctico?. Supongamos que en casa alguien se lastima, se corta, pierde sangre en cualquier accidente hogareño. Tenga preparada una bolsita con sulfato de cobre (unas piedritas color verde azuladas que, entre otros

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usos, se emplean para clorificar piscinas de natación) y rápidamente diluyan en un vaso lleno de agua el mismo hasta el punto de saturación, es decir, cuando por más que sigan agregando sulfato de cobre éste no se diwulve más, o, por lo menos, cuatro o cinco cucharadas soperas colmadas. Entonces introduzcan en él un trocito de algodón sucio de la sangre del herido, dejándolo allí. Atención: no se trata de mojar la herida con la solución del sulfato, ya que (a) si bien observarían efectos cicatrizantes, aquí la acción sería comúnmente química –es el principio de las sulfamidas- y no esotérico, que es lo que tratamos de probar, y (b) el ardor subsiguiente en la herida haría que la víctima recordara el árbol genealógico del frustrado enfermero hasta la octava generación.

Observaremos entonces un hecho fascinante: sin ningún tipo de acción química en contacto con la herida, ésta cicatrizará varias veces más rápido de lo que haría cualquier compuesto medicinal aplicado directamente sobre aquella, actuando a distancia. Tan es así, que aunque se pongan centenares de kilómetros entre el herido y su “muestra testigo” sumergida en la dilución, seguirá actuando, y aún lo hará aunque el sujeto del experimento nada sepa del mismo o no crea en él, lo que invalida la hipótesis de la sugestión. Personalmente, además de haberlo empleado numerosas veces, cuento con el testimonio de un odontólogo especializado en cirugía maxilofacial y otro profesional de la salud, urólogo y cirujano, que desde hace años y por mi recomendación vienen empleándolo con éxito en sus intervenciones quirúrgicas. Es tanto como afirmar que la acción (química o energética, lo mismo da) sobre la muestra de sangre se copia, se duplica en el original del cual proviene porque, obviamente, la parte del todo (la muestra de sangre) refleja al Todo del cual fue obtenida. Ley de Causalidad

En el Universo nada ocurre por azar, por casualidad. Cuando el ser humano no ve lógica o razón de ser en el devenir de una serie de circunstancias, sean éstos fenómenos físicos o problemáticas sociales o personales, atribuyendo su aparición a algún aspecto aleatorio, sólo está reconociendo con ello su ignorancia de principios más trascendentes y, por ello, quizás incognoscibles. En efecto, si existe una inteligencia divina, de la cual por emanaqción de la Ley de Mentalismo la humana es apenas una ínfima parte, aunque procedamos racionalmente (o quizás precisamente por ello), ¿es lícito esperar que ese corpúsculo pueda entender los designios de lo Trascendente, por más que sea parte necesaria de él?. Yo no sería un yo completo, por ejemplo, si me fuera amputado un dedo pero, ¿no resultaría ridículo esperar que mi dedo, por sí mismo (o las células que lo forman) pueda comprender qué soy yo, para qué y por qué lo uso para un determinado fin o las razones que me llevan a amputarlo?. O como dijera el poeta: “La casualidad es el pseudónimo de Dios cuando quiere permanecer anónimo”. Todo efecto, entonces, tiene su causa aunque ésta, hoy por hoy, nos sea incomprensible. Esto explica el estudio, en Parapsicología y Astrología, de lo que se denomina SPA, o Signos Precursores de Acontecimientos, el modo de “leer” los avatares de la vida para entender su postrer significado

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Ley de Vibración

En el Universo todo esta vibrando, es decir, en permanente movimiento. Décadas atrás aún se discutía esta proposición. Se decía que un florero, por ejemplo, independientemente del movimiento relativo que le cabe por estar sobre un planeta que rota sobre sí mismo y se traslada en el espacio estaría, en términos absolutos, inmóvil. Hoy sabemos que sus átomos y moléculas, empero, están oscilando y no existiendo, en consecuencia, tal inmovilismo.

Esa esencia universal de la que habláramos en la Ley del Mentalismo, entonces, consiste en la sucesión de vibraciones de distinto grado, afines o inarmónicas entre sí, lo que establecería correspondencias de afinidad (“amor”) o rechazo (“odio” o “negatividad”) en las inteligencias portadoras. Más aún, un aspecto secundario de esta ley, que podríamos denominar “de ciclicidad” dice que todo se mueve circularmente en el Universo, y cíclicamente. Lo que hoy está en la cresta de la ola, mañana estará en la depresión de la misma. Todo retorna al lugar de origen (y, precisamente por eso, nuestro destino ineluctable es regresar al Todo). Los electrones orbitan, los planetas giran en órbitas elípticas y las energías y fuerzas operatorias desencadenadas en los rituales ocultistas vuelven al punto de partida (de allí la expresión “efecto boomerang” usada en Esoterismo para definir la consecuencia moral de nuestras acciones).

A propósito, ha proliferado en los últimos años la creencia, en ciertos ambientes herméticos, de que existirían ciertas técnicas de “efecto campana” para protegerse del efecto “boomerang”. Esto, que justificaría los deseos de quienes no quieren preocuparse por las consecuencias de ciertas acciones propias, ocultistas o no pero en todo caso ciertamente negativas o amorales, es a todas luces banal. Ya que siendo estas leyes universales, lo que es lo mismo que decir inspiradas por Dios, ¿acaso algún mortal puede ser tan pedante de suponer que cualquier técnica por él empleada puede operar por encima de los designios divinos?.

La Ley de Vibración en general y el Principio de Ciclicidad en particular justifican la presunción de lo que se conoce como “karma”, en sus dos aceptaciones: el “universal” (que se sucede de encarnación en encarnación) y el “mundano” (que acusa, dentro del término de nuestra propia vida, las consecuencias ulteriores de nuestras acciones anteriores). Ley de Serialidad

Todos los eventos universales tienden a agruparse de acuerdo a su idéntica naturaleza. La gente, por ejemplo, espontáneamente tiende a aglutinarse según idiosincrasias comunes y... ¿acaso ustedes no advirtieron que cuando algo en sus vidas cotidianas les sale bien, parece tener una “seguidilla” de aciertos y, por el contrario, después de un contratiempo parecen aglutinarse, a veces por varios días, novedades igualmente contrariantes?. Dicho de otra manera, los eventos favorables se agrupan en conjuntos favorables, y viceversa.

Es en este contexto que se entiende con más precisión el sentido de disciplinas como el Tarot o la Astrología: tienden a orientar al ser humano hacia los conjuntos favorables o bien alejarlo de los desfavorables.

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Ley de Polaridad

Todo existe en pares complementarios. Al frío se opone el calor, al arriba el abajo, a la luz la oscuridad, al bien, el mal. Pero ambos se necesitan mutuamente; si no existiera la sombra, la luz nos sería irreconocible como tal. Si no existiera el Mal, no habría nada meritorio en hacer el Bien. Si alguna vez no fuéramos infelices, ¿cómo sabríamos cuándo somos felices?. Es lo que expresa el símbolo del “pakua” chino, quizás más, y erróneamente, conocido con el nombre de “yin y yang”, ese círculo divido por una sinusoide, blanco de un lado y negro del otro y con sendos pequeños círculos de iguales colores pero invertidos en cada mitad. Fíjense ustedes, asimismo, el profundo conocimiento psicológico encerrado en esta figura, que aquí ilustramos para mayor comprensión de lo que vamos a explicar.

Según observara el gran psicólogo suizo Carl Gustav Jung, todo ser humano masculino, para realizarse y ser completo como tal, debe tener algunas leves características de las que habitualmente se atribuyen a la feminidad en su personalidad: ternura, compasión, etc., que conforman lo que Jung denominó el “ánima” del varón. Y lo contrario caracteriza a la mujer realizada, que a través de su “ánimus” expresa coraje, agresividad, etc. U hombre o una mujer sólo dominados por lo inherente a su sexo serían algo así como extremistas psicóticos, él un “duro” a lo Bogart sobreactuando y ella una pasiva histérica. Es decir, lo “yang” masculino necesita algo de “yin” femenino para ser perfecto (precisamente ese circulito en la ilustración que se llama “joven yin”) y el “yin” femenino, necesita algo de “yang” masculino para lo mismo (inherente simbólicamente en el “joven yang”). Síntesis estética, por otra parte, que exhibe este símbolo varias veces milenario. Entonces, polaridades opuestas, pero complementarias. Ley de Sincrocinidad

Todo existe en pares, dijimos. Y cada evento, sea material, psíquico, espiritual, tiene su contrapartida. Es el caso de las partículas elementales, según apunta la física cuántica, que una vez estuvieron en contacto y a partir de lo cual mantienen una extraña “ligazón” por sobre el tiempo y el espacio. Jung llamó a esto “sincronicidad” y el físico Wolfang Pauli las llamó “coincidencias significativas”. Un acto telepático sería entonces una sincronicidad eventual simbólica entre dos o más psiquis. Un evento telekinético, por su parte, es un ente psicoide entre la imagen mental de un movimiento y el fenómeno mecánico que se efectiviza en un marco material. Los antiguos filósofos medioevales decían que no cae una aguja en el mundo de los hombres sin que tiemble una estrella, y los sacerdotes aztecas hablaban de que cada hombre tiene su “náhual”, una contraparte animal o vegetal, de manera tal que lo que le pase a uno le sucederá al otro. Muere un animal en el bosque y un hombre rueda víctima de un síncope. Se descompone una mujer, y un árbol cae vencido a los pies del leñador. El universo en que vivimos (otra vez: uni-verso) es una armonía de espíritus, una sinfonía etérea donde cada nota por sí sola parece carecer de valor, pero todas se necesitan –ensambladas entre sí mediante alguna Inteligencia- para que resuene la música.

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Los propios sucesos que acompañaron la muerte de Jung son quizás la manifestación poéticamente más contundente de la propia Naturaleza para demostrar a los hombres la realidad inapelable de esta ley.

En los años postreros de su vida, el genial psicólogo se había retirado a su mansión solariega de Klüsnacht, donde de joven había plantado un roble a cuya atención dedicara tiempo preferencial. Bajo ese árbol se retiraba a meditar, fumando su pipa, o a repasar originales de sus últimas obras. Era, a todas luces, el “roble de Carl”. Ahora bien, en el preciso momento en que este gran hombre fallece de un ataque cardíaco, el 15 de junio de 1961 a las tres de la tarde, un rayo se desprende del tormentoso cielo suizo e impacta en el roble de Jung, matándolo. El rayo podría haber caído a cien kilómetros de distancia o en cualquier otro árbol, media hora antes o dos días después. Pero tuvo que ser en ese árbol en ese momento como para señalar con este acto teatral que, después de todo, Jung tenía razón y su enunciación de la Ley de Sincronicidad era un hecho. Axiomas Secundarios Principio del Amor: El amor es la atracción de dos o más seres para unificarse, ley de armonía y por lo tanto de creación y conservación de la vida, es tanto como decir reconocimiento de la Unidad en todo. En los astros se manifiesta en forma de fuerza centrípeta, ya que todos los planetas se subordinan en unidad de su sistema planetario. En los minerales y cuerpos químicos se presenta como afinidad: en los animales como instintos, atracción sexual; en los vegetales como tropismos; en el hombre y la mujer como cariño y simpatía y en grados más elevados como verdadero amor espiritual, ya en forma de idealismo o de sacrificio. Principio de Finalidad: La evolución tiene un sentido finalista, es decir, la consecución de un objetivo de índole trascendental y metafísica. Principio de Jerarquía: Todo ser o cosa está subordinado a todo aquello que es superior en grado evolutivo y tiene poder sobre todo aquello que le es inferior en la escala de la evolución. En el plano meramente humano de la biología social se falta frecuentemente a esta ley (y así nos va) dándose el caso de que en las sociedades humanas no rige en la escala evolutiva el verdaderamente superior (el más virtuoso, el más sabio) sino el que tiene más soluciones materiales, más astucia, más influencia o más fuerza. Esto desarmoniza la colectividad y degrada a los hombres verdaderamente dignos. Los hombres son iguales en esencia, poco iguales en potencia y totalmente desiguales en presencia.

Es cierto que de esta ley puede inferirse que el Ocultismo es un sistema de pensamiento elitista, casi aristocrático, y se estaría en lo correcto (después de todo, “aristocracia” no es el gobierno de los nobles sino, etimológicamente, “el gobierno de los mejores”). Pero lo que no comprenden quizás muchos que se vuelcan a estos temas, es que la superioridad del Ocultismo no significa más derechos sobre los demás (te menosprecio porque tengo el secreto, me debés obediencia, yo sé que es lo que te conviene, etc.) sino, en realidad, más obligaciones para con los demás. Porque si el conocimiento es poder, también es responsabilidad, y mientras somos ignorantes de estas leyes podemos ser dignos

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de compasión por nuestras desgracias, mas a partir de nuestra “iniciación”, seremos los únicos responsables de los problemas que enfrentamos si no somos capaces de solucionarlos y, aún, trabajar para solucionar la ignorancia –no el problema en sí- de los demás. “Al que tiene hambre, no le des pescado, sino...”. Principio de Armonía: La existencia de todos los seres exige una adecuada relación entre las partes y el todo, que se manifiesta por el máximo de libertad y rendimiento en la función de cada parte, juntamente con el máximo de ayuda mutua a favor del todo. Por lo que podríamos enunciar que la armonía, enfocada desde el punto de vista esotérico, es la capacidad de cada una de las partes de un conjunto de expresar su propia naturaleza de manera proporcional al grado de correspondencia con las otras partes antes del límite crítico del conjunto. Principio de Adaptación: Todos los seres adaptan sus vidas al medio que los rodea para defenderse y para aprovecharlo en su beneficio. La Ley de Adaptación es recíproca: el medio ambiente es modificado por los seres vivos a quienes corresponde la iniciativa del cambio. El ser modifica al medio por su actividad voluntaria, aunque sin dejar de adaptarse a él para no perecer. Los perezosos y escépticos deberían meditar sobre este principio, ya que siempre están a la espera de circunstancias propicias para actuar, sin pensar en que las circunstancias deben crearlas ellos mismos. Principio de Selección: En la lucha que para adaptarse al medio mantienen los seres, prevalecen los más sanos, más fuertes, más inteligentes o más buenos.

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CAPITULO III

LOS SERES ESPIRITUALES

“Durante la Edad Media se quemaba vivos a los magos; hoy, se les

cubre de ridículo, lo que es todavía peor, ya que el ridículo jamás ha creado mártires”.

Estas soberbias palabras escritas por Pierre Piobb en los primeros años del siglo XX sirven magníficamente de introducción a estos párrafos, referencias filosóficas para los interesados en el Ocultismo con el fin de brindarles, entre otras posibilidades, confianza en sus investigaciones y argumentos válidos para justificar ante los escépticos sus inclinaciones hacia estas disciplinas, ello, en el supuesto de que algún buen estudiante de la Filosofía Hermética realmente crea de alguna importancia andar por la vida justificándose ante los demás. Dejaremos para otra oportunidad analizar con más extensión esa actitud tan ingenua, pero naturalmente humana, de creer que sólo la aceptación colectiva o el supuesto criterio de autoridad de terceros dignifican una creencia individual, más allá del propio autoconvencimiento que podamos tener sobre nuestros intereses, para volcar ahora nuestra atención en esbozar ciertas metodologías lógicas que apoyan, en la teoría, la efectividad que, en la práctica, ponen de manifiesto las técnicas ocultistas.

La ciencia moderna, en su horror hacia lo sobrenatural –horror legítimo que parece, en último término, haber sido en todo momento la característica de la ciencia verdadera que busca explicar lo desconocido en términos de lo conocido- rechaza implacablemente toda tentativa que le parezca realizada siguiendo principios ignorados por sus dogmas establecidos. De esta forma rechaza el milagro, lo mismo que todo hecho que proceda del dominio religioso.

La religión, por su parte, tiene horror a la ciencia; tiene miedo que la ciencia divulgadora se dedique a investigar sus prácticas y no entrevea allí más que un vasto dominio de hechos naturales y patentes que, reducidos a su justa proporción, harían inútil toda actitud maravillosa y maravillada; tiene miedo, en una palabra, que el sabio sustituya al sacerdote. Y, como consecuencia, rechaza todo “milagro” que no se realice, también, siguiendo los principios consagrados por sus dogmas establecidos. Así, cualquiera que efectúe con éxito una experiencia que se manifieste fuera de las leyes científicamente aprobadas o de la liturgia aceptada, se ve indudablemente tratado como escapado del manicomio por la ciencia y de habitante potencial del infierno por la religión. Y cada partido posee el mismo término para designar a este demente o este condenado, diciendo: “Es un brujo”.

De manera que el “brujo” es, simplemente, un investigador que trata de hacer penetrar lo sobrenatural en el terreno de lo natural, y la Magia, como

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expresión técnica del Ocultismo teórico, no es, después de todo, según la afortunada expresión de Karl du Prel, más que “una ciencia natural desconocida”.

Pero hay que distinguir la ciencia del charlatanismo, la religión de la superstición. La charlatanería es lo inconsistente que trata de imponerse usurpando los procedimientos de la ciencia fría y positiva. La superstición, palabra que procede, como ha destacado muy justamente Eliphas Levi, de un verbo latino, “superstite”, que significa “sobrevivir”, es el signo que sobrevive al pensamiento, es el cadáver de una práctica religiosa.

En la baja magia, goecia o brujería hay, al mismo tiempo, lo uno y lo otro. Es una superstición, en el sentido que forma un resumen de prácticas que en su tiempo fueron razonables y es, simultáneamente, una charlatanería, porque estas prácticas han sido deformadas, en apariencia a placer, por personas que sólo buscaban ilusionar a sus semejantes. De forma tal que la baja magia no es sino una ridícula caricatura de la ciencia suprema de los magos de la antigüedad y que merece todo el desprecio que los siglos le han testimoniado, denominándola, alternativamente, brujería, hechicería o magia negra.

La Alta Magia, o Teurgia, en cambio, tiene derecho a la atención de las personas más serias, de los espíritus más luminosos. Aparece como una ciencia bastante incompleta, no porque así lo sea, sino porque sus secretos han estado hasta ahora velados por el misterio de los símbolos, y resulta muy difícil comprender sus leyes. Sin embargo, presenta tan poderoso interés que un filósofo como Max Müller no ha dudado en reconocerlo: “Se limitará a comprobar –escribe- que todo encantamiento mágico, por absurdo que pueda parecernos hoy en día, ha debido tener primitivamente su razón de ser, y cuyo descubrimiento es el punto culminante de nuestras investigaciones”. La Alta Magia descansa sobre el principio de que existen en la naturaleza fuerzas ocultas, a las que se les da el nombre de “fluidos”, y son operables mediante la intervención de ciertas “inteligencias”. De allí que se formula una primera ley mágica, que dice: “ninguna operación puede efectuarse sin que intervenga una inteligencia”.

Pero la palabra inteligencia (por traducción del latín intellectus y no intelligentia) se aplica lo mismo a un ser humano que a una colectividad humana, a una personificación de energías o a un colectivo fluídico. Entre esas inteligencias, el Ocultismo considera a los ángeles, egrégoros, etc., estos últimos, parásitos psíquicos creados a expensas de la concentración colectiva de un grupo de personas. Por supuesto, debe entenderse que la palabra “ángel” no significa, para el Ocultismo, necesariamente lo mismo que, por ejemplo, para los católicos. O mejor deberíamos decir que los sacerdotes católicos han cuidado muy bien de ocultar a sus fieles este aspecto esotérico de su religión que se refiere, precisamente, a la manipulación que puede hacerse de tales “energías inteligentes”.

No era en el pasado, ciertamente, sencilla tarea traducir al griego lo que los hebreos entendían por haiöth-haködesch, que fue traducido como aggeloi que significa mensajero, siendo la hebrea una expresión que ordinariamente traducida significaba “animales superiores en santidad” (“Animales” en el sentido de “no humano”, y en latín animalia sanctitatis) que quiere decir “entidades existentes y dotadas de fuerza vital a las que, en razón de su estado superior, se les atribuye un carácter sagrado”. Es interesante señalar que los “aggeloi” conformaban, como

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toda energía que, aún siendo inteligente, debe ceñirse estrictamente a ciertas leyes, sólo uno de los extremos de una polaqridad complementada, en el sentido pasivo, receptor, terrestre (es decir, material) por el “daimon” particular de cada individuo, una entidad acompañante, independiente psíquicamente pero comprometida en su determinismo con el del humano con quien camina. Esa idea de “oposición complementaria” y de “polaridades opuestas” fue la que provocó una de las confusiones más trágicas en la historia espiritual de la humanidad, pues llevó a pensar a los primitivos padres de la Iglesia (devotos y piadosos, sí, pero poco preparados intelectualmente) que el “daimon” se oponía al “aggeloi”, en el sentido común de ese término, con su carga de “conflicto”. Y si el “aggeloi” era el mensajero de Dios, el “daimon” sólo podía serlo del demonio. Pues aggeloi se transformó en ángel, y daimon en demonio. Si los autores cristianos hubieran profundizado aún más filosóficamente en el asunto –o no hubieran respondido a oscuros intereses- habrían advertido la semejanza con el ya por entonces varias veces milenario principio oriental del yin y el yang, donde todo lo Yin (pasivo, receptivo, centrípeto) se opone y complementa al Yang (activo, masculino, oblativo, centrífugo) pero que todo lo que existe sólo puede resultar de la mutua interacción de principios contrapuestos capaces de generar las fuerzas y tensiones necesarias para reflejar en eventos lo que es. O, mejor aún, lo que emana de Aquél Que Es. Y que sólo del punto medio de fuerzas opuestas nace la paz y el equilibrio.

Como dato enciclopédico, obsérvese que la idea de “daimon” encuentra su correlato en las creencias indígenas centroamericanas en el “náhual”, ya comentadas a tenor de explicar el Principio de Sincronicidad, ya que anima en sí las funciones complementarias, espiritualmente hablando, del hombre del cual es sincrónicamente correspondiente. En cuanto a la palabra arcángel recordemos que en griego significa “ángel primordial” y señala, en consecuencia, las matrices eidéticas primarias. Y para redondear estos conceptos, recordemos también que “diablo” proviene del verbo griego “diabaellin” que significa “lanzar”, en el sentido de “fuerza en movimiento”. Precisamente, las energías operativas sobre las que escribiéramos anteriormente. De allí, la nefasta aceptación de la palabra “diablo”.

Todo esto apunta a demostrar que el estudio del Ocultismo debe encararse con audacia mental, sí, pero con la precaución de descubrir detrás del disfraz etimológico los verdaderos y correctos sentidos de las palabras empleadas. Así, por ejemplo, si al leer un “grimorio” (tratado de magia) tropezamos con citas o afirmaciones que parecen hasta ridículas, debemos entender que precisamente ésa fue la sensación que sus autores trataron de brindar para mantener a salvo sus conocimientos de los no iniciados.

Reconocida la existencia de energías inteligentes en el universo es interesante saber, cuando menos históricamente, en qué categorías se las clasifica y cómo se las denomina. Deben, primero, comprenderse dos cosas: categorizar un haiöth-haködesch (para mencionarlos con propiedad) significa reconocer el mayor o menor nivel evolutivo del mismo, que es como decir su nivel vibratorio, de donde emana su capacidad y autoridad natural. Darle un nombre, en cambio, significa conocer la vibración sincrónica y etérea que lo evoca, lo concita, lo llama. Si “Dios dijo...” y más adelante, “Padre, Verbo y Espíritu Santo...”, aquí

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surge que nombrar algo significa pronunciar un sonido cuya vibración es afín a lo nomenclado. Por supuesto, al elegirse los nombres de los seres humanos se desconoce esta razón esotérica pero, de alguna manera, sus nombres son más o menos consonantes –quizás por predestinación kármica- con sus naturalezas vibratorias (o, deberíamos decir, la vibración del nombre modela de determinada forma a la persona), lo que explicaría en parte la buena fortuna de algunos, en cuanto a que la mención que de los mismos hacen los demás movilizan energías cuyos efectos finales recibe el propietario del nombre favorablemente. Por Ley de Vibración, el nombre es energía, y por Ley de Sincronicidad, invocar una energía es concitarla en nosotros. Que algo nos salga bien, a veces contra viento y marea, no se debe a la “buena suerte” sino, por Ley de Causalidad, a aquello que en nuestro ritual, aunque sea ceremonial o simplemente ideal, mental, pero siempre por Ley del Mentalismo, hemos atraído, con sus consecuencias a largo plazo que debemos aprender a observar espiritualmente pues, por Ley de Polaridad, implica también que louego de esos eventos beneficiosos pueden aguardar momentos duros, completando así la Ley de Serialidad, todo lo cual quedará impreso en nuestro karma que, por Ley de Correspondencia, se modela según los eventos cotidianos de nuestra vida. Así se conocen en orden descendente a los seraphim (“serafines”), cherubim (“querubines”), aralim (“tronos”), haschmalim (“dominaciones”), tharschisim (“potencias”), malakim (“virtudes”), clobim (“principados”), beni-elohim (“arcángeles”), aischim (“ángeles”). La palabra latina “virtus” significa exactamente “fuerza moral” (en oposición a “fuerza material”); evoca una idea de influencia y efecto (en castellano empleamos la expresión “en virtud de” para decir “en razón de”) con lo cual referimos, otra vez, a una “inteligencia”. Un mensajero siempre es sólo instrumento de un príncipe (y la palabra “príncipe” tenía cierto valor espiritual muchos siglos antes que se usara políticamente; de hecho, se “copió” una expresión de significancia entre los sacerdotes para sugerir un poder superior en manos de autoridades terrenales) pero el poder material del principado siempre estará subordinado a la inteligencia (virtud) con que se lo emplea pues, de lo contrario, sólo se es dictador, y el dueño del poder termina siendo esclavo de su propia violencia. Empero, sólo la potencia del ideal supera a la inteligencia, y las condiciones previas, aglutinadas, dan la verdadera dominación que permite alcanzar al trono, siendo todo trono un emplazamiento de autoridad máxima, sólo supeditada a Dios, quien se expresa a través de sus canales comunicantes directos (por eso se dibujaba ingenuamente a querubines y serafines provistos de trompetas que anuncian la “gloria de Dios”).

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CAPITULO IV

MEMORIA : EL ARCHIVO DEL UNIVERSO

En el mundo de la ciencia, la unidad de información es llamada “bit”. Podemos representarlo con dos dígitos: el cero y el uno. Un alfabeto de cuatro letras podríamos representarlo con cuatro bits. Veamos: A= 00; B= 01; C= 10; D= 11. Nuestras 27 letras del alfabeto pueden representarse con 5 bits. Así, por ejemplo, la letra T correspondería al 10101.

De este modo podemos analizar cualquier configuración que exista en el universo, dividiéndola en unidades bit. La estructura de una estrella, una bella pintura de Goya o una deliciosa melodía de Mozart tocada al piano. Nos sería fácil, por ejemplo, dictar por teléfono a un amigo que reside en Montevideo la imagen de nuestro retrato. No tendríamos más que hacer sino ampliarlo a gran tamaño, cuadricularlo con una red de líneas rectas y del mismo modo que jugábamos a la “batalla naval” en nuestros años escolares, definir cuadrito por cuadrito mediante dos bits (blanco, negro, gris claro, gris oscuro) cuatro letras para cada punto fotográfico que nos llevaría varias horas... y una abultada cuenta en la factura telefónica en base a dictar cientos de miles de ceros y de unos. Eso es exactamente lo que hace la TV cuando nos envía treinta imágenes por segundo.

Usted puede estar plácidamente sentado ante su televisor en una tarde de domingo viendo el fútbol. Mientras apura una cerveza, y en una hora, recibirá a través de la retina de sus ojos 10 a la 11 bits (cien mil millones de bits, pues 10 a la 11 es igual a 1 seguido de 11 ceros) que podrán ser almacenados en su cerebro. Habría que sumarle los 300.000 bits que representan las apalbras pronunciadas. Toda esa información equivale a una gran biblioteca de 15.000 volúmenes.

Durante nuestro período vigil y, aunque en menor escala, en el curso de nuestro sueño, penetra a través de nuestros sentidos una ingente masa de datos. El aroma de la ropa recién planchada y el ácido sabor de una mandarina se mezclan con las docenas de sensaciones térmicas, táctiles, de presión que experimentan nuestras áreas epidérmicas. Y todas ellas pueden medirse en unidades bits.

Se ha calculado que a cada segundo el conjunto de nuestros sentidos recibe 10 a la 10 (diez mil millones) bits. Eso implicaría que durante toda la vida de un hombre, un promedio de setenta y cinco años, el total de información recibida, si sumamos los millones de escenas vistas, olor4es y sabores percibidos, ruidos y palabras escuchadas, alcanzaría un volumen de unos 10 a la 19 bits (diez trillones).

Esto crea un grave problema. Sabemos que nuestro cerebro es una tupida red de fibras nerviosas, cada una de las cuales conecta entre sí con varios miles de esas células llamadas “neuronas”. Se ha calculado que el total de conexiones (cada una representando un bit) es de 10 a la 15 (mil billones). Aún en el impreciso caso de que todas ellas se utilizaran para archivar (memorizar), cosa

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que dista de ser cierta, no cierran los números. De modo que uno estaría tentado a decir que la teoría “pantomnésica”, según la cual retenemos en nuestro inconsciente todas las percepciones de nuestra vida, carecería de fundamento ya que no habría suficientes “receptáculos cerebrales”. Sin embargo, esa teoría es una realidad: el psicoanálisis, la hipnosis, la guestalt y el análisis transaccional, así como muchos otros abordajes clínicos han demostrado que realmente sí conservamos todo en la mente. Entonces, ¿dónde lo alojamos?.

Por otra parte, los neurofisiólogos han estudiado punto por punto la intrincada textura del cerebro, buscando los núcleos nerviosos o las áreas corticales donde puede radicar ese maravilloso mecanismo que es la memoria. Si un tumor o una grave lesión afecta al lóbulo temporal, podemos quedar “ciegos” para siempre. Una destrucción del “área de Brocca” en el lóbulo frontal nos impide hablar. Esos accidentes traumáticos o patológicos nos permiten trazar una especie de mapa cerebral, constatando la función específica de cada zona encefálica. Pero, ¿dónde ubicar la memoria?. Pueden lesionarse miles de puntos corticales o nucleares sin que se afecte la facultad de recordar. Esto, sumado a lo señalado líneas arriba con respecto a la “capacidad de almacenaje” del cerebro, sólo puede decir una cosa: la memoria está en otro lado. La mente cósmica

Rattray Gordon Taylor, en su apasionante libro “El Cerebro y la mente”, refiere el hecho, obvio pero poco tenido en cuenta, de que la memoria no es la capacidad de recordar algo (en el sentido de “retenerlo” en la mente) sino, por el contrario, de olvidarlo momentáneamente hasta el momento en que lo precisemos. Ilustraremos esto mejor con un ejemplo. Cuando en una conversación cualquiera estoy a punto de mencionar a alguien y sufro una “laguna” (solemos ponerlo de manifiesto con la típica frase “lo tengo en la punta de la lengua”) suele ocurrir que por más esfuerzo que hagamos no podramos traer el dato a la consciencia. Pero más tarde, a veces días después, surge el recuerdo “perdido”. Si la “mala memoria” fuese olvidar algo, en el sentido de “irse de la mente”, no podría “regresar” espontáneamente. Si aparece, es porque nunca se fue. Y, en consecuencia, la mala memoria no pasa por “olvidar” sino por la incapacidad de “recuperar” lo que ya se sabe. Esto, además de abrir interesantísimas posibilidades para explorar el gran poder dormido en todos nosotros, nos dice que guardamos absolutamente todo lo que alguna vez conocimos. Si yo, por ejemplo, digo que nací un 29 de abril, sé que esta información no ocupa permanentemente lugar en mi mente consciente; no ando por la vida repitiendo constantemente “yo nací un 29 de abril”. Eso se encuentra momentáneamente “olvidado” –es decir, desplazado de la consciencia- hasta que algún detonante (como la pregunta “¿cuándo es tu cumpleaños?”) me la hace recuperar. Por lo tanto, llamo “memoria” a la función de retirar de la mente consciente algo hasta el momento en que lo necesite. La pregunta, entonces, es: ¿adónde va?. Evidentemente, no a ningún lugar particular del cerebro.

Los antiguos orientales sostenían que en el Universo existían lo que ellos llamaban “registros akhásicos”, algo así como un gran banco de datos de todo lo que ocurrió desde que el Cosmos existe, y al que “conecta” la mente inconsciente

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del hombre por procesos a los que hemos dado diversos nombres: intuición, corazonada, expansión de la consciencia. De alguna manera, esto siempre se ha sospechado: Sócrates, por caso, decía que sus reflexiones no eran en realidad producto de su intelecto, sino que le eran dictados por una “entidad” acompañante, una especie de guía a la que él llamaba su “daimon”. O las inspiraciones geniales de tantos artistas o científicos. El alcance de esta suposición es realmente alucinante, pues significa que hasta el más común de los mortales, explorando estas posibilidades y abriendo sus canales para conectarse con esa especie de dimensión paralela (registros akhásicos, mente cósmica o “memoria”, lo mismo da) puede acceder a las más maravillosas obras que pueda concebir el espíritu humano sin resignarse a una cuestión de pautas culturales, educación o disposición congénita genética.

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CAPITULO V

¿EXISTEN LOS “HECHIZOS” Y “MALEFICIOS”?

Resulta tragicómico observar que colegas parapsicólogos de la más variopinta extracción, generalmente de posiciones encontradas en cuanto a su apreciación sobre aspectos si se quiere generales de estas disciplinas, parecen reaccionar comúnmente cuando, en cualquier conferencia o reunión de interesados, alguien del público hace la pregunta “maldita”: ¿Existe el “daño”?.

Y al hablar de daño, uno no puede dejar de pensar en los innumerables sinónimos con que se le conoce: hechizo, maleficio, brujería, “payé”, “gualicho”, trabajo, atadura, mal... Todos términos populares que podríamos reducir en el de “ataque psíquico”, definible como la posibilidad que, consciente (ya sea a través de un “ritual” o técnica específica) o inconscientemente y movilizando energías psíquicas, se ocasione perturbaciones de cualquier índole (físicas, psíquicas, espirituales, emocionales, sociales, afectivas, económicas) a un individuo o grupo de individuos.

Ciertamente, en la actualidad puede parecer poco “serio” hablar de “agresiones psíquicas”. Empero, un simple –y terrible- razonamiento nos llevará a advertir que la cuestión no es tan sencilla de refutar y que puede fundamentarse científicamente.

Hoy en día, nadie niega en los ámbitos académicos vinculados a la Parapsicología la concreta existencia de dos específicos fenómenos paranormales: la telekinesia y la telepatía.

De la primera, recordemos que se define como “el movimiento de objetos inanimados por acción de la mente”.La telekinesia tiene, además, dos aspectos particulares: uno conocido como psicokinesis (en los diccionarios figura como “acción de la psiquis sobre sistemas físicos en evolución” y, para que esto sea más entendible, citemos como ejemplos de psicokinesis: alterar la disposición con que cae un grupo de dados sobre una mesa, o aquella situación que cualquiera puede experimentar en casa, de tomar dos plantas iguales y dedicar diez minutos diarios de atención y afecto a una, pero ignorar a la otra, observándose al cabo de un par de semanas que la primera se desarrollará algo así como un sesenta por ciento más que la “abandonada”), y otro como hiloclastia (rotura paranormal de objetos: un foco de luz que estalla acompañando el estallido de ira –o su represión- de un adolescente). Estadística y experimentalmente, todos estos fenómenos son parte del “hábeas” académico respetado hoy en día.

Ahora bien. Supongamos que una persona idónea en psicokinesis (voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente), así como provoca artificialmente una multiplicación en el crecimiento de una planta, puede provocar una multiplicación, anormal y descontrolada, en el tejido celular de un órgano específico, ¿no estaríamos en presencia de un carcinoma, una forma de cáncer, al que eufemísticamente podemos con toda corrección denominar como un “crecimiento anormal y descontrolado de células”?.

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¿Y qué ocurriría si, contando con motivos para dirigir su odio, descargara esa energía “hiloclásticamente” sobre el cerebro de otra persona, provocando la rotura de una arteria?. ¿No moriría la misma por ese aneurisma?.

Y en el campo del “daño” sembrado voluntariamente, la repetición de un ritual (sea éste ocultista. O una maldición gitana, o una oración pseudorreligiosa, en fin, cualquier intención mental cuantitativa y cualitativamente fuerte y sostenida), ¿no podría llevar a que una pulsión negativa sea “sembrada” en el área mental de otro individuo, impulsándolo a acciones erróneas?. Pongamos un ejemplo: si yo pienso repetida e intensamente en que “X se pelee con Z”, la emoción transferida (“odio a Z”) puede, telepáticamente, “ensuciar” los verdaderos sentimientos y pensamientos de “X” quien, al encontrarse con “Z”, y al sentir odio dentro de sí contra éste puede peligrosamente interpretar que ese odio es real, propio, justificado, y en consecuencia llevarlo al conflicto.

En resumen, si un individuo puede mover telekinéticamente un objeto, destruirlo o alterarlo en su naturaleza o comportamiento, también puede intervenir en el metabolismo de otro sujeto, alterándolo (perturbándolo así físicamente) o bien, por acción telepática, distorsionar su percepción de la realidad (endógena y exógena), desequilibrándolo en las demás áreas. Y convengamos en algo: reconocer la realidad de la telepatía, la telekinesis y sus variantes y empecinarse en no aplicar sus eventuales consecuencias sobre la vida humana como sustrato fenomenológico de los “hechizos”, responde más a personales prejuicios o anteojeras intelectuales que a una imposibilidad material.

Esas técnicas agresivas dependen más de la intensidad con que son ejecutadas (por ser las emociones no solamente el factor primitivo de la psiquis más poderoso sino también movilizadores naturales de poderosas fuerzas energéticas) que de lo ritualístico o litúrgico en sí: un “brujo” que clave agujas en serie en una cadena de muñecos tendrá, seguramente, menos éxito que aquél que, tal vez haciéndolo por primera vez, concentra toda su atención para no incurrir en errores y con ello, no sólo sus emociones, sino también su potenciallidad parapsicológica. Siguiendo esta corriente de pensamiento, hasta la simple, dominante y cotidiana “envidia” es una forma velada de ataque psíquico.

En consecuencia, todas las técnicas defensivas deberán acusar la misma correspondencia: no solamente repetir la técnica en sí (como enseñamos en nuestros cursos sobre “Autodefensa Psíquica”) sino poner en la misma toda la “fuerza interior” posible. Sintéticamente diremos que, siempre, la mejor defensa mental será lo que en Control Mental Oriental se denomina densificación del pensamiento. Y una buena dosis de sensatez: después de todo, no son brujas todas (o todos) los que dicen serlo.

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CAPITULO VI HEMOS FOTOGRAFIADO EL PENSAMIENTO

El trabajo que ustedes se aprestan a leer resume diez años de

experimentos, cierto es que en ocasiones irregulares en su distribución por el tiempo, dentro de los cursos de nuestro instituto, el Centro de Armonización Integral. Debo admitir –no sin cierto dejo de rubor– que en numerosas oportunidades he aprovechado ese hetereogéneo y anímicamente muy bien dispuesto y motivado grupo de entusiastas que suelen conformar el alumnado de mis cursos, para realizar distintos ensayos y experiencias sobre los cuales, ciertamente, trato de construir mis hipótesis y teorías de trabajo. Obviamente que con el consentimiento de los mismos –en verdad, es muy raro que un alumno no encuentre atractiva y excitante la idea de participar de experiencias parapsicológicas– uno de los temas en que más he profundizado es el de las llamadas escotofotografías o psicofotografías. Las escotofotografías (“eskotós” en griego significa “oscuridad”, por la particular forma de obtener las mismas) también integran lo que popular –pero quizás ambiguamente– se ha llamado “fotografías espirituales”.

En algún otro trabajo he abundado sobre la naturaleza de este tema, y sin

duda volveré a repetirme en el futuro. En este punto, circunscribiremos nuestro interés a la sostenida impresión mental de película fotográfica virgen.

Conocidos son, en este sentido, los casos del psíquico inglés –hoy volcado

totalmente a la sanación– Matthew Manning y Ted Serios. Éste último, recientemente fallecido, sin duda ha sido aquél que más espacio ha ganado en los medios masivos de difusión. Serios se valía de una cámara fotográfica que pedía fuera sostenida frente a su rostro, se concentraba en una determinada imagen e indicaba entonces cuando disparar la toma. Las más de las veces, lo que aparecía en la película era apenas su rostro crispado, pero en algunos y espectaculares casos “otra cosa” se manifestaba: aviones fantasmales, rostros etéreos, arquitectura reconocible. En los últimos años de su vida, según sus decires para aumentar la “canalización” de imágenes, Serios se valía de un aparato que él denominaba su “gismo”, un tubo, supuestamente vacío, en el cual concentraba la atención mientras se realizaba la experiencia; ciertos escépticos han sostenido que esto era parte de un truco (una pequeña diapositiva hábilmente disimulada en el tubo hacía que apareciera la imagen, fuera de foco, cuando al disparar la cámara Serios acercaba el “gismo” al aparato) pero lo cierto es que nunca, cuanto menos, se halló fraude alguno en sus décadas primigenias de experimentación, y ciertamente, aun en el caso de que tal suposición de engaño fuera real –yo cuanto menos no he podido leer o escuchar de primera mano versión alguna que lo desautorizase– nada permite suponer algo más que el acto desesperado de un

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anciano psíquico de capacidades decayentes ansioso de satisfacer patéticamente a sus censores y no perder su pedacito de fama.

Pero repasando estas crónicas, caí en la cuenta de que, si como

pregonamos habitualmente, la potencialidad parapsicológica es una condición innata y latente en todo ser humano pues, en mayor o menor medida, cualquiera de nosotros debía poder repetir los logros de Serios. Era cuestión, simplemente, de encontrar la técnica a partir de alguna teoría creíble.

Nos planteamos entonces que la “psicofotografía” debía producirse por

psicoquinesia. Esta, que erróneamente se la suele confundir con la telekinesia, es un fenómeno propio. “Telekinesia” se denomina al movimiento de objetos inanimados por acción de la mente. Supongamos que miro fijamente mi lapicera sobre el escritorio y ésta, sin la presencia de fuerza física alguna, comienza a desplazarse hasta caer al suelo. He aquí un fenómeno de telekinesia. Pero por “Psicoquinesia” entendemos la acción de la mente sobre sistemas físicos en evolución. Un grupo de dados que arrojados sobre un tapete se les obliga a caer recurrentemente con una determinada sumatoria de números; una plantita cuyo crecimiento, por dedicarle nuestra atención, aceleramos en relación a otra, aparentemente idéntica (llamada “testigo piloto”) a la que además de agua y luz tratamos indiferentemente; una gota de agua que se desvía de su trayectoria vertical y rectilínea son sistemas físicos en movimiento, evolucionando, y la acción psíquica sobre ellos, entonces, constituye una psicoquinesia. La “escotofotografía”, entonces, debía ser el resultado de una acción psicoquinética con un objetivo ideoplástico (“Ideoplastia”: en Parapsicología, materialización de una imagen mental).

Así que comenzamos las experiencias. El sistema que actualmente

privilegiamos consiste en seleccionar como “testigo” un objeto material de profundo significado emocional para el sujeto del experimento; la imagen de un bote, si es que ese bote evoca profundos contenidos sentimentales; un par de zapatos, si significan algo muy profundo por aquél o aquella a quien pertenecen o han pertenecido. Durante cinco minutos, debe mantenerse –esto es quizás lo más difícil– la imagen permanentemente presente en nuestra mente, con la menor desviación posible (a mis lectores y ex alumnos de los cursos de Control Mental Oriental, los remito a las técnicas de “reducción eidética de objetivos”) mientras efectuamos –esto sí ha de resultar sencillo a aquellos lectores que hayan practicado Yoga– respiración Idá y Pingalá. Elementalmente hablando, ésta consiste en inspirar por una fosa nasal, mientras mantenemos obturada la otra; desobturarla, exhalando por ésta mientras tapamos la primera; nuevamente inspirar por la segunda, sostener, cubriéndola y exhalar por la primera, que habremos abierto, y así sucesivamente. Vale decir, en todos los casos, por la que acabo de exhalar, vuelvo a inhalar, mientras mantengo con un dedo tapada la fosa nasal restante. El por qué de esta respiración (no quiero parecer redundantemente aburrido con aquello del Control Mental Oriental) es porque de esa manera estimulamos el flujo de energía por los dos canales del shushunna (la contraparte

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energética de la columna vertebral) estimulando todos los chakras, siendo uno de ellos, el del entrecejo del cual depende la materialización de aquellos fenómenos.

Previamente, se habrán preparado trozos de película fotográfica virgen

dentro de sobres completamente opacos (los revestidos de plomo empleados en radiografía o los mismos tubitos plásticos negros que acompañan al rollo pueden servir) que deberán ser cortados en segmentos completamente a oscuras y colocados dentro de cada receptáculo. Mi costumbre es cortarlos en trozos en la oscuridad, colocarlos dentro de tubos plásticos negros, siempre en la oscuridad precintarlos con cinta de enmascarar, volver a introducirlos en sobres dobles de cartulina negra y pegarles etiquetas en los cierres, donde firmo yo, firma el practicante, se anota la fecha y el objeto seleccionado por el último para la experiencia.

Como todos sabemos, una película fotográfica sólo reacciona al ser expuesta a la luz o a algún tipo de radiación. Si cuidamos que nada de ello pase, al ser revelada aparecerá totalmente negra –si la película es ByN– o azul oscuro o verde oscuro –si la película es policromática– Pero si, como muestran los ejemplos que continúan, al revelar “algo” aparece (y cuanto más definido sea ese algo), entonces lícitamente podemos plantearnos lo siguiente: si en películas testigo enviadas a revelar sin haber sido expuestas nada apareció, si todos esos factores han sido constantes y la única variable ha sido nuestro ejercicio de “mentalización”, ¿acaso puede negarse la posibilidad, especialmente en los casos donde la imagen revelada muestra inequívocamente la naturaleza de lo mentalizado por el practicante, que estamos ante un caso donde lo que se ha plasmado es aquello en lo que pensaba el sujeto o, dicho de otro modo, la única “energía” interactuante ha sido la mental, resultante de esa técnica particular que describiera?. Aquí exhibo mis pruebas. Por supuesto, algún lector avieso puede sospechar que se trata de trucos que yo mismo he hecho o cierta lasitud en los controles que he tenido. Estoy seguro de haber extremado las precauciones respecto de lo segundo y, atinente a lo primero, bien... los que me conocen saben cómo pienso. Pero lo importante es que la sencillez de la técnica invita a repetirla. Y eso es lo que quiero proponer desde estas páginas. Repitan la experiencia en casa. Cuéntennos sus resultados. Hágannos llegar sus opiniones, para volcarlas en los próximos números. Es importante saber que no siempre aparece algo en la película –yo estimé un 35 % de resultados exitosos– y que parece haber –aunque esto último es algo prematuro de afirmar– una relación entre el índice resultados por experiencia y el nivel de ondas FEB en la atmósfera ese día. Ciertamente, aunque parezca poco científico, estoy indubitablemente seguro de otra cosa: se obtienen mejores resultados con grupos de pequeños pueblos de provincia que con aquellos de megalópolis. ¿Por qué?. No sé. Quizás cierta inocencia y humildad de los primeros, o un excesivo cartesianismo en los segundos, sean elementos que jueguen, alternativamente a favor o en contra, de las experiencias.

Veamos entonces los resultados que proponemos:

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Fotografía Nº 1: Este es el aspecto que debería presentar, siempre, un trozo de película virgen no expuesta y así enviada a ser revelada. Negra, en el caso de película ByN, verde oscuro o azul oscuro para la película color. Fotografía Nº 2: Aquí, pese a la indefinición de la imagen, ya se ha producido un efecto interesante: esta mutación en el color, huella evidente de alguna energía que emulsionó la película, sólo apareció luego de que uno de los participantes en el experimento estuvo concentrándose sobre ella.

Fotografía Nº 3: Mismo caso que el anterior, si bien aquí ya es evidente una etapa más avanzada en el proceso de impregnación; desdibujada y desfocalizada, la imagen tiene sin embargo mayor riqueza visual que la anterior. Fotografía Nº 4: Este es un ejemplo realmente espectacular. Para el caso, el alumno elige como objeto de visualización mental...¡una cicatriz! (la reproducción es tan fidedigna que para quien no conoce las condiciones de trabajo puede ser plausible de sospechoso de fraude). Tan insólita elección se debió a que la madre del sujeto, luego de una difícil intervención quirúrgica, tenía dificultades para la cicatrización postoperatoria de la herida, siendo ése el motivo de que su hijo seleccionara tal imagen para visualizar. Fotografía Nº 5: Esta placa pertenece a una serie de dos, donde el participante decide visualizar un crucifijo de su propiedad, de gran valor emotivo para él. En la primera no aparece nada definido, aunque evidentemente algo tiende a materializarse, pero en la segunda...

Fotografía Nº 6: ...Aunque poco fácil de interpretar a primer golpe de vista, si se observa con atención se notará, delineado en el color azul, el contorno de un torso humano, desde un poco por debajo del cuello hasta la cintura, siendo claramente visibles el esternón y las costillas, y a un lado, tal como la descripción bíblica nos informa que Cristo recibió en forma ascendente el lanzazo que le propinó el centurión Longinos, un haz de luz ascendente. Es como si la mente inconciente dispusiera de un “zoom” que, a despecho de que concientemente el alumno visualizó todo el crucifijo, aquella centrara su atención en un aspecto sobresaliente del mismo, sobresaliente quizás por implicancias simbólicas y emocionales.

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CAPITULO VII

EL EFECTO ENERGÉTICO DE LOS SÍMBOLOS

Es práctica común al Ocultismo el valerse de símbolos de los más diversos orígenes: hebreos, hindúes, griegos, rúnicos, cada uno de ellos dotado de una aparente “facultad” especial, facilitadora de determinado objetivo. Y si nos colocamos en el lugar de un observador neutral, ajeno por completo a la Filosofía Hermética, debemos convenir que puede resultar difícil de digerir el que meditar, o elaborar mentalmente, dibujar o tallar un símbolo determinado pueda desencadenar, en el mundo aparentemente material en que nos desenvolvemos, algún efecto perceptible. Que mentalizar un pentáculo o estrella de cinco puntas de determinada manera sobre el órgano afectado de una persona enferma puede propender a su curación, o que en caso de acusados problemas psicológicos un “sello de Salomón”, también conocido como “estrella de David” sea en ocasiones suficiente paliativo. Además del abismo infranqueable para la mentalidad materialista de este siglo que representa lo que va de lo mental a lo fisicista-mecanicista, se hace en ocasiones incomprensible el porqué debería aceptarse que una figura geométrica determinada pueda, por su sola observación, desencadenar resultados tangibles. Sin embargo, y como en muchas otras ocasiones, aquí también la moderna psicología ha hecho tan significativos avances que sus propuestas rozan audazmente las milenarias enseñanzas esotéricas. Y precisamente, en el campo semiológico es donde encontramos una aproximación válida para avalar tales Misterios.

Enseña el psicoanalista argentino Norberto Litvinoff, que todo símbolo es “una máquina psicológica transformadora de energía”, lo que equivale a decir que la concentración en un símbolo provoca dos respuestas: por un lado, una tensión psíquica que, en ocasiones, puede gatillar la latente potencialidad parapsicológica (según el buen decir del parapsicólogo argentino Antonio Las Heras) del individuo; por otro, al asociarse al mismo determinados contenidos inconscientes, su evocación polariza sobre el sujeto tales correspondencias con lo que, cuando menos en forma autorreferente, se detonan los contenidos emocionales de armonía y equilibrio que le fueron adjudicados.

Por otra parte, una figura señera del Esoterismo como fuera la norteamericana Dios Fortune –que no ociosamente se dedicara al psicoanálisis antes de volcarse de lleno al Ocultismo- enseñó que “cuando en el pasado, a un símbolo le es incorporado, por meditación o raciocinio no convencional, un determinado contenido por un grupo de iniciados, en el presente, aún cuando las claves interpretativas se hubiesen extraviado irremediablemente, también por meditación e iluminación podemos evocar esos contenidos”. Ejemplificando esto, podemos señalar que si hoy en día un grupo de estudiosos deseara perpetuar determinada información, esotéricamente hablando, y evitar que la misma caiga en manos no deseables, se elaboraría un signo o símbolo a través de largas sesiones de contemplación meditativa; luego, aunque transcurrieran siglos y

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desaparecieran todos aquellos elementos materiales que podrían brindar una pista sobre el significado del mismo, en otro lugar y otra época, y siempre por directa meditación sobre el símbolo en cuestión, podríamos recuperar el contenido que le fue adjudicado al mismo. Y para esto hay una razón lógica; de una u otra forma, esos contenidos pasan a integrar, genética o extrasensorialmente, una memoria racial, reservorio natural del Inconsciente Colectivo de donde, a fin de cuentas, nos realimentamos en nuestras meditaciones. O los Registros Akhásicos a los que ya hiciéramos referencia. Y ese Inconsciente Colectivo es, a todas luces, un entramado que comunica, diríamos que de manera subliminal, todas las mentes del género humano. Por ello, lo que nosotros recuperamos por “conectarnos” con esa red, también señala una vía de acceso sobre la psiquis de los demás y de esa forma desencadenar determinados efectos.

A veces, observando los diseños de algún dispositivo mecánico o electrónico de nuestra época, las señales del tránsito o la fórmula E= mc2, deliro pensando en que si nuestra civilización, por causas naturales o artificiales casi desapareciera por completo o retrocediera espectacularmente, y nuestros lejanos descendientes lograran recuperarla pero por otro camino, es decir, con otra escala de prioridades en el conocimiento o estructuras culturales tan distintas como un yezida lo es de un sueco, no verían, en esos símbolos pretéritos de nuestra época y por carecer de la interpretación correcta, apenas supersticiosos esbozos de cultos religiosos perimidos.

Y si queremos ser más precisos, deberíamos recordar que la Parapsicología ha demostrado, más allá de toda duda razonable, la existencia de una llamada “energía de las formas”, potencial energético de naturaleza desconocida que se hace presente cuando construímos objetos que acusan una muy concreta geometría, como es el caso de las pirámides (lo más popular), y los conos, espirales, etc. Decimos que la naturaleza de esta energía es desconocida, pese a que muchos autores le atribuyen un carácter “cósmico” lo cual, por supuesto, aún es discutible máxime cuando, si hemos de ser exigentes con la terminología, en última instancia todas las energías son cósmicas. Y, si observamos con atención, advertiremos que un símbolo geométricamente definido es, en todo caso, una “forma” de dos dimensiones (quizás tres, si aceptamos que el sutil relieve del grabado o la impresión sobre el papel puede considerarse también una dimensión) y, en tal sentido, capaz de acumular “energía de las formas”.

En un sentido más amplio, debe extenderse en Ocultismo la aceptación de la expresión “símbolo” como la forma alegórica de disimular una determinada información. Esto explica que en numerosos “grimorios” (manuales personales en forma de inventarios o “diarios”, generalmente manuscritos) los giros literarios y la ambigüedad y oscurantismo de ciertas alusiones no sean producto de la ignorancia o la falsía sino transmitir a lectores calificados (para preservarlos de los que no lo son) claves significativas de las operatorias. En otras palabras: la confusión no es accidental; precisamente esa fue la sensación que sus autores trataron de brindar para mantener a salvo sus conocimientos.

Lo mismo ocurre cuando se recomiendan ciertas “recetas” realizadas en base de más que insólitos materiales. Obviamente, nadie puede seriamente creer que mezclando sangre de murciélago viudo con estómago macerado de

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rinoceronte en celo pueda obtener algo más que una mezcla repugnante. Aquí también la existencia de claves celosamente custodiadas a través de las épocas asegura que sólo unos pocos acceden a esos arcanos.

Nuevamente Pierre Piobb, por ejemplo, revisando algunos grimorios hoy relativamente populares como “El Dragón rojo”, la “Gallina Negra”, el “Pequeño Alberto” o las tan conocidas “Clavículas de Salomón”, dice que algunas claves típicas deben traducirse así:

- lo que se llama “sangre” es “sangre de drago” (resina de las Indias). - “ “ “ “ “cerebro” es “cerasa” (goma extraída del “guindo”). - “ “ “ “ “cabeza de rana” es “ranúnculo” (denominado “rana” en

latín). - “ “ “ “ “ojo de toro” es el clavel rojo. - “ “ “ “ “hierro imantado” es el “sagapenum” (goma de la “férula

pérsica”). - “ “ “ “ “lapislázuli” es el “asuret del Canadá” (raíz aromática). - “ “ “ “ “pluma de pavo real”, es el “ababol” (adormidera roja). - “ “ “ “ “mandrágora” es la “atropa mandrágora” (solanácea). - “ “ “ “ “almáciga” es la resina del “lentisco” (de la isla de

Chío).

Por otra parte, cuando se menciona el nombre de un “animal”, al que se indica debe pertenecer el cerebro y la sangre, significa en realidad la época del año en la que deben ser recogidos los elementos: por ejemplo, la “sangre de drago”. Las “ocas y tórtolas” se refieren a los signos zodiacales a los que rige Venus (Tauro y Libra); los “zorros e insectos” a los que rige Marte (Aries y Escorpio); “gatos y cuervos”, lo mismo que “murciélagos” a los gobernados por Saturno (Capricornio y Acuario), “gorriones y golondrinas”, a los de Mercurio (Géminis y Virgo), “ciervos” a la Luna (Cáncer), “vacunos y ovinos” a Leo y Sagitario y “peces” a Piscis.

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CAPITULO VIII

RESCATANDO LA CEROMANCIA

Los aficionados a las Ciencias Ocultas, aún a sabiendas de los aspectos filosóficos que fundamentan sus prácticas, padecen en ocasiones una forma insólita de servilismo; prefieren ocultar, no en la paz del misterio esotérico sino en el cono de sombra de la vergüenza personal, ciertas seguridades propias que, a instancias de lo que aparece como “serio” o aceptable para los demás, podría hacerle sentir ridículo si lo reconociera públicamente.

Tal es el caso del empleo de velas; no con el fin propiciatorio que, cuando menos en los estratos cristianos aparece como un ritual de entrecasa común, ni el uso de aquellas en ocasiones especiales como misas, funerales, etc. Nos referimos al otro uso de velas, aquél que se basa en el consumo de distintas variedades de colores y formas y en el análisis místico de sus restos, o, si se quiere, en verdad mántico, como hacen los afectos a la lectura de la borra del té o la cafeomancia.

Seguramente nadie que se estime aceptaría comentar, por ejemplo ante profesionales universitarios o gente que sabemos escéptica o crítica que, en ciertos especiales momentos se recurre en la intimidad del hogar o aciertos cirios coloreados, o fragancias y cánticos, esperando que el remanente del consumo de aquellos refleje, si no el Destino, cuando menos una sucesión de acontecimientos sobre los cuales podremos orientar determinadas decisiones. Y es tragicómico observar como ciertos parapsicólogos y “parapsicólogos” –nótese la sutil diferencia- las consumen en cantidades industriales, pero hacen mutis por el foro o llegan a bromear tímidamente cuando, en alguna reunión teñida de cierto cientificismo, se pone el tema sobre el tapete.

Claro, todo apunta a señalar que una Parapsicología científica será únicamente aquella que se basa en computadoras, electroencefalógrafos, matemática aplicada, transistores y lucecitas a diestra y siniestra y, en cambio, digna de escarnio una que se apoya en velas, resinas, perfumes, oraciones... Pero como he señalado en numerosas oportunidades, no son los instrumentos los que hacen científica una investigación ni digno de consideración un tema: son las metodologías intelectuales aplicadas, la actitud crítica, la experimentación, la verificabilidad de los resultados. Es decir, aunque resulte anacrónico en este siglo, no es, en sí, poco científico hablar de liturgias medioevales: lo absurdo o no científico de un tema cualquiera no es nunca el tema en sí, sino la actitud con que se encara su estudio. De hecho, no hay nada tan anticientífico como prejuzgar la seriedad o validez de un tema sin haberlo estudiado. De allí que en ocasiones observemos que es mucho más “mágica” la actitud de un individuo en guardapolvo blanco que afirma o rechaza dogmáticamente y a priori alguna cosa (lo que no deja de ser, psicológicamente hablando, una sacralizada actitud religiosa) que la de un chamán o hechicero tribal que, no conforme con las enseñanzas de sus

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antepasados, experimenta nuevas hierbas, pases magnéticos de otro clan y pócimas dictadas por los espíritus buscando optimizar sus resultados.

Uno de los aspectos más apasionantes del moderno Ocultismo es el estudio de las correspondencias que existen entre el Inconsciente Individual de un sujeto y el Inconsciente Colectivo a que éste pertenece, como miembro de un estrato social, colectividad, ideología, etnia o el propio género humano. Así, quienes conocemos las técnicas de estudio de la personalidad reconocemos como uno de los más eficaces para el mismo al llamado Test de Roscharch, de la clase de los “proyectivos”, consistente en una docena de láminas presentando manchas que el individuo testeado tiene que “interpretar” a su parecer. De estas interpretaciones se deducen evaluaciones complementarias de diagnósticos. Paralelamente tengamos en cuenta uno de los principios del Esoterismo; aquello que Aristóteles denominó “entelequias”, y que dice que todo cuanto existió, existe y existirá en este Universo ya se encuentra en el “Mundo de las Ideas”, y que la historia de aquél es sólo aguardar el momento en que la materia dé forma a los eventos sobre estas matrices semióticas. O, en palabras del propio Aristóteles, en que se “llenen de realidad”. Precisamente, en este sentido se observa en su real extensión la Ley del Mentalismo (el Todo es mental), lógicamente perfecta y que enseña que todo lo que gira a nuestro alrededor, sea materia, energía, pensamientos, deseos, en realidad no son cosas distintas entre sí sino los mismos principios básicos materializados de distinta forma.

En consecuencia, yo –mi Inconsciente Individual- navego en un mar de entelequias, que no son ajenas a los vectores psíquicos inmanentes al Inconsciente Colectivo del cual formo parte. En consecuencia, esas tensiones pueden “ideoplastizarse” en la parafina o estearina de las velas, ya que las mismas no adoptan necesariamente el aspecto de lo que puede acontecer sino que, Ley del Mentalismo mediante, formar figuras que interpretaremos en función de las pulsiones psíquicas que, manifestadas a través del Inconsciente Colectivo, actúan sobre nuestro Inconsciente Individual, detonando en él ciertos aspectos de su natural potencialidad parapsicológica, usando el remanente de las velas como un “puente”, un “amplificador” (al igual que la baraja del Tarot o la bola de cristal la cual, por cierto, no es precisamente un televisor paranormal) para expresar esas latentes facultades extrasensoriales que duermen en todos los seres humanos.

Dicho de otra forma, la Ceromancia es una especie de test Roscharch del Inconsciente Colectivo y de las entelequias subyacentes en él.

Actualmente, me encuentro conformando una especie de pequeño “museo privado” con, entre otras cosas, residuos céricos de altos índices de extrañeza: en él encontramos pequeñas duplas de cuernos, rostros, letras hebreas, conjuntos de figuras humanas... y aquí no sirve la escéptica explicación que “se ve lo que se quiere ver”; creo que, por caso, la aparición de dos cuernitos perfectamente simétricos, curvados de la misma forma y, obviamente, sin manipulación inteligente alguna –cuando menos humana- no puede ser explicado por la casualidad, menos aún cuando estas “casualidades”ocurren en un episodio de “ataque psíquico”, sin olvidar que la suma de las “casualidades” hace a la “causalidad”. Precisamente otra ley científica, la llamada “navaja de Occam” o “Principio de economía de hipótesis” dice que cuando se tiene más de una explicación posible para el mismo fenómeno debe comenzarse por presuponer la

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más sencilla. Si ésta no basta para explicar todas las manifestaciones debe pasarse a la que le sigue en complejidad y así sucesivamente, y ciertamente, presuponer que “por casualidad” en una situación dada de tensiones psíquicas sobre un sujeto o grupo familiar, o en un hogar sometido a extrañas circunstancias, el simple derretimiento de una vela deje esas específicas improntas, mientras objetos se mueven solos y se ven extrañas apariciones... es mucho más inaceptable que admitir, simplemente, la interacción de extraños fenómenos parapsicológicos.

Por supuesto, en el ejemplo de referencia, nadie dice que sea el “diablo” quien ande metiendo la cola, o, en este caso, los cuernos; observemos que la aparición de los mismos significa lo que simbólicamente es perjudicial, extraño y peligroso para el Inconsciente Colectivo de un estrato social específico, esencialmente católico, donde el fenómeno se produjo, y es comprensible que así sea: el Inconsciente Colectivo es precisamente eso, inconsciente, y se manifiesta en base a símbolos.

Fenómenos como el descripto, cuyas pruebas obran en nuestro poder, ilustran un universo muy distinto al mecanicista que nos muestran los libros de texto. Un universo que es precisamente eso, “uni”, es decir, la expresión unificada, unidad de lo que se materializa en la naturaleza de distinta forma. Realmente, si hubiera cosas distantes en su génesis o caracterización entre sí que las hiciera irreconciliables holísticamente, viviríamos en un Pluriverso.

Este Universo hace que mediante algo tan sencillo como dejar quemar una vela –pero la Verdad, así con mayúscula, siempre se encuentra en las cosas sencillas- nos muestre, hasta con una sinceridad cruel, qué emanaciones forman el entramado metafísico en el que nos encontramos inmersos.

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CAPITULO IX

SATANAS : EL ETERNO PROMETEO

Reconozco que he dudado sobremanera antes de sentarme a escribir estas líneas, siendo la más sencilla de las razones la casi total seguridad que, pese a mis esfuerzos y al mejor empleo que sea capaz de hacer del idioma, seguramente no seré comprendido por muchos de mis lectores o, lo que sería peor, seré mal entendido. Porque lo que aquí me propongo demostrar es que vale la pena tratar de rescatar un poco la imagen del individuo sin lugar a dudas más denigrado en la historia de la humanidad: Satán.

En otro lugar he realizado un estudio de la etimología de las palabras “demonio” y “diablo”, dos sustantivos comunes para designar al, como se le suele llamar, Príncipe de las Tinieblas. Lógicamente, no voy a poner en duda la existencia del Mal sobre la Tierra. Lo que quiero significar es que, si el Mal existe, éste no reside en las personificaciones o medios de los que se valga el hombre para sus propósitos, sino en la naturaleza misma de sus objetivos. En cierto modo, el mal es natural, ya que una ley del universo tan concreta como es la llamada Ley de Entropía, dice que en éste todo tiende naturalmente hacia la destrucción. Si dejo un automóvil un año abandonado a la puerta de mi casa, transcurrido ese tiempo no tendré un vehículo más afinado, brillante, nuevo, sino uno totalmente deteriorado. La energía, de cualquier tipo que sea, tiende naturalmente a disiparse. Un objeto puesto en movimiento, si no está en un plano inclinado y si no tiene un medio propio de propulsión, naturalmente desacelera hasta detenerse. Todo se degrada, se diluye, se evapora, envejece y se olvida con el paso del tiempo. La Mecánica, la Química, la Astronomía, la Psicología (¿acaso no nos es más fácil pensar mal que bien de los demás?), la Historia (¡cuánto más fácil nos es destruir que construir!) demuestran la validez de la ley de Entropía en todas las áreas del ser y del cosmos. Y por ello el Bien –o, mejor dicho, hacerlo- es una heroica y dificultosa gesta muchas veces destinada inexorablemente al fracaso. Pero si de algo estamos todos conscientes es que, en lo que respecta a hacer el Bien, aún cuando todo parezca jugar en nuestra contra, no podremos tener paz en la conciencia si no hacemos el intento de salir adelante. Y por absurdo que parezca es, precisamente, en este sentido que la figura de Satanás adquiere otra dimensión.

Aclaremos algunas etimologías, ya que usaremos, al mejor estilo católico, indistintamente la palabras “Satanás” (“Satán” significa “el contrario”.¿Y si lo fuera en el sentido de opuesto y complementario?), como Lucifer y, en lo que a este último respecta, recordemos que quiere decir “portador de luz”. Algo contradictorio, ciertamente, con la imagen que tenemos del susodicho.

Se ha escrito que Lucifer era el más hermoso de los ángeles de Jehová y también el más querido y que, ensoberbecido, se levantó en rebelión, por lo que cayó al Infierno. En este punto podemos plantarnos algunas reflexiones lógicas. Si Jehová es omnisciente y omnisapiente, brazo ejecutor e inteligencia rectora de

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una Providencia donde para El todo está escrito, ¿acaso no previó la rebelión luciferina?. Si así fue, ¿porqué la dejó salir adelante?. ¿No es un tanto contradictorio pensar en un Ser lleno de bondad que tienta y luego castiga al débil atraído por aquello que El mismo creó para tentar?. (Por favor, nada de acotar “eso es un Misterio” porque con tal perogrullada no llegaremos a ninguna parte). ¿No sería porque necesitaba de una fuerza en oposición para generar las tendencias espirituales que movilizaran a los seres vivos de este Universo?. Y, si se quiere analizar con rigurosidad, ateniéndonos a los relatos del Génesis en lo que respecta a la intervención diabólica en la expulsión del Edén, no podemos menos que disentir con la actitud un tanto fascista de Dios: en efecto, el mismo mantenía a Adán y Eva protegidos y ahítos en el Paraíso, pacíficos en su ignorancia. Lucifer, la Serpiente (que, por otra parte, es el animal que siempre ha significado en todas las culturas el pensamiento lógico, la ciencia racional, el conocimiento técnico, como el dragón en China –los “maestros llegados del cielo” eran dragones- o Quetzalcoátl –la “serpiente emplumada” mexicana, o “serpiente voladora”, y ¿qué es una “serpiente voladora” sino un reptil volador?-) les posibilita comer del Arbol del Bien y el Mal –en algunas versiones, del “árbol de la Ciencia”- con lo cual esa protopareja adquiere discernimiento y, en consecuencia, capacidad de decisión propia. Y esto parece disgustar a Jehová: prefiere que su pueblo permanezca ignorante de intelecto y con el estómago lleno. A propósito, eso me recuerda ciertas conductas políticas de algunos gobernantes que hemos tenido...

Y según las crónicas bíblicas, el castigo divino surge en cierto modo por miedo, ya que –cito textualmente- “... Ea, expulsémoslos ahora, no ocurra que también coman del Arbol de la Vida y alcancen la inmortalidad como nosotros...”. La Serpiente pasa a ser tal a partir del castigo que le dicta la autoridad. Y recuerden ahora otro mito, esta vez, el de un semihéroe cantado en su valentía por los poetas a través de las épocas: Prometeo, que roba a los dioses el fuego para los hombres y por ello se le castiga encadenándolo a una alta roca, donde todos los días un águila devora sus entrañas que se regeneran por la noche, en un suplicio destinado a ser eterno y sólo interrumpido por la decidida intervención de un hombre en puja con los dioses, Hércules, quien lo libera de su martirio.

El mismo Hércules que, en otro de sus doce famosos “trabajos”, roba las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, lo que en realidad significa acceder a otro secreto divino, corporizado en la imagen simbólica de la manzana. Las manzanas de ese jardín, en realidad fueron, según modernas investigaciones, un acervo de conocimientos técnicos sobre agricultura y ganadería que llega a Europa proveniente del norte de Africa, y hacen que Hércules sea también castigado por los habitantes del Olimpo de la forma más cruel: obligan a creer a la amada de Hércules que aquél le es infiel, empujándola a envenenarlo con la sangre de un centauro que, embebida en sus ropas, le producen tan atroces dolores que lo arrojan al suicidio en la pira funeraria. Pero la Historia ha rescatado las glorias de Prometeo y Hércules: aunque ambos sufrieron y, en cierta forma, fracasaron, son héroes históricos. Y está bien que así sea: lo único que le da sentido moral a la Historia es la esperanza de que “quizás la próxima vez...”. Sin ella, quedaría reducida a mera cronología.

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De Hércules a las tragedias cotidianas del hombre de la calle, se repite una y otra vez la frase crucial: lo único que dignifica al ser humano es su capacidad de seguir luchando aunque todo parezca estar perdido.

Y eso hizo Satanás. Porque por ser ángel de Jehová, era el primero en saber las consecuencias

de su rebelión; es ingenuo pensar que pudo creer poder cambiar la Providencia. Habiendo caído, no buscó reconciliarse. Siguió en sus trece. Aún cuando él mismo sabe que todo está perdido.

Como Prometeo, se rebeló ante la ignorancia del ser humano, buscando darle otra opción, otro punto de vista, otros medios para manejar la naturaleza. No se opuso a Dios: engrandeció Su obra, que de meros peleles rozagantes y primitivos, juguetones en los prados y con una permanente y sin duda bobalicona sonrisa en los labios, nos llevó a transformarnos en seres pensantes, amantes, alegres, tristes, desafiantes, furiosos, compasivos, vengativos, violentos, pacíficos, creativos. A tonificar nuestros músculos, transpirar, exigir nuestras mentes, crear, multiplicar, construir, destruir, volver a construir sobre lo destruido, conquistar las cuatro regiones del mundo, volar cuando Dios no nos hizo con alas, correr más rápido que la mejor de Sus obras, caminar por el fondo de los mares cuando las branquias sólo son privilegio de los peces. Jehová nos dio la inteligencia que, en potencia, encerraba la posibilidad de hacer todo ello, sí, pero sin Lucifer nunca, en la beatitud del Paraíso, nos habríamos obligado a hacerlo. De hecho, los ceñudos predicadores que elevan su odio a Lucifer por habernos hecho perder las inerciales delicias del Edén, obedecen solamente a su propio facilismo, alimentado por la Ley de Entropía; y ése es el verdadero peligro.

Si lo único que dignifica al ser humano, insisto, es seguir luchando cuando todo está perdido, entonces Satanás es la expresión más heroica del género humano. La expresión del inconformismo, de la búsqueda racional, lógica, de no ceder al autoritarismo, al dedo digitador.

Es posible que algún despistado crea, a esta altura de estas líneas, que estoy haciendo apología de los cultos satánicos y la magia negra: nada más alejado de la verdad. En primer lugar, por el hecho de que sus asiduos concurrentes encarnan algunas de las más deplorables mezquindades del espíritu humano, o bien acusan severas perturbaciones psicológicas, conjunto éste de razones sumadas al frívolo esnobismo que lleva a muchos niños aburridos de la alta sociedad a buscar por allí una vía de escape tan destructiva como el consumo de estupefacientes. Por otro lado, no descreo de las obras de Dios: sólo de las de un Jehová que, a fin de cuentas y como él mismo lo señala en el Antiguo Testamento, es “el Dios de Israel”, que no el mío. Pienso que el Dios Cósmico que rige este Universo no es tan represor, vengativo, cruel e irresponsable como el que describe la Biblia. Pero de esto hablaremos en otras oportunidad.

Existe un Mal, eso es indudable, y el que anida en el hombre es mucho más terrorífico que aquél mal satánico que ciertas iglesias (palabra que viene del griego ekklesía: “reunión de hombres”) trataron de vendernos: en efecto, ¿qué son los tormentos infernales, según se los describe, al lado de las crueldades del género humano, muchas de ellas cometidas en nombre de intereses tan sagrados como la Patria, la propia Humanidad o el mismo Dios?. ¿Qué son los círculos infernales que el Dante describía trémulo de pavor junto a Hiroshima, Biafra, Mi Lai, El

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Salvador, Ruanda, Bosnia o, simplemente, la imagen de un pequeño muerto de hambre a pocos kilómetros de una “city” financiera?. La imagen del “diablo” con sus cuernos, sus patas de macho cabrío y su pene erecto (todas imágenes de cultos regionales del norte europeo que fueron asociados con lo demoníaco por los primitivos cristianos para desacreditar tales religiones simbolizantes de la fertilidad, ante el avance del cristianismo), esa imagen, decía, provoca apenas una sonrisa ingenua ante algunas, sólo algunas, de las fotografías que aparecen en los periódicos de todos los días.

Y el Mal es también, dejarse arrastrar por la Ley de Entropía. No luchar por el Bien –que no es propiedad exclusiva de los creyentes-, por construir, por ayudar, por sonreír, por empujar juntos para que este viejo y querido mundo ruede en su órbita algunos millones de años más. Pues lo verdaderamente demoníaco es el olvido, el caos, la quietud paralizante, la oscuridad. En síntesis, la Nada. ¿Qué puede ser más terrible que pensar que nada habrá después de la muerte?. ¿Qué seremos rápidamente olvidados por nuestros seres queridos, nuestra tumba derruída y nuestras pertenencias extraviadas?. ¿Qué es más terrible que sospechar que, en algún momento, pudiéramos no haber sido?. ¿Qué da lo mismo haber pasado o no por esta vida?. Ese es el verdadero horror. Aún el infierno encierra alguna esperanza...

Si ante el avance del militarismo que sólo multiplicará rencores para las generaciones futuras oponemos la defensa activa del pacifismo, es posible que nos prometan el infierno. Si ante la prédica dogmática y sentenciosa de los clérigos elevamos la cabeza y esbozamos cierta sonrisa de escepticismo, es probable, también, que nos prometan el infierno. Si ante la palmada cómplice del político enarcamos una ceja con disgusto, sí, nos prometerán el infierno. Pero si por encendernos en el patrioterismo del brillo de los fusiles, la emoción supersticiosa de las iglesias o la dádiva demagógica del político, dejamos adormecer aún más nuestras neuronas, poco o mucho tiempo después, no importa cuándo, nuestro cuerpo sólo, o el planeta todo, estarán reducidos a polvo y sumidos en el olvido. Seremos parte de la Nada.

Y ese es el verdadero infierno.

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CAPITULO X

UNA PRUEBA DE LA EXISTENCIA DE DIOS

Supe desde el momento mismo en que concebí este libro, que

posiblemente despertaría las iras no solamente de los cientificistas a ultranza sino también, paradójicamente, la de muchos ocultistas, quizás directos beneficiarios de los alcances intelectuales habidos en la difusión de este trabajo, pero celosos custodios de la tradición hermética (aquella del “osar, saber, querer...” pero, sobre todo, “callar”) y de ciertos comprensibles principios espirituales necesariamente dogmáticos. Lo dije, el propio título de este ensayo daría pábulo, lo sé, a acerbadas críticas. Y el de este capítulo también, en evidente contradicción con mis propios comentarios respecto a la univocidad del Todo. La parte del todo refleja al Todo, sí, pero no puede abarcar (o comprender) a ese Todo. Probar la existencia de Dios, en un sentido materialista, implicaría “realizar” lo divino en nuestra propia naturaleza. Y si ese fuera mi caso, seguramente estaría haciendo otras cosas que escribir este libro. Así que convengamos que lo de “prueba” lo es con el relativismo de una deducción implícita, un silogismo, una simple disquisición dialéctica pero que posee, a mi criterio, tanto peso como los gráficos de una computadora.

El razonamiento de marras es, si se quiere, elemental, pero quizás precisamente por eso mismo contenga un germen de verdad. Se trata de revertir los considerandos de la así conocida “ley de entropía”. Este segundo principio de la termodinámica dice que en el universo todo tiende naturalmente al desorden, la disipación, el caos. La energía se disipa uniformemente en el espacio, lo biológico envejece, se degrada y desintegra al paso del tiempo. De lo ordenado se pasa a lo desordenado. De lo complejo, a sus componentes simples. Pasa con un cuerpo putrefacto, sin vida, que se desintegra en elementos cada vez más simples. Pasa con nosotros cuando envejecemos, pasa con las montañas erosionadas por los elementos, pasa con el Big Bang y su consecuente expansión del universo, pasa con la materia a través de los evos transformándose en energía y ésta disipándose, pasa con el calor de la estufa hogareña, pasa en las sociedades y culturas, las moralidades y la gente. Pasa con todo, menos con la Vida. Así, escrita con mayúscula, entendida como entelequia. Ya que si la Vida fuera sólo consecuencia de una sucesión de casualidades químicas, de azarosas mezclas, debería cumplir con la ley de entropía. Y no podría ocurrir lo que la paleontología, la paleobotánica y otras disciplinas nos enseñan; que la vida este planeta y seguramente en otros, discurrió al revés, de lo más simple a lo más complejo; primero los protozoarios, luego las amebas, paramecios unicelulares, peces y batracios, saurios y mamíferos hasta culminar en lo más organizado: el hombre. Esta “entropía negativa” o, mejor dicho, negantropía, porque es la negación de la otra ley que es necesariamente universal, y dado que la entropía no admite excepciones sólo puede deberse a un Principio Rector Inteligente que impone un Orden biológico, una Conducta producto de un Intelecto que necesariamente debe

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tener un Sentido. A esto, denle ustedes el nombre que deseen. A mí me satisface llamarlo Dios.

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CAPITULO XI

EL OJO SAGRADO

Una de las hipótesis más fascinantes, sostenida durante milenios en la antigüedad e incluso contenida en textos de Ciencia Hermética y que hoy parece tomar cuerpo y explicación en algunas de las más avanzadas investigaciones parapsicológicas, es la del “tercer ojo”, órgano ignorado por científicos y profanos, pero existente en el cuerpo humano, más o menos camuflado dentro de la gran maraña de tejidos cerebrales cuyas verdaderas funciones no se conocen suficientemente bien.

Este Tercer Ojo estaría atrofiado, dormido o por desarrollar en la mayoría de nosotros. De forma que, aunque examinando el cuerpo de un hombre o una mujer se diera con dicho órgano de “visión”, a nadie se le ocurrirá identificarlo como tal. Sólo así es posible que este Tercer Ojo exista y haya existido siempre, ya que de haber sido descubierto y conocida su función no estaríamos ahora tratando de desentrañar el misterio.

Por otra parte, al menos en las leyendas y las ciencias ocultas, se da por sentado que en tiempos remotos los seres, humanos o no, poseían un Tercer Ojo. Se dice, en la cultura egipcia por ejemplo, de ciertos reptiles o serpientes. Hay pruebas pictóricas de este Tercer Ojo en algunas interpretaciones de dioses hindúes (llamado “tilka” y figurado con una gema), como Shiva. Y las divinidades se han representado con ojos humanos: el Sol, la Luna, Dios, etc. Y así se da el ojo de Osiris en el Antiguo Egipto, el ojo de Drama o Mahatma en el tantrismo hinduista, budista y jainista. En mascarillas funerarias, estatuillas y figuras de las culturas olmeca, maya y otras. En México se encuentran muestras de este Tercer Ojo en la frente de máscaras rituales, aunque este “ojo” misterioso no responda luego en dichas culturas al órgano que buscamos de la visión clarividente y extrasensorial, pero sí constituya un antecedente, como indicio de la respuesta que intentan hoy los estudios parapsicológicos. En Egipto, en cambio, el ojo sagrado de Osiris se encuentra, a veces, en escenas iniciáticas como un triple ojo, símbolo de la trinidad ocultista del dios Thot, y que concedía la visión directa de cosas invisibles, como podían ser las reencarnaciones sucesivas del mismo individuo.

Y también en Egipto, sobre muchos sarcófagos así como en estatuas, la visión de lo “sobrenatural” se simboliza por una serpiente enrollada en espiral sobre la frente como el poder oculto que poseían faraones (el “urus”) y otras jerarquías del estado. Los ojos de la serpiente cobra, falsos o verdaderos (en realidad un “sensor infrarrojo” que le permite orientarse hacia la presa por el calor que ésta emite) pero claramente dibujados como marcas blancas o negras en su caperuza y que le han merecido el apodo de “cobra de anteojos” son otros símbolos utilizados en los misterios de la religión del Nilo. Y la realidad confirma este simbolismo, ya que de las doce especies de cobras existentes en la actualidad, la llamada “cobra egipcia” y algunas otras poseen estas características

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simuladoras de ojos en su caperuza expandida. Y de lo que no cabe duda es que los egipcios antiguos tomaron a la cobra como símbolo de la visión extrasensorial y sobrenatural.

Existen numerosas teorías sobre la existencia de un Tercer Ojo en la especie humana en tiempos muy antiguos, o en planos de existencia distintos al nuestro... Este Tercer Ojo por alguna razón se atrofió en determinado momento (como ocurrió con otro órgano primitivo con su función perdida: el apéndice), se retrotrajo y escondió dentro del cráneo y vive adormecido en esta cavidad. Algunos científicos creen entender que este Tercer Ojo podría volver a cumplir sus funciones antiguas y otros parecen demostrar que, al menos en algunos individuos, se ha podido conseguir reactivar esa visión. Estamos hablando, lógicamente, de la no menos famosa “glándula pineal”. Lo veremos todo ello por su orden; al fin y al cabo, los dos ojos que actualmente tenemos no son sino terminales nerviosas perfeccionadas y desarrolladas en un órgano de visión. Y de la misma manera que hoy existen dos, nada impide proponer, siquiera como hipótesis de trabajo, que en otro momento podrían haber existido tres. La tesis de Bardasano

El biólogo José Luis Bardasano, hijo de un célebre pintor y profesor él mismo de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, realizó, en 1971, una tesis para dicha universidad, sobre “Epífisis de un quelonio”, en la que exponía sugestivos argumentos sobre el desarrollo biológico de la glándula pineal. El profesor Bardasano, desde entonces, ha estudiado el tema exhaustivamente; está en condiciones, por tanto, si no de afirmar categóricamente que la glándula pineal sea el Tercer Ojo buscado por la Parapsicología, sí de esperar que las actuales investigaciones puedan conducirnos algún día a tal afirmación.

Los escritos y comunicaciones de Bardasano en libros y congresos se multiplican después de su tesis, hasta culminar con una serie de estudios con un equipo de la Universidad de Alcalá de Henares, España, cuyos resultados aún están por confirmarse, en orden de establecer que la glándula pineal puede ser la sede y el fundamento anatómico y funcional de la percepción extrasensorial. De confirmarse esta tesis, coincidiría con la que han sostenido muchos ocultistas y clarividentes de todas las épocas. El ojo adivinatorio

Por otra parte hay pruebas de que, en algún momento, han existido seres humanos con un solo ojo central, síntesis de los dos que naturalmente existen. Sea por error de la naturaleza, como en el caso de los monstruos, sea porque alguna raza pudo desarrollarse así (a despecho de un proceso de selección natural y supervivencia del más apto que conspiraría contra su perennidad, ya que con dos ojos se estima mejor la distancia de una presa o un agresor que con uno solo), el caso es que esta realidad está ahí. En las islas Canarias, por ejemplo, se han hallado indicios de la existencia de unos seres extraños, con un solo ojo. Tal vez sean los herederos de los cíclopes, aquellos seres gigantescos y con un solo

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ojo que Homero cita en la Odisea como residentes en una isla, la misma que algunos han querido identificar con una de las Canarias, o restos de la sumergida Atlántida. Los científicos consideran hoy que todo mito y toda leyenda tienen un trasfondo de verdad y como en el caso de Troya, ciudad mítica hasta que en el siglo XIX fuera descubierta por el arqueólogo aficionado alemán Heinrich Schliemann, algunos quieren ver este mito de los cíclopes, hijos de Poseidón (el océano) y Anfitrina (la tierra) como otra realidad localizable en la geografía más allá de las Columnas de Hércules, lo que hoy llamamos estrecho de Gibraltar.

“La Doctrina Secreta”, el popular libro de Helena Petrovna Blavatsky, en su volumen tercero, “Las razas con tercer ojo”, revela tan curiosa como fantástica teoría sobre esta materia. Son hipótesis de teósofos y ocultistas fundamentadas en leyendas de la historia hindú, las mismas que reconociendo la existencia sucesiva de diversas razas humanas en la “cadena planetaria”, identifican a algunas de ellas, como la de los hermafroditas, con cualidades como tres ojos en la cabeza o cuatro brazos en el tronco. Dice textualmente: “... en ellos el Tercer Ojo, petrificándose gradualmente pronto desapareció, hundiéndose profundamente en la cabeza...”. Este Tercer Ojo, sin embargo, es un órgano de visión extrasensorial, no un mero tercer ojo para ver cosas físicas y contemporáneas, sino el ojo adivinatorio, telepático. Y en busca del desarrollo del mismo, diversas culturas acometieron incluso la práctica de las trepanaciones craneanas, que desde el Paleolítico por lo menos ha practicado la humanidad en lugares muy diversos y distantes del universo de la historia, en el tiempo y la geografía. Muchos interpretan hoy que esas trepanaciones craneanas tenían como finalidad, además de la quirúrgica y sanatoria, otra “mágica”, mediante la cual se reactivaba ese Tercer Ojo petrificado del que hablaba La doctrina secreta. Actualmente, aún existen yoguis a los cuales se les ha practicado este tipo de trepanación. Y de cuyos conocimientos y utilización del Tercer Ojo dormido y activado cuesta mucho dudar.

El biólogo Ariens Copes ha desarrollado una teoría según la cual las glándulas pineal y parapineal pueden considerar como la base de un sistema que funciona como un reloj biológico, mediante el cual los animales que lo poseen se adaptan a las condiciones ambientales. Este sistema sería el conductor de las aves migratorias, el guía de las palomas mensajeras, el adaptador de los animales salvajes a la cautividad, etcétera.

En las glándulas pineal y parapineal se recibe información a través de distintos órganos y fibras del organismo; del olfato, de las vísceras, del área preóptica, y en ciertos animales como los vertebrados inferiores, las fibras del tacto proyectarían sobre la epífisis sensaciones ópticas. Así, la glándula pineal o epífisis determinaría los ritmos de la vida del animal, como la relación de la perioricidad actividad-descanso en relación con la luz del ambiente. La intensidad de la luz ambiente regula a través de la epífisis, por ejemplo, la puesta del huevo en las gallinas. De forma que, si se le enciende la luz de noche, la gallina cree que ya es de día y vuelve a sus funciones diurnas de comer y poner huevos.

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Las palomas “magnéticas”

El profesor Bardasano ha experimentado con su equipo de Alcalá de Henares en la línea férrea Madrid-Guadalajara, como las palomas mensajeras desvían su vuelo o se detienen agazapadas sin cruzar el tendido eléctrico, mientras el tren no se aleje suficientemente del lugar. El paso del tren produciría alteraciones electromagnéticas captadas por la paloma a través de su glándula pineal, que “desorientan” el mapa de sus vuelos. Algunas investigaciones han demostrado que estos animales necesitan un régimen alimenticio que incluya partículas de hierro, junto a granos de avena que contengan minerales ferromagnéticos. ¿Se explicarían así las peculiaridades migratorias de estas aves?. La vuelta del Tercer Ojo

En los mamíferos y en el hombre la glándula pineal o epífisis está situada en el centro geométrico del encéfalo y hasta ahora no se han descubierto sus funciones con una unanimidad que merezca el nombre de científica. Pero algunos biólogos están interesados en su estudio y todo lo obtenido hasta ahora parece orientar hacia que esta glándula, como traductor fotoendócrino, no ha sido suficientemente conocida.

Se supone que, sin embargo, la glándula pineal tiene funciones o puede tenerlas de mayor envergadura, pero que por alguna causa desconocida se ha atrofiado o adormecido. Empero, algunos piensan que esta glándula puede ser reactivada mediante ciertos estímulos como la luz, y volver a ser lo que la naturaleza dispuso para ella.

El biólogo ruso Shuskin ha desarrollado una hipótesis según la cual el individuo puede producir variaciones de adaptación que le llevarán a una diferenciación celular en un órgano determinado. En otras palabras: Shuskin afirma categóricamente que caracteres que han desaparecido de la estructura de un animal, órganos que han atrofiado y casi perdido su naturaleza, pueden volver a funcionar ya que se pueden desarrollar de nuevo si están inscriptos en el código genético del individuo o de la especie.

En definitiva, como se ha dicho siempre que la función crea al órgano, en la teoría de Shuskin se dice que un carácter depende de la utilidad y tiene lugar cuando aún existe. Por lo tanto, si un órgano creado en su día por una función ha dejado de “funcionar” y se ha atrofiado o al menos “adormecido” por falta de utilidad, puede volver a la actividad total si es nuevamente necesario y útil y en tanto no haya desaparecido por completo en la ontogénesis.

Se trataría, pues, de la vuelta al funcionamiento ordinario de la glándula pineal como Tercer Ojo. Ello sería posible si se dieran las condiciones que supuestamente se dieron cuando tal circunstancia se produjo. Según la biología, la glándula pineal admite dos funciones: como receptor de estímulo y como órgano secretor. Actualmente predomina la segunda función, pero podría volver a ser criptorreceptor, es decir, tercer ojo, si llegase a recibir luz.

Consideramos hoy en día la glándula pineal como un transductor neuroendocrino: traduce información recibida de unas células para trasladarlas a

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otras, pero podría volver a ser Tercer Ojo y de hecho se piensa que en algunos individuos no ha dejado de serlo, siempre que dicha utilidad fuese creada por el ambiente. Algunos piensan que tal reactivación de las funciones fotoendócrinas de la glándula pineal como Tercer Ojo no depende más que de una conveniente iluminación de dicha glándula, lo que podría conseguirse mediante la tepranación del cráneo, como parece que ya se vino haciendo en la antgüedad sobre ciertos y determinados individuos, posiblemente dentro de ceremonias iniciáticas. Ciertamente, con la ley de Shuskin, “... la apertura de una ventana craneal permitiría el paso de la luz hacia el encéfalo y podría inducir sobre los pineocitos en evolución el desarrollo de segmentos externos con polaridad fótica”.

Esta teoría sobre el Tercer Ojo fundamentado sobre la glándula pineal no es una hipótesis que haya desarrollado simplemente algún místico o una serie de ocultistas cuyos principios científicos pudieran no ser del agravio de todos.

Pero de todo esto, un elemento me parece altamente revelador: más allá de la credibilidad que el lector otorgue a las teorías esotéricas de esta glándula, es un hecho histórico que desde la más remota antigüedad se le llama “tercer ojo”, asignándole funciones ópticas. Ahora bien: si la neurología y la oftalmología son científicamente confiables desde tiempos sólo recientes, si los antiguos eran tan ignorantemente supersticiosos y carentes de toda tecnología científica, ¿cómo sabían entonces que en ciertos animales era un “fotorreceptor”?. ¿Cómo diferenciaban las células –si es que supieran de las mismas- sensibles a la luz de las que no lo son?. ¿Cómo sabían de las primitivas relaciones nerviosas entre las funciones corticales y la epífisis?.

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CAPITULO XII

UN NUEVO CONCEPTO: EL PUNTO DE FUGA

Uno de los aportes más significativos al desarrollo de conceptos de

avanzada dentro de la mecánica de los fenómenos paranormales (y en la cuestión de la supervivencia a la muerte) está dada, a nuestro criterio, por la rotura del corsé intelectual que buscaba explicar a través de procesos estrictamente psicologistas la génesis y etiología de esta fenomenología. Como diversos autores han señalado en numerosas oportunidades, la propia palabra “parapsicología” ya resulta caduca para referirnos a una multiplicidad de eventos que escapan a los límites de lo mental, por más “extrasensóreo” que el mismo resulte. De hecho, sólo aquél que encare esta disciplina pensando en una “parafísica” así como en una “parabiología” puede resultar, aunque parezca perogrullesco, un sensato parapsicólogo.

En consecuencia, debemos entender que una aproximación meramente psicologista a la Parapsicología (hija dilecta del Ocultismo) puede brindarnos una explicación etiológica, esto es, de las causas desencadenantes del fenómeno en estudio; pero sólo un conocimiento interdisciplinario que no desprecie la física, la geometría no euclidiana y las matemáticas nos ilustrará sobre la mecánica de producción de tales eventos.

En este sentido, hemos observado que una especialidad tan resistida por personas con formación humanística como psicólogos y parapsicólogos, como es la astronomía, puede ofrecernos aproximaciones confiables para explicar algunos de los muchos puntos oscuros que encierran estas temáticas. Se trata de uno de los fenómenos cósmicos más interesantes, el de los llamados “agujeros negros” que parece tener un correlato psíquico (“lo macrocósmico en lo microcósmico”) en lo que hemos llamado “puntos de fuga”, especie de “puertas” a una dimensión propia del ámbito de quienes ya no pertenecen a este mundo. Y que exista esta correspondencia ya de por sí no debe asombrarnos pues, recordando la versatilidad del Principio de Correspondencia ocultista, admira extender sus implicancias hasta este caso.

Como todos sabemos, un “agujero negro” es un punto del espacio llamado así porque el potencial gravitatorio de ese punto es tan infinitamente elevado que nada escapa a su atracción, ni siquiera la luz.

El proceso de gestación del mismo arranca en las variaciones que se producen durante el “envejecimiento” de algunas estrellas. Este puede tener dos caminos: o aquellas comienzan a incrementar su volumen, pasando por la fase de gigante roja, hasta estallar, como en el caso de las “novas” y “supernovas”, o bien, alcanzan un determinado punto crítico, comenzando a colapsar sobre sí misma, en lo que podríamos denominar un proceso de “implosión”.

Ahora bien. Como quedara oportunamente demostrado por la física relativista, todo cuerpo estelar “curva” el espacio a su alrededor. Cuando mayor es la masa del cuerpo, mayor la gravitación y mayor la curvatura, y debe quedar

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comprendido que el “volumen” (tamaño) de un cuerpo no es necesariamente sinónimo de su “masa” (resistencia a la inercia). Así, si Júpiter, más voluminoso que la Tierra, tiene también mayor gravedad que ésta –y, en consecuencia, también mayor curvatura espacial a su alrededor- una estrella que alcanzara la etapa de “gigante roja” involucione reduciendo su tamaño –o sea, su volumen- no necesariamente disminuye su masa, ya que ésta es una variable dependiendo de las distancias e interacciones corpusculares de sus átomos constituitivos. En consecuencia, una estrella colapsada sobre sí misma disminuye su volumen, pero aumenta de manera inversamente proporcional su masa, y con ella su gravedad.. Pasa entonces a la etapa de “enana blanca” - del tamaño de un simple planeta como el nuestro, pero con una gravedad miles de veces mayor- y continúa implosionando, hasta reducirse a un tamaño tan exiguo –unos pocos metros de diámetro- que, a escala cósmica, es inexistente.

Llegada este punto, su masa aumentó en un límite tendiente a infinito, con lo cual también lo hizo su gravedad. Tenemos entonces un “agujero negro” punto del espacio que, como la vorágine del Maëlstrom del cuento de Edgar Allan Poe, atrae hacia sí, desde distancias inconmensurables, materia y energía que terminan siendo devoradas por el mismo.

Pero si algo da su especial característica insólita a este fenómeno es que, si idealmente pudiéramos situarnos a “un lado” del agujero negro para observar el proceso de absorción de materia y energía, veríamos que todos estos componentes parecen “caer” a un pozo, pero no “salen” por ningún lado. Así, un rayo lumínico se dirigiría hacia el agujero, ingresa a éste... y se corta abruptamente, como desapareciendo en la nada. Ahora bien, si un incremento en la gravedad tendiendo a infinito provocaría una curvatura también tendiendo a infinito, la “bolsa” gravitatoria así creada se “desfondaría”, dando paso a... ¿dónde?.

Pues, a un universo paralelo. De hecho, los astrofísicos han encontrado otro enigmático fenómeno

astronómico que parece ser la polaridad opuesta del “agujero negro”. Se trata de los “quasars”, palabra formada por la contracción de las palabras inglesas que definen a “objetos cuasi estelares”, es decir, puntos del espacio que se comportan como estrellas pero no son estrellas, emitiendo altísimas cotas de radiación de todo tipo (rayos X, gamma, etc.). El interrogante es que tales emisiones no provienen específicamente de un cuerpo estelar dado, sino apenas de un “punto” en el espacio que se comporta como una estrella, de allí la definición de “cuasi estelar”. Y suponemos con bastante fundamento, que el “quasar” es, a este Universo, el “agujero negro” de un universo simultáneo o paralelo, como el “agujero negro” de aquí pasa a ser el “quasar” de allá.

De hecho, matemáticamente nada se opone a la posibilidad de la existencia de “universos reflejos” del nuestro, como que la propia teoría de los “números negativos” corre en su apoyo.

Y ahora regresemos temporariamente al campo de la Parapsicología, sólo el tiempo necesario para establecer un nexo entre ambas teorías.

Tenemos la presunción de que aquello que denominamos –siguiendo aquí al biólogo francés Jean Jacques Delpasse- “paquetes de memoria” –en alusión a los “fantasmas” o elementos psíquicos supervivientes a la muerte de la materia

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biológica- coexisten no necesariamente en el mismo “plano” vibratorio que el nuestro, sino quizás desplazándose a otros niveles de desenvolvimiento y, al hablar de niveles, no hacemos lugar aquí a cuestiones espirituales sino, sencillamente, a planos de naturaleza energética que la propia Ley de Entropía –también conocida como Segundo Principio de la Termodinámica- obligaría a ocupar.

Una de las numerosas razones por las cuales este supuesto parece adquirir sólidos fundamentos, pasa por las descripciones que las numerosas personas sensitivas hacen de sus percepciones de “paquetes de memoria”, más específicamente, del momento en que éstos desaparecen del campo visual.

Recordemos que en la generalidad de casos, la percepción de un “paquete de memoria” adopta la forma de una nebulosa o una figura vagamente humanoide, de color blancuzco, excepto en los contados casos en que la percepción implica la visualización en detalle de las características adoptadas por el sujeto durante su vida biológica. Esos mismos sensitivos informan que en muchas ocasiones el proceso de desaparición de la visión implica que el ente o “paquete de memoria” parece aproximarse hacia el testigo, deformándose, extendiéndose instantáneamente hacia ambos lados y desapareciendo como un fogonazo de luz curvándose alrededor del campo visual del testigo. Y ahora sí, volvamos a la astronomía.

Ya que los científicos han elaborado una interesante hipótesis sobre como varía la sucesión de los acontecimientos cuando un hipotético astronauta ubicado en el interior del “agujero negro” contempla la materia y energía a punto de ser absorbido por éste.

Según esa teoría, alrededor del “agujero negro” se formaría un campo o anillo que ha recibido el nombre de “horizonte de singularidad”. A medida que la luz, por caso, se acerca al “agujero negro”, su tiempo se lentifica, más aún para un hipotético observador situado dentro de éste, el cual observará que la luz (o la imagen del objeto que se aproxima, lo que a fin de cuentas, también es luz) parece extenderse por ese anillo que es el “horizonte de singularidad” y, si bien otro observador situado fuera del agujero lo vería ingresar a éste, para el astronauta “de adentro”, al llegar al “horizonte” aquél se detendría con lo cual la luz quedaría “suspendida” en el anillo de singularidad.

Aunque esto parece complicar innecesariamente las cosas podríamos agregar que, si no se ve a la luz o al objeto hecho luz “caer” hacia él, se debe a que el astronauta mismo es el “horizonte de singularidad”. Y precisamente observemos que se corresponde como dos gotas de agua con las descripciones de la “partida” de los paquetes de memoria.

Incidentalmente, nada impide suponer que, en este plano psíquico, el “agujero negro” por el cual un “paquete de memoria” pasa a su propio universo sea precisamente el sensitivo o, mejor dicho, su potencialidad parapsicológica. Y así como existen individuos que a la manera de “agujeros negros” permiten el pasaje de “paquetes de memoria” hacia este otro universo, otros seres humanos podrían actuar como “quasares” que faciliten el ingreso o manifestación de nuestra Realidad en aquellos.

Por otra parte, observemos que tanto las crónicas parapsicológicas como protoparapsicológicas, especialmente las de la metapsíquica francesa y el

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espiritismo norteamericano, enseñan que en las sesiones de convocatoria de “espíritus”, sean reuniones mediumnímicas o sesiones de tablero “ouija”, debe marcarse siempre un “punto de fuga”, sea en forma de un punto hecho a bolígrafo o lápiz, sea, sencillamente, la palabra “adiós” inscripta en una tarjeta. Según esta teoría, es por ese punto –y sólo por ese punto- por el cual se retira el ente convocado. Algún lector puede oponer el argumento de que tal punto es arbitrariamente elegido por el o los operadores y, en consecuencia, difícilmente coincida con alguna alteración espacio-temporal que asuma esas características de “agujero negro mental”, pero observemos que el mero hecho que todos los asistentes acepten esa convención como “punto de fuga” hace que el mismo, ya con definición espacial, asuma algo así como la densificación psíquica resultante de las tensiones concentradas sobre el mismo por los participantes. Dicho de otra forma: psíquicamente hablando, pensar en un punto del espacio con la necesaria tensión, en detrimento de cualquier otro, “curvaría” mentalmente esos planos psíquicos a su alrededor. A fin de cuentas, el Principio del Mentalismo –que ya hemos estudiado- acepta que las tensiones mentales dirigidas vectorialmente sobre un punto pueden modificar el entorno de la misma. Algo similar ocurre cuando en ciertos rituales ocultistas, dicho punto es marcado con un cuchillo de plata: las enseñanzas esotéricas –Eliphas Levi dixit- señalan que toda punta metálica impide la condensación de “luz astral” y, en tal plano sutil de materialización, la función inversa del mismo también se comportaría como un punto de fuga.

Finalmente, y recordando que en numerosas ocasiones hemos insistido en considerar tales rituales a la luz de aproximaciones racionales, científicas, sí, pero lo suficientemente audaces para reveerlas al cristal de las modernas teorías físicas, vale advertir que el empleo de velas negras expresa, simbólicamente,, lo que la misma significa para el operador; el punto de condensación de lo thanático (negativo) inmanente al ambiente, el punto por el cual “escapan” las vibraciones perjudiciales presentes en el lugar. De hecho es, por definición, otro “punto de fuga”. Así como el color negro es en realidad la suma de todos los colores o, para decirlo más correctamente, la superposición de las frecuencias que conforman, en el espectro luminoso, todos los colores, energéticamente un objeto negro tenderá a atraer hacia sí todo tipo de componente negativa energética y, de hecho, un “paquete de memoria thanático” lo es. Si a ello sumamos que la vela expresa simbólicamente la idea de punto focal, la densificación psíquica proyectada por el o los operadores incrementa el significante del mismo.

Para terminar, permítaseme señalar que estudiando los aspectos más preocupantes de los errores cometidos en prácticas esotéricas o parapsicológicas, figura como causal significativo la no estipulación de “puntos de fuga”; esto condice con nuestra impresión generalizada de que peor que hacer mal una experiencia (cuyas consecuencias sólo pueden implicar la pérdida de tiempo o la desilusión por los esfuerzos malgastados) es hacerlos bien, pero incompletos: muchas veces se “abren” puertas dejando pasar ciertas “cosas”, y luego no se sabe cómo cerrarlas. De allí que recomendemos muy especialmente establecerlos, preferentemente de común y previo acuerdo, para que actúen como algo así como cloacas espirituales que eliminen el riesgo de remanencias nefastas. Y teniendo, en todo momento la tranquilidad de saber que estamos

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procediendo, por anacrónico que resulte, con criterio científico; la exposición metodológica y crítica del Principio de Correspondencia y de la Ley del Mentalismo abonan lógicamente la presunción de que tal técnica (la de valernos de “puntos de fuga” marcados gráficamente, con velas, preferentemente con puntas metálicas o meramente mentales), aunque parezca rondar los límites de la imaginación desbocada, en realidad es apenas un esbozo de un nuevo orden en un criterio secuencial de razonamientos que no es fácilmente desarticulable y sí, por el contrario, caracterizará axiomáticamente en el futuro a nuestra disciplina.

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CAPITULO XIII

ALGUNOS APUNTES SOBRE LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

A la fecha creo que suman miles los libros escritos sobre el tema de la supervivencia a la muerte y –de manera tangencial– sobre reencarnación. La mayoría de ellos más pensando en las ventas que en reflejar la realidad del tema. Pero ocurre que cuando hasta el más optimista de los mortales ve sencillamente caótica la realidad económica de su país, cuando el "establishment" editorial sólo abre sus puertas a la ralea sensacionalista fácilmente comerciable y, sin embargo, avanza incontenible la marea de las ideas, entonces todo mecanismo que sirva para difundir un punto de vista es válido. Y cuando el fruto de las largas reflexiones gira alrededor de la "vida" después de la vida, entonces, ante la angustia espiritual de una humanidad que cree poder escapar de todo peligro e incertidumbre, excepto del abrazo final de la Parca, hacer llegar estos pensamientos al público es, prácticamente, un imperativo moral. Veinte años dedicados al estudio de la Parapsicología, nueve o diez a la Filosofía Hermética, una formación universitaria en disciplinas tan insólitamente disímiles como la Ingeniería y la Psicología, una pasión oculta por la Física, la Astronomía, la Arqueología y –fundamentalmente– muchas temporadas consumidas en búsquedas trascendentes, me han dado (creo) una cosmovisión muy particular sobre lo que ocurre –lo que ineluctablemente le ocurrirá, por ejemplo, a quien esté leyendo estas líneas– cuando cruzamos el Umbral al exhalar el último aliento y comenzar, biológicamente, el inevitable proceso de putrefacción. He deambulado por muchas escuelas filosóficas o religiosas. Además de mi cuna socialmente católica, he cansado templos, reuniones, cánticos y textos de judíos, musulmanes, budistas, meditantes Zen, hinduístas, Hare-Khrisna, discípulos del gurú Maharaji, adventistas, Testigos de Jehová, protestantes, rosacruces, masones, umbandistas, seguidores de los Misterios de Eleusis, hechiceros blancos, rojos y negros, teósofos, espiritistas, ocultísimos cultores de la antigua Religión Wicca... Mezclen toda la ciencia y religión que he absorbido, sométanlo a largas noches de reflexión, repaso y crítica, agréguenle las dosis necesarias de actualización a través de una buena red de corresponsales y amigos y tendrán un horizonte bastante claro de las fuentes de este trabajo. Muchos de los conceptos aquí esbozados me son originales. Otros, consecuencia de investigaciones de terceros. El resultado, en tanto, trata de ser, no una afirmación dogmática de lo que ocurre en el Más Allá sino, simplemente, una exposición, ora polémica, ora racional, sobre lo que podemos esperar cuando el momento –ese momento– llegue.

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COMPONENTES ENERGÉTICOS DEL SER HUMANO Nuestra aproximación al tema de la supervivencia post-mortem se estructura a partir de la composición de los procesos interenergéticos del hombre, ya que será precisamente tal potencial el que confirmará el objeto de nuestro estudio. Son dos los planos energéticos hacia los cuales enfocaremos nuestra atención: el meramente psíquico, y el llamado "campo bioenergético" o "bioplasmático". Estas son las energías que nos sobreviven a la muerte. Como todos sabemos, este potencial energético no puede disiparse en la nada luego de la muerte biológica; esto contravendría inexorables leyes físicas que enseñan que todo se transforma en alguna otra cosa. Por lo tanto, debemos dar por supuesto que tal potencial sobreexiste al deceso. Pero consideremos por separado las naturalezas de estas energías. Los parapsicólogos afirmamos que la EnPsi (energía psíquica) activa fenómenos de naturaleza paranormal a través de mecanismos no físicos. Como sabemos, toda energía física, para ser tal, debe cumplir varios axiomas, entre ellos los de que la suma de los efectos debe ser igual a la suma de las causas, y que el cuadrado de su coeficiente debe ser inversamente proporcional a la distancia y el tiempo en que se manifiesta. Veamos un ejemplo para este caso. Enciendo un mechero de gas. Aproximo mi mano. Cuanto más la alejo, menos calor siento. La energía (calor) es inversamente proporcional a la distancia. Supongamos ahora que en ese mechero caliento la hoja de un cuchillo, hasta que se pone al rojo. Apago el mechero. Cuanto más tiempo pasa, menos calor irradia la hoja. En este caso, la energía es inversamente proporcional al tiempo. Con la energía psíquica, o EnPsi, ello no ocurre. Las experiencias demuestran que el índice de resultados es independiente de los sujetos de una experiencia. Así, en una práctica de telepatía, por ejemplo, los resultados son o altos o bajos, así medien dos metros o doscientos kilómetros entre ellos. Además, la existencia de los fenómenos de precognición (percepción de un hecho futuro) y postcognición (percepción del pasado, siempre sin el uso de los sentidos físicos) demuestra que la relación tiempo-EnPsi es inexistente. De ello podemos deducir que esa "energía" EnPsi se transforma, de alguna manera, luego de muerto el individuo. Si puede proyectarse al futuro, es porque es independiente de su entorno biológico. Ahora bien. Cuando el individuo muere, el potencial energético tiende a subsistir por las razones apuntadas. Lo que implica que las funciones psíquicas inherentes

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a tal carga también deben sobrevivir. Estas funciones, empero, si bien responden a interacciones estrictamente psicológicas, también se alimentan de estímulos y correspondencias fisiológicas, tal como las percepciones sensoriales, por ejemplo. Lo que equivale a decir que una mente privada de su entorno biológico (tal el caso de un "fantasma") vería reducidos drásticamente sus mecanismos psíquicos. Se vería así expresado como una mente en estado de submeditación o, mejor aún, a ciertos estados sonambúlicos o propios del "dejá vù". El fantasma, entonces, tendría una consciencia de sí mismo meramente crepuscular, similar a la imagen que de nosotros mismos tenemos en nuestras propias representaciones oníricas. Por ende, la "materialización" del fantasma (suponiendo que tal proceso sea posible, de acuerdo a lo que veremos más adelante) no será en función del reconocimiento de sí mismo (no se presentará como Fulano de Tal en alguna sesión mediúmnica) así como no se presentará vistiendo ropas de época o cubierto con un sudario. El proceso es muy distinto. La percepción del fantasma es consecuencia de la activación de la natural Potencialidad Parapsicológica del individuo, que en ciertos miembros de nuestra especie es mucho más sensible que en otros. Esta percepción es absolutamente inconsciente y, obviamente, para conocerla (es decir, para "darnos cuenta" que hay un fantasma), esa descarga proyectada desde el Inconsciente –asiento de aquella Potencialidad– deberá emerger al Consciente proceso que, por lógica, no puede cumplirse sin que esa información pase por el Preconsciente. Y, como todos sabemos, en éste se encuentran los Mecanismos de Defensa del Yo, "filtros" mentales que amparan la integridad de nuestro mundo volitivo psíquico evitando la saturación del mismo por una eventual masiva e incontrolable marea de información proveniente del Inconsciente. Entre otros, uno de los Mecanismos de Defensa del Yo es el de racionalización, vale decir, la tendencia natural e instintiva de explicar lo desconocido en términos de lo conocido. Así, el aparato psíquico proyectará la percepción fuera de nosotros (y aunque el mecanismo sea en un todo similar al de las alucinaciones meramente psicológicas, poco importa que el "fantasma" pueda ser visto por más de una persona simultáneamente, ya que la Parapsicología ha demostrado ampliamente que es posible telérgicamente ("tele"= lejos; "ergos"= energía) corporizar visualmente representaciones mentales ya sea por densificación ectocoloplasmática emitida por el sujeto, o bien por un proceso similar al de la proyección láser holográfica, empleando concentraciones gaseosas de la misma atmósfera del lugar), pero el "aspecto" que presenta el fantasma será la dramatización visual de: a) las creencias previas del sujeto en cuanto a cómo debe ser un fantasma. b) el propio recuerdo inconsciente de sí mismo que remane en el continuum psíquico del fantasma, transferido al sujeto percipiente por un mecanismo afín al de la telepatía. Este recuerdo indudablemente estará viciado por la paulatina destrucción del Self del propio muerto que, insisto, sólo arrastrará restos primarios de la

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mentalidad que lo caracterizara durante su vida biológica. En muchas formas tal residuo mental se asemeja a los "núcleos de personalidad fetal" que en el bebé en gestación identificara el doctor argentino Arnaldo Rascovsky, lo que devuelve credibilidad a la creencia popular de la ciclicidad de la vida del ser humano, que en el último tramo de su existencia adopta actitudes infantiloides. Por supuesto, tal presunción en lo subliminal de la personalidad psíquica del "fantasma" debe considerarse con flexibilidad, ya que dependería en buena forma de la evolución intelectual y/o espiritual que hubiera alcanzado en vida. Sin embargo, se impone una aclaración esencial: ¿cómo definir un "fantasma"?. EROS Y THÁNATOS Ya he descripto de qué está hecho un fantasma. Pero aún no hemos desarrollado una terminología válida para expresarnos y evitar así confusiones. Y adherimos aquí a la hipótesis del biólogo francés Jean Jacques Delpasse: sus "paquetes de memoria". Delpasse se preguntó hasta qué punto la materia forma parte de la consciencia. Tal vez existirían "moléculas de memoria", que a su vez integren "moléculas de consciencia energéticas". La materia del cuerpo, sus proteínas, enzimas, sales, etcétera, pueden corromperse, pero la energía es capaz de sobrevivir a las estructuras moleculares disociadas. Esos "quantum" de consciencia, compatibles con la visión materialista del Universo que defienden hoy casi todos los físicos y biólogos, sobrevivirían en el Cosmos dejando incólume a la personalidad humana. Veamos cómo realizó Delpasse el experimento supremo que avalaría esta fascinante hipótesis. El neurólogo inglés Grey Walter habría descubierto que unos instantes antes de adoptar una decisión, el cerebro emite unos ritmos que él llamó "ondas inductoras", capaces de ser amplificados para controlar una máquina. De ese modo, si nosotros tenemos intención de pulsar un botón para ponerla en movimiento, sería posible conectar a nuestras sienes electrodos que, recogiendo aquella señal inductora y mediante un circuito electrónico adecuado, pongan en marcha un motor unos milisegundos antes que nuestro dedo se apoye en el interruptor del arranque. Delpasse, excitado con los trabajos de Grey Walter descubre que, si a un enfermo se le educa para emitir tales ondas encefálicas y después de cierto tiempo fallece a causa de su cuadro clínico, tal señal sigue siendo generada aunque su vida se haya extinguido: incluso horas después de que su electroencefalograma aparezca plano, signo inequívoco de que el encéfalo ha cesado en su actividad. Delpasse habría demostrado así que las moléculas de la consciencia sobreviven a la descomposición del tejido nervioso, base biológica de nuestros procesos mentales. Que esos "quantum" de energía que codifican la memoria, el

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yo, la personalidad (en suma, la consciencia) aglutinados como un racimo de letras que portarían toda la información adquirida a lo largo de toda una vida –no otra cosa sería nuestra entidad consciente– podrían seguir insertos en el Universo perpetuando nuestra existencia, no como un espíritu adimensional incapaz de interaccionar con la materia y, por lo tanto, incompatible con nuestros modelos físicos, mucho mejor elaborados que esos ingenuos esquemas teológicos, sino como glóbulos de energía condensada: los "paquetes de memoria". Pero analicemos ahora los mecanismos directrices del comportamiento fantasmal. En la vida psicológica del hombre común, sus conductas oscilan permanentemente entre los extremos del placer-displacer (dolor) a instancias de "ataque" y "huída". El pendular anímico responde a la preeminencia, en esa esfera psíquica, de dos impulsos primarios: de Eros (dios griego del Amor y la Vida) y de Thanatos (ídem de la Muerte). Un impulso erótico nos empuja hacia la evolución, multiplicación, construcción, mientras que un impulso thanático lleva hacia la involución, la destrucción, el quietismo inercial. Un individuo erótico es aquel que busca siempre, por ejemplo, progresar, amando la vida, mientras que uno thanático gustará de la violencia, la destrucción, la muerte. Tales impulsos sobreviven en el paquete de memoria, y así tendremos fantasmas eróticos y fantasmas thanáticos. los primeros, movilizados por ese impulso, tenderán a continuar su evolución (lo que Jung llamaba Proceso de Individuación, el de realización y búsqueda de sí mismo, y del que sugestivamente comentara que "...aunque no culmine durante la vida biológica, puede completarse después de la muerte...") ascendiendo, por decirlo de una manera asequible, a estados superiores de manifestación, "planos" superiores. En cambio, los thanáticos tenderán a adherirse a lo material por grado de bajo nivel evolutivo, y así serán los más habitualmente detectados. Tomemos un ejemplo típico. Supongamos que un individuo thanático (muy materialista, totalmente descreído en la vida después de la muerte) fallece repentinamente o a causa de una penosa enfermedad. Como no entiende la posibilidad de la vida después de la muerte, vale decir, de subsistencia psíquica luego de la destrucción orgánica, su "paquete de memoria" no asume que está muerto, y psicológicamente permanece "adherido" a los elementos físicos que constituyeron su entorno material durante su paso por este mundo. Esta adherencia psicológica sólo puede ser tal, pues el "paquete de memoria" es, por definición, "sólo" un estado de toma de consciencia. O "casi" consciencia, pues la consciencia no es más que los procesos mentales derivados en buena parte de la información que del mundo exterior llega a través de los sentidos físicos. Con la muerte, cesan las percepciones sensoriales y la corteza cerebral (donde se asientan los mecanismos neurológicos del pensamiento consciente) comienza a descomponerse, con lo cual es físicamente imposible el "darse cuenta" tal como lo conocemos. De donde el "paquete de memoria" percibe

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la realidad de esa forma crepuscular que mencionara anteriormente. Pero el mismo no dejará de actuar psíquicamente sobre otros humanos presentes. Tal "paquete de memoria thanático" tendrá de sí mismo la sensación de estado comatoso o sonambúlico, o algo similar a los estados hipnagógicos (inmediatamente antes de dormirnos) o hipnopómpicos (inmediatamente después de comenzar a despertarnos). En consecuencia, "ronda" aquello que permanece en su consciencia subliminal como última referencia espacio-temporal, el lugar donde reposan sus restos, o donde falleciera por enfermedad o accidente, su vivienda o sus seres queridos. A todos ellos los denominamos "puntos de anclaje". Pero de pronto las cosas comienzan a cambiar. Para un "paquete de memoria" el tiempo no transcurre ya que el mismo, al no existir objetivamente, sólo es una sucesión de estados de toma de consciencia. Pero, pongamos por caso, sus seres amados en vida sí sienten el paso del tiempo; envejecen, cambian de domicilio o venden sus propiedades a terceros, rehacen sus vidas con otras personas. Y el "paquete de memoria thanático", naturalmente perturbado por estos cambios en los cuales se observa totalmente desplazado –quizás con una carga crítica de angustia por la "indiferencia" con que su gente deambula a su alrededor, lo que amplifica la violencia fenomenológica– presiona mentalmente. En él sobrevivirá la natural Potencialidad Parapsicológica y será a través de las exteriorizaciones de la misma (telepatía, telekinesis) como aquél afectará a los vivos, produciendo la aparente percepción visual de los mismos, o bien "poltergeists" diversos en su entorno (palabra alemana que significa "duende burlón" y que debería ser reemplazada por la mucho más correcta expresión de "Psicokinesis Espontánea Recurrente" o P.E.R. Buceando ya en el tema de la reencarnación (sobre el cual volveremos oportunamente) este esquema teórico explicaría por qué estadísticamente "encarnan" con mayor probabilidad individuos de discutible catadura moral (sacerdotisas babilónicas, guerreros bárbaros, oscuros obispos medievales o sinuosos políticos decimonónicos). Esto podría explicarse porque un "paquete de memoria thanático" tendría una "velocidad de escape" inferior a los eróticos. La remanencia en un lugar físico específico del PMT podría incidir en la esfera psíquica de otros seres vivos que habiten ese entorno, y aquí deberé hacer un alto, pues la cuestión de la hipotética transmigración de las almas requerirá un acápite propio. Debemos también entender lo siguiente: puede llegar a ser muy difícil encontrar pruebas empíricas de su existencia (debiendo quizás conformarnos hoy por hoy con manejar evidencias y argumentos), por el sencillo hecho de que por ahora su naturaleza no es abordable con el método e instrumental de que dispone la ciencia; acostumbrada ésta a medir patrones y referencias físicas y energéticas, lo psíquico y espiritual no le es detectable y, por ello, no existe para muchos científicos. Esa es la razón por la que muchos académicos "duros" consideran que la mente es sólo una función del cerebro (en el sentido matemático de "función": cantidad que varía respecto a y es dependiente de otra), y sin olvidar que los

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sistemas de investigación, químicos, ópticos, físicos, electrónicos, por maravillosos que parezcan no son, después de todo, más que una extensión de los sentidos del observador, y han sido diseñados en orden a detectar, por propia definición, aquello que es previamente considerado como posible por el investigador, y que además todo método físico de investigación sólo puede, por eso mismo, detectar lo físico. Entonces es lógico que un científico mecanicista-positivista, puesto a estudiar la naturaleza humana con elementos electrónicos, diga que el espíritu no existe simplemente porque él no lo ha encontrado por ninguna parte. Pero debe necesariamente entenderse que si hemos de detectar cosas como el espíritu, la sobrevivencia del alma, etc., deberán crearse nuevos instrumentos concebidos específicamente con ese propósito; para detectar materiales radiactivos con un contador Geiger, por caso, fue necesario que antes se definiera en teoría la propia existencia de la radiactividad y recién a partir de su aceptación se diseñaron los equipos que permitieron descubrirla. En resumen, que los planteos de los científicos materialistas sólo hablan de su ignorancia. Dicho de otra manera: que no se pueda detectar no significa en absoluto que no exista. LA "CONSCIENCIA" DE LA MATERIA Lord Carrington habla de una teoría asociativa en una concepción en conjunto del psiquismo humano, imbricada con el problema de la supervivencia. Según él, un espíritu humano consiste en percepciones ("sensa"), imágenes, grupo de imágenes, lo que en su término general se denominaría "psicones", entidades inmateriales pero bien reales y existentes por sí, especie de átomos psíquicos ligados entre sí por lazos de asociación, como los físicos se ligan por lazos energéticos; en todo instante, el "campo de la consciencia" es el conjunto de estos "psicones" y de los "sensa" de origen más corporal. La "personalidad", la "consciencia" es la estructura misma de este agrupamiento complejo, el sistema de fuerzas existentes entre estos psicones. No es nada que se sobreagregue, y lo esencial de esta "consciencia" reside, sin duda, en el grupo de "sensa" que emana del organismo, núcleo casi inmutable al que se le agregan los "sensa" e imágenes más permanentes, los de nuestra experiencia profunda y de nuestro ambiente familiar. La telepatía, justamente, es la entrada en relación con otro ser por intermedio de un "psicón" común a los dos. Y desarrollando esta hipótesis, Francois Gregoire amplía el decir de Carrington añadiendo: "En estas condiciones, el problema de la supervivencia es el de saber si un tal sistema de "psicones" es estable en las circunstancias que siguen a la muerte y más especialmente después del corte con los "psicones" de los "sensa" causados por estimulantes del mundo material".

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Luego, no hay aquí razones para pensar que un tal sistema bien organizado –como es el caso de un adulto normal– no se conserve idéntico después de la desaparición del cuerpo, tal vez con un cierto número de nuevos "sensa" introducidos por el hecho de la propia muerte. Es incluso probable que deba ser difícil, al comienzo, darse cuenta de que se ha muerto; y de aquí el aspecto característico de tantas comunicaciones espiritistas, que precisan que el difunto no podía creer que había muerto. La Parapsicología tiene también –y muy particularmente– interesantes cosas que decir al respecto, basándose en asombrosos hechos de carácter paranormal perfectamente comprobados. UN NOMBRE PARA NO OLVIDAR Los investigadores James Bedford y Walt Kesington se sintieron eufóricos al dar a conocer al mundo lo que ellos llamaron "efecto Delpasse". Para explicar el experimento Delpasse, Bedford trata de plantear el problema del alma y su posterior supervivencia, de conciliar la ciencia y el idealismo dualista "volviendo la tortilla" y tirando la esponja como espiritualista. "Las ciencias biológicas –dice– han derrotado en todos los frentes a los creyentes en un "hálito vital" inmaterial. El descubrimiento del código genético, el ADN y las proteínas han revelado que la Bioquímica explica perfectamente la génesis de la vida sin necesidad de una actividad espiritual". Recordando al español doctor Rodríguez Delgado, famoso por sus experiencias de estimulación cerebral, quien desde la Universidad de Yale llega a señalar que "el ser humano nace sin espíritu", y el premio Nobel de biología Jacques Monod, cuya famosa obra "El azar y la necesidad" causó una fortísima conmoción en los medios religiosos y una airada repulsa por parte de la Iglesia, al concluir que la evolución de los seres vivos se debe al azar y no a factores teleológicos (causas trascendentes), Delpasse pudo responder hasta qué punto la materia forma parte de la consciencia. Recordemos que siguiendo los trabajos de Grey Walter, descubre que, si a un enfermo se le educa para emitir tales ondas encefálicas y después de cierto tiempo fallece a causa de su cuadro clínico, tal señal sigue siendo generada aunque su vida se haya extinguido, incluso horas después que su electroencefalograma aparezca plano, signo inequívoco de que el cerebro ha cesado en su actividad. Jean Jacques Delpasse habría demostrado así que las "moléculas de la consciencia" sobreviven a la descomposición del tejido nervioso, base biológica de nuestros procesos mentales. ¿QUÉ PASA CUANDO MORIMOS? ¿Dejamos de vivir, simplemente, sin nada más que nuestros restos mortales como señal de nuestro paso por la Tierra?. ¿Resucitamos luego, gracias a un Ser

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Supremo, si tenemos buenas notas en el Libro de la Vida?. ¿Volvemos como animales, como creen algunos hindúes, o tal vez como personas diferentes varias generaciones más tarde?. Estamos tan lejos de responder hoy a esta pregunta fundamental sobre la vida después de la muerte como hace miles de años, cuando por primera vez fue considerada por los antiguos. Pero hay mucha más gente común que ha estado a punto de morir y que ha contado milagrosas visiones de un mundo que está más allá, un mundo que resplandece de amor y comprensión, al que podemos llegar sólo mediante un emocionante viaje a través de un túnel o pasaje. En ese mundo somos asistidos por parientes fallecidos, bañados en gloriosa luz y gobernados por un Ser Supremo que guía a los recién llegados en una revisión de sus vidas pasadas antes de enviarlos nuevamente a la Tierra para vivir más tiempo. Al volver, las personas que "murieron" ya no son las mismas. Aprovechan la vida al máximo y expresan la creencia de que el amor y el conocimiento son las cosas más importantes, porque son las únicas que nos podemos llevar. En su primer libro ("La Vida después de la Vida") el doctor Raymond Moody formuló muchas preguntas que no pudo responder y provocó la ira de algunos escépticos que juzgaron sin valor –en el campo de los "verdaderos" estudios científicos– los casos de varios cientos de personas. Muchos médicos sostuvieron que nunca habían oído hablar acerca de la experiencia cercana a la muerte (ECM), a pesar de haber resucitado a cientos de personas. Otros alegaron que era sólo una forma de enfermedad mental, como la esquizofrenia. Algunos dijeron que las ECM sólo les sucedían a personas extremadamente religiosas, mientras otros creyeron que era una forma de posesión diabólica. Algunos médicos dijeron que los niños nunca tienen estas experiencias, porque no han sido "contaminados culturalmente" como los adultos. Y otros dijeron que muy poca gente tienen ECMs como para que la experiencia tenga algún significado. Algunas personas se interesaron en seguir investigando este tema, y el trabajo realizado en las últimas dos décadas ha aclarado estas preguntas. Hemos podido atender a estas experiencias, y sus interrogantes subsiguientes, hechos por los que sienten que las experiencias cercanas a la muerte son algo más que una enfermedad mental o el juego de un cerebro que se engaña a sí mismo. Mucha gente no se da cuenta de que sus experiencias cercanas a la muerte tienen algo que ver con ésta. Se encuentran flotando sobre su cuerpo, mirándolo desde cierta distancia, y de repente sienten miedo o confusión. Se preguntan, con extrañeza, "¿cómo es que estoy aquí arriba mirándome allí abajo?". En ese momento, puede que no reconozcan al cuerpo físico que están mirando como propio.

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Una persona relató que, mientras estaba fuera del cuerpo, pasó por un pabellón del hospital del ejército y se asombró al ver cuántos jóvenes había con su mismo aspecto y edad, que se le parecían. En realidad estaba mirando todos esos cuerpos y preguntándose cuál sería el suyo. Otra persona que había estado en un terrible accidente, en el que había perdido dos de sus miembros, recordaba haberse quedado flotando sobre su cuerpo en la mesa de operaciones y haber sentido pena por ese ser mutilado. Después se dio cuenta que ese cuerpo era el suyo. A esta altura las personas con ECM sienten miedo, lo cual da lugar luego a una perfecta comprensión de lo que les está pasando. Pueden entender lo que los médicos y enfermos están tratando de decirse (aunque a menudo no tienen estudios formales de medicina) pero cuando tratan de hablar a los presentes, ninguno de éstos pueden verlos u oírlos. Pueden tratar de atraer la atención de los presentes tratando de tocarlos pero, cuando lo van a hacer, las manos atraviesan los brazos del otro como si allí no hubiera nada. Una mujer a quien Moody mismo resucitó describió haber visto que tenía un paro cardíaco; al rato de masajearle el pecho, dijo que mientras estaban tratando de poner en marcha nuevamente su corazón, ella se elevó sobre su cuerpo y miró hacia abajo. Se quedó detrás del médico, tratando de decirle que parara, que estaba bien donde y como estaba. Como no la oyera, trató de tomarle el brazo para impedir que le inyectara un líquido intravenoso. La mano lo atravesó. Después de tratar de comunicarse con los demás, las personas con ECM a menudo tienen un agrandamiento de su autoidentidad. Una de estas personas describió ese estado como "un momento en el que no se es la esposa de su esposo, ni la madre de sus hijos, ni la hija de sus padres. Se es completa y totalmente sí mismo". Otra mujer dijo que sintió como si estuviera "cortando las cintas", como la libertad que se da a un globo cuando se cortan las cuerdas. A esta altura el miedo se torna felicidad, así como comprensión. Mientras el paciente se halla aún en el cuerpo, puede haber intenso dolor. Pero cuando se "cortan las cintas", hay una verdadera sensación de paz y ausencia de dolor. Pacientes que han sufrido un paro cardíaco dicen que el intenso dolor del ataque va de una agonía a un placer intenso. Algunos investigadores han teorizado que cuando el cerebro experimenta un dolor tan fuerte, libera un elemento químico de su producción ("endorfinas") que aleja al dolor. Sin embargo, de ser verdad para todos los casos, no explica los síntomas de este fenómeno. Cerca del momento en que el médico dice "lo perdimos", el paciente pasa por un cambio total de perspectiva. Siente que se va elevando y que ve su propio cuerpo abajo. La mayoría dice que, cuando esto ocurre, no son sólo un punto de consciencia. Parece que todavía tienen un tipo de cuerpo aún cuando están fuera de sus cuerpos físicos.

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Dicen que este cuerpo espiritual (¿o astral?) tiene una forma y contorno diferentes de los de su cuerpo físico. Aunque la mayoría no sabe explicar cómo es, o a qué se le parece, algunos dicen que es como una nube de colores o como un campo de energía. Una persona con ECM hace varios años dijo que estudió sus manos mientras se hallaba en ese estado y vio que estaban compuestas de luz, con diminutas estructuras en ellas. Pudo ver los delicados verticilos de sus impresiones digitales y tubos de luz en los brazos. La experiencia del túnel ocurre generalmente después de la separación del cuerpo. A esta altura, se abre ante el sujeto un portal o túnel y se siente impulsado a la oscuridad. Empieza a andar a través de ese espacio oscuro, y al final desemboca en una luz brillante. Algunos suben una escalera en vez de ir a través de un túnel. Una mujer cuenta que se encontraba con su hijo, que estaba muriendo de cáncer al pulmón. Una de las últimas cosas que dijo fue que veía una bella escalera en espiral que iba hacia arriba. La madre se tranquilizó mucho cuando él le dijo que pensaba subir esa escalera. Otros cuentan que han atravesado unas puertas hermosas, ornamentadas, que parecen símbolos del pasaje a otro reino. Algunos oyen un "juuusssshhhh" cuando entran al túnel. O, si no, oyen una vibración eléctrica o un zumbido. La experiencia del túnel no es algo que psiquiatras y parapsicólogos hayan descubierto. La pintura "Ascensión al Paraíso", del siglo XV de Hyerónimus Bosch, describe visualmente esa experiencia. En primer plano, la gente se muere rodeada de seres espirituales que tratan de dirigir su atención hacia arriba. Pasan a través de un oscuro túnel y salen a una luz. A medida que entran en esta luz, se arrodillan reverentemente. En ocasiones se describe la experiencia del túnel como casi infinita a lo largo y ancho, y llena de luz. Existen muchas descripciones, pero el sentido de lo que ocurre sigue siendo el mismo: la persona atraviesa un pasadizo hacia una intensa luz. Una vez atravesado el túnel, la persona generalmente se encuentra con seres de luz. No compuestos por luz común, estos seres brillan con una luminiscencia bella e intensa que parece impregnarlo todo, llenando de amor al espectador. En verdad, una persona que pasó por esta experiencia dijo: "Se podría describir como "luz" o "amor" y significaría lo mismo". Algunos dicen que es casi como empaparse en una lluvia de luz. También se describe a esta luz como mucho más brillante que cualquier cosa que conozcamos en la Tierra. Pero, aun así, a pesar de su brillante intensidad, no daña la vista. Es mas bien cálida, vibrante y vital. Además de una luz brillante y de parientes y amigos luminiscentes, algunos han descripto hermosas escenas pastoriles. Una mujer habló de una pradera llena de

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plantas, cada una de ellas con su propia luz interior. Ocasionalmente la gente ve hermosas ciudades de luz de un esplendor imposible de describir. En este estado, la comunicación no tiene lugar por medio de palabras sino de una manera telepática, no verbal, lo que resulta en una comprensión inmediata. Después de encontrarse con varios seres de luz, la persona generalmente conoce a un supremo ser de luz. Los que han sido educados en el cristianismo a menudo lo describen como Dios o Jesús. Los de otras religiones pueden llamarlo Buda o Alá. Otros han dicho que no es Dios ni Jesús, sino alguien igualmente santo. Quienquiera que sea, ese ser irradia amor y comprensión, tanto que muchos desean quedarse con él para siempre. Pero no pueden quedarse. A estas alturas el ser de luz generalmente les dice que deben volver a su cuerpo terreno. Pero, antes, el ser les hace examinar sus vidas. Durante este examen no hay un entorno físico. En lugar de ello hay una revisión a todo color, tridimensional, panorámica, de todo lo que uno ha hecho. Por lo común esto tiene lugar como si se tratara de otra persona y el tiempo no pasa tal como lo conocemos. Es como si toda la vida de una persona transcurriera en un momento. Las personas con ECM ven cada uno de sus actos y de inmediato perciben los efectos de cada uno de ellos en los demás durante la vida. En todo este proceso, el ser de luz está a su lado, preguntándoles cuánto de bueno han hecho con sus vidas. El ser les ayuda en esta revisión, poniendo en perspectiva los actos de sus vidas. Todos los que pasan por esto salen creyendo que lo más importante en la vida es el amor. Para la mayoría, la segunda cosa más importante es el conocimiento. Cuando vuelven, tienen sed de conocimiento. Para muchos, la ECM es tan agradable que no desean volver, y a menudo se enojan con los médicos por volverlos a la vida. Un médico amigo de Moody descubrió la ECM cuando resucitó a un hombre; éste, entonces, se puso a gritarle por no haberlo dejado en "ese lugar brillante y hermoso". Puede que una persona con ECM actúe así, pero el enojo dura poco. Algo después de una semana, se sienten felices de haber vuelto. Aunque extrañan ese estado de felicidad, se alegran de tener la oportunidad de seguir viviendo. Muchas personas con ECM sienten que se les ofreció elegir entre volver o no. El que hace este ofrecimiento puede ser el ser de luz o un pariente que ha muerto. Algunos dicen que se hubieran quedado si no hubieran tenido a nadie en la Tierra. Por lo general dicen que quieren volver porque tienen hijos que cuidar, o porque sus esposas/os o padres los extrañarían. Los que han pasado por una ECM dicen también que el tiempo se condensa enormemente. Lo describen como "estar en la eternidad". Al preguntársele sobre

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la duración de la experiencia, una mujer dijo: "Podría decirse que duró un segundo o diez mil años: nada cambiaría al decirlo de una u otra manera". Mis propias investigaciones y reflexiones en tanatología, especialmente en la investigación en el terreno de "paquetes de memoria" me hacen sentir confiables semejantes descripciones. Analicémoslo. Cuando hablábamos de los procesos inmediatos posteriores al deceso, decíamos que se supone una pérdida de la función consciente, primero por el cese de actividad cortical, luego por el rápido descenso irrigatorio de los hemisferios cerebrales y finalmente por el comienzo del proceso putrefactorio de los tejidos nerviosos. Señalábamos que la consciencia, es decir la capacidad de observar, analizar, verbalizar, deducir, o sea el "darse cuenta" es producto de la información que a partir de los sentidos estimula zonas de la corteza cerebral así como de las interacciones que se producen allí. Si yo "tomo consciencia" de que alguien me está mirando, es porque me "doy cuenta". Para "darme cuenta" debo "percibir" –con los sentidos– y enviar ese dato al cerebro. Pero tras la muerte, el córtex comienza a deteriorarse. Los nervios ya no transmiten información al cerebro. No puedo, entonces, elaborar "tomas de consciencia". No puedo, en principio, "darme cuenta de". Por ello decíamos que la percepción de sí mismo de un paquete de memoria debe ser similar al estado sonambúlico o de duermevela, donde es más lo inconsciente aquello que actúa que lo consciente. Y el tiempo no es más que, después de todo, una sucesión de estados de toma de consciencia. "Me doy cuenta" de que al día le sigue la noche y a ésta el día, que a la primavera le sigue el verano y a éste el otoño, que envejezco, que mis hijos crecen. A ese proceso de transformación de la naturaleza que llamo "tiempo" lo divido en segmentos para hacerlo comprensible y medible (segundo/hora/día/año). Pero si no hay una consciencia que perciba esos procesos, no hay tiempo, en el sentido que le damos habitualmente y mucho menos la segmentación adoptada que, después de todo, es simplemente ad hoc. Es como la vieja pregunta de nuestras clases de Filosofía: "Si en un bosque donde no hay seres humanos ni animales repentinamente cae un árbol, ¿habrá ruido?". Algunos dirán que sí porque, pese a todo, el árbol crujirá ineluctablemente al caer. Otros sotendrán que no, pues no hay oídos para escucharlo. Y ciertamente no habrá "ruido" como epifenómeno acústico, pero sí habrá ondas desplazándose en el aire. En el ejemplo que planteara, no hay tiempo como lo conocemos; hay procesos, y sólo procesos, de transformación. Eso explica cómo, alterado el estado de consciencia, se altera la percepción del "tiempo". Si estamos en una conferencia aburridísima, una hora parecerán tres. Si está interesante, el tiempo se nos irá volando. Una hora es una hora, pero la percepción cambia así cambia nuestro subjetivo estado mental. En los sueños vivimos paso a paso acontecimientos que en vigilia ocuparían horas, en unos pocos minutos. Así que es lógico esperar que un "paquete de memoria", sin percepciones conscientes, no aprecie el paso del tiempo, y que para él treinta o cuarenta años sea tan indiferente como unos pocos minutos. Muchas veces (y

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esto lo hemos observado estudiando psicofonías) el "paquete de memoria" no parece asimilar el largo tiempo ocurrido desde su deceso, y esto es coincidente con los testimonios de ECM que al respecto señaláramos antes. Existe un elemento común a todas las ECMs: transforman a quienes las tuvieron. Después de estudiar veinte años a personas con ECM, Moody nunca encontró a ninguna que no hubiera sufrido una transformación muy profunda y positiva como resultado de la experiencia. Con esto no se quiere decir que una ECM hace que un individuo se vuelva un optimista almibarado y acrítico. Por cierto, aunque se torne más positivo y agradable (sobre todo si no era demasiado agradable antes de la ECM) también lo lleva a un compromiso activo con el mundo. Lo ayuda a resolver los aspectos desagradables de la realidad de una manera menos emocional y con una mente más clara, lo cual es algo nuevo para él. Aunque a las ECMs se les conoce en Psicología como "casos de crisis", no tienen los efectos negativos de otros traumas. Por ejemplo: una mala experiencia en combate puede dejar a la persona "fijada" en ese punto en el tiempo. Muchos veteranos de guerra y ex combatientes, por ejemplo, vuelven a vivir las horribles escenas de destrucción y muerte que presenciaron en la guerra hace ya años. Una ECM es una experiencia de crisis, tanto como un choque o un desastre de la naturaleza –en verdad, a menudo las ECMs son provocadas por uno de estos últimos–. Sólo que en vez de quedarse emocionalmente fijadas, las personas con ECM responden tomando una actitud positiva en sus vidas. Algunos dicen que es la paz que sobreviene después de saber que hay vida después de la muerte. Otros piensan que el exponerse a un ser más elevado conduce a una especie de iluminación. Una investigación sobre el poder de transformación de una ECM proviene del ya fallecido doctor Charles Flynn, sociólogo de la Universidad de Miami, Estados Unidos. Él examinó los datos recogidos en veintiún cuestionarios suministrados por Kenneth Ring, el notable investigador de ECM, para ver específicamente en qué habían cambiado las personas con ECM. Encontró que, por sobre todo, éstas tenían más interés por los demás después de esa experiencia. También creían más que antes en la vida después de la muerte –obvio– y le tenían menos miedo. "¿Has aprendido a amar?", es la pregunta que casi todas las personas con ECM tienen que enfrentar durante la experiencia. Al volver, dicen que el amor es lo más importante en la vida. Muchos dicen que es por eso que estamos aquí. La mayoría asevera que ésta es la marca de la felicidad y la realización, y que otros valores palidecen a su lado. Me quedé algunos minutos con los dedos inmóviles sobre el teclado al releer lo que acabo de escribir, pues no pude evitar rememorar una anécdota personal que viene precisamente a tono con esto del amor. Hace unos años, dictaba yo una

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conferencia sobre vida después de la muerte en una ciudad de provincia cuando, en el debate con que generalmente cierro mis charlas, debatí, ora amigablemente, ora con sarcasmo, con un joven (estudiante de medicina, creo) escéptico "convicto y confeso", según sus propios decires. Y recuerdo que –fueron palabras de él– esto del amor al volver a la vida, y esa actitud amorosa que decían quienes habían tenido ECM como el aprendizaje más preclaro, le parecían a él, cuanto menos, "cursi". Es decir; ridículo, sensiblero, en el mejor de los casos una tibia apología pseudorreligiosa para la cual sólo me faltaba ilustrarlo con angelitos tocando trompetas y pétalos de rosa sembrando el camino. Dijo unas cuantas cosas más, entre ellas que le extrañaba que un tipo "inteligente" como yo, en vez de defender mi teoría con datos científicos, insistiera en darle importancia a esas "tonterías de vieja". Como que la vida después de la muerte sería creíble si la describiéramos sesudamente en términos cuasitécnicos, pero perdía credibilidad ante semejante bocanada de amor al prójimo. No recuerdo muy al detalle lo que le contesté, sólo sé que fue suficiente para que se levantara y se fuera. Pero recuerdo, sí, en detalle, que me quedé pensando, como ahora, que si después de todo la verdadera, la primera y última razón de ser, del estar en el cosmos, fuera el amor, ¿qué culpa tiene éste que la ciencia no pueda pesarlo, medirlo, destriparlo?. Y que un estudiante de ciencias considerara "cursi y pueril" hablar de amor, sólo dice –y mucho– que enciclopedismo poco tiene que ver con conocimiento y nada con sabiduría, y qué lejos estaba a veces la inteligencia de la bondad. A propósito: ¿notaron ustedes cuánta gente hay que se molesta si le decimos que no es inteligente, pero cuán poca lo hace –y en ocasiones asiente maliciosamente– si en cambio le decimos que no es buena?. Un hombre de negocios, que a los 62 años tuvo una ECM durante un paro cardíaco, hizo una elocuente descripción de este sentimiento: "Lo primero que vi al despertar en el hospital fue una flor, y lloré. Créase o no, nunca había visto realmente una flor hasta que volví de la muerte. Lo más grande que aprendí al morir fue que todos somos parte de un universo grande y viviente. Si creemos que podemos herir a otra persona o ser viviente sin herirnos a nosotros mismos, estamos tristemente equivocados". Muchas personas con ECM adquieren también un renovado respeto por el conocimiento. Algunos dicen que esto es por la revisión que hicieron de sus vidas. Según otros, el ser de luz les dijo que no se deja de aprender cuando se muere, que el conocimiento es algo que se lleva con uno. Otros describen un reino completo del más allá dedicado a la apasionada búsqueda del conocimiento. Una mujer describió ese lugar como una gran universidad, donde la gente se halla absorbida en profundas conversaciones acerca del mundo a su alrededor. Otro hombre lo describió como un estado de consciencia en el que cualquier cosa que uno quiera se halla a su disposición. Si uno piensa en algo que quiere aprender, esto se le aparece a uno para estudiarlo. Dijo que era casi como si la información estuviera disponible en "haces" de pensamiento. Esta breve pero profunda experiencia de aprendizaje ha cambiado la vida de muchos con ECM. El corto tiempo en que se vieron expuestos a la posibilidad de

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aprender en profundidad les dio más sed de conocimiento al volver al cuerpo. A menudo, los que han tenido esta experiencia se lanzan a nuevas carreras, o toman una nueva dirección en sus estudios. Nadie, sin embargo, ha buscado el conocimiento por el conocimiento mismo. Mas bien, creen que éste es importante sólo si contribuye a la integridad personal. Una vez más, entra en juego un sentido de conexión. El conocimiento es bueno si ayuda a la integridad de algo. En consecuencia, todas las personas con ECM se sienten más responsables que antres por el curso de sus vidas. También se vuelven agudamente sensitivas respecto de las consecuencias inmediatas y mediatas de sus actos. Probablemente esto se deba al examen de sus vidas, con esa cualidad impersonal que les permite examinarlas objetivamente. Esta revisión les deja ver sus vidas como en una pantalla de cine. Con frecuencia se emocionan ante las acciones que contemplan –no sólo las propias, sino también las de otros– y pueden ver cómo se conectan actos aparentemente inconexos y ser testigos de lo "correcto" o "incorrecto" con mucha claridad. Igualmente, la frase "sentido de urgencia" aparece repetidamente siempre que se habla con personas con ECM. En general se refieren a la brevedad y fragilidad de sus propias vidas. Pero a menudo expresan un sentido de urgencia acerca de un mundo en el que inmensos poderes destructivos se hallan en manos de simples seres humanos. Estos factores parecen mantener en un profundo estado de aprecio por la vida a los que han pasado por una ECM. Después de ésta, se inclinan a declarar que la vida es preciosa, que lo que cuentan son las "pequeñas cosas" y que hay que vivir la vida al máximo. La ECM casi siempre lleva a una curiosidad espiritual. Muchos con ECM estudian y aceptan las enseñanzas espirituales de grandes pensadores religiosos. Sin embargo, esto no significa que se transformen en puntales de la iglesia del barrio. Al contrario: tienden a abandonar las doctrinas religiosas. Un hombre que había estudiado en un seminario antes de tener una ECM hizo una relación muy precisa: "El médico me dijo que había "muerto" durante la operación. Pero yo le dije que había llegado a la vida. En esa visión vi qué tonto y engreído era yo con toda esa teología, despreciando a quienquiera que no fuese miembro de mi congregación o no adhiriera a las mismas creencias teológicas que yo. Conozco mucha gente que se va a sorprender cuando se de cuenta de que al Señor no le interesa la teología. En realidad, parece que Él se divierte con eso, pues no estaba para nada interesado en mi Iglesia. Quería saber qué había en mi corazón, no en mi cabeza". SÍNDROME DEL REINGRESO Así han denominado varios investigadores a la readaptación normal al mundo de los vivos. En 1895, Moody comenzó una práctica a este respecto, estrictamente

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espiritual, cuando advirtió que la gente que tenía experiencias espirituales poco comunes tenía problemas en hacerlas parte de su vida. Por ejemplo: a menudo a los demás no les interesa escuchar nada sobre las experiencias de las personas con ECM. Se molestan por esto e incluso tal vez piensan que el otro está loco. Aunque parezca asombroso, cuando se trata de enfrentarse a esta experiencia las personas con ECM reciben poco apoyo de parte del cónyuge o familia. A menudo los marcados cambios en la personalidad que acompañan a la ECM provocan tensión en el entorno. Se ha intentado explicar de muchas maneras las ECM, describiéndolas como algo distinto de lo espiritual o de las visiones del otro mundo. Varias teorías –teológicas, médicas y psicológicas– tratan de explicarlas como un fenómeno físico y mental que tiene que ver más con una disfunción del cerebro que con una aventura del espíritu. Pero hay algunos obstáculos en contra de esas teorías: ¿Cómo es que una persona con ECM puede dar un informe tan elaborado y lleno de detalles sobre la resucitación, explicando en su totalidad lo que los médicos hacían para volverlos a la vida?. ¿Cómo es que tanta gente puede explicar lo que estaba pasando en otras habitaciones del hospital mientras sus cuerpos estaban en la sala de operaciones?. Entre los que han tratado de explicar la "experiencia del túnel" como un recuerdo sobrante de la experiencia de nacer se encontraba nada menos que Carl Sagan, el renombrado astrónomo mediático. El hecho de que todo el mundo experimente el nacimiento explicaría por qué las ECM son similares, ya sea que le ocurran a un budista o a un cristiano. Pugnando por salir del vientre materno, la mayoría de nosotros ha tenido la experiencia de ser tironeado hacia un mundo colorido y brillante por gente contenta de vernos. No es extraño que Sagan relacionara el nacimiento con la muerte. En su best-seller "El cerebro de Broca: reflexiones sobre el romance de la ciencia", Sagan escribe: "Hasta donde pueda imaginar, la única alternativa es que cada ser humano sin excepción, ya ha compartido una experiencia como la de esos viajeros que vuelven del país de la muerte: la sensación de volar; el salir de la oscuridad hacia la luz; la experiencia en la que, al menos en algunas veces, se puede percibir débilmente alguna figura heroica bañada en gloria y esplendor. Existe sólo una experiencia común que se iguala a esta descripción. Se llama nacimiento". El doctor Carl Becker, profesor de Filosofía en la Universidad de Hawai, examinó la investigación pediátrica para determinar exactamente cuánto sabe un niño al nacer y cuánto puede recordar de la experiencia. Su conclusión es que los bebés no recuerdan haber nacido y no poseen la facultad de retener esa experiencia en el cerebro. Becker afirma que la percepción infantil es demasiado deficiente como para ver lo que pasa durante el nacimiento.

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Otro argumento, apoyado por ciertos estudios, es que los chicos tienen poca memoria para formas o diseños. Y como sus cerebros no están bien desarrollados y no han sido expuestos a la vida fuera del vientre materno, tienen poca capacidad para codificar lo que ven. Una nota final para la teoría de Sagan: la mayor parte de las veces la experiencia del túnel implica un rápido pasaje hacia una luz al final del túnel. En la experiencia real de nacer, el rostro del niño se aprieta contra las paredes del canal. Los bebés no están mirando hacia una luz que se acerca, como sugiere la teoría de Sagan. A medida que se ven empujados hacia su entrada al mundo, no pueden ver nada. Algunos han denominado la experiencia del túnel la "entrada al otro mundo", y por lo común se la describe como la sensación que se tiene al acelerar a través de un túnel hacia un punto de luz al final que se va haciendo cada vez más grande. Algunos investigadores creen que la experiencia del túnel se debe a la reacción del cerebro al creciente nivel de dióxido de carbono (CO2) en la sangre. Este gas es un subproducto del metabolismo del cuerpo: se aspira oxígeno y se exhala aire que contiene un nivel más elevado de CO2. Cuando una persona deja de respirar por un ataque al corazón o una lesión grave, el nivel de CO2 en la sangre se eleva rápidamente. Cuando el nivel se eleva demasiado, los tejidos empiezan a morir. Como la inhalación de CO2 se usó mucho en los años '50 como una forma de psicoterapia, sus síntomas son conocidos y han sido experimentados por una respetable cantidad de pacientes. Los estudios de esta terapia anticuada describen la experiencia como un viaje por un túnel o como un estar rodeado de luces brillantes. La información es que la inhalación de CO2 está acompañada por cosas como seres de luz y revisiones de la vida. Casi podríamos aceptar la causa de la experiencia del túnel como la presencia de demasiado CO2 (lo que seguiría sin explicar las "clarividencias" de ese momento) si no fuera por la investigación del doctor Michael Sabom, cardiólogo de Atlanta, Estados Unidos. En algunos casos, Sabom midió el nivel de oxígeno de pacientes en el mismo momento de sus ECM y encontró que dicho nivel era superior al normal. En todo caso, el hallazgo de Sabom demuestra la necesidad de continuar las investigaciones. Algunos postulan que las ECM son solamente alucinaciones, hechos mentales producidos por el estrés, falta de oxígeno o, en algunos casos, drogas. Sin embargo, uno de los argumentos más fuertes en contra de la ECM como alucinación es su aparición en pacientes cuyos electroencefalogramas (EEG) son completamente planos. El EEG mide la actividad eléctrica del cerebro, registrándola mediante unas líneas inscriptas en una tira de papel. Estas líneas suben y bajan en respuesta a la actividad eléctrica del cerebro cuando la persona piensa, sueña, habla o hace virtualmente cualquier cosa. Si el cerebro muere, el EEG produce líneas planas, lo que implica que el cerebro es incapaz de pensar o actuar. Un EEG plano es en la actualidad la definición legal de la muerte en muchos países.

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Pero hay muchos casos en que gente con un EEG plano ha tenido ECM. Por supuesto, vivieron para contarlas. Sólo el mero número de esta gente indica que, al menos con algunos, las ECM han ocurrido cuando estaban técnicamente muertos. Si hubieran sido alucinaciones, se habrían visto reflejadas en el EEG. Deberíamos decir que los EEG no son siempre la medida exacta de la vida del cerebro. Algunas veces, éste puede estar vivo a un nivel tan bajo que el EEG no registra ninguna actividad. Del mismo modo existe una multitud de fenómenos científicos fascinantes acerca de los que el público lego nunca oyó hablar. Entre ellos están las alucinaciones autoscópicas. Algunos escépticos han sostenido que las experiencias fuera del cuerpo que han descripto las personas con ECM no son nada más que eso. Pero hay una gran diferencia entre las dos. Una alucinación autoscópica es una proyección de la propia imagen en el propio espacio visual, de modo que uno se "ve" a sí mismo del modo en que vería a otro. Esta experiencia algunas veces está relacionada con fuertes dolores de cabeza y epilepsia. En general, una persona ve sólo su propio torso. Pero en ocasiones, la gente da cuenta de haberse visto todo el cuerpo. Muy a menudo la imagen parodia los movimientos de la persona que está viviendo la experiencia autoscópica. Por lo común, se la describe como una imagen transparente y por razones totalmente desconcertantes para nosotros, el fenómeno ocurre generalmente durante el ocaso. Abraham Lincoln dijo haber tenido tal experiencia en la Casa Blanca. Una noche estaba sentado en un sofá y vio una imagen completa de sí mismo, como si se estuviera mirando en un espejo. Imposible decir qué efecto tendría hoy un informe como éste desde la Casa Blanca. Moody fue testigo directo de un caso semejante con una víctima de un ataque de apoplejía que atendió en un hospital. Le dijo que el primer síntoma de la enfermedad le vino mientras estaba sentado durante una cena y empezó a sentir dolores de cabeza. No pensó mucho en ello hasta que levantó los ojos y se vio a sí mismo entrando en la habitación. Tenía puesto un traje con una flor en el ojal, y se disponía a sentarse y pasar un buen rato. Estos fenómenos existen y son ampliamente conocidos. Pero son muy distintos de las experiencias fuera del cuerpo (EFC, en literatura angloparlante se las llama OOBE: out of body experience) que suceden durante las ECM. En la EFC típica, la persona dice tener su punto de vista fuera del cuerpo físico. Y que ve su cuerpo desde cierta distancia. No ve al cuerpo como transparente, sino sólido, como en la vida real. Asimismo, habla de un centro de consciencia localizado fuera del cuerpo físico. En una alucinación autoscópica la consciencia está dentro del propio cuerpo, igual que en la experiencia del lector al leer estas líneas. El punto de vista de una EFC es diferente, además, en otros sentidos. Por ejemplo, las personas con EFC frecuentemente afirman que andan a su alrededor y pueden describir con

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precisión lo que sucede en lugares que sus cuerpos no están ocupando. Puesto que la perspectiva en las alucinaciones autoscópicas son desde el cuerpo físico, este fenómeno no permite viajar. Algunos creen que las ECM configuran un mecanismo de la mente para poder enfrentarnos con nuestra peor realidad, la muerte. De acuerdo con esto, lo siniestro de la situación lleva a la mente a engañarse a sí misma y hacerse creer que está en una situación mejor. He aquí una versión simplificada de esta teoría: - Hay dos maneras de responder a un peligro. Si podemos hacer algo físicamente para cambiar la situación –apartarnos de un automóvil que nos va a atropellar– lo hacemos. Si no podemos hacer nada –si el coche nos atropella– entonces la mente debe volverse hacia adentro para poder manejar el problema. Hace esto disociándose de la situación, y en algunos casos creando un mundo de fantasía. - Aunque la fantasía pueda parecer una manera pasiva de enfrentar un problema como el de ser atropellado por un auto, puede ser lo mejor que podemos hacer; puesto que una situación de vida o muerte es dolorosa o paralizante, estamos demasiado afligidos como para tomar medidas físicas contra el dolor. - Para conservar energía y mantener el cuerpo en funcionamiento, la mente se desliza más profundamente en su cómoda fantasía. Esto nos permite poner fuera de foco al extremo dolor, y hacer que el cuerpo se relaje un poco para manejar mejor sus problemas internos. - En el dolor, el cerebro fabrica los llamados opiatos cerebrales, o endorfinas, que son cerca de treinta veces más poderosas que la morfina. Podemos llegar a sentir sus relajantes efectos después de una sesión de vigoroso ejercicio. Son la causa de la deliciosa sensación conocida como el "high" del corredor. Pero en el caso de ser atropellado el cerebro fabrica mucho más de esta sustancia que en el caso del corredor. entonces, la disociación y la fantasía se hacen mucho más intensas. Empiezan a pasar cosas raras. Uno cree dejar el cuerpo. O quizás se encuentra volando por un túnel a velocidades supersónicas hacia una luz brillante. Puede que veamos a nuestros abuelos muertos o a otros parientes fallecidos. Puede que nos salude un magnífico ser de luz y que nos lleve a un examen de nuestra vida. Tal vez querríamos quedarnos en este "cielo", pero el ser de luz dirá que es hora de volver. En instantes –no sabemos cuánto tiempo, realmente– sentimos como si nos "aspiraran" hacia el cuerpo. - Volvemos cambiados al cuerpo real. Esta experiencia provocada por una droga producida por el cerebro nos ha cambiado. Nos ha hecho ver el mundo de otra manera. Se puede pensar en este episodio como un avizoramiento de la vida en el más allá. Pero algunos investigadores piensan simplemente que acabamos de ver nuestro "último cuento antes de dormir". Esta teoría es muy prolija. Pero no explica las ECM. En primer lugar, no sabemos de ninguna investigación que relacione las endorfinas con alucinaciones

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u otros fenómenos visuales. Sin embargo, sí sabemos que los corredores de fondo y otros atletas en deportes de resistencia producen una extraordinaria cantidad de endorfinas cuando se entrenan o compiten. Con frecuencia se sienten eufóricos después de una intensa ejercitación. Pero no conozco ningún caso de atletas de resistencia que hayan informado de elementos de las ECM, a menos que se hayan casi muerto durante el ejercicio. El último cuento antes de dormir tampoco explica las experiencias fuera del cuerpo en las que se describen objetos y acontecimientos con toda exactitud desde fuera del cuerpo. Puede que aquellos que no se sienten capaces de enfrentar un rápido acercamiento de la muerte la nieguen creando la fantasía de que sobreviven. Esta es una forma de realización de deseos. Es defensiva por naturaleza porque pretende defendernos de la aniquilación total. El más obvio argumento en contra de esto es que todas las personas con ECM básicamente tienen la misma experiencia. Si fuera simplemente una realización de deseos, los informes de ECM serían todos distintos, sin nada en común. Otra dificultad de esta explicación es que una defensa psicológica como la realización de deseos mantiene el status quo, ya que la psiquis quiere permanecer intacta. Una experiencia cercana a la muerte es muy diferente por el hecho de que representa un descubrimiento. En vez de mantener a la gente como era, las hace enfrentar la vida de un modo que nunca hicieron antes. Después de la ECM, la gente se enfrenta a sus verdades personales de manera profunda. Y esto le hace feliz. Al revés de la expresión de deseos que se conoce como "soñar despiertos", que nos alivia temporalmente respecto del mundo, la ECM es una plataforma de lanzamiento hacia un cambio que durará toda la vida. Por más de treinta años, el doctor Moody ha trabajado en la vanguardia de la investigación de las ECM. A lo largo de sus estudios, ha escuchado los relatos de miles de personas sobre sus viajes profundamente personales hacia... ¿dónde?. ¿Al mundo del "más allá"?. ¿Al "cielo" que le enseñaron en su religión?. ¿A la región del cerebro que se revela sólo en momentos de desesperación?. Hemos hablado con muchos investigadores en ECM acerca de sus trabajos. La mayoría cree en lo profundo de su corazón que las ECM son una percepción de la vida después de la vida. Pero como científicos, aún no han conseguido la "prueba científica" de que una parte de uno sigue viviendo después que nuestro ser físico muere. Entretanto, seguimos tratando de contestar de una manera científica la desconcertante pregunta: ¿qué pasa cuando morimos?. No sabemos si la ciencia podrá alguna vez responder esta pregunta. Puede ser considerada desde casi todos los ángulos, pero la respuesta nunca será completa. Incluso si la ECM fuera duplicada en un laboratorio, ¿después qué?. La ciencia oiría otra vez la historia de un viaje que no se puede verificar.

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A menudo me preguntan si creo que las ECM constituyen evidencia de vida después de la muerte. Mi respuesta es que sí. Son varias las cosas que me hacen aseverar esto con total convicción. Una es la experiencia fuera del cuerpo, en las que las personas describen detalladamente los intentos de salvarle la vida. Lo que más me impresiona respecto de las ECM son los enormes cambios de personalidad que se producen en la gente. La realidad y poder de las ECM queda demostrada por la transformación total de quienes tienen la experiencia. Basado en tal examen, estoy convencido de que las personas con ECM llegan a visitar el más allá, y a pasar brevemente a esa otra realidad. Carl Jung resumió este sentir sobre la sobrevivencia a la muerte en una carta escrita en 1944. Es especialmente significativo puesto que el mismo Jung, justo unos meses antes de escribir la carta, había tenido una ECM durante un ataque al corazón. "Lo que sucede después de la muerte es tan inexpresablemente glorioso que nuestras imaginaciones y sentimientos no bastan para formarnos siquiera un concepto aproximado de ello" (...) "Tarde o temprano, todos los muertos se transforman en lo que también somos. Pero en esta realidad, sabemos poco y nada acerca de ese modo de ser. ¿Y qué sabremos aún de esta tierra después que muramos?. La disolución en la eternidad de nuestra forma inserta en el tiempo no hace que se pierda su significado. Mas bien, lo pequeño se conoce a sí mismo como parte del todo". PORQUÉ LOS CIENTÍFICOS SE RESISTEN A INVESTIGAR LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE Hay dos características principales fácilmente discernibles en la literatura actualmente existente en el mercado en torno al tema de la sobrevivencia a la muerte. Por un lado, el hecho de que la misma consiste en una recopilación más o menos confiable –según el caso– de anécdotas que abonarían tal hipótesis, enfoque éste que si bien puede resultar interesante para abrevar en las fuentes que motivan estudios como el presente, no es menos cierto que responde a un interés más consumista del gran público, generalmente reacio a sumergirse en elucubraciones más o menos complicadas. La segunda característica observable, es que si bien muchos de esos textos están escritos por profesionales que pueden recibir holgadamente la calificación de científicos –Moody, por ejemplo– como comentara, evitan referirse a la cuestión que da título a estos párrafos y que puede ser crucial a la hora de zanjar definitivamente el tema de la aceptación académica –o no– de la vida después de la muerte. Obviamente, sería pedante de mi parte creer que estamos en condiciones de responder taxativamente a este interrogante desde aquí, pero, cuanto menos, considérense los argumentos que siguen como un modesto aporte de ciertas reflexiones que, o bien encauzarán planteos y requisitorias posteriores en ese

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sentido, o bien, quizás detonando vaya a saberse qué oscuros mecanismos psicológicos, provoque en algún científico lector, tal vez hasta ahora prudentemente escéptico en el tema, una vocación dormida por investigarlo. Tal pregunta –la del título– puede completarse con este interrogante subsiguiente: ¿Cómo es posible que el tema más trascendente, importante y común a la especie humana, como es la muerte –ya que, de hecho, nos toca a todos– ha recibido tan poca atención por parte de los esquemas académicos?. Y en cuanto a la Vida después de la Muerte, aun si se tratara sólo de una mera, remota e infantil posibilidad... ¿acaso no merecería, aun así, ser exhaustivamente investigada?. Porque por remota que fuera tal probabilidad, la más lejana estadística que avalara su existencia significaría una revolución filosófica, cultural, religiosa, social y hasta política de inconcebibles alcances para la Humanidad. Varios argumentos pueden oponerse a esto. En primer lugar, y a riesgo de que parezca una reducción simplista, creo personalmente que todo estriba en una cuestión de prejuicios. Aunque el término correcto sería escrito así: pre-juicios. Es decir, como muchos científicos no creen "serio" el tema de la vida después de la muerte, sencillamente no se plantean el investigarlo. Lo que equivale a decir que como no creen a priori, entonces, ¿para qué seguir?. Esta, ciertamente, parece una actitud muy poco científica, ya que generalmente se tiene la impresión de que un científico considera el tema a investigar con absoluta objetividad e imparcialidad, despersonalizando la investigación de sus creencias y expectativas, hasta llegar a un resultado incontrastable. Pero no necesariamente es así. Dejando de lado el altísimo número de descubrimientos que son más obra de la casualidad (como Fleming y la penicilina, por ejemplo) que de la búsqueda consciente, en los demás casos el investigador procede de la forma exactamente opuesta: ya tiene una sospecha, una idea sobre un tema determinado, y es en función de esa sospecha y no del tema en sí que se diseñan los experimentos que llevarán a su ratificación o rectificación. Si no aparece alguien con la audacia suficiente, se puede tener a mano todo el instrumental, todo el esquema teórico, los mejores cerebros disponibles y, aun así, pasar por alto verdades evidentes y sencillas. El prejuicio a que hiciéramos referencia se relaciona –para descargo de los científicos– con una cuestión cultural entendible. Socialmente, hasta fechas muy recientes, el tema de la vida después de la muerte era "poco serio", más dominio de las religiones, los iluminados y los espiritistas que campo de análisis universitario. Y en un mundo donde la Ciencia no está encerrada en torres de cristal sino que compite salvajemente por conseguir un lugar en el establishment, dedicarse a investigar este tema puede costarle al audaz no sólo el título de "brujo" sino también, alejarlo significativamente de subvenciones, becas, invitaciones a congresos, editoriales respetables y cátedras, conjunto de elementos que hacen, lógico, al modus vivendi del científico de este siglo.

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Y no se crea ver en este comentario un concepto hiriente del espiritismo, aunque creo personalmente que el mismo poco tiene que ver con la verdadera investigación sobre el tema, y me explico: si bien muchas escuelas espíritas se endilgan el mote de "científicas" y se habla de una "ciencia del espiritismo", tengo mis buenas objeciones al respecto. En primer lugar, porque esa historia de diálogos morales y paternales de los espíritus hacia asombrados humanos no guarda mucha coherencia con la estructura de pensamiento que hemos esbozado a lo largo de estas líneas (salvo, quizás, con los comentarios sobre Moody el cual, como buen ser humano, también tiene derecho a equivocarse) la cual, aunque quizás falible, intenta poner un orden metodológico en un caos que de lo contrario seguiría siendo inabordable por un intelecto crítico. En segundo lugar, las descripciones sobre la vida en el más allá y sus enseñanzas puritanas suenan demasiado decimonónicas, barrocas y tendenciosas; reflejan la extensión de un concepto cristiano de la vida, cuna, por otra parte, del espiritismo codificado a mediados del siglo pasado por el francés Hyppolite León Denizard Rivail (alias "Allan Kardec"), a mi criterio, uno de los pocos pensadores que dio a luz esta corriente religiosa digno de consideración, aunque anticuado. Como ya he escrito en alguna oportunidad: si Allan Kardec hubiera nacido en el siglo que corre, sería parapsicólogo. Empero, la observación principal que puede hacerse a la "ciencia espírita" es ésta: pese a que sus seguidores se "llenan la boca" con ese término, prácticamente no he encontrado ninguno que supiera, siquiera, qué significa –filosóficamente hablando– el concepto y la metodología de lo científico y que, por otra parte, pudiera demostrar que el trabajo espiritista se lleva a cabo respetando las reglas que impone la investigación científica. Un espiritismo nacido en la India hubiera contado "otra versión" del Más Allá, donde sería Siddharta Gautama o Khrisna –y no Jesucristo– el Maestro, donde sería la gráfica sánscrita del "om" y no la cruz el símbolo elegido para manifestarse. Y un espiritismo que quisiera llamarse científico, además de proclamar a los cuatro vientos el advenimiento del Amor –hermoso, sí, pero poco práctico a los fines documentales– entrenaría a sus seguidores en la observación analítica, la evaluación "doble ciego" y el seguimiento de los casos, en lugar de supeditarlo todo al Dogma y la Fe. Estos últimos pueden enaltecer al espíritu, pero no hacen a la Ciencia. De todo esto podemos inferir un error –psicológico, estrictamente hablando– que cometen quienes creen poco serio estudiar la vida después de la muerte: un tema cualquiera no es absurdo en sí. Lo absurdo –o poco serio– será el método con que sea encarado su estudio. Por supuesto, sería pecar de ingenuos creer que todo el problema de la falta de atención científica al tema de la vida después de la muerte se reduce a las consideraciones aquí planteadas. Hay, aunque parezca jamesbondiano decirlo, fuertes intereses en juego, políticos y hasta raciales si se quiere, para frenar la dedicación al mismo. En primer lugar, porque de "oficializarse" su existencia, en

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desmedro de la potestad que una religión cualquiera podría exigir sobre el tema haría desmoronarse como castillos de naipes los esquemas de creencias montados a través de los siglos, sobre el cual se asientan innúmeras estructuras de poder. Que el premio del Cielo o el Infierno no dependa de obedecer al pastor, maestro o sacerdote del barrio pues responda a mecanismos elevados mucho más sutiles, significaría el descrédito para millones. Al Espiritismo tampoco le conviene, sobre todo si la VDM se perfila en los trazos que planteara en este ensayo. Y el Espiritismo es, económica y políticamente, muy fuerte (no olvidemos que maneja al Brasil). Por otra parte –y aquí está lo racial– observemos que, salvo honrosas excepciones, los científicos anglosajones no consideran con mayor interés este tema, por las razones ya apuntadas. En cambio son, por ejemplo, los científicos hindúes provenientes de un medio cultural donde lo espiritual sí priva sobre lo material y lo social, quienes brindan amplio crédito a las investigaciones parapsicológicas en este sentido. Pero, claro, son hindúes. Es decir, de tez aceitunada, tercermundistas y además usan turbante. He visto científicos norteamericanos mirar con indisimulada sorna a sus colegas sudamericanos o africanos, la suficiente cantidad de veces como para aceptar que esta actitud bárbara puede pesar lo suyo en esta situación. También debe tenerse en cuenta que raramente se destina personal altamente calificado y presupuestos millonarios a investigaciones científicas "puras". Esto es, que no brinde resultados prácticos concretos. Los grandes laboratorios y corporaciones científicas del mundo (Westinghouse, Sandoz, Johnsonn & Son, Mitsubishi) progresan rápidamente porque sus campos de trabajo (médico, nuclear, electrónico, bélico) les permite obtener réditos más o menos inmediatamente. Pero las ciencias que sólo persiguen la búsqueda del conocimiento (como la arqueología o la parapsicología, por ejemplo) carecen de esos apoyos y, en consecuencia, lentifican sus progresos. La imagen del científico amante de la Humanidad que sacrifica todo para consagrarse por entero a su trabajo y que, una vez alcanzados los resultados se siente realizado por el hecho en sí, legando su aporte al mundo, es sólo una imagen romántica tan difícil de hallar como –Silvio Rodríguez dixit– un unicornio azul. Y una última consideración: el problema principal estriba, sin embargo, en la obtención de "pruebas científicas". Pero, ¿qué es una "prueba"?. Lo que para mí puede ser una evidencia irrebatible, para otro sólo un aspecto falaz de mis investigaciones. Una prueba sólo es total en el marco de razonamientos en que es insertada. Lo cual exige una creencia a priori. En consecuencia, si mi creencia a priori es que la VDM no existe, difícilmente encontraré una evidencia que no pueda refutar sofísticamente. Hasta que me toque.

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TANQUE DE FLOTACIÓN : CÓMO EXPERIMENTAR LAS SENSACIONES DE UN PAQUETE DE MEMORIA ANTES DE SERLO UNO MISMO La vivencia ocurrió dentro de un tanque de flotación. El doctor John Lilly, que estaba estudiando los estados alterados de consciencia, la describió así al salir: "...Estoy dentro de un gran espacio vacío sin nada alrededor excepto la luz. Una luz dorada impregna el espacio en todas las direcciones, hasta el infinito. Soy un punto único de la consciencia, del sentimiento, del conocimiento. Sé que soy. Eso es todo. El espacio dentro del cual me encuentro es muy pacífico, reverencial, imponente. No tengo cuerpo. No tengo necesidad de un cuerpo. Soy apenas yo. Estoy pleno de amor, calor y luminosidad. De pronto, a la distancia, aparecen dos puntos similares de consciencia, dos fuentes de luminosidad, de amor y de calor. Siento su presencia. Veo su presencia, sin ojos ni cuerpo. Sé que están ahí; de modo que ellos están ahí. A medida que se acercan, siento cada vez más a cada uno de ellos, interpenetrando mi ser. Me transmiten pensamientos tranquilizantes, reverenciales, imponentes. Advierto que son seres mucho más grandes que yo. Comienzan a enseñarme. Dicen que me puedo quedar en este lugar, que he dejado mi cuerpo, pero que puedo retornar a él si lo deseo. Luego me muestran qué ocurriría si dejo mi cuerpo atrás: un sendero alternativo a tomar. También me muestran dónde puedo ir si me quedo en este lugar. Dicen que aún no ha llegado el momento de abandonar mi cuerpo en forma permanente, y que todavía puedo optar por volver a él. Me dan una absoluta confianza, una total certidumbre en la verdad de mi existencia en esta condición. Yo sé que, con absoluta certeza, estos seres existen. No tengo dudas. Ya no hay necesidad alguna de un acto de fe; todo es de esta manera y lo acepto. El profundo amor majestuoso y poderoso de estos seres me abruma hasta un cierto punto, pero finalmente lo acepto. A medida que se acercan más aún, descubro menos y menos de mí mismo y más de ellos dentro de mi ser. Se detienen a una distancia crítica y entonces dicen que ahora me he desarrollado sólo hasta el punto donde puedo soportar su presencia dentro de esta distancia particular. Si se acercan más, me abrumarían, y me perdería a mí mismo como entidad cognitiva, fusionándome con ellos. Además, dicen que yo los he separado porque esa es mi manera de percibirlos, pero que en realidad son sólo uno en el espacio dentro del que me encuentro. Dicen que yo aún insisto en que soy un individuo, forzando una proyección sobre ellos como si fueran dos. Luego me transmiten que si yo vuelvo a mi cuerpo tal como me he desarrollado, eventualmente llegaré a percibir la unidad entre ellos y yo, y muchos otros.

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Dicen que son mis guardianes. Que han estado antes conmigo, en períodos críticos, y que en realidad siempre están conmigo, pero yo generalmente no estoy en condiciones de percibirlos. Estoy en condiciones de percibirlos cuando me acerco a la muerte del cuerpo. En esta condición no existe el tiempo. En esta condición, hay una percepción inmediata del pasado, presente y futuro, como si todo ocurriese en el momento presente...". Y he aquí conformada, entonces, una aproximación, por igual crítica y vivencial, a ciertos estados característicos de la transición de la vida a la muerte. Así que analicemos en detalle todas sus etapas. En primer lugar, ¿quién es John Lilly?. Biólogo y psicólogo, es uno de los cerebros de la ola postmodernista de California. Experto contratado por la Marina de los Estados Unidos para estudiar el comportamiento y lenguaje de los delfines (fue quien dio los pasos de más largo aliento en el desciframiento de sus códigos de comunicación) abandonó tal proyecto cuando advirtió que el uso bélico que se les pensaba dar a estos animales los conduciría irremediablemente hacia la destrucción. En efecto, el generalato del Pentágono había dado el "visto bueno" a la intentona de adosar, al lomo de cada uno de estos nobles mamíferos acuáticos, una poderosa mina submarina con un detonador fijado en sus trompas, entrenándolos para dirigirse hacia blancos enemigos como zoológicos kamikazes. Dado que fue Lilly quien reveló a la opinión pública la barbaridad de este programa secreto, eso le valió el encono de los militares los cuales, por supuesto, no desaprovecharon a partir de allí oportunidad alguna de desacreditarle. Lilly se dedicó los siguientes quince años a investigar profundamente el fascinante campo de los "estados alterados de consciencia", es decir, todo estado de percepción y sensación psicológica más allá de la vigilia, el sueño, la ensoñación y la hipnosis. Yoga, LSD, meditaciones orientales, todo camino, encarado bajo absoluto control científico, fue bueno para acercar una óptica revolucionaria a la Psicología. Así, él fue el primero en postular que las percepciones de los esquizofrénicos –especialmente las místicas– no se debían a "alucinaciones" de marco meramente neurológico, sino que serían en realidad percepciones de un orden "distinto" de Realidad, como si aquella ventana que regla nuestro conocimiento del mundo que nos rodea se ampliara. Y volveremos sobre esta "ventana" antes de terminar. Uno de los métodos que este científico priorizó fue el del llamado "tanque de flotación". Consiste éste en una cámara hermética, donde cabe perfectamente cómodo y horizontal un cuerpo humano, el cual, completamente desnudo, se sumerge en agua tibia para privarlo de toda sensación táctil, agua con altísimo contenido en sales para permitirle flotar sin esfuerzo alguno en su superficie. Este tanque tiene, obviamente, un termostato para mantener constante la temperatura del líquido, además de un sistema de renovación del aire y un micrófono disimulado para que, si el sujeto del experimento se siente estresado en la absoluta oscuridad y el total silencio, pueda pedir que se le de salida.

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El tanque está insonorizado, es decir, ningún ruido del exterior puede penetrar en él. El sujeto, en consecuencia, no siente, no ve, no escucha. Su mente se ve así privada de las sensaciones y percepciones provenientes del entorno con que habitualmente nos bombardea el mundo, condicionando no solamente nuestras respuestas ante éste sino también el espacio de manifestación que queda libre para nuestra psiquis (aun cuando dormimos, porque roces, pesos, cambios de temperatura, luces y ruidos siguen actuando sobre ella). En esa situación, somos lo más parecido posible a un cerebro sin cuerpo que flota, libre de limitaciones. Y quien supere la primera media hora de experiencias –no aptas para clautrofóbicos– comienza a vivenciar experiencias sorprendentes. La mente, libre de condicionamientos orgánicos, pierde gran parte de su capacidad de raciocinio (o mejor deberíamos decir, de su "exigencia condicionada de raciocinio por el marco psicosocial que nos rodea") y, simplemente, "siente". Si mi mente racional "piensa" en una flor, este pensamiento pasa por las fases de identificación de la misma, determinación del conjunto por la suma de sus partes, recuerdos asociados... En cambio, en ese estado "alterado" –en el sentido de "modificado"– de consciencia que describimos, ésta, sencillamente, "siente" la flor. Y, desde el punto de vista cognitivo, esta forma de percibir las cosas es tan "real" –si no más– que la que nos propone el convencionalismo psicológico. En el tanque de flotación, la mente recuerda aquello que creía olvidado, descubre lo verdadero o falso de situaciones que hasta ese momento pasaban por insolubles, descubrimientos que no se apoyan en argumentos en contra o en pro, sino sólo en "saber"; viaja, también, a otros puntos geográficos o temporales, observando situaciones y percibiendo informaciones como si allí hubiera estado el individuo en cuerpo presente... o como si hubiera hecho un "viaje astral". Esto del viaje astral quizás encuentre su justificación en las experiencias con tanque de flotación. Por supuesto, alguien argumentará que nada demuestra la existencia de un "cuerpo astral" desde el punto de vista de la necesaria metodología científica. Pero las sensaciones que los cultores refieren atravesar durante los mismos son en un todo semejantes a las que se perciben dentro del tanque de flotación. Personalmente he intentado el viaje astral muchas veces, las ocasiones en que creo haber tenido algún progreso mi percepción se parecía más al "punto de consciencia" descripto por Lilly que a un Gustavo Fernández astral deambulando por el aire. Es decir, mi consciencia estaba ahora "allá", percibiendo –no sé si decir "observando"– datos que después me eran confirmados como ciertos y, al pensar en mi abandonado y querido cuerpo físico, instantáneamente pasaba a estar "aquí", donde reposaba acostado. La imaginación en aquellas percepciones quedaba descartada ante la realidad contrastable de lo percibido, pero sospecho que esa romántica descripción de las circunstancias colaterales del "viaje astral" que hacen algunos autores, tiene más de novelesco que de objetivo. Los "espacios" descriptos por Lilly en particular o por quienes hemos trabajado con tanques de flotación en general, ilustran bastante acabadamente no

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solamente el ámbito en que se desenvuelven los "paquetes de memoria", sino también la naturaleza de las percepciones de los mismos, así como las seguras dificultades que encuentran luego de su tránsito para adaptarse a este nuevo marco referencial, debiendo mediar –sin duda– un "aprendizaje", tanto o más difícil que el que conlleva el infante en sus dos primeros años de vida. No olvidemos que la mente consciente es la que objetiviza y "modula" sus reacciones en base a sus percepciones, mientras que la inconsciente dramatiza simbólicamente sin condicionamientos sensoriales. Así, los obvios planteos que nosotros, seres vivos, nos haríamos de estar en la situación transitoria de la muerte sólo son obvios para nosotros, que entendemos lo que nos rodea por acción volitiva de nuestra consciencia. El Inconsciente (y hablo aquí del Individual) librado a tomar conocimiento de las cosas sin esos condicionamientos, tendrá reacciones quizás emocionales, seguramente atemporales y subjetivas. Tal es el caso, ya comentado, de un individuo que muere en situación violenta, no llegando a tomar consciencia de que está "muerto" o, aún, no creyó –en vida– en la sobrevivencia a la muerte. No toma consciencia de su nuevo estado, y lo que para nosotros serían evidencias más que contundentes de que "algo raro pasa" (deambula entre sus familiares y nadie les presta atención, pasa a través de objetos sólidos sin daño aparente, transcurren los años sin cambios físicos) no serían "analizados" por el "paquete de memoria" porque, precisamente, carece de raciocinio. O bien, cuenta con él pero desprecia su uso, como nosotros mismos contamos con la posibilidad psicológica de vivenciar iluminísticamente las percepciones (el estado de "satori" o "nirvana", por caso) pero pocos son los que recurren a ellos como herramienta para el desenvolvimiento mental. Recordemos aquí la teoría de los "sensa" y los "psicones" que esbozáramos en segmentos anteriores. En el ser humano común, los "sensa" (partículas informativas exógenas al sujeto) bombardean a éste permanentemente, "manteniendo en su lugar" a los "psicones", esto es, en el límite que impone el cuerpo físico. La psiquis es, así, objetiva, condicionada por la deformada decodificación de las percepciones que hace el sistema neurológico. En el tanque de aislamiento, el límite de acción de los "sensa" es el propio tanque, y el "psicón", ya más libre, extiende "fuera" del cuerpo físico su acción, entre otras cosas, liberando su Potencialidad Parapsicológica o drenando más fácilmente información sedimentaria del Inconsciente Colectivo. Muerto el individuo y destruído el filtro de los "sensa" –el cuerpo– el "psicón" queda libre, al igual que una partícula atómica capturada en un campo magnético artificial continúa su deambular cósmico cuando el mismo es anulado. Las experiencias con tanque de flotación demuestran fundamentalmente esto: que los estados vivenciales esbozados a lo largo de este trabajo como teoría y anecdóticamente descriptos por quienes, accidental o voluntariamente y por distintos caminos, se aproximaron a ese estado, existen, son reproducibles en condiciones objetivas de laboratorio y bajo estricto control; en consecuencia, son abordables metodológicamente y dignos de atención científica.

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Por supuesto, algún lector poco informado puede preguntarse si tales estados no son explicables más convencionalmente, por ejemplo, como producto de "alucinaciones". A ese lector le recordamos que la "hipótesis de la alucinación" está bastante gastada por los pseudopsicologistas que de esta forma tratan de explicar todo lo que escapa a lo convencionalmente enseñado en las academias de la cómoda mediocridad fenoménica de todos los días, desde la aparición de un fantasma hasta la de un OVNI. Alucinaciones sólo tiene aquél con un historial clínico específico, con antecedentes en tal sentido, congénitos o adquiridos y además, las alucinaciones nunca se producen "a horario" o únicamente una vez en la vida; siempre son acompañadas por otras, antes o después. Si a ello le sumamos que la información recogida de las experiencias con tanque de flotación se corresponden objetivamente con situaciones de la realidad externas al sujeto, la teoría de la alucinación, por cierto, se hace poco menos que ridícula. Acotemos que cuando hablábamos de que los "paquetes de memoria", por ejemplo, deambulan entre sus familiares percibiéndolos, no nos referimos al hecho de que los "vean" (los espíritus no tienen ojos) sino que perciban "puntos de mayor o menor densidad emocional" entre los que están, lógicamente, sus "puntos de anclaje". PSICOFONÍAS: GRABANDO VOCES DE MUERTOS Algunas de las objeciones que algún lector escéptico y racionalista (si es que alguno de ellos ha continuado la lectura de este libro hasta aquí) podría considerar al leer el título de este párrafo serían de tenor similar a las que señaláramos –y refutáramos– cuando escribimos sobre "fotografías del pensamiento"; aun admitiendo la sobrevivencia de "algo" a la muerte, aun aceptando que ese "algo" puede tener improntas de la personalidad del sujeto fallecido, se hace cuesta arriba especular con que sus "voces" puedan ser captadas por un magnetófono o grabador, en primer lugar porque se da por sentado que los órganos de foniación del sujeto han desaparecido con su cuerpo, y en segundo lugar... bueno, sencillamente porque cuesta creerlo. Sin embargo, es una real posibilidad experimental. Y lo de experimental lo agregamos en razón de que cualquiera que nos esté leyendo en estos momentos, munido de un equipo más que simple y, eso sí, una razonable dosis de paciencia, puede repetir con éxito las investigaciones que han abierto posibilidades insospechadas en el terreno de la Pasrapsicología. La culpa de todo esto la tuvo un escandinavo, Friedrich Jürgenson, naturalista y cineasta, que en 1957 se instaló en la campiña para grabar cantos de pájaros con vistas a un documental que estaba rodando. Al escuchar posteriormente lo grabado descubrió, para su sorpresa, que superpuestas a los trinos se percibían voces humanas no audibles en el momento de trabajar en el campo. Sospechando un defecto técnico (ciertos y muy particulares desperfectos pueden hacer que un grabador funcione como una radio) pero sumamente intrigado, repitió en varias

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ocasiones sus ensayos, observando que en buen número de casos las voces volvían a aparecer. Amplificándolas al máximo encontró, sin duda con un escalofrío, que las "voces" se repetían, ahora, con una mayor definición. Voces entre las cuales creyó identificar la de unos amigos, entonces fallecidos... Ese fue el comienzo histórico de las "psicofonías", experiencias que se multiplicaron, al correr de los años, ganando en cantidad de horas grabadas y en sofisticación técnica, especialmente cuando un ingeniero electrónico y parapsicólogo austríaco, Konstantin Raudive, comienza a realizar sus trabajos en un aséptico marco de objetividad científica. Todas las hipótesis convencionales para explicar este fenómeno (cintas mal borradas, registros de ondas de radio "enganchadas", errores en la fabricación de las cintas, etc.) fueron reducidas a cero. En consecuencia, la mayor parte de las buenas psicofonías que cualquiera pueda capturar (voces aisladas, conversaciones, risas y llantos, golpes, música) sólo parecen responder a alguna de las siguientes teorías propuestas para explicar el fenómeno:

1) Sonidos provocados por "fantasmas". 2) Efecto telepático del operador. 3) Sonidos "pegados" al ambiente, remanentes en el éter. 4) El operador actuando a modo de "transductor" (médium) entre el "fantasma"

y las cintas magnetofónicas. Estudiémoslas por separado : Sonidos provocados por "fantasmas" Empleamos el término más que convencional de "fantasma", para referirnos a lo que alternativamente hemos denominado "espíritu" o "paquete de memoria". De hecho, es un término tan correcto o tan inconveniente como cualquier otro. Esta es la teoría primaria que fuera esgrimida para explicar el fenómeno pero, ciertamente, no reúne las condiciones de tal, ya que, por ejemplo, no ilustra sobre cómo sería el mecanismo de producción del mismo, como un "paquete de memoria" podría actuar físicamente, imprimiendo una cinta. Como dijéramos al principio, un muerto carece de órganos de foniación, con lo cual no puede hablar, y menos con la coherencia que muestran los mensajes recibidos. Por otra parte, esta hipótesis se invalida por el hecho de que esas voces no son escuchadas por el operador mientras éste permanece presente. Efecto telekinético del operador Esta es la hipótesis que goza de más aprecio entre los parapsicólogos cientificistas, especialmente entre aquellos que no comulgan mucho (más por convencionalismo social que por íntimo convencimiento) con la tesis de la supervivencia. Según ésta, el operador, que "a priori", obviamente, espera y ansía

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el buen final de su experiencia, actúa "telérgicamente" ("telergia" es la denominación dada a la energía psíquica en acción) sobre la cinta, y a través de un fenómeno de "telekinesis" o "psicokinesis", altera la disposición de los elementos ferrosos de la cinta, generando así "voces artificiales". Sonidos remanentes en el ambiente Si bien esta es una "teoría" que goza de mucha popularidad, lamentablemente sólo revela que quien la formulara bien poco sabía de Física. No solamente por el hecho de que, como en la primera teoría, esos sonidos, si están "allí" (y "allí" significa en ese espacio físico) también deberían ser recuperados por el oído humano, sino, muy especialmente, porque el sonido no se "pega", por ejemplo, a las paredes. El sonido es sólo vibraciones ondulatorias del aire que son captados por nuestros tímpanos y decodificados por nuestros cerebros, y que, como toda energía, cumplen la ley de Entropía, tendiendo a disiparse uniformemente. El operador como "transductor" entre el "fantasma" y la cinta magnetofónica Esta teoría es, en realidad, un trato entre la primera y la segunda. Se explica a sí misma diciendo que el "paquete de memoria" está allí, presente, pero no puede manifestarse por sí mismo. Sin embargo, es detectado por la clarividencia inconsciente del operador quien, también inconscientemente, actúa psicokinéticamente sobre la cinta, modulando voces que responden no a sus propios simbolismos no conscientes, sino a instancias motivadoras del "paquete de memoria". La experiencia en sí es muy sencilla. Basta munirse de un grabador de buena calidad, idealmente con micrófono exterior (es decir, no incorporado) y varios casetes vírgenes (la cantidad que usted desee, aunque el mayor número de los mismos incrementará probabilísticamente las oportunidades de captar algo), equipo este que, si cuenta usted con la oportunidad, puede reemplazar por un equipo de alta fidelidad de cinta abierta o su propia PC, que generalmente tiene mayor calidad de grabación, además de permitirle experimentar las mismas a distintas velocidades. Cualquier lugar es bueno para instalarse, aunque se suele recomendar fuera de la ciudad, por el hecho de que el ruido apagado del tránsito, o voces de viviendas vecinas, pueden "ensuciar" la cinta, produciendo así ruidos "fantasmas"... en el sentido técnico del término. Y la noche es mejor que el día, pues el marco psicológico que presta a estas experiencias la caída del Sol es (películas yankees "clase B" mediante) el ideal por ciertos y obvios condicionamientos psicosociales. Y a partir de aquí todo es sencillo. Se selecciona el lugar donde se ha de trabajar (un lar histórico, un cementerio, puntos con trágicos recuerdos) y, dentro del mismo, el sitio exacto donde se va a ubicar el grabador (las personas con

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entrenamiento radiestésico, es decir, en el uso del péndulo, pueden valerse del mismo, siendo particularmente interesante instalar sus aparatos allí donde aquél gire en sentido "negativo", es decir, levógiro, tras lo cual se ubica el mismo, dándole el máximo de volumen al micrófono y recitando alguna frase "gatillo" que se emplea como detonante. Nosotros solemos usar aquella que dice: "Si hay alguna entidad presente, le pedimos, por favor, que se manifieste". Esta se repite cada quince minutos, con un mínimo de una hora de grabación. En el ínterin, el operador puede permanecer en el lugar, relajado y concentrado, o retirarse (los registros, depende del caso, pueden aparecer en ambas circunstancias). Luego, a rebobinar y escuchar. ¿Y qué es lo que aparece?. Voces, susurros, llantos, risas quedas, ruidos de pasos sobre la grava en momentos y en lugares donde fehacientemente no había nadie presente. Golpeteos repetidos sobre el grabador, aleteares... Con miembros del Centro de Armonización Integral hemos realizado decenas de experiencias sobre las cuales construímos estas teorías, experiencias que, en muchos casos, han contado, por primera y –creo– única vez en Argentina, con apoyo oficial por parte de los municipios gobernantes de los cementerios o sitios históricos vinculados a la experiencia, como testifican estos facsímiles de una de estas experiencias, realizada con apoyo comunal y policial en el cementerio de la ciudad de Santa Fe, en 1990. EL "JUEGO DE LA COPA"... ¿OTRA FORMA DE COMUNICARNOS? De todos es conocido este verdadero "juego de salón", especialmente en el mundo occidental, donde se ha popularizado al extremo de difícilmente estar ausente de reuniones sociales, cumpleaños, celebraciones varias... y hasta en casamientos lo hemos visto. Consiste sencillamente en disponer en forma de círculo sobre una mesa, un cierto número de láminas o trozos de papel, en cada uno inscripta una letra del alfabeto, además de los números 0 al 9, y uniformemente distribuídos dentro del círculo otros tres, con las palabras "Sí", "No" y "Adiós" (este último puede ser reemplazado simplemente por un punto pues, como señaláramos oportunamente, su función es la de "punto de fuga"). Un mínimo de tres participantes (y, por experiencia, no más de siete) se disponen a su alrededor y, en el centro de la mesa, una copa vuelta boca abajo, o en su defecto un vaso (por eso denominamos a esta técnica "Vasografía") sobre cuya base todos apoyan suavemente uno de sus dedos. Uno de los asistentes hace de "líder" (prefiero no usar la palabra "médium") y otro, fuera del juego, de "escribiente", es decir, llevará nota de las "respuestas" que el juego vaya brindando. Se realiza una "invocación" (puede ser pseudo-espiritista o emplear la frase "gatillo" que sugiriéramos para las "psicofonías"). Sorpresivamente –esto ocurre casi siempre– el vaso comienza a desplazarse,

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generalmente en círculos, en la mesa, señalando la palabra "Sí". A partir de allí, y por intermedio del líder, pueden formularse preguntas –idealmente cuya respuesta no sea conocida por ninguno de los presentes, o sobre situaciones que se resolverán en un futuro más o menos inmediato– las cuales, sorprendentemente, tenderán a ser respondidas acertadamente. Al finalizar, la copa deberá ser "despedida" llevándola al "punto de fuga". ¿Y qué es lo que ocurre aquí?. Por supuesto, una aproximación racionalista daría a entender que el movimiento del vaso se debe a la acción mecánica ejercida por quienes sobre él apoyan sus dedos. Seguramente esto es así, pero lo que sorprende no es tanto ese detalle (en las psicofonías, en la radiestesia y en tantas otras disciplinas, el ser humano también es imprescindible como transductor para la materialización del fenómeno) sino, dejando el caso donde se presenta el fraude encubierto (que no perjudica a nadie más que al propio embaucador, pues no sólo se priva así de una experiencia enriquecedora –pues el contacto con lo Desconocido siempre lo es– sino que difícilmente pueda volver a aceptar intentar repetir con éxito estas pruebas) ya sea para obtener un rédito o simplemente divertirse a costa de la buena fe del prójimo, las explicaciones, psicológicas o parapsicológicas, no obstaculizan la manifestación de fenómenos sorprendentes. No sólo por el movimiento de la copa o el vaso en sí –que aunque en teoría, sencillo de explicar mecánicamente, ya se hace cuesta arriba en la práctica– sino porque en estas sesiones se revelan "informaciones" que, en muchas ocasiones, no eran conocidas por ninguno de los presentes. Así que veamos ambas alternativas. Psicológicamente, se puede decir que el movimiento de la copa se debe a la presión conjunta de tantos dedos apoyados, ya que aunque cada participante crea no estar haciendo ningún esfuerzo y simplemente "apoyando" su índice, en realidad la presión conjunta sumada puede provocar un desplazamiento de esta naturaleza. En cuanto a la estructuración de las respuestas a las preguntas planteadas, es válido suponer que si uno de los presentes conoce aquella, aun en el caso de que no sea así para todos los otros presentes, puede, aun inconscientemente ejecutar una presión levemente mayor que el resto, con lo cual, conformándose así lo que en Física se denomina un "sistema de fuerzas interactuantes", la resultante de las mismas sea el promedio de dirección, sentido y presión de las otras. En cuanto a las respuestas en sí, es posible que, por ejemplo, en el caso de una información sobre el pasado de alguno de los presentes, uno de los intervinientes guardara un recóndito recuerdo en su memoria, que no pudiera reelaborar conscientemente, pero que sale a la luz a través de la tensión emotiva de la experiencia o, para citar otro ejemplo, en el caso de que la "entidad" comience a responder en otro idioma, desconocido para todos los allí reunidos, puede ser que alguno de ellos, en un proceso de "pantomnesia" (memoria total sobre lo alguna vez aprehendido) que, retrotrayéndose quizás a la infancia donde, en la televisión, el cine o en boca de un vecino, escuchó sin darle mayor importancia hablar ese idioma, lo que hoy

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devuelve "escenificado" en la sesión de vasografía o "ouija" como también se la denomina ("oui" significa "sí" en francés, como "ja" en alemán) haciendo referencia a la palabra que señala, iniciada la experiencia, la presencia de la comunicación. Y parapsicológicamente, los contados casos en que la copa se mueve aun cuando todos los dedos se han retirado, se explica a través de un caso de telekinesis, al igual que en todas las otras oportunidades, detonada por el marco emocional de la ocasión. Y la información devuelta a través de los mensajes concatenados por la copa, puede ser también obtenida por la clarividencia espontáneamente detonada de alguno o varios de los participantes. Pero en otros casos, la clarividencia o la pantomnesia resultan insuficientes para explicar la totalidad de lo percibido en estas sesiones. La magnitud de los fenómenos telekinéticos, en ciertas y documentadas oportunidades, no pueden ser reducidos al inconsciente desencadenado de algún "vasógrafo" más o menos experimentado. Y una buena contraprueba en tal sentido es que si, con fines estrictamente experimentales, los participantes elegidos con el sistema "doble ciego" (donde sólo el elegido sabe el resultado de la elección) intentan "viciar con ruido de información" el experimento, la "entidad" se sobrepone a estas intentonas modulando las respuestas de acuerdo a patrones que no pertenecen a lo previamente acordado como parte de la tarea. En esos casos, hay que aceptar la presencia de una "inteligencia" exterior, que sólo una exploración más sutil –literalmente inaccesible con los pocos medios con que se cuenta para investigar este enigma, en virtud del poco crédito que los científicos y las instituciones académicas otorgan al mismo– permitiría identificar. Hoy por hoy, la presunción de que un "paquete de memoria" interactuando con unos experimentadores vivos a la manera de transductores, actuando psíquica, simbólica e inconscientemente sobre el inconsciente de éstos, fuerce la racionalización de "mensajes", aparece como muy viable.

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CAPITULO XIV

NUEVAS EVIDENCIAS A FAVOR DE LA REENCARNACIÓN

Iniciaremos este capítulo –que, a no dudarlo, será de los más polémicos-

con unas reflexiones que no nos son propias, pero con las cuales comulgamos plenamente. Sintetizan las enseñanzas que supo legar el doctor J. Emile Marcault en el Congreso Espírita Internacional celebrado en Londres del 7 al 12 de setiembre de 1928, Y una aclaración fundamental: en lo personal no comulgamos con la doctrina espiritista, pero la inserción de estos comentarios en nuestra obra obedece, simplemente, a que no podemos negar el peso analítico de estas consideraciones que, a su fin, se verán complementadas con, entonces sí, mis consideraciones personales.

Que el problema de la reencarnación sea debatido entre los humanos que se preocupan con la filosofía parece natural, pero que la controversia se extienda hasta el mundo de los desencarnados hace que el caso se torne un apasionante problema, ya para la psicología de los médiums, ya para la de los desencarnados. Un hombre muere en un país latino: en el Más Allá le enseñan una doctrina evolucionista del espíritu. Si él muere en un país anglosajón, le aseguran que la reencarnación no existe. El canal de la Mancha extiende su barrera más allá del mundo físico. Autoridad para aquí de la Mancha, error más allá de la misma y hasta en el mundo de los desencarnados.

Estimamos presentar en apoyo de la tesis reencarnacionista, ciertas observaciones de orden psicológico que no fueron invocadas hasta ahora y que proveen fuertes presunciones a su favor. Se hicieron hasta el presente demostraciones comprobativas de orden filosófico, religioso y moral y, sin duda, su valor es considerable. Existen también pruebas de hechos, bastantes numerosos para convencer a los incrédulos de buena fe si con todo ellos aceptasen, como válidos, los fenómenos mediúmnicos. En los países no reencarnacionistas olvidan con demasiada facilidad que el testimonio de una criatura describiendo una vida anterior es, por lo menos, tan convincente como el testimonio de un médium si uno y otro pueden igualmente ser verificados con exactitud. Se puede siempre, sin duda, para uno u otro invocar la telepatía más, quien admita el testimonio mediúmnico, no debería poder recusar al otro.

No es en este orden de hechos que nosotros buscamos las consideraciones que siguen; desearíamos no salir del cuadro de los hechos psicológicamente reconocidos y, si se puede refutar el valor probativo de los hechos consumados, no se puede, por lo menos, recusarles un serio valor de presunción. Si la reencarnación es verdadera, ella hace parte del sistema de la evolución a la cual la vida humana está sometida sobre nuestra Tierra y en el Más Allá. Egos de evolución diversa se encarnan en nuestras sociedades y se debe poder determinar por observación psicológica, al menos, la realidad de esta evolución individual. Es lo que hace la psicología contemporánea, sin posibilidad de duda.

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El método de los “tests de inteligencia” (pruebas experimentales que miden la mentalidad o inteligencia del individuo), permite determinar, en edad psicológicamente igual, la diferencia de edad o evolución mental entre diversos individuos. Se aplica no solamente en la infancia como también en la edad madura y no puede dudarse que él determina, eficazmente, el grado de evolución humana. Insistamos un poco sobre este punto.

Aplicar un “test de inteligencia” es colocar en el espíritu un problema que interesa una cierta camada de sus facultades mentales. Si el problema se resuelve, esto quiere decir que el individuo puede reflexionar sobre los datos del problema, comprender el alcance y mover concientemente los mecanismos mentales, de los cuales el automatismo lógico resuelve la cuestión. Si el problema no se resuelve, se tiene la convicción que el individuo es incapaz de reflexionar sobre el problema y de dirigir, concientemente, el mecanismo mental correspondiente.

En el primer caso, se sabe que la camada mental interesada reside en la zona objetiva de la conciencia; en caso contrario, en ella es aún subjetiva y todavía incapaz de ser un objeto de reflexión.

Esta interpretación psicológica de la reflexión, descubierta muy recientemente, es del mayor valor para el problema que nos ocupa.

La reflexión es una función esencialmente humana, es sobre ella que está fundada la dignidad de nuestra especie. Es porque nosotros podemos reflexionar sobre nuestros estados morales, deseos, aspiraciones, compararlos con tal o cual ideal y alcanzar sobre ellos un juicio de valor, por lo que nosotros somos seres morales perfectibles. Establecer el valor evolutivo del fenómeno de la reflexión es, por tanto, formular la ley de la evolución propiamente humana y es también colocar en foco este hecho importante, el que existe en el alma una doble estructura: una fija, la de las facultades o de las funciones psicológicas; la otra móvil, índice de las modificaciones evolutivas debidas a la reflexión. El “test” determina, en efecto, a que nivel de la escala fija de las facultades intelectuales o morales reside en un dado momento el plano de reflexión: el diafragma ideal que separa la zona objetivada de nuestra conciencia de la zona conservada subjetiva. Este nivel es diferente para diferentes individuos. Tal adulto de cuarenta años reflexionará, perfectamente, sobre una idea concreta, pero será incapaz de reflexionar sobre un pensamiento abstracto. El existe en sí como la actividad de todas las otras facultades, pero no está en el plano de su reflexión. Tal otro, por el contrario, podrá concentrar su atención sobre el pensamiento abstracto como sobre un objeto exterior, analizarlo en sus elementos, recomponerlo en su síntesis: él objetivizó la abstracción.

El método de los “tests” establece, pues, las variaciones de estructura espiritual existentes entre los individuos de la especie humana. Y, visto que si la estructura de las facultades puede ser considerada idéntica para todos, la estructura espiritual o de reflexión es demostrada individual y establece, innegablemente, que la evolución humana es pertenencia del individuo y no de un agrupamiento colectivo. Que el hecho suceda de otra manera en los reino infra-humanos es lo que cada uno sabe, más aquí también las dos estructuras –la de las funciones y de la vida en evolución- son distintas. Los caracteres, de los cuales las combinaciones constituyen una especie, pertenecen a la especie y no al

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individuo. Es la razón porque el individuo se eleva para realizar el tipo específico, pero no evoluciona: la evolución pertenece a la especie. Que del interior de la vida un carácter nuevo surja y una nueva especie aparezca. Y los naturalistas nos dicen que es entre todos los individuos de la especie, al mismo tiempo, que las mutaciones se producen.

Nosotros tenemos por tanto, en la planta y en el animal, una estructura funcional que pertenece al individuo y una estructura específica que es la de los caracteres. La especie, como escribiera Henri Bergson, es una rama sobre la cual los individuos aparecen como renuevos. Es entre dos especies que es preciso procurar el acto creador para el cual un carácter nuevo emerge en excedente de los otros, constituyendo una nueva especie. La escala evolutiva pasa de una a otra especie.

En el hombre, al contrario, las dos estructuras están ligadas en el individuo. La estructura de la vida constituída por la objetivación gradual de nuevos caracteres está presente en el individuo, como la estructura de las funciones. La objetivación o reflexión pertenece al individuo. El hombre individual es él sólo. Esto significa, sin ninguna duda, la individualidad del fenómeno evolutivo, sabiéndose que las leyes que la rigen son individuales también. Estas leyes son, como se sabe, la “herencia” y la “mutación”. Se torna por tanto evidente que, si en el animal la herencia y la mutación son específicas, ellas son individuales en el hombre.

Pero, ¿qué quiere decir esto?. Si desde la infancia se constatan variaciones evolutivas, como es innegable, esto significa que la criatura es, a su respecto, su propio heredero. No las posee de sus ascendientes, porque la transmisión sería específica, ni tampoco de su grupo social visto que, aún así, la herencia sería específica. Ahora, ella no adquirió estas facultades que recibe al nacimiento, en esta vida. Debe por tanto haberlas adquirido en otra parte, y, por otro lado, por las variaciones evolutivas que ella traerá en el uso de estas facultades, no es deudora sino a sí misma y en esto reside, como se verá sin que insistamos más, el fundamento del libre albedrío y el de la moralidad.

Tal es el primer orden de consideraciones sobre el cual se pueden establecer serias presunciones a favor de la tesis reencarnacionista. La psicología contemporánea establece la individualidad de la evolución humana. Ella, la reencarnación, hace más: completa lo que sus inducciones podrían tener de insuficientes; establece al mismo tiempo que esta conciencia, de la cual ella sigue la evolución, sobrepasa las condiciones de tiempo y de espacio a donde su encarnación se efectúa.

Para llegar a su verdadero “yo”, Bergson debió trascender todas las formas del pensamiento conceptual, las categorías especiales y temporales, el plano de las relaciones sociales, y ve en los “datos inmediatos” de su conciencia, la esencia creadora de la propia vida que nos anima, individualización de la vida universal a la cuál él no puede dar otro nombre que el de “energía espiritual”. Si, pues, este Ego universal y eterno, en el grado del tiempo que él ocupa actualmente, da prueba en el curso de su duración de haber alcanzado desde el comienzo de esta existencia un nivel evolutivo diferente del de los otros, se torna difícil escapar a la evidencia de que él debe su diferencia a una evolución diferente de la porción anterior de su eternidad. Vivió diferentemente antes de nacer, visto que antes de nacer vivió y, naciendo apenas diferente de los otros, importa poco, desde

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entonces, que discorden de opinión sobre el punto del espacio donde se efectuó esta evolución anterior. La tesis reencarnacionista satisface plenamente y es lógico, filosófico y científico suponer que, siendo la Tierra una escuela donde todas las clases están representadas, desde la ignorancia del criminal y del salvaje hasta la gloria del genio y el santo, es sobre la Tierra, también, que cada uno aprenderá las lecciones que conducen de uno a otro. No insistiremos sobre la claridad que la concepción psicológica por nosotros expuesta lanza sobre las inconsecuencias aparentes de nuestra vida social. Estamos, evidentemente, en presencia de diferencias evolutivas entre los hombres. Suponer que esas diferencias son el efecto de una creación inmediata, es prolongar hasta el absurdo el estado de caos original. Que del seno de Dios, donde su esencia reside toda pura, dos almas sean en el mismo instante enviadas sobre la Tierra por el Dios del amor, una para ocupar el cuerpo de una criatura entregada, por las condiciones de su medio, al vicio y al crimen, en tanto que la otra tomará vida en una familia donde los nobles ejemplos y la alta cultura harán de ella un genio o un santo; he aquí razón suficiente para arrojar en el ateísmo cualquier espíritu superficial. Si estas diferencias son de orden evolutivo se comprende, y comprender es amar y amar es ayudar. El orden estará restablecido en la sociedad humana porque la psicología descubrió la ley que rige estas diferencias. Como decía Orígenes: “Nosotros no pecamos porque Adán pecó, más Adán pecó por la misma razón que nosotros, Visto que él era una criatura en evolución espiritual y nosotros no alcanzamos la perfección” Admitir la reencarnación res lo mismo que reconciliar al mismo tiempo la ciencia, la filosofía y la religión. Mostramos, terminando, que la evolución espiritual es bien la ley de lo que hay de más elevado en la aspiración humana, a saber: la ayuda mutua, la fraternidad, el amor universal. No es verdad que la evolución social sea la causa de la evolución individual; lo contrario es lo que es la verdad. Cuando sobre una vía cualquiera de evolución y de progreso un genio descubre una verdad nueva, él no la recibe, evidentemente, de la herencia social. El recibió y asimiló todas las adquisiciones anteriores de su grupo y por su reflexión individual sobre la verdad anterior comparándola con los hechos que procuraba explicar, consagrando todas sus energías solitarias a la solución de este nuevo problema, que él la juzga insuficiente y concibe un nuevo principio, una nueva ley, una síntesis más vasta que la que había sido transmitida. Formulándola, socializándola, la comunica a aquellos que le están más próximos en evolución intelectual. Por la reflexión sobre estas fórmulas, ellas producen a su turno la intuición genial que le da nacimiento. Ellas crecen tanto como pueden a la imagen del genio. Poco a poco, el descubrimiento gana a toda la masa social y el grupo entero todo evoluciona porque el genio, por sí solo, evoluciona. Mas esta ley no es verdadera únicamente para el genio y solamente en la cumbre de la escala social. Todas las leyes de las cuales a un nivel cualquiera un individuo evoluciona en nobleza, en sabiduría, en cultura intelectual o estética, el transmite el resultado de sus esfuerzos a aquellos que lo rodean y ayudan a su grupo social más restricto a evolucionar a su imagen. La especie humana es, por tanto, una jerarquía evolutiva donde los individuos están colocados con una mano en la ley de sus hermanos más nuevos y debajo de él. La ley de la evolución

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humana, porque es individual y es la ley de la fraternidad donde nosotros concluímos hoy, que si debemos alcanzar cualquier día aquél lugar bienaventurado donde la justicia habitará con el amor, no será por la rebelión de los pequeños y los débiles, pero sí por el servicio, por el sacrificio voluntario y consciente de los grandes y los fuertes. La ciencia verifica bien lo que la religión había enseñado cuando divinizó la fraternidad humana en el sacrificio redentor de la cruz. Este camino, el de la aproximación dialéctica, es uno de los senderos que permiten esbozar racionalmente la probabilidad de la Reencarnación. Pero, experimentalmente existen otras vías de acceso, de las cuales la así llamada Regresión Hipnótica y su aplicación clínica, la TVP (Terapia de Vidas Pasadas) es la más difundida y, posiblemente, la más confiable. Consiste, como es sabido, en sumir en profundo trance hipnótico al sujeto y retrotraerlo a su infancia (haciéndole vivenciar nuevamente las fases por las que atraviesa) a su estado intrauterino y, aún atrás, donde la lógica indicaría que nada podría exteriorizarse –porque nada existiría- surgen, dramáticamente, las escenas de otra vida, en otro tiempo, en otro lugar. A la recusación típicamente psicologista de que lo que el sujeto expondría en este caso sería la representación imaginaria de lo que de él se espera, se puede oponer el argumento de que si el investigador se toma el suficiente trabajo y busca comprobar “in situ” la presunta realidad objetiva de esa otra existencia (rastreando, por ejemplo, en los registros parroquiales de ese entonces el nacimiento y defunción de ese “otro” individuo), puede encontrarse con la sorpresa de que sí, de que tal persona existió realmente. Claro que algunos autores parapsicológicos han señalado que podría tratarse de un caso de retrocognición (“clarividencia hacia el pasado”) donde el sujeto “absorbería” la información de una fuente psíquica ubicada en otro tiempo (ese otro individuo) y la “representaría” vivencialmente en éste. Si hemos de ser objetivos, debemos admitir que algunos casos de presuntas reencarnaciones podrían ser explicados de esta manera pero, ciertamente, debemos colegir que no es posible aún indicar con absoluta convicción que todos los casos de “encarnaciones contemporáneas” son explicables por retrocogniciones. Y desde un punto de vista terapéutico, la TVP demuestra la validez de la creencia en las vidas anteriores. Veamos porqué. La TVP enseña que si por medio de la regresión hipnótica localizamos en una vida anterior un trauma o hecho crítico, psicológicamente hablando, éste puede generar una fobia que, proyectándose a través de los tiempos, genera las angustias actuales. El vértigo, o temor a las alturas, puede significar, según la TVP que el sujeto, en otro tiempo, falleció por una caída al vacío. La aprensión de algunas personas a, por ejemplo, ser tocadas o apretadas por el cuello, podría significar que en otra vida fueron degolladas o ahorcadas. Y la validez de la tesis reencarnacionista se asegura en la misma medida que la terapéutica reencarnacionista funcione: se puede admitir la posibilidad de la retrocognición, pero si la TVP “cura” la fobia o complejo del sujeto, aquí la teoría de la retrocpognición no sirve, ya que la curación sólo puede ejecutarse en forma autorreferencial, sobre las propias instancias psíquicas y vivencias del sujeto y no sobre las de terceros, aún en el caso de que esté asumiendo dramáticamente una personalidad que no le corresponda. Una cosa es asumir y “jugar” un rol; otra muy

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distinta –e imposible terapéuticamente- tratar indirectamente la fobia de aquella persona cuyo rol ejecutamos y que ello cure nuestras fobias. Una especialista en TVP, la doctora M. Julia P. Moraes Prieto Peres, amplía las consideraciones generales sobre esta técnica en su trabajo de laboratorio, dándoles credibilidad científica. La existencia humana, cuando es analizada bajo un enfoque pluridimensional, toma una visión global, imponiendo mayor coherencia y análisis de su naturaleza, y la posible solución de sus problemas. Eso es posible en la Terapia Regresiva Reencarnatoria, que trabaja con diferentes dimensiones de la existencia humana, considerándola en esta vida y en vidas anteriores. Por la TVP, los hechos traumáticos no resueltos, almacenados o reprimidos en el Inconsciente remoto (de otras vidas), o próximo (de esta misma existencia), que están causando disturbios psíquicos, psicosomáticos, orgánicos u otras modalidades de desajustes, de relacionamientos interpersonales y comportamentales, son revividos por el paciente. En estas vivencias aflora el consciente, con liberación de gran contenido emocional, los eventos del pasado que están causando los problemas presentes. Esta movilización de cargas emocionales hasta entonces reprimidas, dinamizan y generan campos sutiles que interactúan con los niveles de conciencia registrados en las estructuras mentales (acción concientizadora) llevando, por un proceso de revaluación, a una nueva disposición de mudanza (acción transformadora) donde se efectúa el proceso terapéutico propiamente dicho. Estos recuerdos de vivencias anteriores de episodios traumáticos, reprimidos en el inconsciente son aflorados al conciente, en una experiencia liberadora a nivel psíquico, físico y emocional. Entonces, el paciente recapitula acontecimientos pretéritos, a través de una experiencia íntima muy peculiar, que le proporciona el conocimiento subjetivo de su propia verdad, que su vivencia le permite tener; surge natural y espontáneamente un “insigth” , un “estallido” que lo lleva a la comprensión de los orígenes de sus problemas actuales, que es la concientización que necesita para remover los síntomas ligados a complejos afectivos. Es lo que se llama Acción Concientizadora. Sólo la concientización de experiencias traumáticas reprimidas en las profundidades ancestrales del inconsciente, no es suficiente para la cura o solución de problemas. Ella puede revelar las causas de conflictos, desequilibrios, fobias, neurosis, enfermedades y otros desajustes; sin embargo, sólo por la Acción Transformadora es que el individuo va a conseguir eliminar sus problemas. Si por un lado, la regresión de eventos traumáticos libera energías bloqueadas, por otro lado, solamente la transformación individual podrá renovarlas. Después de la concientización, el paciente es naturalmente llevado a un nuevo “insigth” y de allá, por un proceso de autoeducación, a reformular su modelo de vida, programando para sí las mudanzas comportamentales que necesita para equilibrarse, aceptando el problema, consiguiendo así la cura y/o solución de sus conflictos. Es su modificación psíquica, con nueva programación de trabajo, en el sentido de transformarse de manera tan direccionada y desarrollar sus potenciales positivos y creativos. En esta técnica psicoterapéutica, es el propio paciente el que se cura, que se libera de sus problemas. La acción transformadora psíquica implica la valoración de la responsabilidad del paciente, por la cual él realiza –por

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disposición propia- el trabajo de modificación y neutralización de sus problemas actuales; hay una desvinculación con los problemas pretéritos, obteniendo entonces la solución de sus conflictos y la remisión de los síntomas y, consecuentemente, una vida mejor. El comprende que el pasado es pasado, que realmente ya pasó, y no deberá ejercer más influencias perjudiciales en su presente. Cuando el individuo se mejora a sí mismo, a través de la programación de mudanzas y reorganización de su estado psíquico, se mejora también en relación a su ambiente familiar, social y de trabajo. Como consecuencia de su mejor relacionamiento interpersonal, él pasa a ver el mundo bajo un nuevo modelo, y las personas con quienes conviven, pasan también a considerarlo mejor. El éxito terapéutico es más rápido que el obtenido con las otras técnicas convencionales. Es el propio paciente también quien se da el alta, cuando se siente en condiciones satisfactorias de equilibrio psíquico, psicosomático, orgánico, de relacionamiento interpersonal, etc., y considera ya superados sus problemas. No se puede prever el número de sesiones necesarias pues cada caso presenta características propias, subjetivas, que son variables de acuerdo con el presente y con sus sintomatologías. Las sesiones tienen una duración de dos horas, una vez por semana y, por lo que se ha experimentado, la mayor parte de los casos lleva un promedio de 12 a 24 sesiones para la obtención del altas. La Terapia Regresiva no es entretanto una panacea o un instrumento mágico o milagroso, que viene a resolver todas las disfunciones psíquicas. Como cualquier otra terapia, ella tiene sus indicaciones y sus limitaciones. Por este motivo debe ser practicada sólo por individuos bien orientados y equilibrados. Es indispensable para el terapeuta el entrenamiento teórico-práctico para que pueda estar realmente habilitado y saber trabajar correctamente con estos “estados específicos de conciencia”, conociendo las indicaciones y limitaciones de esta técnica, informándose de los enunciados en que ella está basada. Los procesos regresivos pueden también ser analizados a través del test de Rorscharch y el psicodiagnóstico miocinético de Myra y López, aplicados antes y después de la regresión, y después de haberse resuelto el problema del paciente, esos resultados presentan correlación con datos electroencefalográficos. El doctor A. Sech ha estudiado y observado alteraciones en kirliangrafías de pacientes tomadas antes, durante y después del proceso regresivo. El terapeuta no usa sugestiones de tiempo, época o acontecimientos pero recurre al inconsciente de los pacientes que espontáneamente, de forma gradual, viene a emerger. La Terapia Regresiva Reencarnatoria abre nuevos parámetros en el campo de los recursos terapéuticos, constituyendo un instrumento más a ser usado por el profesional, tanto aisladamente, como acoplado a otras técnicas psicoterapétuticas, para obtener mejores resultados para su paciente. La TVP no es aplicada en hipótesis alguna sólo para satisfacer curiosidades fútiles o personales, deseos caprichosos de descubrir lo que fue importante en el pasado, o confirmar informaciones imprecisas de tarotistas o videntes. Su indicación es sólo parafines terapéuticos en la vigencia de síntomas psicopatológicos, enfermedades psicogénicas, desequilibrios en el relacionamiento personal, neurosis fóbicas, de angustia y otras enfermedades de esa naturaleza. No hay necesidad de que el paciente acepte la reencarnación, para someterse a la terapia con esta técnica.

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Debe ser aplicada individualmente, y no en grupos. El tratamiento sólo debe ser iniciado cuando el paciente realmente desea someterse a esta técnica psicoterapéutica, y cuando él se compromete a no interrumpir la terapia, pues la desistencia en la vigencia del proceso terapéutico puede serle perjudicial, resultando en la persistencia de los síntomas y hasta el posible agravamiento de los mismos, pues fueron manipulados contenidos emocionales traumáticos reprimidos, cuyo tratamiento debe ser concluido adecuadamente. La interrupción de la terapia es comparable a una herida abierta, sin los debidos cuidados para su completa cicatrización. El terapeuta debe dejar bien claro al paciente que esta terapia no es un tratamiento espiritista, ni tiene un abordaje religioso; es un recurso terapéutico más con que el profesional puede contar para aliviar o resolver muchos procesos patológicos, y como tal, es utilizado a nivel de consultorio El terapeuta, a través de esta técnica, auxilia al paciente a :

• Desencadenar la vivencia de episodios traumáticos que se hallan bloqueados.

• Comprender racionalmente la causa de los problemas de su vida actual. • Tomar decisiones firmes y seguras de empeñarse en la transformación

de su modelo de vida, reprogramándose. • Dinamizar su autoconfianza. • Potencializar su voluntad de vencer las dificultades y superar los

posibles obstáculos.

Los cambios, para que tengan éxitos duraderos, deben ser pensados, reflexionados y concientizados. El paciente debe ser considerado como un todo durante el tratamiento regresivo, y la regresión no es el único tratamiento terapéutico, debiéndose tomar en cuenta las diferentes variantes que interfieren en los problemas del paciente, que deben ser abordadas y trabajadas. Para eso puede ser utilizada la complementación con otras técnicas, incluso la terapia de apoyo, durante su acción transformadora de reprogramación para su mudanza personal, con sugestiones directas, definición de objetivos, análisis de las situaciones familiares y ambientales. En la terapia de apoyo se puede incluir, con resultados provechosos, la grabación con programación positiva para el fortalecimiento del Ego, técnicas de relajamiento u otras. Se sabe que ciertos recuerdos de “cosas juzgadas olvidadas” (bloqueos) que se encuentran registradas en la mente inconsciente, la cual funciona como una central registradora de eventos a través de los tiempos, pueden ser alcanzados por diferentes técnicas psicoterapéuticas. Aún las técnicas de psicoanálisis y de libre asociación son proyectadas para recuperar esas memorias. A nivel celular el “bloqueo” sería explicado por las restricciones que actúan para evitar ciertos patrones de disparo específico adecuadas a memorias específicas a ser alcanzadas.

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Existen técnicas, como terapia de drogas, hipnosis o análisis, que liberan esas restricciones. Cuando aplicadas, posiblemente disminuyen la ansiedad, fenómeno que a nivel neurobiológico se refleja en actividad de células en regiones específicas del hipotálamo y del sistema límbico, células que ahora se tornan más conocidas por su control de tales aspectos del comportamiento. Cuando puede ser removido el control desencadenado por la acción de esas células y cuando el paciente es colocado en un estado de tranquilidad o de relajación o estado específico de conciencia, la presión de la información sensorial que llega al cerebro es reducida. Aquí estas células cerebrales serían accionadas por el disparo de sus propios mecanismos sinépticos y el paciente ¡”...entra en estados específicos que completarán sus cursos desencadenando secuencias de memorias de otro más reprimidas” (“El Cerebro Conciente”, Steven Rose, Editorial Alfa y Omega, 1984, pág. 292). El propio conciente puede crear mecanismos de defensa, alterando las informaciones afloradas del inconsciente, que se manifiestan entonces en forma de símbolos, cuando son bloqueadas por censuras internas, represiones, complejos de culpa, rechazo u otros. Puede ocurrir también, en el proceso regresivo, la interferencia de entidades espirituales inferiores, perturbando la vigencia de la regresión. En este caso se recomienda encaminar al paciente a un centro parapsicológico bien orientado para hacer un tratamiento de desobsesión, antes o concomitante al tratamiento regresivo. Cuando el proceso pasado de la vivencia traumática ocurre sin acompañamiento de contenido emocional significativo, el paciente está pasando por un proceso de retrocognición, en el cual hay solamente el registro de determinados hechos pasados, como si recibiese apenas noticias, sin liberación de emociones. Durante la regresión, el paciente entra en un estado específico de conciencia en el cual consigue vivenciar con mucha nitidez y realidad los hechos experimentados a nivel físico, emocional y psíquico. A veces, esos recuerdos afloran en forma de vivencias muy nítidas, claras y precisas, relacionando hechos, nombres, personas, lugares, que dan al paciente la certidumbre de que esos eventos son reales. Otras, llegan a presentar sintomatologías clínicas y sensoriales relacionadas a la experiencia vivenciada (crisis alérgicas o de asma, epileptiforme, desmayos, lipotimia, o aún sensaciones de odio, venganza, susto, sorpresa, miedo, inseguridad, rechazo, soledad, desesperación, fuga, dolor, calor, frío, parálisis, peso, etc.); otras veces la vivencia se presenta en forma pictórica, como si estuviese impresa sobre una tela mental, o una pantalla de cine o televisión, otras veces aflora en forma de recuerdos que llegan de modo intuitivo, más lento o como un “insight” de aparición brusca. Pueden también ocurrir lapsos de memoria, donde el paciente pudo recordar datos más precisos, como su propio nombre, el lugar donde vive, etc. Puede haber una mezcla de estas formas de vivencias con o sin predominio de una de ellas. Muchas veces el paciente llega a tener dudas de si lo que él está vivenciando sería fruto de su imaginación o fantasía o dramatización, o creaciones mentales, o hasta una crisis histérica o un delirio esquizofrénico. Según Morris Netherton y Edith Fiore, ese temor no tiene mayores significados,

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pues lo importante es conseguir la cura del paciente, y eso en general ocurre en menor tiempo que en las terapias convencionales. Aquí el terapeuta debe animar al paciente a dejar que las ideas afloren a su mente conciente, sin temor, sin censura, sin represión, transmitiéndole seguridad y el apoyo que debe tener en un consultorio. A veces, a partir de imágenes simbólicas o hasta de contenido mental supuestamente imaginario, surgen una serie de otros hechos que el paciente puede ver, oír o sentir, y desencadenar auténticas vivencias. En la experiencia de varios terapeutas que trabajan desde hace muchos años con las técnicas regresivas, no afloran en las regresiones “altas” personalidades, como reyes, reinas, príncipes, sino más frecuente es el afloramiento de personalidades inexpresivas en el contexto social. Las vidas revivenciadas no obedecen a una secuencia cronológica. Las vivencias son apenas de hechos traumáticos de vidas anteriores y no de toda una encarnación, lo que aleja la preocupación de que enemigos de vidas pasadas puedan agravar o continuar tal enemistad. Considerándose método, como “un conjunto ordenado de técnicas o procesos necesarios para alcanzar determinado fin o resultado”, se desprende que el método utilizado por esta terapia es la regresión del paciente a etapas anteriores de su vida (prenatal, nacimiento y vidas pasadas). Considerándose “técnica”, como “un conjunto de medios o procesos correctos para ejecutar las operaciones de investigación o desarrollo de determinadas áreas del conocimiento”, pueden ser utilizadas en TVP diversas técnicas, tales como las de Morris Netherton, Edith Fiore, M. Julia P. Peres, hipnosis clásica, control mental, método “Cristos”, etc. Concluyendo, acompañamos el pensamiento de la doctora Edith Fiore en el último párrafo de su libro “Usted ya estuvo aquí”: “Cierta es la doctrina de muchas de las principales religiones del mundo: somos la suma total de todo lo que fuimos hasta ahora, a través de las vidas sucesivas”. Contamos ahora con el enfoque científico-terapéutico dado a la reencarnación, con un instrumento psicoterapéutico más para curar o atenuar numerosos procesos mórbidos vigentes en la patología humana. Y ahora consideremos algunas reflexiones particulares. En primer lugar, el lector avisado podría oponer dos explicaciones alternativas para el abordaje hipnótico de las supuestas vidas pasadas. Una de ellas, estrictamente psicológica. La otra, de naturaleza parapsicológica. La primera diría que las fobias del sujeto tendrían explicación por situaciones traumáticas atravesadas en la niñez. Lo que tomamos por vida pasada sería una “dramatización” inconsciente, estimulada por lo que se espera del sujeto en sí, esto es, que forzosamente relate una vida anterior. Tal aproximación sería aceptable para explicar la vivencia de esa vida, pero no para resolver su situación o aportar una solución, ya que si la regresión no encuentra el origen de la fobia en esta vida, y la historia clínica del sujeto –especialmente si podemos rastrearla hasta su primera infancia- ratifica esto, entonces se hace cuesta arriba admitir la hipótesis de la “dramatización”. En el segundo caso, es decir, buscando una explicación parapsicológica, podría apelarse a la retrocognición o “clarividencia hacia el pasado”: el sujeto

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ejecuta una clarividencia (conocimiento instantáneo sin el uso de los sentidos físicos, la memoria o la hiperestesia indirecta) hacia momentos cronológicos anteriores, o sea, algo así como una premonición al revés; el individuo “sabe2 lo que pasó a una hora, un día o siglos antes sin tener acceso por otra vía a esa información. Y si bien la retrocognición explica muchos casos de supuestas “encarnaciones” anteriores, no sirve para dilucidar el efecto terapéutico de la TVP; una persona puede protagonizar novelísticamente la información que percibe por retrocognición, de forma tal de aparentar una vida anterior sobre los datos pertenecientes a otra que, en el pasado, transitó por este mundo; pero no puede “curarse” de los traumas de otro, además de los considerandos ya aportados sobre la presencia o no de cargas emocionales asociadas a la vivencia de esos hechos del pasado. La explicación meramente psicologista encuentra también otro obstáculo, tal como es el hecho de que si el relato bajo regresión hipnótica es cotejado en una investigación a fondo y resultan ser ubicables temporal y geográficamente, aquella cae así ante la fuerza de los hechos. Una objeción que suele hacerse con frecuencia a los reencarnacionistas es la que nace del crecimiento demográfico de la población del planeta (y, por extensión, del Universo). Se supone que los “espíritus” (empleo este término sólo para que la cuestión sea entendible) de los pocos millones de habitantes de la Tierra hace una determinada cantidad de milenios deben necesariamente reingresar en los cuerpos de otros tantos de millones de habitantes actuales, en consecuencia, cabe preguntarse que pasaría con todos los otros miles de millones de habitantes del mundo que, de ser así, nacerían sin espíritu. A ello pueden oponerse dos teorías: a) o bien entender que los “espíritus” que encarnan no deben necesariamente

ser sólo de este planeta, con lo cual el proceso de trasmigración no encontraría límites espaciales, o

b) si el “espíritu” es emanación del “alma” de una Conciencia Cósmica (“Dios” puede ser su nombre, si así ustedes lo desean) su número, como tal, es ilimitado. Así como el Misterio de la Trinidad dice que Dios es Uno y Trino a la vez, su partícula en el hombre (la “mónada divina” de Leibnitz) no se vería así circunscripta cuantitativamente. Razonemos: si todo es el Todo, las nuevas generaciones no pueden surgir de la nada; necesariamente deben hacerlo de ese Todo. Y si el mismo tiene la materia suficiente para que, manifestada de las formas más disímiles, pueda eventualmente llegar a materializar nuevas generaciones de seres humanos, nada se opone a que su contraparte psíquica y/o espiritual también se multiplique las ocasiones que sean necesarias.

Se entenderá mejor este concepto ejemplificándolo de la siguiente manera. Consideremos el Universo un gran receptáculo o un tanque: a los seres vivos como tantos otros pequeños recipientes distribuidos en su interior y a lo mental o espiritual como una determinada cantidad de pequeñas esferas: en la medida en que a cada recipiente le corresponda una y sólo una pelotita tendremos entonces una cierta cantidad de seres vivos con alma o conciencia dentro de

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ese universo, pero si aumentara la cantidad de recipientes y se mantuviera fija la de esferitas llegaría un momento en que algunos de los primeros se quedarían sin las segundas. Tal es el caso de considerar la crítica a la reencarnación en base a un número constante de mentes que se suceden en distintos cuerpos. Pero si en lugar de “esferas-mente” tuviéramos una masa de líquido (un “líquido-mente” dentro del Gran Tanque) pues sólo la limitada capacidad del tanque-universo pondría tope a la cantidad de cuerpos-recipiente que pudieran caber, todos los cuales y cualquiera fuera su número estarían sumergidos por igual (y gozando de las posibilidades) de aquél líquido-mente.

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CAPITULO XV

EVIDENCIAS COMPLEMENTARIAS

La “memoria” sobrevive a la muerte Una sorprendente comprobación, que la “memoria” de una molécula puede sobrevivir a la desaparición de ésta, está conmoviendo al mundo científico. El biólogo francés Jacques Benveniste explica el descubrimiento que tiene perpleja a la comunidad científica internacional con la siguiente comparación: “Es como si a uno se le cayera la llave de arranque del auto en el río Sena, en el centro de París, tomara después unas pocas gotas de agua del mismo río doscientos kilómetros corriente abajo y pudiera hacer arrancar el auto con esa agua”. El biólogo y un equipo de trece científicos canadienses, israelíes e italianos han descubierto que una molécula diluída hasta que deja de existir puede comportarse como si aún estuviera presente y que el líquido de la dilución conserva la “memoria” de la molécula. El hallazgo, que da por tierra con todo el conocimiento molecular aceptado actualmente, es tan sorprendente para el mundo académico que el equipo ha estado tratando de encontrar una falla a su propia comprobación desde hace ocho años, pero los estudios llegan siempre a la misma anonadante conclusión. Los resultados han reconfortado a los partidarios de la medicina homeopática, quienes nunca supieron exactamente de qué manera diminutas cantidades de sustancias naturales como la belladona y el opio pueden tener propiedades curativas. Muchos científicos han manifestado que no hay evidencias de que productos utilizados en medicina homeopática pueden curar enfermedades, pero los partidarios de esta práctica señalan que el nuevo descubrimiento podría demostrar que los productos conservan la “memoria” de sustancias curativas. “Si hasta ahora había alguna certeza en nuestro universo biológico, era que para cada función existía una molécula que le correspondía. Nuestros estudios evidencian la existencia de un efecto de tipo molecular en ausencia de la molécula”, destacó Benveniste. Este científico inició su investigación en 1985 con un interrogante relativamente simple: ¿podría demostrarse que los medicamentos homeopáticos –producidos con sustancias naturales en lugar de drogas manufacturadas en laboratorios- tienen un efecto biológico sobre las personas?.

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Para encontrar la respuesta se diluyeron moléculas hasta el máximo grado posible, diez elevado a la centésima sexagésima potencia. La cantidad de partículas que hay en el universo es igual a diez a la sexagésima potencia. Según la Ley de Abogador, una molécula deja de existir cuando ha sido diluída en la proporción de diez a la vigésima tercera potencia. La labor del equipo investigador representa la primera vez que se sugiere que una molécula podría tener una memoria biológica independiente. Benveniste publicó los resultados de sus estudios en 1985, y ellos indicaban que los productos homeopáticos podrían tener un efecto perceptible sobre el organismo humano, desatando de paso una polémica entre los oponentes y los partidarios de los controvertidos medicamentos. El respetado periódico científico “Nature” decidió publicar en su edición de junio de 1988 los resultados del trabajo en equipo, pero con una inusual “reserva editorial” en la que consignaba que el resultado del trabajo era tremendamente controvertido. En un editorial titulado “Cómo creer en lo increíble”, “Nature” advirtió que Benveniste había aceptado que otros biólogos viajen a París para estudiar el descubrimiento. El especialista, de cincuenta y tres años, indica que no se siente complacido al tener que publicar los resultados de sus investigaciones cuando aún no se sabe qué produce la reacción a pesar de la aparente desaparición de la molécula. Otro factor inexplicable es que el experimento es sólo exitoso si el líquido con que se efectúa la dilución es agitado vigorosamente. El ganador del premio Nobel de Química Jean-Marie Lahan declaró durante una entrevista para el diario “Le Monde”: “Estos resultados son inquietantes, muy inquetantes”. “No veo de qué manera en biología, habiendo desaparecido una molécula, puede transmitirse información que estaba contenida en ella”, agregó. “Si estos resultados se confirman –y ello no es imposible aunque las probabilidades sean muy exiguas- pondrán en tela de juicio toda la base sobre la cual se asienta el conocimiento molecular”, destacó Lahan. Como se comprenderá, este descubrimiento –que sí reúne todas las credenciales exigibles por el ambiente académico científico- es invalorable a la hora de fundamentar la sobrevivencia a la muerte, ya que si una molécula –entidad física- no solamente demuestra así una correspondencia energética inherente sino, más aún, señala la extensión cualitativa y cuantitativa en lo temporal que la misma acusa, se hace difícil negar tal acerto. Pues el descubrimiento de Benveniste demuestra que la “memoria” (en el sentido energético del término) no sólo continúa existiendo después de la desaparición física de aquella (su muerte) sino que amplifica su efecto a través del tiempo y a través del espacio y la materia. Dicho de otra forma, esta condición se opone a la destructiva Ley de Entropía, conformando un ejemplo destacable de Negantropía y, si se quiere, de evolución post-mortem. Y si una sencilla –estructuralmente hablando- molécula presenta tal efecto, ¿qué no puede esperarse de esa concepción holística cuerpo-mente, ese complejísimo y sutil entramado orgánico, energético y emocional que llamamos “ser humano”?.

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CAPITULO XVI

UNA REIVINDICACIÓN DE LA ASTROLOGÍA

Una de las razones habitualmente esgrimidas por los escépticos para denostar a la ciencia astrológica es, aunque parezca un mero juego de palabras, precisamente lo que emana de las líneas que anteceden, es decir, que ningún concepto de cientificismo puede compatibilizar con las propuestas astrológicas. De hecho es extremadamente difícil encontrar, por lo menos en los estratos académicos del “establishment” científico, un profesional que acepte dedicar cierta dosis de duda racional –o debería decir “razonada”- a esta disciplina, y si bien el primer pecado de tales denostadores pasa por su absoluto desconocimiento de textos, fundamentos, filosofías y técnicas astrológicas, se suele decir que el mismo despropósito de su existencia invalida cualquier merecimiento de atención que pudiera brindársele. En realidad, deberíamos convenir que sólo merece considerarse una actitud respetable –intelectualmente hablando- el rechazar una propuesta cuando la misma ha sido debidamente examinada y se han señalado, más allá de toda duda posible, sus errores metodológicos. Y, en consecuencia, sólo quien se haya especializado en una determinada técnica tiene derecho a señalar los errores –reales o supuestos- de la misma, precisamente porque la conoce hasta sus mínimos detalles. Consideremos, como ejemplo, otra rama del saber cualquiera: por ejemplo, la Medicina. Si de hablar de sus desaciertos se trata –y, en lo que respecta a la occidental y alopática, vaya si los tiene- seguramente estaría muy mal visto que se dedicara a criticarla un astrónomo, un botánico o un físico. Sólo los médicos tienen derecho a hablar (bien o mal) de la misma. Es obvio. ¿Es obvio?. Con la Astrología vemos que ello no ocurre, ya que astrónomos, matemáticos, médicos, cualquier doctorado se cree habilitado para opinar –generalmente en forma pésima- sobre la misma. Y si se me permite, no creo que realmente aquellos sepan mucho sobre el tema. Tomemos el caso de los astrónomos. Su conocimiento de las características físicas y comportamiento mecánico de los astros no los habilita para incursionar en un terreno netamente esotérico –en el buen sentido de la palabra- como es el que nos ocupa. Ya que si bien algunas de sus afirmaciones son ciertas poco le hace a la Astrología correctamente entendida. Es cierto, como ellos suelen señalar, que las constelaciones no son las mismas hoy que hace cinco mil años por lo que, por ejemplo, el Aries de aquél entonces corresponde estelarmente al Tauro de hoy y así sucesivamente, como consecuencia natural de la precesión de los equinoccios. También es cierto que los planetas –salvo el sol y la Luna, el primero por su masa y la segunda por su proximidad- no influyen ni gravitatoria ni energéticamente en

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los seres humanos; bien decía Carl Sagan que, en el aspecto gravitatorio, seguramente influía en un recién nacido más la masa del médico obstetra que la de Marte, por caso. Y que aún en el caso de la influencia de un planeta cualquiera sobre el ser humano, determinadas condiciones planetarias deberían afectar a todos loas hombres exactamente por igual, y no favorablemente a unos y desfavorablemente a otros, según el momento y lugar de nacimiento de cada uno. Así, si Marte –para seguir con el ejemplo- está “mal aspectado” debería estarlo por igual para todos los seres humanos, si de influencias físicas o energéticas se trata, y no acentuadamente para tal o cual signo. Pero en realidad debemos convenir que tales críticas sólo son aceptables si se desconocen los verdaderos fundamentos de la Astrología cosa que por cierto es en la que incurren muchos supuestos cultores de esta disciplina; lo que quizás explique los graves errores que en nombre de aquella se cometen reiteradamente. Claro que, al igual que en muchos otros campos del saber humano, en esta ocasión la culpa no es de la Astrología sino de los astrólogos. O, al menos, de algunos de ellos. Esto se comprenderá más fácilmente en el momento de explicar que la filosofía hermética de la arcana Astrología enseña que cuando se habla de Marte, Luna, Mercurio, etc., en realidad no se está hablando de los cuerpos físicos que conocemos astronómicamente con tales nombres, sino de sus correspondencias simbólicas expresadas –si ustedes gustan de los términos psicologistas- en el Inconsciente Colectivo de la humanidad, basándose en el Principio de Correspondencia, piedra basal de la estructura intelectual ocultista. Según el mismo, como escribiéramos anteriormente, el Universo es una multiplicación de sucesiones holísticas; lo que es lo mismo que decir que la parte de un Todo es igual, microcósmicamente hablando, a ese Todo. Así, como he analizado en otra parte, toda la naturaleza tiende a demostrar que cada elemento se refleja en mayor o menor proporción en el sistema que le rodea pero del cual es también parte indivisible: la palma de la mano refleja su vida, su carácter y su salud, esta última también visible en la planta del pie (“reflexología”) o en el pabellón de las orejas (“auriculoterapia”) y, a fin de cuentas, así como el sistema en el que vive el hombre (la Tierra) es un setenta por ciento agua y un treinta por ciento materia sólida, él mismo es también un setenta por ciento líquido y el resto materia sólida. Como la moderna psicología ha demostrado, el Inconsciente Individual de cada habitante del planeta, más allá de acumular y reflejar las vivencias particulares de cada persona, forma parte de un gigantesco entramado que conocemos como Inconsciente Colectivo. La Ley de Correspondencia enseña que no sólo los arquetipos del Inconsciente Colectivo se reflejan –corresponden- con los del Individual, sino que también todo lo que existe físicamente en el Universo debe existir en otros planos, tales como el astral –sobre cuya hipotética realidad hemos discutido en otro punto- el energético y –atención- el psíquico. De manera tal que el Inconsciente Colectivo contiene también imágenes arquetípicas, simbólicas, que se corresponden con la naturaleza –esotéricamente hablando- de Marte, Mercurio, etc. Esto se

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comprenderá mejor si retornamos al evidente ejemplo de los cuatro elementos constituitivos del mundo: Aire, Agua, Tierra y Fuego. Según enseñaban los antiguos Maestros, todo cuanto conocemos se compone de cuatro elementos y sólo esos cuatro ya indicados. Podemos cometer el grosero error de pensar que esos filósofos creían que la tierra, el agua, el aire y el fuego formaban al mundo, y así caeremos en el olvido de que ellos en realidad se referían a categorías en las cuales esos elementos llamados “tierra” (si pensamos en la que pisamos), “agua” (la que fluye por los ríos), “fuego” (el de la hoguera) y “aire” (el que respiramos) no son en realidad sino la expresión más grosera, más material, de unos cuatro primeros principios elementales de los que esos gases, líquidos o materias son apenas una de sus manifestaciones. Así, cada elemento representa en realidad un conglomerado de conceptos o, más correctamente, entes teleológicos. Por ejemplo, al “fuego” se asocia, sí, el fuego de los fósforos, pero al “fuego” corresponde también el abstracto concepto de “peligro”, algunos signos zodiacales (Aries y Leo, por ejemplo), el color rojo, ciertas notas musicales, etc. De esta manera, el Marte al que se refiere la Astrología en una circunstancia dada, es a la correspondiente simbólico-astrológica propia del Inconsciente Colectivo y proyectado microcósmicamente en el Inconsciente Individual del sujeto de referencia, del Marte astronómico. En el momento del nacimiento, la carta natal establece cuál era el aspecto del cielo en ese punto del continuun espacio-temporal que es original y con características propias e irrepetibles pues, por caso, sólo habrá un Juan Antonio Pérez nacido en buenos Aires el 17 de setiembre de 1944 a las 05.33 hs y sólo uno. Habrá otros Juan Pérez, u otros individuos nacidos en ese lugar o ese momento, pero sólo uno que reúna todas esas características. En consecuencia, la matriz astrológico-simbólica inmanente al Inconsciente Colectivo (reflejo correspondiente y microcósmico, recordemos, de los aspectos físico-astronómicos que el Universo que nos rodea va adoptando en ese momento) coexistente en ese punto, se proyecta holísticamente al Inconsciente Individual del bebé. En consecuencia, las variaciones sidéreas del cosmos provocarán variaciones semióticas en el Inconsciente Colectivo y las correspondiente en el Inconsciente Individual de cada hombre, modificadas por la variable particular de la matriz astrológica del momento de nacimiento, redundarán en conductas (provocadas obviamente por motivaciones, aunque en este caso no de índole vivencial personal) diferentes para cada sujeto. De allí otra correspondencia: si bien idénticos signos tienen, a “grosso modo”, posibilidades parecidas (como las biotipologías humanas indican respuestas psicológicas similares), los detalles de un horóscopo (situación de la Luna, aspectaciones, planetas retrógrados, etc.) implican eventos con apreciables diferencias (como la educación, el arrastre cultural y otros contenidos hacen que dos biotipologías no discurran necesariamente por los mismos caminos). De todo esto se desprende la clave fundamental de la Astrología que no supo ser comprendida, insisto, aún por muchos astrólogos: nuestro campo de estudios se alimenta de datos astronómicos, pero concluye sobre procesos simbólicos y psicológicos.

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En este sentido, entonces, hasta los aspectos más burdamente criticados de la Astrología adquieren la fuerza de la verdad: es egocéntrica en una época donde este concepto ptolemaico está completamente caduco y es correcto que lo sea ya que para el hombre, psicológicamente hablando, él es el mismo centro del universo. Es determinista en la medida que, como enseña la Psicología, los impulsos y vivencias básicas del individuo inclinan su existencia en un determinado sentido, requiriéndose un esfuerzo no menor al necesario para variar la presión de las estrellas para oponerse a su tendencia. Por otra parte, la crítica enunciada al principio, en el sentido de la retrogradación de las constelaciones zodiacales carece de aplicación en el tema que nos interesa ya que, aunque este dato importantísimo sea ignorado aún por la mayoría de la gente (defensores o detractores), signo zodiacal y constelación zodiacal no son la misma cosa. En efecto, mientras que una constelación es un agrupamiento hipotético de estrellas que conforman (con mucha imaginación, ciertamente) una figura en el cielo, y es dicha constelación zodiacal cuando se ubica sobre la circunferencia de la eclíptica (o ruta aparente del Sol en el cielo), un signo zodiacal es un espacio vacío de treinta grados a ambos lados del eje de rotación del plano de la eclíptica. Las constelaciones, en consecuencia, pueden variar, retrogradar por el movimiento de precesión de los equinoccios, cambiar su configuración o su cantidad. De hecho, es lo que ocurrió recientemente con el “descubrimiento” de una nueva, la Araña, y que llevó a que los improvisados de siempre hablaran y escribieran sobre la “hecatombe de la Astrología a la que al haberle aparecido un nuevo signo, echa por tierra las especulaciones sobre los otros doce” y que, como vimos, nada tiene que ver con los signos clásicos, ya que estos, al ser espacios “en blanco” en el firmamento, permanecen constantes. El hecho de que constelaciones y signos lleven los mismos nombres se debe a la coincidencia espacial que tuvieron en los albores de esta disciplina, seis mil años atrás, y que facilitaba su identificación. Indudablemente, reconsiderar las enseñanzas, métodos y conclusiones de la Astrología a la luz de estas consideraciones modificaría, susceptiblemente, el punto de vista habitualmente escéptico y dogmático con que la comunidad científica observa estos conocimientos.

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CAPITULO XVI

“CASUALIDADES” SIGNOS Y SÍMBOLOS DE LO TRASCENDENTE

El rey Humberto I de Italia llegó apresurado con su comitiva a la cena en ese restaurante de Monza. Una apretada agenda aún quedaba por cumplir en las horas siguientes –una velada de gala privada- y no tenía demasiado tiempo para otras distracciones. Era el veintiocho de julio de mil novecientos y la situación política era lo suficientemente tensa como parea no perder el tiempo en desaprovechar estos pequeños respiros. Pero a los pocos minutos de sentarse a la mesa, la observación de un integrante de su custodia lo galvanizó: el propietario del local, que se había acercado para presentarle sus respetos, era físicamente idéntico a él, un verdadero sosías. Trabados en conversación, comenzaron a sucederse otras coincidencias que apasionaron a los presentes: el gastronómico también se llamaba Humberto, había nacido en Turín –ciudad en que vio la luz el príncipe- el mismo día y, al igual que Su Alteza, su esposa se llamaba Margarita. Se habían casado el mismo día y la víspera de ser coronado Humberto I el padre del propietario actual del salón había fallecido, legándole el negocio. Coincidencias tan sorprendentes no podían dejar de inquietar al rey, quien invitó a su homónimo a visitarle en palacio unos días después para seguir conversando sobre el particular. Pero el curioso encuentro nunca pudo concretarse: a la mañana siguiente, la bomba arrojada por un terrorista terminó con la vida de Humberto I. Horas más tarde, el otro Humberto era asesinado por dos delincuentes que penetraron en su local. Una de las especies más extrañas de peces es la conocida como “pez mariposa”. Habita casi con exclusividad en las costas del Mar Rojo y frente a los puertos árabes. Entre las características peculiares de su constitución física figura el extraño diseño en su cola, que es así: No muy lejos de sus dominios, en tierra firme musulmana, los humanos que la habitan, en su mayoría mahometanos, viven murmurando como un sonsonete, decenas de veces al día, la frase “No hay otro Dios que Alá”, frase que en árabe se escribe, por supuesto, como: En 1964 un accidente con fortuna llenó páginas de los periódicos de Detroit, Estados Unidos. Un niño de un año de edad cayó desde el cuarto piso de un edificio al descolgarse por una ventana ante el descuido de sus padres,, pero milagrosamente salvó su vida al caer sobre un desprevenido transeúnte llamado Joseph Fybed. Exactamente un año más tarde, el mismo niño cayó nuevamente de la misma ventana y, otra vez, sobrevivió porque un paseante actuó de colchón salvavidas. Era Joseph Fybed.

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Miembro de la Cámara de los Lores británica, Sir Edmintby Godfry fue asesinado el veintiséis de noviembre de mil novecientos once en una comunidad llamada Greenberry Hill. Sus asesinos, posteriormente caspturados, juzgados y ejecutados en la horca, se apellidaban Green, Berry y Hill. Anthony Hopkins es un actor inglés de larga y reconocida trayectoria en la cual, seguramente, su papel como el psicópata psiquiatra Hannibal Lecter en “El Silencio de los Inocentes” es tal vez el más popular en los últimos años. Pero algunos hechos extraños jalonan su vida. Como el que le ocurriera a principios de los años ’70, en que una compañía de teatro le propone llevar “La chica de Petrovna”, de George Feifer, a la televisión. Interesado en la propuesta y una semana antes de tomar contacto con el autor para charlar los detalles, trata de conseguir por todo Londres un ejemplar de la obra, sin éxito. Desmoralizado, cierto día en que esperaba el subterráneo en la estación de Leicester Square, observa un libro abandonado sobre un asiento. Al recogerlo, descubre que es un ejemplar de “La chica de Petrovna”, autografiado por el propio Feifer. Charles Francis Coghlan era un actor dramático norteamericano nacido en 1866 en la isla Prince Edward, en el golfo de San Lorenzo. En 1899, mientras se encontraba de gira artística en Texas, una repentina fiebre hemorrágica acabó con su vida. Fue sepultado en el cementerio local, pero no pudo descansar en paz por mucho tiempo; en septiembre de 1900 un huracán arrasa el cementerio y entre las numerosas tumbas que destruye y cuyos féretros arroja al mar, se encuentra el de Coghlan. Las piadosas búsquedas de las autoridades para recuperarlo y darle nuevamente sepultura fueron vanas. Ocho años después, los atemorizados aldeanos de la isla Prince Edward, a 5600 kilómetros de distancia por mar, contemplan azorados como las olas arrojan a la costa un ya podrido ataúd. Era el de Charles Francis Coghlan, que por fin regresaba a casa. El papa Paulo VI compró en 1923 un despertador que llevó siempre consigo, en sus múltiples viajes y mudanzas. Durante decenios, la preciada pieza de relojería sonó invariablemente a la seis de la mañana, hora en que el pastor de los católicos iniciaba su jornada, hasta que en los primeros días de agosto de 1978 pareció descomponerse. Llevado al relojero de confianza, descansó en uno de los tantos anaqueles hasta que, sin que nadie siquiera se aproximara a él, comenzó espontáneamente a sonar el día 6 a las 21.40 horas. En el preciso momento en que, a algunos kilómetros de allí, Paulo VI moría. El idioma inglés puede producir combinaciones muy graciosas en nombres y apellidos. Como el muy común Brown (“marrón”) o Shoemaker (“zapatero”). Pero tiene colmos que lo superan; si no, que lo diga el doctor Donald Tripplet (“Tripplet” en inglés significa “triplete” y, por extensión, “trillizos”), conspicuo obstetra neoyorquino a quien, contra todo cálculo de probabilidades, le tocó

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atender tres partos de trillizos (y ninguno de mellizos, cuatrillizos o cualquier otro número) en su carrera profesional. Escritor y filósofo, Arthur Koestler siempre recordó su desconcierto al descubrir, hojeando viejos periódicos, la tétrica historia que en el verano de 1884 protagonizaron dos sobrevivientes del naufragio de la yola “Mignorette”, cuando el grumete Richard Parker, luego de largas semanas de boyar en un bote a la deriva, fue golosamente devorado por su compañero de infortunio que así sobrevivió. La historia, pese a ser terrible, no merecería ocupar lugar en estas páginas si no repitiera puntillosamente los hechos ficticios relatados por Edgar Allan Poe veinte años antes en un cuento donde coincide hasta el nombre del antropófago: Arthur Gordon Pym. Durante más de veinte años la familia Bithell, de Portsmouth, Hampshire, sostuvo un almacén de ramos generales. Durante más de veinte años, un cartel pintado cuidadosamente sobre dos cartones adheridos entre sí y colgado ante un escaparate, rezaba: “Cerrado los miércoles”. Eso, hasta que un día indicaron a una de las hijas, Hielen, que lo descolgara para hacer uno nuevo, porque estaba sumamente deteriorado y porque, tras el reciente casamiento del hermano mayor y su reciente incorporación como encargado del establecimiento, otro iba a ser el día semanal de descanso. Al desarmar el cartel, una de cuyas caras era el reverso de una vieja fotografía hallada en el local antes de ser inaugurado, se descubre que en la misma aparece, entre familiares, la pequeña Sheila, hoy cuñada de Hielen y, como ya habrán adivinado, esposa de Steve, el hermano mayor. Oriundo de Louisville, Kentucky, George D. Byson se encontraba de paso por motivos de negocios pòr primera vez en octubre de 1937 en Nueva York. Al azar casi, elige el Hotel Brown para pasar la noche, y al anotarse en recepción, en plan de bromas, pregunta si no habíoa recado para él. Lo había. Era una carta destinada a otro George D. Byson, al igual que el “nuestro”, alojado un año atrás también en la misma habitación, la 307. Hay suertes y suertes, pero algunas son desgracias cósmicas. Como la que le ocurrió a Charles Barnaby, un oscuro ladronzuelo de Yorkshire que arrebató en septiembre de 1967 la cartera de una dama a metros de un hotel, donde, advirtiendo una respetable multitud, entró corriendo para confundirse en el gentío... y descubrió a su pesar que se trataba de una convención de policías. En 1968, la muy acreditada Sociedad Real para la Prevención de Accidentes realizó su simposio anual en la localidad de Arrógate, Inglaterra, pero debieron suspender las sesiones en la tarde del primer día. Se les derrumbó encima parte del techo del salón. A los alumnos del colegio Keep Hatch, de Workingham, Berkshire, Inglaterra, más vale no hablarles de UFOs, que no son OVNIs sino Unidentified Flying Omelettes (“Tortillas de huevo voladoras no

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identificadas”) desde que en 1974, en una tarde soleada, sin nubes, aviones ni globos, de algún lugar del cielo llovieron ingentes cantidades de huevos de gallina que dejaron el patio de recreos hecho un desastre. A propósito, Keep Hatch se traduce como “seguir empollando”. A fines de 1967, el agente de policía Peter Moscardi, neoyorquino y recientemente incorporado a su comisaría, da el número telefónico de su oficina a un amigo para hablarse antes de las fiestas de fin de año. Sin darse cuenta, equivoca el número correcto (40116) facilitándole el 40166. Una semana después, en una ronda nocturna, descubre que la puerta de un establecimiento textil se encuentra abierta a hora tan impropia como aquella. Entra extremando las precauciones, cuando lo sobresalta el insistente timbre del teléfono. Decide atender (en la presunción de tratarse de personal del lugar para que concurrieran a cerrarlo como correspondía) para descubrir, claro, que era su amigo que llamaba para saludarlo. Porque, como era de esperarse a esta altura del relato, el número de teléfono del local era el 40166. Carol Alsjough se levantó muy temprano esa mañana del 9 de febrero de 1979. Después de despertar a su hermana y su cuñado, se dirigió a la cocina de la casita que poseían en Grand Rapids, Michigan, Estados Unidos, a preparar el desayuno. Pero estuvo absorta largos minutos observando un extraño carámbano de hielo que colgaba del marco de la ventana, producto de la helada de la noche anterior. Extraño porque reproducía con absoluta fidelidad una mano derecha, sus cinco dedos bien proporcionados, uno oponible como el pulgar. Corrió a buscar su cámara fotográfica, tiró un par de placas y de pronto un grito la paralizó: su hermana entró segundos después en la cocina, la mano derecha sangrante envuelta en una toalla con la que intentaba restañar la herida hecha al resbalar en el baño y caer sobre un frasco de vidrio. ¿Cuál es el sentido de estas líneas?. Como el lector recordará, oportunamente hemos hecho especial hincapié en las llamadas Leyes fundamentales del Universo. Una de ellas era la así denominada Ley de Causalidad. Y por mucho que hipoteticemos sobre la misma, por muy coherente que aparezca a la cosmovisión ocultista, la certeza de su existencia debe documentarse en hechos. Desde estas páginas, desafiamos a cualquier pensador racionalista a explicar por la teoría de la probabilidades (y en consonancia con el principio de economía de hipótesis) los ejemplos aquí expuestos. Que no son extraños a una generalidad, ya que decenas del mismo tenor obran en nuestros archivos y no lo volcamos aquí sólo para no aburrir innecesariamente al hasta ahora paciente lector. Este resumen de eventos anómalos nos remite a un concepto muy caro al Ocultismo contemporáneo: los así llamados S.P.A.: Signos Precursores de Acontecimientos. Hechos cargados de simbolismo, signos inequívocos de un metalenguaje con el que alguna entidad superior trata de decirnos algo.

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CAPITULO XVIII

LUZ Y SOMBRA DE DIOS Y SATÁN “... y Dios dijo: “Hágase la Luz”. Y la Luz se hizo”... “En el principio, el espíritu de dios flotaba sobre las aguas, y era Padre, Verbo y Espíritu Santo...”. Bíblicamente es reiterativa la mención del sonido, motivado inteligentemente como energía generadora de formas, de pensamientos, de obras. En Oriente, el concepto de “mantram”, palabra que significa “oración”, habla de la seguridad de civilizaciones milenarias en el poder espiritual de ciertas modulaciones de sonidos. Y vivimos –todos- en un universo que es eso; uni-verso. Un solo sonido. Un solo sonido. Expresión que deberá remitirnos a la Ley del Mentalismo, pero que aquí adquiere otra dimensión, el comprender que el sonido como tal es vibración, oscilación. Y el Todo (materia)+(energía)+(plasma), vibra permanentemente. Todo, cualquier cosa, mis manos que teclean frente a mi PC o la tecla contra la que cae con fuerza mi dedo son, en un nivel infinitesimal, sólo vibraciones. Energía vibratoria es la que nos bombardea, nos da vida o nos mata. Y estudiando las vibraciones, comprendemos como éstas también definen un “ascenso de nivel” evolutivo en la naturaleza o, si se quiere, una expresión cada vez más sutil de ese principio cósmico a que –otra vez- debemos referirnos en la Ley del Mentalismo. En consecuencia, estudiemos las progresiones vibratorias, atendiendo a los principios herméticos que dan la sacralidad de ciertos números, y rozaremos un conocimiento que algunos, sin duda, calificarían de peligroso. La negantropía –negación de la Ley de entropía- habla de la importancia del crecimiento geométrico (duplicación de toda cifra anterior) para definir una estructura sinergéticamente coherente. Así, vemos en la siguiente tabla como todas las vibraciones que existen a nuestro alrededor son agrupables en “grados”, cada uno, duplicación del anterior: 1ª grado: 2 osc.p/seg al 3º grado: 8 osc.p/seg______________________INFRASONIDOS (Porque: 1º grado= 2 o.p.s.; 2º grado= 4 o.p.s.: 3º grado= 4x2= 8 o.p.s.) 4º grado: 16 ops al 15º grado: 32.768 ops______________________OIDO HUMANO 16º grado: 65.356 ops al

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25º grado: 33.554.432 ops__________________ULTRASONIDOS 26º grado: 67.108.864 al 31º grado: 2.147.483.648__________________ONDAS ELECTRICAS 32º grado: 4.294.967.256 al 47º grado: 140.737.488.355.328_________ONDAS ELECTROMAGNÉTICAS 48º grado: 281.474.976.710.656________ONDAS LUMINOSAS 49º grado: 562.949.953.421.312________ONDAS INFRARROJAS 50º grado: 1.125.899.906.842.624_______ONDAS ULTRAVIOLETAS 51ª grado: 2.251.799.813.685.248 al 60º grado: 1.152.921.504.606.846.976____RADIACIONES CÓSMICAS 61º grado: 2.305.843.009.213.693.952____RAYOS “X” 62º grado: 4.611.686.018.427.387.904____ONDAS MENTALES este grado 62 es sumamente interesante. El número 62, por reducción teosófica (adición entre sí de los dígitos de una cifra) resulta en 8, es decir, lo que se llama en Filosofía Hermética el “cuaternario material filosófico” ($) por 2, lo que simbólicamente significa el nivel máximo de evolución del pensamiento humano. Pero a partir de aquí, la multiplicación geométrica (duplicación de toda cifra anterior) tiene que definirnos otras cosas. ¿Qué cosas?. Pues la energía que caracterice, ora a Satán, ora a Dios, Verbo (Hijo=Cristo) y Espíritu Santo. Así: 63º grado: 9.223.372.036.854.775.800 = ENERGÍA SATÁNICA. Pero 6 + 3 = 9. Numerológicamente, Satán se esconderá a veces en el 9, un número que, junto con el 7, tradicionalmente simboliza a Dios. Porque, según la filosofía simbólico-numerológica, el número que expresa al “contrario” es el 6 (“casi” tan perfecto como el 7 o sea, dios). Pero el 6 siempre ha sido un número enigmático. ¿Ustedes observaron el hecho de que se dibuja como el 9, pero invertido?. ¿Por qué razón?. ¿Los antiguos, no fueron capaces de crear un signo, un símbolo, distinto para expresar esa cantidad?. ¿O lo hicieron ex profeso, para transmitirnos el conocimiento que “6” y “9” eran lo mismo, pero al revés?. A fin de cuentas el número bíblico de la Bestia, 666, puede ser reducido también a 9 ( 6 x 3 = 18 = 1 + 8 = 9 ). Ahora bien, ¿por qué afirmamos la “divinidad” del 9?. En Ocultismo, uno de sus principios rectores dice que la parte del todo refleja el Todo. Si hay un orden, una armonía cósmica, un Dios, debe reflejar, aún en nimiedades, ese orden. Es más, es imperativo, pues la esencia de Dios tiene que interpenetrarlo todo, de lo contrario no sería omnisciente. Y el 9 tiene el sino de lo cíclico, la perfección de volver a sí mismo, Ouroboros, el gusano cósmico que se muerde la cola, el único número que cumple estas extrañas condiciones:

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9 x 1 = 9 9 x 2 = 18 = 1 + 8 = 9 9 x 3 = 27 = 2 + 7 = 9 9 x 4 = 36 = 3 + 6 = 9 9 x 5 = 45 = 4 + 5 = 9 y así sucesivamente. Ningún otro número comparte esta singularidad. Pero veamos otros ejemplos: 123456789 x 9 = 1111111101 = 9 123456789 x 18 (9 x 2) = 2222222202 = 18 = 9 (1 + 8) 123456789 x 27 (9 x 3) = 3333333303 = 27 = 9 y así sucesivamente También podemos ver la “pirámide mágica” usada como potente talismán, pues expresa un orden divino en: 1 x 8 = 8 + 1 = 9 12x 8 = 96 + 2 = 98 123x 8 = 984 + 3 = 987 1234x 8 = 9872 + 4 = 9876 12345x 8 = 98760 + 5 = 98765, etc. Estas disquisiciones, así como la “sección áurea” (a la que nos referiremos en su oportunidad) ilustran una síntesis del Ocultismo: ciencia (aritmética), espiritualidad (la intuición de que Dios subyace detrás) y estética (la belleza de su expresión). Pero volvamos a nuestros “grados”: 64º grado: 18.446.744.073.709.551.616_____ENERGÍA CRÍSTICA Numerológicamente, 6 + 4 = 10 = 1. El 1 significa Acción, Iniciativa. Cristo materializó en Acto una salvación que ya existía en Potencia. Pero además, la sumatoria de los números que constituyen el grado 64 entre sí da 7 (1+8+4+4+6+7+4+4+0+7+3+7+0+9+5+5+1+6+1+6), la acción manifiesta de Dios. En cuanto a la del grado 63, otra vez 8, ((9+2+2+3+3+7+2+0+3+6+8+5+4+7+7+5+8+0+0) donde se ve que Satán es “más humano” ded lo que quisiéramos. Entonces: 65º grado: 36.893.488.147.419.103.232_________ENERGÍA DEL ESPÍRITU SANTO Y 6 + 5 = 11. Los números 11, 22 y 33 son considerados “maestros” y no reducibles entre sí, pues implican la Perfección. Luego: 66º grado: 73.786.976.294.838.206.464__________ENERGÍA DIVINA, o vibración de Dios en la naturaleza.

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Pero observen qué interesante. Volcadas a papel todas las series, se verá que si reducimos cada una a un solo dígito, éste, necesariamente, será uno de éstos: 2, 4, 8, 7, 5, 1 ... y la serie 248751 (que, por otra parte, 2+4+8+7+5+1 = 9) vuelve a repetirse hasta agotar los 66 niveles. Y anotemos estas observaciones: Serie divina de fluctuación: 248751 / 157842 Pero,

27 72 +45 + 54

81 18 (obsérvese que son series encolumnadas) 153=9 144=9 a su vez, 153 + 144 297 = 9 (igual sumatoria individual que series entre sí) Posibles combinaciones de estos 6 números entre sí, en todas las disposiciones posibles = 36 (lo que también es 9). Total de la sumatoria integral de esas combinaciones = 1782 = 9. Y, 2 4 8 7 5 1 2 4 8 7 5 1 + 1 5 7 8 4 2 - 1 5 7 8 4 2 4 0 6 5 9 3 = 9 9 0 9 0 9 = 27 = 9 Agrupación de a pares = 24 87 51 6 6 6 Total sumatoria de las 66 series entre sí = 6 Total sumatoria de los 66 grados entre sí = 2211 = 6 SUMATORIA ABSOLUTA de todos los valores reales de los grados, cuantitativamente hablando: 147.573.958.676.320.946 = 6 ¿Qué sacamos en claro de todo esto?. Que Dios y Satán son Yin y Yang, quizás dos caras de una misma moneda, luz y sombra de una única fuente. A propósito, es saludable observar que 64 parece el nivel máximo de comprensión aprehendible por el ser humano en el aspecto crístico de la divinidad, y en ese sentido, un juego cargado de tanto simbolismo esotérico como el ajedrez cuenta con 64 escaques o casilleros. Un juego que el sabio persa Lahyr Sessa creó para un aburrido príncipe hindú cuyo nombre se ha perdido. Maravillado, el príncipe le dijo a Lahyr que pidiera la recompensa que deseara, y el sabio le

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respondió que le bastaba un grano de arroz por el primer casillero, dos por el segundo, cuatro por el tercero, ocho por el cuarto... y así hasta terminar. Asombrado por su modestia, el príncipe lo citó al día siguiente para entregarle el premio, mientras ordenaba a sus tesoreros preparar la “magra” recompensa. Pero grande fue su sorpresa cuando el consejero real le informó que, según habían calculado, no bastarían las cosechas de arroz de todo un siglo en toda la nación, sembrando aún las áreas pobladas, para satisfacer la demanda. La cantidad de granos pedido, como habrán advertido, era de 157.573.952.959.675.349.884 = 117 = 9. El límite de lo imposible para el humano. Y en esta historia, también se encierra el secreto de la “multiplicación geométrica” que constituyó la médula de estas líneas. Para el interesado en cotejar las conclusiones aquí expuestas, facilito la sucesión completa de los 66 grados:

i. 2 ii. 4 iii. 8 iv. 16 v. 32 vi. 64 vii. 128 viii. 256 ix. 512

1. 1.024 2. 2.048 3. 4.096 4. 8.192 5. 16.384 6. 32.768 7. 65.356 8. 130.712 9. 261.424 10. 522.848 11. 1.045.696 12. 2.091.392 13. 4.182.784 14. 8.365.568 15. 16.731.136 16. 33.554.432 17. 67.108.864 18. 124.217.728 19. 268.435.456 20. 536.870.912 21. 1.073.741.824 22. 2.147.483.648 23. 4.294.967.296

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24. 8.589.934.592 25. 17.179.869.184

x. 34.359.738.368 1. 68.719.476.736 2. 137.438.953.472 3. 274.877.906.944 4. 549.755.813.888 5. 1.099.511.627.776 6. 2.199.023.255.552 7. 4.398.046.511.104 8. 8.796.093.022.208 9. 17.592.186.044.416 10. 35.184.372.088.832 11. 70.368.744.177.664 12. 140.737.488.355.328 13. 281.474.976.710.656 14. 562.949.953.421.312 15. 1.125.899.906.842.624 16. 2.251.799.813.685.248 17. 4.503.599.627.370.496 18. 9.007.199.254.740.992 19. 18.014.398.509.481.984 20. 36.028.797.018.963.968 21. 72.057.594.037.927.936 22. 144.115.188.075.855.872 23. 288.230.376.151.711.744 24. 576.460.752.303.423.488 25. 1.152.921.504.606.846.976 26. 2.305.843.009.213.693.952 27. 4.611.686.018.427.387.904 28. 9.223.372.036.854.775.808 29. 18.446.744.673.709.551.616 30. 36.893.488.147.419.103.232 31. 73.786.976.294.838.206.464

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EPÍLOGO

Ciertamente, la ímproba tarea de tratar de dar visos “científicos” –en la acepción del término que hemos visto a lo largo de este trabajo- al Ocultismo es una tarea que recién comienza y satisfacerá a unos y escandalizará a otros. Sin embargo, si nuestros análisis sirven cuando menos para que los aficionados a este conocimiento arcano comiencen a descubrir por el esfuerzo de su propia voluntad las claves lógicas que se encierran en sus enseñanzas, a la par de acercar a otros el mensaje de tiempos antiguos, nuestra tarea habrá recibido una sobrada recompensa. Porque en esta “lógica alternativa” y este “metalenguaje” para expresar mensajes que campean por el Esoterismo, se encierran las simientes no sólo de disciplinas que ganarán el futuro sino , quizás, de paradigmas culturales aún por descubrir, marcando así, no la transformación de esta vieja, decadente y perimida civilización, sino el nacimiento de una Nueva Civilización, el entorno real de un Hombre Nuevo.

GUSTAVO FERNANDEZ Nacido el 29 de abril de 1958, pertenece al signo de Tauro con ascendente Aries. Casado (su esposa, Claudia Sione también se dedica activamente a las “disciplinas alternativas”) tiene dos hijos, Daiana y David. Nacido en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, desde hace años reside en la tranquila ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos. Su formación intelectual, además de haber pasado por las facultades de Ingeniería Aeronáutica y Psicología, apuntaron a su formación como parapsicólogo (en el Instituto Americano de dicha especialidad). Asimismo es 1er Dan de Karate-Do (estilo Uechi-Ryu) y entre otros deportes sus aficiones son el andinismo (entre distintas ascensiones lo hizo al Aconcagua, en 1991, desde cuya cumbre realizó experimentos parapsicológicos con algunos colaboradores), el buceo deportivo, el rugby y la aviación. Ha sido también instructor de supervivencia dictando numerosos cursos en montes y esteros. Como escritor (actividad que día a día le es preferencial) ha escrito quince libros: Naves Extraterrestres Tripuladas (Ediciones Dronte Argentina, lra edición, 1976; 2da edición: 1978); Triángulo Mortal en Argentina (Cielosur Editora, 1978);

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Introducción a la Parapsicología (Ediciones Nous, 1982); Un método práctico de Control Mental (Ediciones Labrys, 1984); Los secretos del triunfo sexual (Servicios Planificados Editora, 1985); Bioenergética (Mistery Center, 1985); Control mental soviético (Mistery Center, 1985); Sabishi-Do: el camino de la dulzura (Mistery Center, 1985); Parapsicología y ovnis en Entre Ríos (Editorial D’Elía, 1991); San La Muerte: Tradición, rituales y oraciones (Ediciones Kan, 1997); Extraterrestres en el pasado argentino (Ediciones Kan, 1997); Predicciones 99, astrológicas y parapsicológicas (Editorial Mundo Entrerriano, 1998); El correcto uso del péndulo y la pirámide (Editorial 7 Llaves, 1999); Normas jurídicas para el ejercicio legal de la Parapsicología y el Tarot (Editorial 7 Llaves, 1999) y Ventana al siglo XXI (Editorial 7 Llaves, 1999). Ha sido y es colaborador de distintos medios, especializados o no, de nuestro país, Venezuela, España, Italia, Brasil y México. Periodista profesional (credencial Nº 064 del Gobierno de la Pcia de Entre Ríos) ha realizado innumerables programas de radio y televisión, en canales de aire o cable, tanto de la capital de su país como en casi todas las provincias, como conductor, panelista o invitado. En tal sentido, durante diez años dirigió el ciclo “Al filo de la realidad”, que desde la emisora LT14 AM de Paraná era retransmitido por 29 emisoras de cinco provincias argentinas y la red Iris de la República del Ecuador, así como durante cuatro años el programa matutino “Buenas ondas” por FM América de esa ciudad. Fue cronista de exteriores de Radio Splendid de Buenos Aires (donde en febrero de 1984 tuvo oportunidad de transmitir “en directo” el paso de una flotilla de OVNIs sobre la ciudad, por ello seguida por centenares de testigos y tapa de los principales diarios del país). Como conferencista, ha dictado más de un millar de charlas en salas públicas y privadas. Como docente, centenares de alumnos han participado de sus cursos en Argentina y países limítrofes. Ha organizado el Primer (l981), Segundo (1982) y Tercer (1983) Congreso Argentino de Astrología, el Primer Encuentro Argentino de Parapsicólogos (1980), el XV (1985) y XVI (1986) Congreso Argentino de Ovnilogía, disertado en el Primer Congreso Argentino de Bioenergía y Psicotrónica (1984), Primer Simposio Argentino Brasilero de Cosmetología Médico Kinesiológica (1979), Segundo Congreso de Parapsicología y Control Mental del Noreste Argentino (1987), Primer Congreso Iberoamericano de Parapsicología (1985), asesor del Primer Congreso de Parapsicología y Control Mental del NEA (1986). También presidió el Primer Congreso Argentino de Parapsicología Aplicada (1984), Segundo Congreso Argentino de Parapsicología Aplicada (1985), Primeras Jornadas Argentinas sobre Cromoterapia (1985),, Segundas Jornadas Argentinas de Parapsicología (1982), Terceras Jornadaqs Argentinas de Parapsicología (1984), Primer Congreso Argentino sobre Fundamentos Científicos del Ocultismo (1987), disertante también en el Segundo Congreso Nacional de Ciencia Extraterrestre (1978), Primer congreso de Ovnilogía (1976), Primer Congreso Brasilero de Ufología (1978), Primeras Jornadas Argentinas de Parapsicología (1980), Jornadas Preliminares al Segundo Congreso Argentino de Parapsicología Aplicada (1984), Primer Simposio Interdisciplinario sobre Vida Inteligente en el Universo (1985), Encuentro 1986 sobre Situación del Fenómeno OVNI, Primer Congreso Multidisciplinario sobre Adolescencia (1984). Director de la revista gráfica Al Filo de la Realidad (números 1 a 5).Sus investigaciones originales,

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además de las volcadas en sus libros y artículos, abarcan la ovnilogía de campo, transcomunicación y psicofonías, fenomenología psi espontánea, arqueología psíquica, y trabaja activamente en el desarrollo de un modelo experimental que unifique la fenomenología parapsicológica con la ovnilógica, ámbito éste en el que ha centrado sus intereses en los últimos años. Tras haber integrado durante muchos años distintas agrupaciones privadas de estudio y difusión, como socio o miembro directivo, desde 1985 dirige el Centro de Armonización Integral (entidad difusora de las ciencias alternativas, inscripta en la Superintendencia de enseñanza Privada dependiente del ministerio de Educación de la Nación). De inminente aparición son sus siguientes libros: “Gemoterapia: energía en las piedras”; “Fundamentos científicos del Ocultismo”; “OVNIs: Al filo de la realidad” y “OVNIs: Guardianes de la luz, Barones de las tinieblas”. A partir de mayo del 2000, ha lanzado “Al filo de la realidad”, revista electrónica quincenal de distribución gratuita. Por otra parte, sus colaboraciones circulan abundantemente por distintos sitios de la Web en castellano, inglés y portugués. Actualmente, también, es corresponsal para la Argentina de la prestigiosa revista británica Flying Saucer Review. Para contactar: Artigas 792 (3100) Paraná Provincia de Entre Ríos ARGENTINA E- mail: [email protected] Teléfono: (0343) 4340-582