La tauromaquia se encuentra hoy en el ojo de la tormenta. Dicen sus defensores que tanto o más sufre el ganado convencional con los métodos industriales de crianza y el sacrificio en los mataderos. Esto no justifica nada dicen sus detractores. Nos guste o no, algo de obsoleta y fuera de lugar tiene la fiesta brava en medio de una sociedad hedonista e inclinada al placer y al confort. Lo que en otros tiempos fue prueba de destreza y valor se convierte en cruel banalidad, en inútil derroche de sangre, en ritual vacío. Aún así, es innegable que cierta belleza conserva.

Muchos artistas han cantado o retratado las bellezas de las corridas de toros. Goya o Picasso en artes plásticas, García Lorca o Miguel Hernández –que ve en el toro un símbolo trágico de la condición humana- en poesía. En América latina son muchos los países donde se halla extendida la afición a la tauromaquia. Colombia es uno de ellos y es cuna, también, del escultor Germán García, especializado en retratar la poesía trágica que se desarrolla entre el hombre y el cerril novillo.