historia argentina

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El botín y las culturas de la guerra en el espacio litoral rioplatense Raúl Osvaldo Fradkin et Silvia Ratto 1El movimiento revolucionario que se inició en Buenos Aires en mayo de 1810 tuvo enormes dificultades para hacerse obedecer en el litoral rioplatense. Tras una corta confrontación, Asunción se separó de la capital mientras que la contrarrevolución quedó confinada a Montevideo hasta su rendición en 1814. Para entonces, el movimiento revolucionario estaba dividido en dos alas en guerra abierta, el Directorio asentado en Buenos Aires y la Liga de los Pueblos Libres liderada por José G. Artigas caudillo de la Banda Oriental que extendió su influencia por las provincias del Litoral rioplatense. A estas confrontaciones se sumaron las invasiones portuguesas de 1811 y 1816 y las intervenciones de diversos grupos indígenas que en ocasiones forjaron alianzas con los bandos en pugna. Este artículo se propone indagar las formas culturales que se fueron forjando durante estas confrontaciones focalizando la atención en un conjunto de prácticas y concepciones que tornaron legítimo el derecho al botín. A través de ellas, una pluralidad de actores definió la identidad de sus enemigos, forzaron el alineamiento político de las poblaciones, sostuvieron a sus fuerzas y canalizaron las tensiones entre grupos sociales y étnicos. La exposición estará dividida en dos partes: en la primera se analizarán las formas que adoptó la lucha por el botín en la sociedad hispano- criolla regional durante la primera década revolucionaria y en la segunda las que imperaron en sus fronteras con los pueblos indígenas no sometidos del Chaco. 2Las prácticas de apropiación y distribución del botín fueron desarrolladas por la pluralidad de actores por lo que resulta conveniente inscribirlas en sus lógicas culturales específicas y atender a su diversidad. La apropiación del botín no era una novedad, formaba parte de la cultura de guerra y era reconocida como legítima por el Derecho de Gentes1. Se trataba, además, de un componente característico de las tradiciones guerreras regionales forjadas durante las confrontaciones contra los portugueses y los indios independientes2. Por otra parte, esas experiencias también signaron las relaciones interétnicas en las fronteras, la estructuración política de los grupos indígenas independientes y la materialización ideológica de sus prácticas guerreras3. Durante la era revolucionaria estas prácticas adquirieron nuevos significados según el contexto. El área misionera, cuya economía ya había entrado en crisis a mediados de siglo XVIII, quedó devastada y el sistema de reducciones desintegrado. Las tierras situadas más al sur – sobre todo la Banda Oriental y Entre Ríos que a fines del período colonial habían sido escenario de una primera expansión de la ganadería de exportación – vieron colapsar su economía mientras Santa Fe se empobrecía aprisionada por la estrechez de sus fronteras. Solo Buenos Aires, que no fue un frente de guerra, emergió de la crisis revolucionaria transformándose en el principal distrito ganadero4. El botín y las culturas de la guerra en la sociedad regional hispanocriolla 3La crisis de 1810 convirtió a Buenos Aires en la sede del poder revolucionario y a Montevideo en el bastión regional de la contrarrevolución. Durante varios meses ambas ciudades se disputaron el control de los pueblos del litoral pero una vez producida la insurrección de la campaña oriental la resistencia regentista quedó confinada a Montevideo. Desde entonces, la confrontación adoptó tres formas principales: la disputa por los recursos ganaderos, el sitio de Montevideo y las incursiones de pillaje de su flotilla sobre las poblaciones ribereñas de los ríos Paraná y Uruguay. 4La prensa de Buenos Aires convirtió la denuncia de estas acciones de pillaje en un tópico recurrente e informaba puntillosamente los asaltos que se cometían a los pueblos y estancias de la costa norte bonaerense destacando particularmente el saqueo de las parroquias 5. La documentación producida en Montevideo confirmaba la misma situación: los insurgentes procedían «al robo, saqueo, arresto y seguridad de todos los Europeos» de modo que «todo individuo de dha [sic] Campaña sin distinción de personas por el mero hecho de ser Europeo (pues debemos asentar por principio qe [sic] la guerra es solam.te [sic] declarada a los de esta clase) es tratado como delincuente»6.

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El botín y las culturas de la guerra en el espacio litoral rioplatenseRaúl Osvaldo Fradkin et Silvia Ratto

1El movimiento revolucionario que se inició en Buenos Aires en mayo de 1810 tuvo enormes dificultades para hacerse obedecer en el litoral rioplatense. Tras una corta confrontación, Asunción se separó de la capital mientras que la contrarrevolución quedó confinada a Montevideo hasta su rendición en 1814. Para entonces, el movimiento revolucionario estaba dividido en dos alas en guerra abierta, el Directorio asentado en Buenos Aires y la Liga de los Pueblos Libres liderada por José G. Artigas caudillo de la Banda Oriental que extendió su influencia por las provincias del Litoral rioplatense. A estas confrontaciones se sumaron las invasiones portuguesas de 1811 y 1816 y las intervenciones de diversos grupos indígenas que en ocasiones forjaron alianzas con los bandos en pugna. Este artículo se propone indagar las formas culturales que se fueron forjando durante estas confrontaciones focalizando la atención en un conjunto de prácticas y concepciones que tornaron legítimo el derecho al botín. A través de ellas, una pluralidad de actores definió la identidad de sus enemigos, forzaron el alineamiento político de las poblaciones, sostuvieron a sus fuerzas y canalizaron las tensiones entre grupos sociales y étnicos. La exposición estará dividida en dos partes: en la primera se analizarán las formas que adoptó la lucha por el botín en la sociedad hispano-criolla regional durante la primera década revolucionaria y en la segunda las que imperaron en sus fronteras con los pueblos indígenas no sometidos del Chaco.

2Las prácticas de apropiación y distribución del botín fueron desarrolladas por la pluralidad de actores por lo que resulta conveniente inscribirlas en sus lógicas culturales específicas y atender a su diversidad. La apropiación del botín no era una novedad, formaba parte de la cultura de guerra y era reconocida como legítima por el Derecho de Gentes1. Se trataba, además, de un componente característico de las tradiciones guerreras regionales forjadas durante las confrontaciones contra los portugueses y los indios independientes2. Por otra parte, esas experiencias también signaron las relaciones interétnicas en las fronteras, la estructuración política de los grupos indígenas independientes y la materialización ideológica de sus prácticas guerreras3. Durante la era revolucionaria estas prácticas adquirieron nuevos significados según el contexto. El área misionera, cuya economía ya había entrado en crisis a mediados de siglo XVIII, quedó devastada y el sistema de reducciones desintegrado. Las tierras situadas más al sur – sobre todo la Banda Oriental y Entre Ríos que a fines del período colonial habían sido escenario de una primera expansión de la ganadería de exportación – vieron colapsar su economía mientras Santa Fe se empobrecía aprisionada por la estrechez de sus fronteras. Solo Buenos Aires, que no fue un frente de guerra, emergió de la crisis revolucionaria transformándose en el principal distrito ganadero4.

El botín y las culturas de la guerra en la sociedad regional hispanocriolla

3La crisis de 1810 convirtió a Buenos Aires en la sede del poder revolucionario y a Montevideo en el bastión regional de la contrarrevolución. Durante varios meses ambas ciudades se disputaron el control de los pueblos del litoral pero una vez producida la insurrección de la campaña oriental la resistencia regentista quedó confinada a Montevideo. Desde entonces, la confrontación adoptó tres formas principales: la disputa por los recursos ganaderos, el sitio de Montevideo y las incursiones de pillaje de su flotilla sobre las poblaciones ribereñas de los ríos Paraná y Uruguay.

4La prensa de Buenos Aires convirtió la denuncia de estas acciones de pillaje en un tópico recurrente e informaba puntillosamente los asaltos que se cometían a los pueblos y estancias de la costa norte bonaerense destacando particularmente el saqueo de las parroquias5. La documentación producida en Montevideo confirmaba la misma situación: los insurgentes procedían «al robo, saqueo, arresto y seguridad de todos los Europeos» de modo que «todo individuo de dha [sic] Campaña sin distinción de personas por el mero hecho de ser Europeo (pues debemos asentar por principio qe [sic] la guerra es solam.te [sic] declarada a los de esta clase) es tratado como delincuente»6.

5Esa insurgencia expresaba un antagonismo social que adoptó la forma de apropiación de los bienes de los «europeos» por parte de los «americanos». Sin embargo, las evidencias sugieren que esta forma de confrontación fue mucho más acentuada en el litoral que en la campaña de Buenos Aires7, lo cual parece explicarse porque allí primó la llamada «guerra de recursos», una forma de hacer la guerra que se caracterizada por la apropiación y distribución de los bienes existentes, los saqueos de poblados y unidades productivas y la emigración forzada de poblaciones. De este modo, la guerra acentuaba los rasgos característicos de la economía agraria regional: la limitada afirmación de los derechos de propiedad, la proliferación de múltiples circuitos clandestinos de comercialización y la escasa capacidad de control de las autoridades locales sobre la heterogénea y móvil población campesina. Para los ejércitos portugueses o porteños la apropiación de bienes se convirtió en uno de los métodos para abastecerse mientras que para las fuerzas insurgentes era prácticamente el único modo de hacerlo así como el recurso más eficaz para forzar la retirada de sus oponentes. En tales condiciones la «guerra de recursos» era una táctica de combate, un método de represalia y una manera precisa de identificar enemigos, obtener adhesiones, neutralizar oposiciones y encuadrar

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políticamente tensiones sociales preexistentes. Pero ese modo de hacer la guerra no podía sostener grandes unidades de combate por lo cual resultaba más apta la «guerra de partidas» o de montoneras8.

6Simultáneamente se asistió a una multiplicación del bandolerismo. Es probable que la insurgencia oriental haya incorporado algunas partidas a sus filas pero de lo que no hay dudas es que para las autoridades de Montevideo, los jefes fronterizos portugueses y las autoridades de Buenos Aires el bandolerismo era su componente central y que el saqueo, el robo y el pillaje explicaban la adhesión de los sectores populares rurales. Pero, ¿qué había detrás de estas denuncias? El artiguismo constituyó el ala más radical de la revolución rioplatense y la que concitó las más activas adhesiones populares en el litoral9. Se trataba de una inestable y heterogénea coalición que en un comienzo encontró apoyos entre estancieros en franco conflicto con los grandes hacendados residentes en Montevideo o Buenos Aires y rápidamente concitó adhesiones en amplios sectores plebeyos y extendió su influencia por todo el litoral. Esta coalición estaba atravesada por las conflictivas relaciones entre sectores propietarios rurales, facciones de las elites de las ciudades y de los pueblos, los sectores subalternos movilizados y los grupos indígenas aliados. La manifestación más intensa de esas tensiones fue el bandolerismo. Sin embargo, la magnitud de las partidas de salteadores no puede explicar la movilización armada que concitó el artiguismo y que sólo en la Banda Oriental puede haber rondado un 40% de la población rural. De este modo, la apelación a las prácticas de apropiación del botín se explica más por su necesidad de obtener recursos sin contar con una estructura estatal de financiamiento, por la intensidad con que los insurgentes emplearon la guerra de recursos y por la centralidad que tuvieron entre sus adherentes plebeyos.

7Esas prácticas tensaban al extremo las relaciones entre la dirigencia artiguista y los sectores propietarios pero su persecución resultaba muy problemática y mucho más cuando los implicados eran sus aliados indígenas. Estos se reclutaron entre los indios no sometidos que poblaban la frontera hispano-portuguesa y algunas zonas del litoral, buena parte de los pueblos misioneros guaraníes y parcialidades independientes de la llanura chaqueña. Estos aliados indígenas suministraban fuerzas auxiliares pero, a cambio, se les debió reconocer sus propios liderazgos, asignarles rangos militares y tolerar sus acciones en busca de botín.

8Las evidencias acerca de estas prácticas de apropiación de bienes muestran cómo, a través de ellas, se expresaban las transformaciones del antagonismo entre «americanos» y «europeos». Así, las autoridades de Corrientes a principios de 1812 denunciaban que la «fermentación de iniquidades» en su campaña «han hecho lícito el robo y el saqueo así a los Europeos como a los Patricios»10. De modo análogo, cuando ocuparon el pueblo de Mandisoví, los insurgentes saquearon su templo, mataron a su comandante y los indios «empezaron a asesinar cruelmente dando gritos que muriesen todos los hombres blancos»11. Para ese momento, la convulsión se manifestaba en todo el espacio misionero donde «El nombre de Europeo es lo mas vilipendiado […] sus bienes son comunes y sin apelación» y «Como ya los bienes de los Europeos se acabaron ahora todo el que tiene algo es europeo»12.

9En esta zona habría de emerger un potente liderazgo: el de Andresito Artigas - Andrés Guacurarí –, un indio del común de la reducción de San Borja que llegó a convertirse en el Comandante de Armas de las Misiones hacia 1815 y tres años después en Gobernador de Corrientes. La construcción de ese liderazgo sobre los pueblos misioneros parece haber seguido las instrucciones de Artigas y en particular una: debía ir «desterrando de ellos a todos los europeos, y a los administradores que hubieren, para que los naturales se gobiernen por sí, en sus pueblos»13. De este modo, el odio a los «europeos» derivaba en una generalizada insubordinación indígena que aterraba a las autoridades correntinas: «los Indios están en revolución y en vísperas de asaltarnos» y “ toda la indiada de Paysandú y Pueblos que trataban de venir y entrar a hostilizarnos y pasar a Cuchillo a todo Blanco» al punto que en el pueblo de La Merced «están con toda viveza reuniéndose los indios y que se dice entre ellos que todo esto es de ellos»14. Se trataba de una versión aún más radical de la revolución artiguista que tenía un neto contenido político (pues suponía el desplazamiento de los grupos de poder local y la reformulación de sus formas de autogobierno) mientras canalizaba una aguda disputa por los recursos. De esta manera, la confrontación entre «americanos» y «europeos» adquiría la forma de «guerra social» y en ella el botín se presentaba como una forma precisa de materialización ideológica de los antagonismos sociales y étnicos.

10Pero la proliferación del bandolerismo estaba también asociada al incremento de las deserciones y a la misma bandolerización de los modos de hacer la guerra15. Ello se hace evidente por las crecientes dificultades de las autoridades para mantener regularmente abastecidos y remunerados a sus efectivos. De este modo, eran los mismos ejércitos regulares los que apelaban sistemáticamente al saqueo como lo puso en evidencia el Ejército de Observación enviados desde Buenos Aires a Entre Ríos y Santa Fe16. Estas situaciones afectaron seriamente su disciplina, resquebrajaban la autoridad de la oficialidad y hacían que muchos jefes se vieran forzados a ceder ante el reclamo de las tropas de su «derecho» a participar del reparto del botín. Ello sugiere que se estaba produciendo un ejercicio negociado del mando y que muchos oficiales autorizaban el pillaje como modo de remunerar a las tropas y evitar su dispersión. De esta manera, el botín se convertía en un recurso para la construcción negociada de lealtades, una situación que le hacía perder al ejército su carácter de formación jerarquizada basada en el financiamiento estatal17.

El botín y las culturas de la guerra en la frontera chaqueña

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11La participación de los indígenas del Chaco no sometidos en estos conflictos respondió a lógicas bien distintas y responde a la organización sociopolítica de los grupos. Se trataba de agrupaciones cazadoras y recolectoras que se vinculaban entre sí por relaciones de intercambio a las cuales habían incorporado artículos de consumo y ganado equino y vacuno provenientes de la sociedad colonial. Los primeros, eran obtenidos a través de regalos y donaciones que formaban parte de los acuerdos diplomáticos realizados con las autoridades fronterizas y el segundo, a través del mismo crecimiento de los animales cimarrones. En cuanto a su estructura política, se trataba de agrupaciones con liderazgos no hereditarios y con escaso poder coercitivo que debían la obediencia a su capacidad de gestionar acciones exitosas las que, según el contexto de la relación interétnica, podía centrarse en ventajosos acuerdos diplomáticos con las autoridades hispanocriollas o en éxitos guerreros contra otros rivales étnicos o contra los españoles. Formas de guerra y formas de intercambio estaban, así, estrechamente vinculadas con las que adoptaba su modo de estructuración política18.

12Boccara realizó una tipología de los tipos de guerra llevadas adelante por los indígenas de la Araucanía durante la segunda mitad del siglo XVIII que puede aplicarse también a los grupos chaqueños: en una gradación de menor a mayor envergadura en cuanto al esfuerzo bélico señala el «tautulun» (cuyo objetivo era vengar una muerte, un adulterio o un robo cometido que derivaba en la adquisición de los bienes perdidos), el “ malón» o maloca (realizado con el objeto de apropiarse de ganado y mujeres donde lo fundamental era la astucia para apoderarse de bienes del enemigo) y el «weichan» o la guerra total, cuya meta era la defensa de un territorio o de la autonomía de un grupo y que involucraba a todo el pueblo ofendido19. En el caso de la frontera chaqueña parece haber predominado el segundo tipo de guerra, que buscaba principalmente la adquisición de un botín para ser intercambiado20. La necesidad de mantener activos los circuitos comerciales los llevó a recurrir al «robo» para conseguir los bienes de intercambio, sobre todo cuando mermaba el flujo de bienes europeos «bien habidos».

13Las fronteras chaqueñas de Santa Fe y Corrientes contaban con unos pocos y mal provistos fuertes y una serie de reducciones de indios abipones y mocovíes, situadas en ambas márgenes del río Salado y en la costa del Paraná21. De este modo, se había conformando un modelo fronterizo con tres franjas de ocupación diferentes: el de dominio español donde vivían asimismo indios sujetos, un espacio intermedio con las reducciones y los fuertes donde se desarrollaban los acuerdos diplomáticos y los intercambios con grupos indígenas periféricos y un último espacio al interior del Chaco donde los indígenas gozaban de total autonomía22.

14El devenir de esas misiones explica, en buena medida, los móviles de la participación indígena en el contexto revolucionario. Su fundación había intentado dar respuesta a los objetivos de los agentes coloniales que esperaban frenar los malones y entablar relaciones comerciales pacíficas, de los misioneros que esperaban «civilizar» a los indios y el de éstos que veían a cada misión como una forma de sacar recursos. Rápidamente los religiosos se enfrentaron al fracaso de sus propósitos de sedentarizar a la población indígena pues mientras pocos grupos se instalaron de manera definitiva en las reducciones, otros caciques combinaron las ventajas de vivir en la reducción durante ciertos períodos con estancias más o menos prolongadas fuera del ámbito de acción de los curas doctrineros23.

15Pero en la medida en que el abastecimiento de las misiones fuera deficitario se producían robos o el abandono de las misiones. En abril de 1793, el Procurador General del Cabildo de Santa Fe indicaba la necesidad de enviar el socorro para los indios de las reducciones, quienes ante la falta, cometían muertes y robos24. La movilidad de la población reducida se veía incrementada en momentos de mayor precariedad económica: el pueblo de San Jerónimo contaba en 1789 con solo cuatro familias, que sumaban 30 personas, «las más chinas viejas» y el resto de los indios se hallaban a 20 leguas del pueblo viviendo en los montes y chacras; según el fraile a cargo de la reducción, la dispersión de los indios se produjo por no tener con que mantenerse en el pueblo y debido a los ataques de los infieles del Chaco, «que ni han podido detener los Blandengues, al punto que hasta los caballos le han robado»25. Ante la situación el Cabildo dispuso que el corregidor del pueblo reuniera a las familias dispersas prometiendo un auxilio económico de 233 reses26.

16La guerra revolucionaria incrementó las dificultades de abastecimiento de las reducciones y a mediados del año 1813 los indios empezaron a abandonar los pueblos incrementándose los robos de ganado27. Ante esta situación, el Cabildo santafesino solicitó al gobierno la compra del diezmo de cuatropea –impuesto del 10% sobre el procreo de ganado- para repartir entre los pueblos reducidos para que, de esa manera, « se les quite el motivo de dispersase por los campos a los robos y asesinatos»28. Sin embargo, ese auxilio no logró reunir a los naturales en sus pueblos y en febrero de 1814 se decidió llevar adelante una campaña militar de castigo29. Esta acción incrementó la hostilidad indígena lo que forzó al Cabildo a invitar a los corregidores de las reducciones «para tratar con ellos de una pacificación general» y entregar un donativo de 100 pesos para los caciques corregidores30. En la reunión participaron los corregidores de las reducciones de San Javier, San Pedro y San Jerónimo y en ella el ayuntamiento se comprometió a entregar “ un competente número de ganado vacuno para los cuatro pueblos, obligándose sus Corregidores hacerlo cuidar para que a lo menos conserve el principal y no lo consuman a su arbitrio y con desperdicio». Los corregidores, a su vez, se comprometían a reunir a los indios en sus pueblos, a controlar el ingreso y salida de cada uno y a perseguir a los indios ladrones31.

17Como las quejas de los vecinos continuaban se presentó un plan para extinguir las reducciones de San Pedro, Ispin, la mayor parte del de San Javier, «dejando al de San Jerónimo por su regular conducta» e incorporar a los indios como «los brazos para la agricultura y artes»32. Sin embargo, el Procurador Síndico consideró que la medida era incorrecta ya que en las reducciones «hay varios indios, buenos sujetos a la labranza y otras industrias y obedientes a la voz de los curas y que si con estos no se tiene alguna consideración para dejarlos

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permanecer en el modo de vida a que están acostumbrados, se volverán otros enemigos que aumentarán la atención y cuidado para sujetarlos». Pero, además, lanzó una lúcida observación que hacía referencia a las circunstancias que estaba viviendo la provincia al sostener que

18cuando tratamos de nuestra libertad e independencia y por principios de ella procuramos extinguir de entre nosotros aún el nombre de esclavos, haciendo partícipes de nuestros derechos a los que antes han gemido bajo de esta mísera condición, seríamos injustos e inconsecuentes si dejáramos a nuestros compatriotas los indios fronterizos en el estado de separación de nosotros en que han vivido privados de nuestra sociedad y de poder ser instruidos.

19Manteniendo las reducciones y tratándolos como hombres libres se lograría que «lejos de hacernos guerra, peleen con nosotros como han sabido pelear con odio implacable por su libertad». Finalmente, aconsejaba sostener los acuerdos celebrados poco antes con los corregidores auxiliándolos en la persecución de los «indios montaraces» con militares prácticos en la campaña. Pero los capitulares no eran de la misma opinión y apoyaron la propuesta de los vecinos «pues no hay ya esperanza de contener […] los desórdenes de las Reducciones que tienen desiertas las campañas y nos hostilizan con más ardor que nunca». El Teniente de Gobernador apoyó el último pedido ordenando la extinción de las reducciones con excepción de la de San Jerónimo33.

20La noticia no hizo más que incrementar la hostilidad indígena lo que facilitó su alianza con Artigas. En marzo de 1815, el Teniente de Gobernador comunicaba que «sabe que el Jefe de los Orientales ha mandado a su hermano Manuel a unirse con los indios fronterizos para atacar a las tropas del estado de las Provincias Unidas radicadas en la ciudad»34. En efecto, en el pueblo del San Javier, Manuel Artigas había logrado el apoyo, al menos, de tres caciques y del cura del pueblo formando una fuerza de más de 400 indios35. Estos indios eran los primeros aliados del artiguismo en territorio santafesino y su participación en esa alianza además de responder a la lógica de obtención de botín suponía una represalia contra el gobierno santafesino que mantuvo una política hostil hacia los naturales36.

21 « Nos costó bien cara la libertad que nos trajeron» decía un vecino de Santa Fe37 y agregaba «pues no solamente no podía contener a los indios sus aliados sino que a lo último se retiraron a la otra banda del Paraná, habiendo antes llevado cuanta arma defensiva tenía la provincia por temor de que Buenos Aires usaría de ellas y dejándonos en peor estado con los indios nuestros mortales enemigos y sin tener con que defendernos de ellos»38. Esta situación parece haber signado los meses siguientes a la retirada de las autoridades directoriales del territorio santafesino, lo que llevó al nuevo gobernador Candioti a intentar un pacto con el cacique de San Pedro que se frustró por la oposición de los vecinos39. Mientras tanto, la colaboración de los indios chaqueños con Artigas se acentuaba al punto que, al menos unos 400 abipones encabezados por cuatro caciques, habían pasado el Paraná para unirse a sus fuerzas40. De este modo y frente a la tensión entre los indígenas y el gobierno santafesino Artigas le advertía a éste que «si han roto los vínculos de la amistad y ceden en perjuicio de esa Provincia será para mi muy satisfactorio convocarlos y tenerlos a mi lado»41.

22Con la asunción de Estanislao López a la gobernación en 1818 se modificó en parte el tipo de intervención indígena: merced a las paces que estableció con algunos líderes nativos las milicias auxiliares chaqueñas pasaron a formar parte de las tropas provinciales recibiendo paga por sus servicios42. De todos modos, mantuvieron la práctica de apropiación de recursos. Esta coexistencia no era sencilla como pudo verse tras el retiro de las fuerzas directoriales en febrero de 1818 cuando López debió enfrentar los desmanes que cometían en la misma ciudad de Santa Fe: «Estos enemigos domésticos eran casi en su totalidad los indios que había en el ejército … Armados de sables recorrían como fantasmas por la noche todas las casas de familia sin lograr sus temerosos dueños que fuesen sus propiedades respetadas»43.

Conclusión

23Durante las guerras revolucionarias las prácticas de apropiación del botín adquirieron mayor intensidad así como nuevos usos y significados. Los ejércitos las emplearon como un modo de aprovisionamiento y de remuneración de sus efectivos lo que tensó al extremo sus relaciones con las poblaciones rurales. Por consiguiente, la guerra se convirtió en muchas zonas en una guerra de autodefensa desplegada por fuerzas reclutadas, sostenidas y comandadas localmente. En este sentido, el antagonismo entre directoriales y artiguistas no solo expresaba la oposición entre centralismo y federalismo sino también entre ejércitos y milicias locales. Para los primeros, el federalismo era sinónimo de «anarquismo» y bandolerismo; para los segundos el centralismo era la manifestación del «despotismo militar». Así, las nociones que informaban la cultura de guerra eran inseparables de las que integraban las culturas políticas.

24Las guerras estaban produciendo una extrema fragmentación del orden político en un contexto de creciente insubordinación social y la inestabilidad del orden local fue catalizada por la expulsión de los «europeos» y la movilización generalizada de la población. Esta situación habilitó la formación de liderazgos locales que convirtieron la apropiación del botín en una forma de sostenerse y materializar las identidades políticas emergentes. Sin embargo, ese modo de confrontación se convirtió en algunas zonas en un conflicto abierto no solo con los «europeos» sino también contra los «porteños» e incluso contra todos los «blancos». Estas tensiones fueron particularmente intensas en la jurisdicción del departamento misionero de Yapeyú donde las

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antiguas prácticas de bandolerismo se habían multiplicado tras la guerra hispano-portuguesa de 1801 y se acrecentaron durante las guerras de la revolución cuando aparecieron grupos armados muy autónomos. Para estos grupos la apropiación del botín aparecía como un modo de recuperar el control sobre recursos y territorios perdidos tras la expulsión de los jesuitas así como la expulsión de los «europeos» significaba una reformulación del autogobierno de los pueblos misioneros. Por su parte, para las parcialidades indígenas chaqueñas, las guerras revolucionarias parecen haber sido una coyuntura propicia no sólo para continuar con sus prácticas de apropiación de botín que sustentaban el funcionamiento de sus circuitos de intercambio sino también un modo para renegociar sus relaciones fronterizas lo que las transformó en decisivos actores de la lucha política regional.

Raúl Osvaldo  Fradkin

Universidad Nacional de Luján/ Universidad de Buenos Aires,[email protected]

Silvia  Ratto

CONICET/ Universidad Nacional de Quilmes, [email protected]

MARGARITA GASCÓN, Periferias imperiales y fronteras coloniales en Hispanoamérica, Buenos Aires, Editorial Dunken, 2011, 254 páginas.

Margarita Gascón nos entrega con este libro un esfuerzo de síntesis que se inserta en una línea de trabajo cultivada por varios años. Línea que en parte recoge y amplía conclusiones emanadas de sus

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trabajos anteriores, vinculados con la Araucanía chilena y el Cuyo colonial y las tramas geopolíticas, comerciales y geográficas que las vinculaban en el contexto del Cono Sur americano1. Como su título lo indica, no se trata de un estudio descriptivo, sino claramente de un análisis que problematiza los escenarios que propone. El suyo es un libro-problema, que no pretende relatar una vez más la guerra de Arauco ni los avatares de la ruta comercial que conectaba a Buenos Aires con La Plata. Estos elementos están, por cierto, pero integrados en una dinámica diferente, novedosa, que nos remite a herencias braudelianas y nos comunica con las recientes tendencias historiográficas que vinculan el espacio geográfico, la temporalidad y los procesos sociales.

En efecto, estamos ante una obra que se inserta en una discusión historiográfica de plena vigencia para nuestro continente, en líneas de investigación que desde hace varias décadas vienen aportando miradas y fuentes sobre las llamadas "fronteras" -generalmente de aquellas que la autora denomina "interétnicas"- así como sobre las vinculaciones entre regiones cercanas o alejadas dentro del mundo iberoamericano colonial.

El libro recoge estos desafíos y propone una síntesis que inserta al Cono Sur americano en una perspectiva más amplia, propia de lo que autores como Serge Gruzinski han calificado como la "mundialización ibérica"2, y que políticamente se vincularía al eje geoimperial que orienta las hipótesis del libro. En esta misma línea, aunque no lo menciona, la autora se hace cargo de una perspectiva historiográfica que ha brindado numerosos aportes para los estudios de micro y macrohistoria: nos referimos al uso de los "juegos de escala" por parte de las ciencias sociales en las últimas décadas, con gran fuerza entre los historiadores franceses y de la microhistoria italiana3.

Algo similar ocurre con el otro eje implícito que articula la principal perspectiva de trabajo, y que apunta a desplazar a un rango menos relevante la "historia comparada" en aras de una más activa "historia conectada" -o entrecruzada-4, paradigma que permitiría dar cuenta, justamente, de procesos como los aquí estudiados. Ello no obstante que en el libro se nota la ausencia de diálogo con la producción historiográfica europea -salvo española-, manifiesta en el soporte bibliográfico que sustenta la obra, lo que es contrarrestado con una abundante y decisiva incorporación de bibliografía anglosajona.

A partir de aquel eje interpretativo, entonces, uno de los grandes aportes de la autora es articular historiográficamente la fluidez que ella percibe -y comprueba-entre los espacios periféricos y fronterizos, por un lado, y las lógicas y proyectos imperiales, por otro. Como el título del libro lo indica claramente, detrás de esta suerte de dicotomía entre la microescala colonial y la macroescala imperial se definen tendencias amplias, a través de un juego dialéctico donde aquellos espacios más excentrados de las metrópolis virreinal y peninsular viven una constante vinculación de sus avatares locales y específicos con las decisiones y proyecciones más globales y generales de la monarquía hispana. Avatares y proyecciones que la autora canaliza principalmente a través de los problemas militares -necesidad de proteger las posesiones españolas y sobre todo sus recursos económicos frente a "intrusos" de otras potencias- y las circulaciones comerciales interregionales.

Así, pues, y combinando las potencialidades del ensayo interpretativo con la solidez del trabajo monográfico, Gascón estructura su demostración en cuatro capítulos, más un quinto destinado a esbozar "proyecciones" comparativas con otras periferias coloniales del extremo norte iberoamericano, específicamente con La Florida. Se trata, en este último caso, de fragmentos propositivos surgidos de una investigación en curso, por lo que el capítulo en cuestión plantea un desequilibro evidente frente a la solidez y manejo que se ve en los anteriores.

Efectivamente, la parte medular del libro se abre con un primer capítulo donde Gascón marca la "hoja de ruta" de su aproximación, que será a través de la puerta de lo militar y la geopolítica imperial vinculada a la apropiación monopólica de los territorios americanos y sus recursos minerales. El espacio imperial, en su rango continental, se articula entonces a partir de las expediciones de corsarios ingleses y holandeses del siglo XVI, que habrían potenciado la integración de periferias como la del sur chileno en la preocupación monárquica por proteger los circuitos de la plata potosina, que navegaba desde el Callao hacia el norte y que desde la expedición de Francis Drake (1579) y su exitosa travesía por el Estrecho de Magallanes había quedado con su retaguardia al descubierto. La Araucanía -políticamente autónoma y poblada de indios rebeldes- es vista desde entonces como un posible territorio de desembarque y colonización de las potencias enemigas y los insumisos mapuches son percibidos como virtuales aliados de ingleses u holandeses; sobre todo a partir de la guerra hispano-mapuche de 1598-1604 y de las incursiones que por esos mismos años hacían los corsarios holandeses. Más allá del sur chileno, por su parte, la Patagonia argentina se integra a esta región por su directa vecindad con el paso marítimo. Por último, la zona de Cuyo se

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inserta también en esta lógica macrorregional, desde el viaje terrestre que realiza entre Buenos Aires y Santiago el recientemente nombrado gobernador chileno Alonso de Sotomayor, en 1583. Este hecho se revela como central para el problema trabajado en el libro, pues constituye el hito de apertura de una vía terrestre que unirá al Atlántico con el Pacífico y que se constituirá en una alternativa de integración y circulación mercantil, además de brindar la posibilidad de aprovisionamiento de pertrechos militares hacia Chile5.

La crisis geopolítica desatada con el alzamiento mapuche de 1598 es tratada en el capítulo segundo, siguiendo la lógica de las páginas anteriores, en el sentido de vincular la construcción de la frontera militar del Biobío con decisiones y objetivos mucho más amplios y decisivos que lo propiamente chileno; y manteniendo también la tensión debida a la continuidad de las incursiones de piratas y de sus intrusiones geográficas, como sucedió con los holandes que en 1616 descubrieron un nuevo paso marítimo más al sur del Estrecho de Magallanes. Se retoma y amplía generosamente aquí el tema del papel asignado al "camino de Chile", abierto en el siglo anterior para comunicar Buenos Aires y Chile, gracias al cual la futura capital argentina adquiere un nuevo peso, con la posibilidad de canalizar una red de comunicaciones que articularan no solo a Chile sino también al Alto Perú y Paraguay.

El tercer capítulo nos presenta el sentido inverso de la expansión y de la configuración de dicho espacio colonial, planteando el movimiento que realizan los habitantes de Santiago de Chile hacia sus propias periferias trasandinas, en busca de recursos ganaderos y de mano de obra. Específicamente se trata de la relación que se establecerá entre el centro chileno y la región trasandina de Cuyo, que formaba parte de su jurisdicción. La deportación de indios huarpes hacia Chile, así, se transforma en un tópico demográfico central para la configuración de un eje de circulación que la autora intenta proyectar más allá de sus impactos locales, vinculándolo con las hipótesis que guían su estudio. De esta forma, la extracción de indios desde Cuyo releva problemas de tipo jurisdiccional, en medio de las disputas entre las gobernaciones de Chile y Tucumán sobre la pertenencia administrativa de dicha región. Agrega también en esta discusión el papel que vendrán a jugar desde muy temprano las ciudades de Mendoza, San Juan y San Luis, como nodos de articulación mercantil, de presencia política y de protección de las rutas que se conectan con Córdoba y el resto de la red hacia Buenos Aires, Paraguay o La Plata-Potosí-Lima. De hecho, la autora recalca la importancia que toma San Luis al dominar una ruta alternativa a la oficial y que permite el arreo de ganado desde el sur de Córdoba y Santa Fe hacia Buenos Aires o Santiago. Sin ir más lejos, ya hacia fines del XVII este camino se habría consolidado como la mejor alternativa, dentro del espacio imperial, para toda la circulación entre el Atlántico y el Pacífico, y España lo usaba para enviar armamento al ejército de la frontera araucana.

En el capítulo cuarto, por su parte, la autora retoma el análisis de la frontera en el sur chileno, integrándola a los ejes espaciales vistos anteriormente, con lo que presenta un segmento muy bien logrado y donde se percibe la fortaleza más notoria de su investigación. Por lo demás, es el capítulo donde se incorpora mayor cantidad de fuentes manuscritas originales, provenientes de archivos chilenos y mendocinos, así como numerosas referencias a cronistas, viajeros y otras fuentes impresas como las actas de los cabildos urbanos involucrados. Los indígenas pasan a ocupar un papel activo, como resistentes, mediadores o aliados de la presencia militar hispana. Y el avío del ejército del Biobío, en recursos materiales y en soldados, se proyecta como una preocupacion virreinal en estrecha relación con la elección de rutas regionales de aprovisionamiento y, por lo mismo, de extracción y circulación de recursos como el ganado, en un abanico geográfico que abarcaba intereses desde Buenos Aires hasta Paraguay, pasando por Santa Fe y la región cuyana.

Para finalizar nuestros comentarios, queremos destacar el esfuerzo que volcó la autora en la confección de la abundante y detallada bibliografía que incorporó al final del libro, como una suerte de guía temática para el lector que necesite profundizar sobre ciertas regiones o temas. No podemos dejar de señalar, en todo caso, la ausencia de algunos trabajos clásicos sobre espacios geográficos centrales para el análisis, como los de Gabriel Guarda sobre Valdivia, Rodolfo Urbina sobre Chiloé y el más reciente de Ximena Urbina sobre la "frontera de arriba", en alusión al espacio geográfico que se extendía hacia el sur de la Araucanía y Chiloé continental6.

Hubiese sido interesante, también, que integrase en su discusión la perspectiva que desarrolla Guillaume Boccara7, en un libro decisivo e insoslayable -que sin embargo está citado en la bibliografía final, en su edición francesa- donde también se vinculan las dinámicas locales de la periférica Araucanía chilena con las decisiones más globales a escala imperial. Más aún, este autor incluye en este ejercicio a un actor fundamental del problema: la Compañía de Jesús, que en sí misma conjuga la globalidad de la orden con las estrategias adaptativas de lo local, en una relación

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estrecha con los intereses imperiales de la monarquía, como por lo demás se deja entrever en la pasajera mención a Luis de Valdivia y a su proyecto -que se transforma en un proyecto imperial, por cierto- de guerra defensiva8.

Por último, nos parece imprescindible la incorporación de uno o más mapas de la zona estudiada, con indicación de lugares y circuitos, considerando que no todos los lectores se hallarán familiarizados con la geografía mencionada. Al final de la obra se adjuntan, por cierto, varias imágenes de mapas de época, pero no pasan de ser ilustraciones que no ayudan ni dan claridad a la demostración científica.

No obstante lo anterior, el libro constituye un claro aporte interpretativo, que logra mostrar los mecanismos y develar los subregistros estratégicos que alimentaban o se derivaban de la experiencia histórica de aquellas regiones periféricas y de cómo sus tensiones articulaban una lógica a escala imperial dentro del marco del virreinato peruano. Una lógica donde las estrategias de los actores locales no parecen ser tan autónomas de las de la monarquía y donde la explotación de recursos, el poblamiento, el diseño de redes de intercambio, la ocupación y la articulación del espacio local o regional mantienen una dialéctica permanente con las lógicas militares del imperio.

 

Abipones en las fronteras del Chaco. Una etnografía histórica sobre el siglo XVIIICarina Lucaioli1ª Edición, Buenos Aires: Sociedad Argentina de Antropología, 2011, 352 pp. (Colección Tesis Doctorales)

Judith Farberman*

El libro de Carina Lucaioli es el resultado de su tesis doctoral y representa la continuidad de una primera investigación publicada en 2005. Además de profundizar ciertas cuestiones ya tratadas en aquel primer trabajo y de basarse en un corpus documental mucho más amplio, se integran aquí temas nuevos, se avanza en la formulación de hipótesis más abarcativas y

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audaces y en la sistematización de los aportes. Para decirlo en pocas palabras, nos encontramos frente a un libro de historia escrito por una antropóloga, que enfoca las relaciones coloniales desde las fronteras, poniendo en primer plano a las sociedades indígenas soberanas del Chaco.Abipones en la frontera del Chaco es un libro de historia porque los procesos de cambio están en el centro de las preocupaciones de la autora: todo un desafío tratándose de sociedades durante mucho tiempo percibidas por la literatura académica como inmóviles y casi prisioneras de sus sistemas culturales. Y es también un libro de antropología por el enfoque que preside la lectura de las fuentes textuales y la permanente puesta a prueba de modelos teóricos. Es un buen ejemplo de construcción interdisciplinaria, evidente también en la recuperación, la reseña y la crítica de la literatura histórica y antropológica existente.El período abarcado por este estudio (1700-1767) es breve pero intenso y está delimitado por dos momentos muy significativos en la historia de las relaciones inter-étnicas. En efecto, hacia 1700 indígenas y colonos ya no pueden ignorarse mutuamente: tras alcanzar su máxima expansión territorial, los abipones comenzarán a presionar sobre el territorio fronterizo. El año 1767 es una fecha más convencional y obedece a la crisis de las reducciones tras la expulsión de los jesuitas, que promueve nuevos reacomodamientos en el interior del Chaco. Un parte aguas en estos setenta años lo conforma la solicitud de reducciones por parte de los abipones y su puesta en marcha entre 1748 y 1764. Sin imponerse como una tregua generalizada, la fundación de reducciones tenderá a atenuar los ataques indígenas de más vasto alcance, amplificará el menú de opciones para los grupos abipones y complejizará el armado de las relaciones intraétnicas.La hipótesis general que rige la investigación propone que los cambios que acompañaron las diversas formas de interacción entre abipones e hispanocriollos no condujeron a la desestructuración de la sociedad indígena, sino todo lo contrario. En este sentido, Lucaioli apunta, sobre todo, a las respuestas creativas desarrolladas por los abipones, capaces de incorporar eficazmente los dispositivos coloniales (en particular las reducciones) a su reproducción social, en buena medida gracias a la versatilidad de sus estructuras políticas. Así las cosas, en el complejo juego de los actores fronterizos, la relación de fuerzas habría favorecido en líneas generales a los indígenas, que contaban con otro plus: la posibilidad siempre a mano de refugiarse en las profundidades de un territorio del que no abandonaron el señorío, incluso después de la etapa reduccional.Pero el texto de Lucaioli se abre hacia un análisis mucho más fino y pormenorizado que el reseñado hasta aquí. Un mérito del libro es, justamente, la identificación de una diversidad de actores fronterizos, con intereses no siempre coincidentes. La sociedad hispano criolla no era un bloque: contenía a misioneros, funcionarios coloniales de diverso rango, vecinos, milicianos y campesinos de tres gobernaciones diferentes, todos ellos involucrados más o menos directamente (las más de las veces como víctimas, pero eventualmente también como beneficiarios) en las políticas y acciones fronterizas. Del otro lado, el rótulo “abipones” encubría a múltiples grupos de entidad demográfica variable, organizados en estructuras políticas demasiado laxas para facilitar el diálogo con los representantes coloniales y con otros grupos indígenas.¿Es esta dispersión de actores la que vuelve incomprensible la sucesión de conflictos y paces sin fin que, por ejemplo, se desprende de la lectura de las actas capitulares de las ciudades limítrofes con el Chaco? En realidad, este libro ofrece algunas pistas y orientaciones que volverían menos fortuitas estas secuencias. Al mirar desde “adentro” de la frontera y no desde cada cabecera colonial por separado, Lucaioli consigue construir ciertas lógicas de funcionamiento. Sin ir más lejos, que la paz con una ciudad (Santa Fe en los años 30, por ejemplo) podía costarles a otras (Santiago del Estero, Asunción, Córdoba) la destrucción y el saqueo. Y que esas historias previas, en las que las relaciones institucionales se mezclaban con las personales que por décadas unieron a indígenas y colonos, condicionaron posteriormente la erección de las reducciones jesuíticas.

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Los caciques, la guerra y la pazPara explorar los sistemas de autoridad indígena y el papel de la guerra —problemas clásicos de la antropología política y económica—, Lucaioli acude a modelos teóricos que pone a prueba con rigurosidad. Una y otra cuestión van asociadas y conforman una clave de lectura del texto: la autonomía de los abipones es perdurable y, en buena medida, se sostiene gracias a la flexibilidad de cacicazgos necesitados de una permanente construcción de consensos. La guerra, además de la habilidad diplomática, aparece como una de las grandes canteras de estos liderazgos.Como es sabido, no son estos temas nuevos en la literatura sobre el Chaco, y Lucaioli se encarga de reseñar y discutir los aportes de la literatura histórica y etnográfica más y menos recientes. Se ha hipotetizado, por ejemplo, acerca de una nueva preeminencia de los líderes guerreros por sobre aquellos hereditarios en el contexto colonial (Susnik 1981), o sobre el tránsito del cacicazgo a la jefatura a partir de la existencia de relaciones más estrechas y estables con las ciudades (Vitar 2003, Paz 2005). Sin embargo, la hipótesis de la autora abreva sobre todo en los estudios desarrollados para otras regiones. Sobresalen entre ellos los debidos a Bechis ([1989]; 2008) sobre el ejercicio del poder y la autoridad, a Nacuzzi (1998) sobre las jefaturas duales o compartidas entre los pampas, los de Boccara (1998) sobre el papel de los conas entre los reche, y los de Saignes (1990) sobre los caciques chiriguanos. Todos ellos comparten la identificación de una cierta “división del trabajo” entre los líderes étnicos, basada no tanto en su carácter hereditario o adquirido sino en las funciones que desempeñaban. De esta suerte, y partiendo de la idea de que las fuentes tienden a aplanar la complejidad de los sistemas políticos indígenas, la autora afirma el surgimiento de liderazgos que superaban los límites de la banda, pero que no eran los auspiciados por los funcionarios o misioneros, ni los más visibles en las fuentes textuales. En buena medida, la intermitencia de los ataques abipones —leída como deslealtad por los agentes coloniales— también es asociada a la inestabilidad de sus liderazgos o, desde otro lugar, a la libertad de los seguidores de un cacique para abandonarlo en caso de no satisfacer sus expectativas.La guerra es para Lucaioli una estructura de la sociedad abipona, anterior a su historia colonial y elemento fundamental en la construcción de la identidad grupal. Sin embargo, no por ello constituiría una esencia del grupo, como la concebían los cronistas ignacianos y algunos historiadores y antropólogos también. Como se examina en el libro, no solo la adopción del caballo cambió las modalidades de esta guerra. En rigor, la posibilidad de amplificar los circuitos de intercambio ya existentes —y que la fundación de reducciones multiplica— desaconsejó ciertas estrategias guerreras (el malón) pero sin implicar el abandono de otras (el asalto). Las reducciones no entrañaron una pérdida de la autonomía pero sí colocaron a algunos caciques en una situación más comprometida, restándole posibilidades a las empresas guerreras que requerían de mayor organización. En cualquier caso, la guerra indígena tenía su espejo en la hispanocriolla y es un acierto que se analicen conjuntamente malones y entradas punitivas. La envergadura de la organización y sus objetivos no eran, por otra parte, las únicas coincidencias: la apropiación de ganado y cautivos y la adquisición de mérito militar para lucir eran apreciadas por los miembros de los dos bandos, aunque el peso de la guerra como estrategia de reproducción social no fuera equivalente.Por fin, la cuestión de los sistemas de autoridad es el eslabón entre la guerra (objeto del último capítulo) y la paz que, en el período considerado cristaliza en la erección de reducciones (objeto del segundo capítulo). Queda bien demostrado que estas últimas cambian la historia de los indígenas reducidos allí, pero también de los “libres”, no tanto menos confiables que los primeros para los españoles. Funcionando como centros logísticos, como resignificados “campamentos base”, las reducciones volvieron más cuantiosos y seguros aquellos flujos comerciales existentes desde antiguo. Y, de alguna manera, los abipones utilizaron extorsivamente estos dispositivos, ya que ningún tratado de paz pudo evitar la dispersión de los reducidos ni consiguió el utópico objetivo de sedentarizarlos.Sistemas de autoridad, guerra y paz son entonces los grandes temas de este libro, desarrollados a partir de discusiones teóricas de larga tradición en la disciplina antropológica. Pero lo que coloca al texto entre los buenos libros de historia es la indagación de las

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coyunturas concretas de conflicto, de los contextos de negociación de las paces y la fundación de reducciones, de las trayectorias de caciques particulares, a más de la presentación de episodios de violencia reconstruidos con minucia. En síntesis, esta etnografía histórica reúne lo mejor de la Historia y de la Antropología. Logra sostener tesis originales trabajando sobre fuentes bastante conocidas (las más importantes de ellas publicadas) y dialogando de manera saludablemente crítica con obras y autores más y menos recientes.

Barsky, Osvaldo; Jorge Gelman. 2001. Historia del agro argentino. Desde la Conquista hasta fines del siglo XX. Buenos Aires: Grijalbo-Mondadori. 460 p.

Graciano, Osvaldo Fabián

Universidad Nacional de La Plata. Centro Estudios Históricos Rurales; CONICET

   En las dos últimas décadas, el profundo proceso de renovación tanto teórico-metodológico como temático que se produjo en el campo de la historiografía argentina, permitió la constitución de la historia agraria como un espacio historiográfico (y hasta subdisciplinar si se

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quiere), que cuenta con sus propios especialistas, sus ámbitos institucionales y medios de difusión (como el Centro de Estudios Históricos Rurales, la Red de Estudios Rurales, el Programa Interdisciplinario de Estudios Agrarios), orientados a reconstruir la economía, las estructuras sociales, las formas de sociabilidad y de trabajo y la cultura que emergieron del mundo rural argentino a lo largo de varios siglos. En éstos años proliferaron los estudios regionales y microhistóricos sobre los sistemas agrarios en el mundo indígena y la organización productiva regional en el período colonial, los regímenes tenencia y propiedad de la tierra en el período virreinal, en la Argentina independiente y del siglo XX, de las estructuras agrarias, demográficas y sociales que se constituyeron a partir de ellas y, para sólo citar una más de ésas líneas temáticas, los estudios referidos a economías regionales como las de Cuyo, la Patagonia o Tucumán. La historia agraria se ha nutrido también del aporte de disciplinas como la antropología y la arqueología y de los estudios realizados en ámbitos técnicos como el INTA o el Indec.    Un rasgo fundamental de estas nuevas líneas de investigación fue la innovación metodológica que aportaron a través de trabajos de campo que abordaron su objeto de estudio, a partir de aproximaciones sectoriales y regionalizadas y a través de un cambio relevante en el tipo de fuentes utilizadas, como la mayor recurrencia al análisis de fuentes censales y catastrales, de registros parroquiales y notariales, de contratos de arrendamientos y de los asientos contables de las estancias o ingenios azucareros y las que proveyeron las técnicas de encuesta y entrevista, entre otras. Estos diversos aportes monográficos, parciales y fragmentarios, fueron sin embargo modificando la imagen dominante de la historia agraria argentina, formada a través de textos clásicos como los más tempranos de Jacinto Oddone La burguesía terrateniente argentina(1930), de Horacio Giberti Historia Económica de la Ganadería Argentina (1954) y El desarrollo agrario argentino (1964), el libro de James Scobie Revolution on the Pampas. A social history of Argentine wheat, 1860-1910 (1964) y el más reciente de Romain Gaignard La Pampa argentina. Ocupación, poblamiento, explotación, de la conquista a la crisis mundial (1550-1930), publicado en 1989.    El libro del economista y sociólogo rural Osvaldo Barsky y el historiador Jorge Gelman, viene a apoyarse en ese caudal historiográfico elaborado en las dos últimas décadas e intenta brindar una síntesis global e integradora de la historia del agro argentino, a partir de las nuevas perspectivas de abordaje de la misma, exponiendo las características específicas de los sistemas agrarios que se desarrollaron en lo que desde el siglo XIX constituyó el espacio geográfico argentino. La obra abarca desde los comienzos de su poblamiento por bandas de cazadores y recolectores y las diversas formas de apropiación de los recursos naturales y de organización social, que se fueron desarrollando hasta la conquista española en el siglo XVI y el período de cinco siglos que median entre ésta última y la situación agropecuaria del presente, analizada bajo el impacto de las políticas de desregulación de la economía iniciadas en 1991. Pero éste libro no sólo se apoya en un nuevo estado de la cuestión agraria argentina formulada por la historiografía, sino que también lo hace en los propios aportes realizados por los autores a través de sus investigaciones sobre el mundo rural colonial (en el caso de Gelman) y de la estructura agraria contemporánea (en el de Barsky).    Su construcción se desarrolla así desde una perspectiva esencialmente histórica en sus primeros cinco capítulos y una dominantemente sociológica, en aquellos que se extienden entre la organización de la economía agroexportadora pampeana y los últimos años del siglo XX, demostrando los resultados que un abordaje interdisciplinario puede conferir a una obra de éste tipo. Y es que la diferente formación profesional de los autores y su propia especialización en la historia agraria desarrollada en vinculación con los equipos de investigación de Flacso, el INTA, el Indec como en el caso de Barsky y de la carrera de Historia de la Universidad de Buenos Aires, la Red de Estudios Rurales y el Conicet en el de Gelman (ámbitos en los cuáles han desarrollado sus trabajos), son las marcas visibles que el despliegue del libro revela al lector. No se trata de marcar una crítica de éste tipo a una empresa de reconstrucción del desarrollo rural argentino que resulta valiosa, en primer lugar, porque ella viene a posibilitar asir de modo totalizador el pasado de un país que fue esencialmente agrario durante gran parte de su historia y en el que el sector agropecuario ha sido (y en parte todavía lo es), factor de su

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modernización económica y social.    En segundo lugar y como expresan los autores en su introducción, la importancia de la obra reside también, en el valor comprensivo que el conocimiento del pasado agrario brinda sobre la historia argentina en su conjunto: "...construir una síntesis sobre el desarrollo agrario del territorio argentino en el largo plazo, como un elemento central para pensar la evolución más general del país, así como los problemas de su presente..." (pág. 11). Así, una de las claves centrales que pueden explicar el fracaso y postración que vive el país desde las primeras décadas del siglo XX, puede encontrarse en sus estructuras agrarias. Como los autores dejan entrever en ése argumento, su mérito reside en el intento de reconstruir una historia argentina tomando como eje articulador su pasado agrario, que permite comprender las causas históricas de su diferenciado y desigual desarrollo económico y social regional. Reconstruir una historia agraria que sea parte central para dilucidar la historia del país, es sin dudas el objetivo fundamental del libro, como se puede inferir en el párrafo antes citado.    A diferencia de textos como los de Oddone, Giberti o Gaignard, que concentraban su atención en la evolución sectorial de la economía agraria (esto es, se ocupaban excluyentemente del análisis de la agricultura o de la ganadería) y centralizados en la región pampeana, el de Barsky y Gelman pretende estudiar tanto el desarrollo ganadero como el operado en el sector agrícola, ateniéndose a la vez a mostrar las específicas modalidades regionales que sus desenvolvimientos tuvieron y las estructuras agrarias regionales que fueron generando. El objetivo de los autores es reconstruir la evolución agraria argentina en el largo plazo, analizando también cuestiones como las políticas agrarias, la organización del trabajo rural, los procesos demográficos y los cambios a nivel de las estructuras familiares que en esos contextos se operaron. La nueva visión del pasado que surge de ésta reconstrucción, muestra una sociedad agraria compleja, rica en diversidades productivas y sociales.    Así por ejemplo, el capítulo I revela las profundas diferencias de las formas de organización social y económica de las comunidades indígenas precolombinas, de sus patrones de ocupación del territorio nacional, del estadio de su desarrollo material y específicamente de la explotación de los recursos naturales, hallándose pueblos en estadios propios de la caza, la recolección y la pesca y otros que ya habían desarrollado la agricultura y la domesticación de animales. En éste mismo capítulo, se describe el impacto sobre las culturas indígenas de la conquista española y del producido por el nuevo sistema agrario colonial y las nuevas formas de explotación del trabajo que se fueron organizando desde mediados del siglo XVI.    Los capítulos II y III reconstruyen el nuevo espacio económico y social del período colonial, con su centro económico en la minería altoperuana de Potosí, pero conformado también por diversas economías regionales que se organizaron en torno de diferentes producciones agrícolas (cereales, yerba mate, vino), y ganaderas (como la producción de mulas) y el desarrollo de rudimentarias industrias textiles. Las evidencias del análisis histórico demuestran también la coexistencia en ese mundo colonial, de diferentes tipos de organización del trabajo (encomiendas, esclavitud y asalariado), de la organización de establecimientos productivos de origen laico (como las estancias de cría de mulas en Córdoba) o pertenecientes a órdenes religiosas (representado por el complejo de misiones y haciendas jesuitas de Córdoba y Misiones) y de formas de explotación rudimentarias del ganado cimarrón (como las vaquerías de Litoral). Completan el nuevo cuadro el fuerte desarrollo de la región Litoral hacia el final del período colonial, en cuyas tierras se expande ahora la estancia ganadera (en reemplazo del extinguido ganado salvaje) junto con la agricultura del trigo, desarrollada en pequeñas explotaciones familiares y destinada a abastecer el mercado de la nueva capital virreinal. Surge en el Litoral (y éste es el otro dato revelador), una numerosa población campesina que practicaba la agricultura de tipo familiar.    Los capítulos IV y V reconstruyen las peculiaridades de la desarticulación de las economías regionales, los procesos de reorganización productiva de las mismas y los reordenamientos de los circuitos comerciales internos, derivados de los cambios que introducen el período revolucionario-independentista y el de organización del Estado nacional, luego de la caída de Rosas. Si en las postrimerías del siglo XVIII, el mundo agrario mostraba profundas diferencias de desarrollo económico y peso demográfico en favor del centro y noroeste del virreinato y un

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Litoral de escasa población pero que reconocía un importante aumento demográfico y económico gracias a las reformas imperiales de fines del XVIII (desarrollo incipiente de las exportaciones de cuero), ese mundo se ve violentamente trastocado por las guerras independentistas. El derrumbe del comercio interregional y del que unía al noroeste con la economía potosina y de Cuyo reforzando sus lazos con el mercado trasandino, la vinculación directa con el mercado mundial del litoral y la gran expansión ganadera bonaerense, serán los datos centrales de la economía agraria de las primeras décadas del siglo XIX. Pero junto a esa expansión ganadera primero bovina y luego ovina, los autores demuestran cómo persiste y se fortalece la producción agrícola campesina orientada hacia los mercados urbanos, al que se le agrega el proceso de colonización agrícola con inmigrantes europeos en Santa Fé y sur de Córdoba.    Un dato central del período 1850-1880, es que en él se consolida un proyecto de modernización económico y societal fundado en la especialización productiva agropecuaria para el mercado mundial, que se asegura con la conquista y ocupación de los territorios indios (Patagonia y el gran Chaco), la definitiva organización política del país y la incorporación de tecnología, trabajo y capitales extranjeros. Ese proceso de transformaciones económicas que se despliega lentamente en esas tres décadas, se acelerará vertiginosamente entre 1880 y la primera guerra mundial, convirtiendo a la Argentina en uno de los primeros exportadores mundiales de cereales y carnes.    En el capítulo VI los autores reconstruyen los factores y condiciones nacionales e internacionales (revolución de los transportes terrestres y marítimos, capitales e inmigración masiva), que hicieron factible la organización en la región pampeana de la economía agroexportadora argentina, la profunda reconversión técnica y productiva de las estancias ganaderas en función de la demanda de los frigoríficos y el desarrollo de la agricultura del cereal. Los sistemas de comercialización y transportes, las tecnologías productivas, el régimen de propiedad y tenencia de la tierra, las políticas agrarias estatales, son algunos de los tópicos sobre los que se reconstruye la etapa de la historia económica y social argentina de mayores y profundos cambios estructurales. Barsky y Gelman afianzan en éste capítulo un cuadro de la estructura social y económica del agro pampeano compleja y diversa, en la cuál coexisten un universo de diversas capas de productores agrícolas y ganaderos propietarios y no propietarios, y unidades productivas de muy diferente tamaño, cuadro muy alejado de la visión tradicional, dominada por el contrapunto entre una agricultura extensiva de pobres chacareros arrendatarios y latifundistas ganaderos.    La vulnerabilidad de una economía primario exportadora como la Argentina, dependiente en extremo de las condiciones internacionales, es analizada en el capítulo VII, en el cuál se describe el impacto de esas condiciones externas para la agricultura y la ganadería pampeana y los conflictos agrarios que se desatan en ella. En tanto que el VIII se aboca al análisis del derrumbe de ésa economía a partir del crack mundial de 1929, que se desarrolla a su vez en el marco de una crisis agrícola mundial que la precede. Frente a la crisis de la economía pampeana, se asiste a una fuerte intervención estatal en el despliegue de políticas de intervención y regulación orientadas a su apuntalamiento, comprobándose la pérdida de su gravitación en el crecimiento de la economía nacional, sin perder sin embargo su centralidad. Barsky y Gelman describen también las consecuencias de la crisis en las economías regionales del interior, y analizan la expansión en ellas, de nuevas producciones en esos mismos años '30 (algodón en Chaco, arroz en Entre Ríos y Corrientes), que completa el cuadro productivo regional desarrollado por los autores en los capítulos VI y VII, sobre los complejos agroindustriales del azúcar en el noroeste y Tucumán y del vino en Cuyo, la especialización ovina y frutícola en la Patagonia, la explotación forestal en el Chaco, la producción de tabaco en Corrientes y de yerba mate en Misiones.    Los tres capítulos finales desarrollan las vicisitudes y cambios de la economía y la sociedad agraria argentina entre 1940 y el año 2000, una etapa caracterizada por fuertes cambios en el mercado mundial de productos agrícolas y ganaderos y de la condiciones tecnológicas de su desarrollo productivo. Además de esos cambios, en ellos se analizan como cuestiones centrales las consecuencias para las exportaciones agrícolas de nuestro país, del boicot

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norteamericano y las políticas hacia la agricultura pampeana por parte de los gobiernos conservadores y del peronismo (capítulo IX). Tópicos importantes de éste capítulo serán la discusión del retroceso tecnológico del agro pampeano con relación a otros países productores agropecuarios y del estancamiento de la región pampeana entre 1930 y 1960, cuestión ésta última que cubrió gran parte de la discusión académica y política de los años '60 y '70 y que la nueva historiografía a redefinido por completo, ya que el estancamiento afectó a la agricultura y no a la ganadería pampeana que sí se expandió, al igual que los cultivos industriales regionales. Éstos capítulos reconstruyen los cambios en la estructura agraria entre 1940 y 1970, a partir de una profusa utilización de censos agropecuarios y nacionales y de información estadística elaborada por otros autores y por el mismo Barsky y el fin del sistema tradicional de arrendamientos en la región pampeana.    Finalmente, el capítulo XI permite conocer las modalidades del desarrollo productivo agropecuario a partir del profundo cambio de las políticas económicas implementadas desde 1991. En él se brinda una evaluación de los cambios en la estructura agraria pampeana, en base al censo nacional agropecuario de 1988. El libro se cierra con un ensayo bibliográfico de orientación temática, aunque el texto le adeuda a los lectores, mapas económicos regionales, que les hubiera brindado una imagen de ubicación espacial, más al tratarse de una obra que se destina a un público no sólo universitario.    Por último, el cuadro que nos brinda el libro de Barsky y Gelman sobre el agro argentino en el largo plazo, es una historia agraria llena de matices sobre las características de su sistema agrario y sus diferencias regionales, como también de sus actores económicos y sociales y si no deja de tener una presencia dominante en la misma la región pampeana, gana en ella una sólida gravitación el desarrollo productivo del agro de las diversas regiones del país.