Hilton James - Horizontes Perdidos

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HORIZONTES PERDIDOSJames Hilton

PRLOGO

Los cigarros ya se haban apagado y empezbamos a experimentar la desilusin que generalmente aflige a los compaeros de colegio que vuelven a encontrarse ya adultos, y que tienen mucho menos de comn de lo que imaginaban.Rutheford escriba novelas; Wyland era secretario de embajada y nos haba dado un banquete en Tempelhof, no de muy buen grado, por cierto, pero con la ecuanimidad que los diplomticos guardan para estas ocasiones.Era indudable que slo el hecho de que eramos tres ingleses solteros en una capital extranjera nos haba reunido y yo me haba convencido de que el orgullo del que siempre haba hecho gala Wyland Tertius no haba disminuido con los aos.Rutheford me gustaba ms. Se haba desarrollado en l el nio precozmente inteligente que conociera en la infancia. La probabilidad de que ste tena que hacer bien pronto una fortuna con el fruto de su imaginacin nos hizo participar a Wyland y a m del mismo sentimiento: la envidia.La tarde no haba tenido en verdad nada de aburrida. Habamos contemplado los enormes aparatos de la Lufthansa llegar al aerdromo procedentes de todos los puntos de la Europa Central, y en el crepsculo, cuando todas las luces del campamento fueron encendidas, la escena adquiri el brillante aspecto de un teatro.Uno de los aparatos era ingls, y su piloto, con el mono y el casco, se aproximo a nuestra mesa y salud a Wyland, que, al principio, no le reconoci. Un segundo despues nos lo presentaba. Era un joven locuaz y agradable, llamado Sanders.Wyland le present sus excusas por la dificultad en reconocer a los hombres cuando van enmascarados con el casco de aviacin y su cuerpo desfigurado por aqul horrible uniforme. Sanders sonri y respondi:Demasiado bien lo s, Wyland. No olvides que estuve en Baskul.Wyland sonri tambin, pero con menos espontaneidad y la conversacin tom otros derroteros.Sanders fue una adicin atractiva para nuestra tertulia. Bebimos juntos una cantidad enorme de cerveza. Alrededor de las diez, Wyland se levant un momento para hablar con alguien que se hallaba en una mesa prxima, y Rutheford, aprovechando aquel parntesis en nuestra conversacin, dijo:Oh, hace un momento mencion usted Baskul. Yo conozco aquel lugar ligeramente. A qu sucesos haca usted referencia?Sanders sonri algo confuso; respondi:Fue un caso raro que nos sucedi cuando yo estaba en el servicio...Su juventud le empuj a hablar y prosigui:Un afgano o rabe rob un da uno de nuestros aparatos y produjo la confusin consiguiente. Fue la cosa ms atrevida que he presenciado en mi vida. El ladrn subi a la cabina del piloto , lo redujo a la impotencia de un golpe en la cabeza, le quit el casco, ocup su puesto y, despus de dar a los mecnicos las seales de rigor, despeg con gran estilo y soltura. Aquello no habra dejado de ser una aventura sin trascendencia si hubiera regresado o se le hubiera encontrado. Pero jams volvimos a ver ni al piloto aquel ni al avin.Rutheford pareca interesado.Cumdo sucedi eso? pregunt.Hace un ao aproximadamente. En el treinta y uno. Estbamos evacuando a la poblacin civil de Baskul a Peshawar a causa de la revolucin... Todo aquello andaba revuelto en aquellos das, pero jams habra sospechado de que nadie se atrevera a realizar aquello,y... sin embargo... sucedi. Esta visto que los vestidos hacen al hombre, digan lo que digan.Creo que debieron poner ms hombres de vigilancia en los aparatos en una ocasin como aquella.Lo hicimos en los transportes de tropas, pero este era un aparato especial, construido para un maharaj, un verdadero avin de lujo. Luego, una sociedad de investigaciones de la India lo emple para vuelos a gran altura en Cachemira.Y asegura usted de que no llegaron a Peshawar?Ni all ni a ninguna parte. Jams se han encontrado a los tripulantes ni los restos del avin. Tal vez el osado piloto perteneciera a alguna tribu del interior y quiso secuestrar a los pasajeros para pedir un crecido rescate y se estrell contra las montaas... Quin sabe!Cuntos eran los pasajeros' Cuatro, segn tengo entendido. Tres hombres y una mujer.Se llamaba Conway, por casualidad, uno de los hombres?Sanders hizo un gesto de sospecha.S, en efecto... Conway el Glorioso. Le conoca usted?Fuimos juntos al colegio.Era un gran muchacho asegur Sandres. Pero yo no he leido ese suceso en los periodicos, que recuerde dijo Rutheford.Sanders pareca algo molesto.Si he de decir la verdad, me parece que he hablado demasiado. Tal vez ahora carezca de importancia, pero entoces se evit dar a la prensa la menor noticia, por la sensacin que el caso pudiera despertar...Wyland lleg en aquel momento y Sanders se volvi hacia l, diciendo en tono de excusa:Estabamos hablando de Conway el Glorioso, Wyland, y se me ha escapado lo de Baskul. Supongo que no tendr importancia,verdad?Wyland qued silencioso durante algunos segundos. sin duda pesaba en su interior la cortesa debida a sus compatriotas con la rectitud oficial.Creo dijo finalmente que no se trata de un caso adecuado para convertirlo en una anecdota. Tena el convencimiento de que vosotros, los aviadores, os limitabais a referir vuestras patraas en el cuartel, pero que vuestro extrao honor os vedaba descubrir a los extraos los secretos que no os pertenecen.Pero si no se trata de un misterio... empez a decir Sanders con el rostro enrojecido por la repulsa.Adems, yo he sido quien le ha estado preguntando, deseoso de conocer la verdad aadi Rutheford. La verdad no se ocult a nadie de los que estaban legalmente interesados en conocerla. Yo me hallaba en Peshawar en aquel tiempo y puedo asegurroslo. T conocas a Conway bien, verdad?Fuimos juntos al colegio, como ya sabes. Despus nos encontramos un par de veces en Oxford y otras tantas en el extranjero. Y t?Me encontr con el en Angora cuando me destinaron all.Y qu te pareci?inteligente, pero algo... descuidado...Inteligentsimo! corrigi Rutheford con extrao acento Su carrera universitaria era excepcional... Cuando estall la guerra tuvo que incorporarse a un regimiento y obtuvo la cruz del Mrito militar, siendo citado varias veces en la orden del da; adems era el mejor pianista amateur que he conocido en mi vida.Perteneci despus al servicio consular aadi Wyland; y call apretando los labios, como si temiera continuar.Rutheford se levant para marcharse. Yo le imit. La actitud de Wyland al despedirnos era la de un diplomtico que se ve libre de una carga importuna, pero Sanders se mostr muy cordial y nos dijo que esperaba que nos volvisemos a ver a menudo.Tena yo que tomar un tren transcontinental al amanecer y, cuando estaba esperando un taxi, Rutheford me rog que le acompaara a su hotel y aguardase en su compaa la hora de partida. Tena un gabinete confortable y quera que hablsemos.A m me pareci una idea excelente y le acompa.Bien dijo al llegar. Hablaremos de Conway.Guard silencio durante algunos minutos, reflexionando, y luego prosigui:Esa historia de Baskul ya la haba odo en otra ocasin, pero no la cre. Formaba parte do otra historia fantstica a la que no he concedido jams el menor crdito por ciertas razones. He viajado mucho y s que hay cosas muy extraas en este mundo...De pronto pareci darse cuenta de que lo que se dispona a decir pudiera no interesarme en absoluto y lanz una carcajada.Lo cierto es que yo no estoy dispuesto a confiar lo que conozco a Wyland. Sera como vender un poema pico a Tit-Bits. Voy a probar fortuna contigo.Me adulas repuse sonriendo.Nada de eso; he ledo algunos de tus libros y s lo que me digo. En uno de ellos hablabas con gran erudicin de la amnesia y sta era precisamente la enfermedad que aquejaba a Conway... en cierta ocasin.No muri, entonces?No. por lo menos no haba muerto hace unos meses, cuando yo le vi.cmo lo sabes?Porque viaj con l en el correo japons desde Shanghai a Honolul, en noviembre pasado.Sac una botella de whisky, dos vasos, un sifn y una caja de cigarros y prosigui despus de haberme servido una racin generosa de whisky y haber encendido uno de los riqusimos habanos:Fui a pasar mis vacaciones en China. Visit a un amigo en Hankew, y regresaba en el expreso de Pekn, cuando entabl conversacin con la madre superiora de un hospital de hermanas de la caridad francesas. Ella se diriga a Chung-Kiang, y al ver que yo hablaba francs, fue tal su complacencia que me cont infinidad de cosas sobre sus tareas... Bien, lo importante es que me relato un caso de fiebre que se les present pocas semanas antes. Tratbase de un hombre que deba de ser europeo, aunque l mismo no poda dar detalle alguno sobre s mismo y careca de documentacin. Los vestidos con que le llevaron al hospital eran los de un nativo de la clase ms indigente. Hablaba con bastante fluidez el chino, el francs y el ingls. Yo arg que era difcil para ella saber si en ingls que su enfermo hablaba era bueno o malo, ya que ella lo ignoraba casi en absoluto. Discutimos agradablemente sobre este punto de vista y termin por invitarme a que visitara el hospital si se me ocurra pasar por all. Nos despedimos afablemente y prosegu mi viaje lamentando la falta de mi locuaz compaera. A los pocos minutos, la mquina descarril y otra de socorro nos arrastr de nuevo a Chung-Kiang, donde nos enteramos que tendramos que permanecer all durante doce horas por lo menos, por las dificultades para poner de nuevo la locomotora en los carriles.Dio una chupada enorme a su cigarro y continu, mirndome con los ojos entornados:Decid entonces visitar a la madre superiora y me encamin al hospital. Me recibi cordialmente, aunque sorprendida por lo repentino de nuestro nuevo encuentro. Hablamos sin tregua durante media hora, al final de la cual se me anunci que haba sido preparada la comida y me encontr sentado a la mesa con mi compaera de viaje y un joven doctor chino, que entabl conversacin conmigo en una mezcla chispeante de francs, ingls y chino. Despus de la comida me llevaron a visitar el hospital, admirablemente cuidado y limpio. De pronto, la madre superiora me llev ante un lecho, en el que se encontraba un enfermo del que no poda ver ms que la parte posterior de la cabeza. La monja me sugiri que me dirigiera a l en ingls.Buenas tardes le dije. Es poco original, pero fue lo primero que se me ocurri.El enfermo volvi la cabeza y respondi:Buenas tardes.A pesar de su barba crecidsima y cambiada expresin, le reconoc. Era Conway, sin ningn gnero de dudas. Dile a conocer mi nombre, despus de haberle llamado por el suyo, y aunque no me reconoci, no por ello perd la seguridad de que se trataba de Conway. Tena un tic nervioso que ya haba observado en Oxford.Bien, para hacer la historia breve. Permanec all una quincena, esperando que tal vez sucediese algo que le hiciese recordar. No lo consegu, pero recobr la salud fsica en pocos das y, cuando le dije quin era yo y quin era l, no discuti conmigo. Pareca contento en mi compaa y cuando le inst a que se dejara llevar por m, me dijo que le daba igual. fij nuestra partida valindome de un conocido del Consulado de Hankew que nos entreg los pasaportes sin obstculos.Salimos de China sin contratiempos y luego tomamos el tren en Nankin para Shanghai. All subimos a bordo de un vapor correo japones que deba conducirnos a San Francisco.Como es de suponer, en el barco reanudamos nuestra vieja amistad. Djele todo cuanto saba sobre l, y Conway me escuchaba con una atencin que en otros momentos me haba parecido absurda. Recordaba absolutamente todo desde su llegada a Chung-Kiang; y otro punto que tal vez pueda interesarte es que no haba olvidado los idiomas. Me confes que deba haber estado relacionado con algo referente a la India, ya que recordaba el indostnico.En Yokohama el barco admiti nuevos pasajeros y entre ellos subi a bordo el clebre pianista Sieveking, que se diriga a Estados Unidos a dar varios conciertos. Sentbase a nuestra mesa y a veces hablaba con Conway en alemn.Algunos das despus de abandonar Japn, Sieveking fue instado a que diese un concierto a bordo. Accedi, y Conway y yo fuimos a orle. Interpret a Brahms, Scarlatti y, finalmente, a Chopin. Mir un par de veces a Conway y le vi escuchar en xtasis, cosa que me pareci natural, teniendo en cuenta sus dotes musicales.Tras ejecutar algunas de sus propias composiciones para contentar a sus admiradores, el gran pianista abandon el instrumento y se dirigi a la puerta.Entonces sucedi ago inexplicable. Conway se sent al teclado y toc algo que nosotros no supimos apreciar, pero que hizo dar la vuelta rpidamente a Sieveking y preguntarle, bastante excitado, qu era lo que tocaba.Conway pareci hacer un tremendo esfuerzo mental y fsico para recordar, y al fin respondi que se trataba de una composicin de Chopin. Sieveking lo neg.Mi querido amigo dijo, conozco todas las obras de Chopin y puedo asegurar que l no escribi jams lo que usted acaba de ejecutar. No niego que pudiera ser suyo, ya que es su propio estilo, pero aseguro bajo palabra de honor que l no lo escribi y le desafo a que me muestre la edicin en que fue publicado.Conway se llev las manos a la frente y replic:Oh, ya recuerdo! No, no se imprimi. Yo lo conozco por haberselo odo a un hombre que fue discpulo de Chopin... Oiga otra de sus composiciones, indita tambin.Rutheford clav en m sus ojos al proseguir:No se si t eres aficionado a la msica o no; pero creo que te explicaras la estupefaccin de Sieveking y la ma propia cuando Conway continu tocando... Para m representaba una ojeada fugaz a su pasado; para Sieveking constitua un problema insoluble, ya que Chopin muri, como t sabes, en mil ochocientos cuarenta y nueve.Todo en s era tan inexplicable que, para convencerte, tendra que acudir al testimonio de varios de los presentes, entre ellos un profesor californiano de cierta reputacin. La explicacin de Conway era cronolgicamente imposible, pero all estaba la msica inconfundible, inimitable, del gran genio. Si no era verdad lo que aseguraba Conway, cmo explicarlo?Sieveking declar que si se publicaban aquellas dos piezas, estaran en el repertorio de todo virtuoso antes de seis meses. Aunque fuese una exageracin, demuestra la opinin de Sieveking sobre ellas.Yo, viendo el estado de fatiga en que se hallaba Conway, le inst a que se acostara y dimos por terminado el incidente; no sin que antes una empresa de discos de gramfono propusiera a Conway el registro de las dos piezas musicales, cosa que acept a instancias de Sieveking. Fue una lstima que no cumpliera su promesa.Rutheford mir su reloj y, despus de asegurarme que tendra tiempo suficiente para alcanzar mi tren, continu:Aquella misma noche, Conway recobr la memoria. Acabbamos de acostarnos. Yo miraba el techo, perdido en profundas reflexiones, cuando conway se levant, entr en mi camarote y habl... Tena en el rostro una expresin de indecible melancola, una especie de tristeza remota e impersonal, un Wehmut o Weltsohmerz, como le llaman los alemanes.Y Rutheford guard silencio unos momentos, como si quisiera poner en orden sus pensamientos.Me refiri ciertos detalles de su vida pasada prosigui diciendo, que me probaron que era verdad su aseveracin de que haba recobrado la memoria. Aquella noche la pasamos hablando, sin poder dormir. Al da siguiente, a las diez aproximadamente, me dej para ir a desayunar y ya no le volv a ver.Supongo que no... tena en mi mente el recuerdo de un suicidio calculado, que tuve ocasin de presenciar en el vapor correo de Holyhead a Kingatown.Rutheford lanz una carcajada:Oh, no, por dios! dijo l no era de esos. Unicamente quiso escabullirse para eludir la publicidad que le esperaba en Nueva York, tal vez... El caso es que desapareci sin dejar rastro. Luego supe que haba desembarcado en Hawai y haba logrado unirse a la tripulacin de un ballenero que se diriga a Fiji.Cmo lo supiste?Por contacto directo. Me escribi tres meses ms tarde, desde Bangkok, en inclua un cheque a mi favor para cubrirme de los gastos que me haba ocasionado. Aada, despus de darme las gracias por todo cuanto haba hecho por l, que se dispona a emprender un largo viaje hacia... el Noroeste. Eso fue todo.Adnde quera ir?Quin sabe! Hay muchos sitios al noroeste de Bangkok. Hasta Berlin puede hallarse situado dentro del espacio que comprenden esos lmites tan vagos e imprecisos.Rutheford hizo una pausa; llen de nuevo mi vaso y el suyo y encendimos otro par de vegueros. Lo poco que sobre Conway me haba contado me tena en ascuas. Arda, literalmente, de curiosidad; pero la parte referente a la msica no me intrigaba tanto como el misterio de su llegada a aquel hospital chino. Rutheford afirm que se trataba de dos incgnitas de la misma ecuacin. Pero, cmo diablos lleg a Chung-Kiang? insist, perdiendo la paciencia. Supongo que te lo contara todo aquella noche.Me dijo algo, desde luego, y sera absurdo, ahora que he despertado tu curiosidad, callarte el resto. Pero es una historia largusima y no tendras tiempo para coger el tren si la escucharas hasta el final. Adems, es algo tan... extrao, que temo que dudes de mi juicio al oirla. Pero te aseguro que yo empec a conocer interiormente a Conway a medida que me adentraba en su alma.Rutheford sac de un cajn de una mesa una gran cartera de cuero, de la cual extrajo una gran cantidad de hojas escritas a mquina.Aqu lo tienes todo me dijo. Puedes hacer lo que quieras con esto.Lo cual quiere decir que juzgas que no lo creer, verdad?No precisamente eso, pero si lo crees, ser por la famosa razn de Tertuliano, la recuerdas...?, quis impossibile est. No es un mal argumento, tal vez. Dame a conocer tu opinin, sea la que fuere.Me llev las cuartillas y las le en el expreso de Ostende. Tena la intencin de devolvrselas a Rutheford acompaadas de una larga carta, cuando llegu a Inglaterra, pero me retras y cuando me dispona a enviarlas al correo recib una postal de mi amigo, en la que me anunciaba que haba iniciado una de sus correrias por el Oriente y carecera de direccin fija por algunos meses. Se diriga a Cachemira, aada, y de all al Este. a m no me sorprendi lo ms mnimo.

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En aquella tercera semana del mes de mayo haba empeorado la situacin en Baskul y el da veinte los aviones de la Air force empezaron a llegar a Peshawar para evacuar a los sbditos ingleses, residentes en aquel infierno. Sumaban entre todos unos ochenta y la mayora cruzaron las montaas en transportes militares. Empleronse tambin aviones de distintas marcas y caractersticas, entre ellos un aparato de recreo, cedido por el maharaj de Chadapore.En ste tomaron acomodo aquel da, a las diez de la maana aproximadamente, cuatro pasajeros: Miss Roberta Brinklow, de la misin oriental;Henry D. Barnard, ciudadano de Estados Unidos; Hugh Conway cnsul de Su Majestad, y el capitn Charles Mallinson, vicecnsul de Su Majestad.Los nombres estn dispuestos tal como aparecieron ms tarde en los periodicos hindes y britnicos.Conway tena treinta y siete aos. Acababa de dar fin a un perodo de su vida; dentro de unas cuantas semanas, o tal vez despus de algunos meses de permiso en Inglaterra, sera destinado a otra parte: Tokio o Teheran, Manila o Mascate; las personas de su profesin no saban jams qu era lo que les esperaba.Era alto, de tez acentuadamente bronceada, cabellos negros muy cortos y ojos azul pizarra. Pareca severo y paternal hasta que rea (cosa que no suceda muy a menudo); en aquellos momentos daba la impresin de ser un chiquillo.Tena un tic nervioso en el ojo izquierdo, que se le observaba perfectamente cuando trabajaba con exceso o cuando beba demasiado, y como haba estado empaquetando sus cosas y destruyendo documentos durante todo el da y la noche que precedieron a la evacuacin, el tic apareca muy marcado cundo subi al avin.Estaba agotadsimo y experiment gran alegra al ver que hara el viaje en el soberbio avin del maharaj y no en uno de los atestados transportes militares. tom asiento en la parte delantera de la cabina interior, bostez y se extendi confortable- mente. Era de aquellos hombres que, acostumbra-dos a las mayores rudezas, exigan cuando podan un mximo de comodidades por va de compensacin. Es decir, habra soportado animosamente los ` rigores del camino a pie por Samarcanda, pero de Londres a Pars habra gastado hasta su ltimo penique con tal de hacer la travesa en el Golden Arrow.Cuando ya llevaban una hora de vuelo, Mallinson declar que el piloto se haba apartado de su ruta.Mallinson se hallaba sentado frente a Conway. era un joven de unos veinticinco aos, de mejillas sonrosadas, inteligente sin ser intelectual y con la educacin que puede adquirirse en una escuela pblica, pero posea excelentes cualidades.Su fracaso en unos exmenes le hizo ser destinado a Baskul, donde Conway lo tena ya seis meses en su compaa y se haba acostumbrado l.Conway oy la observacin del joven Mallinson; pero no estaba dispuesto a entablar una polmica a gritos como era forzoso hablar en aquella cabina para poder entenderse. Se limit a aproximar sus labios a los odos de su ayudante y replicar e el piloto deba saber mejor que l adonde se dirigan.Media hora ms tarde, cuando el cansancio y el runruneo de los motores lo haban aletargado y estaba sumido en un dulce sopor, Mallinson volvi a despertarle.Conway, yo crea que era Fenner el que conduca el avin.iYno es l?No. Acaba de volver la cabeza y no le conozco. podra jurar que no le he visto en mi vida.Es difcil asegurar una cosa as. Ten en cuenta que lo has visto a travs de un panel de vidrio y... Reconocera ,a cara de Fenrner a pesar de eso.Entonces ser otro. Qu importa!Es que Fenner me asegur que sera l precisamente el que pilotara el avin.Tal vez sus jefes hayan cambiado de opinin y hayan enviado a uno de los otros. -Pero, quin es este hombre?-Cmo quieres que lo sepa, muchacho? T crees que puedo acordarme de todos los tenientes aviadores de la Air Force!-Yo conozco a la mayora de ellos; pero ese individuo me es totalmente desconocido.-Porque debe pertenecer a la minora que no conoces -repuso Conway sonriendo-. Cuando lleguemos a Peshawar, que ya no tardaremos mucho, presntate a l y hazle todas las preguntas que se te ocurran.-As no llegaremos nunca a Peshawar. Ese hombre se ha apartado de la ruta. Y no me sor-prende en absoluto, pues estamos volando a tal altura que no se ve la tierra.Conway no se preocup lo ms mnimo. Estaba acostumbrado a los viajes areos y aceptaba las cosas tal como venan. No tena nada apremiante que hacer en Peshawar ni haba .nadie que tuviese que verle con urgencia; por consiguiente, le era completamente indiferente que tardaran en el viaje cuatro horas o seis.Era soltero; no se tenderan brazos cariosos a su llegada. Posea amigos; pero stos se limitaran a llevarle a su casino y hacerle beber. No le pareca mal la perspectiva, pero no le agradaba hasta el punto de obligarle a suspirar de impaciencia.Una sacudida gstrica que le era familiar le inform que el aeroplano empezaba a descender. Estuvo tentado de propinar a Mallinson un buen pescozn por sus lamentaciones y lo habra hecho, sin duda, si el joven no hubiese dado en aquel momento un salto que le hizo dar con La cabeza en el techo de la cabina. Luego despert a Barnard, el americano, que dormitaba apaciblemente en su asiento, al otro lado del estrecho pasillo.iDios mo! -exclam Mallinson mirando por la ventanilla que corresponda a su asiento-.Miren!Conway mir. El panorama que se ofreca a su vista era ciertamente el que esperaba, si es que esperaba algo. En vez de los establecimientos simtricamente dispuestos y de los hangares enormes y oblongos, no se vea ms que una neblina opaca que cubra un campo desolado, rido, quemado por los rayos del sol.El aeroplano, aunque descenda rpidamente, se hallaba todava a una altura inusitada para un velo ordinario. Divisbanse las ondulaciones de las enormes montaas, a una milla aproximada- mente ms cerca de ellos que la niebla del valle. Era el escenario tpico de la frontera, pens Conway, aunque jams lo haba contemplado desde aquella altura.-No reconozco esta parte del mundo -coment; pero luego, para no alarmar a los otros,aadi en voz baja al odo de Mallinson: Creo que tenas razn. El piloto se ha perdido...El aeroplano se zambulla a una velocidad espantosa, y a medida que se acercaba a la tierra, el aire se tornaba ms y ms caliente, como una estufa cuya puerta se abre de repente. os picos de las montaas elevaban en el horizonte su gentil silueta; ahora volaba sobre un valle de fondo sinuoso, al frente del cual se observaban enormes montones de rocas y acervos gigantescos de barro desecado, restos sin duda, de las tierras arrastradas por las corrientes de agua, secas ya por la accin del ardiente solEl aeroplano cabeceaba tan desagradablemente como un bote a remos en una galerna. Los cuatro pasajeros tuvieron que agarrarse a sus asientos con todas sus fuerzas.-Por lo visto quiere aterrizar dijo el americano con voz ronca.No puede replic Mallinson. Est loco si lo intenta. Nos estrella...Pero el piloto hizo un aterrizaje perfecto. Haba un pequeo espacio libre de detritos, rocas y ondulaciones, junto a una profunda zanja, y con una suavidad que revelaba la enorme pericia del desconocido piloto, el aparato se pos en aquel punto, dio una vuelta sobre s mismo y qued parado en seco.Lo que ocurri despus fue mucho ms extrao y menos tranquilizador. Apareci una banda de indgenas con largas barbas y turbantes, que acudan de todas direcciones, rodearon la mquina y se opusieron a que nadie, a excepcin del piloto, abandonara el avin. ,El piloto salt a tierra y empez una discusin agitada con el jefe de aquella tribu. Durante el coloquio, Conway se convenci, no slo de que no era Fenner, sino tambin de que no se trataba de un ingls, ni siquiera de un europeo.Mientras tanto, los hombres barbudos llevaban latas de petrleo al avin y llenaban los enormes tanques de que estaba provisto. A los gritos de los viajeros prisioneros respondan los indgenas con gestos amenazadores, acompaados de movimientos significativos con los rifles de que estaban armados. .Conway, que conoca el pushtu, pronunci una arenga a aquellos salvajes en aquel idioma, pero sin resultado; la respuesta del piloto a las pregunta e le hizo en infinidad de lenguas y dialectos fue siempre la misma: un gesto con el revlver de reglamento que empuaba en la mano derecha y que no solt en todo el tiempo que dur la conversacin con el jefe de aquellos desharrapados.El sol de medioda, cayendo a plomo sobre el techo de la cabina, caldeaba de tal modo el aire en su interior, que sus ocupantes se hallaban prximos a desfallecer por el enorme calor. Estaban completa- mente indefensos, pues una de las condiciones para la evacuacin era que no llevaran armas.Cuando los tanques estuvieron llenos, dironles una lata de petrleo llena de agua tibia a travs de una de las ventanillas. No respondieron a sus excitadas preguntas, aunque se vea bien a las claras que ninguno de aquellos barbudos les era hostil.Despus de una despedida rpida, el piloto volvi a su carlinga, un pathas dio vueltas a la hlice, y reanudaron el vuelo. La salida, en aquel reducido espacio y con la carga adicional de petrleo he mayor prueba de pericia que el aterrizaje. El avin atraves la bruma en un segundo, se remont y luego vir hacia el Este. Era media tarde.Cuando el aire fro los refresc, los pasajeros no se atrevan a creer que fuese verdad lo que les suceda; era un ultraje sin precedentes. Les habra parecido verdaderamente increble si no hubiesen sido ellos las propias vctimas.Como es natural, a la gran indignacin sucedi un concilibulo en que cada cual expuso su teora despus de dar rienda suelta a su exasperacin. Mallinson desarroll entonces su hiptesis, que, a falta de otra mejor, fue aceptada por unanimidad.Dijo que haban sido secuestrados para exigir un rescate. La cosa no era nada nueva en s, pero su tcnica particularsima haba que considerarla como original. tranquilizronse pensando que su caso no careca de precedentes. Habanse efectuado secuestros de esta clase en numerosas ocasiones y las vctimas volvieron siempre a sus hogares despus de pagar sus familiares o sus amigos la cantidad que fijaron los secuestradores. -A todos los trataron decentemente, y como haba veces en que era el Gobierno el que pagaba el rescate para evitar su difusin, los secuestradores hablaban con grandes elogios de los bandidos. Luego la Air Force enviaba un par de escuadrillas para que bombardearan los reductos de los facinerosos, pero los rescatados ya tenan una historia que contar a sus amigos y familiares, rodendose de una aureola de gloria.Mallinson enunci su teora con cierto nervio- sismo pero Barnard le respondi con acento sarcstico:-Bien, caballeros; no niego que esta idea prueba que nos las vemos con un individuo osado e in-genioso; pero al mismo tiempo desdice la fama que ustedes los ingleses dan a la Air Force. Ustedes, caballeros britnicos, se han burlado en toda ocasin de los atracos de Chicago. Vo no recuerdo, sin embargo, que ningn pistolero se haya atrevido ja-ms a robar uno de los aeroplanos del ro Sam. Me gustara saber tambin qu es lo que este individuo ha hecho con el verdadero piloto. .Y el americano bostez... Era un hombre voluminoso, con el rostro curtido, en el que las arrugas del buen humor no estaban an cubiertas por las las del pesimismo. Nadie en Baskul saba gran cosa de l, excepto que proceda de Persia, donde se supona que tena algunos intereses en una com-paa petrolfera.. Conway, entretanto, se dedicaba a una tarea ms prctica. Recogi todas las hojas de papel. blanco que pudieron encontrar cada uno de ellos en sus bolsillos y compuso mensajes en tods las lenguas de los nativos que conoca y los fue arro- !\ndo al espacio a inteNalos.Haba un mnimum de probabilidades en un pas tan poco poblado como aqul, pero vala la pena probar.El cuarto ocupante del avin, la seorita Brinklow, continuaba en su asiento sin pronunciar una palabra ni exhalar una queja. Era una mujer de pequea estatura y algo acartonada, que tena el aire de una persona a la que han obligado a tomar parte en un viaje, sin que sus compaeros le agraden lo ms mnimo.Conway haba hablado menos que sus dos compaeros, porque la traduccin de los mensajes de socorro a los dialectos nativos constitua un ejercicio mental que requera cierta concentracin. Sin embargo, haba respondido a todas las preguntas que se le hicieron y manifest su aprobacin a la teora de secuestro de Mallinson y a la crtica dela Air Force de Barnard, aunque expuso su propia opinin respecto a esta ltima.-Con la conmocin consecuente a los sucesos, no se debe culpar a nadie de lo ocurrido. Cuando no hay tiempo suficiente, ni existe la menor sospecha de que una cosa as pueda suceder, nadie sera capaz de distinguir a un aviador, uniformado con todos sus arreos, de otro cualquiera. Y adems, este individuo conoca las seales y no me negarn que sabe su oficio.-Perfectamente, seor -respondi Barnard-. No tengo ms remedio que admirar el modo en que ha tratado los dos aspectos de la cuestin. Se necesita un espritu templado como el suyo para permanecer tan tranquilo cuando no sabemos ni dnde estamos ni ha dnde vamos.Los americanos, se dijo Conway reflexionando, tienen la virtud de decir cosas desagradables sin que parezcan ofensivas. Sonri tolerantemente, pero no continu la conversacin. Su cansancio era` tan grande, que ni la sensacin de un peligro mucho ms grave habra podido hacerlo reaccionar. Poco ms tarde, cuando Mallinson y Barnard, que proseguan la discusin, acudieron a l para que juzgara, se dieron cuenta de que estaba profundamente dormido.Est como un lirn -coment Mallinson-, y no me extraa, despus de lo que ha trabajado en estas ltimas semanas. -Es usted amigo suyo, pregunt Barnard.-He trabajado con l en el consulado y s que hace cuatro noches que no se ha acostado. Ha sido una suerte que lo tengamos junto a nosotros en una situacin como en la que nos encontramos. Adems de conocer los dialectos de estas regiones, posee un don privilegiado para tratar con esta gente . Si hay alguien capaz de sacarnos de este apuro, es l. -Dejmosle que duerma, entonces, dijo Barnard. La seorita Brinklow se dign intervenir par decir:-Yo creo que es un hombre de verdad, o, por lo menos, lo parece.

Conway se senta menos seguro de ser un hombre de verdad. Haba cerrado los ojos con un agotamiento fsico invencible, pero no dorma. Oa y perciba todos los rumores y movimientos del aeroplano, y se enter, con una mezcla de sensaciones indefinibles, de la elogiosa opinin de Mallinson y de la de la seorita Brinklow.Pero sus dudas sobre la opinin de esta ltima empezaron a surgir cuando not algo en su estmago, que tal vez no fuese ms que la reaccin corporal a su incesante vela mental. El no era, como bien lo saba por experiencia, de aquellas personas que aman el peligro por el solo hecho de serlo.Haba un aspecto en l que le gustaba: la excitacin, que actuaba como sedante para sus nervios, pero no se haba sentido jams inclinado a arriesgar su vida sin provecho.Doce aos antes, haba aprendido a odiar los peligros de la guerra de trincheras en Francia y haba evitado varias veces la muerte negndose a intentar temerarias imposibilidades. La medalla del Mrito militar con que le haban condecorado haba premiado ms su desarrollada tcnica de resistencia que su valor fsico. Y desde la guerra, cuando se haba encontrado con un peligro, lo haba afrontado como algo inevitable, pero desagradable. Era su destino que siempre confundieran. su ecuanimidad con su decisin, aunque fuese menos viril. Ahora se hallaban en una situacin apurada, al parecer, y l, en vez de afrontarla con bravura como todos se esforzaban en imaginarse, experimentaba una aversin indescriptible por las indudables molestias que le esperaban.All estaba la seorita Brinklow, por ejemplo. Previ que en circunstancias dadas se vera obliga do a actuar como si ella, por el solo hecho de ser mujer, tuviese derechos preferentes sobre los de- ms, y el presentimiento de que tendra que obrar as, pese a sus profundas convicciones interiores, le produjo una sensacin de malestar.Sin embargo, cuando empez a dar seales de despertarse, fue a la seorita Brinklow a quien primero se dirigi. Se haba dado cuenta de que no era joven ni guapa, pero stas son dos virtudes negativas, y tena el secreto convencimiento de que podra serle de utilidad en las dificultades en que no tardaran en encontrarse.Adems, senta cierta atraccin hacia ella por la seguridad de que ni a Mallinson ni al americano le agradaban los misioneros, sobre todo los del gnero femenino.Al parecer, no nos hallamos en una situacin muy agradable, seorita, pero me consuela pensar que usted lo ha tomado con bastante calma. No creo que nos ocurra nada terrible. -Estoy segura de que as ser si usted puede evitarlo.-Qu podra hacer para ayudarla a soportar las molestias de este viaje?Barnard asi las palabras al vuelo.-Por qu no se saca una baraja? Podramos jugar al bridge.A Conway le agrad el ingenio de la respuesta del americano, pero no le gustaba el bridge.-No creo que la seorita Brinklow juegue -dijo sonriendo.-Por qu no? -dijo sta, revolvindose en su asiento-. No hay pecado en jugar; prueba de ello es que en la Biblia no se prohibe el juego.Todos rieron. Conway dio gracias al cielo por no haberles dado una histrica por compaera.

Durante toda la tarde, el aeroplano haba volado cubierto por las brumas delgadas de la atmsfera superior, a demasiada altura para poder observar lo que haba debajo de ellos. Algunas veces, a largos intervalos, el velo se rompa por un momento y dejaba dibujarse la punta de la cima de una mon-taa o el brillo de un ro desconocido.Pudieron determinar la direccin que llevaban por la posicin del sol; se dirigan hacia el este, con algunas desviaciones al norte. raPeca proba- ble que hubiesen consumido ya la mayor parte de las existencias de petrleo, por lo que Conway juzg que no tardaran en llegar a su punto de des- tinoMallinson empez a enfurecerse gradualmente a medida que pasaba el tiempo. Notbase en su expresin el resentimiento por la frialdad de Conway, que poco antes exaltara. Ahora, con gritos que sonaron distintamente entre el espantoso ruido de los motores, dijo:Vamos a resignarnos a permanecer aqu con los brazos cruzados, mientras este maniaco nos lleva a Dios sabe dnde? Por qu no rompemos ese panel y lo reducimos a la impotencia?Por la sencilla razn respondi Conway de que l est armado y nosotros no. Adems, aun- que lo consiguiramos, no podramos aterrizar, ya que ninguno sabemos manejar un aparato.No debe ser muy difcil. Casi asegurara que usted podra hacerlo.yo? querido Mallinson, por qu esperas siempre que yo haga milagros?Yo lo nico que espero es salir de aqu. Esto est acabando con mis nervios. No podramos obligar a ese individuo a descender?Cmo? .Es que vamos a permitir que nos domine a todos, siendo tres hombres contra uno? Por lo menos podramos obligarle a que nos diga qu es lo que se propone.Perfectamente; vamos a probar.- Conway dio algunos pasos hacia la particin de la cabina y la carlinga del piloto, que se hallaba situada al frente y un poco ms alta. Tena una plancha de vidrio de unas seis pulgadas cuadradas, que se deslizaba hacia arriba, de tal modo que el piloto, volviendo la cabeza e inclinndose ligeramente. poda comunicarse con sus pasajeros.Conway golpe en el vidrio con los nudillos. La respuesta fue tan cmica como esperaba. El panel se desliz hacia arriba y asom el can de un revolver por la abertura. Ni una palabra; slo aquello. Conway retrocedi sin protestar y el panel volvi a cerrarseMallinson, que haba observado el incidente no estaba satisfecho ms que medias.-No creo que se atreviese a disparar dijo.- Debe haberlo hecho para amedrentarlo.Es posible respondi Conway; pero si quieres convencerte, ve t mismo.Estoy dispuesto a entablar una lucha a muerte antes que resignarme a dejar que me lleven...La indignacin no le permiti continuar.Conway simpatizaba con aquel sentimiento. Record las enseanzas que recibiera en el colegio... Aquellos grabados de soldados con casacas rojas que aparecan en los libros de historia, a cuyos pies se lea que el soldado ingls no teme a nada, que nunca se rinde y que jams conoci la derrota. Luego dijo:.-Iniciar una lucha en la que no hay la ms re- mota posibilidad de ganar es un deporte caro, y yo no tengo madera de hroe. .Opino lo mismo que usted, seor -intervi- no Barnard, cordialmente. Cuando alguien nos tiene cogidos por los cabellos, no tenemos ms re- medio que bailar al son que nos tocan. Por mi par- te, voy a gozar de la vida mientras pueda o mientras me dure, y ahora voy a fumarme un cigarro. Les molestar que aada un poco ms de peligro al que ya tenemos?-Por lo que a m me concierne, no; pero tal vez a la seorita Brinklow...-Nada de eso -repuso la aludida, graciosa- mente-. No es que yo fume, pero no me desagrada el humo del tabaco; al contrario.Conway empezaba a sentirse inmensamente fatigado. Haba en su naturaleza un rasgo caracterstico que algunos pudieran haber llamado pereza; pero no era eso precisamente. Nadie era ms capaz que l de desarrollar una labor ardua, pesada, cuando no haba ms remedio que hacerla, y muy pocos habran sabido afrontar mejor que l las adversidades y la responsabilidad de sus actos. Pero, indudablemente, no era muy aficionado a la actividad y no le agradaba la responsabilidad bajo ninguno de sus aspectos. Ambas cosas formaban parte de su profesin, pero l se descargaba de ellas en el primero que encontraba, lo hiciese mejor o peor.por esta razn, sus xitos en el servicio Fueron menos resonantes de lo que debieran. Careca de la ambicin suficiente para estorbar la carrera de los otros, o para hacer una exposicin de hechos que o haba ejecutado, cuando sta era la verdad.Los telegramas que cursaba eran tan lacnicos, que aveces pecaban de imprecisos, y su calma ante las emergencias, aunque admirada, haca sospechar que fuese demasiado sincera.A la autoridad le gusta observar que sus subordinados se esfuerzan en subir y comprobar que la fingida indiferencia de algunos no es ms que un disfraz para ocultar sus emociones; pero con Conway se tena la sospecha de que su indiferencia era real y que no le importaba un ardite nada de lo que suceda a su alrededor.Esto, como la pereza, era tambin una interpretacin falsa. Lo que los observadores no vean ni adivinaban era algo extraordinariamente simple. Conway era un apasionado de la paz, la contemplacin y la soledad.Con estas inclinaciones, y falta de otra cosa mejor, se apoy en el respaldo de su asiento y se dispuso decididamente a dormir.Cuando despert se dio cuenta de que los otros, a despecho de su ansiedad, se haban entregado tambin en brazos de Morfeo. La seorita Brinklow estaba sentada muy tiesa, con los ojos cerrados y las manos apoyadas .en las rodillas, como un dolo modernizado. Mallinson dorma con la barba apoyada en las palmas,de las manos. El americano roncaba... .En aquel momento, Conway experiment una sensacin extraa, como de entorpecimiento, acompaado de palpitaciones y una tendencia a respirar profundamente, costndole un esfuerzo hacerlo. Record haber sufrido sntomas semejantes en Suiza.Volvise hacia la ventanilla y lanz una mirada al exterior. El cielo se haba aclarado, y a la luz del crepsculo vespertino contempl algo que le hizo exhalar el poco aire que le quedaba en los pulmones. En todo el horizonte no se vean ms que picos de montaas enormes cubiertas de nieve, festoneadas de glaciares y flotando, al parecer, sobre vastos mares de brumas. Extendanse formando un inmenso arco de crculo, en un colorido diablico, increble, como un fondo impresionista pintado por un genio medio loco. Mientras tanto, el aeroplano cruzaba un abismo, insensible a aquel estupendo escenario. Al frente apareci una enorme pared blanca que se confunda con el mismo Firmamento, hasta que, iluminada por los ltimos rayos del sol poniente, llame, como una docena de Jungfraus apiladas vistas desde el Marren, con irisaciones soberbiamente deslumbradoras.Conway no se dejaba impresionar fcilmente, y por regla general no senta ninguna pasin extraordinaria por los panoramas, menos cuando las autoridades municipales instalan bancos de jardn para que el pblico pueda admirarlos con toda comodidad.En cierta ocasin en que fue conducido a la montaa Tigre, cerca de Darjeeling, para admirar un amanecer en el Everest, tuvo una gran desilusin con el monte ms alto del mundo.Pero el terrorfico espectculo que se desarrollaba bajo sus ojos era de un calibre diferente; no tena el aspecto de para dejarse admirar. haba algo infinitamente gigantesco, salvaje, en aquellos icebergs monstruosos y cierta sublime impertinencia al aproximarse a ellos.Hizo clculos, consult mapas, intent deducir su situacin por la velocidad y las distancias. En aquel momento se dio cuenta de que Mallinson haba despertado tambin. Toc el brazo del joven.

2

Fue tpico en Conway dejar que los otros se despertasen por s solos, y no hizo el menor comentario a sus exclamaciones de asombro; sin embargo, ms tarde, cuando Barnard pregunt su opinin, se la dio, poniendo en ella algo del calor y fluidez de un profesor de universidad dilucidando un problema.Dijo que crea probable que estuviesen an en India; haban estado volando en direccin oeste durante varias horas, demasiado altos para ver mucho, pero probablemente haban seguido el curso de algn ro; por esta razn, el avin cambiaba de ruta de vez en cuando, siguiendo las ondulaciones de la corriente. -No confo mucho en mi memoria, pero mi mpresin es que ese velo corresponde al del Indo superior. Ya supona que la parte alta de este ro se extenda en un sitio de lo ms espectacular del mundo, y, como ustedes ven, no me he equivo cado.-Reconoce entonces el lugar en que nos hallamos ? -interrumpi Barnard.-Pues bien, no... No he estado jams por aqu, pero no me sorprendera que esa montaa fuese Nanga Parvat, donde Mumbery perdi la vida. En su estructura y aspecto general, parece de acuerdo con lo que he odo sobre ella.-Es usted un escalador de montaas?-En mi juventud lo fui. Pero slo he escalado las montaas suizas, naturalmente.Mallinson intervino para decir:Creo que valdra ms que discutiesen sobre el lugar en que nos encontramos. -A m me parece que nos dirigimos hacia aquella cordillera. No lo cree usted as, Conway? Pererdneme que me tome esa familiaridad, pero en la aventura en que nos encontramos sera una idiotez andarse con ceremonias.Conway hallaba muy natural que cualquiera le llamase por su nombre, prescindiendo del , y juzg las excusas de Barnard innecesarias.-Oh, ciertamente! -dijo; y luego aadi-: Creo que aquella cordillera debe ser el Karakorum. No lo pasaremos muy bien si nuestro hombre intenta cruzarla.-Nuestro hombre! exclam Mallinson-. Querr decir nuestro loco. Creo que es hora deque rechacemos de plano la teora del secuestro. Ya hemos pasado con mucho el pas de la frontera y no creo que ste est habitado. La nica explicacin plausible es que nuestro piloto sea un enajenado incurable. Slo un loco poda atreverse a volar por una comarca como sta.-Mi opinin es que el nico que puede hacerlo es un aviador consumado -repuso Barnard-. Nunca he estado muy Fuerte en geografa, pero tengo entendido que estas montaas tienen fama de ser las ms altas del mundo, y si es as, constituye una gran hazaa atravesarlas.-Aunque este individuo sea un piloto extraordinario, no veo por qu hemos de ensalzarlo; es indudable que est loco. He odo hablar de un piloto que enloqueci de repente durante un vuelo. ste deba estar loco antes de partir. sta es mi teora, ConwayConway permaneca silencioso. Encontraba estpido y cansado continuar discutiendo a grito pelado para hacerse entender entre el rugir de los motores. Adems, haba poca base para argir po sibilidades.Pero cuando Mallinson insisti en conocer su opinin, dijo:-Una locura muy bien organizada, por cierto. No habrs olvidado el aterrizaje para el abastecimiento de petrleo, as como tampoco que es ste el nico aparato que ha podido volar a la altura en que nos hallamos.-Eso no prueba que no est loco. Puede haberlo estado lo bastante para haberlo arreglado todo.-S, desde luego, es posible.-Bien; entonces tenemos que decidir un plan de accin. Qu vamos a hacer cuando lleguemos a tierra? Eso, si no nos estrella a todos. Qu piensa usted hacer? Felicitarle por su maravilloso vuelo?-Nada de eso -dijo Barnard-. Le ceder a usted ese honor.De nuevo Conway qued silencioso, por no prolongar la argumentacin. Reflexion que la partida poda haber estado constituida menos afortunadamente. Slo Mallinson pareca menos belicoso; pero aquello poda ser debido a la altitud. El aire enrarecido causa efectos muy diversos en las personas. En Conway, por ejemplo, produca una combinacin de clarividencia mental y apata fsica que no tena nada de desagradable. En efecto, anhelaba el aire fro y puro en pequeos espasmos de contento. La situacin, sin duda, no tena nada de atractiva; pero l careca de energas en aquel momento para intervenir en nada que no fuese la contemplacin del cautivador espectculo que presentaba el magnfico paisaje glacial. Y se le ocurri, mientras miraba con ojos atnitos aquella soberbia cadena de montaas, que era una satisfaccin nica encontrarse en aquellos lugares de la tierra tan distantes, tan inaccesibles y... tan solitarios.Las heladas faldas del Karakorum chispearon ms que nunca, y en el cielo nrdico, que se haba tornado de un color gris siniestro, los elevados picachos adquiran un brillo fantasmal.Conwray era la anttesis de todos aquellos detentadores de marcas mundiales que intentaban continuamente superar las ya batidas. El se senta inclinado a no ver ms que vulgaridad en la aficin occidental a los superlativos. Sin embargo, contemplaba con profunda atencin aquella escena, hasta que le sorprendi el crepsculo, que extendi en las profundidades una oscuridad aterciopelada que, poco a poco, fue ascendiendo hasta la ltura. La cordillera, mucho ms cerca ahora, palideci con un nuevo esplendor; apareci la luna llena, tocando sucesivamente cada uno de los picos, que se iluminaron como al conjuro mgico de un sacristn celestial, hasta que todo el horizonte brill contra un fondo negro azulado.El aire fue enfrindose cada vez ms, y el viento, al soplar contra el aparato, le imprima sacudidas desagradables. Lo desapacible de la situacin apag bastante el entusiasmo de los pasajeros; ya que no crean que se prosiguiese el vuelo en la oscuridad. Su ltima esperanza radicaba ahora en la falta de combustible, y aquello no deba tardar en ocurrir.Mallinson inici una discusin sobre este punto, y Conway, de mala gana, porque en realidad no lo saba, asegur que no era suficiente el petrleo que cargaron ms que para mil millas, de las cuales ya deban haber recorrido la mayor parte.-Entonces, no tardaremos en descender -dijo el joven con desmayo. Pero dnde?-No es fcil juzgarlo, pero. probablemente ser en alguna parte de Tbet. Si ste es el Karakorum, el Tbet se encuentra al otro lado. Una de esas crestas debe ser el K2, que se considera la segunda montaa del globo en cuanto a su elevacin.-La prxima en la lista despus del Everest?, --coment Barnard.-Y para escalarlo, es mucho ms difcil que el Everest. El duque de los Abruzzos lo consider como algo imposible.Santo Dios! -murmur Mallinson, de todo corazn, lo que hizo rer a Barnard, que con-test:-Le propongo como gua oficial de este viaje, Conway. Pero si pudiera lograr una botella de coac y un par de tazas de caf bien caliente, nada me importara que se fuese el Tibet o el Tennessee.-No me explico cmo tienen buen humor en estos momentos -dijo Mallinson, visiblementedisgustado.-Y de qu nos servira preocuprnos? intervino Barnard-. Si ese hombre es un luntico,como usted dice, no nos queda otro remedio que resignarnos a nuestra suerte. -Debe de estar loco. No encuentro otra explicacin. Y usted, Conway?El aludido movi la cabeza negativamente.La seorita Brinklow se volvi como poda haber hecho durante el intervalo de un juego.-Como ustedes no han solicitado mi opinin, no debera decirla -empez modestamente,pero me atrevo a afirmar que estoy de acuerdo con el seor Mallinson. Estoy segura de que el pobre hombre no est en su sano juicio. Me refiero al piloto, naturalmente. No habra excusa alguna para l si no estuviese loco. -Luego aadi, gritando confidencialmente-: y sta es la primera vez que vuelo. Nada me haba inducido jams a hacerlo antes, aunque un amigo mo intent persuadirme a hacer el vuelo de Londres a Pars.-Y ahora vuela usted de la India al Tibet -dijo Barnard-. As suceden las cosas.La dama continu:-Una vez conoc un misionero que haba estado en el Tibet y me dijo que los tibetanos ern personas muy extraas. Ellos creen que descienden del mono. -Gran descubrimiento!-Oh, no! No me refiero a la teora moderna. Conservan esa creencia desde hace muchos siglos, y no es ms que una de sus muchas supersticiones. Desde luego, no participo de esa opinin, y pienso que Darwin era mucho peor que cualquier tibetano. No creo ms que en lo que nos dice la Biblia.Y as prosigui la discusin de teologa que Conway escuchaba con aire desinteresado. Preguntose si deba ofrecer a la simptica seorita Brinklow algunas de sus prendas de abrigo para que pasara la noche, pero al fin decidi que la constitucin de la mujer era mucho ms fuerte que la suya.Se arrebuj en su abrigo, cerr los ojos y poco a poco se qued dormido.Y el vuelo continu.

De pronto, despertaron por un esguince del aparato. La cabeza de Conway choc contra la ventana, atontndole por un momento; otro golpe violento lo lanz contra el asiento delantero. El fro era ms intenso. Lo primero que hizo, automticamente, fue mirar a su reloj; marcaba la una y media. Haba dormido un buen rato.En sus odos martilleaba un sonido confuso como un silbido, que l crey imaginario hasta que se dio cuenta de que el motor se haba parado y el aparato sufra el embate de una violenta tempestad. Mir por la ventana y pudo ver la tierra muy cerca.-Va a aterrizar -grit Mallinson; y Barnard, que tambin haba sido echado violentamente de su asiento, respondi con un triste:-Si tiene suerte.La seorita Brinklow, a quien la conmocin pareca haber perturbado menos que a los dems, se ajustaba el sombrerito con tanta calma como si lo que se hallaba a la vista fuese el puerto de Dover.El aeroplano toc tierra. Pero fue un mal aterrizaje esta vez.-Oh, Dios mo, qu mal, qu rematadamente mal! -gru Mallinson, aferrado a su asiento mientras dur el choque. Oyse algo que hizo explosin, seguramente uno de los neumticos del tren de aterrizaje.-Ya est -aadi Mallinson, en tono de angustioso pesimismo-. Debe de habrsele roto el timn. Tendremos que quedarnos aqu.Conway, nunca comunicativo en las crisis, extendi sus entumecidas piernas y apoy la cabeza en el mismo sitio en que haba golpeado poco antes. Percibase un ruido, no mucho. Tena que hacer algo para ayudar a aquella gente. Pero fue el l timo de los cuatro en levantarse cuando el avin, despus de tambalearse durante algunos segundos, qued inmvil.-iQuietos! -grit cuando Mallinson abri la puerta de la cabina y se prepar para saltar a tierra; y como un eco fantasmal lleg la respuesta del jo ven en aquel silencio inmenso.-Esto parece el fin del mundo No se ve un alma en todo alrededor.Un momento despus, temblando de fro, todos pudieron apreciar la verdad de la afirmacin de Mallinson. No perciban otro sonido que el fiero silbido del viento y el de los crujidos de sus propios pasos. Sentanse a merced de algo extrao y agrestemente melanclico, algo de que estaba saturado el aire y la tierra que pisaban.La luna pareca haberse escondido detrs de las nubes, y las estrellas iluminaban la tremenda soledad que no cruzaba ms que el viento.Pareca que aquel mundo rocoso se alzaba a una altura tremenda y que las montaas que vean a su alrededor eran montaa sobre montaa. En el horizonte lejano brillaba una hilera de ellas como una dentadura gigantesca.Mallinson, con actividad febril, se dispona a subir a la carlinga del piloto.-Ahora no me da miedo de ese loco, cualquiera que sea -grit-. Voy a sacarlo de ah a la fuerza...Los otros vigilaban, hipnotizados por el espectaculo de tal energa, aunque con cierto temor.Conway se abalanz hacia el joven, pero demasiado tarde para evitar la investigacin. Dos segundos despus, Mallinson volva a saltar a tierra y asa el brazo de Conway, murmurando entrecortadamente:-Es extrao; ese hombre est muerto o gravemente herido. Suba y lo ver. He tomado su revlver.-Dmelo -dijo Conway, y, algo atontado por el reciente golpe recibido en la cabeza, se dispuso a actuar.Se encaram por la carlinga hasta llegar a una posicin desde la cual pudo lanzar una ojeada a su interior. No se vea muy bien, pero hiri su olfato el olor inconfundible del petrleo, por lo que no se arriesg a encender una cerilla. Percibi al piloto, encorvado hacia la proa, con la cabeza apoyada en el volante. Lo asi por los hombros, le quit el casco, le descubri el cuello, y un momento despus se volvi para informar.-S, algo le ha sucedido. Tenemos que sacarlo de aqu.Pero un observador perspicaz poda haber aadido que tambin a Conway le haba sucedido algo extrao. Su voz era ms aguda, ms incisiva; ya no se notaba en ella aquel timbre de vacilacin, de indiferencia. La hora, el lugar, el fro, la fatiga, no importaban ya; haba que efectuar una tarea y la parte ms convencional de su ser estaba enteramente dispuesta a ejecutarla sin vacilaciones de ninguna clase.Con la ayuda de Barnard y de Mallinson, el piloto fue extrado de su asiento y depositado en el suelo. Conway no posea grandes conocimientos de medicina, pero como a muchos otros hombres a quienes su profesin obliga a bastarse a s mismos, los sntomas de algunas enfermedades le eran bastante familiares.Posiblemente se trata de un colapso cardaco a consecuencia de la excesiva altura -diagnostic, inclinndose sobre el desconocido-. Poco podemos hacer por l aqu. Vale ms que lo llevemos a.la cabina y entremos nosotros tambin. Por lo menos estaremos al abrigo de este viento infernal y esperaremos tranquilamente a que llegue el nuevo da para averiguar el lugar en que nos hallamos.El veredicto y la sugestin fueron aceptados sin disputa. Hasta Mallinson manifest su aprobacin. Llevaron al piloto al interior de la cabina y lo extendieron en el estrecho pasillo que haba entre los asientos. No estaba mucho ms caliente que el exterior, pero, por lo menos, ofreca un refugio contra la Furia del viento.Esto era lo que constitua ahora el fondo de sus preocupaciones, el motivo fundamental de aquellanoche de pesadilla. No era un viento ordinario. No era solamente fro y fuerte, sino algo misterioso y viviente que silbaba a su alrededor golpeando insistentemente contra las dbiles paredes de su refugio.Haca tambalearse al pesado armatoste, y cuando Conway mir por la ventanilla le pareci que el viento arrancaba astillas de luz a las estrellas.El desconocido yaca inerte, mientras que Conway, tropezando con la dificultad de la oscuridad y el reducido espacio, lo someta a un examen minucioso.-Se le est debilitando el corazn por momentos -dijo al cabo de un rato, y cuando la seorita Brinklow hurg en su saquito de mano y extrajo de l un frasco de coac, despert cierta sensacin en la reducida asamblea.-No s si le sentar bien a ese pobre hombre -balbuci la misionera-. Yo no lo he probado jams; lo llevo nicamente para casos de urgencia.Conway destap la botella, oli el interior y verti parte de l en la boca del piloto.-Es precisamente lo que le haca falta -repuso, ocultando una sonrisa.Despus de un intervalo, el ms ligero movimiento de los prpados del desconocido habra podido ser percibido a la llama de la cerilla.Mallinson prorrumpi de pronto en gritos histricos.-No puedo evitarlo -dijo luego, estallando en carcajadas nerviosas-. Parecemos locos encendiendo cerillas para ver la cara de un cadver, que no es una belleza precisamente. Debe de ser chino, si es que pertenece a alguna raza conocida.-Posiblemente -respondi Conway con voz severa-. Pero todava no ha muerto. Con un poco de suerte podremos hacerlo volver en s.-Suerte? Ser para l.-iCllate ya de una vez!En Mallinson quedaba todava bastante de la humildad que caracteriza a los escolares para permitirse responder groseramente a la orden de su superior y call.Conway, aunque lamentando el estado de nervios de su subordinado, se dedic a cuidar al piloto, ya que era su nica esperanza para saber con seguridad el lugar en que se hallaban.Adivinaba que el vuelo se haba efectuado por encima de la cordillera oriental del Himalaya hacia las casi desconocidas alturas del Kuen-Lun. Por consiguiente, deban encontrarse en el lugar ms estril e inhospitalario de la superficie terrestre, la meseta tibetana, a dos millas de altura sobre el nivel del mar, una regin completamente deshabitada e inexplorada, incesantemente azotada por el viento.Sbitamente, como si el destino en vez de satisfacer su curiosidad quisiera complacerse en aumentarla, todo el paisaje sufri una transformacin.La luna, que hasta entonces pareca estar oculta por las nubes, surgi de detrs de una eminencia sombra, y, aunque no se mostr directamente, disip en cierto grado las tinieblas que le rodeaban.Conway pudo ver un inmenso valle bordeado de montaas de aspecto fnebre, no muy altas, pero cuyos picos se proyectaban en negro sobre el azul elctrico del cielo nocturno.Sus ojos se dirigieron, como impulsados por una atraccin irresistible, hacia el nacimiento del valle, donde se ergua, con irisadas magnificencias, a la luz de la luna,lo que a l le pareci la ms encantadora de todas las montaas de la Tierra. Era un cono de nieve casi perfecto; pareca que haba sido construido por un nio, y era imposible de terminar su volumen, as como tampoco la altura y la distancia a que se encontraba de ellos. Era tan radiante, estaba tan serenamente equilibrado, que se pregunt por un momento si aquello era real. Mientras miraba, una pequea nube ocult por un instante el borde de la pirmide, dando vida a la visin antes de que la trepidacin de la enorme masa de nieve demostrase su realismo.Estuvo tentado de despertar a los otros para que participaran del espectculo, pero despus de considerarlo decidi que tal vez no les causara una impresin tranquilizadora. Y desde un punto de vista de sentido comn, aquellos esplendores vrgenes demostraban la realidad de su soledad y de los peligros.Probablemente, la vivienda humana ms prxima se hallaba a cientos de millas de all. Y ellos carecan de alimentos; estaban inermes, no contando ms que con el revlver del piloto, el avin averiado y casi sin combustible, adems de que ninguno de ellos saba manejarlo. Carecan tambin de vestidos adecuados para soportar aquella temperatura glacial.Todos, exceptundose el mismo, estaban sensiblemente afectados por la altitud. Hasta Barnard se haba hundido en la melancola bajo la tensin reinante. Mallinson murmuraba algo entre dientes; no era difcil prever lo que sucedera si sus sufrimientos se prolongasen mucho.Sin embargo, Conway no tuvo ms remedio que dirigir una mirada de admiracin a la seorita Brinklow. Ella no era, se dijo, una persona normal; a ninguna mujer que se dedicaba a ensear a los afganos a cantar himnos religiosos poda considerrsela en su sano juicio. Pero despus de cada calamidad, aquella mujer apareca an ms normalmente anormal, por lo que l experiment hacia ella un profundo agradecimiento.-Espero que no se sentir mal-dijo Conway, sonrindole, cuando sus miradas se cruzaron.-Durante la guerra, los soldados tuvieron que sufrir cosas peores que stas -replic ella.La comparacin no le pareci a Conway muy acertada. En realidad, l jams haba pasado en las trincheras una noche tan desagradable como aqulla, aunque, sin duda, no todos podran decir lo mismo.Ahora concentr su atencin en el piloto, que respiraba con gran esfuerzo y se estremeca ligeramente de vez en cuando.Probablemente, Mallinson acert al asegurar que era chino. Su nariz y pmulos eran tpicamente mogoles, a pesar de su feliz caracterizacin de teniente aviador britnico. Mallinson lo haba considerdo feo, pero Conway que haba vivido en China, lo conceptu como un ejemplar bastante pasable, aunque ahora, a la vacilante luz de la cerilla, su piel plida y aquella boca torcida en un rictus de agona no tenan nada de atractivo.La noche avanzaba como si cada minuto fuese algo grvido y tangible que era empujado por el que le segua. La luz de la luna se desvaneci al cabo de algn tiempo, y con ello aquel distante espectro de la montaa; entonces la triple calamidad de la oscuridad, el fro y el viento aument hasta el anochecer.Con la aurora, el viento ces como por encanto, dejando todo sumido en profunda quietud.Enmarcada por un plido tringulo, la montaa volvi a aparecer, gris al principio, luego plateada y finalmente rosada cuando los primeros rayos del sol naciente alcanzaron la cspide. Al disiparse las tinieblas, el valle adquiri forma, revelando un piso de roca y cascotes formando una cuesta. All a lo lejos, la blanca pirmide produca en el espritu la impresin de un problema de Euclides, y cundo al fin el sol se alz en el cielo de un azul pursimo, Conway se sinti casi completamente tranquilo.Con la tibieza de la atmsfera, los otros se despertaron y l propuso llevar al piloto al aire libre, donde la luz del sol podra ayudarle a luchar con la muerte. As lo hicieron, y al poco tiempo el desconocido abri los ojos y empez a hablar convulsivamente.Los cuatro pasajeros se inclinaron sobre l, escuchando atentamente e intentando en vano descifrar aquellos sonidos que slo eran inteligibles para Conway, quien, de vez en cuando, haca algunas preguntas. Poco despus, el desconocido empez a debilitarse, hablando cada vez con mayor dificultad, hasta que, al fin, exhal un profundo suspiro y ces de existir. Eran las diez de la maana aproximadamente.

Conway se volvi entonces a sus compaeros.-Siento tener que comunicarles que me ha dicho muy poca cosa... poca cosa comparado con lo que yo quera saber. Ha declarado que nos hallamos en el Tbet, cosa que ya sabamos. No pude lograr averiguar para qu nos ha trado. Hablaba en una especie de chino que no comprendo muy bien, pero creo que habl algo sobre un convento de lamas que hay cerca de aqu, al final del valle, probablemente, donde podramos hallar asilo y alimentos. Creo que se llama Shangri-La. La quiere decir desfiladero en tibetano. Pareca muy interesado en que nos dirigisemos all.-Lo que me induce a pensar que debemos marchar en sentido contrario -dijo Mallinson-. No creo que tuviese completas sus facultades nentales.-Es probable. Pero, si no vamos all, adnde nos dirigiremos?-A cualquier parte, no me importa. De lo que estoy seguro es que ese Shangri-La, si es que est en esa direccin, debe hallarse a muchas millas de !o civilizado. Prefiero disminuir la distancia en vez de aumentarla.Conway repuso pacientemente:-Me parece que no comprendes bien nuestra situacin, Mallinson. Nos hallamos en una parte del mundo de la que solamente se sabe que es dificultosa y est erizada de peligros hasta para una expedicin adecuadamente equipada, y considerando que por todas partes nos rodean cientos de millas de terreno con el mismo aspecto que el que ves, la idea de regresar a pie a Peshawar no me entusiasma en absoluto.-Yo no creo que pudisemos llegar all -dijo la seorita Brinklow, seriamente.Barnard movi la cabeza en un gesto de asentimiento. -Entonces hemos tenido una suerte inmensa con ese convento de lamas que est al volver la esquina.Una suerte relativa, tal vez -dijo Conway-. Despus de todo, carecemos de vveres y, como pueden ver por sus propios ojos, el pas no es de los que invitan a hartarse. Dentro de unas horas moriramos de inanicin. Adems, si tuvisemos que pernoctar de nuevo aqu, tendramos que volver a afrontar el viento y el fro, y no es una perspectiva muy agradable. La nica probabilidad de salvarnos est en encontrar seres humanos... Y dnde hemos de hallarlos sino en el lugar en que nos han dicho que los hay?-Y si es un lazo? -arguy Mallinson.Barnard fue el encargado de dar la respuesta:-Si en ese lazo nos dan una cama y un buen trozo de queso, me quedo en l sin protestr-dijo.Todos rieron, a excepcin de Mallinson, que frunci el entrecejo, barbot una exclamacin colrica y qued mudo.Entonces, Conway prosigui:-Estamos de acuerdo, pues? Indudablemente, debe de haber un camino a travs del valle. No parece muy escarpado, pero tendremos que marchar muy lentamente. Aqu no podemos hacer nada. Sera imposible cavar una fosa para este hombre sin ayuda de un cartucho de dinamita. Los lamas podrn proporcionarnos guas para regresar... Propongo que partamos inmediatamente; si no hemos localizado el convento al atardecer, regresaremos a pasar la noche en la cabina del avin.-Y suponiendo que lo localicemos -interrog Mallinson, intransigentemente-, puede usted garantizarnos que no nos asesinarn?-Claro que no puedo; pero prefiero, por mi parte, morir de un tiro a fallecer de fro y de hambre. Creo que vale la pena arrostrar esa eventualidad... Luego aadi, despus de una pausa, pensando tal vez que su dialctica no era la ms adecuada para tal ocasin:-El asesinato es lo ltimo que podemos esperar en un monasterio budista. Estaremos tan seguros all como en cualquier catedral inglesa.-Como Santo Toms de Canterbury -dijo la seorita Brinklow, sin que nadie le hiciera caso.Mallinson se encogi de hombros y exclam con melanclica irritacin:-Bueno, vayamos a Shangri-La. Dondequiera que est, y sea lo que sea, intentaremos llegar; pero ojal no tengamos que andar mucho, porque si no...La interrupcin hizo desviar la vista a todos los presentes hacia el lugar que miraba Mallinson, con los ojos desorbitados por la alegra y el asombro. Descendiendo por la ladera de la colina, vena una fila de figuras humanas embutidas en pieles.-Bendita sea la providencia! -murmur la seorita Brinklow, elevando los ojos al cielo.

3

Una parte de Conway permaneca siempre a la expectativa, por muy activo que estuviese el resto de su ser. Ahora precisamente, mientras esperba que los extraos se aproximaran, su mente se debata pensando Lo que deba hacer en caso de posibles contingencias.Y no era valor ni sangre fra, sino una confianza extraordinaria en s mismo lo que le induca a hacer planes para, llegado el momento de obrar, estar preparado para todo; no: era, ms bien, una forma de indolencia peculiar en l lo que le impulsaba a no transmitir a sus compaeros sus secretos temores, y se limit a seguir los acontecimientos con el inters de un mero espectador.Cuando las figuras humanas penetraron en el valle y vieron que se trataba de una decena o ms que llevaban una silla de manos, percibieron en sta la silueta de un hombre vestido de azul.Conway no poda imaginarse adnde se dirigan, pero ciertamente pareca providencial, como deca la seorita Brinklow, que a aquel destacamento se le ocurriese pasar por all en tales momentos. Cuando la partida de hombres se haba acercado auna distancia prudencial, Conway se separ de los suyos y avanz hacia los recin llegados, aun que sin apresurarse, pues conoca bien a los orientales y saba perfectamente el valor que conceden al cumplimiento del ritual en las bienvenidas.Detvose cuando se encontr a unos cuantos metros de ellos y se inclin profundamente con exquisita cortesa.Con gran sorpresa suya, el hombre del vestido azul descendi de la silla, avanz hacia l con digna deliberacin y le tendi la mano.Conway la estrech calurosamente y observ su rostro. Era un chino anciano, de cabellos gises, pulcramente rasurado y vestido con un quimono de seda azul plido.El oriental someti a Conway al mismo examen. Luego, en un ingls perfecto, le dijo:-Pertenezco al convento de lamas de Shangri-La.Conway se inclin otra vez, y, despus de hacer una pausa, le explic brevemente las circunstancias que le haban conducido, as como a sus compaeros, a aquella solitaria parte del mundo.Al final de su narracin, el chino hizo un gesto de comprensin. -Es verdaderamente muy notable -dijo, y lanz una mirada reflexiva al semidestruido aeroplano. Luego aadi: -Me llamo Chang. Tendra la bondad de presentarme a sus compaeros?Conway intent sonrer con urbanidad. Estaba completamente estupefacto ante aquel fenmeno. Un chino que hablaba un ingls impecable y que observaba en las alturas salvajes del Tbet ls mismas formalidades sociales que si estuviese en Bond Street.Volvise a sus amigos, que se haban aproximado y les contemplaban con diversos grados de asombro pintados en sus semblantes.-La seorita Brinklo... El seor Barnard, americano... El seor Mallinson... y yo me llamo Conway. Encantados de conocerle, seor Chang, aunque nuestro encuentro es tan incomprensible como el motivo que nos ha trado aqu. En este momento pensbamos dirigirnos a su monasterio. Aspues, su llegada es doblemente afortunada para nosotros. Si nos hiciese algunas indicaciones para llegar all...-No hay necesidad de eso. Ser un gran placer para m poder servirles de gua.-Pero yo no quiero de ninguna forma molesrle. Es muy amable por su parte, pero si la distancia no es larga...-No es larga, pero es difcil. Ser un honor para m acompaar a usted y a sus amigos.-Pero de veras, yo... -Permtame que insista.Conway pcns que la discusin en aquel lugar y circunstancias tena mucho de ridcula.-Muy bien respondi-; como usted quiera. Le estamos muy agradecidos por su bondad.Mallinson, que haba estado soportando con aire sombro aquella batalla de cumplidos, intervino ahora diciendo con acre entonacin:No estaremos all mucho tiempo. Le pagaremos lo que nos d para comer y alquilaremos algunos de sus hombres para que nos guen en nuestro camino de regreso. queremos volver a la civilizacin lo ms pronto posible.-Cree que est muy lejos de ella?La pregunta, hecha con mucha suavidad, slo sirvi para excitar la irascibilidad del joven, que contest:-De lo que estoy seguro es de que no me encuentro demasiado lejos de donde quisiera estar y creo que se es el parecer de todos mis compaeros. Nuestro agradecimiento ser grande por el asilo temporal que se propone proporcionarnos, pero ser mucho mayor si nos facilita los medios para regresar a la India. Cunto tiempo cree usted que tardaramos en hacer el viaje?-Lamento no poder decrselo.-Bien, no nos enfadaremos por eso. Tengo algunas experiencias en el trato de los indgenas y esperamos que usted emplear su influencia para inducirles a que nos acompaen.Conay se dio cuenta de que aquella conversacin, por el tono en que se llevaba, slo poda acarrearles disgustos innumerables, y se dispona a intervenir, cuando oy la respuesta del oriental, que dijo con mucha dignidad: -Slo puedo asegurarle, seor Mallinson, que ser usted tratado con toda clase de consideraciones, y de que al final no tendr por qu arrepentirse.- Al final? -exclam Mallinson, acentuando la palabra, pero inmediatamente olvid todos sus disgustos cuando los robustos tibetanos, envueltos .en pieles de carnero y cubiertas sus cabezas de peludos gorros, empezaron a desembalar los paquetes que traan y extrajeron de ellos botellas de vino y frutas.El vino tena un sabor agradable, muy parecido al del vino del Rin, mientras que los frutos, entre loS que hab mangos, estaban completamente maduros y su exquisitez les produjo una sensacin dolorosamente deliciosa despus de tantas horas de ayuno.Mallinson bebi y comi sin preocuparse, mientras que Conway, tranquilizado y completamente repuesto de sus molestias pasadas, ces de pensar en las futuras, y empez a preguntarse cmo podan cultivar mangos en aquellas latitudes. Tambin contemplaba la montaa que se alzaba al otro lado del valle; era un pico sensacional, y le sorprenda que hasta ahora ningn viajero hubiese hecho mencin de l en los libros que en tan gran nmero se haban publicado sobre el Tlbet.Disponase a escalarlo con el pensamiento, eligieiendo cuidadosamente un camino practicable, cuando una exclamacin de Mallinson le hizo volver a la tierra. Entonces dirigi una mirada de curiosidad su alrededor y observ que el chino le miraba con tranquilo semblante. -Estaba usted admirando la montaa, seor Conway? -le pregunt.-S, es una vista estupenda. Cmo se llama?-Karakal.-Creo que no he odo nunca ese nombre. Es muy alta?-Tendr unos veintiocho mil pies.-De veras? No cre que hubiese nada que alcanzara esa altura adems del Himalaya. Est usted seguro de que no se equivoca? Cmo sabe que esas medidas son correctas?-Cree usted que hay algo incompatible entre el monaquismo y la trigonometra? pregunt a su vez el chino.Conway sabore la frase y replic:-Oh, nada de eso..., nada de eso.Lanz una carcajada corts y poco despus emprendi el viaje a Shangri-La.El ascenso se prolong toda la maana lentamente y por fciles pendientes; pero a aquella altura el esfuerzo fsico era demasiado considerable pra malgastar las energas hablando.El chino viajaba suntuosamente en la silla de manos, lo que habra parecido poco caballeresco, si no hubiese sido absurdo imaginarse a la seorita Brinhlow ocupando aquel asiento primitivo.Congay, a quien el aire enrarecido molestaba menos que a los dems, se esforzaba en sorprender las intermitentes conversaciones de los portadores de la silla. Conoca muy deficientemente el tibetano, pero logr comprender que aquellos hombres manifestaban su contento por el regreso al monasterio. Aunque lo hubiese deseado, no habra podido interrogar a su jefe, que con los ojos cerrados y el rostro semioculto por las cortinas pareca dormitar apaciblemente. El sol empezaba a entibiar la atmsfera; el hambre y la sed haban sido adormecidas, si no satisfechas; y el aire, puro como si perteneciese a otro planeta, les era ms precioso a cada paso. Haba que respirar consciente y deliberadamente, lo cual, aunque desconcertante al principio, les proporcion al poco rato una tranquilidad espiritual extraordinaria.Todos los cuerpos movanse en un ritmo nico de respiracin, avance y pensamiento; los pulmones supeditaban su funcionamiento a la armona con la mente y los miembros.Conway, con una sensacin mezcla de misticismo y escepticismo, encontrbase profundamente t?rbado en lo ms ntimo de su ser.Una o dos veces dirigi palabras de nimo a Mallinson, pero el joven no respondi por la fatiga del ascenso. Barnard jadeaba como un asmtico, mientras que Miss Brinklow sostena un combate pulmonar, que, por alguna razn desconocida, hacia violentos esfuerzos por ocultar.-Ya estamos cerca de la cumbre -dijo Conway para animarlos.-Una vez tuve que correr para que no se me escapase un tren, y experiment una sensacin muy parecida a sta -dijo ella.Conway reflexion que haba mucha gente que conFunda la sidra con el champaa. Todo era cuestin de paladares.Estaba sorprendido al darse cuenta de que, aparte de su desconcierto, tena ahora muy pocos rcelos respecto a lo que les esperaba, y si experimentaba alguna duda no era a causa de s mismo.Hay momentos en la vida en que uno abre su alma igual que si abriese el monedero en una noche de feria y se da cuenta de que la distraccin,aunque costosa, resulta agradable. Conway, en aquella maana, a la vista del Karakal, tuvo aquella sensacin ante la nueva experiencia que se le presentaba.Despus de diez aos en varias partes de Asia, haba adquirido la experiencia suficiente para evalur en una ojeada todo cunto un lugar de aquel pas poda ofrecerle, y aqul se le presentaba singulrmente interesante.Tras haber recorrido un par de millas, el valle empez a hacerse ms escapado; el sol estaba velado por una bruma ligera y la niebla plateada oscureca la vista. Los truenos y los grandes aludes resonaban en los campos de nieve de all arriba; el aire se enfri y al poco rato, con la transicin brusca de las regiones montaosas, se hizo verdader.amente glacial.El viento comenz a soplar con extraordinaria furia obstaculizando su marcha y aumentando sus sufrimientos; hasta Conway se dijo que no podra continuar mucho tiempo de este modo. Pero poco despus la pareci que haban alcanzado la cumbre, pues los portadores de la silla se detuvieron para reajustarse sus cargas.La situacin de Barnard y Mallinson, que sufran terriblemente, impona un descanso; pero los tibetanos parecan ansiosos de proseguir y les dieron a entender por seas que el resto del camino sera menos fatigoso.Pero despus de estas seguridades les produjo una sensacin de disgusto ver que empezaban a desenrollar las cuerdas que llevaban en la cintura.-Pensarn colgarnos ya? -exclam Barnard con acento de desesperacin, pero los tibetanos demostraron inmediatamente que sus intenciones eran menos siniestras que las que les atribua el americano, ya que slo pretendan atar a toda la partida en la forma que lo haen los excursionistas.Cuando vieron que Conay estaba familiarizado con el arte del escalo por este medio, gracias la rapidez con que lig a todos sus compaeros, los guas empezaron a considerarle con ms respeto y le permitieron disponerlo todo a su antojo.Conway se lig junto a Mallinson con los tibetanos a la cabeza y a la retaguardia y con Barnard y la seorita Brinklo detrs de los ltimos. Observ, no sin cierta satisfaccin, que los tibetanos, en el sueo de su jefe, le consideraban como su lugarteniente.Experiment entonces la sensacin de confianza que da la autoridad; si llegaba la ocasin, estara dispuesto a transmitir a todos aquella sensacin, acompaada de rdenes.Haba sido un escalador de montaas de primer orden en sus buenos tiempos y, sin duda, no lo habra olvidado.-Cudese de Barnard -dijo a la seorita Brinklow, medio en broma, medio en serio.Y ella respondi rpidamente:-Har lo que pueda; pero le aseguro que es la primera vez que me atan.La siguiente jornada, aunque peligrosa a veces, fue menos ardua de lo que creyeron, y los tranquiz del enorme esfuerzo del ascenso. Tuvieron que descender por un sendero estrechsimo, cortado a pico en el flanco de la montaa, lo que tal vez fue una suerte para la mayor parte de nuestros viajeros; pero Conay habra querido poder medir la profundidad del abismo que se abra a sus pies.El paso tena escasamente dos pies de anchura y la habilidad con que los portadores se las arreglaban para transportar su carga despert su admiracin, as como los templados nervios del chino, que continuaba durmiendo beatficamente en su silla. Los tibetanos no se preocupaban gran cosa de la estrechez de la senda, pero observ en sus rostros la alegra que les produjo el ver que el paso empezaba a ensancharse y descendan cada vez con mayor velocidad.Entonces empezaron cantar unos himnos brbaros que Conway imagin compuestos por Massenet para su ballet tibetano. La lluvia ces y el aire volvi a entibiarse.-Ahora estoy convencido de que no habramos encontrado el camino jams por nuestros propios medios -dijo Conway, intentando animar a Mallinson; pero ste no encontr la observacin muy tranquilizadora.-No creo que hubisemos perdido mucho con ello -repuso amargamente. Era indudable que estaba tremendamente asustado y no tardara en demostrarlo ahora que la mayor parte del peligro haba pasado.El camino descenda ya muy acentuadamente, y Conway encontr algunas florecillas, el primer signo de bienvenida de tierras ms hospitalarias.Pero cuando lo anunci, Mallinson respondi ms desconsolado an:-Dios mo! Conay, isabe usted adnde diablos nos lleva esta gente? Eso es lo que quisiera saber... Cuando lleguemos, si es que llegamos alguna vez a algn sitio, qu es lo que vamos a hacer? tenemos que pensar algo...Conway repuso lentamente:-Si tuvieses la misma experiencia que yo, Mallinson, sabras que hay ocasiones en la vida en que lo ms cmodo es no hacer nada. Lo mejor es dejar que todo suceda como ha de suceder. La guerra fue una cosa parecida. Se es afortunado cuando la contemplacin de la novedad nos hace olvidar todas las sensaciones desagradables.-Es usted demasiado filosfico para m. No era as como hablaba en Baskul.-Desde luego que no. All tena la probabilidad de alterar los acontecimientos con mi esfuerzo; pero ahora esa probabilidad no existe, por lo menos por el momento. Estamos aqu porque estamos aqu. No hay otra razn, ni me molesto en buscarla.-Supongo que se habr dado cuenta de lo dificil que nos ser regresar por donde hemos venido. Hemos estado descendiendo por una pared casi vertical... -Ya lo he observado.-S? -prosigui Mallinson acaloradamente-. Comprendo que no soy ms que un estorbo, pero no puedo evitar las sospechas que me produce todo esto. Me estoy dando cuenta de que hasta ahora no hemos hecho ms que lo que estos individuos se han propuesto que hagamos y nos van a meter en un callejn sin salida...-Aunque sea as, la nica alternativa que tenamos era quedarnos all y perecer de hambre y de FrO.-Todo lo que usted dice es perfectamente lgico pero yo no acepto mi situacin con la misma tranquilidad que usted. No olvidemos que hace dos das nos encontrbamos en el Consulado de Baskul. Lo que nos ha sucedido desde entonces es mucho ms fuerte de lo que yo puedo soportar...Lo siento de veras... y me alegro de no haber ido a la guerra. Creo que si hubiese estado en ella habra enloquecido... Me parece que todos se han vuelto locos a mi alrededor,.. No s cmo se me ha ocurrido hablarle as... perdneme.Conway movi la cabeza.-Hijo mo, te comprendo perfectamente. No tienes ms que veinticuatro aos y te encuentras a dos millas y media por lo menos sobre el nivel del mar. Es ms que suficiente para que no me extrae nada de lo que puedas pensar en este momento. Tengo la seguridad de que en circunstancias ordinarias habras soportado todo esto mucho mejor que yo lo haca cuando tena tu edad.-Pero no se da usted cuenta de la insensatez, lo absurdo de todo esto? El vuelo sobre aquellas montaas... la espera azotados por la furia del vendaval..., la muerte del piloto..., el encuentro con estos individuos... No le parece algo de pesadilla..., algo increble, cuando reflexiona bien en todo lo que nos ha sucedido?-Desde luego.-Entonces, no me explico cmo se mantiene tan tranquilo... -Quieres saber por qu? Voy a decrtelo, aunque tal vez me creas un cnico. Es porque, recordando todo lo que me ha sucedido antes de esto, me parece una pesadilla tambin. Esto no es la nica parte absurda e insensata de este mundo, Mallinson. Piensa en Baskul y recordars cmo torturban los revolucionarios sus prisioneros para arrancarles informaciones... Recuerdas el ltimo mensaje que recibimos antes de salir? Era una circular de una casa de hilaturas de Manchester preguntando si conocamos algunas casas que se dedicaran a la venta de corss en Baskul. No te parece absurdo? Creme, al llegar aqu, lo peor que puede sucederme es sustituir una Forma de locura por otra. Y en cuanto a la guerra, si hubieses estdo, habras aprendido lo mismo que yo, a temblar de miedo sin que los dems se den cuenta.Conversaban an, cuando al ascender una pendiente pronunciadsima, aunque corta, tuvieron que contener el aliento. Caminaron as durante varios pasos. Tres minutos despus salieron de la niebla y se encontraron en pleno aire soleado. Doblaron un recodo y vieron que a poca distancia de ellos se alzaba el monasterio de Shangri-La.

A Conay, al verlo por primera vez, le pareci una visin producida por la falta de oxgeno que estaba padeciendo y que, probablemente, haba embotado sus facultades.Era, verdaderamente, una vista extraa y casi inverosmil. Un grupo de pabellones coloreados colgaban de la montaa sin la tristeza gris de un castillo de la Renania, pero s con la delicadeza de los ptalos de una flor silvestre que emergen plidos de una roca. Era soberbio y exquisito. Una austera emocin haca levantar la vista desde los techos de un color azul lechoso al gris bastin rocoso de all arriba tremendo como el Wetterhorn sobre el Grindewald.Ms all, en una pirmide asombrosa, se remontaban las vertientes nevadas del Karakal. Era posible que fuese, pens Conway, la vista montaosa ms terrorfica del universo, y se imaginaba la enorme tensin de la nieve y los glaciares, contra los cuales la roca desempeaba el papel de un muro de contencin gigantesco. Algn da, tal vez, toda la montaa se derrumbara, y la mitad del frgido esplendor del Karakal se extendera por el valle.Al otro lado, la pared montaosa continuaba descendiendo casi perpendicularmente en una hendedura que deba haber sido el resultado de un terrible cataclismo ocurrido muchos cientos de aos antes. El piso del valle, confuso en la distancia, les daba la bienvenida con su exuberante verdor; abrigado de los vientos y vigilado, mejor que dominado, por el monasterio, le pareci a Conway un lugar deliciosamente favorecido, aunque, si estaba habitado, su comunidad deba estar completamente aislada por las elevadsimas e inescalables cimas del otro lado. Para llegar al monasterio slo haba un camino practicable. Conway experiment al contemplarlo un ligero estremecimiento y pens que los temores de Mallinson estaban bien fundados pero aquel sentimiento fue slo momentneo y no tard en triunfar sobre l la profunda sensacin, mitad mstica, mitad visual, de haber alcanzado al fin un lugar que era el trmino eventual de sus desdichas. Jams record exactamente cmo llegaron l y sus compaeros al monasterio, ni con que formalidades fueron recibidos, desatados e introducidos en el recinto. El aire finsimo tena una contextura de ensoacin, que armonizaba con el azul porcelana del cielo; a cada inhalacin, a cada mirada sentia una tranquilidad anestsica que contrastaba extraamente con la irascibilidad de Mallinson, el ingenio humorstico de Barnard y el estoicismo de la seorita Brinklow, que haba adoptado el papel de una princesa de los cuentos de nios, resignada a ser devorada por un dragn.Recordaba vagamente su sorpresa al encontrar el interior del edificio, extraordinariamente espacioso, tibio, acogedor y perfectamente limpio; pero no tuvo tiempo ms que para observar estas cualidades, porque el chino acababa de descender del palanqun y emprendi la marcha a travs de numerosas antecmaras, hacindoles seas para que lo siguieran.Djoles afablemente:-Les debo mis excusas por haberles abandonado durante el viaje, pero la verdad es que esas marchas a pie no me van bien, y tengo necesidad de cuidarme mucho. Supongo que no se habr fatigado excesivamente.-No mucho -replic Conway con una sonrisa forzada.-Excelente. Y ahora, si quieren seguirme, les ensear sus habitaciones. Sin duda, les gustar baarse. Nuestras comodidades son simples, pero no les disgustarn.En este momento, Barnard, que an sufra los efectos de la caminata, solt una tosecita asmtica y declar:-Ejem...! No me gusta mucho este clima, el aire me est fastidiando el pecho, pero, sin duda, disfrutarn de un magnfico panorama... Dgame, seor chino, tendremos que hacer cola para baarnos o tiene cada habitacin su cuarto de aseo?-Tengo la seguridad de que quedar completamente satisfecho, seor Barnard.La seorita Brinhlo hizo un gesto de asentimiento.-Yo lo espero as tambin.-Y luego -prosigui el chino- me haran un gran honor si me acompaaran a comer.Conway replic cortsmente. Solamente Mallinson no dio muestras de sorpresa ni de agradecimiento ante aquellas amenidades inesperadas.Como Barnard, experimentaba los sufrimientos del que no est acostumbrado a llegar a tan elevadas latitudes, pero ahora, con un violento esfuerzo, reuni el resto de sus energas para exclamar:-Y luego, si no le molesta, haremos nuestros planes para marcharnos de aqu. Cuanto ms pronto, mejor...

4

-Como ustedes han tenido ocasin de apreciar -deca Chang-, somos menos brbaros de lo que crean. Conway, en aquel atardecer de sueo, no poda negar nada. Gozaba aquella agradable mezcla de tranquilidad fsica y alerta espiritual que le pareca la ms verdaderamente civilizada de todas las emociones. Las comodidades de Shangri-La haban sido todas cuantas poda haber deseado y ciertamente muchsimas ms de las que haba esperado.Que un monasterio tibetano estuviese provisto de calefaccin central no era quiz nada extraordinario en una poca en que se haba dotado a Lhassa de un servicio telefnico inmejorable; pero que se hubiesen mezclado todos los ltimos refinamientos de la higiene occidental con la ms arraigada tradicin del Oriente, era algo inconcebible incluso para el mismo Conway.El bao, en el que se haba sumergido con una delectacin y un placer inefables, tena un color delicadsimo de porcelana verde y, a juzgar por la inscripcin, haba sido fabricado en Ahron, Ohio. Sin embargo, el criado indgena que le haba atendido, le limpi al uso chino las orejas y la nariz con una pieza de seda y luego le frot los prpados inferiores. Preg