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1 FUSIÓN Y TRANSFORMACIÓN DE LA HERENCIA TOLTECA EN MÉXICO-TENOCHTITLAN La construcción del poder político en Mesoamérica tiene sus piedras fundadoras en la tradición que viene de los olmecas, los mayas, los zapotecas de Monte Albán y los toltecas de Tollan-Teotihuacan. Pero ante el peso de los datos aquí acumulados, se puede atribuir a esta última la influencia decisiva en la creación de organizaciones políticas duraderas, basadas en el tlatoani como eje articulador del Estado. En la antigua Tollan aparecen definidos los tres sectores productivos que alimentarán a los estados posteriores: campesinos, artesanos y comerciantes. Su brazo disuasivo, el poder militar, se extendía del Altiplano Central a Oaxaca y el área maya por el sur, La Quemada en el norte, las fronteras de Michoacán y Guerrero en el occidente, y El Tajín y las costas de Veracruz en el oriente. Este trazo es el mismo que reprodujo Tenochtitlan a principios del siglo XVI, impulsada por un ímpetu semejante. Era un empuje conquistador anclado en la idea de que el pueblo mexica había sido escogido para mantener la energía del Quinto Sol, el astro que nació en Tollan para alumbrar la presente edad del mundo. Estamos ante la concepción del mundo más antigua y persistente de Mesoamérica, la que le atribuía a la naturaleza la cualidad de morir y regenerarse ineluctablemente: cada día, como lo hacían el Sol y la estrellas, cada año, como lo verificaban las plantas al paso de las estaciones, y en cada ciclo temporal, al cumplir el Sol uno más de sus recorridos anuales por la bóveda celeste. Muerte y resurrección eran pasajes de un ciclo inmutable que regulaba el orden cósmico. Inmersos en ese orden, los seres humanos tenían a su cargo la misión de conservar la vitalidad de esa arquitectura mediante el sacrificio de su propia sangre. Esa prescripción tolteca fue la que adoptaron con celo los mexicas, bajo el amparo de los antiguos dioses de Tollan: Ehécatl, Tonatiuh, Tláloc, la gran diosa del agua... El mito ancestral de la creación del cosmos, como la entera cosmovisión de la Época Clásica, serán también los nutrientes de la mitología, el calendario, la teogonía y la cosmogonía de los mexicas. Herederos de esa tradición, sus tlatoque asumieron las funciones de sus antepasados y se aplicaron a la tarea de asegurar, a través del sacrificio y del rito, la regularidad de las estaciones y la fertilidad de la tierra y de los animales. 1 Siguiendo la huella de los esclarecidos ancestros, los mexicas construyeron en Tenochtitlan otra Tollan y en su centro levantaron un templo grandioso, que en su arquitectura y simbolismo era un compendio de esa inmemorial concepción del mundo, y una expresión del poderío tenochca. Como sus predecesores, imitaba la montaña primordial y representaba las fuerzas germinales del agua y las semillas contenidas en el interior de la madre tierra. Era la morada de Tlaltecuhtli y de Coatlicue, númenes de la tierra y la fertilidad, y de Tláloc y Chalchiuhtlicue, los dioses del rayo y la tempestad que derramaban el agua sobre los campos. El santuario de Tláloc, que ocupaba el lado norte del Templo Mayor, resume las cualidades telúricas de esa cosmovisión, aun cuando todo el edificio está sembrado de ofrendas y símbolos que aludían a las fuerzas generativas de la tierra y el agua, 1 Broda, “Calendarics and Ritual Landscape at Teotihuacan. Themes of Continuity The Mesoamerican Cosmovision”, pp. 397-432; de la misma autora, “The Sacred Landscape of Aztec Calendar Festivals: Myth, Nature and Society”, pp. 74-120; y Townsend, The Aztecs, p. 108.

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FUSIÓN Y TRANSFORMACIÓN DE LA HERENCIA TOLTECA EN MÉXICO-TENOCHTITLAN

La construcción del poder político en Mesoamérica tiene sus piedras fundadoras en la tradición que viene de los olmecas, los mayas, los zapotecas de Monte Albán y los toltecas de Tollan-Teotihuacan. Pero ante el peso de los datos aquí acumulados, se puede atribuir a esta última la influencia decisiva en la creación de organizaciones políticas duraderas, basadas en el tlatoani como eje articulador del Estado. En la antigua Tollan aparecen definidos los tres sectores productivos que alimentarán a los estados posteriores: campesinos, artesanos y comerciantes. Su brazo disuasivo, el poder militar, se extendía del Altiplano Central a Oaxaca y el área maya por el sur, La Quemada en el norte, las fronteras de Michoacán y Guerrero en el occidente, y El Tajín y las costas de Veracruz en el oriente. Este trazo es el mismo que reprodujo Tenochtitlan a principios del siglo XVI, impulsada por un ímpetu semejante. Era un empuje conquistador anclado en la idea de que el pueblo mexica había sido escogido para mantener la energía del Quinto Sol, el astro que nació en Tollan para alumbrar la presente edad del mundo. Estamos ante la concepción del mundo más antigua y persistente de Mesoamérica, la que le atribuía a la naturaleza la cualidad de morir y regenerarse ineluctablemente: cada día, como lo hacían el Sol y la estrellas, cada año, como lo verificaban las plantas al paso de las estaciones, y en cada ciclo temporal, al cumplir el Sol uno más de sus recorridos anuales por la bóveda celeste. Muerte y resurrección eran pasajes de un ciclo inmutable que regulaba el orden cósmico. Inmersos en ese orden, los seres humanos tenían a su cargo la misión de conservar la vitalidad de esa arquitectura mediante el sacrificio de su propia sangre. Esa prescripción tolteca fue la que adoptaron con celo los mexicas, bajo el amparo de los antiguos dioses de Tollan: Ehécatl, Tonatiuh, Tláloc, la gran diosa del agua... El mito ancestral de la creación del cosmos, como la entera cosmovisión de la Época Clásica, serán también los nutrientes de la mitología, el calendario, la teogonía y la cosmogonía de los mexicas. Herederos de esa tradición, sus tlatoque asumieron las funciones de sus antepasados y se aplicaron a la tarea de asegurar, a través del sacrificio y del rito, la regularidad de las estaciones y la fertilidad de la tierra y de los animales.1

Siguiendo la huella de los esclarecidos ancestros, los mexicas construyeron en Tenochtitlan otra Tollan y en su centro levantaron un templo grandioso, que en su arquitectura y simbolismo era un compendio de esa inmemorial concepción del mundo, y una expresión del poderío tenochca. Como sus predecesores, imitaba la montaña primordial y representaba las fuerzas germinales del agua y las semillas contenidas en el interior de la madre tierra. Era la morada de Tlaltecuhtli y de Coatlicue, númenes de la tierra y la fertilidad, y de Tláloc y Chalchiuhtlicue, los dioses del rayo y la tempestad que derramaban el agua sobre los campos. El santuario de Tláloc, que ocupaba el lado norte del Templo Mayor, resume las cualidades telúricas de esa cosmovisión, aun cuando todo el edificio está sembrado de ofrendas y símbolos que aludían a las fuerzas generativas de la tierra y el agua,

1 Broda, “Calendarics and Ritual Landscape at Teotihuacan. Themes of Continuity The Mesoamerican Cosmovision”, pp. 397-432; de la misma autora, “The Sacred Landscape of Aztec Calendar Festivals: Myth, Nature and Society”, pp. 74-120; y Townsend, The Aztecs, p. 108.

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comprendidas las aguas marítimas, símbolo de la fertilidad absoluta.2 El Templo Mayor, la montaña sagrada, era la Tierra misma, entendida como el numen de la fertilidad y como el monstruo devorador de la sangre de los sacrificados en su honor.3

El Templo Mayor era asimismo la morada de Huitzilopochtli, el dios tutelar del pueblo mexica. Quienes estudiaron el mito de Coatlicue y el alumbramiento milagroso de su hijo Huitzilopochtli en el cerro de Coatépec, cercano a Tula Xicocotitlan, coinciden en señalar que el santuario de Huitzilopochtli en el Templo Mayor era una actualización de ese nacimiento portentoso, una réplica del origen del dios en el Cerro de la Serpiente.4 El santuario de Huitzilopochtli reproduce las características arquitectónicas del Coatépec de las cercanías de Tula, pues está rodeado por una balaustrada de serpientes que lo identifican con el cerro de ese nombre. La extraordinaria escultura de Coyolxauhqui encontrada al pie de la escalinata del santuario de Huitzilopochtli, que muestra a la diosa muerta y descuartizada, tal como lo narra el mito cuando fue decapitada por Huitzilopochtli en el cerro de Coatépec y luego arrojada desde la cima y despedazada, era una recordación permanente de la fuerza destructiva del dios tutelar de los mexica y una ratificación de la suerte que esperaba a los enemigos de su pueblo (figura VIII.23). Junto a la representación arquitectónica y escultórica de este episodio en el Templo Mayor, el mes decimoquinto del calendario ritual, Panquetzaliztli, celebraba asimismo el nacimiento de Huitzilopochtli en Coatépec y el triunfo sobre Coyolxauhqui, que algunos autores consideran la cabeza de un grupo contrario a los seguidores de Huitzilopochtli. Esta ceremonia se escenificaba en las alturas del Templo Mayor, a la vista de toda la población, acompañada por el sacrificio de numerosos prisioneros de guerra, cuyos corazones eran ofrendados a Tonatiuh, un acto que repetía el sacrificio original de Coyolxauhqui y los cenzohuitznahua, los primeros que se atrevieron a desafiar el poder de Huitzilopochtli.5

Símbolo de los poderes generativos de la Tierra e icono identitario del dios tutelar de los mexica, el Templo Mayor se convirtió en la imagen representativa de la potencia política asentada en Tenochtitlan. Entre la fundación de la ciudad (1325-1345) y el gobierno de Motecuhzoma Zocoyotzin (1502-1520), los arqueólogos registraron al menos siete reconstrucciones completas de ese monumento, paralelas a las etapas de expansión del poder militar mexica. Con Itzcóatl (1427-1440), el vencedor de los tepanecas y constructor de la Triple Alianza (1428), se inician las grandes obras de remodelación del Templo Mayor.6 Las fuentes escritas y los trabajos arqueológicos indican que la reconstrucción más radical tuvo lugar durante el gobierno de Motecuhzoma Ilhuicamina, quien coronó sus reformas administrativas (reorganización del ejército y de las instituciones del

2 Broda, “The Templo Mayor as a Ritual Space”, pp. 61-123. De la misma autora, “The Provenience of the Offerings: Tribute and Cosmovision”, pp. 217-246. 3 Broda, “The Templo Mayor as a Ritual Space”, p. 105. 4 Véanse los estudios antes citados de J. Broda y León-Portilla, México-Tenochtitlan: su espacio y tiempo sagrados. En este libro el autor incluye, en el Apéndice I, el mito del nacimiento de Huitzilopochtli en el Cerro de la Serpiente, Coatépetl, contenido en el Códice Florentino. 5 Broda, “Templo Mayor as a Ritual Space”, pp. 77-79; León-Portilla, México-Tenochtitlan: su espacio y tiempo sagrados, pp. 60-65; Matos Moctezuma, “The Templo Mayor of Tenochtitlan. History and Interpretaron”, pp. 57-58. 6 Matos Moctezuma, “The Templo Mayor of Tenochtitlan. History and Interpretation”, p. 32.

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Estado; leyes suntuarias que restringían el uso de insignias, vestiduras y títulos; decreto de que sólo nobles sirvieran en su corte; imposición de la guerra de conquista para acceder al rango de tlatoani), con la edificación de una nueva casa para Huitzilopochtli, que una crónica describe así:

Este rey Montecusuma el primero, después de aver puesto en tanto orden su reyno, viéndose en tanta prosperidad determinó edificar un templo sumptuo- síssimo para su dios Utzilopuchtli, y así hizo convocar a todo su imperio y proponiéndoles su intento [a los señores] traço el templo, repartiendo a todas las provincias lo que avyan de hazer. Acudieron todos con mucha brevedad y abundancia de oficiales y materiales, de suerte que en breve tiempo fue hecho, y [...] certifican que hazía echar en la mezcla que juntaba las piedras muchas joias y piedras preciosas y en la estrena dél hizo la gran fiesta y aun mayor que la de su coronación donde sacrificó gran número de cautivos [...] dotando asimismo el templo de grandes riquezas...7

Ahuízotl (1486-1502) llevó a cabo otro remozamiento espectacular del Templo

Mayor, que culminó con la inauguración más celebrada de este monumento, así por el número de personas que concurrieron a ella como por su esplendor y la cifra inverosímil de sacrificados (80000), cuya sangre, dicen las crónicas, corrió interminable desde la piedra de sacrificios y del templo hasta invadir las calles y patios de la ciudad.8 Narra el cronista que los reinos, ciudades y pueblos sometidos al poder mexica acudieron con sus “tributos de oro, joias, aderezos y plumas, piedras, todo de mucho valor y precio, y mucho en cantidad [...] tantas y de tanta riqueza, que no tenían número ni quento; cacao, chile, pepitas, fruta de todo género, aves, [animales de] ca9as, que era cosa de admiración, todo hecho y ordenado de industria para manifestar su grandeza y señorío a sus enemigos y huéspedes y gente forastera [que habían asistido al festejo...] para que con ello no solamente mostrasen la grandeza y suntuosidad de México, pero también para que soleniçasen la gran fiesta de la renovación y fin del templo”.9

7 Manuscrit Tovar, p. 57. Una descripción semejante se encuentra en el Códice Ramírez, p. 66; y en la crónica de Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España, I, cap. XVI, que ofrece una relación con mayor detalle. 8 Véase la descripción de esta fiesta fastuosa, multitudinaria y sangrienta, que hace Diego Durán en su obra citada, I, caps., XLIII y XLIV. 9 Ibid., pp., 400-401.

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FIGURA VIII.25. El Palacio de Motecuhzoma Zocoyotzin en Tenochtitlan, según una pintura del Códice Mendocino. Foto tomada de Berdan y Rieff Anawalt, The Codex Mendoza, 1992, yol. 3, folio 69r.

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FIGURA VIII.26. Representación de Tenochtitlan y el Templo Mayor en la geografía mítica de los mexicas, en el centro de los tres niveles verticales y los cuatro rumbos del cosmos.

Mostrar a propios y extraños la grandeza de Tenochtitlan fue el objetivo de

los sucesivos tlatoque, desde Itzcóatl hasta el segundo Motecuhzoma, pues la ciudad se había convertido en emblema del reino. Siguiendo el ejemplo de los constructores de La Venta, Monte Albán, Tikal, Copán o Teotihuacan, los tlatoque empeñaron esfuerzos ingentes para hacer de su capital el ombligo del mundo, el compendio de sus valores civilizatorios más altos. La fuerza militar había hecho de Tenochtitlan la capital política de un imperio, y el Templo de Huitzilopochtli había logrado transformarla en una meca religiosa. Ambos empeños se combinaron para hacer de ella una ciudad ornada por un centro ceremonial donde se aglomeraban más de 78 edificios, cada uno señalado por una arquitectura que guardaba en su interior esculturas, pinturas y objetos preciosos, custodiados con celo. Motecuhzoma Ilhuicamina, además de emprender la construcción de la nueva casa de Huitzilopochtli, se distinguió por dotar a la ciudad de monumentos y obras que cambiaron su rostro. A él se debe la creación de las famosas piedras del sol que tenían grabada la imagen de la deidad solar y en su centro un hueco para almacenar la sangre de los guerreros sacrificados (cuauhxicalli).10 Los cronistas Diego Durán y Alvarado Tezozómoc describen la manufactura de estos monumentos en los reinos de Motecuhzoma primero, Axayácatl (1469-1481), Tízoc (1481-1486) y Motecuhzoma II.11

El primer Motecuhzoma y su cihuacóatl, Tlacaélel, fueron cuidadosos observadores de las antiguas tradiciones, y se esforzaron en adaptarlas a Tenochtitlan, para acrecentar su nobleza. Narran las crónicas que Motecuhzoma, al advertir lo avanzado de su edad, mandó llamar a Tlacaélel y le dijo: que habiendo experimentado ambos tantos trabajos y. “engrandecido la nación mexicana, venciendo muchas guerras, justo será que quede memoria de vos y de mí, para lo qual tengo determinado de que se labren dos estatuas, una mía y otra vuestra, dentro en el cercado de Chapultépec”. Y así, cuando esas obras fueron terminadas, dijo Tlacaélel: “Serán memoria perpetua de nuestra grandeza”, como “tenemos memoria de Quetzacóatl y de Topiltzin, de los quales está escrito que, cuando se fueron dexaron esculpidas sus figuras en palos y en piedras... ” (figura VIII.23).12

En páginas anteriores hemos visto que la compulsión de los gobernantes por dejar memoria de su persona y obra en materiales imperecederos se remonta a los primeros reinos. Los pueblos nahuas atribuyeron la tradición de inmortalizar a sus gobernantes a Topiltzin Quetzacóatl, el príncipe de sus tlatoque. Inspirado en esa tradición, Nezahualcóyotl, el tlatoani de Tezcoco que tenía fama de sabio y se vanagloriaba de ser heredero de la cultura tolteca, mandó esculpir su efigie en una peña del cerro de Tetzcotzingo.13

10 Ibid., cap. XXIII. 11 Umberger, “Events Commemorated by Dale Plaques and the Templo Mayor: Further Thoughts on the Solar Metaphor”, pp. 411-449. 12 Durán, Historia de las Indias de la Nueva España, I, cap. XXXI, pp. 229-300. 13 Citado por José Luis Martínez, Nezahualcóyotl. Vida y obra, pp. 87-88. La cita corresponde a las Obras históricas de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, el primer biógrafo de la obra de Nezahualcóyotl

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La memoria de la sabiduría tolteca está también presente en la cultivada afición por las plantas y las flores, la fundación de espacios donde reunir la inabarcable diversidad de la fauna, y en la íntima relación mesoamericana con el entorno natural, una inclinación que vemos aparecer en las primeras vasijas de barro olmecas o en los tiestos, pinturas y palacios mayas. Un representante ejemplar de esa tradición fue Nezahualcóyotl, el tlatoani compañero de Itzcóatl, Motecuhzoma y Tlacaélel en la creación de la Triple Alianza. Al lado de las notables cualidades de guerrero, estratega y político, ponderadas por José Luis Martínez en su biografía, Nezahualcóyotl fue famoso en su tiempo por sus conocimientos, así de los asuntos prácticos como de los sutiles de la poesía, la religión y la filosofía. Las crónicas de tradición mexica y tezcocana lo mencionan como el ingeniero que trazó el acueducto que llevó el agua de Chapultépec a Tenochtitlan y le asignan la construcción de la célebre “Albarrada de los indios”, el dique de madera y mampostería que separó las aguas saladas del lago de las dulces, y aminoró las inundaciones que afectaban a la ciudad.14Reconocido' como el poeta mayor del mundo náhuatl, Nezahualcóyotl, no puede olvidarse, desciende de los chichimecas Techotlalatzin e Ixtlilxóchitl, los reyes del Acolhuacan que adoptaron en Tezcoco la lengua y la cultura tolteca, una tradición que culmina con él, a quien Jacques Soustelle llama “el representante más típico y refinado de la cultura mexicana clásica”.15

A este descendiente de los chichimecas de Xólotl, educado en la tradición tolteca, debemos el código legal más avanzado que conocieron los pueblos de habla náhuatl,16 y una concepción nueva de la civilización urbana. Su famoso palacio, al que nos hemos referido antes, fue una obra arquitectónica que suscitó admiración y dio a conocer la nueva organización del Estado, pues sus numerosas salas estaban destinadas a las distintas áreas de gobierno, separadas de los aposentos reales. Admira, además, que este elaborado diseño administrativo estuviera acompañado de un jardín zoológico, “las jaulas para las aves y los estanques para los peces, donde se habían reunido todos los animales conocidos en el mundo indígena, y los que no era posible tener allí estaban representados en las figuras de pedrería y oro”. Hacia la parte sur y oriental del palacio, “entre torreones y capiteles, se abrían los jardines y recreaciones, las fuentes, estanques y acequias, los baños reales, todo cercado por más de dos mil sabinos [ahuehuetes] y con muchos laberintos en los que era difícil dar con la salida”.17

La grandiosidad de la traza y edificios del centro ceremonial de Tezcoco rivalizaba con el de Tenochtitlan, aun cuando los cronistas de esta última ignoran o disminuyen las obras atribuidas a los tlatoque de Tezcoco. Sin embargo, la mayoría de los relatos antiguos coinciden en destacar el genio de Nezahualcóyotl en la construcción de palacios, obras urbanas y áreas para la recreación y el cultivo del

14 Ibid., pp. 67-68. 15 Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas, p. 220. Sobre la afición de los mexicas por las plantas y jardines, véanse las pp. 128-134. 16 Sobre el sistema legal introducido por Nezahualcóyotl en Tezcoco véase Offner, Law and Politics in Aztec Texcoco. 17 Martínez, Nezahualcóyotl. Vida y obra, pp. 39-40. Sobre la riqueza, amplitud y diversidad de los jardines y palacios de Nezahualcóyotl, el autor incluye en las notas de las páginas 300-305 los numerosos testimonios que los describen. La descripción más minuciosa y exaltada de este palacio se encuentra en Alva Ixtlilxóchitl, Obras históricas, II, cap. XXXVI.

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espíritu. Entre estos últimos ocupan un lugar especial las casas reales y jardines de Tetzcotzinco, el cerro que dominaba gran parte del valle, un conjunto que conjugaba las virtudes del escenario natural, una concepción arquitectónica grandiosa y el culto al tlatoani. El texto que sigue describe esa concepción tolteca del poder:

De los jardines, el más ameno y de curiosidades fue el bosque de Tezcotzinco [que] para subir a la cumbre de él y andarlo todo, tenía sus gradas, parte de ellas hecha de argamasa, parte labrada en la misma peña; y el agua que se traía para las fuentes, pilas, baños y caños que se repartían para el riego de las flores y arboledas de este bosque, para poderlas traer desde su nacimiento, fue menester hacer fuertes y altísimas murallas de argamasa desde unas sierras a otras, de increíble grandeza [... Un gran canal conducía esta agua a sucesivos estanques en declive, y] en el primer estanque de agua, estaba una peña, esculpida en ella en circunferencia los años desde que había nacido el rey Nezahualcoyotzin [...], y por la parte de afuera [...] las cosas más memorables que hizo [...] En la cumbre de este bosque estaban edificadas unas casas a manera de torre […e inscritas en ellas] la etimología del nombre del bosque; y luego más abajo [...] estaban tres albercas de agua, y en la del medio estaban en sus bordes tres ranas esculpidas y labradas en la misma peña, que significaban la gran laguna, y las ranas las cabezas del imperio [la Triple Alianza, y más abajo...] en una peña esculpido el nombre y escudo de armas de la ciudad de Tollan, que fue cabecera del reino de los toltecas; [...y más abajo, en otra peña, estaba] esculpido el escudo de armas y nombre de la ciudad de Tenayocan [la primera capital de los acolhuas...], y de esta alberca salía un caño de agua que saltando sobre unas peñas salpicaba al agua, que iba a caer en un jardín de todas flores olorosas de tierra caliente, que parecía que llovía con la precipitación y golpe que daba el agua sobre la peña. Tras este jardín [...] luego consecutivamente estaban el alcázar y palacios que el rey tenía en el bosque, en los cuales había entre otras muchas salas, aposentos y retretes, una muy grandísima, y delante de ella un patio, en la cual recibía a los reyes de México y Tlacopan [...], y en el patio se hacían las danzas y algunas representaciones de gusto y entretenimientos. Estaban estos alcázares con tan admirable y maravillosa hechura, y con tanta diversidad de piedras, que no parecían ser hechos de industria humana [...] todo lo demás de este bosque, como dicho tengo, estaba plantado de diversidad de árboles y flores odoríferas; y en ellos diversidad de aves, sin las que el rey tenía en jaulas traídas de diversas partes, que hacían una armonía y canto que no se oían las gentes.18

FIGURA VIII.27. Representación del guerrero tolteca, desde Tollan a Tenochtitlan. Estas imágenes muestran que el prototipo de “guerrero tolteca” se originó en Tollan-Teotihuacan y se convirtió más tarde en icono de los reinos de ascendencia tolteca. Arriba representantes de cuatro guerreros teotihuacanos que llegan a una ciudad maya.

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Alva Ixtlilxóchitl, Obras históricas, II, cap. XIII. Véase también la descripción del Tezconingo y el comentario sobre su destrucción por el padre Zumárraga en la obra de Dávila Padilla, Historia de la fundación j discurso de la provincia de Santiago de México de la orden de Predicadores, libro segundo, cap. LXXXI.

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La obra de Nezahualcóyotl en Tezcoco explica su participación decisiva en la transformación urbana de Tenochtitlan en la misma época. Narra Alva Ixtlilxóchitl que aun cuando ya había sido investido rey de Tezcoco, la mayor parte del tiempo la pasaba en Tenochtitlan, hasta que sus vasallos

acordaron irle a rogar para que viniese a su reino [...] y así se vino a Tezcuco después de haber hecho grandes cosas en México, y puesto la ciudad en mucha policía, y edificado los mayores edificios que hasta entonces, especialmente unos palacios que labró en donde vivía cuando estaba en México. Hizo el bosque de Chapultépec, y metió el agua en la ciudad por tarjea que hasta entonces iba por una zanja. Y llegado [... a Tezcoco] la puso en orden y juntó los mayores artífices que había en la tierra, y los puso dentro de la ciudad por sus barrios, cada género por sí, como eran plateros, pintores, lapidarios y otras muchas maneras de oficiales, que por todos eran treinta y tantas suertes de oficiales.

FIGURA VIII: 27. Continuación. Representación de un guerrero de Chichón Itzá, grabado en una columna del Templo de los Guerreros. Dibujo basado en Maudslay, 1974 p. 38.

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Guerreros de Tula con atavíos toltecas, lanzadardos y otras armas. Llevan pectoral en forma de mariposa. Van caminando y algunos cantan, como lo expresa la vírgula que sale de su boca. Pilastra 2 del Edificio B de Tula.

Guerrero mexica, bajo la forma del dios Tecaztlipoca, tomando un prisionero. Su vestido y símbolos son toltecas. Dibujo de Emily Umberger, de los relieves de la piedra de Tízoc.

La obra de Nezahualcóyotl quizá se inspiró en los proyectos de

Motecuhzoma Ilhuicamina, quien mandó construir su propio palacio y hacer un jardín botánico en la tierra caliente de Oaxtepec y Cuernavaca.19 Esta tradición sustentada en el trazo urbano grandioso, el acoplamiento armónico de la ciudad y los palacios con la flora y la fauna locales, y la proyección de ambos a través del mensaje del poder fue lo que deslumbró a los soldados de Hernando Cortés cuando hicieron su entrada en Tenochtitlan.

Las descripciones maravilladas de Bernal Díaz del Castillo cuando descubre las inmediaciones de la ciudad lacustre (“nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas y encantamiento que cuentan en el libro de Amadís”), o cuando pasea por los jardines y recámaras de los palacios de Ixtapalapa, o las narraciones no menos admiradas de Cortés de los mercados y del centro ceremonial de Tenochtitlan, o de los espléndidos palacios donde lo alojó Motecuhzoma (figura VIII.25), son el cándido testimonio de los soldados españoles de su encuentro con una civilización inesperada, un descubrimiento motivado por la sorpresa de reconocer que esos seres por completo extraños y diferentes a ellos, y por eso mismo considerados inferiores, eran capaces de crear ciudades, palacios, instituciones políticas, templos, jardines y los más diversos objetos necesarios para la vida con una calidad y refinamiento iguales o superiores a los que ellos habían apreciado en las ciudades europeas.20

La fusión entre representación naturalista de la realidad, encantamiento estético y mensaje político, es una de las características de la cosmovisión tolteca y

19 La creación del jardín botánico de Oaxtepec la narra Diego Duran en su Historia do las Indias de la Nueva España, I, cap. XXXI. 20 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, capítulos LXXXIII y XCII; Hernán Cortés, Cartas y documentos; véase segunda* carta (1520), pp. 56-60 y 72-80.

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mesoamericana. Una concepción cuya meta última aspiraba a resumir la inasible diversidad en una cápsula abreviada, susceptible de llegar al público más amplio. Su propósito era representar la multiplicidad del universo en la almendra del reino, la ciudad de Tenochtitlan, el Templo Mayor o la efigie del tlatoani.

El reino, como la capital, se representaba en la forma de un axis mundi, como la suma de las fuerzas vitales del cosmos. La ciudad estaba fincada en el ombligo de la superficie terrestre, en la isla de Tenochtitlan (cemanáhuac), conectada con los cuatro rumbos cardinales y enhebrada con sus tres niveles verticales. El Templo Mayor resumía esas diversidades en la mole que se levantaba desde el inframundo, se asentaba en la tierra y se elevaba al cielo, proyectada hacia las cuatro esquinas del cosmos (figura VIII.26). En su construcción participaron todos los pueblos sometidos al Imperio,21 y en su interior y en los alrededores se fueron acumulando las ofrendas representativas de los distintos mares, la diversidad de plantas y animales, los tributos enviados de provincias remotas, los tesoros de antiguas culturas (olmecas, teotihuacanos), la multitud de dioses de los pueblos conquistados, y las obras de arte de las distintas etnias.22 Era una imago mundi, un espejo del cosmos, y el huey tlatoani un soberano universal.23

21 Manuscrit Tovar, p. 57; Durán, Historia de las Indias de la Nueva España, I, cap. XVI. 22 Broda, “The Provenience of the Offerings: Tribute and Cosmovision". 23 Se trata de una concepción política universal, compartida con los incas (Sabine MacCormack, “Cuzco, Another Rorae?”) y con los fundadores del Imperio chino (Robin D. S. Yates, "Cosmos, Central Authority, and Communicies in the Early Chinese Empire”). Véanse ambos estudios en Susan E. Alcock, Terence N. D’Altroy, Kathleen D. Morrison y Carla M. Sinopoli, 2001

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FIGURA VIII.27. Continuación. Guerrero águila, 1440-1469. Escultura en cerámica encontrada en la Casa de las Águilas del Templo Mayor de Tenochtitlan.

La concepción cósmica del reino, la capital y el gobernante no la inventaron los mexicas. Nació, como se ha visto, con la aurora de los reinos en los territorios olmecas y mayas (800 a.C.-350 d.C.), y se fue transformando y enriqueciendo con el transcurso del tiempo. En el principio era una concepción centrada en el ajaw, que correspondía al poder absoluto que éste ejercía como cabeza del reino, jefe de los ejércitos y sacerdote máximo. Experimentó un durante el apogeo de Tollan-Teotihuacan (150-500 d.C.), cuando sus dirigentes trasladaron al Estado los poderes de la economía, el ejército y la religión, independizándolos de las turbulencias derivadas de los cambios dinásticos. Hasta donde podemos conjeturar, Teotihuacan es el primer Estado, bajo el régimen del tlatoani como gobernante supremo, que construye una economía, un ejército y un establecimiento religioso que operaron como organismos del Estado, es decir, como instituciones regidas por principios y ordenamientos propios, pero sometidas a la autoridad del gobernante supremo. Los datos acumulados en el capítulo V muestran que la economía descansaba en una agricultura especializada (cultivos de temporal y riego, chinampas), la manufactura en gran escala de productos de

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obsidiana, cerámica, textiles y objetos suntuarios, el tributo proporcionado por numerosos pueblos, y el comercio interior (mercados locales y regionales) y de larga distancia. El tamaño y la complejidad de esa estructura económica me llevan a suponer que su sustento era el calpolli o una célula social semejante.24

Este gigantesco basamento económico se complementó con un aparato militar e ideológico tentacular, que impuso en los diversos ámbitos una concepción unitaria sobre los orígenes del cosmos y la misión civilizadora del Estado, y le confirió a Tollan el papel de paradigma simbólico y religioso del proyecto estatal. Gracias a esta fusión de fuerza disuasiva y arsenal ideológico, las armas y modelos militares de Tollan se propagaron en Mesoamérica, unidas al mesianismo del Estado conquistador y civilizador, y a los dioses portadores de este mensaje: Ehécatl, Tláloc, Tonatiuh, Chalchiuhtlicue... El conductor de los mensajes sobre el origen del cosmos y los reinos, la tarea redentora del tlatoani y el designio de los dioses, fue la lengua náhuatl, entonces la primera lingua franca de Mesoamérica, un proceso uniformador que apenas comienza a estudiarse… Todos los estados que hemos visto nacer y madurar en Mesoamérica desarrollaron poderosos aparatos ideológicos para hacer llegar sus mensajes a los pobladores del territorio. El manejo maestro del factor ideológico es uno de los rasgos distintivos de los estados mesoamericanos. Pero entre los notables manipuladores del poder ideológico, los tlaloque de la antigua Tollan alcanzaron un grado máximo de perfección en la creación de ideologías totalizadoras y en la economía de los medios utilizados para inocularlas en la población. El tránsito por los diferentes estados muestra que la mayoría de éstos acudió al canon cosmogónico para dar cuenta del origen del mundo, los seres humanos y los reinos; pero en Tollan esa antigua cosmovisión se encapsuló en el mito de las cuatro edades fallidas y la creación del Quinto Sol, y de ahí se desprendieron las ramificaciones que dieron cuenta del ámbito sobrenatural, las cosas humanas y el futuro de los pueblos. El Estado teotihuacano unió en un solo mando el poder político, económico, militar e ideológico, y con esa fuerza propagó las imágenes del reino prístino y su misión civilizadora, y la convicción de que los dioses eran toltecas y habían nacido para proteger a los seres avecindados en Tollan, la cuna de la civilización.

En contraste con las cosmovisiones anteriores, centradas en el ajaw o en el tlatoani, la tolteca tuvo como eje el Estado, el reino de Tollan. Por ello, cuando hacia 550 o 650 la ciudad fue arrasada e incendiada, lo que desapareció entonces no fue sólo el gobernante o la dinastía en el poder, sino el Estado mismo, el conjunto de sus instituciones. Así, cuando a la catástrofe de la destrucción le siguieron los años de violencia, anarquía y depredación, el sentimiento que se instaló en los sobrevivientes fue la añoranza idealizada de los años de esplendor. Quizá en estos años es cuando se construye la imagen del reino paradigmático, protegido por dioses pródigos, rebosante de riquezas, poblado por artífices de

24. No disponemos de datos históricos o arqueológicos que confirmen esta hipótesis. Sin embargo, su nombre y antigüedad parecen vincular esta organización social y productiva con el primer reino de habla náhuatl que dominó el Altiplano Central y gran parte de Mesoamérica. La división de Teotihuacan en barrios y cuadrantes, verificada por los arqueólogos, es otro dato a favor de esta conjetura. También abona esta hipótesis la información aporrada por los arqueólogos que sostienen que en la época de su apogeo la población campesina fue constreñida a vivir dentro del perímetro urbano.

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talentos legendarios, resguardado por ejércitos imbatibles y gobernado por los descendientes del mítico fundador que legó a su pueblo la fortaleza de las instituciones y el decálogo del gobierno sabio.

Es probable que esa memoria idealizada del esplendor de Tollan se haya afianzado ante las dificultades para constituir nuevos estados y el apremio de izar una imagen luminosa que sirviera de guía a los pueblos y líderes empeñados en esa meta. Lo cierto, como hemos visto, es que los estados que vinieron después se esforzaron en diseñar sistemas políticos semejantes a los de la antigua Tollan: adoptaron la lengua, las instituciones, los dioses, las tradiciones culturales y el impulso bélico del pueblo que se proclamó custodio del Quinto Sol. Sin embargo, aun cuando el arquetipo de Tollan fue el modelo para construir los estados del Posclásico (1000-1521), las circunstancias históricas dieron paso a nuevas formas de organización política.

Chichen Itzá y Tula fueron los reinos más poderosos del periodo que va de 850 a 1200, y ambos rompieron con el canon del Estado gobernado por el poder absoluto del ajaw o del tlatoani. Los testimonios arqueológicos, las escuetas muestras de su escritura y la rica iconografía, indican que los capitanes de la guerra desplazaron a los linajes tradicionales. Los jefes militares fundaron un Estado a cuya cabeza estaba el antiguo ajaw pero acompañado por un consejo de notables (véase el capítulo VI). En Tula se consolida una organización del Estado parecida, en la que los guerreros ocupan las posiciones de mando. En los reinos mayas de fines del Clásico y en Chichón Itzá la representación pública del ajaw vestido a la antigua usanza y portando los símbolos tradicionales del poder fue sustituida por la imagen estridente del guerrero tolteca (capítulo VI). En Tula la imagen del poder que campea en sus palacios y monumentos es el emblema de la Serpiente Emplumada y la figura imponente del guerrero tolteca, los iconos de la realeza que nacieron en Tollan-Teotihuacan (capítulo VIII).

Los mexicas continuaron la ruta de toltequización inaugurada por los chichimecas de Xólotl y Mixcóatl a su entrada en la Cuenca de México. Desde que eligieron a su primer tlatoani aceleraron el aprendizaje de las instituciones y el legado cultural tolteca. Quizá la adopción del náhuatl fue el precipitador de la aculturación que transformó al pueblo mexica en heredero orgulloso de la tradición tolteca. Las crónicas y los testimonios arqueológicos muestran que entre 1470 y 1500 el acervo cultural tolteca estaba bien arraigado en Tenochtitlan y conformaba el núcleo duro de la identidad mexica. El calendario, los conocimientos astronómicos y científicos, las leyes y las instituciones políticas, el florilegio de la literatura, el extenso catálogo de las artes, la acumulación de las tradiciones históricas, la galaxia de sus dioses y mitologías, las ingenierías y arquitecturas… la suma de los saberes toltecas eran patrimonio mexica cuidadosamente atesorado en sus escuelas, bibliotecas, palacios y templos.25

25 El libro que compendia la cultura náhuatl es la gran suma de Bernardino de Sahagún en Historia general de las cosas de la Nueva España, y su versión más completa, el Códice Florentino.

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FIGURA VIII.27. Continuación. Guerrero azteca con los atavíos y emblemas toltecas.

FIGURA VIII.28. Brasero con la imagen de un guerrero mexica muerto.

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El rector de ese proceso continuo de aculturación fue la organización política, el Estado. El reino y el Imperio mexica llamado la Triple Alianza son instituciones de abolengo tolteca, construidas a partir de la tradición que viene de Tollan, enriquecidas y transformadas por las experiencias de los reinos de Cholollan, Xochicalco, Tula, Colhuacan y Tezcoco, a los que ya nos referimos antes. En el tránsito de Teotihuacan a Tula, el Estado tolteca experimentó la reducción de los poderes hegemónicos del tlatoani, pero conservó la antigua organización administrativa: recolección del tributo y manejo de los mercados y el comercio interior y exterior; reclutamiento, adiestramiento y organización del ejército; rectoría de los templos y cultos religiosos y de los mensajes elaborados en esas instituciones. En el Estado mexica esta estructura cobra dimensiones imperiales; la mejoría en el número y calidad de la información nos ha permitido llegar a las precisiones resumidas en la figura VIII.20. Como se advierte, el tlatoani permanece a la cabeza del Estado pero acotado por las facultades otorgadas al Consejo Supremo, que juega el papel de escrutador permanente de las acciones del gobierno, actúa como colegio electoral y representa al tlatoani en su ausencia. La figura VIII.20 muestra que todas las ramas de la administración crecieron, pero la institución militar mantuvo su sitio prominente, como en los orígenes del Estado tolteca.

La sola representación iconográfica de la figura del guerrero tolteca desde su aparición en Tollan hasta Tenochtitlan (figura VIII.27), basta para probar que el origen de este icono es teotihuacano, y que fue el prototipo del guerrero que hicieron suyo numerosos reinos mayas (Tikal, Aguateca y Chichén Itzá, entre otros), y Tula y Tenochtitlan, los reinos nahuas del Posclásico. En Tenochtitlan la imagen del guerrero con atavíos y porte tolteca es una presencia poderosa, sea en su representación de “Caballero Águila” o “Caballero Ocelotl” (figura VIII.27), o como símbolo del guerrero tolteca, la expresión bélica por excelencia (figura VIII.27), o como guerrero muerto que ha cumplido la misión de sacrificarse para renacer más tarde acompañando al Sol en su ascenso hacía el cénit (figura VIII.28). En la llamada Casa de las Águilas, un edificio en el lado norte del Templo Mayor, los arqueólogos descubrieron un recinto parecido a los de Chichén Itzá y Tula, donde los guerreros le rendían culto al ardor bélico. En este caso el culto de la guerra inaugurado en Tollan atraviesa Chichén Itzá, Tula y la Casa de las Águilas bajo la forma de banquetas esculpidas con procesiones de guerreros vestidos a la usanza tolteca que caminan hacia un recipiente (zacatapayolli), que contiene navajas para el sacrifico de la sangre (figura VIII.29). En Tenochtitlan, comenzando por el Templo Mayor, los monumentos exaltaban la figura y la misión de los guerreros. Los industriosos artesanos competían para reproducir su imagen y el arte plumario, los textiles y las finas piezas de oro y piedras preciosas componían los ornamentos que distinguían a los capitanes y guerreros ejemplares. En las salas de los palacios y en las fiestas y ceremonias que festejaban a los guerreros se escuchaban cantos como el siguiente:

Oh Motecuhzoma, oh Nezahualcoyod, oh Totoquihuatzin, vosotros tejisteis, vosotros enredasteis la Unión de los príncipes [la Triple Alianza]: La mansión del Águila, la mansión del Tigre perdura así, es lugar de combates la ciudad de México [...]

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Con floridas cuerdas del Águila está bien afianzada la ciudad: cual flores del Tigre fueron enlazados los príncipes Motecuhzoma, Cahualtzin, y Totoquihuatzin y aquel Yoyontzin: ¡con nuestros dardos, con nuestros escudos está existiendo la ciudad!26

Y fue precisamente la poesía, el alto lugar de la sensibilidad y del espíritu

mexica, el espacio privilegiado para expresar el ardor y la enajenación de la guerra. El agente constructor del poder mexica es el tema central de los famosos Cantares mexicanos. La poesía, inmejorablemente enunciada con las voces in xochitl in cuicatl, flor y canto, era el medio idóneo de una sociedad que privilegiaba la oralidad. Los temas recogidos en la colección de Cantares mexicanos inquieren sobre la brevedad de la vida con la intensidad que se aprecia en este fragmento atribuido a Nezahualcóyotl:

¿Es que acaso se vive de verdad en la Tierra? ¡No por siempre en la tierra, sólo breve tiempo aquí! Aunque sea jade: también se quiebra, aunque sea oro, también se hiende, y aun el plumaje de quetzal se desgarra: ¡No por siempre en la tierra: Sólo breve tiempo aquí!27

Sin embargo, lo cierto es que ese sentimiento poético se carga del lado de la

guerra, como lo expresan estos versos que rememoran la contienda contra Chalco: Con rodelas de águilas se entrelazan banderas de tigres: con escudos de pluma de quetzal se entreveran banderas de plumas doradas y negras. Hirvientes ondulan allí. Se han levantado el de Chalco y el de Amaquemecan se revolvió y fue estruendosa la guerra. La flecha con estrépito quedó rota, la punta de obsidiana se hizo añicos. El polvo de los escudos sobre nosotros se tiende. Se han levantado el de Chalco y el de Amaquemecan. Se revolvió y fue estruendosa la guerra.28

26 Garibay K., Poesía náhuatl II, Cantares mexicanos, p. 23. 27 Ibid., pp. 3-4. 28 Ibid., p 12. De los Cantares mexicanos, John Bierhorst ha hecho una valiosa traducción al inglés: Cantares mexicanos. Songs of the Aztecs. En la introducción plantea otros orígenes y la tesis de que estos cantos son producto de un movimiento revitalizador surgido en los siglos XVI Y XVII.

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FIGURA 111.29. Procesión de guerreros portando las armas típicas toltecas en una banqueta de la Casa de las Águilas del Templo Mayor de Tenochtitlan.

Los dioses mexicas son eminentemente dioses de la guerra. Huitzilopochtli, el dios patrono que en sus orígenes fue probablemente el jefe tribal que inició o guió la peregrinación, después de la victoria sobre los tepanecas aparece investido con las características del Tonatiuh teotihuacano: es el numen protector del Quinto Sol y el guerrero por excelencia. Se identifica con el Sol, Tonatiuh, y con el tlatoani.29 La Piedra del Sol (el “Calendario Azteca”) y el temalacatl, son los monumentos que desde el primer Motecuhzoma fueron consagrados a Tonatiuh, pues eran piedras que celebraban el sacrificio de los enemigos rendidos por las armas de Tenochtitlan (figura VIII.30). Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, el antiguo emblema de la dinastía de Tollan, resurge con gran fuerza y su imagen labrada en esculturas prolifera en Tenochtitlan como símbolo de la realeza (figuras VIII.31 y VIII.32). En estas representaciones el guerrero es el dios patrono del pueblo escogido, el conductor inflexible que dirige la marcha hacia la tierra prometida, el servidor de los designios de Tonatiuh, y el espejo repetido de los ancestros toltecas.

29 Boone, Incarnations of the Aztec Supernatural: The Image of Huitzilopochtli in México and Europe, pp. 1-2. Sobre la identidad de Huitzilopochtli con el Sol y el tlatoani mexica, véase Umberger, “Events Commemorated by the Date Plaques at the Templo Mayor: Further Thoughts on the Solar Metaphor”, pp. 411-449.

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FIGURA VIII.30. El Quinto Sol. Dibujo basado en la llamada Piedra del Sol. Monumento mexica del Museo Nacional de Antropología. En los cuadretes que rodean la cara central de este monumento están representados los cuatro soles o eras anteriores del mundo, con sus fechas de creación: Sol de Tierra, Sol de Viento, Sol de Fuego y Sol de Agua, dispuestos de derecha a Izquierda. Dibujo y descripción basados en Townsend, 1992, p. 118.

En el arte, los cantos, el rito y los emblemas el guerrero mexica se identifica con sus antepasados toltecas, con el lugar donde nació el Quinto Sol, el origen del ethos bélico, los sacrificios humanos, los ritos y los símbolos de la guerra. Algunos autores, al reparar en la insistencia de los mexicas por identificarse con la tradición tolteca, adujeron que se trataba del conocido recurso de los advenedizos para adquirir las credenciales de los civilizados. El arcaísmo era una fórmula para hacerse con el lustre de la antigüedad. Otros afirmaron que el recurso al pasado fue una manera de legitimar el rápido ascenso al poder pero que en verdad “los mexicas rescataron un pasado que nunca fue suyo”.30

El estudio histórico de la formación del Estado en Mesoamérica muestra que tales interpretaciones carecen de fundamento. La apropiación del pasado por los sucesivos reinos y culturas de Mesoamérica fue un rasgo consustancial al desarrollo civilizatorio de esa región. Si se repasan los capítulos anteriores, puede verse que

30 Van Zantwijk, The Aztec Arrangement, cap. 9: López Lujan, La recuperación mexica del pasado teotihuacano, pp. 88- 89.

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hay una línea de continuidad en la formación de los estados y en la organización del gobierno, y que esa experiencia se transmitió por todos los medios de comunicación (orales, visuales, escritos). Se puede hablar, como lo he tratado de mostrar en este libro, de un canon del Estado en la Época Clásica, que se transforma a finales de ese periodo y que renace con otras características en el Posclásico (Chichón Itzá, Tula, Tenochtitlan). En el transcurso de estas transformaciones y adecuaciones, el arquetipo del Estado que pervivió en la memoria política fue Tollan-Teotihuacan, una interpretación que formulé en otro libro y que reitero aquí con las pruebas acumuladas en los capítulos precedentes.31

FIGURA VIII. 31. Escultura azteca de la Serpiente Emplumada con el signo Ce Ácatl, nombre calendárico de Topiltzin Quetzalcóatl, y el símbolo de la estera grabado en la cabeza.

31 Véase Florescano, Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica, especialmente los caps. VIII y IX.

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FIGURA VIII.32. Notable escultura mexica de la Serpiente Emplumada, el símbolo tolteca de la realeza. Museo del Vaticano. Foto tomada de Aztecs, Royal Academy of Arts, 2002, lámina 114.

Siguiendo el rastro indeleble de la lengua náhuatl y acompañado por el apoyo de la epigrafía, los emblemas y los mitos, Karl Taube arribó a la misma certidumbre cuando dice: “En muchos aspectos, la gran dudad de Teotihuacan del Periodo Clásico puede ser considerada como la fuente canónica de la cultura náhuatl del Posclásico”.32 Al lado de la lengua, los mitos, la arquitectura y las artes plásticas, el medio que mejor conservó la memoria política de los antiguos reinos fue la tradición histórica. Una tradición forjada tanto por la memoria oral como por la escrita, pues como dice fray Diego Durán, en los templos y en las escuelas era costumbre cantar los hechos pasados, aun cuando

mucho más ordinario era en las casas reales y de los señores pues todos ellos tenían sus cantores que les componían cantares de las grandezas de sus antepasados y suyas, especialmente a Montezuma que es el señor de quien más noticias se tiene y de Nezahualpiltzintli de Tezcoco, les tenían compuestos en sus reinos cantares de sus grandezas y de sus victorias y vencimientos y linajes y de sus estrañas riquezas, los cuales cantares he oído yo muchas veces cantar en bailes públicos que aunque era conmemoración de sus señores me dio mucho contento de oir tantas alabanzas y grandezas.33

En su Stories in Red and Black, Elizabeth Boom presenta un análisis de las

distintas formas de escribir y pintar el pasado que concibieron los pueblos de Mesoamérica. Ahí agrupa los anales, las crónicas, los relatos cartográficos, las historias genealógicas y dinásticas, y las numerosas combinaciones que resultaron al mezclarse estos variados modos de narrar el pasado.34 No cabe duda de que estos contrastados estilos historiográficos fueron valorados y adaptados a sus fines particulares por los tlatoque mexicas. En su momento de crecimiento y esplendor, las bibliotecas de Tenochtitlan acumularon la dilatada panoplia de los libros de historia entonces en uso y el saber para interpretarlos y reproducirlos. Sin embargo, entre todos esos legados memoriosos, los mexicas adoptaron la tradición política e ideológica que provenía de Tollan-Teotihuacan para construir su ideal de Estado y vida civilizada, y de este modo prolongaron y le dieron nuevo aliento a la prestigiosa herencia tolteca. Apoyado en esa herencia el pueblo mexica creó un nuevo Estado e hizo florecer una rama más del frondoso árbol mesoamericano. Sus talentos y creaciones fueron bien resumidos en las últimas palabras con las que Jacques Soustelle cierra su libro sobre los antiguos mexicanos. “De tarde en tarde, en lo infinito del tiempo y en medio de la enorme indiferencia del mundo, algunos hombres reunidos en sociedad dan origen a algo que los sobrepasa: a una civilización. Son los creadores de culturas. Y los indios del Anáhuac, al pie de sus volcanes, a orillas de sus lagunas, pueden ser contados entre esos hombres.”35

32 Taube, “The Turquoise Heart. Fire, Seif Sacrifice, and the Central Mexican Cult of Wai”, p. 269; y del mismo autor, The Writing System of Ancient Teotihuacan. 33 Durán, Historia de las Indias de Nueva España..., II, cap. XXI, pp. 201-202. 34 Boone, Stories in Red and Black, pp. 64-81, 82-122, XXI y s. 35 Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas, p. 243.

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