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  • AnnotationGeorges Duby, familiarizado con la investigacin de los aspectos histricos de la Edad Media,

    ofrece en este volumen una sntesis de los datos conocidos sobre las condiciones ecolgicas,demogrficas y tecnolgicas, as como de las estructuras de la sociedad y los factores del desarrolloeconmico apreciable en la Europa medieval. La sntesis elaborada por Duby est presentada no como uncompendio, sino como un ensayo jalonado por sugerentes reflexiones, centradas en la larga evolucinvivida por el rea europea. Las hiptesis que aventura, derivadas de las lagunas apreciables en ladocumentacin disponible y de la deficiente marcha de las investigaciones histricas, estn marcadas porinterrogantes y observaciones, tan crticas algunas de ellas que fructificarn sin duda en fecundasincitaciones a la profundizacin en los temas.

    GEORGES DUBY

    ADVERTENCIAPRIMERA PARTE

    1. LAS FUERZAS PRODUCTIVASLA NATURALEZACONJETURAS DEMOGRAFICASLOS UTILES DE TRABAJOEL PAISAJE

    2. LAS ESTRUCTURAS SOCIALESLOS ESCLAVOSLOS CAMPESINOS LIBRESLOS SEORES

    3. LAS ACTITUDES MENTALESTOMAR, DAR, CONSAGRARLA FASCINACION DE LOS MODELOS ANTIGUOS

    SEGUNDA PARTE1. LA ETAPA CAROLINGIA

    LAS TENDENCIAS DEMOGRAFICASEL GRAN DOMINIOEL COMERCIO

    2. LAS LTIMAS AGRESIONESLOS ATAQUESLOS EFECTOSLOS CENTROS DE DESARROLLO

    TERCERA PARTE1. LA POCA FEUDAL

    LOS PRIMEROS SIGNOS DE LA EXPANSINEL ORDEN FEUDALLOS RESORTES DEL CRECIMIENTO

    2. LOS CAMPESINOSEL NMERO DE LOS TRABAJADORESEL FACTOR TCNICOLA ROTURACION

  • 3. LOS SEORESEL EJEMPLO MONSTICOEXPLOTARGASTAR

    4. EL DESPEGUEORIENTACIN BIBLIOGRFICA

    I. GENERALIDADESII. ECOLOGIA, DEMOGRAFIA, TECNOLOGIAIII. LA ECONOMIA RURALIV. MONEDA, CIUDADES Y MERCADERES

    notes

  • GEORGES DUBY

    GUERREROS Y CAMPESINOS Desarrollo inicial de laeconoma europea 500-1200

    Traduccin de JOSE LUIS MARTIN

    primera edicin en espaol, 1976 siglo XXI de espaa editores, s. a.en coedicin con siglo XXI editores, s.a. de c.v.decimocuarta edicin en espaol, 1997isbn 968-23-1988-9

    primera edicin en ingls, 1973 weidenfeld and nicholson, londrestitulo original: the early growth of the european economy.warriors and peasants from the seventh to the twelfth century

    derechos reservados conforme a la leyimpreso y hecho en mxico/printed and made in mexico

  • ADVERTENCIA Este libro no pretende ser un manual de historia econmica; es solamente un ensayo, una serie de

    reflexiones sobre una evolucin muy amplia cuyo mecanismo, inseguro y complejo, he intentado observary poner al descubierto. La insuficiencia de la documentacin y el imperfecto avance de la investigacinhistrica explican el gran nmero de hiptesis con las que pretendo fundamentalmente plantearinterrogantes de los que los ms crticos sern, sin duda, los ms fecundos.

    Por otra parte, para abarcar un rea geogrfica tan vasta y diversa como lo era entonces la europea ydurante un perodo tan extenso, era preferible situarme en el terreno en el que me siento ms seguro: el dela historia del mundo rural, y ms concretamente del mundo rural francs; no se extrae, por tanto, ellector de ciertas elecciones, de ciertas perspectivas y de todas las omisiones que descubra en esta obra.

    Beaurecueil, septiembre de 1969.

  • PRIMERA PARTE LAS BASES SIGLOS VII Y VIII

    A fines del siglo VI, cuando se halla prcticamente cerrado en Occidente, con el asentamiento de loslombardos en Italia y de los vascos en Aquitania, el perodo de las grandes migraciones de pueblos, laEuropa de que trata este libro es decir, el espacio en el que el cristianismo de rito latino se extenderaprogresivamente hacia fines del siglo XII, es un pas profundamente salvaje, y por ello se halla enbuena parte fuera del campo de estudio de la historia. La escritura se halla en regresin en las zonas quetradicionalmente la usaban y en las dems la penetracin del escrito es lenta. Los textos conservados son,pues, escasos; los documentos ms explcitos son los de la protohistoria, los que proporciona lainvestigacin arqueolgica. Pero estos documentos tambin son defectuosos: los vestigios de lacivilizacin material son, en la mayor parte de los casos, de datacin insegura; se hallan ademsdispersos, al azar de los descubrimientos, y su reparticin espordica, con grandes lagunas, hace difcil ypeligrosa toda interpretacin de conjunto. Insistamos, como punto de partida, sobre los reducidos lmitesdel conocimiento histrico, sobre el campo desmesuradamente amplio dejado a las conjeturas. Aadamosque, sin duda, el historiador de la economa se encuentra especialmente desamparado. Le faltan casi porcompleto las cifras, los datos cuantitativos que permitiran contar, medir. Necesita, sobre todo,abstenerse de ampliar abusivamente los modelos construidos por la economa moderna cuando intenteobservar en este mundo primitivo los movimientos de crecimiento que lentamente, entre los siglos VII yXII, han hecho salir a Europa de la barbarie. Es evidente, en la actualidad, que los pioneros de la historiaeconmica medieval han sobreestimado, a menudo involuntariamente, la importancia del comercio y dela moneda. La labor ms necesaria y sin duda tambin la ms difcil consiste, pues, en definir lasbases y los motores autnticos de la economa en esta civilizacin, y para llegar a esta definicin lasreflexiones de los economistas contemporneos son menos tiles que las de los etnlogos.

    Sin embargo, de hecho existen grados en el seno de esta comn depresin cultural. En sus lmitesmeridionales la cristiandad latina est en contacto con reas sensiblemente ms desarrolladas; en lasregiones dominadas por Bizancio, y ms tarde por el Islam, se mantiene el sistema econmico heredadode la antigua Roma: ciudades que explotan los campos colindantes, moneda de uso cotidiano,mercaderes, talleres en los que, para los ricos, se fabrican objetos esplndidos. Europa nunca estuvoseparada de estas zonas de prosperidad por barreras infranqueables; sufri constantemente su influencia ysu fascinacin. Por otra parte, en el espacio europeo se enfrentan de hecho dos tipos de incultura: una seidentifica con el dominio germano-eslavo, con el dominio brbaro, como decan los romanos; es lazona de la inmadurez, de la juventud, del acceso progresivo a formas superiores de civilizacin; es unazona de crecimiento continuo. La otra, por el contrario, es el dominio de la decrepitud; en ella acaban dedegradarse las supervivencias de la civilizacin romana, los diversos elementos de una organizacin enotro tiempo compleja y floreciente: la moneda, las calzadas, la centuriacin, el gran dominio rural, laciudad, no estn completamente muertos; algunos incluso resurgirn ms adelante, pero de momento sehunden insensiblemente. Entre estos dos mundos, uno orientado hacia el norte y hacia el este, el otrohacia el Mediterrneo, se sita, en las orillas del Canal de la Mancha, en la cuenca parisina, en Borgoa,en Alemania, en Baviera, una zona en la que se da ms activamente que en otras partes el contacto entrelas fuerzas jvenes de la barbarie y los restos del romanismo. En ella se producen interpenetraciones,

  • encuentros que en gran parte son fecundos. Conviene no perder de vista esta diversidad geogrfica; esfundamental, y de ella dependen en gran parte los primeros progresos del crecimiento.

  • 1. LAS FUERZAS PRODUCTIVAS

    LA NATURALEZA

    A lo largo del perodo que estudiamos el nivel de la civilizacin material permanece tan bajo que lavida econmica se reduce esencialmente a la lucha que el hombre debe mantener cotidianamente, parasobrevivir, contra las fuerzas naturales. Combate difcil, porque el hombre maneja armas poco eficaces yel poder de la naturaleza lo domina. La primera preocupacin del historiador debe ser la medicin deeste poder y el intento, por consiguiente, de reconstruir el aspecto del medio natural. La tarea es difcil;requiere una investigacin minuciosa, a ras de tierra, en bsqueda de los vestigios del paisaje antiguo queconservan en los campos actuales los nombres de lugares y cultivos, el trazado de los caminos, loslmites de las tierras cultivadas, las formaciones vegetales. Esta investigacin est muy lejos de habersecompletado; en muchas regiones de Europa apenas est iniciada y, consiguientemente, nuestrosconocimientos son inseguros.

    En Europa occidental la estepa penetra en Panonia, en la cuenca media del Danubio; se insinaincluso ms lejos todava, localmente, hasta en ciertas llanuras pantanosas de la cuenca parisiense. Sinembargo, de una forma general, las condiciones climticas favorecen el desarrollo del bosque; en lapoca que nos ocupa el bosque parece reinar sobre todo el paisaje natural. A comienzos del siglo XX lasposesiones de la abada parisina de Saint-Germain-des-Prs se extendan por una regin en la que elesfuerzo agrcola se haba desarrollado ms ampliamente que en otras partes, y sin embargo el bosquecubra an las dos quintas partes de este dominio. Hasta fines del siglo XII la proximidad de una ampliamasa forestal influy sobre todos los aspectos de la civilizacin: se pueden descubrir sus huellas tanto enla temtica de las novelas cortesanas como en las formas inventadas por los decoradores gticos. Paralos hombres de esta poca el rbol es la manifestacin ms evidente del mundo vegetal.

  • No obstante, es preciso tener en cuenta dos observaciones; por un lado, los suelos son, en esta partedel mundo, de una extrema diversidad. Sus aptitudes varan notablemente en muy cortas distancias. Lasabidura campesina ha opuesto siempre las tierras clidas a las tierras fras, es decir, los suelosligeros en los que el agua penetra fcilmente y el aire circula, que se dejan trabajar con facilidad, a lossuelos duros, espesos, donde la humedad penetra mal, que resisten al til de trabajo. En las pendientes delos valles o en las llanuras se dispone, pues, de terrenos en los que la capa forestal es menos resistente,en los que al hombre le resulta menos difcil modificar las formaciones vegetales en funcin de susnecesidades alimenticias. En el siglo vil el bosque europeo aparece sembrado de innumerables claros.Algunos son recientes y estrechos, como los que proporcionaron su alimento a los primeros monjes deSaint-Bavon de Gante; otros se extienden por amplias zonas, como aquellos en los que, desde siglos, semezclan los campos y la maleza en las llanuras de Picarda. Se debe notar, por otra parte, que en lasproximidades del Mediterrneo la aridez estival, la violencia de las lluvias, las diferencias acusadas delrelieve, la potencia de la erosin que arranca la tierra a las laderas de los valles y acumula en la parteinferior los depsitos no frtiles, hacen el bosque frgil, vulnerable al fuego que encienden losagricultores y los pastores; el bosque se reconstruye lentamente y se degrada con facilidad, y de modo

  • definitivo, en matorral. En la franja meridional para producir las subsistencias hay que luchar ms contralas aguas que contra el rbol. Se trata de domesticar stas para proteger el suelo de las pendientes, paradrenar los pantanos de las llanuras y para compensar con la irrigacin la excesiva sequedad de losveranos.

    A la vista de lo expuesto puede deducirse el papel determinante que desempean las variacionesclimticas. De la temperatura, y ms an de la humedad, de la reparticin de las lluvias en el curso de lasestaciones, dependen la resistencia ms o menos grande de las formaciones boscosas, el comportamientode los suelos, el xito o el fracaso del hombre cuando se esfuerza por extender el espacio cultivado.Ahora bien: no es posible actualmente creer que el clima ha permanecido estable en Europa durante lostiempos histricos. El historiador de una economa tan primitiva como la de la primera Edad Media nopuede, por consiguiente, hacer abstraccin de las fluctuaciones que, por ligeras que fueran, hanmodificado las condiciones de la lucha entre el hombre y la naturaleza. Lo difcil es fecharlas y estimarsu amplitud. Los textos medievales apenas proporcionan, sobre estos puntos, indicaciones vlidas. Sinduda, los cronistas de la poca se muestran de ordinario muy atentos a los meteoros; anotan a lo largo delos aos, entre las dems calamidades con las que la clera divina castiga al gnero humano, los frosexcesivos y las inundaciones, pero sus apreciaciones son siempre subjetivas, imprecisas y ocasionales, ylo que interesa para este gnero de investigaciones son series continuas de anotaciones mensurables. Seha intentado recurrir a la dendrologa, es decir, al examen de los troncos de los rboles cuyos crculosconcntricos anuales reflejan, por la variacin de su espesor, la mayor o menor vitalidad de la planta, esdecir, sus reacciones a las influencias climticas. Pero las especies arbreas europeas son de longevidadinsuficiente para proporcionar indicios aplicables a la Alta Edad Media. Los datos ms tiles para elmedievalismo siguen siendo, en Europa, los que proporciona el estudio de los avances y retrocesos delos glaciares alpinos. La turbera de Fernau, en el Tirol, situada en la proximidad de un frente glaciar, haestado en varias ocasiones, en el curso de la historia, recubierta por los hielos. La acumulacin devegetales fue entonces interrumpida, y en el espesor de la turbera se pueden descubrir hoy da capas dearena ms o menos espesas que se intercalan entre las capas de descomposicin vegetal. Corresponden alos avances del glaciar. Es posible as proponer una cronologa, evidentemente aproximada, de los flujosy reflujos glaciares, es decir, de las oscilaciones climticas, puesto que los movimientos del glaciar estndirectamente relacionados con las variaciones de la temperatura y de la pluviosidad. Parece ser, pues,que los Alpes han conocido, durante la Edad Media, un primer avance glaciar que se puede situar entrelos comienzos del siglo V y la primera mitad del siglo VIII. Esta fase fue seguida de un retroceso que seprolong hasta mediados del siglo XII, y la retirada de los hielos fue entonces, al parecer, claramentems acentuada de lo que lo es en la actualidad. Esto hace suponer que Europa occidental se beneficidurante el perodo correspondiente al retroceso de los hielos de un clima ms suave que el actual, ytambin menos hmedo: no se observa en las turberas la presencia de musgos higrfilos. Despus, losglaciares progresan de nuevo desde mediados del siglo XII, y muy bruscamente: el glaciar de Aletschrecubri en esta poca todo un bosque de conferas cuyos troncos momificados han quedado aldescubierto tras el retroceso actual. Esta segunda fase activa termina hacia 1300-1350. Debe serrelacionada con un descenso de la temperatura media (dbil, en realidad: los especialistas la creeninferior a un grado centgrado) y con un aumento de la pluviosidad cuyas huellas son visibles por todaspartes: en las proximidades de una aldea provenzal ciertas grutas fueron abandonadas a mediados delsiglo XIII a causa de las fuertes infiltraciones de agua provocadas, sin duda, por la agravacin de laslluvias de verano y por la debilitacin de la evaporacin debida al descenso general de la temperatura.

  • Los datos suministrados por la glaciologa alpina pueden ser corroborados por fenmenosconocidos a travs de testimonios de otro tipo y de otros lugares. Tal vez sea arriesgado establecer unarelacin directa entre las oscilaciones climticas y la transgresin marina, cuya existencia acaba de serestablecida, que, poco despus del ao mil, sumergi los establecimientos humanos de las costasflamencas. En cambio, existen concordancias dignas de inters entre las alternaciones de flujos y reflujosglaciares y las modificaciones del manto vegetal que pone de manifiesto el examen del polen conservadoen las turberas. El estudio de estos residuos vegetales permite sobre todo establecer una cronologa,igualmente aproximada, de la extensin y la retraccin de las formaciones forestales t la vecindad de lasacumulaciones de turba. Uno de los primeros diagramas polnicos realizados muestra, en las llanuras delcentro de Alemania, entre el siglo VII y mediados del XI, un retroceso progresivo del bosque al quesigui, en los siglos XIII y XIV, la lenta reconquista del espacio por el rbol. Recientemente, estudiosrealizados en las Ardenas han descubierto, separados por fases de retroceso, tres avances sucesivos delhaya; fechados respectivamente en los alrededores de los aos 200, 700 y 1200, corroboran lo quesugieren las observaciones glaciolgicas en cuanto a las oscilaciones de larga duracin del climaeuropeo. Por imprecisos que sean estos indicios, su convergencia permite fundamentar la hiptesis yesto es lo interesante para nuestro propsito de que hubo en Europa occidental un clima menos hmedo

  • y ms clido entre el siglo VIII y la segunda mitad del XII, es decir, en el momento en el que se insina elprimer despegue de un crecimiento econmico que, como veremos, fue esencialmente agrcola.

    Sera temerario afirmar que nos hallamos ante una estrecha correlacin de estos dos fenmenos y noante una simple coincidencia; los efectos de la coyuntura climtica sobre las actividades humanas no sontan simples y, adems, hay que considerar que la fluctuacin fue ciertamente de escasa amplitud,demasiado escasa al menos para que la elevacin de la temperatura y la reduccin de la pluviosidadhayan podido determinar en el manto vegetal cambios de especie. Sin embargo, incluso si el aumento delas medias trmicas anuales, como se puede suponer en la hiptesis ms prudente, fue inferior a un gradocentgrado, no dej, en el estado de las tcnicas agrcolas de la poca, de repercutir sobre las aptitudesde los suelos cultivados; observemos, en efecto, que tal variacin corresponde poco ms o menos a ladiferencia existente en la Francia actual entre el clima de Dunkerque y el de Rennes, entre el clima deBelfort y el de Lyon. Adems, todo hace creer que este aumento de temperatura fue acompaado de unarelativa sequedad, y esto es lo importante. Investigaciones realizadas en base a documentos inglesescorrespondientes a una poca ligeramente posterior a la que aqu estudiamos han establecido, en efecto,que en los campos europeos sometidos a la influencia atlntica la cosecha cerealista no se vio afectadapor las oscilaciones trmicas, pero era tanto mejor cuanto ms secos eran el verano y el otoo y, por elcontrario, se hallaba comprometida por lluvias demasiado abundantes, sobre todo cuando el exceso depluviosidad se situaba en el perodo otoal[1]. No se puede, por tanto, olvidar este dato que nos ofrece lamoderna historia del clima: en los campos de Europa occidental que estaban a principios del siglo VIItodava sumidos en la hostilidad de un largo perodo de humedad fra, las condiciones atmosfricas,segn todas las apariencias, se hicieron poco despus y de forma lenta ms propicias a los trabajos de latierra y a la produccin de las subsistencias. De esta ligera mejora se beneficiaron, sobre todo, lasprovincias septentrionales; en la zona mediterrnea, en cambio, el aumento de la aridez hizo, sin duda,ms frgil la cobertura forestal y, por consiguiente, ms vulnerable el suelo a los efectos destructores dela erosin.

    CONJETURAS DEMOGRAFICAS

    Cuando se intenta conocer, en el umbral del perodo que estudiamos, la implantacin humana, setropieza con dificultades prcticamente insuperables. Los documentos escritos no proporcionan casininguna indicacin; las primeras relaciones susceptibles de ser utilizadas por el demgrafo no aparecenhasta comienzos del siglo IX en los inventarios de algunos grandes dominios carolingios; todas procedende zonas muy concretas en las que se haba extendido el uso de la escritura en la administracin, es decir,de las regiones situadas entre el Loira y el Rin, por un lado, y de Italia del norte, por otro; adems, todasse refieren a islotes de poblamiento muy restringidos. La arqueologa podra darnos indicios msnumerosos y menos desigualmente repartidos en el espacio, pero las investigaciones son todava muyescasas. La prospeccin arqueolgica descubre restos de hbitat cuya interpretacin demogrfica es muydelicada. Del estudio de las sepulturas y de los restos humanos que contienen se pueden obtener algunasinformaciones sobre el sexo, la edad y, a veces, la complexin biolgica de los inhumados; con estosdatos es posible atreverse a construir tablas de mortalidad, pero antes es preciso inventariar elcementerio entero, estar seguro de que todos los habitantes del lugar fueron sepultados en l, de que no hahabido fenmenos de segregacin en funcin de la condicin social o de la pertenencia a un grupo tnico,y, por ltimo, hay que delimitar el perodo de utilizacin de la necrpolis, es decir, hay que fechar lastumbas. Es posible hacerlo, con una cierta aproximacin, cuando los sepulcros contienen objetosfunerarios, pero el progreso de la cristianizacin y las modificaciones que este progreso determin en el

  • culto a los muertos hacen desaparecer, con el transcurso del tiempo, todos los elementos de datacin.Problemas tcnicos, en suma, de difcil solucin, que limitan extraordinariamente el valor de losdescubrimientos. Muy hipotticos tambin son los resultados de las investigaciones que, mediante elexamen de los territorios cultivados, de los suelos y de los restos florales, intentan delimitar el rea de laocupacin humana en estas pocas antiguas. En una palabra, toda conjetura demogrfica relativa a estapoca se basa en fundamentos muy frgiles.

    Al menos, la impresin de conjunto es que el siglo VII se sita, en la historia del poblamiento deEuropa, al final de una larga fase de regresin que, sin duda, se relaciona con las fluctuacionesclimticas. Parece probable que el mundo romano se vio afectado a partir del siglo II de la era cristianapor un movimiento de descenso demogrfico; esta lenta debilitacin parece haberse acentuadobruscamente en el siglo VI por la aparicin de una epidemia de peste negra. Segn el historiadorbizantino Procopio, el mejor testigo de estas calamidades, el mal se extendi en 543-546 a travs deItalia y de Espaa, invadi una gran parte de la Galia y lleg hasta las orillas del Rin superior y medio.Sabemos por la descripcin de Gregorio de Tours que, efectivamente, se trataba de la peste bubnica,que hizo su aparicin despus de unas inundaciones catastrficas, que atac a toda la poblacin, y sobretodo a los nios y que provocaba la muerte inmediata. Como despus del segundo ataque del mismo azoteque Europa sufri a mediados del siglo XIV la epidemia sigui causando vctimas durante ms de mediosiglo, surgiendo nuevos brotes de peste como los sealados por los textos en el ao 563 en Auvernia; enel 570, en Italia del norte, en Galia y en Espaa; en el 580, en el sur de Galia; la epidemia hace estragosen Tours y en Nantes en 592; reina entre el 587 y el 618 en Italia y en Provenza. Ningn dato numricopermite la menor evaluacin de los efectos de la mortalidad. En Italia, a los de la peste se unen los de laguerra provocada por la invasin lombarda. Las observaciones de los arquelogos descubren, en todocaso, una disminucin sensible del poblamiento, que no se limita a los lugares de los que sabemos porlos textos que fueron atacados por la peste; en Alemania se observa un claro retroceso de la ocupacinhumana tanto en el sudoeste como en las costas del mar del Norte: el yacimiento de Mahndorf, al sudestede Bremen, estaba ocupado por ochenta campesinos entre el 250 y el 500; entre el 500 y el 700 loshabitantes eran, como mximo, una veintena; la zona costera, poblada hacia el ao 400, parece vaciarsedespus de un modo total.

    Ciertas evaluaciones de conjunto de la poblacin europea han sido realizadas para el siglo VI;proponen una estimacin de 5,5 habitantes por kilmetro cuadrado en Galia, de 2 en Inglaterra quetendra menos de medio milln de habitantes, de 2,2 en Germania, donde, en las regiones msintensamente ocupadas, el espacio cultivado habra abarcado del 3,5 al 4 por 100 de la superficie total.Mantengamos la mayor prudencia respecto a estas cifras; su nico inters radica en mostrar cun escasoseran los hombres en Europa en el inicio del movimiento de progreso que nos proponemos observar. Estastierras boscosas estaban prcticamente vacas. Adems, sus habitantes aparecen en estado dedesnutricin: los esqueletos y la denticin recogidos en las sepulturas revelan la existencia de fuertesdeficiencias alimenticias que explican la vulnerabilidad de la poblacin a los ataques de la peste.Epidemias no identificadas estn atestiguadas todava en Inglaterra en el 664; en Italia, hacia el ao 680;en el 694, en la regin de Narbona; un nuevo recrudecimiento de la peste se produce hacia el 742-743; ladespoblacin, el abandono de las tierras cultivadas y su conversin en zonas pantanosas provocan lainstalacin endmica de la malaria en las llanuras mediterrneas. En este vaco humano el espacio essobreabundante. En estas condiciones la base de una fortuna no es la posesin del suelo, sino el podersobre los hombres, sin embargo tan mseros, y sobre sus muy pobres tiles de trabajo.

    LOS UTILES DE TRABAJO

  • De estos tiles apenas sabemos nada. Son peor conocidos que los de los campesinos del Neoltico.Los textos, los raros textos de esta poca, no nos ensean nada sobre ellos; nos dan palabras, y aun enestos casos se trata de palabras latinas que traducen torpemente el lenguaje vulgar, anticuadas eincapaces de expresar la realidad cotidiana. Bajo estos vocablos, cmo conocer el objeto, su forma, sumateria, en definitiva, su mayor o menor eficacia? Del aratrum o de la carruca, mencionados de vez encuando por los documentos escritos muy poco prolijos que han intentado a lo largo de los siglos describirlos trabajos agrcolas, qu podemos conocer? Los dos trminos, sin duda intercambiables el primeroes utilizado por los escribas ms letrados, porque proceda del vocabulario clsico; el otro traduce msfielmente el habla popular, evocan solamente un instrumento arrastrado por un tiro y destinado a lalabor. La segunda palabra indicara, como mximo, que el til estaba provisto de ruedas, pero ningunaglosa permite definir cul era la traza de su reja, si su accin se ampliaba con el aadido de unavertedera, es decir, si el labrador dispona de un verdadero arado, capaz de remover el suelo y deairearlo en toda su profundidad, o solamente de un arado cuya reja simtrica poda, como mximo, abrirun surco sin remover la tierra. Los descubrimientos arqueolgicos no han proporcionado casi nada quepueda iluminar, para esta poca, la historia de la tecnologa campesina.

    Y tampoco se puede esperar mucho de la iconografa, por otra parte muy deficiente; de hecho, nadanos permite juzgar si tal imagen intenta reproducir el espectculo de la vida contempornea o si,inspirndose en modelos de talleres antiguos o exticos, presenta formas puramente simblicas ydesprovistas de toda referencia a lo cotidiano, sin preocuparse por el realismo. La falta de informacionesseguras relativas a los aperos de labranza es particularmente lamentable. Cmo hacerse una idea de lasfuerzas productivas si se ignora todo sobre los tiles de trabajo?

    En una oscuridad tan profunda resulta obligado recurrir a documentos ms tardos, a los textos queel renacimiento de la escritura, estimulado por la administracin carolingia, hizo surgir a fines del sigloVIII. Precisemos antes de nada que estos escritos se refieren slo a los dominios ms amplios y a losmejor organizados, es decir, a sectores de vanguardia de la tcnica agrcola. Los pesquisidores, a los quese confi la misin de realizar el inventario de estas grandes explotaciones, tenan rdenes de enumerarlos tiles de los que dispona cada centro y especialmente los utensilios de metal, que eran los de msvalor. He aqu una de estas relaciones. Conservada en un manuscrito del primer tercio del siglo IX, serefiere a un gran dominio real, al de Annappes, situado en los confines de Flandes y de Artois: tiles:dos barreos de cobre, dos vasos para beber, dos calderos de cobre, uno de hierro, una sartn, unasllares, un morillo, un portaantorchas, dos destrales, una doladera, dos taladros, un hacha, un raspador,una garlopa, una llana, dos guadaas, dos hoces, dos palas de hierro. tiles de madera suficientes[2].Del texto copiado se desprenden claramente los hechos siguientes: los objetos cuidadosamenteinventariados a causa de su valor son ante todo utensilios de cocina o de hogar y, adems, algunos tilesdestinados al trabajo de la madera; en esta explotacin muy amplia en la que se criaban cerca dedoscientas reses bovinas los nicos instrumentos de metal empleados en la agricultura estaban destinadosa cortar la hierba y el trigo o a remover la tierra a mano; el dueo no posea ms que un nmero reducidode ellos, sin duda porque los cultivadores de la tierra venan en su mayor parte de fuera y llevabanconsigo sus propios aperos; ningn instrumento aratorio es mencionado entre los tiles metlicos. Lautilizacin del hierro parece, pues, extremadamente limitada en el equipo agrcola, y la rareza del metalse halla confirmada por otros textos. La Ley slica, cuya primera redaccin latina es de 507-511, y quesufri aadidos y modificaciones constantes a lo largo de los siglos VII y VIII, castigaba con una fuertemulta el robo de un cuchillo. El capitular De villis, gua redactada hacia el ao 800 para uso de losadministradores de las propiedades reales, les recomendaba que realizaran atentamente el inventario delos herreros, de los ministeriales ferrarii; a su paso por Annappes, los pesquisidores han anotado que nohaba ningn herrero en el dominio. En el gran monasterio de Corbie, en Picarda, cuya economa interna

  • conocemos bastante bien gracias a los estatutos promulgados por el abad Adalardo en el ao 822, existaun solo taller para el que se compraba hierro de modo regular y donde se llevaban a reparar todos lostiles de trabajo de los diferentes dominios rurales; pero all no se fabricaban los arados empleados en lahuerta de la abada; proporcionados por los campesinos, eran construidos y reparados con sus propiasmanos y, por consiguiente, parece, sin utilizar el metal. Nos inclinamos a pensar, por tanto, que en lasgrandes explotaciones agrcolas sobre las que nos informan los manuscritos de la poca carolingia aexcepcin tal vez de los redactados en Lombarda que hablan ms a menudo de los herreros y que aludena algunos colonos obligados a entregar en censo rejas de hierro, el arado, el instrumento bsico para elcultivo de los cereales, figuraba entre los tiles de madera olvidados por los redactores de losinventarios que se contentaban con anotar que haba suficientes. El arado no era construido por unespecialista, capaz de trabajarlo de manera ms compleja y eficaz, sino en la casa campesina. Se puedepensar que su punta de ataque, en su totalidad de madera endurecida al fuego, y en el mejor de los casosrecubierta de una delgada lmina de metal, era poco capaz, incluso cuando el til fuera muy pesado,estuviera provisto de ruedas y lo arrastraran seis u ocho bueyes, de remover suelos compactos. No podani siquiera remover bastante profundamente las tierras ligeras para estimular vigorosamente laregeneracin de sus principios de fertilidad. Frente a la potencia de la vegetacin natural el arado era unarma irrisoria.

    De hecho, no es seguro que el personal de los grandes dominios que describen los inventarios delsiglo IX haya estado tan bien equipado como los cultivadores de las comarcas ms salvajes. Estasexplotaciones pertenecan casi todas a monjes, es decir, a hombres letrados, influidos por los modelosclsicos de la agricultura romana, que intentaban aplicar sus frmulas a la puesta en valor de la tierra.Pero la civilizacin romana, porque era predominantemente mediterrnea, porque el Mediterrneo espobre en metales, porque los suelos arables son frgiles, porque la labor no consiste en dar la vuelta a latierra, sino tan slo en romper la costra superficial y en destruir la vegetacin parasitaria, no se habapreocupado del perfeccionamiento de las tcnicas aratorias: desde el comienzo de nuestra era losromanos haban descubierto con sorpresa que los brbaros empleaban unos aperos agrcolas menosrudimentarios que los suyos, y pese a todo no haban intentado apropirselos. Durante la Alta EdadMedia algunos indicios permiten atribuir una cierta superioridad tcnica a regiones menos civilizadasque la regin de la Isla de Francia. El estudio de las lenguas eslavas nos informa, por ejemplo, de que elarado verdadero, no el arado romano, estaba lo suficientemente extendido por Europa central como pararecibir un nombre especfico antes de las invasiones hngaras que separaron a los eslavos del sur de losdel norte, es decir, antes del siglo X. En Moravia, en los Pases Bajos, los arquelogos han descubiertoobjetos de hierro que, tal vez, son rejas de arados. La ilustracin de un manuscrito ingls del siglo Xmuestra, en accin, un instrumento de labor provisto de una vertedera. El poeta Ermoldus Nigellus evocalas rejas de hierro en el siglo IX, a propsito de Austrasia, es decir, de la provincia ms salvaje de laGalia, y si en su Colloquium, cuyo manuscrito con la versin latina data de los alrededores del ao mil,el anglosajn Aelfric Grammaticus hace decir al lignarius, al artesano de la madera, yo fabrico lostiles, atribuye al herrero un papel fundamental en la confeccin del arado, que debe a este trabajadordel hierro sus accesorios ms eficaces y lo mejor de su potencia. Estas indicaciones dispersas nosinducen a suponer que, durante la segunda mitad del primer milenio, los pueblos herreros de la Germaniaprimitiva, en la oscuridad total que recubre en estos momentos la historia de las tcnicas, tal vez hanextendido, poco a poco, el uso del metal en los instrumentos agrcolas.

    Conservemos, sin embargo, la imagen global de una sociedad agraria mal equipada y obligada, paraproducir sus alimentos, a enfrentarse a la naturaleza con las manos casi desnudas. El aspecto muyclareado que presenta en el siglo VII la ocupacin del suelo depende tanto de la precariedad de equiposcomo de la insuficiencia demogrfica. Las tierras cultivadas permanentemente son raras; se reducenestrictamente a los suelos menos resistentes al trabajo campesino. De estos campos los hombres sacan

  • una parte de su alimento, pero slo una parte. Mediante la recogida de los frutos salvajes, a travs de lapesca o de la caza la red, la trampa, todos los ingenios de captura son, y sern por mucho tiempo,armas primordiales en el combate por la supervivencia, y gracias a la prctica intensiva de laganadera los hombres encuentran suficientes alimentos en las riberas, en el ro, en las tierras baldas yen el bosque.

    EL PAISAJE

    La fisonoma del paisaje refleja la densidad del poblamiento y el estado de los tiles de trabajo;pero tambin el sistema de cultivo que, a su vez, depende de las tradiciones alimenticias. En efecto, nohay que pensar que una sociedad humana se alimenta de lo que la tierra en la que est asentada podraproducir ms fcilmente; la comunidad es prisionera de hbitos que se transmiten de generacin engeneracin y que difcilmente se dejan modificar; en consecuencia, lucha encarnizadamente para vencerla resistencia del suelo y del clima, con el fin de obtener los alimentos cuyo consumo le imponen suscostumbres y sus ritos. El historiador debe, previamente, informarse sobre ellos cuando intentaimaginarse cules eran los usos agrcolas en el pasado.

    Se puede pensar que el encuentro y la fusin progresiva de la civilizacin romana y de lacivilizacin germnica, cuyo escenario fue Europa occidental durante el comienzo de la Alta EdadMedia, favorecieron, entre otras cosas, la confrontacin de tradiciones alimenticias sensiblementediferentes. Recordemos el asco que inspiraba al galorromano Sidonio Apolinar la forma en que sealimentaban los brbaros con los que se codeaba: su cocina, a base de mantequilla y de cebolla, lepareca repugnante. De hecho, durante los siglos VII y VIII se enfrentaron tambin dos maneras deexplotar los recursos naturales y, por consiguiente, dos tipos de paisaje: un tipo romano, en vas dedegradacin, y un tipo germnico, en vas de perfeccionamiento, que progresivamente se interpenetraron.

    Algunos textos nos dan a conocer, para esta poca, el modelo de alimentacin legado por Roma.Sabemos, por ejemplo, que los pobres mantenidos en los hospicios de Luca reciban cada da, en el ao765, un pan, dos medidas de vino y una escudilla de legumbres condimentadas con grasa y aceite. Lasindicaciones ms consistentes nos las proporcionan los captulos XXXIX y XL de la regla promulgadapor San Benito de Nursia a fines del siglo VI para las comunidades monsticas de Italia central. Estospreceptos sealan, para los diversos perodos del calendario litrgico, el nmero de comidas, la clase dealimentos que deben ser consumidos, e incluso la medida de las raciones. Digamos brevemente que laregla de San Benito ordena servir en el refectorio platos compuestos, como en los primeros tiempos delmonaquismo, de hierbas, de races y de leguminosas; aade, en cantidad muy sustancial, pan y vino aestos alimentos, que se consumen crudos o cocidos y que no aparecen sino como acompaamiento delpan, el companagium. Notemos que se trata en este caso de un rgimen muy especial, compuesto parahombres que se haban comprometido a la abstinencia y que, de modo especial, se prohiban, salvo encaso de desfallecimiento fsico, el consumo de la carne de los cuadrpedos. Evidentemente, y puesto queesta prohibicin es presentada como una privacin difcil y eminentemente saludable, en el rgimennormal de esta regin haba lugar para la carne. Se debe pensar, sin embargo, que San Benito y losmaestros en los que se inspiraba, animados por un espritu de moderacin, no se haban alejadoexcesivamente, cuando dispusieron estos reglamentos alimenticios, de las costumbres habituales de lasociedad rural de su tiempo. Verdaderamente, la sociedad mediterrnea esperaba de la tierra, de acuerdocon la tradicin romana, ante todo cereales panificables y vino; despus, habas y guisantes, hierbas yraces cultivadas en el huerto, y, por ltimo, aceite.

    Esta manera de alimentarse se acomodaba al estilo de existencia que la colonizacin romana haba

  • implantado, desde haca tiempo, en la proximidad de las ciudades, hasta en Bretaa y en las orillas delRin, y que los germanos quisieron apropiarse, porque, a sus ojos, caracterizaba a la lite civilizada delmundo feliz cuya entrada haban forzado. Tales costumbres alimenticias se haban impuesto como modelogracias al prestigio que les otorgaba el hecho de estar relacionadas con la civilizacin clsica. Uno delos signos elementales de la promocin cultural fue, por tanto, comer pan y beber vino, consumir estasdos especies que los ritos mayores del cristianismo proponan como el smbolo mismo de la alimentacinhumana. El amplio movimiento que hace difundirse este tipo de alimentacin civilizada aparece enpleno desarrollo en el siglo VII: la implantacin en las zonas salvajes del norte y del este de nuevascomunidades monsticas cuyos miembros estaban obligados, por textos precisos, a alimentarse como loscampesinos italianos contemporneos de Benito de Nursia, contribuy a propagar estas prcticasalimenticias. Pero adoptarlas obligaba a importar ciertos productos los monjes de Corbie, en Picarda,obtenan el aceite en el puerto provenzal de Fos, adonde lo llevaban, de ms lejos an, los navos o aponer en funcionamiento un sistema de cultivo apropiado, basado en la produccin de cerealespanificables y en la viticultura. Los principios y los modelos de tal sistema podan encontrarse en losescritos de los agrnomos latinos que se veneraban por la misma razn que los restantes vestigios de laliteratura clsica, recopilados como ellos en los escritorios de los monasterios: el manuscrito msantiguo de los gromatici que se conserva procede de la abada italiana de Bobbio y est fechado en elsiglo VII. Aunque el clima de un amplio sector de Europa occidental fuese, sobre todo a causa de laexcesiva humedad, poco favorable para el cultivo del trigo y menos favorable an para el de la via, elsistema se haba extendido ampliamente. Y segua extendindose. Se siente uno tentado de pensar que lalenta modificacin de la temperatura y de la pluviosidad favorecan sus progresos. Los miembros de laaristocracia, y en primer lugar los obispos, cuyo papel fue esencial en el mantenimiento de las formassuperiores de la civilizacin antigua, haban creado viedos en las proximidades de sus residencias yfomentado la extensin de su cultivo. De esta forma se haba extendido, muy lejos de su cuna meridional,un cierto tipo de paisaje.

    Este paisaje, cuya base es el campo permanente, haba sido concebido inicialmente en funcin deuna agricultura de llanura, que en los pases mediterrneos exige una organizacin colectiva aplicada a ladomesticacin de las aguas. En las provincias ms estrechamente sometidas a Roma esta organizacin sehaba desarrollado en el marco ortogonal, rgido, esttico, de la centuriacin, cuyas huellas, muy clarastodava bajo la red catastral actual, permite observar la fotografa area en frica del norte, en Italia, enel valle del bajo Rdano. Los amplios espacios dedicados al cultivo de los cereales y a las plantacionesde vias y de olivares se hallaban repartidos entre grandes explotaciones compactas, de superficiecuadrangular. En las regiones ms alejadas del Mediterrneo la implantacin de campos y vias se habarealizado, de forma cada vez menos homognea, en suelos cada vez ms escasos y dispersos que parecanpropicios a la creacin de claros agrcolas alrededor de villas aisladas. En este sistema la produccin decereales se basaba en una rotacin bienal del cultivo: la tierra sembrada durante un ao era dejada enreposo al siguiente; en este barbecho slo se sembraban algunas leguminosas. Esta disposicin, as comola presencia de la via, exiga una clara separacin entre las zonas de pasto y las tierras de labor: al agerse opona vigorosamente el saltus, la zona reservada al ganado. Tomemos el ejemplo de Auvernia, esteislote privilegiado de la romanidad en el corazn de Galia, cuyo paisaje agrario podemos entrever atravs de algunas noticias dispersas en la obra de Gregorio de Tours, que proceda de all. El contrastees considerable entre Limagne que est cubierta de mieses y no tiene bosques, donde la falta demadera obliga a hacer fuego con la paja y cuya agricultura de llanura est constantemente amenazada porla inundacin y por el retorno conquistador de la cinaga y las montaas que la rodean, los saltusmontenses, la silva, dominio de los cazadores domsticos, que proveen de caza a las viviendasaristocrticas de la llanura, dominio de los eremitas que han querido huir del mundo, dominio sobre todode los pastores, amplia zona de pasto para las ovejas y que, en grandes sectores, pertenece al Estado, al

  • que los ganaderos pagan derechos de pasto.Este contraste es decisivo en la reparticin del hbitat. En el saltus se mantienen formas primitivas

    de asentamiento, anteriores a la conquista romana, aldeas de altura, instaladas en el cruce de caminosmuy antiguos, cuya red en forma de estrella, todava visible actualmente en algunas partes de latopografa de los campos, difiere sensiblemente de la red regular y ortogonal impuesta ms recientementeen las llanuras por la centuriacin. A estos castella, para utilizar una expresin de Sidonio Apolinar, seoponen las villas diseminadas por el ager. El vocabulario de los escritores del siglo VII distingue, poruna parte, las residencias de los seores (domus), situadas en el centro de los grandes dominios rodeadas de edificios de explotacin y de cabaas en las que viven los servidores domsticos, cada unade ellas es el centro de un importante ncleo de poblacin y, por otro lado, las casas de loscampesinos (casae), igualmente dispersas en medio de los campos el seto que las protege abrigatambin, junto a construcciones elementales, los graneros y las tinajas en las que se conservan lasreservas de provisiones. De trecho en trecho aparece un vicus, una pequea aglomeracin deagricultores; estos centros, por el momento abiertos y sin murallas se han contado trece en la bajaAuvernia y cerca de noventa en la dicesis de Le Mans, se han convertido en el siglo VI en las sedesde las primeras parroquias rurales. En el aspecto religioso al menos, las villae de los alrededores sonconsideradas como sus satlites.

    Realmente, estas estructuras representan un vestigio del pasado, en vas de degradacin como todaslas realizaciones de la civilizacin romana. Y una de las razones de su progresiva degradacin se hallaen el hecho de que las tradiciones alimenticias sufren una lenta modificacin. En Galia, puesto que loscontactos comerciales disminuyen y hay que vivir de lo que se tiene a mano, el uso del tocino, de lagrasa, de la cera, tiende a desplazar al aceite en la alimentacin y en la iluminacin. Idnticos cambios seproducen en Italia del norte por influencia de las costumbres importadas por los invasores germnicos,cuyo prestigio de guerreros victoriosos las hace atractivas: en Italia, la racin diaria de los artesanosespecializados como los maestri comacini la conocemos por reglamentos de mediados del siglo VIIconcede un amplio lugar a la carne de cerdo. En las casas de los ricos cada vez se consume ms caza. Esdecir, los productos del saltus, de la naturaleza salvaje, tienen una funcin cada vez ms importante en laalimentacin de los hombres. Pero el paisaje de tipo romano se degrada tambin porque la agricultura dellanura, recordmoslo, es frgil. La amenazan y la destruyen poco a poco las actividades de losmerodeadores a los que la incapacidad del poder pblico deja en libertad, y que convergen hacia loslugares en los que se acumulan las riquezas fciles de tomar y el abandono de las organizacionescolectivas de drenaje, incapaces en adelante de contener eficazmente la accin de las aguas.Insensiblemente, las zonas bajas del ager se despueblan y quedan abandonadas. A lo largo del siglo VIIinnumerables villae, cuyo emplazamiento en medio de tierras de labor descubren los arquelogos, sonabandonadas, mientras que los vici pierden su carcter y se convierten en simples villae. Estosfenmenos coinciden con la disminucin general de la poblacin. Pero pudiera ser, igualmente, que desdeesta poca se haya iniciado en ciertas regiones de la Europa mediterrnea, en Italia central, un lentomovimiento de transformacin del hbitat, un reflujo hacia los lugares encaramados en las alturas, unarevigorizacin de los marcos primitivos del poblamiento indgena. La decadencia de Roma se manifiestatambin por este retorno a tipos de aldeas y a sistemas de cultivo que se haban organizado en otrotiempo en funcin no del ager, sino del saltus, y de una amplia explotacin de la naturaleza salvaje, esdecir, a tipos de aldeas y a sistemas de cultivo muy prximos a los germnicos.

    Los paisajes de tipo germnico aparecen en estado puro en las regiones no influidas por lacivilizacin romana, como el pas de los sajones, o apenas desfloradas, como Inglaterra. En esta zonaseptentrional de Europa la ocupacin humana era muy dbil, tres veces menos densa, segn hemos dicho,que en Galia; las condiciones climticas y edafolgicas obligaban, antes de sembrar los cereales, avoltear la tierra en profundidad con un instrumento arrastrado o, de forma sin duda ms eficaz, a mano,

  • con ayuda de una azada o una laya. Las necesidades tcnicas y el escaso nmero de brazos obligaban areducir los campos de cultivo a las tierras ms aptas, a los loess de las llanuras en Germania, a losbordes aluviales de los ros en Inglaterra. Es probable que en estas regiones salvajes los claros arablesestuvieran desde el siglo VII en vas de ampliacin: sin duda, en esta poca, las tierras pesadas de lasMiddlands fueron poco a poco colonizadas por la agricultura tal vez gracias a una extensin de laesclavitud y a una mayor utilizacin de la mano de obra servil en el trabajo de los campos. A pesar detodo, en Germania el hbitat rural segua estando muy disperso en aldeas de reducida importancia: en unazona prxima a Tubinga, en Alemania del sudoeste, en un terreno sin embargo particularmente frtil yfcil de cultivar, los arquelogos calculan que haba, a comienzos del siglo VI, solamente dos o tresexplotaciones agrcolas que no alimentaban a ms de veinte personas; en el valle del Lippe, lasaglomeraciones que se han descubierto raramente renen ms de tres hogares. Los arquelogos seimaginan el espacio cultivado alrededor de cada uno de estos puntos de poblamiento como un islote muyreducido, limitado como mximo a una decena de hectreas. Este in-field, de extensin irrisoria, estabaante todo ocupado por huertos situados en la proximidad inmediata de las casas; sometidos a un trabajoconstante, enriquecidos por los detritus familiares y por el estircol del corral, estos lotes formaban conmucho la parte ms productiva del rea explotada; en ellos haba algunos rboles frutales, escasostodava: los artculos de la ley slica castigan con fuertes multas a los ladrones de frutos. Por lo que serefiere a los campos de labor parece que no cubran totalmente el resto del pequeo claro. Los germanosTcito lo haba ya sealado en la clebre frmula: Arva per annos mutant et superest agerpracticaban una rotacin peridica del cultivo cerealista y a un ritmo mucho ms flexible que en loscampos romanizados; abandonaban al yermo durante muchos aos las parcelas cuya fertilidad comenzabaa agotarse, dejaban pastar en ellas a sus ganados y abran nuevos campos de labor un poco ms lejos ensuelos a los que un cierto tiempo de descanso haba regenerado. De este modo se extenda, ms all delespacio vital reservado a los huertos, es decir, a un cultivo en el que el abono y el trabajo manualpermitan la explotacin permanente, una zona en la que se mezclaban lo que las primeras actas escritasen Germania para garantizar la posesin territorial son tardas; la ms antigua conservada es del ao704 llaman rothum, es decir, campos momentneamente abandonados, y nova, la tierra nuevamentepuesta en explotacin. En el momento en que la simiente comenzaba a crecer se levantaban sealespara prohibir el paso y la ley castigaba a los que no respetaban estas prohibiciones. El rea en la que sedesplazaban lentamente las cosechas y en la que abundaban los rboles estaba delimitada por setos cuyaimportancia jurdica est atestiguada por todas las leyes de los pueblos germnicos; estas cercas tenancomo finalidad proteger la tierra en explotacin de los daos causados por los animales salvajes; peroante todo eran el smbolo de la apropiacin del suelo por los habitantes de la aldea. Tras este lmiteexista un nuevo crculo, ms amplio, sometido a la explotacin colectiva de la comunidad campesina; enl pastaban los rebaos desde primavera hasta otoo, se practicaba la caza, la recogida de frutossilvestres, se recoga la madera para las casas, las empalizadas, los tiles y el fuego. El bosque estaba enestas zonas fuertemente degradado por todas estas prcticas, pero ms lejos se mantena intacto y a vecesen muy amplias extensiones. El paisaje de Inglaterra difera poco del entrevisto en Germania;indudablemente, en ciertas partes de Inglaterra, especialmente en el sudeste, los claros eran msnumerosos; y, sobre todo, las aldeas estaban muy poco alejadas una de otras y en ocasiones sus camposcultivados se juntaban; se dispona, pues, de espacios continuos de campos abiertos; alrededor de lasparcelas sembradas se elevaban setos temporales que eran derribados despus de las recoleccin paralevantarlos nuevamente con la aparicin de los cereales. Ciertos textos, especialmente las estipulacionesde las leyes del rey Ine, que datan del siglo VII, revelan la existencia, junto a las parcelas de labor queposea cada familia, de praderas de propiedad colectiva y de amplias superficies boscosas clareadas porislotes de cultivo intermitente y por grandes reas de pastos, los wealds, comunes a varias aldeas.Mientras que, segn los documentos del siglo X, el conjunto del espacio inculto apareca claramente

  • delimitado y repartido entre las diferentes aldeas, las primeras actas escritas, que son anteriores en tressiglos, muestran que en aquel momento las comunidades campesinas instaladas a lo largo de los cursosde agua an no se haban repartido las zonas abandonadas a la vegetacin salvaje.

    Los escasos indicios de que disponemos para conocer la alimentacin humana en esta partebrbara de Europa muestran que en ella se consuma igualmente el cereal. En tiempos del rey Ine lossbditos obligados a avituallar la casa real entregaban panes y cerveza, y los arquelogos que hanmedido la superficie de los establos descubiertos en las zonas de hbitat antiguo en las orillas alemanasdel Mar del Norte creen que los productos de la ganadera no podan asegurar ms de la mitad de lasubsistencia de los habitantes. Pero la importancia del trigo era mucho menor que en las comarcasromanizadas. Los campesinos ingleses proporcionaban a su soberano, y en cantidades apreciables, quesoy mantequilla, carne, pescado y miel. Basndose en los descubrimientos arqueolgicos, W. Abel hacalculado que los campos cultivados cerca de las aldeas de Alemania central eran demasiado pocoextensos para procurar ms de un tercio de las caloras necesarias a quienes los cultivaban. Deban, pues,extraer la mayor parte de sus alimentos de la horticultura, de la recogida de frutos, de la pesca, de la cazay de la ganadera. El paisaje cuyas huellas se descubren en la Europa brbara responde indudablemente aun sistema de produccin ms pastoril que agrcola. Sabemos que la ganadera estaba mezclada y que laproporcin de las diferentes especies animales variaba de acuerdo con las aptitudes naturales. Losbueyes y las vacas eran ms numerosos en las zonas donde predominaba la hierba en la vegetacinnatural: en el territorio de una pequea aldea de Germania a orillas del Mar del Norte, que estuvoocupada entre los siglos VI y X, los esqueletos de animales se distribuyen de la siguiente manera: ganadobovino, 65 por 100; ovino, 25 por 100: porcino, 10 por 100. No obstante, de una manera general, ypuesto que en casi todas partes el bosque de encinas y de hayas constitua el elemento principal delpaisaje, la cra del cerdo era el gran suministrador de los alimentos crnicos: en el ttulo II de la leyslica diecisis artculos tratan de los robos de cerdos, y precisan minuciosamente, segn la edad y elsexo del animal, la tarifa de indemnizacin; los bosques ingleses se hallan cubiertos de denns, es decir,de instalaciones dedicadas a la ceba de los cerdos.

    La asociacin ntima de la ganadera y de la agricultura, la compenetracin del campo de labor y delespacio pastoril, boscoso y herbceo, es sin duda el rasgo que ms claramente diferencia el sistemaagrario brbaro del sistema romano, en el que el ager y el saltus aparecen disociados. Sin embargo, ladistincin entre los dos sistemas se hallaba durante la Alta Edad Media en proceso de progresivaatenuacin. Porque, por una parte, en su conjunto, el mundo romano volva a la barbarie; porque, por otrolado, el mundo brbaro se civilizaba; porque tal vez la penetracin del cristianismo destrua lentamentelos tabes paganos que se oponan a la roturacin de los bosques; porque seguramente los hombressalvajes se acostumbraban poco a poco a comer pan y a beber vino. En el corazn de los bosquesalemanes el estudio del polen de las turberas demuestra en los siglos VI y VII, pese a los brotes de pestey a todas las mortalidades, el avance lento pero continuo de los cereales a expensas de los rboles y delmatorral. Tcito se haba extraado de que los germanos de su tiempo no exigan a la tierra ms quecosechas y no plantaban vias; ahora bien, stas reciben ya una proteccin especial en el cdigo penalde la ley slica, y cuando, en el siglo VII, algunos grandes propietarios germnicos se deshacen de sudominio a cambio de una renta vitalicia en alimentos, exigen del beneficiario fuertes entregas de vino.

    De la fusin de estos dos sistemas de produccin naci finalmente el que caracteriza al Occidentemedieval, y la fusin fue sin duda ms precoz y ms rpidamente fecunda en las regiones en las que sedaba un contacto ms estrecho entre ambas civilizaciones: en el corazn de la Galia franca, es decir, enla cuenca parisina. En ella subsistan amplios espacios forestales: los grandes dominios cuya estructuradescubren en los siglos VI y VII los testamentos de los obispos de Le Mans estaban en gran partecubiertos por bosques y eriales. Pero los espacios ocupados por la vegetacin natural y destinados a serexplotados al modo germnico estaban prximos a llanuras con zonas roturadas desde antiguo y en las

  • que se haban implantado las prcticas agrcolas de Roma. Los primeros documentos verdaderamenteexplcitos que revelan los procedimientos aplicados a la explotacin rural las guas de administraciny los inventarios de dominios redactados por orden de los soberanos carolingios de fines del siglo VIII ycomienzos del IX se refieren precisamente a regiones de confluencia de ambos sistemas. En este puntode equilibrio entre la inmadurez del mundo campesino primitivo y la degradacin de los campos del sur,en tierras relativamente favorecidas por las influencias climticas y por la calidad de los suelos, losdocumentos nos muestran empresas de produccin dirigidas por los agentes del rey y por los delegadosde los grandes monasterios, es decir, explotaciones piloto, sin duda las ms cuidadosamente atendidas.Podemos servirnos de las enseanzas de estos textos para intentar apreciar lo que era entonces, en elmejor de los casos, la productividad del trabajo rural.

    Entre estos documentos, aquellos muy escasos que no describen propiedades monsticas, esdecir, dominios en los que el rgimen alimenticio ritualizado de la comunidad religiosa obligaba aproducir ante todo cereales panificables y vino, muestran el papel considerable que desempeaba en laproduccin la explotacin del saltus. Los artculos del capitular De villis, que se refiere a los dominiosdel rey, invitan a quienes los dirigen a ocuparse ms de los animales y de la defensa de los bosquescontra la depredacin de los roturadores furtivos que de los campos cultivados. Cuando lospesquisidores que visitaron a fines del siglo VIII el dominio real de Annappes quisieron evaluar lasreservas alimenticias conservadas en los cilleros y en los graneros hallaron relativamente poco grano,pero gran cantidad de quesos y de cuartos de cerdo ahumado. Sin embargo, el inventario que realizaronmuestra tambin que los molinos y cerveceras, talleres de transformacin de cereales construidos por eldueo para sus propias necesidades, pero que, mediante el cobro de una parte proporcional a latransformada, pona a disposicin de los agricultores de la vecindad, proporcionaban regularmentegrandes cantidades de trigo. Lo que prueba que, incluso en esta regin muy pastoril y aun al nivel de lapequea explotacin campesina, los campos de cultivo figuraban en el centro del sistema de produccin.

    Para que las tierras arables fuesen capaces de cumplir su funcin alimenticia era necesario mantenersu fertilidad dejndolas en reposo peridicamente, abonndolas y labrndolas. De la eficacia conjunta deestas tres prcticas dependa el rendimiento del cultivo cerealista. Pero esta eficacia estaba ligadaestrechamente a la calidad del ganado. En efecto, las labores podan ser tanto ms frecuentes, y eran tantoms tiles, cuanto ms numerosos y fuertes eran los animales uncidos a los instrumentos aratorios; cuantoms importante era el rebao que pastaba en los barbechos ms reconstituyente era el abono natural; porltimo, la cantidad de estircol que poda extenderse por los campos dependa del nmero de bueyes y deovejas estabulados durante el invierno. La interdependencia de las actividades pastoriles y agrcolas esen Europa la base del sistema de cultivo tradicional.

    Los documentos del siglo VIII no contienen apenas informaciones sobre el ganado. Y lo poco quedicen nos induce a pensar que los establos de los grandes dominios estaban mal atendidos. Sin duda losanimales criados en las explotaciones campesinas dependientes contribuan a revigorizar las tierras delseor: este ganado pastaba en sus barbechos, era utilizado para el trabajo de sus campos; pese a todo, laimpresin dominante es de clara insuficiencia de la cabaa. Es explicable. En esta civilizacin primitivalos alimentos eran raros; los hombres vean en los animales domsticos competidores que les disputabanlos vveres; no comprendan que la escasez y la debilidad del ganado eran de hecho culpables de lasdeficiencias de la produccin agrcola, es decir, de la penuria de las subsistencias; no se decidan aconceder mayor importancia a la cra de ganado de tiro. Y en consecuencia, la tierra estaba maltrabajada. Esto puede verse en los inventarios de los grandes dominios carolingios y en lo que dicenreferente a las sernas efectuadas en los campos seoriales: en el otoo, la siembra del trigo, del centeno ode la escanda era preparada por dos labores sucesivas; una tercera vuelta a la tierra preceda enprimavera a la siembra de la avena. Era demasiado poco para preparar convenientemente el suelo, dadoel carcter rudimentario del arado y la escasa potencia de los bueyes. Equipos de trabajadores manuales

  • deban completar la accin de los arados con un verdadero trabajo de jardinera: una vez al ao loscampesinos que dependan de la abada de Werden iban, antes del paso de los labradores, a cavar conazada una parte del campo seorial. La importancia considerable de las prestaciones manuales entre lasobligaciones impuestas a los colonos de los grandes dominios puede ser considerada como un paliativode la insuficiente eficacia del laboreo. Pero tambin los hombres eran escasos. La falta de mano de obra,la precariedad del equipo tcnico, hacan imposible reconstituir mediante el trabajo, en la medida en quehubiera sido necesaria, la fecundidad del suelo.

    Esto obligaba a no pedirle demasiado, a dejarle grandes descansos y a no poner en cultivo cada aoms que una parte limitada del espacio arable. Las observaciones de los pesquisidores encargados detrazar el estado de las explotaciones agrcolas apenas dicen nada sobre los ritmos de rotacin de loscultivos. Es seguro que en el siglo IX, en los grandes dominios de la cuenca parisina, se sembrabancereales de primavera, y accesoriamente leguminosas, en los campos que el ao anterior habanproducido cereales de invierno. Las tierras de la abada de Saint-Amand se hallaban, consecuentemente,divididas en tres partes iguales; cada ao slo un tercio del rea cultivada era dejada en barbecho yreservada, segn parece, al apacentamiento del ganado; una rotacin trienal semejante se aplicaba, segntodas las apariencias, en los seoros monsticos de los alrededores de Pars. Sin embargo, y sin dudaporque los rebaos que pastaban en los campos dejados en erial, entre las barreras temporales que lesprohiban el acceso a las parcelas sembradas, eran excesivamente poco numerosos para que el barbechofuera verdaderamente fecundo, es de suponer que, de ordinario, la cosecha de cereales de primavera eramuy inferior a la de cereales de invierno, y que a menudo los campos permanecan incultos durantevarios aos consecutivos: las tierras de la abada flamenca de Saint-Pierre-au-Mont-Blandin no dabancosecha ms que un ao de cada tres. Las insuficiencias de los tiles de trabajo y de la ganaderaobligaban por consiguiente a extender desmesuradamente el espacio agrcola.

    Por ltimo, la aportacin de abono animal parece haber sido extremadamente reducida. Los monjesde la abada de Staffelsee, en Baviera, obligaban a sus colonos a cubrir regularmente de estircol loscampos seoriales, pero en proporciones irrisorias: slo el 0,50 por 100 de la tierra seorial sebeneficiaba de esta proporcin. Los dems inventarios, aun cuando enumeran minuciosamente lasobligaciones de los campesinos, ni siquiera aluden a este servicio. Es lcito, por tanto, pensar que elabono no desempeaba ningn papel en las prcticas agrcolas de la poca: el escaso estircol recogidoen establos dbilmente provistos estaba reservado al exigente suelo de los huertos y de las plantacionesde vias. En algunas regiones se recurra al abono vegetal. La arqueologa revela la existencia, en losPases Bajos y en Westfalia, de antiguos campos cuyo suelo fue completamente transformado y mejoradopor la introduccin, durante siglos y desde los comienzos de la Alta Edad Media, de capas de brezo y deplacas de humus tradas de los bosques prximos. Pero nada prueba que tales procedimientos deregeneracin edafolgica hayan sido ampliamente aplicados. Laboreo ineficaz, falta de abonos: pese alos prolongados barbechos, las prcticas utilizadas para estimular la fertilidad de la tierra arable parecende corto alcance. Incluso en el siglo IX, cuando el progreso agrcola tena algn tiempo de existencia, eincluso en provincias como la Isla de Francia, a la que se puede considerar ms desarrollada que otras,el rendimiento del trabajo agrcola parece, por las razones apuntadas, haberse mantenido en un nivel muybajo.

    Realmente es difcil apreciar este nivel. Slo un documento nos proporciona sobre ese punto datosnumricos, cuya interpretacin es, adems, muy delicada: se trata del inventario del dominio real deAnnappes. En l se calculan, por un lado, las cantidades de grano conservadas en los graneros en elmomento de la encuesta es decir, durante el invierno, entre las siembras de otoo y las de primavera, y por otra parte, se hace una estimacin de las cantidades sembradas. La comparacin entre las dosseries de cifras conservadas muestra que, en la explotacin central, haba sido necesario dedicar asimiente el 54 por 100 de la cosecha procedente de la escanda, el 60 por 100 de la de trigo, el 62 por

  • 100 de la de cebada y la totalidad de la de centeno. Dicho de otro modo, los rendimientos de estos cuatrocereales haban sido respectivamente, el ao en cuestin, de 1,8 por 1, 1,7, 1,6 y 1 por 1, es decir, nulo.Estas tasas son tan bajas que muchos historiadores se han negado a admitir que sean reales. Sin embargo,hay que hacer notar que el ao en el que se realiz el inventario la cosecha haba sido mala, por lo menospeor que la del ao precedente, de la que se conservaban importantes cantidades de cebada y de escanda.Por otra parte, la productividad haba sido ligeramente ms elevada en las explotaciones dependientes dela corte central, en las que el rendimiento de la cebada llega a alcanzar el 2,2 por 1. En cualquier caso, esevidente que rendimientos de este nivel, es decir, situados entre el 1,6 y el 2,2 por 1, distan mucho de serexcepcionales en la agricultura antigua: tasas semejantes se conocen para el siglo XIV en Polonia eincluso en algunas tierras de Normanda que no eran especialmente malas. Por ltimo, otros indiciosdispersos en las fuentes escritas de la poca carolingia nos inducen a pensar que los grandesterratenientes no esperaban de su dominio una productividad ms elevada. El monasterio lombardo deSanta Giulia de Brescia, que consuma cada ao unas 9.000 medidas de trigo, haca sembrar 6.000 paracubrir sus necesidades es decir, que el rendimiento normal se calculaba en 1,5 por 1. En uno de losdominios de la abada parisina de Saint-Germain-des-Prs donde haban sido sembradas 400 medidas decereal en los campos seoriales, las sernas de trilla estaban calculadas para una cosecha de 650 medidas;el rendimiento previsto se situaba en este caso alrededor del 1,6 por 1. Retengamos por consiguiente laimagen, insegura pero probablemente justa, de un cultivo cerealista muy difundido, peroextraordinariamente extensivo, muy exigente en mano de obra y pese a todo muy poco productivo.Obligados a reservar para la futura simiente una parte de la cosecha, cuando menos igual a la quenecesitaban para alimentarse y esta parte se la disputaban durante todo el ao los roedores y en partese pudra, bajo la amenaza de ver este dbil sobrante reducirse sensiblemente cuando el tiempo deotoo o el de primavera haban sido demasiado hmedos, los hombres de Europa vivan con la obsesindel hambre.

    Pese al constante recurso a la explotacin depredativa de la naturaleza salvaje, pese a la ayudaconsiderable de los productos ganaderos y hortcolas, la productividad irrisoria del trabajo agrcolaexplica la presencia permanente de la escasez, ms opresiva tal vez en las provincias en que los hombreshaban adoptado el hbito de alimentarse fundamentalmente de pan: Gregorio de Tours describe, en laparte ms civilizada de la Galia, gentes que se empeaban en hacer pan con cualquier producto: consemillas de uva, con flores de nogal e incluso con races de helecho, y cuyo vientre se hinchabadesmesuradamente porque se haban visto obligados a comer la hierba de los campos. El bajo nivel delos rendimientos cerealsticos explica la poca vitalidad de una poblacin ya muy escasa. Los ms clarostestimonios sobre las deficiencias biolgicas de la poblacin provienen de las sepulturas. Hasta laactualidad, las observaciones ms ricas y ms ilustrativas sobre este aspecto proceden del estudio de loscementerios hngaros de los siglos X y XI[3]. Pero no es demasiado expuesto suponer que las condicionesde existencia no eran mejores en los siglos VII y VIII en la mayor parte de las regiones situadas ms aloccidente de Europa. Lo ms chocante de estas observaciones es la gravedad de la mortalidad infantil.Representa cerca del 40 por 100 del conjunto: de cada cinco difuntos uno ha muerto en edad inferior a unao, dos antes de los catorce. Entre los adultos la muerte golpeaba sobre todo a madres muy jvenes, demanera que la tasa de fertilidad se sita en 0,22 para las mujeres fallecidas antes de los veinte aos, en 1para las mujeres muertas entre veinte y treinta, y en 2,8 para las que sobrevivieron hasta el final delperodo de procreacin. Se aprecia cun reducido era el margen de crecimiento demogrfico en estassociedades. No obstante lo afirmado, en los cementerios hngaros se encuentran tumbas en las que laproporcin de esqueletos infantiles es menor: son los cementerios de los ms ricos. En el siglo VII,ciertamente existan todava en las zonas ms salvajes de Europa, en el este, en el norte, en el oestelejanos algunos pueblos de cazadores o de pescadores que ignoraban toda diferenciacin econmicaentre los grupos de parentesco. Pero se puede pensar que no eran sino zonas residuales en proceso de

  • rpida absorcin. En todas partes y ste es el ms profundo resorte del crecimiento una clase deseores explotaba a los campesinos, los obligaba, por su sola presencia, a reducir el amplio tiempo deocio propio de las economas primitivas, a luchar con ms encarnizamiento contra la naturaleza, aproducir, dentro de su profunda indigencia, algunos excedentes destinados a la casa de los seores.

  • 2. LAS ESTRUCTURAS SOCIALES

    Ni la sociedad romana ni las sociedades germnicas eran igualitarias; una y otras aceptaban lapreeminencia de una nobleza: la clase senatorial en el Imperio, la integrada, en los pueblos brbaros, porlos parientes y compaeros de los jefes de guerra cuyos linajes, al menos en algunas tribus, aparecandotados, por la calidad de su sangre, de privilegios jurdicos y mgicos. Unas y otras practicaban laesclavitud, y la guerra permanente serva para mantener la fuerza de trabajo de una clase servilregenerada cada ao mediante las razzias dirigidas contra el territorio de los pueblos vecinos. Lasmigraciones haban consolidado estas desigualdades al ruralizar a la aristocracia romana y mezclarla conla nobleza brbara, con lo que se extenda el campo de las agresiones militares y, en consecuencia, serevitalizaba la esclavitud: sta adquira una nueva vitalidad en todas las zonas de contacto entre lasdiversas etnias y en las mrgenes tumultuosas del mundo cristiano. En el seno de este cuerpo social sedistinguan tres posiciones econmicas claramente diferenciadas. La de los esclavos, totalmentecosificados; la de los campesinos libres y, finalmente, la de los grandes, dueos del trabajo de losdems y de sus frutos. Todo el movimiento de la economa, la produccin, el consumo, la movilidad delas riquezas, estaba condicionado por esta configuracin.

    LOS ESCLAVOS

    En la Europa de los siglos VII y VIII, todos los textos que subsisten revelan la presencia denumerosos hombres y mujeres a los que el vocabulario latino denomina servas y ancilla o que sonconocidos con el sustantivo neutro de mancipium, que expresa ms claramente su situacin de objetos.En efecto, son propiedad de un dueo desde que nacen hasta que mueren, y los hijos concebidos por lamujer esclava son obligados a vivir en la misma sumisin que sta hacia el propietario de su madre. Notienen nada propio. Son instrumentos, tiles dotados de vida a los que el dueo usa segn sus deseos,mantiene si le parece conveniente, de los que es responsable ante los tribunales, a los que castiga comoquiere, a los que vende, compra o regala. tiles de valor cuando se hallan en buen estado, pero queparecen tener, en algunas regiones al menos, un precio relativamente bajo. En Miln, en el ao 775, sepoda adquirir un muchacho franco por doce sueldos; un buen caballo costaba quince. Tambin en lascomarcas prximas a zonas agitadas por la guerra era corriente que los simples campesinos poseyesenestos tiles para todo: en el siglo IX, el administrador de un dominio perteneciente a la abada flamencade Saint-Bertin, que cultivaba en propiedad veinticinco hectreas de labor, mantena una docena deesclavos, y los pequeos campesinos dependientes del seoro del monasterio austrasiano de Prmhacan cumplir por sus propios mancipia los servicios de siega del heno y de recoleccin a que estabanobligados. No haba casa aristocrtica, laica o religiosa, que no dispusiera de un equipo domstico decondicin servil. Algunas reunan diez personas, como la villa que un obispo de Le Mans leg a suiglesia en el ao 572: un matrimonio con un hijo pequeo, cuatro servidores, dos sirvientas, un muchachoencargado de guardar en el bosque un rebao de caballos; tres siglos ms tarde, en Franconia, un pequeodominio laico figura equipado de un modo similar: un esclavo, su mujer, sus hijos, su hermano soltero,otro esclavo con sus hermanas, un muchacho, una nia y los nombres de estas personas nos hacenpensar que descendan de cautivos vendidos al menos tres generaciones antes, durante las guerras de losfrancos contra sajones y eslavos.

    A travs de este ejemplo se ve que la poblacin servil se reconstrua al mismo tiempo por la

  • procreacin natural, por la guerra y por el comercio. Las leyes prevean tambin que un hombre libre,obligado por la necesidad, decidiese enajenar su persona o que, en castigo de algn delito, fuerareducido a servidumbre. El cristianismo no condenaba la esclavitud. No la atac. Simplemente prohiba,y esta prohibicin no fue ms respetada que muchas otras, que se redujese a servidumbre a losbautizados. Adems propona como una obra piadosa la liberacin de los esclavos, lo que hicieron, entreotros, numerosos obispos merovingios. El resultado ms visible de la impregnacin cristiana fue elreconocimiento a los no libres de derechos familiares. En Italia, la idea de que los esclavos podancontraer matrimonio legtimamente adquiri fuerza durante el siglo VII; se pas de la prohibicin a latolerancia, y despus a la reglamentacin de la unin entre un esclavo y una mujer libre. Estosmatrimonios mixtos representativos de la ruptura progresiva de una segregacin y la prctica de lamanumisin hicieron aparecer categoras jurdicas intermedias entre la libertad completa y su ausenciatotal. El derecho de la poca se preocupaba de fijar con precisin el valor, la importancia, de laspersonas para que las indemnizaciones previstas en caso de agresin fueran claramente establecidas;detalla, pues, con minuciosidad los diferentes estratos de la jerarqua jurdica: por ejemplo, el edicto delrey lombardo Rotario, promulgado el ao 643, sita entre el libre y el esclavo al liberto y al semilibre.Pero estas personas, pese a no hallarse tan estrictamente atados por los lazos de la servidumbre, seguanen estrecha dependencia de un seor que pretenda disponer de sus fuerzas y de sus bienes. La existenciaen el interior del cuerpo social de un nmero considerable de individuos obligados al servicium, esdecir, a la prestacin gratuita de un trabajo definido, y cuya descendencia y propiedades estaban adisposicin de otro, es uno de los rasgos fundamentales de las estructuras econmicas de esta poca.Incluso si lentos movimientos en profundidad preparan ya, pero a muy largo plazo, la integracin de lapoblacin servil en el campesinado libre y tienden, por consiguiente, a modificar radicalmente lasignificacin econmica de la esclavitud.

    LOS CAMPESINOS LIBRES

    Las reglas jurdicas, los ttulos que atribuan a los individuos, mantenan la existencia de unafrontera entre la servidumbre y la libertad. Por ella no se entenda la independencia personal, sino elhecho de pertenecer al pueblo, es decir, de depender de las instituciones pblicas. Esta distincin erams clara en los lugares ms primitivos: las sociedades de Germania se basaban en un cuerpo dehombres libres. El derecho de llevar armas, de seguir al jefe de guerra en las expediciones emprendidascada primavera y, por tanto, de participar en los eventuales beneficios de estas agresiones, eran laexpresin esencial de la libertad, que implicaba adems la obligacin de reunirse peridicamente paradecidir el derecho, para hacer justicia. Finalmente, la libertad autorizaba a explotar colectivamente laspartes incultas del territorio, a decidir sobre la aceptacin de nuevos miembros en la comunidad devecinos o a negarles la entrada. En las provincias romanizadas la libertad campesina era menosconsistente y no exclua la sumisin a formas estrictas de explotacin econmica. No alcanzaba toda sufuerza si no estaba unida a la propiedad del suelo. Pero una gran parte de los campesinos, si no lamayora, eran colonos que cultivaban tierras ajenas. Considerados libres, de hecho eran prisioneros deuna red de servicios que limitaban extraordinariamente su independencia. Para los rsticos, lasobligaciones militares se haban transformado en el deber de contribuir al aprovisionamiento de losejrcitos de profesionales. El lmite entre la libertad y las formas atenuadas de servidumbre era, portanto, muy borroso y estas condiciones preparaban su progresiva desaparicin. Sin embargo, ladegradacin de la libertad no era total. Subsistan, especialmente en Galia, campesinos verdaderamentelibres, los que poblaban los vici, los que posean derecho de disfrute de las tierras comunes que los

  • textos borgoones llaman todava en los siglos X y XI la terra francorum.Las fuentes histricas no son muy prolijas sobre este grupo fundamental de la sociedad rural. Casi

    todos los documentos se refieren al seoro y hablan tanto menos de los hombres cuanto msindependientes son. Y sin embargo la clula base de la produccin agrcola se sita en este nivel, el delequipo de trabajadores unido por lazos de sangre y dedicado a poner en valor la tierra heredada de losantepasados. Es difcil discernir las estructuras de la familia campesina. Las indicaciones ms explcitasproceden una vez ms de la poca carolingia: en la descripcin de los grandes dominios se enumeran amenudo y de forma cuidadosa todas las personas establecidas en cada una de las pequeas explotacionessometidas a la autoridad del seor.

    La imagen que sugieren estas descripciones es la de un grupo de parentesco reducido al padre, lamadre y los hijos; los hermanos o hermanas no casados forman a veces parte del grupo, pero no pareceque se integren en l parientes ms lejanos, y los hijos, cuando se casan, constituyen la mayor parte de lasveces un nuevo hogar. No es seguro que la estructura de la familia haya sido la misma en lasexplotaciones campesinas no incluidas en el marco del seoro. Se perciben algunas, que acaban de serintegradas en el patrimonio de un monasterio y que, en virtud de este hecho, son descritas en losinventarios; en estas clulas agrcolas viven a veces reunidas varias parejas y sus hijos, es decir, cercade una veintena de personas. Adems, es sabido que los matrimonios campesinos disponan en ocasionesde siervos domsticos que incrementaban el nmero de personas de la familia. De cualquier forma, noparece posible imaginar la existencia en esta poca de grupos numerosos de aspecto patriarcal. Por susdimensiones, los hogares campesinos diferan sin duda muy poco de los que pueden verse todava hoy enlos campos de Europa donde se conservan estructuras rurales tradicionales. Un capitular de Carlomagnofechado en el ao 789 nos permite entrever cmo se repartan los trabajos dentro del grupo familiar: lasmujeres estaban encargadas del trabajo textil: cortar, coser, lavar los vestidos, cardar la lana, preparar ellino, esquilar las ovejas; a los hombres les incumba, adems de atender a las supervivencias delservicio de armas y de justicia, el trabajo de los campos, de las vias y de los prados, la caza, el acarreo,la roturacin, la talla de piedras, la construccin de casas y empalizadas.

    Si nuestras fuentes de informacin no son demasiado explcitas al referirse a la familia en s, almenos nos permiten ver de un modo ms claro la forma en que la comunidad familiar se hallabaenraizada en la tierra, el conjunto de derechos territoriales a los que dedicaban sus fuerzas y de los queobtenan sus medios de subsistencia. Pero, en todos los casos, la tierra es vista a travs de los ojos de losdueos, de los jefes, que la consideraban desde el exterior como la base de su poder de explotar baseconcreta, slida, mucho ms estable que los hombres, quienes parecen estar siempre en movimiento porel azar de las alianzas matrimoniales, de las migraciones, de las fugas. La sociedad ha sido claramenteconsciente del lazo orgnico que haca una sola realidad de la familia, del lugar fijo de residencia en elque sus miembros se reunan alrededor del hogar y reunan sus reservas alimenticias, de los appendicia,de las dependencias naturales de este refugio, es decir, de los diversos elementos diseminados por latierra circundante que proporcionaban al grupo lo necesario para alimentarse. Este asidero fundamental,este punto clave de insercin de la poblacin agrcola en el suelo que la alimenta recibe en Inglaterra elnombre de hide palabra que Beda el Venerable traduce al latn: terra unius familiae, la tierra de unafamilia y en Germania se conoce con la denominacin de huba. En los textos latinos redactados en elcentro de la cuenca parisina se emplea por primera vez en este sentido, en 639-657, el trmino mansus,que se extiende poco a poco hacia Borgoa, las regiones del Mosela, Flandes y Anjou, aunque es rarohasta mediados del siglo VIII. El vocablo mansus alude ante todo a la residencia. Designa en primerlugar la parcela cercada, totalmente rodeada de barreras, que delimitan el rea inviolable dentro de lacual la familia se encuentra en su casa, con su ganado y sus provisiones. Pero la palabra, igual que hide oque huba, llega a designar el conjunto de los bienes situados alrededor de esta parcela habitada, todoslos anejos esparcidos por la zona de huertos, de campos permanentes, de pastos y de eriales que ya no

  • pertenecen a la familia, pero sobre los que tiene un derecho de uso[4]. Se llega incluso a atribuir al mansoun valor tradicional, a utilizarlo como una medida que define la extensin de tierra necesaria para elmantenimiento de un hogar. Se habla as de la hide o de la huba como de la tierra de un arado, por laque entendemos la superficie arable que normalmente poda labrar en un ao una yunta, es decir, cientoveinte acres, ciento veinte jornales, ciento veinte das de trabajo aratorio repartidos entre las tresestaciones del laboreo. La estructura de la explotacin de la que se alimenta la familia campesinavara de acuerdo con los modos de ocupacin del suelo. Los campos que le son adjudicados se hallan amenudo dispersos, en parcelas que se entremezclan con las dependencias de otros mansos, en las zonasms abiertas donde las aldeas son compactas; se renen en un solo bloque en los pequeos clarosroturados en medio del saltus. Pero nunca tienen existencia sino en relacin con el recinto habitado, delque procede el trabajo que los fertiliza, hacia el que se dirige todo lo que producen y sobre el que, seande condicin libre o no sus habitantes, la aristocracia se esfuerza por acentuar su dominio.

    LOS SEORES

    Existen mansos que, por su estructura, son similares a los que ocupan los campesinos, pero muchoms amplios, mejor construidos, poblados por numerosos esclavos y por importantes rebaos, cuyosappendicia se extienden considerablemente. En las regiones que han conservado el uso del vocabularioromano clsico se los conoce como villae y, de hecho, a menudo se hallan situados en el emplazamientode una antigua villa romana. Pertenecen a los grandes, a los jefes del pueblo y a los establecimientoseclesisticos.

    En las estructuras polticas creadas despus de las migraciones brbaras, el poder de mandar, dedirigir el ejrcito y de administrar la justicia entre la poblacin corresponde al rey. Este debe su poder alnacimiento, a la sangre de la que procede, y su carcter dinstico determina en gran parte la posicineconmica del linaje real. La herencia favorece la acumulacin de riquezas en sus manos, pero como lasreglas de distribucin sucesorial son las mismas en esta familia que en las restantes, y como lapenetracin de las costumbres germnicas ha hecho triunfar en todas partes el principio de una divisindel patrimonio a partes iguales entre los herederos, esta fortuna corre el riesgo, al igual que las demsfortunas laicas, de fragmentarse en cada generacin. Pero la fortuna de los reyes es con mucho la msconsiderable; mltiples iniciativas contrarrestan sin cesar los efectos de las divisiones sucesorias; lapersona real se halla, por estas dos razones (poder de mando y riqueza), siempre en el centro de unaamplia casa. La pervivencia de un vocabulario heredado del Bajo Imperio hace que se designe alconjunto de hombres ligados al soberano por relaciones domsticas con el nombre de palacio(palatium) y sus dimensiones sobrepasan con mucho a las de las dems familias del reino. En l serene, adems de los parientes y del cuerpo de servidores, un gran nmero de jvenes pertenecientes a laaristocracia que han venido a completar su educacin cerca del rey. Y durante varios aos sonalimentados en palacio. El soberano est rodeado, adems, de una serie de amigos, de fielesunidos a l por una fidelidad particular que confiere a estos personajes un valor individualexcepcional: todas las leyes brbaras valoran el precio de su sangre en ms que el de la sangre de lossimples libres. Algunos de estos parientes, de estos fieles, son enviados fuera de la corte, distribuidospor el pas para extender la autoridad real. La diseminacin de una parte de los miembros de la familia,el movimiento inverso que le agrega temporalmente una fuerte proporcin de la juventud aristocrtica yel juego de las alianzas matrimoniales que trazan alrededor del palacio una tupida red de lazos deparentesco establecen estrechas relaciones entre el cortejo del soberano, que rene permanentemente avarios centenares de individuos y todos los nobles del reino, a los que el edicto de Rotario llama

  • adelingi.Formada por elementos diversos cuya fusin se hace cada vez ms ntima, en la que se mezclan los

    descendientes de los jefes de tribus sometidas a los restos de la clase senatorial romana, esta noblezaaparece como una emanacin de la realeza. Puede afirmarse que de ella obtiene su riqueza: a travs delos regalos que otorga el soberano, por medio del botn del que una porcin mayor a la de los dems espara los amigos del rey, gracias a los poderes que ste delega en sus condes, en sus ealdormen a losque confa el gobierno, en su nombre, de las provincias, por las altas dignidades eclesisticas que elmonarca distribuye.

    Integrada en el mundo, establecida en una potencia temporal que todos consideran conveniente a losservicios de Dios, la Iglesia cristiana ha ocupado un lugar entre los grandes. Est arraigada, afirmada. Entorno a las catedrales, en los monasterios viven tambin familias extensas que disfrutan colectivamentede una fortuna amplia y estable. Los patrimonios eclesisticos no cesan de enriquecerse gracias a unfuerte movimiento de donaciones piadosas. A travs de estos donativos se constituy, por ejemplo, enmenos de tres cuartos de siglo, la enorme fortuna territorial de la abada de Fontenelle, fundada enNormanda en el ao 645. Las limosnas proceden ante todo de los reyes y de los nobles, pero tambin, enlotes minsculos, de la gente pobre, segn puede verse en las noticias de los libri traditionum, de loslibros en los que se registraron las adquisiciones de los monasterios de Germania meridional y queproporcionan el ms claro testimonio del mantenimiento tenaz en el siglo VIII de una propiedadcampesina. El acrecentamiento constante de la riqueza eclesistica es un fenmeno econmico de primeramagnitud sobre el que nos ilustran las fuentes escritas mejor que sobre los dems.

    La aristocracia influye en la economa general ante todo por medio del poder que tiene sobre latierra. Este poder es sin duda menos absoluto de lo que parece a travs de una documentacin que slomenciona a los pobres cuando de alguna forma se hallan bajo el dominio de los ricos. Pero,indudablemente, este poder es inmenso. Los contornos de los grandes patrimonios son muy difciles dedelimitar con anterioridad a los ltimos aos del siglo VIII, es decir, antes del renacimiento de laescritura en la poca carolingia. Es obligado contentarse con leves indicios, dispersos en las leyes, enlos muy escasos testamentos que en su totalidad proceden de los obispos, en los documentos que seconservan en algunos establecimientos eclesisticos y que mencionan las posesiones de los laicos slocuando se incorporan a la fortuna de la Iglesia. Los lmites de estos patrimonios son por ot