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Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos Estado-nación, Comunidad Indígena, Industria Tres debates al final del Milenio Hans Joachim König, Tristan Platt y Colin Lewis coordinadores

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Los cuadernos de la Ahila, son publicados por la Asociación de Historiadores Europeos Latinoamericanistas y recogen algunas de las más importantes discusiones de los miembros de la Asociación en torno a problemáticas historiográficas contemporáneas de América Latina y el Caribe. El cuaderno No. 8 fue editado por Hans Joachim König, Tristan Platt y Colin Lewis. En la primera parte se abordan cuestiones tales como Nacionalismo y Nación en Iberoamérica, Ciudadanía en el siglo XIX e historia de la violencia y los estados en América Latina. En la segunda parte se presentan trabajos sobre la antropología histórica de las comunidades indígenas, y los problemas de inclusión de los pueblos indígenas a las formaciones estatales modernas en América Latina. En la tercera parte del texto se presentan algunas consideraciones sobre el proceso de industrialización en América Latina

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Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos

Estado-nación, Comunidad Indígena, Industria

Tres debates al final del Milenio

Hans Joachim König, Tristan Platt y Colin Lewiscoordinadores

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Cuadernos de Historia Latinoamericana

No 8

Editor técnico: Raymond Buve

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Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos

Estado-nación, Comunidad Indígena, Industria

Tres debates al final del Milenio

Hans Joachim König, Tristan Platt y Colin Lewiscoordinadores

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CUADERNOS DE HISTORIA LATINOAMERICANANo 8

© AHILA, Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos, 2000

ISBN: 90-804140-4-2

Layout: Nel Buve-KelderhuisPrinted in the Netherlands by Ridderprint, Ridderkerk

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SUMARIO

PARTE PRIMERA

NACIONALISMO Y NACIÓN EN LA HISTORIA DE IBEROAMÉRICA...................................................................7

Hans-Joachim KÖNIG

LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX: NUEVAS PERSPECTIVAS PARA EL ESTUDIO DEL PODER POLÍTICO EN AMÉRICA LATINA...................................49

Hilda SABATO

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE ACERCA DE LA VIOLENCIA Y DEL ESTADO EN AMÉRICA LATINA.......................................71

Michael RIEKENBERG

PARTE SEGUNDA

PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS:...........95LA ANTROPOLOGÍA HISTÓRICA DE LAS COMUNIDADES ANDINAS CARA AL NUEVO SIGLO

Andrés GUERRERO

Tristan PLATT

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LA ‘CIUDADANÍA’ Y EL SISTEMA DE GOBIERNO EN LOS PUEBLOS DE CUENCA (ECUADOR)....................115

Silvia PALOMEQUE

¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL?.......143Rossana BARRAGÁN

LA COMUNIDAD ENTRE LA REALIDAD ECONÓMICA Y EL DISCURSO.................................................................169

Magdalena CHOCANO MENA

REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES. UN ESTUDIO DE CASO DESDE LOS ANDES DEL NORTE..................................................................................189

Emilia FERRARO

HISTORIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA: INTERSECCIÓN DE AUTOBIOGRAFÍA, ETNOGRAFÍA, E HISTORIA........................................................................203

Blanca MURATORIO

PARTE TERCERA

INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA: IN PURSUIT OF DEVELOPMENT............227

Colin M. LEWIS

Wilson SUZIGAN

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PARTE PRIMERA

NACIONALISMO Y NACIÓN EN LA HISTORIA DE IBEROAMÉRICA

HANS-JOACHIM KÖNIG*

La Problemática: La relevancia de la temática

Hasta hace algunos años podíamos llegar a convencernos de que en Europa la problemática de nación y nacionalismo era una temática obsoleta, interesante sólo para historiadores. Tras los abusos cometidos por un nacionalismo extremo, se percibió en Europa, y en especial en Alemania, una actitud de rechazo hacia el nacionalismo.1

* Katholische Universität Eichstätt.1 Obras que evalúan el nacionalismo como una manifestación patológica son W.SULZBACH, Imperialismus und Nationalbewusstsein. B.C. SHAFER, Nationalism. Myth and Reality, New York, 1955. Respecto a Alemania véase Karl O. Frh. v.ARETIN, “Über die Notwendigkeit kritischer Distanzierung vom Nationbegriff in Deutschland nach 1945”, en H.BOLEWSKI (ed.), Nation und Nationalismus, Stuttgart 1967, pp. 26-45.

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Y ante la integración europea, la estructura política de Europa como un continente subdividido en muchos estados nacionales empezó a haber pasado a la historia. Tanto la predilección por estados nacionales como el empleo del concepto de nacionalismo o nacionalidad parecían estar superados como factores políticos. Además, el proceso de globalización—con cortes supranacionales, instituciones transnacionales, federaciones regionales y una cultura global—ponía en duda no sólo la importancia y necesidad del estado nacional como la única institución adecuada para garantizar los derechos humanos y el ejercicio del estatus de la ciudadanía en la sociedad civil y social.2 Ponía en duda también la validez del viejo concepto de nación como un espacio cultural unificado o homogéneo: En vez de una sola identidad nacional hoy en día se subraya la pluralidad de identidades.3 Pero desde hace poco se puede notar un cambio de opiniones en Europa.

Tanto las turbulencias del fin del siglo XX con la desintegración sangriente del bloque soviético respectivamente del bloque socialista en la Europa oriental como nuevas olas de ampliaciones de la Unión Europea llaman nuevamente la atención de historiadores y politólogos sobre los procesos de formación del Estado y la Nación y el rol de los nacionalismos.4 Debido a la resurgencia de los nacionalismos sobre todo en Europa oriental las palabras nación, nacionalidad y nacionalismo han vuelto a despertar temores antiguos. Por otro lado el proceso mismo de unificación que quiere crear una “Europa de patrias democráticas” plantea la cuestión si

Acerca del nacionalismo extremo véase M. Rainer LEPSIUS, Extremer Nationalismus. Strukturbedingungen der Nationalsozialistischen Machtergreifung. Stuttgart 1966. Véase también Christian Graf v. KROCKOW, Nationalismus als deutsches Problem, München 1970.2 David HELD, Democracy and the Global Order: from the Modern State to Cosmopolitan Governance, Cambridge 1995. Yasemin SOYSAL, The Limits of Citizenship, Chicago 1994. Jean L. COHEN, “Changing Paradigms of Citizenship and the Exclusiveness of the Demos”, en International Sociology 14, 3 (1999), pp. 245-268. La temática de la ciudadania como elemento de la “nación cívica” en Iberoamérica se discutirá a lo largo de este artículo.3 Homi BHABHA, The Location of Culture, London and New York 1994.4 Véase p.e. Robert J. KAISER, The Geography of Nationalism in Russia and the USSR. Princeton 1994. David D. LAITIN, “Identity in Formation: The Russian-Speaking Nationality in the Post-Soviet Diaspora”, en Archives Européennes de Sociologie 36 (1995), pp. 281-316. Rogers BRUBAKER, Nationalism Reframed: Nationhood and the National Question in the New Europe, Cambridge 1996.

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NACIONALISMO Y NACIÓN

valores/identidades culturales regionales deben ser conservados y si estructuras democráticas o la observancia de los derechos humanos deben ser el requisito para el ingreso en la Union Europea.5 Los acontecimientos en Europa causaron nuevos estudios sobre nación y nacionalismo.

Respecto de América Latina los estudios se han ocupado preferentemente con la temática del nacionalismo; conocemos sólo pocos trabajos sobre el concepto de nación como se puede deducir del Balance de la Historiografía sobre Iberoamérica (1945-1988).6

Recién en las últimas decadas podemos notar que debido tanto a los problemas socioeconómicos que sufren los estados de América Latina como a nuevos conceptos de espacio y de integración supraregional se intensificaron los estudios sobre el objeto y resultado del nacionalismo, la nación. Por eso estraña mucho que los nuevos trabajos de caracter general no contienen ni reflexiones teóricas ni estudios especiales referidos a América Latina.7 Esta ausencia, ¿está relacionada con la peculiaridad del fenómeno nación y nacionalismo en el proceso histórico de este continente? Pues a diferencia de Europa donde el proceso de integración supranacional está en plena marcha, en América Latina el proceso mismo de formación o construcción de Estados nacionales, empezado con la Independencia, todavía no está acabado como lo insinuan algunos trabajos pertinentes: En la introducción al volumen La unidad nacional en América Latina. Del regionalismo a la nacionalidad, de 1983, el editor Marco Palacios subraya que “en América Latina no hemos concluido del todo la

5 Véase Albert OOSTERHOFF, “El difícil camino de integración europea desde el carbón y el acero hasta la Unión Europea”, en Raymond BUVE y Marianne WIESEBRON (comp.), Procesos de integración en América Latina Perspectivas y experiencias latinoamericanas y europeas, Amsterdam 1999, pp. 17-33, cf. Gerardo JACOBS, “Conclusión: los retos de la globalización” en BUVE y WIESEBRON (comp.), Procesos de integración, pp. 178-184. Anne-Marie LE GLOANNEC (ed.), Entre Union et Nations: L’État en Europe, Paris 1998.6 V. VAZQUEZ DE PRADA y Ignacio OLABARRI (eds.), Balance de la Historiografía sobre Iberoamérica, 1945-1988, Pamplona 1989. En este balance no hay un capítulo especial dedicado a la temática del nacionalismo y la nación. Sólo François-Xavier Guerra menciona la temática en su artículo “El olvidado siglo XIX”, ibid. pp. 593-631.7 Eric J. HOBSBAWM, Nations and Nationalism since 1780. Programme, myth, reality. Cambridge 1990. John HUTCHINSON, & Anthony D. SMITH (eds.), Nationalism, Oxford 1994. Anthony D. SMITH, Nationalism and Modernism. A critical survey of recent theories of nations and nationalism, London and New York 1998.

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Hans-Joachim KÖNIG

travesía hacía la unidad nacional”.8 Con su tesis de habilitación de 1984 Auf dem Wege zur Nation (En el camino hacia la nación) sobre el nacionalismo en el proceso de la formación del Estado y de la Nación de la Nueva Granada, Hans-Joachim König ha demostrado que a pesar de la consolidación estatal a finales del siglo XIX, Colombia se encontraba todavía en el difícil camino hacia la nación.9 Antonio Annino, Luis Castro Neiva y François-Xavier Guerra en Introduccón y Epílogo del volumen De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica editado por ellos en 1994 constatan que la construcción de la Nación moderna es inacabada, y preguntan si se puede hablar de éxito o de fracaso en la construcción de la Nación moderna en America Latina.10

Ya los títulos de estos tres libros plantean algunas preguntas. ¿Porqué en el caso de América Latina se habla de construcción de la nación? ¿En qué se distingue la Nación moderna de aquella del tipo tradicional? ¿Cómo es que proceso de formación del Estado y proceso de formación de la Nación no coinciden? ¿Cual es el impacto del nacionalismo en estos procesos? ¿Qué quiere decir que el proceso es inacabado, cuales son los criterios correspondientes? ¿Qué significa unidad nacional y en qué consiste?

Con estas preguntas y otras más como por ejemplo la relación entre Estado, Nación y Sociedad voy a ocuparme en este artículo. Es mi intención demostrar en qué manera se ha estudiado la temática durante las últimas tres décadas, cuáles eran los puntos esenciales y qué cambios de enfoques había. No se trata de presentar una bibliografía completa sino más bien unas reflexiones sobre los enfoques principales. Para eso me parece indispensable incluir el debate general sobre Nación y Nacionalismo y preguntar por su impacto sobre investigaciones tocante a América Latina.

8 Marco PALACIOS (comp.), La unidad nacional en América Latina. Del regionalismo a la nacionalidad. México 1983, p. 19.9 Hans-Joachim KÖNIG, Auf dem Wege zur Nation. Nationalismus im Prozess der Staats- und Nationbildung Neu-Granadas 1750 bis 1856, Stuttgart/Wiesbaden 1988; hay una traducción en castellano: En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la Nación de la Nueva-Granada, 1750-1856. Bogotá 1994.10 Antonio ANNINO, Luis CASTRO LEIVA y François-Xavier GUERRA (eds.), De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica, Zaragoza 1994, p. 11, p. 615.

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NACIONALISMO Y NACIÓN

La problemática de definición de nacionalismo y nación

a) Nacionalismo

Dedicarse a investigar la cuestíón del nacionalismo y de la nación puede parecer problemático, pues se trata de conceptos controvertidos y desacreditados precisamente de la historia europea. De hecho, en las ciencias políticas hay pocos conceptos que hayan sido objeto de definiciones y evaluaciones tan diversas como el nacionalismo.11 Con él es posible asociar la libertad y la represión, el progreso y la reacción, el mantenimiento y la reducción de privilegios y prerrogativas. Estos juicios reflejan las distintas formas que adoptó el nacionalismo, desde su surgimiento en el proceso de formación de los estados nacionales europeos en correspondencia con el naciente proceso de modernización, iniciado con la Revolución Industrial en Inglaterra y con la Revolución Francesa, la “doble revolución de la sociedad burguesa de la Europa occidental”.12 Al comienzo la evaluación del nacionalismo resultó preponderantemente positiva, porque se vinculaba su orígen con la Revolución Francesa y su meta con la realización de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por ella proclamados. Aparecía entonces como un elemento estructural progresivo en la organización social política interna de la sociedad humana. El nacionalismo pasó a ser un factor destructivo sólo al disolverse el vínculo entre las ideas de democracia y nación, tras la

11 Véase la extensa bibliografía de Karl W. DEUTSCH y Richard L. MERRITT (eds.), Nationalism and National Development. An Interdisciplinary Bibliography, Cambridge, Mass. 1970. Véase también mas recientes bibliografías en Eric J., HOBSBAWM, Nations and Nationalism since 1780. John HUTCHINSON, & Anthony D. SMITH (eds.), Nationalism.. Anthony D. SMITH, Nationalism and Modernism.12 Véase al respecto Hans KOHN, The Idea of Nationalism. A Study in its Origins and Background, New York 1944; Id., Nationalism. Its Meaning and History, Princeton 1955. Kohn remonta los orígenes del nacionalismo moderno a la segunda mitad del siglo XVIII y considera a la Revolución Francesa como su primera gran manifestación. Cf. A. KENNILÄINEN, Nationalism. Problems concerning the Word. The Concept and Classification, Jyväskylä 1964. En cuanto a la relación entre doble revolución y problema nacional, véase Reinhard BENDIX, Nation-Building and Citizenship. Berkeley 1974. Entre los ensayos de investigación histórica sobre la modernización cabe mencionar R. BENDIX, Nation-Building; S.N EISENSTADT y Stein ROKKAN (eds.), Building States and Nations. Models and Data Resources, Beverly Hills and London 1973, 3 vols. Sobre la investigación de la modernización en general véase Peter FLORA, Modernisierungsforschung. Zur empirischen Analyse der gesellschaftlichen Entwicklung, Opladen 1974.

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Hans-Joachim KÖNIG

consolidación del poder de la burguesía y la formación de los mercados nacionales. Entonces el nacionalismo europeo sirvió, hacia afuera, de soporte ideológico para las guerras de expansión y como legitimación del imperialismo, y hacia adentro, para justificar el sometimiento de las minorías.13

Por lo tanto, no es de extrañar que ninguna de las definiciones y tipologías propuestas hasta el momento haya facilitado una teoría satisfactoria para dar cuenta de las múltiples y ambivalentes manifestaciones del nacionalismo. Entre estas propuestas, cabe destacar la que ya en 1931 había presentado el historiador norteamericano Carlton J. H. Hayes, con su distinción entre nacionalismo humanitario, jacobino, tradicional, liberal e integral, o la de Hans Kohn, con su distinción entre un nacionalismo occidental de perfil político-democrático, y otro oriental, de rasgos culturales y lingüísticos.14 La diferenciación propuesta por Kohn ha marcado el debate por mucho tiempo. Recientemente se reanimó con otras nociones: Ahora el debate hace una distinción entre un nacionalismo cívico/territorial—bueno y occidental—y un nacionalismo étnico/cultural—malo y oriental.15

Trabajos anteriores sobre el nacionalismo en América Latina traslucen la misma dificultad de encontrar una definición de validez general para este concepto. La mayoría de los autores consideran que el nacionalismo en América Latina, sobre todo en el siglo XX, desempeña un papel importante y constituye una fuerza positiva, reivindicada tanto por los grupos de derecha como por los de izquierda. Estos autores relacionan las manifestaciones del nacionalismo con los esfuerzos de desarrollo y con la política antiimperialista, pero no suministran definiciones, y sólo ocasionalmente problematizan esta carencia o bien eligen, como

13 Véase por ejemplo H. KOHN, Nationalism. Its Meaning…, , E. J. HOBSBAWM, Nations and Nationalism., Carlton J.H HAYES, The Historical Evolution of Modern Nationalism, New York 1931. Cf. también Walter SULZBACH, Imperialismus und Nationalbewusstsein, Frankfurt 1959.14 C. J.H HAYES, The Historical Evolution of Modern Nationalism, H KOHN, The Idea of Nationalism.15 John PLAMENATZ, “Two types of Nationalism“, en Eugene KAMENKA (ed.), Nationalism: The nature and evolution of an idea.. London 1966, pp. 22-36. Rogers BRUBAKER, Citizenship and Nationhood in France and Germany, Cambridge, Mass. 1992, emplea esta distinción para su análisis.

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NACIONALISMO Y NACIÓN

Gerhard Masur, no proponer definición alguna; Masur rechaza una definición concreta del nacionalismo, porque, según su opinión, ésta no sería asunto del historiador sino del sociólogo; antes bien, la tarea del historiador consistiría sobre todo en describir.16 En cierto modo, se da por sabido qué es el nacionalismo.

Los estudios de síntesis sobre el nacionalismo en América Latina, las propuestas de tipología, como las de Johnson, Whitaker/ Jordan o Silvert, registran distintas manifestaciones del nacionalismo y las clasifican o bien cronológicamente, o bien con criterios socioeconómicos o según el grado de democratización. Johnson observa que el nacionalismo salvo brotes esporádicos en el siglo XIX, por ejemplo en la época de la independencia aparece con preponderancia en el siglo XX y presenta, a su juicio, dos etapas: primero el nacionalismo aristocrático de las clases altas, desde el fin de la primera guerra hasta la crisis económica mundial; a continuación el nacionalismo popular o populista articulado por las clases trabajadoras y medias emergentes, que, sobre todo desde 1945, se constituye en un nacionalismo económico con fuertes tendencias xenófobas.17

En cambio Whitaker y Jordan distinguen cinco categorías descriptivas del nacionalismo y las designan según los grupos sociales que articulan cada una de ellas, considerando que resultan más apropiadas para América Latina que la tipología de Hayes. Son éstas: el nacionalismo rural tradicional, una especie de nacionalismo nostálgico que se opone a la influencia cultural europea; el nacionalismo de la vieja burguesía, defendido por la clase media

16 Gerhard MASUR, Nationalism in Latin America. Diversity and Unity. New York, London 1966, p. 5. Cf. tambien J.J. KENNEDY, Catholicism, Nationalism and Democracy in Argentina, Notre Dame, Ind. 1958. Herbert S. KLEIN, Orígenes de la revolución nacional boliviana, La Paz 1968. Helio de MATTOS JAGUARIBE, O nacionalismo na atualidade brasileira, Rio de Janeiro 1958, Id., “The Dynamics of Brasilian Nationalism”, en Claudio VELIZ (ed.), Obstacles to change in Latin America. London, New York 1965, pp. 162-187. Bradford E BURNS, Nationalism in Brasil: a historical survey, New York 1968. Ernest HALPERIN, Nationalism and Communism in Chile, Cambridge, Mass. 1965. Frederick C TURNER, The Dynamic of Mexican Nationalism, Chapel Hill 1968. Arthur P. Whitaker, The Nationalism in Latin America, Gainesville 1962.17 John JOHNSON, “The New Latin American Nationalism”, en Peter G. SNOW (ed.), Government and Politics in Latin America. A Reader, New York, London 1961, pp. 451-465.

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Hans-Joachim KÖNIG

tradicional, y vinculado al liberalismo político y económico; el nacionalismo neoburgués de las nuevas clases medias que constituyen la burguesía nacional, el cual se manifiesta como nacionalismo económico acentuando el papel del capital y de la empresa privada, pero oponiéndose a la inversión extranjera; luego, el nacionalismo populista, vinculado con las concepciones social-revolucionarias; y, finalmente, el nacionalismo “nasserista”, también relacionado con concepciones social-revolucionarias pero sostenido primordialmente por los militares. Se ve que Whitaker y Jordan por los tres primeros tipos de nacionalismo incluyen también el siglo XIX en su concepto del surgimiento y manifestación del nacionalismo en América Latina.18

Por su parte, Kalman H. Silvert propone tres categorías principalmente funcionales para caracterizar el nacionalismo: nacionalismo como patriotismo, es decir como concepto simbólico, tal como lo manejó sobre todo el pequeño grupo de la clase alta criolla en el siglo XIX; el nacionalismo como valor social, es decir como norma que determina la necesaria lealtad del ciudadano frente al Estado; y, finalmente, el nacionalismo como ideología, que instrumentaliza los símbolos y las metas nacionales convirtiéndolos en acción política para el enaltecimiento de la nación. Dentro de esta última categoría distingue tres etapas del nacionalismo aristocrático-tradicional, económico-proteccionista-tradicional, y racional-flexible, que hace corresponder con el proceso de movilización social progresiva y de integración nacional.19

Estas tipologías no proporcionan un marco teórico general, aunque caractericen de manera correcta ciertos fenómenos particulares. Tampoco es del todo convincente la distinción postulada por Hans-Jürgen Puhle entre un nacionalismo latinoamericano tradicional con motivaciones políticas en el siglo XIX, y un nacionalismo antiimperialista con motivaciones económicas en el

18 Arthur P WHITAKER,. y David C. JORDAN, Nationalism in Contemporary Latin America, New York 1966.19 Kalman H SILVERT, “Nationalism in Latin America”, en: P. G. SNOW (ed.), Government, pp. 440-450. Cf. también SILVERT (ed.), Expectant Peoples. Nationalism and Development, New York 1963; véase allí “Introduction. The Strategy of the Study of Nationalism”, pp. 3-38.

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siglo XX.20 Es cierto que con el término de nacionalismo antiimperalista Puhle da cuenta de un aspecto importante del nacionalismo latinoamericano en el siglo XX, pero deja fuera importantes aspectos de la historia del nacionalismo en América Latina, al no tomar en cuenta el nacionalismo durante el proceso de las independencias, o al simplificar el nacionalismo del siglo XIX describiéndolo como “fenómeno de la superestructura libremente suspendido”. En el estudio clasico sobre el nacimiento y desarrollo de los Estados nacionales en América Latina, Marcos Kaplan a veces menciona al nacionalismo como ideología, sus modelos y las influencias que lo marcaron, tanto las externas como las ejercidas a través de las funciones del Estado, pero no lo sitúa en un marco teórico.21 Ahora mismo podemos constatar que nacionalismo en Iberoamérica es considerado como un fenómeno no solo del siglo XX sino tambien del XIX.. Con razón, como voy a demostrar en oposición a David Brading, quien en un artículo reciente caracteriza al nationalismo en América Latina como “a late-comer, a child of the twentieth century” y mantiene que en la época de la independencia solamente existía un patriotismo criollo.22

En cuanto a la valoración del nacionalismo en América Latina, tampoco existe un consenso. Tampoco allí se lo valora sólo positivamente cuando está dirigido contra la intervención imperialista; con frecuencia también se lo critica. Y mientras se toman en cuenta sólo los aspectos negativos del nacionalismo europeo en tanto ideología con que la burguesía justifica su dominio sobre las otras

20 Hans-Jürgen PUHLE, “Nationalismus in Lateinamerika”, en Wolf GRABENDORFF (ed.), Lateinamerika—Kontinent in der Krise, Hamburg 1973, pp. 48-77; reelaborado y aumentado en: Heinrich August WINKLER (ed.), Nationalismus, 2., erw. Auflage Königstein 1985, pp. 265-286; cf. una variante del texto “Política de desarrollo y nacionalismo en América Latina en el siglo XX” en Michael RIEKENBERG (comp.), Latinoamérica: Enseñanza de la historia, libros de textos y conciencia histórica , Buenos Aires 1991, pp. 18 –35.21 Marcos KAPLAN, Formación del Estado nacional en América Latina, Santiago de Chile 1969.22 David A BRADING, “Nationalism and State-Building in Latin America History“, en Ibero-Amerikanisches Archiv 20.1/2 (1994), pp. 83-108, aqui p. 88; tambien publicado en Eduardo POSADA-CARBO (ed.), Wars, Parties and Nationalism: Essays on the Politics and Society of Nineteenth-Century Latin America, London 1995, pp. 89-107. Cf. su estudio anterior David A. BRADING, Los orígenes del nacionalismo mexicano, México 1973.

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clases sociales, se descuidan las tendencias progresivas originariamente asociadas al nacionalismo. Se pretende desenmascarar el nacionalismo como ideología antihumanitaria y antihumana que sirve exclusivamente como autodefensa de las élites sociales y políticas dominantes, la burguesía nacional o, en la variante populista, para encubrir los conflictos sociales y los antagonismos de clase.23

Pero la cuestión es si se agota la función del nacionalismo en América Latina en estas dimensiones que indudablemente existen. ¿No resulta apropiada para América Latina la evaluación positiva del nacionalismo en el Tercer Mundo ya propuesta por algunos historiadores y sociólogos, como Rupert Emerson y Hans Kohn que condenan al nacionalismo europeo, salvo en su fase inicial, cuando lo consideran como “una fuerza dirigida hacia adelante y no reaccionaria”, como “un estímulo para la revolución" y no como "un baluarte del status quo”?24

b) Un enfoque nuevo

¿Por qué no resultan satisfactorias las afirmaciones de gran parte de los estudiosos del nacionalismo? Sin lugar a dudas, porque se ocupan más de analizar las manifestaciones del nacionalismo y sus contenidos, es decir, de los criterios básicos de la nacionalidad como el idioma, la cultura, la raza, el destino histórico compartido, la historia común, o de un sistema de ideas etc., que de analizar las condiciones de formación y las distintas funciones que fue teniendo el nacionalismo según la situación histórica.

Las dificultades que suscita la ambigüedad del concepto de nacionalismo han llevado, en estudios más recientes, a definirlo no tanto por sus contenidos, sino antes bien por su carácter funcional-

23 Véase por ejemplo Thomas A. VASCONI y Mario Aurelio GARCÍA DE ALMEIDA, “Die Entwicklung der in Lateinamerika vorherrschenden Ideologien”, en W. GRABENDORFF (ed.), Lateinamerika, pp. 16-47. Victor ALBA, Nationalists without Nations. The Oligarchy versus the People in Latin America, New York 1968.24 Rupert EMERSON, From Empire to Nation. The Rise of Self-Assertion of Asian and African People, Boston 1964, p. 206; H. KOHN, The Idea of Nationalism, p. 22. Cf. también el resumen de sus investigaciones en el XII Congreso Internacional de Historiadores que tuvo lugar en Viena, H. KOHN, “Nationalism and Internationalism in the nineteenth and twentieth Centuries”, Rapport I Grands Thèmes, Nationalisme et internationalisme aux XIX et XXe siècles, Vienne 1965, pp. 191-240, especialmente pp. 220-226.

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instrumental.25 Según estas investigaciones, el nacionalismo puede definirse como un instrumento—la mayoría de las veces manejado por los élites políticos—para motivar la actividad y la solidaridad políticas. Sirve para movilizar a aquellas partes de la sociedad equiparadas con la “nación”, o a la colectividad concebida como “nación”, contra opositores internos o externos, o contra cualquier amenaza.26 Puede referirse, pues, a la población que vive dentro de los límites estatales, o bien establecer la delimitación frente a otros estados y naciones. En tal sentido exige que la lealtad hacia la “nación” tenga primacía absoluta frente a todas las demás lealtades, y antepone los intereses de la nación a todos los demás intereses como norma de la acción política.27

Esta definición hace posible, por un lado, distinguir más nítidamente entre nacionalismo y conciencia nacional o autoconciencia es decir, entre ideología o doctrina y sentimiento o pasión y, por otro lado, abarca el espectro de todas las posibles funciones del nacionalismo, con lo cual corresponde a la ambivalencia del concepto. No siempre se aplica tal diferenciación evidente como se desprende de la observacion de Brian Hamnett quien aún en 1995 dice que el nacionalismo representa la búsqueda de la identidad y que es más bien un sentimiento que una ideología.28 La definición

25 Véase el capítulo introductorio de H. A. WINKLER, “Der Nationalismus und seine Funktionen“, en Id. (ed.), Nationalismus, pp. 5-46; la definición vuelve sobre reflexiones de Christian Graf von KROCKOW, Nationalismus als deutsches Problem, München 1970, en especial pp. 18 y 31., cf. tambien HOBSBAWM, Nations and Nationalism.26 Cf. John BREUILLY, Nationalism and the State, Manchester 1982, pp. 186-191, 221-249.27 Cf. KÖNIG, Auf dem Wege, p. 13; (En el camino, p.25 s.); cf. las definiciones muy parecidas de Gellner, quien dice que nacionalismo es “primarily a principle which holds that the political and national unit should be congruent”, Ernest GELLNER, Nations and Nationalism, Oxford 1983, p. 1; y de Hobsbawm, quien utilize el termino nacionalismo en el sentido “that this principle also implies that the political duty of Ruritanians (es un pueblo inventado, un pueblo de fantasía) to the polity which encompasses and represents the Ruritanian nation, overrides all other public obligations, and in extreme case (such as wars) all other obligations of whatever kind”, HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 9.28 Brian HAMNETT, “Las rebelliones y revoluciones iberoamericanas en la época de la Independencia. Una tentativa de tipología”, en François-Xavier GUERRA (ed.), Las Revoluciones Hispánicas: Independencias Americanas y Liberalismo Español, Madrid 1995, pp. 47-70., esp. 59.

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propuesta arriba no subordina ni limita el nacionalismo a ningún grupo social. Tampoco supone ninguna evaluación previa, sino que permite especificar y evaluar las funciones sociales y políticas del nacionalismo en cada caso y en cada situación histórica concreta. Precisamente, al estudiar un período extenso se necesita un amplio margen, tanto para la definición del contenido como para la evaluación, pues de otra manera, si se parte de una evaluación general previa, el resultado de la investigación acerca de la función del nacionalismo estaría indefectiblemente marcado por ese mismo juicio de valor del que se parte. Pongo por caso el trabajo de Frederik C. Turner de 1968 sobre el nacionalismo mexicano. Turner parte de una valoración positiva que sería válida para todo el período de la investigación, los siglos XIX y XX.:

“The present approach to Mexican nationalism views it as ‘good’, because—far from serving as a justification for domination or aggressión—Mexican nationalism has been a search for a national integrity and social consensus.”

Con base en esta premisa, se le escapa la función apaciguadora y encubridora del nacionalismo frente a los conflictos sociales en México, sobre todo en el siglo XIX. Y aun cuando percibe la función del nacionalismo como elemento reductor de conflictos no lo problematiza.29 Por eso, para evitar generalizaciones o parcialidades, es preciso indagar los orígenes de cada nacionalismo y no dar una explicación sólo inmanente.

Entre sociólogos, politólogos e historiadores que se dedican a la problemática del nacionalismo y de la nación hay un consenso considerable sobre la relación entre el nacionalismo por una parte, y los procesos de modernización e industrialización, es decir, de cambios estructurales en la esfera del Estado, la sociedad y la economía, por la otra. Era sobre todo Ernest Gellner quien ha analizado esta relación en sus estudios desde 1964 hasta 1998.30 Por modernización se entiende aquí el proceso histórico de cambios

29 TURNER: The Dynamic, p. 8, p. 308.30 Véase la compilación de ensayos, a veces críticos pero en su mayoría afirmativos sobre el enfoque de Gellner en John A. HALL (ed.), The State of the Nation. Ernest Gellner and the Theory of Nationalism, Cambridge 1998; este libre ofrece tambien una bibliografia de todos los estudios de Gellner, pp. 307-310. Unas concepciones más críticas ofrece el libro de Anthony D. SMITH, Nationalism and Modernism.

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estructurales que empezó en Europa occidental en el siglo XVIII. Como este tipo de transformación social abarca hoy en día al mundo entero, se puede hablar de un proceso de modernización universal, sin que ello implique que las repercusiones sociales sean iguales en todas las partes. Precisamente la investigación histórico-comparativa de la modernización constata la expansión desigual de la modernización tanto en el contexto internacional como en el nacional y considera justamente que el nacionalismo está motivado por deficiencias y desniveles en la modernización o por una modernización parcial. En este aspecto, el nacionalismo o un movimiento nacional puede constituir una respuesta al desafío de la modernización especialmente en paises del mundo no-europeo en cuanto constituye una reacción frente al atraso económico y una condición previa para alcanzar las metas de desarrollo de una sociedad.31 Por lo tanto, en la investigación del fenómeno nacionalismo, es trascendente la pregunta acerca de las relaciones entre nacionalismo y cambio social/modernización/-desarrollo.

En América Latina también se han concebido las relaciónes entre desarrollo y nacionalismo. Sobre todo en Brasil en el Instituto Superior de Estudos Brasileiros (ISES 1956-1964) se discutieron conceptos de desarrollo nacional. De los muchos autores solo quisiera mencionar a Hélio Jaguaribe quien resumió:

“Nationalism, which only makes sens when it serves to promote national emancipation and achievement, is also a necessary condition for economic development. Without the impulse of nationalisms and the framework of a national state as prime mover and controller respectively of the national society, the latter’s internal contradictions will act as a brake on its development, and render it helpless against the external pressure of the Great Powers”.32

31 Con respecto a la relación entre modernización, nacionalismo y superación del atraso véase entre otros Ernest GELLNER, Thought and Change, London 1964, en especial pp. 147-148; Id., Nations and Nationalism, passim. Anthony D. SMITH, Theories of Nationalism, London 1971. R. BENDIX, Nation-Building and Citizenship. Bert F. HOSELITZ, “Nationalism, Economic Development and Democracy”, en The Annals of the American Academy of Political and Social Science 305 (1956), pp. 1-11. Alexander GERSCHENKRON, “Economic Backwardness in Historical Perspective”, en Bert F. HOSELITZ (ed.), The Progress of Underdeveloped Areas, Chicago and London 1971, pp. 3-29.32 Helio de MATTOS JAGUARIBE, “The Dynamic of Brazilian Nationalism”, VELIZ (ed.), Obstacles, p. 186. Cf. Ronald H CHILCOTE,.“Development and Nationalism in Brazil and Portuguese Africa”, en Comparative Political Studies, 1 (1969), pp. 504-525.

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Por consiguiente, parece oportuno ver el nacionalismo y su surgimiento en el contexto de los procesos político-sociales de desarrollo. Esto es válido tanto en lo que concierne al nacionalismo temprano o genuino, cuando estimulaba movimientos nacionales y contribuía a la formación de los Estados nacionales33, como al nacionalismo posterior vinculado con el triunfo de la producción industrial o con Estados existentes. Unas sugerencias muy interesantes e importantes para estudiar el trasfondo social del nacionalismo suministra el concepto sociológico-comunicativo de Karl W. Deutsch. Para él, la formación de la conciencia nacional y del nacionalismo de un pueblo depende de la extensión, intensificación y modificación del contenido de sus hábitos y posibilidades de comunicación, como resultado de una creciente movilización social y de una progresiva integración.34 La importancia de este enfoque radica, entre otros aspectos, en demostrar que la formación misma de un comportamiento nacional es un proceso social elemental y no presuponer simplemente la existencia de naciones como formas sociales dadas. Deutsch concibe a la nación como el producto de un desarrollo a largo plazo, como un proceso paulatino de formación hasta alcanzar una “complementariedad” social consciente. El nacionalismo es concebido entonces como una ideología que tiende a forzar este proceso mediante una comunicación más intensiva dentro de una colectividad que se identifica por compartir un idioma y una cultura. Por tanto, según Deutsch el nacionalismo existe antes de que hay una nación.

Otro enfoque que es muy adecuado para analizar el nacionalismo en el contexto de fenómenos de transformacion social y que ya ha incitado varias investigaciones sobre el nacionalismo es el “modelo de crisis del desarrollo político”, elaborado por el Committee on Comparative Politics. Esta propuesta se basa en una serie de supuestos acerca de las funciones y los problemas de cualquier sistema político. Presupone que las sociedades, en el curso de su modernización política dentro del proceso de modernización más

Arthur P WHITAKER,.“Nationalism and Social Change in Latin America”, en Joseph MAIER & Richard W. WEATHERHEAD (eds.), Politics of Change in Latin America, New York and London 1965, pp. 85-110.33 Véase abajo el capítulo sobre el surgimiento del nacionalismo en América.34 Karl W. DEUTSCH,.Nationalism and Social Communication, Cambridge, Mass. 1953, cf. sus ensayos sumarios Id., Nationenbildung–Nationalstaat–Integration, Düsseldorf 1972. Benedict ANDERSON ha elaborado aun más estas reflexiones; ver abajo.

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amplio, se ven confrontadas con seis problemas o desafíos que los gobiernos o las élites políticas deben resolver para evitar situaciones concretas de crisis. A saber: la crisis de penetración (el problema de una administración efectiva, que alcance a todos los niveles sociales), la crisis de integración (el problema de la integración de los diferentes estratos de la población en la vida pública), la crisis de participación (el problema de la participación política de grupos cada vez mayores en el poder político), la crisis de identidad (el problema de la identidad nacional, es decir, de la creación de una conciencia nacional común, de la identificación de los distintos grupos de la población con la sociedad como un todo y con el respectivo sistema político), la crisis de legitimidad (el problema de la legitimidad del poder, de la responsabilidad del gobierno y del reconocimiento del sistema por parte de la población) y la crisis de la distribución (el problema de la repartición de bienes y recursos en el interior de la sociedad).35

La meta del proceso de modernización política y a la vez las características de un sistema político moderno—las respuestas, por así decir,que han resuelto los problemas de las crisis,—pueden ser caracterizadas, según Flora, por

“una politización de la identidad, una legitimidad basada en gran medida en criterios de eficiencia, una capacidad creciente de movilizar y (re)distribuir los recursos nacionales, un aumento de la participación política y una integración progresiva de los diversos sectores de una sociedad.”36

Varias razones inducen a utilizar este modelo como un instrumento heurístico para estudiar el nacionalismo. Puesto que no fija una secuencia rígida de crisis y desafíos, ni una secuencia de etapas evolutivas válida universalmente, permite tomar en cuenta las

35 En ocho estudios fundamentales del Committee on Comparative Politics, Gabriel A. Almond, James S. Coleman, Joseph La Palombara, Lucian W. Pye, Dankwart A. Rustow, Sidney Verba, Robert E. Ward, Myron Weiner y Charles Tilly elaboraron el modelo del desarrollo político. El volumen séptimo resume las tesis esenciales Leonhard BINDER y otros (eds.), Crisis and Sequences in Political Development, Princeton 1971. Véase también las exposiciones sumarias de esta concepción en Stein ROKKAN, “Die vergleichende Analyse der Staaten- und Nationbildung. Modelle und Methoden”, en Wolfgang ZAPF (ed.), Theorien des sozialen Wandels, Köln, Berlin 1971, pp. 228-252; Charles TILLY, “Western State-Making and Theories of Political Transformation”, en Id. (ed.), The Formation of National States in Western Europe, Princeton 1975, pp. 601-638, en especial pp. 608-611;.36 FLORA, Modernisierungsforschung, p. 89.

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circunstancias históricas concretas en cada caso, en relación tanto con los factores internos del cambio social como con los factores externos del proceso de modernización, como la guerra y la dominación colonial, el imperialismo y la política internacional o, en general, la influencia de las sociedades desarrolladas sobre las así llamadas sociedades en vías de desarrollo. Así, por ejemplo, el modelo de crisis constata que, a diferencia de lo que ocurre en los estados de Europa occidental, en los estados en proceso de emanciparse de la dependencia colonial la búsqueda de identidad y el afianzamiento de la legitimidad son prioritarios.37 Partiendo de la estrecha correspondencia y de la conexión recíproca entre nacionalismo y fenómenos de transformación social, o también proceso de modernización, el modelo de crisis permite, por ejemplo, delimitar los períodos que se investigan tomando en cuenta las crisis del proceso de cambio y modernización, ya que no sólo la crisis de identidad sino también la crisis de participación parece desempeñar un importante papel en el surgimiento del nacionalismo. Además, el modelo de crisis describe la formación del Estado, de un Estado propio, que constituye en el fondo la meta del nacionalismo temprano, como etapa o también como tarea específica del desarrollo. Así, para Stein Rokkan la penetración y la integración tienen que ver con la formación del Estado, la identidad y la legitimidad con la formación de la Nación, y, por último, la participación y la distribución con la consolidación de la sociedad.38 Este modelo presenta un marco teórico o por lo menos un instrumento metodológico, que permite explicar y estudiar el surgimiento del nacionalismo y de los movimientos nacionales en sus diversas formas y funciones dentro del proceso de transformación social y política.39

37 Cf. por ejemplo las reflexiones al respecto de Lucian W. PYE, citado en Stein ROKKAN, Die vergleichende Analyse, pp. 234 s.38 ROKKAN, Die vergleichende Analyse, p. 233s.39 En distintos estudios alemanes sobre América Latina, este marco teórico ya ha sido utilizado con provecho, por ejemplo Peter WALDMANN, Der Peronismus, 1943-1955, Hamburg 1974. Id., “Stagnation als Ergebnis einer ‘Stückwerkrevolution’. Entwicklungshemmnisse und -versäumnisse im peronistischen Argentinien”, en Geschichte und Gesellschaft II, 2 (1976), pp. 160-187. Manfred MOLS und Hans Werner TOBLER, Mexiko. Die institutionalisierte Revolution, Köln, Wien 1976. Véase también Otto DANN (ed.), Nationalismus und sozialer Wandel, Hamburg 1978, este libro contiene algunos ensayos sobre importantes movimientos nacionales europeos y sobre el nacionalismo en el Tercer Mundo; analizan la relación entre nacionalismo y

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En este modelo son de suma relevancia las élites, que se encuentran o bien en el poder, o bien en la oposición, y que aparecen como el grupo que toma las decisiones en el proceso de modernización; es, pues, la política de las élites la que crea nuevas condiciones para el cambio socioeconómico. Por eso, la recopilación de materiales puede dedicarse en primer lugar a los criterios para la acción política, a las declaraciones y las decisiones de estas élites. Ello permite abarcar tanto las medidas políticas o burocráticas efectivas en el proceso de modernización como los conflictos resultantes entre los grupos que compiten por el poder. Es cierto que al proceder así se reducen hasta cierto punto los problemas de desarrollo de una sociedad a los problemas de las élites políticas y de los gobiernos. Es casi lógico que los análisis de la formación del estado y de nación en el contexto de la modernización y las estructuras políticas, administrativas y socioeconómicas adopten la perspectiva desde arriba, es decir los puntos de vista de las élites, como lo critica tambien Hobsbawm.40 Pero ello no restringe la aplicabilidad de una concepción funcional para evaluar el nacionalismo y sus funciones. Sin embargo, el análisis de la formación de la nación necesita tambien la perspectiva desde abajo, es decir la percepción de la nación por parte de las masas populares, aun cuando es mucho mas dificil encontrar material correspondiente. En total, hace falta considerar las actitudes y conductas de toda la población que es el objeto de la propaganda nacionalista para no reducir el problema de la formación de la nación a la función que en ese proceso les cupo a las élites. El análisis de la formación de la nación en América Latina revelará una vez más la necesidad de esta doble perspectiva.41

proceso de modernización. Cf. mis reflexiones acerca de la utilización de este enfoque para estudios sobre nacionalismo en América Latina, Hans-Joachim KÖNIG, “Theoretische und methodische Überlegungen zur Erforschung von Nationalismus in Lateinamerika”, en Canadian Review of Studies in Nationalism. Vol. VI, 1 (1979), pp. 13-32. He utilizado el enfoque en mi trabajo H.-J KÖNIG, Auf dem Wege, (En el camino).40 HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 10s.41 Ver abajo.

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c) Nación

En este contexto resulta indispensable aclarar qué se entiende por nación. Aquí surge un problema de definición semejante al que causa el concepto de nacionalismo. La extensa y variada literatura dedicada al concepto de nación ofrece definiciones para dos tipos básicos de nación que se han derivado de la formación de las naciones y los estados nacionales europeos. Friedrich Meinecke distingue entre “naciones estatales” y “naciones culturales”,42 mientras que Hans Kohn hace la distinción entre nación constituida subjetiva y políticamente, y nación determinada objetiva y culturalmente.43 Esta tipología se refiere, por una lado, a la formación del Estado nacional en Francia, donde, tras la Revolución de 1789, cada individuo decidía si quería ser francés o no; esto lo formularía Renan en 1882 con las palabras frecuentemente citadas: “L'existence d'une nation est un plébiscite de tous les jours.”44 La tipología se refiere, por el otro lado, a la formación de los Estados nacionales en Europa central y oriental, un proceso que Friedrich Meinecke caracteriza de esta manera:

“El auténtico Estado nacional ... es y llega a ser (nacional) ... no por voluntad de los gobernantes o de la nación, sino tal como son o llegan a ser nacionales el lenguaje, los hábitos o las creencias por el silencioso influjo del espíritu del pueblo [Volksgeist] ... Aquí no se dice: Nación es lo que quiere ser nación, sino al revés. Una nación existe, quieran los individuos que la constituyen pertenecer a ella o no. Una nación no se basa en la libre elección, sino en la determinación”.45

En trabajos recientes como los de Gellner, Smith y Hobsbawm que discuten la problemática de la definición de nación y nacionalismo se mantiene esa tipología doble como tipología básica. Gellner y Hobsbawm perciben los intereses económicos y políticos dentro de una unidad territorial o estatal como los factores más importantes—relacionando el proceso de la formación de la nación con el proceso de modernización e industrialización—, mientras que Anthony Smith subraya la importancia de un fundamento

42 Friedrich MEINECKE, Weltbürgertum und Nationalstaat. Studien zur Genesis des deutschen Nationalstaates, Séptima edición revisada, München y Berlin 1928.43 H KOHN, The Idea of Nationalism, passim.44 Ernest RENAN, Qu'est-ce qu'une nation? Paris 1882, p. 27.45 F. MEINECKE, Weltbürgertum, pp. 5, 14, 290 s.

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cultural/ètnico existente.46 Estas distinciones son importantes en dos sentidos: Dicen algo tanto sobre el momento en que surgen naciones como sobre el fundamento en que naciones se basan. Kohn, Gellner y Hobsbawm indican—partiendo del desarrollo en Europa—como comienzo del nacimiento de naciones el fin del siglo XVIII y el principio del siglo XIX y consideran a las naciones, los estados nacionales como unidades de población que habitan un territorio demarcado, poseen intereses económicos comunes con movilidad en un único territorio, leyes comunes con derechos y deberes legales idénticos para toda la población, y una única ideología cívica. Según estos autores, el Estado precede a la Nación igual que el nacionalismo existe antes de la Nación. Al contrario, como dice Hobsbawn: “Nations do not make states and nationalism but the other way round.”47 Smith, en cambio, remite a la existencia de naciones premodernos, de poblaciones humanas, en las cuales se evidenciaría “the perenneal presence of nations”, y acentua “the cultural and ‘ethno-symbolic’ nature of ethnicity and nationalism.”48 El considera a las naciones como comunidades étnico-culturales politizadas, como comunidades de una ancestro comun y reclama un enfoque científico más bien estructural y etnohistórico para poder comprender los apegos etnosimbólicos y fundar la cohesión de naciones modernas en mitos étnicos antiguos, en la memoria, símbolos y tradiciones. A diferencia del enfoque sociológico que quiere explicar el nacimiento de naciones por los procesos políticos y sociales de la modernización, podemos ver en el enfoque de Smith la negación de la modernización como factor básico.

La ya mencionada tipología dual muestra con claridad cuán difícil es elaborar una definición del concepto de nación que tenga validez universal. Resultan poco satisfactorios los intentos de dar semejante definición apelando a categorías fijas, rasgos objetivos y factores unificantes extrapolíticos, como el idioma, la cultura, la ascendencia consanguínea o la unidad territorial.49 Tambien en

46 GELLNER, Nations and Nationalism, p. 1. p 48s, HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 9 s., SMITH, Nationalism and Modernism.47 HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 10.48 SMITH, Nationalism and Modernism, p. 6.49 Ya Max Weber señaló que el concepto no se deja definir unívocamente “por las cualidades empíricas comunes de los nacionales”, Max WEBER, Wirtschaft und Gesellschaft. Grundriss der verstehenden Soziologie, Studienausgabe. 2 vols. Köln,

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América Latina el uso superficial y descuidado de la nocion “nación” que se notaba hasta en trabajos científicos o en libros de textos50 cedió a reflexiones cuidadosas ya desde hace tiempo, como se desprende de las actas de un simposio internacional en Hamburgo y Köln con motivo del Bicentenario Natalicio de Simón Bolívar en 1983 Problemas de la Formación del Estado y de la Nacion en Hispanoamérica y de aquellas del VII Congreso de AHILA en 1985 en Florencia America Latina: Dallo Stato Coloniale allo Stato Nazione.51 Según el nuevo enfoque, parece más útil no subsumir las múltiples facetas de la realidad histórica en un concepto de validez general y no partir de la nación en cuanto lo que es, sino en cuanto lo que se quiere que sea; es decir, partir de la “idea o del proyecto de nación”, para así poder tener en cuenta a las diferentes realidades y la variabilidad de la idea de nación.

En tal sentido es pertinente un enfoque que defina la nación en primer término como un “orden pensado” (“gedachte Ordnung”), como una idea que se refiera a una colectividad de seres humanos como unidad. Constituyen la base de este enfoque las reflexiones de los sociólogos alemanes Emerich Francis y Eugen Lemberg, que muchos años antes de Gellner (nación artificial), Hobsbawn (nación inventado) y Benedict Anderson (comunidad imaginario) caracterizaron la nación como una construcción.52 La índole de esta

Berlin 1962, Vol. 2, p. 675.50 Cf. p.ej. Luis LÓPEZ DE MESA, De cómo se ha formado la Nación colombiana, Medellin 1975 (1ª.edición 1934). López de Mesa, aunque el título de su trabajo alude al concepto de “formación de la nación”, no ofrece nada más que una descripción de los acontecimientos históricos sin abordar los criterios que definen a una nación ni problematizar si Colombia en realidad constituyiera una nación.51 I. BUISSON, G. KAHLE, H.-J. KÖNIG, H. PIETSCHMANN, Problemas de la formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, Köln, Wien, Antonio ANNINO et al., América Latina: Dallo Stato Coloniale Allo Stato Nazione, 2 Vols. Milano 1987, cf. en esta obra, vol. 1, pp. 1-21 el discurso introductorio del congreso de Ruggiero ROMANO, “Algunas consideraciones alrededor de nación, estado (y libertad) en Europa y América Centro-Meridional”; reproducido.en Roberto BLANCARTE (comp.), Cultura e identidad nacional, México 1994, pp. 21-43.52 Emerich FRANCIS, Wissenschaftliche Grundlagen soziologischen Denkens, München 1957, pp. 100 ss. Eugen Lemberg propone no derivar el concepto de nación de la comunidad con algún rasgo distintivo sino considerarla como un sistema de ideas, valores y normas, como una imagen del mundo y de la sociedad; Eugen LEMBERG, Nationalismus, 2 vols., München 1964, Vol. II, p. 53. Id., “Soziologische Theorien zum Nationalstaatsproblem”, en Th. SCHIEDER (ed.), Sozialstruktur und Organisation

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unidad se puede deducir, por ejemplo, de los criterios o los atributos que las élites en el poder o en la oposición consideren decisivos dentro de una sociedad. Estos criterios, que distinguen a una colectividad de las demás, que destacan al mismo tiempo el valor especial del orden propio y cumplen así una función orientadora de la actividad en la sociedad, pueden ser criterios étnicos, culturales o de carácter jurídico-cívico. Los atributos que adquieren validez en un orden pensado de la nación sirven de fundamento a tipos diferentes de naciones: Criterios étnicos constituyen la base de todo pueblo-nación, criterios culturales están en la base de las naciones culturales o naciones definidas como colectividades de habla común, y criterios jurídico-cívicos fundamentan las naciones de ciudadanos. De estos distintos tipos de nación se derivan diferencais en lo que hace tanto a las acciones políticas como también a la demarcación de las fronteras exteriores y la forma de la organización interna de la nación respectiva.

Este enfoque tiene la ventaja de que plantea y permite comprender analíticamente lo que los contemporáneos, es decir ante todo los dirigentes políticos de una sociedad, entienden por nación, como la conciben, la construyen, y con qué criterios, plausibles también para quienes no forman parte de las élites, esos dirigentes definen la “nación” y legitiman el orden político dominante o, incluso, justifican la fundación del Estado. De la misma manera se puede analizar los diversos programas e intereses “nacionales” que entran en competencia y no lograron imponerse. En la medida en que parten de “proyectos nacionales”, historiadores latinoamericanos y europeos enfrentan de manera similar el problema de la formación del Estado y de la Nación en América Latina.53 Se ha hecho usual hablar de

europäischer Nationalbewegungen, München Wien 1971, pp. 19-30. GELLNER, Nations and Nationalism, pp. 48 s., Eric J HOBSBAWN and Terence RANGER (eds.), The Invention of Tradition, Cambridge 1983 (esp. Introduction), Benedict ANDERSON, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism , London 1983.53 Véase por ejemplo Germán CARRERA DAMAS, “Sobre la cuestión regional y el proyecto nacional venezolano en la segunda itad del siglo XIX”, en PALACIOS (comp.), La unidad nacional, pp. 21-49. Id., “Estructura de poder interno y proyecto nacional inmediatamente después de la Independencia: el caso de Venezuela”, en I. BUISSON et al., Problemas de la formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, pp. 407- 439. “Historia Andina de los Siglos XIX y XX: Balances y Prospectiva. Informe sobre el Encuentro Franco-Andino (Lima 20-24 de agosto de 1984)”, en Bulletin del Instituto

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“proyectos nacionales”, porque así se puede comprender mejor tanto el carácter procesual de la formación de la Nación como la evolución conceptual en los procesos de construcción nacional, descrita ejemplarmente por Mónica Quijada en varios artículos.54

Ese carácter procesual implica dos cosas: Construir la Nación presupone un acuerdo sobre la dirección del proceso. Además, el resultado de un tal proceso no consiste en armonizar el Estado con la etnia/cultura sino que tiene algo que ver con la sociedad que vive en este Estado, lo acepta y se identifica con él por fomentar su desarrollo. Sirven para eso sobre todo medidas políticas y sociales que incluyen los diferentes grupos de la población, pero tambien medidas adecuadas para crear una identidad cultural y histórica. Las medidas culturales son particularmente importantes cuando el proceso de la formación del Estado y de la Nación no se puede basar en características culturales existentes porque éstas están todavía por construir.

Por eso no es oportuno usar el termino Nación como sinónimo de Estado, como lo han hecho a veces trabajos anteriores sobre la problematica de nación y nacionalismo en América Latina.55

Nación como resultado de un proceso es más que el Estado y su existencia requiere un mínimo de integración nacional desde el punto de vista social, que es hoy en día el criterio clave para determinar la existencia de la nación. Este criterio aparece en la definición de nación del sociólogo E. Francis:

Francés de Estudios Andinos XIII, No. 3-4 (1984), pp. 1-20, en especial pp. 12 ss; Tulio HALPERIN DONGHI, Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880), Caracas 1980. Brian R. HAMNETT, “Liberalism Divided: Regional Politics and the National Project during the Mexican Restored Republic, 1867-1876”, en Hispanic American Historical Review 76,4 (1996), pp. 659-689.54 Mónica QUIJADA, “¿Que Nación? Dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario hispanoamericano del siglo XIX”, en François-Xavier GUERRA y Mónica QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación, en Cuadernos de Historia Latinoamericana, 2, 1994, pp. 15-51. Id., “La nación reformulada. México, Perú, Argentina (1900-1930)”, en A. ANNINO et al. (eds.), De los Imperios a las Naciones, pp. 567-590.55 Cf. la argumentación parecida de Mark T. BERGER, “Spectors of Colonialism: Building Postcolonial States and Making Modern Nations in the Americas”, en Latin American Research Review 35, 1 (2000), pp. 151-171. Tambien trabajos recientes continuan con el enfoque político-constitucional tal como Manuel FERRER MUÑOZ, La formación de un Estado nacional en México, (El Imperio y la República federal: 1821-1835), México 1995.

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“Parece conveniente reservar el término nación para una forma histórica específica de la organización social, que se da donde la mayoría de la población de un Estado moderno forma una unidad social claramente reconocible, que se aproxima al tipo ideal de sociedad entera; si esta unidad se basa sobre todo en su cohesión estatal, y cuando el Estado es percibido como reflejo de la voluntad general.”56.

Esta definición implica que no todos los estados eran o son al mismo tiempo naciones, lo cual no significa que los dirigentes políticos no valoren a sus Estados como naciones. Sin embargo, implica también que un Estado puede llegar a convertirse en Nación, tal vez en virtud de una política coherente de integración o participación política y social, y con una creciente lealtad, identificación, sentimiento nacional del conjunto de sus habitantes, originada en esa política. Esta definición es muy parecida no sólo al concepto sociológico-comunicativo de Deutsch o al modelo de crisis del desarrollo político, sino también a las reflexiones y las propuestas de sistematización referidas a la formación de los estados y de la nación (state formation, state- and nation-building) como las ha formulado, por ejemplo, Stein Rokkan.57

Estas concepciones coinciden en sostener que las sociedades organizadas en Estados sólo pueden ser consideradas naciones cuando en el curso de su desarrollo han alcanzado determinadas características: un sistema de valores estandardizado, una creciente movilidad y un incremento en la participación política de la población con clara tendencia a la igualación económica. Este proceso, transcurre, según Stein Rokkan, por cuatro fases: fundación del Estado y fijación territorial por una élite, incorporación de amplios estratos de la población al sistema político, aumento de la participación activa, redistribución de los bienes nacionales.58 En este proceso las élites dirigentes son consideradas como actores decisivos. Son ellas, según

56 E. FRANCIS, Wissenschaftliche Grundlagen, p. 117. Cf. la definición muy parecida de David HELD, “The development of the modern state”, en S. HALL and B. GIEBEN (eds.), Formation of Modernity, London 1992, p. 87, cf. D. HELD, Democracy and the Global Order, cap. 3. En esta definición se le quitó importancia al aspecto cultural que solamente sirve para fomentar la loyalidad frente al Estado; indudablemente, el concepto moderno de Nación subraya el contenido político.57 Stein ROKKAN, “Dimensions of State Formation and Nation-Building. A Possible Paradigm for Research on Variations within Europe”, en Ch. TILLY (ed.), The Formation, pp. 562-600. Cf. también los trabajos más recientes de E. GELLNER, Naciones y nacionalismo, y de E. HOBSBAWM: Nations and nationalism.

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esta concepción, las que pueden iniciar la movilización, pero también las que pueden impedir que la participación política y económica crezca, bloqueando así la transformación nacional.59 Resulta evidente que los criterios que definen la existencia de una nación, constituyen también parámetros adecuados para evaluar el nacionalismo y sus funciones, en la medida en que sea posible constatar cómo y hasta qué punto el nacionalismo ha influido en la formación de la nación.

Por consiguiente, esta definición de nación moderna que parte de un proceso sociopolítico de formación de la nación paulatino y a largo plazo, de un proceso continuo y inacabado, es apropiada para analizar los procesos de formación o construcción nacionales. Estos todavía no son acabados como ya en 1967 lo había formulado el historiador mexicano Edmundo O’Gorman respecto del caso de México en el siglo XIX. o el grupo de investigadores que discutieron el problema de la formación de Estados-Naciones en las sociedades pluriétnicas andinas o F.-X. Guerra en el libro mencionado De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica60 Es tambien adecuada porque no presupone la existencia de aspectos culturales para la formación de la nación. Podemos constatar que la nueva historiografía sobre el proceso de formación del Estado y de la Nación, sobre nacionalismo y construcción de identidades en América Latina refleja las nuevas reflexiones en lo que concierne tanto los enfoques como las preguntas abiertas.

Es lógico que la mayoría de los estudios correspondientes se ocupa de la temática en el contexto de la Independencia, es decir la disolución del los imperios ibéricos y el surgimiento de muchos Estados, por lo menos en la América española. ¿Qué significa la Independencia? ¿Qué eran los nuevos paises? ¿Cuales son los actores sociales y políticos en esa época? ¿En que criterios se basaban los nuevos Estados? ¿Cual era el orígen de los nacionalismos? ¿Cómo se construyen el Estado y la Nación? ¿En qué modelos se inspiraron

58 Rokkan entiende estas fases menos cronológicamente que desde el punto de vista del contenido en cuanto a tareas o retos del grupo dirigente, ibid. pp. 570-572.59 Véase al respecto, además de Rokkan, los comentarios de Ch. TILLY, “Western State-Making and Theories of Political Transformation”, en Id. (ed.), The Formation, pp. 601-638.60 Edmundo O’GORMAN, La supervivencia política novohispana, México 1967. Jean-Paul DELER e Yves SAINT-GEOURS (comp.), Estados y Naciones en los Andes. Hacia una historia comparativa: Bolivia- Colombia–Ecuador–Perú, 2 Vols., Paris 1986.

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aquellos que intentaron esta construcción? Estas son algunas de las preguntas centrales en relación al proceso histórico de Iberoamérica.

Estados si, Naciones no

La nueva historiografía latinoamericanista está de acuerdo en la valoracíon que el Estado precedió a la Nación.61 Se sugiere que fueron los nuevos Estados independientes que construyeron las naciones. Se llegó así a la conclusión que las naciones modernas, como unidades políticas con fronteras culturales, no existieron antes de la consolidación de los Estados, es decir no antes de mediados del siglo XIX o más tarde.62 Con esto se rectificaron opiniones anteriores que señalaban como causa de las revoluciones de Independencia, de la formación de Estados, la previa toma de conciencia “nacional”, una conciencia, que se basaba en aspectos culturales y étnicos de la población autóctona. En una interesante síntesís sobre el nacionalismo criollo—nacionalismo comprendido como conciencia o sentimiento nacional—el chileno Gonzalo Vial Correa valoró la presencia étnica y la atención prestada a ella por las élites de los movimientos independentistas como una característica determinante del nacionalismo criollo.63 De hecho, hasta en paises, donde no había un pasado glorioso de los indios, como p.e. en Nueva Granada, los lideres de los movimientos independentistas, en su argumentación en pro de la Independencia de España, ponían su atención en la historia, la existencia de los indios, atención que muchas veces acrecentó hasta el enaltecimiento del indio.64 Durante años llamaban a reflexionar sobre

61 Cf. los ensayos en I. BUISSON et al. (eds.), El problema de la formación del estado y de la nacion, H.-J. KÖNIG, Auf dem Wege, (En el camino); F.-X. GUERRA, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid 1992, México 1993. F.-X. GUERRA y M. QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación.62 Para el caso de Argentina, ver el trabajo de OSZLACK, La formación del Estado Argentino, Buenos Aires 1995; para el caso de Colombia, ver H.-J. KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino); para México, ver ANNINO et al. (eds.), De los Imperios a las Naciones.63 Vial Gonzalo CORREA, “La formación de las nacionalidades hispanoamericanas como causa de la independencia”, en Boletín de la Academia Chilena de Historia, Año XXXIII, No.75 (1966), pp. 110-144.64 Cf. el caso de México, Gloria GRAJALES, Nacionalismo incipiente en los historiadores coloniales, Estudio historiográfico, México 1961, D. BRADING,.Orígenes del nacionalismo, el caso de Colombia: H.-J. KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino), el caso de Chile Simón COLLIER, Ideas and Politics of Chilean Independence 1808-1833,

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la historia precolonial, la conquista y sus consecuencias para los indios. Sin embargo, la forma en que los criollos se incluyeron en la represión sufrida por los indios durante trescientos años y construyeron una historia comun entre conquistados y descendientes de los conquistadores, deja ver claramente que los criollos utilizaban la existencia de los indios únicamente para fines de propaganda y para legitimizar sus propias pretensiones de dominio—como americanos—frente a España y para poder declarar la eliminación de la falta de libertad como objetivo del movimiento. La mención de la historia india no significaba la adopción de contenidos indios en la proyectada formación de estados. El indigenismo criollo no se ideaba como un proyecto político sino que era un instrumento político. Los criollos no construyeron Estados nacionales basados en criterios étnicos o culturales como lengua, cultura, religión, historia.65

No podían hacerlo, pues en aquel entonces no existían “nacionalidades” diferentes, sino una sola—la española—en gran parte común a todos los actores americanos y españoles, cuando más dos: la española y la americana, como señala François-Xavier Guerra con razón.66 Guerra, a pesar de partir del concepto de nación moderna, no abandona enteramente el viejo concepto de nación culturalmente determinada al hacer conjeturas sobre ideas correspondientes que según el existían, por lo menos en los años de 1808 hasta 1810/12. De hecho, durante la época de la crisis provocada por la invasión napoleónica podemos averiguar tambien en América ideas o comentarios que con el término Nacion subrayaban la unidad de la Monarquía española. Pero como en el lenguaje de aquella época estado y nación se usaban frecuentemente como sinónimos, es lógico que cuando se hablaba de “La Nación”, el término hacía referencia a

Cambridge 1967.65 Véanse mis reflexiones acerca de esta instrumentalización Hans-Joachim KÖNIG, “El indigenismo criollo.¿Proyectos vital y político realizables, o instrumento político?”, en Historia Mexicana XLVI, 4 (1996), pp. 745-767.66 F.-X. GUERRA, Modernidad e independencias, esp. cap. IX. Id., “La desintegración de la Monarquía hispánica: revolución e independencias.”, en A. ANNINO, L. CASTRO LEIVA y F.-X. GUERRA (eds.), De los Imperios a las Naciones, pp. 195-227. Id., “Identidades e independencia: La excepción americana”, en F.-X GUERRA M. QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación, pp. 93-134. Cf. en cuanto a la situación en la Nueva Granada la opinión parecida de Anthony MCFARLANE, “The Politics of Rebellion in New Granada, 1780-1810”, en KÖNIG, WIESEBRON (eds.), Nationbuilding, pp. 201-217, 212.

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España.67 Otros comentarios acentuaban la Americanidad para diferenciarse de Europa, así que se plantea la pregunta de si en ella existieron y fueron denominados criterios con los cuales se debería constituir una nación americana. Sin embargo, el análisis de esta idea y de su aplicación no solamente en la época de la independencia sino en años anteriores evidencia que se usaba el concepto de la americanidad como delimitación frente a España, pero no como fundamento cultural o étnico para la constitución de una entidad política. En el fondo, Guerra tampoco estima la americanidad como un concepto sólido para la constitución de una nación propia. Al denominarse americanos los criollos proponían sin duda una determinada clasificación, de la cual resultaba una delimitación frente a los españoles. No se puede decir sin embargo, que los criollos hayan ensamblado en ella rasgos particulares de la raza o cualidades culturales específicas, es decir que formularan una identidad étnica. Por el contrario, ellos se referían siempre a su origen español, llamándose a sí mismos españoles americanos. Aun cuando se supone que el énfasis en el origen español pertenece a la retórica política, para cimentar en situaciones determinadas la exigencia de un trato igual por parte del gobierno colonial, la experiencia de la heterogeneidad de la población en la América española le impidió a los criollos establecer un criterio étnico para la unidad estatal o nacional.

Por otra parte resulta insuficiente ver el aspecto clasificatorio del término americanos sólo en el contexto geográfico, aunque los mismos criollos se referían una y otra vez a la larga distancia entre los españoles y América y, con ello, a las dificiles comunicaciónes y al insuficiente aprovisionamiento. No obstante, mucho más decisivo fue que la posición geográfica implicaba un status político determinado, puesto que América fue la parte del imperio español que era dependiente de España como colonia, y esto tocaba a la Nueva Granada al igual que a México, a Venezuela o al territorio de Río de La Plata. De numerosos textos de las postrimerías de la época colonial

67 Véase en cuanto a la terminología Charles MINGUET, “El concepto de nación, pueblo estado y patria en las generaciones de la Independencia.” en Recherches sur le monde Hispanique au dix-neuvième siècle, Lille 1973, pp. 57-71. Cf. Demetrio RAMOS PÉREZ, “Nación, Supernación y Nación Local en Hispanoamérica en la Epoca Bolivariana”, en I. BUISSON et al. (eds.), El Problema de la Formación, pp. 173-195. Cf. GUERRA, Modernidad e independencias; KÖNIG, Auf dem Wege (En el Camino).

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puede inferirse que los criollos al designarse a sí mismos americanos aludían más allá de la simple pertenencia geográfica a la situación de la dependencia y subordinación coloniales, igualmente presente en las diversas regiones. Al mismo tiempo rechazaban indirecta o directamente dicho status. Esta negativa se expresó cada vez más decisiva, cuanto más confiaban los americanos en las posibilidades de su continente y cuanto más conscientes eran de sus propios intereses. La frecuente frase “somos americanos” era la expresión adecuada de su creciente conciencia del propio valor y manifestaba su adhesión a América. Ya Alejandro de Humboldt había percibido la gran importancia de este sentimiento.68 En la época de la independencia esta expresión se enriquecía cada vez más políticamente y no sólo expresaba una diferencia ante España, sino que contenía un aspecto orientador hacia la acción concreta: superar la dependencia colonial. En esta delimitación hacia afuera, frente a España, el criterio de ser americano ganó una dimensión y un significado continentales. La solidaridad continental, la formación de una “comunidad de intereses” en un “frente externo” éstas fueron las ideas que tenían los criollos en esa fase del proceso de emancipación. Pero esto no quería decir que América fue tomada por una unidad político-estatal o cultural como lo supone la historiografía latinoamericana de integración, en desconocimiento de la realidad histórica de aquella época.69 No existía en aquel entonces una determinada unidad política-administrativa de la América española, en la cual hubiera podido surtir efectos la conciencia continental expresada hacia afuera ya referida.

Los orígenes del nacionalismo: el contexto de modernización e independencia.

Ahora, si no existían nacionalidades cultural- o etnicamente determinadas como fundamentos de los nuevos estados, ¿en que se basaban los “movimientos nacionales” y porqué surgían varios estados soberanos del imperio español? ¿Qué causaba las mutaciones del

68 Alexander VON HUMBOLDT Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España, 4 Vols., México 1941, T. II, p. 118. Cf. KÖNIG, En el camino.69 Véase, por ejemplo, Felipe HERRERA Nacionalismo Latinoamericano, Santiago de Chile 1967. Id., “La Tarea Inconclusa. América Latina Integrada”, en Id. (ed.),: América Latina, Experiencias y Desafíos, Buenos Aires 1974. Este autor acuñó la fórmula de la reintegración, del “reencuentro”, de la “reidentificación” de Latinoamérica.

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concepto de nación antigua al concepto de nación moderna dentro de la epoca revolucionaria mencionadas por Guerra?70 Con razón Guerra percibe en aquel entonces en America varias identidades que primeramente coexistían y más tarde obraban una contra otra: la identidad de la “nación española”, la identidad americana, identidades culturales de los reinos e identidades locales.71 Precisamente las identidades culturales de los reinos que a veces se remontaban a los primeros tiempos de la época colonial y se basaban en el caso de Chile en la resistencia heróica de los araucanos contra los españoles, en el caso de México en la Virgen de Guadalupe, en el caso del Perú en el reino de las Incas crearon a largo plazo un espacio propio.72 Otros autores percibieron un patriotismo criollo en la época preindependentista.73 Algunos autores como p.ej. Brading lo califican como un vago sentimiento americano que en general no correspondía a ningún territorio político específico, que fue más bien una corriente literaria que un movimiento político; y el historiador chileno Ricardo Krebs le niega al patriotismo criollo en las postrimerías de la época colonial cualquier importancia nacional y político, a pesar de valorarlo como “fuerza que obliga y orienta al hombre”.74 Otros analizaron un cierto protonacionalismo.75 Llama la atención que sólo pocos autores hablan de nacionalismo respecto a la época de la independencia. 70 GUERRA, Modernidad, cap. IX. Id., “Identidades e Independencia”, pp. 114ss.71 GUERRA, “Identidades e Independencia”.72 En cuanto a la formación de identidades vease COLLIER, Ideas and Politics. BRADING, Orígenes del nacionalismo mexicano. Id.; The First America. The Spanish Monarchy. Creole Patriots and the Liberal State, 1492-1867, Cambrdige 1991. Jacques LAFAYE, Quetzalcóatl and Guadalupe: La formación de la conciencia nacional en México, 1531-1813, México 1977. Bernard LAVALLÉ, Recherches sur l’apparition de la conscience créole dans la Vice-Royauté du Pérou. L’antagonisme hispanocréole dans les ordres religieux (XVIe-XVIIe siècles), 2 Vols., Lille 1982. Id., Las promesas ambiguas. Ensayos sobre el criollismo colonial en los Andes, Lima 1993. Marie Danielle DEMELAS, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIXe siècle, Paris 1992.73 BRADING, Orígenes del nacionalismo mexicano, Xavier TAVERA ALFARA, El nacionalismo en la prensa mexicana del siglo XVIII, México 1963, COLLIER, Ideas y Politics; Ricardo KREBS, ”Orígenes de la conciencia nacional chilena”, en I. BUISSON et al. (eds.), Problemas de la formación, pp. 107-125, KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino).74 BRADING, Orígenes del nacionalismo méxicano, Ricardo KREBS, “Nationale Staatenbildung und Wandlungen des nationalen Bewusstseins in Lateinamerika”, en Theodor SCHIEDER (ed.), Staatsgründungen und Nationalitätsprinzip, München, Wien 1974, pp. 161-182, p.176, parecidamente Brian HAMNETT, “Las rebelliones y revoluciones iberoamericanas”, p. 59.

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¿Porqué esa reserva terminológica?, aun cuando de algunos estudios como p. ej. de König y Meißner resulta muy claramente que partes de las élites provenientes de diversas regiones de sus paises ya no pensaron en dimensiones locales o regiones pequeñas, sino comenzaron a hablar de límites “nacionales” más amplias y que su patriotismo representó una fuerza pólítica trascendente en cuanto a la relación tanto entre los territorios americanos y España como entre ellos mismos. Esto fue válido en todo caso donde el patriotismo abarcaba no sólo el aprecio del propio país, sino tambien la exhortación a tomar parte en el desarrollo de la patria. Las reformas borbónicas, una política centralista expresada en la práctica del nombramiento de funcionarios españoles en vez de americanos y la explotación más intensiva de las riquezas americanas en beneficio de España, la percepción de las propias posibilidades económicas y de los recursos naturales de provincias o reinos ocurrida en el curso de las expediciónes botánicas, la comunicación más y más creciente por medio de los nuevos periódicos fomentaron la adhesión cada vez más fuerte con la propia región, es decir el amor a la patria, en beneficio de los propios intereses de las élites.

Pero el hecho de que los criollos no denominaron el objeto de su patriotismo con el término nación, sino con términos a veces imprecisos, como por ejemplo este reino, este país, esta tierra, este suelo, esta sociabilidad, y sobre todo patria76, no impide a caracterizar las ideas y el comportamiento de los criollos como nacionalismo, o nacionalismo genuino. Sobre todo, cuando se consideran las circunstancias. Pues se trata de la época de las reformas en el imperio español, de la modernidad en la cual tambien participaron las colonias. Por otra parte era el tiempo del comienzo de la industrialización y la modernización y los criollos se veían impedidos de participar en estos procesos debido a su estatus colonial. Este estatus colonial o el nexo colonial que en tiempos pasados significaba no sólo el contenido de dominación sino también un complejo de relaciones conformantes

75 Emplea ese término deliberadamente Jochen MEIẞNER, Eine Elite im Umbruch. Der Stadtrat von Mexiko zwischen kolonialer Ordnung und unabhängigem Staat , Stuttgart 1993, esp. cap. IV.76 L. MONGUIO, “Palabras e ideas: ‘Patria’ y ‘Nación’ en el Virreinato del Perú”, en Revista Iberoamericana 104-105 (1978), pp. 451-470, cf. KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino).

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internas y externas que surgían tanto de los intereses coloniales de la sociedad metropolitana como de los propios intereses de las sociedades americanas se rompió porque se diferenciaban los intereses de la Metrópoli y de los criollos. El nacionalismo criollo y los movimientos nacionales eran respuesta al desafío de la modernización, eran reacciónes frente al atraso económico con el deseo de participar en los cambios sociales y económicos. De allí resultaron reclamaciones políticas que iniciaron un proceso que en Tierra Firme conducía a la formación de estados propios, naciones, mientras que en Cuba se reforzaba el nexus colonial porque un grupo importante de la elite cubana prefirió seguir con su estatus colonial.77

El tipo propio latinoamericano del proceso de formación del Estado y Nación

Se fundaron estados en América en una época en la cual el proceso de formación del Estado nacional estaba en plena marcha en Europa Occidental y comenzó en Europa Central y Oriental. En su libro Imagined Communities Benedict Anderson hizo hincapié en que los movimientos nacionales en América Latina eran paralelos y aún anteriores a los de Europa.78 Llamar la atención sobre este hecho no es gratuito en absoluto pues muchos comentaristas europeos siguen persistiendo en la opinión de que el nacionalismo fue una invención europea. Además, la lectura de los trabajos respectivos sobre América Latina da la impresión de que las formaciones de estados nacionales en Europa precidieran cronológicamente y servieran de modelo. Así, el historiador chileno Ricardo Krebs ha señalado que la formación de los estados nacionales en América Latina, en cuanto a los territorios del imperio colonial español, no correspondía con ninguna de las modalidades conocidas en Europa, de modo que sería imposible explicar el desarrollo latinoamericano con base en analogías o mediante el método comparativo.79 Para Europa, se pueden distinguir tres etapas o bien tres tipos de formación de los estados nacionales, deducidos de las diversas situaciones históricas: la formación de los

77 Cf. Josef OPATRNÝ, Antecedentes históricos de la formación de la nación cubana, Praga 1986.78 Benedict Anderson, Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, revised ed. London 1991, pp. 47-60.79 Ricardo KREBS, “Nationale Staatenbildung”,p. 164s.

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estados nacionales en Europa Occidental como una revolución en el interior del Estado, que transformó un estado ya existente y constituyó la nación en términos de una comunidad de ciudadanos (Francia); la formación del Estado nacional en Europa Central, como creación de un nuevo Estado, como unificación nacional de naciones culturales políticamente divididas Alemania e Italia); y la formación de los estados nacionales en Europa del Este a partir de la disolución de grandes imperios multinacionales en virtud de movimientos nacionales contra el estado existente (Checoslovaquia).80

Sin embargo, los trabajos sobre la primera fase del proceso de formación del Estado y de la Nación en América Latina permiten hablar de un tipo propio, paralelo en el tiempo y hasta anterior a los procesos europeos y conectado estrechamente con éstos y a veces expuesto a la influencia de los mismos como “modelos”.81 Yo quisiera subrayar que en América Latina durante la fase de la formación de estados sí existía un tipo propio que, debido a las condiciones específicas de su orígen, precisamente el status colonial y la aspiración a la libertad política e económica, constituía una forma especial del Estado nacional con su correspondiente nacionalismo. La situación del estatus colonial o mejor dicho el deseo de emanciparse de los imperios coloniales decadentes no requería que la cuestión nacional se fundamentara en una unidad étnica dada (nacionalidad), sino en la idea de la libertad política y la autonomía.82 Considerándolo bien, la discussión sobre si los criollos se basaban en un concepto de nación cultural/étnica o de nación cívico/territorial es gratuita. Debido a las circunstancias los movimientos nacionales tenian que construir sus estados sobre criterios indicando la superación del estatus colonial y por medio de un imaginario adecuado crear en la población un

80 Cf. Theodor SCHIEDER, “Typologie und Erscheinungsformen des Nationalstaats”, en H.A. WINKLER (ed). Nationalismus, pp. 119-137.81 Stein ROKKAN, “Dimensions of State Formation”, pp. 573s. ha llamado la atención sobre la posición inicial desfavorable para los estados latinoamericanos frente a los estados europeos, sobre todo frente a Francia e Inglaterra.82 En varios de sus estudios Theodor Schieder ha subrayado la importancia que tenía la idea de libertad para la formación de las naciones en América, tanto en los Estados Unidos como en América Latina; véase por ejemplo Theodor SCHIEDER, Zum Problem des Staatenpluralismus in der modernen Welt, Köln 1969. Cf. Ulrich SCHEUNER, “Nationalstaatenprinzip und Staatenordnung seit dem Beginn des 19. Jahrhunderts”, en Theodor SCHIEDER (ed.), Staatsgründungen und Nationalitätsprinzip, pp. 9-37.

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sentido de identificación con y loyalidad frente a las nuevas entidades pensadas o imaginadas. El libro editado por Guerra y Quijada bajo el título significativo Imaginar la Nación contiene algunos artículos que describen precisamente esta construcción de naciones. Estos últimos tratan los procesos de construcción de la nación en los siglos XIX y XX y los criterios de nación que aplicaban las élites cada vez de nuevo según las circunstancias actuales. Para Mónica Quijada y Guerra es evidente que el proceso de la formación del estado en América Latina comenzó con el concepto de la nación cívica; en mi estudio sobre Nueva Granada hablé del concepto de la nación de ciudadanos (Staatsbürgernation).

Podemos constatar que en la literatura historiográfica hay consenso de que los criollos erigieron el postulado de libertad e igualdad como característica distintiva de los nuevos Estados frente al antiguo status colonial, pues de esta manera podían señalar un camino viable hacia la unidad y la integración de la nación. En dicha integración también habrían de incluirse las minorías étnicas, esto es los restos de la población autóctona, sin que por esto se intentara una adopción de las tradiciones indígenas, como por ejemplo la propiedad común. La solidaridad con los indios, es decir con aquellos que habían sufrido el poder colonial español en la primera etapa de conquista, bajo represión y esclavitud, proclamada en el curso del movimiento nacional, sirvió sólo para cimentar la justificación del movimiento y sus objetivos: lograr la libertad y la autonomía.

De manera análoga, la idea de libertad política influyó en la decisión de los grupos dirigentes, de que los derechos del ciudadano debían constituir el principal criterio de la afiliación a la nación que habría de plasmarse dentro de las fronteras de la patria, del país de nacimiento entendido como unidad. De este modo, los nuevos Estados no sólo se delimitaban positivamente frente al antiguo poder colonial; también podían demostrar que la pertenencia étnica y regional no implicara una desigualdad, sino que precisamente la igualdad política representara el rasgo característico de los nuevos Estados.

El nacionalismo orientado hacia naciónes de este tipo se servía, por lo tanto, como lo han analizado varios autores, de diferentes metáforas y símbolos en ilustraciones, escritos y sermones, derivados tanto del status colonial, como del esfuerzo por superarlo

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que permitian atraer y movilizar amplias sectores de la población.83

Eran de transcendencia especial la metáfora de la familia, el indio como símbolo de la esclavitud o bien de la libertad y el título de ciudadano. La métáfora de la familia que caracterizaba la relación entre la madre patria y las Colonias como una relación entre padre e hijo por una lado era especialmente apto para calificar a España de madrastra por sus cuidados insuficientes para con las colonias; con el aspecto de la mayoría de edad, por otro lado, los criollos podían rechazar la presunta inferioridad y la pretensión de que las Colonias necesitaran protección. Con dicha argumentación se podía justificar la separación como emancipación, es decir como una paso natural, y al mismo tiempo, poner de relieve la fortalzea y la posibilidad de desarrollo de los nuevos estados soberanos. Además, la referencia a los indios, es decir los dueños legítimos de América, y a la crueldad de la conquista servían para justificar el movimiento de liberación. Así como la instrumentalización de lo indio era apropiada para legitimar el derecho a libertad así la plantación de Arboles de Libertad servía, como en Francia,84 para aclarar la concepción y los objetivos de los nuevos estados y con ello fomentar la identificación de la población con ellos.

El título de ciudadano desempeñó un papel preponderante en los esfuerzos de los grupos dirigentes por activar amplias esferas de la

83 Las relaciones entre símbolos histórico-politícos y formación de nación analizó ya Josefina VÀZQUEZ DE KNAUTH, Nacionalismo y educación en México, México 1970. Cf. Hans-Joachim KÖNIG, “Símbolos nacionales y retórica política en la Independencia: el caso de la Nueva Granada”, en I. BUISSON et al. (eds.), Problemas de la formación del estado, pp. 389-407, Id., “Metáforas y símbolos de legitimidad e identidad nacional en la Nueva Granada (1810-1830)”, en A. ANNINO et al.( eds.), América Latina Dallo Stato Coloniale allo Stato Nazionale, Vol.II, pp. 773-788, KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino). Gonzalo HERNÁNDEZ DE ALBA, Los árboles de la libertad. Ecos de Francia en la Nueva Granada, Bogotá 1989, Georges LOMNÉ, “Revolutión Française et rites bolivariens: examen d’une transposición de la symbolique républicaine”, en Cahiers des Amériques Latines 10 (1990), pp. 159-176, Id., “Les villes de Nouvelle-Grenade: théatres et objets des jeux conflictuels de la mémoire politique (1810-1830”, en Mémoires en devenir. L’Amérique latine. XVIe—XXe siècles, Bordeaux 1994. D. RÍPODAS ARDANAZ, “Pasado incaico y pensamiento político rioplatense”, en Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 30 (1993), pp. 227-258.84 Sobre el árbol de la libertad como símbolo de la revolución en Francia véase Jacques GODECHOT, Les institutions de la France sous la Révolution et l’Empire, Paris 1968, esp. pp. 268 y 533.

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población y atraerlas a los nuevos Estados. A él podían asociarse valores y cualidades como la igualdad, la participación política, la libertad y el progreso económico, ausentes en el sistema español, pero prometidas por el nuevo sistema. Con el título de ciudadano se podía documentar que la transformación política, pretendida durante tanto tiempo, realmente se había llevado a cabo; igualmente, se podía acusar al sistema colonial de no haber llevado a la práctica el postulado de igualdad. Surtió grandes efectos el hecho de que los habitantes, listos para defender la independencia de los nuevos Estados como patriotas, se vieran tratados como ciudadanos por las élites políticas y fueran considerados ya no como súbditos bajo tutela, sino como miembros iguales del cuerpo del Estado donde gozaban de derechos y posibilidades de desarrollo hasta entonces vedados. Con esto se logró que los movimientos nacionales no quedaran reducidos a un pequeño círculo de patriotas. El título de ciudadano, usado como símbolo de la libertad, esto es la característica principal en la que se apoyaba la nueva unidad nacional, era considerado tan efectivo para identificar a la población con los nuevos Estados nacionales, que se seguía usando en las fases posteriores del proceso de formación del Estado y de Nación.

Por lo tanto, se puede constatar que las élites practicaron un nacionalismo anticolonial que en primera lugar aspiraba a la transformación política del status colonial y a la liberación.85 En la étapa de la fundación de los Estados, era un nacionalismo en contra de un enemigo externo, es decir, en contra del antiguo poder colonial. En este sentido representaba una fuerza positiva y progresiva, ya que los movimientos nacionales habían superado la dependencia colonial con sus reclamaciones de la emancipación y la participación, y habían puesto en marcha un desarrollo económico de los propios Estados. Sin embargo, este paso hacia la emancipación política sólo era el comienzo de un largo proceso de construcción de la nación.

A la verdad, este juicio requiere que las revoluciones de independencia sean tenidos por movimientos nacionales que surgían en el transcurso de un proceso más largo y llegaban a ser virulentos en un momento de crisis; es decir por movimientos nacionales que tenían ciertas ideas de un territorio propio y así se convertían en factores

85 Cf. Benedict ANDERSON, Imagined Communities, p. 191.

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decisivos para la constitución de unos estados nacionales propios. Acerca de esta valoración no hay conformidad o unanimidad hasta ahora. Algunos autores como Brading, Hamnett y Chiaramonte aducen como contra-argumentos aquellos que dicen que por un lado no existiría un nacionalismo correspondiente y que por el otro, no habrían nacido entidades estatales con fronteras estables o gobiernos fuertes, sobre todo en la región del Rio de la Plata, y que, por último, no habría existido una identidad nacional.86 Además, Brading critica la tesis de Anderson sobre las comunidades imaginadas, imaginadas como “delimitadas y soberanas” e interpretadas como “unión de iguales”, que precisamente en América Latina no habría existido.87 No se puede rechazar estos argumentos por completo. De hecho, con la Independencia no nacieron comunidades de iguales y sobre todo en la región del Río de la Plata el proceso de la formación del Estado, es decir el arreglo de las controversias entre antiguos entidades administrativas coloniales tardaba hasta la mitad del siglo XIX. Tambien es cierto que las exposiciones de Anderson sobre América Latina a veces no son muy exactos. Sin embargo, estas criticas no abarcan toda la problemática porque pasan por alto tanto el carácter procesual de la formación del Estado y de la Nación como las relaciones entre la sociedad, las instituciones jurídicas y la imaginación “nacional” que constituyen lo específico del fenómeno Nación. Un proyecto nacional con su nacionalismo correspondiente no es algo acabado o perfecto, sino alude tambien al desarrollo futuro y

86 BRADING, “Nationalism and State-Building”; Id., “Ideology and Power in Nineteenth Century Mexico”, en KÖNIG/WIESEBRON (eds.), Nationbuilding in Nineteenth Century Latin America, pp. 219-232, esp. 222. HAMNETT, “ Las rebeliones y revoluciones iberoamericanas”, pp. 58ss. Chiaramonte estudia en sus trabajos la situación especial de la región del Rio de La Plata, donde en la época colonial no había civilizaciones altas indígenas como nucleo de identidad sino ciudades con derechos soberanos que fomentaban la territorializacón de la soberanía, José Carlos CHIARAMONTE, “La cuestión regional en el proceso de gestación del Estado Nacional Argentino. Algunos problemas de interpretación”, en Marco PALACIOS (comp.), La unidad nacional en América Latina, pp. 51-85, Id., “El federalismo argentino durante la primera mitad del siglo XIX”, en Marcello CARMAGNANI (ed.), Federalismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina, México 1993, pp. 81-132, Id., Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina, 1800-1846, Buenos Aires 1997.87 Parecidamente argumentan Alfonso MÚNERA, El Fracaso de la Nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810), Bogotá 1998, p. 21, Ulrich MÜCKE, “La desunión imaginada. Indios y nación en el Perú decimonónico”, en Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 36 (1999), pp. 219-232, esp. 220 s.

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no determina definitivamente el carácter simbólico o el criterio constitutivo de la nación. Pues a lo largo del proceso de modernización surge la necesidad de legitimar, cada vez de nuevo, el poder. En otras palabras: hay que construir la nación repetidas veces.

El hecho de que los criollos del antiguo imperio hispánico formaban sus estados como repúblicas, basadas sobre el principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley, no significaba que realmente se hubieran formado naciónes de ciudadanos.88 El poder político estaba en manos de las élites criollas, teniendo en cuenta que el ejercicio de los derechos cívicos tal como el derecho de sufragio activo o pasivo requería determinados condiciones sociales y económicos. Indios, negros y mestizos seguían excluidos de una participación política o socioeconómica. Además, estos nuevos estados entraron a formar parte del conjunto internacional de estados con grave déficit, dado que en el proyecto de nación, fundamentado en primer lugar en razones políticas, no se habían formulado características o criterios que tuvieran en cuenta la situación social y la estructura étnica heterogénea. Un grupo económicamente privilegiado, es decir los criollos, había formulado lo que no quería ser—no dependiente de un poder colonial—pero muy vagamente lo que quería ser en el futuro. No quedó aclarado cómo iban a estructurarse las sociedades, cómo se iba a superar la desigualdad social existente y cómo se iba a respetar la heterogeneidad étnica. Además, los nuevos estados carecían de una comprensión mutua a nivel de sus sociedades, es decir del consenso entre los diferentes partes de la población. Al lado de un ajustado arreglo institucional, había que crear una serie de usos, hábitos y valores que componían la ciudadanía, en el sentido de ética o moral cívica, empeño que reconstruyó respecto de México Fernando Escalante en su libro muy útil Ciudadanos imaginarios.89 Había que desarrollar o fomentar la integración política y social; en el sentido político, porque dentro de las fronteras de los estados persistían intereses locales motivados por la topografía adversa y en el sentido

88 Ver para un enfoque diferenciado Hilda SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, México 1999 y el artículo de la misma autora en este cuaderno.89 Fernando ESCALANTE GONZALBO, Ciudadanos Imaginarios. Memorial de los afanes y desventuras de la virtud y apología del vicio triunfante en la Republica Mexicana , México 1992.

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social porque persistía la estructura jerárquica de la sociedad que caracterizaba por una distribución desigual e injusta de la riqueza sobre todo en lo referido a la disponibilidad de las tierras. Después de la formación de estados, las sociedades latinoamericanas emprendieron el difícil camino de transformarse en naciones y de construir naciones por medio de identidades nacionales.

La construcción de naciones

Hay muchos estudios sobre el proceso de construir naciones o de crear identidades nacionales, es decir de transformar las construcciones políticas en naciones o las naciones ficticias en naciones reales. Tratan sobre todo el imaginario nacional o los criterios elegidos para expresar lo característico de la nación respectiva y analizan la función que se le atribuye a la Historia para la formación de una identidad nacional o histórica.90 Es casi lógico que la mayoría de los estudios se dedica a las ideas de las élites políticas que lograron realizar su proyecto nacional y construyeron las imágenes de la nación según sus visiónes o sus necesidades, es decir sin la participación del pueblo. Ante la necesidad de que las poblaciónes dispersas y heterogéneas, mal unidas por lealtades locales o provinciales, se sientan pertenecer a las respectivas comunidades políticas, las élites no sólo se sirvieron de los símbolos cívicos clásicos, como el himno y la bandera, sino también de símbolos étnicos, como p.ej. del indianismo romántico en Brasil91 o

90 Vease entre otros los artículos en las colecciónes editadas por F.-X. GUERRA y M. QUIJADA, Imaginar la Nación, por R. BLANCARTE (comp.), Cultura e identidad nacional, por Michael RIEKENBERG (comp.), Latinoamérica: Enseñanza de la historia, Cf. J. VÁZQUEZ DE KNAUTH, Nacionalismo y Educación en México, Germán COLMENARES, Las convenciones contra la cultura, Bogotá 1987, Nikita HARWICH VALLENILLA, “La génesis de un imaginario colectivo: la enseñanza de la historia de Venezuela en el siglo XIX”, en Structures et cultures des societés ibero-américaines, Paris 1990, pp. 203-241, Id., “La Historia Patria”, en A. ANNINO et al. (eds.), De los Imperios, pp. 427-437. Josef OPATRNY, “El papel de la historia en la formación de la conciencia de una identidad particular en la comunidad criollo en Cuba” en Ibero-Americana Pragensia en ‘Identidad Nacional y Cultural en las Antillas hispanoparlantes’, Supplementum 5, Praga 1991, pp. 51-61, Michael RIEKENBERG, Nationbildung. Sozialer Wandel und Geschichtsbewußtsein am Rio de la Plata (1810-1916), Frankfurt a. M. 1995.91 Cf. José MURILLO DE CARVALHO, “Brasil. Naciones marginadas” en A, ANNINO et al., De los Imperios a las Naciones, pp. 401-423.

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en México en las primeras décadas del siglo XX.92 Muchos de estos estudios salen del supuesto, o lo confirman, de que la creación de un estado nacional es un proceso realizado de la élite hacia el pueblo o del centro hacia la periferia.93 Y muchas veces lo es así.94 En cambio, hasta ahora hay solo pocos trabajos que quieren diferenciar este proceso, partiendo del supuesto de que en el proceso de construcción de nación tambien participaron activamente comunidades locales o las masas con el deseo de formar la nación según sus propias identidades e intereses. Hay que mencionar sobre todo los trabajos de Annick Lempérière, Antonio Annino y de Peter F. Guardino acerca de México,95 de Florencia Mallon sobre el “peasant nationalism” en México y Perú, de David Nugent sobre la situación en el norte de Perú96 y de Aline Helg sobre los intentos de negros y mulatos cubanos de redefinir la nación cubana en los inicios de este siglo.97 Estos autores demuestran que el proceso de imaginar la nación es múltiple y, además, que la formación de naciones modernas es tambien el

92 Véase M QUIJADA,.“La nación reformulada”.93 Un ejemplo de este enfoque centrado en la élite liberal modernizadora es el libro de David BUSHNELL and Neill MACAULY, The Emergence of Latin America in the Nineteenth Century, Second edition, New York 1994, a pesar de que discuten la temática del nacionalismo sólo de paso.94 Cf. el estudio de Richard GRAHAM, “Mecanismos de integración en el Brasil del siglo XIX” en A. ANNINO et al., De los Imperios a las Naciones, pp. 525-544.95 Annick LEMPÉRIÈRE, ”¿Nación moderna o república barroca? México, 1823-1857” en F.-X. GUERRA y M. QUIJADA (eds.), Imaginar la nación, pp. 135-177. Antonio ANNINO, “Otras naciones: Sincretismo político en el Mexico decimonónico” en GUERRA y QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación, pp 215-255. Peter F. GUARDINO, Peasants, Politics, and the Formation of Mexico’s National State, 1800-1857 , Stanford Press 1996. Cf. el artículo de Raymond BUVE, “Political Patronage and Politics at the Village Level in Central Mexico: Continuity and Change in Patterns from the Colonial Period to the End of the French Intervention (1867)” en Bulletin of Latin American Research, vol. 11, 1992, pp. 1-28. Cf. tambien varios de los artículos en H.-J. KÖNIG y M. WIESEBRON (eds.), Nationbuilding in Nineteenth Century Latin America.96 Florencia E. MALLON, Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley 1995, cf. Id., “The Promise and Dilemma of Subaltern Studies: Perspectives from Latin American History” en American Historical Review 99, 5, 1994, pp. 1491-1515. David NUGENT, Modernity at the Edge of Empire: State, Individual, and Nation in the Northern Peruvian Andes, 1885-1935, Stanford 1997.97 Aline HELG, Our Rightful Share. The Afro-Cuban Struggle for Equality, 1886-1912, Chapel Hill 1995.

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resultado de intensos conflictos en los cuales los grupos subordinados participaron con sus propios discursos.98

Precisamente estos trabajos subrayan la necesidad y la posibilidad de la doble perspectiva, desde arriba y desde abajo, para no reducir la formación del Estado y de la Nación sólo a las acciones y reacciones de las élites. Aqui existe una laguna de investigaciones que hay que llenar, tal vez empezando con el análisis de proyectos nacionales alternativos o competitivos, como lo hizo Josef Opatrný en su trabajo sobre la formación de la nación cubana, o vencidos a lo largo del proceso de formación del estado nacional.99 En total, hace falta considerar las actitudes y conductas de toda la población que es el objeto de la retórica propagandista, porque el análisis de la formación de la nación necesita tambien la perspectiva desde abajo, es decir analizar como las masas populares percibieron la nación. Aun cuando es mucho mas dificil encontrar material correspondiente no es imposible, como lo ha demostrado Malcolm Deas en su artículo sobre el caso de Colombia.100

A manera de conclusión

El Nacionalismo y la Formación del Estado y de la Nación en América Latina siguen siendo temas de investigación relevantes que no han perdido nada de su palpitante interés y actualidad. No existen enfoques estáticos, todo al contrario, hoy como ayer hay muchas preguntas sin resolver. A ésto se suma la nueva situación en el proceso de la globalización, con los cambios que se han dado o se están produciendo ahora respecto a la multiculturalidad o la heterogeneidad. Otra vez surge la pregunta ¿como administrar la diversidad? Con la ayuda de las organizaciones internacionales de derechos humanos o de minorías, los sectores cultural y etnicamente diferenciados han

98 Cf. Mark BERGER, “Specters of Colonialism: Building Postcolonial States and Making Modern Nations in the Americas” en Latin American Research Review 35, 1, 2000, pp. 151-171.99 J. OPATRNY, Antecedentes históricos de la formación de la nación cubana . Cf. p.ej. el articulo de Hans-Joachim KÖNIG, “Artesanos y soldados contra el proyecto modernizador liberal en Nueva Granada: El movimiento revolucionario del 17 de abril de 1854”, en prensa.100 Malcolm DEAS, “La presencia de la política nacional en la vida provinciana, pueblerina y rural de Colombia en el primer siglo de la República” en M. PALACIOS (comp.), La unidad nacional en América Latina, pp. 149-173.

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conquistado un papel como actores en el debate sobre las políticas públicas. Procesos macrosociales de las últimas décadas han facilitado la revitalización de los pueblos indígenas y de las culturas locales y regionales. Todos estos reúnen condiciones para imponer nuevas identidades que incrementan la diversidad. ¿Qué significa ésto para el desarrollo futuro de los estados nacionales en América Latina?

¿Será considerada la heterogeneidad cultural un factor importante para la construcción de la identidad nacional? ¿Qué significa el hecho de que en sociedades modernas existan identidades múltiples, para el imaginario nacional? ¿Será posible de abandonar el modelo de la nación unitaria y homogénea, hasta ahora vigente, para adoptar una nación pluricultural y aceptar la diversidad cultural?

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LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX: NUEVAS PERSPECTIVAS PARA EL ESTUDIO DEL PODER

POLÍTICO EN AMÉRICA LATINA

HILDA SABATO*

En las últimas dos décadas el tema de la ciudadanía ha ocupado un lugar central en los debates políticos y académicos. En América Latina, su irrupción en los años 80 estuvo estrechamente vinculada a procesos políticos de transición a la democracia y de afirmación de sus valores e instituciones. Ya en los 90, las dificultades por las que atravesaron esos procesos llevaron a una reflexión crítica acerca de las relaciones entre democracia y ciudadanía, que aún continúa. Los historiadores no han sido ajenos a ese clima de indagación, y han comenzado a explorar de manera renovada la conflictiva historia de las relaciones entre sociedad civil y sistema político, en particular en los procesos de formación de los estados-nación latinoamericanos a lo largo del siglo XIX.

Hasta hace no muchos años, buena parte de historiografía interpretaba al siglo XIX en términos de la transición de las sociedades de Antiguo Régimen a los estados-nación modernos. La caída del absolutismo y del mercantilismo habrían dado lugar al ascenso del capitalismo, la adopción de los principios del liberalismo y el desarrollo gradual de la democracia. Con frecuencia la historia se escribió como el relato de los avances realizados en el camino lineal y progresivo que habría llevado de unas formas a otras, y de los

* Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (PEHESA–Instituto Ravignani) y CONICET.

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obstáculos encontrados en esa senda. La experiencia de las distintas regiones de América Latina no fue una excepción a esta tendencia, y sus transformaciones políticas y económicas fueron en general contrastados con ese curso ideal.

En las últimas décadas, sin embargo, esta tendencia ha sido criticada desde diferentes campos de la disciplina. Tanto el concepto de la evolución lineal como la noción de un camino universal hoy son fuertemente cuestionados. Al mismo tiempo, un interés creciente por la acción humana y la contingencia como dimensiones significativas de la interpretación histórica han llamado la atención sobre el papel de lo único y lo específico en todo proceso social, aspectos que ya no se descartan en función de las fuerzas más estructurales y presumiblemente determinantes. En este contexto, el siglo XIX ha adquirido una nueva densidad. Períodos que se consideraban solo como meras etapas en el camino hacia el progreso, ahora se estudian por derecho propio, regiones marginales a los procesos centrales han ganado visibilidad y cada día, nuevas preguntas surgen para poner en duda las imágenes heredadas sobre ese largo siglo inaugurado por las revoluciones americana y francesa y clausurado por la Primera Guerra Mundial.

Este cambio de perspectiva ha sido especialmente productivo en el campo de la historia política. En los últimos veinte años, la investigación histórica ha alterado de manera sustantiva nuestra visión del pasado de América Latina. Trabajos recientes responden de manera renovada a preguntas muy viejas referidas a la construcción de las nuevas comunidades políticas (las naciones) y la producción y reproducción del poder político luego de la ruptura del orden colonial español y portugués. En ese marco es que la problemática de la ciudadanía ha pasado a ocupar un lugar central en las indagaciones y se ha convertido en una lente—que no la única—a través de la cual los historiadores exploran el territorio de la política decimonónica.

Hasta hace pocos años, esta cuestión no solamente era una preocupación secundaria sino que ella se resolvía de manera algo lineal. En efecto, el proceso ideal de conformación de la ciudadanía política en las sociedades modernas se concebía en general como el de la gradual ampliación de los derechos políticos, y en particular del derecho a voto, a sectores cada vez más amplios de la población. La

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LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX

universalización efectiva del sufragio se tomaba como el punto de llegada de ese proceso y del tránsito hacia la democracia. Históricamente, a principios del siglo XX se habría terminado de recorrer el camino que, a través de sucesivas ampliaciones, habría llevado del sufragio restringido propio del siglo anterior al voto universal masculino. Los casos que no se ajustaban a ese recorrido esperado eran considerados como anómalos e imperfectos en cuanto a su proceso de democratización. Se trataba entonces de analizar las causas de esa desviación y de descubrir los momentos del reencauzamiento.1

La historiografía más reciente opera con una concepción más amplia de ciudadanía política, se aparta del modelo gradual e indaga en distintas dimensiones de esa compleja institución.2 El tema del sufragio sigue ocupando un lugar central, pero ha sido profundamente reformulado. Al mismo tiempo, otras cuestiones previamente descuidadas o simplemente no identificadas, están recibiendo una atención creciente. Este ensayo se propone explorar estos nuevos enfoques, las preguntas y preocupaciones vigentes, las estrategias de investigación que se están ensayando y las respuestas que hoy se discuten.

El campo problemático

La ruptura del orden colonial en Iberoamérica trajo consigo la fragmentación del antiguo reino y su disgregación en múltiples espacios, ellos mismos atravesados por guerras y revoluciones. Se inició entonces la conflictiva historia de la conformación de nuevas comunidades políticas, la redefinición de soberanías, la constitución de poderes y regímenes políticos nuevos. Se trató de procesos sociales complejos que a lo largo del siglo XIX fueron desembocando en la constitución de los estados-nación modernos. Ese resultado no 1 Practicamente en todos los países de la región se encuentran interpretaciones de la historia política escritas según ese modelo, que por cierto también se usó profusamente en los casos de los países de Europa Occidental. La formulación más elaborada y clara de este modelo se encuentra en el clásico trabajo de Thomas H. MARSHALL de 1949, Class, Citizenship, and social development. Westport, Conn. 1973.2 Ver Antonio ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. De la formación del espacio político nacional, Buenos Aires 1995. Hilda SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, México 1999.

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estaba, sin embargo, prefigurado de antemano ni siguió un camino único; cada región y aún cada localidad tuvo su historia peculiar y distintiva.

Sin embargo, más allá de esas diferencias, en toda Iberoamérica el ejercicio del poder político se asentó sobre los principios de la soberanía popular y la representación moderna, y la creación de una ciudadanía formó parte de los proyectos hegemónicos en la mayor parte de la región. La ciudadanía política moderna supone, según Pierre Rosanvallon,

“una ruptura completa con las visiones tradicionales del cuerpo político”, pues “la igualdad política marca la entrada definitiva en el mundo de los individuos.”3

La ciudadanía lleva implícita, además, una dimensión comunitaria, en la medida en que define a una comunidad abstracta de individuos iguales que forman el cuerpo político de la nación. Esta concepción alcanzó a ocupar un lugar privilegiado en las normas y en los proyectos de las elites que durante el siglo XIX lograron hegemonizar el poder en buena parte de la región.4 Pero allí existían, al mismo tiempo, relaciones y jerarquías sociales complejas, funcionaban comunidades concretas—cuerpos y organizaciones de origen colonial pero también asociaciones de nuevo tipo—, circulaban diferentes ideas de lo social y lo político que estaban lejos de ajustarse a los principios liberales. El interrogante acerca del contenido y la vigencia de los distintos proyectos así como sobre los procesos históricos concretos de constitución (o no) de ciudadanías políticas define así un campo problemático que abre un amplio abanico de preguntas a la investigación.

El problema de la articulación entre ideas y prácticas, normas y procesos, subtiende a buena parte de los trabajos más recientes. Algunos de ellos se plantean la cuestión de la ciudadanía de

3 Pierre ROSANVALLON, Le sacré du citoyen, Paris 1992, p.14.4 Esta concepción se entronca con las ideas del liberalismo que, en distintas variantes, arraigó entre sectores importantes de las élites iberoamericanas. Motivos provenientes de otras familias ideológicas compitieron, se superpusieron y combinaron con los que venían del tronco liberal, por lo que la noción de ciudadanía tuvo diferentes tonalidades, según épocas, lugares y protagonistas. Cf. Tulio HALPERIN DONGHI, Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850, Madrid 1985, Frank SAFFORD, “Politics, Ideology and Society” en Leslie BETHELL (comp.), Spanish America after Independence c. 1820-c.1870, Londres 1987.

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LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX

manera global. Las más de las veces, sin embargo, la producción historiográfica explora aspectos parciales que se derivan del interrogante más general. En los últimos años, dos problemas han recibido la atención privilegiada de los estudiosos. Por un lado, se ha producido una importante cantidad de trabajos en torno a cuestiones relacionadas con el sufragio, las elecciones y las formas de la representación. Estos son aspectos cruciales a la hora de estudiar la ciudadanía política, dado que el derecho a voto define la igualdad política en las sociedades modernas. Por el otro, se ha explorado el desarrollo de la sociedad civil, y se han estudiado las formas de sociabilidad, la constitución de esferas públicas y el papel de la opinión pública. Estos temas se vinculan con los procesos de individuación, autonomización, y publicidad, centrales en la historia de la modernización política. Las páginas que siguen atienden sobre todo a la discusión sobre estos aspectos parciales, y a la relación entre ellos y las interpretaciones más generales sobre la ciudadanía.

El sufragio: ideas y normas

El tema del sufragio siempre tuvo un lugar en las historias políticas de los países de América Latina. En los últimos años, sin embargo, se ha cuestionado tanto el modelo que presuponía un curso ideal de expansión gradual del derecho a voto y de su efectivo ejercicio a lo largo del siglo XIX como los trabajos históricos que analizaban los casos concretos a partir de ese modelo. En ellos, la historia del derecho de sufragio en lugares y momentos particulares se asimilaba por fuerza al modelo lineal o se la trataba como desviación. Al mismo tiempo, las prácticas electorales del pasado se juzgaban con frecuencia como fraudulentas, resultado de la violación de las normas por parte de elites políticas corruptas. Ambas formulaciones resultan difíciles de sostener a la luz de las interpretaciones recientes.5

5 Ver entre otros Eduardo POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy. The History of Elections in Europe and Latin America, Houndmills and London 1996; Marie-Danielle DEMÉLAS-BOHY y François-Xavier GUERRA, “The Hispanic Revolutions: The Adoption of Modern Forms of Representation in Spain and America, 1808-1810” en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy; François-Xavier GUERRA, Modernidad e independencias, Madrid 1992; Id., “Las metamorfosis de la representación en el siglo XIX” en Georges COUFFIGNAL (comp.), Democracias posibles. El desafío latinoamericano, Buenos Aires 1993; Id., “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina”, en H. SABATO

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Ellas destacan la importancia de la instauración de formas modernas de representación en el siglo XIX. Por entonces, en las sociedades de Iberoamérica, la elección de representantes se convirtió en un aspecto central de los nuevos sistemas de gobierno fundados sobre el principio de la soberanía popular. En teoría, los electos debían representar, a la vez que producir, la voluntad de la nación como comunidad única y abstracta compuesta por individuos. En la práctica, hubo una superposición de viejas y nuevas categorías que coexistieron y compitieron tanto en los proyectos y en la normativa como en la acción.

Por su parte, el derecho a elegir y ser elegido constituyó el núcleo de unos derechos políticos cuya titularidad estaba reservada a los ciudadanos. La definición normativa de los alcances y los límites de esa ciudadanía fue variable y ésta nunca coincidió con la totalidad de la población. Sin embargo, tampoco se produjo un proceso gradual de ampliación desde una ciudadanía restringida por requisitos de propiedad o calificación a una de carácter universal, según lo prescribe el modelo de Marshall.6 Por el contrario, en buena parte de Iberoamérica se partió de una concepción relativamente amplia de ciudadano, introducida después de la Independencia. Las leyes electorales que se dictaron en las primeras décadas revolucionarias establecían muy pocas restricciones al derecho a voto y éstas en general no se basaban en requisitos de capacidad o propiedad. Edad (la edad habilitante estaba entre los 17 y los 25 años, según las regiones), sexo (se excluía a las mujeres), y residencia (el votante debía pertenecer a la comunidad) eran las variables consideradas en casi todas las regiones. La dependencia personal (esclavos, domésticos, sirvientes) era condición excluyente en muchos lugares, aunque no en todos. Con frecuencia, el concepto de vecino se superponía al de ciudadano, combinando viejos y nuevos criterios en la definición del sujeto de la representación. Algo similar ocurría en los casos de exclusión de los solteros que vivían en la casa del padre, considerado el jefe de la familia.

Estas definiciones tempranas fueron pronto modificadas. En algunas regiones, las dificultades políticas para organizar las nuevas naciones fueron parcialmente atribuidas a la liberalidad del voto, de

(coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones.6 MARSHALL, Class, citizenship, and social development.

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manera tal que en las décadas de 1820 y 1830 hubo propuestas, inspiradas por el pensamiento doctrinario francés, para restringir su alcance imponiendo requisitos de propiedad, capacidad o ingreso al sufragio. Estas propuestas no siempre se plasmaron en legislación efectiva, y desde entonces, cada región tuvo una historia electoral particular, que no puede reducirse a esquema alguno. Hubo lugares, como Chile, donde las limitaciones censatarias o capacitarias se mantuvieron por varias décadas.7 Otros, como la Argentina,8 en los que nunca se introdujeron, y muchos en los que restricciones y ampliaciones se sucedieron en diferentes secuencias.

Al mismo tiempo, el establecimiento de requisitos no siempre implicaba reducción del electorado. En Perú, por ejemplo, los fijados por la ley de 1861 (tener propiedad o ser casado o tener profesión) en realidad no implicaron una contracción, que en cambio se produjo después de 1896, cuando se exigió la condición de alfabetos a los votantes.9 Algo similar ocurrió en Brasil, donde la

7 Para Chile ver J. Samuel VALENZUELA, Democratización vía reforma: la expansión del sufragio en Chile, Buenos Aires 1985; Id., “Building Aspects of Democracy Before Democracy: Electoral Practices in Nineteenth-Century Chile” en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy.8 Para Argentina ver José Carlos CHIARAMONTE (con la colaboración de Marcela TERNAVASIO y Fabián HERRERO), “Vieja y nueva representación: los procesos electorales en Buenos Aires, 1810-1820” en A. ANNINO (coord.): Historia de las elecciones en Iberoamérica; Id., “Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del estado argentino, (c.1810-1852)” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones, Hilda SABATO y Elías PALTI, “¿Quién votaba en Buenos Aires? Práctica y teoría del sufragio, 1850-1880” en Desarrollo Económico, No.119, oct.-dic. 1990; Hilda SABATO, “Citizenship, Political Participation and the Formation of the Public Sphere in Buenos Aires, 1850s-1880s.”en Past and Present, 136, 1992; Id., La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880 . Buenos Aires 1998; Marcela TERNAVASIO, “Nuevo régimen representativo y expansión de la frontera política. Las elecciones en el estado de Buenos Aires: 1820-1840” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica; Id., “Hacia un régimen de unanimidad. Política y elecciones en Buenos Aires, 1828-1850” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones.9 Para Perú ver Jorge BASADRE, Elecciones y centralismo en el Perú, Lima 1980; Sarah C. CHAMBERS , From Subjects to Citizens. Honor, Gender, and Politics in Arequipa, Peru, 1780-1854, University Park (Pennsylvania) 1999; Gabriella CHIARAMONTI, “Riforma Elettorale e Centralismo Notabilare a Trujillo (Peru) tra Otto e Novecento” en Quaderni Storici, nuova serie, 69, 1988; Id., “Andes o Nación: la reforma electoral de 1896 en Perú” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica; Sinesio LÓPEZ JIMÉNEZ, Ciudadanos reales e imaginarios. Concepciones, desarrollo y mapas de la ciudadanía en el Perú, Lima 1997; Carmen MCEVOY, La utopía

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introducción de la misma limitación por ley de 1881 redujo drásticamente la cantidad de votantes, mientras los requisitos capacitarios de disposiciones anteriores habían tenido un impacto muy menor en ese sentido.10 Finalmente, en varios países la amplitud del derecho a voto en la base estuvo acompañada por un sistema indirecto que, como en México11 y Brasil, establecía requisitos capacitarios y censatarios en sus niveles superiores. De esta manera, se formaba un sistema de base relativamente amplia pero muy jerarquizado en sus escalones intermedios.

Como se ve, los estudios sobre legislación electoral muestran un panorama complejo, muy distante del modelo de ampliación gradual. La definición normativa del sujeto de la representación fue una preocupación recurrente de las elites que se sucedieron en el poder en las distintas regiones de Iberoamérica. Los frecuentes cambios en la legislación sugieren que no hubo soluciones fáciles a esa cuestión. Aún donde se produjeron pocas variaciones en las leyes, como en el caso de la Argentina o del Brasil, el tema estuvo presente en el debate público. Legislación y debates reflejan las diferentes concepciones que fueron imponiéndose en los distintos momentos y lugares, y que respondían a variados marcos ideológicos, experiencias sociales y negociaciones políticas. Son estos los temas

republicana. Ideales y realidades en la formación de la cultura política peruana (1871-1919), Lima 1997; Vincent PELOSO, “Liberals, Electoral Reform, and the Popular Vote in Mid-nineteenth century Peru” en Vincent PELOSO and Barbara TENENBAUM (eds.), Liberals, Politics, and Power: State Formation in Nineteenth.Century Latin America, Athens 1996.10 Para Brasil ver. José MURILO DE CARVALHO, Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, México 1995; Id., “Dimensiones de la ciudadanía en el Brasil del siglo XIX” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Richard GRAHAM, Patronage and Politics in Nineteenth-Century Brazil. Stanford 1990; Herbert S. KLEIN, “Participación política en Brasil en el siglo XIX: los votantes de San Pablo en 1880” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica.11 Para México ver Antonio ANNINO y Raffaele ROMANELLI, “Premesa”, Quaderni Storici, nuova serie, 69. 1988; Antonio ANNINO, “Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos, 1812-1821”, en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX; Id., “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México. Los orígenes de un dilema”, en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Marcelo CARMAGNANI y Alicia HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, “La ciudadanía orgánica mexicana, 18501910” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Fernando ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios. México 1992; Alicia HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana del buen gobierno. Mexico 1993.

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que aborda la historiografía actual, ofreciendo resultados novedosos y provocativos.12

Elecciones y prácticas electorales

En todo el espacio iberoamericano y a lo largo de todo el siglo XIX se realizaban elecciones regulares y frecuentes para designar representantes en los niveles local, regional y nacional, que podían ser directas o indirectas, y estas últimas de primero, segundo o aún de tercer grado. Por cierto que esa no era la única vía de acceso al poder, aunque así lo prescribiera la mayor parte de las constituciones y leyes. El camino de las armas estuvo vigente durante buena parte del siglo en varios de los nuevos países, y con frecuencia, la compulsa electoral convivió con la confrontación militar. Una y otra ampliaban hacia abajo el espacio de la lucha política.

Todos los años se movilizaban hombres y recursos en la preparación, organización y realización de los procesos electorales. Su papel era diferente al que tienen hoy en día y distinto también al que le fijaban los parámetros normativos liberales. Por ello, la literatura sobre el tema durante largo tiempo los interpretó como viciados, fruto de prácticas consideradas corruptas. Esta perspectiva está hoy profundamente cuestionada. Ya en 1988, Antonio Annino y Raffaele Romanelli, en la introducción a una serie de trabajos destinados a revisar la historia electoral en países de Europa e Iberoamérica, reaccionaban contra la tendencia a “considerar al liberalismo como el antecedente de una predestinada evolución democrática”. Subrayaban, en cambio, la especificidad de las 12 Cf. Natalio BOTANA, El orden conservador, Buenos Aires 1977; Gerardo CAETANO, “Ciudadanía política e integración social en el Uruguay (1900-1933)” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Malcolm DEAS, “The Role of the Church, the Army and the Police in Colombian Elections, c. 1850-1930”, en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy; Marie-Danielle DEMÉLAS-BOHY, “Modalidades y significación de elecciones generales en los pueblos andinos, 1813-14”, en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX; Marta IRUROZQUI, “Ebrios, vagos y analfabetos. El sufragio restringido en Bolivia, 1826-1952”, Revista de Indias. LVI, 208, 1996; Juan MAIGUASHCA, “The Electoral Reform of 1861 in Ecuador and the Rise of a New Political Order”, en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy; Carlos MALAMUD (comp.), Partidos políticos y elecciones en América Latina y la Península Ibérica, 1830-1930, Madrid 1995; Orlando TOVAR, “Las instituciones electorales en Venezuela”, en AA.VV., Sistemas electorales y representación política en Latinoamérica. Madrid 1986.

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experiencias liberales caracterizadas por “el esfuerzo realizado por la sociedad no igualitaria de notables por traducir un orden orgánico y jerárquico en instituciones como las constituciones y las leyes electorales, cuya racionalidad es fundamentalmente individualístico-cuantitativa”.13 En ese marco, las prácticas electorales no habrían sido formas de ignorar o distorsionar las normas, sino más bien una manera de procesarlas en cada situación específica.

De acuerdo con esta propuesta, estudiar las prácticas electorales implica sumergirse en la situación de cada momento y lugar para analizar sus diferentes facetas, explorar sus particularidades, e interpretar su papel en el sistema de representación de que se trate. Esta es precisamente la tarea que han encarado estudios recientes que abordan casos particulares.14 Cómo se organizaba la vida electoral, quiénes participaban de ella y en qué calidad, cuáles eran las reglas formales e informales del juego electoral, cómo se armaba la escena comicial, qué resultados se obtenían: tales son algunas de la preguntas que se formulan los nuevos trabajos.15 De ellos se desprende un panorama de gran

13ANNINO y ROMANELLI, “Premesa”, p. 683.14 Ver Paula ALONSO, “Voting in Buenos Aires, Argentina, before 1912” en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections before Democracy; A. ANNINO, “Cádiz y la revolución territorial”; Id., “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana”; Marco BELLINGERI, “Dal voto alle baionette: esperienze elettorali nello Yucatan costituzionale ed indipendente” en Quaderni Storici, nuova serie, 69, 1988; Id., “Las ambigüedades del voto en Yucatán. Representación y gobierno en una formación interétnica, 1812-1829” en A. ANNINO (coord.): Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. Marta BONAUDO, “De representantes y representados. Santa Fe finisecular (1883-1893)” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Id.,“Society and Politics. From Social Mobilization to Civic Participation (Santa Fe, 1890-1909)” en James BRENNAN and Ofelia PIANETTO (eds.): Region in Nation. The Provinces and Argentina in the Twentieth Century. Washington 1999. N. BOTANA, El orden conservador. G. CAETANO, “Ciudadanía política”; M. CARMAGNANI y A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, “La ciudadanía orgánica mexicana”; Ema CIBOTTI, “Sufragio, prensa y opinión pública: las elecciones municipales de 1883 en Buenos Aires” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX; Sarah C. CHAMBERS, From Subjects to Citizens; G. CHIARAMONTI, “Riforma Elettorale”; Id., “Andes o Nación”; J. M. de CARVALHO, Desenvolvimiento; Id., “Dimensiones de la ciudadanía en el Brasil del siglo XIX”.15 Malcolm DEAS, “Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia”, Revista de Occidente, 127, 1993; Id., “The Role of the Church”; M.-D.DEMÉLAS-BOHY, “Modalidades y significación de elecciones generales”; M.-D.DEMÉLAS-BOHY, y F:-X. GUERRA, “The Hispanic Revolutions”; F. ESCALANTE, Ciudadanos

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diversidad regional, lo que no impide, sin embargo, marcar algunos rasgos compartidos.1. En la mayoría de los casos, una proporción muy baja de la

población –menos del 5%—participaba de los comicios, porcentaje muy semejante a la que se encuentra entonces en varios países de Europa. En general no se observa una pauta regular de aumento de esa participación a lo largo del siglo. Hay, eso si, variaciones –incluso bruscas – en las cifras, que dependían en parte de los alcances y límites a la ciudadanía impuestos por las distintas leyes, pero no solamente de ellos. Con frecuencia una proporción no desdeñable de los habilitados para votar no ejercía sus derechos y no participaba del comicio. En la Argentina, por ejemplo, rara vez los votantes efectivos superaron el 20% de los potenciales. En Brasil, en cambio, estos llegaban

imaginarios; Pilar GONZÁLEZ BERNALDO, Civilité et politique aux origines de la nation Argentine. Les sociabilités a Buenos Aires, 1829-1862, Paris 1999; Id., “Los clubes electorales durante la secesión del Estado de Buenos Aires (1852-1861): la articulación de dos lógicas de representación política en el seno de la esfera pública porteña” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; R.GRAHAM, Patronage and Politics; Virginia GUEDEA, “Las primeras elecciones populares en la ciudad de México, 1812-1813”, en Estudios Mexicanos, 7, 1, 1991; F.-X. GUERRA, Modernidad; Tulio HALPERIN DONGHI, Proyecto y construcción de una nación. (Argentina 1846-1880), Caracas, 1980; A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana; Marta IRUROZQUI, “Ebrios, vagos y analfabetos”; Id., “¡Que vienen los mazorqueros! Usos y abusos discursivos de la corrupción y la violencia en las elecciones bolivianas, 1884-1925” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; H.S. KLEIN, “Participación política en Brasil”; Alberto LETTIERI, La República de la Opinión. Política y opinión pública en Buenos Aires entre 1852 y 1862, Buenos Aires 1998; J. MAIGUASHCA, “The Electoral Reform of 1861 in Ecuador”; Carmen MCEVOY, “Estampillas y votos: el rol del correo político en la campaña electoral decimonónica” en Histórica, XVIII, 1, 1994; Id., La utopía republicana; Id., “La experiencia republicana: política peruana, 1871-1878” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; V. PELOSO, “Liberals, Electoral Reform, and the Popular Vote”; Víctor PERALTA RUIZ, “Elecciones, constitucionalismo y revolución en el Cusco, 1809-1815”, Revista de Indias, LVI, 206, 1996; Eduardo POSADA CARBÓ, “Elections and Civil Wars in Nineteenth-century Colombia: The 1875 Presidential Campaign” en Journal of Latin American Studies, 26, 1994; Id. (ed.), Elections Before Democracy; H.SABATO y E. PALTI, “¿Quién votaba en Buenos Aires”; H. SABATO, “Citizenship”, Id., La política en las calles; M. TERNAVASIO, “Nuevo régimen representativo”; Id., “Hacia un régimen de unanimidad”; J.S. VALENZUELA, Democratización vía reforma; Id., “Building Aspects of Democracy”; Charles F. WALKER,., Smoldering Ashes. Cuzco and the Creation of Republican Peru, 1780-1840, Durham and London 1999.

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en general al 50%, lo que hacia 1870 implicaba que alrededor de un millón de personas (el 10% de la población total) asistía a los comicios primarios. La abstención plantea la pregunta del porqué quiénes tenían el derecho a voto con frecuencia no lo ejercían y hasta qué punto la población consideraba el votar una forma de intervención deseable y significativa. Incluso sugiere que la imagen de un pueblo ávido por ejercer sus derechos electorales puede resultar anacrónica en muchas regiones de Iberoamérica, donde los dirigentes políticos se quejaban con frecuencia de “la indiferencia” y “la falta de espíritu cívico” de los supuestos ciudadanos.

2. Si no todos los habilitados para votar lo hacían, surge la pregunta de quiénes eran los que efectivamente participaban de los comicios. A pesar de la variedad de situaciones, la mayor parte de los estudios recientes destacan la diversidad social de los votantes. Los miembros de las dirigencias políticas provenían con frecuencia de los sectores propietarios y letrados, pero el resto de los electores se reclutaba en una amplia gama del espectro social, que podía ir desde los artesanos urbanos y sectores profesionales hasta los campesinos y peones rurales. En varios casos, se destaca la presencia mayoritaria de gentes provenientes de los sectores populares. Indígenas y esclavos libertos tuvieron, por su parte, un lugar importante en distintas regiones, aunque por cierto no en todas. Las mujeres, excluidas del derecho a voto, jugaban muchas veces papeles informales en la vida electoral.

3. La participación estaba cuidadosamente organizada. La asistencia a los comicios no era, en general, un acto espontáneo de ciudadanos individuales. Los grupos que aspiraban a llegar al poder montaban verdaderas máquinas políticas destinadas a reclutar votantes, organizarlos como fuerzas electorales, y controlar la escena del comicio para poder ganar. Una clave para el éxito radicaba en la capacidad de las dirigencias de crear y movilizar clientelas. Ellas constituían la base de las fuerzas que participaban de las jornadas electorales. Cuando no había competencia entre candidatos, se trataba simplemente de asegurar la producción de sufragios para cumplir con la rutina electoral. Cuando se enfrentaban distintas fuerzas,

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en cambio, los días de comicios podían ser tumultuosos y hasta violentos. Muchas veces se trataba de sumar votos propios pero también de impedir la emisión de los ajenos. No se descartaba la manipulación o falsificación de actas y padrones, así como la fabricación de sufragios. Entonces los perdedores hablaban de “fraude” e impugnaban los resultados electorales. Pero al mismo tiempo, en general todos participaban del juego y aceptaban sus reglas, de manera tal que éste se consideraba, en buena medida, legítimo.

4. La organización electoral articuló a dirigencias y bases clientelares. Se plantea, por lo tanto, la naturaleza y las características de esa relación. En algunos casos, ella estaba cimentada por vínculos de dependencia social; en otros, se trataba de lazos creados en función de la vida política. Pero en todos ellos, las prácticas electorales contribuyeron a la articulación de redes que incorporaron a distintos sectores de la población al juego electoral, así como a la creación de liderazgos y tradiciones específicamente políticas sustentadas en relaciones de paternalismo y deferencia. Estas redes políticas se nutrían también de relaciones gestadas en el seno de la vida militar en ejércitos y milicias. Y con frecuencia se apoyaron en el aparato gubernamental, tanto porque la administración era fuente de empleo para las clientelas, como porque sus funcionarios (policía, jueces, etc.) cumplían un papel importante en la dinámica electoral. Al mismo tiempo, ellas constituyeron una pieza fundamental de las agrupaciones que comenzaron a conocerse como “partidos políticos”.

5. Ceremonias, rituales y fiestas eran un ingrediente habitual de las jornadas electorales. En algunos casos ellos establecían un vínculo de continuidad con tradiciones coloniales y precoloniales. En otros, por el contrario, marcaban la novedad de la representación moderna. En todos ellos, sin embargo, la celebración y los ritos colectivos contribuían a consolidar los lazos personales entre los participantes, a dar significación comunitaria a hechos protagonizados por unos pocos, a legitimar –por fin—un sistema de representación nuevo. En ese contexto, la Iglesia católica cumplió en algunas regiones un papel importante en las elecciones. Con frecuencia, su injerencia no se

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limitó al plano ritual y simbólico sino que operó también en el nivel estricamente político.De esta apretada síntesis queda claro que las prácticas electorales se entienden ahora como engranajes importantes de la vida política decimonónica, cuya lógica no puede reducirse a la de la manipulación tout-court. Más controvertida es la relación entre ellas y el proceso de constitución (o no) de una ciudadanía política. Sin duda, en la mayor parte de los casos conocidos, los votantes estaban lejos de responder a la imagen del ciudadano individual, libre y autónomo presupuesto en la buena parte de la legislación y postulado por las versiones más difundidas del credo liberal. Las formas que adoptó la organización electoral reforzaba el carácter colectivo del sufragio y la dependencia de quienes lo emitían. Por otro lado, el montaje de máquinas electorales sirvió muchas veces no solo para controlar los comicios sino para hacerlos posibles, es decir, para reclutar activamente votantes potenciales, atraídos por las ventajas materiales y simbólicas de pertenecer a una clientela. Y las redes políticas que así fueron surgiendo permitieron la inclusión de gentes provenientes de distintos sectores sociales en la vida política. Por lo tanto, es difícil sostener tanto la hipótesis pesimista de que las prácticas electorales obstruyeron el proceso de conformación de una ciudadanía, como la opuesta, de que habrían contribuido decisivamente a él.

Sociedad civil y espacio público

Mientras que la historia electoral siempre se vinculó a la cuestión de la ciudadanía, sólo en los últimos años se ha relacionado a esta última con el proceso de desarrollo de la sociedad civil. En América Latina, durante mucho tiempo descuidó ese proceso, en la medida en que se aceptaba la tesis de la debilidad histórica de nuestras sociedades civiles frente a estados considerados fuertes. Hoy, junto con el interés contemporáneo en esa temática, ha surgido una historiografía que presta creciente atención a esa faceta de nuestra historia.

El concepto mismo de sociedad civil es problemático, pues puede inscribirse en distintas vertientes teóricas. Más allá de esas diferencias, que se detectan en los trabajos de los historiadores,

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interesa aquí centrarse en las novedades que ofrecen esos trabajos para la interpretación de la vida política decimonónica. En este caso, si bien no se cuenta con una variedad de estudios equivalentes a los revisados para el tema electoral, también hay que destacar la heterogeneidad de situaciones e interpretaciones. Es posible señalar, sin embargo, un conjunto de temas e interrogantes compartidos.

Existe, en primer lugar, una preocupación por el surgimiento y expansión de las instituciones de la sociedad civil y por lo que algunos autores denominan las formas modernas de la sociabilidad. La aparición y difusión de asociaciones modernas – que suponen la reunión entre individuos iguales entre sí, libres y que por su propia voluntad se unen para perseguir un objetivo compartido – y de una prensa periódica vigorosa se consideran aspectos clave de la modernización. Para algunos autores, como François-Xavier Guerra, las nuevas formas de sociabilidad que surgieron en la Iberoamérica de principios del siglo XIX, introdujeron un cambio cultural fundamental en la sociedad tradicional que llevó a su transformación. Según Guerra:

“poco a poco, a medida que se difunden este tipo de sociabilidades y el imaginario que las acompaña, la sociedad entera empieza a ser pensada con los mismos conceptos que la nueva sociabilidad: como una vasta asociación de individuos unidos voluntariamente cuyo conjunto constituye la nación o el pueblo.”16

No se trata, para el autor, de un proceso lineal de cambio de las formas de Antiguo Régimen a la modernidad, sino de una historia de superposiciones, ambiguedades y conflictos entre viejas y nuevas concepciones y prácticas.

Otras interpretaciones, en cambio, ponen el énfasis en las transformaciones sociales más generales resultantes del desarrollo del capitalismo, que desembocaron en la consolidación del estado y de la sociedad civil. El surgimiento de nuevas formas de asociación y prensa se entienden como el resultado de esos cambios, a los que, a su vez, habrían contribuido de maneras diversas.17 En ese marco, algunos autores destacan el papel de esas instituciones en el plano de la modernización política, en la medida en que se habrían constituído como ámbitos de prácticas y valores igualitarios, espacios de

16 F.-X. GUERRA, Modernidad, p. 91.17 H. SABATO, “Citizenship”; Id., La política en las calles.

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intercambio comunicativo en que la autoridad del argumento y la razón predominaba sobre las que pudieran emanar que cualquier jerarquía externa o previa.18

Como se ve, no existe una diferencia tajante entre ambas perspectivas, pues las dos caracterizan de manera similar a las instituciones sociedad civil, aunque la primera enfatice el rol fundamental de las nuevas formas de sociabilidad en la modernización social y la segunda entienda a ésta como el resultado de procesos estructurales más generales. Los trabajos que abordan estos temas, por su parte, no siempre pueden encuadrarse estrictamente en una u otra de estas interpretaciones.

Más allá de esta diferenciación quizá algo forzada, todos los autores se internan en la historia concreta de las nuevas instituciones pero también de la persistencia de antiguas formas de sociabilidad, de la superposición entre unas y otras y de los cambios que ocurren en ese plano en momentos y lugares determinados. Se destaca, en ese sentido, que no se trata de procesos lineales de expansión de lo nuevo en detrimento de lo viejo, sino de una historia de vaivenes en el tiempo y de desfasajes en el espacio que hacen muy difícil cualquier generalización. Lo que sigue es, por lo tanto, tan solo indicativo de algunas tendencias presentes en la historiografía.19

18 Ver, por ejemplo, Carlos FORMENT, “La sociedad civil en el Perú del siglo XIX: ¿democrática o disciplinaria?” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. 19 Ver Maurice AGULHON, Bernardino BRAVO LIRA et al., Formas de sociabilidad en Chile, 1840-1940, Santiago de Chile 1992; Samuel BAILY, “Las sociedades de ayuda mutua y el desarrollo de una comunidad italiana en Buenos Aires, 1858-1916” en Desarrollo Económico, XXI, 84, 1982; M. BONAUDO, “Society and Politics”; Ema CIBOTTI, “Periodismo político y política periodística. La construcción pública de una opinión italiana en Buenos Aires finisecular” en Entrepasados, IV, 7, 1994; Id., “Sufragio, prensa y opinión pública”; S.C. CHAMBERS, From Subjects to Citizens; José MURILO DE CARVALHO, Os bestializados. O Rio de Janeiro e a República que nao foi , Sao Paulo 1987; Id., A formaçao das almas. O imaginário da república no Brasil. Sao Paulo 1990; Alicia DEL AGUILA, Callejones y mansiones: espacios de opinión pública y redes sociales en la Lima del 900. Lima 1997; Fernando DEVOTO, “Las sociedades italianas de ayuda mutua en Buenos Aires y Santa Fe: Ideas y problemas” en Studi Emigrazione, XXI, 84, 1984; Fernando DEVOTO y Alejandro FERNÁNDEZ, “Asociacionismo, liderazgo y participación de dos grupos étnicos en áreas urbanas de la Argentina finisecular. Un enfoque comparado” en Fernando DEVOTO y Gianfausto ROSOLI (eds.), L’Italia nella societa argentina. Roma 1988; Tim DUNCAN, “La prensa

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Para explorar el surgimiento y la expansión de formas de sociabilidad consideradas modernas, en el sentido que se mencionó más arriba, algunos autores se remontan al siglo XVIII cuando esas formas comenzaron a difundirse en las metrópolis europeas. Tertulias, salones, círculos de lectura, que reconocen una historia anterior, son sindicados como los lugares de conformación de nuevas prácticas de conversación, lectura y relación dialógica entre los participantes y de gestación de lenguajes también nuevos. A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX estas novedades resultaban visibles en algunos lugares de Iberoamérica, donde las ideas de la Ilustración circulaban cada vez más profusamente, sumando adeptos, y la sociabilidad se complejizaba. Se trató, de todas maneras, de experiencias relativamente limitadas, que coexistían con otras que se desenvolvían en ámbitos más tradicionales, como los que ofrecían

política: ‘Sud-américa’, 1884-1892” en Gustavo FERRARI y Ezequiel GALLO (comps.), La Argentina del ochenta al centenario. Buenos Aires, Sudamericana 1980; F. ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios; C. FORMENT, “La sociedad civil en el Perú del siglo XIX”; Cristián GAZMURI, El "48" chileno. Igualitarios, reformistas, radicales, masones y bomberos. Santiago de Chile 1992; P. GONZÁLEZ BERNALDO, Civilité et politique; F.-X. GUERRA, Modernidad; Francois Xavier GUERRA, Annick LEMPÉRIERE et al., Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambiguedades y problemas. Siglos XVIII-XIX. México 1998; Francisco GUTIÉRREZ, Curso y discurso del movimiento plebeyo, 1849/1854, Bogotá 1995; T. HALPERIN DONGHI, Proyecto y construcción de una nación; Alberto LETTIERI, “Formación y disciplinamiento de la opinión pública en Buenos Aires, 1862-1868” en Entrepasados, No. 6, 1994; Id., La República de la Opinión; Claudio LOMNITZ, “Ritual, Rumor and Corruption in the Constitution of Polity in Modern Mexico” en Journal of Latin American Anthropology, 1,1, 1995; Francine MASIELLO, (comp.), La mujer y el espacio público. El periodismo femenino en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires 1994; C. MCEVOY, La utopía republicana; Id., “La experiencia republicana”; Jorge MYERS, Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, Bernal 1995; Id., Languages of Politics: A Study of Republican Discourse in Argentina from 1820 to 1852, Tesis de doctorado inédita, Universidad de Stanford 1997; Marco PAMPLONA, Riots, Republicanism and Citizenship. New York City and Rio de Janeiro City During the Consolidation of theRepublican Order, New York and London 1996. Luis-Alberto ROMERO, ¿Qué hacer con los pobres? Elite y sectores populares en Santiago de Chile, 1840-1895 , Buenos Aires 1997; Hilda SABATO y Ema CIBOTTI, “Hacer política en Buenos Aires. Los italianos en la escena política porteña, 1860-1880” en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3a. serie, 2, 1er. Semestre 1990; H. SABATO, “Citizenship”; Id., La política en las calles; Id., “La vida pública en Buenos Aires” en Marta BONAUDO (directora), Nueva historia argentina. Liberalismo, estado y orden burgués (1852-1880). Buenos Aires 1999; Ch.F. WALKER, Smoldering Ashes.

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hermandades, cofradías y gremios de artesanos, entre otros. Al mismo tiempo, el desarrollo de la imprenta y de los primeros periódicos contribuyó a definir un espacio de publicidad que tuvo diferentes alcances. En algunas regiones, como por ejemplo en la del Rio de la Plata, esas experiencias tuvieron mayor densidad hacia los años 20 y 30, pero luego sufrieron varias décadas de estancamiento.

Muchas de estas iniciativas fueron fomentadas desde el poder político. Para las elites ilustradas que, durante la primera mitad del siglo XIX, alcanzaron el poder en algunos períodos y lugares, la construcción de una ciudadanía constituía, como se ha visto, un proceso central de la conformación de las nuevas comunidades políticas. En la visión que estos grupos, la mayor parte de la población iberoamericana no estaba preparada para ejercer el papel que les estaba asignado en el nuevo sistema representativo. Más que restringir su participación política, sin embargo, se propusieron educar a los habitantes, formarlos en los principios de la Ilustración, inculcarles sus valores y prácticas. Para ello, promovieron la creación de instituciones educativas y culturales y el desarollo de asociaciones voluntarias consideradas entonces como semilleros de virtudes cívicas. Por otra parte, la opinión pública aparecía, cada vez más, como uno de los pilares de la legitimidad política. Aunque existían distintas concepciones acerca de qué era y dónde se gestaba esa opinión, la prensa fue siempre considerada su expresión más visible. Por lo tanto, desde temprano los gobiernos publicaron sus propios diarios. No siempre, claro está, aprobaron aquéllos que quedaban lejos de su control, y la libertad de prensa fue con mucho mas frecuencia enunciada que respetada, mientras la censura gozó de buena salud durante largos períodos.

En la segunda mitad del siglo XIX se observa la expansión sostenida de asociaciones y prensa en buena parte de la región. Un entramado cada vez más denso de instituciones—asociaciones profesionales y étnicas, sociedades de ayuda mutua, círculos científicos y literarios, clubes sociales y culturales y periódicos del más diverso tipo—se hizo visible en ciudades como Lima, Buenos Aires, México, Santiago, Rio de Janeiro, Bogotá y otras. Este desarrollo se ha entendido como un síntoma de la existencia de una sociedad civil relativamente autónoma, diferenciada del Estado, y que generaba instancias de representación y expresión propias. Cómo

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eran estas asociaciones; a quiénes atraían y a quiénes excluían; cómo se organizaban; cuáles eran las relaciones entre formas más modernas y más tradicionales de sociabilidad, la competencia y la superposición entre ellas, son temas en discusión.

Prensa y asociaciones gozaban de creciente prestigio no solamente entre las elites modernizantes sino también entre sectores más amplios de la sociedad, sobre todo urbana. Esa valoración no era ajena a varias de las perspectivas ideológicas que por entonces circulaban con cierto éxito en la región, desde el liberalismo republicano al socialismo utópico y el catolicismo social, explorados también por la historiografía reciente. Con frecuencia, estas instituciones no solamente actuaban en el campo limitado de la representación, defensa o protección de los intereses y opiniones de sus bases, sino que constituían tramas conectivas que atravesaban a la sociedad o partes de ellas. Contribuyeron así a definir un público (o públicos) que comenzó a forjar nuevas formas de actuación colectiva—diferentes de las propias de la sociedad colonial y poscolonial—y a constituirse como referente ineludible para el poder político.

De esa manera, se fue generando la base para la formación de lo que algunos historiadores han llamado una “esfera pública”, adoptando el concepto acuñado por Jürgen Habermas.20 En efecto, asociaciones y prensa pueden interpretarse desde el punto de vista de la constitución de una esfera pública política, como ámbitos decisivos en el proceso de definición de un espacio de mediación con el Estado y como medios para actuar en ese espacio. La introducción del concepto de “esfera pública” (en distintas variantes) abre una serie de interrogantes a los que la historiografía ha respondido hasta ahora de manera muy parcial. Así, en cada situación particular se plantea, en primer lugar, la pertinencia misma de la utilización de esa categoría. Sorteada esta primera cuestión, surgen enseguida preguntas más específicas tales como: quiénes convocaban, lideraban y participaban de la acción pública así como el de quiénes quedaban excluidos; cuál era el alcance de las iniciativas en términos de la constitución de un público más amplio que el de sus promotores; si existían uno o varios públicos; cuál era el lugar de la(s) esfera(s) pública(s) en la construcción de la comunidad política y en la conformación de una

20 Jürgen HABERMAS, Strukturwandel der Öffentlichkeit, Darmstadt y Neuwied 1962; Id., Historia y crítica de la opinión pública, México 1986.

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ciudadanía; en qué medida desde el Estado y el poder político se atendía a las señales provenientes de este espacio, entre otras. Este último punto enlaza la cuestión de la esfera pública con la de la opinión pública, un tema que ha sido recientemente abordado desde distintos ángulos.

Estos puntos resumen demasiado escuetamente los principales tópicos que han llamado la atención de los historiadores de la sociedad civil Iberoamericana. Queda claro, de todas maneras, que la interrogación sobre esa dimensión ha permitido nombrar y dar entidad historiográfica a una serie de fenómenos concretos referidos a los complejos procesos de formación de nuevas comunidades políticas luego de la ruptura del orden colonial, muchos de los cuales se hallaban hasta hace poco limitados por una mirada que privilegiaba la esfera del estado y el poder político por sobre la de la sociedad civil.

Una agenda

La problemática de la ciudadanía política reconoce otras facetas además de estas dos que la literatura reciente ha privilegiado en sus análisis. Hay una serie de dimensiones parciales importantes que sin embargo han merecido escasa atención por parte de los historiadores. Entre ellas, el papel de las milicias y del ciudadano armado; la relación entre tributación y ciudadanía, y las formas de la justicia, en particular el servicio de jury, han sido destacadas en varios trabajos.21

El abordaje de todas estas facetas, las más y las menos estudiadas, ha implicado no solamente una innovación en el plano de las preguntas formuladas y los temas investigados, sino también el cruce de diferentes niveles de análisis. La dimensión simbólica ha resultado fundamental para entender prácticas sociales y políticas, las que a su vez iluminan el mundo de las representaciones. Por lo tanto, historia 21 Ver, entre otros, J.M. de CARVALHO, Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil; Id., “Dimensiones de la ciudadanía en el Brasil del siglo XIX”; F. ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios; F. GUTIÉRREZ, Curso y discurso del movimiento plebeyo; A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana del buen gobierno; M IRUROZQUI, “Las paradojas de la tributación”; A. LETTIERI, La República de la Opinión; V. PERALTA RUIZ, “El mito del ciudadano armado; Mónica QUIJADA, “La ciudadanización del ‘indio bárbaro’. Políticas oficiales y oficiosas hacia la población indígena de la pampa y la Patagonia, 1870-1920” en Revista de Indias, LIX, 217, 1999; Ch.F. WALKER, Smoldering Ashes.

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LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX

política, social, cultural e intelectual se engarzan de manera original en diferentes interpretaciones de la problemática de la ciudadanía.

Este entrecruzamiento también está presente en los trabajos que abordan esa cuestión de manera global, no solo refiriéndose a varios de los aspectos parciales hasta aquí mencionados sino también proponiendo una interpretación más general de todo el proceso, en una nación determinada. Hasta el momento, esos ensayos no son muchos. Un ejemplo interesante de ese tipo de enfoque lo ofrecen dos libros que aunque se refieren al mismo caso, el de Mexico, difieren en su perspectiva de análisis y en su evaluación de esa historia de manera radical. Asi, Fernando Escalante Gonzalbo en su sugestivo Ciudadanos imaginarios se sumerge en el México del siglo XIX para contrastar ideales y acciones, normas y prácticas; señalar el fracaso de los valores del liberalismo en una sociedad que tenía una “moral” incompatible con aquéllos, y concluir que “no había ciudadanos”.22

Alicia Hernández-Chávez, en cambio, en La tradición republicana del buen gobierno, ofrece una versión optimista del proceso de construcción de una ciudadanía en ese país desde la independencia hasta la Revolución, a partir de la matriz liberal.23 Estos ensayos resultan provocativos en tanto proponen una interpretación fuerte de la historia. Al mismo tiempo, abren una serie de cuestiones a la discusión, cuestiones que se resisten a ser subsumidas en una narrativa global tan contundente.

Hasta aqui, este recorrido parcial y demasiado sintético de la reciente producción que puede ordenarse en torno de la problemática de la ciudadanía política en los procesos de formación de los estados-nación iberoamericanos. Se habrá visto que esta perspectiva ha abierto, y sigue abriendo, nuevos caminos a la reflexión y en análisis. El resultado es, hasta el momento, un conjunto de imágenes parciales, fragmentarias, a veces divergentes, que sin embargo ha complejizado notablemente la historia de la construcción del poder político en el siglo XIX. Quedan, sin embargo, una cantidad de preguntas pendientes que constituyen una agenda para la investigación. Entre ellas, seguramente algunas no podrán responderse en los marcos definidos por la problemática de la ciudadanía política, que ofrece una lente atractiva pero limitada para indagar en aquellos procesos.

22 F. ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios.23 A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana del buen gobierno.

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Hilda SABATO

Al mismo tiempo, sin embargo, esa problemática resulta ya insoslayable a la hora de interrogarse sobre la historia del poder en América Latina.

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ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE ACERCA DE LA VIOLENCIA Y DEL

ESTADO EN AMÉRICA LATINA

MICHAEL RIEKENBERG*

Consideraciones preliminares

En el año 1985, Evans, Rueschemeyer y Skocpol publicaron el hoy en día famoso libro “Bringing the State Back in”. En él no trataron la estructura jurídica ni la ideología del Estado, sino que abarcaron las estrategias de poder y las dimensiones sociales del Estado desde una perspectiva weberiana. Frente a las clásicas teorías sobre el Estado, el libro de Evans y otros empezó a reconsiderar los procesos de formación y el papel del Estado. Esto tuvo también repercusión para Latinoamérica. El Estado en Latinoamérica fue hasta finales de los años 70 casi exclusivamente objeto de una positivista historia del derecho y de las instituciones. Esto considera al Estado como un conjunto sólido de instituciones y reglas, es decir como objeto concreto y claramente delimitado. Como resultado, una gran parte de los trabajos que había sobre el tema en el fondo se ocupaban sólo de lo que podemos llamar la superficie del Estado. Trataban el derecho público, las constituciones o la organización de la administración. Alguna literatura, y no me gusta tener que decir esto, recordaba al lector a una guía sobre las vías administrativas y no a un tratado sobre

* Universidad de Leipzig.

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Michael RIEKENBERG

y el tema conforme al nivel de las ciencias sociales a principios de los anos ochenta.1

En cuanto a los entrelazamientos entre el “Estado” y la “violencia”, la clásica doctrina sobre el Estado partía de una estricta separación entre poder legítimo y violencia ilegítima, entre la violencia en su función como organizador del Estado y la violencia destructiva. Comparándola con estas doctrinas, la violencia en Latinoamérica se trata de un fenómeno camaleónico. El Estado tiene en ello una participación decisiva (aunque esto no quiere decir que el tema de la violencia se agota en el Estado). Por un lado, en Latinoamérica el Estado pudo ejercer a partir de 1800 sólo de manera restrictiva o sea temporalmente, un monopolio de legítima violencia física que según Max Weber es el atributo del Estado por excelencia. De esta manera el Estado no fue capaz de controlar las amplias difusiones de diversas formas de violencia colectiva extra-estatal. Por el otro lado, el propio Estado fue el creador de una violencia de “anomía”2 e ilegal. El Estado toleró o alentó a grupos cuya finalidad era el mantenimiento del orden al margen de la ley y emplear la violencia por su propia cuenta. De esta forma el estado contribuyó a crear una violencia crónica o endémica como se la llama en la literatura.3 Su característica es, que a los ojos de los hombres aparece como algo ilimitado y que actúa por su propia dinámica independientemente de la acción humana o de los motivos de los actores. En parte, como en el caso de Colombia, esta violencia “endémica” se ha dirigido contra el Estado y amenaza con destruirlo. Es un poco sorprendente que las investigaciones han ignorado durante mucho tiempo estos procesos. Todavía en 1981 se leía en el Journal of Interdisciplinary History, la violencia en Latinoamérica “cries for research”.

Si contemplamos la literatura actual sobre el concepto de violencia, llama la atención que parte de los conceptos teóricos y de los corrientes de investigación que marcaron las discusiones sobre la

1 Es de mencionar el trabajo de Horst Pietschmann sobre el Estado en América Latina. Véase p.ej. Horst PIETSCHMANN, Die staatliche Organisation des kolonialen Iberoamerika, Stuttgart 1980.2 Véase sobre el estado y el concepto de la “anomía” Peter WALDMANN, “Einleitung”, en Ibero-Amerikansches Archiv 3. 4 (1997), pp. 317s.3 P. ALVARENGA, Cultura y ética de la violencia: El Salvador 1880-1932, San José 1996, p. 142.

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ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE

violencia durante los años setenta, hoy día solo jueguen un rol casi insignificante.4 Esto es lo que ocurre por ejemplo con el sicoanálisis o con la investigación sobre las agresiones. En su lugar, hay otros aspectos de la violencia que están en primer plano y que están marcando el actual discurso científico sobre el tema. Esto está relacionado con el hecho de que el propio concepto de violencia se ha transformado. En partes de la sociología, prevalece en la actualidad un concepto corporal de la violencia. La violencia es definida como un acto de poder que mediante “daño corporal intencionado” (Heinrich Popitz) se realiza a los otros. Este enfoque en el cuerpo que encontramos actualmente en la terminología sociológica sobre la violencia, tiene distintas causas. En parte, diferentes enfoques teóricos han de responder de este creciente interés por el cuerpo. Michel Foucault o Norbert Elias son de mencionar cuando se trata sobre la cuestión de la represión de la violencia corporal en las relaciones humanas en el curso de la formación del Estado “moderno”. Elias analizó el rol de los actos violentos abiertos en el trato de los hombres, los procesos del disciplinamiento social y el impacto que tenia la formación del Estado sobre la renuncia al uso de la fuerza física en la vida diaria. A mitad de los años ochenta, yo mismo he intentado debatir con el ejemplo de Guatemala la teoría de Elias y su utilidad para una sociología de la violencia en Latinoamérica.5 En parte, el cambio cultural puede ser responsable del nuevo interés por el cuerpo. En los ambientes urbanos occidentales el cuerpo ya no es la base de la fuerza de trabajo según decía Karl Marx, o el símbolo de la revolución sexual como fue el caso en el movimiento estudiantil tras 1968. Más bien, sociólogos “posmodernos” piensan que el cuerpo, vaciado de otros atributos significativos, amenaza más bien con convertirse en el último punto de mira de la identidad “posmoderna” y “hedonista”. De todos modos encontramos en la sociología actual un concepto sobre la violencia orientado hacia el cuerpo físico que favorece un

4 Me refiero aqui a H. TYRELL, “Physische Gewalt, gewaltsamer Konflikt und der Staat”, en Berliner Journal für Soziologie 2 (1999), pp. 269-28, pp. 269s.5 Creo que fue el primer intento de aplicar la teoría de Elias en un pais no europeo. Véase Michael RIEKENBERG, Zum Wandel von Herrschaft und Mentalität in Guatemala, Köln, Wien 1990. Sobre la imparcial crítica acerca de este libro véanse las revistas “Mesoamérica” 25 (1993), pp. 134-144, o bien “Quetzal” cuaderno 10 (pp. 1-4) y cuaderno 11 (1995), pp. 1-3.

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acercamiento entre la sociología y la antropología. Volveré a ello más adelante.

A continuación comento alguna literatura reciente sobre el tema.6 Ciertamente no escribo ningún review essay sino que sigo mis impresiones personales. En este trabajo no persigo integridad enciclopédica así como tampoco en la elección de la literatura que menciono. Si en realidad se quiere establecer esta división, es más válida para mi interés la sociología histórica que la historia en estricto sentido. Yo subdivido (para una definición más detallada véase el Apartado 3) la literatura sobre el concepto de violencia en tres grupos a los que llamo los “contextualistas”, los “sensoriales” y los “sociables”. Con todo esto quiero admitir que esta nomenclatura es un poco voluntariosa. Pero espero que prevalezca su utilidad para una orientación sobre el tema. Además, aprovecho la ocasión para añadir algunas observaciones comparativas (véase el Apartado 4). Malcolm Deas ha mostrado a través del ejemplo de Colombia lo apropiada que puede ser un análisis comparativo de la violencia.7 En vista de la amplia difusión de la violencia en Latinoamérica se tiene en partes de la literatura la tendencia a extensas deducciones. Por ejemplo, se considera posible que la cultura política de una “Nación” entera como en el caso del México posrevolucionario, muestre un marcado “hábito” hacia la violencia. Comparaciones con otras dimensiones de la violencia, brutalidad y humillación (el verano de 1994 en Ruanda) o con otras regiones de las que se dice que hay altos grados de violencia, son válidas para reflexionar tales juicios.8

Estado/Cultura

Empecemos con el Estado. En el libro de Evans y otros autores, Charles Tilly se ocupa de la relación entre Estado y violencia. Tilly definió la formación del Estado como un violento racketeering. Si se abarca con exactitud, uno de los primeros en introducir el término racket en el lenguaje sociológico fue Max Horkheimer, un

6 Quisiera agradecer a Natalie Clemente por su ayuda con la traducción del texto.7 M. DEAS, “Reflections on Political Violence in Colombia”, en D.E. APTER (ed.), The Legitimization of Violence, New York 1997, pp. 350-404, pp. 353s.8 Véase sobre una comparación de la violencia en Latinoamérica y en los Balcanes W. HÖPKEN, M. RIEKENBERG (eds.), Politische und ethnische Gewalt in Südosteuropa und Lateinamerika, Köln, Wien, Weimar 2000.

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ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE

representante de la Kritische Theorie (Escuela de Francfort). Horkheimer, que emigró de Alemania en la época del nacionalsocialismo, se ocupó a finales de los anos treinta del deslizamiento de los Estados “burgueses” en una práctica criminal de la violencia durante el trasfondo del desarrollo político en Europa a partir del fin de la primera guerra mundial. Horkheimer definió rackets como grupos de poder dispuestos para la violencia que luchan contra sus rivales, sólo se rigen por las leyes para el mantenimiento de ellos mismos y ambicionan tributos. Horkheimer temía que el Estado burgués (civil) se depravara cada vez más en racket, así como que el tipo sociocultural de ciudadano desapareciera mediante las creaciones de monopolios y cárteles en la economía. Charles Tilly se ocupó de la creación del Estado “moderno” en Europa y la consideró como una forma de crimen organizado. Como racketeer, el naciente Estado amenazaría a otros grupos para poder imponer su custodia sobre la sociedad a cambio de retirar sus amenazas violentas. La tesis de Tilly ha sido discutida entre los estudiosos de Latinoamérica también, mientras que a Horkheimer y a sus ideas sobre prácticas ilegales del Estado no se los ha tenido en cuenta. Así, Robert Holden escribió en 1996 en un muy sugestivo artículo que los estudios de Tilly sobre la formación del Estado en Europa son un marco apropiado para el análisis del Estado en Latinoamérica. El libro de William Stanley sobre “The Protection Racket State” en El Salvador puede ser citado como un ejemplo de trabajar el Estado en Latinoamérica según el vocabulario de Tilly.9

El problema es que la composición de Tilly no afecta exactamente a lo que llamamos la “realidad” en Latinoamérica. Hay dos motivos que son responsables de ello. En los siglos XIX y XX, los

9 Max HORKHEIMER, “Vernunft und Selbsterhaltung”, en Obras Completas. Vol. 5: Dialektik der Aufklärung und Schriften 1940-1950, Frankfurt M. 1987, pp. 320-350; M HORKHEIMER, “Die Rackets und der Geist”, en Obras Completas, Vol. 12: Nachgelassene Schriften 1931-1949. Frankfurt M. 1985, pp. 287-291. Para más detalle: W. Pohrt, Brothers in Crime, Berlin 1997, pp. 28ff. Véase también el artículo de S. BREUER, en Kriminologisches Journal 6, Suplemento 1997, pp. 20s. Véase también Charles TILLY, “War Making and State Making as organized Crime”, en P.B. EVANS, D. RUESCHEMEYER, T. SKOCPOL (eds.), Bringing the State Back in, Cambridge 1985, pp. 169-191; R. HOLDEN, “Constructing the Limits of State Violence in Central America: Towards a New Research Agenda”, en JLAS 28 (1996), pp. 435-459, p. 439; W. STANLEY, The Protection Racket State. Elite Politics, Military Extortion, and Civil War in El Salvador, Tempe 1996, pp. 56fs.

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Estados en Latinoamérica no poseían a menudo la fuerza necesaria para eregirse en racketeers, es decir en extorsionistas aventajados frente a grupos sociales, organizaciones comunitarias o comunidades étnicas. No pocas veces fueron más bien el Estado o el gobierno amenazados e intimidados por otros grupos. En la literatura encontramos la opinión de que esto es algo característico de Latinoamérica y que allí los roles están muy a menudo invertidos. No el Estado, sino otros actantes de la violencia son los que adoptan el rol de extorsionistas.10 Esto, para aclarar este punto, no presupone a la fuerza la existencia de un estado “acabado”. Hace años Pierre Clastres hizo alusión desde la perspectiva de la etnología a la extorsión de los mandatos (chieftains) en las sociedades “primitivas” de la zona del Amazonas.11 En este caso la extorsión representa un medio para la obstaculización del Estado, y no para su formación. Además, el libro de Evans y otros autores presupone una separación entre Estado y sociedad que no se ha dado en absoluto a partir de 1800 en Latinoamérica. Es cierto que en Latinoamérica hubo temporalmente sublevaciones muy bruscas del Estado sobre la sociedad. Un ejemplo (observamos aquí los regímenes revolucionarios de Cuba y México que concibieron la construcción de vigorosos y permanentes aparatos estatales) son los llamados regímenes burócraticos-autoritarios que como en el caso de la dictadura militar en Argentina tras 1976, trataron legitimarse totalmente ellos mismos. No obstante hubo otros procesos. Fueron procesos contrapuestos y dirigidos hacia la disolución del Estado en la sociedad. “(N)either is it possible to distinguish state from society”, comenta David Nugent este asunto respecto a las relaciones en Perú alrededor de 1900.12 Sobre esto hay distintas variantes. Hay que diferenciar si la disolución del Estado en la sociedad se atribuyó a la acción de fuertes comunidades locales y relativamente cerradas que mantenían al Estado a distancia. O, si bien, tuvo que ver en primer lugar con el hecho de que el Estado y los

10 W WALDMANN, “Zur Transformation des europäischen Staatsmodells in Lateinamerika”, en W. REINHARD, (ed.), Verstaatlichung der Welt? Europäische Staatsmodelle und außereuropäische Machtprozesse, München 1999, p. 65.11 P. CLASTRES, La societé contre l´Etat: recherches d´anthropologie politique, Paris 1976.12 D. NUGENT, “State and Shadow State in Northern Peru circa 1900. Illegal Political Networks and the Problem of State Boundaries”, en J.M. HEYMAN (ed.), States and Illegal Practices, Oxford, New York 1999, pp. 63-98, p. 68.

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ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE

principios que éste representa no encontraron respaldo en una sociedad dispersa y débilmente estructurada. Un ejemplo del primer caso se dió en los centros del dominio hispano en América (México, Perú, Guatemala, etc.). El segundo caso se dió en zonas marginales y de poca población (territorio de La Plata, por ejemplo). Debido a la intensa creación de una economía ilegal que produce enormes beneficios, podemos encontrar en la actualidad una tercera variante. Se caracteriza porque independientes y “ricos” actuantes de la violencia que disponen de grandes recursos, impiden por medio del uso de la fuerza al Estado establecer su soberanía en zonas de boom económico. Ejemplos de ello fueron la “República de Huallaga” en Perú o hoy día las regiones de próspera colonización en Colombia donde la (Narco)-Guerrilla, las bandas de droga o los paramilitares llevan la voz cantante.13

Al tratar la oposición entre el Estado y las estructuras segmentarias, la historia social lo hizo en términos como regionalismo, clientelismo, movimientos de protesta, etc. Pues desde hace algún tiempo en la discusión sobre el Estado (y esto también tiene consecuencias para el discurso acerca de la violencia) se aprecian algunos cambios conceptuales. Con el auge de lo que se llama la “nueva teoría cultural” pasaron a un primer plano otros conceptos como por ejemplo el hibridismo (Nestor García Canclini) o el criollismo (Ulf Hannerz). Como consecuencia, la atención de la investigación se dirige hacia la dimensión cultural de la organización del Estado. Esto no es algo completamente nuevo. Hay que recordar que la ciencia histórica se empezó a ocupar a partir de principios de

13 Véase entre otros J. GLEDHILL, “Legacies of Empire: Political Centralization and Class Formation in the Hispanic American World”, en GLEDHILL, J. & B. BENDER (eds.), State and Society. The Emergence and Development of Social Hierarchy and Political Centralization, Boston 1988, pp. 302-319; C.A. SMITH (ed.), Guatemalan Indians and the State, 1540 to 1988, Austin 1990; G URBAN & J. SHERZER (eds.), Nation-States and Indians in Latin America, Austin 1991; V.G. PELOSO & B.A. TENENBAUM (eds.), Liberals, Politics and Power. State Formation in Nineteenth-Century Latin America, Athens and London 1996. Veáse además M.B. SZUCHMAN, & J.C. BROWN (eds.), Revolution and Restoration. The Rearrangements of Power in Argentina 1776-1860. Lincoln, London 1995; J.A AVILA BEJARANO,.Colombia: Inseguridad, violencia y desempeño económico en las áreas rurales, Bogotá 1997, p. 250s.; D. POOLE, & G. RÉNIQUE, Peru. Time of Fear, London 1992, pp. 185f.; P.A. STERN, An Annotated Bibliography of the Shining Path Guerilla Movement, 1980-1993, Austin 1995.

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los años ochenta de las representaciones y discursos sobre el Estado y la “nación” en Latinoamérica. Uno de los trabajos orientados hacia este tema fue el destacado análisis de Hans-Joachim König trabajado profundamente desde los archivos sobre los orígenes del Estado y la nación en Nueva-Granada 1750-1856.14 Mediante su interés en símbolos, discursos e identidades, este corriente de la investigación histórica ayudó de cierto modo al ascenso de la “nueva historia cultural”, y esto es en donde reside primordialmente su calidad innovador. Sin embargo, estos estudios (y no excluyo de esta opinión a mi propio tesis de habilitación) la mayoría de las veces siguen, por causa de las fuentes que emplean, la perspectiva de las elites cultas y de los grupos claves que toman las decisiones políticas. El Estado apareció como una estructura construida “desde arriba” (lo que también era). Hoy día los trabajos tratan de ampliar la perspectiva de investigación y de tomar por el contrario, una tal llamada grassroots perspectivea o investigar las “Hidden Transcripts” en la sociedad. “Bringing the State Back In without Leaving the People Out”, es el lema.15 La formación del Estado no se concibió más como un proyecto estructurado “desde arriba” sino como un cambio en las formas de vida como resultado de complejas interacciones entre elites sociales, clases políticas, brokers y los estratos más bajos de la sociedad. Es cierto que este principio no es en estrecho sentido culturalista. Pero señala que el Estado también se formó en las transformaciones de los discursos cotidianos, en los modos de vida y en la rutina diaria y no simplemente en las “altas” esferas de la sociedad. Con esto se aproxima convenientemente a los enfoques culturales actuales.

¿Cómo se ve al Estado y en consecuencia de esto a la relación entre el Estado y la violencia desde la perspectiva de las

14 König, H.-J., Auf dem Wege zur Nation. Nationalismus im Prozeß der Staats- und Nationbildung Neu-Granadas 1750-1856, Stuttgart 1988.15 G.M. JOSEPH & D. NUGENT (eds.), Everyday Forms of State Formation. Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico, Durham, London 1994, p.12. Véase también el excelente trabajo de F. MALLON, Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley 1995; F. MALLON, “Indian Communities, Political Cultures and the State in Latin America, 1780-1990”, en JLAS 24 (1992), pp. 35-53; P.GUARDINO, Peasants, Politics and the Formation of Mexicos´s National State: Guerrero 1810-1857, Stanford 1996. D. NUGENT, Modernity at the Edge of Empire: State, Individual and Nation in the Northern Peruvian Andes, 1885-1935 , Stanford 1997. W. BEEZLY et al (eds.), Rituals of Rule, Rituals of Resistance. Public Celebrations and Popular Culture in Mexico, Wilmington 1994.

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ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE

teorías culturales? Aquí no me es posible seguir la problemática del concepto de cultura (para el caso alemán sería necesario considerar también la “grotesca modernización”16 de las historias culturales en la época del nacionalsocialismo; esto nos llevaría demasiado lejos como también la cuestión sobre cómo la historiografía alemana acerca de Latinoamérica se desarrolló de 1933 a 1945 y cuáles continuidades personales e ideales existieron después) en detalle. Hace poco George Steinmetz ha dado una panorámica muy precisa sobre la literatura y las diferentes corrientes teóricas que tratan del “Estado” y la “Cultura”.17 Aquí, sólo hay que subrayar un punto: para acabar con la oposición categórica entre “estado” y “cultura” se discute, por ejemplo, en los Cultural Studies el concepto de hegemonía. Este concepto lo empleó inicialmente Antonio Gramsci para aclarar el fracaso de las revoluciones en Centroeuropea durante 1918 y 1919. Cuando se habla de la hegemonía en los Cultural Studies, se trata de la hegemonía cultural que se genera en discursos, la atribución de identidades, los recuerdos y rituales.18 Sobre esto vemos sin embargo que la diferencia entre la historia social y la historia cultural no reside en que la historia cultural tratase asuntos que no fuesen accesibles a la historia social o al revés. La diferencia reside, más bien, en las categorías que se emplean para narrar la historia. De manera muy simplificada se podría decir que: mientras la historia social estructura primeramente sus temas tras las categorías de “arriba” y “abajo” (en el caso de la violencia, se prefiere tematizar lo que se concibe como represión, protesta, revolución, etc.), la historia cultural prefiere las categorías de “dentro” y “fuera”. Desde este punto de vista desaparece, no obstante, la imagen del Estado como claro y compacto conjunto de instituciones y reglas. Desde la perspectiva de una

16 P. SCHÖTTLER, “Die historische ‘Westforschung’ zwischen ‘Abwehrkampf’ und territorialer Offensive”, en P. SCHÖTTLER (ed.), Geschichtsschreibung als Legitimationswissenschaft 1918-1945, Frankfurt M. 1997, pp. 204-261, p. 224.17 Introduction in G. STEINMETZ (ed), State/ Culture. State-Formation after the Cultural Turn, Ithaca, London 1999, pp. 1-49.18 Véase J. BEASLEY-MURRAY, & A. MOREIRAS, “After Hegemony. Culture and the State in Latin America”, en JLACS 8 (1999), pp. 17-20. Véase también W. ADAMSON, Hegemony and Revolution. A Study of Antonio Gramsci´s Political and Cultural Theory, Berkeley 1980; D. HARRIS, From Class Struggle to the Politics of Pleasure: the Effects of Gramscianism in Cultural Studies, London 1992; K.H. HÖRNING & R. WINTER (eds.), Widerspenstige Kulturen. Cultural Studies als Herausforderung, Frankfurt a. M. 1999.

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“radical cultural construction” (George Steinmetz), el Estado aparece más bien como un trenzado o bien una red de símbolos, narraciones e infraestructuras que contribuyen a reagrupar a los cuerpos, lugares y objetos para producir de esta manera el poder estatal.19 Al mismo tiempo, el carácter institucional de la violencia pierde en interés. Más bien son las dimensiones corporales (antropológicas) y narrativas (simbólicas) de la violencia que están en el centro del interés investigativo. Un buen ejemplo es el excelente trabajo de Michael Schroeder sobre gang violence y el poner en escena de los actos violentos en Nicaragua en el tiempo de Sandino.20

Sin duda, la revalorización de la “cultura” producida desde hace algún tiempo en las ciencias sociales y como es sabido, no por todos aceptada (un poco sarcásticamente se escribe in The Hispanic American Historical Review, “The New Cultural History comes to old Mexico”21), se ha beneficiado de ciertas transformaciones producidas afuera del terreno científico. “Globalización” es la palabra clave. Sin embargo, se omitirá algunas veces que el concepto de cultura se alimentó también del escepticismo frente a un concepto de modernidad o ideas de “modernización” tales y como los conocemos en las teorías de desarrollo de origen sea ilustrado, sea liberal o marxista.22 Partes considerables de la historia social “moderna” se encontraban (y se encuentran) envolvidos en meta-narraciones cuyas idea dominante es la existencia de time lags. Hay críticos que opinan sin embargo que la cultura se separa de este esquema. Comparado con los procesos de “modernización” o los niveles de desarrollo, la cultura, se dice, es eso “which always escapes”.23 A grandes rasgos se perfila aquí la existencia de una “etnologización” del planteamiento y de los métodos de estudiar al Estado. Mientras que en la historia se ha

19 Véase también D. CARTER, “The Art of the State: Difference and other Abstractions”, en Journal of Historical Sociology 7 (1994), pp. 73-102; P. ABRAMS, “Notes on the Difficulty of Studying the State”, en Journal of Historical Sociology 1 (1988), pp. 58-89. Como ejemplo véase S. RADCLIFFE & S. WESTWOOD, Remaking the Nation. Place, Identity and Politics in Latin America, London, New York 1996.20 M.J. SCHROEDER, “Political Gang Violence and the State in Western Segovias, Nicaragua, in the Time of Sandino”, en JLAS 28 (1996), pp. 383-434, pp. 410s.21 HAHR 79 (1999), p. 211.22 Véase W. SCHIFFAUER, “Die Angst vor der Differenz”, en Zs. für Volkskunde 92 (1996), pp. 20-31, p. 21.23 Stuart HALL, citado en S. ALVAREZ y otros (eds.), Cultures of Politics, Politics of Cultures. Re-visioning Latin American Social Movements, Boulder 1998, p.4.

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efectuado algo sobre esto (se habla de “ongoing dialogues between social history and cultural anthropology”24), en la sociología, en donde prescindiendo de pocas excepciones la cultura sólo constituye un “enclave,”25 queda todavía mucho por hacer.

El cuadro de la violencia

En la literatura actual sobre la violencia en Latinoamérica diferencio tres grupos. Los primeros llamo los “contextualistas”. Estos se centran sobre todo en las causas y circunstancias de la violencia y buscan los links entre la violencia y la “sociedad”. El Estado juega, por lo general, un papel muy importante en sus reflexiones. Prefieren los macroestudios. “I will try to link violence to broader considerations about Mexican politics and society in the revolutionary period”,26 es una frase típica de un contextualista. En la mayoría de los casos se trata de historiadores sociales. Pero naturalmente también antropólogos, teóricos culturales, etc. pueden ser “contextualistas”. En estos casos sólo cambiaría respectivamente el “contexto” desde el que se sitúan. Ya que he hablado un poco de los contextualistas como ejemplo de la historia social no seguiré tratando más el tema.

El segundo grupo busca en sus fuentes la sensualidad de la violencia. La mayor parte de las veces es la unión de la violencia física al cuerpo humano su punto de partida. De manera metódica este grupo tiende al microanálisis. Ellos intentan aclarar al lector de manera plástica la corporeidad de la violencia. El dolor o el transcurso del tiempo en la violencia (cómo se diferencian la rápida cacería, el lento dolor en los campos de tortura, la breve producción de violencia de la redada, etc.27) son algunos de los temas de los que se ocupa este grupo. Esto no excluye que tanto comportamientos generales, como el Estado, también sean tenidos en cuenta. Es de considerar sobre todo la “marca estatal” del cuerpo humano. Teorías liberales del Estado 24 S. DEAN-SMITH, “Culture, Power and Society in Colonial Mexico”, en LARR 33, 1 (1998), pp. 257-277, p. 259.25 Véase “Introduction”, en D.CRANE (ed.), The Sociology of Culture. Oxford 1994, p. 18.26 A.KNIGHT, “Habitus and Homicide: Political Culture in Revolutionary Mexico”, en W. PANSTERS (ed.), Citizens of the Pyramid. Essays on Mexican Polical Culture, Amsterdam 1997, p.107.27 Véase W. SOFSKY, “Zivilisation, Organisation, Gewalt”, en Mittelweg 36, 3 (1994), pp. 57-67, y el ensayo de W. SOFSKY en TROTHA, Soziologie (nota 44).

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parten de que en la sociedad “civil” existe una equilibrada balanza de poder entre el Estado y los ciudadanos que está regulada por la esfera pública política y un sistema de checks and balances. En Latinoamérica el equilibrio y la reciprocidad de esta mutua relación pasan por ser perturbados (y esto no sólo a partir de principios del siglo XIX28). En la nueva ciencia política se dice que el desarrollo del Estado en Latinoamérica padece del insuficiente desarrollo de una civil society. La otra cara de la medalla es que el Estado no establece ningún límite obligatorio a su ejercicio del poder. Esto es lo que ocurre con el empleo de la tortura como ha descrito Elaine Scarry en su impresionante libro The Body in Pain. Nancy Scheper-Hughes ha explicado para el caso de Brasil desde el punto de vista de la antropología que en el sistema de la violencia policial y la justicia penal, la tortura está instalada de manera fija como medio para ganar y demostrar poder. Igualmente lo argumenta la antropóloga Teresa Caldeira. Al débil reconocimiento de los derechos personales en Brasil, le acompaña una insignificante sensibilidad por la integridad y la inviolabilidad del cuerpo humano. El poder se marca en el cuerpo de los dominados. Sin embargo no es sólo el Estado el responsable de esta forma de la violencia. A menudo en Latinoamérica, actores individuales utilizan las zonas al margen de la violencia legal para llevar a cabo sus propios asuntos. Así diferencia un nuevo análisis sobre el ejemplo de la policía brasiliana a los “Lone-Wolf Police” del “institutional functionary” que permanece leal al organismo de policía. El Lone-Wolf-Police es por el contrario un autor individual. Él emplea la violencia sobre todo cuando ve dañado su orgullo personal. Encontramos al Lone-Wolf-Police también en los pequeños países de Latinoamérica en donde había regímenes “sultánicos” (H.E Chehabi y Juan Linz mencionan entre otros los regímenes de Somoza en Nicaragua o de Duvalier en Haití). Allí, la arbitrariedad de los funcionarios particulares podía prevalecer de todos modos frente al respeto del orden burocrático.29 Hay que agregar que este aspecto toca

28 Véase A. ALVES, Brutality and Benevolence. Human Ethology, Culture, and the Birth of Mexico, Westport 1996, que trata las relaciones de jerarquía y reciprocidad (p. 236) durante la creación de la sociedad colonial.29 Véase N. SCHEPER-HUGHES, Death without Weeping. The Violence of Everyday Life in Brazil, Berkeley 1992, pp. 227s.; M.K HUGGINS.& M. HARITOS-FATOUROS, “Bureaucratizing Masculinities among Brazilian Torturers and Murderers”, en L.H. BOWKER (ed.), Masculinities and Violence, Thousand Oaks 1998, pp. 29-54; H.E.

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también la dimensión afectiva de la violencia. Empleos de la violencia, guerras y demás, generalmente son situaciones en donde se concentran los “más intensos sentimientos” humanos.30 Hay casos de organización de la violencia que están muy impregnados de emociones. Pienso, por ejemplo, en el “Berserk Syndrome” que ha descrito el psicoterapeuta Jonathan Shay en un excelente estudio sobre la guerra de Vietnam.31 Queda claro que son diferentes las emociones en pequeños actos de violencia del tipo face to face a las emociones que surgen en actos de violencia organizados por parte de complejas instituciones y en el ramo de muy largas cadenas de personas. De igual forma varían los modos de controlar los sentimientos como partes de actos violentos. En las guerras entre sociedades “primitivas“, por ejemplo, puede desde un principio un “consenso social” limitar ascensos de violencia. Todavía en la actualidad, como por ejemplo en partes de Colombia, encontramos a los sistemas de venganza de la sangre los que se hacen cargo de este función en una manera similar. Ellos regulan los conflictos entre grupos ilegales que no se rigen por ninguna fuerza estatal. A la vez, normalizan los actos de violencia y de este modo la mantienen dentro del ámbito de lo que está permitido social- y culturalmente.32

El tercer grupo de los análisis de la violencia parte de la sociabilidad de la misma. En primer plano se encuentra la parte socializante de la violencia. Aquí se puede pensar en todos los tipos de variantes posibles, desde la organización de la violencia en corporaciones de hombres (Männerbünde) o instituciones militares33

CHEHABI, J.J. LInz, “A Theory of Sultanism”, en H.E. CHEHABI & J.J. LINZ (eds.), Sultanistic Regimes, Baltimore 1998, pp. 3-25.30 L.H. KEELEY, War before Civilization, New York, Oxford 1996, p. 3.31 Véase J. SHAY, Achill in Vietnam. Kampftrauma und Persönlichkeitsverlust, Hamburg 1997. Véase también G.B. PALERMO, “The Berserk Syndrome”, en Aggresion and Violent Behavior. A Review Journal 2 (1997), pp. 1-8.32 Véase N. WHITEHEAD, “The Snake Warriors Sons of the Tiger´s Teeth: a descriptive analysis of Carib warfare”, en J. HAAS, (ed.), The Anthropology of War, Cambridge 1990, pp. 146-170, p. 167; P. WALDMANN, Rachegewalt. Vergleichende Beobachtungen zur Renaissance eines für überholt gehaltenen Gewaltmotivs in Albanien und Kolumbien (manuscrito 1998). Acerca de la “contingentación” (Bewirtschaftung) del miedo como una de las “causas más significativas del poder” véase N. ELIAS, Über die Einsamkeit der Sterbenden in unseren Tagen, Frankfurt a. M. 1982, pp.52s.33 Véase P. BEATTIE, “Conflicting Penil Codes. Modern Masculinity and Sodomy in the Brazilian Military”, en D. BALDERSTON & D.J. GUY (eds.), Sex and Sexuality in Latin America, New York, London 1997, pp. 65-85, pp. 66s.

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hasta la etnologización de una “nación” durante una guerra. En la literatura se usa entre otros el concepto de cultura de la violencia o, más bien, de subcultura de la violencia cuando se trata la sociabilidad de la violencia. En Perú por ejemplo, una comisión senatorial realizó en 1989 una “cultura de la violencia” responsable de las causas de las guerras internas en el país. En un review essay sobre Colombia, la “cultura de la violencia” fue considerada hace pocos años como el más importante campo de trabajo de las investigaciones sobre la violencia en Latinoamérica.34 El concepto de “cultura de la violencia” puede tener distintos significados. Se define “cultura de la violencia” como el uso cotidiano de una defensa personal entre las bandas. O se entiende como un limitado medio de socialización productor de violencia que se da sobre todo entre los jóvenes (Outlaw Motorcycle Gang, crash kids, Hooligangs,35 etc.). O bien, como un concepto que describe la relación de las funciones rituales y ceremoniales con los actos de violencia. Esta última “cultura de la violencia” es la mayoría de las veces objeto de estudio por parte de la etnología o de la etnohistoria. No obstante se ha de considerar que este concepto de “cultura de la violencia” está bajo sospecha, por parte de los etnólogos, de no referirse tan sólo a la “realidad” misma, sino que también hace valoraciones capaces de desacreditar a sociedades o culturas completas. Por este motivo en la nueva crítica cultural etnológica se trata de evitar este concepto.

A pesar de las diferencias, la mayoría de las variantes del concepto definen “cultura” como un conjunto de normas y pautas de comportamiento y como un objeto delimitado. En este sentido, una “cultura de la violencia” está unida a determinados grupos y se manifiesta mediante rituales, artefactos y una acción institucionalizada “fuera” del Estado. Esta claro que esta manera de abarcar el concepto de “cultura” no tiene mucho en común con las nuevas teorías culturales de los cuales traté más arriba. Esto se debe al origen del

34 Véase R. PEÑARANDA, “Surveying the Literature o the Violence”, en C. BERGQUIST y otros (eds.), Violence in Colombia. The Contemporary Crisis in Historical Perspective, Wilmigton 1992, pp. 293-314, p. 312. Para el caso de Perú este concepto es discutido por D. POOLE, (ed.), Unruly Order. Violence, Power, and Cultural Identity in the High Provinces of Southern Peru, Boulder 1994; F. MAC GREGOR (ed.), Violence in the Andean Region, Van Gorcum 1994.35 Véase p.e. A. PANFICHI, “Ritual und Gewalt in peruanischen Fußballstadien”, en Lateinamerika. Analysen und Berichte 19 (1995), pp. 42-65.

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concepto. En las ciencias sociales el término “cultura de la violencia” se remonta a la antigua sociología criminal y a los escritos de los años veinte de la Chicago Schools of Sociology.36 Fue entonces cuando se originó el concepto de subcultura. Se definió violencia como una desviación de lo “normal” y se confrontó a una supuesta sociedad pacífica con grupos minoritarios violentos. Hasta el momento, este principio ejerce una gran influencia en la literatura sobre la violencia y también sobre la violencia en Latinoamérica. Así, por ejemplo, la violencia en Colombia se designa como una forma “irracional” de conducta por la cual es responsable una “subcultura de violencia”.37

Nuevas investigaciones insinúan que en Latinoamérica en la actualidad surgen “subculturas” de la violencia allí donde, o bien el estado entrega a otros actuantes de la violencia grandes territorios, barrios, etc. (por ejemplo Río de Janeiro) o donde se llevan a cabo reducciones de gastos públicos que desmontan estructuras sociales y comunitarias, y donde por esta razón, se pierde el control digamos comunal de la violencia (por ejemplo, Santiago de Chile).38 No está claro hacia dónde se desarrolla esta nueva “subcultura” de la violencia en una época de proximidad virtual en el Internet, en vista del continuo rejuvenecimiento de la población en Latinoamérica y de la relación de estas “subculturas” con la creciente comercialización de la violencia. En los EEUU hay al parecer una “posmoderna” disgregación de las antiguas e históricas subculturas de la violencia. También como consecuencia de la informalización de la economía y de la disminución del sector público se produce en los EEUU una de-pacificación de grupos de jóvenes en zonas marginales, ghettos, etc. La violencia gana de este modo un importante significado como estrategia de supervivencia, mientras que otras formas de capital cultural pierden valor. Desde El Salvador se indica que adolescentes repatriados a la fuerza de los EEUU son portadores de esta “nueva” cultura de las bandas y que la traigan al sur del continente.39

36 Véase K. GELDER, y S. THORNTON (eds.), The Subcultures Reader, Vol. 1. London, New York 1997; F. SACK, y R. KÖNIG (eds.), Kriminalsoziologie, Frankfurt M. 1968.37 G. SÁNCHEZ, y D. MEERTENS, Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la violencia en Colombia, Bogotá 1983, p. 29.38 Véase B. HAPPE, y J. SPERBERG, “Gewalt und Kriminalität in den städtischen Marginalsiedlungen von Santiago de Chile und Rio de Janeiro”, en Lateinamerika. Analysen, Daten, Dokumentation 15 (1998), pp. 59-73.

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De-culturalización de la violencia

Para el caso de África tituló hace poco la revista Jeune Afrique que la época de los “Cyber-Rebels” ha comenzado.40 En particulares países de África, la organización de la violencia se ejerce en la actualidad por warlords, cárteles de violencia o empresas privadas que trabajan con mercenarios y que salvaguardan el Estado frente a sus enemigos. Estos actores no poseen ningún interés en la organización estatal de la violencia. Sin embargo, por este motivo tampoco aparecen actuantes “culturales” de la misma. Es decir que no se someten (más) a la dicotomía entre “Estado” y “cultura” en la que tanto antes como después, se centra el discurso sobre la violencia en Latinoamérica.41

La creciente comercialización de la violencia en Latinoamérica es algo que llama progresivamente la atención de las investigaciones. Este interés no se centra sólo en las drug wars, en los desarrollos de criminalidad organizada o de violencia similar a la de la mafia. La debilidad del Estado en el control de la violencia produce una gran expansión de industrias privadas para la seguridad, que se benefician económicamente del control de esta violencia. De este modo se sigue ahondando en las pretensiones de soberanía del Estado.42 En otras partes del mundo, en una forma plenamente desarrollada por primera vez en el Líbano a partir de la mitad de los anos setenta, ha surgido una organizada “economía de guerra” a partir de los intereses comerciales en la organización de la violencia y bajo las condiciones de una guerra civil. Por ello la finalidad principal de

39 Véase S. AMOS, “Die US-amerikanische Ghettoforschung”, en Sozialwissen-schaftliche Literatur Rundschau 2 (1999), pp. 5-24, pp. 18s.; I. CASTRO, “Gewalt und Hoffnung in El Salvador”, en Der Überblick 1 (1998), pp. 127-129.40 Edición No. 1985, 01.02.1999.41 Véase H. HOWE, “Private Security Forces and African Stability. The Case of Executive Outcomes”, en Journal of Modern African Studies 36,2 (1998), pp. 307-331; véase tambien el destacado artículo de D. CRUISE O´BRIAN, “A lost generation? Youth identity and state decay in Westafrica”, en R. WERBNER y T. RANGER (eds.), Postcolonial Identities in Africa, London, New Jersey 1996, pp. 55-74; K. PETERS y P. RICHARDS, “Why we fight: Voices of Youth Combatants in Sierra Leone”, en Africa 68 (1998), pp. 183-210; P. RICHARDS, Fighting for the Rain Forest. War, Youth and Resources in Sierra Leone, Oxford 1996.42 Véase M. VELLINGA (ed.), The Changing Role of the State in Latin America, Boulder 1998; L. GERARDO GABALDÓN “Tendencias y perspectivas del control social en Venezuela en la década de los noventa”, en Ensayos en homenaje a Héctor Febres Cordero, Mérida 1996, pp. 15-35.

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los actuantes de la violencia es la de garantizar la existencia de la misma economía de guerra y emplear las posibilidades económicas que se dan en el mercado mundial con el comercio de armas, drogas, la explotación ilegal de materias primas, el pago de rescates, etc.43

Desde la perspectiva etnológica africana, se ha desarrollado el concepto de “mercado de la violencia” para describir estos procesos. Según la teoría es en estos “mercados de la violencia” donde la comercialización de la misma experimenta su máximo agravante. Los mercados de violencia forman, según la definición, regiones económicos dominadas por guerras civiles, warlords, bandas, etcétera. Son estructuras al margen del Estado. Surgen tras la unión de la economía mercantil con regiones o bien sectores de la sociedad “abiertos a la violencia” en donde no hay ningún tipo de límite estatal que rija el empleo de la misma.44 Restrictivamente se ha de tener en cuenta que la comercialización de la violencia en Latinoamérica (todavía) no ha alcanzado las dimensiones africanas. Además, el concepto de “mercado de la violencia” es problemático por diferentes razones. Las relaciones de los actores de violencia, por ejemplo, sólo en parte equivalen a las pautas de comportamiento que rigen a los actores de mercado. Además tal creación, según es definida, se tiende a agotar sus recursos para extinguir rápidamente. Parece que los “mercados de violencia” o mejor dicho: estructuras similares a este concepto, se forman en Latinoamérica sólo provisionalmente y en zonas periféricas. Durante el siglo XIX fue el caso en algunas zonas fronterizas (frontiers). En la actualidad las mejores condiciones en apariencia para la formación de “mercados de violencia” se dan en las zonas coloniales de Colombia.45

La sociología histórica ha establecida una estrecha relación entre la formación del Estado, la economía (naturaleza de los impuestos) y la estrategia de guerra. Se considera que en la temprana época moderna en Europa, la creación de instituciones burocráticas,

43 Véase F. JEAN y J.C. RUFIN (eds), Economie des guerres civiles, Paris 1996.44 Véase G. ELWERT, “Gewaltmärkte. Beobachtungen zur Zweckrationalität der Gewalt”, en T.v. TROTHA (ed.), Soziologie der Gewalt, Opladen 1997, pp. 86-101.45 Para más información sobre el tema véase M. RIEKENBERG, “Gewaltmarkt, Staat und Kreolisation des Staates in der Provinz Buenos Aires, 1770-1830”, en W. REINHARD (ed.), Verstaatlichung (nota 10), pp. 19-36; N. RICHANI, “The Polical Economy of Violence: The War System in Colombia”, en Journal of Interamerican Studies and World Affairs 39 (1997), pp. 37-81.

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así como la creciente efectividad de la recaudación de impuestos que entre aproximadamente 1.400 y 1.800 iban acompañados de las guerras, actuaron como poderosas fuerzas motrices para la organización del Estado. Si, por el contrario, observamos a Latinoamérica, llama la atención que las guerras con motivo de la organización del Estado en el siglo XIX y principios del XX tuvieran aquí un papel diferente. En Latinoamérica las guerras hasta el año 1800 tuvieron lugar casi exclusivamente en las zonas de paso como el Caribe, y los conflictos europeos fueron decisivos. Tras 1810 las guerras se trasladaron al interior de la región. Sin embargo, sólo se produjeron pocas guerras entre Estados y en el siglo XIX más bien se puede decir que disminuyó el número de guerras inter-estatales en Latinoamérica. En su lugar, se disputaron demasiadas pequeñas guerras en el interior de las estructuras socio-políticas denominados “Estados“, entre provincias, comunidades, etc.46 A decir verdad este tema todavía está poco trabajado para el caso de América Latina.47

Pero parece que las guerras latinoamericanas desarrollaron muy poca fuerza integrativa para el Estado y la “nación”. Además hubo otro factor. Al contrario que en los EEUU donde en las frontiers existían claras imágenes étnicas o racistas del enemigo, en Latinoamérica en el siglo XIX, por el contrario, hubo poca radicalización de la violencia motivada étnicamente. Formas extremas de la violencia étnica como por ejemplo guerras étnicas, faltaron en Latinoamérica en el siglo XIX, o sucedieron sólo de forma leve. Fue solo en algunas partes fronterizas, como en la región del Plata o en Yucatán, donde hubo formas de etnologizar la guerra hasta el ascenso de la guerra hacia una violencia de exterminio.48 Posiblemente esto se deba en primer lugar a que los Estados en Latinoamérica no ejercieron ninguna etnologización de la identidad de la “nación”.49 Quizá constituyó Paraguay una excepción en la guerra de la Triple Alianza, como ya

46 Véase M.A. Centeno, “War in Latin America: The Peaceful Continent?”, en J. LÓPEZ-ARIAS, y G. VARONA-LACEY (eds.), Latin America. An Interdisciplinary Approach, New York 1999, pp. 121-136. 47 Véase Josefina VÁZQUEZ, “A cientocincuenta años de una guerra costosa”, en Historia Mexicana 186 (1997), pp. 257-259.48 Véase M. RIEKENBERG, “ ‘Aniquilar hasta su exterminio a estos indios...’ Un ensayo para repensar la frontera bonaerense 1770-1830”, en Ibero-Americana Pragensia 30 (1996), pp. 61-75; D. WEBER “Borbones y bárbaros”, en Anuario IEHS Tandil 13 (1998), pp. 147-171.

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mencionó una vez Eric Hobsbawm en su libro The Age of Capital, 1848 to 1875. De todos modos: Mientras que la violencia en otros lugares del mundo encontró un claro destino porque estuvo dirigida contra “forasteros” e out-groups, en Latinoamérica se centró la mayoría de las veces en conflictos internos. Esto favoreció la pérdida del control de la violencia por parte del Estado.

Las investigaciones las señalan la mayoría de las veces como guerras civiles a los conflictos violentos que surgieron en Latinoamérica tras 1810, 1820. También para el caso de Europa se puede leer que tras 1815 las guerras “... apenas se produjeron, mientras que las guerras civiles, por el contrario, aumentaron”.50 De todas formas, el concepto de guerra civil en cada caso indica algo muy diferente. En Europa describe los acontecimientos revolucionarios dentro de la consolidación del Estado en la época de la Restauración. Para Latinoamérica indica, sin embargo, la transferencia de recursos políticos y militares a grupos locales y a poderes segmentados como consecuencia de la caída del Imperio Español en gran partes de América. Esta diferencia entre violencia local, “guerra”, “guerra civil”, guerra “interna”, etc. tiene también impacto en el carácter de los actores de la violencia. Otra vez una perspectiva comparada puede ser de utilidad. Para el caso de los EEUU, por ejemplo, David Courtwright defiende la opinión de que la violencia extra-estatal en los EEUU en el siglo XIX fue realizada principalmente por hombres jóvenes, solteros, y “nómadas” (transiens). Los ámbitos típicos de esa violencia eran las ciudades mineras y los campamentos de la Union Pacific Railroad en la frontier. Esta violencia no estaba dirigida políticamente ni calculada de manera económica sino que más bien era una oportunidad de hacer negocio. Se puede criticar de exclusivista a la tesis de Courtwright (que aunque ya no nueva, ahora es mejor comprobada de forma empírica) por distintas razones.51 Para

49 Véase por ejemplo M. IRUROZQUI, “Ciudadanía y política estatal indígena en Bolivia, 1825-1900”, en Rev. de Indias 217 (1999), pp. 705-740; Rodolfo STAVENHAGEN, The Ethnic Question, Hongkong 1990, p. 47.50 R. KOSELLECK, Das Zeitalter der europäischen Revolutionen 1780-1848, Frankfurt a. M. 1969, p. 202.51 D. Courtwright, Violent Land. Single Men and Social Disorder from the Frontier to the Inner City, Cambridge, Mass. 1996. Véase también J. ARCHER, (ed.), Male Violence, London 1994; T. NEWBURN y E. STANKO (eds.), Just Boys doing Business? Men, Masculinities and Crime, London, New York 1994.

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fines comparativos, es esta tesis sin embargo útil porque no hubo, o tan sólo de forma restrictiva, una cultura de la violencia de los single young men tal y como Courtwright la describe para el caso norteamericano. En Colombia por ejemplo, se estima que fue en la época de los sesenta por primera vez cuando surgen actores de violencia juvenil que se habían desencadenado de las antiguas bandas locales y lealtades clientelas.52 En diferencia a las investigaciones sobre los EEUU, en la literatura sobre Latinoamérica predomina, si la examino con detalle, un tipo de actor de violencia unido habitualmente a sistemas sociales que están estructurados de manera jerárquica. Es parte de las bandas familiares de carácter patriarcal. Representa la “combinación entre violencia y paternalismo”.53 Esto podría explicar por que tras las declaraciones de la Conferencia Mundial de la Mujer de 1995, en la actualidad mundial un porcentaje promedia del 21% de las mujeres casadas son maltratadas físicamente por sus maridos, mientras que en Colombia el porcentaje es del 65%. La característica principal de esta organización “familiar” de la violencia era que ella misma (e apoyada por estructuras pueblerinas, tradiciones corporativas y dependencias clientelas) se adhería a las estructuras del poder local. Las consecuencias de esto fueron intensas fragmentaciones del Estado. Mientras que en los EEUU, exceptuando los estados del sur, fue relativamente fácil reducir el nivel de violencia de los single young men pertenecientes al estatus de “subculturas” durante el período de desarrollo de la organización estatal a principios del siglo XX, en Latinoamérica fue por el contrario mucho más difícil para el Estado imponerse sobre una organización de la violencia basada en bandas familiares y estructuras de poder local. Aparentemente esto fue también el caso por que la integración de los actores de violencia en redes familiares formó solo una variante de una probada estrategia de supervivencia.

La violencia unida a la familia convierte en Latinoamérica al Estado, entendido como instancia de la disciplina social, en cierta manera en una superflua autoridad competente. Los cambios en la

52 Véase D. BETANCOURT, y M.L. GARCÍA, Matones y cuadrilleros. Orígen y evolución de la violencia en el occidente colombiano, Bogotá 1991, p. 120. Sobre actantes juveniles de la violencia hoy, véase A. SALAZAR, Born to die in Medellin, London 1992.53 A. FLORES GALINDO, La tradición autoritaria. Violencia y democratización en el Perú, Lima 1999, p. 43.

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sociedad y sobre todo en la urbanización destruyen, no obstante, antiguas formas de control de la violencia no estatales.54 Sobre todo en los centros urbanos que se desarrollaron rápidamente en los grandes países de Latinoamérica a partir de 1880, el Estado tuvo que encargarse mucho más que antes de establecer un control social. Pero para ello estaba mal preparado. Como débil actante que disponía de pocos recursos, el Estado recurrió a la violencia física pública para poder establecer el control sobre la sociedad. Esto explica también la comparativamente alta tendencia a la violencia que tiene el Estado en su política interior en Latinoamérica. Los estudios sobre el Estado y su papel en la civilización de la sociedad en Latinoamérica han aumentado en los últimos años. Los trabajos de Foucault según los cuales se produce por un lado, una pacificación de la sociedad mediante un rutinario control policial y por otro, una internalización de la disciplina, tuvieron una gran influencia en muchos casos. Los estudios de Elias tuvieron poca aceptación en Latinoamérica (sí han sido muy discutidos en las investigaciones sobre la temprana edad moderna en Europa). El interés de estas investigaciones abarca la mayoría de los sectores de la sociedad. Son de mencionar, en este punto, las clásicas instituciones públicas como la policía, el sistema presidiario, la sanidad, etc. Muchos de estos estudios muestran qué límites tiene la influencia de las organizaciones estatales en partes de Latinoamérica. Especialmente extremo se muestra esto en los casos en los que la administración de la justicia en la actualidad no posee (casi) ninguna influencia en la organización interna de las cárceles.55

54 Véase la introductión, en S.M. ARROM y S. ORTELL (eds.), Riots in the Cities. Popular Politics and the Urban Poor in Latin Amerca, 1765-1910, Wilmington 1996, p. 7.55 Véase p. e. Fundación Regional de Asesora en Derechos Humanos (ed.), La violencia intracarcelaria en el Centro de Detención Provisional de Quito, Quito 1997; J.L. PÉREZ GUADERLUPE, Una etnografia del penal de Lurigancho, Lima 1994, pp. 35f.; Human Rights Watch (ed.), Prison Conditions in Venezuela, New York 1997; P. ANDRADE ROA, Carceles de Venezuela. Campos de exterminio, Caracas 1996. Sobre culturas “duales” véase N. ALVAREZ LICONA, “Las Islas Marías y la subcultura carcelaria”, en Boletin Mexicano de Derecho Comparado 91 (1998), pp. 13-29. Como orientación véase R.D. SALVATORE y C. AGUIRRE (eds.), The Birth of the Penitentiary in Latin America: Essays on Criminology, Prison Reform and Social Control, 1830-1940, Austin 1996).

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Michael RIEKENBERG

Epilogue

Aparentemente una causa del aumento del interés por parte de las ciencias sociales en las últimas dos décadas sobre el Estado y la violencia es, que la fase de expansión “del” modelo de Estado europeo está evidentemente rebasada. Formas estatales de la organización de la violencia se descomponen (nuevamente) en varias partes del mundo. El aumento del warlordism en África y partes de Asia o de las non-governmental areas en zonas urbanas lo parecen señalar.56

Ante el trasfondo de estos procesos y según los criterios del monopolio de la violencia y de los impuestos, entendidos como componentes imprescindibles de la soberanía estatal, se considera al Estado latinoamericano más bien débil.57 En lo que respecta al control de la violencia, el Estado latinoamericano esta confrontado a menudo con estructuras de organización autónoma de la violencia. Antes se trataba de poderes locales clientelistas, pueblos y comunidades, colectividades (Gemeinschaften) étnicas, movimientos milenarios, etc. Hoy día son grupos paramilitares, cárteles, subculturas, “mercados de violencia“, etc. que toman del Estado partes de su soberanía. De todas formas se han de tener en cuenta las considerables diferencias entre los distintos países. Llama la atención que sean a menudo Colombia o El Salvador los más mencionados cuando se habla de violencia en “Latinoamérica”.

A pesar de las debilidades y de los componentes de “anomía” de la organización estatal, no presenciamos en Latinoamérica ninguna desintegración total del Estado. Quizá Colombia sea en este sentido una excepción: Paul Oquist ya diagnosticó en 1980 un “partial collapse of the state”. Pero en general Latinoamérica posee una fuerte tradición del Estado y de la urbanidad, así como de una organización social jerárquica. Esta tradición se puede observar incluso en el

56 Véase M. RIEKENBERG, “Warlords”, en Comparativ 6 (1999), pp. 187-205.57 Hasta ahora, las comparaciones acerca del Estado en Latinoamérica estuvieron la mayorá de las veces orientadas de una forma funcional y para conseguir sus cometidos se cuestionaban cómo de “fuerte” o “débil” era el Estado latinoamericano y de qué recursos disponía. Véase E. Huber, “Assessments of State Strength”, en Latin America in Comparative Perspectives. New Approaches to Methods and Analysis, Boulder 1995, pp. 163-193, p. 165; , M.S. GRINDLE, Challenging the State. Crisis and Innovation in Latin America and Africa, Cambridge 1996; J. LINZ y A. STEPAN (eds.), Problems of Democratic Transition and Consolidation: Southern Europe, South America and Post-Communist Europe, Baltimore 1996.

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ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE

ámbito del tráfico de droga y de la criminalidad organizada, en donde se puede observar fuertes diferencias entre partes de Africa y de Latinoamérica.58 Por este motivo es poco probable que el Estado en Latinoamérica pierda totalmente su “right to rule”.59 De todas formas, el repliegue del Estado observado desde hace algunos años en sectores de la sociedad y de la economía en favor del crecimiento del mercado, podría significar que la esfera pública se descompone todavía más que antes en segmentos distintamente seguros.

58 Véase sobre esto en comparación con África J.F. BAYART et al. (eds.), The Criminalization of the State in Africa, Oxford 1998, p. 11. Véase también la excelente comparación entre la violencia mafiosa en Italia y Colombia de C. KRAUTHAUSEN, Moderne Gewalten. Organisierte Kriminalität in Kolumbien und Italien, Frankfurt, New York 1997.59 I.W. ZARTMAN (ed.), Collapsed States. The Desintegration and Restoration of Legitimate Authority, Boulder 1995, p. 5.

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PARTE SEGUNDA

PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS:LA ANTROPOLOGÍA HISTÓRICA DE LAS

COMUNIDADES ANDINAS CARA AL NUEVO SIGLO

ANDRÉS GUERRERO*

TRISTAN PLATT**

Con esta colección de ensayos sobre “las comunidades andinas”, nos proponemos sugerir combinaciones de enfoques antropológicos con métodos históricos y, desde esta perspectiva, ampliar para los Andes el debate planteado en el Cuaderno no 7 de AHILA (1999) sobre la El Proceso Desvinculador y Desamortizador de Bienes Eclesiásticos y Comunales en la América Española Siglos XVIII y XIX. En la Introducción a ese número, Rosa María Martínez de Codes hizo hincapié sobre la transición al sistema de propiedad liberal, concebido como un proceso secularizador de bienes de “manos muertas”. Enfocó las condiciones de emergencia del concepto liberal de propiedad individual a través de los actos legales y sus efectos, utilizando sobretodo categorías y relaciones conceptuales disgregadas de la misma documentación administrativa. A pesar de su utilidad como recopilación de la historia jurídica y política criolla, pensamos que esta perspectiva plantea un problema de corte epistemológico cuya solución requiere un enfoque etnohistórico y una reflexión crítica.

Nuestra aproximación se distingue por su inter-disciplinariedad, y un reconocimiento de lo que los documentos callan o dicen implícita o marginalmente, como también por un énfasis sobre

* FLASCO, Ecuador.** Universidad de St. Andrews.

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la experiencia histórica y política de las poblaciones actuales, tal como ésta puede detectarse a través del trabajo de campo. En una sociedad donde la “larga duración” sigue manteniendo tanto peso sobre el presente, una historia que no contempla los problemas planteados por la experiencia acumulada de las sociedades actuales quedará sin un método imprescindible de verificación.

Se requiere, además, una hermeneútica que interrogue los ordenamientos de las nociones y los enlaces de las categorías (su utilización práctica por los funcionarios), tal como aparecen en los documentos producidos por el Estado colonial y republicano, reconociéndoles como productos coyunturales de un determinado conjunto de ideas histórico–culturales vinculadas a funcionalidades inmediatas de orden administrativo. Debe reconocerse que gran parte de la realidad social comunitaria se desenvuelve fuera del alcance de la percepción administrativa y, por ende, de este tipo de documentación. Al mantenerse dentro de este conjunto de ideas, y utilizarlas sin desmontar su significado y realidad, se corre el riesgo de reificar la visión administrativa y criolla de las cosas, suprimiendo las formas de subalternidad que subyacen en cualquier sociedad colonizada y poscolonial. En la producción de esta distorsión, ocupan un lugar especial los tradicionales nacionalismos criollos, que a menudo aparecen como “mentalidades cárceles” que imponen un marco teleológico sobre percepciones más plurivalentes y ambigüas de la realidad regional.

Dentro de la antropología andina, la agenda nacional criolla tiene una de sus raices más fecundas en un artículo clásico por Fernando Fuenzalida, quien en 1964 argumentó que, desde la formación de los municipios en las nuevas parroquias de indios reducidos en pueblos por el virrey Francisco de Toledo (1579–1581), la historia de las sociedades andinas quedó definitivamente trunca, en cuanto su población—diezmada y desarticulada por la guerra, la encomienda y la epidemia—fue volcada en formas institucionales de claro raigambre peninsular.1 Este planteamiento puede contrastarse con la posicion indianista (p.ej., la del Taller de Historia Oral Aymara

1 Fernando FUENZALIDA VOLLMAR, “La matriz colonial de la comunidad de indigenas peruana: una hipótesis de trabajo”, republicado en Revista del Museo Nacional nº 35, Lima 1967/1968 (pp. 92-113).

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de La Paz)2, que plantea la continuidad de los efectos coloniales hasta el presente sobre una población “autóctona” dispersa entre seis Repúblicas. Los dos enfoques se complementan como dos miradas cruzadas.

En realidad, al debatir sobre los méritos respectivos de los enfoques peninsular y andino, tiende a reproducirse una falsa dicotomía. Tomar el gobierno toledano como momento fundacional de la “comunidad andina” tiene sentido sólo si nos preguntamos también por la manera en que fue recibida y resignificada la reforma toledana por las sociedades andinas en vías de colonización. Y esto nos obligaría a indagar sobre la sociedad pre–hispánica, además de la sociedad medieval europea. La necesidad de superar un fácil dualismo en el análisis ya estaba presente en el trabajo del antropólogo y etnohistoriador John V. Murra, cuya obra—precozmente reflexiva3—invocó una visión antropológica desde ambos lados del Atlántico, inspirándose en las etnografías británicas sobre la Africa y los conceptos redistributivos elaborados también por Karl Polanyi para las economías de los antiguos imperios.4 Murra también enfatizó el logro de los primeros etnógrafos españoles que conocieron las sociedades andinas en las etapas tempranas de la invasión europea,5 señalando además la utilidad de las Visitas administrativas del estado español, a pesar del sesgo introducido por algunas nociones utilizadas.6 Al mismo tiempo, sostuvo la necesidad de aportar a las antropologías propias de los lugares estudiados, en la medida que toda sociedad busca desarrollar su propia reflexión sobre si misma y sus “otros”.

En los 1970s, se produjo un florecimiento internacional inédito de los estudios andinos, como parte de una búsqueda de alternativas políticas. Desde la perspectiva andina, la unificación

2 Taller de Historia Oral Andina (THOA), Ayllu: pasado y futuro de los pueblos originarios, La Paz 1995.3 Victoria CASTRO, Carlos ALDUNATE y Jorge HIDALGO, (eds.) Nispa Ninchis/Decimos Diciendo: Conversaciones con John Murra, Lima 2000.4 John V. MURRA, Formaciones Económicas y Políticas del Munda Andino, Lima 1975.5Ver, recientemente, Sabine MACCORMACK, “Ethnography in South America: the First Two Hundred Years”, in Frank SALOMON & Stuart SCHWARTZ (eds.), Cambridge History of Native American Peoples, t.3 “South America” (Pt.1), Cambridge 1999.6 Sobre este punto, el artículo pionero fue el de Enrique MAYER, “Censos insensatos”, en Iñigo ORTIZ DE ZUÑIGA, Visita de la Provincia de León de Huánuco en 1562, t.2, Edición a cargo de John V. Murra. Huánuco 1972.

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política del espacio mediante técnicas de organización social y laboral permitieron, primero, a las señoríos locales, y después a los estados, convertir un territorio montañoso, agreste y hostil en una fuente de abundancia y riqueza mediante el desarrollo de formas propias de acceso a los recursos. Con su famosa teoría de la “verticalidad andina”, Murra orientó nuevos trabajos de campo, donde la perspectiva localista de la “comunidad” se complementó con el reconocimiento de estrategias de reproducción mucho más amplias, que cruzaron las fronteras de diferentes jurisdicciones nacionales, unificando a gente dispersa entre varias comunidades locales desparramadas através de la Cordillera. La relevancia fluctuante de la complementariedad ecológica después de la Conquista, según el grado de mercantilización,7 y su presencia, en forma atenuada, hasta fines del siglo XX, enfatizó la necesidad de contextualizar las “comunidades”. Murra complementó el enfoque circulacionista analizando las formas de acceso de diferentes grupos sociales a la tierra, la distribución vertical de los insumos productivos, y los sistemas de organización laboral. Todos ellos son, evidentemente, elementos necesarios para comprender la recepción posterior de las políticas liberales de desvinculación. Incluso planteó la emergencia de “haciendas” estatales, altamente productivas, en la víspera de la invasión europea,8 pero el enganche teórico de este modelo dinámico del desarrollo del Tawantinsuyu con las nuevas formas de propiedad introducidas por los europeos aún no se ha explorado con el detalle que merece.9

7 Los trabajos pioneros fueron los de César FONSECA MARTEL, Sistemas Económicos Andinos, Biblioteca Andina, Lima 1973. G. ALBERTI & Enrique MAYER (comp.), Reciprocidad e intercambio en los Andes peruanos, Lima 1974. Una visión dinámica de esta relación fluctuante fue propuesta por los historiadores Enrique TANDETER y Nathan WACHTEL en Precios y producción agraria. Potosí y Charcas en el siglo XVIII , Buenos Aires 1983. Ver también los estudios recogidos en Olivia HARRIS, Brooke LARSON y Enrique TANDETER (comps.), Participación indígena en los mercados sur–andinos, Cochabamba 1987. 8 Sobre el acceso a la tierra, ver John V. MURRA, “Derechos a las tierras en el Tawantinsuyu”, in Margarita MENEGUS (comp.), Dos décadas de investigación en historia económica comparada en América Latina. Homenaje a Carlos Sempat Assadourian, Mexico 1999.9 Ver, sin embargo, Carlos SEMPAT ASSADOURIAN, “Los derechos a las tierras del Inca y del Sol durante la formación del sistema colonial”, en Transiciones hacia el Sistema Colonial Andino, Lima 1994.

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La necesidad de enraizar la investigación etnográfica dentro de una comprensión arqueológica y etnohistórica de las sociedades regionales, y simultáneamente asegurar su relevancia para las transformaciones contemporáneas (las nuevas Reforma Agrarias, las políticas económicas, jurídicas, pedagógicas y linguísticas, etc.), significó que los estudios andinos se formasen como un conjunto de tácticas interdisciplinarias enmarcado por la temporalidad. En los 1970s y los 1980s tempranos, estas disciplinas aún pudieron mantener un fecundo contacto entre sí, produciéndose una etapa de acumulación y articulación de los conocimientos sin precedentes, como aportes para la construcción de una memoria y un proyecto comunes.

En este proceso de articulación, una contribución fundamental provino del encuentro entre la antropología y la historia económica. La definición de un área cultural a partir de la geoecología de Puna y Páramo,10 y del estudio de las características politico–económicas de la formación estatal prehispánica más extendida del Nuevo Mundo,11 fue complementada por los análisis desarrollados por Carlos Sempat Assadourian del sistema colonial andino basado en la producción de metales preciosos y la circulación de mercancías mediante una división regional del trabajo necesario para llenar la demanda del mercado minero.12 La obra de Assadourian también desembocó, en los 1980s y ‘90s, en múltiples estudios de regiones y aspectos parciales del sistema teorizado por él.13 Al mismo tiempo, se buscó articular la participación en el mercado de las “comunidades” y unidades domésticas indias con los sistemas no–monetarios de circulación.14 Así, se desvió la atención teórica desde el análisis dependista del colonialismo hacia el estudio de la circulación interna y

10 Carl TROLL (ed.), Geo–ecology of the Mountainous Regions of the Tropical Americas, Bonn 1968.11 John V. MURRA, La organización económica del estado Inca, Mexico 1978 [1955].12 Carlos SEMPAT ASSADOURIAN, El sistema de la economía colonial: mercado interno, regiones y espacio económico, Lima 1982.13 Por ejemplo, Juan Carlos GARAVAGLIA, Mercado Interno y Economía Regional, Mexico-Barcelona-Buenos Aires 1983. Luis Miguel GLAVE y María Ysabel REMY, Estructura Andina y Vida Rural en una Región Andina. Ollantaytambo entre los siglos XVI y XIX, Cusco 1984. Brooke LARSON, Explotación agraria y resistencia campesina en Cochabamba, Cochabamba 1982. 14 David LEHMANN (comp.), Ecology and Exchange in the Andes, Cambridge 1982. Tristan PLATT, Estado tributario y librecambio: mercado interno, proteccionismo y lucha de ideologías monetarias, La Paz 1986.

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el grado de autosuficiencia, real o potencial, existente en el ámbito americano. En esta coyuntura, uno de los enfoques antropológicos más novedosos fue el análisis de los conceptos aymaras y quechuas del “dinero” ancestral como símbolo de fertilidad y riqueza, y las consecuencias para la circulación monetaria dentro y fuera de las comunidades.15

La conjunción entre lo económico y lo religioso en el pensamiento de las comunidades andinas desbrozó varias pistas para la investigación de las subjetividades colonizadas, en cuanto las almas y los metales preciosos constituyeron los dos objetivos principales de la colonización europea. En trabajos recientes, el mismo Assadourian ha incorporado la religión al análisis de las condiciones de surgimiento del sistema colonial. Aqui señalaremos el aporte de los linguistas (inspirados en el ejemplo de sus precursores religiosos del siglo XVI-XVII) que renovó el estudio de la conversión religiosa.16 Al mismo tiempo, se empezó la búsqueda de nuevas fuentes propiamente andinas, aparte de los pocos textos alfabéticos.17 Murra había indicado la importancia de los tejidos como forma de riqueza en los Andes; y ya en 1978 Verónica Cereceda demostró la posibilidad de una aproximación semiológica a las tradiciones textiles de las comunidades, que se revelaron como un conjunto dinámico de formas y colores. Su trabajo suscitó un interés inmediato en las transformaciones inter-comunitarias de los textiles y, mas ampliamente, en las formas de la textualidad andina. Aquí también Cereceda contribuyó ideas esenciales—como la capacidad de hablar atribuida a los artefactos textiles, considerados como seres vivos—, que hoy se recogen en los estudios sobre los quipos y otros sistemas gráficos, considerados crecientemente como formas no–alfabéticas de

15 Olivia HARRIS, “Phaxsima y qullqi. Los poderes y significados del dinero en el Norte de Potosí”, en O. HARRIS, B. LARSON & E. TANDETER, La Participación indígena.16 En esta tradición se enmarca, recientemente, Sabine DEDENBACH-SALAZAR SÁENZ & Lindsey CRICKMAY (comps.), La lengua de la cristianización en Latinoamérica: Catequización e instrucción en lenguas amerindias, Bonn 1999.17 Felipe GUAMAN POMA DE AYALA, Nueva Corónica y Buen Gobierno. Edición a cargo de John V. Murra y Rolena Adorno, Mexico 1980. Gerald TAYLOR, Ritos y tradiciones de Huarochiri: Manuscrito Quechua de comienzos del siglo XVII, Lima 1987 (incluye un estudio por Antonio Acosta sobre Francisco de Ávila). Frank SALOMON and George URIOSTE, The Huarochiri Manuscript. A Testament of Ancient and Colonial Andean Religion, Austin 1991.

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escritura.18 Como parte del mismo corriente, la reflexión sobre las relaciones entre la oralidad y la escritura en los Andes también han permitido avances metodológicos importantes en la recuperación de los procedimientos de lectura de los diferentes tipos de texto.19

Por otra parte, Pierre Duviols y César Itier analizaron el texto y los famosos dibujos de Joan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui,20

sometiendo los esquemas interpretativos de R.T. Zuidema, sobre la permanencia incambiable de milenarias “estructuras andinas”, a una crítica basada en el reconocimiento de elementos y estructuras cristianas y coloniales que penetraron y subordinaron los contenidos indígenas del texto.21 Sin embargo, el planteamiento de Zuidema sobre la absorpción del tiempo cronológico por estructuras míticas, que se reflejan en ordenamientos socio–espaciales (ceques) marcados por el ritmo de las fiestas calendáricas locales, se ha mantenido como una de las ideas más fértiles y sugerentes de los últimos 30 años.22 Un nuevo desarrollo del tema se encuentra en los “senderos de la memoria” analizados por Thomas Abercrombie, que se recorren en los niveles más profundos de la borrachera colectiva, durante las libaciones con las que se festeja la renovación de los cargos político–religiosos,

18 Verónica CERECEDA, “La sémiologie des tissus andins”, Annales E.S.C., Paris 1978. También Denise ARNOLD, Domingo JIMENEZ & Juan DE DIOS YAPITA, Hacia un Orden Andino de las Cosas, La Paz 1992. Una colección de estudios de los quipos está pronta a publicarse en Jeffrey QUILTER & Gary URTON (comps.), Narrative Threads. Studies of narrativity in Andean Quipos, Texas University Press (en prensa).19 Ver, por ejemplo, Tristan PLATT, “Writing, Shamanism and Identity: Voices from Abya Yala”, in History Workshop Journal 34, London 1992. Rosaleen HOWARD–MALVERDE (comp.), Creating Context in Andean Culture, Oxford 1997. Frank SALOMON, “Testimonies”, in Cambridge History of Native American Peoples, t.3 (Pt.1), Cambridge 1999. Para un trabajo pionero sobre la aritmética andina, a partir de las relaciones numéricas detectadas en la etnografía de una comunidad chuquisaqueña, ver Gary URTON, The Social Life of Numbers. Texas 1997.20 Joan DE SANTA CRUZ PACHACUTI YAMQUI SALCAMAYGUA, Relación de Antigüedades deste Reyno del Pirú (eds. Pierre Duviols y César Itier, Cusco-Lima 1993.21 Ver la discusión entre DUVIOLS y ZUIDEMA en Thérèse BOUYSSE-CASSAYNE (comp.), Saberes y Memorias en los Andes. In memoriam Thierry Saignes , Lima 1997. También el artículo de BOUYSSE-CASSAYNE en la misma coleccion, “De Empédocles a Tunupa: Evangelización, Hagiografía y Mitos”.22 Una colección de trabajos por R.T. ZUIDEMA fue publicada en Reyes y Guerreros: Ensayos de cultura andina, Lima 1989. Para un procedimiento inverso, donde se detectan las circunstancias históricas que rodean la formación de un mito de origen, ver Gary URTON, The History of a Myth, Austin 1990.

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donde se reproduce la autoridad ligada al paisaje sagrado, junto con las relaciones de género y la identidad colectiva de los comunarios.23

Finalmente, los análisis de Rodolfo Cerrón-Palomino sobre la dialectología quechua sentaron las bases para las nuevas políticas linguísticas de unificación ortográfica que ahora están siendo implementadas (no sin resistencias) en las comunidades mediante los programas de educación bilingüe,24 provocando estudios sobre la interacción linguístico-cultural en las escuelas comunitarias, donde se promueve una nueva etapa en la “conversión” de los campesinos: esta vez, al nacionalismo y la modernidad liberal.

Ahora bien, a fines de los 1960s, se volvió corriente—tanto en Europa como en los EE.UU.—la crítica de los estudios etnográficos aislados de su contexto político y económico global. La interpretación del colonialismo constituyó un debate candente entre historiadores y antropólogos de ambos mundos. Este interés se ha mantenido dentro de los nuevos debates teóricos sobre la representación de los testimonios. Con el desplazamiento de la atención desde el binomio “libertad”/“explotación”, característico de los esquemas liberal–marxistas, ha llegado a ser posible plantear también—y desde una perspectiva que quisieramos llamar post-liberal—el estudio del grado de “agencia” (agency) ejercida por las comunidades andinas, consideradas como productos de una actuación propia dentro de marcos de dominación.. Mediante el desarrollo de las metodologías ya citadas, se buscaba recuperar la voz y la práctica del mundo indígena colonizado, y su papel activo como subalterno en la formación de las sociedades hispano–americanas y republicanas. Es así que, en el Cambridge History of Native American Peoples (t. 3, “South America”, 1999), los editores han consolidado la interpretación de la gente nativa como sujetos históricos, también capaces de la creación etnogenética de nuevas identidades, en todo el continente sudamericano (incluso Amazonas).25

23 Thomas ABERCROMBIE, Pathways of memory and Power, Madison 1998. También Thierry SAIGNES (comp.), Borrachera y memoria: la experiencia de lo sagrado en los Andes, La Paz 1993. Aurore BECQUELIN y Antoinette MOLINIÉ, Mémoire de la Tradition, Nanterre 1993.24 Rodolfo CERRÓN-PALOMINO, “Unidad y Diferenciación Linguística en el Mundo Andino”, en Segundo MORENO & Frank SALOMON (comps.), Reproducción y Transformación de las Sociedades Andinas, siglos XVI–XX, Quito 1991.

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PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS

Uno de los temas poco tratados hoy en día, aunque estuvo en los inicios de la antropología andina moderna, es precísamente aquél de la génesis, reproducción y adaptaciones de aquellas formas comunitarias menos perceptibles, porque no institucionalizadas por el estado y casi ausentes en los documentos de comunidades, como parece ocurrir en el seno de las haciendas desde el siglo XVI. Tal fue la temática del celebrado estudio de la hacienda Vicos en el Peru y su homólogo de Colta Monjas en el Ecuador; lo mismo se manifestó en Bolivia con la reconstitución de “comunidades cautivas” después de la expulsión de los hacendados por la Reforma Agraria de 1953. Por una parte, los movimientos de aquellas poblaciones que se desdefinen de las categorías estatales y, por otra, los grupos de unidades domésticas repartidas entre los colonizadores por el estado (mitayos de obrajes y repartimientos), confluyen en el territorio de las haciendas y crean nuevas formaciones comunales. Tejen redes de parentesco nuevas que se articulan a las complementaridades ecológicas y los ciclos vitales (individual, doméstico y comunal).26 En las haciendas, participan en los calendarios rituales locales, y surgen formaciones culturales de larga duración. Este tipo de constitución de comunas apenas ha sido trabajado por los antropólogos y los historiadores, más seducidos, por una parte, por la economía hacendataria que intrigados por su desdoblamiento comunal y, por la otra, influidos tal vez por una búsqueda de lo comunal como sobrevivencia de la autoctonía precolonial.27 Sin embargo, en el presente, al menos en los Andes, ese tipo de pequeñas unidades comunales, en particular desde las reformas agrarias, ha cobrado un marcado y dúctil protagonismo político y económico en toda la región andina.28

Por otra parte, estudios regionales han mostrado como fue fragmentándose el pacto andino-medieval entre las “Repúblicas” de

25 Frank SALOMON & Stuart SCHWARTZ, “New People and New Kinds of People: Adaptation, Readjustment and Ethnogenesis in South American Indigenous Societies (Colonial Era)”, in Cambridge History of Native American peoples, t.3 (Pt.2).26 M CRESPI, The Patrons and Peones of Pesillo. Tésis de Ph.D. University Microfilms, Ann Arbor 1968. Andrés GUERRERO, “Unité doméstique et réproduction sociale: la communuaté huasipungo”, Annales E.S.C. année 41, no. 3 (mai–juin), Paris 1986.27 Manuel BURGA, Nacimiento de una utopía andina. Muerte y resurrección de los incas, Lima 1988.28 Emma CERVONE, “Festival Time, Long Live the Festival. Ethnic Conflict and Ritual in the Andes”, Anthropos 93, 1998, (pp.101–113).

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Indios y Españoles, basado en la cesión de obediencia y servicios al Rey a cambio de protección y tierras. Establecido formalmente en el momento de la conquista española, reformulado mediante la formación de los municipios toledanos y las composiciones de tierras, este pacto fue prolongado, en condiciones diversas y crecientemente críticas, bajo los Borbones y los gobiernos republicanos. En esta trayectoria, la “reversión de la soberanía a los pueblos” después de la invasión francesa de España en 1808—proceso precursor de la independencia iberoamericana—enfrentó a todos los estratos sociales con los nuevos conceptos ilustrados de ciudadanía y libertad. El hecho que los líderes de la resistencia andina entre los siglos XVIII y XX adoptaron para su defensa la figura del “apoderado”, propio de la representación de los pueblos en el pacto medieval, nos recuerda que ambas formas de representatividad se mantuvieron en tensa coexistencia durante la República.29 La celebrada “democracia aymara” en las comunidades modernas del Altiplano boliviano, que somete cada decisión colectiva a una larga prueba de consensualidad, ¿es en realidad una derivación del cabildo peninsular medieval? Nuevamente, se plantea el problema de la recepción andina de tales instituciones, aludido líneas arriba.30

Aquí es significativa la confluencia que se ha producido entre algunos investigadores latino-americanos con las teorías subalternistas que habían surgido de una reflexión africana e hindú, dentro de una perspectiva Sur–Sur que, de continuar, promete ser creativa. Algunos estudios, en efecto, aprovechan la crítica de las temáticas, la utilización de las fuentes documentales y las teorías que proponen los estudios del Grupo de Estudios Subalternos (Guha, Said, Pandey, Spivac, entre otros).31 Los resultados convergen con las contribuciones

29 Ver José Carlos CHIARAMONTE, “Vieja y Nueva Representación: los procesos electorales en Buenos Aires, 1810–1820”, en Antonio ANNINO (comp.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Mexico 1995.30 Sobre este problema, ver Sinclair THOMSON, Colonial crisis, community and self–rule: Aymara politics in the age of insurgency. Tésis doctoral inédita, University of Wisconsin, Madison 1996. Sergio SERULNIKOV, “Customs and rules: Bourbon rationalizing projects and social conflicts in Northern Potosí during the 1770s”, Colonial Latin American Review, vol. 8, no. 2, 1999. 31 Silvia RIVERA y Rossana BARRAGÁN, Debates Post Coloniales. Una introducción a los estudios de la subalternidad, La Paz 1997, pp.33-72. También Mark THURNER, From Two Republics to One Divided. Contradictions of Postcolonial Nationmaking in Andean Peru, Durham 1997.

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de Marie–Danièlle Demelas, partiendo del análisis de las consecuencias en los Andes de la Constitución de Cádiz,32 o de Silvia Palomeque, sobre la formación de la ciudadanía excluyente o integrador de las autoridades indígenas en sus albores (ver su artículo publicado aquí). Estas autoras también abarcan el comportamiento electoral distintivo de las comunidades andinas en los albores de la Independencia, aproximación que ha sido particularmente significativa para la comparación entre los proyectos nacionales del Peru, Ecuador y Bolivia. Se complementa con las contribuciones de Florencia Mallon quien, partiendo de una perspectiva más campesinista, que luego diverge hacia lo ciudadano subalterno, sitúa la construcción desigual de la hegemonia estatal en Mexico y Peru en los conflictos sociales que sacuden la formación del estado nacional. Al mismo tiempo, en su comparación de los procesos de hegemonía y subalternidad, Mallon recorre una senda narrativa paralela a la gesta de construcción del estado–nación, al insistir que la construcción exitosa de la hegemonía se refiere implícitamente a un “end-point”, donde los reclamos populares son absorbidos mediante coerción y consensus.33

Hoy en día, las prácticas disciplinarias en los Andes y en otras partes son más separadas, en parte debido a las prácticas de deslinde que surgen generalmente de las estructuras de financiamiento. Además, el volumen de los trabajos, junto con las aporias ideológicas del fin de siglo, ha crecido al punto que ya es dificil que todos se sientan articulados en un solo proyecto. Sin embargo, la visión interdisciplinaria se encuentra integrada en la práctica de algunos estudios recientes,34 y se mantiene como la única manera de acercarse a una comprensión crítica de la realidad andina.

Los cinco ensayos que siguen representan avances recientes en una de las fronteras de la investigación: el período postcolonial republicano. El primero, por la investigadora argentina Silvia Palomeque, trata de

32 Marie-Danièlle DEMELAS, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIXe siècle, Paris 1992.33 Florencia MALLON, “Reflections on the Ruins: Everyday Forms of State Formation in Nineteenth Century Mexico”, in Gilbert M. JOSEPH & Daniel NUGENT (eds.), Everyday Forms of State Formation, Durham 1994, pp. 70-71.34 Ver, últimamente, los ensayos de Olivia HARRIS recogidos en To Make the Earth Bear Fruit, London 2000.

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la diversidad de procesos en la implantación de la ciudadania. El segundo, por la etnohistoriadora boliviana Rossana Barragán, analiza las categorías estatales que seguimos utilizando cuando analizamos los problemas de los “indios”, los “comunarios” y los “campesinos” dentro de la República. El tercero, por la historiadora peruana Magdalena Chocano, revisa el estado de la cuestión comunitaria, con énfasis especial en los estudios politico-economicos de las comunidades peruanas. El cuarto, por la antropóloga italiana residente en Ecuador Emilia Ferraro, cuestiona el uso muy difundido de una cierta concepción romántica de la reciprocidad en la caracterización de las sociedades andinas. Y el quinto, por la antropóloga argentina emigrada a Canadá, Blanca Muratorio, trabaja las fronteras de la comunicacion entre el etnógrafo y su “informante”, replanteando el problema de la “agencia” (agency) indígena en el contexto del cambio social y de la historia oral. Conviene destacar algunos de los temas que los artículos aquí presentados sugieren en la perspectiva de un encuentro entre la antropología y la historia.

Silvia Palomeque plantea la necesidad de mirar de cerca algunos procesos políticos, cuya generalidad se da por sentada en el ámbito de todos los lugares; además, por lo general se asume que tienen un carácter linear, así por ejemplo la exclusión ciudadana de las autoridades indígenas en los cantones y parroquias surgiría desde los albores de la República y continuaría tal cual hasta nuestros días. Sin embargo, algunos procesos, como el de la exclusión, nos advierte la autora precísamente, pueden empezar mucho más temprano de lo que se pensaba y, a la vez, exhibir un carácter más variable y matizado, que depende de las estructuras y circunstancias locales.

Rossana Barragán, desde la historia, advierte a su vez que las nociones estatales (como la de indio/blanco), tal como los investigadores las encuentran en los documentos, no pueden ser empleadas sin un análisis previo de la relación entre categorías fiscales y categorías sociales. Analiza los origenes de la concepción, hoy corriente, del indio como “esencialmente” rural, mostrando como el juego de los intereses fiscales condujeron a categorizar la tierra aparte de la gente que la ocupan. La ocupación del binomio campo–ciudad fue característica de todos los espacios y categorías hasta la segunda mitad del siglo XIX. Luego, a través del censo de La Paz de 1881, muestra cómo se iba forzando una convergencia entre categorías

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raciales y determinadas categorías ocupacionales, pero la “campesinización” del indio no pudo consolidarse hasta la Revolución de 1952, cuando se rompieron las estructuras de poder y fiscalidad que aún ataban el campo a la ciudad. Termina señalando la ambigúedad creativa que surge de las acciones sociales de las mujeres de diferentes “clases” en lo que atañe a la vestimenta.

Magdalena Chocano se concentra en trabajos basados en trabajo de campo, sobretodo los que se han realizado desde una perspectiva político-económica. Hace un balance del camino andado, señalando ciertas omisiones, como los pocos estudios realizados sobre las comunidades nuevas, p.ej. las mestizas, y enfatizando la diversidad de situaciones que requieren una aproximación empírica a través del cotejo de múltiples estudios locales. Señala la multivalencia de la palabra ayllu (cuya proyección—en el análisis de Deborah Poole—puede rebalsar las fronteras de la comunidad); la relación entre género y etnicidad; el surgimiento de otras formas de riqueza aparte de la tierra; y el trabajo pionero de Jose María Arguedas, quien intentaba comparar las comunidades de los Andes y de España. Al mismo tiempo, enfatiza la importancia de distinguir la experiencia comunitaria del discurso, susceptible a ser utilizado para diversos fines políticos.

El tema de fondo de Emilia Ferraro es una crítica a la utilización monista de la noción de reciprocidad que es ya una tradición en ciertos discursos andinos. Advierte que es necesario reconsiderar los campos de validez de esa noción, y renovar la red de otros conceptos a los cuales se puede engarzar. Sobre todo si recordamos que las nociones de reciprocidad y redistribución, productivamente utilizada en los primeros trabajos de Murra sobre la economía andina, corren el riesgo de convertirse en una suerte de llave maestra para el análisis de las comunidades. Lo que implica que es necesario definir un cierto contorno de validez, un contexto de utilización de los instrumentos teóricos: advertencia pertinente tanto para los antropólogos como para los historiadores.

Blanca Muratorio, en el relato autobiográfico de Francisca, una mujer Napo Quichua,35 plantea, en primer lugar, el problema

35 Ver, para la formación colonial de la frontera andino-amazónica, Thierry SAIGNES, France-Marie RÉNARD-CASEWITZ, Anne-Christine TAYLOR, l’Inca, L’Espagnol, et les Sauvages, Paris 1986.

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complejo de los espacios de construcción de sí (de la persona) en un medio social que sería catalogado acertádamente de “tradicional”. Lo novedoso de su relato es que desvela un problema apenas percibido y, a primera vista, paradójico: Francisca se construye a sí como narración (el tema de la huída y la metáfora del camino) en el proceso de contar su experiencia de vida en un contexto “tradicional”. Se presenta a sí misma como una persona individuo que busca una autonomía propia, sin abandonar, no obstante, el grupo doméstico ni su comunidad, puesto que rechaza la seducción de la sociedad “moderna”. El relato plantea el problema complejo de comprender formas apropiación de una modernidad difusa y diferente, no sólo por las clases superiores, sino por personas excéntricas de los grupos subalternos. ¿Pueden los historiadores plantearse estudiar relatos de la construcción de sí en un discurso registrado en los documentos coloniales y republicanos? Se viene a la mente el ejemplo del panadero de Carlo Ginzburg,36 y la adolescente que se declara bruja en el trabajo de Sabean.37

La genealogía de los diferentes componentes de las transiciones andinas deben rastrearse en Europa y la España de la Reconquista, 38

no menos que en América y Chavín de Huantar.39 Por otra parte, es evidente que los aportes de ambas vertientes transatlánticas adquieren nuevos significados en la medida que son fragmentadas y recombinadas para construir sucesivas realidades distintas (como el bricoleur de Claude Lévi–Strauss). En cierta medida, el debate actual—renovado, en parte, por los planteamientos del postcolonialismo—sigue girando en torno a las consecuencias políticas de extender el estudio de este proceso de sucesivas modernizaciones indígenas hacia la República y hasta el nuevo milenio.

Si, como creemos, las comunidades son, y han sido, agentes, por lo menos coyunturales, dentro del marco de la dominación, urge

36 Carlo GINZBURG, The cheese and the worms: the cosmos of a sixteenth-century miller, London 1980.37 David WARREN SABEAN, Power in the blood: popular culture and village discourse in early modern Germany, Cambridge University Press, 1984.38 Ver Nelson MANRIQUE, Vinieron los Sarracenos ... El Universo Mental de la Conquista de America, Lima 1993. Berta ARÉS y Serge GRUZINSKI, Entre Dos Mundos, Sevilla 1997.39 Richard BURGER, Chavín: Origins of Andean Civilization, London, New York 1992.

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retomar tambien la historia de sus fracasos, no como productos de un historicismo implacable, sino como sitios donde se han enterrado esperanzas que hoy, con el retroceso de las viejas teleologías, siguen siendo relevantes para el futuro. La idea de la Conquista como el “hecho primordial” todavía no se ha reemplazado por una percepción más exacta (antes compartida por muchas comunidades), que representa la llegada de los españoles y su religión como otro trastorno más, ni el primero ni el último, en una historia que siempre se ha punctuado por sucesivos trastornos cosmológicos.

En efecto, en un recorrido por los Andes de Bolivia al Ecuador, pasando por el Perú, se puede constatar que las comunidades se encuentran en un proceso de transformación ináudita. Parecen recorridas por varias tendencias, a la vez de desintegración y de rearticulación. Bajo la presión neoliberal y la globalización, los estados se empeñan en cumplir un imperativo liberal de inicios de la República. En la última década, se han dictado nuevas leyes agrarias de “saneamiento” (Bolivia), “titularización” (Perú), y de subdivisión de los páramos (Ecuador). En toda la región, se constatan procesos de expulsión sin precedentes de los comuneros hacia las ciudades y fuera del ambito nacional. En algunos países, se constata el surgimiento de fuertes movimientos y organizaciones, que se reivindican indígenas (Ecuador) o aymaras (Bolivia), que reafirman un fundamento cultural, político y económico comunal. En los barrios urbanos de La Paz, nuevas comunidades aymaras descubren e inventan sus identidades colectivas en la cotidianidad diaria. En las comunidades rurales ecuatorianas, donde se expande la influencia de los medios de comunicación masivos, los comportamientos y las expectativas de vida adoptan matices de marginalidad de tipo urbano, sobre todo en las generaciones jovenes.

Estos procesos requieren investigaciones precisas a la vez históricas y antropológicas. La historia del siglo XX es un campo a desbrozar. Se trata de un período recorrido por cambios inéditos, en particular desde la segunda mitad del siglo. La democratización cultural y electoral, que hoy se da, sucede en el contexto de una (post)-modernización ambivalente, donde la consigna del pluralismo está teñida de la atomización, la informalización y, al nivel de las políticas hemisféricas, de una militarización que afecta a todas las comunidades e individuos. Las grandes contradicciones en las

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politicas liberales internacionales contra la hoja de coca y la llamada “subversión” son evidentes a los ojos de los campesinos y comunidades. La imposición de modelos económicos a favor de la acumulación desigual empujan a las comunidades a desintegrarse por la migración, rebelarse o transformarse al tono de la cultura de los medios de comunicación masiva. Nuevos extremos críticos de experiencia-límite llegan a ser parte de la cotidianidad regional, generando nuevas prácticas propias de grupos culturales que se esfuerzan por no perder todo rezago de la “autonomía relativa”, por la cual han luchado durante sus diferentes microhistorias. Al mismo tiempo, la nación misma adquiere características ideológicas cada vez más esencialistas.

Hoy en día, sin embargo, parece existir un retraso en los enfoques. En efecto, las fronteras internas y externas de los paises y de las comunidades andinas todavía representan una de las “mentalidades cárceles de larga duración” más difíciles de superar en el desarrollo de los estudios sur- y latino-americanos. Por otra parte, si bien la globalización como imposición y oportunidad constituye por el momento el marco insoslayable en el cual se desenvuelve la economía política andina, las posibilidades económicas y políticas internas volverán a ser prioritarias en caso de cualquier crisis del sistema, aunque tal vez ya no en el marco preponderante de la historia estatal nacional. La recuperación de la memoria y sus invenciones pueden adquirir una capacidad creativa frente a los efectos de amnesia y “tábula rasa” que provoca la expansión de los medios de comunicación masiva. La reagrupación de los migrantes a las ciudades en nuevas comunidades, o barrios, retoma la experiencia urbana que fue parte de la presencia india en siglos anteriores. Pero el proceso ahora se da en una coyuntura donde la crisis ha impulsado una toma de conciencia política a nivel de muchos grupos indios e indigenas radicados en la ciudad. En Bolivia como en Ecuador, la presión indígena y comunitaria se ha vuelto una lucha por el control de los nuevos municipios, fortalecidos por la descentralización del financiamiento local, pero asediados por una pelea entre municipios ricos y pobres que refleja las tendencias polarizantes del modelo económico al nivel mundial. La disolución de antiguos mecanismos locales de control social desemboca, inevitablemente, en niveles siempre más álgidos de violencia.

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La consigna de Demelas, “¿nacionalismo sin nación?”, amenaza con convertirse por fin en realidad a nivel, no solo criollo, sino de toda la sociedad. Indios y comunidades acumulan sentimientos nacionalistas en el momento preciso que la autonomía real de la nación se pone cada vez más ilusoria. La mobilización popular se mantiene siempre más aguda, al mismo tiempo que los gobiernos se encuentran sin propuestas ni poder real con las cuales responder a las presiones sociales. La participación popular en Bolivia, o las negociaciones entabladas por los movimientos indígenas de Ecuador, se desenvuelven en un vacío de perspectivas reales al nivel de la autonomía nacional. Un tema de investigación urgente es cómo este proceso afecta las identidades y las prácticas de las comunidades y los individuos, provocando vueltas esencialistas al indigenismo, o esfumándose en una disolucion de la misma idea de la nación, tal como ésta ha sido concebida en los ultimos dos siglos. Al mismo tiempo, se vuelve más urgente la investigación, nuevamente desde una perspectiva postliberal, de la apropiación distintiva de los conceptos europeos de libertad e individualidad que se ha dado entre diferentes grupos culturales a lo largo del proceso previo de "construcción nacional".

Otra “mentalidad carcel” puede ser el “mestizaje”, si se construye sobre un dualismo que conduce a la ahistoricidad. La matriz blanco–indio en la región tuvo varios destinos en los países andinos, y aún dentro de cada uno de ellos. El tema puede ser fecundo para estimular estudios de la invención de lo comunal, del comunero o del indio desde una perspectiva sensible a lo nuevo que surge contraponiéndose a la binaridad compulsiva.40 Pero la noción y la categoría social de mestizaje no escapa a esa matriz, sino que la refuerza con un proceso que reclasifica, dentro del mismo orden, a las nuevas identificaciones que surgen permanentemente de la dinámica social. Los antropólogos podemos constatar ese surgimiento de “personas nuevas” que se buscan e inventan a sí mismos, individualmente y en tanto que grupo social, en las comunidades y las ciudades andinas, y en las agrupaciones de emigrantes en Nueva York, Madrid o Buenos Aires. Por ejemplo, en el Ecuador al calor del

40 Andrés GUERRERO, “Ciudadanía, frontera étnica y binaridad complusiva” (Postfacio), en Karola LENTZ, Migración e identidad étnica. La transformación de una comunidad indígena en la Sierra ecuatoriana, Quito 1997.

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movimiento indígena o en Bolivia entre los aymaras urbanos, surgen hoy en día un estar en el mundo que escapa a la matriz binaria blanco/indio. Exhibe una amplia diversidad de estrategias de construcción de la persona. Investigar las condiciones, los ámbitos, las estrategias de surgimiento de una diversidad que elude la clasificación mestiza y, por lo tanto, desborda las dos asíntotas que delimitan su campo semántico (blanco/indio), puede revelarse un enfoque fecundo interdisciplinario para plantear problemas desde una perspectiva desplazada.

La producción historiográfica y antropológica realizada dentro de los mismos paises andinos, a pesar de importantes esfuerzos a contracorriente (algunos publicados aqui), se vuelve cada vez más dificil y aislada. Tal vez se desdibuja una erosión de las preguntas. En este contexto, el futuro de los estudios andinos depende, en parte, de la ampliación del debate histórico y antropológico sobre las transiciones realizadas hacia distintas formaciones políticas. Quizás lo más urgente, a corto plazo, sea abrir el debate sobre la relación entre identidades etnoculturales y de género; los movimientos étnicos, y las formas cotidianas de mantener y manejar las diferencias culturales, en el pasado y el presente; y su vinculación con las construcciones eurocéntricas de ciudadanía, nación y Estado. En este contexto, será necesario que tanto latinoamericanistas como hispanoamericanos y comunarios entablen debates con nuevos procesos que se desenvuelven en otras partes del Tercer Mundo, por ejemplo, sobre la formación jerárquica de los ciudadanos, la recepción y el cuestionamiento de las ideas e instituciones hegemónicas, y la redefinición consecuente de los sujetos, en la India oriental.41 Así como fue fecundo el conocimiento de los estudios africanos para inspirar una búsqueda en los Andes en la década de los años 1950 (como insistió Murra), los debates actuales en Asia y Africa hoy pueden influir y revitalizar las preguntas, los métodos y las teorías en los paises andinos, al mismo tiempo que los pueblos de otros continentes tengan algo que aprender, también, de los Andes.

41 Andrés GUERRERO, “El proceso de identificación: sentido común ciudadano, ventriloquismo y transescritura”, en Andrés GUERRERO (comp.), Identificaciones étnicas. Antología de ciencias sociales en el Ecuador, Quito 2000.

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LA ‘CIUDADANÍA’ Y EL SISTEMA DE GOBIERNO EN LOS PUEBLOS DE CUENCA (ECUADOR)

SILVIA PALOMEQUE*

Desde hace años, varios investigadores venimos analizando cómo afecta a la población indígena ecuatoriana el conjunto de cambios del sistema político del siglo XIX. En general, puede decirse que en estas investigaciones hemos tendido a centrarnos en la continuidad del sistema de dominación étnico modificado durante el período republicano y que, en la indagación, hemos insistido sobre la transformación del tributo en contribución de indígenas, en su vinculación con la expropiación de tierras comunales, en la continuidad y/o debilitamiento de las autoridades étnicas y en las resistencias indígenas por vía directa, judicial u omitiendo el pago del tributo. Todas estas investigaciones también presentan la característica común de ubicarse dentro del mismo período grancolombiano y republicano, de analizar los cambios contrastando los liberales discursos decimonónicos con la situación real de la sociedad indígena que permiten percibir los documentos de las series de gobierno, hacienda y judiciales, y de trabajar dentro de unidades de análisis nacionales o regionales, salvo en un caso donde la indagación se centra a nivel cantonal.1

* CIFFYH-UNC y CONICET. Argentina. Una primera versión de este texto fue presentada como ponencia al 49° Congreso Internacional de Americanistas. Simposio “Elites and Native Society in the Audiencia of Quito”, Quito, julio de 1997.1 Andrés GUERRERO, “Curagas y tenientes políticos: la ley de la costumbre y la ley del estado (Otavalo 1830-1875)”, Revista Andina, año 7, nº2, dic. 1989 (pp.321-366).

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En esta ocasión, sin modificar el tipo de documentación consultada, analizaremos las transformaciones en el sistema de gobierno de la población indígena rural y cómo el mismo se modifica cuando comienza a aplicarse el concepto homogeneizador e igualitario de la ciudadanía, pero iniciaremos el análisis recuperando primero el conocimiento previo sobre la situación colonial2 en tanto nuestro objetivo se centra en la sociedad indígena y, además, nos situaremos dentro de la unidad de análisis parroquial ya que nuestro conocimiento sobre el período colonial nos permite sostener que este es el espacio válido para analizar las transformaciones del sistema de poder político de la población rural indígena de Cuenca.

Nos centraremos solamente en dos tipos de procesos que aún no hemos analizado desde esta perspectiva. El primero tratará sobre las modificaciones del sistema político que se inician durante el período de las Cortes de Cádiz al cual lo consideraremos como el momento crucial donde comienza la desestructuración del sistema de gobierno de la población indígena rural al incorporar a blancos e indios en un mismo cabildo al permitir, por primera vez, la hegemonía de sectores no indígenas en una institución política de asentamiento rural. Entendemos que, del conjunto de transformaciones que se dan en los años de las Cortes (Demélas, 1995), ésta es la menos estudiada ya que su importancia sólo se destaca cuando uno se pregunta por los antiguos señores étnicos que gobernaban los pueblos de indios y el destino de sus complejas y continuas luchas que mantenían desde el inicio del sistema colonial (Murra, 1980, 1993). En un segundo momento iniciaremos el análisis del posible proceso de homogeneización que podría estarse dando dentro de la misma sociedad indígena debido a la aplicación de las nuevas normas legales que, visto desde el estado, comienzan a diluir las diferencias entre la elite indígena y los indios comunes y, principalmente, aquellas que los dividían entre originarios y forasteros.

2 Los resultados de la investigación sobre el sistema colonial de gobierno de los indios reducidos a pueblos en la zona rural de Cuenca fueron presentados como ponencia al Coloquio Internacional “Dos décadas de investigación en América Latina. Homenaje a C.S.Assadourian”, El Colegio de México, Instituto Mora, UNAM, CIESAS, México, 1996. (PALOMEQUE, 1997, 1999)

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LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO

Del Cabildo Indígena al Cabildo Constitucional.

Como la sublevación de Quito en 1809 ocasionó el traslado del gobierno de la Audiencia a Cuenca y la posterior represión de los sublevados desde allí (Achig, 1980: 46ss), en esta jurisdicción se aplicaron todas las disposiciones de la Regencia, las Cortes de Cádiz y las sucesivas del gobierno español. El 26 de mayo de 1810 la Regencia del Reino dispuso la extinción del tributo en México y en 1811 las Cortes extendieron la exención a todos los territorios americanos, condicionando la abolición del tributo al reparto de los bienes comunales, y previendo su sustitución por otro impuesto a pagar por todas las clases, medida que enfrentó serias dificultades para su aplicación debido a la resistencia de los antiguos grupos exentos (Sánchez Albornoz, 1978: 202-3).

Por el decreto XXXI del 9 de febrero de 1811 las Cortes establecieron algunos de los derechos de los americanos:1. igual representación de que los peninsulares en las Cortes, 2. los naturales y habitantes de América podían sembrar y cultivar

libremente, promover la industria y las artes, 3. los americanos, tanto criollos como indios y mestizos, tenían

igual opción que los peninsulares para los empleos de las carreras eclesiástica, política o militar. El decreto CCVII dispuso la abolición mitas y servicios personales, distribución equitativa de cargas públicas entre vecinos, el reparto de tierras y el otorgamiento de becas a los indios (Heredia, 1982: 365ss).

Pocos años después, el 4 de mayo de 1814 Fernando VII declaró nula la Constitución y todos los decretos de las Cortes, en julio conformó nuevamente el Consejo de Indias mientras la situación de las rentas públicas americanas era desastrosa. Si bien, en forma genérica, el gobierno anuló todas las disposiciones de las Cortes Generales, un aspecto difícil fueron las medidas favorables a los indígenas en tanto temían que su supresión produjera efectos negativos en la pacificación. Los problemas fiscales hicieron que el gobierno desdoblara la cuestión entre tributos y servicios personales, manteniendo la exención de los segundos y restableciendo el tributo bajo el nombre de contribución (1 de marzo de 1815) (Heredia, 1974: 113-144). Sánchez Albornoz llega a conclusiones similares al sostener que las políticas referidas a los indígenas fueron rectificadas por

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Fernando VII en 1815 cuando vuelve a imponer el tributo ahora con el nombre de contribución de indígenas y, en 1820, el régimen constitucional español no se planteó innovaciones en este punto “mientras no se hallaran medios para sustituir el tributo”. (Sánchez Albornoz, 1978: 188-190)

Si bien estos textos nos permiten constatar la existencia de un proyecto igualitario3 con la aplicación de diversas normas que llevan finalmente a la supresión de los servicios personales de los indígenas en términos generales y el mantenimiento del tributo en dinero, existe un punto que se tiende a dejar de lado y que entendemos que es de suma importancia. Nos estamos refiriendo al reconocimiento igualitario de ciudadanos, a los cambios en el sistema de representación política con relación al lugar de residencia y, relacionado con ello, a la conformación de los Cabildos Constitucionales como base del sistema de elección para los diputados a las Cortes. Si bien esto puede ser considerado como un “adelanto” en la marcha hacia la participación democrática en el sistema político por parte del conjunto de la población, desde la perspectiva de la sociedad indígena puede ser leído de manera inversa.

Los elementos para tratar este punto sólo los hemos encontrado en la documentación provincial y en las investigaciones realizadas a ese nivel; ellos nos permiten ver la aplicación de estas medidas en Cuenca y las consecuencias que esto trae para el sistema de gobierno de la población indígena en las áreas rurales. Pensamos que quizá la escasa reflexión existente sobre la homogeneización que ocasiona la ciudadanía y sus consecuencias político- institucionales sobre la población indígena se deba al hecho de que no en todo el espacio colonial se aplicaron las medidas de las Cortes y que, en aquellos lugares donde esto se dio, no existía un sistema político homogéneo en el gobierno de la población rural indígena ni un poder similar por parte de los antiguos señores étnicos.4

3 De la revisión de las distintas disposiciones entendemos que este proyecto está excluyendo de los distintos derechos a las personas de origen africano.4 Respecto a este punto, en la investigación anterior (PALOMEQUE, 1997: 39) planteamos que, en términos comparativos, existen indicios que permiten pensar que el poder de los antiguos señores de Cuenca era mayor que el que conservaban los señores de Nueva España y menor que el de los señores de Andes de puna.

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LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO

Pasando a analizar el problema vemos que, desde la perspectiva que brinda la documentación capitular, ya se nota la importancia de este proceso. La investigación del IDIS de la Universidad de Cuenca (Espinosa,1980:96) marca la relevancia de estos hechos al decir que:

“La medida más importante fue la modernización del sistema de elecciones mediante la conformación de Juntas Electoras que funcionando en cada parroquia... se encargaron de elegir a los Compromisarios quienes, a su vez, nombraban a los electores y ellos a los diputados de las Cortes de Cádiz y a los miembros de los cabildos territoriales”

Más precisiones nos brinda Achig al confirmarnos que se forman Juntas Electorales parroquiales para nombrar a los “compromisarios” que elegirán los electores de parroquia que, en Cuenca, nombrarán los electores de partido, de acuerdo al Reglamento General de Elecciones expedido en Cádiz, con votación de todos los “ciudadanos” (Achig, 1980: 80).

Moscoso (1991: 115, nota 19), años después y ya más sensible a los problemas de representación política de los distintos sectores, es la primera que nos marca el hecho de la unificación de los cabildos que estas medidas traen. Ella señalará que:

“(1812) se dicta una ley en la que se establece que, dada la igualdad en la que se encuentran españoles e indios, ya no deben existir cabildos separados de indios sino uno solo, el constitucional, integrado por españoles e indios”

Nuestras investigaciones sobre el sistema de gobierno de los pueblos de indios durante el período colonial (Palomeque, 1997) más los expedientes judiciales donde se registran los cambios ocasionados con el nuevo sistema, nos permitirán señalar la fuerte incidencia que tiene la aplicación de estas modificaciones institucionales en el sistema de gobierno indígena en la zona rural. Adelantando las conclusiones, tenemos que la homogeneización que trae el reconocimiento general de la ciudadanía significará: el fin del reconocimiento de los fueros de “hijosdalgos” que

amparaban a los caciques y principales en sus derechos hereditarios al gobierno de los pueblos con jurisdicción criminal y civil de menor cuantía sobre sus indios “sujetos” de los cuales recaudaban tributo y les distribuían los servicios personales.

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desaparición del cabildo indígena con alcaldes y regidores indígenas, con su jurisdicción criminal y civil de menor cuantía.

desaparición del cabildo de españoles como instancia diferente del cabildo indígena, con localización urbana, y como espacio de representación de todos los vecinos blancos cualquiera que fuera su lugar de residencia.

conformación de nuevos cabildos constitucionales rurales donde a. “todos” participan en tanto ciudadanos, b. se modifica la jurisdicción territorial del espacio de

representación lo que permite la elección de “blancos, indios y mestizos” en los cabildos rurales,

c. se otorgan atribuciones políticas, económicas, judiciales y de policía a los alcaldes constitucionales y sus regidores que funcionarán en cada parroquia.

Todo un conjunto de medidas que sintéticamente continuaron con el largo proceso donde las autoridades coloniales buscaban el debilitamiento del poder de los señores étnicos una de cuyas bases era el reconocimiento del fuero de “hijosdalgos” y el haber logrado continuar formando parte del grupo de elite indígena que participaba en el cabildo indígena, mientras que al mismo tiempo se posibilitaba el que los sectores blancos residentes en el área rural, con mayor poder económico y social, pasaran a predominar en estas instancias de poder que antes les estaban vedadas por el sistema de las dos repúblicas.

Quizá el hecho de que los caciques de Cuenca hayan participado nuevamente como colaboradores del sistema colonial durante estos años (Moscoso, 1991: 111; ANH/Q, Cac., C1, Exp.17; ANH/Q, i, 1813, 17 de junio) sea lo que haya dado lugar a sus quejas frente al nuevo sistema y permitido que podamos conocer mejor los cambios acaecidos.

Es importante señalar que en esta situación histórica hemos podido reconocer dos tipos de situaciones diferentes que nos indican que no estamos frente a un proceso que incida de manera homogénea en todas las parroquias sino que las consecuencias del mismo dependerán de las relaciones de poder previamente existentes en cada una de ellas.

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En los dos casos conocidos, los de las parroquias de Sidcay y Gualaceo, debemos advertir que corresponden a parroquias que presentan características diferentes durante todo el período colonial. La parroquia de Gualaceo y la de Sidcay tienen características bastantes disímiles en tanto la primera corresponde a un antiguo pueblo de reducción existente desde el siglo XVI mientras Sidcay ha sido sólo un anexo que recién en 1788 se le reconoce el rango de parroquia (AGI, Quito, Gob, 460), y donde la diferencia sustancial está dada por la larga continuidad de los señores étnicos y la elite de Gualaceo que logra conservar un 22% de su población originaria, mientras en Sidcay sus autoridades indígenas son débiles, de escaso poder económico, y sus originarios sólo alcanzan al 7% a fines del siglo XVIII.

En el caso de la parroquia de Gualaceo la exclusión de la elite indígena en el nuevo Cabildo Constitucional es completa. La colaboración de la elite indígena con el gobierno colonial en la represión a la sublevación de Quito, la posterior convocatoria general a la conformación del Cabildo Constitucional, la elección de los hacendados de la zona con la inclusión de algunos indígenas “baladíes” junto a la exclusión de los antiguos señores étnicos que ahora sólo son reconocidos como “ciudadanos” sin derechos especiales, está claramente marcada en la presentación de las autoridades indígenas de Gualaceo en 1813.

Don Francisco Senteno, Don Josef Mariano Zhunio, Don Julian Saquisela, Don Juan Manuel Saquisela, Don Cresanto Senteno y Don Juan Manuel Saquisela, en representación de los demás caciques y regidores del pueblo de Gualaceo y su Anejo de Chordeleg, le escriben una “instrucción” al “Abogado Protector” para que solicite una providencia que contenga los excesos que han experimentado por parte de los nuevos Alcaldes Constitucionales. Según denuncian, estos no los han citado al acto electoral donde han elegido los nuevos alcaldes que ahora ya no son indígenas sino hacendados, nuevos ciudadanos, con una nueva vecindad dentro de la zona rural. Estos les niegan los asientos tradicionales en la iglesia, sus lugares en las fiestas y cometen abusos contra todos los indígenas. Los antiguos señores escriben solicitando se respete a su carácter de “...oriundos, nativos, feligreces y Caciques Principales Primogenitos de dicho Pueblo...”

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protegidos por "...nuestro Rey y Señor Natural...”, y mencionan que han defendido al "...soberano legislativo...” en el año de 1809.Su texto es el siguiente:

"... la savia Constitución de la Monarquía Nacional, solo conspira nuestra libertad... en esta virtud la hemos jurado de obedecerla en todas sus partes con ciega humildad, siempre que tan sagradas letras tengan su cumplido efecto, especialmente con nosotros, que desde los primitivos tiempos nos (ha?)llamos rencargados por nuestro Rey y Señor Natural... Que en las presentes circunstancias... el año 9 que por agosto se propucieron los insurrectos atacar esta Provincia, y sembrar sizañas nos propucimos voluntariamente a defender la justa causa... sin mas objeto que servir al soberano legislativo... Y que últimamente (las le?) yes reglamentarias que tratan aserca de la (formación de los?) Ayuntamientos de los Pueblos, solo conducen a... restringir el yugo de la esclavitud, opresion y demás males que nos afligian. Pero todo en vano porque en lugar de verificarse puntualmente tan piadosas intenciones se han au/mentado las opreciones, en extremos que se nos hacen como intolerables. Despues de no haver contado con nosotros para la formación de dicho ayuntamiento... ‘denegandonos nuestro dominio absoluto y la dependencia que debemos tener como, nativos, feligreces y Caciques Principales Primogenitos de dicho Pueblo...’ nos hallamos en la fuerza de desertar de nuestro pueblo, abandonar nuestra familias y retirarnos a otro...”

El Lic. Formaleo, Teniente de Gobernador, cuando le eleva la nota a la Audiencia identifica a los antiguos señores con las palabras que corresponden al nuevo sistema político. Él dice que dicha nota que proviene:

“... de varios ciudadanos españoles conocidos’ hasta poco ha con el nombre de indios los mas principales’ de aquel pueblo, y del de Chordeleg” (ANH/Q, i, 1813-17-VI- Gualaceo).

En el caso de la parroquia de Sidcay lo primero que se observa es que en 1813 ha desaparecido el antiguo cabildo indígena y que se han modificado todas las normas anteriores de procedimiento para el reconocimiento del cacique gobernador encargado de la recaudación del tributo. En lugar del antiguo cabildo indígena encontramos el nuevo Cabildo Constitucional cuya conformación es diferente al de Gualaceo, lo que nos permite percibir la incidencia de las situaciones de poder previas a la aplicación de estos cambios institucionales que se dan en las diversas parroquias.

Aquí la documentación localizada no es una queja por la exclusión de los caciques del cabildo sino que se origina en el

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conflicto por el cargo de cacique gobernador por parte de dos personas, una de ellas un cacique hereditario, de antiguo origen pero sumamente débil en sus recursos económicos tal como permite constatar la documentación testamentaria que presenta. El otro dato interesante de remarcar es que ambos contendientes al cargo aducen en su favor la colaboración con el ejército en la expedición a Quito y que, en el desorden de esos años, ambos han logrado el título de gobernador de indígenas de idéntico pueblo. En el conflicto se observa que el cacique hereditario ha logrado el apoyo del Cabildo Constitucional de Sidcay y que el otro candidato obtuvo el de los funcionarios provinciales residentes de la ciudad de Cuenca.

El hecho de que el nuevo cabildo no acate la orden de leer la proclama del candidato apoyado por el Teniente Gral. y Juez de Letras “en doctrina”, sino que decida presentar el problema ante “cabildo público”, nos permite conocer un acta de donde se puede inferir su conformación:

“En el pueblo de la Concepción de Sidcay... hallandose juntos y congregados en la casa destinada por ahora para los asuntos que se deben tratar en este cabildo y Ayuntamiento, los Sres. que lo componen a saber Don A.Pesantes, Don Xavier Benavidez Alcaldes Constitucionales; Don Juan Hermida, Dn A. Beintimilla, Don Ignacio Pesantes, Don Mariano Castro, Don Lucas Sinchi, Don Miguel Sinchi, Dn Manuel Paucar, Don Manuel Quito, Don Ignacio Siavichar y Don Francisco Basques Regidores; Don Manuel Ortega, Don Manuel Vidal Procuradores síndicos” (Sidcay, 1813, 4-IX- Acta del Ayuntamiento. ANH/Q ,Cac., C.1, f.22.)

Según deducimos por los nombres y apellidos mencionados, a diferencia de Gualaceo, en este pueblo se ha integrado un cabildo con blancos e indios, donde de los 12 miembros que son alcaldes y regidores tenemos 6 blancos y 6 indios, aunque se marque claramente la preeminencia de los blancos que ocupan los cargos de alcaldes de primer y segundo voto y los principales puestos de regidores. Podemos inferir aquí la existencia de un poder étnico más débil que el de Gualaceo, con menos conflictos con los blancos, quizá con mayores relaciones de colaboración y sometimiento, lo que explicaría que en este momento se dé una sólida conformación de un poder local parroquial que permite el enfrentamiento con el Teniente provincial, residente en la ciudad.

Estos dos casos, de Gualaceo y Sidcay, nos permiten observar el inicio del proceso de “ciudadanización” de la población india,

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blanca y mestiza; sus consecuencias diversas en lo que hace a la conformación del poder local a nivel de “pueblo” y su expresión en la composición social del Cabildo Constitucional, donde la misma está dependiendo del tipo de conflictos existentes anteriormente.

De señores étnicos a ciudadanos “funcionarios”

Otras modificaciones no parecen ofrecer diferenciaciones locales. La pérdida de los fueros protectores especiales de los caciques hereditarios junto al derecho de los caciques y los alcaldes a ejercer la jurisdicción criminal y civil de menor cuantía y el traslado de dichas atribuciones al nuevo Cabildo Constitucional, se observa tanto en Gualaceo como en Sidcay permitiéndonos pensar que estamos frente a una modificación de orden general.

Este problema corresponde situarlo alrededor de las atribuciones de los caciques gobernadores y las transformaciones que sufre su cargo, las que realmente se inician con las Reformas Borbónicas antes que con las Cortes. Hasta el último cuarto del siglo XVIII el sistema de gobierno indígena de los pueblos estaba centrado en el cacique hereditario y un grupo de principales que, como ya mencionamos antes, habían logrado obtener el reconocimiento a sus fueros de “hijosdalgos” que les permitía acceder a la jurisdicción de la Audiencia y quedar fuera del control de las autoridades locales entre otras prebendas. Aparte de esto, ante la ausencia física de funcionarios de base del estado,5 estas autoridades indígenas funcionaban en el papel de auxiliares del Corregidor en el área rural, cumpliendo también las habituales obligaciones de recaudación del tributo y de distribución de las distintas obligaciones de servicios personales a las que están sujetos los indios comunes. Cabe señalar la existencia de un grupo de elite indígena en cada pueblo, entrelazada por relaciones de parentesco, formado tanto por originarios como por forasteros pero con clara preeminencia de los primeros.

Durante las Reformas Borbónicas en Cuenca se da un claro proceso de incremento de la presencia del estado colonial que en general tiende a recuperar atribuciones que habían sido ocupadas por 5 Cuenca, zona habitada por cerca de 80.000 personas, no tiene Corregidores de Indios ni Jueces de Desagravios como los que existen en el norte de la Audiencia; sólo hay un “Corregidor de españoles” -cuyo sueldo es pagado por la Real Hacienda- y un Teniente como auxiliar.

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los distintos grupos locales.6 Respecto a las autoridades indígenas de los pueblos la política borbónica avanza más aún. Las medidas de mayor importancia serán la designación de varios funcionarios residentes en la zona rural con el nombramiento de algunos Tenientes o funcionarios subalternos de la nueva Administración de Tributos, la exigencia del cumplimiento de formalidades legales para el reconocimiento de los derechos de “hidalguías” de los caciques (Palomeque, 1997), y la paulatina transformación del cacique gobernador recaudador de tributos en un funcionario del estado sujeto al pago de salario.7 En 1789 se dictan las provisiones del Virreinato, que serán refrendadas por otras similares de la Real Audiencia de Quito en 10 de octubre de 1801, donde se dispone que los “gobernadores de indígenas”, “cobradores de tributos”, “capitanes de indios” o “capitanes gobernadores cobradores de los reales tributos” deben provenir de una terna propuesta por la Administración de Tributos, “por el conocimiento que tiene de los sujetos”, de la cual el Gobernador español elegirá aquel a ser designado, el que será perpetuo en su cargo salvo en el caso de cargos graves. (ANH/Q, Cac., C.1. Exp.17)

Cuando en Cuenca comienzan a aplicarse las disposiciones de las Cortes de Cádiz la situación legal de los gobernadores de indígenas queda sumamente difusa en tanto desaparece formalmente la jurisdicción civil y criminal que venían ejerciendo sobre sus indios sujetos. Esto se nota claramente en el caso del conflicto de Sidcay donde la Audiencia residente en Cuenca debe resolver el conflicto entre los dos postulantes al cargo de gobernador de indígenas y para ello solicita informe al Fiscal y al Teniente y Juez de Letras. Ambas exposiciones nos permiten constatar la nueva situación en la que han quedado los antiguos caciques, luego de las reformas borbónicas y con el nuevo sistema de gobierno basado en la ciudadanía.

6 En esta Gobernación Intendencia es muy importante la presencia—persistente por largos años—del Gobernador Vallejo cuyas características personales imprimen un sello particular a las reformas en esta jurisdicción. Con sus políticas no sólo interferirá y controlará el poder de las autoridades indígenas sino también el de los hacendados y curas (PALOMEQUE, 1997).7 En la cuenta de tributos de 1788, cobrados en 1790, comienzan a registrarse como “data” los 12 ó 15 pesos pagados al gobernador de cada pueblo en “virtud de señalamiento del Presidente por auto del 12 de diciembre de 1790”. (AGI, Quito, Gob., 460).

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El abogado fiscal es muy claro sobre que las leyes vigentes no consideran la posibilidad de existencia de esos funcionarios, ni la diferencia de los mismos respecto al resto de la población en tanto todos son ciudadanos.

"..que empleos de gobernadores de indios parece que han cesado ya en todos los pueblos, respecto de que ni nuestra constitución politica ni la ley reglamentaria hacen mencion a ellos directa ni indirectamente cuando hablan de los Jefes, Tribunales, Magistrados y demas funcionarios entre quienes se distribuyen la jurisdiccion y atribuciones de los repectivos poderes en todos los ramos de gobierno, de justicia, de economía y policía que abraza la administración publica, en cuya desinacion estan incluidas las facultades que las leyes municipales concedian a los gobernadores de indios. A lo que se agrega que estos son ya unos cuidadanos que gozan de los mismos derechos esenciones y libertades que poseen los demas españoles con quienes estan anivelados por una perfecta igualdad. Y no existiendo esta clase de empleos, no puede por consiguiente tener lugar la reposición. Victor Felix de San Miguel." (ANH/Q, Cac., C.1., Exp.17 f.27v. 1813-9-XI.)

A pesar de esto, el Teniente y Juez de Letras no sólo reconoce la necesidad de su existencia y la necesidad de su colaboración mientras persista el cobro del tributo, sino que también reafirma lo que será la futura forma institucional para reconocer a estos funcionarios indígenas.

"... El nombramiento de los capitanes o gobernadores de indios, como que su principal ocupacion es la de hacer y auxiliar la cobranza de los tributos publicos, corresponde por practica y repetidas superiores providencias a los Jefes de la Hacienda Nacional, y en el concepto de estar yo exerciendo de tal en esta provincia ..” (informa que ha tomado la decisión de designar a uno de los candidatos en pugna) (idem, 1813-26-XI, f.27)

Esta posición del Juez de Letras implica inmediatamente el conflicto con el otro poder recientemente constituido a nivel del pueblo en lugar del antiguo cabildo indígena: el Cabildo Constitucional del Pueblo de Sidcay, regido por la ley del 9 de octubre de 1812, que mencionábamos en páginas anteriores. Su Alcalde de primer voto, en vez de leer la proclama en la “doctrina pública” como se le ordena, lo hace ante el primer “cabildo público”. Este Cabildo, al defender al cacique de sangre frente al otro postulante, plantean que el gobernador indígena no sólo tiene funciones económicas sino de gobierno y

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política,8 y que por lo tanto el problema no es de injerencia del Teniente sino del Cabildo Constitucional según sus atribuciones.

Aparentemente el nuevo Cabildo Constitucional es un conocedor de la situación local existente y, obviamente, sin interés en su modificación. El hecho de que ambos contendientes al cargo sean capaces y aptos para la Administración de Tributos,9 que el Cabildo reconozca sólo al cacique hereditario—Don Francisco Quinde- y el Juez de Letras al otro gobernador—Don Mariano Morales- hace que se llegue a una división del poder del cacicazgo que nos permita observar la imbricación de funciones y responsabilidades del cargo. En el año siguiente, el 4 de enero de 1814, Don Mariano remite una nota donde resume la situación en los siguientes términos:

"... que habian dos gobernadores, uno para administrar justicia, ... por Quinde, y el otro solo para cobrar tributos, por Morales, que a este ninguno le obedece ni da los efectos comestibles que pida aunque diga que es para los señores oidores, que mirandolo con desprecio, caso de querer exercer su autoridad le quiten la vida a palos los indios...”10

Es decir que si bien hay varios elementos cruzados en el poder del miembro de la elite indígena que le permiten ser reconocido como el personaje capaz de la consecución del tributo y de los otros servicios y bienes para la sociedad blanca, dentro de ellos es fundamental el mantenimiento de la jurisdicción criminal y civil sobre

8 El título de gobernador que expide la Audiencia en noviembre del año 1812 conserva todas las atribuciones criminales y civiles de menor cuantía, habituales en el siglo XVIII."... mandando se les premie.... con el empleo de gobernador de naturales del pueblo de Sidcay... libro el presente titulo... para que lo use y exersa por el tiempo que fuera voluntad de este gobierno, y ‘trayendo bara alta de justicia lo administrara a los indios naturales de dicho pueblo... causas civiles y criminales hasta en cantidad de 3 pesos, breve y sumariamente, y en las de muertes, robos, amancebamientos y otros delitos de gravedad, dara cuenta al gobierno o a los alcaldes ordinarios de la ciudad…’ ” (que proteja a pobres, que indios paguen tributo a administrador de tributos, etc.) " ‘... ordeno al Administrador Principal de Tributos, sus cobradores, casiques y principales mandones, no le pongan.. impedimento... y hagan con el las cartas cuentas de los tributos...’.” (ANH/Q, Cac.,C.1, Exp. 17, f.6).9 Esto lo expresa el Administrador de Tributos durante el juicio; en su concepto, es suficiente que ambos sean capaces en términos administrativos. En la documentación se constata que ambos contendientes escriben correctamente en español.10 El expediente judicial sólo nos permite conocer que hasta fines de 1814 la disputa de poderes continúa planteada, y que la misma no se soluciona ni con el fallecimiento de Don F.Quinde en tanto el Cabildo designa a su heredero.

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los indios a ellos sujetos. Don Mariano, que no tiene estas atribuciones, corre el riesgo que los indios “le quiten la vida a palos” si funciona como recaudador. El nuevo sistema político, ideado para el gobierno de una sociedad compuesta por ciudadanos -que es el expresado en los términos del Fiscal de la Audiencia antes citado- desconoce los antiguos derechos señoriales que seguían teniendo los caciques hereditarios y gobernadores sobre sus indios, y asigna dichas atribuciones a los nuevos funcionarios.

En síntesis, en términos legales, sumado a la disolución del cabildo indígena y el de las jurisdicciones específicas en la aplicación de justicia por parte de sus alcaldes, también se les recortan las mismas a los antiguos caciques gobernadores. Ambas medidas suponen la existencia de una sociedad indígena donde los miembros de su elite no sean necesarios para su gobierno ni para la exacción de tributos lo cual, ya sabemos, aún no se ha conformado en esta zona de los andes.

Cabildo Indígena vs. Cabildos Pequeños

Si bien desconocemos el período preciso de persistencia de los Cabildos Constitucionales, si podemos observar que durante la Gran Colombia ya no existen y que se creado otra forma distinta para dar continuidad al sistema de poderes locales diversos para blancos e indígenas de la zona rural: los Municipios Cantonales serán el espacio de representación y poder de los hacendados y de la población blanca y mestiza en general, y los “pequeños cabildos” serán el espacio de los indígenas.

Por todo lo que venimos exponiendo es una grave equivocación equiparar el poder y la jurisdicción de este “pequeño cabildo” con el del antiguo “cabildo indígena”. El decreto de Bolívar del 15 de octubre de 1828 estableciendo la Contribución Personal de Indígenas (Freile, 1994: 30ss.) es sumamente claro al respecto. Allí consta que “se conservarán los pequeños cabildos i empleados que han tenido las parroquias de indígenas ‘para su régimen puramente económico’” (art. 18), aunque posteriormente agregue que las “obligaciones de los empleados” serán celar la conducta en sus “subordinados” a fin de evitar borracheras, avisar de fugados y ausentes, influenciar y auxiliar a los funcionarios en la recaudación de

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la contribución de indígenas, auxiliar al cura, etc. Es decir, un conjunto de ambigüedades pero donde queda claro que las autoridades indígenas siguen con atribuciones de gobierno sobre los indios comunes—sus subordinados—y que continúan controlando su desplazamiento y evitando borracheras. Los elementos nuevos, que desdibujan la imagen de continuidad, son aquellos que nos marcan que ahora los cabildos sólo se justifican legalmente dentro del “régimen económico”, es decir dentro del ámbito del Ministerio de Hacienda, y sus autoridades son "empleados" del estado con la función de auxiliar en la recaudación del tributo sin que se mencione la responsabilidad sobre su entero.

Pero, sobre todo, al comparar el Cabildo Indígena con el Pequeño Cabildo tenemos que considerar que ya no estamos frente a los ocho importantes cabildos indígenas del área rural de la jurisdicción de Cuenca, con sus múltiples anejos, sus escasos curas y ningún funcionario estatal residiendo en el área rural, con fuerte presencia de la elite indígena como los que existían antes de las reformas borbónicas. Ahora no sólo tendrán sobre ellos al Municipio Cantonal, sus tenientes políticos y demás funcionarios. En los primeros años del período republicano las antiguas 8 parroquias ya se han subdivido en 33, y será cada vez menor el número de indígenas que abarcará su jurisdicción.11

La jurisdicción civil y criminal de los recaudadores indígenas sobre sus indios sujetos nunca será mencionada en la documentación republicana en tanto la misma es una atribución de las instituciones judiciales. En estos años, esta atribución tan necesaria para poder cobrar el tributo tomará otra forma: será la de "jurisdicción coactiva" contra los deudores la forma institucional de su reconocimiento (1846, septiembre 4, “El Nacional”).

De “originarios y forasteros” a “libres y conciertos”

El otro problema al que le hemos prestado escasa atención es al hecho de que no sólo la división en las dos repúblicas, los cabildos indígenas, los fueros de los caciques y la elite indígena estaban 11 En 1837 hacen la cuenta de cuántos Códigos Penales hacen falta en la provincia e informan que en ella hay 3 cantones y 33 parroquias, que las capitales tienen sus alcaldes municipales, y que en ellas y en las parroquias hay también tenientes pedáneos. (1837, setiembre 27, ANH/Q, Com.).

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vinculados al sistema de gobierno colonial con formas señoriales y de vasallaje. También dentro de este sistema tenemos que incluir la división entre originarios y forasteros con sus diferentes obligaciones tributarias y derecho a las tierras comunales y, obviamente, este es otro de los elementos que se modificará con la imposición del nuevo sistema político.

Para comprender la importancia de los cambios a este nivel hay que recuperar primero los distintos tipos de población residente en el área rural, y su división en distintas castas y categorías tributarias. El siguiente cuadro 1 muestra los distintos tipos de indígenas que ocupan las tierras comunales de las parcialidades del pueblo de Guacales y de su Anejo Sigsig.Es decir que dentro de cada pueblo coexisten diversas parcialidades, cada una con sus respectivas tierras comunales ocupadas no sólo por los originarios sino también por los forasteros lo que, como se observa en el cuadro, pueden ser tanto oriundos forasteros propiamente dichos o también originarios de otras parcialidades que se hallan fuera de su lugar de origen. Ambos grupos, forasteros y originarios, son gobernados por los miembros de la elite indígena que son los caciques y los miembros del cabildo (Palomeque, 1996).

Esta situación no es particular del pueblo de Gualaceo. Con la información de la Administración de Tributos hemos podido conformar el cuadro general de originarios y forasteros de la provincia para el año 1791, en el que podemos ver la importante presencia de forasteros que en todos los pueblos alcanzan a ser el 80% de la población indígena y las múltiples diferencias en el total anual que deben pagar como tributo a las Reales Cajas.

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En el cuadro 2 se identifican como “Gruesa” todos los originarios y forasteros que desde antiguo pagan sus tasas a la Administración de Tributos de Cuenca, los que pagan 5 pesos y 7 reales de tributo cuando son originarios y 3 pesos los que son forasteros. Como “Provincias” se agrupan a los indios originarios y forasteros de otras provincias. Los originarios de Riobamba pagan 5p4, los de Chimbo 6p3, los de Suñomacas 4p5 y los de Alausí 5p7, al igual que los de Cuenca. Los forasteros de Riobamba pagan 3p, los de

Alausi 3p2, Lictos 3p2 y Sigchos 3p3. (AGI, Quito, Gobierno, 460). De los resultados de investigaciones anteriores se desprende que la elite indígena que gobernaba los pueblos de indios llegaba a acuerdos diversos con los forasteros, entre los cuales se encontraba el arriendo de tierras comunales, y que estos eran parte de los mecanismos a través de los cuales lograban enfrentar con relativo éxito las obligaciones tributarias a las que estaba sujeto su pueblo, que

Cuadro 1

Diferente tipos de unidades asentadas dentro de las tierras de las parcialidades.

Parcia-lidades

Quintos originarios

Quintos de otra parcia-

lidad

Total de

quintos

Forasteros sin observaciones

Forasteros de otra parcia-

lidad

Total de Forasteros

Total general

Elite Comunes Elite Comunes

Pueblo de Gualaceo

37 115 38 190 5 232 232 469 659

Ragdeleg 11 11 1 23 0 5 3 8 31

Chordeleg 24 38 14 76 9 108 18 135 211

Toctesi 20 40 32 92 1 53 16 70 162

TOTAL 92 204 85 381 15 398 269 682 1063

Anejo de Sigsig

Duma 6 43 2 51 4 100 3 107 158

Burin 14 25 0 39 0 77 1 78 117

TOTAL 20 68 2 90 4 177 4 185 275

Fuente: ANH/SA,L.Num.,1778.

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permanentemente sufría el éxodo de los indios comunes originarios obligados a prestar mita (Tyrer, 1988: 249, Powers, 1994: 190ss).

Como nuestro interés es diferenciar a aquellos originarios que frente al estado tienen la obligación de entregar mita y el derecho al acceso a tierra de comunidad, de los forasteros que no tienen esos derechos ni obligaciones y sólo deben abonar el tributo, en la síntesis del cuadro hemos agrupado por un lado los originarios de Cuenca y como forasteros a todo el resto. Este agrupamiento es el que nos permite afirmar que el conjunto de forasteros alcanza al 80% del total.

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LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO

Cuadro 2

Categorías de Indígenas Tributarios. Cuenca, 1790

Parroquias “Gruesa” “Provincias” Sintesis

Originarios Forasteros Originarios ForasterosOrigina-rios de “Gruesa”

Forasteros

1 Total

# % # % # %

Baños 67 9415 Pcia 2 Rbba

11 Rbba. 67 35 122 65 189 100

Cumbe 118 12311 Rbba.2 Siccho

118 46 136 54 254 100

Giron 98 198 33 Rbba.10 Rbba.1 Siccho

98 29 242 71 340 100

Cañaribamba 51 91 1 Rbba. 51 36 92 64 143 100Pucara 30 73 30 29 73 71 103 100Oña 88 101 9 Rbba 2 Rbba. 88 44 112 56 200 100Nabon 69 111 15 Pcia 22 Rbba. 69 32 148 68 217 100

S.Bartolome 243 4235 Pcia1 Rbba.1 S.Andres

4 Pcia13 Rbba.

243 35 447 65 690 100

Paccha 113 246 1 Rbba. 113 31 247 69 360 100

Jadan 35 256 2 S.Andres1 Rbba.2 Sicchos

35 12 261 88 296 100

Sigsig 64 109 3 Rbba. 64 36 112 64 176 100

Gualaceo 163 48916 Pcia10 Rbba.6 Chimbo

53 Rbba.5 Lata-cunga

163 22 579 78 742 100

Guachapala 57 74 4 Rbba. 7 Rbba. 57 40 85 60 142 100

80 2484 Pcia1 Rbba.

10 Rbba.7 Sicchos.

80 23 77 350 100

251 112929 Pcia17 Rbba.31Suñamaca

55 Rbba.214 Pcia. 33 Sicchos.

251 14 86 1759 100

Cañar 152 411

75 Pcia.31 Rbba.22 Chimbo5 Suñamaca

39 Pcia87 Lictos60 Rbba3 Sicchos.

152 17 733 83 885 100

Aquí hemos agrupado a todos aquellos que no son originarios de Cuenca, es decir a los forasteros de “Gruesa” y a los originarios y forasteros “otra provincia”.

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La primera medida donde comienza a equipararse la situación de originarios y forasteros comienza con la resolución de las Cortes sobre la supresión de la mita a la que estaban obligados los originarios y que, según la normativa vigente en la Audiencia de Quito, era la que permitía el acceso a tierras de comunidad.12 Si bien las Cortes tienen la 12 En la Audiencia de Quito hasta el protector de indígenas Dr. Carrión, en 1745, sostiene que las tierras de comunidad “... son de naturaleza inalienables...ni aun de consentimiento de toda la parcialidad entera y la razon es, porque ni tampoco en ella reside el dominio de dichas tierras sino solo la administracion y usufructo... ‘en compensacion honerosa de las mitas que han de servir...’ carecen de dominio sobre ellas el cual reside solamente en V.Real Fisco y para usar de ellas cuando desierten por el derecho de reversion, conferiendole a la parcialidad y sus descendientes... la administracion y usufructo con cargo de servir las mitas por atender al util publico” (ANH/Q, Cac., C1, Exp. 15). Cabe señalar que nos queda pendiente el problema de porqué el protector de indígenas en la R.A. de Quito relaciona tan directamente la mita con el acceso a tierras comunales mientras la documentación de la R.A. de Charcas le permite sostener a T. PLATT que “...Durante la Colonia, la corona española había

Cont.

Parroquias “Gruesa” “Provincias” Sintesis

Originarios Forasteros Originarios ForasterosOrigina-rios de “Gruesa”

Forasteros

2 Total

# % # % # %

Deleg 69 16816 Pcia6 Rbba.11 Sicchos

69 26 201 74 270 100

Sidcay 59 684 105 Pcia11 Pcia10 Rbba.11 Sicchos.

59 7 821 93 880 100

S.Sebastian 124 702

38 Pcia2 Rbba.3 Loja7 Guano.

43 Pcia37 Rbba.8 Sicchos3 Quito

124 13 843 87 967 100

S.Blas 190 1189 40 Pcia36 Pcia30 Rbba.10 Sicchos.

190 13 1305 87 1495 100

Total 2121 6919 5303 8864 2121 20 8337 80 10456 100

2 Aquí hemos agrupado a todos aquellos que no son originarios de Cuenca, es decir a los forasteros de “Gruesa” y a los originarios y forasteros “otra provincia”.3 Son: 343 Pcia., 110 Rbba., 3 S.Andres, 28 Chimbo, 36 Suñamaca, 3 Loja, 7 Guano.4 Son: 363 Pcia., 343 Rbba., 88 Siccho, 5 Latacunga, 87 Lictos y 3 Quito.

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intención de relacionar la suspensión de la mita con la distribución de las tierras, no tenemos ninguna referencia de que ello se haya hecho efectivo en Cuenca, mientras observamos que sigue vigente la suspensión de la mita luego de la restauración de Fernando VII.

Es durante la Gran Colombia donde aparentemente se dan los cambios a este nivel. En términos generales la historia del tributo indígena en la Gran Colombia la reseña Sánchez Albornoz (1978: 190-91-3) señalando que en 1821 el Congreso de Cúcuta vota la ley suspendiendo su pago y que Sucre en Ecuador extendió su alcance a este territorio. La efectividad de la ley fue limitada porque Bolívar, en uso de sus facultades extraordinarias, suspende su aplicación. En 1824 un decreto de Santander ordena continuar con la recaudación del tributo mientras durara la lucha y lo mantuvo hasta enero de 1826. Bolívar, en Chuquisaca, lo suprime el 22 de diciembre de 1825 y el 15 de octubre de 1828 lo reimplanta.

En 1822 en Cuenca ya comienza a aplicarse la ley de Sucre sobre el tributo.

“...Los indios seran considerados en adelante como ciudadanos de Colombia y los tributos que hacian la carga mas pesada y degradante a esta parte desgraciada de la América, quedan abolidos” (1822, marzo 10, Decreto de Antonio Jose de Sucre. ANH/SA, Exp. 1156).

Es notable como inmediatamente se registra el inicio del proceso de distribución de tierras y la resistencia esperable. En una nota se informa que en Sidcay se ha presentado resistencia al “medidor comicionado” cuando este se presentó a ver las tierras, y que se intentará hacerles comprender a los indios lo benéfico de la medida y la ventaja de la propiedad directa con relación a la tenencia precaria que tienen. (ANH/SA, Exp-453).

Este proceso se suspende por la reimplantación del tributo, pero se reinicia en 1825 cuando su cobro se suspende nuevamente y entran en vigencia un conjunto de normas comprendidas dentro del concepto vigente de ciudadanía.

Es interesante observar que junto a la suspensión del cobro del tributo, al mismo tiempo, reaparecen en los documentos las

mantenido la convergencia entre ‘impuesto’ y ‘renta’, característica del Estado Inca. Los indios pagaban el tributo o tasa a la corona, en cuanto ésta gozaba de un derecho eminente sobre la tierra; pero lo consideraban parte de lo que llamaremos un ‘pacto de reciprocidad’ que les garantizaba el acceso seguro a sus tierras...” (Platt, 1982: 40).

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discusiones sobre forma de distribución de las tierras comunales que ahora pasan a denominarse de “resguardos” (ANH/SA, F. Ad., Lib. Cop. n° 14, f.41 v.) y se intenta organizar un sistema donde todos los grupos sociales contribuyan en forma igualitaria para el mantenimiento del estado. En estos años se comienza a cobrar la “capitación” de tres pesos a toda la población con resistencia de blancos y mestizos pero no de los indígenas (ANH/SA, exp.1037) y se reglamenta el “trabajo subsidiario” para la composición de caminos donde “todos” deben aportar cuatro días de trabajo. Para este período nosotros localizamos el primer caso donde un Alcalde del Municipio Cantonal interviene en una disputa entre indígenas sobre la distribución de tierras comunales (ANH/SA, exp.1174) y vemos que los indios participan como soldados del ejército y que pagan derechos municipales y alcabalas al igual que el resto de la población.

Luego, con la reimplantación del tributo indígena en 1828, finalmente se dictan las normas generales que seguirán vigentes hasta fines de la década del 50. Allí nuevamente se abandona el proyecto general de ciudadanización de los indígenas al volver a implantar el pago del tributo, la situación de minoridad, y las excepciones del ejército, alcabalas, derechos parroquiales, etc. Si bien estas medidas de 1828 implican una continuidad en el tratamiento diferencial para la población indígena con relación a blancos y mestizos, estimamos que en cambio sí destruyen el sistema colonial de segmentación de la población indígena en distintos grupos y homogeneizan la situación de todos los miembros de la misma organizando un sistema de gobierno con fuerte injerencia de los funcionarios estatales.

El primer elemento de homogeneización es que el tributo exigido es de orden común: pagarán 3 pesos 4 reales13 todos los indígenas varones adultos, sin hacer ninguna distinción entre originarios y forasteros. Esto, más la supresión en 1812 de la mita obligada a los originarios, desde la perspectiva del estado deja a todos los indígenas frente a las mismas obligaciones tributarias. El otro elemento homogeneizador es el acceso a la tierra. Al respecto creemos necesario remarcar que si bien hace años que sabemos que en el período colonial el acceso a la tierra comunal es un derecho de los

13 Recordar que páginas atrás mencionábamos que los originarios pagaban más de 5 pesos y los forasteros 3 pesos aproximadamente. Es interesante observar que la recaudación fiscal global no se modifica mayormente.

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indios originarios, y que su tenencia por parte de los forasteros implicaba un conjunto de contraprestaciones entre ambos grupos reguladas por la elite étnica, nunca hemos prestado mayor atención al hecho de que durante la república “desaparece” ese tipo de accesos diferenciales a la tierra, al menos desde la normativa estatal. En el catastro de propiedades rústicas de 1835/6 de Cuenca, donde se diferencian las tierras de indígenas de las de los blancos y las privadas de las comunales, no consta ningún tipo de mención a indios originarios ni a forasteros ni a indios sin acceso a la tierra (Palomeque,1989:131ss). Más bien, cuando uno relaciona el número de parcelas con el de unidades domésticas, se encuentra con que la mayor parte de la población tiene acceso a la tierra.

Tampoco en otras normativas el nuevo estado vuelve a mencionar la diferenciación entre originarios y forasteros, ahora sus categorías diferenciales serán las de “libres” y “conciertos”, mientras que expedientes de gobierno ocasionales nos muestran que se asigna tierras comunales a indígenas sin tierras que las solicitan y que las logran pero ya no de manos de las antiguas autoridades étnicas sino por la autorización de los nuevos funcionarios de base del estado.

Qué incidencia puede haber tenido este proceso en las relaciones de poder que se dan dentro del mundo indígena es algo que desconocemos totalmente. Eso sí, creemos que es importante remarcar el problema en tanto existe la posibilidad de que en estos años haya existido algo similar a una “reforma agraria”.

Reflexiones finales.

Para hacer un cierre transitorio de los problemas planteados, debemos partir de las características principales del sistema político de dominación colonial de las “dos repúblicas” impuesto con éxito a fines del siglo XVI pero en el cual no se previeron todas las transformaciones futuras. Durante el período toledano se “reduce” a la población rural indígena “originaria” en pueblos de indios gobernados por sus antiguos señores étnicos y el nuevo cabildo indígena organizado para debilitarlos, bajo la supervisión e injerencia del cura y del corregidor, como forma de preservar a la sociedad indígena que debía subsidiar con sus tributos y flujos de mitayos a la economía española (Assadourian, 1979, 1987) que, en la región rural de Cuenca,

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estaba representada por las incipientes empresas agrarias algunas de las cuales luego devendrían en haciendas. En este sistema, el espacio de representatividad del conquistador o colono español se situaba en el Cabildo de la villa o ciudad y en el Cabildo Indígena de localización rural estaba el de los señores étnicos o autoridades capitulares indígenas que, en los años venideros, lograrán mantener sólo parte de sus derechos como señores naturales a través de la obtención de fueros señoriales occidentales como el de “fijosdalgos” que en algo los protegían de la ofensiva de los poderes locales, mientras se iba debilitando la economía indígena y creciendo la de las fincas y haciendas de los colonizadores.

Este sistema no previó adecuaciones para las transformaciones que originaría como fueron el movimiento de resistencia de los indios comunes que paulatinamente se fueron forasterizando al abandonar sus pueblos de origen para no entregar trabajo mitayo, ni el crecimiento de la población, ni el proceso de mestizaje, ni el gran poder que tomarían los hacendados sobre la población indígena que sujetaban por deudas y que habitaba en los crecientes territorios de su propiedad, en un espacio rural donde las autoridades indígenas no tenían atribuciones para imponer la real justicia sobre blancos y mestizos y con escasos funcionarios estatales blancos que residían lejos, en el espacio urbano.

Si bien durante el período borbónico se dio una mayor injerencia de los funcionarios del estado en el control político de la sociedad rural esto se hace sin modificar las bases que lo sustentan; las primeras medidas que cambian elementos centrales del sistema político colonial serán las disposiciones “ciudadanizadoras” tomadas por las Cortes. Esto ocurrirá al reconocerle a los blancos y mestizos un espacio de representación en su lugar de residencia rural, con lo cual desaparecerán los antiguos Cabildos Indígenas que son reemplazados por los nuevos Cabildos Constitucionales donde el poder económico de los hacendados será reconocido como poder político y los antiguos señores étnicos perderán preeminencia o serán desplazados. En un mismo movimiento se hace desaparecer los antiguos fueros de hidalguías que protegían a los caciques y se les quita las atribuciones judiciales sobre los indios de sus pueblos que de ahora en más serán detentadas por los nuevos Cabildos Constitucionales, lo cual ocasiona una situación donde el estado comienza a enfrentar serias dificultades

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para la recaudación de tributos y el control de la población indígena y se ve obligado a generar nuevos mecanismos para solucionar este problema. Mientras tanto se sigue profundizando un proceso ya iniciado en el período borbónico, que continuará durante las Cortes, la Gran Colombia y la República, por el cual se amplía la presencia de los funcionarios estatales en el área rural mientras esto se entrecruza con la solución al problema de la recaudación tributaria y el control de la población indígena que consiste en designar como funcionarios de base del estado a las antiguas autoridades de indígenas y en crear el pobre remedo de los antiguos cabildos indígenas que son los cabildos pequeños.

A pesar de los vaivenes de la guerra y los distintos grupos gobernantes, también se consolidará el proceso iniciado durante el período de las Cortes por el cual se comienza a homogeneizar la situación de los indígenas originarios y forasteros frente al estado y que, dentro de lo que conocemos hasta ahora, ocasionará la distribución de tierras a los forasteros que no se había podido realizar durante el período colonial. Este es el otro punto donde se desestructura el antiguo sistema toledano que sólo autorizaba el derecho de acceso a la tierra a los indios originarios. La fuerte presencia hacendataria en el nuevo estado poscolonial se notará cuando se reconozca la nueva diferenciación de los indios entre “libres” o “conciertos” donde el corte estará dado por el simple elemento económico de la deuda.

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¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL?

La Campesinización del IndioROSSANA BARRAGÁN*

En Bolivia suele afirmarse que los indios se transformaron en campesinos por decreto a partir de la Revolución Nacional. Implícitamente se critica un simple cambio de nombre, el desconocimiento de un problema étnico y/o nacional, y la pervivencia de actitudes racistas encubiertas en el nuevo término. Grieshaber mostró, sin embargo, que el término campesino se introdujo entre 1900 y 1950, llegando a ser sinónimo de indio, lo que supuso, paralelamente, una definición mucho más amplia de indígena (1985: 54-56). La pregunta pendiente es cómo se llegó a conceptualizar al indígena como todo habitante del campo cuando un siglo antes, en 1846, el “campo” no se restringía a lo indígena (Dalence 1975). Nuestro interés es explorar el proceso que condujo a esa ecuación, analizando por qué lo indígena no se asocia en general a lo urbano en un país donde no hubo grandes inmigraciones desde el período colonial.

La ecuación indígena=campesino supone también una división del espacio. Es en este ámbito que inscribimos nuestra reflexión: ¿Qué era lo urbano y cómo se lo definía? ¿Cuándo se hace común el término comunidades, y a qué realidades hacía referencia? ¿Qué era ser indígena y cómo se definía lo indígena?

* Docente de la Universidad Mayor de San Andrés y de la Universidad de la Cordillera. La Paz.

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Sostendremos, primero, que el espacio rural y urbano se encontraban articulados de tal manera que el eje divisorio no pasaba—por lo menos, en primer lugar—por esa diferenciación, sino más bien por la definición de una esfera indígena y no indígena. En ambas esferas se encontraba lo rural y lo urbano: existían pueblos de indios y pueblos de españoles, ambos ligados al campo, y ciudades con parroquias indias y españolas que también extendían su jurisdicción a territorios rurales. Segundo, mostraremos que la categoría fiscal tributaria encubrió muy rápidamente una diversidad de situaciones convirtiéndose en una categoría homogeneizadora. Tercero, insistiremos que, como parte del poder del estado de categorizar y nombrar, existía al lado de la categoría fiscal, una visión del indio como categoría social, es decir como parte de una construcción sobre los estratos sociales. La perspectiva social fue la que terminó imponiéndose cuando la contribución indígena dejó de tener importancia económica para el estado, es decir, cuando la idea de lo indio se desligó de la fiscalidad y de los padrones o registros de la contribución.1 Consecuentemente, la identificación del indio como campesino sólo pudo consolidarse después de la reforma agraria, cuando los terratenientes y hacendados abandonaron el campo. En la región occidental del país, área rural y urbana coincidían ahora con la diferenciación entre indígenas y no indígenas.

La división del espacio

Frecuentemente, se opone la ciudad y el área urbana con el campo y el área rural, una visión que proviene fundamentalmente del análisis del proceso de industrialización europeo.2 Para el caso colonial y republicano, esa oposición impide percibir su profunda articulación.3

La ciudad y lo urbano no estuvieron determinados exclusivamente por el criterio de densidad poblacional. La ciudad, más que un espacio

1 A partir de 1886, el tributo sólo representaba el 10% de los ingresos fiscales (GRIESHABER, 1985: 54).2 Para una síntesis y análisis sobre la teoría sobre la ciudad ver LEZAMA 1993.3 Las ordenanzas señalaban que el lugar donde debía fundarse la ciudad debía estar en un suelo fértil con abundancia de tierras para la agricultura (Cit. por HOBERMAN y SOCOLOW 1992: 8). Por otra parte, el ideal peninsular y mediterráneo de América Latina habría sido la ciudad como centro de las regiones rurales y la aristocracia terrateniente (MAURO 1972: 116).

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¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL?

geográfico fijo, era una concesión de la Corona que implicaba un conjunto de elementos, entre los cuales se debe mencionar, fundamentalmente, las instituciones que sostenían el ejercicio del poder.4 Además, la ciudad estaba articulada al área rural5 ya que la primera constituía la residencia principal de autoridades y terratenientes, mientras que la segunda era su vivienda secundaria pero igualmente necesaria. Al tratarse de sociedades fundamentalmente agrarias, era en el campo donde se situaban los principales medios de sobrevivencia y acumulación económica, y el escenario donde la sociedad urbana ejercía su poder.

Es importante precisar, también, una similitud entre ciudades (villas y pueblos de españoles) y pueblos de indios, ya que ambos mantenían una relación estructural similar con el área rural circundante: congregación y concentración tanto poblacional como de las principales autoridades. La iglesia y los edificios en la plaza constituían indudablemente los símbolos de ese poder al cual la población del contorno rural estaba sujeta, en cuanto espacio socializado y organizado desde el centro (Rasnake, 1989).Por consiguiente, es importante considerar lo urbano y rural como partes interrelacionadas, como un conjunto espacial compuesto de subespacios, de tal manera que lo rural debe pensarse en relación a un pivote urbano de la misma manera que todo eje y poder urbano debe pensarse también en relación a lo rural. Y aquí intervienen dos aspectos fundamentales: el establecimiento de la jerarquía entre los distintos elementos del espacio, descendiendo desde la ciudad virreinal en la cúspide del poder, y el establecimiento de la desigualdad jerárquica y la segregación al interior de cada uno de los elementos de ese espacio.

Distribuir, dividir, congregar y marcar el espacio fue, por tanto, una tarea inicial fundamental. El “profundo reordenamiento del suelo” (Sempat Assadourian, 1982) implicó entonces una reestructuración total: las tierras, además de ser consideradas de la

4 Estamos desarrollando una idea que la planteamos con Silvia Arze en 1988 (ARZE y BARRAGÁN 1988 No. 1: 11).5 Kingman ya había insistido en la necesidad de estudiar a las ciudades no separadas de su contorno rural (Cit. Por KINGMAN 1991: 26).

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Corona, fueron re-otorgadas—sólo en parte—a la población conquistada, de tal manera que todo el resto se encontraba liberado. Se tendrían entonces tierras en manos indígenas, y tierras bajo el dominio directo e indirecto de la Corona. Sin embargo, el reordenamiento estuvo lejos de ser un único momento fundacional, ya que se repitió frecuentemente a través de las composiciones y las revisitas, que aportaban además constantes ingresos para la Corona.

Un ejemplo permitirá ilustrar cómo se hacía una composición y entender mejor lo que se llamarían, primero, tierras de repartimiento y origen (asociadas frecuentemente a pueblos de indios y pueblos de reducciones)6 y, mucho después, comunidades indígenas o tierras de origen.7 El caso involucra a uno de los más importantes compositores de fines del siglo XVI, Fray Luis López de Solis, Obispo de Quito, cuyo nombre aparece frecuentemente, tanto en documentos coloniales de muchas “comunidades”, como en pleitos y litigios de tierras de siglos posteriores.8

Este “compositor de Charcas” estuvo involucrado en la reasignación de las tierras de los Yamparaes, al oeste de la capital de la Audiencia. El visitador procedió delimitando un espacio continuo y algunas tierras discontinuas en base a un listado de tierras proporcionado por las autoridades nativas.9 Dos núcleos aparecieron como “cabeceras” y “capitales”, es decir como sedes en los que se

6 SAIGNES recordaba (1991:92) que para Fuenzalida la reducción era la comunidad mientras que él consideraba que las reducciones eran los pueblos de indios. Además de Fuenzalida, que reexaminó la noción de comunidad, MORENO y SALOMON compilaron diversos artículos sobre las categorías de análisis utilizadas en el estudio de las sociedades andinas (1991).7 Sabine MC. CORMACK (1991: 48) planteó que la comunidad como entidad jurídica fue un producto del siglo XIX. Esta afirmación no se aplica a Bolivia. El decreto de Bolívar de 1825 utilizó, cuando ordenó la distribución de tierras, las palabras “repartimiento de tierras de comunidad”. Por otra parte, la orden del 7 de Febrero de 1834 prohibía a los indígenas el realizar peticiones a nombre de sus “comunidades, aillos y parcialidades” (en: BONIFAZ 1953: 4 y 47 respectivamente). Durante todo el siglo XIX, se emplea el término de comunidades tan frecuentemente como el de terrenos o tierras de repartimiento (ver el Reglamento de Revisitas de 1831 en BONIFAZ 1953: 29 y 78).8Sobre Fray Luis López de Solis, ver GARCÍA QUINTANILLA 1964.9 La orden del visitador a fines de los 1590s ordenaba que el gobernador, alcaldes y principales “hagan quipos y memorial ... de todos los yndios ... y los demas sujetos a el dicho repartimiento de los Yamparaes ... y de las tierras que tienen y ... las ... que los yndios de cada ayllo tienen” (Archivo Nacional de Bolivia (ANB) EC 1787 No. 59, f. 46).

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encontraban representados todos los ayllus y segmentos sociales, donde se aglutinaban también las funciones políticas y religiosas de cada parroquias10 La estructura puede corresponder, en parte, a lo que constituía precisamente una marca o llacta pre-hispánica, es decir, la reunión de ayllus y haatha (Saignes 1989: 96). Este ejemplo muestra cómo los pueblos de indios se situaban al interior de los territorios demarcados por los primeros compositores. En otras palabras, la distinción rural/urbana era un elemento del mismo conjunto, aunque las autoridades residían en el pueblo.11

Otro caso interesante (aunque no tenemos sus títulos) es el de San Pedro y San Pablo de Chuquiago, uno de los espacios de lo que hoy es la ciudad de La Paz. Su estatus inicial fue el de pueblo de indios, aunque asimilado rápidamente a una parroquia de indios. En la documentación colonial (padrones) aparece como pueblo del cual dependían dos parcialidades y una serie de ayllus (como en el caso de los Yamparaes) cuya territorialidad, continua y dispersa,12 se extendía alrededor de la Ciudad de La Paz, donde residía la población no indígena. La parcialidad superior, o Hanansaya, llamada San Pedro, comprendía los ayllus de Cupi, Collana, Maacollana y Callapa. La segunda o inferior, Hurinsaya, llamada Santiago, reagrupaba a los ayllus de los Canchis, Canas, Lupacas (Cupi y Checa), Pacaxa, Pucarani y Chinchaysuyos, cuyos nombres rememoran su origen, en gran parte en la región alrededor del Lago Titicaca.

Nada diferencia el tipo de otorgamiento de tierras a los Yamparaes del que caracteriza el pueblo de indios de San Pedro y Santiago de Chuquiabo. Las tierras conocidas como “de repartimiento” estaban asociadas además a obligaciones laborales—mano de obra por turnos para el trabajo minero y agrícola –, así como a capitaciones e impuestos—tasa o tributo, y diezmos o veintenas sobre la producción agrícola y ganadera.

La división del espacio implicó, por tanto, una división laboral y a la vez socio-fiscal. La Corona pudo distinguir dos grandes

10 ANB EC 1787 No. 52.11 Sobre el sistema de autoridades en el período colonial ver THOMSON 1996.12 “hasta seis y siete leguas en unas serranías y apachetas … que son las de los Andes de Yungas...” (A. CAT. T. 44 29-Mayo-1756, p. 21. p. 48). En 1769, el Obispo señaló que la jurisdicción de San Pedro era muy extensa y que los feligreses vivían “dispersos y apartados ... unos de otros, en diversas estancias …” (AGI Charcas 531, 1769).

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categorías fiscales: tributarios de ayllus en tierras de repartimiento indígenas, y yanaconas de estancias y haciendas. Ambas fueron identificadas como correspondientes a las dos grandes variantes del sistema de tenencia de la tierra. En un artículo anterior (Barragán y Thomson 1993), mostramos, sin embargo, a propósito de los continuos litigios y pleitos sobre diezmos del período colonial tardío, que la situación se hizo mucho más compleja, de tal manera que las categorías fiscales terminaban encubriendo situaciones muy diversas.

La relación entre categorías fiscales y tierras.

Para la Iglesia existían, de manera muy clara, tierras diezmales y no diezmales, que correspondían a tierras de españoles y a tierras de indígenas. El interés eclesiástico fue, no sólo no perder lo que iba asociado a los espacios imponibles (diezmos en tierras españolas y veintenas en otras), sino ampliarlos: tener cada vez más tierras con estatus de españolas-diezmales y ocupantes asimilados a la condición de arrenderos de esas tierras. En este contexto se entiende que un cacique indio pagara diezmo como si “fuera español” por el hecho de arrendar tierras españolas (Barragán y Thomson, 1993: 317 y 312).

La situación cada vez más compleja obligó a que un auto de 1756 definiera las tierras de origen como las otorgadas por repartimiento y no sujetas a diezmo. Dado, sin embargo, que muchas tierras originarias estaban inundadas de forasteros, se especificó que la exención del diezmo se debía aplicar sólo a los indios originarios, y no así a los forasteros y agregados, los que fueron entonces asimilados por la Iglesia a la condición de arrenderos.13 En otras palabras, las tierras fueron consideradas con un estatus que no coincidía necesariamente con la de sus habitantes: podían ser tierras españolas con arrenderos indígenas, o tierras originarias con indígenas forasteros. La iglesia logró, entonces, sutilmente pasar del criterio de exención a la población indígena a la exención de las tierras de indígenas, y finalmente de las tierras de sólo los indios originarios, descalificando a los forasteros y agregados por ser considerados arrenderos (Barragán y Thomson 1993: 318-319).

13 En el siglo XVII, los agregados a las haciendas eran los arrenderos, de acuerdo al propio Duque de La Palata. Ver SÁNCHEZ ALBORNOZ 1978: 54-55.

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Todo este proceso supone también que la tenencia privada de la tierra parcelaria no podía ser asociada a los indígenas si había sido formada a partir de tierras que habían pasado, previamente, a ser de la corona y eran definidas como “españolas”. La definición de las tierras, y el continuo proceso de transferencia al estado a través de las composiciones (un tema aún para investigar) no sólo explica que la figura de “indígenas en tierras españolas” existiera, sino que volviera cada vez más frecuente. La importancia de la asociación / disociación entre categoría de tierras y categoría fiscal de gente puede ayudarnos a entender la particularidad de Cochabamba y Chuquisaca, que tuvieron, desde el siglo XVIII, una población mestiza importante y, durante todo el siglo XIX, poca población indígena tributaria (alrededor del 15% entre tributarios de ayllus y de haciendas).

A la luz de la lectura realizada, es importante recordar que el poblamiento inicial de Cochabamba y Chuquisaca fue, en gran parte, de mitimaes, de tal manera que las tierras de los pueblos indios eran claramente identificadas, lo que implica que la mayoría pasó bajo el dominio directo del estado español, primero, y después de la propiedad privada. Gran parte de las tierras debieron tener entonces el estatus de tierras españolas diezmales, siendo considerados sus yanaconas como arrenderos.14 Cuando la gran propiedad se fragmentó entre pequeñas propiedades individuales, el estatus de tierras diezmales (españolas) debió pasar a sus ocupantes. A partir de entonces fue seguramente más fácil que sus poseedores dejaran de ser considerados como indios, contando además con el apoyo de la Iglesia.

La asociación entre propiedad parcelaria y mestizaje parece constituir, entonces, una dinámica relacionada a la distinción de tierras y a los intereses eclesiásticos, uno de los únicos poderes que podía rivalizar con los del estado colonial y del poder local. Y a este poder se sumaría el interés de los ocupantes en registrarse como no-indios para escapar del tributo (como lo señaló Larson). La recuperación en la proporción de indios, que entre 1900 y 1950 se incrementó en Chuquisaca y Cochabamba de 36% y 22% a más del 70% (Grieshaber 1985), sólo pudo darse cuando lo indio como categoría fiscal tributaria había dejado de tener importancia para el estado, cuando los diezmos

14 En el siglo XIX los arrenderos eran, según Dalence, los colonos de las haciendas que pagaba por su terreno parte en dinero y parte en servicio (Cit. Por ANTEZANA 1992: 82).

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fueron sustituidos, y cuando se dio un nuevo sistema impositivo, un proceso iniciado a fines del siglo XIX y que duraría hasta las primeras décadas del siglo XX.

Si el interés eclesiástico fue transformar las tierras en españolas, y convertir a los forasteros en arrenderos, el del estado era no perder tributarios, lo que pudo suponer procesos de reindianización. El análisis de Grieshaber, en base a los padrones de contribuyentes de la primera mitad del período republicano, muestra una relativa estabilidad y la ausencia de grandes cambios, aunque la aparente estabilidad podía también encubrir tendencias y situaciones muy diversas. La categoría fiscal de indio se había convertido en un encasillamiento que encubría la heterogeneidad, un proceso que se encontraba, también, y de manera distinta, a nivel urbano.

Los indios urbanos.

A la diferenciación establecida entre pueblos de indios y pueblos de españoles correspondió la diferenciación de parroquias de indios y parroquias de españoles. En el caso de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, la población española fue atendida y adscrita a la catedral, mientras que a los indígenas se les asignaron otras parroquias: San Sebastián y Santa Bárbara,15 y el pueblo de indios San Pedro y Santiago de Chuquiabo16 que fue asimilado en el siglo XVIII al estatus de otra parroquia urbana.17 Una característica de estas parroquias fue que su jurisdicción eclesiástica se extendía hacia el área rural donde se situaban las tierras de los ayllus, y las haciendas y estancias. Encontramos, por tanto, y esta vez desde el área y corazón de la ciudad, la articulación urbano-rural.

Las tierras de los ayllus serían sin embargo paulatinamente acaparadas por la ciudad. En el siglo XVIII, la pérdida de tierras

15 AGI Charcas, 1690. Esta descripción es sintética: “... ay iglesia mayor cathedral y en ella la parroquia de los españoles sola, y otras tres parroquias de indios cuyas vocaciones son San Pedro ... Santa Bárbara ... y San Sebastián” (AGI Charcas 138, 1648).16 San Pedro fue el primer “curato” y “pueblo” fundado mucho antes incluso de la propia ciudad, y estuvo en manos de los padres de San Francisco hasta 1686 (Ver A. CAT. 4-Mayo-1766 p. 277 y 283v. y A. CAT. T. 44, p. 21 y 48).17 En 1758 todavía se menciona a San Pedro como pueblo (AGN Sala XIII, Leg. 17-4-3, 1758. Leg. 14, Libro 1. Padrones de La Paz. Autos de la Revisita de las tres parroquias de la ciudad de La Paz con tres informes de la Contaduría de Retasas).

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afectó principalmente las tierras “comunes” a través de ventas denunciadas muchas veces de fraudulentas, así como por la propia formación de haciendas en base a antiguos territorios de los ayllus,18

especialmente después de la rebelión de 1781 cuando las dos parcialidades dejaron de mencionarse. En el siglo XIX, los ayllus enfrentaron la expansión de las haciendas ya existentes,19 pero también la política del estado de adjudicarse tierras baldías para redistribuirlas.20 Las tierras más vulnerables fueron las que no tenían un propietario individual y privado, como las reservadas a los caciques, que pasaron luego a los corregidores y, finalmente, a propiedad privada.21

La pérdida de tierras afectó de manera más aguda a San Sebastián, lo que puede explicar no sólo la particularidad de sus tributarios, con estatus de forasteros, sino también el aumento de los oficios artesanales y comerciales. De ahí que algunos de sus ayllus reagruparon a gremios artesanales como los montereros, tocuyeros, sombrereros, zapateros y panaderos. Muchos de estos artesanos perdieron además toda relación con el trabajo agrícola. Otros, como los panaderos, no eran trabajadores independientes o por cuenta propia, sino que vendían su mano de obra en distintos "amasijos". Finalmente, los trabajadores de obrajes, como tejedores y tintoreros, caían bajo la etiqueta incluso de yanaconas (Arze 1994: 103, 109 y 75).

El resultado fue que, entre fines del siglo XVIII y fines del siglo XIX, 50% de la población indígena estuvo en ayllus—con todas 18 Caso de las tierras de Mecapaca y tierras del ayllu Cupi (ANB T.I. 1758 No. 35).19 Los linderos de las tierras de Munaypata de San Sebastián, por ejemplo, estaban en litigio con la hacienda Pura Pura. ALP CSD 1847 Caja 89 Expediente sin título. Los indígenas, Gerónimo … de San Sebastián dan poder … s/f.20 Esta redistribución se hizo a soldados como compensación a la reducción del ejército. Los soldados pertenecían a grupos populares urbanos. Ver. ALP CSD 1845 Caja 80. E. sin título en cuero. El Ciudadano, José Barrrios, sastre, pide enajenar tres topos de tierras que ... tiene en la Garita de Lima y en Challapamapa. f. 12 y 13-15.21 Caso de las tierras “Cacique Oraque” (Uraque=tierra, suelo y mundo inferior. BERTONIO, 1612-1984 : 378) llamadas también “Ayma del Corregidor”. Ayma remite a las tierras en las que la mano de obra de las comunidades trabajaba para los caciques (Rivera, 1978). Otro caso es el de las antiguas aymas y tierras de Chijini Grande. Otros dos pedazos, Ylacata Guaita y Pasena Oraque estaban dentrás del Panteón. Los comunarios trataron de recuperarlas para chacras para autoridades, como una especie de sobresueldo que se asignaba. Ver ALP CSD Caja 88 147. Expediente Civil de Despojo ... por varios terrenos de la comunidad de San Pedro... f. 11, 20 y 29-29v.

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la complejidad que acabamos de ilustrar—, y otro 50% en las haciendas como yanaconas o mano de obra sujeta a estas propiedades bajo diversas modalidades. Se decía, por ejemplo, que los forasteros eran los libres de servir a particulares, mientras que los yanaconas eran los que debían realizar servicios para sus amos (Arze 1994: 119) o que los forasteros eran los agregados a las haciendas “con mas o menos pensiones hasta tocar la clase de yanaconas” (Barragán 1990: 111).

La paulatina pérdida de tierras de los ayllus fue un proceso que significó el fin de la correspondencia entre parroquia de indios y territorios indios, incrustados éstos por propiedades privadas, haciendas y estancias, o convertidos en lotes urbanos. Paralelamente, la tendencia republicana fue convertir las jurisdicciones eclesiásticas, divididas hasta entonces en función de si los feligreses eran indios o españoles, a una jurisdicción territorial (barrios). Se trataba de poner fin a “las parroquias por castas”, una política que fue parte del proyecto liberal inicial impulsado por Bolívar y Sucre, junto a la tentativa de supresión del tributo como atentatorio al principio de igualdad. Para el caso de Potosí, por ejemplo, el decreto de 1826 ordenó la división de la ciudad en parroquias por barrios ... indistintamente de su “clase” (indios, blancos...Decreto del 19 de Febrero de 1826). En La Paz se planteó una situación similar, aunque en 1833 se reconocía que las parroquias no se habían “dividido ... por barrios sin distinción de castas”.22 Pero si las diferenciaciones dejaron de darse entre parroquias—más por la dinámica propia que por política estatal—, ellas subsistieron internamente, distinguiéndose estipendios distintos en bautizos, matrimonios y defunciones en función de si se trataba de mestizos, morenos, zambos, indígenas o “españoles”.23

Si el fin de las “parroquias por castas” posiblemente sancionó, en el caso de La Paz, una situación de hecho, la delimitación por barrios decretada el 19 de febrero de 1826 fue más difícil de lograr. Cinco años después, la disposición no se había cumplido, y

22 ARZ. Serie Roja. 1801-1840. Expediente seguido sobre la división de las parroquias de esta ciudad de La Paz. 1830. f. 1. Los problemas de división de las parroquias continuaron hasta 1890.23 Arancel parroquial dictaminado por el Presidente (1855) y el Obispo de La Paz. En A.CAT.

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sólo a fines del siglo XIX se daría una división más “equilibrada” entre las parroquias en términos poblacionales, junto con la anhelada “continuidad territorial” establecida a partir de la demarcación de sus límites.24

En las últimas décadas del siglo XIX asistimos, por lo tanto, a la culminación de un proceso: la desaparición de los territorios de los ayllus por la conformación de haciendas, por el crecimiento urbano y, finalmente, por las leyes de Melgarejo (1868) y la Ley de Ex-Vinculación (1874), que consolidaron, al igual que en Cochabamba y Yungas, y a diferencia del altiplano paceño, múltiples pequeñas propiedades, principalmente en la jurisdicción de San Pedro y San Sebastián.

El indio urbano fue, entonces, el agricultor de ayllu, el de hacienda, el pequeño propietario, el artesano o el pequeño comerciante. Pero lo indio, como categoría fiscal y como relación de dominación, originaba fugas, un proceso que finalmente se entrecruzó con la concepción de lo indio como categoría social.

El censo de 1881

A diferencia de las categorías fiscales que lograban extraer la contribución indigenal que alimentó al estado boliviano25 (Sánchez Albornoz 1978, Griesehaber 1977, Platt 1982), el indio como categoría social de los censos (como de algunos escritos de intelectuales y funcionarios de la época) fue una construcción sin finalidad fiscal. A diferencia de lo que sucedió en otros lugares, los censos no fueron registros, ni para el cobro de impuestos ni para las elecciones. Además, habían enormes limitaciones para llevarlos a cabo.26 Recién en 1845 se decidió establecer una junta para formar la estadística de la República.27 Es en este marco que se inscribe la obra

24 Se ordenó la delimitación en Potosí y La Paz. En La Paz se nombró al Dr. Juan de la Cruz Monje, Presidente de la Corte de Justicia. Ver ARZ. Serie Tapa roja. 1801-1840. Expediente seguido sobre la división de las parroquias de esta ciudad de La Paz, 1830, f. 5-6, 18-18v. Y 26-26v.25 El tributo representó del 30 al 40% de los ingresos del estado. GRIESEHABER 1977.26 En 1832, por ejemplo, se realizó un censo considerado “demasiado inexacto” ordenándose realizar otro, pero esta orden quedó sin cumplir (Orden Circular del 20 de Febrero de 1841 y Orden Suprema del 2 de Enero de 1840). Pocos años después, se distribuyeron modelos para que se realizara (Orden del 12 de Septiembre de 1842).27 Decreto del 27 de Febrero de 1845.

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del estadístico José María Dalence, resultado precisamente de este primer esfuerzo estatal. Después de él y el censo de 1854, no hubo una política sostenida hasta prácticamente la década de los 70 cuando se ordenó establecer comisiones estadísticas que recogieran datos de toda la república,28 Finalmente, en las últimas décadas del siglo XIX se creó, en 1896, la Oficina Nacional de Inmigración, Estadística y Propaganda (Reglamento...., 1900). El orden de los términos es revelador: las estadísticas están relacionadas e incluso subordinadas a la esperanza de una inmigración similar a la que se había dado en la Argentina (Informes..., 1902:1-3).

Primer hecho a constatar: la igualdad no fue el principio ordenador y clasificatorio—como sucede también en otras expresiones y manifestaciones del estado, como la legislación, analizada en otro trabajo (Barragán 1999). Se trata más bien de diferenciar las castas-clases-razas, junto con nombres, apellidos, “patria”, edad, oficio o destino, y lo que hoy llamaríamos “grado de alfabetización”.29

Segundo hecho: no hubo, por lo menos al principio, una terminología uniforme para describir a su población. Se hablaba de “ciudadanos de todas clases”, debido a las distinciones presentes en el ejército,30 como a las establecidas en el registro electoral entre ciudadanos y no–ciudadanos, o ciudadanos sin derecho a voto. De ahí que sea frecuente escuchar en las demandas sociales contemporáneas: “no somos ciudadanos de segunda”. El término “clase” se utilizaba para los diferentes grupos considerados, pero también para establecer

28 En 1868 se creó en el Ministerio de Hacienda una mesa estadística para toda la república (D.S. del 28 de Febrero de 1868). En 1872, se promulgó una ley para la formación de una mesa o comisión de estadística nacional a establecerse en la capital de la República (Ley del 9 de Noviembre de 1872). Uno de sus impulsores fue Ernesto O. Ruck quien abogó por la “recolección de datos” señalando y recordando su utilidad para el gobierno y el pueblo porque “conocer es poder”. Una de las primeras medidas fue la creación de una comisión por Decreto del 12 de Noviembre de 1873. Dos años después, en 1875, se expidió un reglamento para la formación de estadísticas. Entre los datos que se definieron estaban el estado físico del territorio, la población, los censos y los catastros, información que ante la escasez de presupuesto debía ser proporcionado por funcionarios públicos, por una parte, y por “ciudadanos particulares y distinguidos”, por otra parte (En RUCK y MEDINACELI 1874: esp. 20 y ss. En ANB 1875, No. 535).29 Aquí, la especificación de lectura y escritura no constituía un criterio de exclusión como para las elecciones, sino más bien un criterio para políticas públicas, para generalizar la instrucción primaria (Orden Circular del 20 de Febrero de 1841).30 Ej.: Orden General del 12 de Noviembre de 1857, Flores MONCAYO 1953: 172.

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diferenciaciones al interior de cada “clase”.31 Finalmente, el término genérico global en los censos fue, primero, el de casta, y luego el de raza, aunque frecuentemente se utilizaban ambos términos junto con el de “clases”.32

El censo de 1881,33 levantado casa por casa y persona por persona, constituye una fuente extraordinaria para analizar el contenido social de cada una de las categorías “raciales”. Parte de este censo estuvo a cargo de Manuel Vicente Ballivián, uno de los intelectuales más notorios del siglo XIX paceño, e integrante del Círculo Literario donde predominaban y se difundían las ideas social darwinistas (Demélas 1981: 58). Posteriormente, fue fundador de la Sociedad Geográfica de La Paz, y responsable del censo nacional de 1900 y del censo departamental de La Paz de 1909, como Director General de la Oficina Nacional de Estadística (Crespo 1909: VIII).

En correspondencia al contexto general, la población de La Paz fue clasificada en 1881 en 4 razas, de las que tres eran preponderantes, la raza blanca, que constituía el 32%, la raza indígena el 21% y la raza mestiza el 47%. Había, además, un evidente desequilibrio entre sexos: los hombres representaban el 44% y las mujeres el 56%. Este desbalance variaba de acuerdo a las “razas”: había un relativo equilibrio entre los indígenas (48% hombres y 52% 31 Por ejemplo, se debe incluir en padrones y matrículas a “todos los naturales de que constare la población....sin exceptuar clases ni condiciones....” (Art. 20 del Reglamento de 28 de Febrero de 1831 sobre el modo de practicarse las revisitas y matrículas de los indígenas contribuyentes: Flores MONCAYO 1953: 69).32 Esto no significa que antes no se hablara de razas. El término fue utilizado por los primeros viajeros como Pentland, pero el Estado y sus representantes lo asumieron más tarde. Para Pentland existían tres razas: “india o aborígena”, “europea o criolla” y “los media casta o razas mixtas” denominadas “cholos o mestizos”. Entre los indígenas menciona a las “tribus” sin religión, los “Indios Chiriguanos” (PENTLAND 1826,1975: 41).33 Este censo, registrado como “padrón”, se encuentra en 9 libros (de 120 fs. cada uno aproximadamente) censando a la población casa por casa en las distintas parroquias de la ciudad. El objetivo era imponer la contribución general a toda la población, como parte del proyecto de abolición de la contribución indigenal, reconocimiento de la propiedad individual indígena y venta de las tierras comunitarias. El documento se encuentra en el Archivo Histórico de la Universidad Mayor de San Andrés. Aunque sabemos, por el censo de 1909, que hubieron otros censos de la ciudad en el siglo XIX, no se ha encontrado ninguno. Sabemos también que es incompleto ya que la población asciende aproximadamente a 20.000 personas cuando en el libro del censo de La Paz de 1909 se consigna para 1886 la cifra de 56.849, para 1902 la de 60.031 y para 1909 la de 78.856 (CRESPO, 1910: 24-25).

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mujeres) mientras que existía una desproporción notoria entre los llamados blancos (46% hombres y 54% mujeres) y sobre todo entre los mestizos (41% hombres y 59% mujeres). Finalmente la población negra era en más del 80% femenina y “doméstica”.

¿Cómo explicar el desequilibrio entre los sexos entre blancos y mestizos? Es posible imaginar, para el caso de las que fueron y eran denominadas mestizas, una mayor inmigración femenina del campo a la ciudad por la propia demanda de “domésticas”. Otro factor que debió influir también fue que ellas llevaban una vestimenta “definitoria” y emblemática: la pollera, que inicialmente las diferenciaba tanto de las “blancas” como de las indígenas, un tema que lo retomaremos después. No sucedía sin embargo lo mismo con los hombres mestizos, de quienes Luis S. Crespo (1910: 51), señaló unos 20 años después que vestían “a la europea”. Las mujeres eran entonces visiblemente “más mestizas”, retomando la expresión de La Cadena (1991).

Uno de los datos más interesantes para analizar el contenido de las categorías raciales del censo es el de las ocupaciones. Casi toda la población indígena (70%) se concentraba en la agricultura y fueron ellos, entre hombres y mujeres, los llamados agricultores. En otras palabras, ser agricultor era casi sinónimo de pertenecer a la raza india, y vice versa. Los blancos dedicados a esta actividad fueron, en cambio, nominados y clasificados en una categoría ocupacional distinta: la de propietarios. Los propietarios en el siglo XIX eran fundamentalmente los dueños de haciendas, pero a esta acepción el responsable del censo añadió una precisión: “los que han manifestado vivir de sus rentas sin ejercer oficio ni profesión alguna” (Crespo 1909: 64). De ahí también que prácticamente no existiera un solo “propietario indio”.

En cuanto a los agricultores mestizos, casi el 93% eran hombres. En otras palabras, las mujeres mestizas no fueron en general agricultoras, o no había agricultoras a las que se las llamaba mestizas. En la otra categoría relacionada a la actividad agrícola, en cambio, la de los propietarios, predominaban las mujeres. La existencia de tantas mujeres blancas propietarias se explica por el hecho de que los hombres blancos estaban en muchas otras actividades: en la enseñanza, la iglesia, y, ante todo, en las profesiones liberales. Gran parte de las esposas fueron registradas entonces como propietarias, en

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lugar de sus maridos. Esto implica que la profesionalización de los hombres era ya avanzada. El dicho que proviene de la historia oral de las descendientes de mujeres terratenientes, y que señalaba “a los hombres la profesión y a las mujeres la hacienda”, parece vigente en 1881. Los hombres eran entonces profesionales y, ante todo abogados, una formación que abría las puertas a importantes puestos burocráticos y políticos. El autor de un censo posterior señalaba que los “blancos” sólo aspiran a “los empleos públicos … y a … ocupaciones que no demandan gran fatiga corporal, como … las profesiones liberales” (Crespo 1909: 47). La profesión y la función tenían además mucho más estatus: “al hombre le gusta todo lo que es honor”, decía una descendiente de terratenientes de La Paz. Estas recordaron también que fueron las mujeres las que se dedicaban a la administración de las “propiedades”, una extensión del trabajo doméstico, mientras que sus esposos estaban dedicados a la vida “pública” (Qayum et. Al. 1997: 37-57).

Veamos ahora la situación en la industria y la artesanía, una actividad muy importante en la ciudad de La Paz. Los mestizos eran en más del 65% artesanos de tal manera que los blancos representaban sólo el 25% y los indios el 10%. Las principales ocupaciones artesanales eran las de costureras, sastres, zapateros, carpinteros, cigarreras, hilanderas, chicheros, y sombrereros. Y es en este nivel que encontramos, nuevamente, una especialización de raza y género. Los escasos indígenas artesanos eran en realidad mujeres hilanderas (165 mujeres de un total de 179). Los blancos, por otra parte, más numerosos, en casi su totalidad correspondían a mujeres costureras (793 costureras sobre un total de 909 blancos). En otras palabras, si no fuera por ellas no existirían blancos entre los artesanos. Los mestizos, en cambio, aparecen como los artesanos por excelencia, dándose también una división de género: carpinteros, pollereros, herreros, zapateros y sombrereros eran hombres; costureras, juboneras (especie de blusas o camisas de las mujeres mestizas), chicheras y cigarreras fueron mujeres.

En lo que hoy llamaríamos el comercio, el 45% de la población era blanca, el 49% mestiza y sólo el 5% indígena. Significativamente, el término “comerciantes” utilizado en el censo se aplicaba fundamentalmente a los hombres blancos (90%). Por otra parte, cuando se hablaba de comercio se hacía referencia, según

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Crespo, fundamentalmente al de importación de artículos de ultramar, y al comercio y exportación de metales y productos agrícolas (Agentes consignatarios, almaceneros. Ver Crespo, 1909: 19, 63 y 47). El autor señalaba que, por las “limitadas inclinaciones al trabajo material, solo aspiran a los empleos públicos o comerciales”. La contraparte femenina de los comerciantes fueron las pulperas blancas, es decir las vendedoras de lo que hoy serían abarrotes (nueces, azúcar, aceite, etc.).

Las ocupaciones mestizas relacionadas al comercio eran esencialmente femeninas aunque, lo volvemos a recalcar, el término de “comerciantes” no se aplicaba para ellas. Su denominación era de regatonas y gateras, vendedoras al por menor de frutas y vegetales en los mercados, y mercachifles.

Encontramos, entonces, una diferenciación en los nombres: comerciantes para los blancos, el resto para el resto. Pero también volvemos a encontrar el nivel de género: las mujeres fueron las vendedoras, sean chifles, regatonas o gateras. Finalmente, otra ocupación femenina por excelencia fue el servicio doméstico. En este rubro, el 73% era mestiza y el 26% blanca.

De esta breve descripción del censo de La Paz en 1881 podemos concluir señalando que hay una clara interdependencia entre raza, ocupación y género. Los hombres blancos dominaban las actividades seculares estatales y eclesiásticas; el comercio de productos de exportación de materias primas e importación. Las mujeres blancas, en cambio, eran las “propietarias” y costureras. En lo que respecta a los mestizos, los hombres eran los artesanos mientras que las mujeres eran regatonas y chifles. Finalmente los indígenas eran agricultores. La alternativa para las mujeres indígenas, fuera de esta actividad, radicaba en algunas ocupaciones artesanales y comerciales como la de hilanderas y gateras.

La diferenciación de la vestimenta.

Pero otro factor de diferenciación junto con los nombres y términos de las clasificaciones como las “razas” y las ocupaciones era la vestimenta y no sólo de la población indígena. En efecto, toda una legislación referida a los funcionarios de estado “vistió e invistió” al poder (Barragán 2000). La vestimenta, ese “lenguaje mudo pero

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elocuente” de la sociedad, en la tan acertada frase del Aldeano anónimo de 1830 (Lema 1994), establecía las “clases” y jerarquías, constituyendo, por ello, uno de los principales medios para instituir las diferencias. De ahí que no resulte extraño que la diferenciación entre las mujeres, “de acuerdo a las diferentes clases de la sociedad” fuera remarcada por el viajero D´Orbigny (1994: 118-119) quien describió en los 1820s a las mujeres mestizas, asociadas directamente con el uso de la pollera:

“Las mujeres de sangre indígena mezlada con española, llamada cholas, usan igualmente grandes polleras de colores y cubiertas de cintas, y esa parte del vestido existen en todas las clases medias de la sociedad.” (“Relato sobre La Paz”. En: D'Orbigny, 1994: 58).

Las mujeres pintadas por Melchor Maria Mercado34 a mediados del XIX son expresión de esta descripción.35 La pollera que caracterizaba a estas mestizas fue sin embargo una prenda de origen español adoptada en un largo proceso que tuvo lugar fundamentalmente en el siglo XVIII. Analizando testamentos y dotes, pudimos establecer que, en el siglo XVIII, era de uso frecuente en las capas altas españolas y criollas (Barragán 1992). Las mujeres urbanas de sectores populares adoptaron esta vestimenta, lo que revela una emulación, un proceso de apropiación por la necesidad de diferenciarse de los atributos asociados y estigmatizados de lo “indígena”, y relacionado también al crecimiento y división del trabajo en las ciudades.36 Las mestizas de

34 Para un estudio sobre este pintor ver el artículo de MENDOZA (1991) en Melchor María MERCADO. Las mujeres mestizas y cholas que retrató pueden no corresponder a su época ya que fue notablemente influido por D´Orbigny. Estas mujeres se encuentran en 5 láminas: 1. Chola. Potosí. 2. Mestizos e indios [una mujer mestiza de manera clara]. Potosí. 3. Cholas y Mestisas [2 claramente]. Cochabamba. 4. Indios y mestisos. Paz. 2 mujeres, una india, otra mestiza, y un hombre mestizo. 5. Señoras y Cholas. Paz. [Dos mujeres cholas claramente].35 Aunque parecen diferenciarse cholas y mestizas, es difícil, por el escaso número de láminas como por su parecido, establecer en qué radicaba su diferenciación y si había una variación regional.36 EL ALDEANO, un crítico acérrimo del lujo asociado al librecambio, escribió en 1830: “El pueblo obra más por imitación … El pueblo observa … que el esplendor del fausto deslumbra sus ojos, y le arrebata involuntariamente una consideración a la persona que usa de él. El pueblo quiere participar en lo posible de esta misma consideración; hace pues un sacrificio por costear la librea a que ella está anexa” (En LEMA 1994, f. 33).

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pollera encarnaron, entonces, la difícil movilidad geográfica, social y cultural.

La dinámica consistió en constantes fijaciones, y en apropiaciones y mímesis de los trajes jerárquicamente superiores, proceso que daba lugar a su vez al establecimiento de nuevas “distinciones” (Bourdieu 1993). El propio término chola o cholo, constituye una distinción que parece haberse expandido en el siglo XIX. Y “cholo” o “chola” implica una menor jerarquía, ya que a fines del período colonial hacía referencia a los hijos de mestizos e indios, es decir, un escalón inferior en la cadena de “mezclas” definidas entonces, de tal manera que en 1909 se hacía ya una identificación entre mestizos y cholos, bien diferenciados en el período colonial (Crespo 1909: 49).

Este proceso fue descrito por el Aldeano en la década de los 30s, una situación que hasta hoy la vivimos: la reindianización de la pollera y el cambio de la pollera al vestido. En efecto, este autor identificó a las mujeres de pollera como el correspondiente femenino tanto de los hombres indígenas como de la “clase intermediaria” o mestiza. Lo que sucedía en la ciudad, acontecía entonces en el área rural: las mujeres del campo, indígenas, fueron adoptando la pollera, un proceso casi concluido hoy en día. En otras palabras, una prenda utilizada para establecer una separación con el mundo indígena fue asociada a lo indígena. Por otra parte señaló también el cambio de la pollera al vestido:

“Todos los días se ve entre el mujerío repentinas metamorfosis. Ayer estaba una chola con faldellín y ojotas, y hoy se presenta con zapatos... y con traje de gaza”(El Aldeano, en Lema 1994: f. 29)

Esto pudo dar lugar también a distinciones dentro de las propias mujeres de pollera (una diferencia muy marcada hoy en día) basadas en el plizado, las franjas y la calidad: esto es lo que parece desprenderse de la comparación entre las mujeres mestizas y cholas, y la llamada “cholita de segunda” pintadas por Melchor María Mercado (Lam. 108. p. 181. India de Puna). Señalemos además que hasta hoy se distinguen polleras de primera y de segunda clase.

Así, la vestimenta marcaba los grupos, categorizaba y estigmatizaba, pero al mismo tiempo originaba “fugas”: las mujeres indígenas adoptan la pollera, las mujeres de pollera el traje y las

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mujeres de traje deben hacerse cada vez más sofisticadas, aunque sea con pantalones y zapatillas, pero de marca ... Este trasvasamiento no es masivo ni rápido. Y en este proceso de constante mímesis, tanto las clases altas como los grupos populares urbanos, constantemente puestos en jaque, se ven obligados también a redefinir los criterios no sólo con los que se identifican sino también los que utilizan para caracterizar a los otros. La mímesis es, entonces, semejanza pero también amenaza.

Conclusiones.

La apropiación de un territorio y un espacio implica, indudablemente, rearmarlo, distribuirlo, reocuparlo. El poder reside precisamente en la capacidad de dividir y reasignar bienes y autoridades. Definir espacios, y encadenarlos jerárquicamente, fue entonces un proceso vital, y en este contexto situamos la fundación de ciudades y villas, pueblos españoles y pueblos de indios, parroquias españolas y parroquias de indios, así como la política de reducciones y composiciones. Pero lejos de concebir estos espacios-poderes como lugares discretos, hemos visto que la unidad debe ser conceptualizada por la articulación urbano-rural, campo-ciudad. Cada una de las unidades espaciales comprendía lo urbano con su contorno rural, de la misma manera que lo rural debía tener su eje y pivote urbano. El propio censo de la ciudad de La Paz de 1881 dibujó un espacio urbano-rural que sólo se rompería en el siglo XX.

En estos espacios, lo indio como categoría fiscal, ligado a los habitantes de las tierras de repartimiento designadas como indígenas, suponía también el proceso de continuas composiciones y revisitas, que al mismo tiempo que significaban un flujo constante de metálico para la Corona, continuaban el proceso de división y reasignación de las tierras en una multiplicidad de pequeñas “reformas agrarias”. Pero ser pechero y tributario-contribuyente tenía dos facetas: una permitía el acceso a las tierras (el “pacto de reciprocidad”, Platt 1982); la otra, al constituir una categorización y estigmatización, podía implicar que la fuga fuera una alternativa, tendencia que entrecruzaría y reforzaría la visión de lo indio como categoría social.

Lo indio como categoría social se dibujó en los escritos de intelectuales y en los censos. La sociedad se pensó en términos de

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clases unas veces y de castas en otras, surgiendo el esquema racial a fines del siglo XIX. Sin embargo, el mismo entramado subsistiría porque lo indígena como categoría, con estatus más bajo por el mismo hecho de ser pechero, se articuló a lo indígena como raza. En este esquema nos parece importante resaltar tres aspectos. Por una parte, la aparición de la categoría “blanco”, en sustitución a la de “español”, constituida en oposición a indígenas. Por otra parte, la situación de la categoría de los mestizos que, contabilizados en el período colonial de manera separada, se unieron y fueron contados y censados juntamente con los blancos hasta fines del siglo XIX. En tercer lugar, y a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la emergencia de la “raza mestiza” a partir de la división de la categoría “blancos y mestizos”.

El análisis de las categorías del censo de La Paz en 1881 nos permite afirmar, también, que la conceptualización de las razas correspondía a una división ocupacional, y que ésta remitía a su vez a una jerarquía de “oficios raciales”. La nomenclatura "racial" fue, por tanto, entre los propios social-darwinistas encargados de los censos de fines del siglo XIX, una nomenclatura profundamente socio-económica. Y es precisamente en estos censos que empezamos a encontrar la equivalencia entre lo indio y el sustrato agricultor. Para el estado republicano era difícil concebir a un indio artesano o un artesano indio. Los términos de “raza blanca”, “raza mestiza” y “raza india” se presentan entonces homogeneizadores: a cada “raza” y sexo le corresponden ocupaciones económicas y atributos específicos, de tal manera que los niveles de clase/raza/género se encuentran completamente articulados. En otras palabras, el eje articulador era la diferencia, constituyendo el indio el rótulo del escalón social más bajo y, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la raza inferior.

Para terminar, queremos volver, entonces, al tema de la ecuación entre indio y campesino.37 La sustitución del indio fiscal por el indio social y/o la campesinización es la expresión de una nueva división del espacio que sólo fue posible cuando un nuevo sistema

37 Habría que considerar, sin embargo, que campesino, al igual que indio, pudo tener un contenido cambiante. Estuvo, al parecer, ligado a los trabajadores de hacienda (Ver Art. 9 del D. Del 15 de Mayo de 1945 que suspende los trabajos gratuitos, especialmente de los colonos). Una Sección Jurídica creada estableció en uno de sus incisos el regular las condiciones de trabajo de los campesinos en haciendas y establecimientos industriales así como asesorarlos en sus litigios por deslinde y usurpación de tierras (Art. 4. Del D. del 10 de Mayo de 1941. En BONIFAZ 1953).

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impositivo se consolidó: cuando la “contribución indigenal” no fue ya el recurso fundamental del estado, y cuando los diezmos fueron abolidos. En otras palabras, cuando lo indio como categoría fiscal tributaria, homogeneizadora y unificadora de las diferencias, dejó de predominar, cuando los propietarios y señores de latifundios dejaron de existir por decreto a raíz de la reforma agraria, y cuando, finalmente, la profunda articulación rural-urbano se fragmentó. Se introdujo, entonces, una nueva segregación, una nueva distinción espacial y social, reproduciéndose de manera distinta lo que parece ser un eje fundamental a través del tiempo: en lugar de la igualdad, la diferencia y jerarquía, el escalonamiento y eslabonamiento asociado siempre a características precisas y particulares, que hasta hoy se materializan:

“Porque soy del campo y mi marido es del campo, y porque no se leer ni escribir ni hablar bien el castellano.... entonces de pollera me tengo que quedar.../ ... me hubiera gustado ser de vestido, pero como no se leer, entonces no puedo ser .../ De pollera no más tengo que ser” (Testimonios de mujeres actuales. En: Salazar, 1994: 58).

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LA COMUNIDAD ENTRE LA REALIDAD ECONÓMICA Y EL DISCURSO

Una vision desde el PerúMAGDALENA CHOCANO MENA*

Al considerar el panorama de los estudios de comunidades campesinas en los Andes de las últimas décadas resulta evidente que se ha pasado de un énfasis en la inserción económica (la economía campesina) a una preocupación por el significado de la comunidad en términos culturales y políticos, en la cual muchas veces la comunidad campesina o indígena aparece como un modelo de relaciones a retomar en un orden donde predominará la solidaridad y la integración frente al individualismo y anomia del orden capitalista.1 Por otra parte, también es patente que en el estudio de comunidades existe una tensión entre el saber “local” y la presión por crear categorías que conformen una teoría general significativa en el intercambio académico. Aquí, sin hacer un repaso exhaustivo de todos los estudios realizados sobre la comunidad en los Andes, queremos no obstante destacar las principales líneas de análisis que han guiado la investigación.

A fines de la década de 1980, los principales debates y aportes se centraban en las formas en que el campesinado intervenía o no en la circulación mercantil.2 Esta preocupación se ligaba al

* Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Peru.1 Henri FAVRE, El indigenismo, México 1998, pp. 56, 136.2 Un panorama de estos estudios puede hallarse en la compilación: Olivia HARRIS, Brooke LARSON y Enrique TANDETER (comp.), La Participación indígena en los mercados surandinos: estrategias y reproducción social: siglos XVI a XX , La Paz,

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problema más general de la articulación entre las formas capitalistas de producción y las no capitalistas.3 La comunidad estaba presente en estos trabajos, aunque no era la unidad de análisis principal ni la única, ya que dependiendo del ámbito elegido por un determinado investigador, el análisis se centraba en el indio, el campesino parcelario o la región. Al prologar un volumen dedicado a la evolución de las comunidades campesinas en el siglo XVIII, el historiador peruano A. Flores Galindo observaba que los estudios se habían concentrado hasta entonces en las comunidades campesinas contemporáneas y, con menos énfasis, en el debate sobre sus orígenes, examinando en particular la relación entre la comunidad indígena colonial y el ayllu prehispánico.4 Igualmente H. Bonilla, al presentar una serie de acercamientos al tema en Bolivia, Perú y Ecuador, constataba que la situación de las comunidades durante el siglo XIX era un enigma histórico.5

Terminología y Conceptos

La palabra “comunidad” es usada en estrecha referencia al campesinado de los Andes, hasta el punto que se ha generado tal identificación entre ambos términos que la existencia de campesinos sin comunidad parecería ser una anomalía. Generalmente se habla de comunidad indígena, pero en el caso del Perú existe una voluntad expresa de preferir la denominación comunidad campesina. Aunque este cambio de nombre puede verse como un simple eufemismo, no hay que descuidar que en ciertos casos corresponde a un proceso de

1987. Parte de este volumen fue traducido al inglés en una nueva compilación que incluía algunos estudios fuera del área surandina: Brooke LARSON y Olivia HARRIS (eds.) (con la colaboración de Enrique TANDETER), Ethnicity, Markets and Migration in the Andes, at the Crossroads of History and Anthropology, Durham 1995.3 Véase, por ejemplo, Rodrigo MONTOYA, Capitalismo y no capitalismo en el Perú: Un estudio histórico de su articulación en un eje regional, Lima 1980, dedicado al eje regional Lima-Lomas-Puquio-Andahuaylas.4 Alberto S. FLORES-GALINDO, “Presentación”, en Comunidades campesinas, cambios y permanencias, A. FLORES-GALINDO(comp.), (1ª ed. 1987) 2ª ed. Centro de Estudios Sociales, Chiclayo 1988, p. 8. Sin embargo, el proceso de transformación de los ayllus prehispánicos en comunidades dista de haberse esclarecido (Marie-Danielle DEMELAS BOHY, “La desvinculación de las tierras comunales en Bolivia”, Cuadernos de historia latinoamericana, nº 7 (1999), pp. 129-155 (p. 131).5 Heraclio BONILLA, “Presentación”, en: Los Andes en la encrucijada: indios, comunidades y estado en el siglo XIX, H. BONILLA (comp.), Quito 1991, p. 8.

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LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO

modernización donde seguir manteniendo el término "indígena" no sería aceptable ni aun para los mismos implicados en dicha denominación. Justamente por ello llama la atención la escasez de estudios que específicamente examinen la comunidad “mestiza”.6

El término comunidad se emplea para caracterizar tal variedad de estructuras sociales que algunos investigadores concluyen que carece de contenido específico, pues omite la evolución histórica particular7. Los términos “ayllu”, “parcialidad” y “grupos étnicos” también aparecen estrechamente relacionados con el término comunidad, en especial cuando se trata de proporcionar el “bagaje histórico” de la vida contemporánea de una comunidad. Uno de los términos más relevantes en relación con la comunidad sigue siendo el de ayllu. F. Fuenzalida, basándose en fuentes lingüísticas quechuas, señalaba que ayllu podía significar genealogía, linaje, grupo de parentesco, nación, género, especie o clase:

“El ayllu de un hombre es su familia extensa, pero también su linaje, y probablemente su parentesco bilateral, los miembros de su comunidad, la gente de su provincia, etc.”

Señalaba que en el Perú meridional y en Bolivia, el ayllu era con frecuencia sinónimo de comunidad, que en este caso era denominado de Hatun Ayllu o gran ayllu. Estos grandes ayllus comprenden ayllus menores a su vez compuestos por ayllus más pequeños.8

Históricamente, como muestran los estudios de Murra y Platt, los grupos étnicos o “reinos” originarios podrían ser identificados como grandes ayllus segmentados a su vez en ayllus.9 Otra vía de acercamiento al problema del origen de la comunidad fue planteada por José María Arguedas, que además de señalar que los municipios indios organizados por los españoles tomaron como modelo los

6 Una excepción es Gabriel ESCOBAR, Sicaya, cambios culturales en una comunidad mestiza andina, Lima 1973.7 Antoinette FIORAVANTI-MOLINIÉ, “La communauté aujourd' hui”, Annales, vol. 33, nº 4 (1978), pp. 1182-1196.8 Fernando FUENZALIDA VOLLMAR, “La matriz colonial de la comunidad de indigenas peruana: una hipótesis de trabajo”, Revista del Museo Nacional (Lima), nº 35, (1967/1968) pp. 92-113 (p. 102). También con el título de “Estructura de la comunidad de indígenas tradicional” en J. MATOS MAR (comp.), Hacienda, comunidad y campesinos, Lima 1976, pp. 219-263.9 John V. MURRA, Formaciones económicas y políticas del mundo andino, Lima 1975, pp. 207-211; Tristan PLATT, Estado boliviano y ayllu andino, Lima 1982, pp. 47-51.

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Magdalena CHOCANO MENA

ayuntamientos comunales hispánicos, exploró los paralelismos contemporáneos entre las comunidades campesinas andinas (en Ayacucho y el valle del Mantaro) y europeas (las castellanas en España) respecto a la modernización, al uso de ciertos elementos técnicos, al cambio cultural, al significado del trabajo comunal, etc.10

Esta perspectiva comparativa, no obstante, ha sido un camino poco transitado ya que la investigación ha tendido a limitarse a una óptica nacional.

La versatilidad de la palabra ayllu (comunidad indígena) no ha disuadido a los investigadores de tratar de plantear definiciones con pretensiones de validez general. Matos Mar señalaba los rasgos indispensables para dar por buena la existencia de una comunidad indígena: propiedad colectiva rural usufructuada de forma individual y colectiva; una organización social basada en la reciprocidad y un sistema particular de participación de los miembros; mantenimiento de una cultura singular integrada por elementos “mundo andino”.11

(Nótese que en esta definición no podría incluirse una comunidad mestiza como Sicaya, por ejemplo, donde justamente la ideología del progreso parece haber sido decisiva en la cultura de los comuneros sicaínos;12 en todo caso ampliar esta definición significaría examinar la relación entre la ideología del progreso y el “mundo andino”). S. Rivera, en cambio, prefiere el término ayllu como tal, señalando que es una comunidad territorial y de parentesco que conforma la “unidad organizativa y socioeconómica básica de la cultura andina”13. Esta es una definición ciertamente amplia que trata de dar al ayllu la misma objetividad que se atribuye a la comunidad entendida como institución jurídico-política. En cambio, D. Poole indica que es necesario diferenciar la idea de comunidad de la de ayllu, pues la primera depende más de una perspectiva exterior que dota a la comunidad de una frontera y de una composición fija. De acuerdo con esta premisa, definir al ayllu requiere una perspectiva egocéntrica pues es el individuo implicado en una red de relaciones quien define las

10 José María ARGUEDAS, Las comunidades de España y el Perú, Lima 1968.11 José MATOS MAR, “Comunidades indígenas del Área Andina”, en MATOS MAR, Hacienda, Comunidad, pp. 179-217 (esp. pp. 169, 186-203).12 G. ESCOBAR, Sicaya, pp. 171-181.13 Silvia RIVERA, Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara y quechwa, La Paz 1984, p. 22.

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fronteras y composición de un grupo social (ayllu o comunidad) según sean sus necesidades y deseos, el tipo de trabajo que vaya a realizar, la festividad que haya que organizar, etc.14 Sin embargo, la oposición planteada entre una definición “subjetiva-vivencial” del ayllu y la definición “objetivo-jurídica” de la comunidad, aunque es útil, no debe llevarse demasiado lejos a riesgo de descuidar un aspecto esencial de la experiencia histórica de las comunidades, esto es, la lucha constante de sus integrantes por lograr su reconocimiento legal, sobre todo en la época republicana en que el sistema comunal fue cuestionado y se intentó suprimirlo.

En la investigación actual tiene la mayor importancia investigar de forma concreta lo que significa el ayllu y otros segmentos de la comunidad tal como han quedado documentados en las fuentes históricas. A partir de allí se ensayan definiciones valoradas ante todo por su precisión local, más que por su alcance general. Ejemplo de ello es la investigación de X. Izko sobre los ayllus de Sakaka y Kirkyawi en Bolivia, basándose en la cual concluye este autor que el ayllu es

“una agrupación de naturaleza segmentaria y base territorial, estrechamente vinculada al acceso a la tierra”.15

Autores como Contreras y Diez Hurtado, subrayan la historicidad de la comunidad y consideran que esto debe reflejarse en el enfoque de la investigación. La idea de un espíritu andino como sinónimo de colectivismo es puesta en cuestión,16 a la vez que se recalca la plasticidad de los “elementos comunales” para influir en la (re)constitución de las comunidades actuales.17 En cierto modo, un enfoque contextual que no pretenda despegarse demasiado del medio que se estudia es quizá ahora el camino para llegar a una mejor comprensión de las formas organizativas comunales, aunque este

14 Deborah A. POOLE, “Qorilazos, abigeos y comunidades campesinas en la provincia de Chumbivilcas (Cusco)”, en A. FLORES GALINDO, Comunidades campesinas, pp. 257-295.15 Xavier IZKO, “Fronteras étnicas en litigio: los ayllus de Sakaka y Kirkyawi, Bolivia, siglos XVI-XX”, en BONILLA, Los Andes en la encrucijada, pp. 63-131 (p. 67).16 Carlos CONTRERAS, “Conflictos intercomunales en la Sierra Central, siglos XIX y XX”, en H. BONILLA, Los Andes en la Encrucijada, pp. 199-219.17 Alejandro DIEZ HURTADO, “Las comunidades indígenas en el Bajo Piura, Catacaos y Sechura en el siglo XIX”, en H. BONILLA, Los Andes en la Encrucijada, pp. 169-198.

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camino suponga un desvío respecto a las formulaciones teóricas más estimadas en el medio académico. La fuerte impronta local de la investigación de las comunidades puede verse como un obstáculo para conformar un saber académico importante, pero desde otro punto de vista es más bien un aspecto favorable pues compensa la propensión a la abstracción y nos hace conscientes de la necesidad de respetar la diversidad no sólo como ideal ético-político de la posmodernidad, sino como práctica de investigación concreta.

Comunidades, ámbito mercantil e inserción económica

Son numerosos los estudios que demuestran de forma exhaustiva que los campesinos indígenas participaron y participan en el mercado de forma corriente, aunque en la mayoría de trabajos, la cuestión de si la comunidad influía en las decisiones que se tomaban respecto a los intercambios mercantiles no se plantea de manera directa, pues la unidad de análisis es el campesino o los jefes étnicos, los cuales actuarían siguiendo de alguna manera esta lógica comunitaria (que se da por supuesta) o en contra de ella. El resultado es que se ha comprobado en líneas generales que los campesinos (indígenas) pueden beneficiarse efectivamente de su participación en el mercado y que no viven de espaldas a los intercambios monetarios. A través de la historia los miembros de la “república de indios”participaron en la mercantilización del espacio andino e incluso hubo algunos que lograron enriquecerse con ello.18 De todos modos, el papel de las comunidades como tales en la economía colonial aún no ha sido totalmente esclarecido. Instituciones económicas relacionadas íntimamente con las comunidades indígenas coloniales como las cajas de comunidades y las cajas de censos han sido estudiadas de modo general y aguardan aún exámenes más específicos19.

Se ha cuestionado, sin embargo, la disyuntiva entre resistencia/subordinación al mercado como marco conceptual para los

18 Véase Carlos SEMPAT ASSADOURIAN, “La producción de la mercancía dinero en la formación del mercado interno colonial”, Economía (Lima), vol. 1, nº 2 (1978), pp. 9-56.19 Ronald ESCOBEDO MANSILLA, Las comunidades indígenas y la economía colonial peruana, Bilbao, 1997. Véase un estudio de caso en Rosana BARRAGÁN, “En torno al modelo comunal mercantil: el caso de Mizque, Cochabamba, en el siglo XVII”, Chungará (Arica), vol. 15 (1985), pp. 125-141.

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estudios de la comunidad indígena, ya que da por demostrada una incompatibilidad formal entre diferentes racionalidades económicas. Dicha dicotomía carece de sentido si la participación en el mercado no desestabiliza el conjunto de la estrategia reproductiva del ayllu. La “oposición” al mercado así como la intervención en él, es una cuestión que se debe examinar coyunturalmente, tomando en cuenta la perspectiva de los ayllus y comunidades con sus propias racionalidades económicas. Examinar realmente la relación entre las comunidades y el mercado significa encontrar el punto en que diversos individuos que se señalan como comuneros actúan en función de esa unidad supraindividual llamada comunidad. A propósito de ello, T. Platt propone como eje del análisis, no la acción de un determinado individuo, sino el tiempo en que un conjunto de individuos realiza determinadas acciones simultáneamente. De modo que la noción del tiempo encarnada en el calendario rural se convierte en un elemento crucial del análisis. Al demostrar que la intervención en el mercado de individuos y familias pertenecientes a una comunidad se atiene a la temporalidad comunitaria marcada por las fiestas y las cosechas se puede comprender que no es la temporalidad del mercado la que los domina sino que los comuneros se acercan al mercado y participan en él según la temporalidad del ayllu o comunidad.20

Esto significa que es necesario atender a cuándo y cómo, y bajo qué condiciones, la concepción temporal comunitaria se ve desalojada por otra temporalidad, la cual puede dar paso a la reconstrucción de un ritmo comunal distinto o anularlo por completo. Desde este punto de vista la exploración de la fiesta parece cobrar un nuevo sentido. La fiesta es un momento de intensificación del consumo, de gasto de recursos laboriosamente acumulados y que además suele ser una instancia de reconocimiento y prestigio para los encargados de organizarla. Se supone que la financiación de las fiestas descapitalizó al campesino comunero. En la modernidad la fiesta parece hasta carecer de sentido para los más jóvenes miembros de la comunidad que probablemente optan por otras vías para romper la rutina y reforzar los vínculos que más les interesan. Un ejemplo de esta dinámica es la transformación del sistema de priostazgo que

20 Tristan PLATT, “Ethnic Calendars and Market Interventions among the Ayllus of Lipes during the Nineteenth Century”, en B. LARSON et al., Ethnicity, pp. 259-296 (263-264).

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ocurrida en Shamanga, comunidad ecuatoriana estudiada por Lentz. Antaño el reconocimiento social pasaba por integrarse a dicho sistema para organizar la fiesta comunal. En cambio, actualmente es la inversión en la construcción de una casa moderna, en la educación de los hijos, en el consumo de ciertos bienes lo que procura prestigio a los miembros de la comunidad. Pero estas demostraciones no ocupan el lugar que había tenido la fiesta, antes bien se centran en la familia y en el individuo.21 En algunas comunidades, el fin de la temporalidad festiva comunal se ha abierto paso a través de cambios de ideología religiosa sea un catolicismo moderno o algunas ramas del protestantismo.

El intento más ambicioso de problematizar la comunidad como eje de la lógica económica ha sido formulado desde el campo de la economía por E. González de Olarte, quien ha planteado la necesidad de distinguir la “economía campesina” de la “economía familiar comunera”, así como de diferenciar la comunidad jurídicamente reconocida de la economía comunal, evitando la tendencia a considerarlas como si fueran sinónimos. En su reflexión sobre la relación entre la comunidad y el sistema capitalista hay un esfuerzo por alejarse de las presunciones de “funcionalidad” más corrientes entre los académicos, que adjudican a la comunidad un papel de “reserva de mano de obra” o de productor de bienes a bajo costo. Aunque sí afirma que la comunidad constituía un espacio de retención de mano de obra capaz de reproducirse relativamente al margen de la regulación capitalista, a su vez puntualiza que el capitalismo en su estado actual puede básicamente prescindir de la mano de obra comunera. La economía comunal existe en una comunidad campesina cuando la organización de la producción y trabajo se efectúa mediante un sistema de interrelaciones entre las familias comuneras, que proporciona a estas familias un conjunto de beneficios superiores al que obtendrían si actuaran como familias campesinas individuales. Este conjunto de beneficios es lo que González Olarte llama el “efecto comunidad” de la economía comunal. Un minucioso estudio de la comunidad de Antapampa en el Cuzco le permite subrayar que la economía comunal es una

21 Carola LENTZ, Migración e identidad étnica. La transformación histórica de una comunidad indígena en la Sierra ecuatoriana, con un posfacio de Andrés GUERRERO (1ª ed. en alemán, 1980), Quito 1998, pp. 223-225.

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organización de los pobres del campo en los Andes que poseen recursos limitados y desarrollan actividades destinadas a la subsistencia. Para las personas involucradas en dicha economía economía familiar de la pobreza, es más importante sobrevivir que prosperar en el futuro.22

En su estudio sobre las comunidades de Piura (norte del Perú), K. Apel ha intentado aplicar en cierta medida el planteamiento de González de Olarte. Observa que las familias campesinas independientes, que trabajaban y siguen trabajando por su cuenta, se adhirieron a la forma comunal de organización en una zona donde no había existido este sistema porque el “efecto comunidad” les permitía una legalidad menos costosa. La aspiración auténtica de estos campesinos era obtener títulos de propiedad privada, pero el estado peruano no les facilitaba esta vía. En dicho contexto, las leyes aprobadas en 1970 para el reconocimiento legal de las comunidades campesinas eran las que les proporcionaban un nivel de amparo legal. El planteamiento de Apel ejemplifica bien los desencuentros entre los diversos niveles analíticos de que es susceptible la comunidad, pues utiliza el término “efecto comunidad” que González de Olarte había definido con toda precisión para el análisis de la “economía familiar comunera” a un campo que precisamente este autor dejaba fuera de su esquema. Para ello Apel retoma la idea de J. Golte sobre la comunidad como “ficción legal”, con lo cual el poder analítico de la noción planteada por González de Olarte queda totalmente desvirtuado. Apel demuestra que la economía familiar comunera no existe en Piura, sin embargo el uso de términos como “efecto comunidad” a la comunidad como ficción legal no contribuye a aclarar la dinámica de las comunidades piuranas, ni explica la economía familiar campesina de la zona.23

La modernidad ha traído una redefinición de la riqueza y la pobreza en el campo en general. La pérdida de importancia de la tierra como bien definitorio de la riqueza resulta desde este punto de vista

22 Efraín GONZÁLEZ DE OLARTE, Economía de la comunidad campesina, Lima 1984, pp. 18-22. El estudio de Adolfo FIGUEROA, La economía campesina de la sierra del Perú, Lima 1983, no ha sido comentado aquí porque se centra en la familia campesina, refiriéndose a la comunidad campesina sólo como adscripción geográfica, sin integrarla como realidad económica en su análisis.23 Karen APEL, De la hacienda a la comunidad: la sierra de Piura, 1934-1990, Lima 1996, pp. 225-239.

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ejemplar, pues cuestiona la misma idea de comunidad campesina y/o indígena, al ser el acceso a la gestión de otros recursos lo que empieza a definir la riqueza y la pobreza de los miembros de una comunidad. Desde ese punto de vista el estudio de la gestión comunal de recursos como el turismo en determinadas áreas es un aspecto cada vez más relevante.24

Estructuración interna de las comunidades: autoridades, cofradías y migración

Desde la época colonial las autoridades comunales encargadas de la organización de los trabajos obligatorios y la recaudación del tributo, tuvieron un papel esencial en la intermediación con el estado. Esto los colocaba en una situación de la que podían sacar ventaja. Por otra parte, la legitimidad de estas autoridades dependía de saber transmitir los deseos, aspiraciones y necesidades del conjunto de comuneros hacia el exterior, así como de defender los bienes y territorios comunales. Sin embargo, hubo repetidos casos en que los caciques y jefes comunales prefirieron utilizar su posición privilegiada para acrecentar su poder y riqueza personales. El funcionamiento de la comunidad facilitó a los caciques más propensos al mercantilismo el ubicarse en el estrato de propietarios y explotadores de la comunidad, al crear una suerte de subvención a las aspiraciones no comunitarias, de modo que en determinadas coyunturas la legitimidad comunal no fue para algunas autoridades un bien demasiado apreciado frente a otras posibilidades económico- sociales que ofrecía el orden rural extracomunitario.25 Dentro de este panorama, es una excepción el estudio que demuestra que la autoridad indígena utilizó los mecanismos mercantiles para proteger la integridad comunitaria.26

El enfrentamiento entre los indios del común y los caciques puede ser síntoma del alejamiento de los campesinos enriquecidos de

24 Jorge GASCÓN GUTIÉRREZ, “La gestión de un nuevo recurso: el turismo. Conflicto y lucha por su control en los Andes”, en M.N. CHAMOUX y J. CONTRERAS (comps.), La gestión comunal de recursos. Economía y poder en las sociedades locales de España y América Latina, Barcelona 1996, pp. 307- 336.25 Karen SPALDING, Del indio al campesino: cambios en la estructura social del Perú colonial, Lima,1975, pp. 77- 85.26 Silvia RIVERA, “El mallku y la sociedad colonial en el siglo XVII: el caso de la comunidad de Jesús de Machaca”, Avances, nº 1 (1978), pp. 7-27.

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la comunidad, aunque no es del todo claro si el ascenso de algunos jefes étnicos sea equivalente a un proceso de diferenciación campesina. En el contexto colonial, especialmente, las instituciones capaces de contener dicho proceso fueron mucho más fuertes que en la república, donde algunas comunidades entraron en una crisis definitiva tras la cual dejaron de existir aun como ficción legal, como ocurrió en zonas de la costa norte peruana.27 El problema de la crisis de la autoridad de los caciques aparece a partir de mediados del siglo XVIII y se prolonga hasta inicios del siglo XIX en la zona altoperuana. Se considera que dicha crisis fue propiciada por el afán de la elite criolla colonial de quebrantar el poder cacical, a raíz de la experiencia de la rebelión de Túpac Amaru.28 Otros añaden que se debió al surgimiento de nuevos jefes comunales y a la agitación de los comuneros contra los caciques que los expoliaban.29 Esta crisis de la autoridad comunal parece ser más tardía en la sierra norte del Perú, si tomamos como indicador la región de Huaylas, aunque en este caso es el nuevo sistema republicano el factor que activa la desestructuración de la particular representatividad política de la llamada “república de indios” colonial. El desconocer la autoridad de los alcaldes indígenas fue parte de dicho proceso y ha sido estudiado allí sobre todo desde el punto de vista del discurso político.30 En el caso del Ecuador y Bolivia se advierte que los ideólogos republicanos consagran la idea de que los indios son “personas miserables” y se genera un proceso de ocultación política del indio.31 Sin embargo, estas pautas ideológicas no necesariamente se convirtieron en directrices de la política concreta 27 Víctor PERALTA RUIZ, “Estructura agraria y vida campesina en el valle de Lambayeque, siglo XVIII”, en A. FLORES-GALINDO, Comunidades campesinas, pp. 151-176.28 Scarlett O‘PHELAN, Kurakas sin sucesiones. Del cacique al alcalde de indios, Perú y Bolivia, 1750-1835, Cuzco 1997.29 Sinclair THOMSON, “Colonial Crisis, Community, and Andean Self-Rule: Aymara Politics in the Age of Insurgency (Eighteenth-Century La Paz)”, University of Wisconsin, tesis doctoral, 1996.30 Mark THURNER, From two republics to one divided: Contradictions of Postcolonial Nationmaking in Andean Peru, Durham 1998, pp. 139-140.31 Andrés GUERRERO, “La imagen ventrilocua: El discurso liberal de la ‘desgraciada raza indígena’ a fines del siglo XIX, en Blanca MURATORIO (comp.), Imágenes e imagineros: Representaciones de los indígenas ecuatorianos, siglos XIX y XX , Quito 1994, pp. 197-252 (esp. pp. 214-220). Es interesante observar que la categorización de los indios como “personas miserables” puede ya encontrarse en la obra Política indiana (1629) del célebre jurista español Juan DE SOLÓRZANO Y PEREYRA (1575-1655).

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que siguieron los estados republicanos frente a la población indígena. Aunque sólo fuera por razones pragmáticas, los funcionarios republicanos no pudieran prescindir de un estrato de autoridades indígenas que garantizaran que los indios pagasen el tributo y se avinieran a entregar prestaciones laborales.

La estructuración interna de las comunidades está en relación directa con las líneas internas de segmentación. Celestino y Meyers han planteado que las cofradías de la sierra central peruana fueron las instituciones que propiciaron la revitalización de los ayllus en el siglo XVII, ya que estos empezaron a funcionar como cofradías en dicha época. El ayllu así reconstituido pudo practicar el sistema de don y contradon durante los ritos, festividades y actividades anuales que giraban en torno a los santos patronos. Las cofradías, no obstante, podían constituirse en rivales de la propia comunidad y de la hacienda. Es decir la integración entre la comunidad y las cofradías no es totalmente armónica, aunque no tendría sentido su existencia sino en relación a aquella. Las cofradías se procuraban bienes que se poseían en común, organizaban el trabajo colectivo y la circulación de bienes que tenía como eje la fiesta. Además de estas funciones económicas, la cofradía cumplía una función social de distribución de prestigio entre un grupo más grande que alcanzaba a un grupo más amplio de personas a través del sistema de cargos. La estructura comunal ofrecía posiciones de prestigio sólo a los caciques y alcaldes, pero el sistema cofradial permitió una distribución más amplia del prestigio que podía alcanzar a los indios del común. Celestino y Meyers repasan con precisión el efecto de la leyes republicanas contra de los bienes de la Iglesia en general, que terminaron afectando a los bienes cofradiales. La Beneficencia Pública, las municipalidades, las parroquias e incluso las comunidades pretendieron ejercer derechos sobre estos bienes.32

Para la misma región, C. Hunefeldt interpreta que la cofradía se vinculó al ayllu desde mediados del siglo XVIII hasta comienzos del XIX, para reforzar la cohesión comunal y el beneficio económico de sus miembros, aunque no debate ni cita los avances de Celestino y Meyers sobre este problema.33 Un intento de entender otras

32 Olinda CELESTINO y Albert MEYERS, Las cofradías en el Perú: región central, Bonn 1981, pp. 126-131, 220-221.33 Christine HUNEFELDT, “Comunidad, curas y comuneros hacia fines del período colonial”, HISLA, Revista Latinoamericana de Historia Económica y Social, nº 2

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dimensiones de la cofradía ha sido el examen de la cofradía entre los machas de Bolivia, realizado por T. Platt, para quien la cofradía es un foco de religiosidad estrechamente vinculada a la búsqueda de convergencias culturales y teológicas que desarrollaron los indios para asimilar el cristianismo, si bien la relación entre cofradías y la segmentación interior de las comunidades y pueblos sigue siendo un tema poco claro.34

La exploración de las fronteras interétnicas tiene gran importancia para comprender la segmentación interna de la comunidad. El estudio de Izko sobre los ayllus de Sakaka y Kirkyawi en Bolivia subraya la identidad entre ayllus y pueblos indios, a la vez que trata de despejar la previa organización política prehispánica (confederaciones, grandes ayllus o grupos étnicos), superponiéndose a la cual, pero asimilándola, se generaron nuevas pugnas por recursos entre los indios y las viejas fronteras interétnicas se traslada a las fronteras interdepartamentales de la organización republicana.35

La migración de miembros de las comunidades a la ciudad o otras áreas rurales es un fenómeno antiguo en los Andes. En la época colonial la presión del trabajo obligatorio (mita) precipitó históricamente la fuga de indios de sus comunidades de origen, para instalarse en tierras de otras comunidades. Eran los llamados “forasteros”, frente a los cuales estaban los “originarios”, esto es, los indios que permanecían en su comunidad de origen, sin cambiar de pueblo, y que constituían legítimamente el común de indios o comunidad. El forasterismo también suscitó un juego político-económico, que implicó un manejo de los recursos de tierras muchas veces antagónico con los intereses de los comuneros legítimos, “originarios”. La migración indígena fue una respuesta a las nuevas necesidades impuestas por el tributo, pero también puede leerse como una huida de intermediarios demasiado onerosos.36 Paralelamente, la migración en los Andes propició el surgimiento de nuevas identidades con una base más universalista de vínculos sociales, con lo cual se fue

(1983), pp. 3-31.34 Tristan PLATT, Los Guerreros de Cristo: Cofradías, misa solar y guerra regenerativa en una doctrina Macha (siglos XVIII-XX), trad. de Luis H. ANTEZANA, La Paz,1996.35 X. IZKO, “Fronteras étnicas en litigio”, en H. BONILLA, Los Andes en la encrucijada, p. 67.36 Nicolás SÁNCHEZ-ALBORNOZ A., Indios y tributos en el Alto Perú, Lima 1977.

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generando entre fines del siglo XVI y comienzos del XVIII, una invisible revolución social y cultural que es imposible de aprehender con los conceptos clásicos de aculturación y contraaculturación. Se trataría del surgimiento de un orden mestizo colonial.37 En este mismo sentido apuntan los trabajos de Ann Wightman sobre el Cuzco y de Karen Powers sobre Quito. Wightman señala que los forasteros alteraron los patrones de reciprocidad tradicionales y que la resistencia individual a las fuerzas del colonialismo terminó por reformular la estructura del ayllu (comunidad).38 Powers demuestra que el significado de la migración fue diferenciado según los indios migraran dentro de la propia esfera indígena, cosa que ocurrió en el siglo XVI, o migraran hacia las zonas controladas por la economía española, proceso que ocurrió en el siglo XVII y que conllevó fractura de la comunidad indígena. El efecto de la migración fue la aceleración de la diferenciación socioeconómica al interior de la comunidad y la erosión del poder de los caciques antiguos quienes obligados a responder por los tributos, tuvieron que vender sus tierras para satisfacer sus deudas. A su vez esto allanó el camino para caciques intrusos, quienes gracias a sus relaciones con indios forasteros encontraron una nueva y más fuerte base económica. La migración en grupos era un fenómeno dual, por una parte, permitía la sobrevivencia cultural, aunque, por otra, potenciaba las fuerzas de dominación que empobrecían al conjunto de la comunidad.39

La introducción de la perspectiva de género y etnicidad ha permitido explorar las concepciones sobre las relaciones entre hombres y mujeres en la comunidad. Harris ha estudiado la complementariedad entre las parejas de casados, reflejada tanto en la cosmología como en la organización de la casa familiar entre los laimis de Bolivia.40 Por otra parte, también se ha mostrado la existencia de una fuerte jerarquización sexual que subyuga y devalúa

37 Thierry SAIGNES, “Indian Migration and Social Change in Seventeenth-Century Charcas”, en B. LARSON et al., Ethnicity, pp. 167-195.38 Ann M. WIGHTMAN, Indigenous Migration and Social Change, The Forasteros of Cuzco, 1520-1720, Durham 1990.39 Karen VIEIRA POWERS, Prendas con pies: migraciones indígenas y supervivencia cultural en la Audiencia de Quito, Quito,1994. Hay ed. en inglés (sintetizada): Andean journeys: migration, ethnogenesis, and the State in colonial Quito, Albuquerque 1995.40 Olivia HARRIS, “Una visión andina del hombre y la mujer”, Allpanchis, nº 25 (1985), pp. 17-42.

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el trabajo femenino frente al masculino en determinadas coyunturas. En la comunidad de Chitapampa en el Cuzco, cuando la herencia de la tierra era fundamental para definir la pertenencia a la comunidad y un alto nivel en la jerarquía dentro de la misma, las mujeres no recibían prácticamente tierra de la familia. Aunque las mujeres realizaban trabajos agrícolas y se encargaban del pequeño comercio, estas actividades nunca alcanzaron la categoría real de trabajo equiparable al de un hombre. En tiempos recientes, cuando la tierra ha dejado de ser el principal indicio de integración en la comunidad, y el éxito en la migración urbana comienza a ser el criterio para ser apreciado en la comunidad, las mujeres han podido convertirse en herederas de pequeñas parcelas de tierra. Pero este acceso a la tierra ya no tiene la misma importancia que antes. La experiencia urbana de las mujeres de la comunidad en el trabajo doméstico tampoco ha adquirido en todo este tiempo una valoración que lo equiparara con el trabajo urbano masculino. Por otra parte, los comuneros migrantes han creado una jerarquía interna en que los llamados "indios" ocupan el escalón más bajo en el aprecio social en la comunidad. La lucha por desindianizarse en Chitapampa es la lucha por liberarse colectiva e individualmente en el marco regional cuzqueño, por asumir la identidad mestiza como medio de movilidad social.41

Un proceso donde aparecen los mismos elementos pero con otros significados es la comunidad de Shamanga en Ecuador, ya mencionada. Allí también la tierra ha perdido su valor para definir la jerarquía comunal y el éxito en la migración se ha convertido en el nuevo criterio de prestigio. Sin embargo, los comuneros no parecen haber optado por desindianizarse sino por reformular el valor de lo indígena dentro de la modernización, aunque sí se observa una fuerte tendencia a la devaluación de lo indio campesino en favor de lo indio urbano.

Si bien es frecuente hallar en los estudios de comunidad, una referencia a las estrategias de reproducción, es un misterio si éstas permiten la reproducción de toda la comunidad o de sólo una parte, y si éste es el caso, se plantea el problema de seguir el rastro de aquellos que de alguna manera son expulsados o marginados de este proceso.

41 Marisol DE LA CADENA, “ ‘Las mujeres son más indias’: Etnicidad y género en una comunidad del Cusco”, Revista Andina, vol. 9, nº 1 (1991), pp. 7-29 (traducido al inglés en B. LARSON et al., Ethnicity, pp. 329-348).

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Lentz se refiere a familias demasiado empobrecidas para poder adscribirse a la comunidad, pero las deja de lado en su estudio. De la Cadena menciona a las mujeres migrantes que quedan relegadas en el servicio doméstico, aunque no sabemos si la comunidad sigue siendo una referencia importante en sus vidas. Ante estos datos se hace patente que la tendencia a estudiar a la comunidad en sí misma omite fenómenos que pueden dar una visión más exacta de la esfera comunal, esto es, el significado de la marginalidad rural/urbana respecto a la comunidad y a los fenómenos a que puede dar lugar: nuevas formas asociativas, individualismo, etc.

El problema del “resurgimiento” de comunidades en zonas costeñas del Perú donde no existían ha suscitado dos perspectivas. Por una parte algunos consideran que la persistencia de “elementos comunales” es esencial para explicar la formación de nuevas comunidades al darse un contexto legal que facilitaba relativamente la vida del campesino afiliado a una comunidad (la legislación de comunidades campesinas dada por el gobierno militar en 1970).42 Otro enfoque, es el que plantea que los campesinos individuales se afiliaron a comunidades al considerar que era la manera más rápida y eficaz de protegerse legalmente, aunque su aspiración máxima era obtener la titulación individual de sus tierras. Desde ese punto de vista, no se trata de elementos comunales que tienen la oportunidad de desarrollarse sino de decisiones tomadas por campesinos parcelarios que negocian con el contexto externo.43 El caso de estas comunidades es interesante porque requiere explorar el solapamiento entre la “comunidad” e instituciones tales como la municipalidad, pueblo, caserío, etc. que apenas se han analizado.

La comunidad como discurso y como experiencia

En los estudios históricos de las comunidades existe la preocupación por examinar asimismo la importancia de la comunidad como representación política, y por discernir hasta qué punto se plasma ésta en la práctica de los involucrados en dicha institución. Para S. O'Phelan, la comunidad india fue el eje de la acción rebelde del siglo

42 A. DIEZ HURTADO, “Las comunidades indígenas del Bajo Piura”, en H. BONILLA, Los Andes en la encrucijada, pp. 187-188.43 K. APEL, De la hacienda a la comunidad, pp. 225-228.

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XVIII que, fuera mediante el sistema cacical u otras formas de jefatura comunal desarrolladas a partir de un “onocimiento del escalamiento político local” pugna por sus reivindicaciones legalmente en un primer momento y después violentamente.44 Para H. Bonilla existe efectivamente una “ideología comunitaria” aunque menos centrada en las reivindicaciones comunales, sino que funciona antes bien como una pantalla para el ocultamiento de relaciones de opresión.45 F. Mallon matiza esta idea en su estudio de las comunidades de la sierra central peruana, al trazar el proceso de diferenciación campesina desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX en que finalmente se forma una burguesía agraria de origen campesino. Durante este proceso, sin embargo, se mantuvo la institución de la comunidad hasta que a medida que la mercantilización de la economía se fue ampliando, la misma comunidad entró en crisis. De todos modos la comunidad había generado un “lenguaje comunal” o un discurso que fue utilizado de modo diferenciado por los ricos y los pobres. Esta idea se emparenta con la de “economía moral”, formulada por E. P. Thompson y retomada analíticamente en algunos estudios del campesinado andino.46 Para Mallon la persistencia de la comunidad no se puede identificar siempre con la resistencia política y económica al capitalismo. En ese sentido, la “defensa de la comunidad” no refleja una comunidad ideal, sino el uso que de la idea

44 Scarlett O'PHELAN, “Las comunidades campesinas en el Sur Andino, siglo XVII”, en A. FLORES-GALINDO (comp.), Comunidades campesinas, pp. 95-114.45 Heraclio BONILLA, “Comunidades indígenas y estado nación en el Perú”, en A. FLORES-GALINDO (comp.), Comunidades campesinas, pp. 13-25 (p. 16). Podemos relacionar esta perspectiva con la que aparece en algunos ensayos que englobados en la temática de la reciprocidad como el de Jacques MALENGREAU, “Comuneros y ‘empresarios’ en el intercambio”, en: G. ALBERTI y E. MAYER, Reciprocidad e intercambio en los Andes peruanos, Lima 1974, pp. 171-205. Allí la reciprocidad es una cobertura amable de relaciones fuertemente competitivas e instrumentadas por los notables locales. Desde otra óptica (el ensayo de B.J. ISBELL, “Parentesco andino y reciprocidad Kuyaq: los que nos aman”, en el mismo volumen, pp. 110-152), una reciprocidad básicamente benévola abarca todo aspecto de la vida rural y se expande a los medios urbanos. Estas acusadas diferencias parecen depender de si se observa la reciprocidad desde el punto de vista de la economía o desde el punto de vista del parentesco.46 Brooke LARSON, Cochabamba, 1550-1900: Colonialism and Agrarian Transformation in Bolivia, (1ª ed. 1988) 2ª ed. corregida y aumentada, prólogo de William ROSEBERRY, Durham 1998, pp. 24-25.

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comunidad hacen los actores que toman su defensa como bandera.47

En cambio, para N. Manrique la comunidad de la sierra central responde a una imagen más compacta, sólidamente apoyada en una economía campesina que le permite resistir las ambiciones de los terratenientes.48

El trabajo de Mark Thurner también explora la vida política de los pueblos indios en la formación de la república, aunque ubicándose con más decisión en el campo de la teoría posmoderna y el marco de la subalternidad. De modo que resalta la paradoja legal en que se constituye el orden republicano: por una parte la reinterpretación del régimen comunal de propiedad existente en la colonia como propiedad privada, y por otra, el interés indio en mantener la vigencia de las leyes de Indias en un contexto republicano.49

La comunidad como experiencia vigente, sin embargo, es un terreno donde los antropólogos han tomado la palabra con más frecuencia que los historiadores. La perspectiva sobre la información accesible adquiere allí una dimensión más maleable y hasta cierto punto más intrincada. En su investigación sobre la comunidad en Chumbivilcas en el siglo XX, Poole señala que vivir en una comunidad para un antropólogo es básicamente vivir con una familia, lo que significa que a lo largo de la vida doméstica compartida con dicha familia aparece de vez en cuando “la comunidad”, aunque ésta como tal parece tener poca incidencia en la vida diaria de los comuneros. Los intercambios de bienes, trabajo o ayuda mutua a través de redes de parentesco y compadrazgo (observados por Poole) no proporcionan con todo “materia suficiente para definir lo que constituye exactamente aquella entidad jurídica y popular” que es la comunidad.50 La comunidad en cambio se hace presente en momentos coyunturales cuando los miembros de la comunidad se relacionan con

47 Florencia MALLON, The Defense of Community in Peru's Central Highlands. Peasant Struggle and Capitalist Transition, 1860-1940, Princeton 1983, pp. 339-345. El discurso tiene un papel central en su estudio comparativo: Florencia MALLON, Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Los Ángeles etc. 1995.48 Nelson MANRIQUE, “La comunidad campesina en la sierra central”, en A. FLORES-GALINDO, Comunidades campesinas, pp. 115-132. Véase también su obra: Campesinado y nación: las guerrillas indígenas en la guerra con Chile, Lima 1981.49 M. THURNER, From two republics to one divided, pp. 43-44.50 POOLE, “Qorilazos”, en FLORES-GALINDOComunidades campesinas, p. 283.

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el mundo de afuera. Este afuera se define, primero, según criterios territoriales y, en segundo lugar, a partir de que las relaciones de parentesco y producción que unen a la gente que viven dentro del territorio de la comunidad son más densas e importantes para sus propias estrategias individuales/ familiares de sobrevivencia.

De manera semejante, Lentz en su estudio sobre Shamanga, asume francamente que la vía de penetración hacia la comunidad a través de una familia es la más adecuada para el antropólogo.51 En esa experiencia el antropólogo puede percibir el contraste entre la vida “real” de los shamangueños marcada por la migración y el trabajo en la costa y una vida "comunal" ideal patente a través de los actos simbólicamente importantes de las vidas de los comuneros: bautismo, bodas, etc. Curiosamente, pese a que la autora se introdujo en la comunidad a través de las mujeres, su libro sobre Shamanga no incorpora la perspectiva de género ni sus implicaciones en la estructuración interna de la comunidad, con lo cual no podemos comparar sus hallazgos con los de De la Cadena.

Un acercamiento sugerente a la construcción de la comunidad lo ha propuesto Harvey en su examen del consumo de alcohol como parte de la reproducción social de la esfera comunal. En Ocongate (Cuzco) la ruptura momentánea del tiempo cotidiano permite que los comuneros expresen de forma abierta el discurso de la desesperación y el discurso de la afirmación en que parece discurrir la identidad indígena que asumen en esta circunstancia. El consumo de alcohol pone de relieve también la tensión entre el interés del hogar campesino y el interés de la comunidad y entre los “dominios” y comportamientos atribuidos a los sexos. A través de este momento de “desenmascaramiento” el individuo afirma su propia interpretación de la comunidad, situándose a veces a contracorriente de lo usualmente admitido, con lo cual se hace evidente que las personas que partipan de la comunidad operan con modelos distintos y conflictivos de vida colectiva.52

Las múltiples dimensiones de la comunidad se reflejan en la variedad de enfoques utilizados por los investigadores, aunque

51 LENTZ, Migración e identidad, pp. 26-27.52 Penny HARVEY, “Gender, Community and Confrontation: Power Relations in Drunkenness in Ocongate (Southern Peru)”, en Maryon MCDONALD (ed.,) Gender, Drink and Drugs, Oxford, Providence,1994, pp. 209-233.

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cualquiera que sea el elegido por ellos, éste parece exigir siempre la máxima concreción. La necesidad de comparar hallazgos, de cotejar conclusiones y de combinar perspectivas parece más relevante ahora que una teorización global sobre la comunidad.

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REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES. UN ESTUDIO DE CASO DESDE LOS ANDES DEL NORTE

EMILIA FERRARO*

En este artículo esbozo algunas de las muchas prácticas de intercambios que se dan en una comunidad indígena de la Sierra Norte del Ecuador. Estas estructuran la vida de dicha comunidad, articulando el orden social con el orden sobrenatural, de una manera tal que la trama de la sociedad se teje a través de una cadena perpetua de préstamos y devoluciones. Lo que me interesa aquí es sobre todo recoger toda la gran riqueza y variedad de relaciones sociales, económicas y culturales tanto “tradicionales” como “capitalistas” entre las cuales la población indígena de una sociedad contemporánea de los Andes del Norte parece manejarse desenvueltamente.

Mi objetivo es principalmente problematizar las dinámicas de intercambio que se dan en el momento actual en una comunidad andina, sus relaciones con la economía nacional y global y, en los actuales contextos cambiantes, empezar el análisis de la resignificación de categorías y nociones tradicionales. La reciprocidad todavía representa la norma ideal de intercambio entre comuneros pero su lógica se extiende también a la esfera de los intercambios de mercado. La articulación de las diversas esferas de transacciones está mediada por una red de intercambios y relaciones interconectadas, al punto que trazar una línea de separación rígida entre ellas puede a veces resultar difícil y artificial, así como será dificil agotar en este espacio su análisis.

* Escuela de Antropología Aplicada, Universidad Politécnica Salesiana, Quito.

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La visión que se nos presenta es, entonces, de una sociedad extremadamente creativa y en continuo movimiento, que, pese a los cambios, a veces violentos, y a las continuas restricciones que sufre por parte de la sociedad nacional en era de “globalización”, sigue afirmando su derecho a la “diferencia”, manteniendo una identidad específica que sobresale del resto de la sociedad nacional.

Trueque y negocios

En las comunidades indígenas del Norte de Ecuador1 hay una larga tradición de intercambios con comerciantes indígenas de la cercana provincia de Imbabura, quienes viajan por las comunidades vendiendo o intercambiando ponchos, chalinas, esteras. Los intercambios se dan a través de lo que generalmente se define como trueque, o sea, un intercambio directo de productos que no involucra dinero (cf. Humphrey 1985, 1992; Humphrey and Hugh-Jones, 1992).

Como toda otra relación económica repetida en el tiempo, también las relaciones entre los comuneros focus de mi investigación y estos comerciantes es muy personalizada. El tipo de trueque que se da en este caso se escapa de las definiciones tradicionales, pues involucra en igual medida tanto productos y animales como también dinero. Las dos modalidades de pago no se excluyen mutuamente, más bien se combinan: se paga en dinero hasta donde alcance y el resto se cubre con productos y/o animales. Contrariamente a cuanto afirmado por ciertas corrientes de antropología económica, en este caso la introducción del dinero en las economías “tradicionales” no ha llevado a una homogenización de las relaciones y de las transacciones

1 Se trata de las comunidades quichua de la parroquia Olmedo, Cantón Cayambe, provincia de Pichincha, asentadas en en el valle interandino delimitado por el nevado del Cayambe (5790 m.s.n.m.), al este y el complejo montañoso del Mojanda al oeste. La investigación de campo se dio desde 1992 hasta el presente, en 6 comunidades de la parroquia, que antes conformaban una única hacienda perteneciente a la iglesia católica, expropiada por el estado en 1908, año en el cual la hacienda fue dividida en 6 haciendas más pequeñas que pasaron a mano de la Asistencia Social, la institución estatal que las administraba arrendándolas a privados. Con la Reforma Agraria de 1964 y 1972, siendo las haciendas estatales, la tierra fue totalmente repartida entre los ex huasipungueros, a través de cooperativas creadas apositamente para esto. Hoy en día, las cooperativas casi ya no existen, pues al terminar de pagar la tierra común al estado, los campesinos de las cooperativas se han repartido la tierra comunal y todos los bienes de la cooperativa, incluídos animales y maquinária.

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económicas (cf. Humphrey 1992; Hugh-Jones and Humphrey 1992). Por el contrario, en el caso de las transacciones con los Imbabureños, el dinero no es tratado como un medio universal de intercambio y de valor, sino que se convierte en un bien entre otros y como tal es intercambiado por otros bienes.2

La combinación de intercambios de mercado y tradicionales (no-monetarios) se conoce desde siempre en los Andes, pero ha sido generalmente interpretada como uno de los productos de la expansión de las fuerzas del mercado.3 Sin embargo, el caso del mercado de la leche en P., que describo a continuación, desafía esta posición tradicional, presentándonos un panorama muy interesante en el cual órdenes económicos distintos conviven “pacíficamente”.

El mercado de la leche

El mercado de la leche en P. representa una síntesis privilegiada de las transacciones económicas y de las relaciones que se establecen entre los distintos actores que toman parte en él. La comercialización de la leche, en la zona, estaba tradicionalmente en manos de intermediarios mestizos; desde comienzos de 1990 los indígenas han empezado a involucrarse activamente en esta comercialización, utilizando las

2 A la luz de los últimos desarrollos de la antropología económica, estos temas estan siendo re-analizados. Ver por ejemplo M. TAUSSIG (1980), O. HARRIS (1989), M. SALLNOW (1989), O. HARRIS and B LARSON (1995) entre otros. Estos estudios proyectan una nueva luz sobre las dinámicas culturales y los procesos de construcción de identidad, así como sobre nuestra comprensión del dinero, en este sentido, el proceso de “dolarización” de la economía, que se está llevando adelante en Ecuador desde Enero de 2000, pone grandes interrogantes y desafíos y abre un nuevo e interesante campo de análisis todavía vírgen.3 Investigadores como E. MAYER (1974), por ejemplo, interpretan esta combinación más específicamente en relación al contexto andino: la combinación de diferentes formas de intercambio supuestamente substituye la desaparecida posibilidad de acceder y controlar a los diferentes pisos ecológicos. Sin embargo, hay varios estudios etnohistóricos y ecológicos que demuestran que en los Andes del Norte la importancia del modelo del archipiélago vertical era menor con respeto a los Andes centrales y meridionales (ver D. LEHMAN 1982; F. SALOMON 1986; S. RAMÍREZ 1982, 1995, M. van BUREN 1996). Si ya antes de la llegada de los españoles este “modelo” tenía una relevancia relativa para la subsistencia de las poblaciones locales, entonces la combinación de formas de intercambios “tradicionales” y mercantiles no puede ser explicada solamente como el producto de la desarticulación de la economía “tradicional” por efecto de la “invasión” del mercado capitalista.

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relaciones de parentesco y de compadrazgo para captar la leche, y marginando así a los intermediarios mestizos.

La condición principal para convertirse en lechero (comerciante de leche) es tener un capital suficiente para dar lo que se conoce localmente como el suplido, que es un anticipo de dinero sobre la leche vendida a futuro.4 La gente no concibe el comprar y vender leche sin el suplido, en base al cual los productores de leche seleccionan su propio lechero. De esta manera, el suplido determina literalmente el flujo de la leche y, por ende, del mercado mismo.

El suplido se encuentra también en la comercialización de los productos agrícolas y en las relaciones de trabajo entre partes que están involucradas establemente en el tiempo: es percibido como un derecho de los productores/empleados, y un deber de sus compradores o empleadores.

El dinero tomado en préstamo en el suplido frecuentemente es más alto que el valor de la leche vendida en el mes; por lo tanto, muchos productores empiezan el mes “debiéndole” a sus lecheros, y esta diferencia queda anotada en la cuenta del mes siguiente. Esto transforma el suplido en un verdadero préstamo. Y esta era su verdadera naturaleza en la época de hacienda, cuando el suplido daba comienzo a la relación entre el hacendado y el peón indígena residente en la hacienda (concierto) quien, con toda su familia, entraba de esta manera en una relación de deuda con su patrón que duraba toda la vida (cf. Guerrero, 1991: 85). A pesar del hecho que para los productores de leche el suplido representa un fácil acceso a un crédito informal, su sentido va mucho más allá de su carácter financiero: para empezar, no conlleva un interés; adicionalmente, solo se da a los productores “propios”; finalmente determina las percepciones alrededor del lechero y su posición frente a la vida social de la comunidad.

De hecho, el lechero no es un comerciante “normal”; más bien, es un actor central en la vida cotidiana de la gente, alguien con quien la gente puede contar cuando necesita ayuda financiera o encargos del pueblo más cercano. El se hace presente en ocasión de las fiestas con dinero, comida o trago, o en caso de dificultad.

4 Su modalidad puede variar levemente: algunos lecheros dan un monto según la cantidad de leche del proveedor que requiere el suplido; otros dan montos fijos que son independientes de la cantidad de leche vendida; otros no tienen montos pre-fijados.

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Un lechero no es seleccionado en base al (mejor) precio que ofrece para la leche, sino por ser “buena gente”: detrás de esta calificación hay todo un mundo de percepciones, obligaciones y derechos acerca de la justicia y la aceptabilidad de la relación, así como lo perciben sus actores, al punto que la relación entre un lechero y su productor es tan personalizada que es difícil poder establecer las reglas fijas y generales que la norman. El caso de G. es ejemplar en este sentido.

Ex presidente de la comunidad, G. es uno de aquellos indígenas que se ha convertido en lechero, abriendo una quesería relativamente exitosa en la misma comunidad. Sucesivamente, cuando ya su reputación de “hombre de negocios” honrado estaba firme y reconocida en la zona, abrió una pequeña tienda de abarrotes, en donde vende un poco de todo. Adicionalmente, comercia productos agrícolas y frecuentemente se encarga de vender en los mercados de la capital los productos de sus proveedores de leche, sin percibir ninguna ganancia. No solamente, sino que él asegura que una de las razones principales para abrir la tienda es justamente “ayudar” a su gente, quienes de esta manera no deben viajar a la ciudad más cercana en busca de lo que necesitan; en cambio, en su tienda ellos pueden comprar lo que quieren “ a cuenta leche”, o sea se le descuenta sobre las futuras ventas de leche.

Su caso es ejemplar en varios sentidos, en primer lugar, los “favores” hechos por los lecheros desde otra óptica podrían ser vistos como una estratégia calculada para acceder a un mayor número de productores y, por ende de leche, en un mercado inestable en el cual la demanda por la leche es superior a la oferta, en este sentido, el comportamiento de los lecheros sería una forma de maximizar su propia utilidad. Sin embargo, en este caso no es la utilidad lo que determina la “moralidad” o “inmoralidad” de la transacción y de la relación con el lechero, así como tampoco determina si un lechero es “buena” o “mala” gente. Lo que se evalua es el comportamiento general del lechero hacia sus proveedores y sobre todo su capacidad de responder a las expectativas de sus clientes. Y esto va más allá de la compra-venta de la leche. Así que la noción de utilidad no se construye solamente en términos monetarios, sino que aparece como una categoría social más que financiera.

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En segundo lugar, el crédito que, via suplido, empieza la relación entre lecheros y proveedores es continuamente renovado, y los lazos comerciales y financieros se refuerzan con arreglos socioeconómicos a través de los cuales se establecen relaciones a largo plazo entre las partes. Así que frecuentemente los lecheros participan en siembras al partir con sus proveedores, son clientes los unos de los otros, se convierten en compadres. Vemos, entonces, como la línea de demarcación entre relaciones “tradicionales” y “de mercado” se vuelve móvil y siempre más difícil de trazar.

Todas las prestaciones económicas en la zona de investigación se caracterizan por ser personales y personalizadas, y las partes involucradas se relacionan mutuamente en una cadena en la cual cada uno es a turno “acreedor” y “deudor”, y cada uno “debe” siempre algo al otro.

En la apreciación de la gente, un “buen lechero” es sobre todo el que da un buen suplido y sin protestar. Es difícil seguir la pista de este dinero, pero mis informantes estaban de acuerdo en que se utiliza sobre todo para gastos ceremoniales, en ocasión de matrimonios o bautismos, y sobre todo en ocasión de la fiesta de San Juan, la mayor celebración religiosa de la zona, que se festeja en Junio.

La fiesta de San Juan

Todas estas transacciones socioeconómicas encuentran su máxima expresión en la mayor fiesta religiosa del año, durante la cual se refuerzan y se extienden a través de la institución de nuevos créditos, tanto económicos como morales. Los lecheros, por ejemplo, concuerdan en que los pedidos de suplido aumentan drásticamente en Mayo y Junio, al aproximarse la fiesta.

La fiesta de San Juan es en realidad un complejo y articulado conjunto de celebraciones que se dan en la semana del 24 de Junio, y que los límites de este artículo no permiten analizar en detalle. El núcleo de esta celebración pude resumirse en dos rituales: la rama de gallos y el castillo.

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La rama de gallos

El ritual de la rama consiste en el tomar “prestado” un gallo para ser devuelto el año siguiente, siempre durante San Juan, en la forma de una rama de 12 gallos, a través de un complejo ritual que involucra a toda la comunidad. Mis informantes dicen que el número 12 se refiere a los meses que pasan entre el “préstamo” y su devolución, pues cuentan “un gallo por cada mes”, en este sentido, me arriesgo a decir que se trata de una transacción ritualizada de deuda, en la que lo prestado será devuelto en una proporción mayor.

El gallo recibido es posteriormente preparado en sopa y compartido entre los familiares y vecinos. A partir de este momento, y por todo el año que separa una celebración de la sucesiva, tanto quien ha tomado el gallo inicial, como quien se lo ha prestado, hará todo lo posible para reunir recursos de cualquier fuente para cumplir con su obligación: entregar una rama de 12 gallos y atender al grupo de amigos, vecinos y parientes que ha apoyado su priostazgo, en el primer caso; preparar una gran fiesta, con gran cantidad de comida y bebidas para todo el grupo que “entrega la rama”, en el segundo. Esto implica abrir un circuito de transacciones recíprocas.

El castillo

El castillo, conocido también con el nombre de aumento, es un pedido ritualizado de dinero que se da solo y exclusivamente durante la celebración de San Juan, y que debe ser devuelto al doble durante la celebración del año siguiente.

Desde un punto de vista estrictamente financiero, el castillo puede ser definido como un préstamo con el 100% de interés, pero sus dimensiones socioculturales son mucho más importantes que las económicas, empezando por el hecho que involucran sumas pequeñas de dinero que generalmente son inmediatamente “invertidas” en la fiesta misma, para aumentar sus proporciones. La gente no se queja y no cuestiona el “interés” que conlleva; por el contrario, expresa la necesidad de que en cada San Juan haya quien da y reciba castillos, pues de lo contrario la fiesta no podría darse. Quien presta y recibe de vuelta el dinero lo hace explícitamente en nombre y en honor de San Juan, quien es el verdadero “dueño del castillo”. Esta es la razón, la

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gente dice, por la cual no hay “morosos” y por la cual todos siempre pagan puntualmente.

La devolución del préstamo ocasiona una gran fiesta, con la oferta por parte de los dueños de casa de enormes cantidades de comida y bebida, proporcional al monto de la deuda: mayor es el monto cancelado, mayor será la calidad y la cantidad de comida recibida por el deudor, quien la comparte con todo su grupo de apoyo.

Tanto la rama como el castillo presentan una estructura similar y responden al mismo objetivo: alabar al Santo. Efectivamente, San Juan está al tope de un universo indígena ordenado. Se cree que él es muy poderoso y milagroso: sus fieles le piden protección y ayuda por todo tipo de problemas, necesidades y asuntos concernientes a su vida cotidiana, sus negocios, sus animales y cosechas. Pero se teme sobre medida su cólera. Como los Espíritus de las Montañas, familiares a los investigadoores de los Andes, el poder de San Juan tiene también dos caras, una positiva y una negativa, su comportamiento y actitud dependen en gran medida de las acciones de sus fieles. Dentro de este contexto, la “devoción” es una noción esencial en la estructuración de las relaciones con el Santo, quien responderá positivamente a los pedidos de sus fieles en la medida en que éstos demuestran materialmente su devoción y fe. Los rituales que se dan el 24 de Junio son, entonces, expresiones de la devoción al santo.

Las fiestas para San Juan implican unos gastos fuertes: los recursos “domésticos”, como animales y cosechas, no son suficientes para solventarlos, y se necesita una considerable suma de dinero. Para esto, los priostes reunirán todo lo que pueden de donde puedan. Los ahorros de la familia serán los primeros en ser gastados; éstos pueden incluyir también animales como las vacas y parte de las cosechas destinadas al consumo doméstico, en muchos casos la vaca a venderse se compra un año antes justamente con este propósito, a través de un préstamo de uno de los programas de financiamiento rural local; el suplido de la leche representa en este caso un ingreso de dinero efectivo esencial; los posibles ahorros de dinero puestos en bancos serán retirados. Todas las instituciones financieras locales , tanto formales como informales, registran en esta época un considerable aumento de pedidos de préstamos, confirmando que la fiesta de San Juan representa una ocasión de gran gasto y, por ende, de fuerte

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endeudamento y en la cual se meten en acto todas las redes de relaciones recíprocas. Nuevamente, vemos como el orden “tradicional” y el “mercantil” se encuentran funcionando de manera complementaria.

El pago de estos créditos tomará muchos años, pero la gente parece no preocuparse excesivamente; por el contrario, los priostes manifiestan no haberse jamás arrepentido de haber costeado la fiesta y de haber siempre encontrado la forma de pagar. Más aún, afirman que de alguna manera el costeo de la fiesta siempre les ha traido ventajas económicas.

Dentro de este marco, la adquisición de deudas no es un factor negativo, sino más bien algo positivo que de alguna forma la gente busca porque en el sentir común estas deudas son en honor al Santo y por lo tanto atraen abundancia, ya que atraen su benevolencia. A través de estas deudas, entonces, la gente establece una relación con el Santo que dura toda la vida. Las celebraciones al Santo representan ritos propiciatorios para atraer abundancia y bienestar; este tipo de deuda tiene, entonces, un carácter fértil y fecundo; se convierte en fuente de abundancia y aumento. Esto le da un carácter distinto a cualquier otra categoría de intercambio.

Conclusiones

Los intercambios ceremoniales, así como las transacciones de crédito y de deuda son familiares a los científicos andinos, pues éstos eran importantes elementos de la organización socio-económica del imperio incaico, y siguen siendo importantes elementos de las sociedades andinas modernas ( Cf. Murra 1975; Ramírez 1982, 1995; Rösing 1994; Gose 1986, 1994; Sallnow 1987, 1989, 1991; Harris 1989, 1995; Lund Skar 1995; Guerrero 1991).

Los debates sobre reciprocidad andina han tradicionalmente monopolizado la producción etnográfica y han enmarcado el análisis de todo tipo de intercambio, encubriendo, a mi parecer, la variedad de relaciones e intercambios que se dan detrás de “la reciprocidad”. Los datos aquí expuestos nos presentan una serie de transacciones que tienen características diversas, que involucran categorías como dinero, trueque, mercado, crédito, deuda: la manera cómo estas categorías se combinan entre si, el contexto en el cual funcionan, los diferentes

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actores que involucran y la forma cómo son utilizadas por ellos, dan vida a una multiplicidad y riqueza de situaciones y relaciones que escapan de las definiciones tradicionales, y que necesitan enfoques analíticos nuevos.

Los indígenas de la zona de investigación articulan de manera “armoniosa” las distintas transacciones y relaciones de mercado y tradicionales, combinando entonces muy bien órdenes económicos distintos que tradicionalmente han sido considerado como opuestos y mutuamente excluyentes. Sus prácticas demuestran que la reciprocidad y el mercado no son inconciliables e incopatibles; por el contrario, la lógica que subyace a los intercambios de bienes y servicios se extiende en algunos casos a los intercambios de dinero y viceversa. La misma noción de “utilidad”—esencial en la definición de la economía de mercado—es cuestionada y problematizada.

Esto desmiente definitivamente las opiniones de muchos investigadores, según los cuales la introducción del dinero y del mercado ha destruido el núcleo de las economías tradicionales y de la configuración sociocultural de las comunidades (Alberti y Mayer, 1974:31. Cf. también Custred 1974; Burchard 1974; Orlove 1974).

Analizar con lentes nuevos la resignificación de estas transacciones tradicionales, profundizar y sobre todo problematizar las relaciones y las articulaciones entre éstas y los intercambios de “mercado” es, a mi parecer, una tarea urgente y todavía pendiente.

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HISTORIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA: INTERSECCIÓN DE AUTOBIOGRAFÍA, ETNOGRAFÍA,

E HISTORIA

BLANCA MURATORIO*

Desde hace aproximadamente una década, mi trabajo antropológico en la Amazonia Ecuatoriana se ha concentrado en largos períodos de conversaciones con un grupo de mujeres indígenas Napo Quichua, quienes se identifican a sí mismas como mujeres de Pano, una comunidad situada en las cercanías de Tena, la capital de la Provincia del Napo. Una de esas mujeres, Francisca Andi, se distinguió siempre entre las demás por sus cualidades como narradora de historias, no sólo de su propia vida, sino también de aquellas que le fueron transmitidas oralmente por sus antepasados mas cercanos, y de muchas otras que ella misma crea para explicar distintos eventos de su cultura indígena local en relación a los Otros no-indígenas con quienes les ha tocado vivir, o como ella diría, sufrir.

Un día, cuando logré reunir el suficiente coraje para explicar a un grupo de mujeres adultas que no tuvieron nunca oportunidad de educarse, mi decisión de escribir sobre algunos aspectos de lo que había transcurrido en esas conversaciones hasta entonces, y en otras más íntimas que había tenido con Francisca en compañía de Dolores, mi inseparable compañera de trabajo,1 fue Francisca con una sonrisa * Universidad de British Columbia, Vancouver.1 Dolores Intriago ha sido mi colaboradora desde 1981, cuando comencé mi trabajo en la Amazonía. Su condición de mujer considerada socialmente “blanca”, pero casada con Francisco Andi, un indígena Napo Quichua, le ha permitido a Dolores no sólo ser totalmente bilingüe (Quichua-Castellano), sino convertirse en la confidente e

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cómplice, la que se adelantó a hablar para salvarme de un silencio que se me hacía casi insoportable. “No te preocupes tanto—me dijo—yo te doy mis historias para que mis palabras sean llevadas en el viento”. Es difícil explicar porqué este significó para mí uno de esos raros momentos revelatorios en el trabajo de campo sin entrar a relatar todos los altos y bajos en la construcción de una relación con Francisca en el curso de mas de diez años que no pueden recuperarse en un texto como este. Momento revelatorio, porque por primera vez sentí que Francisca había entendido el objetivo de mi trabajo y trataba de traducir ese entendimiento en los términos y significados de su propia cultura para mí y para las otras mujeres del grupo, en sus canciones autobiográficas, las mujeres Napo Quichua frecuentemente mencionan el poder del viento como un espíritu amigo que las acompaña cuando cantan y que les ayuda a amplificar su voz y a transportar sus palabras a lugares lejanos en la inmensa floresta tropical.

El término académico que más se acerca a explicar esta experiencia es el de “consentimiento informado” (informed consent) de los sujetos de nuestra investigación. Este término fue y sigue siendo discutido en antropología (ver, e.g. Fluehr-Lobban 1994), pero es un lugar común el aceptar que, cuando nuestros sujetos antropológicos provienen de sociedades preeminentemente orales o de aquellas donde las relaciones personales no se prestan fácilmente a ser impersonalizadas por un texto, el paradigma occidental estandarizado de consentimiento informado carece de sentido, prescindiendo del hecho de que los sujetos sean alfabetos o no. La experiencia de cumplir con el espíritu y la intención de obtener el consentimiento informado de nuestros sujetos es un aspecto del trabajo de campo que, a mi entender, tiende demasiado fácilmente a subsumirse en la convencional experiencia más inmediata y superficial de “rapport” (¿afinidad?, ¿simpatía?) que se discute en los textos de metodología como el sine qua non del trabajo antropológico. Este término, como el

intermediaria ideal entre los dos mundos para muchas mujeres Napo Quichua. Su interés por los problemas sociales y su práctica política la llevaron a ser la primera mujer Gobernadora de la Provincia de Napo en la década de 1990. Su interesante historia de vida y mi agradecimiento por su incansable interés en nuestro trabajo etnográfico merecen más espacio del que aquí le dedico, pero es el que ella me ha permitido darle hasta ahora.

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otro igualmente inadecuado de “informante”, tienen todavía un legado de paternalismo y condescendencia que surgieron de un contexto colonialista de la antropología, y que deben ser repensados en las cambiantes condiciones históricas de un presente postcolonial. Este es un presente que nos obliga no sólo a reexaminar nuestra persona antropológica, sino también a confrontar nuevos sujetos de investigación y diversas audiencias para nuestros textos etnográficos. Ganar el consentimiento informado, especialmente para hacer historias de vida de sujetos subalternos, cuyo acceso a ciertas formas de conocimiento está conformado por situaciones históricas específicas de poder, o de aquellos que no tienen porqué compartir nuestras prioridades intelectuales, es un largo y arduo proceso que sólo pude lograr después de muchos años de continuos regresos y de hacer del “campo” mi “casa”.

Se ha señalado repetidamente que en los textos etnográficos, el “campo” se convierte en una construcción ideológica con sus propias metáforas de “viajes”, “llegadas” y “salidas” (Clifford 1997; Pratt 1986), pero en realidad es primero un espacio de práctica social donde lo dialógico no es una decisión teórica (cómo incluir las voces de los otros en un texto), sino una necesidad cotidiana de entrar en relaciones sociales con el Otro para sobrevivir y para obtener los “datos” de los cuales depende nuestra vida académica y es allí también donde encontramos al Otro como sujeto situado en el presente. Como señala Joan Vincent (en Nugent 1999: 538), el trabajo de campo no es un método sino una presencia compartida por la cual tratamos de entender cómo otros seres humanos resuelven las situaciones cotidianas que confrontan. No importa cuáles son nuestras propias agendas cuando entramos al “campo”, nuestro trabajo es siempre el resultado de una realidad que debe ser negociada con sujetos que tienen sus propias teorías e interpretaciones de la cultura que da coherencia a sus vidas. Por lo tanto, la relación personal e intelectual entre los dos interlocutores ocupa un lugar central en el proceso de construir historias de vida. La auto-conciencia del entrevistador, sus supuestos culturales, y su bagaje intelectual, en suma su autobiografía, se “encuentran” con la del narrador. Como en cualquier otra buena con–versación, al hacer historia oral, aprender a escuchar, incluyendo una detenida atención a los silencios, supone en buena medida una renuncia al ego. Esto no significa convertirse en un

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observador neutral sino precisamente lo opuesto; ser un buen oyente siempre requiere simpatía.

Vuelvo entonces a preguntarme cómo entender más allá de la anécdota esa experiencia de “consentimiento informado” que describí al comienzo. Mi argumento es que ese es un proceso que nos fuerza a vernos a nosotros mismos reflejados en el espejo del Otro, y además, nos hace tomar consciencia de que nuestros “objetos” de análisis son sujetos analizantes con sus propias agendas sobre los usos e implicaciones de nuestro trabajo. Rosaldo (1993: 206-207) se refiere a esas situaciones de conocimiento como “relacionales”, es decir, aquellas formas de comprensión en las cuales ambas partes participan activa y mútuamente en la interpretación de las culturas. No se trata aquí simplemente de nuestra reflexividad o de explicitar nuestro “conocimiento situado”, a posteriori, sino de una reflexividad compartida en el sentido que Fabian (1983) habla de “contemporaneidad” (coevalness), la cual no significa "armonía" ni el unilateral cliché de "volverse nativo," precisamente porque está predicada en el reconocimiento y el respeto de las diferencias por ambas partes.

El objetivo de este ensayo es dar mi propia interpretación de esa doble reflexividad en el caso particular de esta experiencia de campo. Dada la multiplicidad y la creciente complejidad de las experiencias de trabajo de campo en este presente histórico (ver Clifford 1997), esta reflexión no intenta teorizar o generalizar posibles soluciones. Como todo etnógrafo presento una experiencia de trabajo de campo que debe ser situada personal e históricamente; un ejemplo que no intenta ser “ejemplar”. Para el propósito de este trabajo he optado por incorporar mi propia voz etnográfica y la voz de Francisca a través de algunos segmentos de la historia de un evento en su vida que ella misma considera esencial en la construcción de su propia persona, y que varias veces me ofreció como explicación de su deseo de usar el privilegio de mi educación académica para difundir su voz.

Esta concepción de “consentimiento informado” significa ir más allá de la necesaria problematización de las “relaciones de producción” (Clifford 1986: 13) de los textos etnográficos, donde las decisiones son tomadas unilateralmente por los antropólogos y donde, en general, poco se nos dice de la participación que tuvieron los sujetos de la investigación en esas decisiones. Se trata más bien de dar

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un paso atrás para interrogar el que hacer antropológico primeramente en las relaciones de producción en el campo, y en la calidad y la constitución histórica y política específica de las relaciones sociales con las personas que buscamos representar en nuestros textos. Por una parte, la idea de incorporar en el teorizar antropológico el cuestionamiento que los Otros hacen del “nosotros” o del “yo”, que se asume en los textos etnográficos, no ha recibido la misma atención que el problema de la reflexividad centrada en la persona del antropólogo (cf., Hugh-Jones 1988). Sin embargo, en su prólogo a un texto de Julius Lips, poco conocido y con el evocativo título “The Savage hits back”, ya Malinowski (1937) afirmaba que en el metier del antropólogo,

“[vernos] a nosotros mismos como los otros nos ven es simplemente el reverso y la contraparte del don de ver a los Otros como realmente son y como quisieran ser”.

Más recientemente, Turner (1988: 242) ha sugerido que este ejercicio de vernos a nosotros mismos como un Otro de nuestros sujetos antropológicos y como sujetos de otras antropologías (en este caso hechas por los indígenas de los Andes y la Amazonia) puede convertirse en un contexto significativo para reflexionar no sólo sobre las categorías con las cuales ellos han representado su experiencia de contacto con Occidente, sino también para analizar las categorías teóricas de nuestras propias perspectivas antropológicas e históricas. A mi entender, la proposición de Turner es de una teoría dialógica que supone ir más allá de la reflexividad individual para entender las etnohistorias que ellos hacen de nosotros.

Por otra parte, y en el caso particular de los pueblos indígenas, hay que reconocer que la relación antropológica viene precedida de situaciones coloniales de contacto donde la diferencia ha sido marcada para crear sujetos y transformar identidades. Frente a esas formas impuestas de subjetivación, los indígenas han construido y siguen construyendo complejas imágenes y narrativas de una multiplicidad de otros en situaciones de contacto, y han usado diferentes estrategias de resistencia y acomodación para dar sentido a sucesos significativos en la lucha por la sobrevivencia y transformación étnica (cf. Ramos 1988). Estas estrategias, tanto narrativas como rituales y de práctica social, ilustran ese proceso

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constante de auto-modernización que ha sido usado por los indígenas para desafiar, en sus propios términos, un proceso impuesto de homogenización étnica (Platt 1992), en el complejo escenario multivocal que los indígenas confrontan en el presente—en el cual el antropólogo no es sino una modesta presencia—el problema es entender qué recursos culturales y simbólicos son usados en la producción de nuevas modernidades y qué lugar tienen las memorias históricas y las nuevas apropiaciones y resignificaciones de los discursos de los Otros en el presente y en la proyección hacia el futuro. Es en este contexto que yo propongo leer la historia de Francisca como una narrativa de auto-modernización.

Identidades y memorias etnográficas

Las identidades y las memorias no son cosas sobre las que pensamos sino con las cuales pensamos. No existen como entidades fuera de nuestras políticas, nuestras relaciones sociales, y nuestras historias. Debemos tomar responsabilidad por sus usos y abusos, reconociendo que cada afirmación de identidad implica una elección que afecta no sólo a nosotros mismos sino también a otros (Gillies 1994).

De una manera u otra todos los antropólogos investigamos, escribimos, y enseñamos sobre identidades y memorias culturales. Nuevas preguntas teóricas nos han hecho más cautos sobre previos enfoques que esencializaban identidades y memorias y las congelaban en tiempos y espacios limitados por nuestros propios conceptos. Irónicamente, como varios antropólogos que trabajan en áreas culturales muy diferentes lo han señalado (Cruikshank 1998; Handler 1994; Warren 1992) nuestras dudas y constructivismos están siendo desafiados por los mismos sujetos que estudiamos, quienes enfrentados a la cultura dominante, tienden a usar conceptos esencialistas de identidades y memorias para reclamar distintivos derechos colectivos y para movilizarse políticamente.

El hecho de que pensamos con nuestras identidades y memorias nos lleva a otro tipo de reflexión. Si bien ya nadie defiende sin las acostumbradas reservas la posición del antropólogo como un “observador científico neutral”, el debate se centra en cómo mantener un sobrio equilibrio entre el “ser personal” y el “ser etnográfico” ( Bruner 1993) en el trabajo de campo y en nuestros textos

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etnográficos. Aunque aquí también existen posturas extremas, la mayoría de los antropólogos optamos por una posición de “discreción cultural” (Clifford 1997: 205). A mi entender, la auto-reflexión no es muy interesante a menos que nos lleve a nosotros y a los lectores a una reflexión más general sobre nuestra capacidad de traducir al Otro como sujeto y sobre las limitaciones, parcialidades, y posibles cegueras de nuestro trabajo etnográfico. Rosaldo (1993) y otros (e.g. Kondo 1986; Narayan 1997) ya han señalado que cada antropólogo entra al campo con una subjetividad múltiple, donde se entrecruzan diferentes identificaciones. Esta realidad de toda persona es mejor evocada en el final de un poema de Borges (1977):

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes,ese montón de espejos rotos”. (1977, Cambridge).

Mi bosquejo autobiográfico no difiere mucho de otros científicos sociales de mi generación que salimos para sacar doctorados en el extranjero y nunca pudimos o quisimos volver a la Argentina. Como antropóloga de descendencia Italo-Argentina, trato de vivir todos los años en tres mundos diferentes: canadiense-inglés, ecuatoriano-español, y quichua de la floresta tropical, en todos los cuales me siento igualmente cómoda aunque no igualmente competente. Cuando vuelvo a Vancouver no siento que estoy más en “casa” que cuando voy a Tena , donde tengo una pequeña casa. La identidad de sentirse siempre “forastera” puede ser asumida de muy diversas formas en distintos contextos sociales e históricos. Por deformación profesional (o vocación) he asumido esa identidad e identificación haciendo etnografía casi obsesivamente como una forma de sobrevivir en los tres mundos en que vivo. No hay una “casa” (home) que represente el sosiego de identidades y memorias compartidas. Lo que muchos experimentan como un agonizante exilio, yo lo veo mas como una libertad particular para percibir las ambigüedades y contradicciones en las diferentes formas en que cultura e historia son vividas por mí y por otros en las prácticas cotidianas. Frente a estas situaciones, toda pretensión de autoridad etnográfica se disipa fácilmente en el humor. Este humor entre ironía, subversión, y resignación, que se dirige principalmente hacia uno mismo fue, contra todas mis expectativas, una de las facetas de mi identidad que tanto el anciano indígena

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Alonso Andi (Rucuyaya), con quien comencé a hacer historias de vida en la Amazonia, como Francisca aceptaron para crear un primer puente sobre la diferencia. Pero, como ocurre frecuentemente en la Amazonia, todos los puentes son destruidos por lo menos una vez por las aguas turbulentas de los ríos crecidos. Con Rucuyaya, por ejemplo, mi condición de mujer fue una de esas barreras que me obligaron a ubicarme en la periferia del diálogo preferido con su hijo mayor a quien le contó su historia de vida (Muratorio 1991), en mi trabajo con las mujeres nunca asumí que mi condición de mujer per se me iba a garantizar una relación de aceptación compartida, lo que Patai (1991) llama una “noción no-crítica de hermandad”. Fue en esa segunda etapa de mi experiencia de campo, que todavía continúa, donde mi amistad y continua colaboración con Dolores, una mujer socialmente no-indígena, pero casada con el hijo mayor de Rucuyaya Alonso, me ha otorgado la legitimidad, y por cierto la autoridad, de mantener lo que prefiero llamar “conversaciones” con varias mujeres indígenas, y especialmente con Francisca. Pero, a pesar de los altos y bajos esperados en toda relación de varios años, las desavenencias y los cuestionamientos a que me sometieron varios hombres y mujeres indígenas me enseñaron a no seguir buscando los indígenas abstractos imaginados por mis convicciones políticas o mi romanticismo. Con gentileza e ironía ellos me forzaron a cuestionar mis propios “títeres conceptuales”, apropiada caracterización que Portelli (1997) hace de esas criaturas que son el producto de nuestra limitada experiencia e ilimitadas expectativas. Las historias de vida y las etnografías de lo particular (Abu-Lughod 1991) nos obligan a no ver la cultura como separada de las personas individuales que la crean, la experimentan, y a menudo la desafían. Nos ayudan a entender cómo la cultura, la estructura, y los procesos históricos influyen en las vidas individuales. Más específicamente, historias de vida de mujeres también pueden revelarnos el desafío y la transgresión de supuestas pautas culturales compartidas.

Además es necesario considerar que sus historias y nuestros textos adquieren una vida social propia en el presente (Cruikshank 1998, Blackman 1992). Continuamente generan nuevos significados en el proceso de ser recontadas y también ahora en la lectura que de ella hacen las generaciones más jóvenes que han tenido acceso a la educación formal. Por esta razón, muchos antropólogos tenemos que

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asumir la responsabilidad de buscar una voz que pueda cruzar la barrera cultural y que se dirija tanto a audiencias académicas como nativas. La tarea implica, por un lado, un cuidadoso balance entre nuestro lenguaje técnico y uno más narrativo que ayude a mantener mejor la oralidad de las fuentes. Pero siempre seremos traductores imperfectos. Como lo ha señalado Asad (1986), esta tarea de “traducción cultural” está inevitablemente inmersa en condiciones de poder, y son esas relaciones entre investigador y sujetos las que están siendo contestadas en muchas situaciones post-coloniales.

Una de las estrategias que he seguido al confrontar estos dilemas de cómo incorporar otras voces en mi propio trabajo, ha sido la de intercalar historias de vida indígenas con las voces de otros sujetos que históricamente han sido más importantes para esos indígenas de Napo que el eventual encuentro con la antropóloga. Mi intención ha sido tratar de entender esos diálogos que ocurrieron en el pasado pero que están presentes en la conciencia histórica de los sujetos y en las interpretaciones que ellos hacen implícita y explícitamente en sus narrativas. Escritas en contra de la historia oficial, estos proyectos de historias de vida representan una interacción entre las fuentes históricas orales y escritas en que cada una interroga a la otra. Mi principal objetivo ha sido explorar el carácter frecuentemente paradójico y contradictorio de esos diálogos históricamente situados. Todavía pienso que revelan, mucho más que un diálogo centrado entre la antropóloga y el sujeto, las estructuras de poder que tienen reales consecuencias sociales para los sujetos en un presente que no es solamente el etnográfico.

Como otros antropólogos e historiadores orales, creo que la mejor forma de establecer una reciprocidad políticamente significativa con aquellos de nuestros sujetos que habitualmente no son escuchados, es facilitar la posibilidad de que sus voces puedan llegar a otros espacios que ellos todavía no pueden alcanzar, y contextualizando sus voces en los procesos históricos más amplios que aún muchos de ellos no tienen el poder de conocer. Inevitablemente, al interpretar y transmitir esas memorias contribuimos a transformarlas. Porque el reverso de recordar es olvidar, memorias individuales pueden así sobrevivir el olvido oficial acerca de los indígenas, y especialmente de mujeres indígenas. Pero al situar nuestro propio trabajo históricamente también nos vemos

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forzados a reconocer nuestras propias limitaciones académicas y políticas. Prestando el término tan apropiado que Andrés Guerrero (1994) usó para caracterizar el discurso liberal e indigenista ecuatoriano sobre “la desgraciada raza indígena” a finales del siglo diecinueve, se puede decir que los antropólogos también hemos dejado de ser “ventrílocuos” (si alguna vez lo fuimos realmente). No hablamos por los Otros ni con los Otros sino acerca de ellos y siempre hablamos desde la diferencia.

Las identidades y memorias de Francisca

Conocí a Francisca en 1981 cuando recién comenzaba a trabajar en la historia de vida de Rucuyaya Alonso. Para situar a Rucuyaya en su propia generación, buscaba entrevistar a los pocos otros ancianos que todavía vivían en el área de Pano, en mi investigación en el archivo local había encontrado un documento donde se mencionaba un indígena llamado Basilio Andi que me interesó particularmente, porque bosquejaba una trayectoria de vida similar a la de Rucuyaya. Al preguntarle a Rucuyaya confirmó que Basilio había sido su amigo pero que había fallecido hacía tiempo. Me sugirió que tratara de encontrar a su hija Francisca quien, según él, siempre hablaba de su padre. Recuerdo muy bien mi primer encuentro con Francisca. Con Dolores habíamos ido a buscarla entrando hasta las orillas del río Pano por una playa frente de su casa, situada unos pocos metros hacia adentro del otro lado del río. Era uno de esos días de sol brillante en que el río está seco y cristalino. Pensábamos cruzarlo para llegar a su casa a visitarla pero, como se acostumbra en esos casos, Dolores gritó a viva voz su nombre para ver si había gente en la casa. Cinco minutos después Francisca apareció corriendo, se apresuró a hacer señas de que nos quedáramos en la playa y cruzó el río con el agua a la cintura, saludando con sus manos en alto y hablando desde el medio del río, tan rápido y con tanto énfasis, que casi no entendimos una sola palabra de lo que quería decirnos. Es una escena que ahora se repite todos los años que vuelvo a Tena, pero esa primera impresión de Francisca, que desafió todas mis pre-concepciones de "la mujer Napo Quichua", es una imagen que ella nunca defraudó. Su rostro angular enmarcado por su largo cabello negro, sus ojos expresivos y sus manos siempre en movimiento le dan una belleza, que ahora sé, la

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hizo famosa mucho antes de que yo la conociera, cuando ya tendría aproximadamente unos cincuenta y cinco años. También supe después de su poder como curandera y de su habilidad como ceramista. Pero lo que más me impresionó siempre fue su deseo de conversar sobre cualquier tema que le sugerimos, su increíble memoria, su maravillosa capacidad como narradora de historias, y su insaciable curiosidad que busca llegar a entender al Otro no-indígena con compasión, crítica analítica, y a menudo con ira.

En esa época Francisca nos habló largamente de su padre, pero fue unos años después, cuando le entregué una copia del libro sobre Rucuyaya en castellano, mostrándole donde figuraba el nombre de su padre y traduciéndole al Quichua lo que había escrito sobre él, que Francisca comenzó su propia investigación sobre mi persona, mi trabajo con mujeres, y su deseo de participar con historias de su propia vida. Me tomó seis años y un libro para convencerla que, en sus palabras, “no eras un turista mas paseándose por mi playa”. La historia de su vida que voy a narrar a continuación me la contó muchas veces en distintas formas, con distintos objetivos, y también durante conversaciones con otras mujeres. La versión que he elegido como relevante para este trabajo es la que me ofreció cuando le pregunté porqué ella tenía recuerdos tan nítidos y detallados de su padre y porqué había estado dispuesta a contármelos, en mi experiencia, las memorias de otras mujeres evocaban a sus madres y a sus suegras con mucho más frecuencia que a sus padres. Su respuesta fue la historia de su matrimonio arreglado por sus padres cuando ella sólo tenía diez años.2 Es una historia de dolor, de indignación, y finalmente de aceptación y celebración de su identidad como mujer indígena de Pano.

Al conocer la historia de vida de Francisca se nos hace evidente el hecho, ya aceptado y bien investigado en estudios de historia oral y en psicología cultural, de que “el sentido del ser es un

2 Hasta hace poco tiempo el matrimonio arreglado con residencia virilocal fue la norma entre los Napo Quichua. El proceso de este matrimonio tradicional implica varias etapas que pueden llevar hasta tres años para completarse: la maquipalabra, o promesa inicial hecha por los padres del futuro novio para "reservar" a la niña; la tapuna, o pedido formal; la pachtachina, una evento formal para confirmar las obligaciones, y la ceremonia de boda (bura). Aún hoy en día, cuando algunas de estas etapas ya no se cumplen, la ceremonia de boda sigue siendo muy importante e implica un elaborado y costoso ritual.

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fenómeno esencialmente narrativo” (Stivers 1993: 412) y que construimos una realidad significativa contando historias sobre nosotros mismos y escuchando las historias que otros cuentan sobre nosotros, en la narrativa acerca de su matrimonio arreglado, su huida de la casa de sus suegros, y su deseado arreglo final de vivir con su marido en la casa de sus padres en contravención de establecidas normas culturales, Francisca moldea sus memorias de estos hechos para fraguarlas en un elemento central de su sentido de identidad. Selecciona cuidadosamente los personajes, las escenas, las imágenes, y particularmente los momentos y emociones más significativas para forjarse dramáticamente como una persona rebelde. Como otras famosas heroínas románticas, desafía lo ordinario, hace difíciles elecciones entre caminos bifurcantes, pagando un precio oneroso por su decisión, para surgir finalmente victoriosa de su experiencia como protagonista de su propia historia. El poder de su cualidad personal de narradora se destaca a través del significado de sus palabras y del tono de su discurso, pero su historia, como la de muchos otros narradores de historias en su propia cultura, está literalmente llena de las voces—y los silencios—de otras personas significativas en su vida. Este aspecto dialógico de la narrativa revela el carácter social del ser individual, su situación en múltiples discursos de identidad y su inmersión en la afectividad de las relaciones sociales. Pero la voz de Francisca también entra en diálogo con discursos dominantes pasados y presentes, obligándonos así a contextualizar su subjetividad en las estructuras y procesos más amplios que afectaron su vida.

Su narrativa comienza en 1941 cuando el Oriente Ecuatoriano estaba envuelto en una guerra fronteriza con el Perú complicada por la competencia entre la Standard Oil y la Shell por el potencial petrolero Amazónico, en esa misma época, el impacto de la Segunda Guerra Mundial se dejó sentir en el Oriente particularmente a través del incremento que provocó en la demanda de caucho, cuya producción dependía de la mano de obra indígena local. Ninguno de estos dos procesos históricos son mencionados directamente por Francisca, pero los encontramos en las huellas que dejaron en la memoria de una niña que, ahora como mujer madura recuerda su vida. El temor con que comienza su narrativa es el de una niña escondida detrás de un árbol sin comprender que la han mandado fuera de su casa porque sus futuros suegros han venido de visita para hacer el

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primer pedido formal de su mano en matrimonio. Durante todo el largo proceso de la negociación matrimonial tradicional, el sentimiento que domina su narrativa es el de esa pequeña que va a ser forzada a dejar el mundo acogedor donde nació y el refugio del amor de su madre para ir a vivir con gente extraña.

“Cuando ven a una niña que le gusta acarrear leña y hacer chacra, vienen los padres de un hombre y le dicen: “Esta niña es buena, la quiero para mi hijo”. Así es como me escogieron a mí. La madre de mi marido me escogió. Dijo que era inteligente, que mi mamá y mi papá eran de un buen muntun (grupo de parentesco), inteligentes, luchadores y trabajadores. “Así ha de ser la hija”, dijeron. Se pusieron de acuerdo para venir a pedirme a mi papá. Fuí pedida cuando tenía los senos muy pequeñitos. Perdí mi muela del juicio cuando ya estaba con marido. Así es como vinieron a la casa para la tapuna (pedido) cuando yo era muy niña. Insistiron que querían una mujer de Pano y dijeron que me iban a cuidar bien. Trajeron un mono asado y también pescado. Pero mi mamá dijo que yo todavía era muy jóven y decidieron esperar. Siguieron trayendo comida de vez en cuando por un año. Cuando yo oía que venían me iba a esconder en el monte hasta que se iban. Yo miraba hacia la casa desde mi escondite detrás de un árbol grande, y aún entonces pensaba en escaparme. Yo sabía que estaban hablando de mí pero no entendía lo que me iba a pasar”.

Francisca comienza su historia estableciendo sus impecables credenciales de parentesco y certificando su meticulosa socialización en manos de su madre como una perfecta mujer Napo Quichua (Muratorio 1998). Se identifica como una mujer de Pano, dando por descontado que quien la escucha “sabe” que este grupo “naturalmente” produce potenciales cónyuges muy deseables. Pero aún más significativamente, Francisca afirma haber heredado de sus padres los dos rasgos de carácter considerados más valiosos en su cultura en ese tiempo: la reputación de ser una mujer trabajadora heredada de su madre, y la inteligencia crítica y el espíritu de lucha de su padre. Estos dos últimos rasgos no son considerados particularmente valiosos por los hombres como atributos de las mujeres, ni se espera que ellas estén así dotadas. Al enfatizar estas cualidades como suyas desde el comienzo, Francisca está ya bosquejando su retrato singular como persona, pero está también montando el escenario para explicar más adelante porqué su resistencia a su matrimonio arreglado le permitió, aún pasada su adolescencia, estar en contacto diario muy cercano con su padre, un

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hecho no común entre las mujeres en su cultura, pero un recuerdo que ella atesora.

Cuando estuvieron finalizadas todas las negociaciones y preparativos para la ceremonia de la boda que, como era costumbre entonces, iba a tener lugar en la casa de sus suegros, los temores de Francisca se acentúan con los consejos de su abuela quien, después de recordarle detalladamente sus deberes como futura “buena nuera”, la despide con las siguientes palabras: “Ni pienses que vas a volver mi hijita, en ese lugar lejano vas a enterrar tus huesos, allí vas a morir”. Pero, según Francisca, ni el amor que sentía por su abuela y por su madre, quien ya le había dado varias veces esos mismos consejos, fue suficiente para que se resignara a aceptar esa experiencia de separación que aún ahora le resulta dolorosa.

“Cuando salimos de mi casa para ir al Ansu, sabiendo que yo quería volverme, mi mamá me dió una canasta y un bebé para cargar para que no pudiera escaparme. Era muy lejos y tuvimos que pasar la noche en el camino. Temprano en la mañana cruzamos un río y los potreros. Yo me dije: “¿Dónde me están llevando?” y no podía dejar de pensar cómo escaparme. Miraba muy bien el camino para recordar todos los detalles de mi regreso. Era un camino muy ancho, construído por la compañía [de petróleo], lleno de huellas, de ‘zapatos’ de vacas; lleno de huellas de ganado. Los blancos sabían sacar el ganado por ese camino. Mi mamá me mostraba las huellas diciendo que eran de los zapatos de los soldados para que yo pudiera reconocerlas y tuviera miedo de ese camino. Cuando estábamos cerca de llegar mi mamá me dijo: “ No llores mi hijita, no estés triste; yo te he traído aquí tan lejos; como decimos los runa (gente), te estoy ‘vendiendo’, no trates de volver porque es muy lejos. ¿Ves este camino mi hijita? Es así porque por aquí caminan los blancos y los negros. Es el camino de los soldados; ellos te van a llevar a Quito, a la Costa, si vuelves por este camino te van a secuestrar, te van a dar comida hedionda, cebolla de comer y leche de vaca de tomar. No trates de escaparte, en el otro camino, en cambio, los ríos son muy correntosos, vas a morir si tratas de cruzarlos”. Cuando yo oía eso temblaba de miedo. Mi mamá me dió estos consejos durante todo el camino, pero yo lloraba y lloraba, y temblaba toda. Yo creía que ella se iba a quedar conmigo como me había prometido; yo era todavía muy niña para comprender. Cuando entendí que me iban a dejar allí con mis suegros hasta la muerte, me desesperé y allí mismo decidí que no me iba a quedar”.

Los senderos bifurcantes de identidad.

Keith Basso (1997:5-7) ha señalado la importancia del concepto de “lugar” o “espacio” en nuestras memorias del pasado. De acuerdo a

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Basso, “construir-lugares” (place-making) es un una estrategia universal de la imaginación histórica por la cual las memorias verbales y visuales de lugar se convierten en una forma de construir el pasado, las tradiciones, y las identidades personales y sociales. El camino que Francisca y su madre atravesaron para llegar a la casa de sus futuros suegros está preñado de memorias de colonialismo en las imágenes de las huellas del ganado y de los soldados, así como en los extraños gustos y “repugnantes” olores a cebolla y leche de vaca que antes como ahora evocan la cultura de los blancos. Aunque estos dos alimentos fueron introducidos por colonos hace ya muchos años, los indígenas del Napo no los han incorporado como parte de su dieta. “Comecebollas”, por ejemplo, es una expresión local usada para referirse a los ahuallactas, un término que en el Napo se usa para referirse a todas las personas que provienen de la región de la Sierra. Es este sendero de la aculturación violenta el que figura tan prominentemente en la trayectoria de resistencia de Francisca, en contraposición al sendero dificultoso pero familiar de la selva. Éste es el núcleo central de su historia:

“Yo siempre tenía mi ropa y mi frazada en una shigra (bolsa de fibra) listas para escaparme. Sabía irme a hurtadillas detrás de la casa para planear mi huida. Sólo pensaba en escaparme. Por aquel entonces yo pensaba que podía huir como una gacela y así lo hice. Un día mi suegra estaba haciendo ollas y me dijo que se había levantado muy de madrugada, pero ya cantaba el grillo. Me preguntó que porqué yo andaba para arriba y para abajo al río. Le dije que me dolía la barriga con diarrea y que por eso tenía que ir así. Lo que pasaba es que poco a poco llevaba las cosas al río para huirme. Primero escondí el machete, despues llevé la canasta que me había dado mi papá. Allí puse mi frazada, un poco de sal, el pilchi (cuenco) para la huayusa (té) y el otro pilchi que mi mamá me había dado cuando me iba a casar. Tenía dos pensamientos: venirme por el camino de la compañía, pero me acordaba que me iban a llevar los soldados y los negros y me daba mucho miedo. El otro era el camino de Pitua con un cerro bien alto y ríos que cruzar, pero decidí ir por allí. Al día siguiente, cuando todos estaban dormidos empecé a caminar por ese camino y luego a correr tan rápido como podía. Un hombre me ayudó a cruzar el río, como era verano no estaba profundo. Me puse la canasta en la cabeza y cruzé por las piedras, en una mano tenía un machete y en la otra un bastón. Vine corriendo todo el tiempo, no paré para nada, sólo una vez para mirar si alguien me seguía. Bajaba un cerro y subía otro, corriendo todo el tiempo. Un camino que se hacía en tres días yo lo había hecho en uno solo. Cuando llegué a mi casa mi papá se arrepintió de haberme dado tan niña y tan lejos. Me quedé en mi casa por un tiempo, pero mis suegros vinieron de nuevo a buscarme.

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Trajeron trago, pescado, y carne de danta y me llevaron de nuevo. Yo me escapé tres veces de esta misma manera. Cada vez que me llevaron me escapé. Hasta entonces no había dormido con mi marido.”

Aunque este importante segmento de la historia de Francisca está lleno de amargura por su falta de poder de decisión en controlar esos años tempranos de su vida, ahora en retrospectiva, ella considera su elección de resistencia como fuente de identidad personal y cultural. El escaparse por la escabrosa y peligrosa ruta “salvaje”, en vez de por el camino más fácil y abierto por la colonización, simboliza para ella su determinación de permanecer siendo una mujer Pano, si bien rebelde, y su rechazo al camino de la aculturación blanca. Esta es una elección que Francisca reitera aún más explícitamente cuando se niega a ser tentada a la infidelidad matrimonial por los "diablos blancos", como ella los llama. Su explicación de este incidente a través de un sueño con la Virgen María, transformada en un chaman femenino que ayuda a las mujeres (ver Muratorio 1995) demuestra su capacidad de traducir y resignificar los elementos ideológicos de la sociedad dominante sin abandonar los símbolos y experiencias de su cultura que dan significado a su vida. Después de un largo y detallado relato de su sueño dice:

“En esos tiempos yo era gorda y bonita, mi pelo era negro, brilloso, y muy largo. Aún los blancos casi me hicieron caer en la tentación. Sabían decirme: “¿Porqué has elegido a un Indio para marido?” Y yo comencé a pensar cómo deshacerme de mi marido; pero también pensé que yo no sabía castellano, ni leer ni escribir, y que estaba mejor con un runa (gente, indígena). Esta fue una tentación muy grande, pero luego de este sueño cuando la Virgen me visitó, prometÍ no escuchar más malos consejos y abandoné el vivir con los "diablos blancos" en mis pensamientos”.

En el último segmento de su historia Francisca relata el precio que debió pagar por su rebeldía a las normas tradicionales y cómo finalmente logró superarlas con estrategias de acomodación y resistencia que podemos considerar como parte de su propio proceso de auto-modernización.

“Finalmente retorné a la casa de mi marido porque mi suegro era yachaj (chaman) y podría haber matado a mis padres y a mí. La tercera vez que me escapé ya no volví donde mis suegros. Entonces mi padre dijo: “No voy a mandar a mi hija de vuelta. Que el marido venga y viva conmigo como un hijo, le voy a dar tierra. La he hecho sufrir, casi se murió por escaparse”, y mis suegros estuvieron de acuerdo. Mi marido volvió de la

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compañía [de petróleo] enfermo de malaria y muy pálido. Lo podría haber escupido y dejado ahí mismo. Pero después mi madre me aconsejó que debía dormir con él y tuve que hacerlo. Ella me decía que si yo me seguía negando me iba a dar a un viudo, a un viejo que se llamaba Laticu. Esto es lo que le pasaba a las jóvenes que abandonaban a sus maridos. Les pelaban la cabeza y las daban a un viejo. Yo dormí con él después de mi tercera menstruación y comencé a portarme como una mujer. Desde entonces no regresé a su casa, ni aún cuando tuve mi primer hijo. Antes de eso perdí cinco hijos. Los mayores decían que yo no pude tener niños por bastante tiempo porque estaba embrujada por mis suegros. No los estaba sirviendo y había quebrado la ley. Pero mi suegro lo negaba y decía que me quería, que yo era su huayusamama (la mujer que sirve el té de huayusa, aquí usado como término de cariño), que me extrañaba. Luego comenzamos a visitarlos más seguido y a ayudar en la casa. Me llevaron con ellos muy lejos a sacar caucho y les dimos las bolas al patrón que las vendía a los gringos. Mi suegro le dió un pedazo de terreno a mi marido en Pasourcu, la tierra que tenemos ahora. Es buena tierra y yo la he repartido entre mis hijas. Pero yo también trabajo la tierra de mi padre y ahí es donde vivo ahora, ahí es donde él quería que viviera y donde voy a morir. Yo aprendí de él muchas de las cosas que te he contado.

Es por supuesto un hecho común, y aún esperado, que una niña que es casada muy pequeña va a llorar o tratar de escaparse a casa de su madre por lo menos una vez antes de conformarse finalmente a retornar a la casa de su marido Sin embargo, no he encontrado ningún otro caso en que esta forma de residencia fuese ocasionada por el desafío de una niña a los deseos y presiones sociales tanto de sus padres como de sus suegros. Francisca simplemente los rindió con su obstinada resistencia a conformarse a una regla cultural que casi siempre coloca a las mujeres recién casadas, aún si bien temporalmente, en la posición social mas baja. Por el contrario, Francisca forzó a su propio marido a asumir esa posición subordinada en la casa de sus padres, ya que allí tenía muy pocas posibilidades de competir con éxito por el poder, el respeto, el afecto, o el prestigio social con el padre de Francisca, quien era un líder reconocido3.

3 Basilio Andi, el padre de Francisca fue un varayuj, un líder que portaba la vara de mando. Este tipo de autoridad indígena fue creada durante el período colonial. Consistía en liderar a un grupo de hombres que hacían distintos tipos de trabajo forzado para los blancos. Para evidencia de la resistencia de Basilio Andi a los abusos y arbitrariedades de los patrones y autoridades, ver Muratorio (1991, sp. pp. 160-161).

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La última senda hacia la identidad personal y cultural

En la última parte de la narrativa de Francisca nos damos cuenta de las “verdaderas” razones por las cuales finalmente se resignó a dormir con su marido, y el alto precio que tuvo que pagar por su resistencia a las normas de residencia post-maritales y al servicio debido a sus suegros. Pero, aún más significativamente en términos de entender su sentido de identidad personal y étnica, Francisca nos ofrece una evaluación final de lo que ella considera los resultados positivos de esta crucial decisión en su vida. Juzgando por el relato de Francisca, la atracción física no fue el factor decisivo en consumar su matrimonio, sino el temor. Temor por sí misma del escenario aún menos atrayente de ser casada con un viejo y de que le corten su hermoso cabello; y miedo por su familia, que hubiera podido ser gravemente afectada por los poderes chamánicos vengativos de su suegro. Ya sea por razones positivas o negativas, el poder otorgado a los chamanes en la cultura Napo Quichua los transforma en respetados o temidos intermediarios matrimoniales, y en la mayoría de los casos son considerados directamente responsables por las consecuencias de esa intervención. Francisca ve el hecho de haber perdido cinco hijos en los primeros años de su matrimonio como el resultado de la brujería ejercida por sus suegros por su resistencia a cumplir con sus obligaciones de nuera. El poder de los chamanes en controlar la sexualidad de las mujeres es un tema que casi no se menciona en la literatura sobre el chamanismo amerindio, pero todavía continúa siendo extremadamente importante en relación al matrimonio y a la violencia doméstica. A pesar de esta penosa experiencia de la pérdida de sus hijos, que Francisca trató de remediar adoptando y criando a dos niños varones, ella termina la historia de su matrimonio con una nota positiva. La reacia reconciliación con sus suegros le permitió poseer la tierra a la que tenía derecho como nuera, pero su resistencia la llevó a vivir en la tierra de su padre, un pedazo de la cual fue otorgado a su marido cuando su padre lo adoptó como si fuera un hijo propio. De acuerdo a Francisca, el hecho de que a través del samai (poder que se otorga al aconsejar, sabiduría) de su padre ella “heredó” su espíritu de lucha, es el factor que contribuyó a su éxito en ganar el argumento contra sus hermanos para retener ese pedazo de terreno después de la muerte de su padre. Entre los Napo Quichua, tradicionalmente las mujeres no

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heredan tierra de esta forma, pero ella pudo hacer uso de la ley ecuatoriana de herencia bilateral para retener este tan preciado terreno, donde quiere que la entierren.

Mas significativo para el sentido de identidad de Francisca en su propia cultura, ella siente que su individualidad reside en su habilidad de incorporar en sí misma, no sólo todas las valiosas cualidades de una mujer Napo Quichua ideal que aprendió de su madre, sino también aquella cualidad especial que da prestigio, status, y respeto a los hombres: el poder de la palabra racional para luchar por lo que es justo. Como me dijo al terminar su historia:

“Cuando mi padre me dió su samai me aconsejó que después de su muerte yo no debería temer a ningún blanco. “Vive como yo—me dijo—actúa como yo, que toda mi vida luché contra patrones abusivos”. Si sólo supiera castellano, hubiera sido como él, pero heredé sus pensamientos y tú vas a poner los míos en papel”.

Como varias otras mujeres de su generación, Francisca se queja frecuentemente del hecho de que su matrimonio temprano le impidió ir a la escuela y aprender a hablar y escribir el castellano. “De lo contrario podría haber sido abogada o doctora”, me ha repetido varias veces.4 Como en otras experiencias de su vida, en su solución a este problema, su modernidad consiste en una traducción cultural que supone resignificar la cultura del Otro, en este caso la antropóloga amiga y narradora, para cumplir su proyecto personal de que sus pensamientos y su herencia cultural sean “llevados en el viento”. La historia de su casamiento arreglado puede ser leída como una intensa lucha de identidad personal y sobrevivencia cultural. Es un relato de una persona individual que se enfrenta a la tradición, al mundo social, a aún a sus padres para lograr ser sí misma y seguir su propio camino. Pero en su historia también hace uso de símbolos y estrategias narrativas culturales que evocan respuestas y significados compartidos por otras mujeres Napo Quichua. Como es verdad en todas las

4 Esta es una queja que he oído de muchas otras mujeres de la generación de Francisca quienes, por su falta de educación, se sienten disminuidas aún frente a sus propias hijas. Sin embargo, cuando estas mujeres estaban en edad escolar, otros factores influían en la actitud de sus padres respecto a la educación de sus hijas, además de las presiones sociales para casarlas muy jóvenes. Muchos de estos padres temían, con razón, que si sus hijas eran reclutadas en el internado de monjas, iban a terminar de trabajadoras domésticas en casa de los blancos locales, o peor aún, enviadas a Quito para el mismo tipo de trabajo y ser así separadas permanentemente de sus padres.

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narrativas personales, en la suya, Francisca negocia el juego recíproco entre lo personal y lo social, entre la agencia individual y los determinantes culturales y sociales.

Al analizar el problema de cuán “representativa” es una historia de vida individual en términos de pautas culturales más amplias, Portelli (1997: 137) señala que más importante que la experiencia “promedio”, representada por las generalizaciones o las estadísticas, una narrativa personal nos confronta a una rica gama de posibilidades de experiencias dentro de una cultura y sociedad en un período histórico particular. Es una conclusión que en mi opinión expresa también la realidad de los distintos encuentros antropológicos transculturales de los cuales he tratado de presentar un ejemplo en este ensayo. Nuevas circunstancias históricas han incrementado dramáticamente los cambios sociales y culturales en la Amazonia, y generaciones mas jóvenes de mujeres indígenas confrontan nuevos desafíos que pueden no llevarles al mismo sendero de identidad que Francisca eligió. También una nueva generación de antropólogas está trabajando en esta área de la Amazonia, y es de esperar que su propia experiencia y compromiso contribuyan a revelar las voces de estas mujeres en distintas narrativas etnográficas.

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PARTE TERCERA

INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA: IN PURSUIT OF DEVELOPMENT

COLIN M. LEWIS*

WILSON SUZIGAN**

Introduction

Research methods in economic and social history have experienced a profound transformation in recent years, the result of the influence of several distinct approaches to the study of long-run development. The first makes explicit use of concepts from neo-classical economics and growth theory. The second, related to the first, emphasises the importance of institutions in the process of economic growth. The third draws on methods associated with economic and cultural anthropology. Notwithstanding changes in approach and method, a focus on industry has been central to much of the literature. Industry—both observed and anticipated—has been a subject of enduring interest and is often assumed as a reference point against which many other themes are and have been considered. Definitions of manufacturing have varied markedly, as has the content and composition of the sector and the construction scholars have attached to the determinants and impact of sectoral growth. Yet, from discussion about proto-industrialisation in the colonial period to

* London School of Economics, England.** Universidade de Campinas, SP, Brasil.

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agonized contrasts with the experience of the East Asian economies in modern times, the subject commands scholarly attention.

Cliometric History, the so-called New Economic History of the 1970s, is beginning to make a mark in the Latin Americanist literature, as evidenced by recent compilations by Haber (1997) and Coatsworth & Taylor (1998), innovative studies that also incorporate new institutionalist perspectives. Cliometric history employs national accounting methods and econometric techniques to measure productivity growth and to assess their social savings affects. According to Haber (1997: 2,7), the principal characteristics of quantitative history are: 1. the formulation of the question to be analyzed in precise, logical

language; 2. the use of counter-factual methods; 3. the robust testing of theory through the use of quantitative and

qualitative empirical data. While the cliometric approach became the principal methodology of examining the rate and structure of economic growth in North America, structuralist and dependency literature dominated writing on Latin America. Desarrollistas and dependistas rejected many neo-classical assumptions and questioned the automatic (or allegedly progressive) outcome of growth. These schools were primarily concerned with the characteristics of different phases of economic change and the structural distinctness of Latin America, notably factors inhibiting the emergence of industry and the consolidation of manufacturing as a lead sector. Perhaps this explains why, at that point, few explicitly cliometric studies appeared in the Latin Americanist literature. Notable exception are McGreevey (1971), Hunt (1972) and Coatsworth (1976), work indebted in part to earlier and contemporary kuznetsian studies published under the auspices of the Economic Growth Centre, Yale University. For example, Baer (1965), now superseded by substantially revised later (editions), Díaz Alejandro (1970), Reynolds (1970), Birnberg & Resnick (1975) and Mamalakis (1976): much of this scholarship addresses themes far beyond industry and industrialisation while devoting considerable attention to manufacturing.

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The second new approach, the New Institutionalism, also draws on classical economics but extends and qualifies it (Harris, Hunter & Lewis 1997: 1-2). New institutionalist writing, particularly associated with the work of North and Bates (and the earlier scholarship of Jones and Gerschenkron), points to the impact of institutional formations on patterns of economic growth in the long-run. Institutions condition property rights, shape transactions costs and filter technology, thereby influencing factor productivity. Concerned with issues of political economy and pointing to the possibility of institutional substitution and different routes to economic growth, this approach questions assumptions of homogeneity under-pinning neo-classical economic thought. Three inter-related elements lie at the core of institutionalism:

a. “systems of rules”—the formal and informal institutional arrangements by which economy and society are ordered and the degree to which distinct rules of the game promote or inhibit growth;

b. organisations—including units of production (for example industrial firms) and associations (such as business lobbies, political groups)—and the way in which organisations inter-act with, and change) institutions;

c. ideas and ideology—the extent to which institutions are shaped, and (organisations influence) by ideas. Much of this material focuses on “efficiency of states versus markets” (or, rather, of markets above government action) in the debate about industrial development. Hence states must guarantees the “right”, institutions in order to foster credibility—that is, make credible commitment possible—and so promote efficient markets.

In stressing the supply-side and organisational formations, cliometrics and institutionalism neglect the demand-side of the economy, a feature common to many economistic interpretations of development. The third—Consumptionist—approach fills this gap. Concerned with the “consumer revolution”, it is argued that patterns of consumption and the conceptualisation of the market—who consumes, what is bought and sold and how commodities and products are commercialised (rather than produced)—offer insights into larger socio-political processes. As with cliometrics and new

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institutionalism, consumptionism provoked controversy. Its detractors argue that the use of cultural variables (such as taste) are virtually impossible to quantify. They also reject the proposition that the consumer—rather than the entrepreneur—is the ultimate economic decision-maker. This is countered by those who use quantitative methods to study the evolution of patterns of consumption in the very long run and advance the concept of the “industrious revolution”, a micro approach based on the household. De Vries (1993, 1994), for example, examines the extent to which increased demand for goods and services encouraged the household to re-direct production and labour towards the market place: often “surplus work time”, was used to “manufacture”, for the market. Consumptionism still remains an under-used framework in historical writing on Latin America (Orlove 1997). However, recent research in the field of cultural history—the “new dependency”, according to some—which is equivocal about the origin, nature and importance of markets in Latin American history is likely to promote further interest in “industriousness”, and responses to the market. (See Topik 1999; van Young 1999). As individuals and households strove to enter it, did the market “... create social peace, political harmony, and material abundance ...” (Weiner 1999: 45)? Or, was the market “... a weak force that had to be accompanied by state planning ...”, (Topik 1999: 18). This echoes earlier assumptions that markets were a necessary but insufficient condition for industrialisation.

The new institutionalism (or neo-political economy approach) and the revival of the growth theory tradition do more than challenge earlier paradigms of structuralism, (cepalismo) and dependency (dependencia)—“historico-structuralism”, for those who viewed the two schools as sharing critical common assumptions (Fishlow 1988: 97-8). In the areas of industrial growth and industrialisation, they confront periodisation and cause advanced by developmentalists and dependistas writing from the 1950s to the 1970s. For scholars rooted in the cepalista and the early dependency traditions, it was a truth widely-held that Latin American industrialisation was triggered by the world crisis of the 1930s. The pre-1929 (or pre-1914) “model”, of export-led growth was variously presented as frustrating industrialisation or inimical to development. (At the time, industrialisation and development were held to be

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virtually one and the same). It was argued that Latin American industrialisation only became feasible after 1929 following a period of profound economic crisis in the central, industrialised capitalist economies. The world economic crisis and associated reduction in international commerce had a profound impact upon the foreign trade sector of the republics and undermined a peculiar socio-institutional order committed to economic internationalism. The collapse of the import-export complex removed an anti-industry bias in Latin America societies as the political dominance of a landed and commercial oligarchy was challenged by a rising industrial bourgeoisie and (in a few cases) an incipient urban industrial proletariat.

The emphasis on the 1930 watershed seeks to differentiate between a simple increase in manufacturing activities and industrialisation per se. Indebted to assessment of the continent’s post-Second World War economic problems advanced by the then UN Economic Commission for Latin America (ECLA now ECLAC [and the Caribbean]), structuralists depicted industrialisation as a profound secular change involving inter alia the relative decline of agriculture, rapid urbanisation and the emergence of the industrial sector as the key to self-sustaining economic expansion. Pointing to incomplete, regionally and sectorally specific patterns of economic activity that had emerged during the period of export-led growth, structuralists argued that industrialisation could only proceed in Latin America as the result of direct state action designed to overcome factors—such as an inadequate infrastructure, lack of market integration, deficient demand, irrational factor allocation and scarcities—that inhibited manufacturing. Structuralists did not find co-ordinated, coherent policies designed with the explicit objective of fostering an industrial transformation before the 1930s. While periods of remarkable growth in factory output had occurred before the 1930s, such expansion was overshadowed by growth elsewhere in the economy and hardly constituted macroeconomic realignment. Moreover, the range of manufacturing activities discernible in Latin America during phases of export expansion was limited and geographically confined. Although much has been written, Furtado (1977) offers the most authoritative statement of the original cepalista hypothesis. (For subsequent, neo-cepalista assessments of Latin

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American development, see Ffrench-Davis, Palma & Muñoz, 1992, and Sunkel, 1993). Furtado reflects the centrality of the emphasis upon industrialisation in ECLA approaches to development, a focus which also dominates comprehensive national historical on the Argentine (Ferrer 1967), Brazil (Furtado 1965) and Chile (Pinto 1962 and Muñoz 1972, 1968) written from the same perspective.

Focusing on exchange rather than production, and subsequently much modified, a strident presentation of the early dependency perspective is set out by Frank (1967). (For a recent, revised, re-statement see Frank, 1998). Drawing on radical approaches to the dynamics of socio-economic change, but challenging orthodox marxist precepts on the transformative impact of capitalist, Frank long held that Iberian plunder of Latin America in the sixteenth century and subsequent exploitation by Great Britain during the phase of imperialistic laissez faire capitalism frustrated the consolidation of modern manufacturing. Industry could only develop after the crash of 1929 when economic collapse in the metropolitan economies shattered the chains of dependence that bound the continent to the metropolis and permitted the emergence of new social formations that shattered the anti-industry bias explicit in the economic and institutional structures forged during the phase of export-led growth. Only then was is possible for Latin America to escape from a downward trajectory of underdevelopment. Building on the work of New Left, neo-marxists such as Baran (1957) on the malleability of welfare capitalism in the core economies, Frank’s initial contributions drew on earlier, near contemporaneous and on-going conventional radical expositions of the historic predicament of the continent such as Mariátegui (1928), Levin (1960), Ramirez Necochea (1970), Cadematori (1968) and Hinkelmert (1970).

Unsurprisingly, Frank and much of the early dependency literature, not least that addressing the history of manufacturing was, and continues to be, attacked from all sides. In a seminal study, Cardoso & Faletto (1979) argue that dependent development, involving industrialisation, was possible. For crude dependistas, this was a contradiction in terms. As indicated, socio-economic formations associated with bastard-capitalism in satellite economies derailed “national”, capitalism. Cardoso & Faletto reject the central thrust of this approach. While not disputing the importance of 1930

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for industrialisation, they stress formative developments in manufacturing in distinct national contexts associated with either the retention of domestic control over key local assets or efficacious state action, or both. Offering a differentiated, dynamic categorisation of conditions confronting the Latin American economies, they emphasise internal forces and structures (earlier dependistas had been over concerned with external constraints), pointing to differing possibilities facing elites. From the dependent-development challenge, neo-Gerschenkronian assessments of late industrialisation emerged for Brazil (Evans 1979, Cano 1981, J.M. Cardoso de Mello, 1982, Hewlett & Weinert, 1982, and Z.M. Cardoso de Mello, 1990), Colombia Kalmanovitz 1983) and, to a much lesser extent, Mexico (Hewlett & Weinert 1982).

In presenting an exogenous shocks hypothesis of industrialisation centred on 1930, many dependentistas and structuralists were inclined either to ignore or to minimise the extent of pre-1930 increases in manufacturing activities enumerated by contemporaries. (See Wythe 1945, Bunge 1928-30, Garland 1895). They also failed to appreciate the originality of measures devised to promote diversification during the nineteenth and early twentieth centuries. If de-linkage explanations of industrialisation are to carry conviction, analysis of earlier dislocations is necessary. Although temporary phenomena, the Baring Crisis of the early 1890s, the 1873 panic and indeed instability in world commercial and financial markets in 1866 may have been of relatively greater significance for individual national economies then at a critical phase of incorporation into the international system than the admittedly devastating crash of 1929. Increased volatility in the foreign trade sector during the years immediately before 1914 or again in the 1920s was less spectacular than the world depression but was of no less importance in contributing to policy re-appraisal that favoured the growth of manufacturing. Hence, institutionalist, old and new (and diffusionist approaches seeks to vindicate the achievements of industry in Latin America before 1930 and sometimes applauds precocious, pragmatic policy-making.

A paradox of the study of the history of manufacturing in Latin America is the appearance of a seminal study at precisely the moment that dependency was poised to become the dominant

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paradigm. Writing in the 1960s about industrialisation in São Paulo, in effect Dean (1969) refuted both the prevailing cepalista and the soon-to-be dependistas orthodoxies. His approach, loosely connected with diffusionist, modernisationist theories prevalent in the 1950s, is now being “re-discovered”, by growth-theorists and neo-institutionalists. In addition to charting the pace of industrial growth, Dean details the substantive and institutional pre-conditions for industrialisation provided during the period of rapid export expansion. Has the historiography come full circle? What common threads may be drawn from the current confrontation between growth-theorists and new institutionalists, on one side, and consumptionists, on the other, or from the earlier antagonistic symbiosis of the developmentalist-dependency controversy or, indeed, even earlier diffusionist and institutionalist approaches rooted in classical orthodoxy?

But what is industrialisation? From the approaches identified above, a number of key assumptions can be identified. Desarrollistas and dependistas, often accused of conflating industrialisation with development (that is, mistaking a part for the whole), associate industrialisation with structural change—a shift in the composition of aggregate output driven by a relative increase in the participation of manufacturing in Gross Domestic Product. For developmentalists and most strands of dependency thinking, in economies such as the Latin American, this required state action. The configuration of the international economy was such as to preclude “natural”, and “national”, industrialisation, as had occurred in the North Atlantic economies in the late eighteenth or nineteenth centuries. This definition was rooted in earlier diffusionist theories that associated self-sustaining development with the emergence of a sequence of lead-sector industries, shifting from cotton textiles to heavy engineering to consumer durables and so forth. Disinclined to use the term “development”, growth-theorists emphasis productivity gains and a shift from extensive to intensive patterns of economic activity, in short, greater systemic efficiency resulting from an institutional setting that facilitates mobility and maximising behaviour. Institutionalists, unlike structuralists and dependistas are disinclined to differentiate between industrial growth—an increase in manufactured output—and industrialisation. All of these

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“definitions”, imply innovation and capital deepening in, and beyond, the industrial sector.

A Chronology of Industrial Change and a Definition of Industry

From contending approaches to long-run economic and social change, old and new, a stylised chronology of industrial growth and industrialisation may be elaborated. It acknowledges that the attainment of a modern society founded upon a developed economy has been an enduring objective in Latin America, exercising pensadores and policy-makers intermittently since the revolutions for independence at the beginning of the nineteenth century. The promotion of manufacturing activities was regarded as central to the realisation of that objective. Various views as to the most appropriate means of stimulating industrial expansion prevailed: options included direct state aid for manufacturing and a more generalised encouragement of growth that would promote individual initiative in the industrial sector alongside investment in other activities. Concern about the subject, and possibly a perception of failure to secure manufacturing on a firm footing, is revealed in ubiquitous projects relating to fomento, mejoras materiales and industria at mid-nineteenth century, in the proliferation of the term “industries”, in official publications of the turn of the nineteenth century and policy debates about the respective virtues of “natural”, and “national”, industries at much the same time, in processes of economic internalisation in the second quarter of the twentieth century and in contending models of import-substitution industrialisation and diversified export-orientated growth in the final third of the twentieth century. Changes in contemporary language and in the content and focus of the literature reflect, in turn, shifts in the composition of manufacturing, in the perceived role of industry, in policy-making assumptions, and in schools of historical analyses. All inform definitions of manufacturing, industrial growth and industrialisation.

While the elaboration of a generalised framework obviously obscures distinct national or regional processes and events, several fairly distinct sub-periods in the industrial history of Latin American can be identified. While every period may not be sharply demarcated (nor precisely dated) for each economy, the specific characteristics of

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various phases and transitions from one phase to another have a broad continental aspect, certainly amongst the larger and middle ranking economies. Several periods can be distinguished: 1. the decades immediately following independence, years of sharp

re-adjustment for various expressions of colonial manufacturing that also witnessed attempts to establish modern industry;

2. the age of export-led growth from c.l870 to around the First World War associated with institutional modernisation, the development of infrastructure and demand expansion that created a market for consumer and capital goods, in short of export-driven industrial expansion;

3. the inter-war decades, years of increasing volatility in the foreign trade sector and, not least in the 1930s, of increasingly internalised growth that may have signalled autonomous industrialisation in some countries, a process marked by changes in both the scale of manufacturing and the composition of domestic industrial output;

4. the classic phase of import-substituting industrialisation dating from the 1940s (or possibly the 1930s) until the 1960s when forced industrialisation became a near continental policy goal;

5. the final third of the twentieth century, decades associated with both industrial deepening and de-industrialisation within a context of global re-insertion as contending ideologies of neo-structuralism and neo-liberalism gave way to the dominant new model of economic internationalism and state and macroeconomic re-structuring.

1. The Condition of Manufacturing c.1800-1850

Narrative accounts of industry before 1850 permit some generalisation, most of which point to crises and contractions in the volume of domestic production. Another feature of this period is diversity of modes of production and the survival of various pre-independence processes and units. Plurality of structures in the industrial sector was to be an enduring characteristic. Discussion about an appropriate policy was yet another feature, possibly a legacy of the Bourbon reform period of the late-colonial period that fostered the memory of efficacious, pro-active state intervention which may, indirectly, have benefited manufacturing (McFarlane 1993: 120-9).

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For the early nineteenth century, however, the principal issues are the impact of, and responses to, the threat of sustained upheaval consequent upon the struggles for independence. The implications for national industry of a liberalisation of external trade were also critical.

Various forms of “manufacturing”, existed at the beginning of the national period. At one extreme were self-sufficient Indian communities and large estates like the cane-sugar producers of North-East Brazil or natural dye complexes of Meso-America. Indian villages and commodity-producing estates hardly consumed from the market though they often (notably the latter) produced for it. Household indian production of textiles and artifacts, as well as staple foodstuffs) satisfied largely domestic needs. Consumption from the market, even at the end of the colonial period, tended to be forced. Namely, the notorious repartos de efectos, a widely-practised mechanism of dubious legality by which Crown officials “allocated”, imported goods to be purchased by indian communities in order to ensure the cultivation of cash crops (Golte 1980: esp. 84-85, Stern 1987). Similarly, although delivering primary commodities to the international market, plantations supplied most of their own essential “industrial”, needs from estate-based rudimentary workshops. Occasionally village-rural industrial units realised a small surplus for local or regional and occasionally national markets. Nevertheless, for the continent as a whole, manufacturing was an urban phenomenon, though one that assumed many forms in provincial and national capitals. At the apex of the “colonial”, industrial structure was the obraje (Salvucci 1988, Thompson 1989). The obrajes had a long history dating from at least the seventeenth century in the principal countries of Spanish America. Obraje production was both urban and factory based and was also almost invariably large in scale. Major concerns employed hundreds of workers who often resided in the factory complex (Bakewell 1997: 259-61, Thomson 1991: 255, Salvucci 1988: 139-43, Brown 1979: 216-9, 222-3). They were also characterised by the use of servile labour, either conscripted in the countryside or purchased in local slave markets. Yet, in some centres by the end of the colonial period there was an increasing tendency, both in the obrajes and small sweat shops, to employ wage labour, principally drawn from the free coloured population or newly arrived

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immigrants. Nevertheless, while non-free labour predominated in these large urban “manufacturies”, the prospects for market deepening were severely limited (Tandeter 1993: 129-66, Larson 1986).

Large-scale obrajes existed alongside smaller units of production—modest workshops and prosperous artisan dominated enterprises—in virtually all urban centres. By the beginning of the nineteenth century there was, however, in more advanced areas of the continent such as Mexico a tendency for large enterprises to move away from the cities. In part, the trend favouring re-location of factories was a desire to escape from excessive guild and municipal regulation. During the late eighteenth century this process may also have been accelerated by a determination to escape the attention of colonial administrators. Had later Bourbon ordinances against manufacturing been rigorously applied, the Spanish colonies would have possessed few establishments other than the most basic export processing plants at independence. Similar proscriptions against industry existed in Brazil. But a more pressing reason making for the re-siting of large workshops could have been the need for closer access to raw material supply or fast-running rivers to propel water-driven machinery—factors that imply both quantitative and qualitative changes in late-colonial manufacturing.

Diversity in the scale of early national industry was mirrored by variety in the range of items turned out for local, national and occasionally extra-national regional markets. The principal industrial product—if by industry is meant a process that was factory based and utilised techniques that were not too distant from those employed in other industrialising economies—was textiles, mainly woollens though cotton goods were of growing importance by the l850s. Brazilian cotton textile production was established in the north-east by the 1840s. Mexican mills were particularly prosperous in the early nineteenth century. Elsewhere in pastoral economies such as the Rio de la Plata, leather was cured and worked into a range of products—shoes, aprons, trousers, bridles, harnesses, straps, bags, pails—to serve consumer and industrial needs. There was also cart-making which catered for the domestic end of the pastoral export complex. Other animal products such as grease and tallow were rendered for the home market to produce soap and candles. Indeed, a multiplicity

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of rural products, from dried or cured meats, to flour and bread, and to beer, wines and cheap spirits, were everywhere elaborated for domestic consumption. Tableware and pottery, porcelain and glass, and building bricks were also fired for home use. In mineral producing economies, foreign travellers often remarked upon the degree of production for local needs, pointing to the robust condition of Mexican metal working during the early national period. By the middle of the nineteenth century, copper and silver production in Chile was dominated by local capital and the mining industry served as a vehicle for the diffusion of primitive refining and working techniques to other branches of metal manufacture. Here, as in Mexico, iron foundries attempted to supply regional and limited national demand (Thomson 1989, Salvucci 1988, Potash 1983, Ortega 1981, Kirsch 1977).

Yet, in most cases, production for the domestic market was carried out in small establishments employing a traditional and an obsolescent technology. Moreover, during the second quarter of the nineteenth century, the zones served by local industry became increasingly regional in focus as national markets fragmented, weakened by civil strife and foreign competition. In coastal regions, a telling indictment of obraje production was the fact that lower prices resulting from falling transport costs and technology gains, coupled with higher quality, meant that competition from imports proved lethal for many “manufacturers”, almost irrespective of the level at which tariffs were set (Ferns 1960: 79-80, Ospina Vásquez 1974: 138-40, Gootenberg 1989). A contraction in market horizons reinforced the primitive features and stagnating prospects of Latin American industry. This interpretation challenges the once widely-held view that independence everywhere resulted in the adoption of policies of free trade that devastated national industry. As the example of Buenos Aires reveals, circumstances were more complex. Some coastal regions were flooded with foreign manufactures: products were dumped in the nearest urban centres capable of cash purchases when foreign merchants’, exaggerated expectations of market potential failed to materialise, thereby undermining local industries. Elsewhere the impact of “free”, trade was much more limited: “natural”, protection and vested interests could not always be conquered by ideology and efficiency (Gootenberg 1988: 65-66, 87-

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8, Love & Jacobsen 1988, Platt 1972: 75-80). Although the struggles for independence destroyed industrial plant, decimated the workforce, dislocated production and disrupted traditional trade routes (as did subsequent civil wars and the drawing of national boundaries across colonial trade routes), the consequences were not wholly negative. Cottage industry located in the Argentinian north-west is a case in point. Previous to independence the area had supplied the burgeoning littoral market and also the mining zone of Upper Peru. Free trade brought the loss of the Buenos Aires market and early royalist victories in Upper Peru and Chile closed markets on the far side of the loyalist-insurgent frontier. Later Argentinian producers were to be even more effectively excluded from these markets with the independence of Bolivia and a rising tide of protectionism in Chile. Yet the disintegration of the Argentine into a loose confederation of provinces offered some solace to regional producers as potent forces of localism were reinforced by the fiscal policies of impecunious provincial administrations that subject inter-provincial commerce to a plethora of duties. Geography, reinforced by fiscal policy, also accorded some Andean and Mexican industries a degree of natural protection from the ravages of foreign competition until the coming of the railways in the last quarter of the century. But regional markets were rarely sufficiently dynamic to sustain let alone revitalise local industry. Politics, however, also mattered and while artisans remained a sector courted by aspiring politicians, the full rigour of the market might be kept at bay for a while by state assistance (Sowell 1996, Thomson 1991: 133-8, 1991: 282, Safford 1988: 45-6, 49).

Mexico undoubtedly offered the best prospects of an advance to modern industry from the high base of large-scale, pre-Independence factory production, especially in cotton textiles. By the beginning of the nineteenth century, the Mexican economy was not only relatively large, dynamic and integrated, but export activities no longer dominated production for the market: agriculture and industry seemed to offer the possibility of self-sustained growth. The wealthiest of Spain’s American colonies, Mexico possessed a relatively large population, several substantial and prosperous urban centres and had enjoyed something of a boom during the eighteenth century. While silver mining constituted the most important pillar of the late-colonial economy, and had revived as the result of efficacious

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government policies aimed at modernising mining, an aura of prosperity pervaded other activities. Buoyant silver production both monetised the economy and represented a source of capital, inducing an expansion of production in non-mining sectors (McFarlane 1998: 101). At the beginning of the eighteenth century, the development “gap”, between Mexico and the advanced economies of the North Atlantic had never been narrower (Coatsworth 1982). Domestic interests recognised the deficiencies of manufacturing and there seemed to be a firm base onto which modern technology could be readily grafted. Indeed, there was at this time no monopoly of technology. The technology “gap”, like the development “gap”, between Mexico and the outside world was narrow. Local production and foreign trade were to some extent complimentary. National industries supplied the mines with basic foodstuffs—hams, flour, biscuits, draught animals, simple artifacts and mining equipment. The mining communities were also important centres for the consumption of various household items such as coarse cotton, manta cloth, fine silk shawls, mayolica pottery, glassware, hats, and so forth. These and other products of mass consumption were purchased in cities such as Puebla, where they were manufactured, and in prosperous agricultural zones like the Bajío and Coahuila that specialised in cereal and pastoral production for national and regional markets (Thomson 1989). In short, while domestic production and trade catered for the lower end of the market, the wealthy—those with access to profits and income generated by the mines—purchased almost exclusively manufactures of European origin. This was precisely the type of regional specialisation vaunted by growth-theorists.

Moreover, in Mexico, as in Colombia during the early national period, there was policy continuity. Independence did not occasion a total rejection of mercantilist notions of fomento, Ospina Vásquez 1974. Intermittently during the first quarter century following Independence government adopted a protectionist posture, evidence both of the existence and strength of vested interests. Ambitious measures, including the granting of monopoly privileges and low-interest loans, were formulated to promote the establishment of enterprises to manufacture china and porcelain, paper, glass, cotton cloth and iron in Colombia between 1832 and 1844 (McFarlane 1991:

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106-13). During the early nineteenth century, “neo-merchantilist”, administrations in Chile, Colombia, Mexico and elsewhere sought to modernise the infrastructure and the mines and to promote the absorption of new techniques in manufacturing. Examples are legion: government in the Southern Cone and Mexico attempted to stimulate mining. In Mexico and Chile projects were devised to encourage domestic metal working. In the city of Puebla, Mexico, in the 1820s the city fathers despatched artisans to Europe and the United States to observe and report upon changing methods of manufacturing. Artisans were encouraged to acquire new skills. Government fostered the importation of textile machinery, literature on new processes, patterns and specimens of machine-made cloth. Discounting craft production, Mexico’s textile industry manufactured various yarns and cloths, woollens, cotton goods and more exotic silks. These items were produced in small shops, modest artisan units and large factories (Thomson 1989). When the central government established the Banco de Avio in 1830 to promote industrial expansion, the move was particularly welcomed by large producers who were interested in investing in modern industry. Would-be large-scale industrial manufacturers were anxious to secure state assistance to re-equip and re-locate factory production, and to integrate spinning, weaving and printing. They wished to escape from guild regulation, particularly strong in established centres of manufacturing, and to circumvent a Luddite artisanate which had successfully confronted attempts to mechanise weaving.

All this came to nought. The most telling factor was probably the mercantile character of “national”, capital which remained incorrigibly wedded to speculation and the external sector. Financial speculators, (agiotistas) held impecunious administrations in fee and were partly responsible for policy inconsistency. They successfully opposed institutional changes such as banking and currency reforms which, though designed to promote the financial autonomy of the state, might have also provided access to impersonal forms of credit for capital hungry industrial entrepreneurs. In Mexico and elsewhere, merchants and “speculators”, were unwilling to invest long, certainly not in manufacturing (McFarlane 1998: 126). An unstable political environment reinforced the mercantile preference for liquidity and intensified macroeconomic volatility. In this context,

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rent-seeking was individually rational but societally costly. There is persuasive, but not uncontested, argument that in most cases “colonial”, manufacturing units rarely achieved the transition from obraje or proto-industry artisanal production to modern manufacturing enterprise (Salvucci 1988: 4, 32-62, Glade 1982: 33). When modern industries developed in Mexico in the latter part of the nineteenth century, they owed little to their colonial antecedents and were only tangentially connected with traditional centres of production. End-of-century textile mills were concentrated around Mexico City and, in the first instance, depended upon access to cheap, secure foreign supplies of raw cotton made possible by substantially improved communications and an administration with a proven capacity to deliver order. Mexico was not unique. Grape growing districts in the Argentine possessed the soil and climatic conditions suited to the requirements of a modern wine industry. Wine- and spirit-making had developed during the colonial period. However, when sustained expansion became possible after the 1880s, upon completion of the rail link from Buenos Aires, the main market) to Mendoza, new wineries owed little to former colonial bodegas. The industry was transformed by Buenos Aires-based companies, that had been supplying the littoral from imported concentrates elaborated in porteño plant, not by traditional mendocino interests. Similarly, although the “national”, textile industry was established in the North-East of Brazil by the 1840s, providing coarse cotton cloth to the slave plantations, a rapid growth in output after the 1870s was associated with the shift in the centre of gravity of the industry to the coffee zone. A move which not only integrated manufacture and cheap domestic raw material supply, but involved also centring production in a buoyant market where rapid population growth and the diffusion of a wage economy ensured sustained expansion of demand for cheap basic products. There were, of course, exceptions. As the experience of metal-working in Chile demonstrates, artisan units could achieve a successful transformation to modern industry when entrepreneurs possessed both the capital and technological competence, when raw material was available, when skilled labour was assured, when demand was sustained and when the domestic market was secure against excessive foreign competition (Ortega 1991: 153-4, 161-5, 181). And, Thompson argues that scholars who project a negative

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view of Mexican obrajes miss both efforts to modernise and the success of some endeavours (Thomson 1991: 263).

Thus, the existence of colonial industries and a consolidation of “factory”, production during the early national period did not imply an inevitable progress to modern manufacturing. As textile production in a number of countries demonstrates, the concept of proto-industrialisation is not helpful in explaining the rise of factory-based manufacturing. The existence of an artisanate and obrajes was not an essential component in the industrial equation. In the long-run, there are few examples of these “proto-industries”, surviving foreign competition. Indeed, as indicated, vested interests might inhibit a thorough transformation of industrial processes and firm structures. Of more significance than a colonial heritage of manufacturing was a capacity to absorb new techniques, in a period when industrial technology was comparatively simple and relatively easily diffused), an ability to formulate, or impose) an appropriate programme for the consolidation of national industry and an environment that was attractive to sustained entrepreneurial engagement in manufacturing.

Nevertheless, if the long-term prospects for “colonial”, manufacturing were fairly bleak, those for some lines of export production were apparently more positive, even in the period to 1850. The processing of pastoral products for continental and the world market was possibly the most rapidly expanding area of “industry”, in this period. During the 1820s and 1830s Buenos Aires saladeros enjoyed virtually unrestricted access to American markets for dried and salt meat (Halperín Donghi 1975: 29-40, Brown 1979: 28-49). By the 1840s, other suppliers entered the trade. Circumventing rosista restrictions, entrerriano producers established a presence in the market and output recovered in Uruguay. Later, by the 1850s and 1860s, in Buenos Aires wool washing and ovine tallow rendering would be added to the list of items processed for overseas markets (Finch 1981: 4, Brown 1979: 214-6, Chiaramonte 1971: 73-8). The early national period was less kind to other export activities. Precious metal production, for so long the colonial staple was seriously affected by the independence wars and did not fully recover until the 1850s or even later. Gold mining in Colombia, being based upon small-scale panning for alluvial deposits was less disrupted and remained highly profitable. But placer “extraction”, can hardly be

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compared with operations which had evolved in areas of underground mining in Peru and Mexico. Only in Chile during the middle third of the nineteenth century was there a sustained increase in metal production, especially in the copper industry which expanded to supply the domestic, British and Asian markets.

The scale of operations in export-processing, like that of domestically orientated firms, varied. Although dependent on rudimentary labour-intensive techniques and functioning only during the season from November to March, Buenos Aires salderos and graserias like those operated by the Anchorena were large establishments, employing several hundred workers and tied up huge sums of capital. Between the 1840s and 1880s the typical salting plant was transformed into a substantial factor style establishment. These enterprises were massive vertically integrated concerns involved in cattle raising, meat and by-product processing and wholesale operations (Giberti 1986: 163, Brown 1979: 111-2, Seoane 1928: 93, 96-7). New handling techniques were applied to accelerate carcass preparation, maximise the use of by-products and generally raise efficiency through the reduction of waste. These changes involved the construction of covered slaughtering grounds with water-proof floors, enclosed yards, large sheds for the processing of carcasses, improved storage facilities, the introduction of steam vats, larger cauldrons and general mechanisation of production. The sheer scale of operations increased costs of entry into the industry and fostered consolidation. At the other extreme were West Coast copper producers. By mid-century Chile was well established as the world’s largest copper exporter: “Chile bars”, were a recognised market leader, establishing the international reference price for copper. But the industry was dominated by national capital located in small and medium-scale firms employing traditional technology (Mamalakis 1976: 40, Pinto S.C. 1962: 15).

These were the “industries”, of the early national period: artisan and household production, obrajes, extractive operations and plant processing for export. At this time, in economies where the subsistence, non-money sector was large, export extractive and processing industries probably made a larger contribution to a quantifiable gross domestic product than non-barter “manufactures”, supplying the domestic market. The range of goods produced for

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local and regional consumption, the variety of items processed for export, and widely differing techniques and scales of production indicate both diversity within the sector and preclude an easy categorisation of it. Various “definitions”, of manufacturing compete for acceptance. One emphasises factory production, the use of mechanical power, the modernity of production techniques and capacity to generate or absorb innovation. A second approach would stress, in addition, the scale of operations and capital requirements. These are contentious points and may under-appreciate processes of metamorphoses whereby primitive establishments evolved into “modern”, manufacturing units. These definitions would present many craft and household lines of productions, possibly along with the output of some artisan enterprises, as primitive and non-industrial rather than proto-industrial. Employing mainly servile labour and hand tools rather than machines and wage labour, obrajes also exhibited few of the characteristics of the modern factory of the period and, as indicated, were hardly proto-industrial firms capable of effecting the technology leap to “manufacturing”. A third definition draws a distinction between the production, on the one hand, of finished manufactures and, on the other, the elaboration and refining of raw materials. This definition excludes most export-processing industries. The specificity of these definitions, and the exclusions necessary, underscore the problem of identifying manufacturing during the period. For contemporaries and historians, modern industry was more concept than substance.

2. The Formation of an Institutional Base for Industry, 1870-1914

Definitions are arguably less problematical for the second major period. Although artisanal and craft production survived in many areas (emphasising the fragmented nature of the industrial sector), profound changes resulted from the continent’s progressive and more complete insertion into the world economy after the 1870s. Associated inter alia with Latin America’s integration in the international economy was the modernisation of infrastructure and institution building, admittedly uneven: economies were monetised economies and markets formed—for factors and products. Agents such as shipping companies, railways, public utilities and banks

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connected Latin America to the outside world and had a domestic impact.

The combination of growth in world demand for Latin American exports and accelerated technological change had profound consequences for several export industries. Nowhere was the change more complete than in the case of the Chilean copper industry after the 1880s. Local capital proved incapable or unwilling to shift from a form of production based on the rudimentary exploitation of high grade ores employing simple techniques to one founded on a sophisticated use of capital-intensive technology and large-scale production necessary to extract copper from poor ores. The result was a rapid growth in the size of the firm and the denationalisation of the industry—a tendency that mirrored an earlier development in West Coast nitrate extraction and presaged similar trends first in non-ferrous metal production in the Andes and Mexico and subsequently in oil. New technology and an increasingly discriminating foreign market also promoted the denationalisation of the River Plate pastoral processing industry (Hanson 1938, Fuchs 1958). Both in the Argentine and Uruguay, though only to a lesser extent in Brazil, the transition from low grade dried and salt beef production to modern meat packing resulted in the early penetration and ultimate hegemony of foreign capital. Initially, in the 1880s, the new meat freezing sector had been pioneered by anglo-criollo capital though traditional saladeros continued to dominate export production until the end of the nineteenth century when the value of frozen mutton exports exceeded that of jerked beef. But the appearance of the US meat packers in 1907, by which time frozen beef represented one half of the value of total meat exports, marked the end of the dominance of domestic and British capital. Equally significant was the type of plant that emerged. By 1914 Chilean copper mines at El Teniente and Chuquicamata were on the way to becoming, respectively, the largest open-cast and underground workings in the world. The Armour and Swift meat packing plants at Buenos Aires in the 1920s bore comparison with the Chicago operations of those firms. In short, by the eve of the First World War Latin American capital-intensive export processing plants were equal in scale and structure to similar extractive and processing establishments located anywhere else in the world.

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Corresponding trends can be observed in other branches of export production, though the results were often less clear-cut. Accelerating world demand, coupled with innovations in refining, meant that sugar-cane production to become a more complex and integrated process, partly in response to the threat of protected domestic beet production in European markets. In the Caribbean, changes in the scale and in the organisation of production were associated with the establishment of a dominant position by US corporate capital. In Mexico, and more especially Peru, local (often immigrant) capital survived alongside foreign interests, absorbing and sustaining technological innovation in refining and the organisation of cane growing )Albert & Greaver 1985).

Large-scale modern units were not, however, exclusive to the export sector. By the early twentieth century some capital intensive factories were producing for the domestic market. Technical change in brewing, which required large sums of capital, was rapidly absorbed in several countries during the l900s and l910s. Breweries at Quilmes and Lomas de Zamora near Buenos Aires were reputedly amongst the largest establishment in the world producing light beers while the Antártica brewery in São Paulo was already established as one of the largest corporate undertakings in Brazil, rivalled only by Brahma in Rio de Janeiro (Suzigan 1986: 219-21, 223-5, Cerveceria Bieckert 1960, La Epoca 1918, Padilla 1917). Equally sophisticated and profitable were modern flour mills, like the British-financed Rio de Janeiro Flour Mills and Granaries Company (Graham 1968: 146-9, 1966). Similar examples could be cited for economies where large urban markets had emerged by 1914. By this date major cities were endowed with extensive automated plant producing a range of foods and beverages. Satisfying demand for other basic wage goods and employing mass production techniques were branches of Alpargatas in the Argentine and Brazil which manufactured cheap rope sandals and shoes for the lower end of the market (Bisang, Fuchs & Kosacoff 1992: 334, Gutiérrez & Korol 1988, Suzigan 1986: 186, Graham 1968: 144-5). Textile manufacturing was also well advanced in Mexico and Brazil on the eve of the First World War, many mills employing large numbers of workers who tended up-to-date spinning and weaving equipment (Suzigan 1986: 122-166, Weid & Rodrigues Bastos 1986: 127-49, 215-33, Keremitis 1973, Haber 1989: chp. V.)

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Another, much neglected, example or industrialism during the period is provided by the repair depôts and workshops of railways and public utilities. Initially devoted to assembly and repair, by the early decades of the twentieth century, these units were moving from fabrication to manufacture. Like their counterparts in the larger textiles mills and mining enterprises, railway and utility workshops graduated from copying imported equipment to design and manufacture (Pinto 1903: 104-11, Dean 1969: 37, Kirsch 1977: 12, 32-3, Suzigan 1986: 234, C.M. Lewis 1993: 219-221, Birchal 1999: 175-6). Like their counterparts in the export sector, these depôts, workshops and factories were physically large, dominated the districts within which they were located and employed some of the most modern processes then known. Nevertheless, these firms were atypical. The majority of industrial firms were labour-intensive and employed small groups of workers. These were family-owned businesses rather than the impersonal, corporate organisations that, by the beginning of the twentieth century, dominated most export processing, railway and utility companies.

The Yearbook for 1882 produced by the Buenos Aires provincial government indicated that the average number of workers employed in industrial establishments was six, ranging from a single hand employed in the province’s single listed distillery to an average of 145 in the saladeros. The Third National Census, taken in 1914, demonstrates that small rather than large units remained the dominant feature of most branches of industry (Province de Buenos-Ayres 1883: 371, República Argentina 1916: VII/26-34). Well into the twentieth century, Chilean industrial firms outside the mining sector were recorded as “large”, if employing more than five workers—a yardstick which indicates the endurance of sweatshops rather than the emergence of modern factories. In 1914, establishments employing less than five workers still accounted for more than one half domestically produced manufactures in Chile, Palma 1993: 319. Small units also characterised Peruvian industries established after the War of the Pacific, notably foodstuffs, leather working, tobacco and furniture making. The only exception being cotton textiles: Peru’s mills, like those in Mexico and Brazil, were sizeable and provided about 50 percent of home consumption by 1908 (Thorp & Bertram 1978: 120).

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The predominantly small scale of manufacturing in Latin America has long been recognised as a strategic and structural weakness. The prevalence of small units may have reflected an inability to absorb new techniques and frustrated technology transfer between and within sub-sectors. Smallness of scale would become problematic as the cost of technology rose, increasing entry costs. Rather than “firm flexibility”, this suggests the existence of institutional barriers to sectoral modernisation. The adoption of modern capitalist techniques by some firms did not result in the speedy (or even slow) transformation of whole branches of manufacturing. Arcane processes and units existed alongside modern: sectors remained highly segmented. Diversity of production techniques and plurality of organisational structure similarly inhibited the diffusion of innovative methods of management. The predominantly small-scale of production would also seem to signal that Latin American industry at the beginning of the twentieth century had not gained a Gerschenkronian dividend from relative historical backwardness—employing imported technology and corporate organisation to effect a quantum leap into manufacturing modernity. Diversity of organisational structure, rather than the predominance of small firms per se reflects yet another dichotomy, ownership. Small businesses were overwhelmingly “national”, owned and financed by local or immigrant, settler entrepreneurs. While some proto-corporations were also owned by immigrant capitalists, most very large firms were foreign-owned and registered overseas. Did the fragmentation of the sector by ownership and registration inhibit the formation of an industrial lobby able to project and advance sectoral objectives? Differences of scale, technology and ownership compartmentalised manufacturing forestalling industry-deepening backward and forward linkage effects whereby specialist suppliers of intermediate goods emerged in response to the growth of production of finished manufactures. At this time, and unlike Japan, Latin America offers few examples of a symbiotic relationship between large-scale capital-intensive plant and small workshops (or cottage industry).

Hence, the duality of industry has been stressed in much of the literature on the late nineteenth and early twentieth centuries. As indicated, the traditional characterisation is of large-scale, advance-

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technology units engaged in the processing of minerals and agricultural products for export sector while domestic manufacture (largely of wage goods) was undertaken in small, primitive, labour-intensive firms producing for the lower end of the market. In two respects this stylised dichotomy may be questioned. Firstly, as has been argued, capital intensive units were to be observed in a few lines of domestic non-durables production. Secondly, local manufacturers supplied a wider range of items than previously identified. Production of industrial oils, mining machinery, and paper was an established feature of Chilean industry by 1914 (Kirsch 1977: 25-45). A large mix of metal products for use in the home and industry was already being manufactured in the Argentine by the 1880s using imported bar iron. Between 1895 and 1914 the number of workers employed in Argentinian metallurgical industries grew from 6,000 to over 14,600, some employed in large factories like the Vasena Foundry (Cortés Conde & Gallo 1967: 77-8, Vázquez-Presedo 1971: 223-4, La Epoca, Anuario La Razón 1920: 158). Both before and after the First World War, the composition of industrial output in Uruguay was changing, and included basic chemicals and metal products (Finch 1981: 164). Similarly, in Brazil, metal working was well established by the 1890s, a number of companies originating in the third quarter of the century (Suzigan 1986: 80, 82, 232-45). Here and elsewhere there was also domestic production of chemicals (pharmaceuticals and industrial raw materials). And, as stated, workshops and repairshops of large public utility companies represented another area of heavy industry, as did arms factories and government run arsenals and dockyards. According to any definition, these were major industrial complexes and they catered for the home market.

How is this growth and diversification of manufacturing to be explained? For diffusionist growth theorists (old and new), it was a function of economic openness and Latin American insertion within a buoyant global economy that valorised domestic resources and helped close a savings and technology gap through transfers from overseas. Extending this argument, institutionalists would observe changes in factor markets that reduced insecurity and discretion. Neo-structuralists, who accept the emergence of manufacturing before the inter-war period would highlight efficacious state action, possibly

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driven by external sector instability. These explanations are not mutually exclusive.

Many of the conditions essential for the growth of industry emerged during cycles of export expansion. Indeed, there is now fairly widespread agreement that manufacturing growth occurred during the period and was export-led.

Table I shows that for most of the Latin American economies listed, historically high rates of per capital growth rates were registered during the latter part of the nineteenth century and early years of the twentieth. This was based on export performance. For much of the nineteenth century, the terms of trade favoured primary exporters and the volume and value of trade in commodities grew faster than total trade (Foreman-Peck 1995, Glade 1986, W.A. Lewis 1978). Export-led growth brought welfare gains. Accepting that there were marked differences in income levels within Latin America, it is acknowledged that the Argentine and Uruguay enjoyed per capital incomes on a par with Western Europe by 1900, if not before. Chile boasted a level of per capital income substantially above that of Japan. These countries held this position until well into the mid-twentieth century ( Maddison 1991: 9).

The expansion of the foreign trade sector facilitated state and market consolidation. Well before the end of the nineteenth century most Latin American polities had successfully resolved problems

Table I: Annual Rates of Growth in GDP per capita (%)

1700-1800 1800-50 1850-1913 1913-89Argentina 0.0 — 1.6 0.6Brazil — 0.4 -0.4 2.4Chile 0.4 — 2.0 1.5Mexico 0.0 -0.7 2.0 1.5Peru 0.1 — 1.0 1.5

Canada — — 2.3 2.1USA 0.5 1.1 2.0 1.8

Source: Engerman & Sokoloff 1997: 270.

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associated with the destabilising centrifugal forces of localism and regionalism that had crystallised during the revolutions for Independence. Effective insertion within the world economy resulted in the modernisation of transport and communications that, for some, generated order and progress. Railway construction and the laying of telegraph lines (and indeed the professionalisation of the armed forces) produced political stability and an environment conducive to general economic expansion that yielded the social, legal and institutional context within which manufacturing for domestic consumption expanded. Primary export production was associated with increased domestic profits, an influx of foreign capital and with a rise in consumer demand occasioned by population growth (fuelled by immigration) and the consolidation of a money/wage economy.

Following Dean (1969), institutionalists argue that the onset of industrialisation correlates with periods of export growth in the late nineteenth and early twentieth centuries, not with moments of international crisis in the middle third of the twentieth (Haber 1997:13). The dawn of the factory age in Latin America occurred between 1870 and 1914 (Glade 1986: 20, Wythe 1945: 8). Economic openness, macroeconomic stability (including exchange stability) and lightly regulated markets were “good”, for industry. As indicated below, this approach may under-estimate the extent to which the state acted before the 1920s (C.M.Lewis 1999, Topik 1987, Villela & Suzigan 1975). How innovative and how convincing is the Dean thesis? In many respects, Dean was not alone. In a slim volume, Cortés Conde & Gallo (1967) drew attention to pre-1914 industrial activity in the Argentine. Their work was subsequently extended by Vázquez-Presedo (1972), who offered more evidence on the contributions of export-led growth to the consolidation of manufacturing before the First World War in what was then—and would remain for many decades—the most industrialised Latin American economy. However, it was Gallo (1970), writing in exile, who produced the definitive account. His essay, which has not received the full recognition that it deserves, analyses the market, factor, and institutional contributions of a dynamic export sector to manufacturing. Writing on Brazil, Fishlow (1972) and S. Silva (1976) also addressed the debate, aspects of which were later repeated and explored at greater length in Versiani & Mendonça (1977). Together

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with, and independent of, Dean, these works directly set out to map dynamic inter-action between export expansion and industrial growth. All these works testify to the importance of market growth, touched upon above. Quantitative and qualitative market expansion induced changes in the composition of industrial output and the scale and organisation of production. Earlier diffusionists and recent institutionalists also emphasise the importance of entrepreneurial formation, capital market organisation and the stance of the state on money and fiscal matters.

In Brazil and the River Plate Republics, markets expanded either as the result of the monetisation of the rural economy or due to real increases in wages. Before 1914, employment in the export and public sectors stimulated the growth of home demand in Chile. European emigration to these republics and the movement of people across national frontiers and provincial boundaries indicate a response to differing wage levels and at least a perception that conditions were better in some areas than others. Qualitative changes in the composition, as well as the expansion, of aggregate demand may be observed in the Argentine between the 1890s and 1914 (Díaz Alejandro 1970: 40-4, Vázquez-Presedo 1971: 135-7, Cortés Conde 1979: 211-40). A breakdown of data on increases in the volume of consumption of manufactures reveals a rising trend of domestic supply reflected in the diversification of imports. Changes in the structure of Argentinian import schedules before the First World War corroborate the extent of industrial diversification. Imports of basic consumption goods fell relatively after the 1880s while imports of capital goods and intermediate products registered a shift towards industrial machinery (away from transport equipment) and supplies of fuel and industrial materials. A similar expansion in the absolute and relative weight of imports of industrial capital goods has been observed for Brazil and Chile (Suzigan 1986, Kirsch 1977). For Mexico the evidence is more equivocal.

As elsewhere, in Mexico there was infrastructural modernisation and while the volume of railway construction was lower and more regionally concentrated than, for example, in the Southern Cone, the greater part of the rail network was located (with the exception of Northern mining districts) in areas of greatest population density. Like the Argentine, Mexico enjoyed not only a

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substantial degree of export diversification but also a mining sector from which transfers of technology to domestic-orientated metal working was possible. It was hardly surprising, then, that manufacturing was apparently well established by 1911. Metal working was probably more advanced than in any of the South American states and the textile industry was second only to that of Brazil. Yet, for Mexican manufacturers, domestic market conditions were probably less dynamic than in the other large economies. Although there were sharp regional differences, real wages declined towards the end of the nineteenth century and, following recovery, again during the last years of the porfiriato (Gómez-Galvarriato 1998: 351, 365). This index of misery is partly explained by the capital intensive form of much activity in the export sector. More particularly it was due to the nature of the Porfirian model which facilitated foreign penetration and exceptionally skewed patterns of wealth distribution. The result was a seepage of resources from Mexico and limited domestic income spin-offs. Inter-related with these problems was the increased cost of subsistence (which squeezed disposable incomes in the money economy), the result of a contraction in the supply of basic food staples as fertile land was switched to export production. Wages were also compressed by population growth and a large subsistence sector—a reserve army of labour—which further depressed wage rates in the urban economy. In these circumstances, manufacturing in Mexico, which had displayed several positive traits ( namely a preference for limited liability, a capacity to apply new technology and remarkable product diversity) was probably stagnating by the early twentieth century. Global output and sectoral rates of growth for industry peaked by 1907 and declined thereafter. The Revolution may have been required to effect a productivity-raising change of gear in manufacturing and initiate a further round of accumulation and investment. The case of Mexico suggests that export-led growth was a necessary but not always sufficient condition for industrialisation.

While not denying the entrepreneurial behaviour of paulista coffee growers, Dean was adamant that merchants and immigrants constituted the backbone of the early industrial entrepeneuriat in Brazil. This emphasis is challenged by the “Campinas school” (Suzigan 1986: chp. I). New research on paulista fazendeiros

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confirms the diffusion of entrepreneurial talent from the coffee sector to manufacturing (Z. Cardoso de Mello 1990, Cano 1977). Having invested in estate modernisation, railways, banks and the production of basic rural equipment, it was hardly surprising that some fazendeiros were diversifying into more general industrial activities by the turn of the century. Moreover, not all rural producers investing in manufacturing were connected with the export sector (Birchal 1999). Thus, the origin of the Brazilian industrial entrepreneuriat is now viewed as fairly diverse. In addition to immigrant industrial clans like the Matarazzos, traditional coffee dynasties like the Prados also became prominent manufacturers. Colombia and Mexico offer similar examples of diversity in the origin of industrial entrepreneurs along with distinct regional differences in the composition of business elites (Cerutti 1993, 1983, Dávila 1991, 1986). However, while studies on Brazil, Colombia and Mexico applaud national and regional entrepreneurial achievement, observing domestic as well as immigrant contributions, the literature on other areas is less convinced about the engagement of domestic capitalists with manufacturing. The Chilean industrial entrepreneuriat seems to have been largely immigrant and/or mercantile in origin (Bauer 1990, Zeitlin 1986, Ortega 1984, 1981, Kirsch 1977). There was some distance between the traditional agricultural and mining oligarchies and manufacturing, certainly before the inter-war period. For the Argentine and Uruguay, too, a continuing consensus stresses the overwhelmingly immigrant or expatriate origin of the industrial entrepreneuriat before the 1920s (Barbero 1990, C.M. Lewis 1987: 85-9, Guy 1982, Finch 1981: 163, Reber 1979: xx, Cornblit 1967: 641-91).

Irrespective of the origin of industrialists, recent research suggests that manufacturers were becoming more organised by the turn of the century and that, in some areas, the influence of the business lobby may have been greater than previously supposed (Acuña 1995, Ridings 1994, Schvarzer 1991, P.W. Lewis 1990, Quiroz 1988). The proliferation of business associations and industrial clubs may evidence both the enhanced social status and rising confidence of manufacturers. At the very least, the establishment of these organisations, and their growing membership, evidences the increasing presence of industrialists and a perception of

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the need to create pressure groups to defend manufacturing and cultivate local opinion in favour of industry. Before the First World War, bodies such as the Sociedad de Fomento Fabril in Chile, the Sociedad Nacional de Industrias in Peru and the Unión Industrial Argentina were recognised channels for the articulation of manufacturer opinions. During the 1920s the Unión Industrial Argentina and the Brazilian Associação Industrial organised industrial expositions and mounted sophisticated campaigns in favour of tariff reform which stressed national security and job creation, playing upon deficiencies in these economies revealed by the First World War and responding to fears that protection would have an adverse effect upon the cost of living. Even if lobbying rarely achieved the desired objective, these bodies certainly represented a significant addition to the organisational setting.

It remains debatable whether “tariff reform”, a euphemism for protection, provides a proxy for the influence of these business associations. A dynamic model of tariff revision has been elaborated for Brazil which may have a wider application. Accepting the revenue function of import tariffs, the analysis itemises forces necessitating an expansion of the fiscal base which could only be met by tariff increases. Pressures for modernisation—improvement of infrastructure and state subsidies for productive enterprises—emanated from various quarters and were regarded as a means of consolidating the influence of central government. Domestic instability or foreign adventures also necessitated extra expenditure. Exogenous shocks produced a shortfall in revenue as overseas trade contracted, compelling a search for new sources of funds. Given increased demands upon the fiscal resources of the state and limited possibilities for borrowing at home or abroad, notably during periods of financial instability, there was an inexorable tendency to modify import duties. Revenue raising tariff increases inevitably altered differentials between import prices and domestic production costs. Local manufacturing responded by consolidating its share of the home market or commenced new lines of production. These moves enhanced the size of the pro-industry lobby which became more effective as a result and pressed for the retention of measures initially introduced as temporary fiscal expedients. During subsequent periods of growth, newly enlarged manufacturing firms consolidated and

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were more effectively placed to take advantage of the next revenue-inspired increase in duties, pressing for tariff re-classification or across-the-board surcharges. This model acknowledges the fiscal imperative of tariff reform and offers an explanation for the cyclical nature of tariff revisions. Moreover, where industrialists had emerged from, for were closely connected with, the export sector, there was often less resistance to tariff hikes (Thorp 1998: 92, Versiani 1979: 20).

There was a distinct pro-industry drift in Brazilian tariff policy after the 1880s. Taxes upon imports accounted for approximately 60% of Brazilian central government revenue between the middle of the nineteenth century and the First World War, with duties on cotton textiles accounting for a large share of this revenue (Versiani 1979: 20). Despite the fiscal bias of the tariff, the cotton textile industry developed apace. Similar tendencies may be observed for other industries, for example, shoe manufacturing where home production virtually accounted for the totality of domestic consumption in 1914. There are several explanations for this paradox. First, tariff codes became more sophisticated and discriminatory with the passage of time. Relatively small adjustments to levels of duty and the reclassification of imports reconciled the demands of an increasingly articulate industrial lobby and the government’s need for revenue. Secondly, the general fall in the nominal price of imports for much of the later part of the nineteenth century actually increased the clamour of infant industry for protection and extended the scope for revenue raising. With a fall in the price of imports, increased duties were required in order to maintain the price of foreign goods in the market place. Few impecunious administrations could fail to respond to this situation which also permitted greater flexibility in the use of the duty free list. Machinery and necessary inputs could be placed on the free list without jeopardising revenue. Moreover, import duties began to bite with greater force towards the end of the nineteenth century as various governments began to insist that obligations at the Customs House be met in gold rather than in paper currency. The 1890 Argentinian tariff, introduced in the midst of the Baring Crisis, reduced duties on productive machinery and equipment to 10 percent and 5 percent while placing some items on the free list. But rates on various finished manufactures and foodstuffs that competed with

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domestic production were raised to 60 percent. All duties were payable only in gold, a sharp reversal of the situation that prevailed in the 1880s (Ferns 1960: 457). Brazil also raised the gold quota (the proportion of duty to be paid in gold) repeatedly around and after the turn of the century (Cano 1981: 149-50). Finally a number of republics applied a customs regime that set fixed official gold values for individual items against which prevailing rates of duty were levied. The discrepancy between official dockside values and the nominal prices of imports widened after the 1870s, as shipping freights declined and manufacturers’, f.o.b. prices fell, resulting in an increased incidence of protection.

Consistent protection from the mid-1870s onwards, whether resulting from perspicacious tariff policies or from the vagary of world price movements, was an important element—though not the only factor—contributing to business confidence. Tariffs facilitated the growth of infant industries. As customs codes evolved, becoming more discriminatory, backward linkage effects fostered a deepening of the industrial process as entrepreneurs vertically integrated distinct stages of the manufacturing process or new suppliers emerged, stimulated by a demand for industrial inputs. A good example is provided by the Brazilian footwear industry: the industry grew during the nineteenth century under the protective umbrella of a tariff regime that levied high duties on finished imports. By 1907 domestic output accounted for 96 percent of total consumption. Until the turn of the century the industry was heavily dependent on imported inputs—of machinery and raw materials. Because of unreliability of supply and the variable quality of domestically tanned leather, Brazilian shoe manufacturers imported most of their requirements from the United States of America. Thread was also imported. Given domestic resource availability, the industry switched to local leather suppliers during the First World War. But as early as 1908 Brazilian shoes were being manufactured on equipment made in the country by a USA conglomerate, the United Shoe Manufacturing Company. The USM Co. provided a comprehensive service to shoe producers, leasing machines and offering maintenance contracts to leasees. The US firm also trained operatives, supplied parts and gave advice on installation. At this stage it was claimed that the industry no longer required protection (Suzigan 1986: 152, 154-5).

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Institutionalists would highlight other factors as of greater significance in the emergence of successful modern manufacturing—the reform of the commercial code (to facilitate limited liability), increased liquidity, more institutional forms of credit in capital markets and, possibly, monetary order. In a comparative study of the history of capital market regulation and industrial productivity for the textile industry, Haber shows how growth and performance of cotton textile manufacturing firms was associated with institutional reforms such as limited liability and the formation of credible, competitive capital markets. Regulatory frameworks that promoted greater transparency by requiring the holding of annual meetings of shareholders, regular publication of balance sheets, the provision of information on shareholding and indebtedness and so forth, helped popularise limited liability and so deepen capital markets. Contrasting the history of textiles firms in the USA, Brazil and Mexico, Haber demonstrates that firms that had access to financial market exhibited higher rates of productivity growth than those that mobilised capital markets by traditional, kinship and community-based informal methods. Limited liability and access to institutional credit lower entry costs and promoted the growth of firm size. In turn, increases in the scale and number of firms, correlates with greater competition, efficiency and stability (Haber 1998, 1997, 1996, 1995, 1991, 1989: chp. V, Hanley 1998). These conclusions are supported by research on other countries which also suggests that companies enjoying access to institutional credit, either through the stock exchange or from banks, tended to be larger, to growth faster and were more profitable than privately-owned firms (Barbero 1990, Guy 1982). For institutionalists, transparency in corporations and capital markets reduced transactions costs. The problem was that, before the 1920s, capital markets were thin and banks, even where the banking sectors was relatively large and competitive, tended not to provide access to industrialists (Díaz Alejandro 1985: 2).

Changes in the external value of a currency had an impact upon domestic incomes, directly affected the price of imports (not least of inputs required by manufacturers) and influenced rates of domestic inflation and the incidence of tariff protection. Manufacturers were acutely aware of the relationship between exchange rates and the tariff in determining levels of protection.

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Industrialists knew that while tariff protection offered safeguards against a fall in the price of imported manufactures or a rise in domestic production costs, the exchange rate influenced both. In the Argentinian case, fixed parities were resorted to in 1864, in the early 1880s and again in 1899 in order to prevent the appreciation of the peso. Other things being equal, currency depreciation unless accompanied by an exponential increase in domestic inflation gave added bite to protective duties. There was a tendency for industrial investment in Brazil to grow at a faster rate during periods of exchange depreciation (and currency or credit expansion) than at times of relative stability in exchange markets. The steady depreciation of the Chilean peso following the decision to abandon convertibility in 1878 is likewise argued to have been an effective device for internalising demand and, as it was accompanied by loose monetary policies, promoted domestic manufacture. Similar trends have been observed for Peru and Mexico when those countries’, currencies were based on a silver standard. Local production of silver ensured both an expanding monetary base and a fall in the external value of the sol and peso which secured domestic producers against the general decline in import prices. Conversely, Peru’s access to the Gold Standard in 1897 set the process into reverse. In the Argentine and Brazil, manufacturers viewed with unease occasional appreciations in the external values respectively of the peso and milreis during the 1920s, tendencies that, it was feared, might induce a flood of “cheap”, imports. The result was often a re-newed campaign for tariff protection—special pleading that new institutionalists depict variously as the special pleading of the inefficient or of rent-seekers.

Does this means that institutionalist analyses carry more conviction than structuralist approaches to industrial expansion during the period? Possibly, though contemporaries argued that state intervention ( beyond simply promoting efficient, transparent systems of rules) mattered: foreign groups welcomed (or required) government involvement in key areas such as railways, banking, finance and commodity support (Thorp 1998: 93, Topik 1991: 429-58, 1988: 128). Structuralists and dependistas may be mistaken in arguing that industrialisation was driven by the inter-war crash. This does not mean that externally-induced crises always had an adverse

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impact on individual firms. Nineteenth-century commercial and financial panics and the First World War can be depicted as triggering attitudinal and policy changes and sometimes sectoral re-structuring.

The Argentinian Asociación Industrial (later the Unión) presented its membership as a veritable product of exogenous shock, threatened by an ascendant policy of free trade (Chiaramonte 1971: 205). Although industry and projects to support masomething of a vogue during the 1870s, its contribution to the national economy was limited. As indicated, at this stage saladeros were the principal expression of “industry”. Milling was the second most important activity followed by a host of lesser trades directly related to the pastoral economy, tanning, cheese manufacture, and soap- and candle-making. These activities were principally conducted in large- or medium-size establishments. Other manufactures, for example the production of household metalware and ceramics as well as papermaking and cabinet-making were undertaken mainly in small sweat shops (Province de Buenos-Ayres 1883: 371). Most of these firms catered for the bottom end of the market and were hardly affected by export boom or exogenous shock. Their response to external crisis and a decline in imports was likely to be an augmentation of price rather than increased output. Only those firms with access to capital were able to take advantage of the 1876 tariff revision and import machinery to meet home demand which was in any case faltering as the result of declining export sector incomes. While the domestic market remained small and fragmented, exogenous shocks would have little impact upon the long term course of Argentinian industry. Elsewhere, however, exogenous shocks may have resulted in a spurt to industrialisation. The Chilean response to the crisis of 1873 undoubtedly stimulated manufacturing in the long-run. An unwillingness to reduce the scale of public sector activities when the foreign trade sector (and consequently government revenues) faltered necessitated recourse to an expansionist monetary policy and increased tariffs in an attempt to recoup state finances. And the evidence for the First World War as a stimulant to Chilean industrialisation is pressing (Thorp 1998: 109, Palma 1993: 319-27).

Although half the manufacturing industries operating in Latin America by the mid 1940s were established before the 1914,

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and accepting the Dean thesis, this does not imply that world war had a universally adverse impact on manufacturing (Albert 1988, Wythe 1945: 9, 11-27). There was an import-supply shock coupled, in many cases, with a demand stimulus. The most obvious immediate impact of the outbreak of hostilities was dislocation in the foreign trade sector: shortages of shipping disrupted flows of exports and imports. However, by 1915/16 most Latin American exports had recovered and production, especially of strategic raw materials and essential foodstuffs, was running at levels well above those prevailing in 1914. Buoyant export incomes produced positive market conditions for domestic industry while competing imports virtually disappeared. Import scarcity generated more space for local suppliers with surplus capacity in home markets. This, coupled with the rising price of imported consumer goods, additionally encouraged domestic manufacture. Increased production was to be observed in most lines of established manufacture, but especially in non-durables and industrial goods like textile equipment, lathes, boilers, motors and compressors. Rising indices of secondary production were achieved as the result of a more effective utilisation of installed capacity, usually by the introduction of a second or even a third shift. Occasionally firms that had previously specialised in the repair of imported machinery and equipment were encouraged to begin manufacturing—a leap forward that required little extra capital or expertise. Hence, domestic industrialists captured a larger share of shrinking markets, tendencies that were particularly pronounced in Brazil, Chile and Peru (Suzigan 1986, Thorp & Bertram 1978, Kirsch 1977).

Throughout the continent, but especially in Brazil, the First World War increased industrial entrepreneurs’, perceptions of home market potential and stimulated new investment. By 1917, many businessmen were committed to extensive programmes of capital expenditure. While investment decisions were taken before the end of the War, rarely could projects be completed before 1918 as the apparently paradoxical growth in Brazilian manufacturing capacity during the post-war slump demonstrates. These programmes were testimony to the high level of profits—from which new investment was financed—between 1915 and the end of the War and also to the confidence of industrial investors. That these programmes were

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initiated during the period of hostilities in Europe indicates in addition the advanced condition of the construction industry and the availability of capital inputs. Sometimes firms embarked upon over-ambitious investment schemes and, like the Vasena foundry in Buenos Aires, were caught by a post-war contraction in demand and a rising tide of imports partly explained by domestic currency appreciation. But other firms survived until renewed expansion in the export sector in the mid-1920s improved prospects for home production.

Neo-structuralists are correct to caution that, while market deepening and infrastructural modernisation may be observed during the period of export-led growth, there are also examples of rapid growth with little institution building and no diversification, certainly not a shift from extensive to intensive patters of economic activity (Thorp 1998: 88). Yet, the main thrust of the Dean thesis continues to persuade. From these contending views, a stylised schema of industrial growth for the period may be established. The classic period of export led growth created the pre-conditions for industrialisation by fostering rapid industrial expansion. Export-led growth monetised large parts of the continent and increased the supply of essential public goods, including railways and banks. Export-led growth also increased the availability of key factors, including capital, entrepreneurship and labour. As a result, investment in manufacturing grew, closely correlated with up-swings in the export cycle. Crisis in the external sector, however, was not always inimical to domestic manufacture. Import scarcity enabled modern firms to capture a larger share of smaller home markets. These were then well-placed to take advantage of the next surge in exports when accumulated profits could be applied to imported capital equipment as incomes and business optimism rose. In this conjuncture, policy mattered. Manufacturing lobbies able to sustain tariff levels and ensure a discriminatory regime that favoured capital goods imports were best placed to maximise the combination of market growth and foreign exchange availability. In several economies, following post-crises shake-outs, increases in the scale and capital intensitivity of manufacturing can be observed (Bertola 1990, Suzigan 1986, Cano 1981, Kirsch 1977).

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3. Autonomous Industrialisation

Definitions of “autonomous”, industrialisation embrace various, often conflicting, assumptions. Some present a general progression from export-driven industrial growth to “natural”, industrialisation as the manufacturing sector achieved critical quantum mass and the rhythm of industrial activity was no longer dependent on the performance of the export sector. Thus, manufacturing became the lead-sector, determining rates of growth and impelling structural change in the economy at large. This form of autonomous industrialisation differed from post-1930s import-substituting industrialisation (ISI) in that it was not propelled by desarrollista state action. How widely observed was autonomous, “natural”, industrialisation?

As already shown, it is impossible to construct a continental framework of autonomous industrialisation. In a few cases, the First World War may have occasioned a shift from industrial growth to industrialisation. Elsewhere, the early decades of the twentieth century saw a process of continued if uneven expansion in manufacturing output with some qualitative developments, principally the rise of impersonal forms of corporate organisation and diversification of production. In yet other economies, the pace of industrial change slackened during the 1910s and 1920s. In Brazil, the War is sometimes presented as accelerating industrial transformation and institutional consolidation in favour of manufacturing. It is also confidently argued that Chile industrialised between 1914 and 1936, namely, that industry assumed the role of lead-sector. But there is disagreement as to whether this process represented a progression to industrialisation per se or was due to crisis in the export sector occasioned by the collapse of nitrate exports at the end of the War. The Argentinian experience is usually presented as one of sustained, if cyclical and sub-sectorally specific, industrial expansion from the 1890s to the 1920s but not of industrialisation: the years 1914-33 have been projected as a period of missed opportunities, an era when the potential for “natural”, industrialisation existed but not realised (Di Tella & Zymelman 1967). Peru’s manufacturing sector, on the other hand, witnessed secular decline. Following years of florescent industrial activity between 1891 and 1908, the next twenty years were ones of relapse. Sluggish domestic demand, the negative consequences of exchange

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stabilisation and reduced protection for local manufactures saw a decline in the pace of industrial growth as imports displaced domestically produced goods in the home market (Thorp & Bertram 1978: 112, 118-31).

Linear projections must be treated with caution. In the Argentine, the ratios of agriculture and livestock output to manufactured output had shifted from 2.1:1 in 1900 to 1.3:1 in 1929, confirming that while the index of agricultural production had risen from 29 to 117, the index for manufacturing had increased at a much faster rate from 9 to 46 (1950 = 100). These trends indicate some restructuring of the economy, notwithstanding the small base from which manufacturing expanded (Díaz Alejandro 1970: 418, 420, 433-34, 449). The late 1920s also witnessed remarkable industrial activity in Mexico, evidencing recovery from the effects of the Revolution as well as representing an advance upon Porfirian achievements. Manufacturing output, which had grown by an average of 3.1 percent per annum during the period 1901-1910, registered a decline of 0.9 percent a year from 1911 to 1921 and expanded at an average annual rate of 3.8 percent between 1922 and 1935 (Cárdenas 1987, Solís 1970: Table III:1). Both in Mexico and Brazil, qualitative changes in manufacturing were reflected in an increased use of electricity (only partly explained by a switch from earlier forms of power such as steam), particularly cheap hydro-electricity. The scale of production also increased. Brazilian industrial output increased erratically, but nonetheless dramatically, between 1914 and 1929. Two inter-related developments in the areas of transport equipment, chemicals and electrical goods point to structural change and more intensive patterns of activity. Influenced by the greater availability of electrical power and domestic demand expansion, the first was an increase in productive capacity, the second, the penetration of these sub-sectors by transnational corporate capital (Suzigan 1986, Dean 1969). Four key trends are observable with respect to Chilean industry between 1914 and 1929 and beyond, a period of sustained if uneven expansion. There was a change in the scale of production in favour of larger firms; local manufacturers increased their share of the domestic market by approximately 50 percent; there was a relative decline in the participation current consumption goods (such as foodstuffs and textiles) in total domestic manufactured output and an increase in the

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share of consumer durables, intermediate products and capital goods (like paper, chemicals, machinery and transport equipment); manufacturing increased its relative participation in Gross National Product (Palma 1993: 320-35).

Intra-sectoral diversification—identified with an expansion of consumer durables production (featuring both the manufacture of household articles and motor vehicle assembly), a broadening mix of intermediate products including chemicals, and some capital goods—occurred in most of the larger economies and several of the more advanced second-order states like Chile and Uruguay, between the 1900s and the 1930s. Indeed, in these economies, the consolidation of industries after 1930 is testimony to the scope of a pre-Crash manufacturing base. Yet, it is easy to exaggerate the magnitude of structural change in the early twentieth century, particularly the inter-war period. A growth in manufactured output and installed industrial capacity must be set against the continued dominance of the foreign trade sector in many economies. Agriculture and mining often remained the focus of activity even if industry may be projected as a dynamic—possibly the most dynamic—sector. Against complacent accounts depicting an inexorable progress to an industrial society must be set more cautious interpretations which stress the limits of industrial expansion induced by export-led growth (Thorp 1998: 87-95, 107-20). The easy phase of export-led industrial expansion based on the processing of rural products, the refining of minerals and the manufacturing of basic consumer goods may have been drawing to a close in the larger economies. That did not imply an inevitable shift to industrial deepening, whether or not provoked by external crisis. Industrialisation required a fundamental restructuring of the social order. Arguably, it was in this respect that the First World War and the global crisis was critical. Exogenous shocks highlighted the dangers of an over dependence upon the external sector. Thus, while it can be affirmed that prior to the 1930s there are was no systematic preoccupation with the promotion of industrial development, this does not mean that there were no initiatives with a view to protecting domestic industrial activity and developing certain industries (Versiani 1987).

If the commodity lottery influence the timing and nature of Latin America’s engagement with the global system, it also

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conditioned domestic linkages and state structure. State structure, and the societal formations within which they were embedded, in turn influenced the capacity of regimes to respond to challenges and opportunities during the inter-war decades, not least in the industrial sphere: economic policy hinges on assumptions of developmentalism and sovereignty. If states had actively promoted economic openness and growth during the late nineteenth and early twentieth centuries, did states at this point consciously designed policies to promote economic change, namely manufacturing? Perhaps it is ahistoric to ask whether states might have been pro-active. Díaz Alejandro observes that, drawing on the experiences of the 1920s and earlier years, some states were “re-active” (proto-developmental) in the 1930s while others were passive (Díaz Alejandro 1984: 17-49). Buffeted by external events and domestic forces from the 1920s to the 1940s, the weak, dysfunctional, highly-personalised states typical of parts of Central America, the Caribbean and the interior of South America experienced a rotation of individuals or cliques but were able to ignore the clamour of sporadic, inchoate domestic popular protest, no matter how violent. However, they were unable to construct an active policy response to crises. Perhaps there was no need. Here there were barely economic, let alone political, markets. Elsewhere, though often in the face of acute difficulty, states like the Mexican, Brazilian and, possibly the Chilean, were able to internalise conflict, demonstrating a capacity to frame an autonomous economic programme and, over time, move from re-active to pro-active measures. Other states, endowed with well established institutionalised structures were able to accommodate regime change within the existing framework while deflecting or muting protest. Pragmatic domestic policies were accommodated within an international economic strategy that changed little. The result, in countries like the Argentine and Colombia, was a project that was interventionist but not consciously developmental.

Simplistic accounts that presented the 1930 depression as everywhere provoking regime change and promoting a new political economy are untenable. Three phases of response to the depression may be identified. Initial policy reactions were fairly consistent from country to country—and consistently minimalist. Over time objectives diverged: in some countries policy become more

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developmental. With regard to state action, the first phase (c.1929-1931/2) was event-driven, dis-jointed and orthodox. The second phase (c.1932-1934/6) saw greater coherence and some pragmatism in economic policy, though conditioned by lingering assumptions that order might yet be restored to international commodity and financial markets. In the late 1930s, a third phase is identifiable, when some states applied projects that were clearly—and consciously—proto-Keynesian and designed to favour the industrial sector.

Arguably, the Argentine best characterised the minimalist and wishful-thinking that influenced state policy during the first phase. Apart from suspending convertibility to stall a haemorrhage of gold in December, 1929, the Yrigoyen government in Buenos Aires adopted a do-nothing approach as the crisis developed around the turn of the year. Most other administrations (not least those that came to power in 1930) implemented fairly conservative measures. Taxes—mainly import duty surcharges—were raised and attempts made to curb expenditure. There was, too, a credit squeeze: interest rates soared and loans were called in. Consequently, the impact of the crisis was generalised, partly through a contraction in export sector incomes and partly through the state sector which, also experiencing an income crunch, pursued pro-cyclical policies. Although most countries left the Gold Exchange Standard around 1930/31, the measure was presented as a short-term expedient, just as it had been in 1914. And when sterling came off gold in October, 1931, suspension of convertibility hardly appeared radical. The military regime, headed by General Uriburu, which seized power in September, 1930, was pledged to return the Argentine to gold. Having struggled to remain with gold, the Mexican government opted for inconvertibility in July, 1931, around the same time as Chile, but as late as 1933 was seeking to re-institute a silver standard in order to combat monetary anarchy. Moreover, until abandoning gold, all countries behaved in an extremely orthodox fashion: capital flight and loss of gold reserves was accompanied by a sharp contraction in money supply (Díaz Fuentes 1993). And if many governments were prompt to introduce exchange controls in 1930 and 1931, this was to correct the growing trade imbalance and (if not too late) preserve gold reserves so as to facilitate an orderly return to convertibility at some point in the future. This hardly constituted adventurous proto-

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Keynesianism. Governments did, however, act to protect the export sector. On assuming office, Vargas in Brazil resurrected coffee defense, abandoned by the ousted administration of Washington Luis in order to balance the budget and avoid inflationary pressure. In the Argentine, concordancia governments extended the system of commodity price support that had previously applied only to wheat. Although the mechanisms were quite different, the objective was the same, to preserve the viability of the export sector. The result, of course, was to sustain aggregate demand (or at least prevent further contractions) but this was not the prime motive at the beginning of the decade. If there was a continental—or near continental—response to the onset of the crisis in the early 1930s, it may be characterised as tardy, event-responsive, rooted in the view that the global economy was experiencing a recession rather than a depression. Hence, policy measures were piece-meal, orthodox and largely defensive.

The second phase began around 1932/3. By this stage, the extent of the crisis was beginning to be realised. In addition, it was no longer regarded as a temporary disruption of the working of the international commercial and financial order that could be tackled by conventional methods (Love 1994: 406-7). ad hoc measures that had gradually been applied at the beginning of the decade were now being institutionalised. Foreign exchange was allocated according to a schedule of priorities rather than by availability, on a first-come, first-serve basis. “Temporary”, tariff hikes and quotas became permanent and, by the middle of the decade, the old multilateral system was being displaced by networks of bilateral trade regimes. These measures now began to benefit mainly manufacturing interests. The Argentine and Brazil were amongst the first countries to implement “compensation”, commercial and clearing agreements with Great Britain and Germany respectively. Yet the proliferation of bilateral commercial and clearing agreements was hardly original when Britain had opted for imperial preference in 1932 and in 1933 the US dollar was devalued and the London Conference (the World Monetary Conference) failed to reach agreement to defend the multilateral order. This unorthodox policy shock from the centre galvanised many Latin American administrations to action (Díaz Alejandro 1984: 21). Moreover, while it may not have been obvious to contemporaries, many economies were already on the road to

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recovery. The depression bottom-out between 1932 and 1936. Aggregate output was starting to grow again and, in some cases, the volume of export production (though not necessarily the actual volume of exports) were at or around pre-crisis levels. Perhaps this was a measure of the success of attempts to “defend”, the export sector and resultant domestic spin-offs. The guiding principle of this second phase was pragmatic orthodoxy, bounded by the need to be seen to be responsive to powerful domestic sectors, including the industrial lobby, and competing overseas commercial and financial interests.

The third phase may be observe by the close of the decade. The timing of the transition may be dated as beginning around 1935-37. Although the Cárdenas sexenio in Mexico began in 1934, the middle years of his presidency—characterised by massive land reform and the expropriation of foreign-owned oil companies—proved to be the most innovative phase (Cárdenas 1994, 1987). Similarly, the EstadoNôvo in Brazil, explicitly echoing the New Deal in the USA, was launched in 1937 following further political turmoil in 1936, a year when coffee prices again nose-dived. By 1937/8 it was fairly obvious that war was coming in Europe. With the prospect of export price recovery came the possibility of greater freedom in economic decision-making. By the late 1930s it was also clear that international capital markets were not going to re-open and that many countries, not least in Europe, were breaking old rules. The opportunity cost of unorthodoxy declined accordingly. Policy now became more explicitly pro-manufacturing. Moreover, following sharp externally induced price falls at the beginning of the decade and given the growing sophistication of exchange controls mechanisms, most governments were less anxious about the impact of “fiscal delinquency”, and domestic inflation upon the exchange rate. By 1935 Mexico was demonetising silver and embarking on monetary expansionism. Nacional Financiera S.A., the state development bank established in 1934, would soon preside over a constellation of sectoral credit agencies designed to foster domestic capital market growth. Nevertheless, only after 1940 would NAFINSA become thoroughly committed to the promotion of manufacturing. The Chilean Corporación de Fomento de la Producción, set up in 1938 initially to promote regional regeneration following an earthquake in

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the north, soon emerged as a fully-fledged development agency. While there is some dispute in the Brazilianist literature, a persuasive case is made by authors who argue that the Vargas regime only became consciously and systematically pro-industry in 1937, when manufacturing activities were directly targeted. Industrial modernisation became the central objective of the Estado Nôvo (1937-45), embracing the project to establish an integrated iron and steel complex—Volta Redonda—and state investment in associated areas such as mining and energy generation (Villela & Suzigan 1973, Wirth 1970). It may be no coincidence that countries embarking on more explicit pro-manufacturing programmes also sought to bind urban labour to the state. In Mexico and Brazil, a regime of state-controlled trade unions and welfare enhancement (on a modest scale pre-figuring that of the 1946 Peronist administration in the Argentine) dovetailed with a macroeconomic strategy in which support for manufacturing became more explicit. Yet it would be incorrect to characterise the over-arching policy objectives of the late 1930s as import-substituting industrialisation. On the contrary, “economic internalisation”, was the over-riding goal. Pro-manufacturing initiatives were subsumed within this larger framework which may be depicted as export-substitution (and export diversification) as much as import-substitution.

“Economic internalisation”, was pursued almost everywhere. The conjuncture of domestic political and economic pressures—reinforced by external dislocation—accounts for the emphasis on economic internalisation during the Cádenas sexenio. Closely bound to the USA, the Mexican economy was doubly affected by economic crisis north of the border. As US GDP contracted by around 40 percent, the depression was exported south. In addition, job-shrinkage in the USA produced a mass return of migrant workers. Moreover, a new round of bank failures in the USA in 1933 seemed to indicate that the worst was not yet over. Drastic action was required. Economic radicalism can also be explained by attempts by Cádenas to construct a political base independent of Calle, the jefe máximo. An emphasis on collective ejidos, mass land expropriation accompanied by compensation payments in government bonds, credit expansion and banking reform, investment in the social and productive infrastructure (education, transports and electrification)

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and a favourable attitude to wage demands increased aggregate demand and mobilised capital, facilitating the formation of new financial-industrial grupos. The state apparatus was also overhauled, providing for more effective political management and sense of stability (Cárdenas 1994, 1987). Modest by comparison, the revolución en marcha launched by Liberal president Alfonso López Pumarejo (1934-48) in Colombia echoed elements of the cardenista programme. As in Mexico, there was to be greater tolerance of organised labour—the rhetoric was of independent unionism—and measures to enhance worker rights. Fiscal and credit reforms were proposed and, in 1936, a new land law which seemed to favour the rights of small farmers and limit latifundismo, was placed on the statute books. Whether or not deriving from these reforms, investment in, and production for, the domestic economy rose. In short, there was much “learning by doing”, during this phase in many countries and, possibly, a recovery of bureaucratic “memory”, of action taken during earlier period of external disequilibrium (Thorp 1998: 120-3).

Yet, growth during the latter part of the 1930s often owed much to the recovery of external demand. Indeed, this is suggested in Table II which shows that, in several cases, the relative size of the export sector in 1938 was not so different from 1928. Nevertheless, the

Table II: Exports and Industrial Growth

The Argentine

Brazil Chile Colombia

Mexico Peru Uruguay

Exports as %GDP, 1928

29.8 17.0 35.1 24.8 31.4 33.6 18.0

Exports as %GDP,1938

15.7 21.2 32.7 24.1 13.9 28.3 18.2

Industrial growth, av. %p.a.,1932-39

7.3 7.6 7.7 11.8 11.9 6.4 5.3

Source: Bulmer-Thomas 1994: 74, 105.

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ability of producers to respond to external opportunities was not unaffected by export-defence measures applied earlier in the decade. The principal beneficiary of domestic recovery, however, even in the Argentine where government had pursued fairly orthodox monetary and fiscal policies throughout the period, was manufacturing. Yet industrial growth was more the result of government policies aimed first to promote economic stability and then a generalised recovery than measures directly geared to the requirements of manufacturers. Only at the very end of the period, and in only a few cases did manufacturing rise to the top of the policy agenda. In Brazil, the emphasis in policy language certainly bore a more “industrial”, gloss after 1937 and influenced both commercial and foreign economic policy. The Alessandri administration in Chile probably pursued more consciously Keynesian and more pro-manufacturing policies than its predecessors.

What lessons may be learnt from the history of industrial performance during the period? Was there a phase of “autonomous”, industrialisation? The first lesson is that the institutional setting changed and, in many economies, changed in favour of manufacturing. The second is that governments were becoming more active—the new institutional setting was becoming increasingly economically pro-active. The third lesson is that the new arrangement was fairly successful in promoting (certainly presiding over) economic recovery and structural change, notwithstanding institutionalists preoccupations about state distortion of market signals and potential for rent-seeking. Perhaps this was because policy remained fairly pragmatic. As yet there was no ideological commitment to forced industrialisation. Learning by doing may have meant learning from mistakes as well as successes. Nevertheless, arguments of growing state competence and bureaucratic outreach can be exaggerated. As in the case of Brazil, though there may have been the will, there was not necessarily the means, to implement development projects (Draibe 1985: 155-6).

4. Forced Industrialisation

Arguably, it was the onset of the Second War that gave a narrower pro-industry and import-substituting industrialisation emphasis to policy, possibly signalling the success of industrial expansion in the

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1930s. There was now a larger pro-manufacturing lobby. As indicated above, during the latter part of the Estado Nôvo support for heavy industry had become even more explicit. The Avila Camacho government in Mexico, which assumed office in 1940, was both pro-business and pro-industry. And, in 1943, the military clique that over-turned the discredited concordancia regime in the Argentine was, exercised by events in Brazil, determined to promote strategic, heavy industrialisation. Moreover, by the end of the 1940s, ISI was dignified by ideology. ECLA provided an intellectual justification for a co-ordinated programme of forced industrialisation. And, there was a larger base on which to build, as illustrated by Table II which shows rapid industrial growth, if not industrialisation. Mexico and Colombia present the highest average rates of growth of industrial output between 1932 and 1939, though this was from a relatively small base, particularly in the case of Colombia. Table III confirms that manufacturing accounted for just over 6 percent of GDP in 1930 in Colombia and 14 percent in Mexico. Although the rate of industrial growth in Brazil was somewhat above the Argentinian figure, this must be set against the relative sizes of the manufacturing sector in the two countries. In 1930, the share of manufacturing in Argentinian GDP was almost twice the Brazilian. Yet, despite high output growth of over 7 percent per annum, the contribution of manufacturing to Argentinian GDP was virtually the same in 1940 as in 1930. Similarly, in the Brazilian and Chilean cases, despite annual average rates of industrial output growth above 7 percent, the share of manufacturing increased by only a few percentage points between 1930 and 1940—just over three percent for Brazil and not quite four percent for Chile. Again, this suggests that policy was more effective at internalising growth mechanisms than fostering structural change, namely industrialisation. Indeed, for several countries listed in Table II, the ratio of export earning to GDP was much the same in 1928 and 1938. The exceptions are the Argentine and Mexico, a divergence which may in part be explained by the impact of a sharp fall in wheat prices on total Argentinian exports and oil sector dislocation in Mexico.

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Between 1940 and 1950, however, the contribution of manufacturing to GDP rose remarkable in Brazil, Chile and Colombia. Respectively around a half and a third of the relative size of Argentinian industry in 1930, Brazilian and Chilean manufacturing contributed almost the same share of national GDP as Argentinian manufacturing in 1950. Between 1930 and 1950 the contribution of manufacturing to Colombia GDP more than doubled but was still only two-thirds of the Argentinian figure. What construction can be placed on structural change of this order?

Cepalista analyses and prescriptions fell on fertile ground after 1948 when the Commission was established in Santiago. Negative views about the terms of trade encountered by commodity-exporting economies seemed to be validated by the recent historical experience of Latin America. The Prebisch thesis argues that differing income elasticities of demand for primary and secondary goods, coupled with factor market rigidities in the advanced

Table III: Share of Manufacturing in GDP (%)

The Argentine

Brazil Chile Colombia Mexico LA USA

1920 17.4

1930 22.8 11.7 7.9 6.2 14.2

1940 22.7 15.0 11.8 9.1 16.6

1950 23.7 21.2 23.1 13.5 18.3 18.7 24.7

1960 26.5 26.3 24.8 16.7 19.5 21.3 23.5

1970 28.8 28.4 27.2 17.5 22.8 25.1 24.2

1980 25.3 30.2 24.2 18.3 19.1 25.4 24.3

1990 21.6 27.9 21.7 22.1 22.8 23.4

1994 20.1 25.2 17.1 19.6 19.7

Source: Statistical Abstract of Latin America elaborated from ECLA(AC) data.

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economies (which meant that productivity gains associated with technological innovation did not result in lower prices for importers of manufacturers), had locked commodity prices into a downward spiral (Love 1994). The Second World War also confirmed structural changes in the global economy which exacerbated the problems of primary producers. The world economy was now centred on the USA, a mature economy with a huge productivity advantage and a rising propensity to export coupled with limited import requirements reinforced by strong protectionist tendencies. The congruence of experience and theory was a winning combination that contributed to the rapid diffusion of ECLA developmentalism amongst policy-making elites in Latin America. If assessments of the external environment were negative, there were grounds for domestic optimism. Learning-by-doing during the inter-war period and the Second World War meant that several administrations were prepared to embrace an even more interventionist approach. ECLA provided both the justification and the design to do so. Post- depression recovery, growth in manufactured output and economic and political institution-building were interpreted as signalling state competence.

The main policy instruments associated with ECLA developmentalism were exchange control (often manifest in multiple exchange rates that gave preference to the manufacturing sector), protectionism (non-tariff barriers to trade and exchange regulations were employed in conjunction with, sometime in preference to, discriminatory duties) and forced savings. Overvalued, but not necessarily stable, exchange rates prevailed for much of the period and were consistently applied to the advantage of the industrial sector. While only Mexico managed to defend a stable exchange rate throughout the classic period of ISI, the repeated devaluations that occurred elsewhere hardly benefited commodity producers as devaluations were accompanied by windfall taxes on exporters. This was consistent with cepalista trade theory which argued that markets for exports were not price responsive. Devaluation, windfall taxation of exports was also consistent with the regime of exchange and export profit “nationalisation”, and the distortion of the domestic terms of trade in favour of the urban industrial sector. As the principal source of foreign exchange, the export sector was consistently squeezed by state agencies. Inflation was the main, but

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not the exclusive, mechanism of forced savings. Having looted the social insurance funds (caixas) to finance the construction of the Volta Redonda iron and steel complex, regimes in Brazil and elsewhere learnt to milk—politically as well as economically—the social security system. As a growing proportion of the urban while- and blue-collar workforce was brought within the scope of the social insurance net and while the funds remained in surplus, they were an important source of forced saving (Mesa-Lago 1991: 186). The most sophisticated system of forced savings was devised in Brazil during the miracle years, a period of relatively low inflation when all formal sector workers were compelled to contribute to social insurance funds, the national housing bank (its resources were used to finance road building in Amazonia) and indexed individual savings accounts. Coupled with social repression and income concentration, mechanisms like inflation and social insurance ensure that by far the greater part of investment was financed by domestic savings in countries like Brazil (Suzigan & Villela 1997).

In addition to underlying assumptions of bureaucratic competence implicit in the socio-economic measures identified above, cepalista policy recommendations were also predicated on a belief in the existence of an heroic national entrepreneuriat. Cepalismo may have been interventionist and statist, it was not anti-business. The role of the state was to insulate and nurture domestic entrepreneurial talent. The state was to serve as an intermediary between new businesses and an unfavourable environment, sheltering firms from unfair competition and providing access to essential inputs, not least capital and technology, and serve as a conduit for aid from international agencies. There was also the presumption that some countries might emerge as exporters of basic wage goods. Drawing on the W.A. Lewis thesis of a modern, capitalist sector developing on the basis of unlimited supplies of labour siphoned from the “traditional”, and on the evidence of installed manufacturing capacity and intra-regional trade in manufactures during the war, the development of industrial exports seemed to be on the agenda. Theoretically coherent, these expectations acknowledged that re-structuring the Latin American economies would remain import-dependent in the medium-term. Although they only assumed concrete from subsequently, the market-orientation of ECLA developmen-

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talism was also confirmed by projects such as regional integration and agrarian reform. Regional integration was rooted in concepts of efficiency and “fair”, competition. Economic integration would facilitate the emergence of large-scale, efficient firms exposed to the rigours of competition from producers in neighbouring countries but still protected from unequal competition in the regional market place by overseas conglomerated. The emphasis on agrarian reform also reflected, among other concerns, recognition that growth and efficiency were market-size constrained, though in this case the emphasis was on qualitative deepening rather than quantitative expansion.

What was the outcome? First, state planning often became more effective, certainly more informed as the result of systematic data collection. The Targets Plan (Plano de Metas) of the Kubitschek presidency (1956-61) is generally reckoned to have been the first effective experience of industrial development planning in Brazil. Possibly it was also the first integrated strategy for economic development, focused on industrialisation, to be implemented in Latin America (Kaufman 1990: 125-6, Evans 1979). In Mexico, with new fiscal and exchange policies in the early 1950s and the inauguration of “stabilising development”, state planning became more flexible, reflecting closer relations between the state and business sectors. Indeed, planning became both more subtle and sophisticated at sectoral and macro level (Cárdenas 1994, Hamilton 1982, Fernández Hurtado 1960). It appeared that Mexico had achieved a Rostovian “take-off” (FitzGerald 1985: 213). In the Argentine, the establishment of the National Development Council (CONADE) may also be interpreted as an attempt to “plan”, the economy out of stop-go cycles though sectorally co-ordinated industrialisation (P. Lewis 1980, Díaz Alejandro 1970). Perhaps the high-point of co-ordinated, planned industrialisation was the radical corporate-syndicalist experiment essayed in Peru after the 1968 golpe (FitzGerald 1983, Thorp & Bertram 1978, Lowenthal 1975). Second, there was absolute job growth (notwithstanding an emphasis on capital-intensive methods of production) and diversification in the structure of manufactured output (ECLA 1966). And, as indicated in Table III, the participation of manufacturing in GDP rose. This suggests both welfare and productivity gains. For workers, job security, wages and working

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conditions in the modern manufacturing sector, by this stage dominated by TNCs, were better than in traditional industries and much better than in agriculture. Consumer durables assumed the predominant share manufactured output in all the large- and medium-sized economies. For virtually all of these republics rates, of growth in value added in the manufacturing sector were higher during the classic period of ISI (1945-72) than for the immediately preceding and subsequent periods (Thorp 1998: 322).

Further evidence of structural change is also suggested by an increase in manufactured exports, though the evidence may be challenged. The value of industrial exports from Brazil rose from a figure that, in 1955, hardly registered in the export schedule to reach 14 percent of total exports in 1970. Over the same period, the value of manufactures exported from Mexico increased from 12 percent to 33 percent of total trade—a proportion that was not so far from that achieved by some of the East Asian newly-industrialising countries (NICs) a few years earlier (Gereffi 1990: 15). Positive constructions placed upon this achievement need to be qualified by reference to the share of exports in manufactured output and the nature of the trade. Although manufactured exports may have accounted for a growing proportion of total exports, manufactured exports as a share of total industrial output remained low. In the Argentinian case, less than one percent of total manufactured output was exported in 1960: the figure for 1973 was 3.6 percent. Between 1960 and 1973 the share of Chilean manufactured output exported actually fell, from 3.0 percent to 2.5 percent. The figures for Brazil for the two years were 0.4 percent and 4.4 percent respectively; for Mexico 2.6 percent and 4.4 percent; for Colombia, in this respect the best performing economy, 0.7 and 7.5 percent, Kaufman 1990: 130. These “inward-biased”, proportions do not bear comparison with data for East Asia. In the 1970s it became fashionable to cast further doubt on the dynamics (and the dynamic affects) of even this modest performance. Rather than marking increased efficiency and international competitiveness on the part of industrial enterprises in Latin America, the growth in manufactured exports simply reflected the “transnationalisation”, of world trade in manufactures which was becoming intra-corporate rather than inter-country (Jenkins 1991: 415-20, 1987: chp. V.). However, it must be remembered that “Latin American” TNCs were

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participating in this “transnationalisation” of global trade: not all corporations were “foreign” (Bisang, Fuchs, & Kosacoff 1992, Katz & Kosacoff 1983, Villela 1983, Díaz Alejandro 1979). While external operations by Latin American TNCs hardly compares with that of overseas corporations in Latin America, foreign activities by these enterprises supports arguments both about the transnationalisation of business and the entrepreneurial behaviour of manufacturing firms founded by Latin American grupos.

From a “neo-liberal”, perspective, the results of classic cepalismo are easily disparaged. Yet, it is worth repeating that the achievements were substantial.

Table IV captures the qualitative and structural changes in manufacturing referred to above. The increase in industrial valued added was impressive between 1950 and 1974 and manufacturing growth drove the productive sectors. Apart from the Argentine and Chile, industrial growth was also substantial during the latter part of

Table IV: Average Annual Growth Rates of Industrial Added Value

1950-74 1974-80 1980-90 1990-94

The Argentine 4.9 -0.6 -1.4 6.9

Brazil 8.7 6.7 -0.2 2.8

Chile 4.4 1.2 2.6 6.3

Colombia 6.7 4.0 2.9 3.9

Mexico 7.4 6.2 2.0 2.3

Peru 7.0 1.8 -1.9 5.6

Uruguay 2.4 4.9 -1.0 -1.3

Venezuela 7.8 5.0 1.9 1.8

Average 6.2 3.7 0.5 3.5

Source: Elaborated from Benavente, Crespi, Katz, Stumpo 1996: 57.

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the 1970s. Most economies realised historically high rates of economic growth during the period. Manufacturing output grew absolutely and relatively: there was industrial deepening and productivity gains associated with more intensive patterns of production and technology absorption. There were, too, major organisational changes. Paralleling the growth in state agencies and enhanced state competence, and possibly consistent with the rent-seeking construction placed on forced industrialisation by some of its critics, there was a proliferation of business organisations (Cárdenas 1994, Leopoldi 1994, Whitehead 1994, Sikkink 1991, P. Lewis 1989, Draibe 1985, ffrench-Davis 1973, Muñoz 1968). The new organisational setting points to the institutionalisation of state-business relations—the emergence of the so-called triple alliance of state, domestic and transnational corporate capitalism (Gereffi & Wyman 1990, Hewlett & Weinert 1982, Evans 1979). Rarely stable, the new institutional setting also witnessed substantial welfare gains (Albala-Bertrand 1991, Maddison 1991, Urrutia 1991). The presence of the middle classes increased, urban industrial labour became more organised (usually closely supervised by the state) and, compatible with industrialisation, the urban economy grew exponentially. There was quantitative and qualitative market growth despite a deterioration in the equality index in most countries and the growth of the informal sector.

Nevertheless, as the process of import-substitution began to encounter problems in the late 1950s and early 1960s, criticisms of ECLA policy prescriptions and the analysis on which they were based multiplied. Dependistas observed that import-substituting strategies had resulted in distorted, dependent industrial growth which had deepened Latin American underdevelopment and induced a new form of dependence. Latin American manufacturing—demonstrably the most profitable sector of the economy was unbalanced and externally rather than domestically integrated. Production was capital-intensive and skewed towards the manufacture of consumer durables—motor-mechanical, electrical and pharmaceutical goods. This necessitated the perpetuation of inequitable patterns of income distribution. Aboveall, the sector was dominated by an oligopoly of TNCs that, importing technology and components, financed operations on the basis of local accumulation and siphoned profits overseas.

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Nationalists, too, were antagonised by the import-dependence and low endogenous multiplier associated with foreign dominance of the industrial sector. Like dependistas, they lamented the inculcation of inappropriate patterns of consumption. They were also antagonised by crowding out of local businesses and a tendency, noted in the latter part of the 1960s, for foreign conglomerate to escape from the consumer durables ghetto, to which they had been confined for much of the post-1930s decades, to penetrate the production of wage goods (tobacco products, textiles and domestically consumed foodstuffs), hitherto largely the preserve of locally-owned firms. Liberals (and later neo-liberals) observed rent-seeking, a product of over-zealous regulation, and macroeconomic instability triggered by demand creation—monetary expansion and easy credit, notoriously reflected in inflation and balance of payments crises. Liberals also pointed to the misplaced pessimism of cepalismo: world trade had grown rapidly after the 1940s and international liquidity increased after the 1950s. Yet, for liberals, the key criticism was competitive failure. Although by the 1960s the export sector was no longer the prime generator of savings in most Latin American economies, exports remained the principal earner of foreign exchange: domestic manufacture had failed to service its import needs.

Some of these criticisms own much ideology and hindsight and little to constructive criticism based on an appreciation of original, “authentic”, cepalista strategy. Problems of outcome may be due more to selective application rather than theory per se: the difficulty lay with the cepalistas not cepalismo ( Sunkel 1993). Díaz Alejandro shows that, in several branches of manufacturing in the Argentine, there was little growth in the share of apparent consumption captured domestic producers between the 1920s and 1950. Already by the inter-war period, local firms were supplying the greater share of the market in the production of basic commodities such as ceramics, clothing, publishing and printing, paper, and tobacco. Indeed, by the onset of the Depression, domestic firms already held almost half the market for manufactures. The way forward lay in vertical industrial integration or production for export. What occurred, however, was horizontal diversification—the production of more of the same for a highly protected home market (Díaz Alejandro 1970: 220-54). At mid-century, import-substitution

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beginning with the manufacture of wage goods was only viable for any length of time in economies, as illustrated in Table III, where the contribution of manufacturing remained low until the 1940s. Elsewhere export-led industrial growth or autonomous industrial expansion had already eroded this option. These gains—and costs—under-score the importance of institutions and getting institutions “right”. Industrialisation of the order of magnitude observed during the period of forced, inward-looking development is inconceivable without state action. While, in the 1980s and 1990s it becomes fashionable to criticise the “closed-economy model”, essayed in Latin America, offering East Asia as a proxy, most comparisons are ahistoric (Mesquita Moreira 1995, Chang 1994, Jenkins 1991, Wade 1990, Gereffi & Wyman 1990, Naya el al 1989, Mundlak et al 1989). The domestic and global environments confronting the soon-to-be applauded NICs of East Asia in the 1950s, 1960s and 1970 were quite different from those encountered by Latin America. The literature that devotes considerable attention to the performance and structure of the industrial sector in East Asia and draws adverse contrasts with Latin America in the post-Second World War period misses two critical points: the scale of external assistance (soft aid and commercial preference) available to some insular and peninsular Asian economies during the Cold War and the institutional shock associated with defeat and occupation (or liberation) in the Pacific War. This does not mean that Latin American countries would not have benefited from thorough-going agrarian reform, substantial social and economic investment, particularly in education and transport), flexibility in policy application (pecially tariff protection which could have been more selective and contained phase-out provisions) and greater state efficiency (not least fiscal reform and cohesion within the state sector).

5. Industry and the Quest for Macroeconomic Stability

Undeniably, the ISI model was running out of steam. Institutional stress was marked by a lurch towards authoritarianism and a re-ordering of “executive groups”, in several countries. Arguably, this was accompanied by a prioritising of macroeconomic stability (or economic co-ordination) above industrialisation. Rates of growth in valued added in the industrial sector certainly declined after the early

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1970s in many countries (Benavente at al 1996: 57). (See Table IV). The connexions between neo-authoritarianism and international liquidity in the 1970s remains a matter of conjecture. Regimes pursuing neo-liberal and neo-structural strategies borrowed extensively and promoted export growth. De-industrialisation in the Southern Cone republics meant a resurgence of traditional exports or a diversifying mix of commodities. Further north there was an erratic growth in the participation of manufactures in exports. To what extent this was a direct response to policy or a “natural”, outcome of structural development can be questioned. Less open to interpretive debate is the sharp contraction in manufactured output and exports in countries like Chile and the Argentine following abrupt opening of the economy. It is also clear that, with the debt crisis of the 1980s and the failure of heterodox stabilisation programmes—classically the plan austral and plano cruzado—in the 1980s, the ground was prepared for the hegemony of neo-liberalism in the 1990s.

Associated with the lurch from a “consumptionist”, to an “accumulationist”, model, investment rates rose virtually across the continent during the 1970s (Thorp 1998: 210). In Brazil, annual average investment rates in the 1970s were over five percentage points higher than in the 1960s and industrial growth rates over 2.5 percentage points greater (Bear & Paiva 1993: 72). In the Argentine, between 1976 and 1980 capital formation as a proportion of GDP also rose, averaging around 22 percent (McComb & Zarazaga 1993: 156). Rising investment rates were underwritten, particularly in the Southern Cone, by massive wage compression and foreign borrowing. Wage compression assisted accumulation and reduced production costs. Moreover, by reducing domestic production costs and demand, wage compression made a double contribution to global re-insertion, namely international competitiveness and export availability. And, in those economies where wage compression was associated with the neo-liberal paradigm, it partly explains de-industrialisation. Macroeconomic economic efficiency was no longer to be conflated with productivity gains in manufacturing.

Support for heterodoxy in the 1980s can be explained by the domestic political and international economic contexts in which it was applied. Looking back to orthodox stabilisation packages of the 1950s and 1960s, promoted by the IMF, and neo-liberal measures of

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the 1970s, proponents of heterodoxy saw that reducing state expenditure (not least by cutting subsidies to consumers and producers) and charging real prices for services, factors and foreign exchange had induced recession. This had provoked violent protest and reduced the political will to pursue the package to a logical conclusion (Frenkel & O’Donnell 1994). Neither were attractive propositions for new, democratic governments or authoritarian regimes attempting to open a dialogue with civilian politicians, particularly given renewed anxiety about domestic industrial capacity in an unstable, debt-ridden global economy (Machinea 1993). Consequently, the task that heterodox policy-makers set themselves was stabilisation with growth and industrial recovery rather than stability through recession. Heterodoxy was heterodox, rather than unorthodox, because,

a. it accepted the need for stabilisation (a proposition advanced by orthodox analysts but challenged by structuralists) while questioning traditional, orthodox explanations for the causes of inflation,

b. because of a desire to “grow”, the economy out of inflation—a stance closer to structuralist precepts.

Heterodoxy challenged the prevailing duopoly of the causes of inflation maintained by the orthodox and structuralists positions: namely, the respective propositions that inflation was caused by excess demand or supplyside constraints. Acknowledging that these analyses had some validity in the past, proponents of heterodoxy argued that by the 1970s and 1980s, after several decades of inflation, inertial mechanisms and expectations were the principal factors driving inflation. Hence the need for new solutions: old remedies would not work. Shock measures were required to effect an attitudinal change; growth without inflation was necessary to cement an anti-inflation alliance.

There were lessons to be learnt from the initial success and ultimate failure of heterodox stabilisation. First, as with stabilisation in the 1990s, the return of confidence did not trigger an up-surge in savings, as policy-makers assumed, but a consumption splurge which strained both domestic productive capacity and the reserve position. This problem was more acute in Brazil where there was less slack in

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the system. Neo-liberal reformers of the 1990s were thus made aware of the need to strengthen the reserve position in advance of stabilisation. Substantial reserves facilitated both investment in productive capacity in the medium-term and an “import cushion”, in the short-term to dampen the inflationary pressure associated with a surge in demand. This said, planners in the 1990s found it much easier to accumulate reserves than their predecessors in the 1980s when recession weakened commodity prices and international capital markets were depressed by debt overhang and, manifest, a pronounced anti-Latin American bias. The second lesson learnt from the failures of the 1980s by later policy-makers was the need to take prompt action to resolve the fiscal deficit. Regimes applying heterodox policies in the 1980s were more concerned with the political and social deficits than the fiscal position and looked to expand social and economic investment. Perhaps, by the 1990s, earlier failures had induced greater realism or tolerance on the part of electorates. Moreover, the worse of the debt crisis was over by the 1990s and the international financial system had patently not collapsed. The inter-governmental agencies and private banks adopted a more relaxed attitude to debt and were anxious become involved in debt re-structuring and privatisation deals.

In many respects, the debt/loan crisis was the defining moment in contemporary Latin American economic policy-making, not least as regards industrial strategy. It also re-shaped the real economy. Various stages in the evolution of the crisis—and solutions to it—may be identified. First, with the balance of trade crisis provoked by the first oil shock in the early 1970s, all Latin American countries (with the obvious exception of oil exporters) borrowed extensively to cover import requirements. While re-cycling petro-dollars to Latin America was essential for the banks, and benefited also oil-importing developed economies who hoped to cover their own increased oil bill by exporting to Latin America, increasing primary product prices, rising on the coattails of a succession of oil price hikes appeared to strengthen the creditworthiness of Latin American borrowers. A generalised rise in world commodity prices was seized upon by those who had questioned ECLA pessimism about a secular decline in the price of primary exports. Here was evidence of a cyclical, not a trend, pattern. Banks also convinced

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themselves that the authoritarian regimes then in power in many countries could be relied upon to take the necessary measures to ensure debt service. Second, by the latter part of the 1970s, some countries started to borrow in order to invest in export expansion or import saving—strategies that connected with a re-focusing upon the manufacturing sector in a number of economies. Industrial deepening and export-orientated industrialisation were back on the policy menu. Mexico borrowed heavily to re-enter the oil export business as did some Andean producers while others attempted to promote import-substituting oil production. Venezuela sought to seed industry with windfall oil profits. Brazil invested in domestic energy substitutes and export enhancing infrastructure and manufacturing (intermediate, capital and high-tech sub-sectors were particularly targeted): like the Targets Plan of the late 1950s, the Second National Development Plan (1974-79) sought to connect industrial expansion and diversification with macro-development strategy. Nevertheless, much new debt continued to be accumulated to finance current consumption. All countries, the semi-virtuous as well as the profligate, were caught in the loan trap of the late 1970s associated with the second oil price hike. The third phase saw Latin America borrowing mushroom to cover interest payments on old debt. Between the late 1970s and the early 1980s levels of indebtedness doubled not due to new, productive investment but simply to service existing loans. Latin America drifted into the debt crisis in a conspiracy of silence maintained by the generals and the bankers. The phase of debt-led growth was unravelling. The result of “loose”, lending/borrowing would only emerge subsequently. In many cases, international liquidity had allowed economies to defer restructuring—underlying structural weaknesses had been masked rather than resolved. In other cases, and notwithstanding errors of judgement by official and corporate policy-makers, productive capacity had increased and bottlenecks eased.

During the 1980s it is again possible to identify three phases: another period of “do-nothing”, at the beginning of the decade; a false promise of radicalism in the mid-1980s; and the switch into neo-liberal panaceas at the end of the decade. The complacency of “do-nothing”, was ruptured by the events of 1982—the invasion of the Falklands Islands by the Argentinian military regime and the

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Mexican moratorium. For much of the middle third of the decade, the crisis was internationalised and institutionalised. Private bank lending virtually dried up and inter-governmental organisation such as the IMF and the IBRD became virtually the sole providers of new money, though on condition that all debts were honoured. In the Chilean case, this meant the “nationalisation”, of private liabilities to the international banks and, as domestic institutions collapsed, the re-nationalisation of significant segments of the economy ( E. Silva 1996, Whitehead 1979). In the Argentine, as in Chile, financial and banking crisis at the beginning of the decade also resulted in the bankruptcy of swathes of manufacturing firms (Frenkel & Fannelli 1990). However, if the debt shock of the early 1980s provoked bankruptcy and “re-statisation”, in the manufacturing sectors in the Argentine and Chile, in Mexico the immediate affect was state retreat and privatisation, notably in finance and manufacturing, though the first phase (1983-88) was largely confined to small- and medium-size public enterprises (Cárdenas 1996, Mexico 1992: 15). For Brazil, the early 1980s witnessed the virtual abandonment of indicative planning and “organised”, industrial growth. The Third National Development Plan ( 1980-85) was never implemented and no industrial policy guidelines were issued. However, by 1984 manufacturing industry had been “adjusted”, by the market/crisis (Suzigan & Villela, 1997: 54, 58).

Virtually across the continent, domestic recession underwrote export growth, much of which derived from productive capacity expansion in the latter part of the 1970s. In the period 1982-87 savings rates rose significantly (or were broadly maintained) in comparison to the years around the turn of the decade but domestic investment rates contracted sharply in the face of the reduction in overseas borrowing and the export of savings. With massive balance of trade surpluses generated by export growth and import constrain and currency depreciation, inflationary pressure mounted. The policy rhetoric may have been radical (threats of the declaration of moratoria, capping debt service and the formation of a debtors’, cartel and, in some economies, experiment with heterodox stabilisation), the reality of external economic policy was orthodoxy by default—and stagflation. But, by the end of the decade, solution was in sight. International interest rates were beginning to fall. The developed

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economies were recovering and the collapse of communism in Europe produced renewed confidence in the viability of welfare capitalism.

From the perspective of the late 1990s, the hegemony of neo-liberal strategies can be confirmed. Its origins can also be dated with a degree of precision. As indicated above, the ascendancy of neo-liberalism was not unchallenged nor unilinear. If neo-liberalism first assumed many of its current characteristics in the Southern Cone in the early/mid 1970s, it was not unchallenged. Even in Chile, there was opposition within the regime and the shift from stabilisation and renewed growth to profound structural change was by no means inevitable ( or automatic) as the events of 1983-85 indicate. In the Argentine, structuralist nationalism and neo-structuralism remained viable alternative until the beginning of the 1990s. Brazil, which remained a closed economy until well into the 1990s, offered a compelling examine of an economy which—at times successfully—attempted global re-insertion without economic openness. Similarly, Mexico in the 1970s sought international re-insertion without domestic reform and, in the 1980s, provides examples of policy discontinuity—oscillated between packages of measures that may be described as neo-liberalism or neo-structuralism or an amalgam of both.

Arguably, Bolivia has been the most consistent adherent to the new orthodoxy, embarking on this course in the mid 1980s, following a succession of failed semi-heterodox stabilisation packages between 1982 and 1985. The shift to neo-liberalism was also driven by inter-governmental agency debt assistance (and a degree of US generosity) in the case of Costa Rica. The trend slowly consolidated in the latter part of the decade though as early as 1982 Costa Rica was being applauded by the Inter-American Development Bank for its introduction of social security reforms, the second country after Chile to do so. Surprisingly, the timing of Chile’s adoption of structural reform is not uncontensious. Around this time Chile moved to apply the “second stage”, of neo-liberal re-structuring. If monetarism applied by the “Chicago boys”, who virtually monopolised economic decision-making between 1974 and 1982, stabilised the economy, it was at the expense of an over-valued exchange rate and growing (private) external indebtedness and a

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severe, long depression which bore many of the hallmarks of stagflation. Moreover, as in the Argentine during the near contemporary proceso period, the monetarist drive to shrink the state sector was met by resistance from the military who refused to countenance the privatisation of state assets continued to be strategic, usually those industrial corporations directly controlled by the armed forces themselves. In a clash of interest between monetarist ideologues and vested interests, the armed forces were victorious. The 1982/3 shock—economic collapse, re-nationalisation (the state had to bailout the banking sector), political protest and renewed repression—demonstrated that stability of itself would not produce structural change and, also, that growth did not dent poverty. The much vaunted Chilean model, of growth, macroeconomics stability and structural development dates from 1985/6 rather than 1973/4. When did Mexico embark on the road to neo-liberalism? Towards the end of 1982 when the in-coming De la Madrid administration inherited the chaos of the López Portillo regime ( which culminated in devaluation and domestic bank nationalisation) and roundly denounced fiscal and financial populism? If so, there was much back-sliding. Nevertheless, during the De La Madrid sexenio Mexico acceded to the GATT, which implied the abandonment of protectionism. The “victory”, of Salinas de Gortari, held to be the architect of the De la Madrid economic strategy, in the 1988 presidential elections appeared to confirm the trend. The centrepiece of the second half of the Salinas administration was the free trade treaty—the NAFTA—signed with the USA ( and Canada) in 1993, an arrangement assumed to confer particular advantages on manufacturing. Economic opening—and privatisation—may have been on the economic agenda in the Argentine in the mid-1970s and again in the mid-1980s but were only thoroughly effected in the latter parts of the first Menem administration, after sharp lurches towards neo-structuralism in the late 1980s. There is little evidence of support for thorough-going neo-liberalism in the “business-populist”, alliance represented in the first Menem cabinets of 1989/90. In Peru, support for neo-liberalism coalesced in the 1990 presidential election. The out-going Alan García administration (1985-90) had experimented with heterodoxy and “statist collectivism”. As the electoral campaign got under-way the country experienced hyperinflation. The favoured

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candidate, Mário Vargas Llosa who won on the first round, advocated a transparently neo-liberal economic strategy, while the candidate who obtained victory on the run-off, Alberto Fujimori, actually implemented a programme of “populist-monetarism”. For Brazil, the passage to neo-liberalism was even slower and more indecisive than for the Argentine and is associated with the programme lunched in the 1990s by Fernando Henrique Cardoso, first as Minister of the Economy and subsequently president (Thorp 1998, ffrench-Davis, Palma & Muñoz 1994).

What was the impact of domestic and external instability on industrial activity in Latin America during the 1970s and 1980s. Some of the affects have already been implied above. Rapid expansion in the 1970s coupled with contraction in the 1980s triggered bankruptcy. The results were changes in ownership and scale. The privatisation of state enterprises in the 1990s has furthered these processes. This has not always meant de-nationalisation. Many of the beneficiaries of privatisation have been domestic groups previously associated with state corporations, often as suppliers or purchasers. This was particularly the case in the Argentine, Chile and Mexico. Elsewhere, former public sector firms have been purchased by consortia with a substantial domestic participation, an arrangement that signals the return of flight capital. Between 1970 and 1990, although the share on manufacturing in GDP contracted sharply, the output of intermediate products grew steadily. Consequently, the share of intermediate goods in total Argentinian industrial output grew by around 50 percent. During the same period, the participation of categories such as machinery and equipment and textiles fell. Towards the end of the 1980s and at the beginning of the 1990s there was some recovery in the production on consumer durables and equipment, particularly agricultural machinery (Kosacoff 1993: 28-31, 67). Unsurprisingly, there were efficiency gains in areas such as petro-chemicals and basic metals, driven by investment and scale changes, while there was little new investment in the motor-mechanical and textile sub-sectors, Kosacoff & Azpiazu 1989. Consequently, during the latter part of the 1980s and for much of the 1990s, the structure of Argentinian industrial output has tended to shift towards basic and intermediate goods production. Across the sector, large firms—TNCs and domestic holding companies (grandes

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groups económicos)—strengthened their grip on manufacturing. The situation was not dis-similar in Chile, though domestic groups maintained a higher profile in the manufacturing sector (E. Silva 1996). For a large part of the 1980s, both development strategy and industrial planning lost much of their former consistency in Brazil. The period was a “lost decade”, in terms of industrial strategy: ad hoc macroeconomic adjustment programmes and stabilisation plans predominated, leaving little room for industrial policy (Suzigan & Villela 1997: 49). Nevertheless, the index of industrial output recovered strongly in the latter part of the 1980s, rising faster than GDP. With stabilisation in the early 1990s, industrial output again began to grow, though now lagging somewhat behind GDP. However, during both period, the capital goods and durables sectors exhibited particularly strong growth (Suzigan & Villela 1997: 197, 201-2). In these and other sectors there were substantial productivity gains, usually associated with mergers and amalgamations that reduced structural heterogeneity in the manufacturing sector. During the 1980s, the index of Brazilian export prices fell in relation to world prices in various sub-sectors. Competitive gains were prominent in the intermediate goods sectors, though rather less so in some branches of durables and wage goods (Coutinho & Ferraz 1994: 249-259). Market limits and domestic recession in the 1980s also under-pinned the growth in manufactured exports and, as in earlier periods, overseas investment by domestic firms (Bisang, Fuchs & Kosacoff 1992: 330, Kosacoff 1983: 195-6, Villela 1983: 236). For enterprises based in Mexico, the NAFTA provided an institutional incentive both to export and invest out of domestic recession (Pastor & Wise 1994). Do these developments signal increased international competitiveness? Possibly, though even for Brazil and Mexico, countries with the most dynamic industrial sectors, there is no evidence of a closing of the productivity “gap”, with the USA during the 1980s and early 1990, notwithstanding substantial absolute general improvements. Quite the contrary: manufacturing shows no catch-up with the USA (Hofman & Mulder 1998: 94). This is a telling criticism for neo-institutionalists. Notwithstanding the huge policy focus on the industrial sector and substantial improvements in total factor productivity in general, there has been no narrowing of

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the relative manufacturing productivity gap with the most advanced industrial economies.

Perhaps surprisingly, there was a resurgence of industrial strategising in the larger and middle-ranking Latin American economies in the 1990s. This raises the issue of whether or not business lobbies are becoming more influential. During periods of shock tactics in the 1970s and 1980s, official economic teams successfully sought to isolate themselved from pressure groups. Certainly the Argentinian business sector felt “neglected”, at various points in the 1970s and 1980s and relations between the Brazilian and Chilean military regimes of the 1980s and respective national industrial lobbies was often far from cordial (E. Silva 1996, Acuña 1995, Pastor & Wise 1994, Machinea 1993, Selcher 1986, Cardoso 1971). Neverthless, for some authors, regimes applying neo-liberal programmes have been the first to devise sophisticated pro-manufacturing strategies which connect macroeconomic adjustment and micro mechanisms. In short, there are now policies that address the needs of individual industrial firms. These include policies aimed at small- and medium-sized businesses, fiscal and banking reform, labour flexibilisation and privatisation (Kosacoff 1996, Ferraz, Kupfer & Haguenaur 1995, Coutinho & Ferraz 1994, Sklair 1989). Through the early 1990s, governments in several countries were becoming alarmed at sluggish job growth in the face of economy recovery. This phenomenon was hardly surprising. If amalgamation and investment were driving an increase productivity and competitiveness in various branches of manufacturing, it was to be expected that output growth would no longer be accompanied by a similar expansion in employment. Small- and medium-size firms were identified both as a major source of job creation and as a sector that had previously lay beyond the horizon of official industrial policy that had focused largely on large corporations. Big business had certainly been the principal beneficiary of state action. Support—in terms rule simplification, training and technical assistance—for small- and medium-size companies also connects with regional integration strategy, especially in the MERCOSUR/L. There is scope for cross border co-operation, especially in frontier areas and, lacking the experience and global perspectives of large corporations, intra-regional trade can provide these firms with an opportunity to test

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products in overseas markets. For small- and medium-firms, intra-regional trade could be a first step in global sales (Gatto 1995: 160-62). Indeed, for many industrialists, the MERCOSUR/L is depicted as a mechanism for global insertion. Mexican industrial strategy and business behaviour (not simply as regards the maquilas) is also being shaped by the NAFTA (Pastor & Wise 1994). Can these measures be depicted as the first truly industrial/business initiatives that address the fundamental issues of efficiency and international competitivity at firm level? Does such state action fit with both institutionalist and neo-structuralist prescriptions? Neo-liberals and new institutionalists emphasise that in order to foster growth, systems of rules must be “known”, and “understood”—they must be credible and transparent. Neo-structuralists stress effective delivery and policy outcome. For business Mexico and official Mexico, the NAFTA implies a need to be seen to be conforming with international standards established by a negotiated commercial regime that is policed by external agencies, including financial, business and labour organisations in the USA. In the Argentine, the straightjacket represented by the Convertibility Plan has resulted in both state retreat from the market and policy “simplification”—fiscal and social charges on business have been reduced in order to ease the burden of an over-valued exchange rate while the commercial code, financial regulations and labour legislation are gradually being modified with the object of ensuring that business, notably the manufacturing sector, becomes more efficient. Brazil continues to grapple with a problem that has confronted the country since the 1930s. From the late 1930s onward, virtually all regimes in Brazil have adopted a pro-industrialisation stance. The debate has been whether to promote industrialisation within an “open”, or “closed”, context and about how best to stimulate manufacturing, that is, macroeconomic management strategy or specific, firm-friendly policies. The current focus is on openness and, possibly in response to the strength of the business lobbies, micro programmes.

Conclusion

According to any definition, by the beginning of the new millennium Latin America is largely a continent of industrialised, urban

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economies. Modern units dominate the manufacturing sector and many industrial firms are exposed to the rigours of international competition. Could the post-1970s industrial expansion of countries like Brazil and Mexico have been possible without the manufacturing platform established during the classic age of import-substituting industrialisation between c.1945 and 1972/3? Could productivity gains have been accomplished without sympathetic state action? It seems unlikely. But when did the major rupture occur? With the advantage of new empirical research and the further development of theory, it is clear that a major break occurred in the 1880s, not in 1929/30, nor at Independence. There is little evidence that the obrajes or artisan-”manufacturers”, were capable of making the salto to modern industry, though not necessarily for the want of trying. The institutions were simply not in place. Markets were shallow and factors scarce. Moreover, markets may have been an essential requirement for industrial growth but their existence did not guarantee an inevitable progress towards industrialisation. That required both capital availability, entrepreneurial commitment and an environment that made it rational to invest long rather than favour liquidity. Yet, if the evidence in favour of export-led industrial growth in the late nineteenth and early twentieth centuries is compelling, this is not to say that such a course was the only possibility nor that manufacturing would have continued to expand after the 1940s, during the long post-War boom, had the Latin American economies remained “open”.

An interesting feature of the literature on manufacturing in Latin America is the way that the geographical and chronological focus—as well as the content—of the debate has shifted. The discussion about proto-industrialisation ( and the de-industrialisation of free trade) is largely confined to Mexico and some Andean regions. Southern South America and, to a lesser extent, Mexico figure prominently in accounts of export-led industrial growth. While inward-directed, import-substituting industrialisation may have occurred virtually everywhere, certainly among the large- and medium-size economies, the debate about industrial policy is particularly rich for Brazil and Mexico. This indicates that the controversy about the “what” (rather than the “how”) continues: did states or markets make manufacturing? What was the cost of

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protectionism and interventionism? What would have been to price of limited state action?

Historical evidence points to the rapid growth of industry during period of openness in around the turn of the nineteenth century and towards the end of the twentieth. This does not mean that industrialisation was everywhere possible without state action. This begs the issue of whether industrialisation equates with development. The key point, however, is that there was a groundswell in favour of forced industrialisation in many countries by the inter-war period. The “pro-industrial alliance”, embraced many segments of society, just as there had been fairly broad support for modulated liberal economics in several areas at the beginning of the twentieth century (and even earlier in the Southern Cone) and electoral support for neo-liberal programmes at the end of it. Moreover, the global economy was not always dynamic or buoyant. World trade may have grown rapidly in value and volume from the 1840s to the 1900s and from the 1940s to the 1970s. It did not at the beginning of the nineteenth century nor during the inter-war period. In addition, there was increasing systemic volatility towards the end of both periods of rapid growth in world trade. Old institutionalists would also accept that there is more than one route to industrialisation, that conditions changed after the appearance of the first industrialised economy and that agencies—banks, corporations and states—have an important role to play in late (or very late) industrialising economies.

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