Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe...

16
Francisco Díaz Klaassen La hora más corta 001-006 La hora mas corta.indd 5 24-12-15 11:04

Transcript of Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe...

Page 1: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

Francisco DíazKlaassen

La hora más corta

001-006 La hora mas corta.indd 5 24-12-15 11:04

Page 2: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

Primera edición: marzo de 2016

© 2016, Francisco Díaz Klaassen© 2016, de la presente edición en castellano para todo el mundo:

Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.Merced 280, piso 6, of. 61, Santiago Centro, Chile

Tel. (56 2) 22782-82 00www.megustaleer.cl

Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas

y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright

al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros

para todos los lectores.

Printed in Chile – Impreso en Chile

ISBN: 978-956-9583-48-3Inscripción Nº 259.843

Diseño: Proyecto de Enric SatuéDiseño de cubierta y diagramación: Ricardo Alarcón Klaussen

Imagen de portada: ShutterstockImpreso en los talleres de CyC Impresores Ltda.

001-006 La hora mas corta.indd 6 24-12-15 11:04

Page 3: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

But I do love[...]these summer nights.

Raymond Carver

007-124 La hora mas corta.indd 7 24-12-15 11:06

Page 4: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

007-124 La hora mas corta.indd 8 24-12-15 11:06

Page 5: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

Estiró una mano para tocar un cuerpo ausente y al no encontrar nada a qué aferrar-se se quedó asiendo ese vacío. Abrió y cerró el puño dos veces como para confirmarlo o des-cartarlo, tal vez un sueño. También en un vacío puede estar contenido el pasado.

Varios minutos inmóvil creyendo que ella podía aparecer, sacudirlo, obligarlo a le-vantarse. Pero la mano ya no volvió a moverse.

Cada noche otra noche igual hasta que no sepa aguantarlo más.

007-124 La hora mas corta.indd 9 24-12-15 11:06

Page 6: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

007-124 La hora mas corta.indd 10 24-12-15 11:06

Page 7: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

Leo en la cama. Ya casi amanece y la luz empieza a colarse por entre las láminas de la persiana. Desde la calle no se escucha más sonido que el del paso del metro cada quince minutos, un murmullo apagado que por toda violencia sólo consigue atenuar los ruidos pro-pios del departamento, el siseo húmedo de la calefacción, el agua del baño corriendo sin fin; como si se tratara de la respiración del barrio, de la respiración de Midwood, acompasada y serena. Ella duerme hecha un ovillo, dándome la espalda, desnuda, las sábanas amontonadas a sus pies.

Hace dos horas estábamos en un vagón del metro, apretujados alrededor del poste, con ganas de culear. El cansancio, la gente, el abu-rrimiento de una rutina de días eternos: exor-cizados todos y de repente por la calentura. Me concentré en sus ojos, brillantes y achinados, casi tan oscuros como los míos, e hice a un la-do lo demás. Pero algo se torció con esa misma rapidez: yo quería hacerlo apenas entráramos en el departamento, en el pasillo mismo de ser posible, sudados los dos, con su vagina olien-do al trajín del día, con la suciedad del vagón encima nuestro, con el sabor del aire pegajoso de la ciudad en su cuello y sus orejas; y ella

007-124 La hora mas corta.indd 11 24-12-15 11:06

Page 8: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

12

quería ir antes al baño, meterse en la cama lim-pia y pulcra; quería además (aunque esto no lo dijo hasta mucho después) caricias y palabras tiernas que le despertaran el deseo. De saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci-ma, o encima mío, en mi boca, en mi pene, en nuestros cuerpos apretándose contra la pared. En cambio me fui a esconder al living y me puse a ver un documental en Netflix del que sólo saqué en limpio que ya sólo hablamos de los muertos, incapaces de valorar cualquier co-sa que no se nos presente pasiva y manoseable.

Ella tuvo muchas pesadillas durante la noche. La escuchaba gritar desde el living y acudía a consolarla. Medio dormida, se abra-zaba a mí y me repetía algún conjuro cariñoso que le dictaba el subconsciente. Yo le acariciaba la nuca con las uñas de los dedos de una mano y le daba besos en el pelo mientras le rascaba el coxis con las yemas de la otra. Dejaba que se quedara dormida encima mío y después me escabullía para seguir viendo el documental.

Cuando se terminó volví a la pieza. Ce-rré los ojos y esperé a que los lobos empezaran a aullar a la distancia. No lo hicieron. Alguien escuchaba a Lou Reed. Una rata o una ardilla se daba un festín en uno de los basureros metá-licos de la esquina. Agarré un libro del velador y me puse a ojear los párrafos y las letras como quien entra a un café y se sienta a ver pasar gente por la ventana. En ese momento la sentí moverse a mi lado y al redescubrirla desnuda pensé en taparla con las sábanas. El impulso

007-124 La hora mas corta.indd 12 24-12-15 11:06

Page 9: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

13

afortunadamente no duró; di un rodeo en la cama y me senté a leer a la altura de sus pies. Seguía hecha un ovillo. Sus nalgas se abrían y cerraban con cada respiración, casi impercep-tiblemente, y también lo hacía el agujero del culo, que se le abría apenas, como una boquita fruncida tirándome besos. Acerqué mi nariz y lo olí. Nada. La acerqué un poco más, insis-tí hasta rozarle el perineo. Ella murmuró algo en su sueño, se movió, quedé por un segun-do atrapado entre sus nalgas. Temiendo que se despertara me alejé.

Intenté retomar el libro pero después de pelear un rato con las manchas negras me rendí y la observé una vez más. La boca me-dio abierta, anunciando las paletas de conejo. La firmeza de sus tetas pequeñas. Los pezones grandes y oscuros, moteados alrededor de la aureola y ligeramente endurecidos por el aire acondicionado. La espalda arqueada, las vérte-bras tensando la piel, a punto de salir dispara-das. El ano desarrugándose inquieto. Me saqué los calzoncillos y empecé a masturbarme, fan-taseando con correrme sobre su espalda y su trasero y contemplar el brillo del semen secán-dose en su piel. Sin dejar de tocarme, me puse en cuatro patas y me acerqué a olerla de nuevo. Y, de nuevo, nada. Esta vez dejé mi cara entre sus nalgas, cerré los ojos, respiré y boté el aire a través de la nariz, tal vez pensando en alguna reacción suya al sentir su piel el calor de mi aliento. No pasó nada. No me aguanté y le di un beso sonoro y apresurado en un cachete, el

007-124 La hora mas corta.indd 13 24-12-15 11:06

Page 10: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

14

derecho, donde a los seis años la mordió el pe-rro y le quedó la cicatriz. Se despertó de golpe, con un suspiro ahogado, como con las pesadi-llas, y yo la tranquilicé de la misma manera que antes. No me vio. El momento pasó.

007-124 La hora mas corta.indd 14 24-12-15 11:06

Page 11: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

A veces soñaba con episodios felices. Ella manejando por la vereda una bicicleta oxi-dada, él sentado atrás abrazándole con fuerza las caderas, el pelo golpeándole el rostro mien-tras mira fijamente las pecas en el trozo de es-palda que el vestido deja al descubierto.

El vértigo de ese sueño era feliz. La sen-sación de que iban a caerse en cualquier mo-mento, en la siguiente esquina. Despertaba sintiendo el nudo en el estómago que expe-rimentaba cuando ella cruzaba las calles y lo hacía saltar en el asiento con cada desnivel del pavimento. Debajo de él el colchón sin sába-nas, las pilas de pañuelos usados, la fetidez del cuarto que no escapaba por la ventana abierta. Incapaz de volver a dormirse, se quedaba escu-chando los ruidos de la calle hasta que el metro los silenciaba todos.

Sabía que esos sueños eran a la vez una rendición y una prueba de su voluntad. Y que cuando dejara de soñarlos tendría que tomar una decisión.

007-124 La hora mas corta.indd 15 24-12-15 11:06

Page 12: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

007-124 La hora mas corta.indd 16 24-12-15 11:06

Page 13: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

Ayer, al volver del trabajo, dijo haberse encontrado una corona de flores entre nuestra puerta y el descansillo de las escaleras que dan a la azotea. Salí a inspeccionar pero no saqué gran cosa en limpio. La inscripción, si alguna vez la tuvo, había sido arrancada. No la acom-pañaban otros arreglos ni había más basura en el lugar. La única conjetura a nuestro alcance (y era más bien una observación) se le ocurrió a ella, al notar que las flores, moradas y blancas, no estaban del todo marchitas; la corona no debía tener más que un par de días.

Entrada la noche se prendieron las luces de al lado y nuestra vecina irrumpió en su depar-tamento con aparente prisa. Dejé lo que estaba ojeando (el catálogo de la tienda de regalos de un museo de arte) para mirarla, pero los mosquiteros y las cortinas de uno y otro lado me impidieron una visión nítida de sus facciones. Sólo vislum-bré movimientos esporádicos, una silueta más cuadrada que redonda que avanzaba recogiendo cosas y prendiendo y apagando ampolletas: las del pasillo, las de las lámparas del living, las del dormitorio. Después nada se movió. Esperé un rato hasta que me cansé; volví al catálogo.

Más tarde me fijé por primera vez en las ventanas de la vecina. La cocina no tiene

007-124 La hora mas corta.indd 17 24-12-15 11:06

Page 14: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

18

cortinas. Las del living son medio transparen-tes; las del cuarto, del mismo color —rojo— pero gruesas; impenetrables.

Recuerdo que antes vivía allí un indio. Nos topábamos a menudo en el rellano y con-versábamos sobre nuestros países mientras es-perábamos el ascensor. Después bajábamos en silencio, como si cada uno estuviera compa-rando lo descrito con la realidad. Una vez nos ausentamos dos semanas, tal vez por Navidad o algún break semestral. Al volver, no más de cinco minutos después de haber traspasado el umbral de la puerta, sonó el timbre. Shome me miraba severo a través de la mirilla. Habíamos dejado la puerta sin llave, me recriminó. Él lo supo porque se empezaron a amontonar pa-quetes en la entrada y quiso saber si estábamos bien; así que tocó el timbre, golpeó la puerta, finalmente giró el picaporte. Porque somos co-mo una familia en este edificio, me dijo. Des-pués de eso no lo volví a ver.

En la cama pusimos una película y nos quedamos dormidos antes de que se terminara. Me contó, mientras yo me lavaba los dientes y ella orinaba y se sacaba algunos pelos de las cejas, con la ayuda de un espejo chico y una pinza negra, que ya no extrañaba a nadie, co-mo si todos sus amigos y su familia hubieran dejado de existir. Yo al principio no supe qué contestarle. Luego escupí y le dije que debería intentar ser más sociable en el trabajo, hacer amigos.

007-124 La hora mas corta.indd 18 24-12-15 11:06

Page 15: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

19

Esta mañana me desperté cuando ya se había ido. Todavía flotaba en el aire de la co-cina el olor de uno de sus cigarrillos, un toque de vainilla que a mí no me molestaba pero que a ella la hacía sacudir los cojines y las sábanas varias veces al día. Tenía que empezar a escribir un nuevo capítulo, pero sospechaba que sería otro día perdido. Me asomé por la ventana del cuarto y vi un cielo pintado con nubes amari-llentas que nunca entraban en contacto entre sí. Agucé el oído pero sólo me fue posible es-cuchar el runrún del tráfico. Motores y bocinas que se intercalaban con una irregularidad que se me antojó predecible. Ordené la pieza —la bata celeste, húmeda, dibujaba una silueta hu-mana en su costado de la cama; una taza medio vacía había chorreado café con leche en el bor-de del velador— y me senté a tomar desayuno. En la mesa encontré un kiwi pelado y un bol de cereal junto al diario de hoy, abierto en la sección de noticias nacionales.

Leí en un artículo que treinta y siete años después de su desaparición, en una granja de caballos en Michigan, podría estar el cuerpo de Jimmy Hoffa. La dueña del lugar se lamen-taba de que su hijo ni siquiera pudiera salir a cortar el pasto. La casa estaba acordonada y rodeada de curiosos y periodistas y policías. Al norte de Detroit alguien había hecho una llamada y dicho que hace treinta y cinco años había visto a alguien enterrar un cuerpo en el patio de esa casa y que posiblemente fuera el de Hoffa. La señora le dijo a quien escribió el

007-124 La hora mas corta.indd 19 24-12-15 11:06

Page 16: Francisco Díaz Klaassenpanikors.s3-website-us-east-1.amazonaws.com/pcz/2016/03/04114601/hora.pdfDe saberlo habría sido capaz de rogarle que se meara enci - ma, o encima mío, en

20

artículo: «Y pensar que durante veinticuatro años hemos estado caminando por encima de un cadáver. ¿Se da cuenta?»

Al volver del trabajo me dijo que la co-rona seguía ahí. Le respondí que ya lo sabía. Durante todo el día había inventado salidas absurdas (a botar una bolsa de basura a medio llenar, a revisar dos veces el correo, a estirar las piernas al supermercado de la esquina y de pa-so comprar kit-kats) para pasar por el lado y observarla. Le invento que estoy fascinado con la corona y con poder ver cómo se va pudrien-do con el paso de las horas. Ella me sonríe sin hacerme mucho caso y no dice nada más.

007-124 La hora mas corta.indd 20 24-12-15 11:06