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Guerras de liberación en elCaribe hispano

1863-1878

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Archivo General de la NaciónVolumen CXCIII

José Abreu Cardet y Luis Álvarez-López

Guerras de liberación en elCaribe hispano

1863-1878

Santo Domingo, R. D.2013

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Edición y corrección: Juana Haché MotaDiagramación: Rafael Delmonte y Yahaira FernándezDiseño de la cubierta: Gadiel AcostaMotivo de la cubierta: Rostros de cuatro caribeños influyentes del período. De izquierda a derecha Carlos Manuel de Céspedes, Gregorio Luperón, Jose Martí y Ramón Emeterio Betances.

Primera edición, 2013

© José Abreu Cardet y Luis Álvarez-López

De esta edición:© Archivo General de la Nación (vol. CXCIII)

ISBN: 978-9945-074-87-1 Impresión: Editora Búho, S. R. L.

Archivo General de la NaciónDepartamento de Investigación y DivulgaciónÁrea de PublicacionesCalle Modesto Díaz, núm. 2, Zona Universitaria,Santo Domingo, Distrito NacionalTel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110www.agn.gov.do

Impreso en República Dominicana / Printed in the Dominican Republic

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ÍndICe

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9El Caribe hispano: República Dominicana, Cuba y

Puerto Rico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico en el contexto

internacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45Puerto Rico, Cuba y Santo Domingo: el huracán de la

expansión territorial norteamericana . . . . . . . . . . . . . . . . 61Las guerras en las Antillas franco-españolas . . . . . . . . . . . . 67El gran contrapunteo entre la República Dominicana

y Cuba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81La Anexión: circunstancias y tendencias . . . . . . . . . . . . . . . 87Conspiración y alzamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91Las primeras operaciones militares . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101Cantidad de combatientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113Armas y vituallas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121Los mambises cubanos: armas y vituallas . . . . . . . . . . . . . . 135La guerra de guerrillas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143La naturaleza y la guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155La voz del silencio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161Cambronal: los olvidados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169Un barrio cubano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185La Virgen se va a la guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193Contrarrevolución . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199

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Las fuerzas contrarrevolucionarias cubanas . . . . . . . . . . . . 213Ocupación del terreno. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225La influencia de la Guerra Restauradora en Cuba. . . . . . . 229Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237Índice onomástico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245

8 José Abreu CArdet y LuIs ÁLvArez-López

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prefACIo

Guerras de liberación en el Caribe hispano 1863-1878 es un estudio pionero en la bibliografía histórica especializada del Caribe hispano en el siglo XIX. Es un análisis comparativo de dos guerras de liberación que contribuyeron a la reconfiguración de nuestras identidades como pueblos y afirmaron el complejo proceso de formación de nuestras nacionalidades.

La Guerra de la Restauración, en la República Dominicana, 1863-1865 y la Guerra de los Diez Años, en Cuba,1868-1878 son parte de un un ciclo revolucionario en el Caribe hispano, que también comprendió el fracasado Grito de Lares, en Puerto Rico, el 23 de septiembre de 1868.

Ambas contiendas, la dominicana y la cubana, fueron producto de dos fenómenos muy diferentes, pero tienen el trasfondo histórico común del dominio colonial español decimonónico.

Los dominicanos eran, en 1861, un Estado independiente dirigido por una clase dominante colonialista, la cual decidió retornar al seno del imperio español, mientras Cuba era una colonia española desde el siglo XvI que después de la Revo-lución haitiana se convirtió en la mayor productora de azúcar mundial. La anexión de la República Dominicana a España se realizó para fortalecer el imperio antillano español, lo que implicaba un fortalecimiento del control peninsular sobre Cuba y Puerto Rico. La visión geo-estratégica de la clase dominante

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española contemplaba dos objetivos fundamentales: el primero, la protección de Cuba y Puerto Rico de las múltiples fuerzas que amenazaban el trasnochado colonialismo español y, segundo, paralizar la política expansionista norteamericana hacia el Caribe y, específicamente, abortar la búsqueda norteamericana de una base naval en Samaná, República Dominicana.

Las causas que dieron inicio a ambas contiendas también merecen un análisis diferenciado. Los dominicanos se fueron a las armas por múltiples razones, pero una de las más impor-tantes fue que España no cumplió ninguna de las promesas de promover un desarrollo económico y social en el este de la isla. Incluso, se percibió entre amplios sectores de la población el temor de un retorno a la esclavitud. Pero tales argumentos eran un ejemplo de lo retrógrado del imperio español. Nunca entró en la iniciativa de la metrópoli implementar dicha medida, aunque en Cuba y Puerto Rico todavía existía la esclavitud entre 1860-1878.

Las medidas administrativas implementadas por el imperio español contribuyeron a generar las condiciones para el inicio de la Guerra de la Restauración, al igual que la existencia de sectores minoritarios de la población que estaban compro-metidos con el restablecimiento de un estado nacional. Estas medidas políticas y administrativas crearon una coyuntura pre-revolucionaria, en la cual se dieron las condiciones para el inicio de la guerra, mientras en Cuba las causas de la guerra se habían acumulado por siglos, tanto en lo económico y lo social como en lo político. El sistema colonial español era incapaz de permitir el desarrollo de la naciente nacionalidad.

Ambas contiendas se desarrollaron en países de las Antillas españolas. A pesar de que entre Dominicana y Cuba había grandes diferencias en lo referente al nivel de desarrollo económico-social, también nos encontramos con similitudes importantes. La guerra se inició en Cuba, en oriente, cuyas características económicas y sociales eran similares a la economía y sociedad dominicanas.

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En el presente ensayo intentamos hacer un análisis compa-rativo entre las dos guerras. El texto consta de dos partes. La primera es un estudio sobre el desarrollo de los dos países en el siglo XIX, la segunda es sobre las características específicas de ambas contiendas.

Guerras de liberación en el Caribe hispano 1863-1878 también analiza la guerra desde nuevas perspectivas; no es solo la guerra de los flamantes hacendados dueños de ingenios y los gene-rales y caudillos regionales dominicanos que movilizaban a la peonada rural de los latifundios y de los cortes de madera, es también la guerra de los mambises en ambas islas; de los negros esclavos en Cuba y de los campesinos negros y mulatos dominicanos desarrapados que encontraron nuevos significados a su vida combatiendo las políticas explotadoras y racistas del colonialismo español.

Las características de las guerras son también analizadas desde las perspectivas de las guerras irregulares. En estas, los grandes ejércitos y las tradicionales batallas por controlar grandes espacios cuentan poco. Perder o ganar una batalla tiene poco sentido, pues el objetivo es vencer al enemigo socavando sus bases de apoyo, en emboscadas sorpresivas y ataques relámpagos efectuados por pequeñas partidas de combatientes. El fuego, el machete y hasta la religión se convierten en aliados de los ejércitos populares criollos.

El papel de las enfermedades en las guerras, el parque y las vituallas, el papel del integrismo y las cadenas de solidaridad interinsulares en el caso dominicano y trasnacionales en el caso cubano serán también objetos de análisis en el texto. Además, lo será el impacto múltiple de las guerras en ambas islas, así como las tácticas y estrategias aplicadas por el gobierno colonial español para restablecer su hegemonía en la región.

Este estudio comparado también se propone estudiar la guerra desde abajo. El análisis de los barrios populares dominicanos y cubanos que participaron en las guerras se ha realizado tratando de entender las claves de la cultura

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popular insurgente que sirvió de base para la participación de cientos de campesinos y ciudadanos urbanos que se incor-poraron a las rebeliones.

Este ensayo desea destacar los impactos diferenciados de la guerra en la economía, sociedad y política de ambos países. En el caso dominicano, la clase dominante hatera sufrió una aplastante derrota y las ideas anexionistas fueron grandemente debilitadas. Se originó un nuevo liderato político con un com-promiso nacionalista y democratizante. En el caso cubano, el proceso de la guerra misma hizo posible la más grande trans-formación social: la liberación de los esclavos. Y el impacto sobre la economía cubana, especialmente en la zona oriental, fue devastador. Los años posteriores a la guerra llevaron a una pérdida creciente del mercado europeo del azúcar y a una mayor dependencia del norteamericano.

No pensamos, en este texto, agotar los múltiples procesos históricos que requieren mayores y más meticulosos estudios sobre ambos países, sino esperamos abrir un camino que otros investigadores recorran. Es esta una forma de que ambos pueblos se comprendan mejor, pueblos que han estado entrelazados históricamente.

Queremos agradecer al Dr. Roberto Cassá por las facilidades que nos ha ofrecido para la investigación y la publicación de esta obra. A Emilio Cordero Michel por sus criterios e información que nos entregó. A Elia Sintes Gómez por su apoyo y tras-cripción de numerosos documentos. A los colegas del depar-tamento de investigación y publicación del Archivo General de la Nación, Raymundo González, Ramón Paniagua†, Carlos Andujar Persinal, Juana Haché, Alejandro Paulino, Giovanni Brito y Rafael Delmonte. También queremos agradecer al historiador alemán Volker Mollin, con quien, hace muchos años, discutimos los primeros avances de esta obra. Al colega suizo Andreas Stucki por sus acertados criterios. A Hiram Pérez Concepción por el apoyo en las investigaciones.

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En Nueva York,* debo mostrar mi profundo agradecimiento a Maggi Delgado, estudiante de término de Hunter College, cuyo esfuerzo tesonero hizo posible el acceso a la bibliografía cubana especializada del período; a la doctora Raquel Ortiz, de Boricua College, donde labora como facilitadora, por haber hecho posible que utilizara su libro de James C. Scott, Los Dominados y el Arte de la Resistencia, México, Ediciones Era, 2004. También al doctor Víctor Alicea, presidente de Boricua College; a «mis colegas» John Guzmán, José Luis Márquez, José Álvarez, Víctor García, Roberto Maldonado, Brunilda Calderón, Luis Esquilin, y Julie Maties. En el litoral familiar a mis hijas Shadia y Yadhira Álvarez, y a mi querida esposa Miosotis Fabal, por su apoyo incondicional en este proyecto.

José Abreu CArdet y LuIs ÁLvArez-López

* En lo adelante, hasta terminar el prefacio, escribe Luis Álvarez-López.

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eL CArIbe hIspAno:repúbLICA domInICAnA, CubA y puerto rICo

El Caribe decimonónico fue un período histórico crucial en el Caribe hispano. Período de grandes transformaciones económicas, políticas, sociales y ecológicas, el cual marcó la transición de la agricultura de subsistencia y la ganadería extensiva al desarrollo de una economía agrícola comercial exportadora en la región. Ejemplos de estos cambios fueron el desarrollo de la moderna industria azucarera, el surgimiento de los latifundios, la expansión de la esclavitud y el surgimiento también de economías de exportación basadas en la pequeña propiedad y en un campesinado atado a la pequeña pro-ducción y a los lazos de subordinación que establecían los estados coloniales.

El crecimiento de la economía exportadora tuvo amplias repercusiones en la creación de nuevas unidades de produc-ción, tales como las haciendas, las plantaciones y la mercantil minifundista y de subsistencia. Estos procesos contribuyeron a la formación de clases sociales hasta entonces desconocidas, como son los dueños de plantaciones, hacendados, campesinos con tierras atadas a las referidas producciones, campesinos independientes, jornaleros, pequeños comerciantes, colonos, proletarios rurales y otros.

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Las clases económicamente dominantes, en especial los comerciantes refaccionistas peninsulares y los comerciantes extranjeros, controlaban los capitales y utilizaban estos para financiar a los hacendados criollos que producían los bienes de exportación; compraban los esclavos negros y empleaban los campesinos y jornaleros ligados a las emergentes unidades de producción. Estos además, tenían dominio sobre los medios de producción y todo el sistema productivo, y estaban ligados al mercado internacional a través de la exportación de sus bienes agrícolas.1

La oferta de capitales variaba de isla a isla; en Santo Domingo los capitales eran controlados por comerciantes extranjeros radicados en los puertos, los cuales constituían parte de la clase dominante local, estos financiaban a los productores, a campe-sinos independientes y a cortadores de madera a una tasa de interés elevada y suplían los emergentes mercados locales de mercancías importadas.

Los comerciantes extranjeros estaban radicados en los puertos Santo Domingo, Puerto Plata, Montecristi y Azua. Eran financieramente dependientes de la burguesía comercial metropolitana y las cuantías de sus capitales eran mínimas. La carencia de un mercado interno, la dificultad en las comuni-caciones por la falta de un sistema de transporte adecuado y por las guerras contra Haití, al igual que las contradicciones inter-caudillistas generaron guerras civiles que obstaculizaban el desarrollo de la economía exportadora.2

La economía dominicana durante los años posteriores a la Revolución haitiana era una economía agraria y ganadera. Existía una producción agrícola de autoconsumo y subsistencia orientada al consumo familiar y comunal, en ocasiones destinada

1 Luis Álvarez-López, The Dominican Republic and the Beginning of a Revolu-tionary Cycle in the Spanish Caribbean, Lanham, Boulder, New York, Toronto, Plymouth, U.K, University Press of America, 2009, pp. 62-63.

2 Roberto Marte, Cuba y La República Dominicana. Transición Económica en el Siglo X1X, Santo Domingo, Universidad APEC, 1988, pp. 219-225.

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a los mercados locales y regionales. Conjuntamente existía una producción agrícola mercantil del tabaco, las maderas preciosas y la ganadería. También se producía en menores cantidades café, miel de abejas, cera, cueros, ganado vacuno y el caprino.

Las producciones mercantiles y de subsistencia estaban espe-cializadas por regiones y sus procesos de comercialización las vinculaban a los comerciantes intermediarios, a comerciantes extranjeros y al Estado, pues algunos renglones productivos pagaban impuestos de exportación. No existía integración intersectorial entre las diferentes actividades productivas, pues no coexistía un mercado interno nacional y las vías de comu-nicación entre las diferentes regiones eran escasas.

A pesar de los obstáculos propios de una economía mercantil agraria atrasada, producción limitada, carencia de fuerza de tra-bajo estable, demanda solvente raquítica, primitivos instrumentos de producción, y la existencia de los terrenos comuneros que hacían posible el acceso a la tierra del campesinado(aún con poco de capital), explican las dificultades para el desarrollo de una agricultura comercial. Sin embargo, la población estaba muy bien adaptada a su medio ecológico, pues la producción de los renglones más dinámicos de la economía se fue incremen-tando en las diferentes regiones, así como su comercialización internacional.

Las pocas estadísticas disponibles nos señalan cómo la producción de caoba se desarrollaba. En igual sentido, otras maderas menos valiosas, mostraron una curva de crecimiento ascendente como el campeche, el guayacán, mora y espinillo. Con las pocas estadísticas dispersas hemos construido el cuadro 1 de la producción y exportación de la caoba y la gráfica 1, basados en estas cifras.

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Cuadro 1Producción y exportación de la caoba 1822-1880

Años Exportación (miles de pie)

1822 2,580

1823 2,251

1824 2,102

1825 2,861

1826 1,940

1835 5,413

1836 4,954

1838 4,880

1845 3,223

1855 3,479

1868 1,058

1869 1,256

1872 1,863

1880 1,815

Fuentes: Roberto Cassá, Historia Social y Económica de la República Dominicana, vol. 2, Santo Domingo, Editora Alfa y Omega, 1980, pp. 19-20. Jaime Domínguez, Economía y Política en la República Domi-nicana (1844-1861), Santo Domingo, Universidad Autónoma de Santo Domingo, 1977, p. 49. Roberto Marte, Estadísticas y Documentos Históricos sobre Santo Domingo (1805-1890), Museo Nacional de Historia y Geografía, Santo Domingo, 1984, pp. 89-90, 96.

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Gráfica 1Exportación de la caoba 1822-1880

En el proceso de producción y comercialización de la madera existía una incipiente división social del trabajo, interviniendo el alto comercio de exportación e importación, los cortadores, oficiales, bueyeros, rameros, carreteros y hasta especuladores de madera. Todos los agentes del proceso productivo se vin-culaban a través de una economía monetaria basada en la existencia de los contratos. La producción estaba destinada a la exportación a través del alto comercio, que eran al mismo tiempo los representantes de las casas comerciales extranjeras de los países capitalistas centrales. También la actividad estaba vinculada al Estado dominicano por el pago de impuestos de los cortes de madera y también las exportaciones de caoba y otras maderas por los puertos.

La producción ganadera había tenido una gran importancia económica durante la época colonial. Al entrar en decadencia la producción minera y la producción de azúcar, la ganadería se convirtió en la actividad económica más importante. El hato y el hatero se convirtieron en parte intrínseca del paisaje rural dominicano. Tanto en el siglo XvII como en el siglo XvIII la producción de ganado se incrementó notablemente bajo el estímulo del comercio extranjero. En este siglo, el ascenso de Saint Domingue, la colonia de plantación francesa más próspera del Caribe convirtió a la colonia española en una proveedora de

Exportaciones en pie

5,000

6,000

4,000

3,000

2,000

1,000

01822 1823 1824 1825 1826 1835 1836 1838 1845 1855 1868 1869 1872 1880

2,5802,251

2,102

2,861

1,940

5,4134,954 4,480

3,2233,479

1,0581,256

1,863 1,815

Años

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ganado en gran escala, dinamizando la economía ganadera en las regiones del este, el oeste y el norte.

El impacto múltiple de la Revolución francesa en la colonia de Saint Domingue tuvo consecuencias catastróficas para la economía ganadera de la parte oriental de la isla. La Revo-lución haitiana, la abolición de la esclavitud, las guerras y las migraciones terminaron arruinando la producción ganadera y disminuyendo el poder económico y social de los hateros.

Para el siglo XIX la ganadería era una actividad económica decadente, de una «persistencia agónica». El propio hato como una unidad productiva «perdió categoría de poder económico y social». Sin embargo, la producción ganadera continuó en la zona oriental del país, en la Línea Noroeste, en Moca, La Vega y Jarabacoa; la producción estaba orientada a la crianza de ganado vacuno, cabrío, porcino, caballar, mular y asnal. Existía el ganado doméstico y montaraz, los cuales se utilizaban para consumo local, en los mercados de carne; esporádicamente se exportaban los cueros y cabezas de ganado vacuno. También se utilizaban en la producción de azúcar en los antiguos trapiches y molinos, para consumo local.

Las características propias de la economía del hato todavía estaban presentes: vinculación mínima con el mercado, la exis-tencia del conuco como unidad básica de producción para la subsistencia, la existencia de una limitada fuerza de trabajo con fácil acceso a la tierra por la existencia de los terrenos comuneros, primitivismo tecnológico y aprovechamiento extensivo de la tierra.

La economía ganadera podría caracterizarse como una economía de subsistencia en transición hacia una economía de mercado, pues el estudio de los protocolos de notarios que se ha realizado muestra la heterogeneidad de las relaciones de producción que existían en su interior. Por un lado, en algunos casos estudiados era evidente el pago en salario de peones y mayorales, pero también se le daba acceso a la pequeña propiedad dentro de la explotación agrícola, lo que hacía

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del mayoral y el peón también pequeños productores, que a la vez neutralizaba su condición de asalariados.

En la producción tabaquera la situación era diferente a la de la ganadería y a la producción y exportación de caoba. El tabaco se producía en la región norte, Santiago, La Vega, Moca, Villa González y Tamboril. Su obtención para la exportación se inició durante el período colonial; un incremento de su producción ocurrió durante la dominación haitiana (1822-1844) y en el período posterior durante la Primera República, cuando su elaboración mostró una curva ascendente.

El crecimiento constante de las exportaciones se explica no solo por la demanda externa, sino por el desarrollo de toda una economía de pequeña producción mercantil en la cual participaban miles de productores directos, comerciantes e intermediarios que financiaban la cosecha por adelantado, y recueros que transportaban la producción hacia el puerto de exportación principal, Puerto Plata.

Las características de la producción del tabaco permitían una incorporación relativamente fácil del campesinado al cultivo del mismo. La posibilidad de acceso a la tierra, la baja inversión de capital que requería el cultivo del tabaco y la forma primitiva y rudimentaria de su producción hizo de ese cultivo la actividad económica más importante del norte del país.

La siembra del tabaco se realizaba en pequeñas y medianas propiedades, lo que permitió el desarrollo de un campesinado no sujeto a la explotación que existía en la zona ganadera. La estructura de la propiedad agraria que se creó fue diferente a los latifundios ganaderos que se desarrollaron en el este, y a las grandes extensiones boscosas para el corte de madera en el sur. En la región Norte se desarrollaron las pequeñas propiedades agrícolas cultivadas por pequeños productores independientes.

El tabaco se producía para la exportación a Alemania, Estados Unidos, Francia, Holanda y para el consumo local en andullos y cigarrillos de uso generalizado entre el campesinado. Esta

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actividad económica también se vinculó al desarrollo de varias industrias doméstico-rurales como es la confección de serones para el transporte del tabaco, la industria textil para la con-fección de cuerdas, hilos, hamacas, sogas y la industria de los recueros que hacía el transporte del tabaco de Santiago a Puerto Plata.3

Pedro Francisco Bonó, describe el dinamismo de la produc-ción tabaquera en el siguiente párrafo:

…por doquier cruzan tongos, serones y pacas de tabaco; por doquier veo los almacenes atestados de esta hoja y a un enjambre de trabajadores de ambos sexos, apar-tando, enmanojando, pesando y enseronando. Veo a las tiendas atestadas de compradores, llegan y desaparecen los surtidos…*

Utilizando las cifras de exportación provenientes de varias fuentes, hemos logrado construir el cuadro 2 y la gráfica 2, sobre las exportaciones de tabaco desde 1844 hasta 1868.

Cuadro 2Exportación de tabaco 1844-1868

Años Exportaciones (libras)

1844-1845 30,000.00

1845-1846 34,000.00

1846-1847 28,000.00

1851 65,000.00

1855 50,000.00

1856 55,000.00

3 Luis Álvarez-López, Dieciséis Conclusiones Fundamentales de la Anexión y la Guerra de la Restauración (1861-1865), Santo Domingo, Editora Argos, 2005, pp. 33-37.

* Ernesto Sagas y Orlando Inoa, The Dominican People. A Documentary History, Nueva Jersey, 2003, p. 107.

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Fuentes: Manfred Wilckens, «Hacia una teoría de la Re-volución» (2), Ciencia y Sociedad, vol. 4, octubre-diciembre 2000, Instituto Tecnológico de Santo Domingo, pp. 427-465. Roberto Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, vol. 2, pp.19-20.

Gráfica 2Producción y exportación de tabaco 1844-1868

140,000

(Libras)

120,000

100,000

80,000

60,000

40,000

20,000

0

123,000

67,000

30,000 30,00030,000

70,00080,000

55,00050,000

65,000

28,000

1844-1845

30,000

1845-1846

1846-1847

1851 1855 1856 1860 1861 1862 1863 1866 1867 1868

34,000

Años

Años Exportaciones (libras)

1860 80,000.00

1861 70,000.00

1862 30,000.00

1863 30,000.00

1866 30,000.00

1867 67,000.00

1868 123,000.00

Cuadro 2Exportación de tabaco 1844-1868 (continuación)

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Tenemos algunas cifras sobre las exportaciones de otras maderas y producto hacia Europa y otros mercados, durante el 1848. El cuadro 3 y la gráfica 3 muestran estas exportaciones.

Cuadro 3Exportación de otras maderas 1845-1846

Maderas Exportaciones (libras)

Palo mora 679,617

Campeche 6,000

Guayacán 170,000

Resina de guayacán 28,518

Fuente: Roberto Marte, Estadísticas y Documentos Históricos de Santo Domingo 1805-1890, p. 84.

Gráfica 3Exportación de otras maderas 1845-1846

La estructura económica y social de la República Dominicana era bastante diferente a la de Cuba y Puerto Rico. La economía pre-capitalista de subsistencia, la pequeña producción agrícola, la ganadería, los cortes de madera y la producción de tabaco

800,000

600,000

400,000

200,000

0

679,617

6,000

170,000

28,518

Palo de Mora Campeche Guayacán Resina de Guayacán

L i b r a s

Tipos de Madera

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para exportación, era lo que prevalecía. La combinación de una agricultura atrasada basada en primitivos instrumentos de producción como la coa y el machete y un sistema de tenencia de la tierra que le daba acceso a la misma a gran parte del campesinado. Terrenos comuneros, y la existencia de una población pequeña constituyeron obstáculos insuperables para el surgimiento de una economía de plantación en el período posterior a la Revolución haitiana. La independencia política de la República Dominicana y el surgimiento del Estado domi-nicano no varió en lo absoluto esta situación.

Las condiciones descritas condujeron al campesinado a inte-grarse lentamente a la economía de mercado. La carencia de un sistema eficiente de transportación, débil integración al mercado internacional, la carencia de capitales y de un mercado nacional, explica por qué la economía dominicana era más atrasada que la de Cuba y Puerto Rico.

El sistema de plantaciones se desarrolla en forma tardía durante el siglo XIX en la sociedad dominicana y sin la existencia de la esclavitud. La Guerra de los Diez Años, en Cuba y su im-pacto sobre la industria azucarera llevó a una gran migración de sectores de la burguesía criolla cubana hacia la República Dominicana. Estos nuevos inmigrantes cubanos contribuyeron al surgimiento de la moderna industria azucarera en el país.

Estos impedimentos estructurales hicieron tardío el desarrollo del sistema de plantación en la República Dominicana, la estruc-tura social que lo acompañó y la incorporación tímida y tardía del país al mercado internacional. De igual manera la diversi-ficación de su fuerza de trabajo ocurrió a finales del siglo XIX cuando inmigrantes de las islas vírgenes, de Puerto Rico y Haití, se incorporaron en la emergente industria azucarera.

Cuba y Puerto Rico siguieron caminos similares, pero dife-rentes a la República Dominicana. Ambas colonias españolas lograron una vigorosa expansión de la industria azucarera y del sistema de plantaciones en el período posterior a la Revolución haitiana. Igualmente el impacto de la Revolución haitiana fue

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diferente en ambas islas. En Cuba los inmigrantes franceses lograron introducir capitales y nuevas técnicas de producción en la industria azucarera. También llevaron el cultivo y las plantaciones de café.

Cuba reemplazó a Haití como la mayor productora de azúcar a nivel mundial alrededor de la cuarta y la quinta décadas del siglo XIX. La expansión vertiginosa de las plantaciones tuvo múltiples efectos sobre la sociedad, tales como los patrones de tenencia y uso de la tierra, la expansión acelerada de la escla-vitud negra, crecimiento demográfico de la población blanca y cambios sustanciales en la distribución de la riqueza agraria.

La producción azucarera en Cuba se inició desde el prin-cipio de la época colonial como ocurrió en Santo Domingo y Puerto Rico y durante los siglos XvII y XvIII continuó de forma modesta, pero para finales del siglo XvIII ascendía a 18,000 toneladas de azúcar marrón y blanca. Para 1810, después de la Revolución haitiana, la producción ascendió a 37,000 toneladas. La producción cubana era alrededor de un 12% del mercado en esos años. Para 1820, la misma ascendió a 70,000 toneladas y para finales de la década igualó la producción jamai-quina, justo en el momento en que ocurría la abolición de la esclavitud en dicho país.4

Como justamente señala Herbert Klein, el azúcar producido con mano de obra libre en Jamaica no podía competir con la cubana basada en mano de obra esclava.5

La ventaja competitiva de Cuba era más que evidente, colo-cándose para 1840 como el más grande productor de azúcar del mundo. Sus exportaciones representaban el 21% de la produc-ción mundial. Las próximas décadas mostraron un crecimiento

4 Michael Baud, «The Origins of Capitalist Agriculture in the Dominican Republic», incluido en Luis Álvarez-López y Apolinar Matos-González, The History of Capitalism in Dominican Republic. 1870-2004. Readings in Dominican History, New York, Linus publications, Inc. 2011, pp. 17-31.

5 Herbert S. Klein, African Slavery in Latin America and the Caribbean, cap. 5, New York and London, Oxford University Press, 1986.

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aún más espectacular y para 1870, en medio de la guerra de independencia, el producto se disparó a 702,000 toneladas, representado un 41% de la producida en todo el mundo.

Como es bien conocido, la producción azucarera cubana atravesó varias fases, empezando con la primitiva elaboración en trapiches de madera a principio de la época colonial hasta llegar a las transformaciones tecnológicas e institucionales ocurridas con la introducción de la máquina de vapor, «los aparatos modernos para la cocción y evaporación del guarapo y las mieles», la introducción de un nuevo tipo de caña y la temprana incorporación de los ferrocarriles como un esfuerzo orientado a maximizar la rápida transportación de la caña a los ingenios y la salida del azúcar hacia los puertos de exportación.

Los cambios tecnológicos por los que atravesó la industria impactaron notablemente en la producción al calor de la cre-ciente demanda externa y el impacto de las fluctuaciones de los precios internacionales, los cuales coadyuvaron a la moder-nización de la industria y a un aumento de su productividad. Estos procesos, a su vez, generaban una demanda creciente por los esclavos negros y un crecimiento de la población blanca española, lo cual diferenciaba la experiencia cubana de la del Caribe inglés.

Dos procesos merecen ser parte del análisis: uno es el de-sarrollo del latifundio azucarero, y el otro es la amenaza que provenía del aumento de la producción de azúcar de remolacha y el incremento notable de la misma que se convirtió en un peligro para la industria azucarera.

Considerando el primer proceso, es evidente que el auge de la industria azucarera coadyuvó a una transformación profunda del paisaje agrario cubano. Esta transformación ocurrió por la demanda cada vez más creciente de los ingenios por la caña de azúcar y sobre todo por la introducción y multiplicación de «los caminos de hierros», los cuales abarataron enormemente los costos de transportación de la materia prima hacia los inge-nios y luego hasta los puertos. El incremento de la producción

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28 José Abreu CArdet y LuIs ÁLvArez-López

aumentó la demanda de grandes extensiones de terrenos; en principio las tierras contiguas a los centros azucareros fueron las más valiosas. La introducción de los ferrocarriles y la com-petencia desmedida por acrecentar el producto, ante la presión de una elevada demanda externa, llevó a la expansión de los latifundios, que proveían terrenos para el sembrado de la caña, pero también madera para las cajas de exportación del azúcar y para las calderas de los ingenios.

Sin embargo, la expansión de los latifundios cañeros fue un proceso más complejo, pues existían obstáculos institucionales que impedían la compra, venta y permuta de los terrenos. Estos obstáculos estaban relacionados con la propia concepción jurídica del derecho tradicional castellano, en el cual todas las tierras se consideraban realengas, es decir propiedad del Rey, en su calidad de señor de todas las cosas. El Rey utilizó esta facultad para disponer de todas las tierras de las nuevas posi-ciones de ultramar. Pero la Corona tenía el derecho de asignar esas tierras a las instituciones políticas que organizaban los nuevos territorios. Por ejemplo a los cabildos se les asignaba tierras y también a los vecinos prominentes que se establecían en un territorio. Tanto los cabildos como los vecinos recibían «mercedes de tierras», pero existieron funcionarios reales que vendían las denominadas composiciones para legalizar conce-siones territoriales previas.6

Desde los inicios de la colonización las tierras también se repartieron por los adelantados, y los cabildos. La difusión de la economía ganadera y la creación de los hatos contribuyeron al surgimiento de las haciendas comuneras. Legislaciones como la de Menéndez de Avilés limitaron los poderes de los hateros y propiciaron la creación de estancias para cultivos de subsistencia dentro de los hatos.

Pero las transformaciones de la propiedad territorial en una mercancía, capaz de comprarse y venderse se aceleraron

6 Ramiro Guerra, Azúcar y Población en las Antillas, La Habana, Instituto de Ciencias Sociales, 1970, p. 45.

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por los crecientes problemas fiscales de la monarquía, como bien señala Franklyn Knight. Precisamente, la autorización a la venta de tierras por funcionarios reales y por los cabildos fueron esfuerzos para acumular recursos para la Corona, siempre hambrienta de dinero. La insolvencia de ésta se convirtió en la mejor aliada de los dueños de ingenios para el surgimiento de un mercado de la tierra. Pero la posesión de la tierra no era suficiente para las nuevas plantaciones surgidas después de la Revolución haitiana de1794, pues el acceso a la madera de los bosques estaba prohibida por la Corona que privilegiaba el uso de esta para la construcción de los barcos en La Habana. El desarrollo de las plantaciones y su apetito voraz por tierra y bosques se veían obstaculizados por la preservación de estos últimos para uso exclusivo de la industria de astilleros de La Habana.

La Sociedad Económica de La Habana jugó un papel crucial en promover la adopción de un nuevo sistema de posesión de la propiedad territorial, pero el empobrecimiento de la monar-quía y el interés de funcionarios de la sociedad, como Luis de Las Casas y Arragori y Alejandro Ramírez, contribuyeron a una transformación del sistema de propiedad territorial.

La Corona aprobó una real cédula (1800) para la ruptura de los señoríos hereditarios de grandes extensiones, que permitía la posesión legal de los mismos. Siguiendo esta legislación muchas de sus tierras fueron puestas a la venta sin mayores consideraciones. Posteriores decretos de 1815 y 1816 permi-tieron a los terratenientes, dueños de ingenios y de otras propiedades, el derecho de parcelar, vender, alquilar y utilizar las tierras sin ninguna intervención legal de la monarquía.7

Los efectos inmediatos de estos cambios fueron la compra y venta especulativa de las tierras. El valor de las mismas aumentó desmesuradamente, en ocasiones, cinco veces mayor que su valor

7 R. Guerra, Azúcar y Población..., pp. 45-56. Véase también Historia de Cuba. La colonia: Evolución socioeconómica y formación nacional, de los orígenes hasta 1867, Instituto de Historia de Cuba, La Habana, 1994, pp. 126-127.

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original a finales de 1790. A medida que la frontera azucarera se alejaba de La Habana, los precios de las tierras aumentaban aún más. La plantación se movió hacia Matanzas, donde el valor de las tierras aumentó excesivamente. No cabe duda de que se creó un mercado de estas; capitalistas criollos empe-zaron a especular con las mismas, al igual que instituciones. Algunas medidas estimularon el mercado como por ejemplo la exención del pago de impuesto de alcabala. Los dueños de ingenios protegieron los bosques como la fuente principal de madera para los ingenios. La deforestación vino después con la introducción de los ferrocarriles y una mayor modernización de los ingenios.

Los ferrocarriles se introdujeron en el período de cambios tecnológicos sustanciales en la plantación azucarera. En 1838 se instalaron los primeros en las áreas rurales, lo que hizo de Cuba el primer país latinoamericano que usó esta nueva tecnología. El impacto de los ferrocarriles fue en extremo positivo para la industria azucarera, pues logró maximizar sus ganancias al reducir los costos de transportación y liberar mano de obra esclava para ser usada en otras tareas. La susti-tución acelerada de los bosques por campos de caña resultaba más gananciosa para los ingenios, porque podían importar las maderas para el combustible y el carbón mineral. La gráfica de la página siguiente muestra el crecimiento de las vías ferroviarias en Cuba y en otros países.

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Gráfica 4Vías férreas instaladas en Cuba

Comparación con otros países 1831-1861 (en kilómetros)

Fuentes: P. Bairoch, Revolución industrial y subdesarrollo, p. 367. y R. T. Ely, Cuando reinaba su majestad el azucar, p. 635.

La industrialización de azúcar de remolacha fue la otra ame-naza para la producción azucarera cubana. Debemos recordar que las posibilidades para la obtención masiva del azúcar de remolacha, fueron avanzadas por el químico prusiano Marggraf, quien en 1747 en un informe a la Academia Real de Ciencias y Literatura, de Berlín mostró que varias clases de raíces de remolacha contenían azúcar y que esta podría ser extraída. Estos esfuerzos fueron proseguidos por Achard, quien empezó a experimentar con las raíces de remolacha en su propio establecimiento. El rey Federico Guillermo quedó tan impre-sionado con los resultados que destinó tierras de la Corona para continuar los experimentos; proveyó subsidios para la creación de plantas elaboradoras y ofreció premios a quienes produjeran más de veinte toneladas de este tipo de azúcar.

A finales del siglo XvIII en Francia, Napoleón Bonaparte, durante el bloqueo continental puso toda la influencia del

1831 1851 1861

60000

50000

40000

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20000

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0

Estados Unidos

Gran Bretaña

Alemania

Francia

Belgica

Cuba

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Estado para lograr la producción de azúcar de remolacha en grandes cantidades. La imposición de altas tarifas de importa-ción al azúcar de caña de las Antillas, y el apoyo gubernamental fueron suficientes para que la industria se extendiera por toda Europa.

A partir de ahí la producción de azúcar se expandió por Francia y el sur de Alemania. Después de la caída de Napoleón, la industria logró un mayor avance; pues se abarataron los costos de fabricación. Esto hizo posible un aumento vertiginoso de la producción, convirtiéndose en una competencia y una amenaza para la producción azucarera de Cuba y otros países caribeños. Para 1830, Francia tenía 200 fábricas de azúcar de remolacha; el número aumentó a 300 en 1857.8

Gráfica 5Producción azucarera mundial de

caña y de remolacha 1830-1870 (toneladas métricas)

Fuente: Manuel Moreno Fraginals, El ingenio: complejo económico social cubano del azúcar, vol. III, Apéndice Estadístico.

8 R. Guerra, Azúcar y Población..., pp. 220-221.

1,400,000

1,200,000

1,000,000

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200,000

1845 1850 1855

Caña

Remolacha

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Las reformas ilustradas de Carlos III, así como la ocupación de La Habana por los británicos y el desarrollo de los propietarios de ingenios azucareros, son otros factores que contribuyeron al desarrollo de la economía exportadora. En especial el último factor, pues este grupo constituía la burguesía esclavista criolla comprometida con una visión y una consciencia colonial de la cubanidad. Este grupo veía la esclavitud como un mal necesario, el cual eventualmente había que superar con un incremento vertiginoso de la población migrante blanca. Y así ocurrió. No solamente hubo un aumento acelerado de la población negra esclava, sino también de la población blanca.

Entre los años 1775 y 1883, el número de habitantes de la isla se elevó de manera considerable, pero la composición étnica también varió. En 1775, la población de la isla ascendió a 171,500 personas. Del total, 96,400 eran blancos; 36,000 eran personas de color y 38,900 esclavos africanos. Un número cre-ciente de estos esclavos era recién importado, lo que fue una práctica que se acentúo a medida que la frontera de la plantación azucarera se expandía. El censo oficial de 1841, muestra una población de 1,007,624 personas, de las cuales, 436,495 eran esclavos; 152,838, personas libres de color. En un período de dos generaciones, como señala Knight, la población negra se había convertido casi en la mayoría de la sociedad. De ser 23% de la población en 1774, pasó a un 43% en 1841. Este cambio demográfico que solo puede ser explicado como resultado directo de la expansión de la plantación azucarera.

Lo sorprendente de este crecimiento demográfico es que ocurrió en los momentos en que Gran Bretaña abolió el tráfico de esclavos negros, lo cual ocurrió en 1807. Este país era el más eficiente proveedor de esclavos en el Caribe.

Pero más perjudicial para la clase dominante cubana fue el Tratado de 1817 entre España e Inglaterra, en el cual España acordó poner fin a la trata de esclavos negros, a cambio de una compensación de 400, 000 libras esterlinas. A las prohibiciones

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inglesas siguen los procesos de abolición de la esclavitud en las colonias inglesas en 1833, seguidas por similares procesos en Francia, Dinamarca, Holanda, Venezuela y Perú. Solo Cuba, Puerto Rico, Brasil y Estados Unidos mantenían el régimen esclavista.

La carencia de fuerza de trabajo fue parcialmente solucio-nada con la inmigración de canarios y gallegos, posteriormente con indios yucatecos y coolies chinos.9 La gráfica 6 muestra la población de Cuba en 1846.

Gráfica 6Población de Cuba 1846

La crisis económica de 1857, resultado de una caída brusca de los precios internacionales del azúcar, llevó a que los pro-ductores de azúcar cubanos orientaron sus esfuerzos a las reformas de los aranceles y las tributaciones españolas, las cuales

9 Las informaciones sobre población e inmigración provienen de Franklyn W. Knight, Slave Society and Cuba during XIX Century, pp. 22-23 y de Historia de Cuba, de Ramiro Guerra, pp. 360-368.

Fuente: Franklyn W. Knight, Slave Society in Cuba during Nineteenth Century. Madison Milwaukee & London. The University of Wisconsin, 1970, pp. 22-23.

Blancos 425,767

Negros Libres 149,226

Esclavos 323,759

Total: 898,752

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se convirtieron en impedimentos para el desarrollo de la industria. Estos esfuerzos culminaron en la convocatoria de la Junta de Información.

La producción tabacalera constituía la otra producción im-portante de la economía criolla, la cual se consideraba más cubana que la azucarera. Como es bien conocido su producción se inicia durante la época colonial. La producción tabacalera surgió de la práctica del cultivo para uso en las estancias, dentro de las haciendas.

Pero también surgió en contraposición al latifundio gana-dero que en La Habana despojó de sus tierras a los vegueros. Esto profundizó el proceso de colonización agrícola hacia el interior, difundiéndose el cultivo del tabaco a lo largo de la ribera de los ríos, cuya producción fue paulatinamente acre-centándose conforme la demanda interna y externa también aumentaba.

La rápida proliferación del uso del tabaco en Europa y el aumento de su consumo en las diferentes regiones del mundo lo convirtió en mercancía envidiable por su fácil traslado, la baja inversión de capital que requiera su proceso de pro-ducción y el poco trabajo que exigía el cultivo de la planta y la manipulación de la hoja. Estas razones contribuyeron a su rápida difusión en Cuba, durante el siglo XvII.

Como señala Ramiro Guerra, el veguerío creció dentro las haciendas y a expensas de las haciendas comuneras, sumán-dose a los demás factores que favorecían la disolución de los latifundios ganaderos. Ya a finales del siglo XvII, el tabaco representa, con el ganado y el azúcar, uno de los pilares de la economía cubana.10

Fue Fernando Ortiz con sus clásicos trabajos sobre la so-ciología del tabaco y el azúcar quien nos iluminaría sobre las

10 R. Guerra, Historia de Cuba, p. 56. Julio Le Riverend, Historia Económica de Cuba, Cap. XII, Barcelona, Ediciones Ariel, 1972.

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contradictorias implicaciones sociales, económicas y hasta am-bientales de la producción del tabaco y la caña. Señala Ortiz:

[...]pueden comprenderse fácilmente las grandes tras-cendencias sociales del tabaco y del azúcar en Cuba, derivadas de las diferentes condiciones de sus respectivos cultivos. Hay un notable contraste entre la explotación de la vega productora y la de la hacienda azucarera, sobre todo del ingenio moderno. Al tabaco se debe, en Cuba, un género de vida agrícola peculiar. No hay en las vegas ni vegueríos la gran concentración humana que en los bateyes azucareros. Esto se debe a que el tabaco no requiere maquinaria alguna; no necesita ingenios ni voluminosas elaboraciones físico-químicas, ni sistemas ferroviarios de transporte. La vega es un vocablo de la geografía, el ingenio es una voz de la mecánica. En la producción del tabaco predomina la inteligencia; ya hemos dicho que el tabaco es liberal cuando no revolucionario. La del azúcar ya se sabe que es conservadora cuando no absolutista. La producción del azúcar fue tierra de capitalismo por su gran arraigo territorial e industrial y la magnitud de sus inversiones permanentes. El tabaco, hijo del indio salvaje en la tierra virgen, es un fruto libre, sin yugo mecánico, al revés del azúcar, que es triturada por el trapiche. Ante todo, el cultivo del tabaco se hizo en las tierras mejores, sin supeditarse a la indispensable inamovili-dad de una gran planta industrial, que seguía plantada aún después de haberse empobrecido por ella todas las tierras a la redonda. Esta creó el ingenio, que antaño fue cuando menos un caserío y hoy día es una ciudad. La vega no pasó nunca de ser un sitio rural, como una huerta. La vega no formó latifundio y fomentó la pequeña propiedad. Para el ingenio se requería una

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hacienda; para la vega bastaba una estancia. Los dueños de ingenios se llamaron hacendados y moraron en las ciudades; los de las vegas quedaron en vegueros, mon-teros, sitieros o guajiros y no salieron de los bohíos.11

El cultivo del tabaco fue una actividad de campesinos blancos y mulatos libres, con un uso limitado de los esclavos negros. Diferente a la producción azucarera, cuya fuerza de trabajo mayoritaria eran los esclavos negros. El área de producción se concentraba en Pinar del Río, San Cristóbal, Villa Clara, Manzanillo, Bayamo, Jiguani, Santiago de Cuba y Guantánamo. El número de fincas se incrementó como también la pro-ducción de tabaco como se puede apreciar en el cuadro 2 y la gráfica 2.

El impacto de la Revolución haitiana también se hizo evi-dente en la producción cafetalera. Los inmigrantes franceses con capitales, tecnología y experiencia contribuyeron a la expansión de su producción. Los mercados internacionales ya conocían las exportaciones de café de Haití, Jamaica, Brasil, Puerto Rico, y ahora Cuba se sumaba al grupo de países ex-portadores. El café era conocido en Cuba, pero no constituía un producto de venta a otros países, más bien se consumía localmente. Partiendo de una posición de no experimentado en la actividad, para 1810 las exportaciones ascendieron a 14,000 toneladas métricas y en 1820 llegaron hasta la cifra de 20,000 toneladas. Para la década de 1830, existían 2,000 plantaciones de café y empleaban 50,000 esclavos. Así, Cuba se convirtió en uno de los países líderes en la exportación de café rivalizando con Jamaica.12 La gráfica 7 muestra la producción agropecuaria por regiones.

11 Fernando Ortiz, Contrapunteo Cubano del Tabaco y el Azúcar, La Habana, 1940, Empresa Consolidada de Artes Gráficas, 1963, pp. 50- 51.

12 F. W. Knight, Slave society..., p. 93.

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Gráfica 7Valor de la producción agropecuaria de Cuba en 1827

por zonas, a precios de 1860 (en porcentaje)

El aumento en la producción de azúcar, tabaco, café, y el surgimiento de las exportaciones hacia los Estados Unidos condujo a una contradictoria y compleja situa-ción en el Caribe hispano. El acceso al mercado exterior norteamericano fue un proceso histórico complejo ligado a varias importantes causas: la ocupación de La Habana por Inglaterra (1761-1762), y las revoluciones norteame-ricana de 1776 y la de Haití de 1796, y la liberalización del comercio para Cuba y Puerto Rico.13

El mercado norteamericano, generó una situación de doble dependencia colonial, pues ambas islas eran colonias de España

13 Anton L. Allahar, «The Cuban Sugar Planters, 1790-1820: The Most Solid and Brilliant Bourgeoisie Class in all Latin America», en Verene Shepherd y Hilary McD. Beckles, Caribbean Slavery in the Atlantic World, Nueva Jersey, Marcus Wiener Publisher, 1999, p. 220.

Fuente: J. María del Carmen Barcia, Gloria García y Eduardo Torres Cuevas, Historia de Cuba desde los orígenes hasta 1867. La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 2002, Apéndice estadístico.

Cuba

Oriente

Puerto Príncipe

Centro

Occidente

Tabaco

Café

Azúcar

0 10 20 30 40

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en el aspecto político y, en lo económico, del mercado nor-teamericano.

Desde el punto de vista político, la experiencia dominicana es sustancialmente diferente de la cubana y puertorriqueña. La República Dominicana logró su independencia política de Haití (1844), país situado en el lado occidental de la isla, y deter-minado a recuperar su antigua posesión frustrando el proceso independentista. La clase dominante local consistía en una élite conservadora, entreguista, carente de conciencia nacional y de una pronunciada identidad blanca. Los hateros, cortadores de madera y grandes propietarios encarnaban esta clase social. Desde antes de la independencia, ellos conspiraron para anexar el país a cualquier imperio caucásico usando como excusa la guerra contra Haití.

La República Dominicana no era una colonia de España, como Cuba y Puerto Rico, era más bien una república inde-pendiente, con un sistema democrático formal y una estructura económica similar a una colonia. El atraso de la estructura eco-nómica, la mentalidad colonial de la clase dominante y sus contradicciones políticas, su perspectiva discriminatoria y racista, más la existencia de Haití en el lado occidental de la isla con su ejemplo anti-esclavista e igualitario, ayuda a explicar por qué esta clase aspiraba siempre a un retorno del régimen colonial.

El desarrollo del sistema de plantaciones en la República Dominicana condujo a cambios significativos en la estructura social del país. Una clase dominante nativa y empresarios extranjeros constituyeron el núcleo de la emergente burguesía, la cual se desarrolló alrededor de la producción azucarera en el este y del tabaco en Santiago. Estos cambios económicos llevaron a un tímido proceso de semi-proletarización en un vasto conglomerado de campesinado independiente y semi-independiente. Un gran número de estos campesinos estaban envueltos en relaciones pre-capitalistas, con acceso esporádico a mercados regionales y un sistema de tenencia de tierra bajo

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constante presión de la nueva legislación modernizante que se estaba implementando durante el período.

Las transformaciones económicas tuvieron gran impacto sobre las clases bajas de las zonas rurales. Una intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo condujo a nuevos mecanismos de control de la fuerza de trabajo, tales como las leyes contra la vagancia y el desarrollo del sistema de peonaje.

La inmigración de nueva fuerza de trabajo hacia el Caribe hispano, fue uno de los mecanismos que se utilizó para suplir la enorme demanda de trabajo a través de la región, especial-mente en el período posterior a la abolición de la esclavitud en Cuba y Puerto Rico. Los nuevos inmigrantes fueron coolies, puertorriqueños, jamaiquinos, haitianos, canarios, e inmigrantes de las islas Vírgenes del Caribe.14

En este contexto económico y social las fuerzas políticas existentes a través del Caribe hispano eran las siguientes:

1. Un movimiento anexionista, el cual aspiraba a la anexión de Cuba y Puerto Rico a los Estados Unidos. En el caso domini-cano, una fracción de la clase dominante aspiraba también a la anexión del país a otro imperio. La diferencia del caso dominicano con Cuba y Puerto Rico, lo era el hecho de que el control político era ejercido por la clase dominante local, no por grupos extranjeros. Además, Cuba y Puerto Rico tenían acceso al mercado norteamericano, proceso que ocurriría en forma tardía en la República Dominicana.

2. Una tendencia autonomista que aspiraba al establecimiento de un régimen autonómico en Cuba y Puerto Rico, repre-sentación parlamentaria y la abolición de la esclavitud con reparación económica para los dueños de esclavos. En el caso de la República Dominicana, no existía semejante

14 J. María del Carmen Barcia, Gloria García y Eduardo Torres Cuevas, Historia de Cuba: Las luchas por la independencia y las transformaciones estructurales. 1868-1898. La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1996, pp. 209-215.

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corriente política porque no era una colonia de España y la esclavitud había sido abolida.

3. El movimiento independentista aspiraba a la ruptura del pacto colonial y al establecimiento de naciones indepen-dientes. La aspiración a la emancipación de Cuba y Puerto Rico fue siempre uno de los objetivos más importantes de Ramón Emeterio Betances, pensando también en la posibi-lidad de una federación antillana. En el caso dominicano, existía una tendencia nacionalista-liberal, la cual buscaba el mantenimiento de la independencia y la creación de un orden democrático dentro de una federación antillana.

Este es el caso de Gregorio Luperón, de Dominicana y Antenor Fermín, de Haití.15

La estructura económica y el sistema político estaban inmersos en un orden internacional hegemonizado por los imperios del norte del Atlántico. El Caribe era la región donde confluían y se enfrentaban los intereses imperialistas como resultado de la localización estratégica de la región en el mar Caribe, con acceso al golfo de México y al océano Atlántico.

Inglaterra, Francia y España mantenían una alianza coyun-tural y una común perspectiva contra la expansión territorial estadounidense en el área. Inglaterra favorecía la preservación del statu quo para mantener la hegemonía comercial en la región, los otros dos imperios coloniales aspiraban a la expan-sión colonial como se hizo evidente en el caso de México y la República Dominicana.

15 Haroldo Dilla y Emilio Godínez, Ramón Emeterio Betances, La Habana, Casa de las Américas, 1983, p. 345.

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sAnto domIngo, CubA y puerto rICo

en eL ConteXto InternACIonAL

Cuba y Puerto Rico eran colonias españolas desde el siglo dieciséis, y la República Dominicana logró su independencia de Haití en 1844, iniciándose una relación poco conocida entre las colonias españolas y el emergente estado libre. Estas relaciones deben analizarse dentro del contexto de la política exterior espa-ñola enfocada al Caribe y, particularmente, a Santo Domingo, y también de la política expansionista norteamericana hacia la región, en especial la República Dominicana, al igual del papel que jugó Haití en el período. También es importante tener en cuenta la visión y las prácticas políticas de los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico que entendían que ambas co-lonias estaban asediadas por múltiples enemigos, tales como, abolicionistas, separatistas, autonomistas, y por la República de Haití que aspiraba a promover levantamientos de esclavos con la finalidad de crear un imperio negro en el Caribe.

A partir del surgimiento de la primera república en 1844, la política exterior española hacia Santo Domingo se va a caracterizar por lo que hemos denominado la política del desinterés mani-fiesto, es decir, el rechazo a la solicitud de mediación, protección y reconocimiento del joven Estado dominicano por parte del Estado español. Dicha política se basaba en considerar a la República Dominicana «como un mal para nuestras Antillas.

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considerando no las ventajas que podemos sacar de ellas, sino los males que podemos evitar».1

Esta visión de «negligencia desdeñosa» contra la República Dominicana fue explicitada por Fernando Norzagaray, capitán general de Puerto Rico, cuando señaló:

[…] De la República Dominicana nada tenemos que temer, ni tampoco esperar, por más que sus simpatías estén en nuestro favor y no quiera por sí misma causar-nos el menor perjuicio, ni que sus trastornos alcancen a esta antilla y la de Cuba, puesto que la imposibilidad en que se encuentra de poder subsistir por si sola, no le será fácil contener el resultado de las consecuencias que allí puedan sobrevenir, como V. E. conocerá desde luego, pues hallándose en la necesidad de tener que buscar un apoyo para ponerse al abrigo de las acechanzas de su constante enemigo el imperio de Haití[…]2

A pesar de esta visión negativa sobre el embrionario Estado dominicano, desde sus inicios, los capitanes generales de Puerto Rico y Cuba prestaron meticulosa atención a los asuntos de la emergente república al igual que a los de Haití. Una correspon-dencia del Conde de Mirasol, capitán general de Puerto Rico al Secretario de Ultramar, de fecha 20 de mayo de 1844, señala que:

Se me ha presentado uno de estos comisionados llamado Don Pablo Castillo, natural de Canarias y establecido desde años en Santo Domingo, con la pretensión de que la capitanía general auxiliara los movimientos verificados en aquella isla y asegurando que la sola presentación de un buque de guerra con alguna fuerza disponible

1 L. Álvarez-López, Dieciséis Conclusiones Fundamentales..., pp. 19-26. 2 Emilio Rodríguez Demorizi, Relaciones Dominico-Españolas, Santo Domingo,

Editora Montalvo, 1955, p. 138.

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bastaría para que arbolara el pabellón de Castilla y volviera aquella parte de nuestros antiguos dominios a la obediencia de S. M.

La respuesta del Conde de Mirasol ante tan atrevidas pro-puestas fue que la capitanía general no tenía instrucciones para obrar en casos semejantes ni las fuerzas marítimas para enfrentar esta situación.3

Pablo del Castillo, fue mucho más lejos en sus atrevidas propuestas, pues era de opinión que España debía tomar a Samaná antes que lo hicieran los franceses. De manera que, inmediatamente después del nacimiento de la independencia de la República Dominicana, la capitanía general de Puerto Rico estaba recibiendo información sobre la posibilidad de una expansión del dominio colonial hispano hacia la media isla de Santo Domingo y sobre posibles contradicciones con uno de sus aliados principales, Francia.4

Los gobernadores de Cuba y Puerto Rico no descartaron la posibilidad de una intervención militar a Santo Domingo, sin embargo, las autoridades de Madrid recomendaban seguir un curso diplomático. La posibilidad de una intervención directa no era tan fácil como resultado del conjunto de fuerzas inter-nacionales que incidían sobre el Caribe y, específicamente, en la República Dominicana. Los imperios del norte de Europa: España, Francia e Inglaterra tenían políticas exteriores defi-nidas hacia la región y también tenían colonias en el Caribe hispano e intereses en Santo Domingo.

En el caso de los Estados Unidos, tanto la Unión como la Confederación tenían sus miras puestas en el Caribe hispano. Su política exterior era también la preservación del statu quo, es decir, el control de las colonias por España, (impidiendo que fuera controlada por otro imperio más poderoso) hasta que

3 E. Rodríguez Demorizi, Relaciones..., p. 9. 4 Ibídem, pp. 14-15.

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ocurriera una coyuntura ideal para que el joven imperio del norte estuviera en condiciones de apoderarse de Cuba y Puerto Rico.5

La independencia del nuevo Estado, situado estratégica-mente entre Puerto Rico y Cuba, en el lado este de la antigua isla Española, y la agravante de la existencia de Haití en el lado oeste de la isla, con su prédica radical anti-esclavista y su secular empeño por reconquistar la parte este de la isla, creó una situación inédita en el Caribe hispano que fue motivo de innumerables reflexiones de los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico.

Las respuestas de los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico ante tan compleja coyuntura, de acuerdo a Cordero Carrillo, estuvo condicionado por tres consideraciones básicas:

1. El tono agresivo y belicoso que exhibía Haití hacia sus vecinos españoles y esclavistas,

2. Los movimientos abolicionistas y republicanos de los ingleses en el Caribe,

3. Los movimientos imperialistas de los Estados Unidos.6

En los meses posteriores a la independencia de la República Dominicana, circularon rumores y noticias de sublevaciones en Puerto Rico. Las autoridades españolas pensaron en la po-sibilidad de un levantamiento general que pusiera en peligro la posesión de la isla. De ahí que la Corona dictó una orden real al gobernador de Puerto Rico en el sentido a que propusiera al gobierno central los medios necesarios para el sostenimiento de la isla. El gobernador de Puerto Rico, Rafael Aristegui, Conde

5 Luis Martínez-Fernández, Torn between Empire, Economic, Society and Pattern of Political Thought in the Hispanic Caribbean, 1870-1878, pp. 20-23.

6 Francisco Febres-Cordero Carrillo, La Anexión y la Restauración Dominicana desde las filas españolas. Cuba y Puerto Rico como regiones geopolíticas del impe-rialismo en el Caribe del siglo XiX, Doctoral Diss, VMI, Microform 3305733, ProQuest LLC, Ann Arbor, Michigan, 2008, p. 80. Citado en lo adelante como Anexión y Guerra.

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Mirasol, «miraba con recelos a sus vecinos dominicanos y haitianos. Los consideraba dignos de ser tomados en cuenta por el peligro que representaban en consideración a las maqui-naciones que se urdían en diferentes puntos de estas islas, ya poniendo en movimiento la gente de color como ha estado sucediendo en Cuba».7

Para conjurar estos peligros el Conde de Mirasol propuso un plan consistente de cuatros puntos:

1. Aumento de los destacamentos en la parte oeste de la isla y el proyecto de un nuevo cuartel de dos mil plazas en Mayagüez.

2. Impulsar la industria y el comercio como medio de ganarse la clase acomodada.

3. El reconocimiento de Haití y el nombramiento de un cónsul desde donde se pudieran vigilar las tramas de este país

4. La creación de un colegio central para todos los jóvenes de la isla, de manera que se promoviera la lealtad al estandarte castellano.8

Similares preocupaciones también eran compartidas por las autoridades coloniales de Cuba. Para fines de 1840, la junta de autoridades de Cuba, encabezada por el gobernador y el co-mandante del apostadero de La Habana pensaba que Estados Unidos, había llegado a una edad viril de su vida republicana. La guerra con México y la adquisición de Texas mostraban sus crecientes aspiraciones anexionistas», poniendo en peligro a Cuba.9

Primo de Rivera, comandante general de la armada española en el seno de México y el Caribe consideraba que…el ene-migo era Estados Unidos, que seducía a los latinoamericanos a unirse a un sistema federal, tal como lo venía haciendo con algunas zonas mejicanas. Pero también se preocupó por los

7 F. Febres-Cordero Carrillo, Anexión y Guerra..., p. 78.8 Ibídem, p. 84.9 Ibídem, p. 112.

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enemigos interiores de España en las colonias, los cuales estaban controlados por el «desarrollo económico y el miedo que tenían a la raza negra».10

La preocupación hacia Haití se incrementó, en los inicios de la independencia de la República Dominicana, cuando el presidente haitiano Jean Louis Pierrot promulgó un decreto en el que estableció un bloqueo comercial contra el nuevo Estado. Los españoles interpretaron esta medida como una legalización de la piratería haitiana contra los buques espa-ñoles y parte de los planes para proyectos de invasión a Cuba y Puerto Rico.11

Las rivalidades imperiales se manifestaron desde el principio, no solo entre los imperios europeos, que actuaban regularmente en un frente común oponiéndose a las políticas de expansión de los Estados de la Unión y la Confederación, sino también con la media isla de Haití, la cual aspiraba a reconquistar la República Dominicana, no reconociendo la emancipación del nuevo Estado en el lado este de la antigua isla Española.

El mayor interés de España, durante estos años, fue la pre-servación del statu quo en el Caribe hispano, asegurando el control de sus «perlas de las Antillas», Cuba y Puerto Rico. Para la preservación de sus colonias, España entra en una política de alianza coyuntural con Francia e Inglaterra para mantener a raya la expansión norteamericana en el Caribe, y a su vez los intentos haitianos de promover la libertad de los esclavos y la independencia de las Antillas españolas. Los impulsos impe-rialistas hacia el Caribe hispano provenían tanto de la Confe-deración como de los Estados de la Unión. El interés por Cuba de los estados confederados se originó de sus aspiraciones por crear un imperio caribeño esclavista, el epicentro del cual sería la más grande de las Antillas, donde había abundancia de tierras y de esclavos a bajos precios, y excelentes terrenos agrícolas.

10 F. Febres-Cordero Carrillo, Anexión y Guerra..., p. 116.11 Ibídem, p. 95.

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Otras motivaciones surgían por la posibilidad de expandir los territorios que poseían la «peculiar institución de la escla-vitud», como fuerza principal de trabajo. Existía también el interés político inmediato de la Confederación, de lograr la anexión de Cuba para convertirla en un estado esclavista más, de manera que pudiera lograr la hegemonía en el Congreso norteamericano.

A partir de esta visión del interés por Cuba se acrecientan las expediciones de Narciso López y los múltiples intentos de adquirir a Cuba por parte del Gobierno de la Unión. Desde los esquemas del presidente James Polk, Franklin Pierce y el Manifiesto de Ostend de 1854, junto al rechazo por el secre-tario Edward Everett de la propuesta de Inglaterra y Francia para crear una convención tripartita (Inglaterra, Francia y los Estados Unidos) que garantizaría a Cuba como territorio de España «frente a los intentos de anexión de parte de los firmantes o cualquier intento de parte de otros individuos».12

A estas razones se sumaban el creciente interés norteameri-cano por la República Dominicana. Desde su declaración de independencia, los estados de la Unión habían estado enviando comisionados al país que terminaban escribiendo informes sobre las condiciones económicas, sociales, políticas y raciales del país. Sus intereses por la República Dominicana en un pe-ríodo de plena expansión territorial de los Estados de la Unión bajo los principios del destino manifiesto y, por otro lado, los múltiples fracasos de la diplomacia dominicana en Europa impulsaron un cambio en la política exterior española hacia la República Dominicana. Otras razones estaban relacionadas con la promesa de Napoleón Tercero, de reconocer la anexión

12 Luis Martínez-Fernández, Torn between Empire... Chapter 4. Philip S. Forner, A history of Cuba and its relations with the United States. From the Era of Annexatio-nist to the Outbreak of the Second War for Independence 1845-1895, vol. 2, New York, International Publisher, 1963. Discute en detalle todos los esquemas anexionistas y las relaciones de la Convención con los anexionistas cubanos, cap. 4 - 5.

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a cambio de que España se uniera a la alianza antirrusa de la Guerra de Crimea y el sempiterno interés de Estados Unidos por Cuba, al que nos hemos referido.13

La política exterior española de no reconocimiento a la República Dominicana, la no participación en la mediación conjunta junto a Francia e Inglaterra para la búsqueda de la paz frente a Haití, y los pretendidos derechos sobre la antigua parte española que todavía alegaba poseer, fueron claramente expuestos en el memorando del ministro de Estado, Calderón de la Barca, el 16 de marzo de 1854, al Presidente del Consejo de Ministros, donde señaló:

1. «Que la España no puede conceder el protectorado a la República Dominicana».

2. «Que sería prematuro y sin compensación el reconocimiento de dicha República».

3. «Que es importantísimo y urgente evitar que esta sea con-quistada por los negros de Haití o se arroje en brazos de los filibusteros americanos».

4. «Que convendría tratar esto y concertar el remedio en cuanto sea posible con las potencias amigas que tienen posiciones en ultramar».

5. «Sin destruir ni alertar las esperanzas del Comisionado Mella, en cuanto al reconocimiento de la Independencia, podía enviarse a Santo Domingo un agente oficioso que informe a este ministro y a los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico».14

Sin embargo, el Ministro de Estado, reconoce la imperiosa necesidad de «afianzar la independencia dominicana», pero en común acuerdo con las potencias que poseían colonias en el Caribe y que incidían sobre la República Dominicana.

13 L. Álvarez-López, Dieciséis Conclusiones Fundamentales..., pp. 19-24. 14 E. Rodríguez Demorizi, Relaciones..., pp. 144-145.

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Es curioso que dos de las más importantes recomendaciones contenidas en este documento provinieron del Capitán General de Puerto Rico, quien le señala a la Cancillería su opinión contraria a la protección de la República Dominicana por España, pero a favor de que se sostenga y garantice la estabilidad del país, basado en un arreglo diplomático de las naciones con intereses en las Antillas.

Esta política exterior española hacia la República Domini-cana empezó a variar conforme al interés de los Estados Unidos se acrecienta por el país. Pero la preocupación de España por Santo Domingo se valoraría en función de sus colonias de Cuba y Puerto Rico, perlas de las Antillas que debían ser protegidas contra el filibusterismo del norte y la raza negra que proviene de Haití, y también contra los abolicionistas, autonomistas y separatistas que aspiraban a la independencia de las colonias españolas.

A inicios de la década de los cincuenta, la preocupación de las autoridades coloniales españolas con referencia a Cuba y Puerto Rico se acrecentaría como resultado de los múl-tiples intentos de los anexionistas cubanos por poner fin a la dominación colonial española con el propósito de anexarla a los Estados Unidos. Algunos miembros de la burguesía criolla pensaban que la esclavitud podía ser preservada con la anexión a los Estados Unidos, y que incrementaría, además, acceso al mercado norteamericano y reduciría, probablemente, el pago de las tarifas arancelarias. El emergente imperio, representaba lo mejor de ambos mundos, gobierno democrático y la exis-tencia del sistema esclavista en el sur y en el norte.15

En la República Dominicana sería la promulgación en el Congreso Nacional del decreto del 24 de abril del 1852, sobre inmigración extranjera durante el gobierno de Buenaventura Báez, lo que dio origen a una ola de rumores sobre una po-sible inmigración norteamericana a Samaná con el objetivo

15 L. Martínez- Fernández, Torn Between Empires..., pp. 20-25.

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de organizar desde allí expediciones contra Cuba y Puerto Rico. Similar a lo que ocurrió en Texas, los inmigrantes nor-teamericanos se establecerían en la península y terminarían controlando el gobierno local, y usando este nuevo territorio atacarían a Cuba y Puerto Rico.16

Conociendo tales noticias el capitán general de Puerto Rico, Fernando Norzagaray remitió sendas correspondencias al Pre-sidente del Consejo de Ministros, de fecha 3 y 6 de septiembre de 1852, donde le señala: «...la isla de Santo Domingo que cada día se irá convirtiendo en un escollo muy erizado de peligro contra esta isla y la de Cuba de la que dista seis leguas por el oeste y diez y ocho por el este pudiendo en una noche echar una expedición sobre cualquiera de las dos».17

En la correspondencia del 6 de septiembre, el Capitán Ge-neral solicitó «el establecimiento de un agente secreto en la ciudad de Santo Domingo, ya que el estado de nuestras relaciones con ese país no consiente que tengamos un cónsul, y para ello ruego a V. E. se sirva declinar el animo de S. M. a que me autorice una persona de mi entera confianza».18

También el Capitán General se refirió a la ley de inmigra-ción promulgada en Santo Domingo, mencionando:

que esa ley va a reunir en este territorio todos los aven-tureros que hoy conspiran en los Estados Unidos contra vuestras colonias, que cuando tengan la seguridad de sobreponerse al gobierno de esa República, débil e impotente por su falta de recursos y de unidad, pedirán la anexión a los Estados Unidos de toda esa isla, y la convertirán entonces en un arsenal de guerra contra Puerto Rico y Cuba cuya prosperidad riqueza son un motivo de envidia y de enemistad para muchos...19

16 Luis Álvarez-López, Dominación Colonial y Guerra Popular, Santo Domingo, Editora Universitaria, 1986, p. 17.

17 E. Rodríguez Demorizi, Relaciones..., p. 112.18 Ibídem, pp. 111-112.19 E. Rodríguez Demorizi, Relaciones..., p. 112.

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Muchas de las informaciones le llegaban a la Capitanía General a través no solo del comerciante español Juan Abril, quien fungía como agente español, sino también del Cónsul francés en Santo Domingo, quien le informaba sobre la situación del país. Fue el cónsul Eugene Lamieussens, quien informó al Capitán General de Puerto Rico sobre los rumores de una posible invasión a Cuba. Dicha invasión se realizaría desde uno de los puertos de la República Dominicana, utilizando los inmi-grantes norteamericanos.20

La invasión a Cuba no partiría de Santo Domingo, sino desde Nueva Orleans, en lo que fue la frustrada invasión de Narciso López en agosto de 1851. El fracaso de la invasión fue solo un episodio más, en el creciente interés de la Confederación por la adquisición de Cuba. La inclinación por Cuba también provenía de los Estados de la Unión, un interés histórico que se remonta a los fundadores de la nación norteamericana. Es bien conocido el hecho de que Thomas Jefferson, durante su primer gobierno en 1801, expresó su intención sobre Cuba, considerándola como un área de vital importancia para Estados Unidos.21

El nombramiento de embajadores norteamericanos en Ma-drid, París y Londres con el propósito de iniciar negociaciones tendientes a la adquisición de Cuba, lleva a la elaboración del denominado Manifiesto de Ostend, donde se señalaba que Cuba era tan necesaria a la República norteamericana como cualquiera de sus actuales miembros. La respuesta de España ante estos hechos, tenía bien presente la política de expan-sión territorial de los Estados Unidos. El ejemplo de Tejas y la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto, estaban bien presentes en la formulación de la política exterior de España. Toda la

20 L. Álvarez, Dominación Colonial…, p. 18.21 L. Martínez-Fernández, Torn Between Empires… Para más información

sobre el temprano interés de Cuba por Estados Unidos, Véase, Louis A. Pérez, Cuba between Reform and Revolution. New York, Oxford University Press, 1995, p. 110.

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preocupación que generó la nueva ley de inmigración apro-bada en Santo Domingo, provenía del temor de los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico de que se repitiera el ejemplo de Tejas en el Caribe. En esta coyuntura ocurrió el cambio de la política exterior española, la cual pasó de una defensa de los intereses españoles basada en una alianza coyuntural con Inglaterra y Francia, a una política más beligerante en Santo Domingo y en el Caribe hispano, sin abandonar su alianza con Inglaterra y Francia.

Los capitanes generales de Puerto Rico y Cuba representaron un papel fundamental para que este cambio pudiera ocurrir. En múltiples documentos estos analizan la disyuntiva en que se encontraban los territorios coloniales de Puerto Rico y Cuba. Los Estados de la Unión con su política expansionista ponían en peligro a ambas antillas y por otro lado, Haití con su belicosa política de reconquista, negándose a reconocer la indepen-dencia de la República Dominicana también constituía un peligro para Cuba y Puerto Rico, pues su dominio en la parte del este pondría en peligro el equilibrio racial que supuestamente existía en ambas islas.

El cambio en la política exterior española con referencia a la Republica Dominicana se concretizó de la manera siguiente:

1. El envío de la misión exploratoria del historiador Mariano Torrente, 1852.

2. Nombramiento de un agente comercial de España en Santo Domingo, 11 de septiembre de 1854.

3. El nombramiento de Antonio María Segovia e Izquierdo como cónsul de España en Santo Domingo, 27 de diciembre de 1855.

4. Firma del Tratado de Paz, Amistad, Comercio, Navegación y Extradición entre la República Dominicana y España, el 18 de febrero de 1855.22

22 L. Álvarez- López, Dominación Colonial..., pp. 20-24.

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Las instrucciones al recién nombrado agente comercial español en Santo Domingo, Eduardo Saint Just, al Presidente del Consejo de Ministros de fecha 11 de septiembre de 1854 señalaban lo siguiente:

[…] el encargo que debe Usted desempeñar en la isla de Santo Domingo es el de mayor interés para la con-servación de Cuba. La situación geográfica de aquella antigua posesión española haría muy peligroso que se apoderen de ella los Estados Unidos, y las noticias últimamente recibidas demuestran que este peligro es inminente. Según dichas noticias, el 17 de julio último, fondeó en Santo Domingo la fragata anglo-americana Colombia conduciendo a bordo al general Cazneau, el cual llevaba poderes de su gobierno para hacer un tra-tado con la República Dominicana, que si bien tendría por objeto ostensible estipular ventajas reciprocas al comercio, se dirigiría, en realidad, a conseguir la ocu-pación de la magnífica bahía de Samaná, como posesión ventajosísima para hostilizar la isla de Cuba en caso de Guerra. El presidente Santana que gobierna Santo Domingo, ha dado muestras de simpatías hacia España y de su repugnancia a acoger las interesadas sugerencias de los Estados Unidos, pero, desgraciadamente, parece que algunos de sus ministros han oído a las primeras indicaciones del general Cazneau.Ha contribuido a ello la llegada a Santo Domingo del general Mella y lo descontento que se ha mostrado de la acogida que encontró en Madrid en el anterior gabi-nete, el cual no sólo negó a la República Dominicana el protectorado que solicitaba, sino que rehusó también reconocer la Independencia. El primer deber de V. en Santo Domingo es valerse de todos los medios que pueda emplear para paralizar los proyectos ambiciosos de los

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Estados Unidos, retrayendo al Gobierno dominicano de hacer las concesiones que de él se quieren recabar, procure V. reanimar la esperanza del presidente Santana y de su confianza en la España haciéndole entender que el actual gobierno de su majestad desea estrechar relaciones con la República Dominicana, que él envío de V. debe ver una prueba evidente de nuestras buenas disposiciones, y que si bien no les ofrecemos desde lue-go el protectorado, estaríamos dispuestos a reconocer la independencia de la República si el Gobierno domi-nicano quiere enviar un agente a Madrid. Exponga V., además, a dicho Gobierno cuan funesto sería, no solo para la independencia de su país, sino también para el porvenir de su raza que los Estados Unidos sentasen pie en la isla; y procure V. utilizar la influencia de los agentes consulares de Francia e Inglaterra, interesadas en poner coto a las invasiones de la Unión Norteamericana, para contrarrestar los planes ambiciosos de la misma.23

Ante la amenaza de las dos perlas de las Antillas las auto-ridades españolas contemplaron la posibilidad de retomar posesión de Santo Domingo, alegando no haber renunciado me-diante ningún acto formal al dominio sobre la parte oriental de la isla, y en el envío de la misión exploratoria del historiador Mariano Torrente a la República Dominicana y a Haití. La misión de Torrente contó con la colaboración anglo-francesa demostrando la existencia de un frente común contra la polí-tica de expansión norteamericana en el Caribe hispano.

Torrente plantea tres opciones en su libro, política ultra-marina que abraza los puntos referentes a las relaciones con los Estados Unidos, con Inglaterra y las Antillas y, particular-mente, con la isla de Santo Domingo. La primera opción era

23 L. Rodríguez Demorizi, Relaciones..., pp. 157-158.

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el retorno al añejo dominio colonial hispano, la segunda el protectorado y la tercera la independencia. El protectorado era la opción preferida de Torrente, «lo que haría a España dueña de la bahía de Samaná, para cuya protección se requiere un contingente de defensa y el establecimiento de colonias agrícolas de españoles».24

Aunque la primera opción retornó al coloniaje hispano no fue la preferida de Torrente, no dejó de considerarla dentro del marco de una acción franco-hispánica, lo cual implicaría la dominación colonial francesa sobre el lado occidental de la isla, es decir, sobre Haití, y la dominación colonial española sobre la República Dominicana. Propuesta que tendría sentido si se consideran las presiones de Francia sobre la República Dominicana para que reconociera parte de la deuda haitiana por el reconocimiento de su independencia. Torrente tam-bién fue claro en identificar los dos enemigos poderosos que por distintas vías están tratando de debilitar las colonias. Uno de esos enemigos, Estados Unidos, podía usar a Santo Domingo para atacar a Cuba. Estos dos enemigos ya habían sido iden-tificados por los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico, y representaban potenciales peligros para ambas colonias, de acuerdo con su visión.

Las relaciones dominico-españolas tomarían un dinamismo acelerado como resultado de los esquemas expansionista del presidente Franklin Pierce, quien en coordinación con William L. Mercy, secretario de Estado, envió a la República Domini-cana al tejano William L. Cazneau para firmar un tratado de reconocimiento de la República Dominicana a cambio del «arrendamiento» de la bahía de Samaná y una porción de terreno en un punto estratégico para una estación carbonera. El hecho de que Gran Bretaña y Francia se encontraban envueltas

24 Jaime de Jesús Domínguez, Economía y Política en la República Dominicana 1844-1861, Santo Domingo, Editora Universitaria, República Dominicana, 1976, pp. 121-125.

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en la guerra de Crimea, constituyó la coyuntura ideal para la política agresiva de los Estados de la Unión. Pero la política de Estados Unidos hacia la República Dominicana no se limitaba a la bahía de Samaná, sino que también aspiraba a la creación de un enclave comercial y al desarrollo de un mercado libre de los impuestos restrictivos de Cuba y Puerto Rico.25

El capitán general de Puerto Rico, Fernando Norzagaray, en carta al Presidente del Consejo de Ministros de España describe al Comisionado norteamericano como un hombre que ha hecho:

una fortuna con las compras y ventas de terrenos en Tejas, y con las provisiones que suministró al ejército invasor de México, y esta en relación amistosa con algu-nos habaneros. Por lo que varios suponen que sus idas y venidas tengan mas de especulación que de diplomacia, mas sin embargo, no falta quien crea que todo esto tenga algo de filibustero...

Más adelante en el mismo documento señala:

No sería de extrañar que Cazneau consiguiera en estos momentos, no obstante la buena disposición en que a favor de la metrópoli se encuentra el presidente Santana, sus miras de anexión de la isla de Santo Domingo a la Unión Americana, en cuyo caso como V. E. conocerá nuestra posición será muy crítica y no sería fácil pre-venir las consecuencias que con el tiempo pudiera sobrevenir por su proximidad, no favoreciendo nada a nuestros intereses cualquier tratado que se ajustara entre ambos.26

25 Luis Álvarez-López, The Dominican Republic and the Beginning of a Revolutio-nary Cycle in the Spanish Caribbean, 1661-1898, Lanham, Boulder, New York, Toronto, Plymouth, U. K, University Press of America, 2009, p. 56.

26 E. Rodríguez Demorizi, Relaciones..., pp. 159-160.

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norteAmerICAnA

Hemos vistos cómo Estados Unidos estaba interesado en la expansión territorial en el Caribe hispano, especialmente hacia Cuba. Los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico están conscientes de esta situación. Pero, además afrontaban múltiples amenazas en lo que se consideraba «la frontera más occidental de España». Estas amenazas, tal y como eran descritas por estos funcionarios españoles, provenían de Haití, en su secular empeño por la liberación de los esclavos del Caribe hispano; de Estados Unidos interesado en la República Domi-nicana como trampolín para invadir a Cuba y Puerto Rico; de los abolicionistas ingleses y caribeños y, por último de fuerzas sociales internas, las cuales se habían organizado para lograr la independencia, la anexión a Estados Unidos; buscaban en otros casos la autonomía y estaban a la espera de las prometidas leyes especiales.

Los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico recibían información detallada sobre lo que ocurría en Santo Domingo, en Santo Tomás, Curazao, Nueva York, Washington, Savannah y Nueva Orleans. Durante los años de mayor actividades de filibusteros, España respondió creando un sofisticado sistema de espionaje, utilizó las oficinas consulares españolas a través de

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los Estados Unidos. Estas oficinas recogían informaciones sobre las embarcaciones, número de tropas, contactos en los Estados Unidos y posibles lugares de desembarco en las costas cubanas de los expedicionarios. Esta labor de inteligencia era financiada por el tesoro cubano y se entendía como un esfuerzo para pre-servar la seguridad de Cuba.1

El Gobierno español estaba muy bien informado sobre las políticas expansionistas de los Estados Unidos y de los plan-teamientos del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe, prin-cipios básico de la política exterior norteamericana hacia la región. De aquí su permanente preocupación por las colonias del Caribe hispano.

Las contradicciones inter-imperiales ocurrían también por la condición de colonias españolas de Cuba y Puerto Rico y su condición de neo-colonia de los Estados Unidos, dado el hecho de que ambas colonias dependían del mercado nor-teamericano. Desde 1765, La Habana y San Juan recibieron privilegios de negociar libremente con otras naciones amigas de España. Estas libertades se ampliaron durante las guerras napoleónicas, cuando las colonias españolas del Caribe hispano recibieron el permiso para negociar con naciones neutrales, particularmente los Estados Unidos.

Esa condición de neo-colonia fue creando una comunidad de intereses entre la clase dominante esclavista del Caribe hispano y la burguesía norteamericana. Muchos criollos veían favorable el pujante imperio del Norte por la siempre creciente demanda de sus mercados y la abundancia de capitales. No es extraño, que a pesar de la oposición de los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico, un sector de la clase dominante criolla fuera anexionista; para esta clase no existía contradicción colonial. Se estaban desarrollando como clase social, pues diferente a Santo Domingo, una economía comercial exporta-dora que se había dinamizado a partir de la Cédula de Gracias de

1 L. Martínez- Fernández, Torn Between Empires..., p. 26.

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Puerto Rico, 1815 y la Real Cédula de Cuba de 1817, más las inversiones norteamericanas y el acceso a sus mercados.2

Al igual que el de Cuba, el capitán general de Puerto Rico estaba furiosamente opuesto al tratado norteamericano de 1854 o a cualquier otra iniciativa del Gobierno norteamericano en el Caribe hispano. Ambos capitanes generales también coincidían con Francia e Inglaterra en torno a la oposición a la firma del tratado porque se entendía el mismo como una manifestación de la política expansionista norteamericana en el Caribe, y espe-cíficamente en la República Dominicana. Es indudable que el interés estadounidense por Samaná constituyó, para las potencias europeas con intereses en el Caribe, una evidente expresión de la doctrina Monroe y el Destino Manifiesto.

El Capitán General de Puerto Rico en carta al Ministro de Ultramar, de fecha 13 de noviembre de 1854 señala:

...complicada es en verdad Exc. Señor la situación de la República Dominicana...atendida la circunstancia por la cual esta atravesando, que se lleve a cabo su completa disolución; repetidas veces, y todas ellas con la mayor claridad y con la franqueza que me es propia, he hecho presente a su majestad por conducto del anterior Gobierno los males que nos amenazan y la necesidad de conjurarlos, y mis ruegos y continuas reclamaciones encaminados únicamente al bien de su Real Servicio, y a la paz, tranquilidad y conservación de estas Antillas a la Metrópoli, no han sido indudablemente oídas, que-dando por consiguiente en el olvido;... me permitirá que repita lo que tantas veces he dicho que desde el momento que terminó la tregua que pacto con su im-placable y vecino enemigo el gobierno de Haití, tiene tan amenazada su independencia, que le es necesario buscar el apoyo de otra nación para conservarla, y la

2 L. Álvarez-López, Dieciséis conclusiones…, pp. 47-48.

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cuestión europea es concedérsela porque son blancos como nosotros los que nos piden auxilio contra la raza negra. Este pequeño Estado necesita para sostenerse echarse en los brazos de otra potencia de nuestra raza, y si la Europa no se los tiende, los Estados Unidos lo harían de muy bien grado, entonces todas las naciones que poseen dominio en estas Antillas, tendrán el ene-migo a la puerta, y la España que es la que más territo-rio tiene y de más importancia, será la que se vea más amenazada, no solamente en la floreciente Cuba, sino en esta pequeña parte que me esta confiada.3

Para concluir, este primer capítulo, a pesar de las diferen-cias entre Puerto Rico, Cuba y la República Dominicana y de los esfuerzos expansionistas de los Estados Unidos, las auto-ridades españolas concluyeron que la República Dominicana tenía dos enemigos: los yanquis y los haitianos, y la forma de conjurarlo era anexando el país a España, el 18 de marzo de 1861. De esta forma la hegemonía española se acrecentaría, creando su imperio antillano.

No es cierto que «el discurso y la acción españoles en torno a la anexión no tuvieron finalidades imperiales, sino por el contrario se enmarcan dentro de un estado ideológico liberal y romántico, con fines de geoestrategia defensiva»,4 el liberalismo romántico isabelino se tradujo inequívocamente en una acción imperial, cuyo objetivo fue expandir su imperio antillano para la defensa de Cuba y Puerto Rico confrontando los dos enemigos más visibles: Estados Unidos y Haití.

La anexión de la República Dominicana a España hizo una realidad el sueño de la expansión del imperio antillano, pero la anexión de la nueva colonia, paradójicamente, sería una pesadilla para la dominación colonial española en el Caribe hispano.

3 E. Rodríguez Demorizi, Relaciones..., pp. 180-181.4 F. Febres-Cordero Carrillo, Anexión y Guerra..., p. 26.

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La anexión a España, el 18 de marzo de 1861, conduciría a la derrota del imperio español en la Guerra de la Restaura-ción. Dicha guerra dio apertura a un ciclo revolucionario en el Caribe hispano, la cual fue seguida por la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y el Grito de Lares, Puerto Rico (1868), y concluyó en la guerra hispano-cubano-americana y filipina de 1898, donde el joven imperio del Norte derrotaría al imperio español.

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LAs guerrAs en LAs AntILLAs frAnCo-espAñoLAs

Entre finales del siglo XvIII y del XIX, en las Antillas Mayores se efectuaron seis grandes contiendas: la Revolución de Haití, la Guerra de la Restauración en República Dominicana, el Grito de Lares en Puerto Rico y las tres guerras de independencia de Cuba. Cada una tuvo orígenes y características muy propias. A simple vista parece que no hubo punto común, por ejemplo, entre la Revolución de Haití y las guerras de independencia de Cuba. Pero las situaciones geográficas, sociales y económicas crearon un hilo conductor entre todas ellas que condujeron a un impacto multiforme en el Caribe hispano. El primer aspecto a destacar es que nos encontramos ante un conjunto de islas cuyos espacios son limitado. Incluso en la mayor de las Antillas, Cuba, las dos primeras guerras de independencia se desarrollaron en las partes oriental y central solamente.

No estamos ante el territorio casi infinito, en términos hu-manos, como tuvieron ante sí Jorge Washington y Simón Bolívar. Por lo menos, en teoría, son territorios que se podían ocupar y en ocasiones lo hicieron de amplias zonas por un ejército numeroso y bien organizado. Tampoco se podían emprender retiradas donde el espacio fuese un aliado, en caso de derrotas momentáneas. Por su condición de islas, las costas eran vigi-ladas por una flota de guerra. En el caso de Cuba, su peculiar

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estructura, larga y estrecha, favorecía a las fuerzas de la metró-poli. Los españoles siguiendo la geografía de las fuerzas revo-lucionarias desarrollaron la táctica contrarrevolucionaria de la trocha militar, con la que pretendían aislar la parte oriental, Oriente y Camagüey, de la central y occidental.

La población era también reducida. Haití contaba, en esos momentos, con alrededor de medio millón de habitantes; Santo Domingo con cerca de 300,000; Cuba tenía en 1877, en las pos-trimerías de la primera guerra, 1,509,291 habitantes. En 1887, ocho años antes de iniciar la última contienda la población alcanzaba la cifra de 1,631,687 vecinos.1 En definitiva, que ape-nas contaban con poco más de millón y medio de personas para su empresa independentista.

Además una parte de la población apoyaba a la metrópoli, algunos de una forma muy activa. En Haití junto a los franceses combatían tropas negras. Santo Domingo aportó al esfuerzo colonial las famosas y aguerridas reservas dominicanas. En Cuba pelearon en el bando hispano con singular valor las llamadas guerrillas. El cuerpo de voluntarios protegió las ciudades y poblados. También de sus filas salieron no pocos batallones que operaron en el campo de batalla.

Las potencias coloniales hicieron un esfuerzo considerable para reprimir los movimientos revolucionarios en las Antillas. Francia olvidando sus guerras europeas mandó a Haití 55,132 militares.2 Los españoles también hicieron un sacrificio que asombra. En Santo Domingo movilizan decenas de miles de militares.3 En Cuba trasladaron en las dos primeras guerras

1 Censo de la República de Cuba bajo la administración provisional de los Estados Unidos 1907, Oficina del Censo de los Estados Unidos, Washington, 1908, p. 30.

2 Ibídem, p. 91. 3 Los historiadores dominicanos no se han puesto de acuerdo sobre el

número de militares españoles que tomaron parte en la guerra. Emilio Cordero Michel afirma que «España llega a tener un ejército de 63,000 hombres de todas las armas, integrado por 41,000 peninsulares, 10,000 cubanos y 12,000 dominicanos».(1) Mientras el militar y veterano de aquella contienda De la Gándara se refiere a 29,824 militares peninsulares, 12,000

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208,597 militares. En la tercera guerra, entre 1895 a 1898, llegaron a las costas de la isla 219,858.4 Además España tenía una tupida red de espías que se encargaban de vigilar a los dominicanos y cubanos y exilados. Un ejemplo de esto fue la vigilancia sobre Duarte. Las autoridades españolas en Santo Domingo comunicaban a Madrid que habían sido informados «Por conductos dignos de crédito…»5 que Duarte se encontraba en Curazao «Arreglando los medios de favorecer con armas y dinero a la facción de esta provincia y aún de ir a incorporarse a ella…».6

El 16 de abril de ese año se envió desde Madrid un docu-mento al encargado de negocio en Venezuela para que vigilara la acción de Duarte en ese país. El patriota dominicano residía desde hacía años en ese Estado. El referido funcionario logró ave-riguar que Duarte había embarcado en La Guaira con rumbo a Islas Turcas. De inmediato el encargado de negocio puso en alerta al Cónsul en Puerto Cabello y Vicecónsul en la Guaira que se encargara de confirmar esa noticia.7 Este es tan solo un ejemplo de la acción de vigilancia de las autoridades españolas sobre los restauradores. Las representaciones diplomáticas y consulares españolas llevaron a cabo una sistemática labor de vigilancia contra la emigración revolucionaria cubana durante

soldados provenientes de Cuba y Puerto Rico y 10,000 los voluntarios leales y las milicias criollas.(2)

1- Emilio Cordero, Michel. «Características de la Guerra Restauradora», Clío, No.164, junio-diciembre 2002, p. 164.

2- José de la Gándara. Anexión y Guerra de Santo Domingo, Santo Domingo, Editora Montalvo, 1975, vol. 2, p. 632. Para una discusión acerca del número de soldados españoles, los enfermos, heridos, incapacitados y muertos en la guerra, véase el cap. 5 del libro de Luis Álvarez-López, The Dominican Republic and the Beginning of a Revolutionary Cycle, pp. 75-90.

4 Manuel R. Moreno Fraginals y José J. Moreno Masó, Guerra, migración y muerte: El ejército español en Cuba como vía migratoria, Ediciones Jucar, Fun-dación Archivos de Indianos, Asturias, pp. 99 y 132.

5 Emilio Rodríguez Demorizi, En torno a Duarte, Academia Dominicana de la Historia, vol. XLII, Editora Taller, Santo Domingo, República Dominicana, 1976, p. 146.

6 Ibídem, p. 146.7 Ibídem, p. 148.

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la guerra de 1868. Con la información obtenida presentaban denuncias a los gobiernos donde estaban esos emigrados, mientras la flota de guerra hispana utilizaba esa información para desplegar sus barcos en el Caribe y perseguir a las expe-diciones revolucionarias.

En general, los antillanos se batieron con una reducida, pero importante solidaridad externa. Los haitianos, dominicanos y cubanos recibieron apoyo importante del exterior en sus guerras. Aunque hay diversos ejemplos de generosa solidaridad. Haití les dio respaldo a los restauradores. Perú y Venezuela también se solidarizaron con los dominicanos. Algunos países latinoa-mericanos reconocieron la República de Cuba. Por lo menos se organizó una expedición con material de guerra en uno de esos países. Pero el apoyo fue superado en mucho por el esfuerzo de las potencias coloniales que contó con recursos, que en ocasiones parecieron ilimitados. Estas diferencias abismales y la obsesión por permanecer en las Antillas han determinado que los grandes combates tengan un papel secundario. En las Antillas no nos encontramos con un Yorktown o un Ayacucho.

Esta realidad militar ha creado serios problemas en las inter-pretaciones históricas. No podemos olvidar que la referencia para juzgar el pasado tiene un poderoso trasfondo de historia militar tradicional impuesto por la cultura de la metrópoli. En cierta forma las metrópoli nos han exportado sus Austerlitz y Waterloo. No nos parece nada honroso reconocer la impor-tancia definitoria de la escaramuza. Tampoco es elegante reconocer que el combate en las guerras de independencia de las Antillas fue asunto secundario y que nada decidió que no fuera mantener la guerra. Fue esta, en esencia, guerra de pequeñas partidas de resistencia prolongada. Las causas de los fallecimientos de los militares coloniales lo demuestran. En la revolución haitiana las fuerzas francesas fueron virtualmente diezmadas por las enfermedades. Hasta el general en jefe, Lecler, pereció por fiebres. En Dominicana las bajas españolas en la

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contienda de restauración fueron de 486 muertos en combate y 6,854 por enfermedades.8

Las guerras de Cuba son los ejemplos más elocuentes. En la guerra de 1868 a 1878 los españoles reconocieron que entre el primero de noviembre de 1868 al primero de enero de 1878 tuvieron un total de 145,884 fallecidos. De ellos por causas de enfermedades 133,555; en combate, 12,329. Además quedaron inútiles por heridas y fueron licenciados 1,612 y por enferme-dades se encontraron en esa situación 37,728. De esa forma tan solo el 8.4 % murió en combate.9 En la guerra de 1895 a 1898, según una investigación realizada por los cubanos, solo el 3.18 % de los militares españoles murieron en combate, el resto por enfermedades.10 Esta realidad ha creado una seria controversia en la interpretación histórica.

Algunos autores de la metrópoli señalan que estas fueron guerras más contra los microbios que contra hombres. Lo que no se ha comprendido es que esta es una característica en general de las guerras irregulares, pero muy en especial de las Antillas. Las enfermedades forman parte intrínseca del conflicto.

Un historiador español contemporáneo de las guerras cubanas hizo un interesante razonamiento:

El principal enemigo que tenemos en Cuba no son los insurrectos, es el clima. Con todas las apariencias de

8 Jorge Castel. «Anexión y Abandono de Santo Domingo, 1861 1865», Cuadernos de Historia de las Relaciones Internacionales y Política Exterior de España, Madrid, 1954, p. 32. Las cifras de historiadores son bajas, para cifras más altas sobre el número de muertos aparecen en Eduardo González Calleja y Antonio Fontecha Pedraza, Una Cuestión de Honor. La polémica sobre la anexión vista desde España (1861-1865), Santo Domingo, Fundación García Arévalo, Amigo del Hogar, 2005, p. 172.

9 Casa Natal de Calixto García, Centro de Documentación de las Guerras de Independencias, documento 23.

10 Raúl Izquierdo Canosa, Viaje sin Regreso. Ediciones Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 2001, p. 125.

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benigno, es más con serlo realmente cuando se vive en él con las precauciones que acredita la experiencia, cas-tiga con el mayor rigor al individuo, y hace los mayores estragos en las masas cuando estas precauciones dejan de guardarse11

Este criterio es cierto. En Cuba vivía una numerosa inmigra-ción peninsular que bien alimentada y cuidada lograba sobre-vivir por muchos años al clima tropical. Lo que sí era mortífero no era el clima, sino la existencia de las guerrillas insurrectas. Las tropas españolas debían de hacer un esfuerzo considerable para liquidarlas. Tenían que realizar prolongadas caminatas, vivir a la intemperie en medio de una constante tensión, tomando agua de charcos de sabanas o arroyos intermitentes. Todo esto iba desgastando la resistencia de estos individuos a las enfermedades tropicales. En Cuba muy cerca de los hos-pitales donde estos hombres morían, por cientos, residían emigrantes españoles que demostraban con su longevidad, según los parámetros de la época, de que más que las enfer-medades lo realmente mortífero era la guerra y la resistencia de los mambises. El mismo autor citado anteriormente, nada amigo de los cubanos así lo refleja en su obra: «...los planes de persecución más famosos, las combinaciones más activamente seguidas para prender o destruir a determinados cabecillas, han sido siempre los más fecundos en desastres sanitarios».12

Lo que llevó a la hecatombe a todo un ejército no fueron media docena de grandes combates sino la partida reducida de guerrilleros que obligó al Estado a hacer: «…los planes de per-secución más famosos, las combinaciones más activamente…».

El jefe de una columna española que operó en el territorio de San Cristóbal, en Dominicana escribió:

11 Felix de Echauz y Guinart, Lo que se ha hecho y lo que hay que hacer en Cuba. Breves Indicaciones sobre la Campaña. La Habana, Imprenta de la Viuda de Soler y Compañía, Ricla 40, 1873, p. 17.

12 Ibídem, p. 18.

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…con el furioso temporal, que no cedía, llegó San Cris-tóbal á encharcarse de tal manera, por estar situado en una verdadera olla, que si en el mes de noviembre con-tábamos setenta enfermos, en veinticuatro horas sola-mente, el día 2, ese número subió a ciento cincuenta…13

Las cifras de enfermos en esta columna subieron abismal-mente. A los pocos días de esta nota escribió el jefe de la fuerza. «El ocho de noviembre contaba de nuevo doscientos setenta y ocho enfermos; el nueve, porque arreció el temporal ya subían á trescientos veinte».14 El asunto no es que esa tropa española que ocupó San Cristóbal fue diezmada por las enfermedades tropicales, sino porque tuvo que desplazarse a ese lugar bajo las intensas lluvias. Era la resistencia de los guerrilleros res-tauradores lo que diezmó a esa columna. Ellos los obligaron a realizar ese desplazamiento en medio de la lluvia.

En ocasiones los historiadores tanto españoles, cubanos, dominicanos como de otros países que han estudiado estas guerras antillanas han creado el mito de que los naturales de estos países eran prácticamente inmunes a las enfermedades tropicales. Basta echar un vistazo a los libros de defunciones de los templos católicos de la época para desmentir esta verdad que se tiene por absoluta. Las epidemias hacían grandes estragos entre los antillanos. Durante la Guerra de la Restauración y las guerras de independencia de Cuba las enfermedades causaron grandes estragos en las filas revolucionarias. Hicimos un breve análisis en el caso cubano y nos encontramos con testimonios que desmienten el criterio de que las guerrillas criollas eran inmunes a las enfermedades.

Las enfermedades eran una constante en la vida insurrecta pues la guerra tuvo su impacto en el mundo microscópico. Tanto en Cuba como en Santo Domingo varias enfermedades

13 José de la Gándara, Anexión y Guerra de Santo Domingo, t. 2, Editora de Santo Domingo, S. A., Santo Domingo, 1975, p. 90.

14 Ibídem, p. 91.

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endémicas que de vez en cuando desataban epidemias, pero en general se mantenía un equilibrio entre el hombre, los virus y bacterias patógenas. La guerra introdujo un inesperado desequilibrio. La llegada de una importante masa de hombres que no estaban aclimatados fue un factor que influyó en la brusca ruptura de ese equilibrio. Otro factor importante fue la desnutrición.

Tanto en Cuba como en Santo Domingo la economía fue profundamente afectada por la guerra. En muchas ocasiones haciendas y sitios de labor fueron arrasados. La desnutrición y el hambre, en ocasiones en su expresión más cruda fueron parte de la cotidianidad de la guerra. En Dominicana parte de la población fiel a España se concentró en poblados y ciudades protegidos por las tropas de la metrópoli. Otros lo hicieron huyendo de los saqueos y el bandolerismo que trajo la guerra. En Cuba se llevó a cabo la reconcentración de parte de la población campesina en poblados fortificados. El hacinamiento en los poblados donde eran reconcentrados los campesinos cambió bruscamente la relación entre los hombres y las epi-demias. En algunos de esos lugares la mortalidad alcanzó tales dimensiones que fue necesario ensanchar el cementerio, como ocurrió en Santi Espíritu. En otros casos se construyeron algunos nuevos. Las autoridades en enero de 1870 dispusieron ampliar el camposanto de esa población producto de los efectos de la epidemia de cólera.15 Esta fue una constante en los lugares ocupados por los españoles.

Aunque los mambises estaban mucho más aclimatados que los soldados hispanos, su resistencia a las enfermedades fue disminuida. El hambre, las tensiones constantes, las marchas bajo el sol o la lluvia, la falta de ropa y calzado, y en general las muchas miserias de la guerra debilitaban a estos hombres y mujeres y los dejaban a merced de las enfermedades. Todo esto dejó indefensa a una parte de la población al efecto de las

15 Archivo provincial de Santi Espíritu, Fondo Ayuntamiento, núm. 555, legajo 146.

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enfermedades infecciosas. Lo que tuvo un brusco impacto en el mundo microscópico provocando un incremento inusitado de las enfermedades que causaron miles de muertes. En cierta forma en la guerra de 1868 se produjo una incursión de los hombres en el mundo de los microbios.

Sobre el número de fallecidos o inutilizados por causa de las enfermedades en las filas insurrectas existe mucho menos información que en el ejército español. Esto ha creado la falsa idea de que el mambí era prácticamente inmune a las enfer-medades tropicales. Sin embargo, si revisamos con cuidado la documentación insurrecta nos encontramos con numerosos ejemplos que demuestran el efecto en ocasiones demoledor de las enfermedades. El presidente cubano Carlos Manuel de Céspedes nos dice a finales de de agosto de 1873: «Pocos son los que en el campamento no padecen a cada momento de fiebres por lo que he dejado de tomar notas de ese acontecimiento tan frecuente».16

Veamos algunos de estos casos particulares que conforman un conjunto hasta ahora poco estudiado. A principios de 1870, el general cubano Calixto García escribía en su diario personal:

No bien llegué a Naranjo cuando el cólera se declaró en mi columna. Los casos se sucedían y la muerte, del atacado era infalible pues no teníamos médico ni medi-cinas siquiera para controlar la epidemia. Los muchos remedios que empleábamos eran la hoja de salvia y la cáscara de guayaba.17

Una de las tropas de Las Villas que pasó al oriente en busca de parque y armas quedó en un estado tan lamentable que un insurrecto la describe en estos términos: «Las deserciones, las

16 Eusebio Leal Spengler, Carlos Manuel de Céspedes: El Diario Perdido, Publicimez S. A., Ciudad de La Habana, 1992, p. 95.

17 Calixto García Iñiguez, «Diario de la guerra de 1868», Archivo particular de Juan Andrés Cue Bada, Santiago de Cuba.

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viruelas y otras enfermedades han destrozado esta columna de Las Villas».18

Las fuerzas de Ángel del Castillo19 que combatían en Santi Espíritu en 1869 fueron atacadas por el cólera al extremo que este general se vio obligado a: «…licenciar a las tropas, quedando durante algunas semanas inactiva la zona de su mando».20

Los insurrectos en épocas de seca tomaban agua de cualquier aguada. Un líder mambí nos describe el efecto que tuvieron en una tropa unas aguas contaminadas. En los primeros días de marzo de 1873 la fuerza se había visto obligada a utilizar el agua de un lugar conocido como el Cañadón. El diarista mambí nos dice: «Las aguas del Cañadón han enfermado gran parte de la gente».21 Las úlceras o llagas en los pies eran una constante en estos mambises. Cualquier herida por insignificante que fuera podía provocar una de estas úlceras. Algunas se prolongaban por años. Ignacio Mora nos dice qué pasó: «…a la habitación de una familia en la Loma de Monteverde para tratar de curarme allí de una calentura e inflamación en los pies, como también del aumento de una úlcera que tres años me hace sufrir».22

Las enfermedades de los mambises reposan en el olvido de todos. Casi siempre se les recuerda cuando alguno de los fallecidos productos de ellas era ilustre como Francisco Maceo

18 Nydia Sarabia, Ana Betancourt Agramonte, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p. 137.

19 Ángel del Castillo Agramonte nació en Camagüey en 1834. Participó entre las fuerzas del norte en la guerra civil de los Estados Unidos. Se alzó en noviembre de 1868 en Camagüey. Alcanzó el grado de general de brigada. Murió en el ataque al poblado de Lázaro López el 9 de septiembre de 1869.

Colectivo de autores, Diccionarios Enciclopédico de Historia Militar de Cuba Primera parte (1510-1898), Ediciones Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 2001, pp. 77-78.

20 Oscar Ferrer Carbonell, Néstor Leonelo Carbonel, Como el grito del Águila, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005, p. 166.

21 N. Sarabia, Ana..., p. 171.22 Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Vinals, Carlos

Manuel de Céspedes. Escritos, t. III, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, p. 238.

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Osorio, los generales Donato Mármol, Salomé Hernández23 y Adolfo Cavada.24

Los fallecidos de menor rango no siempre se reportaban en los informes insurrectos. Al enfermo que por su situación no podía continuar con la tropa, por lo general, se le dejaba en una ranchería al cuidado de su familia o si no la tenía, de una familia cualquiera. En cierta forma se perdía el contacto digamos «oficial» con el enfermo, pues ya no estaba, momen-táneamente, en la nómina de la unidad insurrecta. No ocurría como en los combates que los fallecidos y heridos se informaban a los superiores.

Si las bajas en combates fueron relativamente pocas las epi-demias abrieron amplios espacios en la insurrección que hasta ahora no han sido cuantificados y es posible que nunca se pueda hacerlo por la falta de fuentes. Sobre las pérdidas por enfermedades la mayoría de las descripciones son literales por las que es necesario guiarse para el estudio de este fenómeno. Aunque no podremos demostrar las cifras exactas de enfermos y fallecidos, esas fuentes nos dicen de la frecuencia de estas epidemias entre los revolucionarios.

Es la resistencia de los independentistas dominicanos y cubanos el factor esencial que nos permite comprender el efecto de las enfermedades. Los héroes de esa resistencia fueron las pequeñas partidas guerrilleras en ambos países. Hubo muchas hazañas sin historiadores en esa veintena de hombres dirigidos por un caudillo de barrio. Hambrientos, desarmados o mal armados, arrastrando sus harapos por bos-ques y sabanas, que buscaron en sembrados abandonados un poco de boniato, robaban plátanos y yucas de zonas de cul-tivos enemigas, muchas veces al costo de la vida de uno de ellos, huyendo a la desbandada ante la presencia del enemigo superior en armas y parque. Así año tras año, con un nivel de

23 F. Portuondo del Prado y H. Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes..., t. III, p. 97.

24 Ibídem, p. 95.

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obstinación y resistencia que asombra a todos. Esta gente sin historia es la que ha obligado a los ejércitos coloniales a lanzarse en una persecución, al parecer, irreal. Los agotados soldados europeos fueron perdiendo las defensas elementales ante el infinito mundo de microorganismos y parásitos de todo tipo que los acechaban en los charcos y riachuelos intermitentes de las sabanas antillanas. En la persecución obstinada a la partida de desarrapados se olvidan las reglas higiénicas elementales que desembocarían en la inmolación de ejércitos enteros.

Pese a los criterios muy creídos por vecinos de otras lati-tudes que en estas islas la persistencia era escasa, la historia militar nos ofrece otra lectura de tal asunto. Lo determinante en las guerras antillanas no son los grandes combates, sino el nivel de resistencia de estos pueblos contra las metrópolis. La persistencia, la obstinación y la consistencia eran las armas fundamentales de estos hijos del sol y el mar. La acción bélica como tal fue asunto secundario. Incluso importó poco quien venciera en el sentido militar tradicional. La mayoría de las acciones combativas entre los insurrectos y los colonialistas fueron victorias indiscutibles de estos últimos. Los soldados de la metrópoli casi siempre quedaron dueños del campo de combate.

Hemos tomado al azar una de estas acciones llevadas a cabo por una unidad española destacada en Las Villas en la parte central de Cuba en 1870. El jefe hispano escribió en su diario de operaciones:

…En la madrugada de este día al practicar con 30 hom-bres un reconocimiento en el bosque de la finca llamada de Jurope a dos leguas de este fuerte hallé un rancho del cual apenas fue divisada la vanguardia salieron huyendo de unos 12 a 15 hombres haciendo fuego en su retirada. Inmediatamente dispuse quedarse un sargento con la mitad de la fuerza para hacerse fuerte en el rancho y custodiar algunas mujeres que había en

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él y con la otra mitad seguir persiguiendo a los fugitivos por espacio de media hora haciéndoles varios disparos a que contestaron con poca regularidad y concluyendo por dispersarse e internarse en espesuras tales que fue preciso desistir de darles alcance. Vuelto al rancho hallaron en él seis personas y cuatro a sus inmediaciones en el bosque dos de estas heridas...25

No hay duda de que estamos ante una espléndida victoria de este destacamento. El enemigo fue dispersado y los soldados de la metrópoli quedaron dueños del campo. No le discutamos este momento de júbilo y gloria al bravo oficial que guía esta fuerza. Aunque hay un asunto interesante. Para lograr tal victoria el Estado español debió transportar en esta comarca decenas de pequeñas compañías y batallones como estas que sumaron en el contexto del país decenas de miles de hombres. Hubo otra realidad. Cada uno de estos hombres debía de ser alimentado, cobijado, vestido, parqueado, relevado, curado de sus enfermedades que eran muchas; todo esto costó dinero. Era en esta realidad material donde estaba el poder de estas pequeñas partidas guerrilleras.

Esta tropa derrotada, perseguida, dispersa en el bosque acabó reuniéndose en torno a su jefe. Hambrientos, sin parque, con escasas armas, la mayoría con anemia por la alimentación insuficiente, marcharon por la espesura rehuyendo embos-cadas y patrullas enemigas, soñando con encontrar en algún sembrado abandonado un puñado de yucas o boniatos. Nunca sabrán que ellos eran protagonistas de una de las mayores hazañas de la historia militar del continente americano.

25 Archivo Histórico Militar de Segovia, Ponencia de Ultramar, Cuba 28, legajo 6.

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eL grAn ContrApunteo entre LA repúbLICA domInICAnA y CubA

Dominicana y Cuba tuvieron en el siglo XIX un singular contrapunteo. Un factor esencial en esa relación lo fue la Revolución de Haití. El historiador suizo Andreas Stucki nos ofreció un singular argumento en la relación entre las Revo-lución haitiana, la Restauración dominicana y la Guerra cubana de 1868: «La revolución de Saint Domingue también formó parte de lo que varios autores han llamado una “guerra mun-dial” es decir, que este evento rompió claramente el espacio de lo regional que me parece importante para las otras dos».1

El impacto de lo ocurrido en Haití tuvo tales dimensiones que estaría presente de forma directa o indirectamente en Cuba y Dominicana durante buena parte del siglo XIX. La Re-volución de Haití lanzó a la mayor de las Antillas a ocupar el gigantesco vacío dejado por el mercado de la rica colonia francesa. Cuba se convirtió en la gran azucarera del mundo. Durante largos períodos del siglo XIX la isla fue responsable de un alto por ciento de toda la producción en el ámbito interna-cional. La inmigración francesa producida por la Revolución de Haití introdujo el cultivo del café en gran escala. Una gran parte de las montañas del sur de oriente se poblaron de cafetales.

1 Comunicación personal de Andreas Stucki a José Abreu Cardet el 15 de septiembre de 2011.

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Esto influiría en el mapa político de la isla. Guantánamo se con-virtió en una zona reaccionaria. Durante la contienda de 1868 se convirtió en una especie de Vendée cubana. La revolución de Haití le dio a la mayor de las Antillas el primer papel de tierra sobredimensionada2 que ha tenido desde entonces.3 Varios acontecimientos y procesos desarrollados Cuba han influido en zonas tan lejanas como Europa, África y Asia. El inusitado desarrollo de la industria azucarera cubana impactó directa-mente en África. Se continuó la caza y traslados de cientos de miles de esclavos hacia la isla caribeña. Luego le tocaría el turno a los coolies chinos y por último a los indios yucatecos, que en cantidades reducidas, fueron trasladadas a la isla para tratar

2 Las guerras de independencia de Cuba impactaron fuera de las playas de la isla. Fueron trasladados para combatir en las tres guerras de indepen-dencia casi medio millón de hombres. Una cifra similar de hogares espa-ñoles estuvieron pendiente de lo que ocurría en Cuba con sus parientes. Las guerras crearon tensiones entre España, Estados Unidos, Inglaterra y algunas otras naciones.

3 La industria azucarera cubana en el siglo XIX llevó a las costas de la isla una gran masa de esclavos africanos y «colonos» chinos, que poco se dife-renciaban en la práctica de los primeros. En el siglo XX decenas de miles de antillanos se trasladaron a Cuba para laborar en la industria azuca-rera. La riqueza generada por el azúcar atrajo a una gran cantidad de inmigrantes españoles. Las guerras de independencia movilizaron hacia Cuba a unos cuatrocientos cincuenta mil militares españoles. La guerra tuvo un matiz internacional con el reconocimiento de algunas repúblicas latinoamericanas a los independentistas en la primera contienda con las tensiones creadas por las expediciones organizadas por los emigrados revolucionarios. Por último con la intervención de los Estados Unidos que marcó la historia de España, Puerto Rico, Filipinas, Cuba e incluso los Estados Unidos. La Revolución cubana desempeño un papel interna-cional por completo muy por encima de las posibilidades de la isla. Entre 1959 y 1991 tan solo en el orden militar los cubanos han combatido o han estado presentes dispuestos hacerlo en más de una decena de países de África y América. Apoyaron un movimiento guerrillero en América Latina en la década de los sesenta. Dieron su aporte al fin del imperio colonial portugués con la ayuda a las guerrillas de las colonias lusitanas en África. Han sido un catalizador importante para el fin de regímenes racistas como el sudafricana y el de Rhodesia. Han desarrollado campañas humanitarias con la participación de miles de maestros y personal de la salud en diversos países pobres. En lo diplomático han mediado en guerras como la de Irak e Irán.

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de sustituir a los esclavos africanos. La isla era un gigantesco horno que devoraba a quienes construían su riqueza.

Al mismo tiempo que la Revolución haitiana creaba ese estado de euforia económico en Cuba, también creó un pánico profundo que se haría vida cotidiana entre los propietarios de esclavos. Estos no podían conciliar el sueño ante la posibilidad de que el amanecer los sorprendiera la dotación sublevada degollando a mayorales y empleados blancos de la hacienda azucarera.

Este auge del azúcar y el pánico colectivo que produjo alejó a la isla de las erupciones libertadoras, que pusieron fin al colonialismo español en América. Había demasiada riqueza sos-tenida en una base tan endeble y peligrosa como la esclavitud para ilusionarse con la libertad. De esa forma Cuba y Puerto Rico se convirtieron en los últimos reductos del «colonialismo» español en América.

La Revolución haitiana impactó demoledoramente en Re-pública Dominicana, pues inició un complejo proceso que retrasaría la independencia de la isla en casi medio siglo del resto de América. Si en Cuba fue la riqueza lo que retardó la independencia, en Dominicana fue la pobreza la que lo situó entre uno de los últimos países en convertirse en república de forma definitiva. En 1823 al separarse de España, Dominicana era un territorio pobre que poco le importaba a la metrópoli perderlo. Ese atraso económico, escasa población y con ellos pocos medios de defensa permitió que fuera anexada por Haití. En 1844 obtuvo la independencia, pero se vio envuelta en varios intentos de ser reconquistada por su vecino que sirvió de excelente pretexto a la élite de grandes terratenientes encabezados por Pedro Santana de pedir la anexión del país a España.

La Capitanía General de Cuba jugó un papel determinante en este paso de la vecina nación. No solo porque el Capitán General de la isla fue un impulsor del retorno de la antigua colonia al seno del imperio, sino porque Cuba era un emporio

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de riquezas que sufragó los gastos de ese costoso retorno y en menor medida Puerto Rico. Pero, además, existía el temor a la expansión territorial estadounidense.

Pero al mismo tiempo la revolución de los dominicanos contra sus nuevos amos aceleraría el proceso independentista cubano. Fue un ejemplo para los cubanos, pues los dominicanos de-mostraron que era posible derrotar a España. Para culminar ese singular contrapunteo con el acontecimiento de que un puñado de dominicanos traidores a los anhelos de indepen-dencia de su pueblo se convirtieron en Cuba en los paladines de la independencia, al extremo que un político español estableció una frase muy repetida y anhelada de que se hiciera realidad: «la guerra se termina con dos balas, una para Maceo y otra para el dominicano Máximo Gómez».

El interés de España sobre cada isla fue muy variado, Santo Domingo, para los españoles, se convirtió en un asunto coyun-tural. Era un país pobre, poco poblado donde se debía de invertir mucho si se quería en un futuro obtener algún resul-tado para las agotadas arcas de la metrópoli. Cuba, diferente a esa realidad era una colonia rica, era la joya más preciosa de la Corona española. Se desarrolló en esta isla una industria azuca-rera que marcó el mercado mundial. Durante largos períodos del siglo XIX la isla fue responsable de un alto por ciento de toda la producción mundial. De 1820 a 1895 produjo siempre más del 10% de todo el azúcar mundial. En 56 zafras alcanzó más del 15% y de estas en 34 tuvo una producción superior al 20%. De ellas en 15 sobrepasó el 25%.4 También existió una importante producción de tabaco. La población de Cuba era muy superior a la de Dominicana en 1861 de 1,396,530 y en 1877 de 1,509,291 habitantes.5 Además en ella se encontraban

4 Manuel R. Moreno Fraginals, El Ingenio: complejo económico social cubano del azúcar..., t. 3, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1978, pp. 35-38.

5 Censo de la República de Cuba bajo la administración provisional de los Estados Unidos, 1907, Oficina del Censo de los Estados Unidos, Washington, 1908, p. 301.

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dos valiosos elementos para el imperio español, alrededor de 340,000 esclavos y unos 110,000 emigrantes españoles.

Esto hace comprensible el esfuerzo sobredimensionado de Es-paña para someter a la insurrección cubana. El Estado español envió a Cuba, entre 1868 y 1880, unos 208,597 militares.6 En la tercera guerra, entre 1895 a 1898, llegaron a las costas de la isla 219,858 militares.7 Además de eso movilizó a una parte importante de los vecinos de la mayor de las Antillas fieles a la metrópoli que integraban los cuerpos de voluntarios y las contraguerrillas. Por lo que al analizar ambas guerras debemos de valorar la importancia que tenía para la metrópoli cada colonia.

Desde el punto de vista económico, la República Domini-cana, a pesar de su statu de nación independiente, poesía la estructura económica más atrasada del Caribe hispano. Su económia estaba basada en la pequeña producción agraria de subsistencia, aunada a la producción mercantil del tabaco, las maderas preciosas y la ganadería extensiva. Su economía estaba especializada regionalmente, y sus mercados internos fraccionados limitaban el dinamismo de la economía. Tam-bién existía una integración débil al mercado internacional a través de la exportación de tabaco, caoba, ganado, coco, miel de abeja y otros.

La economía de subsistencia descansaba sobre los hombros de un campesinado independiente con acceso a la tierra. La existencia de los terrenos comuneros permitía el acceso del campesinado a la tierra, a pesar de estos no poseer la propiedad de la misma. La baja densidad de la población, la abundancia de las tierras, la precariedad de los mercados y los primitivos medios de transportación caracterizaban a la endeble economía dominicana. El abandono de dominicana en 1865, luego de la

6 M. R. Moreno Fraginals y J. J. Moreno Masó, Guerra, migración y muerte..., p. 99.

7 Ibídem, p. 132.

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aventura anexionista, fue menos traumático para la metrópoli que el de Cuba.

Se discutió en las cortes los pro y los contra, lo conveniente o no de dejar la nueva colonia. No hubo orgullo nacional ofen-dido como ocurrió con el caso de Cuba, cuando tan sólo se hacía ligera referencia a la posibilidad de dejar la mayor de las Antillas. La misma guerra se condujo con bastante lógica. Ya en septiembre de 1864 se le ordenó al Capitán General que aminorara las operaciones, pues se comenzaba a pensar en el abandono. En Cuba se prefirió inmolar la escuadra y las tropas que defendían Santiago, en 1898, antes que el abandono. Hasta el final del dominio sobre la isla repercutiría en el refranero popular: «más se perdió en Cuba» es frase muy utilizada por el hijo del vecino ante cualquier asunto irreparable.

La importancia de Cuba para España y los Estados Unidos, el desarrollo de tres guerras de independencia y luego la inter-vención americana han hecho olvidar el contrapunteo entre la mayor de las Antillas, Dominicana y Haití en el siglo XIX.

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LA AneXIón:CIrCunstAnCIAs y tendenCIAs

La anexión de Santo Domingo a España solicitada por la clase dominante del país fue sorprendente, pues los lati-noamericanos habían sostenido largas guerras para obtener su independencia. Contra toda lógica la clase dominante anexionista retornó al redil del decadente imperio. Los cubanos también hicieron un esfuerzo considerable para anexarse a Estados Unidos. Narciso López en 1850 y 1851 desembarcó al frente de sendas expediciones que tenían por objetivo el anexar la isla a los Estados Unidos. En julio de 1851, en Camagüey, se produjo un alzamiento anexionista. Al constituirse el gobierno de Cuba en armas, en abril de 1869, este realizó una petición de anexión a los Estados Unidos.

Tanto en Cuba como en República Dominicana el asunto merece un estudio cuidadoso y hay que analizarlo desde dife-rentes puntos de vista. En ambos países sectores de la clase dominante y de la intelectualidad negaban la posibilidad de que estas naciones emergentes podrían constituirse en repú-blicas, con sus gobiernos propios. La base de esas tendencias es que la nacionalidad estaba en proceso de formación. Fue el proceso independentista lo que acabó consolidando a ambas nacionalidades.

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Para el historiador dominicano Roberto Cassá: «...la Guerra Restauradora fue el acontecimiento histórico de mayor rele-vancia en la gestación de la nación dominicana y de la conciencia nacional...».1

Mientras su colega cubano Jorge Ibarra afirma: «La tarea histórica central de las gestas revolucionarias del 68 y el 95 consistió en preparar el advenimiento y consolidación de la nación cubana...».2

Cada uno de estos países, desarrolló su propia dinámica anexionista, reaccionando según los intereses y limitaciones de la élite de poder. En los dominicanos asombró la cantidad de ofertas que hacen a todo el que quisiera anexarse el país. Las circunstancias hicieron que fuera con España con quien concluiría la anexión. Se unieron a uno de los países más atrasados de Europa. Era una sociedad con una élite inculta y que tan solo aspiraba a perpetuarse en el poder. La oferta a España podía entrar en la lógica de este grupo de hateros de escasas perspectivas económicas, pero con gran perspicacia política, pues utilizaron la anexión para permanecer en el control del poder político.

Los cubanos se obsesionaron con los Estados Unidos. En especial en el occidente de la isla era grato la anexión, pues los promotores eran, en esencia, propietarios de grandes ingenios azucareros, cuya mano de obra era esclava. Debemos recordar que el mercado para el azúcar cubano eran los Estados Unidos, no España. Se temía que esta cediera ante Inglaterra y terminara aboliendo la esclavitud.

Al final la guerra civil estadounidense continuó el interés por la anexión. Pero hubo un cambio radical. Ahora los que pedían la anexión eran los que se alzaron en armas contra España. Los que se habían ilusionado con la libertad y la igualdad. Existía un asunto circunstancial producto de la guerra; los insurrectos

1 R. Cassá, Historia Social y Económica..., t. 2, p. 91. 2 Jorge Ibarra, Ideología Mambisa, Instituto Cubano del Libro, La Habana,

1972, p. 41.

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no tenían armas ni experiencia bélica para enfrentarse a un enemigo que los superaba en medios y organización militar. Otro asunto también los atraía; el universo de libertades, el desarrollo industrial y social que ofrecía la vecina nación en contrapartida a los países de América Latina.

La posibilidad de un apoyo de los Estados Unidos estaba presente en la mitología de la subversión en ambos países. Dos individuos enviados por los sublevados en Santiago de los Caballeros para que solicitaran la rendición de las fuerzas españolas concentradas en el fuerte de San Luis dijeron sin base real alguna: «Señores, dijo, puedo asegurar a Uds. que una escuadra americana con no sé qué número de tropas de desembarco ha fondeado ayer en Montecristi».3

Esto según un militar español que escribió un libro sobre aquellos acontecimientos era: «… una de las muchas tonterías que como propaganda corría muy válida en los campos».4

Durante el desarrollo de la guerra ese mito del apoyo militar estadounidense continuó. Poco antes de la ocupación, en 1864, de Montecristi por las fuerzas españolas se afirmaba que en ese puerto se encontraban trescientos artilleros norteame-ricanos con cañones y parque dispuestos a luchar contra los españoles.5

En Cuba el deseo de un apoyo estadounidense fue tema común en la imaginación de los enemigos de España. Un com-plotado en un movimiento subversivo que estalló en 1851 afir-maba que el objetivo de la conspiración era: «...romper el yugo del gobierno de España para hacerse independiente y contaba al logro de este propósito con fuerzas que vendrían de los Estados Unidos y con las de ellos mismos».6

3 Adriano López Morillo, Memoria sobre la segunda reincorporación de Santo Domingo a España, t. III, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc., 1983, p. 87.

4 Ibídem, p. 86.5 Ibídem, p. 32.6 Archivo Nacional de Cuba, Fondo Comisión Militar, legajo 100, expe-

diente 4, folio 118.

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En Cuba también se fomentó la idea de una potencial ayuda estadounidense. Al principio de la guerra de 1868 también se siguió creyendo en esa posible ayuda del poderoso vecino. En este sentido se pueden valorar las palabras de uno de los cau-dillos de una frustrada sublevación que se produjo en Guantá-namo en 1868. Uno de los detenidos relató a las autoridades hispanas las palabras de uno de los líderes que un encendido discurso afirmaba: «En el norte de América públicamente se estaba reclutando gente para ayudar a los revolucionarios, que ya había más de seis mil hombres que estaban para llegar de un momento a otro...».7

La historiografía de ambos países ha tratado de justificar esas inconsistencias. La clase dominante enexionista fue la responsable de la anexión a España. Los cubanos han estado en una situación más delicada, pues si bien España es historia, para los dominicanos no sucede lo mismo con sus relaciones con los Estados Unidos y el enfrentamiento entre ambos países. Se ha tratado de justificar esa veleidad anexionista de diversas formas. Limitando el asunto tan sólo al tema militar. Aduciendo que la ayuda militar y el reconocimiento político aceleraría el fin de la colonia.

Pero en ambos casos raramente se ha tratado el asunto seña-lando la concepción colonialista de las clases dominantes, las cuales veían realizados sus anhelos como clase anexionándose a cualquier imperio blanco. En Dominicana fue en buena medida la Guerra de la Restauración lo que contribuyó a fortalecer las características que condujeron a la consolidación de la nacionalidad. En Cuba las guerras de independencia sería el catalizador de la naciente nacionalidad.

7 Archivo Nacional de Cuba, Fondo Comisión Militar Ejecutiva y Permanente, legajo 126, núm. 12.

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ConspIrACIón y ALzAmIento

En ambos países las conspiraciones y los alzamientos tendrían características muy diferentes. Dominicana había sido un Estado independiente. El alzamiento se produjo a los dos años y cuatro meses de restablecido el poder colo-nial. Las estructuras de control español sobre la sociedad no se habían establecido con todo el rigor. Era más difícil controlar la sociedad dominicana que la cubana. En Cuba durante siglos se habían forjado las estructuras de control por la metrópoli. Incluso las autoridades coloniales incremen-taron su experiencia con la pérdida del imperio americano. Tanto Cuba como Puerto Rico fueron sometidos a planes de restructuración político-administrativo con el objetivo de hacer de Santo Domingo un enclave geo-estratégico para proteger a España en Cuba y Puerto Rico. Esto aumentó la desconfianza hacia los criollos. Se trataron de cubrir todos los resquicios que pudieran poner en peligro la colonia. Pesaba en especial el temor a un nuevo Haití. Este fue un elemento muy útil para la metrópoli. El temor a una suble-vación generalizada de esclavos mantenía a raya a la mayoría de los cubanos que se consideraban blancos.

España tuvo muy buen cuidado en impedir que los aires subversivos entraran en la isla. No se podía olvidar que la mala influencia francesa fue el catalizador de la Revolución de Haití.

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Asunto muy delicado cuando en Cuba había más de 340,000 esclavos en un mundo donde la abolición era tema cotidiano.

Las autoridades coloniales fueron obsesivas en alejar todo lo subversivo de su rica posesión. Esta situación se puso en evi-dencia cuando un grupo de antiguos esclavos de Saint Domingue se unieron al frustrado esfuerzo español de reconquistar esa parte de La Española. Ante el fracaso del intento se dispuso trasladar a los negros que habían combatido con los españoles a Cuba. El Gobernador de Cuba se apresuró e informó de lo delicado de la situación creada por esa decisión:

Esta noticia ha llenado de terror a los habitantes blancos de la ciudad y de la isla, cada vecino cree ver el mo-mento de la insurrección de sus esclavos, y el de la desolación universal de esta colonia en el momento de la aparición de estos personajes, esclavos miserables ayer héroes hoy de una revolución triunfantes, opulentos y condecorados; tales objetos no son para ser presen-tados a la vista de un pueblo compuesto en la mayor parte de hombres de color que viven en la opresión de un número más corto de blancos.1

Los militares negros fueron dispersados por diferentes territorios del imperio: La Florida, Yucatán, Costa de Mos-quitos, Portobello, Trinidad e incluso la propia Península. En estos territorios recibieron a los esforzados y poco apreciados defensores del imperio hispano. Se logró mitigar la amenaza de un nuevo Haití con un incremento de la represión, pero no ocurrió así con la restauración dominicana. Se hizo un esfuerzo importante para disminuir su influencia.

1 Jorge Ojeda y Jorge Canto, «La aventura imperial de España en la revo-lución haitiana. Impulso y dispersión de los negros auxiliares: El caso de San Fernando de Ake, Yucatán», en Secuencia, revista de historia y ciencias sociales, Instituto Mora México, enero abril, 2001, pp. 74-75.

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En Dominicana no existían esclavos, pero sí raíces republi-canas que era necesario limar y convertir a estos levantiscos nuevos súbditos del imperio en gente fieles. La estructura mental de los colonialistas les impidió actuar con suficiente flexibilidad para ganarse si no a todos, a una parte considerable de la población. Desde el punto de vista material poco le ofrecieron a la nueva colonia para beneficiar a un segmento de la sociedad para que le fuera fiel. Incluso no crearon siquiera una capa de funcionarios públicos nativos que se beneficiaran con el nuevo poder. La mayoría de estos fueron importados de la metrópoli. El ejemplo más evidente fue el propio Santana y la clase dominante quienes fueron desechado por la burocrácia española y los capitanes generales.

En Dominicana los españoles no tenían un enemigo común que uniera a un amplio fragmento de la población como en Cuba ocurría con los esclavos y gente de color libre respecto a la población que se consideraba blanca. Se temía una subleva-ción de los esclavos y de la población libre de color. El asunto racial en Dominicana funcionó al revés. En Cuba el miedo al negro había unido a una parte de la población en torno a la metrópoli. En la sociedad cubana se estableció un profundo racismo. En Dominicana el desprecio de los blancos españoles por negros y mulatos fue un factor de cohesión de gran parte de la población en la decisión de restaurar la República.

En Dominicana también funcionó el miedo a la esclavi-tud, pero a la inversa de Cuba. En Cuba habían actuado dos temores. Uno era que se aboliera la esclavitud y los propietarios se despertaran una mañana cualquiera con que habían perdido una parte fundamental de sus riquezas. La otra era que una sublevación de esclavos eliminara el poder y la vida de los que se consideraban blancos. En Dominicana la esclavitud también implantó el pánico en esta sociedad. El común de la gente temía que los españoles establecieran la esclavitud. Los negros y mulatos, la mayoría de la población, podían ser vendidos en Cuba o Puerto Rico, donde esa infernal institución existía.

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Éste fue uno de los motivos que movilizó a muchos dominica-nos a integrar las filas de la Restauración. Diversos testimonios demostraban lo que significó este miedo en Dominicana. Por tan solo citar uno, Juan de la Cruz Ureña, se encontraba entre los que se sumaron a la insurrección del 24 de febrero en Santiago de los Caballeros, declaró al ser interrogado por los españoles luego de su captura:

Que se encontró una porción de paisanos armados entre los cuales recuerda a Ramón Almonte, Vidal Pichardo, Eugenio Perdomo, Pedro Ignacio Espaillat, Juan Antonio Alis, Domingo Curiel y Ramón Pacheco todos los cuales le dijeron que los españoles querían hacerlos esclavos entusiasmándolos con esto con lo cual consiguieron que los siguiesen…2

El temor era tan general que un militar peninsular que tomó parte en la Guerra de la Restauración anotó en sus memorias que cuando se hizo el censo: «… muchos huyeron al monte porque les hacían creer que estábamos formando listas para llevarlos de esclavos a Cuba».3

Por lo que no es de extrañar que desde el principio de la anexión comenzaran las protestas. En el momento de izar la bandera española, en marzo de 1861 se originaron protestas en diferentes lugares del país. Luego se produjeron movimientos armados. En San Francisco de Macorís, el 23 de marzo; en Moca, el 2 de mayo. Los insurrectos atacaron el cuartel de Moca dando muerte al teniente Francisco Capellán, oficial de la guardia de la cárcel e igualmente atacaron la comandancia de armas hiriendo al general Suero, primera autoridad militar de la villa.

2 Archivo General de Indias, Cuba, 1015 A, Comisión Militar Ejecutiva, Plaza de Santiago de los Caballeros, año 1863, documento 1, copia textual que se encuentra en el AGN, Fondo César Herrera, t. II.

3 A. López Morillo, Memoria sobre la segunda... t. I, p. 69.

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Este último, sin embargo, logró vencer a los insurrectos en su intento de apoderarse de la Comandancia de Armas. Se pro-dujeron otras manifestaciones de oposición en Puerto Plata, en la furtiva oposición del Senado para hacer viable que se frustrara el proyecto de anexión y en los fracasados intentos del presbítero Fernando Arturo de Meriño de producir un alzamiento nacional.

Tan importante como los alzamientos de febrero de 1863 fue la expedición de Sánchez y Cabral. Esta expedición inte-grada en su mayoría por dominicanos, se organizó en Haití desde donde invadió el país vecino. Este fue un esfuerzo orien-tado a crear una insurrección nacional generalizada que diera al traste con el proyecto anexionista. Sánchez con ese objetivo le escribió a los generales Fernando Valerio, José Valera, Víctor George, Manuel de Luna, Pedro Florentino y Juan Contreras con el ánimo de sumarlos al levantamiento anti-anexionista. Los revolucionarios tuvieron algunos éxitos. Para finales de mayo y principios de junio cristalizó en la toma de Las Matas de Farfán por Cabral, en la captura de El Cercado por Sánchez y en la ocupación de Neiba por Taveras.

El objetivo siguiente sería el ataque sobre San Juan de la Maguana, el cual nunca llegó a realizar pues diferentes factores conspiraron contra la rápida movilización de los patriotas. El movimiento acabó en el fracaso, Cabral que se retiró hacia Haití, Sánchez y sus expedicionarios fueron derrotados militarmente en una emboscada en El Cercado. Los heridos y sobrevivientes sometidos a una parodia de consejo de guerra se les condenaron a la pena capital y fueron ejecutados veinte.

En febrero de 1863 se produjeron los alzamientos de Neiba, Guayubín, Sabaneta, Montecristi y Santiago de los Caballeros. Algunos de estos conllevaron verdaderas operaciones militares y combates de cierta magnitud, como el de Guayubín y Saba-neta, que contó con la participación de cientos de hombres, la captura por los rebeldes de Guayubín, Sabaneta y Montecristi

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y combates de envergadura, como el de La Manga, donde se utilizó hasta la artillería.

En agosto de 1863 se produjo el alzamiento de Capotillo que dio inicio a la Guerra de la Restauración. El alzamiento dominicano fue un proceso que se fue conformando desde los primeros momentos de la anexión y se manifestó en una oposición generalizada contra la dominación colonial. Primero motivado por las medidas administrativas españolas que lesio-naron los intereses de diferentes sectores populares y luego por la pérdida de la independencia. España demostraba que era incapaz de solucionar muchos problemas de los dominicanos ni cumplir el mínimo de promesas que había hecho.

La antesala de la sublevación de agosto de 1863 fueron los movimientos que se produjeron en febrero de 1863 en Neiba, Guayubín, Sabaneta, Montecristi y Santiago de los Caballeros. A pesar de la derrota sufrida por este movimiento, grupos de insurrectos al mando de Santiago Rodríguez y otros al mando de Benito Monción, se internaron en las lomas de Capotillo desde donde continuamente hostigaban a las tropas españolas establecidas en Dajabón. Estos grupos operaban con la solapada complicidad del gobierno haitiano.

A finales de junio de 1863, las autoridades españolas em-pezaron a recibir mensajes en torno a «que una cuadrilla de insurrectos dominicanos, capitaneados por Ignacio Reyes, Santiago Rodríguez y Benito Monción, se habían reunido en los montes de la Sabaneta Española con el designio de tomar las armas contra España hacia el 15 del presente mes».4 Infor-mación similar fue ofrecida a las autoridades por Juan Antonio Alis quien había sido indultado junto a un tal Eusebio Gómez, a principios de agosto. Pero noticias mucho más alarmantes ha-bían llegado a conocimiento del brigadier comandante general del Cibao, Manuel Buceta, en el sentido de que «próximo a la

4 Documentos procedentes del Archivo Nacional de Cuba, expediente sobre la sublevación de Santo Domingo de 1863, Boletín del Archivo General de la Nación, vol. XX, año XX, núm. 94, p. 291.

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bahía de Manzanillo entran con frecuencia buques mercantes y de guerra del Norte de América, que de algunos de estos se han desembarcado armas, aunque en pequeño número que fueron introducidas subrepticiamente en el territorio de la República».5 Al parecer la idea de la presencia de buques norteamericanos y la ayuda a los insurrectos por parte de estos en la frontera se había convertido en un secreto a voces, pues, el Comandante de armas de Montecristi, Pedro Ezequiel Guerrero, en carta del 8 de agosto le dijo a Buceta.

…Sr. General. Le suplico tenga la bondad de decirme si V. E. sabe algo de que se quiera tramar revolución, pues aquí andan unas noticias muy calientes de que daré a V. E. conocimiento de todas las habladas... que viven inquietando las familias diciendo que el lunes estará en Montecristi una flota americana de doce vapores de guerra cargados de pertrechos de guerra y tropas ameri-canas y haitianas para dar auxilio a los dominicanos…6

Buceta no fue el único preocupado por la presencia de los buques norteamericanos en Haití, el Comandante General de Marina del Apostadero de La Habana dispuso que la fragata Blanca pasase a Port-au-Prince a vigilar los movimientos de buques de guerra de los Estados Unidos.

Por todas estas razones, no resulta extraño el viaje de Buceta el 12 de agosto hacia Montecristi, Dajabón y toda la frontera con la finalidad de «adquirir cuantas noticias le sean dables» sobre los últimos acontecimientos. Cuatro días después, el 16 de agosto de 1863, el grupo de insurrectos capitaneados por Santiago Rodríguez penetró en el territorio dominicano y en el lugar nombrado Capotillo izaron la bandera dominicana

5 «Diario de los Cuarteles Generales 1863-1865. Carta del Brigadier al Capitán General», en Emilio Rodríguez Demorizi, Diarios de la Guerra domínico- española de 1863 a 1865, Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, p. 10.

6 Ibídem, pp. 10-11.

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como gesto simbólico del reinicio de la lucha por la indepen-dencia y la restauración de la República. Esta acción dio inicio con redoblados bríos a la Guerra de la Restauración, en cuya primera embestida los revolucionarios tomaron la ofensiva al compás de ataques sorpresivos, emboscadas y combates aislados contra destacamentos o columnas enemigas.

En muchos aspectos, el alzamiento de Cuba se parece al de febrero de 1863 más que al de Capotillo. El de febrero del 63 y el de octubre del 68 fueron productos de una conspiración que se desarrolló en los dos países. Con estallidos inesperados y sorpresivos. Aunque hay una diferencia sustancial, en Cuba no se produjeron alzamientos urbanos como ocurrió en Santo Do-mingo, como el de Santiago de los Caballeros que fue fraguado y desarrollado en la segunda ciudad de la Capitanía General.

En el desarrollo de los acontecimientos, el alzamiento de Capotillo y el de Yara fueron dos fenómenos diferentes, pues un grupo de los líderes y combatientes que se alzaron en febrero, virtualmente se encontraban en la ilegalidad en agosto de 1863. Algunos en Haití y otros en las sierras y bosques dominicanos eludieron la persecución hispana. Por lo que en cierta forma existía un estado bélico en gran parte del Cibao.

El levantamiento de agosto de 1863 fue el resultado de un complot que se desarrolló en Dominicana y que produjo alza-mientos locales como el del coronel Polanco y al mismo tiempo una invasión de los independentistas que se habían refugiado en Haití. A diferencia del de Cuba contó con medios bélicos. Muchos dominicanos poseían armas y además, otros las obtu-vieron en Haití. Un grupo importante de los alzados en agosto de 1863 tenían experiencia militar. Habían tomado parte en las guerras contra Haití.

El alzamiento de Capotillo era asunto tan esperado que ante las alarmantes noticias los españoles movilizaron un batallón, una sección de artillería y otra de caballería hacia la región de la frontera de donde existía la posibilidad de una invasión. Pero acabaron suspendiendo esa operación. Buceta, el

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jefe hispano de la zona donde se produjo la rebelión, fue dura-mente criticado por esa medida. Aunque es indiscutible que la presencia de esa fuerza hubiera tenido alguna influencia en el desarrollo de los acontecimientos, pero dado la táctica de guerra de guerrillas que comenzaron a utilizar los revolucio-narios desde sus primeros momentos poco hubiera resuelto. En Cuba previo al levantamiento de octubre de 1868 no hay una movilización del ejército español hacia los territorios donde se produjeron la conspiración. Mucho menos una invasión desde un país vecino.

Esta actitud confiada de las fuerzas represivas era lógica. En Cuba luego de la derrota de la expedición anexionista de Narciso López y el alzamiento de Joaquín de Agüero, en Camagüey, en 1851, no encontramos hechos similares trascen-dentes. Hay un período de aparente tranquilidad que es tan solo perturbada, en ocasiones, por conspiraciones como la de Ramón Pintó que fue abortada sin que se llegara a producir propiamente un levantamiento.

El Estado español fue sorprendido por la sublevación de octubre de 1868. Las fuerzas represivas estaban aletargadas por la prolongada paz y la corrupción. El movimiento cons-pirativo se había desarrollado sin grandes inconvenientes. Esto es explicable por la ineficiencia de la represión y por el apoyo de la mayoría de la población de los lugares donde se produjeron los alzamientos. La conspiración se desarrolló en zonas donde la inmigración española era escasa. La mayoría de sus vecinos estaban ligados a las grandes familias criollas por clientelismo. Predominaba, en buena medida, un sentido patriarcal en las relaciones sociales. Esto ayudó a que una parte de la población se sintiera cercana a los conspiradores. Por lo que no se produjeron denuncias contra los complotados. Además no pocos de ellos eran miembros del cabildo; algunos, de la administración colonial; hacendados de muchas propie-dades; profesionales destacados. Sobre la mayoría de ellos no se tenían sospechas de ser subversivas.

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La conspiración que dio inicio a la guerra de 1868 se fraguó en el seno de un grupo de familias de terratenientes orientales, camagüeyanos y villareños. Los líderes regionales que iniciaron la contienda pertenecían a antiguas familias de terratenientes criollos. Por ejemplo veintiséis de los dirigentes de la guerra en las jurisdicciones de Bayamo y Camagüey pertenecían a familias establecidas en esas comarcas desde el siglo XvIII o con anterioridad.7 En las demás jurisdicciones ocurrió igual.

En Dominicana entre los líderes de los alzamientos nos encontramos también con individuos miembros de antiguas familias de hateros, pero también con personas de una situación más modesta como campesinos, comerciantes y oficiales de las reservas. La participación de muchos de ellos en las guerras contra Haití les había dado un gran prestigio ante el común de los dominicanos lo que les permitió convertirse en líderes en agosto de 1863. En Cuba no existía un grupo comparable a este, es decir veteranos de guerra. Esta situación se daría en agosto de 1879 al iniciar la segunda guerra de independencia y en febrero de 1895 al estallar la tercera y última guerra. En esos casos existió un grupo importante de veteranos muchos de ellos de origen humilde e incluso negros y mulatos que fueron capaces de promover levantamientos y dirigir a las tropas en ambos enfrentamientos bélicos. En ese sentido el estallido de las dos últimas guerras de independencia cubanas se parece más a la de Restauración que la de 1868, respecto a la experiencia militar de sus líderes.

7 Jorge Ibarra Cuesta, Marx y los Historiadores ante la hacienda y la plantación esclavista, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2008, pp. 291-301.

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LAs prImerAs operACIones mILItAres

La ofensiva relámpago y el ataque sostenido contra el enemigo hicieron posible que en un breve lapso de tiempo, guerrillas restauradoras se apoderaran de toda la región noroeste del país, a excepción de Puerto Plata. Muy pronto cayeron bajo dominio de los revolucionarios: Sabaneta, Guayubín, Montecristi, Moca, San José de las Matas, Dajabón, San Francisco de Macorís, Cotui y La Vega. A los españoles no les quedó más alternativa que batirse en retirada. Así, las columnas de Buceta, Hungría, de Aranguren y las de Florentino García se vieron obligadas a ejercer movimientos de retiradas, algunas en condiciones, por demás, difíciles y bajo el constante ataque del enemigo.1

La experiencia militar que tenían los dominicanos fue un factor importante en esas victorias. De la Gándara caracterizó con estas palabras esa verdadera cultura militar del pueblo dominicano de la época.

una persona de autoridad, por su valor, por su expe-riencia, por su riqueza, llamándose Alcalde, Coman-dante de Armas o de otro modo, instantáneamente reunía por el medio más sencillo y primitivo a los

1 Para el proceso de retirada de las diferentes columnas españolas véase «Diario de los Cuarteles Generales», pp. 76-100, J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., cap. V, pp. 301-384.

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vecinos alistados…De echo pues la organización de esa sociedad era la organización de un ejército suprimidos trámites que en el fondo quizás son más embarazosos que esenciales. Ha bien poca costa por cierto y en el menor tiempo posible se tenía allí un cuerpo formal, con su grueso su destacamento sus grandes guardias, sus patrullas, sus avanzadas, sus centinelas y sus escuchas.2

Hacia finales de agosto, y ante el ritmo de avance de las guerrillas restauradoras, el capitán general de Santo Domingo Felipe Rivero le escribió al Capitán General de la isla de Cuba solicitándole el envío de tropas de combate «...las cuales deberán venir dispuestas a entrar desde luego en operaciones dotadas de tiendas, sacos, municiones y todo el material necesario de campaña así como con el número de raciones correspondientes por los escasos recursos de la isla».3

Las tropas no tardaron en llegar, haciendo su desembarco en Puerto Plata, el 27 de agosto en el vapor Isabel II. La columna expedicionaria era dirigida por el coronel de ingenieros Salva-dor Arizón y estaba compuesta por fuerzas de los batallones de Infantería de la isla de Cuba, primer batallón del Regimiento de la Corona, segundo batallón del Regimiento de Cuba y una batería de artillería de Montaña. Estos contingentes militares no bien desembarcaron cuando su jefe dispuso el ataque inmediato al Fuerte San Felipe, ocupado por los insurrectos y a la casa de gobierno en la plaza donde el general Juan Suero y la guarnición bajo su mando estaban sitiados. Los insurrectos fueron vencidos y empujados fuera de la ciudad por las tropas recién llegadas. En estas acciones de guerra perdió la vida el coronel de ingenieros Salvador Arizón, comandante de las tropas. De esa forma Puerto Plata se convirtió en una especie

2 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 78.3 «Diario de los Cuarteles Generales 1863-1865». Carta de Felipe Rivero al

Capitán General de la isla de Cuba, en E. Rodríguez Demorizi, Diarios de la Guerra..., p. 10.

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de cabeza de playa de la metrópoli en sus intentos de dominar el Cibao.

Entretanto, los revolucionarios preparaban sus hombres en Quinigua, para el ataque contra Santiago. Muy pronto ocuparon parte de la ciudad con un improvisado ejército de 6,000 a 7,000 hombres. Los primeros intentos de ataque por parte del Brigadier Buceta resultaron fallidos, por lo que se vio precisado a retirarse, reconcentrándose en el fuerte de San Luis. Este fue convertido en una especie de campo atrincherado. El día 31 de agosto el Brigadier y su guarnición de alrededor de 800 hombres se encontraban rigurosamente sitiados por las fuerzas revolucionarias, las cuales no tardaron en tener bajo su absoluto control la ciudad, posesionados de los tres fuertes llamados Dios, Patria y Libertad.

El 6 de septiembre los revolucionarios atacaron los cam-pos atrincherados de San Luis. La batalla no pudo ser más sangrienta, el derroche de heroísmo no tuvo límite de parte de ambos contendientes. Los dominicanos luchaban con valentía por la toma del campo atrincherado, pero varias veces fueron rechazados. Al parecer, movidos por la imposibilidad de la toma del recinto sitiado, los revolucionarios pusieron fuego a una casa contigua al mismo como un medio de acrecentar la hostilidad contra los enemigos, y producir su derrota inmediata.4

El incendio se propagó y destruyó a Santiago en casi su tota-lidad. Aún no había concluido, cuando llegaron al escenario del combate las tropas españolas provenientes de Puerto Plata. Esta era una brigada compuesta de 1,400 plazas, con soldados de tres batallones. La brigada estaba al mando del coronel Mariano Cappa. Los restauradores se habían atrincherado en los tres antiguos fuertes españoles. El enemigo atacó el fuerte Dios y posteriormente el Patria y el Libertad. Los tres recintos cayeron en manos de los soldados coloniales. La columna

4 E. Rodríguez Demorizi, Actas y Doctrinas del gobierno de la Restauración, Editora del Caribe, Santo Domingo, 1963, pp. 45-49.

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española logró desplazar a los revolucionarios del centro de la ciudad, después de batirse rudamente con las tropas restauradoras.

Los combates se dieron bajo las peores condiciones. Todavía el fuego no había cesado y con la «población envuelta en llamas» lograron las tropas españolas desarticular momentáneamente la ofensiva revolucionaria. La desbandada forzosa de las tropas restauradoras permitió a las columnas de Cappa unirse en el Fuerte San Luis con las fuerzas de Buceta. Esta acción de los revolucionarios de batirse en dos frentes a la vez nos da idea del valor de los combatientes. Al mismo tiempo que ponían sitio al campo atrincherado de San Luis se batían con la columna de rescate.

Los revolucionarios reaccionaron rápidamente y lograron reorganizar sus fuerzas, ahora teniendo sitiado no solo a las tropas bajo el mando de Manuel Buceta, sino también a la brigada recién llegada de Mariano Cappa.

De esta forma, la situación de los españoles había variado poco, siguieron sitiados y en condiciones mucho peores por el estado de ruina y desolación en que el incendio y los combates habían dejado la ciudad. Procurar la subsistencia de un número de soldados y oficiales de tal magnitud, junto a los heridos y las familias del pueblo refugiadas en el campo atrincherado de San Luis, era una tarea de casi imposible realización.

De hecho, conforme fue pasando el tiempo, la situación se fue mostrando más difícil, pues los medios de alimentación y de hacer llegar comenzaron a escasear. Y además, los revolu-cionarios imposibilitaron casi totalmente una eficaz labor de aprovisionamiento a las partidas de soldados que bajaban del campo atrincherado de San Luis en busca de agua, comestible y hasta de forrajes para los caballos. Un testigo de los hechos, nos dio una idea de cuán difíciles eran las condiciones. Dice el mismo:

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Bajaban cuarenta o cincuenta al pueblo y volvían quince o veinte... un río pasaba cerca del fuerte, y bajaba por agua una columna de doscientos o trescientos hom-bres; subían cuarenta barriles, pero dejaban cuarenta muertos... ya la gente no comía más que arroz cocido sin sal ni grasa.5

En una situación de tal naturaleza, en la cual el ejército español se encontraba sitiado, en una ciudad destruida y desolada por el incendio, lo que hacía, de por sí, casi imposible la subsistencia, y donde el ejército revolucionario al acecho mermaba una tras otra las pequeñas avanzadas que salían ora en busca de agua, ora en busca de forraje o alimentos. Resultaba, por demás, muy natural, el que el brigadier Buceta considerara que Santiago «había perdido completamente su importancia política y militar, y que su posición, careciendo de recursos para la alimentación de hombres y ganado, sería perjudicial al Estado...».6 De estas consideraciones al abandono de Santiago sólo había un paso, lo que quedó acordado el día 8 de septiembre en una junta de jefes.

Fue muy probable que esta idea diese origen a la búsqueda o la aceptación de un armisticio con los revolucionarios. Resulta difícil determinar quiénes lo propusieron. Pero sea de un lado o de otro, conocemos que las negociaciones se iniciaron cuando los españoles enviaron al padre Charboneau al campamento general revolucionario, a dar apertura a las negociaciones. Ese día José A. Salcedo, presidente del Gobierno Provisional, emitió un documento anunciando el inicio de negociaciones y la suspensión de ataque contra los españoles. Dice el documento:

Dios, Patria y Libertad-República Dominicana, Señores Generales Luperón, y A. Tolentino. En este momento se ha expedido el Presbítero Charboneau, enviado del

5 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., vol. 1, p. 367.6 Ibídem.

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Brigadier Buceta, para la negociación de un armisticio. Mañana a las nueve volverá dicho Padre, trayendo una respuesta a las instrucciones que se les han comunicado. Suspendan todo ataque hasta mañana, pero no cesen de vigilar al enemigo. Meadero 12 de septiembre de 1863 Jefe de Operaciones José A. Salcedo.7

Desconocemos el contenido de las instrucciones enviadas por Salcedo, pero la contestación de Buceta fue en el sentido de exigir a los revolucionarios una capitulación onerosa, pues «que solamente estaban llamados a gozar de los beneficios del indulto los soldados, a cabos y sargentos revolucionarios, si la conducta que esperaba de él y sus subalternos no le obligaban a adoptar un sistema de represalias».8 La contestación de Buceta a las instrucciones llenaron de ira a los revolucionarios, quienes contestaron a la misma en un documento donde establecían las bases no ya de un armisticio, sino la exigencia de una capitulación a las tropas españolas. Dicho documento exigía:

1. Que las armas se nos entregarán vacías en esta plaza de armas, frente a la iglesia, así como los pertrechos.

2. Todos los billetes dominicanos de 40 y 20 pesos que se cam-biaran por billetes españoles se nos entregarán en la misma forma que se encuentran depositados en la administración.

3. Tan pronto se efectúe la ratificación de la presente transac-ción, ambas partes devolverán todos los prisioneros que estén en poder de unos y otros.

4. El puerto de mar que señalamos a U.S., es el de Montecristi, y para llegar este puerto sin atropellar a sus heridos les concedemos el plazo de seis días, término que debe arribar

7 Pedro M. Archambault, Historia de la Restauración, Editora Taller, Santo Domingo, 1973, p. 115.

8 Ibídem.

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Montecristi, u ocho días lo más a contar desde ahora en que se entreguen las armas, las cuales se nos entregarán durante cuatro horas luego de recibida la presente.9

La contestación de Buceta fue enérgica, y muy propia del «orgullo ofendido» del oficial español. Decía en la misma:

General:

Me he enterado de vuestras proposiciones. El ejército español no rinde nunca las armas que le ha confiado su Patria.En cuanto al cambio de papel, no existiendo ninguno en la Tesorería por haberse remitido a Santo Domingo, no me es posible resolver este punto.Confío a vuestros sentimientos humanitarios la conser-vación de la vida de los valientes soldados en el hospital de la ciudad.En obsequio de la humanidad estoy dispuesto a marchar sin combatir ínterin no se me hostilice; pero si este caso llegase, cumplimos con nuestro deber y no será nuestra la responsabilidad.10

Este documento llegó al campamento revolucionario por medio del padre Charboneau el 13 de septiembre a las 6:00 de la mañana.

La contestación del mismo no fue recibida por Buceta, quien impaciente por la dilación de Charboneau, decidió enviar otro emisario al campamento. Los nuevos emisarios fueron el coronel José Velasco y el sub-teniente Miguel Muzas y Franco.

Los nuevos acuerdos, según el parte de Velasco, llegaron a un entendido con los jefes revolucionarios, el cual consistía en

9 Pedro M. Archambault, Historia de la Restauración, p. 116.10 Ibídem, pp. 116-117.

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«la columna (española) saldría sin hostilizar ni ser hostilizada; que los heridos, empleados del hospital y familias refugiadas en el fuerte quedarían bajo la garantía de los jefes insurrectos y que ellos retirarían las fuerzas... escalonadas sobre el camino de Puerto Plata».11

Al parecer, este acuerdo no fue aceptado por un grupo de los insurrectos al frente de los cuales se encontraba José Rodríguez, quienes le exigieron a Salcedo «... que la columna entregase las armas para irse...». Según Velasco, Salcedo «...se había com-prometido con los amotinados a exigir la entrega de las armas para calmarlos, y en ese sentido dirigió una comunicación al señor Buceta».12

La comunicación nunca les llegó a las fuerzas sitiadas y el día 13 de septiembre, las tropas españolas emprendieron la retirada con destino a Puerto Plata. Apenas habían marchado unas leguas, aquella heterogénea columna de soldados y familias refugiadas en el fuerte, empezó a ser atacada despia-dadamente por tropas restauradoras.

Las fuentes españolas consideran esa acción como un descrédito del mando revolucionario pues debían atenerse al acuerdo de permitir la retirada sin hostilizarlo. En esto se dieron dos circunstancias, por un lado existía una división interna en el mando revolucionario. Una parte estaba por no aceptar trato alguno que no fuera la entrega de las armas antes de emprender la retirada. Estos fueron los que iniciaron el ataque. Aunque los españoles abandonaron la población sin esperar el fin de las negociaciones.

11 Coronel José Velasco, Parte dado al General en Jefe del Ejército de Santo Domingo..., en E. Rodríguez Demorizi, Diarios de la Guerra..., p. 91.

12 E. Rodríguez Demorizi, Diarios de la Guerra..., p. 93. A juicio de De la Gándara, Polanco cambió de idea respecto al armisticio por «...la exal-tación de las pasiones política de aquella turba excitada y animada con la expectativa de una reunión que había de ventilarse la misma noche del 13 en la capital del Cibao para elegir el gobierno provisional de la República. Los caudillos rebeldes estaban muy interesados en llegar a ese acto conservando su popularidad y simpatías de las masas insurrectas», p. 375.

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En lo adelante, la columna española apenas tuvo un mo-mento de sosiego, perpetuamente hostilizada por emboscadas y acciones «relámpagos», el camino a intervalos obstaculizado por enormes trincheras, y los ataques incesantes, ora por la retaguardia, ora por los flancos, ora por el frente. En su penoso y patético peregrinar la columna tuvo que «desechar el camino real y abrirse paso por entre el monte, bajo un fuego mortífero que no cesó, sino a vista de Puerto Plata» .13

En Cuba la sublevación estalló en la parte oriental de la isla. Tradicionalmente este territorio a todo lo largo de la historia de la isla se convertiría al igual que el Cibao para dominicana en una zona de rebeldía contra la dominacion colonial espa-ñola. Desde agosto de 1868 los revolucionarios orientales y los camagüeyanos discutieron sobre la fecha del alzamiento. El nudo gordiano era la falta de armas y parque. Un grupo quería esperar a la terminación de la zafra azucarera de 1868 y contar con suficiente dinero para traer equipos bélicos del exterior. Otros estaban por alzarse lo más rápidamente posible. Temían que las autoridades descubrieran el complot y los detuviera en sus casas.

El 10 de octubre de 1868 el abogado y terrateniente Carlos Manuel de Céspedes rompió el nudo gordiano y se alzó en armas en Manzanillo. De inmediato los comprometidos en Bayamo, Jiguaní, Holguín, Tunas y otros lugares del oriente lo secundaron. Desde los primeros momentos se puso en evidencia la incapacidad militar y la falta de armas de los sublevados. Uno de los insurrectos describió así aquellos primeros días de la guerra:

Dado el modo de ser del pueblo cubano y las aptitudes de los iniciadores, el movimiento en su principio tuvo mucho de una algarada de gente alegre que se lanzaba inconsciente a un peligro desconocido, con la esperanza

13 José Gabriel García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, s/f.

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de su poca duración creyendo celebrar alegremente la primera noche buena entre gritos de alegría y libertad.14

Entre el 10 y el 15 de octubre los cubanos fueron batidos en todos los enfrentamientos con fuerzas contrarias. En su ayu-da acudió un grupo de militares de las reservas dominicanas que se encontraban sublevados en el territorio. Ellos habían combatido junto al ejército español y al producirse la derrota de 1865 se trasladaron a Cuba. Carlos Manuel de Céspedes comprendió el papel que podían jugar estos hombres y los incorporó a sus tropas y les dio altos grados y puestos en el naciente ejército libertador.

La masividad del movimiento, lo reducido de las guarniciones españolas y el apoyo de estos dominicanos les permitió a los cubanos conquistar en pocos días a Bayamo, Jiguaní y sitiar la ciudad de Holguín. Además se apoderaron de casi todos los campos del valle del Cauto, parte de la jurisdicción de Santiago de Cuba e incluso hasta los lejanos poblados de Mayarí y Sagua de Tánamo. Los dominicanos jugaron un papel fundamental en la derrota de las primeras unidades españolas que entre octubre y diciembre de 1868 intentaron reconquistar Bayamo. En noviembre de 1868 se sublevó Camagüey. Los revolucionarios de esta comarca lograron conquistar los campos y algunos poblados del interior de la jurisdicción. En febrero se alzaron los villareños en el centro del país. Sin armas ni parque y sin el factor sorpresa fueron batidos y se vieron obligados a trasladarse a Oriente y Camagüey en busca de armas.

Los españoles llevaron a cabo, en 1869, una intensa ofensiva. Reconquistaron Bayamo y las demás poblaciones ocupadas por los libertadores e, incluso, los obligaron a abandonar gran parte del territorio que habían liberado. En el bando español también estuvo presente una gran parte de oficiales españoles

14 Enrique Collazo, Desde Yara hasta el Zanjón: Aportaciones Históricas, Instituto del Libro, La Habana, 1967, p. 3.

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que participaron en la Guerra de la Restauración. Un grupo significativo de los militares que reprimieron a los insurrectos eran veteranos de la guerra dominicana como Weyler, Campillo y otros. Incluso un grupo importante de antiguos miembros de las reservas dominicanas se destacaron en las filas españolas como el mariscal Eusebio Puello, el general Valera y otros. Una historia con tintes morales ha olvidado la participación de estos dominicanos en el bando español. Es una página por escribir entre las dos islas.

El inicio del alzamiento tuvo puntos comunes entre los dos países. Inicialmente en ambos los insurrectos lograron conquistar dos plazas importantes, Santiago de los Caballeros y Bayamo. Además les propinaron derrotas significativas a los hispanos. Las fuerzas cubanas bajo el mando de los generales dominicanos Máximo Gómez y Modesto Díaz derrotaron a las columnas enemigas que intentaron reconquistar Bayamo entre octubre y noviembre del año 1868.

Pero la situación cambió bruscamente cuando en Cuba se inició la gran ofensiva española que desalojó a los libertadores de sus posiciones y puso en peligro la existencia misma de la revolución. Esto se debió a varios factores. Uno muy importante fue la falta de experiencia y tradición bélica de los cubanos. La inmensa mayoría por primera vez entraban en combate. También la escasez de equipos militares y parque. Además el esfuerzo militar español en Cuba fue muy superior al que reali-zaron en Dominicana. Las fuerzas integristas en Cuba eran, infinitamente, superiores que en Dominicana. El número de inmigrantes españoles y de nativos vinculados a los intereses de la metrópoli sumaba una cifra muy superior a los aliados con que contaron los españoles en Dominicana y, además, Cuba era más importante que Santo Domingo para la Corona española.

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CAntIdAd de CombAtIentes

Era muy difícil determinar la cantidad de integrantes del ejército restaurador. En las guerras de guerrillas las cifras tendían a aumentar y disminuir con deserciones e incorporaciones según el desarrollo de éstas. Además, como estas fuerzas for-maban más bien partidas que propiamente unidades en que se estructuraban los ejércitos de la época como las secciones, las compañías, batallones etc., no siempre los jefes de esos grupos reducidos elaboraban listados. Muchas veces no por malicia, sino porque no sabían escribir. Al parecer el mayor número de restauradores se reunió para el sitio de Santiago de los Caballeros. De La Gándara los situó en alrededor de seis a siete mil hombres a finales de agosto de 1863.1 La cifra no parece confiable pues el jefe español seguramente trató de justificar la derrota que sufrieron a manos de los rebeldes. No hay asunto más conveniente para justificar una derrota que la supuesta superioridad del enemigo.

Los dominicanos tuvieron a su favor el tiempo. El grueso de las operaciones se desarrollaron entre agosto de 1863 y septiembre de 1864. Luego de esta última fecha el capitán general siguiendo órdenes superiores limitó las operaciones a las indispensables. Se comenzaba a discutir en la metrópoli la retirada. Esto fue

1 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 357.

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provocado por la resistencia de los insurrectos. Esta facilitó el desarrollo de las enfermedades sobre el enemigo.

Pese a los excesos cometidos por algunos jefes rebeldes, como Pedro Florentino, que hicieron disminuir el prestigio de la revolución en algunos territorios, como en Baní, y tam-bién el desarrollo de algunas operaciones españolas exitosas, situaciones que produjeron desmoralizaciones ocasionales, la efectividad se mantuvo porque en la guerra de guerrillas un grupo muy reducido puede hostigar efectivamente a una tropa enemiga.

Los restauradores llevaron a cabo una guerra de guerrillas donde, generalmente, el número de bajas en combate fue escaso. Por regla, los revolucionarios combatían desde los bosques abriendo fuego a distancia. Raramente se producían encuentros frontales. La artillería española tampoco fue muy efectiva pues los dominicanos luego de abrir fuego muchas veces se retiraban. Aunque no poseemos documentos, suponemos que las bajas en acciones debieron ser pocas. Las enfermedades que fueron la gran causa de fallecimientos en el ejército español seguro que también afectaron a estos irregulares. El criterio que se tiene de que los nativos de los países tropicales en estas guerras no sufren enfermedades endémicas no es creíble. Si nos fijamos en los libros de defunciones de los templos católicos de esos años, un grupo relativamente importante de naturales de estos países fallecían de enfermedades contagiosas. Pero de todas formas su número siempre era menor que el de los militares hispanos.

El historiador suizo Andreas Stucki ha sugerido para los estudios de la guerra coloniales en las Antillas «distanciarse del mito de los generales “junio, julio y agosto”, mencionar los grandes estragos que la malaria y la viruela, para nom-brar solo dos enfermedades, causaron estragos en las tropas revolucionarias».2

2 Andreas Stucki, comunicación personal a José Abreu Cardet, el 15 de septiembre de 2011.

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Muchos restauradores dominicanos y mambises cubanos fallecieron por enfermedades contagiosas. Existen numerosos testimonios sobre las enfermedades entre los insurrectos cu-banos. Céspedes dijo a finales de agosto de 1873: «Pocos son los que en el campamento no padecen a cada momento de fiebres por lo que he dejado de tomar notas de ese acontecimiento tan frecuente».3

A principios de 1870 el general cubano Calixto García anotó en su diario personal:

No bien llegué a Naranjo cuando el cólera se declaró en mi columna. Los casos se sucedían y la muerte del atacado era infalible pues no teníamos médico ni medi-cinas siquiera para controlar la epidemia. Los muchos remedios que empleábamos eran la hoja de salvia y la cáscara de guayaba.4

Una de las tropas de Las Villas que pasó al oriente en busca de parque y armas quedó en un estado tan lamentable que un insurrecto la describió en estos términos: «Las deserciones, las viruelas y otras enfermedades han destrozado esta columna de Las Villas».5

Las fuerzas del general insurrecto Ángel del Castillo que com-batían en Santi Espíritu, en 1869, fueron atacadas por el cólera, al extremo, que este general se vio obligado a: «…licenciar a las tropas, quedando durante algunas semanas inactiva la zona de su mando».6

Sin embargo, durante la campaña estas fuerzas recibieron incorporaciones significativas como las de las reservas. La ma-yoría de los 500 miembros de las reservas de San Cristóbal que

3 E. L. Spengler, Carlos Manuel de Céspedes..., p. 95.4 Calixto García Iñiguez, Diarios de la guerra de 1868. Archivo particular de

Juan Andrés Cue Bada, Santiago de Cuba.5 N. Sarabia, Ana..., p. 137.6 O. Ferrer Carbonell, Néstor Leonelo Carbonel..., p. 166.

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acompañaron al general Santana en su ofensiva sobre El Seybo desertaron.7 Además los revolucionarios fueron invadiendo territorios, donde recibían nuevos reclutas. En general no podemos considerar que hubo una disminución de las fuerzas revolucionarias que pusieran en peligro la revolución.

En Cuba se dio una situación muy distinta. La disminución de las fuerzas libertadoras fue drástica durante el desarrollo de la guerra.

Si bien no existió una plantilla del ejército libertador en toda la guerra, por diferentes testimonios podemos valorar esta disminución. En los primeros meses hubo una incorporación masiva a las fuerzas independentistas. En sus cartas, Carlos Manuel de Céspedes nos señalaba cifras que podemos tomar como referencia para tener una idea de las fuerzas insurrectas.

El 24 de octubre de 1868 escribió que tenía sobre las armas unos 15,000 orientales.8 El 20 de noviembre en otro documento se refirió a más de 20,000 mambises.9 El 1 de marzo de 1869 mencionó 70,000 hombres en las tropas libertadoras,10 en tanto el camagüeyano, Eduardo Agramonte, se refería en una carta, de noviembre de 1868, a: «…los 15 mil hombres que hay en Bayamo y las Tunas sobre las armas…».11

Mientras en Las Villas se calculaba, que solo en el primer día, 6 de febrero de 1869, se sublevaron entre tres mil y cinco mil patriotas.12 Es posible que muchas de estas cifras sean exa-geradas, pues los mambises sobredimensionaban su número como parte de su propaganda; los hispanos lo hacían para justificar sus derrotas.

7 J. de la Gandara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 33.8 F. Portuondo del Prado y H. Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes...,

t. II, p. 11.9 Ibídem, p. 14. 10 Ibídem, p. 33.11 Elda E. Cento Gómez, «Eduardo Agramonte: Cartas» (Correspondencia

de Eduardo Agramonte Piña y Matilde Simoni Argilagos). En Cuadernos de historia principeña, núm. 6, oficina del historiador de la ciudad de Cama-güey, Editorial Ácana, Camagüey, 2007.

12 O. Ferrer Carbonell, Néstor Leonelo Carbonel..., p. 13.

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Estas cifras esplendorosas, producto de la represión espa-ñola, comenzaron a mermar aceleradamente, ya los tres años de guerra la situación había variado por completo. En marzo de 1871 la división de Bayamo contaba con «1,400 y pico de hombres».13 A finales de febrero de 1872, se produce una con-centración de los batallones: 1 de Holguín; 2 de Cuba y 1 de Jiguaní para asaltar un poblado enemigo. En total sumaban tan solo unos 400 combatientes.14

Para atacar al poblado de Baire, en agosto de 1872, se con-centran «…una parte de las fuerzas de Bayamo, Jiguaní, Hol-guín y Cuba…»15 llegaron a unos 480 oficiales y soldados. Para asaltar a Holguín en diciembre de 1872 se concentraron parte de las tropas de las divisiones de Holguín, Jiguaní y Santiago de Cuba. En total los mambises sumaron unos 400.16 Calixto realiza una concentración a principios de 1874 con tropas de varias divisiones y tan solo contó con 600 hombres que libraron el combate de Melones.17 Estas fueron operaciones muy im-portantes y dirigidas por los principales jefes insurrectos. Para realizarlas se hacían grandes concentraciones de hombres. Esto nos dice del estado en que se encontraban las fuerzas libertadoras. No estamos ante aquellas cifras de miles de hom-bres que se nos anunció en los primeros meses de la guerra. Se produjo entre 1869 y 1871 una drástica disminución de sus miembros.

13 F. Portuondo del Prado y H. Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes..., t. II, p. 186.

14 Periódico La Revolución de Cuba, 29 de junio de 1872, núm. 33 (Publicado extractado dentro del Parte de la Secretaría de la Guerra, hecho público en el núm. 35 del propio periódico), ANC, donativos y remisiones, fuera de caja, núm. 2.

15 Colección Coronado, documento 34, t. XVI, Biblioteca Universidad Central de Las Villas.

16 Fragmentos del parte militar de Calixto García de diciembre de 1872. En Periódico La Independencia, órgano de los pueblos hispano–americanos, 1 de marzo de 1873, núm. 7, Biblioteca Nacional de Cuba, Sala Cubana, Fondo Periódicos.

17 Calixto García Iñiguez, Diario Persona 1874, archivo particular de Juan Andrés Cue Bada, Santiago de Cuba.

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Carlos Manuel de Céspedes en una carta, fechada en febrero de 1871, solicitaba el traslado a los campos insurrectos de con-tingentes de tropas reclutadas en el extranjero: «…son más necesarias que nunca, porque con las enfermedades, asesinatos, combates y deserciones los hombres han escaseados… ».18

Además la guerra se prolongó por diez años, lo que respecto a la Restauración creó una situación muy diferente. En la medida en que la guerra se prolongaba los mambises iban disminuyendo. Esta situación, en parte, era solucionada por las características de la guerra de guerrillas. Los irregulares mantienen la guerra pese a la superioridad de los contrarios. A finales de 1874 el Capitán General en un informe al Gobierno Superior analizaba la situación de la guerra: «Como he dicho a Ud, repetidas veces, esta guerra no ha de acabarse por el esterminio (sic) de los insurrectos, se le podrá batir y reducirlos en número, pero exterminarlos, es muy difícil, sino imposible».19

En realidad el número de irregulares es asunto muy relativo. Por muy escaso que fuera la cifra mientras exista una guerrilla era necesario concentrar contra ellas grandes fuerzas. Además existía el peligro potencial que la guerrilla se podía multiplicar. Pero la reducción en número de las fuerzas revolucionarias fue un factor que influyó en acontecimientos como la propa-gación de la guerra a otras zonas de la isla.

Los dominicanos sufrieron algunas derrotas significativas y se vieron obligados a retirarse de determinadas localidades, pero en general el número de combatientes se mantuvo estable. Incluso muchas de las deserciones eran momentáneas producto del concepto que tenían de la disciplina los dominicanos. Un restaurador en sus memorias anotaba:

18 F. Portuondo del Prado y H. Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes..., t. II, p. 156.

19 Centro de Información de las Guerras de Independencia, Museo Casa Natal de Calixto García, copia del expediente seguido por los españoles al Mayor General Calixto García, (1874-1896). El original se encuentra en el Archivo Histórico Nacional de Madrid.

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Debo advertir, que cuando el cantón estaba en pleno vigor antes del descalabro del día de San Ramón, mu-chas veces se contaban en el cientos de soldados, incluso oficiales, y en otras ocasiones no había ni la mitad, y en otras, apenas para cubrir los puestos, porque al sol-dado dominicano no le gusta estar mucho fuera de su casa largo tiempo, ni de su conuco, su fandango y su velación, porque para él la disciplina es una esclavitud, pero al menor movimiento de alarma, acude presuroso como las abejas y exige los lugares de mayor peligro.20

Para analizar la relación entre los soldados del ejército regular y el irregular debemos de partir de otros criterios muy diferentes a los que usualmente se utilizan para analizar a un ejército. La guerrilla era asunto individual. Incorporarse y sobrevivir a la dura prueba de la montaña o el bosque era una muestra de las muchas cualidades de cada hombre y mujer que la integran. Tiende rápidamente a ir individualizando las cualidades y defectos de cada uno de sus integrantes.

Se conformaba rápidamente el mito del héroe: Polanco o Luperón en dominicana, Máximo Gómez o Antonio Maceo en Cuba. El hombre definido con nombre y apellido, muy con-creto, se podía destacar entre la veintena de irregulares por sus muchas habilidades en la emboscada, por su capacidad de guiar al grupo hacia las mejores y más ventajosas posiciones en el combate. La realidad cotidiana de la sobrevivencia y el com-batir lo iría decantando paulatinamente. Se le buscaba en los momentos difíciles para que salvara las circunstancias preñadas de peligros.

Sin embargo, la contraguerrilla era asunto anónimo. La forma más eficaz de combatir al irregular era imponiéndose por el número, más que por la calidad.

20 Eugenio J. Senior, La Restauración en Puerto Plata. Relato de un restaurador, Editora Montalvo, Santo Domingo, República Dominicana, 1963, p. 63.

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El guerrillero se expresaba en decenas o centenas, el contra-guerrillero en decenas de miles. La superioridad numérica para las fuerzas gubernativas era absolutamente relativa. Los contraguerrilleros debían de ocupar cada casa, cada sendero, cada aguada. Tan solo se podía considerar una superioridad numérica a favor de la antiguerrilla si se cumplía con tales parámetros, por lo que la lucha antiguerrillera estaba mati-zada de un profundo sentido colectivo del accionar. El gran héroe es el número de combatientes.

Pese a la disminución que sufrieron las fuerzas insurrectas dominicanas y cubanas productos de bajas en combate, enfer-medades y deserciones siempre se contaron con suficientes hombres para mantener ambas contiendas. La retirada espa-ñola de Santo Domingo es un ejemplo de esto. En el caso cubano el Estado español no pudo liquidar a las guerrillas mambisas en sus operaciones militares, sino llegar a un acuerdo para poner fin a la guerra.

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ArmAs y vItuALLAs

Las formas en que se armaron los dos ejércitos revoluciona-rios, los restauradores y los mambises cubanos, aunque tuvieron puntos comunes también nos encontramos con diferencias notables. El primer asunto era que en Dominicana una parte de la población estaba armada al estallar la revolución. Éstos habían tomado parte en tres contiendas contra Haití entre 1844 y 1856 y, en general, existía un estado de hostilidad más o menos permanente entre los dos países. Además se habían desarrollado conflictos internos entre caudillos. Esto conllevó a que un grupo significativo de dominicanos poseyera armas. También en cada plaza de cierta importancia se encontraban armas destinadas a las tropas, como por ejemplo un cañón. Este se utilizaba para dar la alarma en caso de un ataque de los haitianos. Al terminar el conflicto con el vecino país muchas veces se conservaron estas piezas.

El arma de fuego entraba en la psicología colectiva del dominicano. Aunque si bien se había realizado el desarme de una parte de la población, primero por Santana y luego por los españoles, un grupo de dominicanos guardaron sus armas. Se llegó al extremo de que los revolucionarios utilizaron en su propaganda para sublevar la población el rumor de que los españoles pretendían confiscarles las armas que habían quedado en poder de los vecinos.

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Pese a todo esto, al producirse los alzamientos de febrero de 1863, preámbulo de la Restauración, en los testimonios recogidos por las autoridades entre acusados y testigos, la ma-yoría se refiere a la existencia de armas de fuego entre una parte de los sublevados. Por ejemplo, en Santiago de los Caballeros un grupo significativo de los que se levantaron tenían armas de fuego y prácticamente todos poseían armas blancas, prin-cipalmente machetes. Veamos algunos testimonios que hemos tomado de las actas de las comisiones militares españolas encargadas de juzgar a los rebeldes detenidos. Según el poeta y líder de aquella sedición, Eugenio Perdomo, «se encontraron con un grupo de gente, unos armados con carabinas y sables y otros sin armas».1 Otros de los interrogados dicen que los que se presentaron en el ayuntamiento iban «armados de machetes y carabinas».2 Un testimonio se refiere a que: «iban armados de carabinas o escopetas… ».3 Un nuevo testigo nos dice «que iban armados de machetes y carabinas».4

Uno de los sublevados en Montecristi afirmó que se fue a la guerra «a caballo y con su sable». Mientras otro aseveraba que se unió a los insurrectos «a caballo llevando su sable y un trabuco».5

Uno de los líderes de la sublevación de Neiba, en febrero de 1863, afirma que: «los mismos individuos se proveyeron de armas propias la mayor parte, y á los que les faltaban

1 Tomo 30, AGI Cuba 1014 B, núm. 16, Plaza de Santiago, año de 1863, documento 50, Comisión Militar Ejecutiva. Proceso instruido contra el general don Juan Luis Bidó, el coronel don Carlos de Lora, el capitán don Pedro Ignacio Espaillat y el paysano don Eugenio Perdomo, acusados de complicidad en la rebelión que estalló en esta ciudad la noche del 24 de febrero pasado, núm. 180.

2 Ibídem.3 Ibídem, p. 6.4 Ibídem, pp. 6-7.5 AGN, Fondo César Herrera, t. 28. El original se encuentra en el Archivo

de Indias, Cuba, legajo 1011 B, sumaria 22.

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se les dieron de las que se habían cogido en la Comandancia Militar».6

Un país de una herencia coercitiva estatal muy pronunciada era común que cualquier vecino poseyera en su casa un arma para su protección. Por ejemplo, Álvaro Fernández «…socio y dueño de la panadería a máquina y natural de Santo Do-mingo» dijo que «siempre ha tenido un revolver del sistema la fovie el cual usa para sus viajes a Santo Domingo en lugar del machete».7 Mientras el comerciante y poeta Eugenio Perdomo reconoció que tenía una espada y «una pistola de dos cañones».8

Los miembros de las reservas dominicanas que se unieron a los restauradores dieron un importante aporte en armas y parque: «Como muchos de nuestros soldados restauradores, cuando se inició la gesta eran soldados españoles, al pasar al bando de los patriotas trajeron consigo sus respectivas armas».9 Estas eran fusiles y carabinas belgas modelos de 1857 y 1859, respectivamente.

Por ejemplo, en Puerto Plata las autoridades españolas al estallar la insurrección hicieron un llamado a las reservas dominicanas y se presentaron alrededor de 400. Estos fueron armados con carabinas belgas que estaban depositadas en la población. La mayoría de estos se pasaron a los rebeldes con sus equipos bélicos.10

6 Declaración es de Simeón Suberbí y Pérez y se encuentra en Archivo Ge-neral de la Nación República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 35.

7 Archivo General de la Nación, Santo Domingo, República Dominicana, Fondo César Herrera Cabral, número de Caja 17, signatura libro 17, p. 3.

8 Tomo 30, AGI Cuba 1014 B, núm. 16, Plaza de Santiago, año de 1863, documento 50, Comisión Militar Ejecutiva. Proceso instruido contra el General don Juan Luis Bidó, el Coronel don Carlos de Lora, el capitán don Pedro Ignacio Espaillat y el paisano don Eugenio Perdomo, acusados de complicidad en la rebelión que estalló en ésta ciudad, la noche del 24 de febrero pasado. Núm. 180, p. 5.

9 Jefatura de Estado Mayor Ejército Nacional, Manual de Historia militar dominicana, Edita-libros, S. A., Santo Domingo, 1998, t. II, pp. 104 -105.

10 A. López Morillo, Memoria sobre la segunda..., t. I, pp. 9-10.

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Los restauradores contaron con un importante aliado en lo referente a los abastecimientos de todo tipo: Haití. Desde el mismo momento de producirse la anexión, el gobierno y el pueblo haitianos se opusieron a tan descabellado proyecto. Al ser informado oficialmente por el Cónsul de España en Puerto Príncipe el 6 de abril, el presidente de la república, Geffrard hizo una protesta oficial. El documento expresaba la carencia total de derecho que tenía España sobre la parte oriental de la isla recién ocupada. En el documento se demostraba lo ilegal de la decisión de Santana y sus seguidores de anular la República.

La indignación que produjo la anexión en los círculos gu-bernamentales haitianos debía ser lo suficientemente fuerte como para hacer un «llamado a las armas», en una proclama al pueblo y al ejército. La proclama fue, en verdad, un grito airado de guerra contra la nación española usurpadora del territorio del Este. Fue como una reacción no meditada preñada de indignación y coraje. Veamos parte de la proclama del 18 de abril de 1861:

Al pueblo y al Ejército Haitianos:

...Consentiréis en perder vuestra libertad y veros redu-cidos a la esclavitud?Hoy, en pleno siglo XIX, cuando los pueblos de Italia, Hungría y Polonia luchan por emanciparse y conseguir independencia, podrías consentir en que arraigara en nuestro suelo la autoridad de un gobierno extranjero decidido a conspirar contra nuestra voluntad y a des-truirla mediante la violencia y la astucia?No; jamás sufriréis una tal ignominia. La patria está en peligro, nuestra nacionalidad amenazada, nuestra libertad comprometida.¡A las armas, haitianos. Corramos a las armas para rechazar a las hordas invasoras! ¡Que vuestra consigna

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sea la frase inmortal que sirvió de divisa a los fundadores de la República: Libertad o Muerte! ¡Respondamos a la fuerza con la fuerza!... 11

El llamado ¡a las armas!, no pasó de ser una acción irreflexiva, un exabrupto patriótico en un momento de exaltación nacional, al cual siguió una reflexión sobre las deplorables condiciones que aquejaban al ejército haitiano y las de desastrosas conse-cuencias para Haití de una guerra contra España.

Así las cosas, el Presidente haitiano optó por seguir la vía diplomática en el enojoso problema dominicano. Envió, acto seguido, un razonado y extenso documento a los gobiernos de Francia e Inglaterra, en el que apelaba a la mediación de estas potencias ante el peligro de la presencia española al este de la isla.

Sin embargo, la ofensiva diplomática haitiana resultó total-mente infructuosa. Tanto Francia como Inglaterra aceptaron el hecho consumado y hasta colaboraron con la realización del mismo con una política de tácita aprobación.

El fracaso de la ofensiva diplomática de Geffrard no podía ser más evidente, Francia e Inglaterra hicieron caso omiso de su llamado, aceptando la anexión de Santo Domingo a España. La respuesta de Haití fue apoyar según sus posibilidades a los dominicanos que se oponían a la anexión. En tierra haitiana se organizó la fracasada expedición de Sánchez. Este invadió el territorio de su país convertido en la flamante capitanía general de Santo Domingo. La invasión fracasó. Pero creó un antece-dente nefasto para la metrópoli: los futuros rebeldes podían obtener ayuda en la vecina nación. España recurrió a militarizar la frontera y desplegar el 6 de julio de 1861, frente a Puerto Príncipe, una flota de guerra bajo el mando de Rubalcaba. La flota española exigía de las autoridades haitianas «la más

11 Jean Price-Mars, La República de Haití y la República Dominicana. Diversos aspectos de un problema histórico-geográfico y etnológico, Industrias Gráficas, España, S. L., Madrid, 1953, p. 73.

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completa reparación de los agravios recibidos y una segura garantía para el futuro...», mientras grandes contingentes de tropas españolas y criollas esperaban en la frontera los resultados de las negociaciones con las autoridades haitianas.

A juzgar por los documentos publicados por Rodríguez Demorizi, la posibilidad de un ataque a Puerto Príncipe y a otras ciudades generó una especie de temor colectivo que se tradujo en una apresurada emigración hacia el interior del país. Esta emigración en principio fue de mujeres, niños y ancianos, luego se tornó general. Señala uno de los docu-mentos: «...a medio día los caminos vecinos están cubiertos de personas y caballerías cargados de ropa y otros efectos».12

Obviamente, la finalidad de la acción punitiva de los espa-ñoles fue más bien de carácter simbólico, era una advertencia a los haitianos del tratamiento que recibirían si continuaban una política desfavorable a España y la parte del Este. Esto explica el por qué llegaron a un acuerdo con la intervención del cónsul inglés Mr. Henry Byron, a pesar de las abultadas exigencias españolas.13

Los humillados haitianos apenas estalló la Guerra de la Res-tauración, pese a las presiones españolas, comenzaron a ayudar a los rebeldes. Cuando no lo hicieron directamente facilitaron la llegada de armas, parques y vituallas de todo tipo a los restauradores. Incluso, una parte de la producción tabacalera, de madera y otros productos de los territorios controlados por los restauradores se comenzó a exportar a través de Haití. Una parte de este comercio era un trueque a cambio de armas y municiones.14 Otra era en dinero. Este se utilizaba para pagar armas y parques que les vendían a los restauradores, comerciantes de los Estados Unidos.

12 E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la Anexión..., pp. 214-221.13 Ibídem.14 Agustín Ferrer Gutiérrez, «La misión Roumain: Gefrard y el fin de la guerra

de las Restauración». En Clio, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, año 80, enero-junio de 2011, núm. 181, p. 91.

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La colaboración con los restauradores llegó a hacerse popular en Haití al extremo que comerciantes haitianos compraron pólvora y pertrechos de guerra para enviárselos a los rebeldes dominicanos.15

El general español De la Gándara expresó que los restaura-dores:

En la actualidad podrán disponer de algunos malos cañones (…) y aunque tengan suficiente número de fusiles este armamento en general es desigual y malo, no careciendo por ahora de municiones que reciben de Haití, con mayor o menor dificultad y con mayor o menor tolerancia de aquellas autoridades.16

Pese a la permanente amenaza de una agresión española y además de la oposición de sectores de la sociedad, los recursos de la vecina nación no dejaron de fluir hacia Dominicana. Un testigo hispano afirmaba que «cuantos pasaportes extendían las autoridades revolucionarias para la vecina república llevaban la condición expresa de presentar a la vuelta una libra de pólvora».

En Las Matas, Neiba y San Juan al sur, y en La Joya, Capotillo francés, Dajabón al norte, celébranse semanales mercados, en los cuales el ganado caballar, vacuno, asnal y cabrío de los domini-canos era cambiado por pólvora, plomo, armas y otros efectos.17

En julio de 1864, luego de la ocupación de Montecristi y por los documentos allí capturados, el capitán general de Santo Domingo le escribió al cónsul español en Haití:

Sabe V. S. que la revolución actual de esta isla no exis-tiría sin el apoyo que recibe de la Republica de Haití en

15 Ricardo Hernández, «Notas sobre la participación haitiana en la Guerra Restauradora». En Juan Daniel Balcácer (editor), Ensayos sobre la Guerra Restauradora, Comisión Permanente de Efemérides Patrias, Santo Domingo, República Dominicana, 2007, p. 308.

16 De la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 282.17 A. López Morillo, Memoria sobre la segunda..., t. III, p. 130.

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recursos materiales y morales. No es de este momento determinar hasta dónde ese gobierno participa en esa protección; puede asegurarse, sí, el pueblo de Haití le presta franca y resuelta como puede también ase-gurarse que el gobierno del presidente Geffrard no llena franca y lealmente sus deberes internacionales con España.18

Para concluir, podemos caracterizar la política exterior del gobierno de Geffrad como un política de neutralidad pública y solidaridad subrepticia ante el problema dominicano.

Otro asunto importante es que los dominicanos llegaron a controlar por completo la provincia de Santiago de los Ca-balleros y fragmentos de la costa. Esto facilitó el arribo de goletas de Haití y de islas antillanas con recursos de todo tipo para la restauración. Algunas de ellas fueron capturadas por las fuerzas españolas. El 27 de diciembre de 1863 fue apresada por el buque Ulloa en Montecristi una goleta estadounidense que le llevaba a los rebeldes «…700 fusiles ingleses de pistón, más 200 barriles de pólvora, arroz, ron, tabaco y algunos quintales de pólvora. Por parte del enemigo hubo alguna resistencia, pero el pailebot fue abordado por la tripulación del Ulloa».19

El 11 de febrero de 1864 fue capturado el pailebot inglés Rápido con víveres y sal para los restauradores.20 El cargamento debía de ser desembarcado en las costas de Montecristi. El mercante británico Poopeer fue detenido por una goleta de guerra hispana. A bordo se encontraron cuatro cañones, fusiles, pólvora y plomo para los restauradores.21

Incluso llegaron a existir roces diplomáticos entre España e Inglaterra por el comercio que mantenían los rebeldes con las

18 A. López Morillo, Memoria sobre la segunda..., t. III, p. 130.19 E. Rodríguez Demorizi, Diarios de la Guerra..., pp. 248-249.20 Ibídem, p. 250.21 A. López Morillo, Memoria sobre la segunda..., t. III, p. 29.

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islas Turcas. Para evitar esto, España destinó 22 buques para el bloqueo de las costas dominicanas.22 Pese a este esfuerzo no se llegó a controlar el arribo de embarcaciones con vituallas para los patriotas dominicanos.

También los restauradores les arrebataron a los españoles equipos bélicos. Al tomar el 28 de agosto de 1863 el cuartel de Puerto Plata, los rebeldes capturaron «…un lindo botín de armas, municiones…».23

El gobierno restaurador nombró agentes en el exterior para promover el envío de recursos. Ramón Emeterio Betances y el doctor Francisco Basora fueron nombrados agentes de la revolución restauradora; el primero en París y Londres, y el segundo, en Nueva York. Como agentes, ambos tenían la facultad de gestionar fondos para el Gobierno Provisional Restaurador.24

Basora le propuso a los representantes de la misión confi-dencial chilena en Nueva York, la instalación de un tribunal de presas en la República Dominicana, lo cual nunca se efectuó, porque las patentes de corzo emitidas por el Gobierno chileno contra España no se llegaron a utilizar.

En general los restauradores contaron con suficiente parque para hostigar a las columnas contrarias. Hay diversos testi-monios hispanos que se refieren a ese fuego sostenido, y que solo es capaz de hacerlo una tropa que regularmente recibe parque.

El 2 de octubre de 1863 la columna bajo el mando de Pedro Santana se enfrentó a los restauradores en un lugar llamado La Bomba. En su obra sobre aquella contienda, el militar español De la Gándara nos dice que los restauradores «…se defendieron estos con un vigoroso fuego harto vivo sin dudas…».25

22 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 305.23 E. J. Senior, La Restauración en Puerto Plata..., p. 22.24 Ministerio de Relaciones Exteriores República Dominicana, legajo 15,

Archivo General de la Nación.25 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 45.

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Ya sea porque les llegaron de Haití o los obtuvieron en los poblados que capturaron, los dominicanos contaron con varios cañones.

El primero de octubre de 1863 se les retienen dos cañones a los rebeldes en el río Jaura.26 El día 13 de ese mes y año apresan los españoles un cañón en Barrancas de Santa Cruz de Yamasá.27 El 23 de enero de 1864, en combate, les capturan a los rebeldes un obús y un cañón.28

De la Gándara en su obra nos ofrece más ejemplos sobre esta artillería rebelde. A principios de 1864 en una incursión que realizaron por la zona de Neiba, el militar hispano capturó un cañón que describe en estos términos, era: «…un excelente cañón inglés, con buen montaje, bastante municiones y un par de bueyes de tiro…».29 Al tomar Barahona en la misma fecha, De la Gándara se refiere a:

Tres cañones encontramos en Barahona, dos puestos en batería sobre la arena de la playa y otro a la entrada del pueblo, donde sin dudas lo dejaron los dominicanos al retirarse. De treinta y dos y diez y seis, ambos de hierro y en buen estado eran los de la playa, y con ellos habían hostilizado a nuestros buques, no sin éxito pues al Isabel la Católica le causaron cuatro bajas.30

Esta captura de cañones por las fuerzas coloniales se explica, porque los dominicanos aplicaron una guerra esencialmente guerrillera y en ella era difícil trasladar piezas de artillería por los bosques donde operaban estas tropas. Aunque de todas formas los restauradores utilizaron en varias ocasiones la artillería con algún éxito. Así con un disparo del cañón capturado en

26 E. Rodríguez Demorizi, Diarios de la Guerra..., 1963, p. 246.27 Ibídem.28 Ibídem, p. 249.29 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 120.30 Ibídem, p. 124.

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Neiba mataron a 12 soldados españoles. Mientras el fuego de los cañones situados en Barahona contra el navío Isabel la Católica les causaron cuatro bajas. El 9 de enero de 1864 atacaron con artillería el vapor Majestad causándoles 2 muertos y 12 heridos.31

El fusil, la carabina y el machete, llamado encabao, fueron incluidos en la sicología colectiva de estos campesinos conver-tidos en soldados. El fusil era llamado el centinela. Muchos sol-dados clases y hasta oficiales iban descalzos; no había correajes ni equipos; los cartuchos los llevaban en el macuto junto con plátano carne, tabaco, ropa y todo lo que encontraran.32 En cualquier ejército regular de la época, tal estampa del soldado hubiera causado burla y desaprobación. Nunca hubieran en-tendido cómo estos soldados anónimos ganaron la guerra.

Para la alimentación de las tropas, los revolucionarios con-taban con la rica agricultura de subsistencia del país. Según De la Gándara: «…el Gobierno revolucionario se apodera de todas las cosechas, da en cambio papel moneda y crea recursos con los que vive y sostiene la guerra».33

Además utilizaron los frutos silvestres del país y el abundante ganado salvaje o semisalvaje que pastaba en los prados. A juicio de Bonó, cada soldado es un montero, por lo cual resulta rela-tivamente fácil apropiarse de productos agrícolas y ganado de los campesinos en los territorios donde operaban. Les daban una papeleta para ser pagada cuando triunfaran.

Para la compra de armas, el gobierno restaurador decretó el monopolio del tabaco. Todo el tabaco debía ser entregado a las autoridades. Los cosecheros recibían a cambio una pape-leta que se les pagaría en el futuro. El tabaco era trasladado a Haití y exportado. Pero el monopolio trajo serios inconve-nientes con los campesinos. El 6 de junio de 1864 eliminaron

31 E. Rodríguez Demorizi, Diarios de la Guerra..., p. 249.32 A. López Morillo, Memoria sobre la segunda..., t. I, p. 64.33 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 282.

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el monopolio e introdujeron un impuesto. El dinero se utilizaba para comprar armas y parque.

De todas formas era difícil mantener grandes concentraciones de tropas. La agricultura dominicana no era intensiva, por lo que si en una región había suficientes alimentos para sostener una pequeña partida, la situación se complicaba cuando era una tropa nutrida. Al respecto De la Gándara opinaba que: «Las reuniones numerosas de las fuerzas rebeldes nunca pueden ser duraderas, porque la falta de subsistencia las obliga a sub-dividirse, para reunirse de nuevo cuando hay una necesidad, lo cual verifican fácilmente».34

El testimonio de Pedro Francisco Bonó en su visita al cantón de Bermejo muestra indudablemente que las fuerzas domini-canas insurrectas disponían de parques y armas de fuego, pero estas eran limitadas. Pasando revista a Cantón, Bono señaló:

…el parque eran 8 ó más cajones de municiones que estaban encima de una barbacoa…algunos fusilados arrimados, dos o tres trabucos…a la puerta de la coman-dancia estaba el cañón…, el próximo día pasando revista a las armas…solo tenían 6 trabucos, cuarenta carabinas, diez y seis fusiles; la caballería solo tenía dos o tres pistolas de piedras, pero todos tenían sables de infantería y caballería.

La descripción de los campesinos combatientes dominicanos es similar a la descripción de los mambises cubanos «…no había casi nadie vestido. Harapos eran los vestidos; el tambor de la comandancia estaba con una túnica de mujer como única vestimenta…; el corneta estaba desnudo de la cintura para arriba. Todos estaban descalzos y a piernas desnudos…».35

34 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 281.35 E. Rodríguez Demorizi, Papeles de Pedro F. Bonó, Santo Domingo, Editora

del Caribe, 1964, pp. 119-123.

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Tal descripción se puede aplicar tanto a los insurrectos domi-nicanos como a los rebeldes cubanos.

El ejército español para su logística y apoyo a sus operaciones tenía la ventaja de tener muy cerca la isla de Cuba. Desde allí les llegaba todo tipo de suministro y, cuando era necesario, refuerzos. Por ejemplo, Puerto Plata ocupada por los rebeldes fue recuperada el 27 de agosto por tropas enviadas desde Santiago de Cuba.36

Pero al abastecimiento de boca a las tropas coloniales en operaciones casi siempre era necesario llevárselo en convoy. Las fuerzas regularmente se desplazaban por los caminos más importantes y el ganado salvaje y los sembrados por lo general se encontraban lejos de estas vías. Casi nunca podían enviar pequeñas partidas a buscar ganado por el peligro que esto re-presentaba. Cuando enviaban una fuerza numerosa el constante hostigamiento rebelde hacía difícil la empresa y las más de las veces las reses se escapaban. Los convoyes eran constantemente hostigados por los rebeldes, por lo que para su protección era necesario situar gran cantidad de tropas.

36 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 366.

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Los mAmbIses CubAnos: ArmAs y vItuALLAs

La realidad en Cuba es muy diferente. No existía una tradición bélica. En la isla la última contienda significativa fue la toma de La Habana por los ingleses, ocurrida en 1762. En general, la población no poseía armas de guerra ni experiencia militar; por lo que los cubanos se alzaron contra España con mucho entusiasmo, pero con muy pocas armas.

El cubano, si es que tenía un arma, era una escopeta para la caza o un revólver para la defensa personal. Las armas propia-mente de guerra eran muy escasas. Se hicieron esfuerzos para obtener tan preciados equipos, incluso los conspiradores estaban dispuestos a posponer el alzamiento hasta la terminación de la zafra de 1868-1869 con la finalidad de tener suficientes recursos para adquirir armas en el exterior. Máximo Gómez describía en estos términos la situación de los cubanos respecto a las armas.

La lucha era por demás desigual. Cuba, encolerizada y enloquecida, con el corazón herido por tantos dolores y ofendida su dignidad con tantos ultrajes, no se aprestó bien para aquella batalla, y sobrante de fe y entusiasmo, pero sin fusiles ni pólvora, se levantó para sacudir su oprobiosa tutela.1

1 Emilio Cordero Michel, Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, Archivo General de la Nación, vol. XIX, Editora Búho, Santo Domingo, 2005, pp. 63-86.

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Tenemos evidencia de que por lo menos uno de los líderes de la conspiración en el momento en que estalló el alzamiento se dirigía al extranjero para adquirir armas.2 Pero esta decisión nos pone ante una situación muy diferente de la dominicana. Los cubanos poseían riquezas suficientes para adquirir equipos bélicos en el exterior. Cuba no era una sociedad pobre como la dominicana. Sin embargo, el alzamiento se precipitó al pronunciarse un líder regional el 10 de octubre de 1868.

Pese a que los sublevados no tenían ni fusiles ni carabinas, mucho menos artillería, lograron imponerse a sus enemigos por el factor sorpresa y la superioridad numérica. Sin embargo, aunque lograron capturar la guarnición de Bayamo, los espa-ñoles antes de rendirse inutilizaron sus armas por lo que la situación, en esencia, no varió de manera significativa.

Los insurrectos contaron con un arma blanca mortífera: el machete. Los campesinos estaban acostumbrados a su uso coti-diano en las labores agrícolas, por lo que, por regla tenían gran destreza el manejo del mismo. El general dominicano Máximo Gómez fue el primero en dirigir una carga al machete. Casi simultáneamente el uso de este instrumento se extendió a otras regiones.

Es cierto que el machete o «garantizado»3 como le llamaban los mambises, tendría singular relevancia en los ataques sorpre-sivos. Creaba un estado de terror colectivo entre el enemigo, en especial, cuando eran jóvenes reclutas. También en algunos ataques nocturnos a los poblados provocaba este efecto. Una descripción del ataque a Jiguaní, realizado en septiembre

2 Julio Grave de Peralta uno de los líderes de la jurisdicción de Holguín, en el norte de oriente anotó en su diario que se dirigía a Santiago de Cuba para marchar al extranjero en busca de armas. Sorprendido por el alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes reunió a un grupo de vecinos del barrio donde residía y se levantó en armas el 14 de octubre de 1868.

3 Se les llamaba garantizado por la propaganda que hacían los fabricantes de un tipo de este instrumento. Los machetes Collings según esa propaganda tenía una calidad garantizada para todos los trabajos. En la República Dominicana se le llamaba encabado.

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de 1871, dice que los soldados enemigos «se entregaban loca-mente al filo del garantizado».4

Hay un ejemplo que nos explica esa acción desmoralizadora del machete. El 28 de septiembre de 1871, una fuerza española invade una ranchería insurrecta en la jurisdicción de Tunas, en el oriente de la isla. Capturan a varios vecinos, pero uno de ellos «…Anselmo Zalazar que rodeado por tres enemigos logró abrirse paso con su machete hiriendo a dos de ellos».5

En otra ocasión tres insurrectos cayeron en una emboscada. Se vieron envueltos en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Vargas, uno de los mambises, salvó la comprometida situación: «…uno de ellos agarró la carabina á Vargas éste tiró de su machete rodeado de españoles, y esa acción sobrecogiéndolos de espanto le ofrecieron ocasión de lanzarse farallón abajo y se salvaron ilesos».6

Pero el fuego de los fusiles mambises seguía siendo funda-mental. En realidad las cargas al machete, tanto de caballería como de infantería, se realizaban en pocas ocasiones, si lo comparamos con el número de enfrentamiento entre ambos bandos y lo prolongado de la guerra. En la documentación insurrecta hay relativamente pocas referencias a estas acciones pese a que nos las imaginamos como bastante frecuentes. Hay una tendencia, que se puede observar leyendo con cuidado los documentos de los mambises, en los casos en que se utilizó el machete y el combate cuerpo a cuerpo; se llega a informar en los partes como si fuera algo bastante excepcional.

De todas formas, la carga de caballería ha llegado a simbo-lizar al mambí en la literatura, el cine y el arte en general. Asunto por demás, que lo creemos justo, pues de todas formas

4 F. Portuondo del Prado y H. Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes..., t. II, p. 292.

5 Víctor Manuel Marrero Zaldívar, Vicente García Leyendas y Realidades, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, p. 112.

6 Ludin B. Fonseca García, Haciendo Patria, Colección Crisol, Bayamo Granma, 2004, p. 42.

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se dieron relampagueantes cargas. Y estas escenas de los hom-bres a caballo avanzando sobre el enemigo, despreciando el fuego contrario simbolizan el reto cubano al imperio español en una lucha desigual.

La voluminosa documentación cubana y la española de la guerra de 1868 hacen referencias muy frecuentes a intercambio de fuego entre ambos bandos más que a cargas al machete. Casi siempre el fuego cubano era muy modesto. Llegó a ser tan reducido que en algunos informes y diarios de pelotones hispanos se hace mención del número de disparos de la otra parte.

Esas armas y parque, en primer lugar, procedían de las ex-pediciones organizadas por la emigración cubana. Para tener una idea del papel de las expediciones seleccionamos siete de ellas desembarcadas en las costas cubanas, llegaron alrededor de 9,293 carabinas y fusiles y una gran cantidad de parque para estas armas.7 Durante la guerra de 1868 se organizaron un total de 58 expediciones; por la emigración revolucionaria de ellas lograron desembarcar con éxito, diez. Desembarcaron un bote solo con expedicionarios, cinco; un bote con una cantidad menor de cargamento, diecisiete; desembarcaron y fracasaron en tierra, ocho y se organizaron y no llegaron a desembarcar, diez y ocho.8 Además desde Jamaica y las Bahamas llegó un número indeterminado de botes y goletas con recursos de diversos tipos.

Las expediciones eran parte de la solidaridad internacional con Cuba y su guerra por la independencia. La República Dominicana, París, Haití, Nueva York y las colonias cubanas de Cayo Hueso, Tampa, Nueva Orleans contribuyeron al finan-ciamiento de la Guerra de los 10 Años.

7 Milagros Gálvez Aguilera, Expediciones navales en la Guerra de los 10 Años 1868 1878, Ediciones Verde Olivo, La Habana, 2000, t. I., y Emilio Rodríguez Demorizi, Papeles de Pedro F. Bonó. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1964, pp. 119-123, pp. 108-108, 15, 250, 253, 255, 257.

8 M. Gálvez Aguilera, Expediciones..., t. I, pp. 62-66.

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El problema más serio para los mambises cubanos fue el parque. Existía una cantidad relativamente importante de armas de infantería. Este se obtenía por medio de expediciones y la captura al enemigo. Además se estableció una rudimentaria industria que producía alguna cantidad.

Pero con el tiempo y el desarrollo de las operaciones este parque se fue agotando. La situación empeoró cuando dismi-nuyeron las expediciones producto de las divisiones internas de la inmigración y el deterioro económico de esta. De todas formas pese a la ausencia de las grandes expediciones se continuó disparando en los combates. Constantemente en los informes mambises hay referencia a la utilización de parque. En un parte insurrecto se informaba que al enemigo: «…le hicieron un nutridísimo fuego el teniente coronel Ramírez y los comandantes Saladrigas y Leyte Vidal».9 Hay numerosos informes cubanos similares a este sobre la utilización de una cantidad importante de parques.

La pregunta que nos asalta es ¿de dónde se sacó este parque para librar esos grandes combates o simples escaramuzas? Una parte de este llegó en las expediciones organizadas por la emi-gración a la que hicimos referencia. También eran frecuentes los pequeños alijos trasladados en goletas e incluso, botes desde Jamaica y Las Bahamas.10 También se producía en los talleres mambises. El más famoso y eficiente fue el establecido en Cama-güey, del cual salía pólvora, pero no fulminante. Esto trajo un

9 La Revolución de Cuba, ejemplares del 13 y 20 de julio de 1872, núm. 35 y 36. ANC, Donativos y Remisiones, Fuera de Caja #2.10 José Martí nos dejó un interesante testimonio sobre uno de estos héroes

anónimos que, en botes o balandros, hacían viajes hacia la Tierra del Mambí llevándoles diversos medios necesarios para la subsistencia: «En la cárcel de Madrid visité mucho a Lorenzo Jiménez… que había llevado a buen término once viajes llevando y trayendo correspondencia, piezas de ropa, medicinas y objetos de encargo particular. Lorenzo Jiménez fue capturado en el mar al hacer su duodécima expedición…». Fuente: José Martí Pérez, La Revolución de 1868, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 163.

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inconveniente que se describió por un insurrecto: «en donde no se ha hecho más que pólvora por carecerse de materia prima para fulminante, y hemos conservado sin uso las carabinas, de cuya clase es la mayor parte del armamento del Ejército Libertador».11

De todas formas no tenemos mucha información sobre la producción de ese taller por lo que desconocemos la impor-tancia real que tenía para abastecer a los insurrectos. Aunque el presidente Céspedes afirmó que en él se elaboraba parque además para las fuerzas de Camagüey, para Oriente y Las Villas.12 Lo que nos hace pensar en una producción importante. Una hija del general mambí Francisco Vicente Aguilera, que se encontraba en Jamaica, afirmaba que le habían llegado noticias de Camagüey de que allí «hacen mucha pólvora».13 Durante la guerra en Camagüey llegaron a funcionar dos fábricas de pólvora.14

Las autoridades españolas tomaron medidas para evitar que materiales que se vendían tradicionalmente en el comercio, y con los que se pudieran fabricar explosivos, fueran a parar a manos de los insurrectos. El 5 de julio de 1871 se dispuso, por las autoridades superiores de la isla, que se recogiera el clorato de potasio.15 Esta sustancia se podía utilizar en la fabricación de explosivos

Los insurrectos por medio de acciones de inteligencia en las filas enemigas obtenían algunas cantidades. Céspedes podía conseguir parque de los pueblos ocupados por los españoles

11 F. Portuondo del Prado y H. Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes..., t. II, p. 232.

12 Ibídem, p. 188. 13 Onoria Céspedes, Cartas familiares de Francisco Vicente Aguilera, Ediciones

Bayamo, Bayamo, 1991, p. 28.14 Ismael Sarmiento Ramírez, El ingenio del mambí, Editorial Oriente, Santiago

de Cuba, 2008, p. 147.15 Archivo Provincial de Santi Spíritus Fondo Ayuntamiento, núm. 1774,

legajo, p. 163.

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para esto; «pueden formarse juntas secretas de señoras o de hombres, tres a lo más en número, siendo en todo caso el sigilo la mejor garantía de un feliz resultado».16

El presidente le aconsejaba al general insurrecto Luis Fi-gueredo, el 9 de marzo de 1871: «… la necesidad que hay de procurarse los materiales de guerra en su propio territorio, aunque sea en pequeñas cantidades para sostenerse mientras llegan mayores remesas sea de la fábrica o de alguna expe-dición que arribe con felicidad».17 Una parte de las armas y parque se le arrebataban al enemigo. El propio Carlos Manuel de Céspedes reconocía que el sable que llevaba se le quitó «… a un satélite de la tiranía española».18

Existió una forma muy peculiar y excepcional de obtener parque utilizado por las fuerzas de Máximo Gómez, que a prin-cipios de 1870 se enfrentaron a la ofensiva española. Calixto lo describe en estos términos: «…mandábamos a 20 hombres a tirar una descarga al enemigo para que este contestara nuestros fuegos con innumerables descargas y al hacerlas dejara caer algunas cápsulas llenas que luego salimos a recuperar para hacer cartuchos y poder pelear al día siguiente».19 Esto quedó como un desesperado ejemplo para lograr ese precioso material por parte de los revolucionarios. El general insurrecto Antonio Maceo, entre 1876 y 1877, capturó unos 53,000 proyectiles.20 El también general Calixto García en su diario de Campaña nos hace una sorprendente reflexión: «Cuando concluía el año 73 estábamos sin parque, ni armas de precisión, al empezar el 74 tenemos de todo en abundancia y no por cierto traído a

16 F. Portuondo del Prado y H. Pichardo Viñals, Carlos Manuel Céspedes..., t. II, p. 177.

17 Ibídem, p. 176.18 Ibídem, t. III, p. 68.19 Calixto García, Diario de Campaña, Archivo particular de Juan Andrés Cue

Bada, Santiago de Cuba.20 Jorge Ibarra Cuesta, Encrucijadas de las Guerra Prolongada, Editorial Oriente,

Santiago de Cuba, 2009, p. 19.

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Cuba por miserables y raquíticas expediciones; sino arrebatados a los godos21 en buena lid, y cara a cara».22

Pese a las muchas dificultades y los períodos donde las unidades de combate mambisas llegaron a encontrarse sin parque, los insurrectos hicieron un esfuerzo considerable y lograron contar con parque para librar la guerra.

21 Godos, pueblo de origen germánico que invadieron España y fundaron un reino en 410 que duró hasta 711. En Cuba los independentistas le llamaban así a los hispanos en forma despectiva.

22 Calixto García, «Diario de Campaña», Archivo Personal de Juan Andrés Cue Bada, Santiago de Cuba.

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LA guerrA de guerrILLAs

La Guerra de la Restauración fue, en esencia, una contienda irregular. Es cierto que algunas acciones que podrían ser clasificadas dentro de una guerra regular como fue el sitio de Santiago de los Caballeros y algunos combates, pero el predo-minio esencial fue el hostigamiento guerrillero.

El militar español De la Gándara escribió sobre ese tipo de ataque de los dominicanos: «… ese tiroteo invisible, intermi-tente, inextinguible, tan pronto en la vanguardia, al volver de un recodo del camino encajona, como en la retaguardia al volver otro, como en los flancos siempre».1

El terreno era un factor, en extremo, importante para el éxito del guerrillero. En la zona llana, desprovista de malezas y árboles, el guerrillero estaba en desventaja respecto al infante enemigo que lo superaba en armas, parque y disciplina. Al respecto el militar español se refiere a que «…en el momento de salir a un llano como este, ya se podía contar con una tran-quilidad perfecta. En donde hubiese espacio para desplegar o maniobrar, seguro estábamos de no encontrar resistencia ni siquiera amago».2

1 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 73.2 En donde hubiese espacio para desplegar o maniobrar, seguro estábamos

de no encontrar resistencia ni siquiera amago.

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De la Gándara describe una acción de los dominicanos en estos términos:

Sin novedad hasta las ocho de la mañana, en que dos disparos de fusil nos anunciaron las hostilidades de los habitantes del país, y desde aquel momento se vieron concurrir por todas partes paisanos a pie y a caballo que, ínterin los primeros se distribuían por la manigua haciendo un fuego sostenido por vanguardia y los flancos, los últimos efectuaban los mismo por retaguardia.3

El éxito de la guerrilla dominicana, prácticamente, desde los primeros momentos de iniciada la Guerra de la Restauración se basó en la experiencia militar de este pueblo que, práctica-mente, desde sus orígenes se formó en medio de contiendas, agresiones de enemigos poderosos que le hicieron recurrir a medios ingeniosos para poder derrotarlos. En no pocas oca-siones convirtieron los instrumentos de trabajo en mortíferas armas. Existía una verdadera cultura bélica. Una organización militar muy rudimentaria, pero eficiente. Al respecto De la Gán-dara nos afirma que en una común o municipio dominicano:

…una persona de autoridad, por su valor, por su expe-riencia, por su riqueza, llamándose Alcalde, Comandante de Armas o de otro modo, instantáneamente reunía por el medio más sencillo y primitivo a los vecinos alistados… De echo pues la organización de esa sociedad era la organización de un ejército suprimidos trámites que en el fondo quizás son más embarazosos que esenciales. Ha bien poca costa por cierto y en el menor tiempo posible se tenia allí un cuerpo formal, con su grueso su destacamento sus grandes guardias, sus patrullas, sus avanzadas, sus centinelas y sus escuchas.4

3 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 314.4 Ibídem, p. 78.

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Había una interesante descripción de De la Gándara sobre la guerrilla dominicana. Pese a los prejuicios de un militar de academia sobre lo que él considera honor militar nos acercaba a la vida de estas guerrillas.

Pero si es verdad que en todas partes y en todas cir-cunstancias han sido batidos y dispersos, también es cierto que las batidas y derrotas que han sufrido no han producido, como debía suponerse, ni abatimiento ni desmoralización. Al día siguiente de una derrota se presentan imperturbables a sufrir otra. Como no tienen ideas del honor militar ni la disciplina de los ejércitos; como su manera especial de combatir y las circunstan-cias ventajosas en que lo verifican no les obligan a hacer nunca grandes resistencia, sus bajas son generalmente insignificantes, y las consecuencias de la pérdida de un combate están reducidas para ellos a una carrera más o menos larga y a una dispersión más o menos completa, durante la cual viven a su arbitrio y roban ó merodean á su antojo. Dotado de gran resistencia corporal, de gran conocimiento de las localidades; prácticos para andar por sus impenetrables bosques y ágiles y sagaces como los indios, son incansables para la guerra de pequeñas partidas, con que hostilizan sin cesar las marchas de las columnas y convoyes. Siendo imposible los flanqueos en la mayor parte de las ocasiones las guerrillas ene-migas ofenden con completa impunidad la marcha de nuestras tropas desde puntos escogidos de antemano, disparando cuando les conviene y huyendo por la espe-sura del bosque á escoger otro punto conveniente para repetir la agresión. Muchas veces, ocultos en el monte bajo el tronco de un árbol caído o guarecidos en sus espesas ramas, ven a diez pasos de distancia desfilar una columna que ni sospecha su existencia, y el imprudente

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rezagado que se separa veinte de la última fuerza reunida es víctima segura de su machete.5

Las enfermedades fueron provocadas por este tipo de guerra irregular que se desarrollaba en zonas boscosas, bajo el agotador clima tropical. De la Gándara afirmaba: «se pelea con enemigos invisibles, y se persigue a fantasmas, que al ser empujados por nuestros soldados, no dejan a éstos ni solaz ni reposo en el suelo que pisa, único que logran dominar después de fatigas sin cuento y privaciones de todo género…».6 Realmente las fuerzas dominicanas no contaban con medios materiales para enfrentarse a los españoles en un combate regular. Un ejemplo de esto fue la derrota que sufrió en San Pedro de Macorís, el día 23 de enero de 1864. Fuerzas restauradoras bajo el mando del presidente del Gobierno Provisional, José Antonio Salcedo y tropas españolas dirigidas por el mariscal Antonio Abad Alfau se enfrentaron en un combate que podemos clasificar como regular.

Los revolucionarios fueron derrotados y dejaron abandonados una gran porción de armas, municiones y piezas de artillería; derrota en la que murieron el coronel Florencio Hernández y el general Antonio Caba. Los revolucionarios fueron perseguidos por las tropas españolas hasta Arroyo Bermejo.7

El Gobierno Provisional criticó duramente a Salcedo. En una comunicación de fecha 29 de enero de 1864 enviada al general Ramón Mella le participó la orden urgente de pasar a la región del Sur a enfrentar la desmoralización y derrumbe de la revo-lución en esa región. Explicaba las causas de la derrota.

...lo ocurrido en San Pedro, la gran derrota que les infli-gieron allí a Salcedo y a Luperón el 22 de enero de 1864,

5 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., pp. 279-280.6 Ibídem, p. 279.7 «Diario de los Cuarteles Generales», en E. Rodríguez Demorizi, Diarios de

la Guerra..., p. 153. Véase además pp. 155-160.

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los españoles y reservistas mandados por Antonio Abad Alfau y Juan Suero, se debe atribuir al haber querido cambiar la táctica que se ha seguido desde el principio de la revolución y aceptar en campo raso una batalla que debía comprender nuestros jefes provocaba el enemigo con seguridad triunfo.8

El general Mella estaba al frente del Ministerio de la Guerra del gobierno provisional de los restauradores. Mella escribió sus famosas instrucciones para la guerra de guerrillas, «el género de guerra que... produciría..., los mejores resultados». Dicen sus instrucciones:

1. «En la lucha actual y en las operaciones militares empren-didas, se necesita usar de la mayor prudencia, observando siempre con la mayor preocupación y astucia para no dejar sorprender, igualando así la superioridad del enemigo en número, disciplina y recurso.

2. Nuestras operaciones deberán limitarse a no arriesgar jamás un encuentro general ni exponer tampoco a la for-tuna caprichosa de un combate la suerte de la República; tirar pronto, mucho y bien, hostilizar al enemigo día y noche; interceptarle sus bagajes, sus comunicaciones, y cortarles el agua cada vez que se pueda, son puntos cardi-nales, que deben tenerse presente como el credo.

3. Agobiarlos con guerrillas ambulantes racionadas por dos, tres o más días, que tengan unidad de acción a su frente por su flanco y a retaguardia, no dejándoles descansar ni de día ni de noche, para que no sean dueños más que del terreno que pisan, no dejándolos jamás sorprender ni envolver por mangas y sorprendiéndolos siempre que se pueda, son reglas de la que jamás deberá Ud. apartarse.

8 Alcides García Lluberes, Mella y la Guerra de Guerrillas. Homenaje a Mella, Academia Dominicana de la Historia, Editora del Caribe, Santo Domingo. República Dominicana, 1964, pp. 252-253.

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4. Nuestra tropa deberá, siempre que se pueda, pelear abri-gada por los montes y por el terreno y hacer uso del arma blanca, toda vez que vea la seguridad de abrirle al enemigo un boquete para meterse dentro y acabar con él; no deberemos por ningún concepto presentarle un frente por pequeño que sea, en razón de que, siendo las tropas españolas disciplinadas y generalmente superiores en número, cada vez que se trate de que la victoria dependa de evoluciones militares, nos llevarían la ventaja y seríamos derrotados.

5. No debemos nunca, nunca dejarnos sorprender y sorpren-derlos siempre que se pueda y aunque sea un solo hombre.

6. No dejarlos dormir ni de día ni de noche, para que las enfermedades hagan en ellos más estragos que nuestras armas; este servicio lo deben hacer solo pequeños grupos de los nuestros, y que el resto descanse y duerma.

7. Si el enemigo repliega, averígüese bien, si es una retirada falsa, que es una estratagema muy común en la guerra; si no lo es, sígasele en la retirada y destaquen en guerrillas ambulantes que le hostilicen por todos lados; si avanzan hágaseles caer en emboscada y acribíllese a todo trance con guerrillas, como se ha dicho arriba en una palabra, hágasele a todo trance y en toda la extensión de la palabra, la guerra de manigua y de un enemigo invisible.

8. Cumplidas estas reglas con escrupulosidad, mientras más separe el enemigo de su base de operaciones, peor será para él; y si intentase internarse en el país, más perdido estará.

9. Organice usted dondequiera que esté situado, un servicio lo más eficaz y activo posible de espionaje, para saber a todas horas del día y de la noche el estado, la situación, la fuerza, los movimientos e intenciones del enemigo».9

9 A. García Lluberes, Mella..., pp. 256-257.

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Este es un ejemplo del grado de desarrollo de las guerrillas dominicanas que llegaron a intelectualizar y en cierta forma reglamentar de cómo debían actuar estas. Lo peor para los españoles es que esto no fue letra muerta, sino que se aplicó durante la contienda.

Sin embargo, en el ataque a algunas poblaciones llegaron a realizar prolongados sitios como el de Santiago de los Ca-balleros. En este caso pese a que la guarnición recibió refuerzos fue obligada a abandonar la población hostigada por los dominicanos.

A diferencia de Cuba donde tan solo en los primeros meses se dieron algunos sitios prolongados como el de Bayamo y el de Holguín, este tipo de acción es frecuente en Dominicana. Cuando se dieron casos similares fueron contra guarniciones aisladas como el de Santiago de los Caballeros. Los insurrectos atacaron el poblado de La Vega situado a 36 km. de Santiago defendido por 110 soldados y oficiales, de ellos 60 dominicanos. El ataque fue rechazado. Pero los españoles se dieron cuenta que no podían sostener un sitio prolongado y se retiraron hacia Santo Domingo.10 El 28 de agosto de 1863 atacaron a San Fran-cisco de Macorís, pero fueron rechazados. Los españoles no esperaron un segundo ataque y esa noche se fugaron rumbo a Santo Domingo.11

Los tres casos de sitios más o menos formales que hicieron los libertadores fueron en poblaciones mediterráneas, Bayamo, Holguín y Tunas. El sitiar un puerto demostró la capacidad militar de los dominicanos y la debilidad española. En sep-tiembre de 1863 las fuerzas españolas de Santiago de los Caballeros se retiraron hacia Puerto Plata. El grueso de los soldados fue conducido a Santo Domingo. En Puerto Plata quedó una guarnición bajo el mando del general Primo de Rivera. Las fuerzas rebeldes bajo el mando del general Polanco

10 A. López Morillo, Memoria sobre la segunda..., t. III, p. 29.11 Ibídem, p. 35.

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se situaron en los alrededores de la población. El enemigo se vio obligado a concentrar sus tropas en el fuerte San Felipe luego de incendiar el poblado. Con el apoyo de la marina los hispanos lograron sostener el fuerte San Felipe. Los libertadores construyeron trincheras desde donde sostenían el sitio. Estos desde el fuerte y los buques bombardeaban las posiciones rebeldes. El 14 de octubre de 1863 los hispanos trataron de romper el cerco, pero fracasaron. El 31 de agosto de 1864 se inició una ofensiva con tropas trasladadas por la marina, ocasión en la que actuaron con más éxito, pues desalojaron a los insurrectos de sus posiciones, le hicieron varias bajas y ocuparon algunos cañones. Los revolucionarios se replegaron hacia los campos y bosques; los españoles acabaron retirándose a sus posiciones. La posibilidad que tenían los dominicanos de pasar a la guerra de guerrillas, si eran derrotados en estas operaciones, donde ambos bandos mantenían posiciones fijas, impidió al enemigo aprovechar sus éxitos.

La guerra cubana de 1868 a 1878 también fue irregular. Al iniciarse la misma, las guarniciones españolas en el oriente de Cuba fueron sorprendidas. Su número era escaso, no poseían fortificaciones por lo que los sublevados se impusieron por la cantidad; tomaron algunas poblaciones importantes como Bayamo. Durante un tiempo los insurrectos se ilusionaron con la posibilidad de continuar venciendo en combates frontales contra el enemigo. La desilusión llegó cuando una poderosa columna enemiga marchó a reconquistar Bayamo. Los mambises en el vado del río Salado lanzaron varios miles de hombres en una desesperada carga de infantería.

Los hispanos bien armados y municionados los barrieron con el fuego de sus fusiles y cañones. Luego la metrópoli continuó enviando tropas que inundaron los territorios controlados por los mambises y estos se vieron obligados a refugiarse en los bosques. Un largo período que se extendió luego de la captura de Bayamo por los españoles, en enero de 1869 hasta mediados de 1872, cuando la mayoría de las acciones militares fueron

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pequeños ataques de hostigamiento guerrillero. Pero a partir de 1873 comenzó una recuperación de las fuerzas revolu-cionarias. Por un lado los mambises habían alcanzado una experiencia militar que les hizo aplicar tácticas exitosas frente al enemigo. España estaba ocupada en la Guerra Carlista, lo que creó una disminución en su presión hacia la mayor de las Antillas. En estos años, hasta 1876 se llevaron a cabo grandes concentraciones de fuerzas y se libraron algunas acciones de importancia como los combates de Máximo Gómez, en Cama-güey. El más trascendental de este fue el de Las Guásimas, donde una columna de varios miles de hombres fue sitiada por los insurrectos. En oriente, el general Calixto García libró algunos enfrentamientos importantes como el de Melones. Pero no siempre estas acciones, pese a que el enemigo fue derrotado, rindieron los frutos esperados por los mambises. Las de Cama-güey posponen la invasión a Las Villas por el gasto de parque y la cantidad de bajas. La invasión que debía efectuarse en 1874 se realizó en enero de 1875. Con la gran ofensiva militar desatada por los españoles desde 1877, la situación cambia y disminuyen estos grandes combates.

Pero el papel fundamental lo desarrollaban las pequeñas partidas. Los mambises disparaban desde lejos contra las columnas enemigas. Cuando estos los atacaban huían para retornar de nuevo con el hostigamiento.

El periódico La Aurora del Yurumí, el 17 de febrero de 1869, describía esta impotencia cuando las fuerzas coloniales trataron de liquidar a los revolucionarios que se alzaron en Jagüey Grande, en Matanzas:

Sabemos positivamente que los rebeldes no quisieron dar la cara a nuestros voluntarios, y huyeron hacia los montes; la escabrosidad del terreno, que es en esos sitios infernal, erizado de piedras que vulgarmente se llaman diente de perro, cuando no las inmensas lagunas que han dado á ese lugar el título de «Ciénaga de

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Zapata», hace que la persecución que los leales han emprendido no dé por el pronto todo el resultado que se desea, pero ello es obra de constancia y valor, y valor y constancia son las prendas que más resplandecen en nuestros resueltos voluntarios.12

Los españoles se encontraban ante un enemigo que se diluía como la neblina mañanera que desaparece con los primeros rayos del sol. Los mambises tan solo hacían concentraciones de hombres de cierta importancia para atacar a pequeñas guar-niciones enemigas. Incluso, en esos casos actuaban de noche y muchas veces se valían del apoyo de agentes infiltrados entre los enemigos. Los colonialistas recurrían al servicio pagado de campesinos cubanos que fueron organizados en la llamadas «guerrillas», que en esencia eran contraguerrillas. Estas tropas auxiliares conocían el terreno y sabían las tácticas de los mambises. En algunos casos no era raro que entre ellos se encontraran insurrectos arrepentidos. Esto aumentó la eficacia de las fuerzas coloniales. Pero de todas formas no pudieron liquidar la revolución.

Como expresaba un líder mambí:

«Somos fuertes en el Camagüey, y en Oriente, porque estamos en localidades conocidas. En que cada sol-dado es un jefe, porque es práctico y como la guerra que hacemos es de partidarios, en los momentos de acción opera por su inspiración y por su instinto...».13

Todos los planes de exterminar la insurrección fracasaron. Era una guerra que no parecía tener fin. Para los soldados y oficiales enviados a la lejana isla debían de comparar a los insurrectos con una planta cubana que al tocarla se marchita inesperadamente para retornar con todo su vigor, cuando

12 Periódico La Aurora del Yurumí, Matanzas, 17 de febrero de 1869.13 N. Sarabia, Ana..., p. 207.

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el intruso se aleja. Moriviví le dicen los naturales del oriente de la isla a esa planta. Pí y Margall intelectualizó con acierto la guerra en la isla cuando afirmó que aquella era «… una insurrección siempre moribunda, nunca muerta…».14 Los in-dependentista adaptaron las leyes de la guerra de guerrillas a las características de sus países.

14 Citado por Áurea Matilde Fernández en España y Cuba: Revolución burguesa y relaciones coloniales, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1988, p. 75.

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LA nAturALezA y LA guerrA

Intentaremos ver los impactos que provocaron estas guerras a la naturaleza. La Guerra de la Restauración no tuvo un efecto trascendental en la naturaleza. Producto de ella no se realizaron grandes desmontes. En gran parte del Cibao controlado por los rebeldes se continuó la producción de tabaco y otros pro-ductos. Otras regiones como Baní y San Cristóbal fueron mucho más afectadas por las acciones de los insurrectos, en especial Pedro Florentino que sometió esta región a la destrucción. Lo que en general, si vemos el asunto respecto a todo el país, la guerra disminuyó e incluso detuvo la explotación agrícola y forestal por lo que en dos años no se produjeron transforma-ciones importantes de la naturaleza en beneficio de la agri-cultura o la ganadería. Un ejemplo de esto fue Puerto Plata que al terminar la guerra «…estaba convertido en un monte casi virgen».1 Además la Guerra de la Restauración se extendió por unos dos años. Al concluir esta comenzó la recuperación económica por lo que la contienda no prolongó por un período considerable el abandono de la actividad económica en beneficio de la naturaleza. Fue después de la Guerra de la Restauración que la industria azucarera, la gran transfor-madora del medio ambiente en las Antillas tomó un gran auge en Dominicana.

1 E. J. Senior, La Restauración en Puerto Plata..., p. 75.

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Hasta 1868 la relación entre el hombre y la naturaleza en Cuba seguía senderos muy utilitarios. La presencia humana de forma permanente se había establecido siguiendo los caminos que conducían a las llanuras de tierra fértil para la caña de azúcar o las codiciadas riberas de los ríos para la siembra de tabaco. Las montañas, pantanos y bosques que no ofrecían una ganancia inmediata habían quedado relegados a un segundo plano. En ellos la presencia humana era más bien esporádica: solitarios cimarrones o pequeños palenques, bandoleros y sus perseguidores. También gente más o menos marginada, en el aspecto político, como los franceses emigrados de Haití que se internaron en las montañas de la Sierra Maestra para sembrar café. Estos apartados rincones de la isla no habían conocido la presencia humana de forma sistemática y organizada como una empresa del Estado español. Si exceptuamos los cultivadores de café de la Sierra Maestra, La guerra de 1868-1878 produjo profundos cambios en la sociedad cubana y sus relaciones con la naturaleza. La selva, la montaña, el pantano, el lugar apar-tado y solitario tomarían una relevancia inusitada durante los próximos diez años.

Luego de las primeras victorias insurrectas de 1868 se inició la reacción peninsular con el traslado de miles de hombres bien armados y entrenados hacia la isla. Pronto quedó demos-trado que no bastaban el entusiasmo y la buena voluntad para ganar una contienda. Los insurrectos tuvieron que pasar a la guerra de guerrillas. Se refugiaron en las montañas, bosques y pantanos. Allí establecieron sus prefecturas, el gobierno, su ejército... Cuanto más profundo era el bosque, más elevada la montaña y más intransitable el pantano; mucho mejor era la seguridad para estos sufridos patriotas. Esta actitud tuvo muy pronto una contrapartida hispana. Las tropas españolas comenzaron a visitar estos apartados rincones de su dominio cada vez con mayor frecuencia e incluso se establecieron de una forma permanente.

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Pero consideramos que la actividad bélica, de por sí, poco influyó en el medio ambiente. No se libraron grandes batallas que provocaran cambios en el paisaje. Ni se desarrollaron grandes movimientos de tropas que en alguna medida pudieran cambiar con brusquedad el medio.

Los insurrectos eran un grupo relativamente reducido por lo que su impacto sobre la naturaleza era mucho menor. El gran enemigo de los bosques y en general del equilibrio eco-lógico en la isla era la actividad económica y en especial la industria azucarera. En esa época en los ingenios azucareros el combustible fundamental era la madera. Cada zafra significaba una disminución considerable de los bosques. También la tala de árboles para su exportación era un renglón importante de la economía de algunas regiones.

La explotación ganadera también representaba una im-portante disminución de la riqueza forestal, pues se requería su desmonte para construir potreros y haciendas de crianza. Igualmente ocurría con los sitios de labranzas y vegas. Su incre-mento significaba una disminución constante de la riqueza forestal. Los cerdos también influían de manera negativa en la naturaleza por su labor depredadora. La guerra detuvo, en muchas regiones, y disminuyó sensiblemente en otras toda la producción, siendo la industria azucarera una de las víctimas principales.

Muchos ingenios fueron destruidos, en su mayoría por los libertadores, pero también por los españoles. Una de las primeras acciones de la marina española fue destruir el ingenio Demajagua donde se había iniciado la guerra. Es todo un símbolo que el primer acontecimiento que provocó la guerra de 1868 fue detener la producción del citado ingenio propie-dad de Carlos Manuel de Céspedes. Esclavos y peones fueron convocados con el repique de la campana a integrarse a las filas de la insurrección. Los árboles que debían ser derribados ese día para alimentar las calderas del ingenio prolongarían su vida por unos años más.

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La explotación forestal realizada para obtener combustible para los ingenios azucareros se detuvo bruscamente en todo el territorio sublevado. Los campos, en general, fueron quedando abandonados. La naturaleza paulatinamente fue ocupando el lugar que el hombre le había arrebato. Muchos caminos se convirtieron en estrechos trillos de monte. Fincas desmontadas y cultivadas con esmero quedaron abandonadas a su suerte. La manigua fue ocupando el lugar de los sembrados.

Los grandes enemigos de la mayoría de los árboles pequeños, el ganado vacuno y caballar desaparecieron devorados por la contienda. Esto permitió que muchos árboles nacidos en sabanas y potreros lograran alcanzar la mayoría de edad.

La Guerra Chiquita que se desarrolló desde 1879 hasta 1880 creó también un clima de inseguridad que afectó la economía. Así que debemos de ver esta relación hombres-naturaleza como un solo proceso que se inició en 1868 y concluyó en 1880 para los territorios donde se desarrolló la contienda. Mientras los mambises combatían de acuerdo a sus posibilidades e inte-reses contra las fuerzas militares colonialistas, los bosques se incrementaban o por lo menos dejaban de disminuir su área.

Con la fauna ocurrió algo diferente. Una parte de ella se vio bruscamente afectada por la caza excesiva, en especial la realizada por los insurrectos. Por ejemplo, la jutía y los venados, aunque estos últimos no eran endémicos, en 1868 había una cantidad considerable en estado salvaje, eran casados en grandes cantidades. También algunos tipos de aves y peces de ríos fueron sometidos a una explotación que hasta aquellos momentos no habían conocido.

Hay un aspecto interesante, prácticamente desconocido, y es la acción de muchos animales domésticos que abandonados por sus dueños retornaron a la vida salvaje. Algunos de ellos debieron de tener algún tipo de incidencia en la fauna como los gatos y los perros. No hemos podido obtener informa-ción sobre la acción de esos animales. Sin embargo, durante muchos años quedaron grabadas en la imaginación popular

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las acciones de numerosas manadas de perros jíbaros, como se les llamaba a los canes que se habían hecho salvajes, capaces de atacar al hombre. En ello había mucho de leyenda, pero es posible que en el trasfondo existiera alguna verdad en lo referente al número. Quizás esa sea una huella dejada por la acción de esos animales durante la guerra en la memoria humana.

Ambas guerras tuvieron un impacto en el mundo micros-cópico. En las islas había varias enfermedades endémicas, que de vez en cuando desataban epidemias, pero, en general, se mantenía un equilibrio entre el hombre, los virus y bac-terias patógenas. La Guerra de la Restauración y la de 1868 introdujeron un inesperado desequilibrio. La llegada de una importante masa de hombres que no estaban aclimatados, la desnutrición, el hacinamiento en los poblados donde eran reconcentrados los campesinos, dejó indefensa a una parte de la población al efecto de las enfermedades infecciosas. Todo esto tuvo un brusco impacto en el mundo microscópico pro-vocando un incremento inusitado de las enfermedades que causaron miles de muertes. En cierta forma fue una incursión de los hombres en el mundo de los microbios.

Aunque la zona de la gran riqueza azucarera, el occidente, permaneció fuera de los efectos de la contienda, allí continuó la devastación de los bosques y la agresión, en general, de los ingenios sobre la naturaleza. La guerra del 1868, en Cuba, tuvo una repercusión importante en Dominicana. Durante la con-tienda varias familias cubanas se trasladaron a Santo Domingo. Estas establecieron ingenios azucareros; en algunas zonas como Puerto Plata comenzaron la explotación azucarera moderna. Esto provocó grandes transformaciones de la naturaleza. Aunque los cubanos no fueron los únicos, sí contribuyeron a estos cambios del medio ambiente.

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LA voz deL sILenCIo

¿Cómo se produjo el alzamiento de un barrio en estas Antillas españolas? El asunto, prácticamente, está inédito. La mayoría de las investigaciones se refieren a los levantamientos de los grandes líderes. Hemos tomado un ejemplo de Dominicana y otro de Cuba, para tratar de comprender desde esas particula-ridades cómo se producía un alzamiento entre estos vecinos. Por regla hay muy poca información, en ocasión ninguna sobre esos acontecimientos. Muchas veces tan solo tenemos la referencia al hecho de una acción subversiva que surge ines-peradamente, como los hongos con la lluvia. Sin embargo, hay una valiosa documentación que se guarda en el Archivo General de la Nación, en República Dominicana y en el Archivo Na-cional de Cuba que nos podría ayudar a responder muchas preguntas sobre aquella masa heroica. Nos referimos al fondo Comisión Militar Ejecutiva y Permanente.

Uno de los instrumentos legales con que contaba el Estado español para llevar a cabo la represión contra quienes se opo-nían a su dominio en Santo Domingo era la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente. Creada en España durante los primeros años del siglo XIX, la establecieron poco después en Cuba y luego en Dominicana, cuando este país retornó, en 1861, al seno del imperio español. Pese a su triste papel en la historia cubana y dominicana hay que reconocer su eficacia.

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Bien, en el caso cubano, tenía una estructura central en la Capitanía General con un presidente, vocales, fiscales, secre-tarios e, incluso, un asesor civil. En la práctica esta institución no necesitaba de fiscales o jueces profesionales para funcionar fuera del marco de la capital cubana o dominicana. Apenas ocurría un acontecimiento que afectara, en alguna medida la seguridad del imperio en cualquier región, se constituía. Se escogía a oficiales del ejército para fiscales, jueces y defen-sores. Eran nombrados por las máximas autoridades militares de cada región. Por ejemplo, la Comisión Militar que juzgó a los sublevados en Santiago de los Caballeros por el alzamiento ocurrido el 24 de febrero de 1863 estaba integrada por seis vocales, todos ellos capitanes en activo del ejército y un presidente, que era el jefe del batallón al que pertenecía la mayoría de los referidos vocales. Por lo que nos encontramos con una situación que favorecía muy poco el funcionamiento imparcial del proceso. El fiscal, el secretario y los abogados defensores también eran militares. El hecho de que sus inte-grantes fueran oficiales incrementaba su poder. No podemos olvidar el relevante papel que tenía el Ejército en el imperio español, acrecentado, en este caso, por el estado bélico que se desarrollaba en Dominicana, desde 1863.

El reo tenía derecho a seleccionar al defensor. Se le mostraba una lista de los defensores y él escogía uno, aunque el proceso no estaba exento de bastante formalismo. Así el juramento de los abogados defensores estos decían «…habiendo puesto las manos derechas tendidas sobre los puños de sus espadas, respectiva-mente, prometieron bajo su palabra de honor defender a sus respectivos clientes…».1 Luego que el individuo declaraba y un escribiente recogía lo que decía le leían el documento, donde anotaron sus palabras y si estaba de acuerdo lo firmaba, si no sabía firmar, ponía una cruz; también el fiscal firmaba.

1 AGN, Fondo César Herrera, t. 11, folio 35.

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En ocasiones el individuo acusado o el testigo por voluntad o presión hacía una segunda declaratoria. Es sorprendente el grado de profesionalidad de esta comisión. El fiscal estaba al tanto de todos los detalles de la sumaria. Convocaba a testigos u otros acusados relacionados con los acontecimientos. Incluso, en ocasiones, se interrogaban a parientes del procesado, inclu-yendo a mujeres, ancianos y niños. El único testimonio que poseemos de un procesado fue el del poeta Eugenio Perdomo. Este escribió un diario durante su estancia en la prisión. Si comparamos el trato que recibió Perdomo, en referencia con los procesados en los gobiernos posteriores dominicanos y los interventores yanquis, podemos afirmar que Perdomo vivió aquellos terribles días en un verdadero «paraíso». Tenía una indiscutible ventaja, pues era un comerciante y un hombre de relieve en Santiago de los Caballeros, segunda ciudad de la Capitanía General. La sociedad santiaguera debió estar al tanto de lo que le ocurría a este desdichado bardo. Además la sublevación había fracasado; esto debió crear un estado de euforia en los españoles. De todas formas el poeta fue conde-nado a muerte y ejecutado junto a varios de sus compañeros.

La situación de Neiba, común a la que pertenecía la sección o barrio de Cambronal, donde se produjo el alzamiento que estudiaremos, pudo ser diferente. Este era un olvidado pueblo del sur, la mayoría de los procesados eran campesinos. Quizás el fiscal no fue tan caballeroso y ante tales circunstancias las declaraciones de algunos de los detenidos son bastante singulares. En un día dan varias declaraciones y en cada una de ellas ofrecen más información e involucran a más personas. ¿Fueron voluntarias o productos de la coerción?

Contra los condenados a muerte o cárcel había bastantes evidencias para sufrir esas penas. En algunos casos los abo-gados defensores actuaron con ética. Trataron por todos los medios de reducir las penas que pedía el fiscal. Otros fueron bastante formales y mediocres en sus defensas.

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El valor de estos documentos es incuestionable. Por medio de ellos vamos a escuchar la voz del silencio. Estamos ante el testimonio de los olvidados. La mayoría de ellos no sabían ni escribir ni leer, por lo que es, prácticamente, imposible que dejaran diarios, cartas u otros documentos que recogiera su visión. Incluso, los que sabían leer y escribir no tenían el sentido de que estaban «haciendo la historia», si nos atenemos a lo que en la época usualmente se consideraba historia. No dejaron un testimonio sobre aquellos acontecimientos. Si lo hicieron no han llegado a nuestros días. Por lo que estamos ante los únicos testimonios que quedaron de los campesinos y peones, de la gente de abajo. Aunque tal documentación hay que revisarla con cuidado. No estamos ante los airosos jinetes que se lanzaron al camino real de su poblado a retar al ejército español en Dominicana o Cuba.

Estamos ante gente vencida y asustada. Cada uno intenta salir lo mejor parado de las difíciles circunstancias que le ha tocado vivir. Justificar su momentánea rebeldía. Culpar a otros de su desliz político. Saben muy bien que sobre ellos pesan potenciales condenas. Incluso, la ejecución sumarísima no está exenta en ese futuro incierto. Algunos están realmente desmoralizados y arrepentidos. Están dispuestos a traicionar, a servir a sus verdugos por escapar con vida, obtener un perdón o una simple rebaja en la condena. Sin embargo, leyendo entre líneas, con el cri-terio que estamos entre muchas medias verdades, podríamos encontrar no pocos elementos valiosos para poder entenderlos en sus momentos esplendorosos de libertadores. Las propias mentiras nos pueden ser útiles. Si las interpretamos en el sentido de qué argumentos eran creíbles para esta gente como justificación a lo que hicieron.

Esto es cierto, pero debemos de tener en cuenta la profesiona-lidad de los que llevaron a cabo la investigación y las condiciones óptimas en que estas se llevaron a cabo. La sublevación a que nos referimos, la de Neiba, fue aplastada y la mayoría de los que tomaron parte en ella o de alguna manera colaboraron

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fueron detenidos. En el caso de Cuba, los sublevados sin con-tacto con sus superiores abandonaron el intento de rebeldía y fueron detenidos en sus casas y fincas en los días posteriores, por lo que los investigadores tuvieron condiciones favorables para buscar testigos, realizar careos y detallar lo que aconteció en aquel día de insurreciones en ambas islas. Incluso muchos de los acontecimientos ocurrieron ante los ojos de individuos fieles a la metrópoli, como el comandante militar y el alcalde. Incluso el alcalde se encargó en los primeros momentos de investigar sobre lo acontecido, por lo que lo informado tiene un mínimo de veracidad.

En el caso del barrio cubano, la Comisión Militar actuó en la plaza de Manzanillo en el oriente de la isla. Su acción se realiza entre el 10 y el 15 de octubre. Para entender su actua-ción debemos de conocer someramente el desarrollo de los acontecimientos. Recordemos que la sublevación se produjo el 10 de octubre; el 11, los revolucionarios fueron batidos y se dispersaron en Yara. Durante varios días las autoridades espa-ñolas controlaron la jurisdicción, mientras los revolucionarios se reorganizaban en algún apartado rincón y luego marcharon sobre Bayamo. Dadas las condiciones, el fiscal y sus secuaces tuvieron tiempo para detener, interrogar, investigar con testigos todo lo acontecido en estos primeros días en la localidad que hemos tomado por referencia para el estudio.

Los documentos de la comisión militar en Dominicana y Cuba nos ofrecen una información de primera mano para estudiar el desarrollo de los acontecimientos. Si nos atenemos a analizar la mentalidad de esta gente la documentación es en extremo valiosa, pues incluso las mentiras se hacen sobre una base real, el que miente y más cuando es un reo lo hace, generalmente, sobre asuntos creíbles. Se espera que fiscales y jueces creyeran la mentira, por lo tanto esos testimonios nos pueden ofrecer valiosos informes sobre la forma de pensar de aquella gente.

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También en los documentos se refleja la vida cotidiana de los dominicanos de aquellos años terribles. Los oficios más comunes incluso, pueden servir para acercarnos al grado de escolaridad de esta gente. En fin estos documentos ponen a disposición del estudioso una valiosa información que de otra forma se hubiera perdido. El acusado o el testigo eran sometidos, muchas veces, a un largo interrogatorio.

Hoy, tanto en Cuba como en Dominicana, se conserva una valiosa colección de estos procesos. En el caso cubano, se extienden desde su formación en la isla (década del veinte) hasta que dejó de funcionar (enero de 1869); mientras en Dominicana funcionó durante la anexión. En Cuba, al finalizar el dominio español, los documentos quedaron en la isla y hoy se conservan en el Archivo Nacional donde forman un fondo. En Dominicana, al concluir la dominación española en 1865, fueron evacuados junto con las tropas y acabaron en la penín-sula. Allí, el historiador César Herrera los copió y hoy integran parte del fondo que lleva el nombre del destacado intelectual.

¿Cómo abordar el estudio de la rebelión de gente sin historia? ¿Cuáles enfoques y técnicas históricas nos pueden iluminar para comprender a partir de la documentación mencionada el análisis de estas rebeliones? Estamos ante una situación de resistencia a la opresión colonial de un grupo de ciudadanos humildes en un barrio olvidado de la geografía. Algunas claves para el análisis de tan fascinante problemática provienen de los estudios de profesionales que se han dedicado a estudiar los múltiples rostros ocultos del poder y la dialéctica opresión/resis-tencia en la vida cotidiana de los grupos subordinados.2

En no pocas ocasiones se dibujaron, en los documentos de la comisión militar, las figuras del hombre y la mujer humildes, del pueblo. Este fue el caso, por citar un ejemplo, del sastre

2 James C. Scott. Los dominados y el arte de la resistencia, México, Ediciones Era, 2004.

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Justiniano Bonilla, vecino de Santiago de los Caballeros, que resultó herido y prisionero en los acontecimientos de esa ciudad, en febrero de 1863. Quizás mintió al decir que se encon-traba de «casualidad» en la plaza de la ciudad, donde resultó herido de un disparo. Según él, no se sumó a la sublevación. Independientemente de este singular criterio, en sus palabras podemos pulsar el estado de exaltación que dominaba a gran parte de la población. Afirma que pasaron «por delante de su casa una porción de gente armada».3 Pese a esta situación tuvo la «ingenuidad» de ir a visitar a sus hermanos y al regreso llegó «inocentemente» a la plaza cuando se iniciaba un enfrenta-miento entre revolucionarios y autoridades en el que resultó herido. No se dirigió al hospital ni buscó ayuda médica para curar su herida, sino que escapó a una sabana vecina, pasó el río «…y entró en un bohío donde una tal Matilde Liscuñana lo curó de su herida».4 Esta rústica casa pertenecía «a un tal Francisco».5

Este individuo, quien trata de convencer a las autoridades de que su herida fue casual, y se encontraba en un enfrentamiento entre ambos bandos, también por «casualidad», nos ha mostrado a Matilde Liscuñana y al tal Francisco, cuya solidaridad muestra el apoyo de la población a los restauradores en un momento de confrontaciones sociales y políticas.

Es posible que nunca sepamos qué fue de Matilde Liscuñana y de Francisco. Quizás fuera de la mención en la sumaria sus figuras entraron en el anonimato de la historia. Mientras hojeábamos estos viejos libros teníamos la sensación de que Matilde y Francisco parecen esperar en algún olvidado rincón del pasado por el historiador que quiera conocer esa otra historia de la Guerra de la Restauración: la del hombre y la mujer sin

3 AGN, Fondo César Herrera, t. II, folio 35.4 James C. Scott, Los dominados y el Arte de la Resistencia, México, Ediciones

Era, 2004, cap. 7.5 Ibídem.

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rostro. Aunque podemos afirmar que gestos como esos de curar al rebelde mordido por la metralla colonial fueron la base de la resistencia y la victoria dominicana.

Esa forma de solidaridad era precisamente una forma de enfrentamiento a la opresión nacional generada por la trasno-chada dominación colonial.

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CAmbronAL: Los oLvIdAdos

En el caso dominicano escogimos el barrio rural o sección de Cambronal en la común o municipio de Neiba, donde el 9 de febrero de 1863 se produjo una sublevación contra España. Este alzamiento nos ofreció la posibilidad de un mejor análisis, pues fue aplastado en pocas horas. Las autoridades tuvieron tiempo y también medios para llevar a cabo una sistemática investigación que les permitió esclarecer hasta los más mínimos detalles sobre quiénes tomaron parte en él.

El domingo 8 de febrero de 1863 trascurrió en la común o municipio1 de Neiba y sus barrios rurales con la tranquilidad de todo pueblo pequeño. Uno de los vecinos resumiría sus vivencias de ese día en estos términos:

…que como día festivo hubo juego de gallos y se fue á la gallera á jugar (…) que como á las tres de la tarde regresó á su casa y permaneció en ella todo el resto del día y por la noche en compañía de su muger ó concubina llamada Eugenia Batista y de sus hijos (…):

1 En Dominicana a lo que en Cuba se le llama municipio allí se le nombra como común. Lo que en Cuba es el barrio allí se le nombra sección. Como es una historia comparada y aspiramos a que sea leída en ambos países utilizamos las dos definiciones.

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Que recogido en su casa del modo que queda dicho no salió de ella en toda la noche acostándose como á las nueve…2

La vida, en esencia, no era diferente en Cambronal, uno de los barrios rurales o secciones del común o municipio de Neiba. Seguía el ritmo monótono de los lugares donde la actividad económica y social se desplaza lentamente. Un vecino de Cambronal, Ildefonso de la Paz y Alcántara fue el domingo a un lugar llamado El Quemado «…con el objeto de comprar un puerco».3 luego retornó a «…su conuco en el que pasó todo el resto del día acompañado de su suegra Francisca Morito, o sea, la madre de su concubina Eufemia Suarez».4 Esporádicas salidas a lugares tempranos, negocios de escaso vuelo, la vida concentrada en el bohío o en el conuco parecía el horizonte de esta gente.

No podía faltar un afortunado «don Juan». En este caso el personaje literario era representado en acto muy real por Francisco Terrero y de Paula, natural y vecino de Los Conucos, quien el domingo 8 había tenido una buena racha en una visita a Neiba. Incluso, era mucho más afortunado que aquel neibero que describió el escritor Rafael Damirón «… y en una misma noche rapta tres doncellas para aumentar su serrallo montaraz».5 Francisco no tenía necesidad de raptar las doncellas y mucho menos de construirse un serrallo. Contó que:

[…]el Domingo vino á este pueblo y fue á visitar á Do-minga Recio, en cuya casa estubo algunas horas, sin

2 La declaración es de Simeón Suberbí y Pérez y se encuentra en Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I. Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 52.

3 Ibídem. 4 Ibídem.5 Rafael Damirón, Estampas, Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, Segunda

edición, 1984, p. 119.

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que pueda fijar el número de ellas, advirtiendo que en el tiempo invertido en esta visita, ninguna persona entró ni salió en casa de la Recio, pues que siempre estuvieron los dos solos. Que después se marchó a casa de Josefa Zayas, en donde también permaneció de visita hasta el tiempo de regresar á su casa, que lo verificó como á media tarde del citado día ocho.6

Agotado de su aventura nuestro don Juan afirmó: «Que antes de ponerse el sol llegó á su casa y á la hora acostumbrada se acostó hasta el día siguiente sin que hubiese reunidas más personas en su vivienda que su manceba María Nicomedes y sus tres hijos».7

Para otros, el domingo 8 de febrero fue desgarrador. Ese día falleció un niño, hijo de José Ramón Escaño. Pese a que había una alta mortalidad de menores las personas nunca se acostumbraban a la inocencia sacrificada. Una parte de los miembros del barrio de Cambronal acompañaron a los padres de la infeliz criatura.

Otros vecinos del barrio bebían ron en sus casas o en una pulpería.8 El «negro Dolores» sin permiso legal expendía bebidas, incluso daba facilidades para adquirirla. Admitió trueques cuando escaseaba el dinero. Así el zapatero Cayetano

6 Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, pp. 71-72.

7 Ibídem.8 El aguardiente era bebida tan común que uno de los sublevados declaró

a las autoridades que durante el desarrollo de la revuelta afirma: «Que acompañó y fue á casa del Sr. Cura para consultarle lo que debería

hacer. Que dicho Señor Cura le brindó con un baso de aguardiente de anís y al tiempo de estarse bebiendo fue cuando le intimaron la orden de arresto». En Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A. Se utlizó la copia que se encuentra en el AGN, Fondo César Herrera, t. 30, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 36.

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Velásquez afirma: «que el licor que bebió en casa del negro Dolores lo pagó dándole un par de zapatos».9

El domingo 8 Cayetano Velásquez y Martínez, un zapatero, natural de Santo Domingo y vecino de Cambronal, estaba desde temprano «en casa de un negro conocido por Dolores y vecino del mismo Cambronal, bebiendo romo o lo que es lo mismo aguardiente de ron».10

A media mañana Cayetano se fue a su casa para almorzar. Después del almuerzo recibió la visita «de Luis Venancio, su convecino».11 Debieron sentirse consternados con la larga y aburrida tarde de un domingo en barrio pequeño y se fueron a casa del negro Dolores. Estaban seguros de encontrar un buen vaso del quemante líquido, pues: «el aguardiente lo propor-cionaba la mujer del dicho negro Dolores que aun cuando no lo tenía de venta y lo había traído de Azua lo vendía al que declara y á su citado compañero Venancio».12 Bebieron hasta bien entrada la tarde. Desde allí se dirigieron a la casa de Manuel de Sena, conocido como Mellizo. Los tres hombres «estuvieron juntos hablando de cosas indiferentes y bebiendo también aguar-diente por haberles convidado el mismo Sena».13

Entre tantos vasos de aguardiente, Cayetano fue perdiendo el sentido del tiempo. Luego declararía que como a las 8:30 ó 9:00 de la noche llegó a la casa de su anfitrión Manuel de Sena, Nicolás de Mesa con cinco individuos más, todos vecinos de Cambronal. Desde aquel momento su vida variaría por entero y la de aquel apartado y olvidado barrio rural, que entraría en la historia dominicana.

9 En Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A. Se utlizó la copia que se encuentra en el AGN, Fondo César Herrera, t. 30, Plaza de Neiba, año 1863, Documento 51, núm. 27, p. 35.

10 Ibídem, pp. 28-29.11 Ibídem, núm. 27, p. 29.12 Ibídem.13 Ibídem, p. 29.

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Cayetano era uno de los comprometidos para levantarse en armas contra el dominio español. El alférez Nicolás de Mesa que era uno de los líderes de la sublevación en Cambronal debió de poner a Cayetano al corriente sobre la decisión de levantarse en armas en la madrugada de ese día. Los hombres hablaban quebrando la voz, mirando con desconfianza por la puerta del bohío ante la posible presencia de un caminante amigo de escuchar conversación ajena. La noche del campo dominicano los rodeaba.

Una oscuridad tranquila e imperturbable, apenas rasgada por las luces desperdigadas de los bohíos que paulatinamente iban despareciendo en la medida en que el sueño imponía su reino de sosiego. Cuando el pequeño grupo de conspiradores abandonaron la casa, la iluminación del bohío se apagó. La oscuridad se hizo absoluta. Tan fuerte como la que hoy rodea al investigador que trate de desentrañar desde el campo lo que ocurrió en Neiba. Hasta ahora no hemos podido encontrar la relación que tenía el movimiento de Neiba con los que estallaron en los próximos días en Sabaneta, Guayubín y Santiago de los Caballeros. Tampoco sabemos de dónde vino la orden de levantarse en armas o si fue iniciativa propia. El asunto que hoy despierta nuestro interés es que si el alzamiento de Neiba fue fraguado y decidido entre aquel puñado de campesinos o se siguió las orientaciones de un complot general.

Dado lo espontánea de la sublevación y que en el resto de la provincia de Azua a la que pertenecía Cambronal ni en lugares cercanos se produjeron acontecimientos de esta natu-raleza, nos parece indicar que estamos ante un movimiento que surgió entre aquellos campesinos. Incluso fue en este lugar el único de la común de Neiba donde se produjo un hecho como este. ¿Qué hizo estallar este movimiento? ¿Qué condiciones se habían dado en este lugar que facilitó el alzamiento?

Con los elementos que poseemos es imposible hasta el pre-sente dar respuesta a esta interrogante. Pero lo más importante

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de esto es que un barrio o sección rural se podía producir un alzamiento de las dimensiones de éste.

Quizás estemos ante «la tiranía de los documentos» como ha expresado un colega. Ninguno de aquellos hombres dejó un diario o escribió una carta refiriéndose a lo ocurrido. Mucho menos llevaron a la letra impresa los detalles de aquel amanecer rebelde en Neiba. Como bien expresó el referido colega en relación a la guerra de los gavilleros contra la intervención de los Estados Unidos:

…los campesinos también soñaban. Solo á través de sus actos –la quema del cañaveral, el sabotaje de la maqui-naria, el robo de la bodega del central, las agresiones contra los representantes del latifundio, el acoso a los guardias, las expresiones de irrespeto a la autoridad– podemos atisbar esa ira que contribuirá a mantener viva su memoria.

La toma de Neiba fue el gran sueño de estos campesinos del Cambronal.14 Capturar al orgulloso comandante militar, al alcalde español que los despreciaba por negros y pobres, expulsar al cura, también español y mojigato, que los martiri-zaba con sus condenas al amancebamiento que siempre había existido entre estos campesinos.

Es muy posible que el alférez Mesa le impartiera órdenes a Cayetano de que reclutara a todos los vecinos que estuvieran dispuestos a sumarse al movimiento revolucionario o quizás él lo creyera una obligación. Fuera una u otra la causa, lo cierto es que llevó a cabo la primera acción pública de los insurrectos. Cayetano medio borracho se fue al velorio del niño fallecido en ese día. Lo acompañaron otros dos comprometidos, Luis

14 Pedro San Miguel, La guerra Silenciosa. Las Luchas Sociales en la ruralía dominicana, Archivo General de la Nación, Santo Domingo, 2011, p. 91.

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Venancio y Alejo Marmolejo.15 La escena que se dio en este lugar fue lamentable: «entró en el velorio el declarante con el objeto de sacar gente para que se le agregaran empujando á los hombres hasta la calle ó fuera de casa».16 Otro testigo de aquella acción nos planteó: «que se introdujo en la reunión con muy malos modales y alborotando mucho».17

La acción subversiva fue frustrada por un miembro de las reservas dominicanas, José de la Paz, que no estaba compro-metido con el complot y debió de considerar el asunto como alboroto de borrachos. Otro de los testigos diría posterior-mente: «pero en el momento que se presentó el Sr. José de la Paz (a) Rey se marchó sin decir nada Cayetano Velásquez y quedó restablecido el orden entre los concurrentes que per-manecieron hasta el día siguiente en el mismo velorio».18 Uno de los concurrentes al velorio con palabras lapidarias resumió el resultado del llamado de Cayetano; «nadie le siguió».19 La importancia de aquel irreflexivo acto de Cayetano fue que había puesto en marcha a los ojos de los vecinos del poblado la máquina del alzamiento.

Luego de este fracaso Cayetano y Luis Venancio se unieron al grupo dirigido por Mesa. Los complotados, de inmediato, iniciaron el reclutamiento de los vecinos e inicialmente lograron reunir alrededor de diez. En medio de la noche se desplazaron por los caminos del barrio, llamaron en sus casas a quienes sabían que los podían apoyar, trataron de convencer a esporádicos caminantes para que se les unieran. Uno de los interrogados por aquellos acontecimientos, Juan Ramírez, Chocho, regresaba

15 Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 85.

16 Ibídem, p. 114.17 Ibídem, declaración de Juan Ramírez, Chocho.18 Ibídem, p. 114.19 Ibídem, declaración de Juan Ramírez, Chocho.

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del velorio del niño para su casa cuando encontró en el camino a Nicolás de Mesa junto con:

[…] diez individuos, cuyos nombres eran José Antonio de Mesa, Bartolomé Moquete, Antonio y Alejo Marmolejo, Luis de Bargas conocido por Luis Benancia, Mellizo ó sea Manuel de Sena, y Cayetano Velásquez, todos los cuales advirtió el declarante que iban armados de fusil.20

El grupo se dirigió a un punto llamado «Sabana Perdida en el mismo Cambronal».21 Este barrio rural fue el gran protago-nista de esta sublevación. La mayoría de las personas que fueron detenidas en los días posteriores por estos acontecimientos eran de Cambronal. El apoyo del barrio no solo hay que verlo en su aporte en guerreros, sino en el silencio cómplice que mantuvieron mientras se desarrollaba el complot. Casi siempre como preámbulo de toda sublevación campesina hay una verdadera «guerra silenciosa». Durante días, en ocasiones meses, los vecinos de estos barrios se reunían a conspirar, realizaban labores de proselitismo, en ocasiones harían entrenamientos. Incluso cuando el movimiento era espontáneo este se precedía muchas veces por un malestar común que se expresa de diversas formas. En este caso las fronteras entre esta «espontaneidad» y una conspiración organizada son difíciles de encontrar. Hubo un silencio cómplice. No podemos olvidar que esto ocurrió en barrios rurales donde todos se conocían; hay más ojos y oídos que rincones donde ocultar lo que no se quería que fuera visto. A algunos de los comprometidos les gustaba demasiado el aguardiente. No era de extrañar que entre copa y copa dijeran lo que era necesario mantener en secreto. Un don Juan en la emoción de la conquista o el gozo podía hablar en exceso. Pero no se produjeron denuncias.

20 Ibídem, declaración de Juan Ramírez, Chocho, p. 67.21 Ibídem, p. 30.

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El alzamiento sorprendió por completo a las autoridades, en este sentido hubo una discreta solidaridad del barrio. Es esta la historia sin documentos; quizás la verdadera historia de los de abajo. Asunto difícil de entender en el mundo de los his-toriadores dominados por la «La tiranía de los documentos».22 Nunca conoceremos la complicidad de la amante. La solidaridad del vecino bebedor, parrandero, en apariencia irresponsable, que se hizo mudo cuando el aguardiente soltó la lengua del que mucho sabía. No comentó lo escuchado del conspirador irresponsable.

El grupo marchó hacia Neiba pero se dieron cuenta que una parte considerable de ellos estaban desarmados. Además otros comprometidos no habían sido avisados por lo que: «convinieron todos en marcharse cada uno por su lado, algunos de ellos á buscar a otros compañeros y otros á proveerse de objetos que tal vez necesitaran».23 Estamos ante un nivel de responsabilidad colectiva, pues cada uno se sentiría con sufi-ciente prestigio para reclutar a otros vecinos.

Así a Manuel Ocampo Pérez […] le fue á llamar á su casa como á media noche del ocho del actual Manuel de Sena (a) Mellizo , quien le dijo que iba á llamarle de orden del Alférez clasificado y en situación pasiva Nicolás de Mesa, por lo cual el declarante no dudó en marchar en compañía del Manuel de Sena, á reunirse con Nicolás de Mesa, que con su gente estaban esperando en un punto del camino Real que llaman Puerto Rico y á muy corta distancia de la Casa del declarante.24

22 P. San Miguel, La guerra Silenciosa..., p 91.23 Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César

Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 30.

24 Ibídem, p. 47.

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Cayetano, que no tenía en esos momentos armas: …se dirigió á la casa del General Sena ya difunto y tocando á la puerta le respondió la viuda que le abrió la puerta y á quien pregunto por sus hijos contestando dicha señora que dos de ellos estaban ausentes y el otro enfermo, el cual se llama Francisco, que entonces el declarante pidió el machete perteneciente al Francisco y le fue entregado de momento por dicha viuda.25

Ya armado, Cayetano: «Que enseguida fue… á Casa del negro Dolores, cuya muger llamada María Sánchez le dio una botella de aguardiente y la guardó para ir bebiendo por el camino».26

De esta forma la solidaridad del barrio estuvo presente en estos dos gestos. La viuda del general Sena, el héroe de la batalla de Cambronal contra los haitianos, le entregó un machete al futuro guerrero. Es posible que le diera una carabina o un sable que Cayetano se negó a reconocer. Mientras otra mujer, María Sánchez, le regaló una botella de aguardiente.

Al parecer Cayetano era un hombre dominado por el alcohol. Lo más importante es que Cayetano con su botella de ron y el machete se dirigió al punto donde previamente debían de reunirse: frente a la casa de Pepe Rocha: «…desde donde partieron todos como en numero de cuarenta á cincuenta hombres incluso Pepe Roche».27

Las armas fueron las proporcionadas por los mismos vecinos. No existieron evidencias de que se esperara un alijo de armas enviados por otros comprometidos. Uno de los interrogados afirmaba que estaban: «…unos armados de fusil y otros no, pero todos con machete y cuchillo».28

25 Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 27.

26 Ibídem, p. 30.27 Ibídem.28 Ibídem.

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También se encontraron uno que otro sable como Manuel Ocampo Pérez que en el interrogatorio a que fue sometido al ser detenido afirmó que en el momento en que se concentraron en la Zanja: «ya había olvidado el cinto de su sable», pero no así la filosa hoja. No existía una organización ni una disciplina interna. El propio Cayetano estuvo borracho y continuó tomando. Incluso Cayetano:

[…] trastornado por el aguardiente y sin saber lo que hacia sacó el machete en ademán de acometer al mismo Rocha y le obligó á que fuese en su compañía, siguiendo todos su marcha en dirección á este pueblo y durante el camino se les agregaron otros individuos mas, Que como á las dos de la madrugada llego el declarante con sus compañeros á un punto que llaman la Zanja dis-tante de este pueblo como un tiro de escopeta, y en este paraje hicieron alto29 La cifra de los sublevados en Cambronal varía según los diferentes criterios de los interrogados. Los testimonios se refieren a cantidades que van de treinta a cincuenta hombres. Uno de los detenidos afirmó que: «…los hombres reunidos en La Zanja podrían ser sobre poco más ó menos cincuenta».30

Según otro de los participantes, Manuel Ocampo y Pérez, en la Zanja se reunió : «…en número de treinta de los cuales algunos desertaron».31

El comandante militar de Neiba al informar sobre estos acontecimientos se refería a que los sublevados era «un grupo

29 Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 31.

30 Ibídem, p. 68. 31 Ibídem.

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como de treinta o cuarenta hombres capitaneados por Cayetano Velásquez».32

Existieron dos grupos respecto a la movilización. Los pro-piamente complotados que, en la noche del 8 al 9, se unen a Mesa y los que acudieron a la mañana siguiente cuando los sublevados capturaron el poblado y dispararon con el cañón en señal de alarma. Es difícil, siguiendo el ritmo de las indagato-rias de las autoridades, determinar quiénes eran de uno u otro grupo. Al parecer la mayoría afirmó en los interrogatorios que acudieron al pueblo confundidos por el disparo del cañón. Juraban con gran convicción que pensaban que ese disparo lo hicieron las autoridades españolas por algún peligro potencial. De esta forma trataban de eludir el castigo que podían sufrir por sublevarse contra el gobierno.

Aunque es cierto que un grupo de vecinos acudieron a la plaza al escuchar el disparo del cañón sin saber qué ocurría hubo algunos, cuya cifra varía entre veinte y cincuenta, que se reunió en la noche del 8 al 9 de febrero en Cambronal con plena responsabilidad de lo que estaba ocurriendo. Todos ellos eran campesinos, con la excepción de un zapatero. Es interesante que a diferencia de la sublevación de los cubanos contra España en octubre de 1868, donde los líderes fueron de la clase terrateniente o profesionales que radicaban en la ciudad, en especial abogados; en Cambronal la sublevación la encabezan los vecinos de este barrio rural.

En La Zanja, pasaron a una segunda fase de la acción. Tra-taron de contactar con algunos vecinos del poblado de Neiba que al parecer se habían comprometido con el levantamiento o bien se sabía de su disposición a unirse a un movimiento independentista. «Manuel Campo teniente de las reservas vecino del Cambronal» ordenó que se adelantasen dos integrantes de

32 Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 68.

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la tropa para que localizaran a Simeón Suberbí, quizás, uno de los líderes en el poblado o persona de influencia.

Llegaron hasta la casa de Simeón, pero este no respondió al llamado. Al ser informado el alférez Mesa de lo infructuoso de la misión entraron al poblado.

Un factor importante para comprender la reacción de Cam-bronal en apoyo a los sublevados fue que esta era dirigida por un oficial de las reservas dominicanas, el alférez Mesa. También participó, por lo menos, otro miembro de las reservas, Manuel Campo. Esta institución tenía un gran prestigio e induda-blemente que le daba un grado de confianza a los comprome-tidos. La familia del fallecido general Sena colaboró; la viuda armó a uno de los sublevados.

En los interrogatorios realizados, tanto a detenidos como a testigos, siempre aparece el nombre de Mesa entre los líderes del movimiento. Uno de los detenidos afirmó que al llegar a La Zanja los complotados reconocieron como líder a Nicolás de Mesa: «…todos le dieron la mano á Nicolás de Mesa tan pronto como este se les presentó».33 Aunque también hay refe-rencia a otros individuos que fungían como jefes.

Uno de los detenidos afirmaba que los dirigentes eran «Nicolás de Mesa, Cayetano Velásquez y Manuel Ocampo eran los tres individuos que disponían y daban órdenes, por lo cual com-prende que eran los cabecillas».34 En estos tipos de sublevaciones la gente irá conformando los líderes según las cualidades de cada uno.

La familia estará presente en la sublevación. Un ejemplo de esto era la de Nicolás de Mesa. Uno de los detenidos, Ildefonso de la Paz, afirmaba que quienes acompañaban a Nicolás eran José Antonio de Mesa, Alejo Marmolejo, Manuel Ocampo, un hijo

33 Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 30.

34 Ibídem, p. 68.

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de Nicolás de Mesa y el hijo de la mujer de Nicolás de Mesa. Además, Antonio de Mesa, Francisco Fabiel, Juan, Chocho, Nicolás Raimundo, y otros cuyos nombres no recordaba.35

Antonio de Mesa era hermano de Nicolás. La acción de la familia se puede comprobar cuando uno de los que se unió al grupo de sublevados, Juan Ramírez, Chocho, intentó desertar con el criterio de: «…ir á su casa á cambiarse de trage, pero Nicolás de Mesa desconfiando del declarante dispuso le acompañase su hijo».36 El hombre renunció a retornar a su casa y continuó en la tropa con rumbo a Cambronal. En este caso el hijo era un hombre de confianza en la tropa cuando le daban tan delicada misión de evitar una deserción.

En general el barrio se solidarizó con los alzados. Si bien a Cayetano lo expulsan de un velorio donde trató de reclutar vecinos para el alzamiento el asunto no pasa de ahí. Es posible que la reacción de rechazo fuera más por el deplorable estado en que lo hubiera puesto el aguardiente que un repudio a sus ideas. Además, en esencia, habían logrado reunir, como mínimo, 30 hombres lo que en un barrio rural era una cantidad importante.

Entre ellos había gente convencida y otros llevados por el entusiasmo y, es posible, que por unos tragos de más. Incluso hubo un gesto de desinterés de la negra que le regaló a uno de los sublevados una botella de ron. La utilización de bebidas alcohólicas en los preámbulos de una acción armada parece que es asunto bastante común. Muchas veces se olvidó lo que significó esta bebida como estímulo para acontecimientos extraordinarios. Según John Keegan, historiador militar británico, en Waterloo una parte de los héroes del Reino Unido estaban bastante pasados de copas. Sus oficiales antes

35 Archivo General de la Nación, República Dominicana, Fondo César Herrera, Proceso de Neiba, t. 30. El original se encuentra en el Archivo de Indias, A. G. I., Cuba, 1011 A, Plaza de Neiba, año 1863, documento 51, núm. 27, p. 14.

36 Ibídem, p. 67.

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del combate le dieron, con prodigalidad, alcohol.37 En una hermosa historia oficial no es muy agradable reconocer que los héroes acompañaron el valor con unos buenos tragos de aguardiente dominicano o whisky británico.

El grupo de sublevados de Cambronal, al reunirse en el lugar nombrado La Zanja, pasaron a una segunda fase de la acción. Trataron de contactar con algunos vecinos del poblado de Neiba. Al parecer se habían comprometido con la conspiración o bien se sabía de su disposición a unirse a un movimiento independentista. «Manuel Campo Teniente de las reservas vecino del Cambronal» ordenó que se adelantasen dos inte-grantes de la tropa para que localizaran a Simeón Suberbí. Aunque este no respondió a los llamados que le hicieron dos combatientes que llegaron a su casa. De esa forma los vecinos de Cambronal iniciaban lo que sería el primer movimiento revolucionario de febrero de 1863. Estamos ante una acción, eminentemente, campesina.

El reclutamiento tuvo dos fases; la primera fue en la noche del 8 al 9 y consistía en tocar en las casas de los vecinos en Cambronal e interceptar a los esporádicos caminantes y tratar de convencerlos para que se les unieran.

Luego, al entrar a Neiba, hubo otro reclutamiento que fue llamar a algunos de los principales comprometidos como el caso del tal Papaón; luego se pasó a disparar el cañón para reunir los vecinos y convencerlos de que los apoyaran. Los revolucionarios lograron capturar al comandante de armas y la cárcel, así quedaron dueños del poblado. Pero el movimiento estaba mal organizado. Uno de los líderes afirmó que el ob-jetivo era unirse con Haití. Los pro anexionista encabezados por el comandante militar difunden ese criterio y la mayoría de los vecinos se separaron del movimiento e, incluso, algunos ayudaron a detener a los sediciosos. Ya, al mediodía del 9, el alzamiento había sido abortado.

37 John Keegan, El rostro de la batalla, Ediciones Ejército, Madrid, 1990.

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un bArrIo CubAno

En Cuba tampoco se han realizado investigaciones sobre los alzamientos de los barrios rurales. Decidimos hacer un análisis de la formación de una pequeña partida en un barrio en los campos de la jurisdicción de Manzanillo. Esta estaba dirigida por un individuo llamado Manuel Calvo, un comerciante de Yaribacoa perteneciente a la jurisdicción mencionada. Po-demos ver la formación de esta partida con los ojos de uno de sus integrantes. Recurriremos también a los archivos de la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente. Miguel Sosa, estaba detenido por las autoridades por su participación en el alzamiento del 10 de octubre en Manzanillo. En un primer interrogatorio sus respuestas fueron vagas. Pero los españoles detuvieron a su esposa e hijos pequeños.

En esas circunstancias, Miguel hizo una segunda declaración mucho más amplia. Estas nuevas declaraciones, casi siempre con más información, son bastante frecuentes en las actas de las comisiones militares en ambos países. De seguro que en ello intervenía la presión y, posiblemente, la tortura física. Si eludimos sus muchas justificaciones de por qué militó en la causa sepa-ratista podemos encontrar en las declaraciones de Miguel Sosa una descripción interesante de cómo se formaba una partida insurrecta en un barrio.

Según Miguel, envió a uno de sus hijos al comercio de Manuel Calvo en busca de unas vituallas. Había suficiente confianza con

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este para mandar al niño por unas mercancías. Seguramente el campesino tenía crédito en la bodega de Calvo y este individuo lo mandó a buscar con el niño. En la entrevista sostenida en la misma bodega, Calvo le pidió que reclutara a tres individuos más que estuvieran dispuestos a combatir contra España. El campesino los reclutó sin muchas dificultades entre sus vecinos. Se reunieron en la bodega de Manuel Calvo entre 18 y 20 personas, todas de forma voluntaria. Entre ellas el detenido reconoció a algunos que estaban en igual situación que él, pero eludieron la justicia afirmando que fueron obligados a militar en la insurrección.

La pequeña partida se dirigió a las márgenes del río Buey Arriba. Allí esperaron por espacio de dos horas la llegada de la partida de Miguel Céspedes, a quien Manuel Calvo estaba subordinado. Como este líder no llegó, el grupo se disolvió. Esta gente desconocía que en ese día, 10 de octubre de 1868 los revolucionarios se reunían en el ingenio de Carlos Manuel de Céspedes para iniciar la revolución. Esa información la mane-jaba el esperado Miguel Céspedes. Posiblemente, este individuo era pariente de Carlos Manuel. Poco después el declarante fue detenido en su casa.1

De este pequeño grupo que se unió en torno a Manuel Calvo apenas tenemos información. Lo único interesante es que siete de ellos pertenecían al mismo barrio, mientras la per-sonalidad de Manuel Calvo Romero es interesante, natural de Huelva en España, casado, comerciante y vecino del partido de Yaribacoa, jurisdicción de Manzanillo. A los ojos de los habitantes de esta apartada comarca debía de ser una persona de relieve. Era español en un territorio donde los extranjeros eran asunto muy reducido, además, propietario de una bodega.

En los campos cubanos los propietarios de bodegas eran personas de suma importancia no solo por las funciones de abastecer y muchas veces comprarles productos agrícolas a los

1 ANC, Fondo Comisión Militar Permanente y Ejecutiva, legajo 129, núm. 6.

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campesinos, lo que los situaba en una ventajosa posición local. La bodega era un punto de contacto social permanente en el barrio. Allí se reunían los campesinos que iban a comprar o vender o, simplemente, querían charlar, por lo que el bode-guero podía convertirse en un personaje de influencia en la comarca. Los bodegueros también controlaban el capital líquido, lo que hacía de ellos grupos de mucha influencia en la localidad.

Manuel Calvo fue detenido. En un interrogatorio a que se le sometió por las autoridades locales reconoció que el 5 de octu-bre de 1868 estuvo en el festejo del santo de Francisco Teresa Oduardo. En la fiesta se encontraban Manuel Calvar Oduardo, pariente del homenajeado, Juan Hall y Eligio Izaguirre.2 Todos ellos estuvieron vinculados al alzamiento del 10 de octubre. Manuel Calvar, Juan Hall y Eligio Izaguirre tuvieron papeles re-levantes en la insurrección. Los tres estaban entre los firmantes del acta del Rosario, el programa de la revolución.

Este guateque reflejaba mucho respecto a la figura de Manuel Calvo. Se le invitó a una fiesta, donde se encuentran algunos de los principales caudillos de la jurisdicción de Manzanillo, indi-viduos que movilizaron a cientos de hombres para incorpo-rarlos a la sublevación. Pero en ese guateque no estuvo Miguel Sosa, el cliente de la tienda de Calvo que reclutó a tres vecinos. Quizás esto nos revele verdaderas cadenas de la movilización revolucionaria. Su base estaba en el vecino de Manuel Calvo, Miguel Sosa, que a instancias de este fue capaz de movilizar a tres vecinos. A su vez, Calvo con la ayuda de gente como Miguel Sosa logró reunir una partida de 18 ó 20 hombres que esperaban instrucciones de Miguel Céspedes, a la orilla del río Buey Arriba, un indiscutible caudillo local de mayor envergadura que Miguel Sosa y Manuel Calvo.

Fueron estos los complejos mecanismos del alzamiento que se desarrollan gracias a la cooperación de gente que hoy

2 Ibídem.

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permanece olvidada por la historia. Es en este escenario de la suma de todas estas pequeñas partidas que se produjo el alzamiento del 10 de octubre en La Demajagua. Es una larga aritmética de pequeños caudillos de barrios, familias y un regionalismo reducido a comarca liliputense, lo que permitió el acontecimiento mayor de La Demajagua

Continuemos en este reducido mundo de los alzamientos de barrios. Veamos qué acontece en otro barrio de la juris-dicción de Manzanillo llamado Vicana. Allí se formó una partida en torno a un bodeguero, un herrero y un sacristán, extraña oficialidad para irse a la guerra. José Salinas era propietario de una bodega en esta comarca de Vicana. Otro individuo que los detenidos nombran como Panchín Céspedes tenía algunas propiedades rurales en en lugar y se le consideraba, por las personas detenidas o presentadas junto con Salinas, como uno de los cabecillas de la sublevación en la localidad.

Existían otras dos personas que, aunque no se les conside-raba propiamente como cabecillas, sí tenían influencia entre los vecinos del lugar. Uno de ellos fue el herrero y el otro el sacristán. Este, además, era sastre. Incluso el sacerdote del barrio se unió a la insurrección, pero no a esta partida a la que se unieron los tres individuo, sino a otra que parece mucho más importante.

Estamos ante un grupo de gente entusiasta y convencida. El bodeguero en el momento de marcharse con el grupo de subversivos le dio instrucciones a un empleado, que dejó al frente de su comercio, de que en caso de que visitaran su esta-blecimiento los insurrectos: «...de darle a los revolucionarios lo que pidieran».3

El herrero, de apellido Céspedes, cuando los insurrectos se apoderan del caserío, convirtió su establecimiento en una rudimentaria fábrica de armas.4 Es interesante que en el

3 ANC, Fondo Comisión Militar Permanente y Ejecutiva, legajo 127, núm. 13.4 Ibídem.

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interrogatorio a uno de los empleados del bodeguero Salinas, que se incorporó a la partida y luego se presentó, el fiscal le leyera un listado de líderes subversivos. Entre ellos se encon-traban Carlos Manuel de Céspedes y sus hermanos Pedro y Francisco Javier, figuras de indiscutible relieve en la sublevación. El detenido que se mostró dispuesto a colaborar en el proceso y ofreció toda la información que se le pidió, dijo que no conocía la participación de ninguno de estos en la sublevación. Tan solo reconoció como cabecillas insurrectos a su patrón Salinas y a Panchín Céspedes, el terrateniente vecino de él.5

Sin embargo, el sacristán de la iglesia, que era sastre y vivía en el poblado de Vicana, en el interrogatorio reconoció que los hermanos Céspedes estaban entre los principales líderes de la sublevación en la jurisdicción.6

Es indiscutible que la situación y la relación cambian el mundo de información de cada uno de estos insurrectos. El primero radicaba en un apartado barrio de campo, mientras el segundo en la cabecera de la capitanía. Además, su puesto de sacristán lo situaba en una posición intelectual muy superior al primero. Tenía un nivel de comunicación que no poseía el otro.

La lectura de estos interrogatorios nos sitúa ante una situación interesante, pero sin respuesta todavía. Entre los vecinos de mayor relieve en la sublevación había dos de apellido Céspedes. El terrateniente Panchín Céspedes y el herrero. Además, el em-pleado de la tienda que se unió a los insurrectos era de apellido Quesada y natural de Puerto Príncipe (Camagüey). ¿Habría algún tipo de parentesco entre estos individuos y Carlos Manuel de Céspedes y Manuel de Quesada? Quizás estemos ante una especie de genealogía de la subversión. Los parientes colaterales muy lejanos del tronco central, pero que en estas comunidades rurales no dejan de estar en la familia, en el sentido más amplio de esa definición.

5 Ibídem.6 Ibídem.

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Es interesante la forma en que un pequeño grupo de cam-pesinos decidió su incorporación a las fuerzas revolucionarias. En San Francisco, en el partido de Palma Soriano, jurisdicción de Santiago de Cuba. El campesino Francisco Serrano Cintra, Gandul, describió en estos términos la forma en que se incorporó a las fuerzas revolucionarias:

... que había estallado la revolución entonces se juntó con los vecinos viejos Rafael Jiménez, Pedro Alejo y José Alejo con los cuales trataron de ir a la casa de Antonio Ascencio para aconsejarse con él por ser el hombre de más saber por allí y que mientras andaban para dicha casa y al llegar a Juan Barón encontraron una partida capitaneada por Don Julián Bernal como de unos diez y seis a veinte hombres.7

Entre los insurrectos se encontraba Antonio Asencio al que le iban a pedir consejo. Los cuatro campesinos no dudaron en incorporarse a la partida.

Es posible que este campesino tratara de eludir su responsa-bilidad en el alzamiento achacándola a la influencia de Antonio Asencio. Si mintió o fue veraz no es tan importante. Lo sig-nificativo del hecho es que en la mentalidad de este hombre cabría esa posibilidad, aunque fuera como justificación. No hay duda que estamos ante el resultado de la formación de un espacio de cultura terrateniente campesina, donde la influencia de determinadas figuras puede llevar a situar en un lado u otro de la frontera una decisión política tan trascendental como sublevarse contra el estado imperante.

Cada vez que las fuerzas insurrectas, en esos días iniciales de la guerra, sufrieron una derrota y la partida era dispersada una parte de sus integrantes se presentaban a los españoles. En esta actitud ha estado la secular condición humana de

7 ANC, Fondo Comisión Militar Permanente y Ejecutiva, legajo 126, núm. 1.

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sumarse al vencedor. Pero tal decisión tiene también otra lectura. En los albores de la guerra estas partidas no tenían, lo que llamaríamos en términos militares, el concepto de cuerpo. Para muchos de estos hombres el compromiso bélico comenzó y terminó con la pequeña partida y el jefe local al que seguía. Dispersa esta y perdido el contacto con el líder local no había sentido para continuar en las filas de la insurrección. Los com-promisos eran con grupos y personas. Era más difícil de entender el concepto de patria e independencia. El desarrollo de la con-tienda irá cambiando la visión sobre la patria. En Cambronal se da un caso parecido, pero en otras circunstancias. Los errores del líder que afirmaba la posibilidad de unirse a Haití hicieron que el grupo se disolviera.

En Cambronal la polea trasmisora tuvo su base en el zapa-tero Cayetano Velásquez al que el líder local Nicolás de Mesa envió a reclutar hombres, mientras en el barrio cubano con-formó la relación entre Miguel Sosa y el líder Miguel Calvo. Más que una respuesta estamos ante muchas preguntas que todavía la historia de ambos países no ha respondido.

El análisis comparativo de ambos casos merece algunas reflexiones, pues estamos ante movimientos contestatarios de carácter popular que enfrentan el poder colonial y además, existen diferencias sustanciales entre estos grupos en referencia a su composición clasista, su forma de incorporación al mismo y sus ideas políticas. En el caso dominicano de Cambronal fue harto evidente que se trató de un levantamiento sedicioso que aspiraba a desalojar del poder a las autoridades locales anexionistas. Las frases que aparecen en la sumaria reflejan, sin duda, el carácter revolucionario de los rebeldes; por ejemplo, «vamos al pueblo a tomarlo», gritaron dominicanos libres; se apoderaron de las armas de la Comandancia y detuvieron al comandante militar Tomás Bobadilla. Además, reclutaron vecinos para que participaran en el movimiento.

La composición social de los participantes muestra algunas diferencias sustanciales del levantamiento con los barrios

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cubanos de Manzanillo y Vicana. En el alzamiento de Cambronal la identidad social de los participantes era netamente de carácter popular, se trataba de campesinos, zapateros, carpinteros, criadores y labradores. Es interesante que uno de los líderes del movimiento era oficial de las reservas provinciales. En los casos cubanos, la identidad social de los participantes era multi-clasista, pues participaron comerciante, campesino, bode-guero, terrateniente, herrero, empleado de la bodega y sacristán. La incorporación al movimiento, diferente al caso dominicano, se dio de acuerdo a las relaciones ocultas de poder y a los lazos de parentesco de los comerciantes y los terratenientes sobre el campesinado. También los movimientos cubanos fueron contes-tarios, la expresión del dueño de la bodega, «dale a los revo-lucionarios lo que quieran» y en el caso de herrero el hecho de convertir su casa en un taller rudimentarios de armas para los combatientes anti-colonialista, sí lo atestiguan.

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LA vIrgen se vA A LA guerrA

La religión católica era la predominante en Dominicana y también en Cuba. Al estallar ambas contiendas en los dos países, las altas autoridades eclesiásticas se pusieron de inmediato de parte de los colonialistas. En el caso de Dominicana los espa-ñoles trajeron las máximas autoridades religiosas de su país al igual que una cantidad de curas. Desplazaron a los curas dominicanos en la dirección de la Iglesia en la isla de los que no confiaban por su extrema flexibilidad en la aplicación de las normas católicas.

La mayoría de los dominicanos vivían amancebados. Los sacerdotes dominicanos lo comprendían y los perdonaban. Era un tipo de religioso como aquel que retrató el escritor Rafael Damirón «…el Cura Párroco de Neiba que baila un carabiné, mejor que canta una misa».1 Pero estos comprensivos religiosos fueron hostigados por los mojigatos hispanos. El asunto del amancebamiento debió de aterrar a las autoridades eclesiásticas españolas que llegaron junto con la anexión. Estaban ante un pueblo entregado al más aborrecible de los pecados. Pero lo cierto es que muchas de estas parejas eran tan estables como las que se habían unido ante Dios en los ritos católicos.

1 Rafael Damirón, Estampas, Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, segunda edición, 1984, pp. 108-109.

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Según el historiador Emilio Cordero «… los amanceba-mientos que eran, y siguen siendo en la actualidad, la manera en que la mayoría de las parejas dominicanas se unen…».2 Por lo que no es de extrañar que los sacerdotes dominicanos se convirtieron en enemigos de la anexión. Varios de ellos se unieron a la insurrección como el sacerdote de Puerto Plata que facilitó la entrega de pólvora a los restauradores. Contra él se realizó una denuncia.

Señor Brigadier: El Padre Regalado, anoche ha facili-tado la entrada en su casa a un número de individuos armados y acompañados del general Lafí, cabecilla de la revolución, en solicitud de pólvora en la tienda de su yerno Ezequiel Montaño; este señor y su familia, de antemano habían abandonado su casa y embarcado para el extranjero.El padre Regalado tiene una bandera dominicana oculta detrás del altar mayor de la Iglesia colocada dentro de una lata, y yo, como amigo de los españoles lo pongo a su conocimiento. Esta denuncia la confirmamos yo, y otra amiga también muy amiga del Gobierno español… Yo, y mi amiga la señora Lucia Tejera, ambos somos adictos al Gobierno español, porque nos gusta…3

En el caso de Cuba un grupo significativo de sacerdotes eran españoles; los principales cargos los tenían peninsulares. La Iglesia se puso al servicio de las fuerzas colonialistas. De todas formas pese a este control un grupo de sacerdotes de origen cubano se unieron a la insurrección. Pero los independentistas cubanos no encontraron el apoyo en los sacerdotes de su isla como los dominicanos en los curas de pueblo.

2 E. Cordero Michel, «Característica de la Guerra Restauradora (1863-1865)». En Juan Daniel Balcácer (compilador y editor), Ensayos sobre la Guerra, Comi-sión Permanente de Efemérides Patria, Santo Domingo, 2007, p. 277.

3 E. J. Senior, La Restauración en Puerto Plata..., pp. 30-31.

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La religiosidad popular de ambos pueblos estará presente entre los sublevados. Existía una profunda veneración a figuras del panteón católico como la Virgen. Al producirse la sublevación de Guayubín en febrero de 1863, los insurrectos demostraron su credulidad. Tenemos dos testimonios que lo confirman.

…como igualmente entraron en la Iglesia, extrayendo de ella una imagen de la Virgen del Rosario con el ob-jeto de que les sirviera de talismán y al oponerse el que declara a tal desacato, le amenazaron, diciéndole que se la llevaban de todas maneras y que serían necesarias muchas balas para abandonarla, pues ella debía de ampararlos.4

Veamos el otro testimonio:

Declaración del Sr. D. José Carlos Rodríguez. Sacristán de la Iglesia de ésta Villa y tercer Regidor del Ayuntamiento.PREGUNTADO Si como Sacristán que es de la Iglesia sabe si fue estraido algun Sagrado obgeto de élla por los revolucionarios, dijo, que no puede dar exacta con-testación a la pregunta que se le hace en atención a haber estado ausente del pueblo desde el día siguiente a la capitulación hasta el de la fecha en que al regresar y poco antes de citársele para ésta declaración, supo por varias personas del pueblo que además de haber sido saqueado éste, fueron también estraidos algunos objetos religiosos, entre éllos una imagen de Nuestra Señora del Rosario en busto de madera que se llevaron los sublevados, la que fue rescatada por las tropas del gobierno al batir a los insurrectos hallándose en la

4 Archivo General de la Nación, Fondo César Herrera, t. 28. El original se encuentra en el Archivo de Indias, Cuba, legajo 1011 B, sumaria 22, año 1863, Comisión Militar de la provincia de Santiago, pp. 9-10.

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actualidad dicha imagen depositada en casa de D. José María Lora vecino de éste pueblo (…).5

En este entramado ideológico estará presente la profunda religiosidad popular de los cubanos. La virgen de la Caridad del Cobre estará presenta en el campo revolucionario. Al res-pecto el líder insurrecto Ignacio Mora escribió en su diario personal:

El fanatismo del pueblo cubano raya en locura. La fiesta de la Caridad es un delirio para él. Sin tener que comer, pasa dedicados estos días en buscar cera para hacer la fiesta al estilo mambí, esto es, encender muchas velas y suponer que la imagen de la Virgen está presente. En todos los ranchos no se ve fuego para cocinar sino velas encendidas á la Virgen de la Caridad.6

Uno de los insurrectos detenidos aclaró que se incorporó a las fuerzas revolucionarias en los momentos que regresaba de visitar el santuario del Cobre. Otro de los detenidos justificó su presencia en las cercanías del escenario de un combate: «se encontraba allí a consecuencia de que todos los años iba en Romería al Cobre…».7

Si la Virgen ha servido en ocasiones para justificar circuns-tancias sospechosas, en otras alcanzó relieve insurrecto. Uno de los mambises detenidos portaba una imagen de la virgen del Cobre manchada de pólvora. Todo un símbolo. Mientras una carta de un mambí a su amada expresaba: «No dejes de rezar, reza por la causa tuya y de la patria».8

5 Archivo General de la Nación, Fondo César Herrera, t. 28. El original se encuentra en el Archivo de Indias. Cuba, Legajo 1011 B, sumaria 22, año 1863, Comisión Militar de la provincia de Santiago, pp. 33-34.

6 Nydia Sarabia, Ana…, p. 153.7 Archivo Nacional de Cuba, Fondo Comisión Militar. Legajo 127, núm. 12.8 Ibídem, legajo 126, núm. 6.

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Una copla se cantaba en los campamentos mambises que resumía el papel insurrecto de la Virgen:

Virgen de la Caridad,patrona de los cubanoscon el machete en la manopedimos la libertad.9

El papel subversivo de la virgen del Cobre llegó a tomar tales dimensiones que trataron de anular su influencia exaltando la devoción a otras vírgenes que en la imaginación peninsular debían de estar más cerca del integrismo que del independen-tismo. De esa forma se trajo por Santiago de Cuba una imagen de la virgen valenciana de Los Desamparados. Su llegada fue acompañada de un recibimiento oficial con desfile de volun-tarios, presencia de las autoridades y un Te Deum y otros actos oficiales.10

En octubre de 1868, la Virgen y su hijo formaron filas en la insurrección. No fue esta una política trazada por la dirección revolucionaria para ganarse a los creyentes y a la Iglesia. No podía ser de otra forma en un país que se consideraba cató-lico y en que la mayoría de los vecinos de parte del oriente y el centro se unieron a la revolución. La virgencita del Cobre continuó acompañando a esta gente a los bosques y campos de combate.

9 Olga Portuondo Zúñiga, La Virgen de la Caridad del Cobre: Símbolo de la Cubana, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2001, p. 299.

10 Ibídem, p. 228.

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ContrArrevoLuCIón

Al analizar las fuerzas contrarrevolucionarias en ambos países debemos de partir de que el Estado español se convirtió en un aparato represivo contra la población dominicana y la cubana simpatizantes, colaboradoras o, simplemente, con que fueran familiares de los rebeldes que luchaban por poner fin al dominio colonial. Esta política represiva se evidenció en la creación de comisiones militares para juzgar a los sediciosos y rebeldes, la declaración del estado de sitio en toda la colonia, vigilancia establecida sobre la frontera y las costas haitianas y se creó el Cuerpo de Voluntario de Santo Domingo. En Cuba se llevó a cabo una estrecha vigilancia de las costas. Se compraron cañoneras de escaso calado y gran velocidad para patrullar las cayerías, bahías y ensenadas, donde los buques de mayor porte no podían llegar. Allí se movilizó el Cuerpo de Voluntarios mucho más poderosos que el dominicano.

Este estado represivo y contrainsurgente creó una política de confiscación de bienes a los rebeldes de los dos países. Por un bando de 19 de marzo de 1864 se decretó la confiscación de bienes a los restauradores o a quienes los ayudaban. Similar medida se tomó en Cuba, desde abril de 1869. En Dominicana, se confiscaron fincas, bohíos, solares, estancias, ganados, perros, caballos y burros, los cuales se vendían en pública subasta. Las confiscaciones ocurrieron en Santo Domingo, Azua y Baní; los territorios donde los españoles tenían un mayor control. Dada

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la actividad de los restauradores en el resto del país no se pudo aplicar en la práctica esta medida.

Los recursos generados por estas confiscaciones fueron uti-lizados para implementar una política asistencialista, hacia la población leal al régimen colonial, afectada por la guerra. Se asistió a esta población y a españoles que deseaban regresar a España, a Cuba y Puerto Rico. La asistencia consistió en:

1. La reparación de viviendas y propiedades afectadas por la guerra.

2. La exoneración del pago de alquiler de viviendas con-fiscadas.

3. Repartición de raciones para las familias provenientes de territorios controlados por los rebeldes.

4. La concesión de viviendas y fincas pertenecientes a los rebeldes.

5. El pago de pasajes a los «pobres de solemnidad» que deseaban regresar a España, Puerto Rico y Cuba.

En Cuba, las confiscaciones fueron muy superiores a las de Dominicana, pues existía una mayor riqueza y, además, parte de los terratenientes y otros propietarios se sumaron a la revolución. Como afirma el investigador Alfonso W. Quiroz:

siguieron a las tropas españolas en retirada. Incluso un número considerable mantuvo esa fidelidad hasta las últimas consecuencias. Otro factor importante fueron las relaciones con Santana, Báez y otros caudillos que apoyaron la anexión. En la mentalidad de la época estas relaciones creaban compromisos muy sólidos. La Guerra de los Diez Años se peleó en dos frentes principales. En el medio rural de las provincias del centro y oriente de la isla el ejército regular condujo una ofensiva frontal contra los métodos de lucha no convencionales de la insurrección separatista(…). Por otro lado, en el

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segundo frente de ciudades y pueblos, en las provincias del occidente y centro isleños en especial, los voluntarios y empleados públicos jugaron el rol estratégico de vigilar, espiar y perseguir a los sospechosos de infidencia o apoyo al enemigo separatista entre la población civil urbana. En ambos frentes el abuso y castigo de civiles inocentes incluyó masivos secuestros y expropiaciones de bienes, deportación, exilio y prisión.1

Estas medidas represivas permitieron neutralizar el movi-miento revolucionario en el occidente del país. Las condiciones de por sí no eran nada favorables, pues allí residía el mayor número de fieles a la metrópoli. Una gran cantidad de vecinos de esa región fueron acusados de apoyar la insurrección o participar en conspiraciones para promover una sublevación en el occidente de la isla. La mayoría fueron detenidos; unos enviados a los presidios españoles en África; otros, obligados a emigrar. Los bienes de estos individuos les fueron confiscados; no obstante, muchas de estas personas ser inocentes de esas acusaciones. Los voluntarios españoles se dedicaron a una ver-dadera cacería de brujas, donde, además del fanatismo político y nacionalista exacerbado estaban los intereses materiales. Se acusaba al cubano que poseía riquezas y se le envidiaba, al que le hacía competencia comercial o industrial. Pero, sobre todo, fue una forma de apropiarse de los bienes de la bur-guesía cubana por parte de los emigrantes españoles. Junto a esto se creó un estado de terror; un ejemplo elocuente fue el fusilamiento de 8 estudiantes de medicina en 1871; jóvenes que eran completamente inocentes de las acusaciones que pesaban sobre ellos.

Esto permitió dejar sin recursos a los revolucionarios reales o potenciales y los obligaron a trasladarse al exterior En el caso

1 Alfonso W. Quiroz, «Corrupción, burocracia colonial y veteranos separatistas en Cuba, 1868-1910». En Revista de Indias, vol. LXI, núm. 221, 2001.

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dominicano, la mayoría de los integristas eran nativos. La inmi-gración española fue limitada durante el proceso de anexión a España. Aunque existía un grupo de descendientes de canarios establecidos desde el siglo XvIII que jugaron un papel importante en la reacción contrarrevolucionaria. En específico, los estable-cidos en Baní. Pero fueron vecinos naturales de la república los que promovieron la anexión a España y un grupo considerable de ellos la defendieron.

A los integrantes de las fuerzas armadas dominicanas que se les consideraba con condiciones para ser incorporados al ejército español conformaron las llamadas reservas dominicanas; otros fueron declarados en condición de pasivos. Al iniciarse la guerra de 1863, se llamó a muchos que se encontraban en estado pasivo al servicio de las armas. Esta era la base de la reacción interna contra la restauración.

Algunos oficiales de las reservas gozaban de un gran prestigio entre las tropas hispanas como el general Hungría y el general Puello. El general Hungría fue el que aplastó el movimiento revolucionario de Guayubín y Sabaneta entre febrero y marzo de 1863. A principios de 1864, cuando el general español De la Gándara dejó el mando de la división que dirigía para ejercer otras funciones, colocó al frente de esta al general Eusebio Puello. En esos días se le otorgó la faja de Mariscal de Campo del ejército español.2

En muchas ocasiones estas fuerzas pelearon con valor al lado de los españoles. Un ejemplo de esto fue un destacamento que bajo las órdenes directas del general Puello acompañó a De la Gándara en una operación, que inició el 15 de octubre de 1863 sobre San Cristóbal.

De la Gándara que iba decía: «…acompañado del General Puello con ochenta excelentes dominicanos que como prác-ticos y guías sostuvieron y aumentaron su crédito bajo mis órdenes…».3

2 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 124.3 Ibídem, pp. 71-72.

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También hay ejemplos de dominicanos que de forma volun-taria se unían al ejército español. Por ejemplo cuando Santana, el 15 de enero de 1864, desde Santo Domingo, inició una incursión en busca del enemigo; reclutó: «… en el camino hasta unos cien hombres de la reserva del país, que se le fueron incorporando sobre la marcha».4 Estos individuos no estaban en esos momentos movilizados por lo que su incorporación resultó por entero voluntaria.

No podemos considerar que la mayoría de los miembros de las reservas dominicanas que apoyaron a España eran simples mercenarios que se movían por la paga. El ejemplo más palpable que niega este criterio es el de los dominicanos que sirvieron en las filas del ejército español y, que luego en Cuba desempeñaron relevantes papeles en la lucha por la indepen-dencia. Veamos cómo se comportaron estos individuos en las filas de la metrópoli. A Máximo Gómez, el mando militar hispano en Santo Domingo le otorgó el grado de comandante, por su actitud en la retirada de San José de Ocoa, el 13 de octubre de 1863. En esta acción se destacó por su valor personal e iniciativa frente al enemigo.5

Modesto Díaz probó su fidelidad en numerosos combates. Incluso, fue hecho prisionero por las fuerzas insurrectas junto a otros oficiales dominicanos al servicio de España. Lograron desarmar al oficial que los custodia y escaparon. Se internaron en el bosque rehuyendo la persecución de los revolucionarios, hasta que se unieron a una columna hispana.6

Modesto Díaz abandonó Santo Domingo con el grado de general de división de las reservas dominicanas. En julio de 1865, José de la Gándara, el capitán general de la isla de Santo Domingo, luego de enumerar en un documento los numerosos

4 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 128.5 Emilio Rodríguez Demorizi, Hojas de Servicio del Ejército Dominicano. 1844-

1865, Editorial del Caribe, Santo Domingo, 1968, t. I, p. 175.6 Ibídem, p. 121.

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méritos contraídos por Díaz en sus actividades en el ejército hispano agregó que: «...deja todo lo que constituía su fortuna, por seguir la Bandera Española, dando con esto nuevas pruebas de su lealtad y amor a España...».7

Félix Marcano Álvarez al estallido de la revolución, en agosto de 1863, era sargento primero y de inmediato se unió a las fuerzas hispanas, pero fue hecho prisionero al inició de la sublevación. Se fugó y se unió de nuevo a los españoles junto con su hermano Luis Marcano. Resultó herido en una acción. Se le otorgó la Cruz Carlos III, por sus méritos alcanzados en la Guerra de la Restauración en defensa de España. El 29 de agosto de 1864 fue ascendido a capitán por el valor que mostró en los combates realizados en la zona de San Cristóbal entre el 19 y el 28 de abril de ese año. La decisión de todos ellos de seguir al derrotado ejército hispano es una prueba evidente de su fidelidad. Incluso, una parte considerable de ellos quisieron continuar militando en el ejército español. De inicio no se sentían menospreciados en Cuba por sus colegas españoles.

Francisco Marcano se encontraba en Manzanillo, en abril de 1866. Tenía 32 años de edad y estaba casado. Pidió continuar como miembro de las fuerzas armadas españolas. Félix Marcano Álvarez, hermano del anterior, el 13 de abril de 1866 tenía 23 años de edad y demostró su disposición de continuar en las filas del ejército. Luis Marcano Álvarez informó a un oficial español «…que su deseo respecto a su ulterior destino es ser clasificado para su colocación en el Ejército...».8

El coronel Manuel de Jesús Javier Abreu Romero llegó a Santiago de Cuba con el vencido ejército colonialista. Se esta-bleció en Manzanillo y expresó desde los primeros momentos que sus deseos eran «...ser clasificado para su colocación en el Ejército…»9 Todos estos dominicanos a los que nos hemos

7 E. Rodríguez Demorizi, Hojas de servicio..., p. 132. 8 Ibídem, p. 248.9 Ibídem, p. 50.

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referido se unieron a las fuerzas libertadoras. Se mantuvieron fieles a la revolución hasta las últimas consecuencias, pese a la desastrosa situación en que se encontraban las fuerzas independentistas. La República de Cuba tan solo podía ofre-cerle una tumba anónima en los campos de la isla.

No podemos considerar que fue el espíritu mercenario lo que llevó a estos hombres a combatir junto a España. Para entender a estos hombres debemos de hacer un singular razonamiento tratando de entender la mentalidad de estas personas. Los historiadores han señalado que un factor im-portante de la rebeldía de los dominicanos fue el desprecio de los funcionarios y militares españoles respecto a la población dominicana. Recordemos que alrededor del 80 por ciento de la población era mulata o negra.10 El último capitán general hispano nos dejó un razonamiento interesante:

…Los oficiales y soldados del ejército peninsular así como los empleados que España mandó a su nueva Antilla, acostumbrados a considerar la raza negra y a los mestizos como una especie de gente inferior, no se recataron en manifestarlo ni era posible impedirle que lo hiciesen en las intimidades de la vida social. Aconteció con frecuencia que los blancos desdeñasen el trato con los hombres de color a que repugnaran su compañía. En ocasiones hubo algún blanco de decir a un negro que si estuviera en Cuba o puerto Rico sería esclavo y podrían venderlo por una cantidad determinada…11

Eso fue un factor importante para entender por qué no pocos oficiales y soldados de las reservas se pasaron al bando restaurador. Pero por qué otro grupo fue fiel a la metrópoli y combatió denodadamente contra los independentistas. Muchos

10 E. Cordero Michel, «Característica de la Guerra Restauradora...», en J. D. Balcácer, Ensayos..., p. 272.

11 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. I, pp. 237-238.

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de ellos eran negros y mulatos. El propio De la Gándara, en el momento en que se efectuaba la retirada, afirmaba que entre estos fieles: «...el mayor número pertenece a la raza de color, siendo negros y mulatos generales, brigadieres y jefes de todas las categorías...».12

El oficial español Adriano López Morillo en sus memorias describió la situación de Puerto Plata en los inicios de la sublevación:

«Puerto Plata era la población del Cibao en que menos partidarios teníamos y habían en su jurisdicción co-munes como la de Altamira, en la cual puede que ni un solo defensor tuviera España. Tanto Puerto Plata como su jurisdicción estaban poblados por un 90 por ciento de hombres de color y por la piel distinguíamos a nuestros partidarios. La Serra, Santiago, La Vega, el Cotuy, y el Macorís en su inmensa mayoría eran blancos y podemos contar entre ellos por cientos los defensores a España, pero estábamos en minoría en Moca, Sabaneta, Guayubín y sobre todo en la fron-tera. Puerto Plata y su jurisdicción habían sido muy mermadas por la conspiración separatista y el terri-torio comprendido entre Altamira y Puerto Plata estaba habitado por negros casi tan feroces como los fronterizos; eran conocidos en el país con el nombre de rancheros y entre ellos la propaganda de que los íbamos a llevar de esclavos a Cuba había encontrado gran eco».13

Ese desprecio hacia la gente de color nos puede explicar en parte por qué los españoles encontraron un mayor apoyo entre la población considerada blanca que entre los de color.

12 Archivo Nacional de Cuba, Fondo Asuntos Políticos. Caja 227, núm. 8.13 A. López Morillo, Memoria sobre la segunda..., t. II, p. 8.

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Incluso, los que demostraron su fidelidad acompañando al ejército derrotado en su retirada hacia Cuba y Puerto Rico eran mirados con cierto desprecio por el mando colonial. Un informe sobre un oficial dominicano nos dice que «Los individuos del antiguo Ejército de la República de Santo Do-mingo ignoran todos los ramos de la instrucción militar en el cual no existía organización regular ni disciplina; que el carácter y hábitos de aquellos habitantes difieren mucho de los nuestros y, principalmente, en la cuestión de razas».14

Quizás existan tantas explicaciones como militares domini-canos lucharon a favor de España. Pero es necesario analizar la mentalidad de estos militares. Para el ejército español fue un choque el concepto que tenían los militares dominicanos sobre las fuerzas armadas. El ejército existía, esencialmente, en caso de ataque o alarma. La mayoría de los militares en tiempos de paz se dedicaban a diversas labores para subsistir. No era raro que un jefe o un oficial tuviera una pulpería o trabajara en la agricultura o la ganadería. Para los dominicanos debió de ser una gran sorpresa las fuerzas armadas de la península; estas estaban dominadas por un alto profesionalismo. La carrera militar gozaba de un gran prestigio en aquel país. Era un ejército moderno con todas las estructuras y reglamentos necesarios para su funcionamiento y gozaba de un presupuesto importante. Es de pensar que no pocos de aquellos militares dominicanos se encontraban ante lo que siempre habían deseado: pertenecer a un ejército regular de una gran potencia.

Podríamos preguntarnos si estos hombres se sintieron des-preciados y disminuidos frente a sus colegas peninsulares. Para entender las relaciones de los integrantes de las reservas con los demás militares deberíamos de ver la situación en que se encontró Dominicana desde los primeros momentos de la anexión. El país vivió en un sobresalto constante. Desde marzo de 1861 hasta agosto de 1863, dos años y cinco meses,

14 E. Rodríguez Demorizi. Hojas de Servicio del Ejército dominicano..., t.I, p. 50.

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se desarrollaron numerosas protestas y sublevaciones. Por lo que las fuerzas hispanas debieron estar en constante alarma. Esta situación debió de crear entre los militares dominicanos y los españoles cierto grado de camaradería que iba más allá de las diferencias por el origen. Un peligro común tiende a limar las diferencias. Al estallar la guerra la situación fue más favorable para eliminar esas diferencias. Además el ejército dominicano si bien no contaba con la formación teórica ni la disciplina del español tenía una gran experiencia combativa que fue apreciada por la metrópoli. La guerra tiene sus reglas y una de ellas es el éxito. En él se juega más allá de que un negocio o empresa industrial sobreviva, si no está presente la liquidación de un partido o un estado. En ello muchas veces está la vida de los perdedores.

Ese desprecio por los dominicanos no impedía que se reco-nocieran los méritos de estos; algunos oficiales dirigieron tropas españolas. Además, de otra forma no es creíble que oficiales del país desempeñaran altos cargos en la guerra de Cuba de 1868. Un ejemplo de esto fue el general Eusebio Puello que pese a ser negro se desempeñó como jefe de la jurisdicción de Camagüey, una de las más importantes durante la guerra.

Otro factor a tener en cuenta es la destrucción que esta-blecieron los restauradores quienes asolaron las propiedades de muchos vecinos. Toda guerra trae un nivel de destrucción, pero algunos jefes dominicanos cometieron excesos deplorables. El general Pedro Florentino sometió la zona de Baní y otros territorios en que combatió al saqueo.

Este al retirarse, producto de la presión militar española, de Baní, Azua y San Juan, hacia la frontera cometió todo tipo de depredaciones, de pillaje y de crímenes. Fue el único de los jefes restauradores quien fusiló, no sólo soldados españoles, sino también ciudadanos de simpatías antibaecistas.

A juzgar por la Sumaria 234, proceso contra Pedro Florentino, cabecilla de la facción de Azua, sus desmanes fueron realmente

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alarmantes. Por la declaración de los testigos, el robo, el fusila-miento, el saqueo, la estafa, el engaño y el asesinato se tornaron en asuntos cotidianos durante sus tropelías por el sur. A juicio de un testigo «ordenó incendiar la casa de Pepe de Soto, robar todo, llevándose 300 barriles de harina, y asesinar a todo aquel que no fuera adicto a la facción... y fusiló a dos individuos desconocidos».15

El despiadado comportamiento de Pedro Florentino y su columna fue un rudo golpe al avance de la causa restauradora en esa importante zona. Y explica además, el fortalecimiento de la columna enemiga que operaba en la región al incorporarse los principales jefes de las reservas dominicanas a ella.

Según afirma un estudioso de aquellos acontecimientos, Máximo Gómez, Pepe Valera, Modesto Díaz, Francisco J. He-redia, los hermanos Tejeda, los hermanos Marcano, los Abreu y otros más se incorporaron a las fuerzas españolas del general De la Gándara como una «cuestión de imprescindible garantía de vida o muerte...».16 Su sanguinaria carrera terminó trágica-mente a manos de su lugarteniente Juan Rondón, quien le asesinó en las cercanías de San Juan. Pero la memoria de horror que dejó en los vecinos de los territorios donde operó explica en parte el repudio de algunos dominicanos a los restauradores y su entrega a la causa española.

En Santiago de los Caballeros una parte de la población apoyaba a los españoles. Cuando Buceta retornó a Santiago en agosto del 1863, un grupo importante de vecinos lo fueron a felicitar. Entre estos se encontraban como dijo un testigo «Todo lo que en la capital existía de algún valer, como el Ayun-tamiento, la banca, el comercio, propietarios del campo y la

15 Archivo de Indias, Proceso contra Pedro Florentino, cabecilla de la Facción de Azua, quien ha cometido varios robos y asesinatos de los prisioneros en su poder. Sumaria 234, legajo 1013A-1015B.

16 Eliseo Grullón, «Pedro Florentino y su Influencia Nefasta en la Guerra Restauradora». En revista Clío, núm. 87, 1950, pp. 77-80.

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ciudad y personas de distintas condiciones, desfilaron por la Comandancia General desde el mismo día de la llegada de Buceta».17

Mucha de esta gente temía que sus propiedades fueran saqueadas y destruidas en caso de una victoria rebelde.

También hay que tener en cuenta otros factores más difíciles de ejemplificar, como que la nacionalidad dominicana en 1863 estaba en formación. Esa tendencia que se daba en grupos de este país de solicitar la anexión o el protectorado de otros países es producto también de una nacionalidad en ciernes. El criterio de que los sectores dominantes no podían establecer un go-bierno propio y necesitaban el liderazgo de otro estado nos dice de unas bases nacionales todavía no consolidadas. Eso puede explicar en parte esa fidelidad a España de sectores de la sociedad dominicana. Es posible que algunos mostraran esa fidelidad a España siguiendo el camino del mercenario, de ir donde mejor se paga. Pero una mayoría no parece que actuaron así, pues no pocos de ellos combatieron con gran valor.

Aunque es necesario reconocer que estos mecanismos no funcionaron para todos los miembros de las reservas; un grupo significativo se unió a las fuerzas restauradoras. No pocos oficiales y soldados se encontraban entre los que iniciaron la sublevación. Otros fueron desertando en el desarrollo de la guerra. Un ejemplo de estos fueron las reservas de San Cristóbal, que acompañaron en septiembre de 1863 a Santana en una incursión contra los restauradores. Estos eran alrededor de 500 hombres. Desde finales de ese mes comenzaron a desertar. «…no quedaba el primero de diciembre uno solo en las filas del ejército».18

Otros segmentos de la población apoyaron a la anexión. Familias enteras se sumaron a ese apoyo. Por ejemplo cuando en

17 A. Lopez Morillo, Memoria sobre la segunda..., t. II, p. 2.18 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., t. II, p. 35.

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Santiago de los Caballeros las fuerzas revolucionarias pusieron sitio a la guarnición hispana alrededor de doscientas familias se refugiaron junto con los hispanos.19

Existen otros ejemplos de civiles que durante la guerra brindaron su apoyo a las fuerzas hispanas. En ello influyeron muchos factores como por ejemplo en Baní fue importante la raíz canaria de sus vecinos. También las fuerzas de Pedro Florentino realizaron excesos durante sus acciones en la comarca. Cuando en noviembre de 1863, Baní fue recuperada por las fuerzas hispanas, cincuenta vecinos firmaron un docu-mento solidarizándose con las tropas.20 Parte de la población de San José Ocoa también apoyó la anexión durante la Guerra de la Restauración.21 Al llegar las tropas españolas a Neiba, en febrero de 1864, el jefe español rememoraría años después: «Unos cuantos habitantes se allegaron a mi con fervorosas pro-testas de adhesión».22 Pero no todos los vecinos pensaban así pues este recibimiento se efectuó bajo el fuego de otros neiberos que rechazaban la anexión y desde los campos cercanos al poblado hostilizaban a los hispanos.

Al avanzar De la Gándara sobre San Cristóbal, en octubre de 1863, encontró el poblado abandonado. Al día siguiente de esta-blecido en este recibió la visita de un cura que le informó que las familias habían sido obligadas a abandonar la población. Según el sacerdote se encontraban a dos leguas y no podían regresar por la presión de los rebeldes. De la Gándara mandó a Puello con una tropa que desalojó las emboscadas rebeldes y alrededor de setenta familias regresaron al poblado.23

Aunque el jefe español anotaría posteriormente que más que apoyar a España lo hacían por temor a los restauradores,

19 Ibídem, t. II, p. 373.20 J. de la Gándara, Anexión y Guerra..., pp. 103-104.21 Ibídem. t. II, p. 112.22 Ibídem. 23 Ibídem, t. II, pp. 80-81.

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pues la adhesión a la causa española era «… tan fría y adusta en verdad, que más me pareció fingida que verdadera».24 En Dominicana se movieron fuerzas contrarrevolucionarias que es necesario tenerlas en cuenta para analizar la Guerra de la Restauración.

24 Ibídem, t. II, p. 91.

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LAs fuerzAs

ContrArrevoLuCIonArIAs CubAnAs

En Cuba la contrarrevolución tuvo otro origen. En las fuerzas contrarias a los libertadores nos encontramos con un grupo significativo de cubanos, pero la columna vertebral fueron los inmigrantes españoles establecidos en la isla. El número de estos era significativo. En 1862, residían en Cuba unos 48,000 canarios y 67,600 peninsulares y baleares,1 sumaban unos 115,600. Si tenemos en cuenta que el total de la población, que era de 1,426,475,2 nos encontraremos con más del 10 por ciento de los vecinos de la isla. Además una parte significativa de ellos eran jóvenes varones, por lo que en una contienda bélica tendrían un peso importante en el bando al que se inclinaran. Estos estaban desigualmente repartidos en la isla; el grupo más numeroso residía en el occidente. En La Habana vivía, el 45.5 por ciento del total; en Pinar del Río, el 12.7 y en Matanzas, el 11.8. Pero en el centro y el oriente se encontraban cantidades de cierta relevancia. En 1862, en Las Villas residía el 20.5 por ciento; en Puerto Príncipe, el 2.7 y en Oriente, el 6.8.3

1 Ismael Sarmiento Ramírez, Cuba: Entre la opulencia y la pobreza, Agualarga Editores, S.L. Sin año de publicación, p. 45.

2 Ibídem, p. 51. 3 Ibídem. p. 45.

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El primer asunto que explica su enérgica reacción contra los revolucionarios cubanos estaba en los privilegios que les ofrecía el dominio colonial. Muchos de estos, gracias a su con-dición de ser naturales de la península, lograron empleos en el gobierno. La corrupción reinante en la colonia les permitía alcanzar un nivel de vida que no era imaginable en la península. En palabras de Carlos Manuel de Céspedes era: «La plaga infinita de empleados hambrientos que de España nos inunda, nos devora el producto de nuestro trabajo…».4

Pero no todos los peninsulares se convirtieron en funcionarios públicos. Muchos establecieron comercios, almacenes, ingenios y fincas de diferentes dimensiones en campos y ciudades; el comercio estaba en manos de estos inmigrantes. También otros grupos se hicieron expertos artesanos.

Un viajero que visitó la isla, a principios de la década de los ochenta del siglo XIX, nos decía que «Los catalanes tienen el monopolio de los comercios. Las tiendas de víveres para la marina las confiterías, los cafés, bodegas, tiendas de ultrama-rinos, etc, son dirigidas por ellos. Osados, hábiles, formando una gran familia, siempre dueños del mercado».

En su reflexión sobre los motivos de los voluntarios para asesinar a los estudiantes el 27 de noviembre de 1871, Martí reflexionó: «Cada tendero defendía la tienda. Cada dependiente defendía el sueldo. Cada recién venido defendía la colocación del hermano o el primo por venir».5

En lo material, Cuba les ofrecía posibilidades que no tenían en su tierra y todos soñaban en convertirse en ricos indianos. Así se les llamaba a los emigrados que se enriquecían en América Latina y regresaban a su tierra natal. Llevar la vida y la estampa que describe un intelectual español sobre los indianos era

4 F. Portuondo del Prado y H. Pichardo Viñals, Carlos Manuel de Céspedes..., t. I, p. 106.

5 Luis Felipe Le-Roy y Gálvez, A cien años del fusilamiento de los Estudiantes, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 221.

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una callada esperanza de cada peninsular, balear o canario que llegaba a Cuba:

Eran inconfundibles, orondos, sonriendo a diestro y siniestro, enseñando un puñado de dientes de oro que les iluminaban la boca y con sus leontinas, también de oro puro, colgándoles del chaleco descaradamente. Con el veguero entre los labios, bien machacado, babeado de gusto a punto de apagarse, y el jipijape cubano cubrién-doles la cabeza. Con las barrigas hinchadas como bombos de tanto arroz con frijoles y tanta yuca y quimbombó. Y es que la mayoría venía de Cubita la Bella que por aquel tiempo era la niña bonita de la emigración.6

En el caso de los inmigrantes canarios que fueron muy importantes en el integrismo llegaban de su territorio seco y árido a un mundo nunca imaginado, no por la existencia de tesoros incaicos o aztecas, sino por la simple abundancia de agua y vegetación. Donde todo se proyecta en exceso según la poetisa cubana Dulce María Loynaz, casada con un emigrante canario, estos se deslumbraban con:

... aquellas posibles tres cosechas al año que le habían hablado los guajiros. Y aquellos esquejes clavados en tierra para sostener la alambrada de los cercados, que sin raíces ni otros propósitos que el dicho, a la vuelta de una semana florecían milagrosamente, crecían hasta hacerse pronto frondosos árboles, aquellas aguas abun-dantes por doquier, sin tener que extraerlas a pico y pala de la entraña de un risco...7

6 Los Indianos. Por Leocadio Machado. En Internet http://mgar.net/cuba/indianos.htm.

7 María Loynaz, Fe de Vida, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2000, p. 46.

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Por lo que lógicamente la reacción de un grupo que reci-biera tales privilegios del gobierno colonial y en el caso de los canarios la posibilidad de poseer una finca debía de ser muy enérgica contra todo el que tratara de poner en peligro este país de jauja.

Los peninsulares fueron satanizados por los simpatizantes de la causa independentistas y, posteriormente, por los historiadores. Por ejemplo de ellos dijo el historiador Fernando Portuondo, quien quizás fue el que mejor retrató, en lo espiritual, a muchos de estos inmigrados:

…en su mayoría solteros. Eran buscadores de fortuna, cuyo afán al cruzar el océano se cifraba en volver al hogar, casi siempre campesino, con los bolsillos llenos. Laboriosos y carentes de educación, resultaban por su edad, condiciones e ignorancia, fáciles de convencer de que las cosas debían de seguir en la colonia como estaban para que ellos pudieran realizar su ideal de enriquecerse rápidamente.8

Mientras, James O'Kelly los describía en estos términos:

…en su mayor parte naturales de las provincias que se encuentran al norte de España, son quizás por lo que respecta al valor y la energía física, los hombres más resueltos y animosos de la raza española. Pertenecen por lo regular a la misma clase de hombres que nosotros enviamos a las minas de oro; atrevidos, sin escrúpulos y enérgicos, ansiosos de enriquecerse y no siempre muy meticulosos respecto a los medios de conseguir su objetivo. El periodista irlandés logró captar el criterio que tenían estos inmigrantes sobre los vecinos de la isla:

8 Fernando Portuondo del Prado, Historia de Cuba, La Habana, 1965, pp. 431-432.

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«Los inmigrantes españoles, robustos, industriosos y valientes, pero ignorantes y fanáticos, miran a los cubanos con recelo y desden».9

Realmente una parte representativa de los inmigrantes españoles procedían de las clases trabajadoras, campesinos, mineros, peones y obreros, marinos y pescadores, quienes habían estado sometidos a enérgicos trabajos físicos. En Cuba estos individuos, que en su sociedad tenían un papel por entero de secundarios, se convirtieron, al incorporarse al cuerpo de voluntarios durante la guerra, en un grupo importante. Podían decidir sobre las propiedades de los cubanos e, incluso, la vida. En Cuba al igual que en Dominicana se confiscaban las propiedades de los insurrectos y de quienes los ayudaban. Muchas veces, también, de los simples sospechosos. La inde-pendencia de Cuba les ponía «en peligro el usufructo privile-giado de la tierra donde vive en gozo y consideración que no conoció jamás en su aldea miserable o en su ciudad roída o pobretona».10

Muy pronto se creó un abismo que parecía inseparable entre cubanos y peninsulares. El general insurrecto Calixto García en una proclama le declaraba la «Guerra a los ladrones que se titulan comerciantes»11 y afirma que «con estos no puede haber paz, no puede haber amistad».12 El bravo mambí les exigía a los peninsulares: «volved a los áridos de Asturias y Cataluña».13 Sin embargo, el abismo no era tan grande entre los españoles y los integristas cubanos. Muchos criollos propietarios de grandes

9 F. Portuondo del Prado, Historia de Cuba, p. 86. 10 José Martí, La Revolución de 1868, Instituto del Libro, La Habana, 1968,

p. 329.11 Antonio Pírala Criado, Anales de la Guerra de Cuba. En tres volúmenes.

Imprenta F. González Rojas, Madrid, 1895-1898, t. I, p. 763.12 Ibídem.13 Proclama de Calixto García firmada en Las Cabezas el 1 de junio de

1870. En Antonio Pírala Criado, Anales de la Guerra de Cuba, t. I. En tres volúmenes. Imprenta F. González Rojas, Madrid, 1895-1898, p. 763.

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plantaciones azucareras movidas por mano de obra esclava se convirtieron en decididos defensores del imperio. Igual sucedió con campesinos cubanos que se sumaron a las contraguerrillas y a las unidades de voluntarios.

Un factor que pesó mucho para unir a una parte de los vecinos de la isla fueran españoles, criollos o de cualquier nacionalidad era el miedo a una sublevación de esclavos. La riqueza de Cuba dependía de esa mano de obra cautiva. En 1867 Cuba tenía una población de 1,426,475 habitantes; de ellos 344,618 eran esclavos y 248,703 personas libres consi-deradas como de color.14 La revolución de Haití estaba muy cercana a todos.

Alejo Carpentier en su novela El Siglo de las Luces reflejó esa memoria del espanto guardada por los propietarios de esclavos. El escritor se encargó de recrear la llegada a Santiago de Cuba de los colonos franceses que huían de la revolución haitiana. La ciudad estaba llena de colonos refugiados. Se hablaba de terribles matanzas de blancos, de incendios y crueldades, de horrorosas violaciones. «Los esclavos se habían encarnizado con las hijas de familias, sometiéndolas a las peores sevicias. El país estaba entregado al exterminio, el pillaje y la lubricidad…».15 El pánico tenía una base muy real. Lo narrado por el novelista era producto de un recuerdo colectivo que se guardó en la memoria de la clase esclavista.

Una parte significativa de las fuerzas libertadoras estaban integradas por negros y mulatos. Muchos de ellos antiguos esclavos. Según el testimonio de un general mambí la fuerza del general Donato Mármol jefe de la parte sur de oriente estaba integrada «... en su mayor parte de los negros de las fincas de la localidad...».16 En criterio del líder insurrecto

14 I. Sarmiento Ramírez, Cuba:..., p. 51. 15 Alejo Carpentier, El Siglo de las Luces, Letras Cubanas, La Habana, 2001, p. 79. 16 Enrique Collazo, Desde Yara hasta el Zanjón, Instituto Cubano del Libro,

La Habana, 1967, p. 8.

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Ignacio Mora. «La mayor parte de nuestros soldados son negros que fueron esclavos».17

Fue recreada, en el bando integrista, la supuesta crueldad de los líderes militares cubanos negros. James O'Kelly18 recogió ese criterio en su estancia en el poblado de Ti Arriba, en el sur del oriente de Cuba controlado por los hispanos, mientras trataba de llegar a la tierra del mambí. Según el comentario generalizado entre los vecinos de Ti Arriba, en los bosques inmediatos operaba el líder insurrecto Guillermo Moncada «… exesclavo, y hombre de gigantesca estatura y terrible aspecto…».19 Tenía reputación de ser implacable pues «…todos los hombres blancos que caían en sus manos eran fusilados de la manera más sumaria».20

Es de pensar que muchos de los blancos dueños de grandes plantaciones azucareras que utilizaban, fundamentalmente, la mano de obra esclava sintieron sobre sí la Espada de Damocles de vivir en un país donde más de un cuarto de la población tenía esa condición. Otro asunto era que el el Ejército Liber-tador cubano carecía de logística o esta era muy irregular lo que los obligaba a vivir del país. Las prefecturas21 debían de abastecer a los mambises, pero estaban sometidas a los avatares de la naturaleza y además eran víctimas frecuentes de las ope-raciones españolas por lo que no podían satisfacer todas las necesidades de los revolucionarios. Una parte importante del abastecimiento de los insurrectos dependía de las incursiones en las zonas de cultivo y poblados enemigos.

17 Nydia Sarabia, Ana..., p. 214.18 James J. O'Kelly, periodista irlandés al servicio de un periódico estadouni-

dense quien visitó en 1873 a los mambises y escribió un libro titulado La Tierra del Mambí.

19 J. J. O'Kelly, La Tierra..., p. 145. 20 Tenía reputación de ser implacable pues «…todos los hombres blancos

que caían en sus manos eran fusilados de la manera más sumaria».21 Prefectura era la institución creada por el gobierno de Cuba en Armas

para abastecer a los independentistas.

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Esta es una definición muy válida para un análisis historio-gráfico, pero para los emigrados españoles y canarios simboli-zaba la ruina y el saqueo de sus propiedades. Existen diversos testimonios sobre este saqueo sistemático a las zonas de cultivo y poblados por los insurrectos. El periodista irlandés James O'Kelly de sus recuerdos entre los insurrectos escribió: «Como el campamento de Agua no podía suministrar recursos sufi-cientes para la guarnición se organizaron expediciones contra los poblados españoles, a fin de conseguir alimentos...».22

La documentación mambisa que reposa en archivos y biblio-tecas esta llena de ejemplos de estas acciones. En el ataque a Jiguaní realizado el 6 de octubre de 1871 el jefe de las fuerzas cubanas escribía en su informe «…di la orden de retirada, habiendo antes incendiado y saqueado la mayor parte de la población…».23

En la noche del 13 de octubre de 1872 fueron atacados simultáneamente los poblados La Sal y El Caño: «en La Sal se saquearon tres tiendas, las que fueron incendiadas, así como gran parte del caserío se cogió un gran botín».24 En El Caño se «saquearon tres tiendas las que fueron incendiadas junto con otras tres que quedaban intactas: se quemó así mismo gran parte del caserío…».25 En octubre de 1872 tropas insurrectas atacaron el poblado de Guisa. Según el informe cubano fue «Destruida la población, no retiramos conduciendo un rico botín de reses y toda clase de efectos…».26 En el parte del general insurrecto Calixto García de 29 de agosto de 1872 se informaba del ataque al poblado de Baire que resultó «Incendiado en su mayor parte el pueblo…».27 Este tipo de documentos son

22 J. J. O'Kelly, La Tierra..., pp. 329-330.23 Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones, periódico La Revolución

de Cuba, Nueva York, 18-11-1871, núm. 1, Fuera de Caja #2.24 Ibídem, 14-12-1872, Fuera de Caja #2.25 Ibídem.26 Ibídem.27 Colección Coronado, documento 34, t. XvI, Biblioteca Universidad Central

de Las Villas.

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una constante en la papelería insurrecta. Muchos peninsulares veían que en la medida que la revolución se desarrollaba sus propiedades estaban en peligro.

Además de los integristas una parte de los cubanos apoyaron a España. Muchos formaron las unidades de contraguerrillas y otros el cuerpo de voluntarios. Independientemente que en un grupo de estos pudieron estar movidos por el espíritu del mercenario, no podemos olvidar que la nacionalidad cubana estaba en proceso de formación en aquellos momentos. El his-toriador Jorge Ibarra afirma: «La tarea histórica central de las gestas revolucionarias del 68 y el 95 consistió en preparar el advenimiento y consolidación de la nación cubana...».28

En las regiones que se enfrentaron con éxito al independen-tismo en el Oriente de Cuba, Gibara y parte de Guantánamo, la defensa iba más allá de las operaciones de las tropas regulares y se concentraba en la acción de los vecinos. En Gibara la defensa se centraba en las fincas y los poblados de los canarios, la familia devenía el centro de esa defensa. Mientras en Guantá-namo los cafetales e ingenios, donde residían los propietarios con su familia eran el bastión esencial para enfrentarse a los insurrectos. En el aspecto del estímulo debieron de ser impor-tantes para estos voluntarios la solidaridad de la parte femenina de la familia.

Es por eso que conformó una especie de trasfondo del integrismo. De todas formas la participación de las mujeres y la familia es asunto que tiene muchas interrogantes.

A diferencia de dominicana donde el apoyo mayor de las fuerzas leales a España fue en el militar, en Cuba, en buena medida la guerra fue sostenida por los integristas. Cuba se convirtió en la base de apoyo fundamental a las fuerzas colo-niales que combatían a los restauradores. En la guerra de 1868

28 Jorge Ibarra, Ideología Mambisa, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972, p. 41.

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la parte occidental de la isla, La Habana, Matanzas y Pinar del Río, fueron la base de apoyo a las tropas españolas en su guerra contra los mambises. Estas regiones con parte de Las Villas y en menor medida Guantánamo, Gibara y parte de Santiago de Cuba ayudaron a sufragar la guerra contra los independentista.

Pese a que en el centro y el Oriente se desarrolló una des-comunal guerra de independencia, entre 1868 y 1878, Cuba produjo, anualmente, más del 15 por ciento de todo el azúcar del mundo. Incluidas en ese período están las zafras de 1868 a 1876 en que llegó a fabricar más del 20 por ciento anual de la producción mundial.29 Esta producción que se realizaba, fundamentalmente, en el centro y el occidente logró un incre-mento del producto respecto a los años anteriores a la guerra. Entre 1858 y 1868 se produjeron 5,496,706 toneladas de azúcar; mientras entre 1869 y 1878 alcanzó la cifra de 6,817,361 tone-ladas.30 La esclavitud continuó en estos territorios. En 1873, llegó lo que se considera el último cargamento de esclavos. Pero le seguiría el comercio de trabajadores chinos. Entre 1869 a 1874 se vendieron en la ciudad de La Habana un total de 24,078 coolies chinos.31

Al organizarse la gran ofensiva de 1877 dirigida por Martínez Campos la situación del tesoro hispano era un desastre. En las cortes uno de los ministros expresaba:

No se hallaba, por desgracia, el tesoro de la Península en condiciones de proporcionar la suma que este im-portantísimo servicio exigía. Mal podía por otra parte el Gobierno de SM demandar recursos a las exhaustas cajas cubanas; y en tan extremo trance se vio en la sensible necesidad de acudir al crédito para salir de

29 M. R. Moreno Fraginals, El Ingenio: complejo económico..., t. 3, p. 37.30 J. Ibarra, Marx y los Historiadores..., p. 263.31 J. Pérez de la Riva, El Barracón y otros ensayos, Editorial de Ciencias Sociales,

La Habana, 1975, p. 471.

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los apuros cada vez mas imperiosos de la expedición mi-litar ocasionaba.32

Este dinero estaba en el occidente y en parte de Las Villas. El 5 de agosto de 1876, el Ministro de Ultramar llegó a un acuerdo con Antonio López, Manuel Calvo y Rafael Cabezas. Todos ellos eran acaudalados burgueses. Le darían un préstamo al Estado español, de 15 a 25 millones de pesos.33 Obtendrían como garantía el producto de las aduanas de la isla. Los fun-cionarios de las mismas aduana serían nombrados por el gobierno, pero a propuesta de los prestamistas. También el Gobierno, a consideración de la sociedad improvisada para dar el préstamo, podía separar a los funcionarios de las aduanas cubanas. Además la sociedad usurera estaría libre de impuestos.

La referida sociedad constituida con el solo objetivo de otorgar el préstamo quedó integrada por Antonio López, Manuel Calvo y el Banco de Castillas.34 La Guerra de la Restauración fue financiada, principalmente, por los recursos provenientes del tesoro cubano y, en menor medida, de Puerto Rico y España. En los debates del parlamento sobre el abandono de Santo Domingo, se señaló que el costo estimado de la guerra ascendió a 392 millones de reales. Los impactos negativos de estos financiamientos llevaron a quejas de las autoridades coloniales cubanas y puertorriqueñas. Los cubanos solicitaron ser removidos de las contribuciones directas a Santo Domingo sugiriendo la creación de un situado directo de Madrid a Santo Domingo.

La contribución puertorriqueña ha sido estudiada por Febres Carrillo, quien señala que los puertorriqueños dieron auxilio

32 Diario de Secciones de cortes Congreso de los Diputados, Legislatura de 1876 a 1877, t. V, Madrid, imprenta de la viuda e hijos de Antonio García, 1877, apéndice 4 al 116.

33 Diario de Secciones de cortes Congreso de los Diputados, Legislatura de 1876 a 1877, t. V, Madrid, imprenta de la viuda e hijos de Antonio García, 1877, apéndice cuarto al 116.

34 Ibídem.

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y suministro. En San Juan se organizó el envío de pertrechos y militares, materiales de construcción para la fortificación y defensa de Samaná, y víveres y medicinas para las tropas expe-dicionarias españolas. Además proveyó un aporte monetario significativo.

La riqueza generada por el azúcar cubana producida, esencial-mente por el trabajo esclavo, era un factor clave para entender el fin de la guerra de 1868.

Estamos ante dos guerras que ocurren en sociedades muy diferentes; mientras la sociedad cubana era rica, la dominicana, relativamente pobre. Eso distinguiría a los enemigos. No es pensable en Dominicana la existencia de un grupo importante de inmigrantes españoles fuera de los funcionarios y militares que llegaron con la anexión. La guerra se fue conformando según las características de cada sociedad.

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oCupACIón deL terreno

Respecto a la ocupación de terreno hay una diferencia sustancial entre ambas guerras. Los dominicanos lograron mantener una región liberada. El Cibao luego que los espa-ñoles fueron desalojados de Santiago de los Caballeros, en septiembre de 1863, permaneció en poder de los revolucionarios hasta el fin de la guerra y los intentos españoles de recuperarlo fracasaron. Los restauradores se encontraron ante dos ventajas. Esta era la zona más rica y era fronteriza con Haití, lo que les permitió mantener un activo comercio por la frontera, donde se exportaban tabaco, madera y otros productos y se recibían armas, parque y todos los medios necesarios para mantener una guerra. Los mambises no lograron eso. En lo político tam-bién fue favorable, pues allí establecieron la capital del Estado insurrecto. En otros territorios donde operaban los españoles con actividad, en general, no hubo una ocupación del terreno. Las columnas hispanas marchaban por los caminos, establecían guarniciones en algunos poblados de importancia, mientras los campos, bosques y montañas permanecían, muchas veces, en manos de los insurrectos. Los españoles no lograron hacer una ocupación del país en el sentido militar.

Fuera de las poblaciones y algunos territorios donde des-plazaron gran cantidad de tropas, varios factores influyeron. En primer lugar los dominicanos contaban con una experiencia y tradición combativas que no conocían los cubanos. Esto les

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permitió actuar con energía y eficacia contra los hispanos; tenían un abastecimiento de parque y armas, relativamente seguro. Supieron aplicar correctamente las tácticas de guerrillas. Los caminos eran ineficientes; los bosques, espesos; el terreno era irregular; existía un número importante de cerros y mon-tañas. Los españoles no contaron con suficientes fuerzas, tanto regulares como del país para ocupar de forma más o menos segura los campos.

Veamos un ejemplo del control de una zona por los restau-radores muy cerca de las posiciones enemigas. El Cantón de Maluis, dominado por los rebeldes, estaba cerca de Puerto Plata controlado por los españoles y de vez en cuando se hacían mutuas incursiones de hostigamiento, pero siempre se retiraban cada uno a sus posiciones. Los ataques eran tan frecuentes que en ocasión de la muerte, en un encuentro con el enemigo, de un vecino de una zona cercana no se dejó velar el cadáver en su casa, alejada esta del campamento, pues se temía que «… los soldados abandonaran sus puestos y fueran a cumplir con el amigo fallecido, y posiblemente advertidos los españoles o sus espías de la poca gente en el campamento, atacaran nuevamente».1

En Cuba los revolucionarios capturaron en los primeros días del alzamiento importantes poblaciones como Bayamo a la que los mambises orientales convirtieron en su capital. Pusieron sitios a Holguín, bloquearon a Tunas. En Camagüey, capturaron el caserío de Guáimaro y otros de menor impor-tancia y bloquearon la cabecera de la jurisdicción.

En estos territorios los integristas no eran mayoría. La situa-ción cambió, cuando los españoles comenzaron a trasladar gran cantidad de tropas y las lanzaron al combate. Estos entu-siastas libertadores mal armados sin disciplina ni experiencia bélica fueron derrotados. Los españoles comenzaron a ocupar el territorio. En Las Villas el grueso de las tropas mambisas

1 E. J. Senior, La restauración en Puerto Plata..., p. 61.

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tuvieron que pasar a Camagüey y Oriente en busca de armas y parques. Quedó un grupo muy reducido de insurrectos some-tidos a una intensa persecución.

En los territorios donde los mambises fueron muy disminuidos, como Las Villas, los hispanos crearon un sistema combinado de destacamentos y columnas móviles con los que operaban sobre territorios determinados. En la parte oriental una canti-dad significativa de la población fue reconcentrada en poblados y ciudades. Inmediatas a estas se crearon zonas de cultivo. Parte de la población fue organizada en el cuerpo de voluntarios o constituyeron pequeñas contraguerrillas que operaban en la zona. Por lo que los cubanos no pudieron sostener territorios liberados donde abastecerse. Tan solo mantuvieron pequeñas zonas de cultivo a las que llamaban prefecturas; situadas en lugares intrincados se vieron sometidas a las acciones de las tropas coloniales.

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LA InfLuenCIA de LA guerrArestAurAdorA en CubA

España hizo un esfuerzo para aislar a Cuba de las malas influencias. El temor mayor de España era la población esclava y los negros y mulatos libres. La metrópoli había tenido cuidado en aplastar cruelmente las conspiraciones abolicionistas y las sublevaciones de las dotaciones de esclavos. En 1844 aterrados por el auge económico y social de los negros y mulatos libres tomaron como pretexto una supuesta conspiración, razón por la que llevaron a cabo una intensa represión contra la población de color libre.

La derrota de las fuerzas colonialistas en la guerra librada contra España por los patriotas quisqueyanos era un asunto triste para el prestigio de la metrópoli, pues una parte signifi-cativa de los vecinos de Santo Domingo eran negros o mulatos. Adriano López Morillo un militar español, que combatió en la Guerra de la Restauración, en una memoria que escribió, afir-maba que: «La población era en 1862 de doscientos ochenta y dos mil habitantes, más de la mitad eran negros; los otros, mulatos, mestizos y blancos».1 Esto repercutió profundamente en Cuba. Podíamos pensar que significó para la familia Maceo la derrota española en Santo Domingo.

Pese a la censura hispana, en la práctica, no había forma de ocultar esa triste realidad. La mayoría de las fuerzas españolas

1 A. López Morillo, Memoria sobre la segunda..., t. I, p. 68.

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se retiraron hacia Cuba. Como la capacidad de los buques no era suficiente para trasladar en un solo viaje a los derrotados militares, se dispuso que cada embarcación realizara más de un viaje. Para utilizar mejor a estos se ordenó que el traslado de tropas debería realizarse tan solo a los puertos y embarcaderos situados entre Nuevitas y Santiago de Cuba, el territorio más cercano de Santo Domingo.2

Para evitar la acumulación de estas fuerzas en los puertos, se dispuso la dislocación de parte de ellas en diferentes poblados del interior de la región oriental y en Camagüey. Un ejemplo de esto fue que una de las compañías de la extinta brigada de Azua y Baní fue enviada a la ciudad de Camagüey. De esa forma los cubanos fueron testigos del paso de estas derrotadas huestes. Es de pensar que muchos de estos veteranos se entre-garían a largas narraciones en tabernas y bodegas, como es ancestral costumbre entre los que han estado en una guerra contaron sus muchas hazañas reales e imaginarias. También incluyeron en los relatos los sufrimientos y las derrotas, de esa forma cada militar se convirtió en un divulgador de la derrota. Esta había sido, verdaderamente, esplendorosa para los caribeños y muy sufrida y humillante para los hispanos. La metrópoli había realizado un considerable esfuerzo para extinguir la su-blevación, desde la península fueron trasladados unos 41,000 militares, además de los referidos desde Cuba y Puerto Rico. Habían mantenido movilizados permanentemente a gran cantidad de dominicanos que le eran fieles a la metrópoli.

Existió otro asunto más complejo. Una parte de la población dominicana apoyó la anexión. Por lo menos 12,000 dominicanos integraron las fuerzas auxiliares del ejército español.3 Este sería un tema en extremo sensible para el futuro de Cuba.

La metrópoli decidió no dejar abandonado a quienes le ha-bían mostrado tanta fidelidad. Se decidió evacuar a la oficialidad

2 ANC, Fondo Asuntos Políticos, caja 227, núm. 6.3 E. Cordero Michel, «Características de la Guerra Restauradora...», en

Juan Daniel Balcácer, Ensayos...

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que estuviera dispuesta a emigrar, mientras a los soldados de fila se les dejarían las armas.

Se dictó una real orden, el 10 de enero de 1865, que disponía: «... no se desatienda y por el contrario se ampare y se proteja

a los generales, jefes y oficiales de la reserva de este país».4 Pero muy pronto las autoridades metropolitanas se dieron cuenta de lo peliagudo del asunto. El destino de esta gente creaba un serio problema para la estabilidad futura de Cuba. El capitán general de Santo Domingo hizo un interesante razonamiento:

...el mayor número pertenece a la raza de color, siendo negros y mulatos generales, brigadieres y jefes de todas las categorías [...] la mayor parte de estas personas desearían ir a establecerse a las vecinas islas de Cuba y Puerto Rico, para buscar en ellas además de la pro-tección del gobierno la analogía de costumbres, idioma y religión. Los hombres de este país nacidos en la libertad acostumbrados al goce de todos los derechos políticos y civiles, y disfrutando de las ventajas de todas las categorías sociales llevarían sus hábitos y su altiva condición a unas posiciones donde existía la esclavitud, sirviendo en ellas de pernicioso ejemplo para los esclavos y libertos de su propia raza.5

Las autoridades españolas muy pronto se dieron cuenta de estas circunstancias y tomaron medidas para evitar el deplorable ejemplo que podían dar los dominicanos negros y mulatos a los cubanos. El 25 de mayo de 1865, el Capitán General de Santo Domingo le escribió al jefe militar de Baní:

No debe haber distinción de clase ni de razas para apreciar los merecimientos de cada uno y concederles

4 ANC, Fondo Asuntos Políticos, caja 227, núm. 8.5 Ibídem.

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la protección a que se hayan hecho acreedores, pero no puede admitírseles indistintamente la elección del país de su futura residencia al abandonar a Santo Domingo. A la isla de Cuba por ejemplo no podrán ir los hombres de color, y aun con los blancos habrá necesidad de ser circunspectos en la designación de aquellas personas a quienes se permita fijar allí la residencia.6

Los dominicanos fieles a España se podían establecer en la Península, Puerto Rico, las islas Canarias, las Baleares, las posiciones españolas de África; pero en ningún caso en Cuba. Pese a las muchas preocupaciones y medidas tomadas por los españoles, un grupo de dominicanos se establecieron en el Oriente de Cuba.

Según el historiador dominicano Rodríguez Demorizi, en 1866, se habían establecido en Manzanillo catorce dominicanos. Es interesante dar una mirada al listado de los que se estable-cieron en esta jurisdicción. Algunos de ellos la abandonaron posteriormente y se instalaron en la cercana jurisdicción de Bayamo.

Es significativo que en el territorio, donde estalló la revolución se encontrara un número tan importante de altos oficiales del ejército dominicano. La mayoría de estos individuos se unieron a las fuerzas libertadoras. Ellos eran:

Mariscal Modesto Díaz Álvarez Brigadier Francisco Javier Heredia Coronel Manuel Javier AbreuCoronel Manuel FrómetaTeniente coronel Toribio LlépezTeniente coronel Santiago PérezComandante Rufino Martínez

6 ANC, Fondo Asuntos Políticos, caja 227, núm. 6.

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Comandante Máximo GómezCapitán Juan GómezCapitán Carlos de SotoSubteniente Ignacio Díaz Capitán Luis Marcano ÁlvarezCapitán Félix Marcano Álvarez7

Todos ellos habían actuado con gran fidelidad a España durante la Guerra de la Restauración. En Cuba, en la Guerra de 1868, una parte combatió al lado del colonialismo español hasta las últimas consecuencias.

Al mismo tiempo un grupo de dominicanos se unieron al ejército libertador y jugaron en los primeros años un papel fundamental en la guerra contra España. Estos han sido los más recordados. Los fieles al integrismo han sido olvidados en las Antillas y la Metrópoli. La fama subversiva de los domini-canos alcanzó un matiz antológico. Las autoridades consideraban como un agravante de los sospechosos de colaborar con los insurrectos el ser de esa nacionalidad.

Un informe de las autoridades coloniales de los primeros días del alzamiento, se refería a un dominicano, establecido en el oriente de Cuba y sobre el cual se tenían sospechas de que colaboraba con los insurrectos. Esta especie de expediente que se le hizo agregaba: «Es de los emigrados de la vecina isla de Santo Domingo, los cuales en su mayor parte han tomado una participación demasiado activa en la traidora e injustificable rebelión que lamentamos...».8

Todos los intentos de aislar la isla de malas influencias fra-casaron abruptamente cuando el 10 de octubre de 1868 un terrateniente cubano proclamó la independencia de la isla. La guerra se extendió por toda Cuba como llama en cañaveral en verano.

7 E. Rodríguez Demorizi, Hojas de servicio del ejército dominicano..., t. II, pp. 96 y 103.

8 Archivo Nacional de Cuba, Fondo Comisión Militar, legajo 126, núm. 12.

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Fue burla mayor para los hispanos el que las guerras no estallaron entre la multitud esclavizada de negros y mulatos. Fueron gente blanca y amable, muchas de ellas educadas en universidades europeas, hijos de ilustres familias llegadas a estos predios en los inicios de todo. Poetas, músicos y escri-tores sensibles un día encabezaron a una multitud dominada por instintos feroces. Propietarios de emboscadas traicioneras, donde eran cazados con sadismo los infantes del Rey.

Puerto Rico también fue estremecido por la lucha del pueblo dominicano. Al iniciarse la Guerra de la Restauración, Ramón Emeterio Betances escribió una proclama de solidaridad con los insurrectos dominicanos:

¡Arriba puertorriqueños. Hagámosle saber a ese canalla que nos roba y nos insulta, que los jíbaros de Borin-quen no son cobardes ni verdugos, ni asesinos con sus hermanos…Nuestro grito de independencia será oído y apoyado por los amigos de la libertad; y no faltaran auxilios de armas y dinero para hundir en el polvo a los déspotas de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo. Ramón Emeterio Betances. !Abajo los españoles!9

En septiembre de 1868 se produjo el alzamiento de Lares, en Puerto Rico, aunque el fracaso marcó la historia de aquella isla. Un grupo de puertorriqueños se solidarizaron con la lucha del pueblo cubano, combatieron en la mayor de las Antillas como el general Juan Rius Rivera.

La Guerra de la Restauración inició el principio del fin del imperio español en América. Los dominicanos demostraron que los antillanos podían retar y derrotar a la Metrópoli. Al mismo

9 Félix Ojeda Reyes, Manigua en París: Correspondencia diplomática de Betances. Santo Domingo, Editora Corripio, 1984. 10-11. Centro de Estudios Avan-zados de Puerto Rico y el Caribe. San Juan de Puerto Rico. En Colabo-ración de Centro de Estudios Puertorriqueños (Hunter College) City University of New York.

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tiempo aportaron a los maestros de los independentistas cubanos en la guerra de guerrillas. El mejor homenaje a estos sufridos y en ocasiones olvidados dominicanos no son los textos de historia y las tarjas y monumentos que los recuerdan, fueron las palabras escritas por el general cubano Calixto García en su diario personal: «los dominicanos, que han sido verdadera-mente nuestros maestros y que han hecho la guerra en Cuba con cuantos recursos le ha sugerido su inteligencia».10

10 Diario personal de Calixto García, archivo particular de Juan Andrés Cue Bada, Santiago de Cuba.

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Índice onomástico

A

Abad Alfau, Antonio 146-147Abril, Juan 55Agramonte Piña, Eduardo 116,

238Aguilera, Francisco Vicente 140,

238Agüero, Joaquín de 99Alejo, José 190Alejo, Pedro 190Alicea, Víctor 13Alis, Juan Antonio 94, 96Allahar, Anton L. 38Almonte, Ramón 94Álvarez, José 13Álvarez, Shadia 13Álvarez, Yadhira 13Andújar Persinal, Carlos 12Aranguren 101Archambault, Pedro M. 106-107Aristegui, Rafael 49Arizón, Salvador 102Ascencio, Antonio 190Avilés, Menéndez de 31

B

Báez 53, 200Bairoch, P. 31Balcácer, Juan Daniel 127, 194,

205, 230, 238, 240Barcia J., María del Carmen 38,

40Bargas, Luis de 176Barón, Juan 190Basora, Francisco 129Batista, Eugenia 169Baud, Michael 26Beckles, Hilary McD 38, 238Benancia, Luis 176Bernal, Julián 190Betances, Ramón Emeterio 41,

129, 234, 239, 242Betancourt Agramonte, Ana 76,

243Bidó, Juan Luis 122-123, 125Bobadilla, Tomas 191Bolívar, Simón 67Bonaparte, Napoleón 31-32Bonilla, Justiniano 166

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246 José Abreu CArdet y LuIs ÁLvArez-López

Bonó, Pedro Francisco 22, 131-132, 138, 242

Buceta, Manuel 96-98, 101, 103-108, 209-210

Byron, Henry 126

C

Caba, Antonio 146Cabezas, Rafael 223Calderón de la Barca 52Calderón, Brunilda 13Calvar Oduardo, Manuel 187Calvo, Manuel 185-187, 223Calvo, Miguel 191Calvo Romero, Manuel 186Campillo 110Campo, Manuel 180-181, 183Campos, Martínez 222Canto, Jorge 92, 242Capellán, Francisco 94Cappa, Mariano 103-104Carbonel, Néstor Leonelo 76, 115-

116, 239Carlos III 33Carpentier, Alejo 218, 238Casas y Arragori, Luis de las 29Cassá, Roberto 12, 18, 23, 88, 238Castel, Jorge 71, 238Castillo, Pablo 46Castillo, Pablo del 47Castillo Agramonte, Ángel del 76,

115Cavada, Adolfo 77Cazneau, William L. 57, 59-60Cento Gómez, Elda E. 116, 238Céspedes, Carlos Manuel de 75-

77, 109-110, 115-118, 136-137, 140-141, 157, 186, 189, 214, 241-242

Céspedes, Miguel 186-187Céspedes, Onoria 140Céspedes, Panchín 188-189

Charboneau, padre 105, 107Collazo, Enrique 109, 118Conde de Mirasol 46-47, 49Contreras, Juan 95Cordero Michel, Emilio 12, 68-69,

135, 194, 205, 230 Cruz Ureña, Juan de la 94Cue Bada, Juan Andrés 75, 115,

117, 141-142, 235, 240Cuesta Ibarra, Jorge 239Curiel, Domingo 94

D

Damirón, Rafael 170, 193, 239Delgado, Maggi 13Díaz, Ignacio 233Díaz, Modesto 111, 203, 209, 232Díaz Álvarez, Modesto 232Dilla, Haroldo 41, 239Dolores (negro) 171-172, 178Domínguez, Jaime de Jesús 18, 59,

239

E

Echauz y Guinart, Feliz de 72, 239Ely, Roland T. 239Escaño, José Ramón 173Espaillat, Pedro Ignacio 94, 122-

123Esquilin, Luis 13Everett, Edward 51

F

Fabal, Miosotis 13Fabiel, Francisco 182Febres-Cordero Carrillo, Francisco

48-50, 64Federico Guillermo, rey 31

Page 247: guerras de liberacion

Guerras de liberación en el Caribe hispano 1863-1878 247

Fermín, Antenor 41Fernández, Álvaro 123Fernández, Áurea Matilde 153,

239Ferrer Carbonell, Oscar 76, 115-

116, 239Ferrer Gutiérrez, Agustín 126Figueredo, Luis 141Florentino, Pedro 95, 101, 114,

155, 208-209, 211, 240Foner, Philip S. 51, 240Fonseca García, Ludin B. 137,

239Fontecha Pedraza, Antonio 71Moreno Fraginals, Manuel R. 35,

69, 84-85, 222, 242Frómeta, Manuel 232

G

Gabriel García, José 109Gálvez Aguilera, Milagros 138,

237Gándara, José de la 68-69, 73, 101-

102, 105, 108, 113, 116, 127, 129-133, 143-146, 202-203, 205, 209-211, 240

García Iñiguez, Calixto 73, 77, 117, 119-120, 243-144, 153, 219, 222, 237, 240

García Lluberes, Alcides 147-148, 240

García, Florentino 101García, Gloria 38, 40, 237García, José Gabriel 109García, Vicente 137, 241García, Víctor 13Geffrard, Fabre Nicholas 124-125,

128George, Víctor 95Godínez, Emilio 41, 239Gómez, Eusebio 96Gómez, Juan 233

Gómez, Máximo 84, 111, 119, 135-136, 141, 151, 203, 209, 233

González, Raymundo 12González Calleja, Eduardo 71González del Valle, Francisco 242Grave de Peralta, Julio 136Grullón, Eliseo 209, 240Guerra, Ramiro 28-29, 32, 34-35Guerrero, Pedro Ezequiel 97Gutiérrez Ferrer, Agustín 240Guzmán, John 13

H

Haché, Juana 12Hall, Juan 187Heredia, Francisco Javier 209, 232Hernández, Florencio 146Hernández, Ricardo 127Hernández, Salomé 77Herrera, César 166Hungría (general) 101, 202

I

Ibarra Cuesta, Jorge 88, 100, 141, 221-222, 239-240

Inoa, Orlando 22, 243Izaguirre, Eligio 187Izquierdo Canosa, Raúl 71, 240

J

Javier, Francisco 189, 232Javier, Pedro 189Javier Abreu Romero, Manuel de

Jesús 204, 232Jefferson, Thomas 55Jiménez, Lorenzo 139Jiménez, Rafael 190

Page 248: guerras de liberacion

248 José Abreu CArdet y LuIs ÁLvArez-López

K

Keegan, John 182-183, 240Klein, Herbert S. 26, 241Knight, Franklin W. 29, 33-34, 37,

241

L

Lafí, general 194Lamieussens, Eugenio 55Le Riverend, Julio 35, 241Le-Roy y Gálvez, Luís Felipe 214,

241Leal Spengler, Eusebio 75, 115,

241Lecler (general) 70Leyte Vidal, comandante 139Liscuñana, Matilde 167Llepez, Toribio 232López, Antonio 223López, Narciso 51, 55, 87, 99López Morillo, Adriano 89, 94,

123, 127-128, 131, 149, 206, 209, 229, 241

Lora, Carlos de 122-123Lora, José María 196Loynaz, Dulce María 215, 241Luna, Manuel de 95Luperón, Gregorio 41, 105, 119,

146

M

Maceo (familia) 229Maceo, Antonio 119, 141Maceo Osorio, Francisco 76, 84Machado, Leocadio 215, 241Maldonado, José 13Marcano Álvarez, Félix 204, 233Marcano Álvarez, Luis 204, 233Marcano, Francisco 204Marggraf, Andreas S. 31

Mármol, Donato 77, 218Marmolejo, Alejo 175-176, 181Márquez, José Luis 13Marrero Zaldívar, Víctor Manuel

137, 241Marte, Roberto 16, 18, 24Martí Pérez, José 139, 214, 217,

241Martínez-Fernández, Luis 48, 51,

53, 55, 62, 241Martínez, Rufino 232Maties, Julie 13Matos-González, Apolinar 26Maza Miquel, Manuel P. 242Mella, Ramón 52, 57, 146-148, 240Mercy, William L. 59Meriño, Fernando Arturo de 95Mesa, José Antonio de 176, 181Mesa, Nicolás de 172-173, 176-177,

181-182, 191Mollin, Volker 12Moncada, Guillermo 219Monción, Benito 96Montaño, Ezequiel 194Moquete, Bartolomé 176Mora, Ignacio 76, 196, 218Moreno Fraginals, Manuel R. 32,

69, 84-85, 222, 242Moreno Masó, José J. 69, 85, 242Morito, Francisca 170Muzas y Franco, Miguel 107

N

Nicomedes, María 171Norzagaray, Fernando 46, 54, 60

O

O'Kelly, James 216, 219-220, 242Ocampo Pérez, Manuel 177, 179,

181Oduardo, Francisco Teresa 187

Page 249: guerras de liberacion

Guerras de liberación en el Caribe hispano 1863-1878 249

Ojeda, Jorge 92, 242Ojeda Reyes, Félix 234, 242Ortiz, Fernando 35-37, 242Ortiz, Raquel 13

P

Pacheco, Ramón 94Paniagua, Ramón 12Paulino, Alejandro 12Paz, José de la 175Paz y Alcántara, Ildefonso de la

170, 181 Perdomo, Eugenio 94, 122-123,

163Pérez, Louis A. 55Pérez, Santiago 232Pérez Concepción, Hiram 12Pérez de la Riva, J. 222Pí y Margall, Francisco 153Pichardo, Vidal 94Pichardo Viñals, Hortensia 76-77

116-118, 137, 140-141, 214Pierce, Franklin 51, 59Pierrot, Jean Louis 50Pintó, Ramón 99Pírala Criado, Antonio 217Polanco (coronel) 98 Polanco (general) 108, 119, 150 Polk, James 51Portuondo del Prado, Fernando

76-77, 116-118, 137, 140-141, 214, 216-217

Portuondo Zúñiga, Olga 197Price-Mars, Jean 125Puello, Eusebio 110, 202, 208,

211

Q

Quesada, Manuel de 189Quiroz, Alfonso W. 200-201, 242

R

Raimundo, Nicolás 182Ramírez, Alejandro 29Ramírez, coronel 139Ramírez, Juan (Chocho) 175-176,

182 Recio, Do minga 170Regalado (padre) 194Riva Pérez, J. de la 239Rivera, Primo de 49, 150Rivero, Felipe 102Rocha, Pepe 178-179Rodríguez, José 108Rodríguez, José Carlos 195Rodríguez, Santiago 96, 98Rodríguez Demorizi, Emilio 46-

47, 52, 54, 58, 60, 64, 69, 97, 102-103, 108, 126, 128, 130-132, 138, 146, 203-204, 207, 232-233, 242

Rondón, Juan 209

S

Sagas, Ernesto 22, 243Saint Just, Eduardo 57Saladrigas, comandante 139Salcedo, José A. 105-106, 108, 146Salinas, José 188-189San Miguel, Pedro 174, 177, 243Sánchez, María 178Sánchez, Francisco del Rosario

95, 125Santana, Pedro 57-58, 60, 83, 90,

93, 116, 121, 124, 129, 200, 202, 210

Sarabia, Nydia 76, 115, 152, 196, 218, 243

Sarmiento Ramírez, Ismael 140, 213, 218, 243

Scott, James C. 13, 166-167

Page 250: guerras de liberacion

250 José Abreu CArdet y LuIs ÁLvArez-López

Segovia e Izquierdo, Antonio María 56

Sena, Manuel de 172, 176-177Senior, Eugenio J. 119, 129, 155,

194, 226, 243Serrano Cintra, Francisco 190Shepherd, Verene 38, 238Simoni Argilagos, Matilde 116, 238Sintes Gómez, Elia 12Sosa, Miguel 185, 187, 191Soto, Carlos de 233Soto, Pepe de 209Stucki, Andreas 12, 81, 114Suarez, Eufemia 170Suberbí y Pérez, Simeón 123, 170,

183 Suero, Juan 95, 102, 147

T

Tejera, Lucía 194Terrero y de Paula, Francis co 170Tolentino, A. 105Torrente, Mariano 56, 58-59Torres Cuevas, Eduardo 38, 40,

237

V

Valera, José 95, 110, 209Valerio, Fernando 95Vargas, un mambí 137Velasco, José 107-108Velásquez y Martínez, Cayetano

172, 175-176, 180-181, 191Venancio, Luis 172, 175Villalba, José 13

W

Washington, Jorge 67Weyler, Valeriano 110Wilckens, Manfred 23

Z

Zalazar, Anselmo 137Zayas, Josefa 171Zúñiga Portuondo, Olga 199, 243

Page 251: guerras de liberacion

251

Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. I Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944.

Vol. II Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, vol. I, C. T., 1944.

Vol. III Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945.Vol. IV Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de

E. Rodríguez Demorizi, vol. II, C. T., 1945.Vol. V Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección

de E. Rodríguez Demorizi, vol. II, Santiago, 1947.Vol. VI San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1946.Vol. VII Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir).

R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.Vol. VIII Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y

notas por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.Vol. IX Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850.

Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1947.Vol. X Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944, C. T., 1949.Vol. XI Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita

en holandés por Alexander O. Exquemelin, traducida de una famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A. Rodríguez; introducción y bosquejo biográfico del traductor R. Lugo Lovatón, C. T., 1953.

Vol. XII Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956.Vol. XIII Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de

E. Rodríguez Demorizi, vol. III, C. T., 1957.Vol. XIV Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García

Roume, Hedouville, Louverture, Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de E. Rodríguez Demorizi, vol. III, C. T., 1959.

Page 252: guerras de liberacion

252 Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. XV Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, vol. III, C. T., 1959.

Vol. XVI Escritos dispersos. (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.

Vol. XVII Escritos dispersos. (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.

Vol. XVIII Escritos dispersos. (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.

Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005.

Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores, Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío Herrera, Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (1680-1795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.Vol. XXX Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia

fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXI Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.

Page 253: guerras de liberacion

Publicaciones del Archivo General de la Nación 253

Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894). Tomo I. Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894). Tomo II. Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino, traducción al castellano e introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XL Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XLI Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XLII Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XLIII La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XLIV Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. XLV Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. XLVI Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. XLVII Censos municipales del siglo XiX y otras estadísticas de población. Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I. Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. XLIX Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II, Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. L Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III. Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.

Page 254: guerras de liberacion

254 Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. LI Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LII Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LIII Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LIV Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LV Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LVI Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LVII Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LVIII Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LIX Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LX La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961). Tomo I. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXI La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961). Tomo II. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXII Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXIII Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXIV Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXV El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXVI Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXVII Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXVIII Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

Page 255: guerras de liberacion

Publicaciones del Archivo General de la Nación 255

Vol. LXIX Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXX Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga Pedierro, et. al., Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXXI Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXXII De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras (Negro), Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E. Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXV Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXX Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez, Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXV Obras, tomo I. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXVI Obras, tomo II. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXVII Historia de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista, Santo Domingo, D. N., 2009.

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256 Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XC Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCI Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCIII Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCIV Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCV Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCVI Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón Antonio, (Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCVII Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCVIII Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCIX Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. C Escritos históricos. Américo Lugo, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. CI Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. CII Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas. María Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. CIII Escritos diversos. Emiliano Tejera, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CIV Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CV Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CVI Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CVII Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios, 1983-2008. Consuelo Varela, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación 257

Vol. CVIII República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas. J. Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CIX Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CX Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación de Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXI Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el régimen de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXII Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXIII El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias del Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C. Rosario Fernández (Coord.), edición conjunta de la Academia Dominicana de la Historia, la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXIV Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica literaria. Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXV Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXVI Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República Dominicana. José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXVII Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen Durán. Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXVIII Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril. Augusto Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXIX Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXX Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXI Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I. Octavio A. Acevedo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXIII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II. Octavio A. Acevedo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXIV Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXV Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y documentos). Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.

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258 Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. CXXVI Años imborrables (2da ed.) Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, edición conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXVII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos, edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXVIII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino Ramos, edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXIX Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXX Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (1944-1948). Jorge Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CXXXI Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXXXII Obras selectas. Tomo II. Antonio Zaglul, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXXXIII África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos Xv-XiX, Zakari Dramani-Issifou, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXXXIV Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXXXV La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana. Pedro L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXXXVI AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXXXVII La caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo azucarero dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXXXVIII El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXXXIX La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia, 1849-1856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXL Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLI Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N., 2011.Vol. CXLIII Más escritos dispersos. Tomo I. José Ramón López. Edición de Andrés

Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación 259

Vol. CXLIV Más escritos dispersos. Tomo II. José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLV Más escritos dispersos. Tomo III. José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLVI Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge Berenguer Cala, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLVII Rebelión de los capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLVIII De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial. Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLIX Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575). Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CL Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida. Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CLI El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de 1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CLII Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos Andújar Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CLIII El Ecuador en la Historia (2da ed.) Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLIV Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854). José Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLV El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLVI Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo Chantada, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLVII La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLVIII Cedulario de la isla de Santo Domingo, 1501-1509. Vol. II, Fray Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLIX Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLX Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXI La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXII El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca Giner de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.

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260 Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. CLXIII Historia de la caricatura dominicana. Tomo I. José Mercader, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXIV Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano. Constancio Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXV Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXVI Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá, Betty Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXVII Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A. Ravelo.Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A. Morales, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXVIII Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez Demorizi. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXIX La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 1. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXX Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012

Vol. CLXXI El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXII La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXIII La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen 5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXIV La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen 6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXV Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo XiX: República Dominicana, Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXVI Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXVII ¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en América Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXVIII Visión de Hostos sobre Duarte. Compilación y Edición de Miguel Collado, Santo Domingo, D. N., 2013.

Vol. CLXXIX Los campesinos del Cibao: Economía de mercado y transformación agraria en la República Dominicana, 1880-1960. Pedro L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXX La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 3. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXXI La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 4. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación 261

Vol. CLXXXII De súbditos a ciudadanos (siglos Xvii-XiX): el proceso de formación de las comunidades criollas del Caribe hispánico (Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo). Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXXIII La dictadura de Trujillo (1930-1961). Augusto Sención Villalona, San Salvador-Santo Domingo, 2012.

Vol. CLXXXIV Anexión-Restauración. Parte 1. César A. Herrera, edición conjunta entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXXV Anexión-Restauración. Parte 2. César A. Herrera, edición conjunta entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXXVI Historia de Cuba. José Abreu Cardet, et. al., Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXXVII Libertad Igualdad: Protocolos notariales de José Troncoso y Antonio Abad Solano, 1822-1840. María Filomena González Canalda, Santo Domingo, D. N., 2013.

Vol. CLXXXVIII Biografías sumarias de los diputados de Santo Domingo en las cortes españolas. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2013.

Vol. CLXXXIX Financial Reform, Monetary Policy and Banking Crisis in Dominican Republic. Ruddy Santana, Santo Domingo, D. N., 2013.

Vol. CXC Legislación archivística dominicana (1847-2012). Departamento de Sistema Nacional de Archivos e Inspectoría, Santo Domingo, D. N., 2013.

Vol. CXCI La rivalidad internacional por la República Dominicana y el complejo proceso de su anexión a España (1858-1865). Luis Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2013.

Vol. CXCII Carlos Larrazábal Blanco. Escritos históricos. Tomo I. Santo Domingo, D. N., 2013.

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262 Publicaciones del Archivo General de la Nación

CoLeCCIón JuvenIL

Vol. I Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.Vol. II Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. III Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo

Domingo, D. N., 2007. Vol. IV Dictadores dominicanos del siglo XiX. Roberto Cassá. Santo Domingo,

D. N., 2008.Vol. V Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.Vol. VI Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.Vol. VII Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009.Vol. VIII Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps

(siglo XiX). Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2010.

CoLeCCIón CuAdernos popuLAres

Vol. 1 La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.Vol. 2 Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo, D. N., 2009.Vol. 3 Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó. Santo Domingo, D. N., 2010.

CoLeCCIón referenCIAs

Vol. 1 Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. 2 Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos de Descripción y Referencias. Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. 3 Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2012.

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Guerras de liberación en el Caribe hispano 1863-1878, de José Abreu Cardet y Luis Álvarez-López, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, S. R. L., en el mes de octubre

de 2013, con una tirada de 1,000 ejemplares.

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