Fuera Del Santoral
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8/17/2019 Fuera Del Santoral
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Fuera del santoral
Una forma de comprobar lo insignificante que se ha vuelto la literatura es
observar cómo en las entrevistas les piden a los escritores cada vez más
opiniones de política. Durante un tiempo, me quejé de esto en privado, y no por
ello dejé de tener criterios políticos, como siempre los he tenido, aunque
sospecho que criterios a veces ingenuos. Donde, en cambio, no me veo tan
incauto es cuando juzgo extraño el espectáculo de todos esos escritores, tan
habituados a moverse en mundos ficticios, analizando el mundo real y
arrojando opiniones apresuradas que luego tienen que rectificar. En los últimos
meses no paran de surgir escritores que rectifican, aunque se sienten igual de
orgullosos; a fin de cuentas, ellos son unos benditos hombres de bien,
"comprometidos".
Puedo bendecirles por su arrojo —sacan pecho y se saben en el santoral de
los autores de buena conducta—, pero no por mucho más, porque actúan como
si el estreñido lenguaje político les hiciera sentirse más cerca del poder, o como
si hubieran olvidado que a veces el silencio habla, y lo hace a fondo. O como si
no supieran que el silencio es muy creativo, porque se propaga: nadie lo firma y
todo el mundo se aprovecha. El silencio es además la expresión más perfecta
del menosprecio. Por eso, un cierto mutismo puede ser la más idónea
respuesta a la falta de interés por la literatura que demuestran los
entrevistadores cuando preguntan a los escritores por cuestiones políticas.
¿Cómo no estar de acuerdo con Peter Stamm, que en un reciente discurso en
Zúrich ( Letras Libres, abril 2016, traducción de José Aníbal Campos), apuntóalgo que me sonó familiar: que ese cada vez mayor interés de los periódicos en
las opiniones políticas de los escritores es una tendencia que encubre un
ambiente general de desdén hacia la literatura?
Puesto que esto me preocupa, he leído últimamente ensayos en torno a lo
insignificante que se ha vuelto la escritura, y muchos concluyen pidiendo que
cada escritor aguante el madero de su vela. Llevo años precisamente espiando
cómo lo aguantan: unos se convierten en tipos ásperos y amargados y se
marginan para pasarlo aún peor de cómo lo pasan; otros dedican la vida entera
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a hacerse fotografías en las que posan como escritores; otros son disciplinados
y fabrican libros solventes, pero, como algunos tienen incluso talento, no les lee
nadie y, encima, tienen un salario anual infame. Gran parte de ellos piensan
que fuera del santoral hace frío y creen que han de tomar posiciones políticasen las entrevistas, y son felices si consiguen alguna polémica. Pero, como dice
Stamm, no está bien que acallemos el griterío de una opinión empleando para
ello más griterío, porque la literatura es lo contrario de la polémica: "La
literatura libera el lenguaje, y la polémica abusa de él, lo daña".
Se puede también ser un "escritor sin propósito", como Robert Walser. O
escribir para sobrevivir, para simplemente alzarse sobre la pesada vida
terrestre. Y no hay pecado, no pasa nada, creo. ¿O sí que pasa? No quiero
polémicas, yo escribo
Enrique Vila-Matas