Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica, 1934-1996

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Díaz Arciniega, Víctor. Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica, 1934-1996. México, FCE, 1996 (2.ª ed.) Historia del Fondo de Cultura Económica, una de las editoriales más importantes en el ámbito hispánico.

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VCTOR DAZ ARCINIEGA

HISTORIA DE LA CASAFONDO DE CULTURA ECONMICA (1934-1996)

VIDA

Y

PENSAMIENTO

DE

MXICO

HISTORIA DE LA CASA

VCTOR DAZ ARCINIEGA

HISTORIA DE LA CASAFondo de Cultura Econmica, 1934-1996

FONDO DE CULTURA ECONMICAMXICO

Primera edicin, 1994 Segunda edicin, 1996

D. R. 1994, FONDO DE CULTURA ECONMICA Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14200 Mxico, D. F.

ISBN 968-16-5011-5 ISBN 968-16-4525-1Impreso en Mxico

(segunda edicin) (primera edicin)

PREFACIOLa trascendencia cultural del Fondo de Cultura Econmica es razn suficiente para explicar la existencia de esta historia. Su importancia radica en la concurrencia de varias caractersticas cuya identificacin y ponderacin, no obstante han sido poco valoradas, en especial dentro de las historias culturales de Mxico. Por esto, y hasta donde las limitaciones propias del tema lo permiten, el propsito de esta investigacin es mostrar la historia del FCE dentro de una historia cultural de Mxico. En las historias de la cultura la labor de una editorial es fundamental y compleja por su doble funcin de actora y receptora de las actividades culturales. La conjuncin es complicada. Pretender cualquier tipo de deslinde llevara a forzar unas caractersticas individualizadas inexistentes en la realidad. A pesar de ello, en el caso del Fondo de Cultura Econmica consider el riesgo y la conveniencia de centrar la seccin ms amplia de mi investigacin en las cualidades intrnsecas tcnicas y administrativas de la empresa; y en la seccin ms reducida, rebasar el marco institucional para analizar los vnculos recprocos entre el FCE y las sociedades mexicana e hispanoamericana a las que se debe. Tras concluir la investigacin y luego de haber estado indagando dentro de la historia cultural mexicana, reconozco que el de las casas o empresas editoriales es un tema pobremente documentado y escasamente estudiado. Los pocos analistas e historiadores que han acudido a l invariablemente lo han hecho de manera tangencial. Con igual sentido, en los estudios y reflexiones (comnmente breves) abundan las alusiones en las que se reconoce su valor como preponderante para el progreso, mejoramiento o desarrollo de la cultura. En sentido inverso, es frecuente encontrar referencias a casas o empresas editoriales y nmero de publicaciones con un sentido sociolgico y poltico: se refieren como indicios, varia7

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bles, categoras y dems indicadores del desarrollo de un pas. Parece contradictorio, pero las editoriales se valoran ms por sus rasgos cuantitativos (tirajes, ventas y nmero de ttulos) que por su funcin cualitativa dentro del quehacer cultural de un pas. Aunque parezca verdad de Perogrullo, las editoriales y publicaciones peridicas concurren sobre los lectores; sin stos, aqullas no tendran razn de existir ni de ser. Sin embargo, en el comn de las historias suele pasarse por alto, como si se sobrentendiera, la importancia de las empresas encargadas de publicar libros, revistas y peridicos concebidos y destinados a los lectores. Igualmente se da por sentado que esas empresas cumplen una funcin o un propsito (suele distinguirse entre cultural, poltico, social y/o mercantil) y que, pasado el tiempo y reconocida su importancia nunca antes, se analizan en s mismas, en lo que son y en lo que aportaron cualitativamente, como en los casos de Regeneracin o Contemporneos, por citar dos ejemplos conocidos. En otras palabras, mientras una empresa editorial o una revista no ha llegado a ocupar un lugar en los nichos establecidos de la historia, esa empresa editorial o revista no es digna de una investigacin sistemtica. Con respecto al Fondo de Cultura Econmica, el cmulo de lugares comunes y referencias ya canonizadas en la historia cultural mexicana no desmerece ante el torrente de ancdotas evocadas por los trabajadores de la editorial. En las setentaitantas conversaciones formales que sostuve con igual nmero de trabajadores (desde los directores hasta los encargados de intendencia y bodega) y colaboradores (miembros de los Consejos Editoriales, traductores, editores, dictaminadores y autores) resultaba difcil separar el grano de la vaina. El bagazo que reun es abundante, rico para un anecdotario poco trascendente y pobre para una historia cultural. Sin embargo, debo reconocer que gracias a ese anecdotario obtuve una mejor apreciacin de las cualidades humanas que cimentan, estructuran y proyectan orgnicamente a una institucin como el Fondo de Cultura Econmica. Si el anecdotario se asemejaba a una cadena montaosa sobre la que deba trazar un camino, los documentos del archivo

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de la editorial representaban una cordillera que slo podra escalar un equipo altamente experimentado, con recursos tcnicos y materiales considerables, y en plazos largos. Luego de unas cuantas y parciales acometidas en las que el auxilio de Csar Arstides fue valioso, desist. Las cumbres de la contabilidad, las finanzas y del trato particular entre las autoridades de la editorial y los autores y colaboradores en donde el tema de las regalas ocupa la casi totalidad de los expedientes me resultaban inalcanzables. Ante preguntas en apariencia simples como el clculo del costo de un libro de 300 cuartillas o del tiraje de una reimpresin encontraba respuestas econmicas muy complejas; ante las hojas de presupuestos anualizados reconoca que mi elemental conocimiento de la aritmtica era ms que insuficiente. Admito que con tan pobres prendas no se pueden alcanzar cimas tan elevadas. Historia de la Casa. Fondo de Cultura Econmica, 1934-1996 pretende, en lneas generales, hacer una propuesta de historia cultural a travs de una historia institucional y, en particular, mostrar los pormenores de una organizacin editorial que durante 60 aos ha buscado corresponder a una sociedad, ya sea adelantndose a sus necesidades de lectura o bien satisfacindolas. Para lo primero, el lapso de 60 aos resulta generoso, pues permite reconsideraciones sobre la continuidad de una tarea institucional, un trabajo tcnico y un proyecto cultural a travs de una actividad editorial (vase la cuarta parte: Una lnea en el tiempo). Asimismo, la distancia temporal facilita la ponderacin del proyecto original y de la concurrencia de otro que lo enriquece y que proviene del proyecto intelectual de los republicanos espaoles refugiados en Mxico (vase la primera parte: Bases para un proyecto). En ambas partes, el lector podr observar que las fechas y periodos administrativos no son preponderantes. Por el contrario, hasta donde fue posible, procur dar relieve a las lneas abstractas y simblicas con que se teje una historia cultural y las cuales se desprenden de los catlogos generales de la empresa y de otras fuentes informativas. En sentido inverso, para abordar los pormenores de la organizacin editorial result indispensable seguir la secuencia de los periodos de cada administracin y de sus respectivas

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caractersticas (vanse la segunda y tercera partes: Proximidad con la utopa y Consolidacin de un horizonte, respectivamente). Aqu resultaron fundamentales las actas de la Junta de Gobierno o de la Administracin del Fondo de Cultura Econmica, en donde se consignan casi todas las decisiones acordadas por la direccin la ms alta autoridad de la empresa. El casi obedece a una caracterstica: en las actas no se registran los criterios que condujeron a la publicacin de un ttulo determinado los cuales son importantes para una consideracin en la historia cultural. No obstante, en sentido opuesto es abundante la cantidad de informacin sobre pormenores administrativos, financieros, contables, comerciales y de produccin y planeacin editoriales. En otras palabras, las actas se convirtieron en la columna vertebral de esta parte de la investigacin. Para contrarrestar las referencias cannicas o lugares comunes de la historia cultural mexicana y para ponderar las ancdotas entreveradas en las conversaciones de los trabajadores y colaboradores, procur acudir a la informacin. En algunos casos, la muestro y registro su origen al calce o dentro del texto; en otros la mayora de las ocasiones, cabe aclarar, la uso como apoyo indirecto para integrar descripciones, anlisis e incluso interpretaciones, por lo tanto su registro slo aparece al calce y una sola vez al principio de los captulos. No obstante la informacin proveniente de fuentes directas y testimonios vivos, reconozco que muchos de los lugares comunes y referencias cannicas existentes en la historia cultural mexicana no se movern. No era mi intencin directa, aunque s indirecta, en la medida que intent proporcionar nuevas versiones apoyadas en fuentes informativas. Es decir, en los captulos dedicados al anlisis de los aspectos administrativos de la editorial, procur evitar mi opinin personal en beneficio de la informacin. En sentido relativamente inverso, en los captulos dedicados al anlisis de la relacin entre la editorial y el medio cultural en el que ocupa un lugar, admito que mi opinin personal se alcanza a transparentar. De igual manera proced con los testimonios de viva voz por m recogidos, no obstante que el juicio subjetivo result en extremo valioso para ponderar la informacin.

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Con esto quiero decir que las setentaitantas entrevistas resultaron tanto o ms importantes que las actas referidas. El apoyo explcito en esas decenas de horas de conversacin resultaron el mejor estmulo a este trabajo. Sin sus voces, la ma carecera de sentido. Por ello expreso mi ms cumplido agradecimiento a esos hombres y mujeres que tanto me dieron de s mismos y a quienes espero no haber tergiversado en mi transcripcin. Sin embargo, como indiqu lneas arriba, con excepcin de unos cuantos fragmentos aislados, ninguna de esas charlas est consignada en el cuerpo de la investigacin. S lo estn al inicio de los captulos y junto a la bibliografa registrada al final de la investigacin. En las notas registr slo las fuentes empleadas en forma directa y omit todas las referencias indirectas; las notas no pretenden alardes de erudicin, ni despliegue de ancdotas ms o menos pertinentes u ocurrentes, sino constancia probatoria. Tambin estoy agradecido a quienes me ofrecieron su testimonio y valoracin, y a quienes me entregaron su apoyo permanente mediante el comentario de viva voz, la documentacin de toda ndole, los recursos materiales y tcnicos y, sobre todo, el apoyo humano y anecdtico indispensables. Dentro de la editorial: Alfonso Ruelas, Socorro Cano, Juan Jos Utrilla, Jorge Faras, Gerardo Cabello, Alejandro Ramrez, Alejandro Valles, Csar Arstides, ngeles Surez, los encargados de la biblioteca y, por supuesto, Al Chumacero. En este punto quiero agradecer en forma especial a Jos Antonio Garca Rosas, quien ley atentamente la ltima versin y corrigi los tropiezos sintcticos que comet. Afuera de la editorial, me ayudaron a reconsiderar la historia como tal: Elas Trabulse, lvaro Matute, Jorge Ruedas de la Serna, Andrs Lira y, de manera particular, a Arnaldo Orfila y a Jos Luis Martnez debo agradecer su memoria, claridad, paciencia y ponderacin. Adems de ellos, en el FCE estoy en particular deuda de gratitud con Miguel de la Madrid y Adolfo Castan, quienes me otorgaron su confianza; y con la Universidad Nacional Autnoma de Mxico, que me otorg el grado acadmico de historiador por la segunda versin de esta investigacin; agradezco tambin al Departamento de Humanidades de la Universidad Autnoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco, que me permiti

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hacer la investigacin como parte de mis tareas acadmicas y, sobre todo, a Georgina Naufal, quien puso su amor a prueba ante mis recurrencias monotemticas, y a Nicols, a quien le regate atencin por causa de este trabajo. VCTOR DAZ ARCINIEGA Septiembre de 1994

PRIMERA PARTE BASES PARA UN PROYECTO

I. CIMIENTOS PARA LA UTOPA1.

Uno de los orgenes

del Fondo de Cultura Econmica se remonta a 1921, cuando un grupo de jvenes inquietos, emprendedores, se echaron a cuestas la organizacin de un primer Congreso Internacional de Estudiantes. Debido a los buenos resultados, su entusiasmo creci tanto como su ambicin, al punto de que la Federacin de Estudiantes de Mxico pronto les qued chica. Se propusieron una nueva meta, ahora continental: reunir en una sola federacin de estudiantes a todos los pases de nuestra Amrica, sin ocultar aqu el designio de Mart o Rod, como los ms prominentes dentro de una plyade de hombres entonces influyentes. El presidente de la Federacin, Daniel Coso Villegas quien contaba 23 aos, hizo la propuesta del Congreso a la persona y en el momento indicados: al presidente lvaro Obregn meses antes de celebrarse el centenario de la consumacin de la Independencia. El secretario de Educacin, Jos Vasconcelos, no slo fue el enlace idneo, sino el principal apoyo de la idea juvenil. Todas las condiciones eran propicias, ms cuando en nuestros pases se perciba una inquietud estudiantil deseosa de la renovacin y el cambio, tal como ilustran las reformas universitarias de Crdoba, Argentina, en 1918, y la secuela que de aqu se desprendi. Ms an, y esto se debe subrayar, el Congreso no se produjo como un acto aislado sino como parte de un gran renacimiento cultural y educativo promovido por el secretario Vasconcelos, cuya proyeccin era, primersimamente, crear y fortalecer el sentimiento de comunin nacional y, en forma natural, cristalizar el sueo de Bolvar: unificar a todos los pases hispanoamericanos. Durante los aos que abarc la administracin de Vasconcelos (1920-1924), la concepcin de revolucionario lleg a desligarse de la pretrita violencia y caudillaje protagonizados por Villa y Zapata, por ejemplo; en el nuevo concepto, asumido15

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hasta por los ms escpticos jvenes, se materializaban las mesinicas tareas promovidas por Vasconcelos: campaas alfabetizadoras en las barriadas, maestros rurales que recorran el pas, bibliotecas que a lomo de mula llegaban a apartadas rancheras; becas a estudiantes hispanoamericanos que venan a Mxico a observar su renacimiento; desayunos escolares, escuelas tcnicas, ediciones masivas de obras y autores clsicos obsequiados al pueblo; mtodos revolucionarios en el aprendizaje del dibujo, proliferacin de pinturas murales en los edificios de la Universidad y de la Secretara recin construida, orfeones y grupos de baile, para slo referir la parte ms visible y heroica de unas transformaciones que como analiza Claude Fell abarcaban muchos aspectos tcnicos y administrativos, indispensables para la mejor organizacin y desempeo de las actividades educativas y culturales.1 Muchos aos despus, al final de su vida, Coso seguira recordando este grande y emotivo escenario de su primera juventud:Entonces s que hubo un ambiente evanglico para ensear a leer y escribir al prjimo; entonces s se senta, en el pecho y en el corazn de cada mexicano, que la accin educadora era tan apremiante y tan cristiana como saciar la sed o matar el hambre. Entonces comenzaron las primeras grandes pinturas murales, monumentos que aspiraban a fijar por siglos las angustias del pas, sus problemas y sus esperanzas. Entonces se senta fe en el libro, y en el libro de calidad perenne; y los libros se imprimieron a millares, y por millares se obsequiaron. Fundar una biblioteca en un pueblo pequeo y apartado pareca tener tanta significacin como levantar una iglesia y poner en su cpula brillantes mosaicos que anunciaran al caminante la proximidad de un hogar en donde descansar y recogerse. Entonces los festivales de msica y danza populares no eran curiosidades para los ojos carnerunos del turista, sino para mexicanos, para nuestro propio estmulo y nuestro propio deleite. Entonces el teatro fue popular, de libre stira poltica, pero, sobre todo, espejo de costumbres, de vicios, de virtudes y de aspiraciones.21

UNAM,

Claude Fell, Jos Vasconcelos. Los aos del guila (1920-1925), Mxico: 1989. 2 Daniel Coso Villegas, Memorias, Mxico: Joaqun Mortiz, 1976.

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Dentro de este gran crisol, y quiz sin pretenderlo, algunos de los jvenes que entonces contaban entre los 20 y los 30 aos de edad se identificaron en un esprit de corps fundamental para su porvenir. De hecho, la lectura del recin publicado libro El tema de nuestro tiempo (1923), de Jos Ortega y Gasset, ejerci una influencia decisiva sobre ellos, ya que los identificaba con la nocin de generacin entre otros conceptos que tomaron del autor como punto de partida, como referencia y gua para sus anlisis y reflexiones; Ortega haca la distincin entre la masa mayoritaria de los que insisten en la ideologa establecida y una escasa minora de corazones de vanguardia, as como entre secuencias generacionales, en las que se reconocan pocas acumulativas y pocas eliminatorias y polmicas. Esto era, cada generacin representa una cierta actitud vital [sic] que se distingua por recibir lo vivido por la antecedente o por dejar fluir su propia espontaneidad. Ortega sintetizaba la nocin de futuro en una frmula: de lo que se empieza a pensar depende lo que maana se vivir en las plazuelas, la cual no se entenda cabalmente sin su referente: la contraposicin entre el relativismo y el racionalismo, de donde saldra el orden social definitivo:El futuro ideal constituido por el intelecto puro debe suplantar al pasado y al presente escribe Ortega y Gasset. ste es el temperamento que lleva a las revoluciones. El racionalismo aplicado a la poltica es revolucionarismo y, viceversa, no es revolucionaria una poca si no es racionalista. No se puede ser revolucionario sino en la medida en que se es incapaz de sentir la historia, de percibir en el pasado y en el presente la otra especie de razn, que no es pura, sino vital.

Ortega daba primaca al concepto de vital, en un sentido biolgico, contrapuesto a espiritual, en un sentido transvital cita a Sneca: Vivir militare est. Empleaba ambos conceptos, siempre en relacin de contrarios-complementarios, para analizar la dualidad vida-cultura, y conclua: No hay cultura sin vida, no hay espiritualidad sin vitalidad, en el sentido ms terre terre que se quiera dar a esta palabra. Lo espiritual no es menos vida ni es ms vida que lo espiritual. Tal distincin lo llevaba a un doble imperativo: La cultura no puede ser

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regida exclusivamente por sus leyes objetivas o transvitales, sino que a la vez est sometida a las leyes de la vida. Eran dos instancias que mutuamente se regulan y corrigen: La vida inculta es barbarie; la cultura desvitalizada es bizantinismo. Por lo tanto, estaba en contra del utopismo cultural porque est alejado de la vida. De hecho, el culturalismo era una forma de cristianismo sin Dios o, en otro sentido, la vida de cultura que es la vida espiritual es una forma de vita beata. Por eso, en las pocas de reforma, como la nuestra [en la primera posguerra], es preciso desconfiar de la cultura ya hecha y fomentar la cultura emergente o, lo que es lo mismo, quedan en suspenso los imperativos culturales y cobran inminencia los vitales. Contracultura, lealtad, espontaneidad, vitalidad. Su conclusin era rotunda: El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razn a la vitalidad, localizarla dentro de lo biolgico, supeditarla a lo espontneo. Dentro de pocos aos parecer absurdo que se haya exigido a la vida ponerse al servicio de la cultura. La misin del tiempo nuevo es precisamente convertir la relacin y mostrar que es la cultura, la razn, el arte, la tica quienes han de servir a la vida. No est de ms reiterarlo: la influencia del filsofo espaol fue decisiva porque ayud a los lectores mexicanos, jvenes en su mayora vidos de ideas nuevas, a pensarse a s mismos y a la realidad que los circundaba. El tema de nuestro tiempo fue determinante (y en esta palabra no eludo el riesgo de la invocacin positivista, pues para aquellos jvenes la realidad se deba cifrar en resultados tangibles, objetivos): en l se cifraban los anlisis y reflexiones de los temas que ms preocupaban, como la identidad personal y generacional, la relacin con la realidad inmediata y con el porvenir, la apreciacin de la vida y de la cultura. En otras palabras: los sntomas de valores vitales que perciban en s mismos eran equivalentes a los que Ortega perciba en el mundo.3

3 Cf. Vctor Daz Arciniega [en las notas abreviar: cultura revolucionaria, Mxico: FCE, 1989.

VDA],

Querella por la

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2.

Poco a poco

disminuy el murmullo. Los invitados y asistentes tomaron su lugar. Pronto, como cmplices de la expectacin, todos escucharon al secretario de Educacin Pblica, Jos Vasconcelos, en el momento de inaugurar los trabajos del Primer Congreso Internacional de Estudiantes. Sus palabras no eran una simple bienvenida. Tampoco una arenga poltica. Eran la exaltacin de la responsabilidad que haban de asumir los estudiantes en la edificacin de una sociedad ms pacfica y ms justa:Creo que en nuestro tiempo, y hablo del mundo entero, y no slo de Mxico, se han resuelto por lo menos tericamente los problemas sociales que han impedido hacer de este mundo una morada de paz y bienandanza; y creo que estas soluciones, aunque todava sujetas a rectificaciones de detalle, hacen de nuestra poca una edad comparable solamente a la de los primeros siglos del cristianismo, cuando se resolvieron los problemas del alma y se dejaron sentadas las bases de una justicia social verdadera.4

Su exordio estaba dirigido a los universitarios de 1921, que pronto seran los ciudadanos encargados de poner a prueba y aplicar los principios de organizacin colectiva y proyeccin cultural descubiertos por la generacin precedente, la del Ateneo de la Juventud para Mxico o la generacin de 1900 para el resto de Hispanoamrica; era un exordio inmerso en su poca y atento, con serenidad, sin envidias ni nostalgias, de los jvenes que preparaban su futura accin. Vasconcelos ilustr con pasajes de la historia mexicana inmediata e invit a una reflexin: Pensad en el ms alto ideal poltico teniendo que desarrollarse en un medio de desigualdades econmicas tremendas, de clericalismo siempre al acecho, y tendris la clave de la historia de Mxico: virtudes excelsas frente a crmenes horrendos, noches sombras y auroras de gloria y redencin. En su conclusin hizo un voto: que el Congreso fuera sitio de intercambio entre los estudiantes mexicanos y sus congneres venidos de pases adelantados o de naciones aplastadas por feroces despotismos; que los hispanoamericanos se4

Fell, op. cit.

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constituyeran en bloque para as dar ejemplo a los distintos gobiernos del subcontinente, que hasta ahora no ha procurado lograr igual uniformidad de accin. Durante dos semanas entre el 20 de septiembre y el 8 de octubre de 1921, un total de 40 delegados y 30 adherentes de 14 pases, todos reunidos en el Saln del Generalito de la Escuela Nacional Preparatoria o, segn el caso, en la Sala de Actos de la Facultad de Jurisprudencia, ambos de la Universidad Nacional de Mxico, los congresistas expusieron varios temas: la funcin social del estudiante, el mejor mtodo para ejercer tal funcin, el objetivo y valor de las asociaciones estudiantiles y la conveniencia de organizar una federacin internacional de estudiantes, bases sobre las que deberan fundamentarse las relaciones internacionales y la ejecucin de las resoluciones del Congreso, de las cuales algunos puntos sern significativos para la historia del Fondo de Cultura Econmica: los que apuntaban hacia propuestas para alcanzar el deseado advenimiento de una nueva humanidad y la integracin de los pueblos en una comunidad universal. Es decir, segn las resoluciones, mediante la escuela, base y garanta del programa accin social, se luchara por lograr la coordinacin armnica del pensar, el sentir y el querer; con la extensin universitaria se podra difundir la cultura; mediante la solidaridad se impulsara el pensamiento y la accin; se procurara que las universidades populares estuvieran libres de todo espritu dogmtico y partidista; se buscara la comunidad de los pueblos en una comunidad universal por medio de la abolicin del actual concepto de relaciones internacionales, para no centrarlas entre los gobiernos sino entre los pueblos. De esta manera se lograra una mejor comprensin del espritu, cultura e ideales.5 Si se hace caso a la memoria de algunos de los mexicanos participantes en el Congreso y que aos ms tarde fundaran el FCE Coso y Villaseor, por ejemplo, se puede observar que para ellos el Congreso parece no tener importancia. Caso contrario es el de Arnaldo Orfila Reynal, asistente al Congreso en representacin de su natal Argentina, quien ha evocado5 Cf. Juan Carlos Portantiero, Estudiantes y poltica en Amrica Latina, Mxico: Siglo XXI, 1987.

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con entusiasmo esas semanas, significativas en su memoria por varias circunstancias: es su primer viaje intercontinental, es su primer contacto vivo con un inters juvenil compartido continentalmente, es su primer encuentro con una visin distinta de la actividad universitaria, y es su primer dilogo con inteligencias tan sobresalientes como la de Pedro Henrquez Urea, a quien prcticamente todos los congresistas ofrecen su admiracin y respeto.Fue se un foro americano en el que se expresaron con claridad las corrientes ms avanzadas de las juventudes del mundo que se orientaban hacia una concepcin socialista bien clara con afirmacin de ideales internacionalistas definidos indic Orfila en 1980, al recibir la ms alta condecoracin mexicana, el guila Azteca. Fueron momentos en que se consideraba era la primera posguerra que vivamos la posibilidad de grandes transformaciones, y el Congreso crey oportuna y necesaria la fundacin de la I Internacional de Estudiantes en la que, confibamos, podra concentrarse una fuerza que debera actuar por lneas paralelas aunque no coincidentes con las de las internacionales obreras [...]. Qued en nosotros el impacto del impulso revolucionario del movimiento poltico y cultural de Mxico por esos aos, en un autntico despertar abierto al ritmo de la lucha social. Este despertar, esta conjuncin de la poltica transformadora y la cultura extendida ms all de los muros universitarios abri nuevas perspectivas de accin internacional y estrech los vnculos de las juventudes americanas que se amplan despus, tambin desde Mxico, con la creacin del Fondo de Cultura Econmica.6

A la vuelta de los aos Jos Carlos Portantiero a diferencia de los propios protagonistas ha hecho ver la importancia de la reunin estudiantil: en el Congreso, por primera ocasin, los diferentes movimientos reformistas surgidos en Hispanoamrica adquirieron su consagracin definitiva y, ms y mejor an, transformaron las banderas de Crdoba, Lima y Santiago en reclamos de la juventud hispanoamericana que ya se conceba a s misma como integrante ms vasta que las fronteras de sus naciones.6 Varios, Arnaldo Orfila Reynal. La Pasin por los libros. Mxico: Universidad de Guadalajara, 1993.

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A todo esto se debe sumar una larga serie de antecedentes culturales, cuya base se podra situar en la propuesta potica en lengua espaola del modernismo rubendariano; la inquietud continental y cosmopolita de la generacin de 1900, tal como la concibe Manuel Ugarte; los afanes universales y clsicos del Ateneo; las preocupaciones antiimperialistas de Jos Enrique Rod y, por si fuera poco nutrida esta serie, las consecuencias acarreadas por la Gran Guerra, que mostr una fractura tica de Europa y por lo tanto la necesidad de crear una nueva civilizacin en un continente joven. Sobre estas bases habrn de darse las reformas universitarias, sntoma de una sociedad emergente que buscaba incorporarse a la vida pblica con los bros del grande y utpico proyecto de producir una reforma intelectual y moral abarcadora de toda Hispanoamrica.7 En la concurrencia de estos antecedentes los jvenes observaban un resultado fundamental: la convocatoria para que los universitarios, la generacin emergente, asumiera el liderazgo que condujera al porvenir. Las palabras del argentino Alfredo L. Palacios, quien viaj a Mxico en 1925 para asistir al Segundo Congreso Nacional de Jvenes y para recibir la distincin de Maestro de la Juventud, integraban sinttica y puntualmente las inquietudes de la poca y la visin de una realidad inmediata:Nuestra Amrica, hasta hoy, ha vivido en Europa, tenindola por gua. Su cultura la ha nutrido y orientado. Pero la ltima guerra ha hecho evidente lo que ya se adivinaba: que en el corazn de esa cultura iban los grmenes de su propia disolucin. Su ciencia estaba al servicio de las minoras dominantes y alimentaba las luchas del hombre contra el hombre. Ciencia sin espritu, sin alma, ciega y fatal como las leyes naturales, instrumento inconsciente de la fuerza, que no escuchaba los lamentos del dbil y el humilde; que da ms a los que tienen, y remacha las cadenas del menesteroso; que desata en la especie los instintos primarios contra los ms altos fines de la humanidad. Tal nos aparece hoy la cultura europea, que amenaza desencadenar una guerra interminable, capaz de hundir en el caos la civilizacin de Occidente.7 Alfredo L. Palacios, Nuestra Amrica y el Imperialismo, Argentina: Palestra, 1961, y cf. Annimo, Ha muerto Alfredo L. Palacios, un gran americano, La Gaceta, 127 (abril de 1965), 2.

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Seguiremos nosotros, pueblos jvenes, esa curva descendente? Seremos tan insensatos que emprendamos, a sabiendas, un camino de disolucin? Nos dejaremos vencer por los apetitos y codicias materiales que han arrastrado a la destruccin a los pueblos europeos? Imitaremos a Norte Amrica que, como Fausto, ha vendido su alma a cambio de la riqueza y el poder, degenerando en la plutocracia? Volvamos la mirada a nosotros mismos. Reconozcamos que no nos sirven los caminos de Europa ni las viejas culturas. Estamos ante nuevas realidades. Emancipmonos del pasado y del ejemplo europeo, utilizando sus experiencias para evitar sus errores. Somos pueblos nacientes, libres de ligaduras y atavismos, con inmensas posibilidades y vastos horizontes ante nosotros. El cruzamiento de razas nos ha dado un alma nueva. Dentro de nuestras fronteras acampa la humanidad. Nosotros y nuestros hijos somos sntesis de raza. No podemos, por tanto, alimentar los viejos odios raciales, fruto de parcialidad y limitacin. Conservamos, adems, la herencia pura de San Martn y Bolvar, dos de los hroes ms generosos que ha producido la historia. Tenemos que concebir una nueva humanidad dotada de una ms alta conciencia. La dilatada extensin de nuestros pases, casi despoblados, hace absurda la lucha de los pueblos por la tierra. No necesitamos disputrnosla, ni regarla con sangre fratricida, sino dividirla entre los hombres, hacindola fecunda por el esfuerzo, en beneficio de todos. No necesitamos, como Europa, alimentar el odio implacable, sino tender a su desaparicin; borrar las diferencias exteriores que separan a los hombres y substituir la concurrencia y los antagonismos con la cooperacin y la ayuda mutua. Utilizar para el bien social todos los esfuerzos y poner al alcance de cada uno todas las posibilidades. Debemos libertar a la mujer y hacerla nuestra igual en los derechos, en lugar de mantenerla sometida a perpetuo y odioso tutelaje. Es indispensable la colaboracin del alma femenina en nuestra obra civilizadora. Y tenemos, ante todo, que exaltar la personalidad humana. Darle al hombre conciencia de su fuerza; forjar su voluntad y el carcter. Hacerle apto para dominar los tesoros que ha creado en vez de constituirse, como ahora, en siervo de ellos. Para lograr esto, habremos de realizar una incruenta revolucin: la revolucin del pensamiento, la reforma educativa para transformar al hombre.88 Alfredo L. Palacios, A la juventud universitaria de Iberoamrica, La Antorcha, I, 15 (9 de enero de 1925).

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3. Bajo

el magisterio

de hombres de Hispanoamrica, jvenes como los congresistas Daniel Coso Villegas, Arnaldo Orfila Reynal, Eduardo Villaseor y Manuel Gmez Morn entre los que aos ms tarde sern los fundadores del FCE tendran presente la palabra y la accin de varios hombres ciertamente ejemplares. El primero de ellos es Jos Vasconcelos, cuyas tareas en la Secretara de Educacin seran determinantes; en l se cristaliz la inteligencia puesta al servicio de la accin, la cultura y los pueblos; su viaje por Hispanoamrica en 1922 sera, si no el primero entre los viajes de los grandes hombres del continente, s uno de los de mayor trascendencia. En su peregrinar lo sigui Antonio Caso, quien en Lima exalt repetidamente la unidad de la cultura hispanoamericana, la homogeneidad de su historia y los antecedentes tnicos y sociales comunes de los distintos pases del subcontinente. Durante esos aos veinte tambin destacaron voces individuales que venan expresndose desde mucho tiempo atrs, pero es hasta entonces cuando fueron consideradas como conjunto unitario. As, pues, entre stas destacaban: Ariel (1900) de Jos Enrique Rod, cuyo eco resonaba en obras como Horas de lucha (1908) de Manuel Gonzlez Prada, Nuestra Amrica (1919) de Waldo Frank, Destino de un continente (1923) de Manuel Ugarte, La raza csmica (1925) de Jos Vasconcelos, Seis ensayos en busca de nuestra expresin (1928) de Pedro Henrquez Urea, o Siete ensayos de interpretacin de la realidad peruana (1928) de Jos Carlos Maritegui. En todos ellos el centro rector era producto de la amenaza imperial norteamericana, del fracaso del panamericanismo y, sobre todo, de una conviccin: Por encima de los errores escriba Ugarte el destino de nuestra Amrica tiene que ser grandioso. Lo que surge en [...] nuestras tierras es una nueva humanidad. Y aada: Conviene tener en conjunto una poltica latinoamericana a la cual se subordinen o se ajusten los intereses locales. En otro momento deca: Tenemos fe en la juventud de Amrica Latina; tenemos confianza en que las nuevas generaciones se esforzarn por realizar la vida nueva, acelerando la depuracin y el progreso de cada repblica, y

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preparando la conjuncin de propsitos y el itinerario comn. Y ms adelante insiste en que nuestra Amrica no debe dejarse separar de Europa, porque ella es su nico punto de apoyo en los conflictos que se anuncian.9 La conferencia La utopa de Amrica (1925), la cual Pedro Henrquez Urea pronunci en La Plata en 1923, contiene a modo de sntesis lo que surga en Rod, reformulaba Ugarte, acoga el Ateneo y que bien podra tomarse como la meta para la reivindicacin y unificacin espiritual de Hispanoamrica. Las palabras de la conferencia no slo miraban la realidad inmediata sino, sobre todo, estimulaban la bsqueda de un horizonte y un porvenir:Si en nuestra Amrica el espritu ha triunfado sobre la barbarie interior, no cabe temer que lo rinda la barbarie de fuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efmero. Ensanchemos el campo espiritual: dmos el alfabeto a todos los hombres; dmos a cada uno los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcmonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopa. Hacia la utopa? S: hay que ennoblecer nuevamente la idea clsica. La utopa no es vano juego de imaginaciones pueriles: es una de las magnas creaciones espirituales del Mediterrneo, nuestro gran mar antecesor. El pueblo griego da al mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento constante. [...] Es el pueblo que inventa la discusin; que inventa la crtica. Mira al pasado, y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopas [...]. Dentro de nuestra utopa, el hombre llegar a ser plenamente humano, dejando atrs los estorbos de la absurda organizacin econmica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios morales y sociales que ahogan la vida espontnea; a ser, a travs del franco ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad, el hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espritu [...]. El hombre universal con que soamos, a que aspira nuestra Amrica, no ser descastado: sabr gustar de todo, apreciar todos los matices, pero ser de su tierra; su tierra, y no la ajena [...]. La universalidad no es el descastamiento: en el mundo de la utopa no debern desaparecer las diferencias del carcter que nacen del clima, de la lengua, de las tradiciones, pero todas estas diferencias, en vez de significar divisin y discordancia, debern combi9

Manuel Ugarte, El destino de un continente, Madrid: Mundo Latino, 1923.

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narse con matices diversos de la unidad humana. Nunca la uniformidad, ideal de imperialismos estriles; s la unidad, como armona de las multnimes voces de los pueblos.

Pedro Henrquez Urea era reiterativo: en Patria de la justicia tambin en La Plata sintetiza una aspiracin y programa poltico:Debemos llegar a la unidad de la magna patria [y] deber unirse para la justicia, para asentar la organizacin de la sociedad sobre bases nuevas, que alejen del hombre la continua zozobra del hambre a que lo condena su supuesta libertad y la estril impotencia de su nueva esclavitud, angustiosa como nunca lo fue la antigua, porque abarca a muchos ms seres y a todos los envuelve en la sombra del porvenir irremediable.10

Coso y Orfila volveran a escuchar estos conceptos, con muchos y variados matices y con diferentes bases argumentales, en la larga serie de conversaciones que sostuvieran con Henrquez Urea en Argentina. En estas conversaciones, verdaderos dilogos socrticos, tambin participaban otros cercanos amigos del FCE: Alfonso Reyes y Francisco Romero, principalmente durante los aos que el primero fue embajador de Mxico en Argentina. En otro sitio, con otro grupo de amigos, Orfila enriqueci su palabra con las ideas de Alejandro Korn, tan socrtico y filosfico como los referidos y tan beligerante y atrevido como Vasconcelos o Palacios. Korn y Romero no son slo dos pensadores emparentados segn analiza Juan Carlos Torchia Estrada; representan una actitud ante la filosofa y ante la sociedad en que el filsofo vive. Ambos se esforzaron por elevar el nivel de la labor filosfica entre nosotros, los hispanoamericanos; Korn desde su tertulia en La Plata, sin sospechar su pstuma dimensin hispanoamericana; Romero, conscientemente, moviendo los hilos de una urdimbre de relaciones filosficas en toda Hispanoamrica. Tambin, ambos tuvieron sensibilidad para los problemas de su mundo y de su hora. La reforma universita10

FCE,

Pedro Henrquez Urea, El amigo argentino, Obra crtica, Mxico: 1960, y La utopa de Amrica, Caracas: Ayacucho, 1978.

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ria, el socialismo, la historia de las ideas en su pas, fueron temas caros a Korn, quien, en la mejor tradicin alberdiana, lleg a concebir una filosofa nacional como la bsqueda de solucin a los problemas nacionales. Romero, por su parte, dio mucho de lo mejor de su tiempo a la accin magisterial, al empuje de proyectos culturales en su medio, robndolo a lo que el creador estima ms caro: su propia obra. Incluso, cuando lo juzg necesario, lleg a rozar la accin poltica, con la orientacin que en su momento le dict su conciencia. As, vemos a algunos filsofos olvidar su obligacin de rigor intelectual y convertirse en propagandistas de una causa poltica, decan ellos mismos. Vemos tambin a otros salvaguardar el rigor de su disciplina haciendo de los muros acadmicos las fronteras finales y excluyentes del mundo. No hay, desde luego, nada malo en vivir con intensidad la hora propia ni en preservar el rigor del pensamiento. El problema comienza cuando cualquiera de las dos legtimas actitudes daa a sus complementarias. Alejandro Korn y Francisco Romero son paradigmticos, porque no descuidaron ninguna de las dos.11 Si se evocan aqu los magisterios de Pedro Henrquez Urea, Alejandro Korn y Francisco Romero es por el hecho de que su simblica presencia en el Fondo de Cultura Econmica es fundamental; porque ellos, durante muchos aos, estuvieron cerca de los fundadores y, en particular, de los dos primeros directores, a saber, Daniel Coso Villegas y Arnaldo Orfila Reynal, quienes reconocan en los tres una amistad socrtica. Ms an, entre ellos se teje una urdimbre cultural y poltica en la que no se oculta una base utpica, pues el simple hecho de pensar con las categoras de la gran patria para referirse a Hispanoamrica, de nuestra lengua para referirse al conjunto de hispanoparlantes y de poseer una arraigada conviccin social y tica era, como un todo unitario, un sueo que los fundadores compartieron y que incluso en varios momentos de su vida desearon cristalizar. Por lo tanto, su evocacin, ms que un gesto sentimental, es la asuncin de los vrtices simblicos en los que se11 Juan Carlos Torchia Estrada, Alejandro Korn. Profesin y vocacin, Mxico: UNAM, 1986.

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cifra la propuesta ms ambiciosa de la nueva editorial: la nacin, el continente, la lengua y sobre stos el bienestar cultural de su poblacin. 4.

Entre la vocacin y la profesin

es el dilema que enfrentaban los jvenes en aquellos aos veinte. En 1924 Daniel Coso Villegas indicaba que los oficios se dividan en las tres categoras de ideal, til y errneo. El primero era el que el hombre deseaba como ltima realizacin de sus propsitos; el segundo el que se desempeaba de manera perfecta, aunque no gustaba del todo, y el tercero el que asignaba la vida. Dentro de estas tres categoras, y para s mismo, Coso admita: Creo tener facultades para la msica, deseara ser editor y soy profesor de universidad.12 La de Coso no era una situacin excepcional. Por el contrario, gran parte de los jvenes podran adoptar disyuntivas similares, aunque debido a las condiciones econmicas, polticas, sociales, educativas y culturales de la poca en Mxico, haba en realidad pocas opciones: empleado gubernamental, colaborador de un peridico, profesor, abogado litigante dentro de un despacho privado, comerciante y alguna otra. De hecho, el horizonte profesional era tan limitado, que la mayora deba ocuparse en varias actividades para resolver su propia subsistencia. Por lo tanto, en la casi totalidad de los casos, la primera de las categoras referidas, el oficio ideal, quedaba arrumbado; se recordara tras la bruma de cierta nostalgia, tal como observamos en el comentario de Eduardo Villaseor: Tuve que sacrificar mis aficiones literarias a mis funciones oficiales en los varios puestos que he desempeado.13 Es en este punto donde coincidan con mayor intensidad y afinidad quienes aos despus fundaran el FCE. En forma dispersa y quiz sin tener noticias los unos de los otros, Daniel Coso Villegas, Eduardo Villaseor, Jess Silva Herzog, Gonzalo12 Daniel Coso Villegas, Dos ensayos, La Pajarita de papel, Mxico: INBA, 1965, y cf. Enrique Krauze, Daniel Coso Villegas. Una biografa intelectual, Mxico: Joaqun Mortiz, 1980. 13 Eduardo Villaseor, Memorias-Testimonio, Mxico: FCE, 1974.

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Robles y Manuel Gmez Morn, por slo referir a los ms destacados miembros dentro de la primera Junta de Gobierno, deambulaban por caminos similares hacia rumbos equivalentes; con el tiempo, todos estaran sentados a la misma mesa. En algn momento de esos aos, todos ellos compartieron experiencias similares: escribieron literatura y publicaron en peridicos y revistas, incluso como editores; asistieron a los cursos y conferencias de la Universidad: todos escucharon con admiracin a Caso; leyeron los artculos y libros de Vasconcelos y Reyes con inters y afn crtico y reprobaron los anlisis econmicos y polticos de Carlos Daz Dufoo o Querido Moheno; impartieron ctedra en Chapingo y la Universidad y visitaron a Diego Rivera o a Jos Clemente Orozco mientras pintaban sus murales; colaboraron en la Secretara de Hacienda, el Banco de Mxico o alguna otra institucin gubernamental en donde realizaron los primeros estudios econmicos, organizaron las primeras bibliotecas especializadas y seran los primeros en pugnar por la creacin de un centro de estudios e investigacin de los problemas econmicos nacionales; por ltimo, viajaron al extranjero para realizar cursos de especializacin o como parte de una representacin diplomtica, o ambas. Ms an: concluyeron la dcada de los veinte con una serie de hechos relevantes y significativos; vivieron el ao decisivo de 1929 en que la economa mundial sufri un severo golpe, la democracia en Mxico vivi el primer proceso electoral sujeto a normas institucionales, y la Universidad de Mxico luch por su ms caro anhelo: la autonoma. Dentro de este crisol general, virtieron la suma de inquietudes que, amalgamadas, fraguaron dos grandes proyectos intelectuales que ocuparan lugares preponderantes tanto en su memoria personal como, sobre todo, en la historia de instituciones culturales mexicanas: la Escuela Nacional de Economa dentro de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico y el Fondo de Cultura Econmica.14 El escenario de 1929 exigi de ellos, en forma sbita e impostergable, la reconsideracin del estudio atento y riguroso de las condiciones econmicas mundiales y su repercusin en14 Cf. Jess Silva Herzog, Una vida en la vida de Mxico, Mxico: Siglo XXI, 1972.

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Mxico; asimismo, del encauzamiento de la participacin colectiva, democrtica, a travs de vas alternas a las propiamente polticas y hacia rumbos de mayor alcance. Ante tal escenario y de manera consecuente, sintieron la necesidad de crear una doble obra esencialmente cultural: por una parte, el estudio y la divulgacin de la economa, ciencia que hasta entonces haba dado frutos aislados y dispersos en la historia nacional; por la otra, reconocan la conveniencia de emprender obras pblicas permanentes, no por la va poltica, sino por el cauce de empresas institucionales pblicas con repercusin social. Esas experiencias comunes mostraban una natural resonancia de los conceptos que Jos Ortega y Gasset expuso en El tema de nuestro tiempo, como ya se ha referido; mostraban resonancia de las inquietudes de los universitarios interesados en proyecciones y realizaciones continentales, tal como quedaron cifradas en la demanda de Alfredo L. Palacios; mostraban resonancia de la voluntad de emprender la asimilacin y difusin de la cultura universal, indispensable para el bienestar de nuestros pueblos y, sobre todo, mostraban la resonancia de una carencia compartida por todos con cierta afliccin: no contaban con los medios adecuados para expresarse ni para difundir sus conocimientos e investigaciones, ya que los peridicos estaban saturados y eran dirigidos por mercaderes, la oratoria en boga slo permita efectos inmediatos, transitorios e inconsistentes, y los libros importados eran escasos mientras que los nacionales inexistentes. Respecto de este ltimo rengln, su coetneo y luego cercano colaborador del FCE, Francisco Monterde, describi el vaco que en 1925 y que se prolong durante muchos aos ms se viva en los ambientes literarios y cientficos:Hablando de un modo general, en Mxico el mismo autor tiene que ser editor de sus obras. No existe una editorial fundada en bases firmes excepcin hecha de la que se especializa en los libros de texto que vea, como un negocio, la publicacin de un libro. Hay libreros que editan por amistad o por conveniencia propia, pero no sobre las bases de un mutuo negocio, ventajoso para el escritor y para ellos. De ah que los libros que se publiquen sean casi siempre pequeos folletos y plaquettes con preten-

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siones de libro, en su mayora, porque el autor prefiere imprimir obras que le cuesten menos. Cuando se trata de una novela grande, en dos o tres volmenes, se ve obligado a imprimirla en papel de nfima clase o a buscar editores fuera de la Repblica, en los pases en donde ya existe cimentado el negocio editorial.15

En suma, a modo de conclusin, se puede observar que a lo largo de la dcada de 1920 simblicamente enmarcada por el exitoso arribo de Jos Vasconcelos a la Rectora de la Universidad Nacional y por su sonado fracaso en la candidatura a la presidencia de la Repblica o, en otro rengln, por el triunfo en el poder poltico nacional del grupo sonorense y su consolidacin en l dentro de una versin de partido poltico institucionalizado los jvenes atravesaron de los 20 a los 30 aos de edad y vivieron con particular intensidad, debido a que la aceptaron como propia, la denominada reconstruccin nacional, la cual abarca los siguientes aspectos en sus caractersticas generales: 1) Como base y antecedente, a travs de Henrquez Urea y Vasconcelos los ms preponderantes, la recuperacin del proyecto cultural del Ateneo de la Juventud y del concebido para la Universidad Nacional por Justo Sierra: encauzar el ejercicio crtico y constructor segn paradigmas de orden, rigor, disciplina, universalidad y el fortalecimiento de la armona civil; elaborar una obra propia, como un servicio pblico y un deber civilizador. Ms an, casi todos los atenestas se distinguan por una cualidad que describe Luis Leal y que aquellos jvenes perciban con lucidez:Contaban con un programa de accin bien articulado; primero, conocer la realidad mexicana; luego, crear una cultura mexicana y, por ltimo, dar a conocer esa cultura, con el objeto de elevar el nivel cultural. La destruccin del positivismo es la contribucin de mayor importancia de la generacin del Centenario [como tambin se conoce a la generacin del Ateneo y que equivaldr a la generacin de 1900 identificada por Ugarte]; mas no es la nica. De gran valor tambin, sobre todo para las generaciones que le siguieron, fue el haber iniciado en la juventud mexicana el sentido de la aus15

Apud, VDA (1989), op. cit.

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teridad intelectual, sentido que haba faltado a los modernistas, dados a la bohemia. La generacin del Centenario se impuso una rgida disciplina mental y moral. Todos ellos estaban de acuerdo en que la juventud mexicana necesitaba disciplina mental. Y, por ltimo, la generacin del Centenario asent las bases sobre las cuales se haba de levantar la revolucin social que cambi el derrotero del hombre y la vida en Mxico.16

Jos Emilio Pacheco concluira el anlisis diciendo que los del Ateneo fueron los primeros que se consideraron a s mismos intelectuales y ya no letrados, bohemios ni pensadores; los primeros que son en conjunto e individualmente producto de la universidad; que se vieron como una generacin con una tarea comn y una personal; que, sin prescindir de la indispensable lengua francesa, supieron ingls... Fueron tambin los primeros latinoamericanos .17 En suma, ellos, los del Ateneo, son los principales agentes transformadores de las nociones y prcticas culturales en el sentido ms generoso de la palabra mexicanas en el cambio de siglo. Jos Luis Martnez indicaba para Reyes, como podra hacerlo para muchos de los atenestas: l no fue ni un rebelde ni un revolucionario; fue otra cosa igualmente importante, un civilizador, que busc otro camino para lograr el mejoramiento humano.18 2) Como producto del esprit de corps referido, los entonces jvenes pertenecientes a la generacin de 1915 realizaban una serie de tareas cuyas caractersticas generales identifica Carlos Monsivis en estos trminos:Para ellos el servicio pblico lo es todo. La tcnica lo es todo. Las generaciones encuentran una sntesis: la poltica lo es todo. De all lo dudoso de la tesis que les adjudica un sacrificio intelectual, una renuncia a la obra personal. Para ellos no otro es el sentido global de su trabajo, la obra ms personal es la creacin de instituciones, la coordinacin de fuerzas, la aplicacin de soluciones16 Luis Leal, La generacin del Centenario, en Alfonso Rangel Guerra y Jos ngel Rendn, Pginas sobre Alfonso Reyes, Monterrey: Universidad de Nuevo Len, 2 vols., 1955 y 1957. 17 Jos Emilio Pacheco, Cinco puntos de partida para AR, La Jornada Semanal, 247 (11 de junio de 1989). 18 Jos Luis Martnez, En el centenario de AR, La Jornada Semanal, 247 (11 de junio de 1989).

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tcnicas y cientficas correctas. De algn modo, siempre persiste en la mayora de estos hombres la identificacin del destino individual con el destino del pas. Si su drama es la incapacidad de acceder al Poder, su ventaja es la cercana psicolgica con la idea de la Historia. Aun fracasando o frustrndose, siguen siendo Historia. Y siguen leales al apotegma de la institucionalidad: el equivalente poltico del mestizaje es la unidad nacional.19

A este concepto generacional se sumaba otro ms cifrado en la idea de revolucin, la cual los permeaba como individuos atentos a y participantes en la vida civil, pues el ambiente poltico en que velaban sus primeras armas ser el que la identificar, a partir de entonces y durante varias dcadas; idea de revolucin que durante los veinte la mayora creaba y haca propia y sobre la que se teja una gran urdimbre poltica, contra la cual aos ms tarde, en los cuarenta algunos de los fundadores de la Casa enderezaran sus crticas por su agotamiento, crisis y burocratizacin; idea de revolucin que ya no remita a la lucha armada, a una revolucin, sino que remita a la revolucin en s misma, es decir, a la revolucin; idea de revolucin que en un principio serva como gua conductora y luego como referencia distante, pues las nociones de universalidad e hispanoamericanismo que adoptaron los fundadores para la Casa provocaba ciertas e innecesarias fricciones con el ambiente poltico y partidista en general.20 Por ltimo, Ortega y Gasset es importante no slo porque ayud a identificar un esprit de corps como concepto y como vivencia entre los jvenes, sino tambin como persona, pues era un hecho que, por encima de su vala como pensador, entre algunos representaba al sagaz empresario cultural de una propuesta poltica. Este detalle fue fundamental para algunos de los jvenes de la generacin de 1915, pues eso no lo observaban en sus antecesores; de hecho, ni los del Ateneo incluido el propio Vasconcelos, cuyas ligas y afanes polticos inmediatos lo llevaron al fracaso, asunto que perciben con claridad, ni los de la generacin de 1900, ni nadie en lo individual de19 Carlos Monsivis, Notas sobre la cultura mexicana del siglo XX, Historia general de Mxico, Mxico: El Colegio de Mxico, vol. V, 1977. 20 Cf. Guillermo Palacios, Calles y la idea oficial de la Revolucin, Historia mexicana, XXII, 3 (1973), 261-278.

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los hispanoamericanos que tanto admiraban, haba logrado una proyeccin cultural a travs de empresas editoriales, periodsticas o culturales, en un sentido ms abarcador. Por lo tanto, y a manera de sntesis, en Ortega reconocan una dimensin y proyecto de reflexin filosfica, mientras que en los hispanoamericanos vean un contenido y propuesta de anlisis y actividad cultural. Entre el primero y los segundos era indispensable una fusin, la cual se propusieron encarnar.21

21 Cf. Alfonso Garca Morales, El Ateneo de la Juventud (1906-1914), Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1992; VDA (1989).

II. PIEDRA DE FUNDACIN1. Lejos

de circunstancias

y ocasiones celebratorias, Eduardo Villaseor evocaba una larga serie de antecedentes ligados al doble hilo conductor de la especializacin y la vida moderna; en su Apologa del dilettante (1924) puntualizaba: La vida moderna ya lo deca Comte exige especialistas. Entre stos, tambin, al especialista en generalidades.1 Lo primero, la especializacin, era un medio para encarar ms directamente y con mejor dominio los problemas de Mxico, realidad que, en forma sbita y tumultuosa, la Revolucin revel a los jvenes. Lo segundo, la vida moderna, deba ser un fin cuando el tiempo no slo apremiaba sino aun urga soluciones como meritorias improvisaciones para sacar adelante a Mxico. En ambos casos haba una meta: los jvenes como l crean en la necesidad de una base cultural indispensable para el porvenir de Mxico. Villaseor aada a esto que la sed de cultura esencial en el dilettante se contrapone a los afanes de polticos. En 1924 era implacable su deslinde: Pero por grande que sea el amor de la cultura, por infinita la sed, por grande la curiosidad, el tiempo no ha corrido en balde y, por mirar las piedras del camino, esta juventud, curiosa y desconcertada, se ha quedado perdida a la vera o asoma entre los breales de la poltica y en algunos casos altozanos. No alcanzan a diez los que han llegado, o cuando menos han seguido su camino... Durante muchos aos, toda su vida, l procur conservar para s esa separacin entre la vida cultural y la vida poltica en el sentido ms convencional y desprestigiado del concepto. Como l, algunos ms de su injusta escasa decena referida hicieron propio ese deslinde, hasta donde las circunstancias del servicio pblico en el que participaban lo permiti. De hecho, la fundacin del Fondo de Cultura Econmica descansa sobre este punto.1 Eduardo Villaseor, Apologa del dilettante [1924], en Jos Luis Martnez, Ensayo mexicano moderno, vol. 1, Mxico: FCE, 1971.

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2. La

especializacin y el rigor

cientficos marcaban una pauta de conducta ciertamente provocativa al chocar contra la oratoria profesoral y la pasividad receptiva del alumnado. El encuentro fue inesperado: en 1929 y en la Facultad de Jurisprudencia, la decisin de establecer exmenes peridicos y escritos de evaluacin provoc una violenta respuesta estudiantil que, a la postre, fue encauzada hacia fines nobles y resultados positivos, entre los que cabe destacar la obtencin de la autonoma de la Universidad Nacional de Mxico. La historia es bien conocida, no obstante conviene recordar que lo que decidi la batalla por una demanda por largo tiempo insatisfecha muestra el otro punto sobre el que descansa el origen de la Casa: el rigor y la especializacin. Los fundadores del FCE llegaron a ese rigor y especializacin por diferentes caminos luego de varios aos; casi todos concuran en temas similares: problemas agrarios, monetarios, sociolgicos, demogrficos... En suma, y como concepto general, problemas econmicos e histricos ineludibles para los que en Mxico slo se haban encontrado respuestas provisionales, improvisadas las ms de las veces sobre la marcha de los acontecimientos. Sin embargo, lo peor no eran los problemas y sus paliativos, o la ignorancia de unos y otros, sino la carencia de recursos formales centros de estudios (escuelas), de instrumentos (libros, revistas, estadsticas) y de maestros (profesionalizados) sobre los cuales apoyar un trabajo cientfico.2 La carencia llev a que un grupo reducido de estudiantes de derecho mexicanos deseosos de especializarse en ciencias econmicas, entre los que se encontraba Daniel Coso Villegas marchara al extranjero a estudiar cuanto la especializacin requera. Otro grupo, que por diversas causas no pudo viajar a tierras extranjeras, se hizo especialista de modo autodidacto y sobre el curso de las necesidades laborales, como Jess Silva Herzog. A la vuelta del tiempo, unos con ideas y teoras de avanzada y otros con experiencia prctica y vnculos estrechos con la realidad, volvieron a coincidir y en forma2 Cf. Eduardo Villaseor, Orgenes de El Trimestre, El Trimestre Econmico, XX, 80 (1954).

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por dems natural sintieron la necesidad de organizar formalmente un Instituto Mexicano de Investigaciones Econmicas y una Sociedad Econmica Mexicana, ambos con un casi idntico cuerpo de fundadores; ambas entidades eran entonces comunidades reducidas, pero con orientaciones tericas y prcticas distintas y definidas: el Instituto hacia la nocin militante e internacionalista (la sombra de Alfonso Goldsmith sobre Silva era importante) y la Sociedad hacia una prctica profesionalizada (en el sentido de un trabajo ms tcnico que poltico).3 Para dar este primer paso Silva fue determinante, pues cuando trabajaba en el recin creado por l Departamento de Bibliotecas y Archivos Econmicos el primero en su tipo, es decir, especializado, en todo Mxico de la Secretara de Hacienda y Crdito Pblico, en mayo de 1928 convoc a una reunin con el solo propsito de integrar a los interesados en los estudios econmicos dentro del referido Instituto. En el primer nmero de la Revista Mexicana de Economa, su director fundador Jess Silva Herzog explic los propsitos que animaban al Instituto, cuyo centro rector puntualiz en una frase: nos inquieta el presente y porvenir de Mxico, la cual englobaba todo un programa de accin cientfica y poltica, en el ms amplio, serio y ponderado sentido. Sus palabras siguen siendo elocuentes:El Instituto de Investigaciones Econmicas ha sido formado por un grupo de hombres a quienes inquieta el presente y el porvenir de Mxico y quienes, al mismo tiempo, estn convencidos de que hay que comenzar por hacer labor constructiva, seria y ponderada. Su primer esfuerzo se traduce en la publicacin de esta revista [Revista Mexicana de Economa] y se tiene el propsito de publicar tambin una serie de estudios sobre problemas econmicos que exigen en Mxico ms urgente resolucin. Adems se harn investigaciones de primera mano [...]. Por otra parte, los miembros del Instituto estn convencidos de que en Mxico hacen falta tcnicos capaces de enfrentarse victoriosamente con el estudio de nuestros problemas. Creen que es urgente estimular y provocar la formacin de otros nuevos. De lo3 Cf. Annimo, El FCE en el XV aniversario, Noticiero Bibliogrfico, 6 (septiembre de 1949).

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contrario nos veramos en la situacin penosa de tener que llamar a tcnicos de Norteamrica o de Europa para que vinieran a resolver algunos de nuestros problemas. Casos concretos hay en que los expertos extranjeros conocen mejor que nosotros las condiciones econmico-sociales de Mxico. Ser una vergenza, una vergenza sin posibilidad de disculpa si no hiciramos algn esfuerzo para evitar que esto contine sucediendo indefinidamente. Necesitamos competencia, honestidad y buena fe, si queremos asegurar el porvenir de la Repblica.4

En los estatutos del Instituto se estableca la creacin de un rgano de difusin, la Revista Mexicana de Economa (costeada por los propios y siempre escasos recursos de los miembros del Instituto y por los que pudieron conseguir en la Secretara de Hacienda, gracias a la generosidad de Luis Montes de Oca, su titular y simpatizante de las tareas promotoras de la nueva ciencia), que entre 1928 y 1929 apareci cuatro veces y hoy da es fundamental por ser la primera que integra, en forma seria y rigurosa, una coleccin de reflexiones y anlisis cientficos de la realidad econmica mexicana; la primera que hace una propuesta acadmica para abordar los problemas de Mxico, y la primera que convoca a los pocos especialistas en los asuntos econmicos de Mxico a que hagan pblicos sus estudios y anlisis, tal como lo ejemplifica entre otros varios autores Daniel Coso Villegas con su artculo La rebelin agraria mexicana de 1920. La vida de la Revista Mexicana de Economa fue breve debido a la carencia de recursos y las ausencias (de origen diplomtico) del director del nmero 1, Silva (quien viaj a la URSS para encargarse de la embajada), y del director del nmero 2, Villaseor (quien viaj a Londres como encargado de negocios de la representacin). Con esfuerzos, Jess S. Soto dirigi los siguientes dos nmeros. Un ltimo detalle que ser significativo ms adelante es que los tres primeros nmeros los administr y comercializ la agencia de Alberto Misrachi, dueo de la Compaa Central de Publicaciones. Paralelamente aparecieron otras dos revistas consagradas4 Jess Silva Herzog, Revista Mexicana de Economa, I, 1 (septiembre de 1928), pp. 1-4, y cf. Breve historia del FCE, Mis ltimas andanzas, Mxico: Siglo XXI, 1973.

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a problemas similares: El Economista (1928), dirigida por Francisco Borja Bolado, enfocada a asuntos financieros y hacendarios, publicada por editorial Cvltvra; y Economa (19291930), patrocinada por la Asociacin de Banqueros y dirigida por don Miguel Palacios Macedo durante el primer ao y por Coso durante el segundo. La revista de Coso era muy distinta de la de Silva, ya que publicaba artculos breves, ms de opinin que de investigacin y anlisis, de circunstancia, ante lo cual llama la atencin que un artculo de Silva, Mxico y el crdito agrcola (1930), necesit de cuatro entregas para completarse. En sentido inverso, el artculo de Coso tres veces ms extenso se public en una sola entrega. Con todo esto, el primer paso estaba dado.5 El segundo paso fue mucho ms difcil. La carencia de instituciones de enseanza y de maestros llevaba, por una parte, a fortalecer los estudios de economa que en forma fragmentada y desde haca poco ms de un lustro se impartan dentro de la Facultad de Jurisprudencia hasta el punto de hacerlos independientes; por la otra, llevaba a ejecutar las tareas magisteriales con apoyo tanto en los estudios realizados en el extranjero o de manera autodidacta, como en los pocos instrumentos bibliogrficos y documentales disponibles. Corra 1929 cuando dentro de la citada Facultad se cre la Seccin de estudios econmicos aunque sin el status ni mucho menos el plan de estudios autnomo de una licenciatura. Surgieron innumerables obstculos que la pusieron al borde del fracaso en 1932. Tras largos debates y negociaciones, en 1934 se aprob el proyecto de una licenciatura propiamente dicha con programa autnomo que incluso conllev la creacin de la Escuela Nacional de Economa. Aqu, una vez ms, Jess Silva Herzog, junto con Antonio Espinosa de los Monteros, desempe un papel protagnico fundamental.6 Cabe sealar que hay una circunstancia histrica cuya importancia no se puede eludir:

5 Cf. Georgina Naufal Tuena, Jess Silva Herzog. Aos de formacin. [En prensa en el Instituto de Investigaciones Econmicas, UNAM.] 6 Francisco Javier Rodrguez Garza, La enseanza de la economa en Mxico durante el periodo de entreguerras (estudio en proceso de elaboracin).

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Mxico y el mundo venan saliendo de los ltimos sacudimientos de la crisis econmica ms vasta y profunda: la del ao 29 escribe Emigdio Martnez Adame. La crisis puso a prueba la eficacia del sistema social que vivimos y dio origen a una inquietud de amplios horizontes. No slo el intelectual se preocup por profundizar en el estudio de las causas de estas ondulaciones y fluctuaciones que peridicamente alteran la vida normal del ciudadano. Los banqueros, los industriales, los agricultores y hasta el hombre de la calle se tuvieron que preguntar por qu a veces el sistema parece detener su marcha y, otras, acelerarla.

La realidad de aquellos aos para los estudios econmicos era, segn recordaba el mismo Emigdio Martnez Adame, la siguiente: Hasta entonces, es preciso reconocerlo, en Mxico el estudio de las disciplinas econmicas no haba sido sistemtico. La ciencia econmica era, si se me permite expresarlo as, una actividad lateral, subsidiaria de otras ocupaciones, particularmente las del abogado. Recin creada la Escuela, acudieron prontamente las personas del ms diverso origen y actividad; los haba abogados, maestros normalistas, agrnomos, preparatorianos recin salidos de San Ildefonso y hasta militares.7 Sin embargo, entre 1929 y 1934, entre la Seccin y la Escuela, los economistas convertidos en profesores padecan los obstculos adicionales de que casi ningn estudiante lo era de tiempo completo (lo que significaba para Coso una grave limitacin segn sus rigores sajones) y casi nadie conoca ningn idioma extranjero, sobre todo el ingls, ste en que estaba escrito no menos del 80% de la literatura econmica. Ante lo primero, los profesores estaban atados de manos y no podan subsanar las carencias materiales de los estudiantes. Ante lo segundo, algunos maestros y autoridades universitarias Manuel Gmez Morn, Antonio Castro Leal, Villaseor, Miguel Palacios Macedo, Gonzalo Robles y Coso y alumnos como Emigdio Martnez Adame conversaban sobre la conveniencia de publicar en espaol los libros indispensables para la Escuela.87 Emigdio Martnez Adame [Discurso], Libro conmemorativo del 45 aniversario, Mxico: FCE, 1980. 8 Cf. Krauze (1980), op. cit.; Coso Villegas (1976), op. cit.; Silva Herzog (1972), op. cit.

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3. Las

conversaciones germinaron

entre aquellos amigos que acariciaban la idea de una editorial, y Coso tuvo la iniciativa de acercarse al representante de la editorial EspasaCalpe en Mxico, Francisco Rubio, para presentarle un documento en el que explicaba las ventajas comerciales, antes que culturales, de publicar obras de economa explica Enrique Krauze a partir de la memoria del propio Coso. Completaba su memoranda con la reciente empresa del rival ms prximo de Espaa, la editorial Aguilar, que acababa de publicar con xito una nueva versin de El capital, libro que se haba agotado arga Coso a pesar de ser abstruso y extenssimo, a pesar tambin de la paternidad de la traduccin y de presentarse en un formato imposible tanto en el peso como en el tamao. Su documento iba acompaado de 50 ttulos posibles, clasificados por secciones: manuales introductorios, cursos medios para estudiantes, etctera. En stas estaba Coso cuando Julio lvarez del Vayo, embajador de la Repblica Espaola en Mxico, lo invit a Espaa a impartir una serie de conferencias sobre la Reforma Agraria. En realidad, la invitacin la haca el ministro de Instruccin, Fernando de los Ros, quien deseaba establecer contactos intelectuales entre la Segunda Repblica Espaola y Mxico. El curso fue un fracaso: el tema no fue del todo atractivo para el pblico y, para colmo, le asignaron un horario idntico a otro que imparta el taquillero Jos Ortega y Gasset. Asimismo se vieron frustrados sus intentos de convencer a EspasaCalpe de que se hiciera cargo del proyecto editorial que haban venido acariciando.Esto no me impidi, por supuesto, conocer y tratar a muchos intelectuales espaoles, tarea que inici don Enrique Dez-Canedo, con quien haba hecho yo el viaje de Veracruz a Santander apunt Coso en sus Memorias. Pero mi preocupacin principal era ver a Genaro Estrada [embajador de Mxico en Espaa] y averiguar qu haba pasado con nuestro plan de publicaciones econmicas. Me dijo que al recibo de mi carta [envi copias de los documentos presentados a Francisco Rubio y una multitud de nuevos argumentos] se puso en movimiento acudiendo a don Fernando de los Ros, por ser amigo suyo, por constarle que don Fernando estaba hacien-

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do un esfuerzo serio de propagar en las universidades todas el estudio de las ciencias sociales, y muy particularmente porque a don Fernando le haba encomendado la seccin de estas disciplinas el Consejo de Administracin de Espasa-Calpe. Don Fernando acogi con verdadero calor la idea, al grado de provocar una reunin extraordinaria de ese Consejo. Hizo delante de l una exposicin larga, que apoy, adems, en la opinin de algunos economistas espaoles a quienes don Fernando haba consultado, y cuando crea haber convencido al Consejo, Ortega y Gasset pidi la palabra para oponerse, alegando como nica razn que el da que los latinoamericanos tuvieran que ver algo en la actividad editorial de Espaa, la cultura de Espaa y la de todos los pases de habla espaola se volvera una cena de negros. La idea fue desechada, pues Ortega era el consejero mayor de Espasa. Cuando Genaro acab su relato, conserv el bastante buen humor para comentar que hasta en eso se haba equivocado Ortega, pues deba haber dicho cena de indios y no de negros. El humor aquel debi haber sido muy liviano, pues dos das despus volqu toda mi amargura con Alberto Jimnez Frau, con quien habl no slo porque con alguien necesitaba yo desahogarme, sino porque, como director de la Residencia de Estudiantes, conoca como pocos el medio intelectual madrileo, y porque l mismo haba comenzado a editar una serie preciosa de libritos bajo el rubro de Coleccin Granada. Alberto consider intil replantear el asunto en Espasa-Calpe, porque la opinin de Ortega prevalecera por largo tiempo. Entonces se me ocurri sugerir a Aguilar, apoyndome en que poco tiempo antes haba editado El capital de Marx [...]. Alberto organiz entonces un almuerzo en su casa, al que fuimos invitados de honor Aguilar y yo. Incidentalmente debo decir que aun en esto se distingua Jimnez, pues era entonces el nico espaol civilizado que invitaba a su casa, pues los otros, sin excepcin, lo llevaban a uno al restaurante, y sin seoras. Habl largamente con Aguilar, y con una copia del plan de publicaciones al frente le expliqu seccin por seccin y ttulo por ttulo. Me dijo que el plan era de gran envergadura y por eso no poda anticipar una opinin. Se llevara el plan, lo estudiara y tan pronto como le fuera posible me dara a conocer su respuesta. No pas mucho tiempo sin que lo hiciera a travs de Alberto Jimnez, y fue rotundamente negativa. Pero conserv la copia del plan, y a los pocos aos comenz a publicar ms de uno de sus ttulos. Regres bien alicado a Mxico, en parte porque no pude quedarme en Espaa ms tiempo, pues el pas, su gente, fueron una

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gratsima revelacin, y en otra parte por el poco xito de mi curso y de mis gestiones editoriales. Pero mi alivio fue instantneo, pues al relatar a mis amigos mi fracaso, de todos ellos brot la resolucin de que si los espaoles se negaban a embarcarse en una empresa, nosotros lo haramos. En qu forma? Con qu recursos? Ya veramos!, dijimos sin vacilar.9

Coso regres a Mxico en junio de 1933 y, entre sus cercanos amigos, volvi a encontrase con Villaseor, con quien no haba coincidido en Mxico desde haca muchos aos el primero haba salido a los Estados Unidos y Europa a especializarse y el segundo a Londres como representante diplomtico, tiempo que aprovech para hacer algunos cursos en la London School of Economics y afianzar, as, su vocacin por la carrera de economista. El rencuentro pronto fructificara en experiencias e intereses comunes: ambos haban editado, cada uno por su parte, una revista especializada, haban deseado fortalecer e impulsar los estudios econmicos, haban buscado un foro en donde exponer sus reflexiones y estudios, amn de reunir los que hicieran sus amigos, haban observado la carencia de una publicacin de esa naturaleza en Mxico y ambos compartan su admiracin por la muy inglesa Economic Quarterly. Durante varios meses, los dos amigos planearon su futura revista y pensaron en un patrocinador que les ofreciera la seguridad de cierta permanencia, pues deseaban superar la posibilidad de estar sujetos a la siempre provisional simpata de un funcionario gubernamental. La solucin no tard en llegar. Primero, sobre el modelo de la revista inglesa (tanto que el ttulo de all lo tomaron: El Trimestre Econmico) estructuraron sus propias ideas. Despus, expusieron el proyecto a su viejo amigo Alberto Misrachi, quien inmediatamente acept costear los primeros nmeros (...y buscamos dice Villaseor algunos anuncios de favor para tratar de costear las ediciones). En abril de 1934 apareci el primer nmero, dirigido por ambos, Villaseor y Coso.10

9 10

Coso Villegas (1976), op. cit. Eduardo Villaseor (1954), art. cit.

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Vale la pena hojear ese nmero: noventa y cinco pginas analiza scar Sobern, quien ms tarde y durante ms de veinte aos sera el director de la revista; una lista de sesenta colaboradores entre los que destacan varios espaoles (Julio lvarez del Vayo, en Madrid; Ramn Carande, en Sevilla; Gabriel Franco, en Salamanca; Luis Olariaga, en Madrid; Fernado de los Ros, tambin en Madrid; Esteban Terradas, en Barcelona y Agustn Viuales, en Granada). Entre los residentes de los Estados Unidos aparecen Fernando Gonzlez Roa y Frank Tannembaum; el primero en Cambridge y el segundo en Washington. En Mxico aparecen como colaboradores, entre otros, Luis Cabrera, Manuel Gamio, Manuel Gmez Morn, Enrique Gonzlez Aparicio, Vicente Lombardo Toledano, Miguel O. Mendizbal, Vctor Manuel Villaseor y Ricardo J. Zevada. Ese Trimestre se inicia con un editorial sobre Los caminos internacionales de Mxico, escrito por don Daniel hace cincuenta aos [en 1934], que podra reproducirse de principio a fin para ilustrar nuestra situacin actual. Contina con el trabajo, firmado por Manuel Gmez Morn, La organizacin econmica de la Sociedad de las Naciones, con el que don Daniel castiga a Manuel, como lo llama [porque lo escribi el propio Coso y se lo atribuy a Gmez Morn, quien se lo ofreci, pero nunca lo entreg]. Sigue una colaboracin de don Roberto Lpez, Un rgano eficaz para intervenir la economa, y se cierra el nmero con una traduccin del trabajo de Irving Fisher, Teora de la deflacin de la deuda de las grandes depresiones. Se apuntaba ya la primera divisin de la revista en secciones, con una Crtica de libros y de Libros recientes de economa. Se incluy un anuncio de favor y en la cuarta de forros se inserta la lista de las publicaciones de la Liga de las Naciones. El Trimestre se inici, as, con las colaboraciones de los abogados economistas y de los economistas agrcolas ms distinguidos en esa poca, entre ellos Alfonso Gonzlez Gallardo, Moiss T. de la Pea, Emilio Alans Patio, Gilberto Fabila; pero a medida que el tiempo avanz tuvo que dedicar gran parte de sus pginas a reproducir en espaol los mejores artculos publicados en el extranjero, llevando a cabo una cuidadosa poltica de traducciones. Podramos afirmar que, hasta la mitad de su existencia, la revista se aliment traduciendo los trabajos de los economistas extranjeros que ya hemos mencionado, editados en The American Economic Review, The Economic Journal, The Quarterly Journal of Economics, Economie Applique (tambin de fecha ms reciente), de Kyklos, The Journal of Economics Literature y aun de otras muchas revistas, para mantener informados a sus lectores sobre las

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corrientes del pensamiento econmico y de las aportaciones tcnicas de mayor significacin.11

4. La

solucin editorial

deseada segua pendiente: El Trimestre Econmico no resolva, ni podra, ni pretendera hacerlo, las necesidades pedaggicas inmediatas que demandaba la Escuela Nacional de Economa. Por lo tanto, las conversaciones que sobre el tema se sostenan desde tiempo atrs volvan una y otra vez. Sin embargo, en 1934 result alentador que el nuevo rector de la Universidad fuera el viejo amigo Manuel Gmez Morn y que la vieja Seccin de estudios econmicos se convirtiera en una flamante Escuela. Los vientos parecan propicios. Ante esto y en forma de concilibulo dice Coso, se reunieron Miguel Palacios Macedo, Villaseor y Coso con Gmez Morn para formularle el plan, que acogi con verdadero inters. A este grupo se incorporara Emigdio Martnez Adame, miembro de la Sociedad de Alumnos. El plan editorial que Coso se haba llevado a Espaa segua vigente y lo consideraban, una y otra vez, como el ms viable, a pesar de que carecan de recursos. La Universidad Nacional, aun con la simpata del rector Gmez Morn, no contaba con fondos para tales planes; adems, por una parte, polticamente era inviable, pues esos recursos hubieran sido destinados a la recin creada Escuela y, por la otra, Coso y Villaseor consideraban ms sano no depender presupuestalmente de una institucin. La propuesta de Martnez Adame, reunir fondos entre los estudiantes, era bondadosa, pero... Su perseverancia como individuos y la generosidad del plan editorial fructificaron entre sus amigos quienes, en nombre de las instituciones en donde laboraban, podran hacer algunas aportaciones valiosas aunque no suficientes. Faltaba un detonador. ste lleg un da, cuando Martnez Adame entonces director de Egresos de la Secretara de Hacienda lleg a un acuerdo con el secretario Marte R. Gmez y present para su autorizacin una orden de pago por 5 000 pesos,11 scar Sobern, Volumen 50 de El Trimestre Econmico, El Trimestre Econmico, L, 197 (1984).

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como aportacin de la Secretara a la empresa editorial en cierne:Y dgame, licenciado Martnez, de veras cree que el proyecto editorial que se traen entre manos Coso y Villaseor va a funcionar?

Marte R. Gmez no esper la respuesta. Asent su firma en el documento y mir cmo se fue dibujando la sonrisa del entonces joven Emigdio. Desahogaron los asuntos pendientes del acuerdo y ste sali del despacho. Afuera, se precipit hacia las oficinas de Coso Villegas, tambin en el Palacio Nacional. Emocionado, refiri lo acontecido:Mire, don Daniel dijo extendiendo ante sus ojos el documento, para que vea que no me engaa la emocin.

Salieron del Palacio Nacional en busca de los otros amigos, aquellos que haban hecho ofrecimientos aislados e insuficientes. Comentaron la decisin y comenzaron a sumar las aportaciones prometidas con las que contaban; el total era significativo: 22 000 pesos. Pese a la autorizacin del secretario de Hacienda que de alguna manera permita columbrar cierta perspectiva a futuro, justo es reconocer que el apoyo ms significativo mas no el de mayor monto y decidido fue el del querido amigo, colaborador y fundador del Fondo de Cultura Econmica, Gonzalo Robles, quien entonces funga como director del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Pblicas donde Villaseor era Secretario y Gmez Morn consejero. Los donativos fueron los siguientes: 5 000 de la Secretara de Hacienda; 10 000 del Banco de Mxico; 4 000 del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Pblicas; 2 000 del Banco Nacional de Crdito Agrcola y Ganadero y 1 000 del Banco Nacional de Mxico (gracias a los buenos oficios de Villaseor ante Luis Legorreta, quien posteriormente y en nombre del Banco Nacional cedi sus derechos de fideicomiso en la persona de Eduardo Villaseor). Con estos 22 000 pesos, ellos podan echar a andar un proyecto editorial ciertamente minsculo frente al original de 50 ttulos presentado a Espasa-Calpe.1212 Cf. Eduardo Villaseor (1954), art. cit., y Emigdio Martnez Adame (1980), art. cit.

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5. La

organizacin jurdica

indispensable para la empresa fue un tema que los fundadores de la Casa estudiaron con cuidado, pues de eso dependa su solidez y flexibilidad, amn de su independencia.13 Todos coincidan en crear una empresa no lucrativa, puesto que el empeo era educativo. No obstante, reconocan que los libros deban producirse comercialmente, slo que al ms bajo costo posible, y deban venderse en forma comercial dentro de un margen de utilidad razonable a fin de cubrir los gastos de produccin y distribucin y de contar con una ganancia mnima, pero indispensable no para el bolsillo de un particular sino para una reinversin ntegra fundamental con objeto de aumentar el capital de la propia empresa. sta era la clave del proyecto y del escollo jurdico, pues deba considerar la posibilidad de recibir e incorporar nuevas aportaciones, pblicas y privadas. Manuel Gmez Morn y Gonzalo Robles ofrecieron la solucin a eso que Coso y Villaseor identificaban como trust, la institucin sajona. En el transcurso de 1931 y 1932 ambos participaron directamente en la elaboracin de la Ley General de Ttulos y Operaciones de Crdito, aprobada y publicada en 1932, cuyo captulo V, Del Fideicomiso, contena la respuesta buscada. Desde el primero de los artculos, el nmero 346, ms todos los subsiguientes, la ley encerraba el espritu general que demandaban para la seguridad de su proyecto.14 Resuelto este primer paso, procedieron a dar el segundo: formalizar un contrato de fideicomiso. Para ste, Robles, como director general del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Pblicas, ofreci las mayores garantas institucionales, pues era uno de los dos nicos bancos el otro era el de Londres y Mxico que contaban con la concesin otorgada por la Secretara de Hacienda para establecer este tipo de contratos, que aqu se reproduce por su valor histrico:

13 Agradezco a Jess Flores Tavares su detallada explicacin y documentacin sobre las caractersticas jurdicas del FCE tanto para estos aos treinta como para todos los restantes; los documentos citados provienen del archivo del Departamento Jurdico del FCE. 14 Cf. Eduardo Villaseor (1954), art. cit.

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Contrato de Fideicomiso que celebran, por una parte, el Banco Nacional Urbano y de Obras Pblicas, S. A., representado por los seores Ingeniero Don Gonzalo Robles como Fiduciario Delegado que es de dicho Banco, y seor Licenciado Don Ricardo J. Zevada, y, por otra, los seores Ingeniero Don Marte R. Gmez en representacin de la Secretara de Hacienda; seor Don Agustn Rodrguez y Rafael B. Tello en representacin del Banco de Mxico, S. A.; los seores Ingeniero Don Bartolom Vargas Lugo y Don Salvador Vzquez Gmez en representacin del Banco Nacional de Crdito Agrcola, S. A.; y los seores Don Luis Legorreta y Don Gabriel Monterrubio en representacin del Banco Nacional de Mxico, S. A., todos ellos en su calidad de fideicomitentes. I. Los fideicomitentes constituyen en fideicomiso, en el Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Pblicas, S. A., un fondo inicial de $ 22 000.00 (veintids mil pesos); que se denominar Fondo de Cultura Econmica, en la siguiente forma: Secretara de Hacienda, $ 5 000.00 (cinco mil pesos); Banco de Mxico, S. A., $ 10 000.00 (diez mil pesos); Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Pblicas, S. A., $ 4 000.00 (cuatro mil pesos); Banco Nacional de Crdito Agrcola, S. A., $ 2 000.00 (dos mil pesos); y Banco Nacional de Mxico, S. A., $ 1 000.00 (mil pesos). II. El Fondo de que habla la clusula anterior podr incrementarse en todo momento por instituciones o particulares que deseen hacerlo, adhirindose a las bases Constitutivas aqu consignadas y destinando al fin de este fideicomiso, las sumas, bienes y derechos que determinen. III. El fin del fideicomiso ser publicar obras de economistas mexicanos y extranjeros y celebrar arreglos con editores y libreros para adquirir de ellos y vender obras sobre problemas econmicos cuya difusin se considere til. IV. Para el mejor cumplimiento de los fines del fideicomiso, el fiduciario necesariamente oir el parecer de una Junta compuesta por los seores Licenciado Manuel Gmez Morn, Ingeniero Gonzalo Robles, seor Adolfo Prieto, Licenciado Daniel Coso Villegas, seor Don Eduardo Villaseor y Licenciado Emigdio Martnez Adame, sobre todo respecto a los puntos siguientes: a) Trazar en lneas generales el programa a seguir, tanto en cuanto a la labor de publicacin de libros como a la de arreglos con libreros y editores para la venta de obras econmicas. b) Determinar concretamente las obras a publicar, las mejores condiciones para su impresin y distribucin, eleccin

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de traductores, remuneracin a stos y a los autores, eleccin de obras extranjeras o mexicanas de cuya compra y distribucin deba encargarse al Fondo. V. La Junta, de comn acuerdo, designar a las personas que de una manera temporal o permanente deban sustituir a los miembros por cualquier razn. VI. El fiduciario tendr, adems, las funciones siguientes: a) Guardar el Fondo. b) Invertir el Fondo en valores de inmediata realizacin partindolo en cada ocasin a la Junta, la que podr verter las inversiones propuestas. En este caso el fiduciario propondr otras. c) Pagar con cargo al Fondo los gastos que demande el cumplimiento del objeto del fideicomiso, de acuerdo con las indicaciones que por escrito le manifieste la Junta. d) Celebrar arreglos de distribucin, compra o venta, etctera, de las obras que se publiquen por cuenta del Fondo y, en general, realizar todos los actos que demande el programa de trabajos acordados por la Junta. VII. En caso de que el fideicomiso se extinga por cualquier causa, el Fondo o sus remanentes sern entregados por el fiduciario a la Universidad Nacional de Mxico, para que ste los destine a fines semejantes a los que este fideicomiso tiene. Mxico, D. F., a 3 de septiembre de 1934.

Quedaba pendiente un punto fundamental sobre el que Villaseor y Coso insistan permanentemente: bajo qu normas tcnicas se regira la editorial, pues si bien el trust o la fundacin sajona segua mtodos comerciales para administrar fondos puestos al servicio de fines desinteresados, el fideicomiso de la editorial tambin debera ceirse a una pauta similar. Sin embargo, segn recuerda Coso, cometi un doble disparate: tradujo Trust Fund for Economic Learning por Fondo de Cultura Econmica, como nombre comercial para la empresa editorial, y para el rgano de administracin de ella pens en el governing board, que tradujo por Junta de Gobierno. De hecho, el concepto de empresa editorial que Daniel Coso Villegas y Eduardo Villaseor haban venido pensando, formalmente, comenz a perfilarse cuando empezaron a elaborar

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el Reglamento que regira a la Junta de Gobierno, es decir, a la editorial. Antes de este momento, su deseo de convertirse en editores era ciertamente amorfo; era pura buena voluntad limitada a satisfacer necesidades inmediatas. A partir de discutir el Reglamento, base esencial del Fideicomiso, Coso y Villaseor se percataron de que sus ideas, enriquecidas por Gmez Morn, Robles, Martnez Adame y Adolfo Prieto, adquiran una dimensin ms amplia y una perspectiva a largo plazo. Con objeto de recuperar el testimonio, se transcribe el Reglamento de la Junta, vigente a lo largo de tres dcadas:1. La Junta de Gobierno del Fondo de Cultura Econmica estar compuesta de seis miembros, que en la actualidad son: Gonzalo Robles, Eduardo Villaseor, Emigdio Martnez Adame, Daniel Coso Villegas, Manuel Gmez Morn y Adolfo Prieto [estos dos ltimos renunciaron en 1935 y fueron remplazados por Jess Silva Herzog y Enrique Sarro]. 2. Las faltas temporales o definitivas de uno o var