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Cultura

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Extraido de "Marxismo, cultura y poder"

Gruner, Eduardo; Marxismo, cultura y poder, Clase XVI, Curso de teora marxista, CLACSO, 2003La cultura, espacio de conflicto

Todo lo que hemos dicho sobre la ideologa vale, mutatis mutandis, para la "cultura". Porque la cultura de cualquier sociedad de clases, decamos, y ahora podemos refinar un poco ms esa nocin, es el espacio de reproduccin del consenso, articulado por la lgica de la ideologa dominante. Por supuesto, no es un espacio homogneo: toda cultura -en el sentido amplio, "antropolgico", del trmino- es tambin, en un cierto nivel, un campo de batalla ideolgico, que supone una confrontacin (normalmente "inconsciente") entre la hegemona y las construcciones contrahegemnicas ms o menos "espontneas". Como deca el gran lingista marxista Mijail Bakhtin, toda cultura, e incluso toda lengua, es dialgica, heteroglsica y polifnica: en ella hay conflictos sordos, subterrneos, pero permanentes, entre los diferentes "acentos" sociales, incluso "clasistas", que pugnan por imponerse. Normalmente tambin, uno de esos "acentos" -el de las clases dominantes- logra hegemonizar a los dems, y se hace "escuchar" como el nico existente: la parte por el todo. Por eso podemos estar bien seguros de que, cuando escuchemos hablar de las culturas en singular (la cultura occidental, la cultura argentina, la cultura masculina o femenina, la cultura negra, la cultura lo que sea), es porque estamos en pleno reino de la ideologa (dominante) y de la abstraccin fetichista del "equivalente general", aunque no lo sepamos, y nos parezca una expresin perfectamente "natural". Pero, afortunadamente, no es as: an cuando parezca que la hegemona es completa, las "voces" dominadas tratarn de hacerse escuchar con su propio "acento" (o con el que sean capaces de producir a partir de la resistencia a la dominacin): de all que, como intentaba mostrar Gramsci, incluso la esfera del ms craso sentido comn de la sociedad -que es, esquemticamente, la esfera hegemnica en la que se "naturalizan" las ideas y la lgica del pensamiento dominante- guarda "momentos de verdad" inconscientes que, en determinadas circunstancias histricas de crisis hegemnica, pueden ser "activados" para una refundacin "cultural y moral" de la sociedad que rompa la dominacin ideolgica al mismo tiempo que la praxis popular logra romper sus ataduras de dependencia con la clase dominante. Pero an antes de que esto suceda, esos "momentos de verdad" pueden articularse en formas larvadas de resistencia que objetivamente apuntan a, como decamos ms arriba, reponer el conflicto entre la parte y el todo, que entonces se revela -para decirlo con una expresin cannica de Adorno- como falsa totalidad ("falsa", en el sentido de que su apariencia consistente y armnica depende, justamente, de la exclusin de la "parte" que desarticulara tal consistencia, como ocurre cuando Marx reintroduce la cuestin de la plusvala, esa particularidad, ese pequeo "detalle", en la elegante teora que da la economa burguesa sobre el funcionamiento del capitalismo). Los antroplogos o los etnohistoriadores conocen bien este fenmeno, cuando estudian las formas en que las culturas dominadas por el colonialismo se "transculturan", reapropindose de ciertos contenidos de la cultura dominante para poder hacer escuchar, aunque fuera intermitente y disimuladamente, su propio "acento" cultural: muchas de las formas del llamado sincretismo religioso o cultural que han proliferado, despus de la Conquista, en diversas regiones de Amrica, son el testimonio de estos modos de resistencia "pasiva". Son, por lo tanto, testimonio -cuando se los lee desde esta perspectiva- de lo plenamente ideolgica que es la pretensin de una cultura (para nuestro caso la cultura occidental moderna, que en verdad es la nica que, por ser planamente "mundial", pudo sostener esa pretensin) de ser la representante de la civilizacin como tal.

Desde luego, la cultura dominante, en su empresa hegemnica, pugnar siempre por subsumir toda otra cultura -empezando por las culturas "espontneas" de las clases subalternas- en la lgica de su propia cultura. Necesita hacer eso para asegurarse el consenso y la reproduccin tambin simblica de las estructuras de dominacin. Esa lgica, por ser cultural, es fundamentalmente ideolgica y "representacional". Pero no es exclusivamente discursiva, en el sentido restringido del trmino: est fundada, como hemos visto, en la sobredeterminacin que le otorgan las relaciones de produccin. Por dar un ejemplo grueso, aunque a primera vista parezca un tanto reductivo: el "descubrimiento" renacentista de una forma de representacin que recibi el nombre de perspectiva, tiene por supuesto un alto grado de especificidad esttica y tcnica, pero tambin responde a la necesidad de centrar la representacin de la realidad a partir de la mirada del individuo, que ya haba comenzado a ser el protagonista ideolgico privilegiado del incipiente modelo "burgus" de sociedad. A mediados del siglo XVII, esta anticipacin del arte ser plenamente consagrada, en la filosofa, por el ego cartesiano, en la teora poltica por la escuela del contractualismo moderno a partir de Hobbes, y as sucesivamente. Y es contra este centralismo y realismo de la representacin (el cual, una vez ms dentro de la lgica de "la parte por el todo", pretendi ser la representacin por excelencia, la que se corresponda totalmente con una perspectiva abstractamente humana) que, a partir de la segunda mitad del siglo XIX pero sobre todo en las primeras dcadas del XX, se levantarn las llamadas "vanguardias" estticas, tan frecuentemente vinculadas a concepciones radicalizadas en lo poltico.

En el transcurso del siglo XX, el poder, en buena medida, logr efectivamente esa subsuncin de los particularismos culturales en el "equivalente general" de la lgica cultural dominante. Lo hizo luchando contra lo que Lukcs llamaba "la insoburdinacin de lo concreto contra la tirana de lo abstracto", es decir -para retomar una expresin de Walter Benjamn- a favor de un pensamiento identitario que apunt a eliminar el conflicto entre lo particular (fuera este perteneciente a la cultura dominada, o sencillamente a la singularidad de la obra de arte) y lo universal (es decir, el modo de produccin dominante). El resorte "econmico" de esta operacin fue (y sigue siendo) la ms completa posible colonizacin de las culturas dominadas por lo que Adorno y Horkheimer, en un texto clebre, llamaron la industria cultural. Esta industria cultural -que alcanzar su culminacin sobre todo despus de la II Guerra mundial, en el contexto de la llamada "sociedad de consumo"- implica un salto cualitativo en el proceso permanente de mercantilizacin de la cultura en la modernidad. Ahora ya no se trata simplemente de que los productos culturales -generados bajo una gran diversidad de lgicas creadoras diferentes, individuales o colectivas- se transformen en mercancas (un fenmeno que empez en el propio Renacimiento y creci a lo largo de toda la modernidad "burguesa"), sino de que esos productos culturales son ya, desde el inicio, concebidos como futuras mercancas y generadas bajo la lgica de la produccin y el intercambio mercantil que subtiende al sistema en su conjunto. Como sealan Adorno y Horkheimer, pues, la cultura se convierte en un instrumento ms -y ciertamente no el menor- de la planificacin de la sociedad capitalista (que, en el fondo, es siempre "planificada", aunque aparezca espontneamente librada a la famosa "mano invisible" del mercado): no slo se planifica la produccin/distribucin de la cultura -con la consiguiente e inevitable homogeneizacin y borradura de las diferencias que supone la produccin en serie para el consumo "masivo"- sino que, mediante las nuevas tcnicas de publicidad y marketing - se planifica el pblico que est destinado a consumir los productos culturales. Como dicen los autores, la industria cultural no slo crea objetos para los sujetos, sino tambin sujetos para esos objetos: la mercantilizacin, as, alcanza a la misma subjetividad, dejando "fuera" del sistema mundializado tan slo a expresiones culturales marginales, o reciclndolas en la lgica del "equivalente general". Este es el "determinante en ltima instancia" de lo que se ha llamado la muerte de las vanguardias, pero tambin de la bastardizacin de los remanentes de autntica cultura popular o "tnica", cuyos rasgos originarios se hacen irreconocibles en su "standardizacin" mercantil. Desde luego, como hemos dicho ms arriba, siempre quedan intersticios para la resistencia cultural, pero eso, nuevamente, no depende slo de la cultura en sentido estricto, sino de la movilizacin resistente de la sociedad en su conjunto: mientras tanto, como afirmaba con cierta amarga resignacin el propio Adorno, lo que hay son espacios muy acotados para la creacin, necesariamente "elitista" de lo que l llamaba arte autnomo: formas culturales que luchan por hacer visible, hasta donde sea posible, el conflicto entre el particular concreto y el universal abstracto.

Globalizacin, postmodernidad y ms all

El eufemismo que conocemos como globalizacin -y que mejor debera denominarse, a la manera de Samir Amin, mundializacin del capital, o ms especficamente, de la ley del valor- supone una transformacin radical en la relacin cultura/poder, tal como puede pensarse desde el marxismo? La cuestin es harto compleja, y necesariamente plantea ms hiptesis que conclusiones definitivas. Tratemos de enumerar algunas:

1) En el sentido de lo que Fernand Braudel llamaba la larga duracin, la mundializacin comienza hace ms de cinco siglos, con la conquista de (lo que luego se llamara) Amrica y el proceso de expansin colonial. Como lo ha mostrado la teora del sistema-mundo de Immanuel Wallerstein y otros -pero pueden encontrarse importantes indicaciones ya en el famoso captulo XXIV de El Capital - dicha expansin fue uno de los resortes fundamentales de la llamada acumulacin originaria de capital, sobre la cual, entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, se implantara la revolucin industrial, que terminara haciendo del capitalismo el primer gran sistema realmente mundial, "global", de dominacin (ya que los imperios anteriores, incluidos el romano o el islmico, con ser inmensos se limitaron a una porcin del mundo, y por supuesto fueron polticos y comerciales antes que estrictamente "econmicos". Esta dominacin (directa o indirecta, colonial, neocolonial o imperialista) tuvo desde ya un aspecto ideolgico-cultural de primersima importancia: como hemos visto, una cultura -la "occidental y cristiana"- pretendi imponerse como la cultura: no slo la "superior" sino la portadora, por excelencia, de la Civilizacin, la Razn, la Modernizacin y el Progreso, tendiendo hacia la (siempre imperfecta, pero de vasto alcance) homogeneizacin de la inmensa diversidad de culturas preexistentes, incluso al propio interior de la civilizacin occidental, a medida que esta se fue haciendo progresivamente "burguesa". Una vez ms, la lgica de "la parte por el todo" se puso en pleno funcionamiento. Desde el principio, y hasta llegar al positivista siglo XIX, la dominacin cultural estuvo ideolgicamente justificada por el racismo, que atribuy una "inferioridad" (natural primero, cultural despus) a las sociedades de las cuales se obtena la mayor cuota de plusvala. A grandes rasgos, esta situacin perdur, con los matices del caso, hasta la II Guerra Mundial, luego de la cual se producen los grandes movimientos de descolonizacin en Asia y Africa, que produjeron la categora del as llamado "Tercer Mundo" y obligaron a pensar las relaciones intertnicas o interculturales desde una perspectiva ms "pluralista", aunque no por ello menos dominadora.

2) No obstante esta relativa continuidad, en un cierto sentido se produjeron (entre fines de la dcada del 60 y principios de la del 70), como respuesta a la nueva fase de crisis del sistema capitalista mundial, algunas transformaciones de gran importancia en la lgica del funcionamiento del sistema. Para nuestros propsitos, mencionaremos tan slo las siguientes: a) el llamado postfordismo, que alter sustancialmente las formas de organizacin mundial de la produccin capitalista, con sus procesos de descentralizacin y diversificacin, que tuvieron que adaptarse a los distintos parmetros culturales de las regiones proveedoras de materia prima, mano de obra y asentamiento productivo; b) la revolucin tecnolgica, con el predominio de nuevas "fuerzas productivas" informtico-comunicacionales plenamente mundializadas, que ahondaron hasta lmites antes impensables el fenmeno de la homogeinizacin cultural, conviviendo de modo "desigual y combinado" con la promocin de la "diversidad" cultural; c) lo que Samir Amin llama la financiarizacin del capital, esto es, el carcter progresivamente dominante que adquiri el capital financiero y especulativo, no-productivo, que llev asimismo a sus lmites extremos el fenmeno de fetichizacin del "equivalente general" por excelencia representado por el dinero. d) una sensacin , ms ilusoria que real, de que el mundo ha entrado en un proceso de "borramiento" de las fronteras (nacionales, culturales, de clase, tnicas, de gnero, etctera) para transformarse en un espacio de "flujos" heterogneos, de imgenes "virtuales" globalizadas, sin densidad histrica, en una suerte de "eterno presente" que no merece convocar transformaciones sustantivas en el futuro ms o menos inmediato. Una sensacin ayudada, claro est, por el derrumbe de los experimentos del "socialismo real", que parece haber dado su certificado definitivo al imperio de un sistema mundial sin alternativas.

3) Esta es la poca que ha dado en llamarse la postmodernidad. Pese a las apariencias de diversificacin y pluralidad "multicultural", al aspecto de fragmentacin indeterminada que semeja haber adquirido el mundo, es una poca signada por una enorme homogeneidad "cultural" (ahora en el ms amplio sentido del trmino): el multiculturalismo y la diversidad son apenas la otra cara, puramente epidrmica, de una profunda unidad bajo el "equivalente general". Todas las tendencias precedentes en el campo extenso de la cultura (que podemos abreviar con la etiqueta adorniana de industria cultural) se han profundizado hasta lmites impensables para los propios creadores de esa categora. La cultura misma -ese aspecto "simblico", generador de subjetividad alienada, que es central en la lgica de las nuevas tecnologas dominantes del capitalismo, desde la informtica hasta los medios masivos de comunicacin- se ha transformado en un resorte fundamental del sistema. Como dice Fredric Jameson, la mundializacin generalizada del fetichismo de la mercanca ha hecho que "no slo la cultura es cada vez ms econmica, sino que la economa es cada vez ms cultural". El predominio del capital financiero-especulativo tambin pertenece a este orden de cosas: ya ni siquiera existe la materialidad del dinero, sino que es el "ciberespacio" financiero el que mueve los hilos de la economa mundial, haciendo que de la noche a la maana se derrumben pases, sociedades, regiones enteros. Estamos bajo la plena dictadura de lo abstracto, bajo la tirana del significante vaco: esa es la nueva "imagen" del poder en la cultura, y el nuevo formato de la ideologa dominante.

4) En este contexto, el pensamiento "resistente", las teoras crticas y transformadoras -includas muchas que solan inscribirse en el espacio elstico del "marxismo"- no siempre han sabido resistir, justamente, el espritu de la poca. Las novedades tericas como los "estudios culturales" o la llamada "teora postcolonial" sin duda han aportado muy interesantes insights sobre la nueva situacin de la cultura mundial, que no es cuestin de desechar en bloque y ms an, es necesario profundizar. Sin embargo, simultneamente han cado en la tentacin -hasta cierto punto inducida con mayor o menor grado de conciencia por la cultura dominante- de lo que podramos llamar, genricamente, el textualismo, vale decir, la eliminacin del conflicto entre los dispositivos discursivos o imaginarios y lo real puro y duro, "material", del modo de produccin. Ello provoca -por ms crtico que se pretenda ser: no se trata de una cuestin de intenciones- que en buena medida se caiga en cierta complicidad con el discurso ideolgico-cultural dominante, que quisiera mostrarnos la imagen de un mundo armnicamente diversificado, diluyendo la presencia del poder, la dominacin y las injusticias que, repetimos, constituyen la profunda unidad que est por detrs de la aparente diversidad. La celebracin de la fragmentacin y de los "flujos" indeterminados, de las "hibrideces" culturales y de los "intersticios" borradores de fronteras, corre el peligro de recaer en la subordinacin a un "universal abstracto" ahora pintado de arcoiris, disfrazando -desde la otra punta, si se puede decir as- una vez ms el conflicto entre lo particular y la (falsa) totalidad (que, como dice el ya citado Jameson, no es otra cosa, finalmente, que el modo de produccin). Este es, entre otras cosas, el precio a pagar por el abandono apresurado e irreflexivo de ciertas categoras centrales de ese modo de produccin de conocimiento y pensamiento crtico representado por el marxismo.

5) Afortunadamente (aunque no es nuestro propsito pecar de un exceso de optimismo) hay indicadores de que esta situacin empieza a cambiar. La crisis del nuevo "modelo de acumulacin" implementado en los aos 70, y en trminos ms histricos, el cada vez ms evidente fracaso -por no decir catstrofe- civilizatorio del capitalismo, junto con el progresivo crecimiento de los nuevos movimientos nacionales, regionales y mundiales de resistencia a una globalizacin genocida y "etnocida", empiezan a hacer impacto tambin en el universo simblico-cultural. El contexto es todava de profunda incertidumbre y desorden, y sera excesivamente audaz arriesgar una direccin precisa del nuevo proceso. Pero no cabe duda que estn sentadas las condiciones para repensar crticamente la cultura, para recrear una cultura crtica, con todo el nivel imprescindible de (relativa) autonoma y especificidad, pero tambin con un nuevo impulso de puesta en evidencia del carcter conflictivo, de campo de batalla, de la esfera cultural. El marxismo, aunque no sea (como no lo fue nunca) suficiente, ser estrictamente necesario como lgica de pensamiento y de praxis en esa batalla, a condicin de que sepa repensar su propia cultura.