Friedrich Schlegel - Ensayo Sobre El Concepto de Republicanismo

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ENSAYO SOBRE EL CONCEPTO DE REPUBLICANISMO A propósito del ensayo de Kant Para una paz perpetua (Versuch über den Begriff des Republikanismus, veranlasst durch die Kantische Schrift zum ewigen Frieden, 1796) Nota: texto escaneado de Friedrich Schlegel, Obras selectas, vol.1, Madrid, 1983, pp. 35-51] Comentario La empresa política cautivó al autor durante toda su vida, marcando profundamente su pensamiento de historiador y crítico literario, aunque de manera muy varia. Para dar idea de su primera actitud en este terreno, ya que no es posible reproducir aquí uno de sus numerosos ensayos sobre la cultura griega que lo demuestran de un modo inconfundible, se incorpora a esta antología el ensayo sobre el republicanismo, redactado en 1796, cuando la evolución francesa ya entra en la fase napoleónica. Basado en la segunda edición del escrito de Kant Sobre la paz perpetua (1796) y acompañado de la lectura de las famosas consideraciones de Condorcet sobre el progreso humano Esquisse d'un tableau historique des progrès de l'esprit humain (1795), refleja este ensayo un constitucionalismo entusiasta, entendido como medio de ordenar la empresa colectiva racionalmente y conducente a un futuro mejor. Es de notar que el autor plantea la cuestión bajo el patrocinio moral de Kant, cuya autoridad acata en lo esencial y cuya argumentación sigue muy de cerca, a veces línea por línea, pero con el fin indudable de marcar sus divergencias e ideas propias sobre el asunto. A la vez resalta este ensayo por la comparación continua del Estado moderno con el de la antigüedad. A su manera es otro ejemplo de la querella entre antiguos y modernos, pero proyectada al campo político, origen de todas las ideas literarias, según un tratado de Mme. de Stäel, de la misma época. Hay que tenerlo presente, al enjuiciar las manifestaciones literarias que hace el autor en el curso de estos años, siendo la primera manifestación del pensamiento romántico en materia política (1). Texto El espíritu que respira el ensayo de Kant Para una paz perpetua será bien recibido por cualquier amigo de la justicia, y la posterioridad admirará en ese monumento el noble talante de este honrado hombre de ciencia. Este ensayo, valiente y digno, es imparcial y está agradablemente sazonado con ingenio certero y humor inteligente. Contiene gran cantidad de ideas fecundas y nuevas visiones sobre

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ENSAYO SOBRE EL CONCEPTO DE REPUBLICANISMOA propósito del ensayo de Kant Para una paz perpetua

(Versuch über den Begriff des Republikanismus, veranlasst durch die Kantische Schrift zum ewigen Frieden, 1796)

Nota: texto escaneado de Friedrich Schlegel, Obras selectas, vol.1, Madrid, 1983, pp. 35-51]

Comentario

La empresa política cautivó al autor durante toda su vida, marcando profundamente su pensamiento de historiador y crítico literario, aunque de manera muy varia. Para dar idea de su primera actitud en este terreno, ya que no es posible reproducir aquí uno de sus numerosos ensayos sobre la cultura griega que lo demuestran de un modo inconfundible, se incorpora a esta antología el ensayo sobre el republicanismo, redactado en 1796, cuando la evolución francesa ya entra en la fase napoleónica.

Basado en la segunda edición del escrito de Kant Sobre la paz perpetua (1796) y acompañado de la lectura de las famosas consideraciones de Condorcet sobre el progreso humano Esquisse d'un tableau historique des progrès de l'esprit humain (1795), refleja este ensayo un constitucionalismo entusiasta, entendido como medio de ordenar la empresa colectiva racionalmente y conducente a un futuro mejor. Es de notar que el autor plantea la cuestión bajo el patrocinio moral de Kant, cuya autoridad acata en lo esencial y cuya argumentación sigue muy de cerca, a veces línea por línea, pero con el fin indudable de marcar sus divergencias e ideas propias sobre el asunto.

A la vez resalta este ensayo por la comparación continua del Estado moderno con el de la antigüedad. A su manera es otro ejemplo de la querella entre antiguos y modernos, pero proyectada al campo político, origen de todas las ideas literarias, según un tratado de Mme. de Stäel, de la misma época. Hay que tenerlo presente, al enjuiciar las manifestaciones literarias que hace el autor en el curso de estos años, siendo la primera manifestación del pensamiento romántico en materia política (1).

Texto

El espíritu que respira el ensayo de Kant Para una paz perpetua será bien recibido por cualquier amigo de la justicia, y la posterioridad admirará en ese monumento el noble talante de este honrado hombre de ciencia. Este ensayo, valiente y digno, es imparcial y está agradablemente sazonado con ingenio certero y humor inteligente. Contiene gran cantidad de ideas fecundas y nuevas visiones sobre política, moral e historia de la humanidad. La opinión del autor sobre la naturaleza del republicanismo y su relación con otras especies y manifestaciones estatales me ha resultado altamente interesante. Su examen motivó en mí una nueva reflexión del tema, de la que han salido estas anotaciones.

“La constitución política de todo estado, dice Kant en la página 20, debe ser la republicana. Es republicana la constitución fundada primeramente en razón de la libertad de los miembros de toda sociedad (en cuanto hombres); segundo en razón de los principios de dependencia de todos de una obra legislativa única (como vasallos); tercero, conforme a la ley de la igualdad de los mismos (como ciudadanos)”. Esta explicación no me parece satisfactoria. Si la dependencia jurídica está ya incluida en el concepto de la constitución del estado (pág. 21, nota), no puede ser propiedad del carácter específico de la constitución republicana. Dado que no se señala ningún criterio de clasificación de la constitución según sus especies, debe preguntarse si el concepto de constitución republicana se agota con las notas distintivas de libertad e igualdad. Ambas no añaden nada positivo y son meras negaciones. Y dado que toda negación supone una afirmación, que cada condición supone un elemento condicionado, en esta definición hace falta un elemento distinto que es el más importante, por contener el fundamento de los otros dos. La constitución despótica desconoce aquellas notas negativas (libertad, igualdad) y debe, por tanto, distinguirse de la constitución republicana mediante una nota positiva. Se presupone sin pruebas, que el republicanismo y el despotismo no son clases diferentes de estado, sino sólo de constitución estatal, sin explicar precisamente qué es una constitución estatal. —La deducción indicada del republicanismo así definido es tan insatisfactoria como la definición. Por lo menos, parece como si en la página 20 se afirmara que la constitución republicana es prácticamente necesaria por ser la única que deriva de la idea del pacto primitivo. Pero ¿sobre qué se funda esta idea más que sobre el principio de la

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libertad y de la igualdad? ¿No es esto un círculo vicioso?— Toda negación es el límite de una afirmación y la deducción de su validez es la prueba de que la afirmación fundamental, de la cual se deriva la afirmación limitada por aquélla, se anularía sin esta condición. La necesidad práctica de la libertad e igualdad políticas debe ser deducida de una afirmación práctica superior de la que se derive la característica positiva del republicanismo.

La definición de la libertad jurídica como “la facultad de hacer todo lo que se quiera en tanto no se cometa injusticia”, es tildada por el autor de tautología vacía, proponiendo, a su vez, la de “facultad de no tener que obedecer más leyes externas que aquéllas a las que el individuo haya podido prestar su consentimiento”. —Ambas definiciones me parecen correctas, pero sólo bajo ciertas condiciones. La libertad civil es una idea que sólo puede realizarse a través de una aproximación progresiva al infinito. Así como en toda progresión se dan un término inicial, medio y final, de igual manera en la aproximación infinita a aquella idea hay un mínimo, un término medio y un máximo. El mínimo de libertad civil está contenido en la definición kantiana. El término medio de la misma es la facultad de no tener que obedecer más leyes externas que aquéllas que la mayoría (representada) del pueblo ha aceptado y la totalidad (teoría) del mismo habría podido aceptar. El máximo —inalcanzable— de libertad civil se contiene en la definición tildada de tautología, que no lo sería si se refiriese a la libertad moral y no a la civil. La suprema libertad política sería adecuada a la moral, totalmente independiente de toda ley obligante externa y sólo limitada por la ley moral. Asimismo, lo que Kant define como igualdad jurídica externa, es sólo el mínimo en esta progresión infinita a la idea inalcanzable de igualdad política. El término medio consiste en que entre los ciudadanos no se dé otra diferencia de derechos y obligaciones que aquélla que la mayoría del pueblo haya realmente querido y la totalidad del mismo pudiera querer. El máximo sería una igualdad absoluta de derechos y deberes de los ciudadanos que pusiera fin a todo dominio y dependencia. —Pero, ¿acaso no son estos conceptos alternos propiedades esenciales del estado en ge-neral? — La suposición de que la voluntad de los ciudadanos particulares no siempre coincide con la voluntad general, es el único motivo para que se den autoridad y dependencia políticas. Por mucho que se pueda hacer valer esta suposición, su contraria es, por lo menos, pensable. Es, por lo demás, sólo una condición empírica que puede determinar ulteriormente el puro concepto del estado, pero por lo mismo, no puede ser una característica del concepto puro. El concepto empírico supone uno teórico; el más de-terminado, uno más indeterminado del cual pueda deducirse. Por consiguiente, no todo estado implica la relación de un superior a un inferior, sino sólo aquél que está condicionado empíricamente a través de aquel dato fáctico. Es pensable, sin embargo, un estado formado por pueblos sin esta relación y sin que los diferentes estados tuvieran que fusionarse en uno solo; es decir, es pensable una sociedad no determinada a una finalidad especial, sino tendente a una meta indeterminada (no hipotética sino téticamente proporcionada) en relación a la libertad del individuo y a la igualdad de todos entre una mayoría o masa de pueblos políticamente independientes. La idea de una república mundial tiene validez práctica e importancia característica.

Lo personal del poder estatal (página 25), es decir, el número de los dominantes, puede ser sólo principio de clasificación allí donde la voluntad, no general, sino individual sea el fundamento de las leyes civiles (en el despotismo) —¿Cómo concuerda la afirmación “el republicanismo es el principio estatal de la separación del poder ejecutivo del legislativo” con la distinción primeramente hecha y con la afirmación “el republicanismo es sólo posible a través de la representación” (página 29)? —Si el poder estatal total no estuviera en las manos de los representantes del pueblo, sino repartido entre un regente y una nobleza hereditaria, de tal manera que el primero poseyera el poder ejecutivo y la segunda el legislativo, entonces la constitución no sería representativa (no obstante la separación), sino despótica (conforme a la explicación del autor), dado que el carácter hereditario de los cargos públicos (págs. 22, 23, nota) es irreconciliable con el republicanismo. —El legislador, el ejecutor (y el juez) son personas políticas totalmente diferentes (pág. 26), pero es físicamente posible que una persona física reúna en sí todas estas personas políticas diferentes. Es asimismo, políticamente posible, es decir, no contradictorio, el que la voluntad general del pueblo determine depositar (no renunciar) en un solo individuo y para un espacio de tiempo determinado todo el poder estatal. Indiscutiblemente, la división de poderes es norma del estado republicano; pero la excepción de la regla, la dictadura, me parece, por lo menos, posible (Su utilidad extraordinaria queda patente en la historia antigua). El género humano debe a este ingenioso descubrimiento griego muchos de los servicios más extraordinarios que el genio político ha rendido. La dictadura es, sin embargo, necesariamente un estado transitorio, dado que, si todo el poder estuviera depositado para tiempo indefinido, dejaría de ser representación para convertirse en cesión del poder político. Y una cesión de la soberanía es políticamente imposible, dado que la voluntad general no puede destruirse por un acto propio de la voluntad general. El concepto dictadura perpetua es, por consiguiente, tan contradictorio como un círculo cuadrado. —La dictadura transitoria es una representación políticamente posible, es decir, una forma republicana, esencialmente diferente del despotismo.

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El autor ni siquiera sugiere un criterio de clasificación de las especies y elementos integrantes del estado. —El intento que sigue, provisional, de una deducción del republicanismo y de una clasificación política a priori, no creo que sea indigno de la atención del lector.

A través de la conexión de la mas fundamental tesis practica (que es el objeto de la ciencia práctica fundamental) con el dato teórico del alcance y especies de la capacidad humana, el imperativo puramente práctico recibe tantas modificaciones específicamente diversas, cuantas facultades específicamente diversas contiene la capacidad humana integral; y cada una de estas modificaciones es el fundamento y el objeto de una ciencia especial práctica. A través del dato teorético de que al hombre, aparte de las facultades que el individuo particular posee en cuanto tal, incluso en relación a los otros individuos de su especie, le adviene la facultad de comunicación (de las actividades de todas las facultades restantes); del hecho de que, por lo común, los individuos humanos se hallan realmente o pueden hallarse en relación de natural influencia mutua, el imperativo puro práctico recibe una nueva modificación específicamente distinta, que se constituye en fundamento y objeto de una nueva ciencia. El principio el Yo debe ser significa en este caso concreto lo mismo que la comunidad de la humanidad debe ser o el Yo debe ser comunicado. Esta tesis práctica y derivada es el fundamento y objeto de la política, denominación bajo la cual no entiendo el arte de aprovechar el mecanismo de la naturaleza para el gobierno de los hombres (pág. 71) sino (como los filósofos griegos) una ciencia práctica en el sentido kantiano del término, cuyo objeto es la relación de los individuos y especies prácticas. Toda sociedad humana (cuya finalidad sea ella misma o la comunidad de la humanidad) se llama estado. Sin embargo, dado que el Yo debe ser no sólo en el conjunto de todos los individuos, sino también en cada individuo particular, y que sólo puede ser bajo la condición de una independencia absoluta de la voluntad, la libertad política es una condición necesaria del imperativo político y una propiedad esencial del concepto estado; pues de lo contrario se anularía el imperativo práctico puro, del cual derivan tanto el ético como el político. El imperativo político es válido no sólo para este o aquél individuo, sino para cada uno; y de ahí resulta la igualdad política una condición necesaria del imperativo político y una nota esencial del concepto del estado; de ahí que el estado abarque una masa ininterrumpida, un continuo coexistente y sucesivo de hombres; la totalidad de los mismos que están en relación con el influjo físico, por ejemplo, todos los habitantes de un país o todos los descendientes de una tribu. Esta propiedad es el criterio externo que distingue al estado de órdenes y asociaciones políticas que tengan fines especiales, es decir, que atañan solamente a ciertos individuos especialmente modificados. Ninguna de estas sociedades comprende una masa o continuo total, sino que aglomeran solamente miembros aislados y particulares. —La igualdad y la libertad exigen que la voluntad general sea el fundamento de todas las actividades políticas especiales (no sólo de las leyes, sino también de los juicios y de la ejecución de los mismos). Pero ésta es precisamente la nota distintiva del republicanismo. ¿Quiere decir eso que su contrario, el despotismo, en el que la voluntad privada contiene el fundamento de la actividad política, no sería un verdadero estado? De hecho lo es, en el sentido más estricto de la palabra. Dado, sin embargo, que toda la formación política tiene su origen en un fin especial, en el poder (compárese la acertada exposición de la página 69) y voluntad privadas —en el despotismo en una palabra— y que, por consiguiente, todo gobierno provisional debe ser necesariamente despótico; dado que el despotismo usurpa la apariencia de la voluntad general y, por lo menos, tolera la justicia para algunos casos civiles y criminales para él interesantes; dado que se distingue de cualquier otra sociedad por el carácter propio del estado, es decir, por la continuidad. de los miembros; dado que junto a su finalidad especial (2) promociona el sagrado interés de la colectividad y que contra su saber y querer, lleva en sí la semilla de un auténtico estado que grana paulatinamente en el republicanismo, se le puede considerar como un cuasi-estado; no como un estado auténtico, pero sí como una variedad del mismo.

Pero ¿cómo es posible el republicanismo, si la voluntad general es un requisito del mismo, y esta voluntad absolutamente, general (y, por tanto, absolutamente constante) en la practica no puede realizarse, existiendo sólo en el mundo de las ideas puras? Lo individual y lo general están separados por un abismo infinito, que sólo puede salvarse por un salto mortal. No queda otra solución sino suponer —en una ficción— una voluntad empírica como subrogado de la voluntad a priori, concebida como absolutamente general y, como la solución pura del problema político es imposible, hay que contentarse con la “aproximación” a esta incógnita práctica. Ya que el imperativo político es categórico y sólo puede realizarse de esta manera (en una aproximación infinita), esta suprema fictio iuris está no sólo justificada, sino que también es prácticamente necesaria; sin embargo sólo es válida en el caso de que no contradiga el imperativo político (que es el fundamento de sus exigencias) y las condiciones esenciales del mismo. —Dado que toda voluntad empírica está en perpetuo fluir, según la expresión de Heráclito y que no se encontrará una generalidad absoluta en nadie, la pretensión despótica de hacer valer la propia voluntad privada (bien sea paternal, bien divina) como voluntad general y de sancionarla como totalmente adecuada a ésta, constituye no sólo el colmo de la injusticia, sino también una enorme insensatez. Pero de igual manera la ficción de que la voluntad privada individual, por ejemplo de una determinada familia,

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deba valer como subrogado de la voluntad general para futuras generaciones, es contradictoria e inválida, pues anularía el imperativo político (cuya condición esencial es la igualdad), su propio fundamento y, por consiguiente, se anularía a sí misma. La única ficción política válida es aquella que se basa en la ley de la igualdad, a saber, la voluntad de la mayoría debe valer como subrogado de la voluntad general. El republicanismo es, por lo tanto, necesariamente democrático y la paradoja, todavía por probar (pág. 26), de que el democratismo es necesariamente despótico no puede ser cierta. Si bien hay un aristocratismo legítimo, un auténtico patriciado, muy distinto de la degenerada nobleza hereditaria, cuya absoluta ilegitimidad ha expuesto tan satisfactoriamente Kant (págs. 22 y 23, nota), sin embargo, éstos sólo son posibles en una república democrática. Pues, en efecto, el principio según el cual se determina la validez de los votos, no sólo según el número, sino también según la calidad de los mismos (que depende del grado de aproximación de cada individuo a la absoluta generalidad de la voluntad), es totalmente con-jugable con la ley de la igualdad. No debe, sin embargo, presuponerse, y ha de probarse auténticamente, que un individuo carece de voluntad libre o que su voluntad carece de generalidad, como en el caso de carencia de libertad en la niñez o en estado de enajenación; o de carencia de generalidad, como es el caso de la delincuencia, por estar ésta en contradicción con la voluntad general (la pobreza, la venalidad supuesta, la condición femenina o una supuesta debilidad, no son motivos legítimos como para excluir del derecho de voto). Si la ficción política redujera un individuo a un cero político, una persona a una cosa, evitaría de por sí lo contrario de la suposición arbitraria, estando, por lo tanto, en contradicción con el imperativo ético; lo cual es imposible, dado que ambos se fundan sobre el imperativo práctico puro. La voluntad general del pueblo tampoco puede decidir la competencia judicial de los individuos sobre el grado de generalidad de su propia voluntad privada y sobre el derecho a constituirse en patricios arbitrariamente. Es la mayoría popular quien debe aceptar el patriciado, quien debe determinar los privilegios de los mismos y designar qué personas deben constituir la nobleza política (es decir, aquella-cuya voluntad privada se aproxima en mayor grado a la presunta voluntad popular). Esta podría, acaso, dejar en manos de los nobles elegidos una gran parte en la elección de los futuros, pero con la condición de que en última instancia sea ella quien decida, porque la soberanía nunca puede ser cedida.

Pero es en muchos casos imposible y en casi todos muy desventajoso el que la mayoría popular en persona actúe políticamente. Muy oportunamente puede hacerse también a través de diputados y comisarios. De ahí el que la representación política sea un órgano imprescindible del republicanismo. —Si se separa la representación de la ficción política, puede darse igualmente, aunque sin representación, un republicanismo (si bien a todas luces incompleto desde un punto de vista teórico); si bajo el concepto de representación se incluye también la ficción, se comete la injusticia de negársela a las antiguas repúblicas. Su imperfección técnica es notoria. Ahora bien, cuanto más confusos son los conceptos generalmente reinantes sobre el principio interno de corrupción inevitable que llevaban, tanto más torcidos resultaban los juicios sobre el valor político de éstas, no sólo llamadas, sino auténticas repúblicas, que estaban fundadas sobre la ficción válida de la totalidad a través de la mayoría de la voluntad. En lo tocante a comunidad de costumbres, la cultura política de los modernos está todavía en una fase de desarrollo infantil, si la comparamos con la de los antiguos, y ningún estado, a no ser el de los británicos, ha alcanzado un grado mayor de libertad e igualdad, El desconocimiento de la cultura política de los griegos y de los romanos es fuente de innumerables confusiones en la historia de la humanidad y ciertamente muy desventajoso para la filosofía política de los modernos, que tiene todavía mucho que aprender de ella. —Por otra parte, el reproche que se les ha hecho en el sentido de que carecían de representación es sólo hasta cierto punto exacto. Ni siquiera el pueblo ático pudo ejercer en persona el poder ejecutivo, y en Roma, por lo menos, una parte del ejecutivo y judicial fue ejercido por medio de representantes populares (pretores, tribunos, censores, cónsules).

La fuerza de la mayoría popular, como elemento más cercano a la totalidad y subrogado de la voluntad general, es el poder político. La clasificación definitiva de los fenómenos políticos (de todas las manifestaciones de fuerza de este poder) como la de todo fenómeno, es aquélla que se basa en la alternati-va variable/constante. La constitución es la quintaesencia de las relaciones permanentes del poder político y de sus partes integrantes esenciales. El gobierno, por el contrario, es la quintaesencia de todas las manifestaciones transitorias de fuerza del poder político. Las partes integrantes del poder político se comportan entre sí respecto al conjunto como se comportan las diversas partes integrantes de la facultad cognoscitiva entre sí y en relación al conjunto. El poder constitutivo corresponde a la razón, el legislativo al entendimiento, el judicial al juicio y el ejecutivo al sentido, a la capacidad de visión. El poder constitutivo es necesariamente dictatorial; pues sería contradictorio querer hacer depender el acervo de principios políticos, que sólo deben contener los fundamentos de todas las determinaciones y capacidades restantes, de éstas; y precisamente por esto solamente transitorio. Sin el acto de aceptación el poder político no sería representado, sino cedido, lo que es imposible. —La constitución atañe a la forma de ficción y a la forma de representación. En el republicanismo hay sólo un principio de ficción política, pero dos direcciones distintas de ese principio, y en su mayor divergencia posible no tanto dos especies

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puras, como dos extremos opuestos de la constitución republicana; la aristocrática y la democrática. Hay infinitas formas de representación (tantas como mezclas de democratismo y aristocratismo) pero lo que no hay son especies puras y principios de clasificación a priori. La constitución es la quintaesencia de todo lo políticamente permanente, pues, dado que sólo se clasifica un fenómeno según sus atributos permanentes y no según sus modificaciones transitorias, será un contrasentido clasificar al estado auténtico (el republicano) de acuerdo con la forma de gobierno. —En el despotismo no puede darse una constitución política propiamente, sino sólo una constitución física; no pueden darse relaciones del poder político y sus elementos esenciales, que deben ser absolutamente constantes, pero sí aquellas que sólo son relativamente constantes. Donde no hay constitución política, la forma de gobierno sólo puede clasificarse dinámicamente, pues las modificaciones físicas no dan ninguna forma pura. La única clasificación pura la garantiza el principio matemático de la cantidad numérica de lo personal despótico.

A la única cualidad permanente (física) del despotismo determina la forma dinámica (no política) del gobierno despótico. Puede ser tiránica, oligárquica, y oclocrática, según sea un individuo, un estamento (orden, cuerpo, casta), o una masa quien domine. Si todos dominan (págs. 25, 26) ¿quién es entonces dominado? —Por lo demás, el concepto de democracia, dado por Kant, parece ser equivalente al de oclocracia. La oclocracia es el despotismo de la mayoría sobre la minoría. Su criterio es una contradicción manifiesta de la mayoría en la función del fingente político con la voluntad general, cuyo subrogado debería ser. Ella es —junto con la tiranía, pues los Nerones pueden hacer la competencia al sansculotismo— entre todas las deformaciones políticas el mayor mal físico (pág. 29) (3). La oligarquía, por el contrario —por ejemplo, el despotismo oriental de las castas o el sistema feudal europeo— es incomparablemente más peligrosa a la humanidad, pues precisamente la lentitud del mecanismo artificial, que mitiga su perniciosidad física, le da una colosal solidez. La concentración de los vinculados por un mismo interés aísla la casta de todo el resto del género humano y produce un testarudo espíritu de cuerpo. La fricción espiritual de la cantidad trae el arte diabólico de hacer imposible un ennoblecimiento de la humanidad a una madurez temprana.

Con recelosa mirada olfatea la oligarquía cualquier gesto de levantamiento de la humanidad y lo destruye ya en semilla. La tiranía, en cambio, es un monstruo despreocupado, que en casos concretos permite la mayor libertad, incluso la mayor justicia. Todo el aparato cuelga de un solo resorte y si éste es débil, cae al primer golpe de fuerza. —Si la forma de gobierno es despótica, pero el espíritu representativo o republicano (ver la pertinente anotación de la pág. 26), entonces surge la monarquía (En la oclocracia el espíritu de gobierno no puede ser republicano, de lo contrario también lo sería necesariamente la forma del estado. En la oligarquía pura el espíritu de estamento debe ser despótico, si la forma no ha de derivar en un aristocratismo democrático totalmente legítimo; el espíritu democrático de algunos miembros aislados no importa, pues el estamento en cuanto tal es quien domina). El acaso puede conceder a un monarca justo un poder despótico, que puede gobernar republicanamente y, sin embargo, conservar la forma estatal despótica, si el grado de cultura política o la situación de un estado hacen totalmente necesario un gobierno provisional (despótico, por lo tanto) y la voluntad general lo permitiera. El criterio de la monarquía que la distingue del despotismo, es la máxima promoción posible del republicanismo. El grado de aproximación de la voluntad privada del monarca a la absoluta generalidad de la voluntad determina el grado de su perfección. La forma monárquica, pues, se muestra perfectamente adecuada para ciertos estadios de cultura política, como por ejemplo cuando el principio republicano está todavía en sus comienzos (caso de los tiempos heroicos) o cuando ha desaparecido totalmente (caso de los cesares romanos); la forma monárquica garantiza en el raro, pero posible caso de los Federicos o Marco Aurelios tan evidentes y enormes ventajas, que fácilmente se comprende porque éste último ha sido y sigue siendo el favorito de muchos filósofos políticos. —Pero según la pertinente admonición de Kant (pág. 28 nota) el espíritu de gobierno no es atribuible a la mala forma (y por lo tanto injusta; pág. 22, 23 nota) del mismo.

Sagrado es lo que puede ser herido infinitamente, como la libertad y la igualdad, es decir, la voluntad general. No comprendo cómo Kant puede encontrar incoherente el concepto de majestad del pueblo. La mayoría del pueblo como el único subrogado válido de la voluntad general, es en esta función del fingen-te político igualmente sagrada y cualquier otra dignidad y majestad política es sólo una derivación de la sacralidad del pueblo. El tribuno sacrosanto de Roma, por ejemplo, lo era sólo en nombre del pueblo, no en el suyo propio y representaba la idea sagrada de la libertad sólo mediatamente; no era un subrogado, sino sólo un representante de la sagrada voluntad general.

El estado debe existir y debe existir republicano. Los estados republicanos tienen ya un valor absoluto, porque tienden a un fin adecuado y, por ende, mandado. A este respecto su valor es igual en todos. Sin embargo, puede ser muy distinto conforme al grado de acercamiento al fin inalcanzable, por lo que su valor puede determinarse de doble manera.

La perfección técnica del estado republicano se reparte en la .perfección de la constitución y la del gobierno. La perfección técnica de la constitución viene determinada por el grado de aproximación de su

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forma particular de la ficción y de la representación a la absoluta (pero imposible) adecuación del fingente y de lo fingido, del representante y de lo representado (con ello concuerda la aguda anotación de la página 27) si el autor incluye en el concepto de representación también la ficción. ¡Ojalá pudiera un político pragmático ampliar, tanto extensiva como intensivamente, la ficción y la representación a través de una teoría de los medios y llenar esta importante laguna de la ciencia! La anotación kantiana sobre lo personal del poder estatal (pág. 27) sólo sería válida para el poder ejecutivo y bajo ciertas circunstancias quizá también para el constitutivo. Por el contrario, la experiencia parece demostrar que la forma mas apropiada para el poder legislativo y judicial es la de los colegios y “jurys”. La perfección técnica negativa de un gobierno viene determinada por el grado de armonía con la constitución; la positiva por el grado de fuerza positiva con que la constitución se lleva a cabo.

El valor político de un estado republicano viene dado por el quantum extensivo e intensivo de la comunidad, libertad e igualdad realmente alcanzadas. Una correcta formación moral del pueblo es sólo posible después de que el estado haya llegado a una organización republicana y haya logrado un cierto grado de perfección técnica; pero, por otra parte, una moralidad imperante es la condición necesaria para la absoluta perfección del estado, es decir, para el maximum de comunidad, libertad e igualdad, y esto en cualquier estadio avanzado de ejemplaridad política.

Hasta ahora sólo hemos hablado de un republicanismo parcial, del republicanismo de un estado o pueblo aislado. Sin embargo, sólo un republicanismo universal puede realizar el imperativo político. Este concepto no es, por consiguiente, una alucinación de soñadores exaltados, sino que es tan práctico y necesario como el imperativo político mismo. Sus elementos son:

1) Federación de todas las naciones;2) Republicanismo de todas las naciones federadas;3) Fraternidad de todos los republicanos;4) Autonomía de cada estado particular e isonomía de todos ellos.

Sólo el republicanismo universal y perfecto sería un artículo definitivo, válido y suficiente para una paz permanente. —En tanto la constitución y el gobierno no sean totalmente completos, quedará la posibilidad, incluso en los estados republicanos cuya tendencia pacifista ha demostrado Kant tan certeramente, de una guerra injusta e innecesaria. El primer artículo definitivo kantiano para la paz perpetua supone o exige el republicanismo de todos los estados; el federalismo, empero, cuya viabilidad (pág. 35) se demuestra tan categóricamente, no puede, según su concepto mismo, comprender a todos los estados, pues de lo contrario se trataría de un estado popular universal (contra lo expresado por Kant en las páginas 36 y 38). El propósito de una liga de la paz de asegurar la libertad de los estados republicanos (pág. 35) supone un peligro para los mismos, a saber, el de otros estados de intenciones guerreras, es decir despóticos. La hospitalidad cosmopolita, cuyo origen y motivo Kant funda tan agudamente (pág. 64) en el espíritu de comercio, parece suponer naciones no federadas. Y en tanto se dieran estados despóticos y na-ciones no federadas, existirían todavía motivos de guerra.

1) El republicanismo de las naciones cultas;2) El federalismo de los estados republicanos;3) La hospitalidad cosmopolita de las naciones federadas;

constituirían, por consiguiente, los únicos artículos definitivos válidos para una primera paz auténtica y permanente, si bien parcial, en vez de los hasta ahora falsamente llamados tratados de paz, propiamente armisticios (pág. 104).

Estas condiciones pueden considerarse también como los artículos preliminares para la paz perpetua, a la que tienden, y en la que no es dado ni siquiera pensar antes de que se lleve a efecto una primera y auténtica paz. El republicanismo universal y perfecto y la paz perpetua son conceptos alternantes inseparables. La última es tan necesaria políticamente como el primero. Pero ¿qué hay de su necesidad y posibilidad históricas? ¿Cuál es la garantía cíe la paz perpetua?

“Quien la garantiza no es ni más ni menos que la gran artista, la naturaleza”, dice Kant (pág. 47). A pesar de la agudeza de exposición de este gran pensamiento, quiero apuntar con franqueza lo que echo de menos en él. No es suficiente con mostrar los medios para la posibilidad de una paz perpetua, ni son suficientes las iniciativas contingentes del destino para la realización paulatina de la misma. Es necesario dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿el desarrollo interno de la humanidad tiende a la paz perpetua? La idea de la adecuación (pensada) de la naturaleza, por muy hermosa y necesaria que aparezca esta perspectiva en otros órdenes, es aquí totalmente inválida. Sólo las leyes necesarias reales de la experiencia pueden garantizar un futuro éxito. Las leyes de la historia política y los principios de la cultura política son los únicos datos de los cuales se puede deducir que "la paz perpetua no es una idea vacía, sino una tarea que, realizada poco a poco, se acerca constantemente a su meta" (pág. 104) y según los cuales sería posible, no vaticinar —téticamente y conforme a todas las circunstancias de tiempo y lugar— pero quizá sí determinar a priori con seguridad —si bien sólo hipotéticamente— la futura realidad de la misma. —Por lo demás, Kant no hace aquí, como se podría esperar, un uso trascendente del

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principio teológico en la historia de la humanidad (lo que se han permitido, incluso, filósofos críticos); sin embargo, en un pasaje me parece que ha utilizado el concepto práctico de la libertad incondicionada de la voluntad en el terreno teórico de la historia de la humanidad. —Si la teología moral puede y debe plantear cuál es el motivo inteligible de la inmoralidad —si puede y debe, no entro a discutirlo ahora—, no acierto a encontrar otra respuesta que el pecado original en sentido kantiano. Pero la historia de la humanidad sólo tiene que ver con los motivos empíricos del fenómeno de la inmoralidad; en el terreno de la experiencia, el concepto inteligible de la maldad originaria es vacío y carente de sentido. —El hecho afirmado (pág. 80, nota) de que no se da fe absoluta en la bondad humana, está sin demostrar; y ¿cómo puede ser la maldad manifiesta en las relaciones externas de los estados (pág. 79, nota) —la inmoralidad de una pequeña clase humana que por motivos fácilmente comprensibles se compone en general de la escoria del género humano— argumento contra la naturaleza humana? —Es un punto de vista totalmente infructuoso el considerar la constitución perfecta no como un fenómeno de la experiencia política, sino como un problema del arte de la política (pág. 68); ya que no queremos ser instruidos sobre su posibilidad, sino sobre, su futura realidad y sobre las leyes del progreso de la cultura política en orden a este fin.

Sólo un estudio de los principios históricos de la formación política, de la teoría de la historia política, permite encontrar un resultado satisfactorio sobre la relación de la razón y la experiencia política. En vez de esto, Kant ha dedicado un propio apartado a los litigios fronterizos entre la moral y la política, surgidos, no por su esencia, sino sólo por inhabilidades ocasionales. Pues, el entiende por política, no la ciencia práctica, cuyo fundamento y objeto es el imperativo político, ni tampoco el arte propiamente político, es decir, la capacidad de realizar aquel imperativo; sino la habilidad despótica, que no es un arte sino una chapuza política. Las dos especies puras de entre todas las formas políticas posibles, necesarias o contingentes, son el republicanismo y el despotismo. Aparte de éstas, a primera vista muy análogas, pero esencialmente diferentes, hay otras dos situaciones políticas informes, cuyos conceptos, en cuanto conceptos límites en el análisis del republicanismo, no pueden ser pasados por alto. El primero es sólo políticamente posible, el segundo sólo históricamente.

La insurrección no es políticamente imposible o absolutamente injusta (como se afirma en las páginas 94-97), pues no es absolutamente incompatible con el bien público. Del soberano (quizá injusto; pág. 96) vale lo que Kant dice en la página 101: “quien detenta el poder supremo no está sometido a sus leyes”. Una constitución que permitiera sublevarse a todo ciudadano a quien le pareciere justo, se destruiría a sí misma. Una constitución, en cambio, que por un artículo obligara en ciertos casos a la insurrección perentoriamente, no se derogaría, pero el artículo en que mandara la insurrección sería un cero, pues la constitución no puede ordenar nada, si ella misma ya no existe y la insurrección sólo puede ser justa cuando la constitución se ha anulado. Sin embargo, es perfectamente posible que un artículo de la constitución determine los casos en los que el poder constituido puede ser considerado anulado de hecho y en el que se indique cuando la insurrección es licita a cualquier individuo. Tales casos son, por ejemplo, cuando el dictador detenta el poder más allá del tiempo para el que se le confirió; cuando el poder constituido anula la constitución, es decir, el fundamento de su existencia jurídica y, por lo tanto, a sí mismo, etc. Ya que la voluntad general no puede querer una destrucción del republicanismo a través de la usurpación y tiende necesariamente al republicanismo, éste debe arbitrar el único medio de destruir la usurpación, a saber, la insurrección, y organizar de nuevo el republicanismo (gobierno provisional). Es, por lo tanto, legitima aquella insurrección cuyo motivo sea la destrucción de la constitución, cuyo gobierno es sólo provisional y cuyo fin es la organización del republicanismo.

El segundo motivo válido para una insurrección legítima es el despotismo absoluto, es decir, un despotismo que no pretende ser provisional, (que de serlo podría ser condicionalmente permitido) y que intenta destruir y anular el principio y fines de un estado republicano (a través de cuyo desarrollo sólo el imperativo político puede utilizarse paulatinamente), estando, por consiguiente, totalmente desautorizado y haciéndose intolerable para la voluntad general. El despotismo absoluto no es ni siquiera un cuasi-estado, sino más bien un anti-estado y (aunque quizá físicamente más tolerable) constituye un mal enormemente mayor que la anarquía misma. Pues, en efecto, ésta es sólo una negación de lo políticamente positivo, mientras que aquél es una afirmación de lo políticamente negativo. La anarquía es o un despotismo fluyente, en el que tanto lo personal del poder dominante como los límites de la masa dominada pueden cambiar constantemente; o una inauténtica y permanente insurrección, pues la auténtica y políticamente posible es necesariamente transitoria.

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NOTAS

(1) El texto se publicó en una revista del editor Unger, llamada Deutschland, que salía en Berlín. La traducción se ha hecho a base del texto reproducido en el volumen VII de la E.C. Las referencias de Schlegel a las páginas concretas del texto manejado se sustituyen por las de la edición de Wilhelm Weischedel en la Wissenschaftliche Buchgemeinschaft, Darmstadt. El tratado Zum ewigen Frieden se encuentra en el volumen VI de las obras de Kant, págs. 200-251.

(2) Todo estado que tiene una finalidad especial es despótico, aunque ésta pueda parecer inicialmente muy pura. ¡Cuántos déspotas no han arrancado de la finalidad de la conservación física! Pero siempre terminaron en la de la opresión, si tenían suerte. Al filósofo práctico no pueden extrañar las consecuencias terribles que resultan de toda confusión, incluso bien intencionada, de lo condicionado con lo incondicional. Lo finito no puede usurpar impunemente los derechos de lo infinito. [N. de Schlegel].

(3) Si éste fuese el lugar apropiado, no sería difícil explicar por qué entre los antiguos la oclocracia se convirtió siempre en tiranía, y probar hasta la máxima evidencia que entre los modernos ha de convertirse en democratismo y ser menos peligrosa a la humanidad, por consiguiente, que la oligarquía. [N. de Schlegel].