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HEINE EN EL ALCÁZAR DE SEGOVIA

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La celebración, este año, del segundo centenario del naci-miento del gran poeta alemán Heinrich Heine, el último románti-co, según su propia definición, que aconteció en Dusseldorf el 1 3de diciembre de 1797, nos brinda ocasión para ocupamos de laestancia de este excelso poeta en Segovia . ¿Cuándo vino? Lo hizoen un vuelo de su fantasía . Retrocedió por el túnel del tiemp ohasta el siglo XIV y se metió por la puerta falsa en el Alcázar se-goviano cuando reinaba en Castilla Enrique II Trastámara .

El hecho lo relata Heine en un romance poco o nada conoci-do en España. No ha habido - según mis conocimientos - versió ncastellana de este romance de doscientos ochenta y ocho versos ,publicado en 1851, cuando el poeta llevaba ya unos tres años in -movilizado por una grave enfermedad . Ya no escribía, dictaba . Yasí continuó su obra, sepultado en su "tumba acolchada" hasta s umuerte, en París, en 1856 .

El romance, que lleva el titulo Spanische Atriden -Atridas es-pañoles- hace alusión, con estas palabras, a la semejanza entrelos atridas de Hornero, la familia del rey Atreo, rey de Micenas, yla familia del rey castellano, Pedro I, el Cruel, a causa de los nu-merosos asesinatos que se cometieron entre los miembros de ca -da una de ellas . Y, traducido -desde luego a prosa; no osaría ha-cerlo de otro modo - dice así

En el día de San Humberto de mil trescientos ochenta ytres, el rey de Castilla ofrecía una comida en Segovia, en elAlcázar. Los invitados cortesanos son los mismos en todaspartes. Un soberano aburrimiento bosteza en la mesa detodos los príncipes . Suntuosa vajilla y cubertería ; vasos deoro y plata, exquisitos manjares de todas las regiones y e lmismo gusto a plomo que trae a la mente la cocina de Lo -

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custa (quien, por orden de Nerón, aderezaba con venenolos platos destinados a Británico y Agripina) . También l amisma plebe, engalanada con los más diversos colores, re -verente y cortés, semejante a un arriate de tulipanes . Sola-

. : mente las fuentes y salseras eran distintas . Se deja oír un-ira murmullo, un susurro que aletarga, embota los sentidos,= como adormidera, hasta que el sonar de trompetas liber a

del penoso atontamiento .

Junto a mí, por suerte, se sentaba Don Diego de Albur =-- :_querque, de cuya sabia boca fluía amena charla. Me conta=

ba, de admirable modo, las sangrientas historias de la cortede Don Pedro, al que llamaban "El Cruel" . Cuando yo lepregunté por qué Don Pedro había mandado decapitar, ensecreto, a Don Fadrique, mi compañero en la mesa, entr ésuspiros, me dijo:

.:tSeñor, no creáis lo que con el rasgueo de costrosas guita= .tras cantan arrieros y músicos callejeros en mesones, ta=bernas y cantinas. No creáis nunca los disparates quéaluden a los amores de Don Fadrique con Doña Blancade Borbón, la bellísima esposa de Don Pedro. No fueronlos celos del esposo sino la rivalidad de un envidioso l oque convirtió en víctima a Don Fadrique, Maestre de laOrden de Calatrava . El delito que Don Pedro no perdo -naba era la gloria de su rival, esa gloria que pregonab a

- con entusiasmo Doña Fama con sonar de trompetas .Tampoco le perdonaba Don Pedro los elevados senti r'mientos de su alma ni la elegancia de su figura, espejode tal alma. Esta flor de heroísmo pertenece, con todo suesplendor, en mi recuerdo . Nunca olvido ese bello rostro

` juvenil y soñador. Era de esa clase que es amada por la shadas; y todos esos rasgos de distinción hacían pensa r

1que encerraban un arcano fabuloso : ojos azules, cuyoencanto deslumbraba como una piedra preciosa, aun-que, a la vez, participaban de su firme dureza . Su cabello

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era negro, negro azulado, de un raro brillo, y caía sobr esus hombros en abundantes y hermosos rizos .

En la bella ciudad de Coimbra, que él había conquista -do a los moros, es donde lo vi vivo por última vez . ¡In-fortunado Príncipe! Venia entonces de Alcanzor, cabal-gando por sus estrechas calles . Muchas jóvenes morasespiaban tras las rejas de sus ventanas. El penacho delyelmo oscilaba gracioso, pero la severa cruz de Calatra-va de su capa ahuyentaba toda idea de galanteo . A sulado, moviendo alegre la cola, saltaba su favorito, el ala-no, un animal de soberbia raza procedente de la sierra .A pesar de su enorme tamaño era flexible como un cor-zo. Su cabeza, noble en su figura, aunque semejante a l ade un zorro. Su pelo, blanco como la nieve y suave co-mo la seda, caía en largos copos. Su collar, ancho y deoro, estaba incrustado de rubíes . Se dice que este colla rescondía un talismán de fidelidad, y el can no se aparta-ba jamás de su amo . !Ah, la terrible fidelidad! Me estre-mece, el ánimo. Pienso en ella como si estuviera clara -mente presente aquí, delante de nuestros ojos .

!Terrible día aquél! Aquí en esta misma sala estaba y osentado, como hoy, a la mesa real . En la cabecera, allí ,donde ahora se sienta Don Enrique bebiendo alegrecon la flor de los caballeros castellanos . . . . allí, aquel día ,estaba sentado Don Pedro, callado y ceñudo, y junto aél, brillando de orgullo como una diosa, se sentabaMaría de Padilla . Ahí, al extremo opuesto de la mesa,donde hoy vemos a la dama con la gola, semejante a ungran plato blanco en cuyo centro, su amarillento rostrode ácida sonrisa tiene la apariencia de una lima, ahí, enese extremo había un sitio no ocupado; el dorado silló nparecía estar esperando a un invitado de alto rango . EraDon Fadrique el comensal a quien el dorado asiento es-taba destinado . Pero no llegaba .

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!Ah! Ahora sabemos la causa del retraso. A aquella mis-ma hora acontecía el siniestro suceso . El ingenuo y jo-ven héroe era sorprendido con artimañas por los esbi-rros de Don Pedro y, atado, era llevado a rastras a unode los sótanos, alumbrados tan sólo por la llama de la santorchas . Allí estaban esperando los verdugos ; allí es-peraba, apoyado en su hacha, el rubicundo ejecutor, elcual, con tristeza en el rostro, habló así :

- Ahora, Gran Maestre de Santiago, debéis prepararo spara morir. Se os concede un cuarto de hora para rezar .

-ion Fadrique se arrodilló, rezó en piadosa paz y luegodi

-jo: -He terminado- . Y recibió el mortal hachazo .

-fin el mismo instante en que la cabeza rodó por el suelosaltó sobre ella el fiel can, que había seguido a su amosin ser observado . Cogió entre los dientes la cabeza ,agarrándola por los cabellos, y con este caro botín esca-pó de allí a una velocidad fantástica .

Durante su veloz carrera, por todas partes se dejaban oírgritos y lamentos: en los corredores, en las salas, escale -ras arriba y escaleras abajo .

Desde el festín de Baltasar nunca hubo una reunión d ecomensales que mostrara tal alteración como la nuestraen esta sala cuando el gigantesco animal entró con l acabeza de Don Fadrique colgando de sus fauces por loscabellos empapados en sangre, saltó al sillón destinadoa su amo y la mostró hacia nosotros como acusando .!Ah! Era el rostro bien conocido del héroe, aunque má spálido y con la tétrica seriedad de la muerte ; terrible-mente espantoso, rodeado por los rizos que se rebela-ban como las serpientes de la cabeza de Medusa y que ,como aquellas, nos dejaban petrificados por el horror.

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Sí, estábamos como petrificados . Nos miraba fijamente .Nuestras lenguas quedaron mudas, ya por el espanto, yapor exigencias de la etiqueta . Solamente María de Padi-lla rompió el general silencio y, retorciendo sus manos,entre grandes suspiros, se lamentaba :

- Se dirá que yo he provocado este asesinato y el rencorse cebará en mis hijos, !en mis inocentes hijos !

Don Diego interrumpió aquí su relato, pues veíamo sque se levantaba la mesa y la corte abandonaba la sala .Con la acostumbrada cortesía, el caballero me acompañó yjuntos recorrimos el viejo alcázar. En el corredor que con -duce a las perreras reales, que desde lejos ya se anunciab acon gruñidos y ladridos, allí en el muro, como empotradaen él y con rejas de hierro, vi una celda, como una jaula .En su interior había dos formas humanas, dos pequeño smuchachos encadenados por las piernas y acurrucados so-bre maloliente paja. Apenas si aparentaba uno de ellos lo sdoce años y algo más el otro. Sus rostros tenían nobleza yhermosura, pero estaban pálidos y ajados a causa de des -nutrición. Andrajosos, semidesnudos, sus flacos cuerpeci-llos mostraban señales de malos tratos . A los dos los sacu-día la fiebre. Desde la profundidad de su miseria levanta -ron hacia mí su mirada con unos ojos blancos fantasmalesque me asustaron .

-¿Quienes son estos desgraciados - exclamé al tiemp oque apretaba con fuerza la mano de Don Diego, que notétemblorosa .

Don Diego parecía abochornado . Miró en redor por sialguien pudiera escuchar, lanzó un hondo suspiro y, al fm ,aparentando serenidad en el tono de un hombre de mun-do, contestó :

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Sbn dos Infantes, huérfanos desde muy niños. Su padre,el rey Pedro; la madre, María de Padilla . Concluida lagran batalla de Narvas, en la que Enrique de Trastámaraliberó a su hermano, el rey Don Pedro, del peso de l acorona a la vez que del peso, aún mayor, de eso que lla-mamos vida, la magnanimidad del vencedor, Don Enri-que, alcanzó también a los hijos del hermano . Los tomóa su cargo, como conviene a un tío, y en su propio alcá-zar les proporcionó, de gracia, sustento y alojamiento. lahabitación que les ha destinado es realmente pequeña,pero es fresca en verano y no demasiado fría en invier-no. Su comida consiste en pan de centeno, que es tan sa-broso como si lo hubiera cocido la diosa Ceres para suquerida Proserpinita . A veces también les envía una es-cudilla de garbanzos y los muchachos conocen en est oque es domingo en España . Sin embargo, no siempre esdomingo y no siempre hay garbanzos . El montero mayorde traílla, que tiene a su cargo las perreras y la jauría, co-mo también la jaula de los sobrinos, les regala con latiga-zos. Este montero de traílla es el marido de esa ácida li-ma con el gran plato blanco como gola que hemos con-templado en la mesa. Ella refunfuña de tan insolente mo-do que, muchas veces, el marido echa mano del látigo ycorre hacia acá y la emprende a latigazos con los perro sy con los pobres muchachos. Pero el rey no ha aprobadoeste comportamiento y ha ordenado que, en adelante ,no se trate a sus sobrinos igual que a los perros . Y a par-tir de ahora no se confiara su educación a ningún merce-nario . Él mismo la quiere tomar en sus manos .

Don Diego se detuvo repentinamente, pues el senesca ldel alcázar se llegó a nosotros y nos preguntó, con la ma-

_; yor cortesía, si habíamos comido bien .

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HEINE EN EL ALCÁZAR DE SEGOVIA

Hasta aquí el romance de Heine . El curioso lector habrá ob-servado en él numerosos errores, empezando por el del año e nque el vate alemán se imagina estar presente en una sala del alcá-zar segoviano sentado a la mesa que preside Enrique II . En 1383reinaba en Castilla Juan 1 . Heine, cuando compuso este romanceestaba ya medio ciego. No podía leer lo que escribía su ama-nuense, ni corregir, por tanto, lo escrito . Pero hay errores no dis-culpables. María de Padilla murió en 1361 y no dejó más que u nhijo varón, que murió algunos meses después, y sí tres hijas, dos ala sazón ya casadas con los duques de Lancaster y de York, y otr aque se decidió por la vida religiosa. Los dos muchachos podría nser hijos de Don Pedro, pero no de la Padilla . Don Fadrique noera Maestre de Calatrava, sino de Santiago, y no lo mataron en e lalcázar de Segovia . Murió a golpes de maza en el alcázar de Sevi-lla, residencia habitual del rey cruel . Y hay un error inexplicableen cuanto a los nombres de las localidades de Narvas y Alcanzor .¿De dónde sacaría Heine tales nombres? Por otra parte hay queseñalar el anacronismo de la gola de lino de la esposa del monte -ro mayor, adorno propio de las damas del siglo XVI .

Se me ocurre pensar que la información de la que Heine sesirvió para la composición de este romance se la proporciona nla lectura que algún visitante le hiciera de versiones francesas deleyendas y romances castellanos . Este mismo lector pudiera esta rrepresentado en el propio romance que comentamos por el su-puesto Don Diego de Alburquerque . Heine podría excusarse delos errores con la popular expresión "como me lo contaron, os locuento" .

Heine, que viajó a varios países de Europa, nunca vino a Es-paña. Sin embargo, no parece que careciera de interés para él .Son varios los nombres de ciudades y de personajes de la Histo-ria española los que aparecen en su obra poética : Córdoba, Sevi-lla, Granada, Zaragoza, Salamanca, Toledo, Pizarro, Cortés, Co-lón, Ponce de León, Abderramán, Boabdil . . . Y más de una ve zelegía a Cervantes y su Quijote, no solamente en el prólogo que

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yermo COLLAR SUÁREZ-INCLÁ N

escribió para una edición alemana de la obra magna del mancode Lepanto . España le interesaba . Quizás su enfermedad le impi-dió venir. Pero no le impidió soñar con su venida . Y se imaginóen Segovia. Y en su Alcázar, cuya imagen conocería por los gra-bados de artistas viajeros de la época. Así pues, Heine, en reali-dad no vino, pero sí estuvo HEINE EN SEGOVIA.

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