Fisonomías del miedo: un paulatino enmudecimiento

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    La presente publicacin ha sido

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    Colombia y la FNV. El contenido de la

    misma es responsabilidad exclusiva

    de la Escuela Nacional Sindical y

    en ningn caso refeja los puntos

    de vista de FOS Colombia o la FNV.

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    FISONOMAS DEL

    MIEDO: UN PAULATINO

    ENMUDECIMIENTO-Recuento de luchas y lgicas de la violenciaantisindical en el departamento del Atlntico:

    CUT, Sintraelecol, Anthoc, 1975-2012-

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    Primera edicin, 2015

    Escuela Nacional Sindical

    Calle 51 N 55-78, MedellnTel: (4) 513 3100

    [email protected]

    www.ens.org.co

    ISBN: 978-958-8207-69-8

    Jos Luciano Sann VsquezDirector de Defensa de Derechos

    Juan Bernardo Rosado DuqueDirector de Comunicacin Pblica

    Investigador principal

    Eugenio Castao Gonzlez

    Correccin de estiloFelipe Gonzlez Hernndez

    Coordinacin editorial

    Minkalabs - Estudio creativo

    Conversin eBook

    eLibros Editorial

    Medelln, 2015

    Para ms informacin comunquese a www.ens.org.co

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    y en Youtube: Escuela Nacional Sindical

    El uso comercial de los textos de este libro, sin autorizacin escrita de los

    editores (ECG-ENS) est prohibido.

    Las opiniones expresadas en esta publicacin no representan necesariamente

    las de Viviana Colorado Lpez y Eugenio Castao Gonzlez.

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    CONTENIDO

    Introduccin ........................................................................ 5

    Primeros acercamientos conceptuales ................................ 11

    Contexto nacional ............................................................... 29

    Contexto regional de la violencia antisindical: Atlntico .. 81

    Primeras luchas en el sector elctrico ................................. 167

    Una lucha por la vida en Anthoc ........................................ 203

    Consideraciones finales ...................................................... 319

    Referencias bibliogrficas .................................................... 327

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    INTRODUCCIN

    La lnea investigativa sobre memoria histrica desarrollada por laEscuela Nacional Sindical (ENS), como relato de un pasado en

    beneficio de ciertas poblaciones diferenciales, tal como se advierteen Tirndole libros a las balas: Memoria de la violencia antisindical contraeducadores de Adida,11978-2008,e Imperceptiblemente nos encerra-ron: Exclusin del sindicalismo y lgicas de la violencia antisindical enColombia, 1979-2010, vuelca su inters en promover una funcinsocial, capaz de centrarse en aquellos que sistemticamente hansido olvidados u oprimidos. En ese sentido, las organizaciones sin-

    dicales del departamento del Atlntico, particularmente Anthoc2

    y Sintraelecol,3han sido vctimas de una violencia sistemticadurante muchos aos por cuenta de su actividad de denuncia

    y defensa de los derechos de los trabajadores de esta regin delpas. Por ello, la realizacin de estos ejercicios de memoria his-trica responde a la necesidad de reconstruir los sentidos, las

    1. Asociacin de Institutores de Antioquia.2. Asociacin Nacional Sindical de Trabajadores y Servidores Pblicos dela Salud, Seguridad Social Integral y Servicios Complementarios de Co-lombia

    3. Sindicato de los Trabajadores de la Energa de Colombia

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    6 INTRODUCCIN

    significaciones y los mviles de estos tipos de violencia, en loscuales prevalecen las ideas acalladas, las muertes y los amorestruncados por las balas.

    La tragedia de las organizaciones sindicales tambin sugiereinterpretaciones equvocas que contribuyen al ocultamiento de la

    violencia y sus impactos, de all que al imaginario del sindicalistacomo subversivo se le aadan las polticas de exterminio comoestrategia de silenciamiento. Por tanto, el acto memorial del hechode violencia debe suscitar nuevas recomposiciones que permitan

    hacerle frente al terror al interior de la vida sindical.

    La presente investigacin se configura como un acto de com-promiso con la sociedad en la que se vive y se reviste as de unaresponsabilidad poltica con las vctimas, quienes necesitan quesu voz sea escuchada, narrada y reivindicada. De ah que estosejercicios de comprensin histrica procuren proporcionar aquienes acceden a sus palabras de un sentimiento de identidad

    y de procedencia, capaces de sembrar las bases de una nuevademocracia para el pas. Dicho en otros trminos, al otorgarlecentralidad a la versin de las vctimas, vistas como sujetos dederechos, la memoria se erige en una herramienta que contribuyea la denuncia, a la reclamacin, a la consolidacin de significadosemergentes sobre la tarea de las organizaciones sindicales, a laexigencia para el esclarecimiento de los hechos, a la no repeticin,

    a la resignificacin de los recuerdos, pero tambin al empodera-miento ciudadano y de nuevos liderazgos.

    La importancia de dicha resignificacin descansa en el enalte-cimiento de los valores democrticos por los cuales las organiza-ciones sindicales han sido perseguidas, exterminadas, amenazadas,hostigadas, objeto de otras vejaciones. As, este documento intenta

    abordar el significado de las acciones polticas de las organiza-ciones objeto de estudio y el impacto de los hechos de violenciacontra ellas. En trminos generales, esta lnea de investigacin

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    7INTRODUCCIN

    desarrollada por la ENS parte de la premisa bajo la cual se pretendepromover el recuerdo de las acciones colectivas e individuales delos sujetos de memoria, sus formas asociativas, aspectos atinentes

    a la vida familiar y personal de los y las sindicalistas vctimas deviolencia.

    Se trata de una estrategia que puede generar nuevos proce-sos de concientizacin ciudadana respecto a la importancia delsindicalismo dentro de los espacios deliberativos en la sociedadcolombiana. Lo anterior debera mover a la solidaridad del co-

    lectivo social con el propsito de que conozcan y dignifiquen lostestimonios de las vctimas, que estn en capacidad de construirmovimientos solidarios que respalden sus verdades, adems deplantear nuevos interrogantes sobre la realidad del sindicalismocolombiano de cara al futuro.

    Asumir este trabajo investigativo propicia una lucha contrael exceso de olvido, articulado a ciertas instancias de poder queprocuran organizar los silencios y las memorias, en razn de unahistoria amaada y con pretensiones hegemnicas. De suerte queel combate contra ese doble deber de la amnesia y la memoria ofi-cial, apoyada en el ideal de un consenso fcil bajo el cual la relacincon el pasado queda fuera del campo de discusin del perdn,4se configura en el trasfondo tico de esta empresa investigativa.

    De tal modo, la relacin entre el recuerdo y el olvido suscitauna serie de interrogantes que pueden contribuir a la transfor-macin de las condiciones actuales y futuras del sindicalismo:qu se desea recordar?, quin o quines recuerdan?, cmo serecuerda?, para qu se recuerda?, y por ltimo, cmo evitar queel olvido se imponga como una estrategia desplegada por aquellosque pretenden silenciar las luchas sindicales? Esta paulatina tran-

    sicin del silencio a la memoria se ha construido bajo un contexto

    4. Ricoeur, Paul, La memoria, la historia, el olvido, Fondo de Cultura Eco-nmica, Buenos Aires, 2000.

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    8 INTRODUCCIN

    que histricamente ha posicionado al departamento del Atlnticocomo la cuarta regin en donde se han efectuado los mayoresincidentes de violencia contra el movimiento sindical. Frente

    a estos hechos e interrogantes, la realidad de las vctimas de laviolencia antisindical requiere proveer de palabras a los annimos,quienes viven y enfrentan pocas de extrema inquietud social.

    Procuramos aqu llevar a cabo una aproximacin a las formasy lgicas de la violencia contra algunas organizaciones sindicalesdel departamento del Atlntico (las sedes distrital y departamental

    de Anthoc, as como en contra de Sintraelecol) bajo un contextohistrico que se nutre de las luchas emprendidas por la CentralUnitaria de Trabajadores (CUT). Este documento hace parte deun esfuerzo conjunto de memoria histrica de la violencia anti-sindical realizado en departamentos como Santander, Antioquia y

    Valle del Cauca. A este respecto, las dificultades metodolgicas detoda investigacin histrica abren la puerta a futuras indagaciones,

    a la formulacin de nuevos interrogantes y al replanteamiento delas interpretaciones actuales. Considerando las insuficiencias ylos vacos propios de las fuentes recopiladas, los sub registros, yadems las limitantes metodolgicas, este proceso investigativono deja de ser el resultado de una indagacin cuidadosa de losarchivos histricos disponibles.

    A partir de estos se teji un relato sobre la realidad histrica

    de los sindicatos seleccionados, sobre sus conflictos laboralesy sociales, y los personajes destacados en la lucha de los traba-jadores. Lo anterior, partiendo de actas emitidas por las juntasdirectivas, comunicados pblicos y la prensa nacional y regional(particularmente El Heraldo de Barranquilla en razn a la fa-cilidad en el acceso), de tal suerte que se pudiera enriquecer elacervo documental ya existente. Estas fuentes complementarias

    son importantes ya que permiten rastrear posturas en materia deviolaciones de derechos humanos en contra de los trabajadores ylas denuncias respectivas, as como las principales reivindicaciones

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    esgrimidas por cada organizacin, capaces de ir perfilando unasprimeras aproximaciones a las condiciones sociales, polticas yeconmicas de la regin. Simultneamente, se hizo acopio del

    listado con las vctimas de violencia antisindical dentro del pe-riodo estipulado, tomando en consideracin los documentosexistentes en la ENS, especialmente en los archivos del Bancode Datos de Derechos Humanos (Sinderh).

    La fuente documental escrita fue enriquecida con la fuenteoral, esto con el objetivo de complementar la informacin en

    cuanto a las organizaciones sindicales, sus relaciones con otrasorganizaciones, las relaciones polticas, formas de solidaridad,etc. Y, en relacin a las vctimas, volcar la mirada sobre su origensocial, su procedencia, las preferencias culturales y polticas, lasrelaciones con otros sectores sociales, el nivel educativo, pasa-tiempos, vida familiar. De modo que el desentraamiento de estesedimento de vida, fuertemente vinculado a la vida cotidiana y

    privada, pretendi recordar la profunda carga de humanidad deaquellos inmolados y victimizados que an se resisten al olvido.

    La investigacin se estructur en cinco captulos. En el prime-ro se ofrece un acercamiento terico a los conceptos de violencia,derechos humanos, violencia antisindicaly ejercicio sindicala partir delo construido en las investigaciones precedentes5y de los aportesproporcionado por las diversas fuentes durante el actual proceso

    investigativo. En el segundo se lleva a cabo un panorama generalsobre el contexto de la violencia antisindical a nivel nacional, to-mando como punto de referencia algunas fuentes bibliogrficas,archivos de prensa y la base de datos del Sinderh. En el terce-ro se hace un recorrido introductorio por el contexto regional,partiendo de los rasgos e imaginarios construidos alrededor deBarranquilla como ciudad industrial durante la primera mitad

    5. Tirndole libros a las balas: Memoria de la violencia antisindical contraeducadores de Adida, 1978-2008, e Imperceptiblemente nos encerra-ron: Exclusin del sindicalismo y lgicas de la violencia antisindical enColombia, 1979-2010.

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    del siglo XX. Todo ello sumado a las movilizaciones sindicales ylas primeras manifestaciones de violencia a finales de la dcadadel setenta a raz del establecimiento del estatuto de seguridad

    durante el gobierno de Julio Csar Turbay Ayala. Adems, seprocura hacer un abordaje sucinto alrededor de la configuracinde la CUT en el departamento y de las estrategias de los gruposarmados para bloquear las luchas sindicales.

    En el cuarto captulo se abordan las lgicas de la violenciaantisindical en Sintraelecol. En este sentido, a partir de la informa-

    cin recopilada con el apoyo de la junta directiva de SintraelecolCorelca, se efectu un acercamiento no solo a este sindicatoen particular sino tambin un acercamiento inconcluso a loselementos que configuraron las modalidades de la violencia ysus incidencias espaciales en la regin. En el quinto captulo seanalizan las dinmicas que configuraron tanto las reivindicacio-nes polticas y los escenarios de denuncia como sus intrincadas

    relaciones con las lgicas de la violencia que afectaron a Anthocdistrital y departamental.

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    PRIMEROS ACERCAMIENTOSCONCEPTUALES

    En este primer captulo se lleva a cabo un breve acercamiento

    conceptual que esperamos suministre un marco de referencia enel abordaje e interpretacin del fenmeno de la violencia anti-sindical. Para tales efectos se tom en consideracin el abordajecategorial adelantado por la Escuela Nacional Sindical en susanteriores investigaciones, tanto en el libro Tirndole libros a lasbalas. Memoria de la violencia antisindical contra educadores de ADIDA,1978-2008, como enImperceptiblemente nos encerraron. Exclusin del

    sindicalismo y lgicas de la violencia antisindical en Colombia, 1979-2010. Sin embargo, los intereses particulares suscitados en eltexto ahora presentado, obligan a incorporar algunos elementosfilosficos y sociolgicos dentro del acervo terico existente.

    Violencia

    La violencia como fenmeno social ha sido objeto de innu-merables abordajes tericos que no solo han pretendido esclarecersus diferentes manifestaciones sino tambin sus propios lmites

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    y finalidades dentro de los entramados culturales y polticos. Enparticular, las rutinas de la violencia se han querido vincular a losusos de la fuerza y de la habilidad como una estrategia encaminada

    a hacer prevalecer posiciones hegemnicas. Sal Franco sostieneque la violencia hace referencia a cualquier interaccin humanaque, mediada por la fuerza, produce un dao a otro para conseguirun fin. Esta referencia supone unas caractersticas que la definen

    y unos contenidos propios que la diferencian de otras acciones.Este autor ubica su nocin de humanidad aludiendo a que laviolencia es una forma de relacin, una manera de actuar que es

    aprendida y ejercida en las interacciones humanas, las institucio-nes y organizaciones que han sido creadas para la formalizacin

    y ordenamiento de las relaciones. La especificidad de entenderlacomo conducta, forma de relacin, accin o comportamientoaprendido, la separa de otros conceptos de amplia discusin quealuden al instinto, la naturaleza o a nociones biolgicas de especie

    y fuerza, de salvajismo y vida animal, entre otros.

    La violencia se relaciona con las caractersticas propias de lohumano que signan sus acciones, su racionalidad, direccionalidad,su inteligencia y su pasin. Esto supone, por tanto, entender la

    violencia como una actividad racional e inteligente, y como unarealidad relacional. Su permanencia y repeticin en el tiempo,sus variaciones y transformaciones le asignan un carcter de his-toricidad. As, bajo esta direccin hay que entender la violenciacomo un asunto histrico-social. Sin embargo, lo que se deseadesentraar, en primer lugar, es la manera en que las expresionesde la violencia y de la razn, aparentemente antitticas, han estadosituadas una al lado de la otra, en razn de ciertas relaciones depoder. Incluso, desde los postulados de Platn, existan algunasprcticas que no solo vinculaban la poltica con la educacinsino, tambin, con la violencia y la fuerza, en caso de que los

    gobernantes sintieran amenazados sus privilegios.6Lo anterior dacuenta de la manera en que la violencia, como concepto y como

    6. Platn, La Repblica, Colombia Ediciones Universales, Bogot, 1979.

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    13PRIMEROSACERCAMIENTOSCONCEPTUALES

    prctica, tambin ha gozado de legitimidad dentro de ciertos m-bitos polticos en tanto se ha erigido en un instrumento requeridopara la consecucin de un cierto estado de paz, o por lo menos

    de una presunta tranquilidad basada en un consenso impuesto.

    La especificidad de este primer horizonte de anlisis interro-ga las supuestas fronteras infranqueables entre la violencia y elorden. Dicho de otra manera, la bsqueda de estabilidad, bajociertas circunstancias, ha legitimado la puesta en accin de losdispositivos de la guerra y la violencia con el fin de alcanzar las

    aspiraciones de una presunta armona. En este sentido, Agustnde Hipona7reivindicaba el pacifismo vinculado ms all de laesfera de lo privado y como una forma de asumir una actitudtica en contra de la violencia. Sin embargo, tambin era factibleabrir escenarios para ciertas manifestaciones de violencialegtimaen relacin a los intereses pblicos, as como a la legitimidad dequin convocaba a la guerra. Todo ello en virtud de un ideal de

    justicia y como una manera de construir un ideal enaltecido deciudadana.

    Lo anterior responde a una clara actitud de los comporta-mientos violentos que, bajo ciertas circunstancias polticas, so-ciales y culturales, son consagrados como un valor moral capazde suscitar una intencin por contener las voces disidentes. As,la violencia como prctica ejercida a fin de obtener un estado de

    seguridad y de justicia, encontr en Hobbes su ms alto expo-nente. En particular, este autor asociaba ciertas manifestacionesde violencia regulada, dosificada, a una estrategia para llevar acabo toda una economa de la vida y la justicia, as como a unaforma de efectuar un bloqueo a la violencia desmesurada.8Estapostura que ve en la consagracin de la violencia un fundamentode ciertos fines jurdicos, es desarrollada por Walter Benjamn en

    concordancia con lo antijurdico. En principio, toda violencia es

    7. Agustn de Hipona, La ciudad de Dios, Tecnos, Madrid, 2007.8. Hobbes, Thomas, Leviatn, Editora Nacional, Madrid, 1983.

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    un poder que funda, conserva o deslegitima el derecho, as comopretende sustentar su poder destructor en preceptos religiosos.

    Pero el juicio de Dios es tambin, justamente en la destruc-cin, purificante, y no se puede dejar de percibir un nexo profun-do entre el carcter no sangriento y purificante de esta violencia.Las manifestaciones de la violencia divina no se definen por elhecho de que Dios mismo las ejercita directamente en los actosmilagrosos sino por el carcter no sanguinario, fulminante y pu-rificador de la ejecucin.9

    En este punto de anlisis, la violencia se identifica con unasfinalidades y unos sentidos para quienes la ejecutan, y desde esaperspectiva adquiere su propia justificacin.10As, la connivenciaentre la violencia y ciertos imaginarios sociales, en relacin a laidealizacin de un conjunto de comportamientos caracterizadoscomo normales, abre un escenario donde el acto destructivo ycoercitivo se impone como una herramienta de intervencin porparte de un individuo o grupo, y en contra de otros individuos

    y otros grupos.11

    Bajo esta perspectiva se tiende a delimitar un ordenamiento enlas relaciones sociales a partir de la identificacin de quin debeobedecer, quin debe hacerse obedecer y sobre qu y cmo debehacerse obedecer. Lo anterior requiere ser complementado con un

    abordaje terico que arroje luz sobre las consideraciones moralesde este tipo de actos. Para autores como Sartre, los comporta-mientos y actitudes violentas entraan decisiones fundamentalessobre el ser y la realidad humana del otro. En particular, al in-

    9. Benjamn, Walter, Para una crtica de la violencia, Editorial Leviatn,Buenos Aires, 1995, p. 41.

    10. Abello T, Ignacio, Violencias y culturas. Seguido de dos estudios sobreNietzsche y Foucault, a propsito del mismo tema, Ediciones Uniandes,Bogot, 2003, p. 3.

    11. Weber Max, Economa y sociedad, Fondo de Cultura econmica, Mxi-co D.F, 1969.

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    terpretar la intrincada filosofa sartreana en torno a la violencia,esta se configura como una manera de entablar una relacin conel mundo y con el prjimo, partiendo del postulado del nada

    vale.Para el violento, lootro con lo que se establece algn tipode relacin queda desprovisto de cualquier valor, justificandoas las actitudes destinadas a la destruccin, al desgarramiento,a la eliminacin, a menos que la violencia del otro lo detenga.12

    A ello se le suma que ciertas actitudes violentas reclaman underecho supremo, por medio del cual se exige al otro reconocer

    su accin como un acto de autoridad legtimo y justificado.13

    Nocabe duda que la postura empleada por Sartre permite evocar lasactitudes violentas como herramientas racionalizadas,en trminossemejantes a los desarrollados tericamente por Hannah Arendt,en la medida que pretende ser eficaz a la hora de alcanzar un finque debe justificarla.14El postulado de esta autora, pese a quequizs reconoce las dinmicas que entraan los actos violentos,

    supone una disolucin del pensamiento, la supresin de las ca-pacidades reflexivas y plurales y las posibilidades de dilogo ydeliberacin.

    Incluso, segn ella, cuando el Estado o las fuerzas proclives asu perpetuacin toman en sus manos el monopolio de la violencia,

    y cuando la poltica se vuelve administracin de la vida, tambinse da un crecimiento exponencial de los medios de violencia. En

    este punto, la vida individual, o de ciertos grupos, se considerasacrificable en nombre de un presunto bienestar del grupo.15En

    12. Salazar Mendoza, Margarita, Beller Taboada Walter (COMP.), Nesis.La violencia: una visin desde la filosofa, Revista de Ciencias Sociales yHumanidades, N 38, vol. 19, Ciudad Jurez, agosto-diciembre del 2010,p. 25.

    13. Sartre, Jean Paul, El ser y la nada. Ensayo de ontologa y fenomenologa,

    Losada, Buenos Aires, p. 132.14. Arendt, Hannah, Sobre la violencia, Editorial Joaqun Mortiz, MxicoD.F, 1970, p. 70.

    15. Quintana Laura, Vargas Julio, Hannah Arendt. Poltica, violencia, me-moria, Ediciones Uniandes, Bogot, 2012, p. 50.

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    otros trminos, y a diferencia de autores como Schmitt,16paraquien la pluralidad viabiliza las relaciones violentas, para pensa-dores como Sartre, Arendt y el mismo Benjamin las posibilidades

    de la razn y del dilogo se constituyen en la fuente moral capazde frenar los actos desmesurados de la violencia.

    Estas posturas, volcadas alrededor de la moralidad o node los actos violentos, tambin han permitido el desarrollo re-ciente de ciertas visiones alternativas. Philippe Braud, por ejem-plo, plantea una referencia complementaria que impulsa una

    superacin de la perspectiva moral, en tanto que esta suponeun marco de referencia fundado en la pretendida existencia denormas universales ticas y jurdicas. As, el autor asevera quehistricamente los regmenes ms represivos han sido precisa-mente los que han ubicado un concepto ms amplio de las vio-lencias jurdicamente autorizadas. De ah que nociones como lasde justicia sean lo suficientemente complejas y polmicas como

    para imponer unas significaciones objetivas y homogneas. ParaBraud, todas las sociedades tienen su visin particularista de losvalores universales.17

    Por otro lado, planteamientos como los anteriores no pro-fundizan en las maneras diseminadas en que la violencia tiendea manifestarse dentro de las relaciones sociales. Autores de granincidencia como Pierre Bourdieu desarrollan todo un entramado

    terico para comprender las manifestaciones sutiles de los estadosde la violencia. En primer lugar, Bourdieu desarrolla el conceptode campo, constituido en un sistema dentro de las relaciones defuerza, entre posiciones expresadas en disposiciones y trayecto-rias. Dicho de una manera ms sencilla, el concepto de campo esel espacio social donde las prcticas sociales se producen, circulan

    y son reconocidas o desconocidas.18

    16. Schmitt, Carl, El concepto de lo poltico. Texto de 1932 con un prlogoy tres corolarios, Madrid, 1991.

    17. Braud, Philippe, Violencias polticas, Alianza, Espaa, 2006, p. 15.18. Bourdieu, Pierre, Qu signif ica hablar?, Espaa, Akal, 2001.

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    Esta perspectiva sociolgica de la violencia en trminos sim-blicos implica pensar otros fenmenos de la dominacin, desu eficacia, su modo de funcionamiento y el fundamento que la

    hace posible ms all de la coercin fsica directa. Sus principa-les manifestaciones se advierten en la esfera del lenguaje, en elmbito educativo, en las mltiples clasificaciones sociales.19Enpalabras de Bourdieu:

    La violencia simblica es esa coercin que se instituye por media-cin de una adhesin que el dominado no puede evitar otorgar al

    dominante cuando solo dispone para pensarlo y pensarse o, mejoran, para pensar su relacin con l, de instrumentos de conoci-miento que comparte con l, y que, al no ser ms que la formaincorporada de la estructura de la relacin de dominacin, hacenque esta se presente como natural.20

    En rigor, ese lugar simblico donde se encubre la dominacintambin desvela unos nuevos lmites que ponen en escena las

    peores formas de violencia, susceptibles de reducir las capacidadeshumanas. Dentro de esa misma lnea, Johan Galtung clasifica lostipos de violencia en cuatro rdenes: violencia fsica, psquica,estructural y cultural.

    En esta lnea, la violencia estructural es una forma indirectade violencia que est aferrada a las estructuras sociales y puedetener una naturaleza poltica, econmica, militar, cultural o co-municativa. Dentro de esta categora, se encuentra un tipo de vio-lencia vertical que se basa en la represin poltica, la explotacineconmica o la alienacin cultural. La violencia psquica atentacontra la psicologa personal, la esfera emocional y se proponeadems reducir la capacidad mental. En esta categora entran laamenaza, el hostigamiento, la desinformacin, el adoctrinamien-

    19. Calderone, Mnica, Sobre violencia simblica en Pierre Bourdieu, LaTrama de la Comunicacin, Vol. 9, Rosario, 2004, p. 1.

    20. Bourdieu, Pierre, El nuevo capital, Razones prcticas. Sobre la teorade la accin, Anagrama, 1997, p. 40.

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    to o provocar hambre o enfermedad. La violencia cultural hacemencin a los aspectos de la cultura que aportan legitimidad alos instrumentos de la violencia, representados en las categoras

    anteriores.21Finalmente, las posturas tericas de Braud, Galtung yBourdieu apuntan a objetar los enfoques que reducen la violenciaa su esfera fsica. Esto para decir que en la presente investiga-cin se busca comprender la nocin de violencia articulando susmanifestaciones polticas, fsicas y psicolgicas, escrutando sus

    vnculos con la intencionalidad, la repeticin y los intereses quele confieren quienes la perpetran.

    Derechos humanos

    La discusin respecto a los derechos humanos ha supuestouna conexin estrecha entre la moral y el derecho en aras deregular los actos de violencia y dignificar la condicin del serhumano desde una reivindicacin de la virtud. Para autores como

    Mauricio Beuchot, existen versiones que apuntan a establecercondiciones de posibilidad en la concepcin de los derechoshumanos contemporneos, en la nocin tomista de derechosnaturales del hombre. Esta concepcin hunde sus races en laidea de la dignificacin de la naturaleza humana, es decir, cobracierta presencia el concepto de persona, su dignidad inviolablee inalienable.22

    La concepcin de persona en Toms de Aquino, referenciadapor Beuchot, delimita la dignidad de la persona y apunta a la rei-

    vindicacin de cierta bondad, que no radica de manera exclusivaen sus actuaciones y sus manifestaciones conductuales. Lo inte-resante de esta primera nocin para el anlisis de los fenmenos

    21. Johan Galtung, citado en: Vicenc Fisas, Cultura de paz y gestin deconflictos, Editorial Icaria-Ediciones Unesco, Barcelona, noviembre de2002, p.29.

    22. Beuchot, Mauricio, Filosofa de los derechos humanos, Siglo XXI edito-res, 1993, p. 50.

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    de violencia antisindical, a la luz de los derechos humanos, esque la idea de persona y sus actuaciones cobran un gran valor,aunque siempre estn sujetas a las valoraciones subjetivas y cam-

    biantes. Estos planteamientos que ponderan la dignidad humanacobran un mayor valor en el mundo moderno con la revolucinfrancesa y sus derechos del hombre y el ciudadano, adems delproyecto kantiano, que sent las bases para comprender el valorde la especie humana por encima de cualquier precio.23Es decir,la oposicin a la instrumentalizacin radica en la negativa a ver enelotroun medio para alcanzar fines ajenos, capaces de minimizar

    su propia humanidad.

    Segn afirma ngelo Papacchini,24Kant traza el destino moralde los seres humanos a partir de un imperativo que descansa enel respeto a la vida y al reconocimiento del derecho bsico a laexistencia. A todo lo anterior se le suma el esbozo de un dere-cho a ejercer libremente sus capacidades intelectuales, a disentir

    y llevar a la prctica la necesidad de establecer una libertad depensamiento y de conciencia. Actualmente, pese a las objecionesrespecto a la idea de naturaleza como instrumento para desen-traar la pertinencia de ciertos derechos, esta postura tica esfundamental a la hora de pensar los derechos humanos y, a par-tir de all, formularlos a travs de una normatividad clara y conpretensiones de legitimidad.

    De acuerdo con lo anterior, la democracia representativa deberesponder a la necesidad de construir un reconocimiento inter-subjetivo como fundamento para dirimir los diferentes conflictosde manera racional, utilizando los canales de comunicacin ydeliberacin. Ms precisamente, el reconocimiento de los otros,de su libertad de voluntad y de accin, se erige en la base delbienestar comn como un bien supremo. La postura que se trata

    23. Kant, Immanuel, La metafsica de las costumbres, Tecnos, Madrid,2005.

    24. Papacchini, ngelo, Filosofa y derechos humanos, Editorial Universi-dad del Valle, Cali, p. 241.

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    de defender no es otra que la de la vida misma como fundamentode los derechos humanos, cuya necesidad histrica se origina apartir de un rgimen de violencia en una poca y un territorio

    determinado. Simultneamente, partiendo del planteamientodesarrollado por Carlos Eduardo Maldonado, el propsito de losderechos humanos es crear, all donde no existan, espacios paraque la vida se haga posible, pero tambin ampliarlos donde ya seconstatan, desde un horizonte que dignifique la vida y le brindeun atributo de calidad.25Lo anterior supone el reconocimientode los tres grupos de los derechos humanos.

    El primero corresponde a los derechos a la libertad individual,que pretenden garantizar la iniciativa y la independencia de losindividuos frente a los dems miembros de la sociedad y frenteal Estado. Al respecto, se trata de resaltar la seguridad de la vidafrente a las amenazas externas y la defensa de las libertades deconciencia, as como la necesidad de garantizar de manera aut-

    noma la propia vida, entre otros. El segundo grupo de derechoshumanos hace referencia a los derechos de participacin demo-crtica, a elegir y ser elegido, el derecho de libre asociacin poltica

    y sindical. Y, el tercero, a los derechos de participacin social, elderecho a gozar de los bienes indispensables para poder vivir demanera plena, esto es, el derecho a un trabajo digno como unaforma de evitar las mltiples secuelas de la miseria y satisfacerlas necesidades bsicas.26

    De lo anterior se desprende un principio de reconocimientode los dems individuos como iguales y portadores de libertadprctica. Ese principio de libertad e igualdad debe de primar enlas actuales reflexiones sobre los derechos humanos, a la luz delas diferentes manifestaciones de violencia antisindical. Auto-

    25. Maldonado, Carlos Eduardo, Biopoltica de la guerra, Siglo del hombreeditores, Bogot, 2003, p. 13726. Lutz, Bachmann Matthias, La idea de los derechos humanos de cara a

    las realidades de la poltica mundial en Ideas y valores, N 124, abril del2004, p. 60.

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    res como Ferrari reconocen que la discusin sobre los derechoshumanos debe fomentar todo un conjunto de anlisis en tornoa cuatro campos de trabajo.

    En primer lugar, buscando establecer correlaciones empricasentre varios tipos de violacin de derechos humanos, articuladosa las dinmicas de los sistemas econmicos, polticos y sociales.

    En segundo lugar, descubriendo y elaborando formas simblicasmediante las cuales tales violaciones son justificadas, o bien, lasformas en que las noticias sobre las violaciones a los derechos

    humanos son ocultadas o deformadas para los ojos del pblico. Y,tercero, descubrir los usos simblicos que, bajo ciertas circuns-tancias, se hace de los derechos humanos con el fin de justificar,paradjicamente, ciertas formas de opresin.27

    Lo anterior supone una reflexin que vierte todo un caudal deprincipios ms all de su instrumentalizacin para fines arbitra-rios, establecindose a partir de una inclinacin hacia la aceptacinreflexiva de sus postulados. Aquello responde a la idea de queestos elementos deben abrir espacios para las contradicciones,oposiciones y desacuerdos, enmarcados en una idea pluralistade lo cultural y lo poltico. Del mismo modo, deben abrir es-pacios para la ampliacin, transformacin y aparicin constantede nuevos derechos, as como para la reinterpretacin de los yaexistentes,28partiendo de las realidades y desafos locales.

    Es ah donde la libertad prctica genera nuevas discusionesalrededor de la posibilidad de ser parte activa en los ejercicios delpoder. En ese sentido, los planteamientos de Boaventura puedenser tiles en tanto resaltan la necesidad de establecer posturas deli-

    27. Aymerich, Ojea Ignacio, Sociologa de los derechos humanos. Un mo-

    delo weberiano contrastado con investigaciones empricas, Universitatde Valencia, Valencia, 2001, p. 37.28. Farias Dulce, Mara Jos, Los Derechos Humanos: desde la perspecti-

    va sociolgica-jurdica a la actitud posmoderna en Cuadernos BARTO-LOM DE LAS CASAS, Madrid, 2006, p. 7.

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    berativas en torno a la multiculturalidad de los derechos humanos.Sin duda, su postura no solo reconoce las necesidades y los retosdel mundo globalizado sino que, adems, reclama la necesidad

    de pregonar las legitimidades locales. Lo que se demanda aqu esla necesidad de evocar un dilogo entre lo local y lo global alre-dedor de la dignidad humana, capaz de evitar el establecimientode barreras y competencias culturales que marchiten el dilogo

    y el entendimiento.29

    Violencia antisindicalLas prcticas sindicales en Colombia han estado transverza-

    lizadas por una serie de acciones tendientes a oponerse decididay sistemticamente a sus gestiones. En ese sentido, los trabajosdesarrollados por la ENS durante los ltimos veinticinco aos enmateria de estudios y seguimientos a la violencia sociopoltica y ala impunidad, sealados igualmente por la Comisin Colombia-

    na de Juristas, reportan resultados bastante dramticos. A partirde esas experiencias, la ENS ha venido elaborando un lugar dediscusin alrededor de la categora de violencia antisindical, ycomo un sustrato terico desde el cual se hace necesario releerlas violaciones que ocurren contra los sindicalistas del pas.

    Ms all de las evidencias empricas sustentadas en las denun-

    cias que permiten generar un espacio de discusin sobre el tema,no existen procesos tendientes a construir una rejilla interpreta-tiva a la hora de interpelar el fenmeno con base en argumentosacadmicos que ostentan su propia historia. La categora violencia

    antisindical ha estado vinculada a un enfoque de derechos comouna forma de responder a las continuas denuncias que en esesentido se han venido presentando. As mismo, esta categora seha desarrollado a partir de las diferentes manifestaciones de vio-

    29. Boaventura de Sousa, Las ciencias y las humanidades en los umbrales delsiglo XXI. Por una concepcin multicultural de los derechos humanos,Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1998, p. 18.

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    lencia que tienen como destinatario a los sujetos sindicalizados.Los acercamientos tericos sobre el tema se han desarrolladopor medio de ejercicios historiogrficos contemporneos que

    han intentado dar cuenta de las dinmicas e intereses que hanencubierto estas prcticas.

    Una mirada panormica a fuentes internacionales permiteadvertir un ejercicio incipiente de conceptualizacin que valela pena referenciar. Morgan Reynolds30, en un artculo tituladoUnion Violence:A review article, despus de revisar algunos con-

    flictos y masacres contra sindicalistas en EUA seala:A pesar de esta larga y sangrienta historia, ha existido una curiosa au-sencia de anlisis sobre el propsito y consecuencias de la violencia quean sucede en los conflictos laborales31. [Despite this long and bloodyhistory, there has been a curious absense of analysis abouth the purpose

    and consequences of the violence that still occurs in labor disputes].

    La violencia antisindical ser definida como el conjunto deprcticas y actos que lesionan la vida, la integridad personal yla libertad de sindicalistas y que, mediante coaccin y uso de lafuerza, ocasionan el exterminio de las organizaciones sindicales,su inmovilizacin, cooptacin y/o exclusin. En otras palabras, la

    violencia antisindical, cuyo carcter y naturaleza fundamental esde tipo poltico, se entiende como el conjunto de los actos quebuscan, a partir de la eleccin de las vctimas, someter, reducir,

    asimilar y cooptar el sujeto y la accin sindical a partir de ladestruccin violenta, el dao emocional o el exterminio fsico.

    30. Algunos referentes frente al tema se pueden ampliar en Rhodri Je-ffreys-Jones (1979), Theories of American Labour Violence, Journal ofAmerican Studies, 13, pp 245-264; Armand J. Thieblot, Jr.and ThomasR. Haggard, 1983, Union Violence: The Record and the Response byCourts, Legislatures and the NLRB, Industrial Research Unit, WhartonSchool, University of Pennsylvania; y Philip Taft and Philip Ross, Ame-

    rican Labor Violence: Its Causes, Character, and Outcome, The Historyof Violence in America: A report to the National Commission on theCauses and Prevention of Violence, ed. Hugh Davis Graham and TedRobert Gurr, 1969.

    31. Original en Ingls, traduccin libre.

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    Esta definicin se complementa con los rasgos que le sonpropios a la violencia antisindical, es decir, la forma como se haconfigurado en la historia desde su manifestacin fundacional y

    su permanencia y reiteracin en el tiempo. Sus manifestacionesson efecto de una disposicin especfica que configura una de-limitacin, unas fronteras confrontadas y dispuestas a partir deun juego de legitimidades. Es decir, aquellos que se atribuyen elpoder de nominar y encauzar una serie de imaginarios socialespor medio de un conjunto de estrategias32encaminadas a designarciertas manifestaciones como normales, lcitas o aceptables en

    contraposicin con lo estipulado como anormal, ilcito o inacep-table a la hora de definir el lugar del otro.

    Esos lugares estratgicos tienen un anclaje en la esfera de lasinstituciones del Estado, y en particular en aquellas a las que laproblemtica sindical les atae directamente, como el Ministeriodel Trabajo. El papel institucional aparece vinculado a un juego

    de arbitraje donde es necesario regular lo sindical, segn ciertasrepresentaciones definidas como correctas y estipuladas a partirde los relatos referidos a las condiciones de un presunto progresoeconmico. En rigor, el imperativo del progreso se constituye enun principio fundante a la hora de ajustar un conjunto de proce-dimientos calificados comoconvenientes en virtud de una finalidadconcebida como inmodificable y natural. Son esos principios losque justifican no solo los ajustes y la delimitacin institucionali-zada de algunos comportamientos y directrices gubernamentalessino, a su vez, los que favorecen bajo ciertas circunstancias algunasprcticas violentas.

    32. Para autores como Michel de Certeau, las estrategias son un clculo deun grupo de fuerzas portadores de un campo que le es propio, y delcual se vale para configurar ciertas representaciones sobre la realidad.

    En cambio, las tcticas no poseen un lugar propio, pero a travs de unaprovechamiento de las circunstancias, generan un proceso activo deresistencia para reposicionarse socialmente. Ver Certeau Michel De, Lainvencin de lo cotidiano I, II, Universidad Iberoamericana, MxicoD.F, 2000.

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    Ejercicio sindical

    La representatividad de los sindicatos y su vinculacin con

    una serie de reivindicaciones heterogneas debe partir de unpoder otorgado, de un reconocimiento del movimiento comouna particular institucin social. Los sindicatos, en tanto cate-gora socio-histrica, estn sometidos a procesos de formacin ytransformacin conforme al desarrollo de las propias dinmicassociales. En principio, los movimientos sindicales emergieroncomo una coraza frente a ciertas embestidas por parte de los

    patronos y obedeciendo una idea de justicia social.La construccin de dicha justicia social siempre ha devenido

    en la intencin clara de efectuar procesos de cambio en extensiny profundidad en las estructuras sociales.33La solidaridad y labsqueda del cambio en las relaciones sociales se constituyenen un elemento fundamental a la hora de pensar la ciudadanadesde los lugares de trabajo. Si bien la ciudadana se refiere a lacapacidad de los individuos como miembros de la sociedad paraejercer sus derechos, en ese mismo sentido, no cabe duda quelos actuales movimientos sindicales colombianos se han vistoabocados a la bsqueda de respuestas sobre las necesidades deproteccin como ciudadanos frente a los diversos riesgos y lacreciente inseguridad que enfrentan los trabajadores. En conse-cuencia, pese a que la nocin de ciudadana sera el soporte de un

    modelo de democracia desde un enfoque de derechos humanospara los trabajadores, la realidad se decanta por un anlisis no tanoptimista, tal como lo reconoce Bensusn.34

    33. Prez, Salinas Pedro B, Sombras, luces y reflejos del sindicalismo enNueva Sociedad, N 26, sept-octubre de 1976, p.4.

    34. Bensusn, Graciela, Ciudadana, Estado de Derecho y reforma laboralen Mxico: repensando el modelo de proteccin social para el siglo XXIen Trabajo y ciudadana, una reflexin necesaria para la sociedad delsiglo XXI, universidad Autnoma Metropolitana, Mxico D.F, 2010, P.43.

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    La actividad sindical o el rol del liderazgo y ejercicio sindical sedefinen en relacin con las potencialidades que ofrece la nocin delibertad sindical construida desde la Organizacin Internacional

    del Trabajo (OIT). Sin embargo, de acuerdo con los contextosen los cuales se enuncian sus contenidos, se puede plantear queexisten, en trminos generales, dos enfoques de abordaje: unanocin amplia desde la nocin de la OIT que ubica la actividadsindical como un derecho fundamental en el marco de la liber-tad de asociacin, y un enfoque restrictivo, que la circunscribe

    jurdicamente en un escenario netamente laboral.

    Desde la perspectiva de las libertades sindicales, el rol sindicalcomo un derecho fundamental se define y se moldea en relacincon los intereses propios que cada organizacin sindical constru-

    ye.35En este sentido, el ejercicio de un derecho est dirigido a lasaspiraciones propias de la organizacin y de quienes la integran. Elderecho de organizar libremente sus propias actividades significa

    que las organizaciones de trabajadores y empleadores tienen elderecho de determinar en forma independiente cul es la mejormanera de promover y defender sus intereses laborales.

    La nocin restrictiva se ubica en la legislacin colombianadesde el Cdigo Sustantivo del Trabajo, la cual circunscribe la

    35. De acuerdo con el Comit de Libertad Sindical en la declaracin de

    principios se seala: Todos los trabajadores y todos los empleadorestienen el derecho de construir libremente grupos y afiliarse a los mismospara promover y defender sus intereses laborales. Este derecho humanofundamental va a la par con la libertad de expresin, constituyndose enla base de la representacin y la gobernanza democrticas. Todos ellosdeben poder ejercer su derecho a influir en las cuestiones que les con-ciernen directamente. Dicho de otra manera, su voz debe ser escuchaday tenida en cuenta. Los trabajadores y los empleadores tienen el derechode constituir las organizaciones que estimen convenientes sin injerencia

    alguna, ya sea por parte de unos u otros o del estado. Evidentemente,tienen que respetar la legislacin colombiana, si bien, a su vez, la legis-lacin nacional debe respetar los principios de la libertad sindical y deasociacin. Estos principios no pueden dejarse de lado con respecto aningn sector de actividad o grupo de trabajadores.

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    nocin de actividad sindical exclusivamente al mbito laboral,dndole, adems, contornos muy definidos y restringidos encuanto a sus actuaciones, restringiendo singularmente la posi-

    bilidad del ejercicio de este derecho para los beneficiarios. Lareferencia a una nocin restrictiva del ejercicio sindical, para elcaso colombiano, constituye una clara violacin a las libertadessindicales, violacin que ha sido sealada ampliamente por elmovimiento sindical colombiano en las distintas conferencias dela OIT, donde ha denunciado la intromisin e injerencia estatalen las actuaciones sindicales, las restricciones en la creacin de

    sindicatos, la restriccin frente a la negociacin colectiva, y par-ticularmente las restricciones frente al papel que cumplen lossindicatos en la construccin de la sociedad colombiana.

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    CONTEXTO NACIONAL

    El sindicalismo al margen: antecedentes histri-

    cosLa conjugacin del miedo y el odio hacia el otrocomo enemigo

    absoluto y digno de aniquilarse, o bien estigmatizarse y agraviarse,tiene como punto de referencia una serie de valores que dan so-porte a una idea de rectitud inviolable. As, la ambivalencia entrela ortodoxia y la heterodoxia suscita un temor latente frente aldesorden y la destruccin de las reglas morales, sociales, culturales

    y polticas. Aquello que se rechaza a travs de un acto de violenciasupone el restablecimiento de unas demarcaciones consagradascomo vitales para mantener a raya los elementos indeseables. Eneste sentido, la violencia experimentada en Colombia durantelas ltimas dcadas, particularmente la que ha victimizado almovimiento sindical a travs de interminables desangres, anhoy, entraa unas connotaciones culturales que agravan las in-

    tolerancias polticas y las desigualdades econmicas.36

    36. Ospina, William, La violencia y sus causas en El espectador, 15 deagosto del 2009.

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    30 CONTEXTONACIONAL

    Durante gran parte de la historia republicana de Colombia,particularmente durante la segunda mitad del siglo XX, su trasegarha estado marcado por una relacin bastante intrincada entre los

    procesos de reconfiguracin econmicos, sociales y culturales,con las propias dinmicas de la violencia. Desde los ltimos aosde la dcada del cuarenta, las contradicciones sociales y polticasse agudizaron a raz de las luchas partidistas entre liberales yconservadores, quienes encarnaban los valores hegemnicos delas lites del pas. Las manifestaciones de la violencia, particular-mente la de carcter poltico, se fueron fraguando a la luz de la

    bsqueda poraplastar las reivindicaciones de unos sectores socia-les determinados. Por un lado, esta disputa estuvo supeditada a laeliminacin de sus propios contrincantes polticos, dependiendodel espectro partidista en el cual estuviesen posicionados. Peropor otro lado, detrs de ello subyaca una lucha por silenciar bajoel reino del terror las demandas del campesinado, de la apenasen ciernes pequea burguesa urbana y, por supuesto, del mo-

    vimiento sindical.37

    El universo heterogneo de violencias entra la necesidadde acopiar riquezas y poder poltico en las diferentes regiones.

    En efecto, esta interpretacin busca dar cuenta de una primeracoyuntura entre la necesidad de promover y mantener la acu-mulacin de riquezas (conservando los derechos de propiedadsobre las inmensas extensiones de tierra por parte de un sectorsocial minoritario) y la proliferacin de la violencia. Esta ltimaentendida en el contexto como una prctica tendiente a dinamizarla comercializacin de la tierra, por vas extralegales, pertene-ciente al campesinado pobre y al servicio del fortalecimiento delempresariado agrcola.

    As, pese a que los conflictos entre los movimientos sociales

    y sindicales con las lites polticas y econmicas no se origina-

    37. Melo, Jorge Orlando (COMP.), Colombia hoy. Perspectivas hacia elsiglo XXI, Bogot, Tercer mundo editores, 1995, p. 280-281.

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    ron precisamente en esta poca,38s es claro que sus aspectosms dramticos se advirtieron luego de la segunda posguerra,muy particularmente con los eventos suscitados el 9 de abril de

    1948. A partir de entonces el auge del capital penetrara dife-rentes zonas dedicadas a la agricultura y la ganadera, aunados aldesarrollo del aparato fabril. Lo anterior sentara las bases de unincipiente desarrollo industrial que se haca necesario defendera cualquier precio. Aquella defensa reposaba en un ejercicio depoder endogmico, ms all de las confrontaciones partidistas.Los miembros de la lite poltica y econmica posean todo un

    conjunto de intereses, adems de tejer una compleja red de vn-culos y controles sobre los diferentes gremios.

    Este periodo marc una ruptura en relacin a la existenciamisma de los movimientos sindicales, en la medida que las cir-cunstancias internacionales, marcadas por la disputa ideolgicaentre Estados Unidos y la Unin Sovitica, obligaba a que los

    gobiernos colombianos comenzaran a tomar distancia frente alos movimientos sociales de carcter sindical y a aproximarse deuna manera ms decidida a los intereses norteamericanos. Si bienen el primer gobierno de Lpez Pumarejo, durante la repblicaliberal de la dcada del treinta, hubo un verdadero despliegue dela actividad sindical, tambin es cierto que durante su segundogobierno se llev a cabo un desmonte paulatino de la famosarevolucin en marcha.39

    38. Es importante resaltar el hecho de que en Colombia, la historia de lasorganizaciones sindicales tiene unas condiciones de posibilidad que seremontan dcadas atrs con las asociaciones de artesanos durante el si-glo XIX. Sin embargo, fue durante la dcada del veinte cuando se fuegestando un organigrama poltico que dio cabida al surgimiento de mo-vimientos como el Partido Socialista Revolucionario, ms tarde PartidoComunista, y posteriormente la UNIR (Unin Nacional Izquierdista

    Revolucionarias. Para ampliar informacin, consultar: Zuleta P Mnica,La violencia en Colombia. Avatares de la construccin de un objeto deestudio en Nmadas, 25, octubre de 2006, p. 58. Ver: http://www.re-dalyc.org/articulo.oa?id=105115224006

    39. Archila, Mauricio, Cultura e identidad obrera. Colombia 1910-1945,

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    En estas circunstancias, las manifestaciones sindicales produ-cidas por el descontento con las actuaciones gubernamentales nose dejaron esperar. En 1945 se llev a cabo un paro en la empresa

    Textiles Monserrate y en la Confederacin de Trabajadores deColombia (CTC), y aunque esta ltima fuera una de las orga-nizaciones obreras que apoy desde sus inicios el gobierno dePumarejo, esta vez se decidi a favor de la textilera y en contravadel gobierno.40Adicionalmente, el nuevo clima internacional yla llegada al poder del conservatismo encabezado por OspinaPrez, y luego por Laureano Gmez, signific la puesta a punto

    de un conjunto de disposiciones econmicas encabezadas por elBanco de Reconstruccin y Fomento a fin de formular una seriede recomendaciones. En su mayora, dichas recomendacionesestuvieron encaminadas a establecer unas polticas econmicasacordes con las disposiciones de nuevos organismos internacio-nales como el Banco Mundial.

    Desde el comienzo de la dcada del cuarenta, con la crea-cin del Instituto de Fomento Industrial (IFI), el sector pblicoempez a ejercer una intervencin mucho ms decidida sobreel andamiaje industrial, a travs de una serie de inversiones di-rectas y de un conjunto de polticas arancelarias, tributarias ycrediticias. Las polticas laborales regresivas se imbricaron con laintensin del Estado y los sectores vinculados a la industria y alcomercio de estimular los discursos en funcin del productivismo

    y la sustitucin de importaciones, lo que era, en otras palabras:trabaje ms y rinda ms. Durante las tres dcadas siguientes sepudo constatar una situacin favorable en los precios del caf,una mayor integracin del mercado nacional en respuesta a lanecesidad de articular las regiones del pas en torno a un perfilexportador de bienes primarios, y una consolidacin del em-presariado industrial y agrario. Comenz a hacerse mucho ms

    evidente la consolidacin del control por parte de los sectores

    1991.40. Kalmanovitz, p. 161.

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    econmicos sobre el aparato del Estado, independientemente delos vaivenes producidos por la violencia partidista que afectarondecididamente las organizaciones obreras.41

    Al tiempo que las dinmicas socioeconmicas iban configu-rando este nuevo modelo de empresariado agrcola, producto dela violencia rural, del debilitamiento de los movimientos campe-sinos y el desplazamiento a los centros urbanos de grandes masashumanas precariamente asimiladas por los dispositivos fabriles,nunca cesaron las pretensiones de dominio por parte de las lites

    sobre los movimientos sindicales. Detrs de ello se fue reconfi-gurando un imaginario de gran intolerancia poltica que, ademsde recaer sobre los rivales partidistas de turno, tambin afect alsindicalismo y los movimientos de izquierda, erigidos de algunamanera en el smbolo de lo bolcheviquey de lo brbaro entodo el territorio nacional.42

    Luego de una revitalizacin parcial de las luchas populares

    bajo las banderas del gaitanismo, con el asesinato de Gaitn seinaugur una poca de persecuciones sindicales y despidos in-justificados. La huelga comenz a tenerse por una prctica queatentaba contra la supervivencia del propio Estado, ms all de losintereses del sector privado. El imperio de la ley quiso ser comoun blsamo que busc neutralizar los efectos corrosivos de laprotesta. La crtica situacin de orden pblico y la subsiguientedeclaracin del estado de sitio por parte del gobierno conservadorde Ospina Prez, propiciaron la creacin de un soporte jurdicoque procur deslegitimar las luchas sindicales y crear un climade mayor tensin con los liberales.

    Lo que buscaban tanto el gobierno como los grupos empre-sariales era apartarse del ideal de la repblica liberal de erigirseen rbitro de los conflictos laborales. Se trataba de hacer que las

    41. Pcaut, Daniel, Poltica y sindicalismo en Colombia, Bogot, La Carreta,1973, p.228.

    42. Echeverri Uruburu, Alvaro, Elites y procesos polticos en Colombia1950-1978, Bogot, Fondo de publicaciones Fuac, 1986, p. 86.

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    contradicciones obrero patronales se ajustaran al mbito de laempresa. De ah que los grupos hegemnicos, tanto polticoscomo econmicos, centraran su atencin en dos estrategias para

    debilitar el movimiento sindical: por un lado, suprimir el sindi-calismo como actor poltico, por otro, crear un sindicalismo decarcter confesional, como lo fue la Unin de Trabajadores deColombia, UTC. De 1945 a 1950 se pueden identificar algunosaspectos fundamentales dentro de esta estrategia:

    1. Medidas en pro de la ilegalizacin de las huelgas.

    2. Represin militar a las manifestaciones obreras, principal-mente en Bogot y Cali.

    3. Autorizacin por parte del gobierno de despidos de trabajado-res, muy numerosos en 1947, y luego del 9 de abril de 1948.

    4. 4. Estmulo a la divisin de la CTC, que se fracciona tem-

    poralmente en su VII Congreso realizado en Medelln enagosto de 1946.43

    El decreto 1815 de 1948, por ejemplo, oblig a las organizacio-nes sindicales a solicitar permisos en caso de efectuarse cualquiertipo de reunin, adems de otorgarle el derecho al gobierno desealar el orden del da de sus asambleas generales:

    Por este medio el gobierno impeda efectivamente que la trami-tacin normal de los conflictos colectivos culminara en la decla-ratoria de huelga, pues le bastaba abstenerse de conceder permisopara la realizacin de la asamblea, en la cual habra de votarse lasuspensin o cese de trabajo.44

    43. Medina, Medofilo, La violencia en Colombia. Inercias y novedades:1945-1950, 1985-1988 en Revista colombiana de sociologa, 1, 1, ene-ro-junio de 1990, p. 7.

    44. Rojas, Fernando, Moncayo, Vctor Manuel, Luchas obreras y polticalaboral en Colombia, Bogot, La Carreta, 1978, p. 87.

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    Estas disposiciones legales buscaron recusar el fuero sindicala travs del Cdigo Procesal de Trabajo, con lo cual se facilitabael resquebrajamiento de los movimientos huelgusticos por la

    va del despido de los lderes sindicales. Aquello esconda unaestrategia para debilitar la CTC y fortalecer una nueva organi-zacin sindical afn a los intereses de los sectores econmicos yeclesisticos, como la UTC. Las disposiciones de los gobiernosconservadores se volcaron hacia la persecucin y debilitamientodel movimiento sindical a travs de la restriccin del fuero, elcontrol de los efectos de la huelga, prohibicin del paralelismo

    sindical y limitaciones de denuncia de las convenciones colectivas.

    Pero no fueron los nicos eventos registrados. A partir de1945, producto de su paulatina expansin, el sindicalismo co-lombiano comenz a personificar la idea de una oligarqua obrerasin escrpulos, abusiva, insolente, consentida, sediciosa,demaggica, subversiva. Todos estos eptetos proferidos tanto

    por los gremios como por un amplio sector de la burguesa y dela prensa conservadora y liberal de aquel tiempo, entraaron unadenuncia mucho mayor: los obstculos impuestos por el movi-miento sindical a la hora de conquistar un verdadero estado dedesarrollo de la poltica social.45

    Todo lo anterior fue construyendo un escenario en el que,paradjicamente, mientras los diferentes gobiernos colombia-

    nos reivindicaban su consolidacin como un Estado con grantradicin democrtica, la realidad social y poltica interrogabasus verdaderos alcances. Bajo este horizonte se instaur una de-mocracia restringida y conflictiva que perdur durante todo eltranscurso del Frente Nacional, a la vez que las lites buscabanacentuar una idea de orden moderno.46

    45. Pcaut, Daniel, Orden y violencia. Colombia 1930-1954 VOL. II, Mxi-co D.F, Siglo XXI, 1987, p. 408.

    46. Pcaut, Daniel, Orden y violencia. Colombia 1930-1954 VOL. I, MxicoD.F, Siglo XXI, 1987.

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    Representacin del sindicalismo como enemigodel desarrollo

    No cabe duda que fue en este periodo de auge del dispositivoempresarial e industrial en el que se consolid un imaginariodel sindicalismo como enemigo del progreso y del desarrollo,estableciendo una solucin de continuidad con las ms recientesprcticas de violencia antisindical. Jueces militares y el Ministe-rio del Trabajo comenzaron a ejercer presin sobre los cuadrossindicales, mientras que en algunos departamentos como At-

    lntico, los cuadros directivos fueron totalmente disueltos. Endefinitiva, la jerarqua eclesistica, los empresarios y el gobiernoobservaron con satisfaccin los resultados en materia sindical

    y de movimientos sociales. Se destruyeron canales capaces desuscitar vlvulas de escape frente al clima de intolerancia extremaen aquellos momentos. En sntesis, el clima de aparente guerracivil, segn Medina, ocultaba el desarrollo de otra guerra social.47

    El anlisis de este autor es fundamental a la hora de esbozarun primer acercamiento histrico al fenmeno, a las variablesque fueron alineando los intereses contrapuestos de las lites ylas consecuencias sociales a que ello condujo en los aos poste-riores. En primer lugar, su abordaje permite desentraar el modoen que se fue consolidando la intervencin econmica de dichaslites y la manera en que esta intervencin permiti estableceruna primera aproximacin a la situacin en las relaciones entreel Estado y la sociedad civil; en segundo lugar, seguir el desarro-llo del movimiento sindical y su bsqueda por instaurar nuevasformas de representacin de lo social y, en tercer lugar, devela lasestrategias partidistas como corolario de un juego por el podernacional y regional.48

    47. Medina, Medfilo, La violencia en Colombia. Inercias y novedades:1945-1950, 1985-1988 en Revista colombiana de sociologa, 1, 1, ene-ro-junio de 1990, p. 8

    48. GUERRERO Barn, Javier, Un elemento consustancial de la demo-cracia consustancial en la democracia colombiana? en Boletn Cultural

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    En consecuencia, la coyuntura poltica, social y econmicade la segunda posguerra es fundamental a la hora de comprenderlas dinmicas de la violencia antisindical en tanto se experiment

    un crecimiento capitalista49pero, al mismo tiempo, propici lapauperizacin de grandes sectores urbanos y rurales y el aumentode un inconformismo social que se haca necesario reconducirpor los cauces del desarrollo, lacivilidady lapaz social.

    A partir de la dcada del cincuenta, y en general durante todoel periodo del llamado Frente Nacional, el sistema de rotacin

    entre los partidos liberal y conservador pone al descubierto lapretensin de los diferentes gobiernos de crear nuevas condi-ciones de estabilidad econmica y social. Se acentu la polticade sustitucin de importaciones y de industrializacin, pese ala incapacidad de absorber plenamente toda la fuerza de trabajodisponible en las grandes moles urbanas. En virtud de la crecientefe en el desarrollo de posguerra, y de reconducir las masas rura-

    les y urbanas bajo los derroteros de la prosperidad, se vertieronnuevos calificativos denigrantes, colmados de nuevas formas su-tiles de violencia simblica contra los movimientos sindicales ysustentados en una incuestionada tica del trabajo. Por ejemplo,comenz a desplegarse todo un conjunto de presuntas anomalasbiomdicas tendientes a invalidar, y ms an, a reconducir cier-tos comportamientos vinculados a los movimientos sindicalesdurante la segunda mitad del siglo.

    Este asunto no era nada nuevo. Ya en los albores del siglo XX,el discurso racialista o eugensico en Colombia, promovido porintelectuales como Miguel Jimnez Lpez o Luis Lpez de Mesa,hizo hincapi en la degeneracin biolgica de las poblacionescolombianas. Dentro de este segmento poblacional, las nuevas

    y Bibliogrfico, Bogot, 20, 26, 1989. Consultar en: http://www.ban-repcultural.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol20/resena4.htm

    49. Bejarano, Jess Antonio, La intervencin del estado en la economacolombiana en Nueva Sociedad, 46, enero-febrero de 1980, p.4.

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    clases proletarias agrupadas en el movimiento sindical fueronsealadas de ser vctimas de un profundo deterioro fisiolgicocomo consecuencia de su mestizaje y su propensin al alcoho-

    lismo y al desorden moral y poltico.50

    Al despuntar la mitad del siglo el impulso dado a los dispo-sitivos industriales tambin favoreci el desarrollo de una psi-quiatra industrial que busc instaurar nuevas patologas sociales,presuntamente incrustadas en las organizaciones sindicales. As-pectos como la inconformidad con el salario, la dureza de algunos

    patronos y dueos de empresas para ordenar y hacerse obedecer,la experiencia de las desigualdades en el trabajo cotidiano, fueronasociados a un nuevo complejo de inferioridad del proletarioo a causantes de fogoneras indeseables que se deban extirpar.

    Autores como E. de Greff en su libroNotre destine et nos instincts,buscaban el origen primario de las grandes reacciones proletariasde libertad, igualdad y justicia en los presuntos instintos inferiores

    del hombre. De acuerdo con l:Un animal se defiende cuando le cogen las patas. Es propio detodo instinto manifestarse en la conciencia bajo una forma tal quesu legitimidad parezca indiscutible, y de utilizar flemticamenteel lenguaje noble de la sabidura. Por eso las reacciones proletarias,cuando se vuelven omnipotentes, desembocan en una esclavitudy regresin a la manera en que han mostrado los resultados de las

    revoluciones.51

    Ms adelante prosigue:

    50. Runge Pea, Andrs Klaus (COMP.), Educacin, eugenesia y progre-so: biopoder y gubernamentalidad en Colombia, Medelln, EdicionesUnaula, 2012.

    51. La cita fue extrada de: Temas de psicologa: los complejos y reaccionesen el alma del proletario en Revista Colombiana de Psiquiatra, Bogot,1, 8, abril de 1968, p. 623. Ver: Castao Gonzlez, Eugenio, Cuerpo yalma en las polticas de bienestar. Medelln, 1945-1975, Tesis de Maestraen Historia, Universidad Nacional, Sede Medelln, 2012, p. 77.

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    Desde ese momento proyectar ms o menos a todos los quemanifiestan una superioridad (capataces, patrones, polticos, ri-cos, curas, etc.) su oposicin dolorosa a la autoridad paterna. Los

    grandes dirigentes del movimiento sindical han crecido, comotodos los dems asalariados, con estos complejos de origen in-fantil. Sienten ms que los otros su inferioridad, y su accin es unesfuerzo para compensarla. Su accin es, en palabras de Adler, unaprotesta viril. En sus discursos no tratarn de otra cosa que de jus-ticia e igualdad. El socialismo (comunismo) de carcter utpico,su pasin de justicia e igualdad, sus luchas heroicas, se desarrollannormalmente en estas condiciones insatisfechas.52

    Bajo la aparente proteccin estatal de la que comenzaron agozar las organizaciones sindicales durante el inicio del FrenteNacional, segn Miguel Urrutia,53tambin se les endilgaba unascaractersticas profanas y reprensibles. Tomado en su conjunto,la necesidad de ordenar, clasificar y desechar propia de las pre-tensiones modernizantes en Colombia, supuso una actitud enla cual nuevas formas de conocimiento experto se vincularoncon claras maneras de ejercer un cierto poder de planificacin.54

    Esta bsqueda de reingeniera social, que articul las necesidadespolticas y del capital con ciertos discursos de la ciencia como

    vector adecuado del desarrollo, no pareci ser suficiente paraciertas lites polticas y empresariales.

    Las nuevas circunstancias de consenso entre los partidos tra-

    dicionales en Colombia, bajo la alternancia cerrada del poder,tambin supuso formas de segregacin mucho ms abiertas yque se articularan a las anteriores imputaciones psiquitricas

    y polticas. Dichas circunstancias de exclusin dieron origen alos movimientos guerrilleros y a algunas figuras emblemticasdentro de sus luchas, por ejemplo Camilo Torres. Esta situacin,

    52. Ibd., p. 623.53. Urrutia, Miguel, Historia del sindicalismo colombiano, Medelln, edito-rial la carreta, 1976, p. 241.

    54. Escobar, Arturo, El final del salvaje. Naturaleza, cultura y poltica en laantropologa contempornea, Santaf de Bogot, CEREC, 1999, p. 55.

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    vista bajo el prisma del movimiento sindical, arroja luz sobre susituacin de exclusin, adems de sentar las bases de la violenciaantisindical contempornea en Colombia. Fueron innegableslas conquistas obtenidas por las organizaciones sindicales bajoel gobierno de Valencia, luego del proyecto de huelga efectuadoen 1965: mayor estabilidad en el empleo, compatibilidad entrecesantas e indemnizaciones por despido, salario triple para losdomingos y feriados. Pero, tal como lo resea Pcaut, el gobiernode Carlos Lleras Restrepo deterior las relaciones entre el go-bierno y el movimiento sindical al limitar el derecho de huelgaen 1966, si esta se prolongaba por ms de cuarenta das. A su vez,en respuesta a la creciente oposicin y manifestaciones en contrade su gobierno y del establecimiento en general, Lleras Restrepoacusaba a los dirigentes sindicales de hacer demagogia barata conlas reivindicaciones sociales de los sectores laboriosos en el pas.55

    Lo que vino luego fue una creciente polarizacin que se acen-

    tu durante el gobierno de Lpez Michelsen. As, la dcada delsetenta marc un hito fundamental. Al tiempo que se hacan ms

    visibles las movilizaciones sociales, tambin crecan las recri-minaciones del establecimiento en contra de las organizacionessindicales bajo el argumento de tener algn tipo de vnculo con lasestructuras guerrilleras en auge. Tambin se observ el despeguede las redes del narcotrfico en procura de configurar zonas deinfluencia a lo largo y ancho del pas. Al hilo de estas complejascircunstancias, se advirti un poder creciente del estamento mi-litar en los diferentes municipios explicado por el nombramientode varios de sus integrantes en cargos municipales, lo cual supusola intencin de sofocar las revueltas sociales y sindicales.

    55. Pcaut, Daniel, Crnica de dos dcadas de poltica colombiana. 1968-1988, Bogot, Siglo XXI editores, pp. 63-64.

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    El estigma de la subversin y la militarizacinde la protesta

    La supuesta ingobernabilidad del Estado suscit el recrude-cimiento de viejos temores e imaginarios de revolucin, a msque promovi todo tipo de maniobras represivas. El acuerdo alinterior de las lites nacionales a fin de instaurar una paridad depoderes, confluy en la emergencia de un enemigo comn yen el establecimiento del estado de sitio. Como consecuencia,se hicieron mucho ms visibles las manifestaciones de violencia

    fsica hacia todos los movimientos sociales y sindicales por mediode consejos verbales de guerra en contra de civiles involucradosen protestas como la llevada a cabo en 1977, adems de variosallanamientos y amenazas. El paro cvico de ese ao fue un hitode gran relevancia en la historia de los movimientos socialescontemporneos en Colombia por cuanto se dio inicio, segn

    Archila, a las desapariciones de activistas polticos.56

    Al otorgar un tratamiento penalista a la protesta, al criminali-zar y atentar contra los movimientos sociales y las organizacionessindicales en particular, se dio carta abierta a un nuevo estadode cosas donde exista una mayor autonoma de estos respectoa los resortes del Estado. La CTC, la UTC, CSTC57y la CGT58unieron fuerzas a la hora de construir un comit de coordina-cin de la huelga, con el objetivo de unificar criterios para exigir

    verdaderas transformaciones sociales y econmicas. Se trat deuna audaz apuesta poltica que busc transformar el panorama delos sectores trabajadores y exigir mayores reivindicaciones paramejorar sus condiciones de vida.

    56. Archila, Mauricio, Colombia 1975-2000: de crisis en crisis Archui-

    la Mauricio, Delgado G, lvaro, Garca V, Martha Cecilia, Prada M,Esmeralda (COMP.), 25 aos de luchas sociales en Colombia, Bogot,Ediciones Antropos Ltda, 2002, p. 17.

    57. Confederacin Sindical de los Trabajadores de Colombia.58. Confederacin General del Trabajo.

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    Lo anterior desat una cruentsima ola de persecuciones quese acentu con mayor vigor durante el gobierno de Turbay Ayalaa partir de la proclamacin del Estatuto de Seguridad. Muy pron-

    to, esta represin institucionalizada permiti ampliar el espectropunible hacia el mbito de lo subversivo. La militarizacin siste-mtica de la protesta estuvo amparada en una serie de accionespolicivas, que tambin apelaron a una serie de discursos tendientesa alejar a las poblaciones de bien de lo que el estamento estimabacomo los peligros que atentaban contra los legtimos interesesnacionales. Se establecieron unos lindes bastante permeables

    entre lo legal y lo ilegal. La proliferacin de los arrestos arbitrarios,las torturas llevadas a cabo por la Brigada de Institutos Militares(BIM), los asesinatos y desapariciones, tuvieron como colofnun alejamiento de las posiciones polticas entre el gobierno y lasorganizaciones sindicales, as como una serie de investigacionespor parte de organismos internacionales.

    A comienzo de la dcada del ochenta se hicieron ms visi-bles los asesinatos contra sindicalistas, seguidos por las investi-gaciones de Amnista Internacional. De hecho, durante enerode 1980, mientras los miembros de dicho organismo, de visitaen Colombia, llevaban a cabo una serie de investigaciones pre-liminares al respecto, se difundieron unas denuncias alusivas aposibles persecuciones y espionajes clandestinos contra estosdelegados.59Las denuncias ponan al descubierto un panoramalleno de suspicacias, de recelos, de seguimientos denunciadospor los propios implicados y de interceptaciones telefnicas enrelacin a la informacin que pudiese surgir de estas pesquisasfrente a la comunidad internacional.

    En efecto, tres meses ms tarde, el informe presentado pordicho organismo al entonces embajador de Colombia en Lon-

    dres, Gustavo Balczar Monzn, revelaba un panorama bastante

    59. Niegan hostigamiento a Amnista en El Heraldo, Barranquilla, 19 deenero de 1980, pp. 1-13.

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    desolador en relacin a la situacin de los derechos humanos.Se haca mencin a la existencia de pruebas convincentes res-pecto a detenciones arbitrarias y torturas a disidentes polticos

    y sindicalistas, bajo la imputacin, por dems sospechosa, deperturbacin al orden pblico. Entre los mtodos de tortura msusados por las fuerzas militares estaban los choques elctricos,golpizas, quemaduras y uso de drogas.

    Dicha misin encontr que los procedimientos de arres-to eran sumamente indiscriminados, mientras que las vctimas

    carecan de garantas efectivas contra los arrestos arbitrarios,especialmente cuando los procesos eran llevados a cabo por lajusticia militar:

    La organizacin solicit la puesta en libertad de los sindicalistasdetenidos por el ejercicio no violento de sus derechos, incluidosaquellos que sean acusados de delitos no penales, que sean proce-sados en forma expedita, imparcial y pblica.60

    Amnista Internacional tambin present en su momentouna serie de recomendaciones, en las que se haca hincapi en lanecesidad de poner fin a la prctica de tortura de presos, espe-cialmente contra los sindicalistas. Pese a que era consciente dela existencia de movimientos subversivos violentos, al mismotiempo solicit a las autoridades colombianas una clara definicin

    de los delitos de subversin y perturbacin del orden pblico.De ah la necesidad de impulsar medidas que incluan la creacinde comisiones pblicas independientes, con participacin demdicos y abogados, para investigar las denuncias de abusos y lasinstrucciones para el procedimiento de interrogatorio destinadasa la polica y fuerzas armadas en general. Tambin se recomen-d, particularmente, la limitacin de atribuciones a las fuerzas

    armadas en lo referente al establecimiento de procedimientosjudiciales en contra de civiles.

    60. Hay arrestos arbitrarios, y torturas sistemticas en El Heraldo, Barran-quilla, 17 de abril de 1980, pp. 1-12.

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    Los sectores oficiales parecieron hacer caso omiso a estasrevelaciones y a dichas recomendaciones. Se llevaron a cabo en-cendidos debates en torno a lo denunciado por Amnista durante

    aquel ao. El propio Turbay Ayala neg cada una de las denuncias.En efecto, seal aquellas afirmaciones de carecer de fundamentoy de encubrir los espantables crmenes cometidos contra vctimasinocentes. El presidente acentuaba su discurso beligerante confrases lacnicas pero contundentes como terroristas, subver-sivos, tribu salvaje, crimen, anarqua, revolucin social,derrumbe del Estado de derecho, con el fin de legitimar la

    accin de su propio gobierno. En ningn caso, segn l, se debapermitir que agentes extranjeros catalogasen las fuerzas legtimasdel Estado colombiano como peligrosas, mientras se haca locontrario con los llamados terroristas y sus aliados.61

    En ese mismo sentido se pronunciaron diferentes sectorespolticos, mientras que medios de comunicacin como El Espec-

    tador denunciaban el claro malestar que dichas declaraciones legeneraban al gobierno de turno. Por el contrario, otros peridicoscalificaban el texto entregado por el organismo internacionalcomo un simple panfleto, bastante frgil en sus argumentos,

    y abusivo en sus trminos, con lo cual se ubicaba al lado de lasfuerzas revolucionarias.62Sin embargo existan voces que di-sentan de dicha postura oficialista, como el propio expresidenteCarlos Lleras Restrepo y algunos sectores de la iglesia catlica.

    Frente a este panorama tan sombro, las propias centrales yfederaciones obreras amenazaron con un paro de magnitudessemejantes a las de 1977. Se trataba bsicamente de llamar laatencin del gobierno nacional como reaccin al escenario crticoque experimentaban las organizaciones de trabajadores. Ademsdel incremento de los actos de violencia, de los despidos injusti-

    61. Respaldo a Turbay en su crtica a Amnista en El Heraldo, Barranquilla,21 de abril de 1980, p. 1.

    62. Ibd.

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    ficados autorizados por el Ministerio de Trabajo, el presidente dela Confederacin Sindical de Trabajadores Colombianos, PastorPrez, trajo a colacin el bajo poder adquisitivo de los salarios.63

    El clima poltico al iniciar la dcada del ochenta estaba bas-tante enrarecido. Los intereses de cada sector, particularmentelos del gobierno, quizs dificultaron unos acercamientos verda-deramente significativos que redujesen no solo la retrica hostilsino tambin los actos de violencia fsica contra los movimientospolticos, sociales y sindicales. A la incursin de los movimientos

    guerrilleros, manifestados a travs de acciones espectacularescomo la toma a la embajada de Repblica Dominicana, se lesumaron los reiterados informes sobre violacin de derechoshumanos. Una comisin interamericana de derechos humanosenviada por la Organizacin de Estados Americanos (OEA) con elpropsito de dialogar con el M19, tambin aprovech la visita parallevar a cabo una serie de reuniones con diferentes organizaciones

    colombianas y escuchar de primera mano lo que aconteca en elpas en lo referido al estado de los derechos humanos.

    As mismo, voceros estudiantiles y miembros del gobiernose trasladaron a Medelln, Bucaramanga y Cali para reunirse condiferentes sindicalistas y con el fin de conocer presuntas torturaspor parte de los organismos de seguridad.64Las irregularidadesen los procesos judiciales marcaron uno de los puntos ms de-

    nunciados ante los miembros de la comisin. All se revelaba unclima de malestar internacional frente a la creciente violenciaen contra de organizaciones sindicales y movimientos polticosdisidentes que se sumaba a lo acontecido durante aquel enton-ces con las dictaduras militares del cono sur, especialmente en

    Argentina y Chile. El momento ms crtico de esta visita fuecuando el entonces coronel Faruk Yanine Daz reconoci ante la

    63. Leal, Soledad, Centrales obreras amenazan con paro en El Heraldo,Barranquilla, 29 de enero del 1980, p. 16.

    64. Mediadores de la OEA entregan informe a Turbay en El Heraldo, Ba-rranquilla, 23 de abril de 1980, p. 1.

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    Comisin que en Colombia haban sido torturados algunos delos procesados en el consejo verbal de guerra adelantado contrapresuntos integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias

    de Colombia (FARC).65

    Lo ms notorio de sus declaraciones fue el sealamiento alestamento militar por la presunta falta de medidas eficaces a lahora de poner freno a esas prcticas vejatorias. Las afirmacionesfueron recibidas con jbilo por parte del movimiento sindical, yen general por parte de todos los movimientos sociales del pas.

    Sin embargo dichas declaraciones no dejaron de provocar sorpre-sas en el seno de los militares y del gobierno de aquel entonces.Solo atinaron a expresar que las afirmaciones del coronel eranuna clara muestra de la transparencia de las fuerzas armadas ydel gobierno en general, a la hora de brindar espacios para quese conociese la verdad. A raz de este clima de denuncias, sehaba dejado en libertad a varias personalidades, intelectuales y

    miembros de organizaciones sindicales, como al ex magistradodel Tribunal Superior, Tony Lpez Oyuela, la sociloga MaraCristina de Fals Borda y la dirigente sindical Gladys Torrado.

    Durante ese mismo ao el gobierno nacional prohibi cual-quier tipo de manifestacin, protesta, mtines o desfiles, frenteal temor de que se repitieran las escenas vividas durante el parocvico del mes de septiembre de 1977. En un mensaje enviado

    por el entonces ministro de gobierno Germn Zea Hernndez alas centrales obreras CTC, UTC, CSTC Y CGT, se sealaban losinconvenientes y riesgos de unas manifestaciones desbordadas,adems de proveer de autoridad a los alcaldes e inspectores de po-lica a la hora de otorgar alguna salvedad o permiso especial, bajoestrictos controles, para llevar a cabo cualquier conmemoracin.66

    65. Fiscal militar admite que hubo torturas en El Heraldo, Barranquilla,25 de abril de 1980, p. 1.

    66. Prohben marchas obreras en El Heraldo, Barranquilla, 13 de septiem-bre de 1980, p.16.

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    Frente a la progresiva tendencia a movilizaciones y protestassociales y comunitarias, la situacin de la economa colombiana nopareca ser la mejor, segn el presidente de Camacol, Guillermo

    Gmez Estrada.67A la gradual postracin del sector agrcola se leagregaba la crtica situacin del sector industrial y la necesidadde que el gobierno tomara cartas en el asunto dando vuelta haciala estabilizacin del pas. Adicionalmente, en los aos sucesivostambin se incrementaron los niveles de indefensin y vulnera-bilidad de las organizaciones sindicales.

    A la creacin del grupo Muerte a Secuestradores (MAS), quederiv posteriormente en grupos paramilitares perseguidores delas organizaciones sindicales, el propio Estado no dej de realizarsealamientos, detenciones y destituciones arbitrarias que aten-taban directamente contra el movimiento sindical. A manera deilustracin, en marzo de 1981, nueve dirigentes sindicales de laUSO fueron detenidos por la polica en Bogot luego de un mitin

    en las instalaciones administrativas de Ecopetrol. El temor de lafuerza pblica responda a que las manifestaciones efectuadas endichas instalaciones, ubicadas en Teusaquillo, pudiesen afectarel normal desenvolvimiento de las actividades de la embajadade Estados Unidos, situada tan solo a una cuadra de los hechosdetallados.68

    67. Rueda Rodrguez, Jaime, Preocupante la situacin de la economa na-cional en El Heraldo, Barranquilla, 4 de enero de 1981, p.9.

    68. Detenidos dirigentes de la USO en El Heraldo, Barranquilla, 22 demarzo de 1981, p. 10.

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    Fotografa de la Cumbre intersectorial llevada a cabo en el saln Bolvar delPalacio de Nario en 1981, en la cual se conden el paro nacional convocado pororganizaciones de filiacin comunista, acusndolas de estar filtradas por grupossubversivos.69

    El incremento en la retrica belicista del gobierno de Turbayechaba sus bases en que, segn sostena el propio presidente, lasmovilizaciones sociales y sindicales en cualquiera de sus expre-siones o manifestaciones no eran ms que formas de la actividadsubversiva. En efecto, durante el mes de octubre el gobierno lanz

    una dura advertencia a las organizaciones sindicales de filiacincomunista y a los grupos subversivos con el argumento de que nodejara que se disolvieran las instituciones del Estado. La consignasuprema del gobierno promulgaba la conservacin de la vida, lahonra y los bienes de sus asociados. Por tal motivo, por encimade intereses de sectores como el sindical, estaba la conservacinde la democracia, segn sentenci el presidente de turno. Incluso

    hizo un llamado a los gremios del pas invitndolos a que si enverdad estaban conformes con el sistema, deban defenderlo en

    69. Giraldo Gaitn, Nez, Jos Ramn, Cumbre conden subversin yparo en El Heraldo, Barranquilla, 11 de octubre de 1981, p. 9.

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    todo momento y no aceptar situaciones anormales como las quese planteaban a raz de aquel paro. Esta defensa deba descansaren una presunta solidaridad moral, intelectual y social a fin de

    evitar que el aparato estatal sucumbiera irremediablemente.70

    Lo sorprendente del asunto fue el apoyo que la tesis del go-bierno, de que dicha manifestacin estaba amparada por el partidocomunista