Gargano Guido Inocenso La Lectio Divina

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Libro introductorio a la lectura orante de la Palabra de Dios

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Introducción a la "Lectio Divina"

eaiciones paulinas

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Colección

Escuela de la Palabra CARTA A LOS ROMANOS Carlos Mesters, la ed. EL "ABC" DE LA BIBLIA AA.VV., 4a ed.

EL PROFETA ELIAS Carlos Mesters, 2a. ed.

ESPERANZA DE UN PUEBLO QUE LUCHA Carlos Mesters, 3a. ed.

HACEMOS CAMINO AL ANDAR Carlos Mesters, 4a. ed.

ISAÍAS JÚNIOR (ce. 40-50) CEB7 - Carlos Mesters, la. ed.

LA BIBLIA, EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS Carlos Mesters, 4a. ed.

PARAÍSO TERRESTRE: ¿Nostalgia o esperanza? Carlos Mesters, la. ed.

PEQUEÑO BOCABULARIO BÍBLICO Wolfgang Cruen - Ernesto Tigreros, 3a. ed.

RUT: Una historia de la Biblia Carlos Mesters, la. ed.

SALMOS: Oración del pueblo que lucha AA. VV., la. ed.

UN PROYECTO DE DIOS Carlos Mesters, 3a. ed.

LA ESPIRITUALIDAD QUE ANIMO A SAN PABLO Carlos Mesters, la. ed.

LA LECTIO DIVINA Guido-Innocenzo Gargano

Guido-Innocenzo Gargano

La Lectio divina Introducción a la "Lectio divina"

ediciones paulinas

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Con las debidas licencias

Título original

€> Edizioni Dehoniane Bologna Traducción

Revisión de estilo

La "Lectio Divina"

introduzione alia "lectio divina" Via Nosadella, 6-40123 Bologna-Ilalia Nelly Rodríguez V. Jorge Enrique Cortés

© EDICIONES PAULINAS 1992 Distribución: Departamento de Divulgación Carrera 46 N9 22A-90 Calle 170 N« 23-31

FAX (9-1) 2684288 A.A. 100383 - FAX (9-1) 6711278

Santafé de Bogotá, D.C - Colombia

ISBN 958-607-603-2

l Introducción a la Lectio Divina*

Procuraremos ante todo entender el sentido exacto de la lectio divina propiamente dicha. Por el momento limitémonos a precisar que no se trata de una lectura estrictamente ligada a la investigación exegetica, sino de una lectura que nos debe conducir a la oración, a la contemplación.

Los monjes han conservado una tradición que nos lleva a ver las Sagradas Escrituras como un organismo vivo, casi como una persona que nos interpela. Así como al encontrarnos con una persona hacemos preguntas y esperamos respuestas, de la misma manera, leyendo las Sagradas Escrituras hacemos preguntas, y puesto que la Escritura es viva, las respuestas que nos da son respuestas de una persona viva. Leamos por tanto la Sagrada Escritura procurando establecer una relación personal con la misma Sagrada Escritura, por lo cual cuanto más nos unimos a ella tanto más creemos que podemos comprender su

* Agradezco de corazón a Vincenzo Pellegrini, de Roma, por haber transcrito, con tanta paciencia, este texto, de los casetes, texto que puede servir ahora de gran ayuda para muchos amigos.

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significado profundo. Mientras el investigador científico debe situarse en una posición de "impasibilidad" con relación al texto para buscar la verdad, nosotros por el contrario, nos involucramos en él.

En el mundo bíblico, el conocimiento de una persona es más profundo cuanto más unidos estamos a ella. En la medida en que —por así decirlo— me hago consanguíneo del otro penetrando en sus pensamientos, en sus preocupaciones, en su misma vida, llego a comprenderlo más profundamente.

Este —según santo Tomás— se denomina conocimiento por consanguinidad o por connaturalidad.

Existe un principio muy antiguo en la búsqueda de la verdad: "Solo el semejante conoce al semejante" (Platón). Nosotros consideramos que nuestra conformación con la Sagrada Escritura es el camino real para la comprensión de la misma. De la misma manera que la conformación con Cristo es el camino perfecto para conocerlo.

Existen, por consiguiente, dos métodos de conocimiento: el de la investigación científica y el que denominamos como búsqueda sapiencial de la verdad. Los dos se complementan. De hecho, es imposible establecer una relación con quien todavía no conocemos.

Los antiguos, refiriéndose al Verbo encarnado, afirmaban que la carne es el fundamento de la salvación; en la Escritura la visibilidad y el significado de la letra, que nosotros, alcanzamos gracias a los exegetas, es el fundamento del conocimiento ulterior, que se obtiene por la relación personal que se establece con la Escritura misma.

Tenemos, por consiguiente, la base, el fundamento, que es dado por el sentido literal, por el sentido objetivo

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el cual buscamos, con la ayuda de quien investiga científicamente; pero luego, una vez establecido este fundamento, debemos ir más allá porque el auténtico conocimiento de la verdad se adquiere únicamente por la participación de amor. "Si escucháis hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones".

Por consiguiente, la Sagrada Escritura se convierte en la persona del Señor Jesús. Es necesario estar convencidos de ello hasta el fondo para poder captar el sentido profundo de la Sagrada Escritura. No es un libro cualquiera el que tenemos ante nosotros, es un libro que presta las palabras al Señor mismo. Orígenes habría dicho que las palabras de la Biblia no son otra cosa que las palabras de amor que el esposo —Jesús— intercambia con la esposa —Iglesia—. Ser testigos de este intercambio de amor significa estar compenetrados hasta la profundidad de las propias entrañas.

Voz divina, voz del Señor, voz del evangelio es la referencia constante de quien desea entrar en aquella que san Benito llama la "escuela del servicio del Señor". Se ingresa, pues, en la comunidad porque al interior de esta comunidad el Señor habla, y habla precisamente a través de las palabras de la Sagrada Escritura. No existen otras palabras de referencia. La Escritura es, por tanto, una persona viva.

Leer atentamente el texto

Hay un texto muy hermoso perteneciente a la tradición rabínica que se ha convertido en punto fundamental de referencia durante siglos enteros de tradición monástica; codificado en el 1300, es muchos siglos más antiguo.

"La Tora revela una palabra que brota un poco desde

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su velo y enseguida vuelve a esconderse. Esta actúa así, únicamente con aquellos que la conocen y le obedecen —quiere decir que para descubrir el significado de la Sagrada Escritura se requiere conocerla ya, de algún modo, estar unidos a ella mentalmente, en el deseo, y estar dispuestos a obedecerla—. La Tora se asemeja a una bella y magnífica joven escondida en una recóndita habitación de su palacio, que tiene un amor secreto, desconocido para todos los demás. Por su amor, el enamorado mira desde la celosía de su ventana, en todas las direcciones, buscándola. Ella bien sabe que su enamorado frecuenta la reja ... Entreabre la puerta de su remota alcoba y, solo por un instante, revela su rostro al amado volviendo a ocultarlo de inmediato. Quienquiera que estuviese en compañía del amado sería incapaz de percibir algo. Solamente él la ve y se transporta interiormente hacia ella con el corazón, con el alma, y con todo su ser; y ella comprende que por amor a él, se ha descubierto a sí misma, por un momento encendida de amor por él.

Así es la palabra de la Tora que se revela a sí misma solamente a sus amantes. La Tora comprende que quien es sabio en el corazón frecuenta su casa. ¿Qué hace entonces? Desde el interior de su palacio le deja ver su rostro y su hermosura, pero luego regresa aprisa a su habitación y se esconde de nuevo. Los que están presentes no ven y no saben nada; solamente él la ve y es atraído hacia ella con el corazón, con el alma, con todo su ser.

De esta manera la Tora revela y al mismo tiempo se esconde a sí misma y está ebria de amor por el amado, mientras enardece el amor dentro de él. Ven y verás, éste es el camino de la Tora. Al principio, cuando ella quiere revelarse a un hombre, solo ofrece un signo instantáneo; si él no comprende, ella insiste con un sonido de voz muy sutil. Al mensajero enviado por él, la Tora le dice: "Di a

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quien alcanza a percibir este susurro que venga acá para que pueda hablarle". Como está escrito: "Quien es sencillo que venga a mí". Ella lo ha dicho y quiere que él lo entienda. Quien, por el contrario, es sordo a esta primera señal, termina por permanecer cerrado también al conocimiento del misterio escondido.

Cuando el amado se le acerca, ella, oculta tras su velo, comienza a dirigirle palabras más claras enseñándole a comprender. Hasta que muy lentamente es concebida y nace en él la intuición espiritual. Luego a través de un velo de luz, ella le transmite palabras alegóricas —son palabras que en la etimología de "allegoría" pertenecen a otro mundo. Es decir, inicia al mundo de los misterios de Dios—. Y solamente entonces, cuando él se le hace familiar, ella se revela cara a cara y le habla de todos los misterios escondidos y de los caminos a seguir que ella desde el principio deseaba revelarle. Un hombre de tal categoría es ahora llamado "perfecto" y "maestro", que equivale a decir "esposo" de la Tora en el sentido más íntimo y estricto; es el padre de familia a quien ella abre todos los secretos sin esconderle nada.

Y le dice: "¿Ves, ahora, cuántos misterios comprendía aquella simple señal que te di en aquel primer día y cuál era su verdadero significado?". Entonces, él comprende que a aquellas palabras no se les puede agregar o quitar nada, y comprende, por primera vez, el significado de las palabras de la Tora como si estuviesen allí delante él. Palabras a las que no puede aumentárseles o sustraérseles ni una sola letra.

Un texto como este nos hace comprender con suficiente claridad, cuál tiene que ser la relación que hay que establecer con la Sagrada Escritura para poder alcanzar el conocimiento más profundo de ella.

Entonces nos damos cuenta que todo lo que

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identificamos con el conocimiento así llamado científico u objetivo del texto de la Escritura, frente a este fragmento, acusa los propios límites, la propia relatividad. Ciertamente este conocimiento es importante, pero hay que ir más allá, ya que si permanecemos en él, se terminaría por no captar el significado más profundo que identificamos con la percepción del misterio de Dios. A esta intuición del misterio procuraremos llegar con la lectio divina.

La conclusión del texto rabínico nos recordaba que nada puede ser aumentado o quitado a las Sagradas Escrituras. Esto significa que el Señor nos habla a través de esas palabras y no fuera de ellas. Por consiguiente, la primera preocupación que debemos tener es precisamente no salimos de aquellas palabras, no pretender saber más, o pretender prescindir de cualquier cosa, de cualquier expresión presente en las Sagradas Escrituras. Jesús ya lo había dicho: "Ni una jota, ni una simple coma de la ley pasará, sin que ésta sea cumplida" (Mt 5,18).

Los antiguos padres eran perfectamente conscientes de que la más mínima expresión de la Sagrada Escritura poseía un misterio, un mensaje de Dios para los hombres. Incluso san Gregorio Magno desarrolló una serie de reflexiones acerca de la conjunción "et" colocada al principio de las profecías de Ezequiel (Ez 1,1 ss). Se pregunta por qué el profeta inicia con una conjunción. ¿Qué une este "et"? Y responde: "Ciertamente une el mundo de Dios con el mundo de la tierra, une toda la historia de la vida trinitaria con la historia que nosotros vivimos". Sin este "et" nuestra misma historia no tendría su significado.

Es necesario leer atentamente el texto respetando aquello que dice y lo que no dice: ésta es la enseñanza que nos viene de la tradición rabínica.

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"Lectura" como "escucha"

¿Cómo debemos adentrarnos en esta lectura?

Hemos comprendido que la relación que hay que establecer con el libro de las Sagradas Escrituras es una relación entre amante y amada, y solo en el interior de este mundo de amor podemos pensar en penetrar el significado escondido de las Sagradas Escrituras. ¿Cómo prepararnos concretamente a esta relación de amor con ella?

Lectio divina corresponde a una expresión resumida de aquello que podríamos llamar, con más propiedad, "lectura de la palabra de Dios", pero donde tendremos que sustituir el término "lectura" por el término "escucha": escucha de la palabra de Dios. Ahora bien, para poder escuchar hay que crear un clima de silencio y soledad que nos permita percibir el "susurro" de lo que hemos leído poco antes. Debemos de alguna manera revivir la experiencia de Elias que necesita afinar el propio oído para poder descubrir al Señor dentro de una tenue voz de viento (IR 19,9-14). De esta manera nos preparamos a la escucha. Debemos lograr agudizar hasta tal punto nuestras capacidades auditivas que podamos percibir también los ultrasonidos de la palabra de Dios.

Para poder preparar este espacio adecuado a la escucha, hay incluso en la mentalidad de los padres y de los monjes lo que podríamos llamar los presupuestos generales de la comunidad Iglesia.

Presupuesto de la fe

La primera actitud que hace posible la lectio divina es la fe. Cuando los cristianos toman en sus manos la Biblia,

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parten sobre todo de una actitud de fe: la Biblia es inspiarada por Dios. ¿Qué significa esta inspiración de la Biblia? Ante todo, significa que cuando el agiógrafo escribe, el Espíritu Santo, de alguna manera, le garantiza que no escribirá errores referentes a la fe. Pero significa también, según el pensamiento de Orígenes, que el Espíritu Santo está contenido dentro de las Sagradas Escrituras. Hay una analogía entre las Sagradas Escrituras y la eucaristía. Bajo las apariencias del pan y del vino está presente realmente el Señor resucitado, de la misma manera bajo los velos de las Sagradas Escrituras está presente el Espíritu Santo. Obviamente no es una presencia que excluye otras presencias. El Vaticano II habla de la presencia real del Señor también en los enfermos, en la comunidad, en la jerarquía que transmite las enseñanzas de los apóstoles..., y en muchas otras situaciones: "Donde dos o tres se reúnen en mi nombre..." (Mt 18,20).

En los ambientes monásticos se encuentran con frecuencia dos lámparas encendidas; una delante del Santísimo y otra, según una tradición muy antigua, ante el libro de las Sagradas Escrituras.

Por consiguiente, el Espíritu mueve desde las Escrituras, habla a través de las Escrituras, el Espíritu está presente realmente en el libro de las Escrituras. Confrontarse con el libro de las Escrituras significa, por lo tanto, dejarse iluminar por la luz del Espíritu Santo que las ha inspirado y está presente en ellas.

Todo esto conlleva una consecuencia muy sencilla: todos los demás libros no pueden ser colocados a la par con el libro de las Sagradas Escrituras. Aunque se tratase de libros escritos por los santos, frente a las Sagradas Escrituras son simples palabras humanas que en ningún caso pueden sustituirlas. Hasta que no nos convirtamos a

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esta verdad, será muy difícil hacer lectio divina. Si el libro de la Biblia es uno de los tantos libros que leemos, si lo leemos solamente en los ratos libres que nos dejan las otras preocupaciones que consideramos más importantes, no llegaremos jamás a captar el sentido profundo de las Sagradas Escrituras.

Podrán ser también libros hermosos y santos, pero en el momento en que nos encontramos con él, todo lo demás ha cumplido ya su función y no se puede servir a dos patrones a la vez porque, antes o después, uno de los dos toma ventaja sobre el otro.

Unidad de los dos Testamentos

Un segundo presupuesto que hay que resaltar es la unidad de los dos Testamentos.

El mismo Espíritu que ha inspirado y está contenido en el Nuevo Testamento ha inspirado y está contenido en el Antiguo Testamento.

Esta parece ser una afirmación evidente, casi inútil, pero es, por el contrario, muy importante ya que cuando se hace referencia al Antiguo Testamento se hace referencia a Dios creador, a aquel Dios creador que, como narra el Génesis 1, no solo ha creado todas las cosas, sino que se ha colocado en una actitud de contemplación frente a todas las creaturas confirmando que todas eran buenas y frente al hombre ha resaltado que "era verdaderamente bueno". Lo cual significa que refiriéndonos al Dios redentor del Nuevo Testamento no podemos entender esta redención como radicalmente diversa respecto a la creación. Decían los escolásticos que "gratia supponit naturam" (la gracia supone la naturaleza). Podríamos decir también nosotros; si no existe un recipiente no puede

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jontenerse nada; si no se acepta la creaturalidad en su manifestación visible tampoco se puede hablar con sobrenaturalidad en su manifestación invisible. Es el mismo criterio de la encarnación del Verbo de Dios. Para poder alcanzar y reconocer en la fe al Hijo de Dios debemos partir del reconocimiento del hijo de María: Jesús de Nazaret que es el mesi'as y también el Señor.

Debemos recorrer un camino progresivo. Obviamente en nuestra experiencia espiritual las dos cosas no se colocan en una sucesión de orden temporal puesto que nosotros vemos el todo al mismo tiempo, pero debemos ser conscientes de una sucesión por lo menos racional, ideal. Si eliminamos al hombre, si eliminamos la creación, no tendremos tampoco al cristiano y mucho menos la nueva creación, aquella creación que nosotros vemos transfigurada, transformada por la redención de Jesús.

Esto significa que el pensamiento cristiano excluye cualquier maniqueísmo, es decir, cualquier contraposición entre lo que es visible y tangible —lo que nosotros identificamos con la carne— y aquello que es invisible, no palpable —lo que nosotros identificamos con el espíritu—.

La unidad de los dos Testamentos significa también que el mismo Espíritu Santo se revela a través de los hechos, los personajes y las palabras del Antiguo Testamento. El hilo conductor que une el Antiguo al Nuevo Testamento es precisamente esta Unidad del Espíritu inspirador e inspirante de las Sagradas Escrituras.

Esto conlleva naturalmente una visión positiva del mundo y de la historia, es decir, que todo aquello que pertenece a la creación y todo aquello que pertenece a la historia de los hombres contiene un mensaje que viene del Señor. Es obvio que se trata de un mensaje que

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percibiremos mejor en la medida en que nos dejemos iluminar por aquella luz que para nosotros es la presencia del hijo de Dios en el hombre Jesús de Nazaret. Así, iluminando el Antiguo y el Nuevo Testamento a la luz del misterio de la muerte y resurrección de Jesús —dicen los padres— nosotros evidenciamos las sombras y las distinguimos de la verdad; podemos discernir entre la letra, que podría matar si nos detuviéramos en ella, y el Espíritu que vivifica y nos abre continuamente a lo nuevo.

Por consiguiente, el encuentro con el misterio central de la muerte y resurrección de Jesús se convierte en el criterio de discernimiento. De esta manera se debe pasar de la letra al Espíritu, sea leyendo el Antiguo Testamento, sea afrontando el Nuevo Testamento.

La luz del misterio de la pascua de Jesús debe hacernos superar todos los obstáculos, las parcialidades, las deficiencias, las connotaciones ligadas al contexto cultural propio del Antiguo o del Nuevo Testamento.

Por ejemplo, es bastante fácil encontrar en el Antiguo Testamento situaciones aparentemente incomprensibles e inaceptables a la visión cristiana (violencia, maldiciones, etc). Las mismas situaciones las encontramos a veces en algunos pasajes del Nuevo Testamento (polémicas anti-judáicas, capítulo 23 de Mateo; algunas expresiones de los Hechos de los apóstoles; la violencia presente en el Apocalipsis). El paso de la letra al Espíritu es sin duda necesario tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y el criterio de discernimiento sigue siendo la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret.

Por tanto, toda afirmación, contenida en la letra de la Biblia que pusiese entre paréntesis este misterio o excluyese una plenitud de manifestación de las consecuencias de la muerte y resurrección de Cristo, se-

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guramente no sería el contenido profundo de aquella expresión deseado por el Señor, como alimento para nuestra comunidad, para la Iglesia y para cada uno de nosotros.

Tener presente esto nos ayudará mucho cuando encontremos textos, situaciones o personajes que nos podrían dejar un tanto perplejos.

El criterio de la comunión

Un tercer elemento introductorio a la lectio es el criterio de la comunión.

Hemos dicho que la unidad de los dos Testamentos está dada por la presencia del único Espíritu que inspira las Sagradas Escrituras y alienta desde ellas, y hemos afirmado también que el criterio de discernimiento para captar la presencia del Espíritu es la confrontación con el misterio pascual de Jesús.

Dando una mirada horizontal encontramos un criterio ulterior de discernimiento para tener presente: el criterio de la comunión.

El cristiano es consciente que la Escritura es dada por la comunidad, es un tesoro que se nos pone en las manos de una manera viva por una comunidad viviente. El libro de las Sagradas Escrituras no es un descubrimiento individualista. Puede suceder que alguien llegue a ellas por su propia cuenta, pero este mismo descubrimiento lo acercará inevitablemente a una comunidad que hace de este libro el punto vital de referencia. El encuentro individualista, no es suficiente. Significa esto que si tú no eres Iglesia no puedes pretender poseer el libro de las Sagradas Escrituras y mucho menos, puedes pretender leerlo. Pues para llegar a la profunda comprensión de las

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Sagradas Escrituras es necesario que se garantice la comunión con la Iglesia. Iglesia que es la pequeña comunidad pero que es también la comunidad que se extiende hasta los confines del mundo. Entonces no basta con garantizar una relación de pacificación y de amor entre dos o tres personas porque podría convertirse en un individualismo de grupo. La comunión por su propia naturaleza obliga a abrirse. Las comunidades cerradas no contienen la Sagrada Escritura, solo pueden poseerla aquellas que se dejan traspasar por el Espíritu Santo.

La Sagrada Escritura" es por consiguiente, un tesoro escondido en el campo de la Iglesia. Cuando se ha percibido la importancia de este precioso tesoro se tiene el coraje de vender todo para adquirir el campo. Vender todo para hacer parte de esta Iglesia que es el campo en el cual está enterrado el tesoro.

Sí, para poder entrar en la comunión eclesial en la cual se podrá descubrir el tesoro escondido de las Sagradas Escrituras se requiere el coraje de vender todo, de considerar todo el resto como escoria, dice san Pablo; todos los sucedáneos que nos han servido de apoyo para llegar al encuentro con la palabra de Dios deben ser descartados, y se hace muy difícil fundarse sobre la palabra corriendo el riesgo de caer en el vacío.

La Escritura se lee, pues, en la comunidad, en la Iglesia. Pero se lee en la totalidad de la comunión con la Iglesia; lo cual quiere decir que ningún carisma, ningún ministerio puede pretender monopolizarla, ser la síntesis de todos los carismas, poseerlos todos. No, cada uno posee su carisma particular y hay quien tiene el carisma de la síntesis, pero nadie posee la síntesis de todos los carismas, porque los carismas son distribuidos por el Espíritu Santo como a él le parece.

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San Benito decía que no se puede excluir a nadie porque con mucha frecuencia el Espíritu Santo revela, precisamente al último de la comunidad, al más pequeño, al menos considerado, lo que es necesario y útil para la construcción de toda la comunidad. Quienquiera que se cierre a la revelación del Espíritu Santo, cerrándose al aporte que surge del último de la comunidad, no puede pretender estar en comunión con la catolicidad de la Iglesia.

Los antiguos padres no concebían una Iglesia de compartimientos separados; ellos reafirmaban que todos, absolutamente todos aquellos que están en la búsqueda del sentido profundo de las Sagradas Escrituras, deben ante todo preocuparse por estar en comunión con los demás miembros del cuerpo místico de Cristo, con todos los demás miembros de la Iglesia.

El cuerpo real de Cristo es toda la comunidad que nace y se encuentra "en el misterio" alrededor de la eucaristía. Nosotros —dice san Pablo— somos miembros del único cuerpo y tenemos todos una sola cabeza que es Cristo el Señor.

Este segundo criterio también hace referencia a Cristo resucitado que se identifica con los miembros de la comunidad eclesial. Ningún miembro puede ser amputado porque sería como mutilar el cuerpo.

El criterio de la conversión continua

Otro criterio es aquel de la conversión continua.

Decían los antiguos: "Para el hombre que no está dispuesto a renunciar a su propia manera de ver, a su pretensión de autosuficiencia, a su propia riqueza, le es imposible comprender las Sagradas Escrituras". Puede

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leerse la Biblia, pero mientras uno no esté dispuesto a cuestionarse a sí mismo, sus propias seguridades, sus propias riquezas, el libro permanece cerrado aunque materialmente esté abierto delante de nosotros. Es necesario vaciar el corazón para que la palabra de Dios pueda llenarlo con su riqueza.

En la medida en que un cristiano es capaz de convertirse a Cristo, en esa misma medida Cristo se le revela. "Si vosotros os inclináis hacia las Escrituras, hacia la palabra de Dios, la palabra de Dios se inclinará hacia vosotros". Se requiere una condescendencia recíproca. Si tú te doblegas, el otro también cede, si tú permaneces rígido, el otro también permanece inflexible. Estamos siempre en la óptica de una relación de amor. Por lo demás, la palabra de Dios es tan libre y tan atenta, tan solícita, que se hace niña con los niños, joven con los jóvenes y adulta con los mayores.

Este es el proceso de conocimiento y las señales de vida que se desprenden de la Sagrada Escritura.

Por lo tanto, si nosotros permanecemos aferrados a nuestros moralismos, la palabra de Dios nos dará solamente aquellas cosas. Pero si nosotros tenemos el coraje de ir más allá, también la palabra va más allá con sus enseñanzas en relación con nosotros. Jesús respeta nuestro propio crecimiento y se nos revela en la medida en que somos capaces y estamos disponibles a acogerlo. Son los signos de la ternura maternal de la palabra de Dios. Una madre que espera paciente los nueve meses de la gestación, que sabe regular el alimento adecuado a la edad real de sus hijos.

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El don del Espíritu Santo

Por último, para llegar a comprender el sentido profundo de las Sagradas Escrituras necesitamos el don del Espíritu Santo. Es un secreto que solo él conoce y lo revela a quien quiere y cuando quiere. "El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu" (Jn 3,8). Esto es suficiente para derrumbar todas nuestras pretensiones. Aquí está la desesperación del hombre que quisiera obligar al Espíritu a venir a él, pero el Espíritu Santo no se deja forzar. Es necesario pedir, pedir con insistencia el don del Esp&itu y pedirlo en nombre de aquel que nos garantiza que seremos escuchados por el Padre celestial. No es cualquier invocación la que nos garantiza la acogida de nuestra oración; es solamente aquella que se hace en nombre de Jesús y en comunión con los hermanos la que será escuchada.

Armonía

Dice el evangelio de Mateo: "Si vosotros os ponéis de acuerdo, si encontráis la armonía en el pedirme cualquier cosa y en pedirla en mi nombre, mi Padre os la concederá".

Una vez más, no basta una invocación individual sino que debe ser el fruto de la armonía vivida en la comunidad. Donde no hay armonía, no hay tampoco auténtica invocación del Espíritu. No puede haberla, precisamente porque el Espíritu habla a la comunidad y dentro de la comunidad. Solamente cuando nos convertimos en voz del Espíritu, el Espíritu nos acoge, porque es él mismo el que nos induce a la invocación y él mismo es el objeto de nuestra oración.

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En último análisis, para penetrar en el sentido profundo de las Escrituras, tenemos necesidad de la oración, pero hemos comprendido también que esta oración es auténtica y puede ser escuchada por el Padre celestial en la medida en que parte de la armonía vivida en la comunidad y es presentada en nombre del Señor.

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2 La Lectio

Hemos resaltado las inquietudes interiores que es necesario tener en cuenta antes de abrir el libro de las Sagradas Escrituras. Ahora que ya lo tenemos abierto delante de nosotros debemos tomar conciencia de que nuestra propia ascesis personal puede y debe ser construida alrededor de las Sagradas Escrituras porque ellas contienen la palabra de Dios. Por esto, todo nuestro esfuerzo en el crecimiento espiritual debería estar orientado hacia la escucha de la palabra del Señor. El silencio estará en función de la escucha; la estabilidad en función de la escucha (por estabilidad entendemos la permanencia en un compromiso de conversión continua, la conciencia de no haber llegado jamás a la meta); la permanencia en soledad está en función de la escucha. Pues si el silencio, la estabilidad, la permanencia en soledad, no están en función de la escucha, se convierten en ocio y bien sabemos que el ocio es padre de todos los vicios.

Permanecemos en silencio, en soledad, para poder profundizar las Sagradas Escrituras. Si la palabra no es el centro, si no existe la "atención" a su palabra, se corre el riesgo de no concluir nada.

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Podemos y, aun debemos, seguir las enseñanzas que nos vienen.de tantos guías espirituales, pero todas estas enseñanzas deben confesar su propia relatividad al encontrarse finalmente con la palabra de Dios. Ciertamente tienen su propia fuerza y utilidad, pero solo en la medida en que no se interponen como un diafragma entre nosotros y la palabra de Dios, y más bien nos conducen de la mano hacia la palabra misma. Por esto, es necesaria una ascesis seria, es necesario tener el coraje de dejar de lado los soportes más preciados sobre los que hemos levantado nuestra propia vida espiritual. Resulta muy difícil, pero solo si llegamos a hacerlo la palabra de Dios se convertirá en la única dueña de nuestra vida. De lo contrario estaremos caminando siempre en la ambigüedad. Algo así como querer quedarse para sepultar al propio padre (Mt 8,21), estar siempre a punto de hacerlo sin decidirse jamás a hacer de Cristo y de su palabra el absoluto de nuestra vida.

Estudiar las Sagradas Escrituras con fidelidad y humildad

Estudiar y escrutar las Sagradas Escrituras, ha sido para muchas generaciones de monjes el verdadero y principal compromiso ascético cotidiano. El estudio de la letra de las Sagradas Escrituras. No en una carrera apresurada a través de atajos hacia el "goce" espiritual, como si descubrir el significado literal de las Sagradas Escrituras no fuese ya un sustento del alma. Por el contrario, ascesis es también saber utilizar los instrumentos que sirven para comprender el sentido literal de las Sagradas Escrituras.

Aceptar con humildad que es necesario aprender el ABC para poder leer y entender el significado de un texto:

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esto es empeño espiritual, es obedecer a la palabra de Dios. La fidelidad en perseguir este significado literal de la palabra de Dios es una de las constantes necesarias a la auténtica lectio divina. Si no se colocan bien estas bases nuestra lectio puede volverse sencillamente fantasiosa, acomodada, espiritualista haciendo de la palabra de Dios* la esclava de nuestros sentimientos momentáneos y no la dueña de nuestra vida.

Aprender de memoria, leer atentamente, transcribir, son tres modos muy sencillos, al alcance de todos, de iniciar el camino de la lectio divina.

Todo esto en un lugar determinado, en un tiempo prescrito, y posiblemente bajo la mirada atenta y paternalmente exigente de un maestro. Pues bien, tenemos ya tres características que deben acompañar esta lectio divina. Si a estas agregamos el presupuesto natural indispensable en cualquier tipo de actividad humana que se desea cumplir con atención, es decir, tener despiertos los ojos de la mente y no cansados por una vida desordenada y torpe, nos encontramos en fin, con el célebre binomio vigilia-ayuno. Un ayuno visto como presupuesto para la vigilia. Ayuno que no significa dejar de comer,' sino más bien no hartarse jamás durante las comidas; por esto resulta siempre útil levantarse de la mesa con un poco de apetito. Esta es la medida, porque así es posible vigilar, vigilar físicamente para que puedan permanecer despiertos los ojos de la mente. De nuevo el punto de referencia es la atención a la palabra de Dios. Debería ser éste el contexto en el cual se cumple nuestra experiencia de lectio divina.

Vigilia y ayuno corren el riesgo de ser vividos como fines en sí mismos si no van acompañados de una búsqueda constante de la pureza de corazón, única que permitirá

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ver en la letra de la Escritura la palabra de Dios. Por consiguiente, ojos de la mente atentos, sí, pero con la garantía de la pureza de corazón, porque Jesús en el evangelio ha afirmado explícitamente la bienaventuranza de los puros de corazón: ellos verán a Dios.

Queda claro, por lo tanto, que la actitud externa de nada serviría si no fuese acompañada de esta continua purificación del corazón (catarsis) que es presupuesto indispensable a la lectio divina.

Es necesario que el corazón sea purificado para que los ojos de la mente permanezcan atentos a la palabra.

Los antiguos padres sabían que no bastaba una lectura superficial para captar el significado de las Sagradas Escrituras. Si por una parte el maestro espiritual contribuía a la continua purificación del corazón, por la otra se hacía necesario "sondear" lo más interesante posible la página de la Escritura para extraer el jugo como el vino del racimo.

Al respecto existían técnicas particulares que podían variar de acuerdo con la diversidad de los libros o de las formas literarias. Técnicas que podemos simplificar recurriendo a los criterios elementales de comprensión de un texto, criterios en los cuales hemos sido educados desde la infancia.

Hablamos ante todo de análisis gramatical.

Cada letra en particular es calculada, definida, por cuanto cada letra y cada término en particular tiene su calificación propia. Especialmente si se hace referencia a la lengua hebrea, cada letra es a la vez un símbolo, por consiguiente, estar atentos a la letra, significa también tener los ojos abiertos al contenido misterioso que se esconde detrás de aquella letra. Aun para lo que se refiere

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a las letras de nuestro alfabeto, que derivan del griego y del latín, se podría hacer un discurso análogo.

Además de tener una función simbólica, las letras del alfabeto hebraico y griego tienen también un contenido numérico. Así se podía hablar a través de las letras y cada cifra refería contenidos misteriosos que trascendían la letra misma. En el Nuevo Testamento se encuentran diversos ejemplos de este género. Muchas veces nos encontramos ante un número: el 5 o el 7; 5.000 personas; 153 peces grandes... Son "cifras" que tienen un contenido misterioso que nosotros debemos procurar descifrar.

Esta es la atención a la letra entendida en el sentido más preciso del término: letra del alfabeto. Con "atención a la letra" entendemos también atención al "término", a lo que para nosotros es el vocablo. Cada vocablo tiene su identidad propia. Descubrirla es indispensable para la comprensión del texto. Cada vocablo es el fruto de una raíz original que, mediante la transposición de letras, inserción de vocales, adiciones de prefijos o sufijos, da un determinado contenido.

Deteniéndose sobre un término y analizándolo en cuanto tal, ya tenemos ante nosotros una profundidad infinita.

Después entra en juego la atención a la posición que ocupa este término al interior de la frase. Puede tratarse de un verbo que orienta hacia cierto significado; puede ser un sustantivo, un adverbio, un adjetivo, etc. Entonces, además de tener en cuenta aquello de lo cual está constituido el término, hay que darse cuenta también de la calidad de presencia del término mismo al interior de la frase.

Esta que no es ni inútil ni demasiado difícil, es la primera técnica de atención en la lectura de un texto. El

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lector atento no puede olvidar la naturaleza específica de los diferentes hilos con los que es entretejida cada afirmación del texto. Un tejido (textus = tejido) no se puede tejer sino a través de diversos hilos. Una vez identificados estos hilos en los vocablos particulares, el paso ulterior consiste en entender cómo estos vocablos están interrelacionados entre sí poniendo a disposición su propia identidad. Los hilos de un tejido sobrepasan siempre el borde del mismo tejido; de esta manera una vez identificado el hilo podemos seguirlo hasta el infinito. Generalmente este análisis se realiza yendo en busca del verbo. Existe un hilo que es más importante que los otros porque es el que unifica a los demás. Hay una especie de común denominador en el que todos deben participar, de lo contrario el tejido se rompe. Este hilo conductor generalmente es el verbo. El verbo es el que une. Sin el verbo desconocemos el nexo que puede existir entre un sustantivo, un adjetivo, un adverbio.

El descubrimiento del verbo facilita el ascenso al escalón siguiente, al que nosotros llamamos análisis lógico. La racionalidad, la consecuencialidad.

Los términos están entrelazados entre sí según un nexo lógico. A través de este segundo análisis, procuramos descubrir esta racionalidad. Así, el sustantivo comienza a definirse como sujeto u objeto, etc. Este análisis nos lleva a darnos cuenta de la relación consecuencial existente en la construcción de una proposición.

Por último se llega a lo que podemos llamar análisis del periodo.

Cuando se trata de un fragmento más amplio, tenemos necesidad de descubrir cuál es la afirmación principal que el autor quiere hacer. Una vez descubierta, miramos todas las coordinadas, las subordinadas y ciertas frases

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accidentales, aparentemente insignificantes, pero que en realidad dan el tono. No solo el marco, sino también el color de fondo de todo el resto del discurso.

Partiendo siempre de la atención precisa al verbo en la variedad de las conjugaciones nos preocupamos por determinar cuál es la proposición principal. Una vez evidenciada con claridad la estructura del período y sobre todo su afirmación central, llega el momento de detenerse un instante.

Nos detenemos sobre el sujeto, el predicado y los complementos de la proposición principal, olvidando por un momento lo demás.

¿Cómo se hace el análisis de esta proposición principal?

En general, nos detenemos de nuevo sobre el verbo, pulsándolo, procurando comprenderlo bien, con paciencia y repetidas veces. Quienes están más preparados desde el punto de vista filológico rescatan la raíz del verbo para tomar el llamado sentido radical y descubrir las múltiples indicaciones de sentido que se desprenden de la gama completa de derivados de la misma raíz de origen. Una raíz puede dar motivo a la formación de un verbo, de un sustantivo, de un adjetivo, de un adverbio.

Pensemos por ejemplo, en el verbo "amar". La raíz da origen a amor, amable (adj.), amante (sust.), amablemente (adv.). Es la misma raíz siempre "am". Resulta muy útil tener en cuenta la raíz porque partiendo de ésta, se hace más fácil moverse a su alrededor.

Es una búsqueda que se hace más rica y cargada de frutos para los que tienen posibilidad de recabar en las raíces de una de las dos lenguas originales de las Sagradas Escrituras, el griego y el hebreo. Otros podrán examinar el vocablo mediante una confrontación más sencilla,

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buscando, por ejemplo, con la ayuda de un buen diccionario los sinónimos y los antónimos del mismo vocablo y ampliando la investigación a la extensión de significados que el mismo término asume al agregarle o suprimirle determinado prefijo, de un sufijo con una transposición de letras, etc.

Aun no conociendo el griego o el latín, tenemos la posibilidad de examinar un término. Pensemos de nuevo en el verbo "amar"; cada uno de nosotros está en grado de expresar la misma cosa con los sinónimos.

Además, los sinónimos tienen una pequeña particularidad. Cada uno denota un aspecto diferente del cristal que tenemos en la mano. Cuanto más frotamos este cristal, más descubrimos colores que no pensábamos que pudieran estar allí presentes.

Pensemos por ejemplo en el verbo "revelar" que es muy corriente. Tomemos tres sinónimos: descubrir, aclarar, manifestar. Es distinto decir descubrir: allí encontramos una particularidad diferente, se encuentra el sentido de un secreto que se descubre, de un velo que se quita. Diferente es si utilizamos aclarar: significa poner a la luz, un resplandor nuevo que explota ante nuestros ojos. Si nos referimos al término manifestar: éste expresa algo nuevo, es la manifestación, la epifanía.

Finalmente, si eliminamos el prefijo "re", obtenemos simplemente el opuesto: velar, es decir, cerrar, ocultar, esconder, cubrir, oscurecer.

Esta comparación nos ayuda a comprender mejor el sentido del término "revelar" que hemos utilizado como ejemplo. Para comprender mejor la significación de un antónimo o de un sinónimo, tenemos necesidad de construir con él una frase de forma que el término se aclare siempre más.

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Esta confrontación elemental nos lleva a comprender toda la plenitud de sentido que se esconde dentro de la forma de un determinado vocablo. Poco a poco nos damos cuenta de que nuestra lectio comienza a dar sus frutos. Es así como se examina un término. Y todavía nos encontramos al nivel de la lectura atenta del texto. No hay que ser especialistas para lograrlo. Se necesitan solamente humildad y fidelidad.

Hasta ahora, hemos hablado en forma progresiva de análisis gramatical, lógico, del período, ascendiendo del vocablo particular a la visión de conjunto.

Pero es posible también proceder de forma contraria, es decir, pasando de lo general a lo particular descendiendo poco a poco.

Comenzamos, por lo tanto, intentando garantizarnos un análisis de la estructura del texto, el más adecuado posible, pero sin pretender que sea el único posible. En efecto, al hacer el análisis estructural, nosotros, con frecuencia, estamos determinados por una pre-comprensión. Nos situamos frente a una página con nuestros prejuicios y obviamente la estructura que resulta corresponde a conceptos subjetivos preconcebidos. Tengamos el máximo respeto hacia el texto y no nos ilusionemos de que "nuestra" estructura sea la única. Además del riesgo de los prejuicios, existe también el hecho de que la Biblia comprende numerosas y múltiples construcciones literarias de un texto. No está redactada según un modelo único y cada trozo debe ser analizado de una manera particular ya que la estructura de un fragmento puede ser diferente a la del otro inmediatamente cercano.

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Deseo de oración

Los exegetas y los técnicos, nos han provisto de muchos parámetros a los cuales podemos hacer referencia.

a) Se da la repetición de determinada estructura en las parábolas, en la narración de los milagros que más o menos se desarrollan de acuerdo con determinados elementos. Además, vienen después las estructuras referentes a los diferentes relatos que no pueden incluirse ni entre las parábolas, ni entre los milagros; son los "loghia" y las construcciones alrededor de los loghia; hay estructuras que corresponden a una preocupación catequística, de iniciación litúrgica. Es necesario tener en cuenta todo esto cada vez que estamos frente a una página de las Sagradas Escrituras ya que uno de estos "paradigmas" puede estar presente en ella.

Sin embargo, no debemos asustarnos; puesto que es posible hacer el análisis estructural aun con los pobres medios de que disponemos todos. Basta con estar apoyados en el deseo de llegar a una experiencia de oración profunda mediante el contacto directo con las Sagradas Escrituras.

b) Para todos es posible distinguir por ejemplo, en el contexto de un relato o de un milagro, el momento inicial en el cual habitualmente viene presentada la situación problemática de un individuo o de un grupo determinado; el momento central constituido por el encuentro decisivo con la persona de Jesús o con su palabra (transmitida tal vez, mediante el apóstol).

La presencia o la invocación del nombre de Jesús, su persona, una palabra suya, constituyen el momento decisivo que abre paso a la solución final: la conclusión,

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que por el milagro o a la situación del milagro, y por otra, se refiere también a la reacción de los que presenciaron el hecho.

Este puede ser un primer significado literal. Existe después la posibilidad de interpretar el mismo hecho milagroso, respetando la misma estructura al interior de una experiencia de carácter litúrgico. Lo que sucede en el bautismo, por ejemplo, corresponde a la estructura de un milagro: en la primera parte nos encontramos frente al hombre poseído aún por el demonio; viene luego la inmersión en el agua que significa el conformarse con Cristo muerto y sepultado; después la emersión del agua, que representa al hombre favorecido por el milagro, con todo lo que ello significa para su vida personal y para la reacción que produce en los que están presentes.

La misma página puede ser leída, después, a un nivel más personal. Cada vez que nos encontramos en el pecado podemos buscar el modo de encontrarnos con Cristo, de invocar su nombre a través de los sacramentos de la Iglesia o la experiencia de oración, y de nuevo, la conclusión será un milagro verificado en nosotros, que tendrá su repercusión a nuestro alrededor.

Hemos visto así, tres modos de leer la misma página de la Escritura y todos presuponen el significado literal. Hemos hablado de una estructura sencillísima constituida por la introducción, parte central y conclusión.

c) Otras veces el momento central, por ejemplo de un discurso de Jesús o de los apóstoles, puede tomarse mediante la confrontación con lo que constituye el corazón mismo de la confesión de fe de la Iglesia, es decir, el kerigma de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Todo el contenido de la página debe ser confrontado con el kerigma. De aquí se desprenden las consecuencias: todo

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el conjunto del discurso permanece en pie porque está aferrado a este gancho fundamental del cual depende todo. Basta pensar en el discurso de Pedro y de los apóstoles en el libro de los Hechos: existe siempre este punto central sin el cual el discurso carecería de su llave maestra, del fundamento. En algunos discursos, es necesario descubrir el centro del anuncio del kerigma alrededor del cual se construye todo lo demás.

d) Es fácil además observar que algunas páginas del Nuevo Testamento están construidas sobre el modelo del camino de la fe como se vive todavía hoy en los sacramentos de iniciación cristiana. Basta pensar en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9) o en el encuentro de Jesús con la samaritana (Jn 4). Se da un camino progresivo en la fe de estas dos personas. En general se puede individualizar esta progresión poniendo atención a los títulos con los cuales se invoca o se describe a Jesús. Inicialmente puede ser llamado Jesús de Nazaret, luego maestro, más adelante hijo de David y por último mesías, o el hijo de Dios.

Se da entonces un progreso en la presentación de Jesús de igual modo que existe un avance progresivo en la acogida de la fe durante el camino catecumenal. Es necesario tener en cuenta esto ya que con mucha frecuencia se encuentra este tipo de estructura.

Es una estructura "en camino", se inicia en un nivel y se va hacia adelante por escalones sucesivos identificados con los títulos cristológicos.

e) En otras ocasiones nos encontramos ante la estructura de la inmersión bautismal. Se parte de una situación muy negativa y se avanza. Observen por ejemplo, la estructura del episodio de los discípulos de Emaús (Le 24,13-35).

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Al inicio aparece una situación negativa. Desfallece la esperanza casi hasta llegar a la desesperación "nosotros esperábamos... pero todo ha terminado...". En el culmen de esta desesperación comienza sin embargo a abrirse un rayo de luz. Jesús toma de la mano a los dos discípulos, y comenzando desde Moisés, les explica texto por texto, todo aquello que en las Sagradas Escrituras se refiere a él. Finalmente, cuando ya están preparados, los hace subir hasta el nivel del banquete eucarístico, parte el pan... y llega el momento del reconocimiento.

De aquí se desprenden todas las consecuencias: el hombre, en el encuentro con Jesús, mediante las Sagradas Escrituras, renace de nuevo y asume el coraje para dar testimonio. Los dos, rebosantes de alegría, corren hasta Jerusalén para dar la noticia a los demás discípulos.

Esta es una estructura en la que se parte desde abajo y se asciende siempre más hasta llegar al testimonio.

No es difícil descubrir todo esto; basta leer con atención, seguir los personajes. Estos discípulos de Emaús pueden, de algún modo, ser seguidos en su comportamiento sicológico: han sido testigos de los hechos de Jerusalén y estos hechos han desconcertado hasta el punto de tocar el fondo de la desesperación. Es allí donde los toma Jesús. No es el único ejemplo en el cual Jesús acoge al hombre cuando éste se encuentra en el fondo de la desesperación. Los milagros de Jesús suponen esta situación en el hombre.

f) El centro de una página no debe entenderse como "centro geométrico" se trata más bien de un "centro de gravedad". A veces lo que viene después del centro es poquísimo, pero tiene un peso tal que crea el equilibrio del texto precisamente porque está después de determinado versículo que ha cambiado radicalmente la situación.

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g) A veces el relato está construido sobre dos grandes columnas cuyo centro está constituido por la clave maestra que es el punto de encuentro del arco que parte de los dos pilares.

h) Otras veces, como en el caso de la anunciación a María (Le 1,26-37), el texto está construido de tal forma que el todo encuentre su punto central de referencia en la conclusión final. Así como la dinámica de una planta tiende hacia la aparición de la flor y del fruto final:"Todo es posible para Dios". Es el punto de llegada de todo el relato y está precisamente al final. La estructura es entonces, floral. Existen las raíces, está la planta que crece y la flor final que es nada menos que la conformación de la carne al Verbo o del Verbo a la carne que permite a María ser la primera en esta experiencia de transformación o de transfiguración que en cierto modo es el preludio profético de la resurrección del Señor, María resucitada lleva la buena nueva a Isabel.

i) Además de la estructura floral, en la cual el punto central debe ser buscado al final, cuando la flor produce el fruto, puede darse el contrario: una estructura con el denominado "initium praegnans" (comienzo grávido). La afirmación principal, fundamental, se da al inicio y todo el resto es su consecuencia. Es el caso del "padrenuestro" (Le 1 l,2ss; Mt 6,9), donde todo se aferra a la invocación inicial. Es el caso, según algunos exegetas y algunos padres (Gregorio de Nissa), de la proclamación de las bienaventuranzas (Le 6,20-26) que tiene como "initium praegnans" la primera afirmación: "Bienaventurados los pobres" o "bienaventurados los pobres en el espíritu". El contenido de todo lo que sigue no puede prescindir de esta afirmación central puesta al inicio y que da el color de fondo al resto.

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Intuición espiritual

En una página bíblica se dan las más diversas estructuras. Queda claro que muchas veces hace falta la agudeza del técnico para evidenciarlas, pero con frecuencia basta una lectura atenta realizada con la ayuda del simple "sensus fidei", el sentido de la fe, la intuición espiritual para alcanzar metas que en apariencia están cerradas a los no iniciados. Todo esto presupone, naturalmente, una cierta familiriadad con las Sagradas Escrituras y una participación habitual en el camino litúrgico sacramental de la Iglesia.

Se requiere, por consiguiente, junto a la lectio, la familiaridad con las Sagradas Escrituras. Familiaridad que se adquiere solamente leyendo la Biblia, leyendo de modo corrido toda la Biblia. Habría que utilizar todos los ratos libres para leer de corrido la Biblia; refugiarse continuamente en el libro de las Sagradas Escrituras, en todo rato libre, sin preocuparse, en este momento, de hacer la lectio, sino simplemente leer, leer, leer.

De esta manera se adquiere la familiaridad con las Sagradas Escrituras. Obviamente que podemos hacer esto solo si estamos convencidos de que es la cosa más importante, de lo contrario nunca encontraremos el tiempo. Siempre estamos ocupados en cosas justas que nos impiden tomarnos dos o tres minutos para dedicarlos a las Sagradas Escrituras.

Es importante la lectio de corrido como humus en el que puede nacer la lectio divina.

Evidentemente resultaría de mucho provecho, para quienes lo puedan hacer, un cierto conocimiento de lo que los exegetas han manifestado acerca de las Sagradas Escrituras. Poniendo siempre atención a que la lectio divina

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es el encuentro directo con la palabra, ni la exégesis ni la lectio de corrido hacen parte de ésta.

Junto a todo esto se coloca, naturalmente, la participación en la oración litúrgica de la Iglesia que ha comenzado a ser una lectio divina hecha comunitariamente, según el estilo de la comunidad eclesial y las enseñanzas que la Iglesia considera deber que impartir. Decía Orígenes: "Así como has aprendido en la Iglesia, intenta también tú después, beber en la fuente de tu espíritu". Esto quiere decir que la celebración litúrgica es el modelo de la lectio divina. Debemos procurar entrar en el conocimiento profundo de un texto bíblico, dejándonos educar por la liturgia de la Iglesia que nos enseña a escrutar el sentido profundo de las Sagradas Escrituras.

Una vez individualizada la parte más importante de un fragmento y clarificado el sentido que nos estaba oculto, queda todavía mucho material de aquel mismo trozo que no puede y no debe ser simplemente eliminado.

Vimos ya que después del análisis estructural, podemos gradualmente llegar al análisis radical que se hace con base en el verbo central de la proposición principal. ¿Y todas las demás palabras? ¿Todos los otros términos? Una vez descubierto el término central, todo lo demás comenzará a asumir su respectivo rol, su presencia calificada, que no hay que considerar demasiado secundariamente. Los padres nos han enseñado no solo que a la Sagrada Escritura no se le puede quitar o añadir nada, sino también que todo mínimo particular de las páginas y de las palabras de las Sagradas Escrituras posee un pozo infinito de significados.

Pensemos, por ejemplo, en ciertas observaciones accidentales del autor o del agiógrafo, cuando por "accidens" subraya "...y era la hora sexta..."; "y era de

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noche..."; "...eran los días ázimos..."; "estaba próxima la pascua de los judíos". Son todas afirmaciones accidentales. También la presentación, casi superflua, del cuadro en el cual Jesús pronuncia determinados discursos, como cuando Mateo dice: "Subió a la montaña y se sentó, y los discípulos se le acercaron... tomando la palabra les enseñaba diciendo...". ¡Cuántas redundancias que parecen superfluas! Bastaba que dijese: "Subió a la montaña y proclamó" o también "subió al monte y comenzó a proclamar". ¡No! Mateo insiste en acentuar estas cosas, que nos hacen percibir que nos encontramos frente a un maestro autorizado que desde la cátedra transmite un mensaje que no es un mensaje cualquiera, sino que es la misma palabra de Dios. ¡Es algo muy diferente!

Estas observaciones —y otras muchas, semejantes a éstas— no son solo lo que llamaríamos la moldura de un cuadro, sino también el color de fondo y la perspectiva desde donde se debe mirar el cuadro mismo para poder comprender el secreto escondido y su mensaje. Sin este color que es también un calor de fondo, queda muy difícil llegar a comprender el sentido profundo de una página del evangelio.

Con mucha frecuencia el vínculo de amor que se establece entre el lector y una determinada página de la Biblia se debe precisamente a estas pequeñas frases que constituyen por lo mismo preciosas pinceladas de luz y de calor sin las cuales el cuadro mismo aparecería frío e insignificante. Hay ciertos contextos, ciertos "climas" que aparecen en alguna página de la Sagrada Escritura y que nos cautivan de manera particular precisamente por causa de estas situaciones accidentales, que nosotros, inicial-mente hemos excluido por un momento.

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3 La meditatio

Hemos visto en qué consiste el primer peldaño de la lectio divina: la lectio propiamente dicha, es decir, la búsqueda del sentido literal del texto.

Pero nosotros sabemos que el texto respetado en su sentido literal, posee una gama infinita de significados. Y no es una hipérbole decir infinita.

Los padres antiguos llegaban a esta afirmación partiendo del concepto mismo de Dios, si se trata de la palabra de Dios quiere decir que esta palabra tiene, de alguna manera, todos los atributos de Dios. Puesto que Dios, por definición, es sin confines, también la palabra que proviene de esta profundidad sin fondo que es el misterio de Dios, debe ser infinita. He aquí por qué nadie puede pretender cerrar el sentido de un texto de la Sagrada Escritura. Este permanece siempre abierto y cada uno puede extraer en la medida en que es capaz de hacerlo. Esta "capacidad de extraer" está también en la base de la capacidad de meditación.

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Conservar y confrontar la palabra en el corazón

En general, cuando se habla de meditación, ligada a la Sagrada Escritura, se hace referencia a la actitud de María ante las palabras del ángel (Le 1,1-38), ante las palabras de Simeón (Le 2,22-33); y ante las mismas palabras de Jesús.

Esto significa que el cristiano que desea ponerse en una actitud profunda de meditación no encuentra un punto de referencia distinto al de la actitud de María.

María, según lo afirma Lucas, no necesariamente, comprendía todo lo que le era dicho. Pero lo conservaba en su corazón y lo meditaba dentro de sí.

Este término "confrontar" deriva del griego synbállein que está compuesto de la proposición syn y el verbo ballo-bállein. Syn significa con y bállein fundir. Se tiene casi la impresión de que el corazón de María, su interior sea casi como una especie de horno en el que se funden estas palabras para amalgamarlas entre sí como si se fundieran y por consiguiente, de alguna manera se clarificaran una con otra. Una imagen de uso ordinario en los padres de la Iglesia es aquella de las piedras arrastradas por el río; cuando llegan al mar se encuentran tan lisas que se vuelven portadoras de luz, espejo en el que es posible reflejarse.

En María las palabras se confrontaban, se limaban hasta el punto que se volvían recíprocamente trans-luminosas, transparentes una a la imagen de la otra.

Con "meditado" al interior de este camino de lectio divina nosotros entendemos precisamente esto. Todo lo demás lo excluímos del sentido de meditación. Podremos hablar de especulación como cuando aferrados a una idea

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seguimos desarrollándola dentro de nosotros. Como el filósofo que saca consecuencias de una idea matriz dominante entre tantas otras. Pero esto es especulación, no meditación.

La meditación, según la tradición más antigua, está compuesta por tres movimientos que resultan de la confrontación con dos imágenes que están presentes en el libro de los Proverbios. La imagen de la hormiga (Pr 6,6-11) y de la abeja (narrada en la traducción de los LXX inmediatamente después de la de la hormiga. No aparece en nuestra traducción hecha directamente del hebreo. Es posible encontrarla en las notas de la Biblia de Jerusalén).

¿Qué nos muestra esta comparación con la hormiga del libro de los Proverbios?

Es un llamado a la vigilancia.

Se vigila alrededor de la palabra de Dios. Se elimina todo lo que la tergiversa y que no es más que fruto de nuestra pereza. Se está vigilantes para procurarse el alimento y ponerlo aparte. Los padres expresan este comportamiento de la hormiga con un verbo griego syn-ághein = recoger, juntar. Syn-ághein (de synáxis) significa recolección.

a) Y la lección es precisamente la primera fase de la meditatio. En esta recolección no nos preocupamos todavía de la maceración de este alimento que ciertamente deberá realizarse también, y nos limitamos a tomar el alimento allí donde se encuentra.

¿Cómo se va en busca de este alimento? Para esto es muy preciosa, para nosotros, la enseñanza de los padres.

Hemos anotado que el primer peldaño de la lectio concluye con el martilleo de la palabra clave, de aquella que, en nuestro análisis del período, hemos identificado

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como la proposición principal, es decir, la palabra que equivale a la clave de la construcción de aquella frase.

El martilleo de esta palabra produce, según los santos padres, pequeñas chispas que se posan sobre uno u otro pasaje de las Sagradas Escrituras. Por lo tanto, toda la Biblia es vista como un conjunto unitario.

Mientras martillamos sobre una palabra determinada con las técnicas descritas, ésta nos ilumina inmediatamente un recuerdo, nos pone de presente otro pasaje, otro personaje de las Sagradas Escrituras. Donde nuestra memoria se detiene, debemos recoger el fruto. Es por esto por lo que no debemos utilizar la recolección hecha por otros, pues se corre el riesgo de una confrontación demasiado fría.

Lo importante es que golpeemos aquella palabra concreta de aquella página, de aquella frase; aquella palabra que nosotros hemos tomado como clave de todo el fragmento. La lección debe ser personal. Este es un principio muy importante.

Naturalmente quien se familiariza más con las Sagradas Escrituras sacará un botín más rico. Quien está menos familiarizado, no se desanime, no envidie a quien recoge más, conténtese con aquello que alcanza a recoger. Aquí nos viene en ayuda la tradición bíblica. El maná debe ser recogido de acuerdo con el número de los miembros que componen la familia, según la capacidad digestiva de cada uno, pues recogiendo de más, se marchita.

Cada uno acepte entonces "producir hijos" según la propia capacidad generativa.

De acuerdo con una antigua tradición, Abrahán que era un sabio, deseaba el hijo de la "intuición espiritual", esperaba el hijo de la "promesa de Dios" pero el hijo no

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llegaba nunca. Entonces Sara su mujer, sabia también ella, dijo a Abrahán: "Es inútil que te ilusiones con poder tener de inmediato la intuición espiritual; conténtate con engendrar según la carne. Toma a Agar mi esclava, y engendra hijos en ella en esta etapa de tu vida, pues no estás en condición de engendrar hijos diferentes". Abrahán obedeció a Sara y nació Ismael, el hijo de la sabiduría humana. Solamente cuando Abrahán hubiera madurado hasta el punto de no ser ya el gran científico que se perdía enumerando las estrellas del cielo; cuando hubiera crecido lo suficiente para estar completamente abierto a la promesa del Señor, entonces, llegaría el momento en que habría engendrado al hijo de la "intuición espiritual", Isaac el hijo de la sonrisa, hijo de la alegría que le es dada al hombre como fruto del abandono total en las manos de Dios.

Por consiguiente debe haber mucha humildad y mucha discreción en la recolección del fruto. "Señor, no he deseado cosas grandes o más altas que yo" (Sal 131).

Sin embargo, no debemos sentirnos limitados por esto. Si nos encontramos en este peldaño, aceptemos avanzar partiendo desde este escalón, naturalmente tendiendo permanentemente hacia más arriba, pero aceptándonos a la vez con los propios límites.

Pues bien, se golpea la palabra y donde se posan las chispitas de este martilleo allá vamos y recogemos los frutos conforme a nuestra propia capacidad de nutrición. Esto significa actuar como la hormiga. Para poder hacer esto es necesario observar sus costumbres, volverse sabios, sapientes. Y es sabio quien se sacude del sueño y no quien se abandona a la pereza. Ha terminado el tiempo de la pereza: desde el momento que has intuido la riqueza escondida en la palabra de Dios, ve y vende todo lo que

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posees, cómprate el campo donde está escondido el tesoro. Porque allá donde está tu tesoro está también tu corazón.

b) La segunda fase de la meditatio es lo que los antiguos llamaban meletan, del verbo meletao (meditar). Algunas veces se habla también de ruminatio.

Cuando toda la mies se ha recogido, llega el momento de encerrarse en la propia celda como lo hace la abeja, y elaborar todo aquello que se ha recogido.

La abeja de la cual se habla, según los padres, es la Iglesia. Aquella Iglesia que honra la sabiduría de la manera como lo afirma Jesús en el evangelio. "La sabiduría es honrada por sus hijos" (Mt 11,19). Ahora bien, la sabiduría no es otra cosa que la palabra de Dios. Se trata pues de enaltecer la Escritura, es decir, circundarla de aquel calor que permite a la palabra arraigar bien en nuestro terreno, germinar, convertirse en planta y producir fruto.

Los padres tenían la máxima confianza en las palabras. El mismo Jesús había afirmado que lo más importante es sembrar la palabra en un terreno dispuesto a recibirla. Una vez que la palabra ha sido sembrada, el campesino puede retirarse aun a dormir, puede dedicarse a todos los quehaceres de su trabajo cotidiano. La palabra por sí misma, como la semilla, hecha raíces, germina, hace brotar la planta, y al momento de la maduración exige poner mano en la hoz para la recolección.

Hay una visión sacramental de la palabra de Dios, como algo que produce frutos por sí misma porque el Señor es quien obra dentro de nosotros. Y Jesús agrega que es necesario también "custodiar" o "vigilar cuidadosamente" la palabra. Luego es necesario circundarla de cariño y de atenciones para evitar que alguien nos la robe.

En esta segunda fase de la meditatio acontece una permeación recíproca entre todas las palabras que hemos

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recolectado, y esto sucede aun sin nuestro consentimiento. De ahí que los padres aconsejen leer el texto que será objeto de la lectio divina, desde la noche anterior, puesto que, aunque nosotros durmamos, la palabra de Dios de alguna manera se construye dentro de nosotros y la encontramos ya "triturada" a la mañana siguiente.

Es necesario tener una gran confianza en la capacidad que la palabra posee, por sí misma, de amalgamarse con aquellas palabras semejantes con las cuales ahora, es necesario confrontarla.

c) Precisamente el término confrontación cartacteriza la tercera fase de la meditatio. Hemos visto que la segunda fase del meletan exige de nosotros simplemente que procuremos garantizar el clima, la atención, el calor, el cuidado, para que ninguno nos robe esta palabra preciosa. Lo demás lo hace la palabra por sí sola.

Llegados ya a la tercera fase, nace una actitud diferente que los padres llamaban syn-krisis (syn= con; krisis= juicio, discernimiento). Krinein es el verbo que indica el trabajo de cernir el grano. Se habla de una krisis hecha con. Se trata de un discernimiento, una aclaración recíproca entre las palabras que hemos recogido y nosotros mismos somos los que las custodiamos y observamos.

El que toma siempre más conciencia del brillo que se desprende de esta confrontación, se siente de hecho "dentro" de la misma confrontación. En tanto las palabras se clarifican recíprocamente, la luz que de ellas se desprende nos invade a nosotros que somos los depositarios de esta palabra. Cuando se calienta un horno, no se calienta únicamente el metal que está dentro, también los mismos muros del horno reciben el calor y se transforman. Algo semejante sucede cuando, después de haber recogido estas palabras, les hemos proporcionado el espacio en el cual

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pueden confrontarse y despedir libremente su propia luminosidad. Durante la confrontación, brilla la luz, y donde la luz brilla necesariamente salen "a la luz" las obras. Y si existe cualquier cosa que impide a la luz permear el todo, allí'surge la krisis. Y la krisis nace de la palabra y nos turba. No es un hecho que proviene de nosotros. Es una claridad que se desprende de la palabra, aquella palabra que nosotros hemos martillado, aquella palabra cuya explicación y por cuya luminosidad hemos llamado en auxilio todos los textos que hemos encontrado. Es una espada de luz que atraviesa toda nuestra persona.

Puede que sea solo un instante, así como un rayo que en un abrir y cerrar de ojos, ilumina nuestra totalidad personal, pero puede ser también una luz más estable. En todo caso, desde aquel momento en adelante, ya no se logra permanecer tranquilo. Aquella palabra ha llegado a ser en nosotros un fuego devorador.

En este momento, y solo en este momento, la meditatio puede finalmente convertirse en la oratio.

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4 La oratio

La luz que se desprende de la confrontación, pone pues en evidencia la situación en que nos encontramos. Y comienza la experiencia de la oratio, no en el sentido de que no fuera oración todo aquello vivido hasta ahora, sino más bien en el sentido de un reconocer el grito inefable que empujaba desde dentro sin encontrar la palabra para manifestarse hacia afuera.

Oratio compunctionis

La oratio, fruto de la confrontación con la palabra, asume formas diferentes según la necesidad que cada uno encuentra dentro de sí. Así, los padres distinguían entre la "oratio compunctionis" que es como una laceración del corazón. Pensemos en Isaías en el templo. Siente la impureza de sus labios (Is 6,5ss) y se inclina con la cara en tierra. Es también el comportamiento de quienes escucharon a Pedro en el día de pentecostés. Ellos ante un reclamo tan fuerte, se sienten compungidos, lacerado el corazón (Hch 2,37) y no pueden hacer otra cosa que confesar su propia necesidad de conversión radical.

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La palabra de Dios nos puede alcanzar como una espada de luz que nos atraviesa de la cabeza hasta los pies y nos pone al desnudo. La consecuencia de esto son las lágrimas, el sentido de la propia nada, de la propia situación de pecado y, por consiguiente, el compromiso espontáneo para iniciar un camino de conversión radical. Hay personas que permanecen durante meses y años en este camino alimentado por las lágrimas. Es la primera manifestación de la lectio divina convertida en oración y transformada en vida.

La "oratio compunctionis" es, naturalmente, personal ya que cada uno se lleva consigo la propia vida, las propias deslealtades, las propias situaciones de pecado. Puede manifestarse también en gritos de dolor, pero con mayor frecuencia se trata de una herida secreta que nosotros sentimos dentro, que no podemos y no debemos revelar a otros.

Progresando en la confrontación con la palabra, esta espada de luz puede ponernos frente a la conciencia de una fidelidad sustancial al Señor también en concomitancia de tantas faltas y pobrezas que en todo caso acompañan una elección de fondo que quisiéramos fuese seguida con extrema y escrupulosa fidelidad.

Oratio petitionis

En este caso la oratio se convierte con facilidad en "oratio petitionis". No hay que desalentarse, lo dice Jesús; no seáis derrotistas en las confrontaciones con vosotros mismos, no digáis: "Tanto yo no cambio..."; "...ya es inútil...". Jesús lo dice: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre, pedid y se os dará, golpead y se os abrirá, porque quien busca encuentra y a quien toca se le abrirá" (Le 11,9-10).

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Lo importante es pedir el don de la novedad del Espíritu y ciertamente la respuesta llegará. También esto es fruto de la confrontación con la palabra de Dios. Mientras más nos nutrimos con la palabra más nos damos cuenta que no podemos menos de pedir esto. Porque la palabra se vuelve apremiante dentro de nosotros, nos mueve desde dentro. Podemos hacer de todo para excluirla de nuestra vida pero ella se propone de nuevo. De igual manera, aun cuando debemos admitir que no somos suficientemente fieles, cuando debemos admitir una pereza constante, procuremos salvar por lo menos la confrontación con la palabra de Dios.

Entonces, antes o después, esta palabra nos "obligará" a cambiar de vida. Si permanece aunque sea solamente esta fidelidad en la lectio, alrededor de ella se construirá toda nuestra vida. Porque es él mismo que está a la puerta y golpea. Si nosotros no lo rechazamos (Mt 8,34) sino que le permitimos golpear, antes o después la puerta se abrirá.

Puede ser que este rayo de luz entrando en nosotros, nos haya puesto frente a una historia personal o comunitaria que, a la luz de la palabra, debemos reconocerla con estupor como una historia salvífica. Todos los momentos de nuestra vida, incluso los momentos de infidelidad, todos los encuentros con aquello que de ambiguo hubiese podido suceder, en realidad, son momentos de salvación, son aquellos que san Ireneo llamaba las "economías constantes de Dios en favor del hombre". "Economía" precisamente en el sentido de "ahorro". "Ahorro" para una actitud previdente de Dios respecto a nosotros.

A la luz de la palabra todas las situaciones, aun las más erradas, adquieren un valor salvífico. Bástenos con

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pensar en la historia de Israel. Aun en el momento en el cual Israel había perdido completamente su orientación, llega a ser en las manos de Dios, una ocasión de revelación todavía más amplia, más grande, más transformadora, de su atención. El destierro no es la última palabra, el pecado no es jamás la última palabra que por el contrario pertenece al Señor. La última palabra es, de hecho, la victoria sobre el pecado que logra él cuando nosotros somos incapaces de hacerlo.

Oratio eucharistica

Cuando se toma conciencia de esto, la oración se convierte en oratio eucharistica, es decir, una oratio de acción de gracias, porque con estupor, vemos que nuestra vida ha estado dirigida por alguien que nos ha acompañado con mirada providente, amorosa, premurosa de una madre. Y, donde nosotros hemos caído, él ha transformado la debilidad en experiencia de maduración. Hemos llegado a ser más fuertes, más maduros, por ello somos, seguramente, más conscientes del don que debemos ofrecer al Señor.

Oratio laudativa

Finalmente se da el comportamiento un poco estático, propio de la infancia, que encontramos cuando la palabra de Dios nos llena sencillamente de alegría y no sabemos decir otra cosa que "es bello" y no sabemos definir siquiera cuanto.

Es un gusto que de seguro todos hemos experimentado en la infancia, pero es también el gusto de la palabra de

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Dios que saboreamos de nuevo cuando nos encontramos en momentos particulares de gratuidad, de espontaneidad, de creatividad, de gusto por lo bello y por lo bueno. Es una experiencia que normalmente no se cuenta. Es el momento en el cual, la oración se convierte en oratio laudativa. Es un canto de alabanza que es agradecimiento, petición, compunción, que es todo, o que es sencillamente alabanza, una alabanza que nos acompaña por doquier; donde quiera que tengamos la percepción de encontrarnos a la luz del Señor.

Cuando la lectio divina madura en oratio toma caminos diferentes. No se dice que sean momentos sucesivos, pueden ser caminos que se entrecruzan, alguna vez por largo tiempo, vivimos solo de las manifestaciones de la oratio y debemos sencillamente, aceptarnos así como somos, con nuestros límites, sobre el escalón en el cual, a pesar de todo, nos encontramos.

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5 La contemplatio

El cuarto peldaño de la lectio es definido en la tradición como el peldaño de la contemplación. Sobre esta grada cada uno ha procurado colocar aquello que le parecía más precioso. Por lo cual tenemos diversas definiciones o modos de concebir la contemplatio.

La contemplatio no es un jardín cerrado

En general ha prevalecido una definición de contemplación que se identifica con el gusto de una experiencia indecible que crece en el corazón de aquel que ha hecho de la palabra de Dios el único punto de referencia de su propia vida. Una acepción del término que conlleva algunos riesgos de encerrarse en sí mismo. Algo así como si a través de la vía de la lectio, meditatio, oratio, la experiencia del regreso al paraíso se identificara con una especie de regreso al tibio seno materno. Donde todo se da, todo se goza, todo se vive en la máxima gratuidad, pero donde todo puede concluirse en una cierta insensibilidad hacia lo que se encuentra fuera de este seno materno. Se puede hablar de "regreso al paraíso" pero

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teniendo en cuenta el riesgo que se corre al vivir esto como una experiencia limitada por el "jardín cerrado", una cerca que te protege, te permite gozar hasta el fondo de la palabra de Dios, pero a la vez te cierra hacia el exterior.

He aquí por qué este modo de concebir la contemplación no ha sido seguido por todos los padres de la misma forma.

La descripción de la contemplatio de Guigo el cartujo es típica de aquella concepción de la que acabamos de hablar: "Los ojos del Señor están sobre los justos y sus oídos están atentos a la oración de tal manera que no espera siquiera a que la oración haya concluido, sino que en el curso de la misma se apresura a entrar en el alma de quien la busca con deseo, se apresura a encontrarse con ella, bañada con el roció de la dulzura celestial y perfumada con ungüentos preciosos. Recrea así, al alma fatigada, sostiene la que está sedienta, nutre la que tiene hambre, y hace olvidar todas las cosas de la tierra, la vivifica haciéndola admirablemente desprendida de si misma y embriagándola la hace sobria. Y como en ciertos actos carnales, el alma está tan vencida por la concupiscencia de la carne que pierde el uso de la razón y el hombre se vuelve casi completamente carnal, así, por el contrario, en esta contemplación superior los movimientos carnales están de tal manera superados y cautivados por el alma, que la carne en nada contradice al espíritu y el hombre se vuelve casi completamente espiritual.

Pero, ¡oh Señor!, ¿cómo sabremos cuándo tú haces esto? Y ¿cuál es la señal de tu venida? De esta consolación y esta alegría ¿no son quizas mensajeros y testimonios, las lágrimas y suspiros? Si es así, ésta es una nueva antítesis de un signo inusitado... ¡Oh lágrimas benditas

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aquellas por las cuales son lavadas las manchas interiores y extinguidos los incendios del pecado! Bienaventurados vosotros quienes lloráis porque reiréis. Reconoce, alma mía, en estas lágrimas a tu esposo. Abraza a aquél por el cual te consumes en deseo. Embriágate ahora en un torrente de placeres, bebe ahora leche y miel de la fuente de la consolación.

Pero, ¿por qué expresamos en público estos secretos coloquios? ¿Por qué intentamos expresar, sirviéndonos de palabras corrientes, sentimientos y ternuras indecibles?

Los que no han experimentado tales alegrías no pueden entender, y las comprenderían mejor leyéndolas en el libro de la experiencia, donde la misma unción divina es la que amaestra".

Es ésta una definición de contemplatio: es como un regreso al útero materno donde el hombre se siente completamente satisfecho y en el cual todo el resto se olvida, porque ya ha sido superado, porque frente a la experiencia del espíritu de nada sirve todo aquello que a la carne se refiere.

Este modo de concebir la contemplatio puede llevar consigo el riesgo de un encierro, de un olvido del mundo, de la historia.

Es por esto que otros padres han entendido el término contemplatio de modo diferente.

La contemplatio: síntesis de lo divino y de lo humano

Veamos la etimología del término latino "contemplatio" para darnos cuenta qué resonancia hay al interior de este término que se ha vuelto muy común.

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Contemplatio está formada por dos palabras, de las cuales, una es la preposición cum y la otra puede referirse al sustantivo templum.

Ya sabemos todos que cum significa con, y templum puede traducirse con templo. Tal vez, no todos sabemos que la raíz de templum es pariente de la raíz que forma el verbo temno que significa recortar. Pero templum, recuerda espontáneamente el símbolo del templo que se refiere habitualmente al horizonte del cosmos. El templum es sobre todo, esta tienda celeste que cubre al mundo entero, y que nosotros identificamos con el caelum cielo. Por consiguiente, el templo es esta cúpula de la bóveda celeste y al mismo tiempo el espacio donde vivimos nuestra experiencia histórica, pero, también es, algo que oculta el más allá (¿caelum de celare?).

Visto e interpretado de este modo, el templo simboliza, por una parte, este abrazo de todo el mundo por aquella realidad que está por encima de nosotros, y por otra, indica el límite más allá del cual mora el invisible, aquél que está oculto precisamente por nuestro horizonte limitado. Vivir la contemplatio significaría en este caso, vivir cum templo, vivir junto con este templo, dentro de este espacio sagrado delimitado, que es al mismo tiempo el lugar del límite, y el lugar donde el trascendente se intuye accesible tras el velo, como aquél que, aun permaneciendo invisible, acoge en un abrazo al universo entero.

El hombre contemplativo será percibido como alguien que vive al interior de un espacio que asume nuestra historia concreta para abrirla a aquella historia externa que los cristianos identificamos gustosos con la vida divina o trinitaria.

A este punto podremos afirmar que el lugar de la máxima contemplación ha sido, de hecho, el cuerpo de

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Jesús de Nazaret, nacido de María, porque en él, por la inhabitación del Verbo de Dios, se ha dado la conjunción perfecta entre el cielo y la tierra, entre lo que está más allá de este velo celeste y lo que está más acá y que nosotros identificamos con la tierra.

Esto nos llevaría a concluir que el culmen de la contemplación no consiste en separar lo que es espirtual de lo que es material, sino más bien en fundir de la manera más perfecta posible, el cielo y la tierra lo divino y lo humano la dimensión vertical y la horizontal. Quien llegase a hacer una síntesis de estas dos realidades sería, entonces, el contemplativo auténtico.

Permaneciendo al interior de nuestro camino ligado a la lectio, podríamos decir también que nosotros vivimos la experiencia de la contemplado en la meditación de la palabra de Dios cuando en este texto, en esta letra, en estas palabras bien visibles a nuestros ojos de carne, descubrimos la palabra de Dios con los ojos de la fe.

Síntesis entre palabra y espíritu sería, por consiguiente, la contemplación y obviamente no se trataría de una visión mental o intelectual, sino de un hecho vital.

A este punto la mirada se extiende necesariamente sobre todo lo que constituye la realidad visible que circunda al hombre en el espacio y en el tiempo de la historia.

Comenzamos a descubrir que aquello que cae bajo nuestros sentidos, desde las plantas hasta los animales... y luego hasta los eventos que se suceden en el tiempo, todo es manifestación de la palabra de Dios. Entonces, el encuentro con la Sagrada Escritura se convierte para nosotros en algo fecundo tan significativo como lo es el acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret. Y aquello es como la fuente de una luz que nos permite descubrir su

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presencia aun en aquellos sectores, en aquellas lejanías, en las cuales no entendíamos bien, no percibíamos bien, la presencia de la misma palabra. Vamos a la fuente y, precisamente, acercándonos a ella nos percatamos de que esta fuente ha hablado ya a lo largo de la historia y continúa hablando todavía en la historia. En realidad, es como si hiciéramos un entrenamiento con la lectio divina: la misma búsqueda de la palabra de Dios en las palabras escritas en la Biblia se repite observando la historia, todos los progresos de la humanidad y todas las realidades cósmicas que rodean al hombre. Y también allí cumplimos el mismo itinerario de la letra hacia el espíritu, de las palabras hacia la Palabra. Los acontecimientos particulares se manifiestan como hilos con los cuales se teje el textus de la historia. De hecho, los antiguos veían en el acontecer histórico un nexo lógico que ellos identificaban simplemente con el logos o la palabra de Dios escondida o sembrada en el mundo y en la historia.

A este punto, podríamos concluir que el contemplativo es aquél que, precisamente, por haber logrado la síntesis entre lo que es divino y lo que es humano y, porque ha estado poseído plenamente por la palabra de Dios, logra por connaturalidad, por consanguinidad, percibir las presencias infinitesimales de la palabra de Dios que subyacen escondidas en cada realidad del cosmos y de la historia. El contemplativo no es pues un hombre aislado de la historia; sino el que tiene los ojos del corazón tan agudos que pueden ver una presencia de la palabra de Dios incluso allí donde otros verían solamente una presencia del mal y del pecado. Por lo tanto, el contemplativo es fundamentalmente un optimista, el portador de la buena nueva, el Isaac "hijo de la risa" y de la intuición gratuita y espiritual. El que anima, el que abre los ojos, el que no pierde nunca el valor, porque está

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seguro que también en los hechos más dramáticos, en las situaciones más pecaminosas siempre está presente aquella chispa del logos, de la palabra de Dios que clama, que grita hacia la realización plena en el misterio del Hijo de Dios muerto y resucitado. De hecho, él sabe que siempre y desde los diferentes ángulos, aun los más oscuros de la tierra, "res clamat Dominum", cada cosa, es decir, cada existencia, invoca y clama con insistencia a su Señor.

Ya con esta definición, ligada a la etimología del término latino "contemplado", descubrimos cómo el contemplativo es solidario con la historia, optimista en relación con la historia, y también cómo es capaz de guiar al hombre llevándolo de la mano hacia a aquél que es la plenitud misma de la historia.

Contemplado: ver la historia en Cristo crucificado y resucitado

Existe otra manera de mirar la contemplación y es la que parte de la etimología del término utilizado en griego para indicar la misma cosa: theoria (teoría).

En español con teoría entendemos sobre todo una abstracción, y habitualmente contraponemos la teoría a la praxis.

El término griego teoría es, en cambio, la síntesis de dos vocablos muy interesantes: thea y orao.

Thea significa visión, pero una visión en el sentido panorámico de la palabra. En cambio orao significa simplemente ver. Ver una visión, o también ver en la visión: significa que la nuestra no es una mirada superficial, sino en relación con una intencionalidad.

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Veo y veo, o más bien, observo y veo, es como ir dentro de lo que se observa. Ahora bien, el punto de referencia de este término griego, theoria, es en la tradición cristiana uno solo: el Cristo crucificado. San Lucas maneja el término theoria, la única vez que aparece en todo el Nuevo Testamento, para indicar la visión de Jesús crucificado sobre el calvario.

Para los antiguos padres esto significa que él que posee el don de la theoria, de la contemplatio, es alguien que tiene siempre delante de sus ojos el misterio de Cristo crucificado como eje de la historia. Como la palabra que toda la historia ha revelado y revela. En este caso el contemplativo seria entonces, el que mira todo a partir de la visión del Cristo crucificado, un hombre que ve en cada rincón de la historia de la humanidad y del mundo el anuncio y la manifestación del Cristo crucificado.

También en este caso, vemos que el contemplativo no se sitúa fuera de la historia y no se refiere a cosas extrañas a ella, sino que permanece siempre en el corazón mismo de la historia, es el que se refiere siempre al corazón mismo de las cosas y de los acontecimientos.

Donde los ojos del hombre ven solo una configuración del rostro humano, los ojos de la fe vislumbran la reconciliación en el Señor, en el hijo de Dios crucificado por el hombre. Por lo tanto, el mensaje que lleva el contemplativo es también un mensaje de paz, es una buena noticia que parte como de una fuente de gracia, del Cristo crucificado.

Obviamente, mirado todo esto en perspectiva de la noche de pascua. Esta es la visión del contemplativo. Educado en la escuela de la palabra de Dios, él sabe bien que el Señor no permitirá que su santo conozca la corrupción. El Señor no permitirá que la última palabra

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sea dicha por el mal, por el pecado a la muerte. Porque precisamente cuando alcanza la profundidad del abismo del mal, el contemplativo sabe, que allí, el Señor responderá al grito de auxilio que sale del hombre.

A la raíz de la contemplación, en todas estas formas, existe, en fin, en concreto la transfiguración propiciada en el hombre por su conformación con la palabra de Dios.

Cuando la palabra de Dios nos ha labrado hasta el punto de hacernos perfectamente semejantes a ella, nace de hecho, y lo sabemos bien, el hombre nuevo que se deja guiar por el Espíritu. La raíz de la contemplación es el nacimiento del hombre nuevo. Pero este nacimiento es el fruto de la obra paciente de transformación que produce en nosotros el encuentro constante y cotidiano con la palabra de Dios.

En la \ectio divina se revive de alguna manera la experiencia misma del bautismo. El encuentro con la palabra permite de hecho que ésta baje a la profundidad de nuestro propio ser para tomarnos de la mano y, desde el abismo al que habíamos llegado por el pecado, empujarnos a subir hasta la experiencia luminosa de la mañana de pascua, desde donde se abre, por fin, ante nuestros ojos el espacio sin confines de una vida nueva en la contemplación.

El hombre nuevo podrá entonces, utilizar los sentidos nuevos: quien ha nacido del Espíritu Santo tendrá una mirada capaz de descubrir, que a pesar de todo, en la historia se está manifestando el misterio de muerte y de resurrección de Cristo.

De aquí en adelante se encuentra toda la riquísima gama de referencias simbólicas en los místicos. Se hablará de visiones, de gusto diferente, de condiciones inesperadas,

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de tangibilidad nueva, de perfume de las cosas,... pero el denominador común de todas estas experiencias de los sentidos humanos sigue siendo la presencia del Espíritu Santo.

Pero, precisamente, porque se ha transformado hasta tal punto de ver por doquier la presencia de la palabra, los contemplativos son los únicos misioneros cristianos.

Si ésta no está precedida por la transformación es necesario tener cuidado pues mientras se pretende llevar la buena noticia del evangelio, lo que se hace es llevar solo nuestras palabras humanas. Si la misión no se da al mismo tiempo que la contemplación, no existe más la exousia que poseía la palabra de Jesús, pero existe simplemente el esforzarse, el ruido de nuestra agitación con la ilusión de hacerlo por el bien de la Iglesia y por la gloria de Dios.

El punto de llegada de la lectio divina se llama evangelizacion. Y es importante. El fruto de la auténtica contemplación se obtiene solamente cuando se rompe la caparazón del tibio seno materno y se permite a los demás poder beber en aquella misma palabra que por fin nos ha transformado en el corazón.

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índice

i Introducción a la Lectio Divina (5)

2 La Lectio (23)

3 La Meditatio (40)

4 La Oratio (48)

Page 33: Gargano Guido Inocenso La Lectio Divina

5 La Contemplatio (53)

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