HISTORIAS DE CRISI Y SU SICOANALISTA BERLIA · HISTORIAS DE CRISI Y SU SICOANALISTA BERLIA cuento...
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HISTORIAS DE CRISI Y SU SICOANALISTA BERLIA cuento largo o novela cortísima
viviana marcela iriart
Foto y diseño portada: vmi
Todos los derechos reservados.
Contacto: [email protected]
©1989 viviana marcela iriart
© 2015 Escritoras Unidas & Cía. Editoras
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A mi ex sicoanalista, Doris Berlín,
que me salvó el alma y la vida,
esta pequeña sátira sobre el sicoanálisis
que tanto respeto.
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CAPÍTULO I
Cuando Berlia llegó a la fiesta Crisi ya no tenía nada amable que decir. Había
bebido lo suficiente, lo necesario, para encontrar su punto de lucidez. Es en
esos momentos en que, al decir de sus amigos, su talento mordaz escupe
mejor por su boca. Es el momento en que más trabajo tiene su secretaria, que
graba todo lo que Crisi dice y quien, al día siguiente, se encarga de poner por
escrito lo que ella dijo. De sus peores borracheras, afirma Crisi, han salido sus
mejores escritos. “El talento sin el alcohol”, afirma, “es como el agua: calma la
sed pero no la lujuria”.
Pero no vayan a confundirse. Crisi no es mujer dada a criticar a otras. Le
encanta que le cuenten un chisme pero de ahí a repetirlo… ella está demasiado
embelesada con su propia vida como para dedicarle siquiera un minuto a la
vida ajena. Por eso no notó la llegada de Berlia a la fiesta, tan elegante ella, tan
gélidamente cálida, tan sensualmente sicoanalista. Y se fue. Rodeada de su
séquito que nunca la abandona.
Berlia siempre ejercía una extraña fascinación sobre la gente. No era
exactamente lo que se dice una mujer bella, no, era una mujer, ¿cómo se diría?
extraña, sí, tal vez esa sea la palabra, una mujer extraña y misteriosa, tan
majestuosamente extraña y misteriosa que se veía hermosa.
Hasta que Crisi se fue, la fiesta había estado, como siempre, en sus manos.
Crisi no necesitaba hacer nada para ser siempre el centro de atención, ella
simplemente era la reina de todas las fiestas, nadie podía escapar al
magnetismo que ejercía su alegría y su locura. Y una reina nunca ocupa el
espacio de otra, así que cuando Berlia llegó ocupó, sin ningún ánimo
imperialista, su propio reinado. Es que Berlia siempre estaba ajena al impacto
que causaba sobre los otros, esos otros que no podían evitar verla a
hurtadillas, o descaradamente, mientras tomaba whisky importado,
delicadamente, escuchando las conversaciones de su entorno. A veces ella se
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volteaba, como si sintiera que la estaban mirando. A veces también pasaba que
la mirada indiscreta no se apartaba de sus ojos. Entonces ella miraba como
sólo ella sabía hacerlo, con ojos de profundidad oceánica. Miraba muy seria,
sin molestia, curiosidad o reproche. Ella miraba sólo para poner las cosas en su
sitio, y las ponía. Aunque sólo fuera por un instante porque las personas,
vencidas por su extraña magia, volvían sus ojos a ella una y otra vez. Berlia
parecía darse cuenta de estas claudicaciones porque jamás, en una misma
noche, miraba dos veces a una misma persona. Berlia era mujer de un solo
acto.
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CAPITULO II
Crisi es tan excéntrica que en vez de usar zapatos usa medias.
Para no ensuciarlas o quemarlas con alguna colilla de cigarrillo tirada en el
piso, sus asistentes van siempre delante de ella barriendo las veredas y las
calles.
Crisi es tan alegre que nunca nadie ha podido verla triste.
Cuando ella ríe el sol se esconde para no quemarse con la blancura de sus
dientes.
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CAPITULO III
Cuando Berlia llega a su casa prende la contestadora automática. En vez de
oír los mensajes los analiza. La contestadora a veces se enoja y le contesta (es
una contestadora muy moderna, como todo en su vida). Berlia la amenaza: “o
te callas o te desconecto”. La contestadora sabe que está en sus manos. Por
eso la ama. Y por eso también, a veces, la odia.
(Lo que Berlia no sabe es que la contestadora, en venganza, no le graba
algunos mensajes. Cuando Berlia se va la contestadora ríe metálicamente a
sus espaldas).
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CAPITULO IV
Consultorio de Berlia
Berlia está atendiendo a Crisi, que le recrimina que frente a un gran dolor el
psicoanálisis no sirve. Berlia, por supuesto, no admite semejante disparate.
“Ella no puede admitirlo”, piensa Crisi, “porque sería admitir la inutilidad de su
propia existencia”.
Crisi le dice: “Vengo aquí a llorar un gran dolor y tú agarras mis lágrimas y
analizas porqué caen y el porqué de su tamaño. No piensas en el dolor por sí
mismo. El dolor, por si no lo sabes, es independiente de las lágrimas”.
Berlia responde: “Pienso en tu dolor, sólo que en las causas del mismo, no en
sus consecuencias. Me interesa el contenido de la botella no el envase.”
“¡Oh, qué original!” responde Crisi con ironía “Tú lo estás admitiendo, claro
está, tal vez sin darte cuenta. El psicoanálisis frente a un gran dolor es
inhumano. A veces un buen abrazo es más eficaz que un buen análisis”.
Asombrada, Berlia pregunta: “¿Quieres que te abrace?”
Resignada y furiosa Crisi se encoge de hombros.
Lacónicamente Berlia dice: “Tú tienes que hablar de tus fantasías. Es muy
importante. Yo no las conozco. Si tú no hablas de ellas yo no puedo adivinar.
Soy analista no tarotista”.
Crisi sabe que esta conversación es inútil y Berlia también. Ambas saben que
el sicoanálisis que práctica Berlia no admite contacto físico. El sicoanálisis tiene
reglas que Berlia le impone a Crisi mientras le habla de libertad.
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Berlia, elegantemente vestida de negro, tan moderna ella, se debate en su
sillón, negro también, dispuesta a no admitir las fallas de su profesión.
Mientras la escucha, obviamente no puede verla porque está en el diván, Crisi
prepara su respuesta con la perversa intención de molestarla, de herirla de
muerte si fuera posible. Berlia domina tan bien la situación, y por ende a Crisi,
que a ella le provoca meterle los dedos en los ojos para desestabilizarla,
aunque sea por un rato.
“Si yo fuera capaz de liberar a mi agresividad en estos momentos”, piensa Crisi,
“los diarios de mañana hablarían del asesinato de una sicoanalista en manos
de una paciente furiosa de comprensión. Y sé que un ejército de pacientes y ex
pacientes aplaudirían felices mi gesto a lo largo del mundo. De hecho, no creo
que haya juez ni jueza capaz de condenarme por asesinar en legítima defensa.
Berlia no tiene derecho a asesinar mis argumentos y a no ser condenada por
ello”.
Berlia, en silencio, espera el contraataque de Crisi, un poco sorprendida de que
no haya llegado ya.
“Pero, la verdad, me encanta discutir con Berlia porque ella es inteligente,
tremendamente inteligente. Ella es como un cazador, acechando sigilosamente
a la paciente, esperando con exasperante calma el momento exacto para
disparar la palabra exacta y herir. A veces mortalmente.”
Berlia, con total despreocupación, analiza el estado de las uñas de sus manos.
“Tengo que pasar por la manicure”, piensa, “este color no hace juego con mi
nuevo vestuario. Y por cierto, hablando de vestuario… ¿seguirá esa oferta tan
buena en “Mamarrachos”? ¡Vaya nombre para una tienda! pero su elegancia es
de primera. ¿Y esta loquita que estará tramando que pasa tanto tiempo en
silencio?”
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Crisi continúa enajenada por sus pensamientos:”Pero a veces logro alterarla. Y
ella se escucha tan bella cuando esto sucede que me conmueve. Algunas
veces, pocas lo admito, también he logrado que ella se devuelva por el camino
de sus palabras y me dé la razón. Son mis pequeños triunfos, los que me
permiten sobrevivir en esta batalla en donde llevo ya tantos fracasos. Cuando
el psicoanálisis se vuelve guerra, yo vengo dispuesta a matar o morir por
argumentos”.
“Ya lo decía mi madre”, piensa Berlia, “con los artistas mejor no tener relación.
Son todos locos. Pasan de un estado al otro sin motivo aparente. Y si tienen
mucho éxito, como Crisi, ¡válgame Dios! Su ego es tan grande como la carpa
de circo más grande del mundo”.
“Pero la necesito”, se dice Crisi, “Y cuando más la amo es cuando más la odio
porque odio amar unilateralmente. Berlia cree hoy que voy a dejar la terapia,
que lo piense, ¡ja! Ella jamás va a saber que hoy la necesito más que nunca”.
La mano de Berlia persigue a un mosquito.
Falla dos o tres veces en su intento pero finalmente lo aplasta contra la pared.
Una mancha roja se impone sobre el blanco, acusadora.
La mano de Berlia también ha quedado manchada, las patas y las alas del
mosquito se confunden con sus líneas.
Después de mirar pensativamente su mano, como si intentara descubrir algo en
ella, agarra un pañuelo de papel y se limpia.
Estruja con placer el papel y lo arroja al tacho de basura sin que Crisi se haya
percatado de nada.
El rojo de la pared, sin embargo, se hace más vivo.
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“Si sus palabras pudieran ser tan lindas como su cabellera”, piensa Crisi viendo
la imagen desdibujada de Berlia en la ventana, “Berlia conquistaría al mundo
entero. Su cabello de miel, ¡y sin ninguna abeja!”
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CAPÍTULO V
Su analista, Berlia, le hace notar a Crisi que cuando ella habla mueve mucho
las manos, sus manos de gitana, sus manos de india. Crisi usa muchas
pulseras y estas se golpean unas contra otras fastidiosamente durante los
cincuenta minutos de sesión.
“La analítica mente de Berlia no puede dejar libre a la espontaneidad”, piensa
Crisi, “Berlia necesita encarcelar los gestos en conceptos”.
Ya te lo dije, soy escultora. Lo que no esculpo en material lo esculpo en
el aire.
Berlia calla mustiamente sintiéndose burlada.
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CAPÍTULO VI
Crisi sueña con peleas.
Su analista le dice que ella se esfuerza tanto en ser pacífica que sólo puede
pelear en sueños. Le aconseja que libere su violencia.
Crisi ha empezado a salir a la calle con guantes de boxeo.
Sus amigos, advertidos, han desaparecido sigilosamente de la ciudad.
Pero los transeúntes no.
Crisi, a pesar de sus guantes, ha recibido ya algunos golpes.
Ahora Crisi pone dentro de sus guantes un pesado pedazo de metal.
La cara de alegría de Crisi al salir a la calle es indescriptible.
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CAPÍTULO VII
Cuando Crisi llega a lo de Berlia los objetos tiemblan porque saben que no
quedarán en su lugar. Crisi necesita una relación viva y afectiva con los
objetos, tocarlos, moverlos, mirarlos desde diferentes ángulos.
“Si los objetos tuvieran patas”, reflexiona Berlia al verla llegar, “estoy segura de
que huirían al sentir sus pasos. Puedo darme cuenta por la cara que ponen
cuando ella aparece, casi tumbando el marco de la puerta, siempre un poco
torpe en su relación con el espacio. Suerte que es delgada, porque sino ya
tendría que haber cambiado de puerta varias veces”.
Crisi no soporta la rutina.
A veces hace diván, otras hace sillón, algunas otras se pasea nerviosa por toda
la sala poniendo más nerviosos aún a los objetos, no así a Berlia, a pesar de
que Crisi intenta leer, sin éxito, lo que Berlia anota en su cuaderno a rayas
azules y Berlia lo sabe. Crisi juega a ser detective pero Berlia, que es muy
astuta, la descubre enseguida y no permite ser descubierta.
También en algunas oportunidades, pocas, Crisi ha llegado y ha dicho:
Berlia, analista mía, tu sillón.
Y Berlia, obedientemente, se lo ha cedido. Berlia es una analista muy ortodoxa
y sabe que las fantasías son muy importantes.
Hoy Crisi llegó y dijo que estaba cansada de que la gente, “alguna perversa
gente”, agregó con sangre en los ojos, dijera que ella era muy agresiva con las
palabras. ”Quiero aprender a querer sin hostilidades”, concluyó.
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Berlia pensó, aunque no se lo dijo, que entonces Crisi iba a perder todo su
encanto. En vez de esto sonrío con benevolencia y dijo:
Buen paso, Crisi. Para empezar con el cambio, ¿podrías bajar tus pies
de mi escritorio?
Crisi la miró verdaderamente sorprendida y los bajó. Sus pulcras medias,
recordemos que nunca sale a la calle sin su ejército de asistentes
barreveredas, arrastraron algunos papeles al suelo al hacerlo.
Berlia, como si no le importara, limpió unas partículas de polvo de la mesa con
una servilleta y las sopló en dirección a los ojos de Crisi.
Esta pegó un salto salvaje que la puso de pié en el sillón y, como si fuera una
gata de puerto hambrienta, maulló:
¡Berlia, hablé de cambiar hostilidades no comodidades!
Enigmáticamente Berlia contestó:
A veces las hostilidades pasan por la comodidad. sonrío malignamente
al ver que Crisi no entendía. Y para continuar, ¿podrías devolverme mi
cuaderno? ¿Y mi pluma? ¿Y mi sillón? ¿Podrías también dejar de
rascarte la cabeza encima de mi hombro?
Al ver el desconcierto de Crisi, Berlia se entusiasmó y siguió hablando
precipitadamente. Era la primera vez que Berlia podía hablar sin tener que
soportar las odiosas interrupciones de Crisi. Era tal su entusiasmo que casi no
respiraba, hecho este que provocó algunos síntomas de asfixia que, sin
embargo no la detuvieron, aunque su cara comenzó a adquirir un repugnante
color violáceo y sus hermosos ojos celestes parecían querer salirse de sus
órbitas, cosa que Berlia astutamente impedía colocando sobre ellos la goma de
la punta del lápiz.
Crisi no podía creer en lo que estaba viendo y oyendo.
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Pasado el asombro inicial decidió desconectar sus oídos y para esto usó el
siempre útil cuaderno de Berlia, del que arrancó dos hojas que colocó en sus
oídos.
Pero eso no era suficiente.
Así que arrancó otra hoja, la hizo un bollo y la lanzó con energía y puntería,
como si fuera una experta jugadora de béisbol, en dirección a la boca de Berlia.
El discurso fue rápidamente interrumpido por un acceso de tos: las anotaciones
de Berlia se escapaban de su boca como un río sin contención.
Crisi, de pie en el sillón y bailando una danza india, cantaba a gritos como si
estuviera en una cantina:
¡Berlia, dije hostilidades no comodidades! ¡Hostilidades no
comodidades! y seguía el ritmo con las manos.
Berlia terminó de escupir el papel, eso sí, muy delicadamente, y sacudió con
furia el sillón hasta que logró que Crisi cayera al suelo.
La boca roja sobre las baldosas, Crisi reía maravillosamente.
Berlia le extendió una mano, riendo también, y Crisi se levantó, se sacudió el
polvo (¿polvo en el consultorio de Berlia Dorián? ¡Cómo osas!) al tiempo que
decía:
¡Berlia, eres un genio, te ADORO, así con mayúsculas!
Después rayó el escritorio con sus uñas color negro y desordenó los libros de la
biblioteca procurando, con verdadera dedicación, que los más importantes
cayeran al suelo, en donde recién colocadas hojas de afeitar los estaban
esperando. Concluida esta tarea usó todas las toallas de papel (las que Berlia
ofrece a sus pacientes cuando lloran) en construir barcos y aviones, que
lanzaba por la ventana a la cabeza de los desprevenidos transeúntes.
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No contenta con esto, agarró las flores del jarrón y las arrojó al suelo,
pisándolas con verdadera satisfacción y desparramándolas por todo el
consultorio.
Luego se esmeró en mojar cada partícula del sillón de Berlia.
En eso estaba cuando descubrió, con perversa alegría, el siempre tentador
portalápices lleno de lapiceras de diversos colores. Crisi agarró un grueso
marcador rojo y, haciendo las letras más grandes que sabía hacer, pintó su
nombre sobre la pulcra pared de color blanco perla.
Mientras agarraba su cartera para irse, pateó el tacho de basura vaciando su
contenido: apenas si había dos o tres historias de pacientes, se ve que Berlia
había tenido poco trabajo ese día.
Desde la puerta se volteó a mirarla, agitó su mano en señal de despedida y con
dulce y ensoñadora voz dijo:
¡Hiuju Berlia! ¡Hasta la próxima!
Berlia corrió al teléfono y llamó a los bomberos.
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CAPÍTULO VIII
Crisi está sentada frente a su computadora.
Tiene que escribir el texto del catálogo de su próxima exposición.
Su mirada es rabia y de placer.
Placer por lo que tiene que escribir y rabia por lo que no le sale.
La página es nueva y el blanco hiere e hipnotiza.
Ella no mueve las manos y las teclas no saben moverse solas.
Ella dispara sus manos al aire, se las mira, se enfrenta a la pared que también
es blanca, se toca la cara, piensa.
Suspira.
Mira la página.
Se mira los dedos.
La página, desde su blanca soledad, también la mira.
“Lo que más me gusta”, piensa Crisi, “es el ruido del papel cuando lo estrujo.
Es mi venganza”.
Y ríe. Es la suya una risa de dientes, boca, saliva, ojos, mirada, una risa de
cuerpo entero.
Crisi pone música y se pone a bailar frenéticamente, vengándose de las
palabras esquivas.
Las palabras, escondidas en el disco duro de su memoria, la miran bailar
satisfechas: le han ganado la partida una vez. ¡Y van...!
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CAPÍTULO IX
Berlia camina elegantemente bajo la lluvia sin paraguas porque la lluvia, que la
adora, no la moja. “¡Stop!” dice Berlia, y las gotas detienen su caída para que
ella las admire.
Las ventanas de su Mercedes Benz no saben lo que es el polvo, porque el
polvo se vuelve oro únicamente para disfrutar del placer de ser tocado por sus
manos.
Berlia no conoce la fealdad porque lo feo se vuelve lindo cuando ingresa a la
órbita de sus ojos.
A solas en su consultorio, Berlia escribe:
“A veces hay circunstancias atenuantes, ¿sabes a qué me refiero?
No siempre se hace lo que se quiere.
Si todas las cosas estuvieran en su sitio buscaría otras excusas para no hacer
lo que no hago”.
Pone punto y relee, satisfecha, lo escrito.
“Pero ahora sí voy a hacer lo que quiero”.
Agarra el teléfono y llama a New York.
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CAPÍTULO X
“Querida Berlia:
No imaginas cuánto lamento no haber tenido tiempo de despedirme de ti.
La invitación para ir a París fue tan repentina y urgente que apenas si tuve
tiempo de preparar algunas maletas (lo de “preparar” es un eufemismo, como
comprenderás, puesto que fueron mis asistentes los que se encargaron de
llenar con algunas cositas útiles las doce maletas que me acompañan en esta
ciudad maravillosa).
Yo sabía que era famosa en París pero ¡no sabía que lo era tanto!
Cuando Pierre me llamó para decirme que sin mí no podía inaugurar su
exposición en el Louvre, y la exposición era al día siguiente, no encontré
palabras para negarme a su gentil invitación. ¡Yo! que siempre tengo una
palabra en la boca me quedé sin palabras, ¿puedes imaginar esto? Estoy
grave, Berlia, creo que estoy sufriendo una crisis de identidad.
No te veré en por lo menos cuatro semanas, porque cuando la dicha es buena
es completa. Me invitaron para hacer una retrospectiva de mis esculturas
ecológicasvegetarianas (las lechugas podridas y las papas agusanadas
ocuparon por lo menos cinco de mis doce maletas) en el “Museo de la Cloaca
del Sena” de París.
Así que no me queda otro recurso que la escritura para manifestarte que he
quedado tan preocupada con nuestra última sesión que no puedo esperar a
llegar a Caracas para hablar contigo.
En realidad, ¿qué quisiste decir cuando afirmarte que llevo demasiados años
con el gato en el desván? ¿Desván en este caso puede asociarse con diván?
Tuya, Crisi”
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CAPÍTULO XI
“Apreciada Crisi:
Asocias demasiado y asociar es tarea mía, que soy analista, no tuya.
Si no nos respetamos nuestros respectivos campos de trabajo no podremos
entendernos.
Mi trabajo es darte herramientas para que encuentres el camino sin señalarte
cuál es.
De otro modo yo haría el trabajo por ti y eres tú la que tiene que fatigarse
buscándolo.
El análisis es a veces como un juego de ajedrez.
Sé que eres inteligente pero sé también que no entenderás esto: tengo jaque
mate.
Cariños.
Berlia”
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CAPÍTULO XII
“Querida Berlia:
Entiendo que tu trabajo es darme herramientas y no herrajes, pero podrían
éstas ser un poco menos confusas, ¿no crees?
Claro que, cuanto más tiempo tardo en encontrar mi camino, más dinero pasa
de mi cuenta bancaria a la tuya.
Si ya tienes jaque mate, y por supuesto que entiendo, ¿qué te crees?, haz tu
jugada sin anunciarla tanto.
¡Pero cuidado!
Soy especialista en desbaratar jaques mates.
Si todas las psicoanalistas del mundo fueran como tú no existirían pacientes,
sólo compañeras y compañeros de juego. ¡Oh alegría!
Siempre tuya,
Crisi”
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CAPÍTULO XIII
“Apreciada Crisi:
No logro ver si tu última carta es un elogio o un insulto. Cortaron la luz en el
consultorio.
Creo que estás pasando por una etapa típica de agresión al analista puesto
que este, o sea yo, te señala tu verdadera identidad, identidad esta que a veces
rechazamos.
No te preocupes que te estoy entendiendo.
De todas maneras creo que unas sesiones extras a tu regreso, que supongo y
espero será dentro de unos cuantos años dado el éxito que estoy segura tendrá
tu retrospectiva en las cloacas, serán necesarias.
Cinco horas de terapia a la semana, por lo visto, no son suficientes.
Cariños.
Berlia”
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CAPÍTULO XIV
“Querida Berlia:
Eres la mejor sicoanalista del mundo. ¡Te amo!
Crisi
P.D.I: La exposición no es en “las cloacas” sino en el Museo de las…Pequeña
ésta pero sutil diferencia.
P.D.II: De acuerdo con sesiones extras pero, ¿podrías hacerme una rebaja
teniendo en cuenta de que soy una paciente al por mayor?
Tuya siempre,
Crisi”
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CAPÍTULO XV
Telegrama de Berlia a Crisi:
“Lo que no se paga no se trabaja, punto
Análisis es trabajo, punto
Si pagas menos te esfuerzas menos y retrasas llegada día D, punto
Recuerda Chanel número cinco, punto
Cariños, coma
Berlia”
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CAPÍTULO XVI
Respuesta telegráfica de Crisi:
“Un Chanel, ¿a cuántas sesiones equivale?, punto
Tuya, punto
La de siempre aunque un poco distinta”.
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CAPÍTULO XVII
“Querida Crisi:
No logro llegar a la profundidad de tu mensaje.
¿No crees que ya te he dado suficiente?
Cariños,
Berlia”
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CAPÍTULO XVIII
“Querida Berlia:
La exposición fue un gran éxito, como era lógico, le “tout” París que vale la
pena estuvo en el vernissage.
Como siempre, tuve algunos detractores. Unos grupúsculos ridículos de esos
que abundan en Europa, ociosos sin sentido en su vida.
El derechista “Anónimos Carnívoros Satisfechos” marchó por la puerta del
museo con máscaras con cara de vaca lanzando bosta sobre las vitrinas.
El ultra izquierdista “Lechuga Fresca” trató de bloquear la exposición poniendo
una tonelada de lechuga a la entrada del museo. ¡Fue divertidísimo escalar una
montaña de lechugas para poder entrar! No imaginas el aire tan “chic” que le
daba a la exposición.
En mi defensa marchó el “Comité de Hijos de Probetas Desechadas”, que
protestan por la insensible eliminación de sus madres biológicas, las probetas.
¡Son adorables!
En medio de tanto amor… ¡conocí al amor!
Tuya,
Crisi”
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CAPÍTULO XIX
“Querida Crisi:
¡Qué emoción! ¿Quién es la nueva víctima ahora?
Cariños,
Berlia”
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CAPÍTULO XX
Dos meses después.
“Querida Berlia:
¡Un amor que se acerca y se aleja como el mar confundido por la luna.
Un amor que me tiene…
Ansiosa esperando que los días pasen, sin importarme que cada día que yo
apuro para que se acabe es un día más de envejecimiento. En realidad los
apuro pretendiendo que los días duren la mitad para mí, sólo para mí, para de
esa manera acortar un poco la distancia que me separa de ella, apenas veinte
años. Esperando una respuesta suya las canas me salen, el polvo cubre los
muebles, las telarañas tapizan el techo, las arrugas toman mi rostro y lo arañan
con saña, mi voz se quiebra como la de un gato perseguido por un perro....
miauuuuuuuuu. La casa se convirtió en un monasterio.
Una semana. Los días han “pasado, terribles, malvados”, como dice el tango,
“dejando una esperanza que no ha de volver”, como continúa diciendo, y tengo
su voz en mi recuerdo cantando ese tango, ¡qué bien lo desafinaba! Una
semana esperando al teléfono, soy casi una momia, un tótem, una escultura de
Rodin, ¿una mona?
Mi dolor por su ausencia, más doloroso que el más doloroso de los cuadros de
Frida Khalo. Melancólica como Margarita Gautier tosiendo mientras escupía
delicadamente gotitas de sangre en su blanco pañuelo de encajes. Romántica
como Isadora Duncan muriendo estrangulada por su chal, enredada en la
rueda de su moderno y descapotado auto nuevo. Trágica, haciendo honor a mi
nacionalidad y al emblema de nuestro escudo: primero la tragedia, después el
drama, ¡que el optimismo no nos invada jamás!
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Volverán las oscuras cantantes
en mi balcón sus serenatas a desafinar
pero aquella, aquella que ladraba en mi oído,
aquella,
¿cuándo volverá?
Gastado Adolfo Cuaquer
Así estoy querida Berlia, vuelta una excelsa poeta por este amor que me está
matando pero... ¡¿qué está pasando acá?! ¡¡¡¡No entiendo nada, las palabras
se están escapandoooooooooooooooooooo!!!!!!!!”
ESCRITORA INTRUSA:
Queridas lectoras y lectores:
Abrimos aquí un capítulo intermedio para escuchar, quiero decir, leer, las
opiniones que sobre este dramático caso de enamoramiento tiene para darnos
el doctor Yerloc Froi, eminentísimo ricoanalista e investigador privado del
consciente, inconsciente, subconsciente, subterráneo, metro, azotea,
penthouse, techo, etc., etc., etc. Recién llegado a nuestras páginas gracias al
patrocinio de... (escuchar música del jingle de la pasta dental Odol años 70):
Qué bello que son tus rollos
le dijo la luna al sol
y el sol contestó sonriente
¡me sicoanalizo con el doctor Froi
Froi, Froi, Froiiiiiiiiiiiiiii......
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Voz seductora de locutor:
Porque en mente sicoanalizada… ¡no hay rollos feos!
Dr. Froi:
Mi comentario sobre el caso es... sin comentarios.
ESCRITORA INTRUSA:
¡Genial! ¡Lean ustedes que síntesis magnífica nos ha dado el Dr. Froi de este
complejísimo caso! Solamente él, cortesía deeeeeeee... (escuchar música del
jingle) podría haber dado una opinión tan exacta sobre lo que le está pasando a
esta paciente. Esperemos que ella esté leyendo sus sabios consejos... ¡y los
aplique!
Muchas gracias Dr. Froi, nos vemos en el próximo capítulo.
Dr. Froi:
¿Ya me tengo que ir? Yo quiero seguir escribiendo... ¡si tengo toda una página
en blanco!
ESCRITORA INTRUSA (Impaciente):
Dr. Froi...
Dr. Froi:
¡Ufa! Está bien, me voy.
ESCRITORA INTRUSA:
Y ahora queridas lectoras y lectores, cantemos para empezar el día ¡contentas,
contentas, contentas!, pero eso sí, sin evasiones ¿ehe? Que el que evade
huye, y el que huye no enfrenta sus problemas y el que no enfrenta sus
problemas... (acá se hunde en las profundidades de sus pensamientos.
Después de ahogarse un rato en el inconsciente, ante la mirada de satisfacción
del Dr. Froi que la mira desde la Nota al Pie de Página, retorna a la realidad, un
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tanto asfixiada por los traumas pero enérgica, llena de vida y de rollos). Vamos,
¡vamos a cantar conmigo la cancioncita!... (escuchar música del jingle):
Qué profundos que son tus rollos
le dijo la luna al sol
y el sol contestó sonriente
¡me sicoanalizo con el doctor Froi
Froi, Froi, Froiiiiiiiiiiiiiii......
“Berlia... ¿sigues ahí? ¡Shhhhhh! Soy yo de nuevo, Crisi, no te asustes, voy a
escribir bajito para no alertar al enemigo.
Finalmente, después de una ardua lucha con gomas de borrar, tippex líquido,
sólido y de papelitos, he logrado retomar, eso creo, el control de la página de
nuevo.
Aunque te parezca extraño esto fue un intento de Golpe de Lápiz, ¡si es para
no creer! Ya no se puede confiar ni en la inocencia de las palabras y sus
cómplices facinerosas, las perras letras.
Y como todavía no estoy segura de haber logrado dominar a todas las letras
sediciosas, me voy a la página en blanco para agarrarlas desprevenidas y
ensobrarlas antes de que se den cuenta.
Tuya,
Crisi
P.D. ¡Al final no me dejaron contarte lo que me está pasando!
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P.D. 2. (unas horas más tarde) Estoy enamorada y tengo miedo porque ella
volvió y me ama tanto como yo la amo y ahora necesito sesiones extras de
terapia. ¿Sábados y domingo te parece bien? Serán sólo dos o tres llamados
por día, y juro que cada llamado no durará más que una hora, es decir, exactos
60 minutos.”
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CAPÍTULO XXI
Berlia terminó de leer la carta y una pequeñísima irónica sonrisa apareció en su
rostro. Pensativa, pasó un dedo sobre el papel mientras su mirada se fijaba en
el vacío. Hizo un bollo con la carta y lo lanzó al cesto de papeles. El bollo iba
directo al suelo cuando la papelera, que conocía muy bien a Berlia, viendo la
tragedia que se avecinaba corrió raudamente en dirección al bollo, logrando
atraparlo antes de que tocara el inmaculado suelo sin que ninguno de los otros
papelitos se desparramara. La papelera suspiró aliviada, secándose una gota
de sudor. De reojo y con admiración miró a Berlia que, por supuesto, no la
miraba.
Berlia se acercó a la ventana y mirando el Ávila pensó:
“Qué mujer tan snob. El lesbianismo se ha puesto de moda ¡y ahora cree que
es lesbiana! Sesiones sábados y domingos… no está mal. El apartamento de
New York ya puedo decir que es mío.”
Se sentó, hizo varios llamados y luego escribió.
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CAPÍTULO XXII
“Querida Crisi:
¿Más terapia porque estás enamorada? ¡Al fin has regresado a la vida!
Tú lo que tienes que hacer es zambullirte en ese amor sin importarte que no
haya red.
¿Y para qué quieres un bastón si en estos años de terapia has desarrollado
unas bellísimas y fuertes alas?
Y si las alas fallan y te caes, ¿qué es un tropezón? La vida también está hecha
de tropezones y es más bella por ello.
Y la vida, Crisi, sólo es vida si hay amor.
Para dar, para recibir, para compartir, para repartir, para regalar… Amor.
Querida Crisi, querida paciente, te estoy dando de alta.
No voy a extrañarte pero sí a recordarte.
Adiós,
Berlia”
Y debajo puso su sello:
“Dra. Berlia
Matrícula 212”
El doctora es porque tiene un ph en Harvard y el sello para que quedara
oficialmente cerrada la terapia.
Colgó un cartel en la puerta de salida y se fue.
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CAPÍTULO XXIII
Cuando la Señora de Limpieza vio el cartel se quiso morir.
El Cartel decía:
“Consultorio cerrado por Vacaciones hasta nuevo aviso. No esperen parados.
Recuerden que les llamé y les derivé a excelentes colegas.”
¡¡¡Nooooo!!! ¡¡¡No me puede hacer esto!!! ¡¡¡Justo ahorita que acabo de
vender los derechos de autora!!! ¿Cómo voy terminar la novela si no sé
el final? Yo tengo que detenerla como sea y la detendré
¡¡¡YAAAAAA!!!!
Pero Berlia estaba en altamar, en su yate de 34 metros de eslora, abrazada a
su marido viendo un hermoso atardecer, iniciando su postergada y deseada
travesía por el mundo.
A pesar de la ausencia de sus musas la Señora terminó de escribir su novela
de apenas 500 páginas. La novela se convirtió en un gran éxito y la Señora en
una celebridad multimillonaria.
Berlia y Crisi vivieron felices y comieron perdices pero no juntas, por supuesto,
separadas.
Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeen separadas e incomunicadas.
Aunquenotanto.
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Escritoras Unidas & Cía. Editoras
Abril 2015
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