HACIA UN ANÁLISIS DE LA ESPIRITUALIDAD ADVENTISTA

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HACIA UN ANÁLISIS DE LA ESPIRITUALIDAD ADVENTISTA 28 June 2012 | Daniel Jiménez [1] En la Iglesia Adventista, el concepto y definición de “Espiritualidad” ha ocupado un espacio de reflexión limitado. Esto contrasta con el mundo académico religioso, teológico y de las ciencias humanas no religiosas que acumulan definiciones, instituciones de estudios, revistas de investigación y centros de aplicación de la espiritualidad. Es notorio que la Espiritualidad es un tema de alto interés para las ciencias médicas, sociales, antropológicas, sicológicas, hasta en el marketing y la publicidad. En éste escenario, se advierte que los campos de mayor expansión han sido en las interfases espiritualidad/salud, y espiritualidad/religión. Frente a esto, las propuestas de Espiritualidad adventista no solo tendrán que responder a sus propias referencias bíblicas y cristianas, sino que exponerse al diálogo con el macrocontexto de las espiritualidades pertenecientes a sistemas de pensamiento humanistas, laicos, seculares, teístas, panteístas, animistas, además de las demás espiritualidades religiosas cristianas católicas o protestantes. En la interfase adventista espiritualidad/salud son los médicos, enfermeras, matronas, kinesiólogos, psicólogos y capellanes adventistas los que han debido entender la espiritualidad de los pacientes que buscan a Dios y aceptan las oraciones intercesoras, sin importar su tradición religiosa, desde que la iglesia adventista, IASD, ha tenido hospitales, hace mas de 120 años. Así es como el Center for Spiritual Life and Wholeness de Loma Linda University sostiene que al frente de un óptimo cuidado de salud está la atención de la totalidad de la persona, para lo cual integra la espiritualidad en la atención de salud, mediante la investigación, la educación y el servicio. En la interfase espiritualidad/salud para los adventistas es crucial saber “que hay algo en el centro de nuestro ser que nos lleva a buscar y anhelar a Dios. Muchas personas persiguen esto de manera individual, mientras que otros encuentran que una experiencia corporativa de su fe religiosa influye de modo significativo en su viaje espiritual. Cualquiera que sea el camino, creemos que cada uno de nosotros ha sido creado para estar en una relación con Dios. Creemos que todas las personas tienen necesidades espirituales. Las necesidades espirituales incluyen el deseo de propósito y significados, sentir el amor , un sentido de pertenencia y de encontrar la esperanza y el perdón”. i 1

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28 June 2012 | Daniel Jiménez [1]En la Iglesia Adventista, el concepto y definición

de “Espiritualidad” ha ocupado un espacio de reflexión limitado. Esto contrasta con el mundo académico religioso, teológico y de las ciencias humanas no religiosas que acumulan definiciones, instituciones de estudios, revistas de investigación y centros de aplicación de la espiritualidad.

Es notorio que la Espiritualidad es un tema de alto interés para las ciencias médicas, sociales, antropológicas, sicológicas, hasta en el marketing y la publicidad. En éste escenario, se advierte que los campos de mayor expansión han sido en las interfases espiritualidad/salud, y espiritualidad/religión.

Frente a esto, las propuestas de Espiritualidad adventista no solo tendrán que responder a sus propias referencias bíblicas y cristianas, sino que exponerse al diálogo con el macrocontexto de las espiritualidades pertenecientes a sistemas de pensamiento humanistas, laicos, seculares, teístas, panteístas, animistas, además de las demás espiritualidades religiosas cristianas católicas o protestantes.

En la interfase adventista espiritualidad/salud son los médicos, enfermeras, matronas, kinesiólogos, psicólogos y capellanes adventistas los que han debido entender la espiritualidad de los pacientes que buscan a Dios y aceptan las oraciones intercesoras, sin importar su tradición religiosa, desde que la iglesia adventista, IASD, ha tenido hospitales, hace mas de 120 años. Así es como el Center for Spiritual Life and Wholeness de Loma Linda University sostiene que al frente de un óptimo cuidado de salud está la atención de la totalidad de la persona, para lo cual integra la espiritualidad en la atención de salud, mediante la investigación, la educación y el servicio.

En la interfase espiritualidad/salud para los adventistas es crucial saber “que hay algo en el centro de nuestro ser que nos lleva a buscar y anhelar a Dios. Muchas personas persiguen esto de manera individual, mientras que otros encuentran que una experiencia corporativa de su fe religiosa influye de modo significativo en su viaje espiritual. Cualquiera que sea el camino,

creemos que cada uno de nosotros ha sido creado para estar en una relación con Dios. Creemos que todas las personas tienen necesidades espirituales. Las necesidades espirituales incluyen el deseo de propósito y significados, sentir el amor , un sentido de pertenencia y de encontrar la esperanza y el perdón”.i

Recientemente el Seventh-day Adventist Theological Seminary, Andrews University, ha publicado una Declaración sobre Espiritualidad Bíblicaii, cuyos conceptos contrastan con los aplicados en la institucionalidad hospitalaria, en el mundo de las ciencias y en la plaza/esfera pública, lo que conlleva la necesidad de revisar los conceptos de espiritualidad y religiosidad.

Por su parte, las espiritualidades y espiritualismos también han comenzado a ser una preocupación de la misiología adventista. En este momento, en el Third International Bible Conference 2012, F. Goyoba F, rector de la Universidad Adventista de Filipinas señalaba que es preocupante la expansión de los espiritualismos en todos los rincones y culturas del mundo, y que “nosotros, los adventistas, estudiamos la Biblia y la teología, pero no estudiamos las culturas y el contexto, especialmente aquellas que no son las propias”. En resumen la batalla contra el espiritualismo está lejos de dominarse.

Factores que condicionanla Espiritualidad actual.

A pesar de los pronósticos de la científico seculares, la población que cree en el mundo no ha disminuido. Una buena descripción de la situación es la que Engedal refiere respecto a Europa. “El panorama religioso en Europa está cambiando, algunos dirían que de modo profundo. Estudios científicos sociales sugieren que los paisajes sagrados contemporáneos se están alejando de la religión tradicional, dominada por las iglesias cristianas. Los procesos de secularización, individualización y pluralismo han abierto nuevos espacios para formas muy diferentes de la vida espiritual. En este nuevo ambiente se cuestionan cada vez más la importancia de la tradición, el valor del dogma, la autoridad pastoral, como fuente de una espiritualidad personal significativa. La búsqueda espiritual está siendo re-orientada, lejos de la

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autoridad externamente dirigida, hacia una experiencia personal internamente guiada. Una característica importante de la vida religiosa actual ha llegado a ser la revitalización de la vida interior a través de la participación en prácticas espirituales”.iii

Tratando de entender la persistencia de la espiritualidad en nuestro mundo, reunimos un listado somero de nueve factores condicionantes:

a.-De la decepción por la ciencia a la trascendencia. Una vertiente de desarrollo de la espiritualidad viene producto de la decepción por la ciencia, la que no ha sido capaz de articular las relaciones cuerpo/mente, razón/intuición, de lo concreto/abstracto, la emoción/intelecto. El racionalismo, en su pretensión científica de ser la única vía de acceso a la verdad objetiva, o explicar la totalidad de la vida y su devenir, ha sido incapaz de captar y aprehender la experiencia de la vida, con sus detalles, imágenes y símbolos, por lo cual se ha despertado una búsqueda generalizada de la trascendencia, con resurgimiento de todo tipo de creencias y apelación a lo sobrenatural.iv

b.- De la ciencia al saber axiológico. Siendo que los problemas mas graves que padecemos son sociales, axiológicos, políticos, y morales, las ciencias y las tecnologías, por su misma naturaleza, han sido ineptas para tratar exhaustivamente esos problemas. En cambio los mitos, símbolos y narraciones de las tradiciones religiosas continúan hablando de otras dimensiones de nuestra experiencia y existencia, ofreciendo descripciones y conocimientos de la naturaleza humana, la realidad, la sociedad, la familia, sus organizaciones y el comportamiento humano. Saberes que se expresan por medio de lenguajes axiológicos, es decir, un lenguaje que habla de los valores, entre ellos la belleza, lo bueno y la verdad.

c.- Espiritualidad en salud y medicina. La medicina cientificista actual trata los fenómenos naturales con mirada reduccionista, de modo tal que la enfermedad y la salud se reducen a procesos corporales, biológicos y mecánicos, sin referencia a dimensiones sociales, políticas, culturales o espirituales, excluyendo entidades no medibles o no cuantificables. Pero a partir de miradas integradas de sistemas complejos,

ecológicos y sociales, se advierte que la suma de las partes puede dar lugar a propiedades emergentes. Esto es lo que ha llamado la atención a la ciencias de la salud, porque pacientes portadores de sida, o sobrevivientes de cáncer, que han integrado experiencias de espiritualidad, presentan recuperaciones en su salud mas allá del efecto esperado de las terapias técnicamente instituidas.v

d.-Identidad relacional. El postmodernsimo ha descontruido la idea de un ser humano poseedor de cualidades esenciales y preeminentemente racionales y autónomas. Ahora se ha incrementado el entender la identidad humana como un ser relacional, en lugar de uno autoconectado, autosuficiente, autoreferente o autoinclusivo. Esto significa que el ser existe en una red dinámica y compleja de relacionesvi.

e.-Movimientos sociales con ideales espirituales. En una búsqueda de significados para su vida, hay variados grupos sociales que se movilizan con intereses altruistas espiritualizados, como grupos ecológicos conservacionistas, movimientos antinucleares, organizaciones caritativas por los pobres, agencias de desarrollo comunitarios, grupos con renovado interés por la belleza del mundo, de realimentación de la imaginación, el arte, la poesía y los lenguajes de la vida. Esto se instala como hambre espiritual, mediante una búsqueda humanista de propósitos para su vida, accesos a autorealización y actualización, mas allá del trabajo, el estatus y el éxito.

f.- Valoración de creencias holísticas de pueblos originarios y sanidad esotérica. La cosmovisión, identidad con la naturaleza, comunión armónica con la tierra y el chamanismo, están siendo valorados por movimientos filosóficos culturales de la ecología profunda, las Naciones Unidas, la ecoespiritualidad, la promoción de la diversidad, el turismo místico y el Concilio Mundial de Iglesias, entre otros.

Las creencias indígenas ancestrales son estimadas en cuanto que aportan visiones holísticas de la realidad y la salud, la integración de la vida material, social y espiritual, la dimensión sacra del ecologismo, la inclusión de todos los sentidos en las experiencias místicas y religiosas,

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las simbologías del Dios único, los acercamientos polifacéticos a la divinidad (ayunos, hierbas, danzas), tanto como la afirmación de la santidad y dignidad de la vida.vii,viii,ix

En este entorno, teólogos indígenas han precisado que la brisa, el viento, el calor del sol matinal, un árbol (refugio y sombra), el río que riega los campos, las cumbres de montañas, la madre tierra son considerados como vivos y símbolos de Dios, sin ser animismo o panteísmox.

El resultado ha sido la construcción de un imaginario positivo sobre lo indígena, en el cual la espiritualidad es un elemento fundamental, y sus prácticas y filosofías ancestrales se difunden como técnicas de vanguardia para el desarrollo integral del ser humano, trans-religioso, trans-cultural, transnacional.

Por su parte, las experiencias chamánicas de sanación, se insertan dentro de un abanico de tradiciones esotéricas de sanación, entre las cuales se encuentran las tradiciones kabbalísticas, gnósticas, místicas orientales, la nueva era y místicas occidentales.xi

g.-La psicología transpersonal. Nuevas corrientes de psicólogos clínicos declaran que la esencia misma de la psicología es espiritual, y no una ciencia exacta, abriéndose a ofrecer terapias con la potencialidad de cambios de vida, liberación del ego, posibilidad de transformación y comunicación con lo divino. Para este fin recurren a técnicas de psicoterapia profunda, relajación, respiración, hipnoterapias, visualizaciones, imaginerías, cambios de cosmovisión, oraciones a seres superiores, desplazamientos de energías místicas, rehabilitaciones psicológica-corporal, estados de conciencia expandidos, trances psíquicos, llegando a actos de transmisión de la energía sanadora del universo con imposición de manos. En esta psicología (universitaria y formal) la espiritualidad es vivencia de totalidad, conexión con la energía universal, aceptación de la vida, experiencias de iluminación y anhelo de trascender.xii

h.- Bases biológicas de la espiritualidad y neuroteología.Por varias décadas las neurociencias han estudiado la correlación entre actividad de centros cerebral y experiencias (subjetivas) espirituales, tales como asombro,

éxtasis, autoconciencia, iluminación, meditación, estados de conciencia alterados.xiii

Tambien desde la psiconeuroinmunología se han ido analizando los posibles interrelaciones fisiológicas hormonales, neuronales, inmunológicas y cardiovasculares durante las experiencias místicas y religiosas, que se interpretan como bases biológicas de la espiritualidad de la conexión espíritu, mente, cerebro, sistema endocrino, sistema inmunológico, aparato circulatorio.xiv,xv

Neurocientíficos ateos están tratando de explicar que las experiencias religiosas y el estado místico son simples fenómenos neurobiológicos y actividad cerebral, desde los cuales el individuo crea imágenes de Dios, partiendo del paradigma reduccionista, en que la única realidad existente es la material.

i.-La paradoja de Creer sin Pertenecer.Desde 1994 cuando la socióloga Grace Davey escribe el libro “Religion in Britain Since 1945: Believing Without Belonging”. La frase “creyendo sin pertenecer” adquiere vida propia, porque ha permitido describir la persistencia del interés en asuntos sagrados de la sociedad del siglo XXI, mientras declina la membresía y aumenta la desafiliación a las iglesias y religiones tradicionales. Incluso el Concilio Mundial de Iglesias dedicó sesiones en el año 2002 para mejorar la comprensión del rol de la iglesia y el cumplimiento de la misión en las naciones donde predomina el "believing without belonging"xvi(creer sin pertenecer).

De este modo, la espiritualidad se ha instalado dentro de nuevas epistemologías -cómo sabemos lo que sabemos- del conocimiento de la realidad, integrándose, como una dimensión emergente, a corrientes filosóficas, programas sociales y políticas públicas de salud, educación, trabajo social, religión y ciencias humanas. Cuando el credo dominante es el posmodernismo, se acepta que no hay meta-definiciones [definiciones universales] de la verdad, sean teológicas, filosóficas o éticas. Frente a esto, el intento actual de dar una exposición coherente de la integración de espiritualidad holística, espiritualidad cristiana, fe Cristiana y ética Cristiana es una tarea prácticamente imposible.

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Tipos de Espiritualidad. La espiritualidad se ha transformado en un campo académico de investigación y estudio sistemático, que incluye el desarrollo de instrumentos de medición, estrategias de aplicación, rigurosidad científica, cursos, seminarios, revistas especializadas científicas, filosóficas y religiosas. Esta explosión de espiritualidad y religiosidad genera un contexto súper poblado de tipos de espiritualidad.

Ahora es posible identificar muchos tipos de espiritualidad, tales como espiritualidad laica, la antropológica, la académica en medicina, salud, psiquiatría, sociología, psicología, trabajo social, educación, holística, etc. Además, existen las espiritualidades espiritualistas, la de pueblos originarios, las humanistas, neopaganismo y esotéricas. A estas se suman las espiritualidades religiosas confesionales, en sus vertientes hindú, musulmana, judía, budista y cristiana. Y dentro de las espiritualidades cristianas se pueden reconocer las espiritualidades evangélicas, carismáticas, protestantes, cristiana holística, católicas mística, benedictina, franciscana, carmelitana, ignaciana (jesuita), etc. A ellas se suman las propuestas cristianas adventistas.

Tal diversidad de espiritualidades nos señala que en la tarea de definición de la espiritualidad se usan muy diversos enfoques, tornándose en algo difícil, elusivo, casi imposible de precisar, lo que se explica por su calidad predominantemente subjetiva, y porque los conocimientos, percepciones y creencias espirituales suelen resistirse a la objetivación y la verbalización.

Para ordenar tal diversidad de concepciones de espiritualidad podríamos tomar la idea de B. McGinn de clasificar las expresiones de espiritualidad en:

a) definiciones dogmáticas desde arribab) en espiritualidad por comprensiones

antropológica desde abajoc) en la forma de aproximación histórica-

contextual, y/o combinaciones de ellas.xvii

En esta clasificación, la espiritualidad exterior e

interior señaladas por Engedal corresponden a las de arriba y abajo de McGinn.

En los países sudamericanos, bajo la influencia de una evangelización cristiana católica de 500

años, vemos que la espiritualidad dominante no es la de arriba, sino una de contexto, donde domina el sincretismo religioso entre indigenismo y catolicismo integrados en una “religiosidad popular”.

Para los sociólogos de la cultura sudamericana, la religiosidad popular es tan significativa e importante, que probablemente sea uno de los rasgos de identidad mas propio de nuestros pueblos.xviii

La religiosidad popular es el resultado del encuentro hispano-aborigen donde se interrelacionan la pluralidad de culturas orales indígenas con la cultura escrita española u portuguesa. El resultado es que las naciones latinoamericanas con mayoría católica reciben mensajes de la autoridad religiosa en términos de validación de sus religiosidades. En la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, el mensaje fue “La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante mas de cinco siglos. Esta realidad se ha expresado en el arte, la música, la literatura y sobre todo en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia, por un mismo credo y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y lenguas.xix

La Espiritualidad AdventistaPara tratar de conocer el concepto adventista de

espiritualidad he revisado las revistas Ministry, el Journal of the Adventist Theological Society, las revistas teológicas de las Universidades adventistas sudamericanas, Theologika (U. Peruana Union), DavarLogos-Enfoques (U. A. del Plata) y Kerigma ( U. A. Sao Paulo), la Adventist Review y libros. El resultado es que el tema ha sido tratada por sociólogos, médicos, psicólogos y teólogos adventistas, tales como C. Rosado, J. Wong, B.Manners, N. Rilloma, De Benedicto, R. Aguilar, M. Jantos, H. Kuhalampi, Z. Szalos-Farkas, J Dybhal. A estos se suma la propuesta de Espiritualidad bíblica de los teólogos de Andrews University.

En un carril aparte se encuentra el concepto de salud espiritual que en Loma Linda University ha pasado de un tema de reflexión a un programa universitario de desarrollo y aplicación interdisciplinario.

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En este escenario resulta oportuno precisar si existe una Espiritualidad adventista. El próximo Adventist Forum Conference, cuya temática es Nuevas direcciones en la Espiritualidad Adventista puede ser un buen aporte.

Próximamente, publicaré en Café Hispano un estudio acerca de la Espiritualidad adventista contraponiendo las propuestas de Loma Linda University y las de Andrews University.

[Notas:i http://www.explorewholeness.com/spiritual-

faith-webelieve.html [4]iiAndrews University. Seventh-day Adventist

Theological Seminary. A Statement on Biblical Spirituality. 2011. http://www.andrews.edu/sem/sdats_bibspir.pdf [5]

iiiEngedal L. Searching for Spiritual Roots and Discipleship in a Postmodern Consumer Culture: The Norwegian CrossRoad Movement Spiritus. A Journal of Christian Spirituality, Volume 11, Number 1, Spring 2011, pp. 51-66

ivMaffesoli, M. Elogio de la Razon Sensible.Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona. España. 1997. Pag 35,36

vChuengsatiansup, K. Spirituality and health: an initial proposal to incorporate spiritual health in health impact assessment.Environmental Impact Assessment Review 2003; 23: 3 –15

viSzalos-Farkas, Zoltan. A Search for God: Understanding Apocalyptic Spirituality. (Foreword by Roberto Badenas) Editura Universitara. Bucarest, Rumania. 2010. Pag 2,3

viiNoguería, F. Valdivia, A. Vieito V. La espiritualidad indígena y la libertad de culto. http://www.indigenas.bioetica.org/inves31.htm

viiiMarzal M. El rostro Indio de Dios. Pontificia U.Católica Perú. Lima. 1991. Pag 38,39

ixWorld Council of Churchs. Affirming a spirituality that gives life to allhttp://www.oikoumene.org/en/resources/documents/wcc-programmes.html [6]

xCurivil R. Modernización o sabiduría en tierra mapuche. CERC. Santiago, Chile. 1995. Pag 35

xiLevin, J. Esoteric healing traditions: a conceptual overview.Explore (NY). 2008 Mar-Apr;4(2):101-12.

xiiCelis, A. Testimonios de Transformación. Ed. Universidad Bolivariana. Santiago, Chile. 2006. Pag 105, 152, 286, 333.

xiiiBello, D. Searching for God in the Brain.Scientific American. 2007. October 3.

xivKoenig, H., Cohen, H. The link between Religion and Health. Psychoneuroimmunology and the Faith Factor.Oxford University Press. New York. USA. 2002

xvSeybold, K. Biology of Spirituality. Perspectives on Science and Christian Faith.2010; 62( 2): 89-98.

xviWorld Council Church. Study on mission in secular and postmodern contexts. "Believing without belonging”.Breklum, Germany. 2002. 26 June-2 July.

xviiMcGinn B. The Letter and the Spirit. Spirituality as an Academic Discipline. In Minding the Spirit: the study of Christian spirituality. Elizabeth Dreyer, Mark Burrows, eds. The John Hopkins University Press. Baltimore. USA. 2005.

xviiiMorandé P. Raiz, identidad y dinamismo cultural. Reflexiones sobre el caso chileno. http://www7.uc.cl/sociologia/download/Presentacion_PMorandeCourt.pdf [7]

xixCELAM. Aparecida. Documento conclusivo.V Conferencia General. CELAM, Santiago. 2007. Pag 244.-

MADRE NUESTRA QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

31 May 2012 | JUAN RAMÓN JUNQUERAS5

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“Sión decía: Me ha abandonado Dios, el Señor

me ha olvidado. ¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Isaías 49, 14-15)

Sin ánimo de construir un Dios femenino, que significaría convertirlo en algo tan controvertido como la teología machista que a la que hoy en día solemos someter aún a las mujeres en la iglesia en general, me gustaría hacer algunas consideraciones sobre la percepción de Dios como únicamente Padre.

Evidentemente, no se trata aquí de decir si Dios es masculino o femenino. Primero, porque seguramente no es ni una cosa ni la otra. Y segundo, porque si ya es inútil, extravagante y hastasin sentido discutir sobre el sexo de los ángeles, cosa que ya ha comprendido la cultura popular y lo ha incorporado a su acerbo y a sus dichos, ¡cuánto más sería hacerlo sobre el sexo de Dios!

Sin embargo, queda fuera de toda duda que en el mejor de los casos, cuando el creyente quiere referirse a Dios en términos de bondad, lo llama Padre, y no Madre. Frente al Dios todopoderoso, juez implacable, presencia omnímoda que todo lo ve y lo controla, el acercamiento aDios como Padre devuelve al creyente la esperanza en la misericordia, el afecto y la compasión divinos. Efectivamente, Jesús nos enseñó a llamar Padre a Dios. Pero también nos enseñó asacarnos el ojo que nos hace caer, y no he visto por aquí a nadie que se haya dejado tuerto a sí mismo; o nos aconsejó que nos cortemos la mano que nos permite pecar, y tampoco he visto que nadie lo haya hecho. Ni he visto a nadie que se tire al mar con una rueda de molino colgando del cuello, por haber escandalizado a alguien. Entendemos que son formas de hablar de Jesús, hipérboles para llamar nuestra atención sobre lo principal. ¿Será también “Padre” una forma de hablar de Jesús, de la que no hemos sabido extraer todo el meollo?

Así las cosas, y de todas formas, a cualquiera se le ocurre que la imagen del padre no es sino un antropomorfismo y, como tal, una figura que apunta a Dios, pero de forma irremediablemente

incompleta, y por razones que apuntaré a partir de ahora.

Concebir a Dios como padre significa, en primer lugar, que quien así lo percibe lo hace como hijo/a.En las relaciones familiares la figura paterna, según los más prestigiosos estudios de psicología infantil, aporta desde los primeros años de vida cuatro componentes sociales, educativos y antropológicos muy importantes, sobre todo en sociedades ancestralmente machistas como las nuestras: protección, seguridad, explicación y poder/autoridad.

Protección, por cuanto el niño pequeño se siente indefenso ante el mundo y, por lo tanto, amenazado por él. Cualquier presencia extraña puede convertirse en un peligro para su supervivencia, y en el padre encuentra una presencia cariñosa y fuerte que lo podrá proteger ante cualquier agresión, real o imaginaria. La sensación de desamparo infantil desaparece cuando el pequeño se sabe respaldado por un padre que puede hacer frente a los peligros que lo acechan. Con el padre, el niño se siente más fuerte.

Seguridad, por cuanto esa presencia paterna, cariñosa y protectora reafirma al niño, y lo hace sentirse fuerte de forma empática. La fortaleza del padre “cubre” como un escudo la debilidad del hijo, y le comunica una sensación benéfica, también real o imaginaria, que suple la impotencia y la inseguridad que presiente ante situaciones que es incapaz de dominar. Con el padre, el niño se siente más fuerte.

Explicación, por cuanto hay muchas cosas que el hijo no comprende en esta vida que está estrenando. Todo es nuevo para él, y las incógnitas se acumulan por todas partes. Necesita comprender lo que pasa y por qué le pasa a él. Necesita aprender la razón y la naturaleza de lo que lo rodea, si algo es bueno o es peligroso, si tal animal puede ser acariciado o tiene que alejarse de él, y las explicaciones que le aporta el padre cariñoso y sabio lo informan y lo forman, dándole recursos intelectuales y emocionales para hacer frente a ámbitos de la vida de los que desconocía su funcionamiento y, por lo tanto, aprende a dominarlos. De la inseguridad de la ignorancia

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pasa a la tranquilidad del saber. Con el padre, el niño se siente más fuerte.

Poder/autoridad, por cuanto el niño pequeño no ha conocido aún las consecuencias de sus actos, y necesita que se le explique lo que está bien y lo que está mal. Y no sólo esto, sino que necesita aprenderlo imperiosamente. No poner la mano en el fuego aunque le atraiga, no cruzar solo la calle aunque se sienta capaz, no soltarse de la mano aunque se crea preparado, no hablar con desconocidos aunque parezcan amables, hacer los deberes aunque no le apetezca, comerse la sopa aunque no le guste, no decir tacos aunque se enfade, lavarse los dientes aunque no le vea la utilidad, venir cuando se le pide que venga aunque non tenga ganas, acostarse temprano aunque no tenga sueño, etc. Este imperio, el gobierno de sus actitudes y actividades, que el niño aún no está capacitado para realizar él mismo, suele ser delegado en el padre, quien es percibido como una presencia de poder y autoridad, alguien que sabe lo que el hijo debe hacer en cualquier momento y circunstancia, he impondrá ese saber con la autoridad de quien puede aconsejar, amenazar, premiar y castigar.

La figura paterna se convierte, así, en una especie de limitación a la libertad del niño. El padre manda lo que el hijo tiene que hacer, y prohíbe lo que no debe hacer. Lo alaba y premia cuando es obedecido, y lo censura y hasta castiga cuando no. Para poder otorgarle su protección, seguridad y explicación, el hijo ha de ceder una buena parte de su autonomía. Seguir los consejos, las órdenes o las prohibiciones de la figura paterna le asegura el despliegue de un poder que es más fuerte que él. Es, por así decirlo, como un súbdito privilegiado, alguien que a costa de una parte de su libertad puede sentirse y saberse protegido y seguro. En comparación con el padre, entonces, él mismo se siente menos fuerte.

Aquí es donde comienzan a aparecer los problemas con la imagen paterna de Dios. Porque Él, además de protección, seguridad, fuerza, bondad y cariño, es percibido como imposición, prohibición, censura, castigo o premio dependiendo de la propia obediencia y, a veces, hasta intimidación. Él es más fuerte y, por lo tanto, capaz de imponer su autoridad y poder, aunque

sea para bien del hijo. Y entonces comienzan los conflictos de intereses. Porque si hay algo tanto o más importante para un ser humano que la protección, la seguridad y la explicación, esto es la libertad. ¿Cómo puede hablarse de verdadera libertad humana a quien percibe a Dios como aquél que premia si se lo obedece y que castiga si se lo desobedece?

Pero no sólo esto. La cosa es más grave aún. Porque mientras que el castigo de un padre sensato puede consistir en no llevar al circo a su hijo, o en dejarlo sin postre, o incluso en darle un azote en el trasero, los castigos de Dios, en el imaginario popular, no suelen quedarse ahí. Ni mucho menos. El Dios Padre que a todos nos han enseñado, cuando es desobedecido, puede inundar el mundo entero, hacer explotar ciudades, convertir a la gente en sal, abrir la tierra para que se trague a los transgresores, matar a primogénitos (imagino que algunos de ellos inocentes), ordenar guerras sangrientas en las que no se perdona la vida de ni mujeres indefensas ni de niños pequeños, provocar enfermedades y pestilencias y, lo que es todavía peor, castigar con la muerte eterna a quienes no siguen sus designios.

Y que no se me venga con que cuando Dios actúa así es que ya no es padre sino juez, y que lo hace por un bien superior, porque eso sería admitir una especie de esquizofrenia más propia de humanos desquiciados que de Dios. Por eso decía al principio que incluso la imagen de un Dios paterno es un antropomorfismo que necesita matices. Porque Dios es Padre a su modo, y no al nuestro. Es un padre divino, no humano.

“Y si vosotros, que sois malos, no dais una piedra a vuestro hijo cuando os pide pan, o una serpiente cuando os pide un pez, o si le pide un huevo le dará un escorpión, cuánto más vuestro Padre del Cielo os dará cosas buenas cuando se las pidáis…” (Mateo 7, 9-12)

No podemos transpolar, así como así, nuestra forma de ser padres a la de Dios. Y así como reconocemos que, por su forma trascendente de ser, no podemos nombrarlo sin encasillarlo entre las cuatro paredes de nuestra corta inteligencia, tampoco sabemos llamarlo Padre sin adjudicarle

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algunas características paternas que son nuestras, pero no suyas.

Si Dios quiere que los seres humanos actuemos con tanta bondad (hasta el extremo de llegar a amar incluso a nuestros enemigos), la razón última de tal exigencia radica en que Dios, no sóloactúa con esa bondad, sino que es la bondad más incondicional que cualquiera se pueda imaginar. Porque lo más claro que hay en las palabras de Jesús es que Dios es bueno. Y es siempre bueno.Además, es bueno con todos, lo mismo con los buenos que con los malos. Eso exactamente es lo que quiere decir el evangelio cuando afirma que Dios "hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos" (Mt 5, 45). Al decir esto, Jesús echa mano de una cosa evidente: cada mañana, cuando sale el sol, ese sol le da luz, calor y vida lo mismo a la gente mala que a la gente buena, lo mismo al sinvergüenza que al honrado, lo mismo al que se porta mal que al que se porta bien. Y de la misma manera, cuando vienen las lluvias, el agua que cae del cielo riega lo mismo la finca del ladrón que la tierra que trabaja honradamente el hombre que se gana cada día el pan con el sudor de su frente.

Sin duda alguna, Jesús propuso este razonamiento tan elemental, y hasta tan simple, para que nos convenzamos, de una vez para siempre, de que el cariño que Dios nos tiene, seamos buenos o seamos malos, es tan fuerte y tan seguro, que dudar de eso nos debería resultar tan estrambótico como el que se pusiera a pensar que, si se porta mal, a la mañana siguiente el sol no le va a dar a su casa o a su finca. Como a nadie se le pasa por la cabeza que, si comete una barbaridad (por muy grande que sea semejante barbaridad), cuando se ponga a llover, el agua no va a caer en su jardín o en sus tierras.

La cosa, por tanto, está clara. Dios no reacciona ante el mal o ante el bien como reaccionamos nosotros. Dios es bueno siempre. Porque está por encima del bien y del mal. Naturalmente, esto significa que Dios nos quiere siempre. Es decir, siempre tenemos asegurado el cariño de Dios, sea cual sea nuestro comportamiento. En este sentido, es evidente que lo primero y lo más elemental, para comprender a Dios, es modificar

radicalmente la imagen usual que se suele tener de cómo es Dios y de cómo se comporta Dios.

Lo queramos o no, lo pensemos o no, en el conocimiento que nosotros tenemos de Dios se mezclan inevitablemente nuestras experiencias y nuestras maneras de reaccionar ante lo que nos ocurre cada día, y en cada situación concreta. Y así, como nosotros reaccionamos bien cuando se nos hace algo bueno, y solemos reaccionar mal cuando se nos ofende, inevitablemente proyectamos sobre Dios esa experiencia tan natural en cualquier persona. De donde resulta el Dios que se indigna ante la ofensa y que premia al que se porta bien con Él.

Por eso nos es tan difícil aceptar, sin titubeos, la idea de un Dios que siempre es bueno. Y que es bueno con todos. De la misma manera que nosotros no siempre somos buenos con todos, el Dios que nos imaginamos no es, no puede ser, bueno con todos. Nos resistimos instintivamente (y sin darnos cuenta) a aceptar semejante Dios. El Dios que es bueno y reacciona con bondad, a prueba de cualquier ofensa, nos resulta intolerable. No nos damos cuenta de esto. Pero, de hecho, nos resulta inaguantable. Parece que necesitemos a un Dios que haga diferencias porque nosotros las hacemos. Como necesitamos a un Dios que castiga porque nosotros castigamos. Estas oscuras conductas nuestras necesitan una "justificación" o, si se quiere, una "legitimación". Los que nos pasamos la vida juzgando, acusando y condenando a todo el que no coincide con nuestra manera de ser o de pensar, con nuestros gustos y nuestros rechazos, tenemos la inconsciente y apremiante necesidad del Dios que juzga, acusa y condena. Con semejante Dios, parece que nos quedamos más tranquilos. Y en cualquier caso, ese Dios hace que tengamos la impresión de ser "como hay que ser" cuando nos ofendemos y reaccionamos ante las ofensas de los demás. Exactamente, como Dios.

Es seguro que Jesús de Nazaret consideró a Dios como Padre. Los evangelios dan fiel testimonio de ello. Lo llamó así, y así lo explicó a quienes lo escucharon y siguieron. Esto está fuera de duda. Y, por lo que sabemos, Jesús nunca llamó a Dios Madre, y nunca enseñó a sus discípulos a dirigirse así a Dios. Esto está claro

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también. Sin embargo, hay que reconocer, del mismo modo, que el nazareno fue también un hombre de su tiempo, insertado en una cultura en la que hubiera sido poco eficaz añadir vocabulario femenino a la percepción que se tenía de Dios. Y que cada vez que lo llamó Padre fue para destacar sólo su bondad, su ternura, su ánimo protector, su abrazo que otorga seguridad, y jamás para presentarlo con una forma de ser autoritaria, celoso de su honor y del respeto debido, preparado y dispuesto a castigar a quienes se equivocan y premiar a los que aciertan. Al contrario, el Padre de Jesús hace llover sobre justos e injustos y alumbra y da calor a los buenos y a los malos. Además, es presencia benéfica para los pecadores incluso antes de que se arrepientan de sus pecados. Ama a todos, y a todos quiere salvar y dar la vida eterna.

Esta forma de ser Padre le otorga una característica que no nos gusta demasiado a los seres humanos, y menos a los creyentes: la debilidad. Por ser un Padre así, Dios se debilita, se expone. Como la gallina que rodea a sus polluelos con sus alas para protegerlos, aun a riesgo de su propia vida (aquí tenemos, por cierto, una expresión maternal, femenina, de la visión que Jesús tenía de Dios). Nuestro Padre del Cielo no hace valer sus derechos, no ejecuta las sentencias como lo haríamos nosotros. Dios no es así, ni quiere serlo. Y si no, ¿qué merecía la oveja descarriada, a la que el ejercicio de su libertad había condenado a ser pasto de las alimañas? ¿Qué merecía, en justo derecho (algo que nos gusta mucho a los padres, a los varones), el hijo que vuelve a su casa después de abandonar al padre, llevar una vida disoluta y dilapidar su fortuna?

El hijo mayor de la parábola, y no el padre, es quien compendia a la perfección las formas de ser familia que tenemos los varones. No soporta que se le haya faltado al respeto, ni que su hermano vuelva como si nada hubiera ocurrido. Para él, todo debe ser pesado y medido (“ni un cabrito me diste, y a él le matas el cordero más gordo”), y dar a cada uno lo que merece. Pero Dios no es así. Casi podría decirse que el padre de esta historia es mucho más madre que padre porque, ante los hijos, los padres solemos anteponer la fuerza, la

autoridad, la justicia, el derecho, mientras que las madres son más capaces de renunciar a sus derechos y hacerse débiles a favor de sus hijos. No se trata de consentirlos, ni de dejarles hacer lo que les dé la gana, sino de amarlos de forma incondicional y hasta el extremo. El honor y el respeto no puede anteponerse, para ellas, a la compasión y a la ternura. Nuestro Padre del Cielo es Abba (papá) pero también Imma (mamá):

“¡Si es mi hijo Efraín, mi niño, mi encanto! Cada vez que lo reprendo, me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías 31, 20)

Y aquí debe entrar en consideración, por derecho propio, la imagen materna de Dios, que durante tanto tiempo ha olvidado el cristianismo. Ya el Antiguo Testamento describía la relación que Dios tiene con sus hijos a través de una palabra que hace saltar las alarmas a los defensores de una teología machista: rahamim. Esta palabra hebrea significa “entrañas”. Pero no sólo eso. Es el término que se emplea para definir el útero materno, el lugar donde el ser humano mantiene con su madre una conexión tan profunda que jamás volverá a producirse en toda su vida. El lugar donde se siente más protegido, más seguro. La mayor experiencia de gratuidad y don inmerecido. Estar dentro, alimentado y resguardado, para que la vida crezca y se prepare para el más allá. Nunca más se dará una intimidad tan profunda entre dos seres humanos y de la que, además, el hijo ni siquiera es consciente. En el útero materno, la presencia de la madre es, para él, algo que ocurre pero que no es capaz de percibir hasta sus últimos extremos. Y así, para algunos profetas Dios es madre:

“Sión decía: Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado. ¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”(Isaías 49, 14-15)

Si el creyente quiere aprender a mantener con Dios lazos familiares, tendrá que empezar a percibirlo no sólo como Abba sino también como Imma. Los seres humanos tenemos padre y madre. A los dos necesitamos para venir al mundo, y nuestra educación es mejor si podemos aprender de ellos las formas de ser masculinos y

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femeninos. Es más, por lo general un hijo suele criarse mejor cuando le falta el padre que cuando quien le falta es la madre. Así son las cosas. Parece como si las madres estuviesen más preparadas para ser también padres que al contrario. Saben ser estrictas cuando conviene, pero toda su relación está impregnada de la experiencia del útero materno, de la calidez y la ternura incondicional. En último extremo, siempre les podrá la compasión. Así es Dios:

“Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo (...). Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos. Con cuerdas de ternura, con lazos de amor, los atraía; fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas y se inclina hasta él para darle de comer (...) El corazón me da un vuelco, todo mi útero se estremece.” (Oseas 11, 1-8)

Cuando un hijo se hace daño, generalmente es a la madre a quien llama antes. Ella lo consuela y hasta parece tener el imaginario poder de curar sus heridas. Una vez leí que uno sabe que ha dejado de ser un niño cuando se da cuenta de que los besos de mamá ya no curan las heridas. Así es Dios: “Como consuela la propia madre, así os consolaré yo.” (Isaías 66, 13)

Es muy importante recuperar esta imagen materna de Dios, que fortalece, matiza y purifica su imagen paterna. No cabe una interpretación machista de la divinidad, en la que prevalezcan la fuerza, el poder y la autoridad del varón. La fuerza, el poder y la autoridad de Dios provienen de su ternura, de su compasión y de su amor incondicional, dispuesto a correr todos los riesgos necesarios para salvar a sus hijos. Por eso creo que Dios, si hay que decirlo de algún modo, si hubiera que elegir, es más madre que padre.

Lo materno, lo femenino, es una parte insustituible de nuestra experiencia vital. Lo es en la vida secular, y debe serlo también en la vida religiosa. Es posible que esto se haya ido olvidando porque, por lo general, el discurso eclesiástico ha ido siendo elaborado por muchos varones y por muy pocas mujeres. Y así como es cierto que lo propio del varón es la fuerza, la atracción por el poder, y a veces la violencia, es cierto también que esta impronta se ha ido marcando a fuego en nuestro discurso religioso y

en nuestra forma de percibir a Dios. Dios es el poderoso, el todopoderoso, el omnipotente (la fuerza). Es el legislador que impone las normas y las hace cumplir (la atracción por el poder). Y es el que, si es necesario, ejecuta los castigos (la violencia). Percepciones de este tipo pueden hacer la experiencia religiosa muy confusa y hasta perjudicial.

En una religión así, la carencia de lo femenino puede hacerse insoportable. No se trata, evidentemente, de “matar al padre” por una especie de complejo de Edipo. Consiste, más bien, en que el Padre del Cielo pueda ser percibido de otra forma, como una respuesta también maternal a nuestras legítimas aspiraciones de compasión y ternura femeninas.

El lenguaje humano, con sus muchas e inevitables limitaciones, le ha puesto a Dios el nombre dePadre. Sabemos que ese nombre implica, inevitablemente, como todo lo que tiene que ver con lo humano, complicaciones y carencias. En cualquier caso, al ponerle a Dios el nombre de Padre, el Nuevo Testamento ha querido expresar que Dios es, para los seres humanos, para todos ellos, buenos o malos, justos o injustos, lo mejor, lo más noble y lo más pleno, que cualquier ser humano puede apetecer, lo más grande que puede esperar, y la fuente de la felicidad plena a la que todos aspiramos. Dios no es indiferente a nuestra felicidad y a cuanto nos hace felices. Menos aún puede ser el obstáculo insalvable para el logro de nuestros deseos de felicidad. Todo lo contrario. Lo único que Dios quiere de verdad es que sus hijos, todos los seres humanos, seamos plenamente felices. En esta vida, y en la otra vida. Un Dios que no sea así, no puede ser el verdadero Dios.

Y en cualquier caso, que quede claro que el mensaje central de Jesús no se refiere al castigo y la amenaza, tan fundidos y confundidos con lo varonil, sino a la gestación de un ser nuevo nacido de arriba, a la vida y la esperanza, tan propias de lo femenino. Porque el Dios que nos enseñó Jesús no es el Dios que nos complica la vida, sino el Dios que se humanizó para humanizar nuestra vida. Y así nos enseñó que sólo en la medida en que nos hacemos más humanos, en esa misma medida nos hacemos más semejantes a aquel

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Jesús. Sabiendo, por la fe, que esta vida y la muerte que acaba con ella no son ni el final ni el fracaso, sino el tránsito inevitable, el periodo de gestación tras del cual, por fin, nuestro Dios Madre del Cielo podrá darnos a luz a un mundo nuevo y eterno, lleno de vida, y vida en abundancia:

(Isaías 66, 12).

SOBRE “MADRE NUESTRA QUE ESTÁS EN LOS CIELOS”

18 June 2012 | JONÁS BEREA

La lectura del artículo Madre nuestra que estás en los cielos de mi buen amigo Juan Ramón Junqueras me suscitó una serie de reflexiones que en principio iba a insertar como comentario, y que finalmente he plasmado en este post a modo de carta abierta que extiendo a los lectores de Café Hispano.

--Querido amigo y hermano Juan Ramón:Me parece muy inspirador y positivo el que

entiendo es el tema de fondo del artículo: el amor incondicional de Dios. Para mí eso es grandioso, y agradezco que lo prediques con tanto entusiasmo. Nunca será suficiente el énfasis en el que es el asunto fundamental del plan de salvación: la entrega total del Señor. Ahora bien, no quiero dejar de señalar algunos aspectos de tu forma de exponerlo que encuentro cuestionables.

En primer lugar, recorre todo el artículo la asunción de que el padre (terrenal) responde al estereotipo de persona fuerte, protectora, autoritaria… Curiosamente, la contrapartida de este estereotipo es que la madre es débil y está dominada por un cariño que le impide establecer su autoridad.

Dices: “Es muy importante recuperar esta imagen materna de Dios, que fortalece, matiza y purifica su imagen paterna. No cabe una interpretación machista de la divinidad, en la que prevalezcan la fuerza, el poder y la autoridad del varón”. Yo creo más bien que si superamos la visión machista de la humanidad, que en el artículo se asume como premisa, entonces ya no es tan problemático llamar sólo "Padre" a Dios, porque ese nombre incluirá todo lo que un buen padre cristiano debe tener: protección, seguridad,

explicación… pero también cariño, ternura, compasión, etcétera. Por ello, la idea de que “Dios, si hay que decirlo de algún modo, si hubiera que elegir, es más madre que padre” está condicionada por una visión patriarcal de la familia, que, personalmente, me niego a asumir. Entiendo que en los tiempos bíblicos el modelo familiar dominante es el patriarcal (lo cual impregna el lenguaje en que se expresan muchas verdades bíblicas), y hoy sin duda el machismo pervive, pero pienso que reducir cada uno de los sexos a ciertos valores me parece convencional y tradicionalista; si somos capaces de superar esa asociación, la imagen de lo varonil cambiará para nosotros, y por tanto esa dicotomía entre el padre y la madre, tan acentuada en el artículo, creo que se diluiría.

Por otro lado, tras describir al padre como fuente de protección, seguridad, explicación y autoridad, todos ellos valores positivos, se da un giro para destacar los aspectos negativos de esas funciones del padre, y se afirma: “La figura paterna se convierte, así, en una especie de limitación a la libertad del niño”. […] Para poder otorgarle su protección, seguridad y explicación, el hijo ha de ceder una buena parte de su autonomía”. Pienso que se mezclan aquí dos fases del proceso educativo seguido por los padres (padre y madre) con sus hijos: la fase en que el niño está desvalido, por sus limitaciones naturales, y la fase en que se va volviendo autónomo. Escribes: “En comparación con el padre, entonces, él mismo se siente menos fuerte”; y es que sin duda lo es, pero sólo en la primera fase. De ahí la necesidad de una autoridad bien definida, que deben encarnar padre y madre; privar de ella a un niño en esa fase supone dañar gravemente su maduración emocional y apostar por que se convierta en el típico niño tiránico y sin capacidad de autocontrol. La conducta del padre (y de la madre) ha de ser, y normalmente es, dinámica: desde una etapa más autoritaria (porque sus hijos están desvalidos), hacia una autonomía del hijo cada vez mayor.

Por tanto, creo que no es correcto hablar de que el hijo ha de ceder su autonomía, porque eso implica que el niño anteriormente había tenido libertad, y que el padre se la ha

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restringido, cuando la realidad es que los niños, por su invalidez natural, nacen sin autonomía, y son los padres los que van cediendo en su control y les van otorgando mayores cotas de libertad, de modo que los niños llegan a pasar de una moral heterónoma a una moral autónoma. En realidad, a partir de ese giro que señalo, tu artículo se centra básicamente en el mal padre, en aquel que no sabe comprender que los hijos han de ir volviéndose autónomos, un padre que no asume que el niño crece, y que continúa tratando al joven como si fuera un niño. Creo que ni siquiera los patriarcas de los tiempos bíblicos eran en general así. Y, como padre, me niego a aceptar esa visión, que entiendo provoca algunas incoherencias en el discurso. Dices: “No podemos transpolar, así como así, nuestra forma de ser padres a la de Dios”. Es totalmente cierto, pero más cierto aun (permíteme un toque de humor) si somos tan malos padres como el que presentas a lo largo del artículo. En cambio, si los padres (varones) somos como debemos ser, seguramente que llamar “Padre” a Dios recupera connotaciones más positivas.

Hay varios momentos del artículo en que se produce un cambio de tema, al mencionar ciertas acciones de Dios en el Antiguo Testamento (diluvio…), asociándolas con el hecho de que se conciba a Dios como Padre; si nos atenemos a las denominaciones de Dios, más bien son acciones del Señor de los Ejércitos, de Jehová, etcétera. Aprecio cierta contradicción en que se vincule al Dios-Padre con un Dios que castiga, cuando precisamente la denominación de Dios como Padre es casi exclusiva de Jesús, mientras que aquí se están exponiendo sobre todo ciertas visiones del Dios del Antiguo Testamento. Y precisamente, en uno de esos cambios de tema, sin entrar en mayores análisis en un asunto que entiendo tiene su complejidad, se considera que lleva a una “esquizofrenia más propia de humanos desquiciados que de Dios” creer que la Biblia es literal cuando dice que Dios mandó el diluvio, castigó a Nadab y Abiú, convirtió a la mujer de Lot en estatua de sal... “Dios es Padre a su modo, y no al nuestro. Es un padre divino, no

humano”, dices. ¿Y por eso hemos de negar la literalidad de esos pasajes? Sin olvidar, por supuesto, que el juicio final (con la condenación que implica) es uno de los temas sobre los que más habló Jesús. Es cierto que “siempre tenemos asegurado el cariño de Dios, sea cual sea nuestro comportamiento”, pero Jesús insistía constantemente en que llegará un momento en que el Padre deberá permitir nuestra extinción si lo rechazamos a él; y eso es parte de su amor en una situación extraña cual es la irrupción del pecado en el universo. Insito en que éste es un asunto peliagudo que daría pie a un desarrollo y un debate más amplios.

Dices que no tienes “ánimo de construir un Dios femenino”, pero creo que sí has intentado deconstruir un Dios masculino. Sin pretender ser categórico, y valorando mucho tu mensaje principal, me pregunto: ¿No es mejor reconstruir el concepto de padre y de madre terrenales, ajustándolos a una concepción en realidad más bíblica y por tanto no machista (según la cual ambos tienen autoridad y cariño) para así comprender mejor a Dios? Quizá alguien necesite dirigirse a Dios como “Madre nuestra que estás en los cielos”, y si eso le ayuda en su relación con Dios, no entraré en analizarlo. Pero personalmente considero que la expresión no es la más afortunada, al menos como título, porque evoca ciertas teologías autodenominadas “feministas” que han llegado a publicar Biblias marcadas por la obsesión por lo políticamente correcto, en las que se “corregían” todas las expresiones bíblicas que ciertas personas, erigiéndose en autoridad, clasifican como inadecuadas; considero que una modificación de este tipo a la larga puede dificultar la comprensión de la Biblia, más que facilitarla.

A pesar de todas estas matizaciones, considero que la idea fundamental del artículo resulta de lo más positivo y necesario, por lo que te felicito. Quiero destacar al gran valor teológico que tiene el estudio de las imágenes femeninas de Dios en la Biblia, que se apunta muy acertadamente a lo largo del texto.

Un abrazo: Jonás Berea

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