Hipocresía Social

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Tema 7: Hipocresa cinismo [di]simulacin falsedad - mediocridadI- Definicin de hipocresaLa hipocresa es una actitud negativa de un individuo del cual sus acciones no se corresponden con aquello que dice pensar u opinar. Es comparable con la falsedad, y podramos decir que es en sta que tiene su base, pues la persona hipcrita acta bsicamente mediante la falsedad o el falseamiento de sus pensamientos.

En general, la persona que acta de esta manera suele ser consciente de la forma en la cual est actuando. Sin embargo, lo hace para conseguir o alcanzar un objetivo en concreto: el ascenso en un trabajo, la promocin de curso, un premio o triunfo, entre otras cosas. Por ejemplo, podemos ejemplificar una actitud hipcrita con un funcionario pblico que decide postularse para alcalde de su ciudad. En la campaa poltica, realiza diferentes promesas que cumplir si resulta elegido, entre ellas, estatizar los servicios de recoleccin de residuos y barrido de calles. Pero, una vez en el poder y ocupando su puesto de alcalde, no lo hace e incluso no muestra ninguna intencin de realizarlo en un futuro cercano. Claramente, esta persona actu de manera hipcrita, puesto que lo que dijo opinar o pensar no estaba en concordancia con lo que realmente proyectaba realizar.

Sin embargo, la hipocresa tambin puede encontrarse en mbitos mucho ms cotidianos o cercanos en la realidad a nosotros. Cuando se finge un sentimiento, creencia u opinin, totalmente contraria a la que realmente se tiene, tambin se es hipcrita. Pensemos en un amigo, que finge serlo, teatralizando todas las actitudes positivas de una amistad, por el slo hecho de acercarse a nosotros por una cuestin de inters social.

El hipcrita siempre finge sus verdaderos sentimientos, creencias u opiniones con un objetivo determinado, aunque ms no sea esconder los verdaderos por temor a exclusin social o discriminacin. A la hipocresa se le contrapone la transparencia o la honestidad, cuando una persona es totalmente coherente entre sus pensamientos y sus acciones y no tiene doble discursos.

Cuando una persona acta hipcritamente de manera constante y prolongada puede ocurrir que termine creyendo sus propias mentiras. En este caso, pasa a ser una patologa psicolgica y puede tratarse mediante la terapia con un especialista de la psiquis. Ms all de todas las consecuencias, como el alejamiento de familiares y amigos, que puede acarrear el adoptar una actitud hipcrita, siempre es bueno reconocer que no es una actitud que suma, sino ms bien resta, nos carga de negatividad, y que cambiar es posible, siempre y cuando se tenga la voluntad pero sobre todo la intencin de hacerlo.

[Definicion.mx: http://definicion.mx/hipocresia/#ixzz30R5wfJnv]

II- hipocresa social

Cada vez son ms las voces que se alzan proclamando que la sociedad que nos ha tocado vivir es injusta, egosta e insolidaria. Reclamamos derechos ante las diferentes situaciones de la vida. Al mismo tiempo relegamos sin el menor escrpulo y sin cargo de conciencia alguno a ciertos sectores de la sociedad al anonimato ms absoluto.

Podemos lanzar al mundo los mejores argumentos, adornados con frases que dejen boquiabiertos a nuestros interlocutores para quedar bien en la galera de la vida. Nuestro discurso de solidaridad, igualdad, libertad quedar anulado porque nuestros actos lo desmentirn.

Nuestra sociedad actual es pura fachada, predomina la mentira, la adulacin barata, las medias verdades, el engao, la ley del ms fuerte. Nos hemos hecho esclavos del consumismo. Confundimos calidad de vida con cantidad de bienes materiales. Anteponemos lo material a las personas.

Parece que los nicos intereses que nos mueven son nuestros problemas, nuestro confort, los problemas de los dems nos dan exactamente igual.

Durante un tiempo esta sociedad moderna nos trajo familias menos extensas. El trabajo del padre y la madre fuera del hogar, la falta de tiempo han hecho que las familias se redujeran casi exclusivamente a padres e hijos sin tiempo para cultivar otro tipo de relaciones ni con abuelos, tos u otros familiares ms all de la relacin por puro compromiso.

Pero la modernidad est llena de contradicciones. Esas mujeres y hombres que un da tuvieron que sacrificar la compaa de sus hijos para dejarlos en guarderas o al cuidado de terceras personas para poder incorporarse al mundo laboral, hoy son abuelos y ocupan un papel primordial en las nuevas familias haciendo de canguros y ocupndose de sus nietos como no lo pudieron hacer de sus hijos.

Todo no son ventajas, algunos abuelos por miedo a perder la relacin con sus nietos son incapaces de reconocer que las fuerzas flaquean. Los nios por otro lado pueden sufrir la diferencia de conceptos educativos. Los abuelos suelen tender a proteger y disfrutar de sus nietos, como as tiene que ser y los padres tienen la obligacin de exigir, implantar disciplina, crear hbitosetc, en una palabra educar a sus vstagos. Todo esto en ocasiones genera conflictos.

Transcurrido un periodo de tiempo, cuando los abuelos ya no son productivos y necesitan cuidados aparecen nuevamente las frases grandilocuentes, la filosofa barata, las escusas pobres, los argumentos cara a la galera que justifican nuestras acciones, la reclamacin de derechos. Aparecen los intereses personales y el confort individual.

Pero aqu aparece nuevamente la Sociedad moderna, progresista con pap Estado buscando el bienestar para la poblacin y aportando soluciones y leyes que les reportarn beneficio social y votos para seguir gobernando ms que soluciones para estos sectores de poblacin que ya no son capaces de valerse por s mismos.

El poco valor que damos en las sociedades modernas a todo aquello que no es productivo me recuerda el ejemplo que cierto conferenciante pona al comienzo de su charla para ilustrar a su audiencia de que lo que importa no son las apariencias si no lo que hacemos.

El conferenciante se dirige a la audiencia mostrando un billete potente. Quin lo quiere?, pregunta. Todos levantan la mano. El conferenciante arruga el billete y vuelve a preguntar: y ahora?, quin lo quiere?. Las mismas manos se vuelven a levantar. Esta vez tira el billete al suelo y lo pisotea. As, sucio y hecho un guiapo lo muestra a la concurrencia. Quin quiere todava el billete?. Las manos siguen levantadas.

Todos quieren el billete; da igual que est manoseado, pisado, arrugado. El billete sigue conservando intacto su valor. Lo mismo sucede con nuestras vidas dice el conferenciante. Jams perdemos nuestro valor. Ajados, enfermos, sin apenas movilidad porque la artrosis y la artritis nos ha dejado molidos, un poco -o un mucho- sordos, con dificultad para caminar.

El conferenciante concluye: Nada de eso altera la importancia que tenemos. El precio de la vida no radica en lo que aparentamos ser, sino en lo que hacemos y sabemos.

Los dependientes, los excluidos necesitan, adems de atenciones fsicas, salud y dinero, una tercera prestacin: El amor.

Pap Estado se va a encargar de eso tambin?

Cunta hipocresa social para resolver los problemas!

No todo en esta vida se resuelve con dinero y cosas materiales!

III- Simulacin y disimulacin[Silvia Cona, Polticas del sntoma, cinismo e hipocresa social]

Retomando el tema de la hipocresa he considerado un libro muy interesante de Torcuato Achetto un secretario que lo escribe en 1941: La disimulacin honesta. En el mismo, hay un trabajo preliminar de Sebastin Torres de mucha importancia en lo que hace al desarrollo sobre qu hacer con la verdad a lo largo de la historia. Luego hay un tratamiento de la cuestin entre simulacin y disimulacin que no se tratara de lo mismo, sino de que en la disimulacin se trata de no hacer ver lo que es, en cambio en la simulacin es hacer ver algo que no es, lo cual en trminos latinos o griegos tendra que ver la simulacin con la jactancia y la disimulacin estara relacin a la irona.

En cuanto a la irona, Achetto la plantea como resguardarse de la oscuridad del mundo, hay cosas que no se pueden decir que enfurecen al tirano, y no ejercer la tirana de la verdad al punto que plantea la disimulacin como un lugar donde la verdad quedara en reposo o descanso, hasta que en un determinado momento, el ltimo, el de la muerte, la verdad recin ah podra aparecer como tal. Para cerrar, me parece de inters dejar planteado unos lugares donde Lacan plantea la cuestin del cinismo, lo hace en relacin problemticas que incumben al final del anlisis: en el Seminario El Acto Analtico, donde plantea que puede haber como saldo al final del anlisis un saldo cnico, tema no menor por lo tanto para los analistas y tambin en el Seminario RSI cuando habla del anudamiento al final del anlisis como cuarto nudo, dice: la nominacin es esa cnica cosa de lo nico que podemos estar seguros que hace agujero.Referencias:

- Freud, Sigmund: El malestar en la cultura

- Lacan, Jacques:

(*1) Seminario 14 La lgica del fantasma clase del 10/05/1967 (Indito)

(*2) Conferencia en Estados Unidos: 24/11/1975 (Indita)

- Sloterdijk, Peter: Crtica de la razn cnica.

- Onfray, Michel: Cinismos. Retrato de los filsofos llamados perros.

- Accetto, Torquato: La Disimulacin honesta.IV- Hipocresa social jvenes con idealesAlgo que deja completamente a la vista la mediocridad dolorosa de esta sociedad, es la hipocresa moral de muchos de los individuos que la componen. La hipocresa, se caracteriza por auto-mentirse sin conciencia, crearse una ilusin sin justificacin alguna. Es tan triste que la utilizamos para engaarnos a nosotros mismos. La usamos para no sentir el peso de una conciencia sucia, para no sentir en nuestros pensamientos el remordimiento, fruto del mal que podemos hacer o hacemos. Voy a dar ejemplos concretos, dejando a la luz esta hipocresa y tambin para demostrar que no hace falta tener una gran capacidad intelectual para descubrirla en nuestros ambientes. Sino que ms bien es una disposicin de nosotros para satisfacer nuestras conveniencias, nuestro egosmo y nuestros placeres.

1 Ejemplo: una persona va caminando y se encuentra un celular en el piso con chip y todos los datos o una billetera con un documento y mucha plata. Gran parte de los jvenes que me rodean (y mucha gente grande) decide guardarse la plata o el celular sin devolverlo a la persona que corresponde (siempre y cuando este la posibilidad de hacerlo obviamente). Est bien o est mal? Muchos responden: est bien si me lo encontr!! O directamente Yo me lo quedo no soy boludo. Sin embargo no hay ms pobre accin que delate la hipocresa moral que se esconde. La mayora de las personas responden que ROBAR est mal, sin embargo en estas situaciones, ciegan sus conciencias (para no tener el cargo de ellas) auto-convencindose que no estn robando. Sin embargo, ROBAR es apropiarse de algo que no nos corresponde, que no lo ganamos, que no es nuestro; y por ms que no sea la forma convencional de robar, nos estamos apropiando de algo que era de otra persona y que tiene el derecho de seguirla teniendo.

Alguno podra objetar: pero yo me la encontr y eso me da el derecho a poseerla. Un derecho puede estar por arriba del bien? Aqu se est perdiendo la dimensin del otro, hay un egosmo e individualismo, fruto del hambre de sacar provecho y conveniencia. Nos olvidamos que hay otra persona que est mal, angustiada, triste porque perdi algo valioso y posiblemente seria de una gran alegra poder recuperar las cosas. Por qu est siempre el YO por arriba de todo y todos, tratando de sacar provecho en cada situacin?... Si tuvieras una billetera y se te cae en al camino y viene un persona detrs No te parece bien que te la devuelva, porque era tuya?... Sin embargo cuando nos conviene a nosotros est bien quedrsela

2 Ejemplo: La doble moral machista, completamente burda e inconsistente. El hombre que anda con muchas chicas es considerado ganador, un maestro, un dolo hasta las mismas chicas lo miran como EL CHICO, obtiene popularidad, es alagado y admirado por sus compadres y amigos. Sin embargo cuando las chicas andan con muchos chicos, son consideradas como ligeras. El hombre condena estas actitudes de la mujer y no las aplica a su vida porque a l le favorece tener esa fama. Y quin tiene la culpa de tremenda hipocresa?, Solamente los hombres? No, es la sociedad de la cual todos formamos parte, y de la cual nadie se hace cargo. Lo curioso es que el feminismo que sale en respuesta muchas veces crtica y protesta contra esto queriendo dar rienda suelta a las mujeres para que sean liberales cuando en realidad no son las mujeres las que si deberan andar con muchos chicos, sino que tendran que ellos los que NO tendran que usar a las mujeres como simples objetos que sacian sus apetitos. (Recomiendo el artculo Moral sexual). Algo detestable que est relacionada con esta hipocresa moral, es la falta de conciencia en el ejercicio que mantienen los hombres con chicas de la calle, comnmente llamadas prostitutas. Cmo un hombre puede criticar a las mujeres por ser ligeritas cuando l es el que promueve la prostitucin? La principal forma para lograr que no haya prostitucin, es que no haya consumidores. Acaso no se dan cuenta que hay un ser humano, una persona, una historia, detrs de la vida de esas chicas (o chicos)? Y nuevamente se argumenta ellas quieren ellas se los buscaron, como si fueran razones vlidas simplemente forma parte de esa venda que se ponen para no sentir el cargo de conciencia del mal que se hace; y que les duele cuando otros se lo remarcan. El 80% de las chicas prostitutas nacen en lugares marginados, excluidas de toda posibilidad de desarrollo, sin educacin, no saben leer ni escribir, la plata en gran parte queda en el prostbulo que termina esclavizndolas ellas terminan viviendo, como si fuera su casa, en un prostbulo. Te parece digno de una persona? Pero a vos te parecera bien que tu hermana o tu mam fueran prostitutas? Te das cuentaTodo forma parte de la hipocresa moral. Est bien cuando nos conviene y est mal cuando no nos conviene.

3 Ejemplo: este ejemplo es un poco ms polmico, pero en esencia es lo mismo. Se trata de la realidad del aborto. Ms all de toda discusin y polmica de estar a favor o en contra, la realidad es que desde la ciencia la vida empieza desde el momento de la concepcin, evitemos relativizar diciendo a m me parece que no, a m me parece que si etc. Sin fundamentos claros. La vida comienza en el momento de la concepcin, porque cientficamente desde ese mismo momento la clula tiene los 46 cromosomas que son los mismos que tenemos vos y yo en este momento en cada clula de nuestro cuerpo, 23 del padre y 23 de la madre. Interrumpir el embarazo, es no dejar que se desarrolle una persona, que en sentido moral sera lo mismo a matar a un chico de 2 aos porque todava no se desarroll, no tiene posibilidad de decidir racionalmente y la madre no quiere tenerlo porque da mucho trabajo, gasta mucho dinero y tiene otros planes.

Yo le explicaba esto a una amiga y ella me deca, no es una vida es un cacho de carne; una vez que le demostraba que era una vida me deca bueno no me importa, yo me lo saco Pero si le preguntamos si est bien MATAR a una persona, enseguida responden NO que hipcritas resultan ser. Y cul es el inters de fondo?... No querer hacerse cargo de un hijo no planeado, porque si les decs que lo tengan y lo den en adopcin, ellos saben que una vez que lo tienen y le vean los ojitos, el peso de la conciencia va a ser ms grande y darlo en adopcin no va a ser fcil La realidad es que no quieren hacerse cargo, por que posiblemente cambie sus planes a seguir. Quieren sacarse el problema de encima, sin responsabilizarse de nada, buscando lo mejor para uno mismo por encima del bien de los dems. Incluso de la vida de otra persona. Volvemos a lo mismo, lo malo se convierte en bueno, por un inters particular y por una conveniencia personal. (Recomiendo los powers points sobre el aborto)

4 ejemplos: resulta que en la escuela, al entregar los exmenes, el alumno mira su evaluacin, para ver si el profesor se equivoc en algo al corregir. Es curioso que cuando el profesor comete un error al corregir, y baja ms puntos de los que corresponde, enseguida protestamos y replicamos porque es injusta la nota Esto est mal? No para nada si el profesor se equivoc al corregir esta bien que enmiende el error. Sin embargo cuando el profesor se equivoca al corregir pero en vez de bajarnos nos sube puntaje, posiblemente no valla nunca a decirle al profesor que se equivoc al corregir y que debe bajarnos la nota. Te parecera de tonto ir a hablar con el profesor para que te baje la nota que no te mereces? No te parece ms mediocre que la moral se cambie segn las conveniencias de cada uno?

Por otro lado, supongamos que vamos a comprar unas verduras a las apuradas y el verdulero se equivoca al darnos el vuelto y nos dan de menos, enseguida reclamamos pero cuando nos dan de ms?... Segn qu relacin nos una con el comerciante si no es muy buena, seguramente la plata no sea devuelta a su dueo.

Estos ejemplos son sencillos, claros y concisos para darse cuenta de la hipocresa del hombre mediocre, que se miente a si mismo justificando lo injustificable, como un acto reflejo por miedo a sentir el peso de la conciencia. Tienen miedo a cambiar, a madurar, a crecer En muchos casos la gente no acta como en los ejemplos pero en muchos otros si. Por el contrario el joven idealista debe mantener una escala de principios y valores, que le permitan tener claro lo que est bien y lo que est mal. Esto no significa que no cometa errores, todos los cometemos, por supuesto yo tambin, y posiblemente ms que muchos otros. Pero el hecho est en no llamar bien a lo que est mal. La meta es aspirar al bien por ms que cueste o no se pueda alcanzar perfectamente por nuestras debilidades humanas. Desde mi experiencia lo mejor que se puede hacer es reconocer el mal que se comete y poder decir junto a la conciencia: Esto est mal As, poder arrepentirse y mirando el sentido de nuestra vida, tratar de crecer y mejorar como personas, para experimentar la felicidad de tener en paz nuestro corazn.

El hombre emplea la hipocresa para engaarse a s mismo, acaso ms que para engaar a los otros. Jaime Balmes

La hipocresa es el colmo de todas las maldades. Molire

La hipocresa y la culpa son hermanas gemelas. Manuel Tamayo Y BausV- El cinismo poltico: desfachatez revestida de hipocresa

[Fernando R. Genovs, Libertad Digital Ideas, 02/08/2005]Buena ocasin, entonces, para reflexionar sobre estos trminos hipocresa y cinismoen estos tiempos de plomo y celofn que vivimos peligrosamente, en los que la debilidad de las ideas pesa quin iba a decirlo! sobre nuestras cabezas y desorienta a tantos tontos. Tiempos en los que nada parece lo que es, envueltos como estn por el velo de la mentira y el manto de la farsa, henchidos de simulacro y afectacin. Toda esta demostracin de despropsitos es declamada pblicamente con desvergonzada arrogancia. Los ejemplos y los daos son incalculables, rivalizando cada da entre s y erigiendo una progresin del descaro.

La hipocresa pasa por ser un trmino muy antiptico y con muy mala prensa. Cierto. Pero no deberan ser stos motivos suficientes para su completa impugnacin. Aunque no se trata de un concepto por vindicar como paradigma del comportamiento prctico, tampoco es cuestin de sacudrselo de encima cual animal apestado. Se comprende esto en el momento en que nos percatamos de la funcin reguladora y civilizadora de impulsos y de salvaguardia del mbito de la interioridad que cumple en la sociedad.

Dirase, aun a riesgo de parecer provocador, que desde la perspectiva de la filosofa moral y poltica la hipocresa no se presenta slo como un "mal necesario", sino tambin como un tipo de comportamiento que, bien aprestado y dentro de un orden, desempea una funcin provechosa en la sociedad, y, si se me apura, necesaria.

La hipocresa puede asumirse, entonces, sin extravagancia ni amago de cinismo como un peaje que el hombre debe pagar por mor de la sociabilidad: "Un homenaje que el vicio rinde a la virtud" (La Rochefoucauld); esto es, el precio que demanda la civilidad al individuo a fin de garantizar la vida en comn con otros humanos. An diramos ms: un requerimiento de la civilizacin en aras de la consolidacin de formas sociales ms racionalizadas, menos sujetas a la espontaneidad y al instinto.

En la descripcin que realiza Ferdinand Tnnies de los conceptos de comunidad y asociacin (Gemeinschaft y Gesselschaft), describe el socilogo alemn el paso de la sociedad tradicional, nocin representada por la primera categora, a la sociedad moderna, contenida en la segunda. La "comunidad" representa, entre otros rasgos, el mbito humano de la manifestacin abierta e irreprimida de la sinceridad en la comunicacin humana, de la interpenetracin sentimental de los miembros del grupo, mientras que la "asociacin" comporta, tambin entre otras distinciones, la emergencia de la hipocresa como una forma de vnculo social fingido, articulado e integrador, llamado a reunir las acciones e intereses de los individuos, aunque sin afn de homogeneizarlos ni asimilarlos en un todo absorbente.

Esta circunstancia s acontece, empero, en los esquemas de comportamiento reinantes en el mundo animal, donde la naturaleza manda y dispone sin control. O en las sociedades cerradas. Con la irrupcin del mundo humano y cultural se inaugura un modo de vida, con base natural pero animado por los signos de la convencin y el artificio (la cultura). Podr tildarse de indecoroso este horizonte, mas no de inmoral.

Una regla primordial de la vida social en comn es, verbigracia, la cortesa, y, en general, los buenos modales. Consisten stos en un intercambio de cumplidos y atenciones, de seales, que buscan visualizar la preocupacin de unos por el bienestar de los otros, aunque, en realidad, y en ltima instancia, cada cual piense en s mismo y cuide de sus bienes y propiedades en libre competencia con los dems, sin otros frenos que los marcados por la ley. En sociedad uno no siempre debe decir lo que piensa. Tampoco, en rigor, sabremos plenamente qu es lo que a los dems les hace bien. En cambio, s somos capaces de barruntar con suficiente certeza qu es lo que les hace mal y daa. Esta distincin es bsica, pues el segundo indicio determina la gua principal de accin social y poltica, preferente con respecto al primero.

Supondra, con todo, un error enorme confundir la hipocresa, entendida en trminos de conveniencia social y moral, con el cinismo zafio y grosero propio de la moral alicada, a la vez que destructora. Sera asimismo una imperdonable irreverencia confundirla e implicarla con la sabia doctrina de Antstenes y Digenes. El cnico moral contemporneo, que nada tiene que ver con el clsico, es un ser ordinario, un bruto que deshonra el nombre mismo de la tica, uno de sus enemigos ms dainos. Se burla de la virtud, y su voluntad dbil no la mueve un impulso trasgresor sino la perfidia nihilista que convierte a su portador en un farsante, un falsario peligroso. En el hipcrita social no hallamos signo de mendacidad sino de adaptacin. De disimulo, pero no de simulacin.

La hipocresa no propone apropiarse de lo ajeno, ni reemplazarlo, ni ponerse en el lugar del otro, sino ganarse lo propio, afirmar su voluntad e inters en concurrencia con los de los dems. El hipcrita acepta las reglas de juego que rigen en la vida en comn, una de las cuales, tal vez la ms provechosa, dictamina que a los hombres hay que instruirlos y, en ltima instancia, soportarlos, jams ultrajarlos (Marco Aurelio). Ensea, pues, las cartas en ese juego que es la civilidad, y no se oculta, pero, claro est, juega sus cartas. Sabe que la virtud es superior al vicio, pero tambin que aqulla no siempre se impone, ni tal vez deba hacerlo. En este punto, la prudencia y la discrecin superan en virtuosidad a la cruda franqueza, la abierta sinceridad y la ciega interpenetracin humana. Y acaso engaan menos que stas.

La Rochefoucauld coloc en el encabezamiento de sus reflexiones morales, sus Mximas, el siguiente lema: "Nuestras virtudes no son, a menudo, sino vicios disfrazados". No se vea aqu tampoco asomo alguno de cinismo, sino un sutil conocimiento de la naturaleza humana y de la sociedad, el juicio de quien tanto le repugna la brbara procacidad como le perturba la spera sinceridad; ambas conductas, sin duda, difcilmente soportables.

La observadora y curiosa hipocresa poco tiene que ver con el impdico y falso cinismo. La hipocresa apunta a una representacin medida, ordenada y represe bien en esto socialmente convenida, que repercute, directa o indirectamente, en una prctica beneficiosa, no forzosamente benefactora. El cinismo implica, por el contrario, una exaltacin indisimulada de improbidad, de prctica maliciosa y de doblez. Ocurre que el hipcrita no alardea de su incorreccin, sino que tiende al ocultamiento y a la circunspeccin. El cnico, en cambio, presume de lo que sabe que es impostor o pretendido. Sobre todo, el cnico poltico.VI- El hombre mediocre Jos Ingenieros

I. LA MORAL DE TARTUFOLa hipocresa es el arte de amordazar la dignidad; ella hace enmudecer los escrpulos en los hombres incapaces de resistir la tentacin del mal. Es falta de virtud para renunciar a ste y de coraje para asumir su responsabilidad. Es el guano que fecundiza los temperamentos vulgares, permitindoles prosperar en la mentira: como esos rboles cuyo ramaje es ms frondoso cuando crecen a inmediaciones de las cinagas.

Hiela, donde ella pasa, todo noble germen de ideal: zarzagn del entusiasmo. Los hombres rebajados por la hipocresa viven sin ensueo, ocultando sus intenciones, enmascarando sus sentimientos, dando saltos como el eslizn; tienen la certidumbre ntima, aunque inconfesa, de que sus actos son indignos, vergonzosos, nocivos, arrufianados, irredimibles. Por eso es insolvente su moral: implica siempre una simulacin.

Ninguna fe impulsa a los hipcritas; no sospechan el valor de las creencias rectilneas. Esquivan la responsabilidad de sus acciones, son audaces en la traicin y tmidos en la lealtad. Conspiran y agreden en la sombra, escamotean vocablos ambiguos, alaban con reticencias ponzoosas y difaman con afelpada suavidad. Nunca lucen un galardn inconfundible: cierran todas las rendijas de su espritu por donde podra asomar desnuda su personalidad, sin el ropaje social de la mentira.

En su anhelo simulan las aptitudes y cualidades que consideran ventajosas para acrecentar la sombra que proyectan en su escenario. As como los ingenios exiguos mimetizan el talento intelectual, embalumndose de refinados artilugios y defensas, los sujetos de moralidad indecisa parodian el talento moral, oropelando de virtud su honestidad inspida. Ignoran el veredicto del propio tribunal interior; persiguen el salvoconducto otorgado por los cmplices de sus prejuicios convencionales.

El hipcrita suele aventajarse de su virtud fingida, mucho ms que el verdadero virtuoso. Pululan hombres respetados en fuerza de no descubrrseles bajo el disfraz; bastara penetrar en la intimidad de sus sentimientos, un solo minuto, para advertir su doblez y trocar en desprecio la estimacin. El psiclogo reconoce al hipcrita; rasgos hay que distinguen al virtuoso del simulador, pues mientras ste es un cmplice de los prejuicios que fermentan en su medio, aqul posee algn talento que le permite sobreponerse a ellos.

Todo apetito numulario despierta su acucia y le empuja a descubrirse. No retrocede ante las arteras, es fcil a los besamanos femeninos, sabre oliscar el deseo de los amos, se da al mejor oferente, prospera a fuerza de maraas. Triunfa sobre los sinceros, toda vez que el xito estriba en aptitudes viles: el hombre leal es con frecuencia su vctima. Cada Scrates encuentra su Mlitos y cada Cristo su Judas.

La hipocresa tiene matices. Si el mediocre moral se aviene a vegetar en la penumbra, no cabe bajo el escalpelo del psiclogo: su vicio es un simple reflejo de mentiras que infestan la moral colectiva. Su culpa comienza cuando intenta agitarse dentro de su basta condicin, pretendiendo igualarse a los virtuosos. Chapaleando en los muladares de la intriga, su honestidad se mancilla y se encanalla en pasiones innoblemente desatadas. Trnase capaz de todos los rencores. Supone simplemente honesto, como l, a todo santo o virtuoso; no descansa en amenguar sus mritos. Intenta igualar abajo, no pudiendo hacerlo arriba. Persigue a los caracteres superiores, pretende confundir sus excelencias con las propias mediocridades, desahoga sordamente una envidia que no confiesa, en la penumbra, ensalobrndose, babeando si morder, mintiendo sumisin y amor a los mismos que detesta y carcome. Su malsinidad est inquietada con escrpulos que le obligan a avergonzarse en secreto; descubrirle es el ms cruel de los suplicios. Es su castigo.

El odio es loable si lo comparamos con la hipocresa. En ello se distinguen la subrepticia medrosidad del hipcrita y la adamantina lealtad del hombre digno. Alguna vez ste se encrespa y pronuncia palabras que son un estigma o un epitafio; su rugido es la luz de un relmpago fugaz y no deja escorias en su corazn, se desahoga por un gesto violento, sin envenenarle. Las naturalezas viriles poseen un exceso de fuerza plstica cuya funcin regeneradora cura prontamente las hondas heridas y trae el perdn. La juventud tiene entre sus preciosos atributos la incapacidad de dramatizar largo tiempo las pasiones malignas; el hombre que ha perdido la aptitud de borrar sus odios est ya viejo, irreparablemente. Sus heridas son tan imborrables como sus canas. Y como stas, puede teirse el odio: la hipocresa es la tintura de esas canas morales.

Sin fe en creencia alguna, el hipcrita profesa las ms provechosas. Atafagado por preceptos que entiende mal, su moralidad parece un pelele hueco; por eso, para conducirse, necesita la muleta de alguna religin. Prefiere las que afirman la existencia del purgatorio y ofrecen redimir las culpas por dinero. Esa aritmtica de ultratumba le permite disfrutar ms tranquilamente los beneficios de su hipocresa; su religin es una actitud y no un sentimiento. Por eso suele exagerarla: es fantico. En los santos y en los virtuosos, la religin y la moral pueden correr parejas; en los hipcritas, la conducta baila en comps distinto del que marcan los mandamientos.

Las mejores mximas tericas pueden convertirse en acciones abominables; cuanto ms se pudre la moral prctica, tanto mayor es el esfuerzo por rejuvenecerla con harapos de dogmatismo. Por eso es declamatoria y suntuosa la retrica de Tartufo, arquetipo del gnero, cuya creacin pone a Molire entre los ms geniales psiclogos de todos los tiempos. No olvidemos la historia de ese oblicuo devoto a quien el sincero Orgon recoge piadosamente y que sugestiona a toda su familia. Cleanto, un joven, se atreve a desconfiar de l; Tartufo consigue que Orgon expulse de su hogar a ese mal hijo y se hace legar sus bienes. Y no basta: intenta seducir a la consorte de su husped. Para desenmascarar tanta infamia, su esposa se resigna a celebrar con Tartufo una entrevista, a la que Orgon asiste oculto. El hipcrita, creyndose solo, expone los principios de su casustica perversa; hay acciones prohibidas por el cielo, pero es fcil arreglar con l estas contabilidades; segn convenga pueden aflojarse las ligaduras de la conciencia, rectificando la maldad de los actos con la pureza de las doctrinas. Y para retratarse de una vez, agrega:

En fin, votre scrupule est facile dtruire:

Vous tes assure ici d'un plein secret,

Et le anal n'est jamais que dans l'clat qu'on fait; Le

scandale du monde est ce que fait l'offenre

Et ce n'est pas pcher que pcher en silence.[1]

sa es la moral de la hipocresa jesutica, sintetizada en cinco versos, que son su pentateuco.

La del hombre virtuoso es otra: est en la intencin y en el fin de las acciones, en los hechos mejor que en las palabras, en la conducta ejemplar y no en la oratoria untuosa. Scrates y Cristo fueron virtuoso, contra la religin de su tiempo; los dos murieron a planos de fanatismos que estaban ya divorciados de toda moral. La santidad est siempre fuera de la hipocresa colectiva. La exageracin materialista de las ceremonias suele coincidir con la aniquilacin de todos los idealismos en las naciones y en las razas; la historia la seala en la decadencia de las castas gobernantes y dice que el loyolismo apuntala siempre su degeneracin moral. En esas horas de crisis, la fe agoniza en, el fanatismo decrpito y alienta formidablemente en los ideales que renacen frente a l, irrespetuosos, demoledores, aunque predestinados con frecuencia a caer en nuevos fanatismos y a oponerse a ideales venideros.

El hipcrita est constreido a guardar las apariencias, con tanto afn como pone el virtuoso en cuidar sus ideales. Conoce de memoria los pasajes pertinentes del Sartor Resartus; por ellos admira a Carlyle, tanto como otros por su culto a Los hroes. El respeto de las formas hace que los hipcritas de cada poca y pas adquieran rasgos comunes; hay una "manera" peculiar que trasunta el tartufismo en todos sus adeptos, como hay "algo" que denuncia el parentesco entre los afiliados a una tendencia artstica o escuela literaria. Ese estigma comn a los hipcritas, que permite reconocerlos no obstante los matices individuales impuestos por el rango o la fortuna, es su profunda animadversin a la verdad.

La hipocresa es ms honda que la mentira: sta puede ser accidental, aqulla es permanente. El hipcrita transforma su vida entera en una mentira metdicamente organizada. Hace lo contrario de lo que dice, toda vez que ello le reporte un beneficio inmediato; vive traicionando con sus palabras, como esos poetas que disfrazan con largas crenchas la cortedad de su inspiracin. El hbito de la mentira paraliza los labios del hipcrita cuando llega la hora de pronunciar una verdad.

As como la pereza es la clave de la rutina y la avidez es mvil del servilismo, la mentira es el prodigioso instrumento de la hipocresa. Nunca ha escuchado la Humanidad palabras ms nobles que algunas de Tartufo; pero jams un hombre ha producido acciones ms disconformes con ellas. Sea cual fuere su rango social, en la privanza o en la proscripcin, en la opulencia o en la miseria, el hipcrita est siempre dispuesto a adular a los poderosos y a engaar a los humildes, mintiendo a entrambos. El que se acostumbra a pronunciar palabras falsas, acaba por faltar a la propia sin repugnancia, perdiendo toda nocin de lealtad consigo mismo. Los hipcritas ignoran que la verdad es la condicin fundamental de la virtud. Olvidan la sentencia multisecular de Apolonio: "De siervos es mentir, de libres decir verdad". Por eso el hipcrita est predispuesto a adquirir sentimientos serviles. Es el lacayo de los que le rodean, el esclavo de mil amos, de un milln de amos, de todos los cmplices de su mediocridad.

El que miente es traidor: sus vctimas le escuchan suponiendo que dice la verdad. El mentiroso conspira contra la quietud ajena, falta al respeto a todos, siembra la inseguridad y la desconfianza. Con mirar ojizaino persigue a los sinceros, creyndolos sus enemigos naturales. Aborrece la sinceridad. Dice que ella es la fuente de escndalo y anarqua, como si pudiera culparse a la escoba de que exista la suciedad.

En el fondo sospecha que el hombre sincero es fuerte e individualista. fincando en ello su altivez inquebrantable, pues su oposicin a la hipocresa es una actitud de resistencia al mal que le acosa por todas partes. Se defiende contra la domesticacin v el descenso comn. Y dice su verdad como puede, cuando puede, donde puede. Pero la sabe decir. Muchos santos ensearon a morir por ella.

El disfraz sirve al dbil; slo se finge lo que se cree no tener. Hablan ms de la nobleza los nietos de truhanes; la virtud suele danzar en labios desvergonzados; la altivez sirve de estribillo a los envilecidos; la caballerosidad es la ganza de los estafadores; la temperancia figura en el catecismo de los viciosos. Suponen que de tanto oropel se adherir alguna partcula a su sombra. Y, en efecto, sta se va modificando en la constante labor; la mscara es benfica en las mediocracias contemporneas, mager los que la usen carezcan de autoridad moral ante los hombres virtuosos. stos no creen al hipcrita, descubierto una vez; no le creen nunca. ni pueden dejar de creerle cuando sospechan que miente: quien es desleal con la verdad no tiene por qu ser leal con la mentira.

El hbito de la ficcin desmorona a los caracteres hipcritas, vertiginosamente, como si cada nueva mentira los empujara hacia el precipicio; nada detiene a una avalancha en la pendiente. Su vida se polariza en esa abyecta honestidad por clculo que es simple sublimacin del vicio. El culto de las apariencias lleva a desdear la realidad. El hipcrita no aspira a ser virtuoso, sino a parecerlo; no admira intrnsecamente la virtud, quiere ser contado entre los virtuosos por las prebendas y honores que tal condicin puede reportarle. Faltndole la osada de practicar el mal, a que est inclinado, contntase con sugerir que oculta sus virtudes por modestia; pero jams consigue usar con desenvoltura el antifaz. Sus manejos asoman por alguna parte, como las clsicas orejas bajo la corona de Midas. La virtud y el mrito son incompatibles con el tartufismo; la observacin induce a desconfiar de las virtudes misteriosas. Ya enseaba Horacio que "la virtud oculta difiere poco de la oscura holgazanera" (Od. IV, 9, 29).

No teniendo valor para la verdad es imposible tenerlo para la justicia. En vano los hipcritas viven jactndose de una gran ecuanimidad y procurando prestigios catonianos: su prudente cobarda les impide ser jueces toda vez que puedan comprometerse con un fallo. Prefieren tartajear sentencias bilaterales y ambiguas, diciendo que hay luz y sombra en todas las cosas; no lo hacen, empero, por filosofa, sino por incapacidad de responsabilizarse de sus juicios. Dicen que stos deben ser relativos, aunque en lo ntimo de su mollera creen infalibles sus opiniones. No osan proclamar su propia suficiencia; prefieren avanzar en la vida sin ms brjula que el xito, ofreciendo el flanco y bordejeando, esquivos a poner la proa hacia el ms leve obstculo. Los hombres rectos son objeto de su acendrado rencor, pues con su rectitud humillan a los oblicuos; pero stos no confiesan su cobarda y sonren servilmente a las miradas que los torturan, aunque sienten el vejamen: se contraen a estudiar los defectos de los hombres virtuosos para filtrar prfidos venenos en el homenaje que a todas horas estn obligados a tributarles. Difaman sordamente; traicionan siempre, como los esclavos, como los hbridos que traen en las venas sangre servil. Hay que temblar cuando sonren: vienen tanteando la empuadura de algn estilete oculto bajo su capa.

El hipcrita entibia toda amistad con sus dobleces: nadie puede confiar en su ambigedad recalcitrante. Da por da afloja sus anastomosis con las personas que le rodean; su sensibilidad escasa impdele caldearse en la ternura ajena y. su afectividad va palideciendo como una planta que no recibe sol, agostado el corazn en un invierno prematuro. Slo piensa en s mismo, y sa es su pobreza suprema. Sus sentimientos se marchitan en los invernculos de la mentira y de la vanidad. Mientras los caracteres dignos crecen en un perpetuo olvido de su ayer y piensan en cosas nobles para su maana, los hipcritas se repliegan sobre si mismos, sin darse, sin gastarse, retrayndose, atrofindose. Su falta de intimidades les impide toda expansin, obsesionados por el temor de que su conciencia moral asome a la superficie. Saben que bastara una leve brisa para descorrer su liviansimo velo de virtud. No pudiendo confiar en nadie, viven cegando las fuentes de su propio corazn: no sienten la raza, la patria, la clase, la familia, ni la amistad, aunque saben mentirlas para explotarlas mejor. Ajenos a todo y a todos, pierden el sentimiento de la solidaridad social, hasta caer en srdidas caricaturas del egosmo. El hipcrita mide su generosidad por las ventajas que de ella obtiene; concibe la beneficencia como una industria lucrativa para su reputacin. Antes de dar, investiga si tendr notoriedad su donativo; figura en primera lnea en todas las suscripciones pblicas, pero no abrira su mano en la sombra. Invierte su dinero en un bazar de caridad, como si comprara acciones de una empresa; eso no le impide ejercer la usura en privado o sacar provecho del hambre ajena.

Su indiferencia al mal del prjimo puede arrastrarle a complicidades indignas. Para satisfacer alguno de sus apetitos no vacilar ante grises intrigas, sin preocuparse de que ellas tengan consecuencias imprevistas. Una palabra del hipcrita basta para enemistar a dos amigos o para distanciar a dos amante. Sus armas son poderosas por lo invisibles; con una sospecha falsa puede envenenar una felicidad, destruir una armona, quebrar, una concordancia. Su apego a la mentira le hace acoger benvolamente cualquier infamia, desenvolvindola hasta lo infinito, subterrneamente, sin ver el rumbo ni medir cun hondo, tan irresponsable como esas alimaas que cavan al azar sus madrigueras, cortando las races de las flores ms delicadas.

Indigno de la confianza ajena, el hipcrita vive desconfiando de todos, hasta caer en el supremo infortunio de la susceptibilidad. Un terror ansioso le acoquina frente a los hombres sinceros, creyendo escuchar en cada palabra un reproche merecido; no hay en ello dignidad, sino remordimiento. En vano pretendera engaarse a s mismo, confundiendo la susceptibilidad con la delicadeza; aqulla nace del miedo y sta es hija del orgullo.

Difieren como la cobarda y la prudencia, como el cinismo y la sinceridad. La desconfianza del hipcrita es una caricatura de la delicadeza del orgulloso. Este sentimiento puede tornar susceptible al hombre de mritos excelente toda vez que desdea dignidades cuyo precio es el servilismo y cuyo camino es la adulacin; el hombre digno exige entonces respeto para ese valor moral que no manifiesta por los modos vulgares de la protesta estril, pero ello le aparta para siempre de los hipcritas domesticados. Es raro el caso. Frecuentsima es, en cambio, la susceptibilidad del hipcrita, que teme verse desenmascarado por los sinceros.

Sera extrao que conservara esa delicadeza, nica sobreviviente al naufragio de las dems. El hbito de fingir es incompatible con esos matices del orgullo; la mentira es opaca a cualquier resplandor de dignidad. La conducta de los tartufos no puede conservarse adamantina; los expedientes equvocos se encadenan hasta ahogar los ltimos escrpulos. A fuerza de pedir a los dems sus prejuicios, endeudndose moralmente con la sociedad, pierden el temor de pedir otros favores y bienes materiales, olvidando que las deudas torpemente acumuladas esclavizan al hombre. Cada prstamo no devuelto es un nuevo eslabn remachado a su cadena; se les hace imposible vivir dignamente en una ciudad donde hay calles que no pueden cruzar y entre personas cuya mirada no sabran sostener. La mentira y la hipocresa convergen a estos renunciamientos, quitando al hombre su independencia. Las deudas contradas por vanidad o por vicio obligan a fingir y engaar; el que las acumula renuncia a toda dignidad.

Hay otras consecuencias del tartufismo. El hombre dctil a la intriga se priva del cario ingenuo. Suele tener cmplices, pero no tiene amigos; la hipocresa no ata por el corazn, sino por el inters. Los hipcritas, forzosamente utilitarios y oportunistas, estn siempre dispuestos a traicionar sus principios en homenaje a un beneficio inmediato; eso les veda la amistad con espritus superiores. El gentil hombre tiene siempre un enemigo en ellos, pues la reciprocidad de sentimientos slo es posible entre iguales; no puede entregarse nunca a su amistad, pues acecharn la ocasin para afrentarlo con alguna infamia, vengando su propia inferioridad. La Bruyre escribi una mxima imperecedera: "En la amistad desinteresada hay placeres que no pueden alcanzar los que nacieron mediocres"; stos necesitan cmplices, buscndolos entre los que conocen esos secretos resortes descritos como una simple solidaridad en el mal. Si el hombre sincero se entrega, ellos aguardan la hora propicia para traicionarlo; por eso la amistad es difcil para los grandes espritus y stos no prodigan su intimidad cuando se elevan demasiado sobre el nivel comn. Los hombres eminentes necesitan disponer de infinita sensibilidad y tolerancia para entregarse; cuando lo hacen, nada pone lmites a su ternura y devocin. Entre nobles caracteres la amistad crece despacio y prospera mejor cuando arraiga en el reconocimiento de los mritos recprocos; entre hombres vulgares crece inmotivadamente, pero permanece raqutica, fundndose a menudo en la complicidad del vicio o de la intriga. Por eso la poltica puede crear cmplices, pero nunca amigos; muchas veces lleva a cambiar stos por aqullos, olvidando que cambiarlos con frecuencia equivale a no tenerlos. Mientras en los hipcritas las complicidades se extinguen con el inters que las determina, en los caracteres leales la amistad dura tanto como los mritos que la inspiran.

Siendo desleal, el hipcrita es tambin ingrato. Invierte las frmulas del reconocimiento: aspira a la divulgacin de los favores que hace, sin ser por ello sensible a los que recibe. Multiplica por mil lo que da y divide por un milln lo que acepta. Ignora la gratitud virtud de elegidos-, inquebrantable cadena remachada para siempre en los corazones sensibles por los que saben dar a tiempo y cerrando los ojos. A veces resulta ingrato sin saberlo, por simple error de su contabilidad sentimental. Para evitar la ingratitud ajena slo se le ocurre no hacer el bien: cumple su decisin sin esfuerzo, limitndose a practicar sus formas ostensibles, en la proporcin que puede convenir a su sombra. Sus sentimientos son otros: el hipcrita sabe que puede seguir siendo honesto aunque practique el mal con disimulo y con desenfado la ingratitud.

La psicologa de Tartufo sera incompleta si olvidramos que coloca en lo ms hermtico de sus tabernculos todo lo que anuncia el florecer de pasiones inherentes a la condicin humana. Frente al pudor instintivo, casto por definicin, los hipcritas han organizado un pudor convencional, impdico y corrosivo. La capacidad de amar, cuyas efervescencias santifican la vida misma, eternizndola, les parece inconfesable, como si el contacto de dos bocas amantes fuera menos natural que el beso del sol cuando enciende las corolas de las flores. Mantienen oculto y misterioso todo lo concerniente al amor, como si el convertirlo en delito no acicateara la tentacin de los castos; pero esa pudibundez visible no les prohibe ensayar invisiblemente las abyecciones ms torpes. Se escandalizan de la pasin sin renunciar al vicio, limitndose a disfrazarlo o encubrirlo. Encuentran que el mal no est en las cosas mismas, sino en las apariencias, formndose una moral para s y otra para los dems, como esas casadas que presumen de honestas aunque tengan tres amantes y repudian a la doncella que ama a un solo hombre sin tener marido.

No tiene lmites esta escabrosa frontera de la hipocresa. Celosos catones de las costumbres, persiguen las ms puras exhibiciones de belleza artstica. Pondran una hoja de parra en la mano de la Venus Medicea, como otrora injuriaron telas y estatuas para velar las ms divinas desnudeces de Grecia y del Renacimiento. Confunden la castsima armona de la belleza plstica con la intencin obscena que los asalta al contemplarla. No advierten que la perversidad est siempre en ellos, nunca en la obra de arte. El pudor de los hipcritas es la peluca de su calvicie moral.

II. EL HOMBRE HONESTOLa mediocridad moral es impotencia para la virtud la cobarda para el vicio. Si hay mentes que parecen maniques articulados con rutinas, abundan corazones semejantes a mongolfieras infladas de prejuicios. El hombre honesto puede temer el crimen sin admirar la santidad: es incapaz de iniciativa para entrambos. La garra del pasado sele el corazn, estrujndole en germen todo anhelo de perfeccionamiento futuro. Sus prejuicios son los documentos arqueolgicos de la psicologa social: residuos de virtudes crepusculares, supervivencias de morales extinguidas.

Las mediocracias de todos los tiempos son enemigas del hombre virtuoso: prefieren al honesto y lo encumbran como ejemplo. Hay en ello implcito un error, o mentira, que conviene disipar. Honestidad no es virtud, aunque tampoco sea vicio. Se puede ser honesto sin sentir un afn de perfeccin; sobra para ello con no ostentar el mal, lo que no basta para ser virtuoso. Entre el vicio, que es una acra, y la virtud, que es una excelencia, flucta la honestidad.

La virtud eleva sobre la moral corriente: implica cierta aristocracia del corazn, propia del talento moral; el virtuoso se anticipa a alguna forma de perfeccin futura y le sacrifica los automatismos consolidados por el hbito.

El honesto, en cambio, es pasivo, circunstancia que le asigna un nivel moral superior al vicioso, aunque permanece por debajo de quien practica activamente alguna virtud y orienta su vida hacia algn ideal. Limitndose a respetar los prejuicios que le asfixian, mide la moral con el doble decmetro que usan sus iguales, a cuyas fracciones resultan irreducibles las tendencias inferiores de los encanallados y las aspiraciones conspicuas de los virtuosos.

Si no llegara a asimilar los prejuicios, hasta saturarse de ellos, la sociedad le castigara como delincuente por su conducta deshonesta: si pudiera sobreponrseles, su talento moral ahondara surcos dignos de imitarse. La mediocridad est en no dar escndalo ni servir de ejemplo.

El hombre honesto puede practicar acciones cuya indignidad sospecha, toda vez que a ello se sienta constreido por la fuerza de los prejuicios, que son obstculos con que los hbitos adquiridos estorban a las variaciones nuevas. Los actos que ya son malos en el juicio original de los virtuosos, pueden seguir siendo buenos ante la opinin colectiva. El hombre superior practica la virtud tal como la juzga, eludiendo los prejuicios que acoyundan a la masa honesta; el mediocre sigue llamando bien a lo que ya ha dejado de serlo, por incapacidad de entrever el bien del porvenir. Sentir con el corazn de los dems equivale a pensar con cabeza ajena.

La virtud suele ser un gesto audaz, como todo lo original; la honestidad es un uniforme que se endosa resignadamente. El mediocre teme a la opinin pblica con la misma obsecuencia con que el zascandil teme al infierno; nunca tiene la osada de ponerse en contra de ella, y menos cuando la apariencia del vicio es un peligro nsito en toda virtud no comprendida. Renuncia a ella por los sacrificios que implica.

Olvida que no hay perfeccin sin esfuerzo: slo pueden mirar al sol de frente los que osan clavar su pupila sin temer la ceguera. Los corazones menguados no cosechan rosas en su huerto, por temor a las espinas; los virtuosos saben que es necesario exponerse a ellas para recoger las flores mejor perfumadas.

El honesto es enemigo del santo, como el rutinario lo es del genio; a ste le llama "loco" y al otro lo juzga "amoral". Y se explica: los mide con su propia medida, en que ellos no caben. En su diccionario, "cordura" y "moral" son los nombres que l reserva a sus propias cualidades. Para su moral de sombras, el hipcrita es honesto; el virtuoso y el santo, que la exceden, parcenle "amorales", y con esta calificacin les endosa veladamente cierta inmoralidad...

Hombres de pacotilla, diranse hechos con retazos de catecismos y con sobras de vergenza: el primer oferente los puede comprar a bajo precio. A menudo mantinense honestos por conveniencia; algunas veces por simplicidad, si el prurito de la tentacin no inquieta su tontera. Ensean que es necesario ser como los dems; ignoran que slo es virtuoso el que anhela ser mejor. Cuando nos dicen al odo que renunciemos al ensueo e imitemos al rebao, no tienen valor de aconsejarnos derechamente la apostasa del propio ideal para sentarnos a rumiar la merienda comn.

La sociedad predica: "no hagas mal y sers honesto". El talento moral tiene otras exigencias: "persigue una perfeccin y sers virtuoso". La honestidad est al alcance de todos; la virtud es de pocos elegidos. El hombre honesto aguanta el yugo a que le uncen sus cmplices; el hombre virtuoso se eleva sobre ellos con un golpe de ala.

La honestidad es una industria; la virtud excluye el clculo. No hay diferencia entre el cobarde que modera sus acciones por miedo al castigo y el codicioso que las activa por la esperanza de una recompensa; ambos llevan en partida doble sus cuentas corrientes con los prejuicios sociales. El que tiembla ante un peligro o persigue una prebenda es indigno de nombrar la virtud: por sta se arriesgan a la proscripcin o la miseria. No diremos por eso que el virtuoso es infalible. Pero la virtud implica una capacidad de rectificaciones espontneas, el reconocimiento leal de los propios errores como una leccin para s mismo y para los dems, la firme rectitud de la conducta ulterior. El que paga una culpa con muchos aos de virtud, es como si no hubiera pecado: se purifica. En cambio, el mediocre no reconoce sus yerros ni se avergenza de ellos, agravndolos con el impudor, subrayndolos con la reincidencia, duplicndolos con el aprovechamiento de los resultados.

Predicar la honestidad sera excelente si ella no fuera un renunciamiento a la virtud, cuyo norte es la perfeccin incesante. Su elogio empaa el culto de la dignidad y es la prueba ms segura del descenso moral de un pueblo. Encumbrando al intrlope se afrenta al severo; por el tolerable se olvida al ejemplar. Los espritus acomodaticios llegan a aborrecer la firmeza y la lealtad a fuerza de medrar con el servilismo y la hipocresa.

Admirar al hombre honesto es rebajarse; adorarlo es envilecerse. Stendhal reduca la honestidad a una simple forma de miedo; conviene agregar que no es un miedo al mal en s mismo, sino a la reprobacin de los dems; por eso es compatible con una total ausencia de escrpulos para todo acto que no tenga sancin expresa o pueda permanecer ignorado. "J'ai vu le fond de ce qu'on appelle les honntes gens: c'est hideux", deca Talleyrand, preguntndose qu sera de tales sujetos si el inters o la pasin entraran en juego. Su temor del vicio y su impotencia para la virtud se equivalen. Son simples beneficiarios de la mediocridad moral que les rodea. No son asesinos, pero no son hroes; no roban, pero no dan media capa al desvalido; no son traidores, pero no son leales; no asaltan en descubierto, pero no defienden al asaltado; no violan vrgenes, pero no redimen cadas; no conspiran contra la sociedad, pero no cooperan al comn engrandecimiento.

Frente a la honestidad hipcrita -propia de mentes rutinarias y de caracteres domesticados-, existe una herldica moral cuyos blasones son la virtud y la santidad. Es la anttesis de la tmida obsecuencia a los prejuicios que paraliza el corazn de los temperamentos vulgares y degenera en esa apoteosis de la frialdad sentimental que caracteriza la irrupcin de todas las burguesas. La virtud quiere fe, entusiasmo, pasin, arrojo: de ellos vive. Los quiere en la intencin y en las obras. No hay virtud cuando los actos desmienten las palabras, ni cabe nobleza donde la intencin se arrastra. Por eso la mediocridad moral es ms nociva en los hombres conspicuos y en las clases privilegiadas. El sabio que traiciona su verdad, el filsofo que vive fuera de su moral y el noble que deshonra su cuna, descienden a la ms ignominiosa de las villanas; son menos disculpables que el truhn encenagado en el delito. Los privilegios de la cultura y del nacimiento imponen al que los disfruta una lealtad ejemplar para consigo mismo. La nobleza que no est en nuestro afn de perfeccin es intil que perdure en ridculos abolengos y pergaminos; noble es el que revela en sus actos un respeto por su rango y no el que alega su alcurnia para justificar actos innobles. Por la virtud, nunca por la honestidad, se miden los valores de la aristocracia moral.

Hipocresa - Ruben Blades

La sociedad se desintegra.

Cada familia en pie de guerra.

La corrupcin y el desgobierno

hacen de la ciudad un infierno.

Gritos y acusaciones,

mentiras y traiciones,

hacen que la razn desaparezca.

Nace la indiferencia,

se anula la conciencia,

y no hay ideal que no se desvanezca.

Y todo el mundo jura que no entiende

por qu sus sueos hoy se vuelven mierda.

Y me hablan del pasado en el presente,

culpando a los dems por el problema

de nuestra comn hipocresa.

El corazn se hace trinchera.

Su lema es slvese quien pueda

Y as, la cara del amigo

se funde en la del enemigo.

Los medios de informacin

aumentan la confusin,

y la verdad es mentira y viceversa.

Nuestra desilusin

crea desesperacin,

y el ciclo se repite con ms fuerza.

Y perdida entre la cacofona

se ahoga la voluntad de un pueblo entero.

Y entre el insulto y el Ave Mara,

no distingo entre preso y carcelero,

adentro de la hipocresa!

Ya no hay Izquierdas ni Derechas:

slo hay excusas y pretextos

Una retrica maltrecha,

para un planeta de ambidextros.

No hay unin familiar,

ni justicia social,

ni solidaridad con el vecino.

De all es que surge el mal,

y el abuso oficial

termina por cerrarnos el camino.

Y todo el mundo insiste que no entiende

por qu los sueos de hoy se vuelven mierda.

Y hablamos del pasado en el presente,

dejando que el futuro se nos pierda,

viviendo entre la hipocresa.Nos barracos da cidade Gilberto Gil

Nos barracos da cidade

Ningum mais tem iluso

No poder da autoridade

De tomar a deciso

E o poder da autoridade

Se pode no faz questo

Mas se faz questo nao consegue enfrentar o tubaro

Gente estpida!

Gente hipcrita!

E o governador promete,

Mas o sistema diz no

Os lucros so muito grandes,

Grandes... ie, ie

E ningum quer abrir mo, no

Mesmo uma pequena parte

J seria a soluo

Mas a usura dessa gente

J virou um aleijo15