HITO RORAIMA - tu Aventuraexorablemente llegará una persona diferente a la que emprendió el viaje....

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HITO RORAIMA Una aventura en el tepuy venezolano

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HITO RORAIMAUna aventura en el tepuy venezolano

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Vista del majestuoso tepuy Roraima desde el río Kukenan, ubicado en el estado Bolívar de Venezuela.

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Bajo un techo de piedras que chorreaba caudalosa y fría agua de llu-via esperábamos a Guideon, nuestro guía guyanés, para seguir la ruta ha-cia el punto final de la cumbre, ahora desdibujada entre formas magnífi-cas y niebla fantasmagórica. Del grupo fuimos los primeros en llegar al punto de cima donde debíamos esperar al resto, luego de pasar por el afano-so paso de las lágrimas. Allí, luego de pasar el frío más intenso de mi vida, vi como llegaba el guía como iluminado por una aurora dorada. Le seguimos.

Dicen que el Roraima es la fecunda madre de todas las aguas, la propia cuna de la humani-dad. Es tan poderoso y místico que hasta tiene clima propio. El Roraima es un tepuy y uno muy particular, lo que ya dice mucho. Los tepuyes son mesetas rocosas abruptas y par-ticulares del escudo guayanés de la zona de la Gran Sabana venezolana. Son formaciones aisladas, únicas y las más antiguas en el pla-neta, con ecosistemas formidables y endémi-cos. El nombre proviene del idioma autóctono pemón, que significa montaña, y sobre sus ci-mas nacen ríos y cataratas, núcleos podero-sos desde donde empieza a palpitar la vida.De un grupo grande, partimos cuatro amigos en coche desde Caracas con dirección San-ta Elena de Uairén, la ciudad más austral de Venezuela que hace frontera con Brasil.

Emocionados y sin saber realmente lo que nos esperaba, empezamos el largo recorrido de mil kilómetros. Pernoctamos una noche en Pariaguán, un pueblito llanero a mitad de cami-no donde trabajaba y tenía hospedaje uno de los amigos. Al día siguiente partimos temprano en la mañana al segundo tramo del viaje en carret-era. Al llegar a Puerto Ordaz, ciudad y puerta del estado Bolívar, el mismo de nuestro destino, nos sentimos más cerca tan solo para irnos dan-do cuenta de que en cada parada el destino pare-cía estar más lejos. Preguntábamos en cada pun-to y nos decían siempre que faltaban como tres horas para llegar, hasta que por fin, adentrada la noche, llegamos a la increíble Gran Sabana. A pesar de lo oscuro, se sentía el poder y la pureza de espacio. Así finalmente llegamos a Santa Ele-na, donde nos esperaba la otra parte del grupo.

Camino hacia el campamento base.

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Ventana de Kukenan.

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Amaneció en la Gran Sabana y ya era hora de ponerse la mochila de más de quince kilogramos, preparada para los seis días de aventura que nos esperaban. El plan era que nos llevaran en una 4x4 hasta Paraitepuy, el último punto en que los vehículos tenían permit-ido acceso por regulaciones y protección del parque nacional. Este era el punto de inicio del trekking en un espacio protegido donde no se permiten vehícu-los ni desechos de ningún tipo. Muy a lo lejos veía-mos el impresionante Roraima, nuestra meta, junto a su también imponente vecino, el tepuy Kukenán.

En el primer trayecto del viaje nos tocó un sol muy pican-te. Y por ser zona pura, lleno de una especie de mosquitos llamada puri puri, por lo que nos recomendaron cubrirnos con ropa fresca. Al llegar la hora del almuerzo, nos paramos a descansar y nuestro guía Guideon, un pemón de Guyana que nos hablaba en inglés, nos contó del poder místico del Roraima y de como solo el hecho de un grito podía desa-tar una fuerte tormenta. Lo pudimos constatar inmediata-mente al escuchar un helicóptero a lo lejos y ver como en cuestión de minutos nos teníamos que cubrir para evitar que la lluvia y el viento fuerte nos lastimara la cara y moja-ra nuestras mochilas. La regla de oro en el viaje era prote-ger bien las pertenencias, pues una vez que se mojaban ya no se lograrían secar. Y vaya que las necesitaríamos secas.

. El primer día pernoctamos en el campamen-to del primer río grande del camino, el Tek. Era un campamento asentado como parada obligada para refrescar a los transeúntes u hospedar, como en nuestro caso. Después de un largo día caminando, primero bajo el sol inclemente y luego bajo la tormenta, un baño de agua helada en el río era lo indispensable para descansar y poder continuar la marcha al día siguiente. Esa noche, después de es-tablecernos en nuestras carpas, bañarnos y disfrutar una sustanciosa cena preparada por nuestros amigos pemones, agradecimos el primer día de la aventura contemplando un cielo despejado y muy brillante de estrellas.

En el día dos, la meta era llegar al campamen-to base del Roraima. Partimos nuevamente bajo un sol fuerte, pero lo mejor de todo es que a lo largo del camino habían tomas de agua pura y fresca, la mejor que se puede tomar. Hicimos una parada en un río grande del camino, el Kukenán, para refrescarnos y recargarnos. Justo a la hora de comida volvimos a vivir una tormen-ta y a esperar a que acampara para continuar.

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El trayecto era básicamente un subir y bajar de crestas montañosas, que al final de la tarde, con un ocaso poderoso, perfilaba una vistas in-creíbles y poderosas, realzadas mágicamente por la silueta del tepuy que cada vez estaba más cerca. Cuando llegamos al campo base, la im-ponencia del Roraima no paraba de impresion-ar. Después de asentarnos, fuimos a bañarnos en unas cascadas gélidas que entumecían nuestro cuerpo al principio, pero cuyas aguas eran nece-sarias para resetear nuestros músculos. La cena también fue un momento especial para com-partir en grupo y conversar sobre el día vivido.

El tercer día amaneció lloviznando. Cansados pero emocionados, empacamos todo de nue-vo para escalar finalmente y llegar a la cima del admirado tepuy Roraima. Para subir había que atravesar un tramo espeso de selva, esca-lar algunas rocas y proteger lo mejor posible la mochila con el impermeable para que nada se mojara. El primer encuentro con la pared del tepuy fue formidable: esta deslumbraba una energía muy especial. El trayecto que siguió fue cada vez más empinado y riesgoso, contan-

Un tramo particularmente complicado fue el llamado “paso de las lágrimas”, donde la esca-lada era sobre rocas resbaladizas que se movían y requerían de pasos seguros, todo bajo la caída incesante de unas pequeñas cascadas del tepuy.

Éramos los primeros del grupo hasta que final-mente llegamos a un punto de entrada a la cima donde necesariamente teníamos que esperar, pues seguir supondría perderse. Estábamos completa-mente mojados por la lluvia y solo nos preocu-paba mantener nuestras mochilas resguardadas, esperando bajo unas rocas que chorreaban agua. El viento que sopló a continuación nos hizo sen-tir un frío tan fuerte que pensamos que nos daría hipotermia. Estábamos tan cansados, hambrien-tos y muertos de frío, que cuando vimos a Guide-on empezamos a oír las campanas de gloria. Nos hizo señas para seguirlo en busca del “hotel”, o lugar cavernoso o techado, donde instalaríamos el campamento. La sensación de haber llegado, ponerse ropa seca, tomar una sopa caliente y saborear los que consideramos los mejores bo-cadillos del mundo, es realmente indescriptible.

Vista desde el río Tek.

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La vida en comunidad era natural y muy ame-na en nuestro nuevo campamento, con unas vis-tas insólitas hacia la explanada de tepuy que se extendía al horizonte. Las formas de las rocas eran realmente impresionantes e inspiradoras. Sus perfiles dibujaban a la perfección figuras conocidas como una gran tortuga, unos lobos besándose, una gallina, unos gorilas, un mamut, un mono comiendo helado e infinidad de perso-najes más que estaban ahí para alegrar el alma y estimular el cerebro. La niebla mística que cubría todo se sentía parte del entorno poderoso que se respiraba y se disfrutaba con todos los senti-dos. El paseo cercano que hicimos en el ocaso hacia los famosos jacuzzis del Roraima, no hacía sino reavivar nuestra dicha y privilegio de ser testigos de una belleza tan pura y abrumadora.

El cuarto día, en la cima, amaneció con poder. Antes de desayunar, hicimos una excursión cercana al abis-mo, en la llamada ventana de Kukenán. Comenzar un día despejado y soleado, en un lugar donde cada ángulo tiene una belleza que no se puede describ-ir con palabras, acrecentaba la dicha y el agradec-imiento de poder esta allí, si es que eso era posible.

Un baño estimulante en los jacuzzis de agua he-lada y cristalina nos llenó de euforia hacia la gran excursión del día: íbamos a descubrir y recorrer Roraima, mientras otra parte del grupo iría más cerca hacia el punto más alto del tepuy a 2810 met-ros sobre el nivel del mar, el “Maverick”, llamado así por su semejanza a lo lejos al coche. Así nos dirigimos primero hacia el punto triple, un hito que fue construido para marcar la triple frontera que ocurre sobre el tepuy entre Venezuela, Brasil y Guyana. La superficie era extensa y conforma-da por un laberinto de rocas impresionantes, por lo que cada trayecto tomaba un tiempo. Antes de llegar a la fosa, un singular y monumental pozo de agua, nos conseguimos a un mochilero ruso que iba por su cuenta. Nos enseñó el camino entre cavernas regias para llegar a la parte subterránea del foso, donde nos dimos un baño energizante. Luego de comer, nos dirigimos al valle de los cris-tales, un lugar lleno de cuarzos que lamentable-mente se ha visto afectado por el paso humano.

Emprendimos el regreso hacia el hotel, recorriendo y testificando uno de los lugares más increíbles del planeta, con su vegetación prehistórica y su fauna endémica, donde destaca el famoso sapito del Roraima.

Superficie del Roraima.

Figuras míticas.

Hotel Jacuzzi.

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El camino de regreso fue largo, por lo que llegamos de noche, cansados pero completamente felices a cel-ebrar con una buena cena. La sobremesa la hicimos alrededor del fuego, donde escuchamos los cuentos y leyendas impactantes del Roraima de nuestros amigos pemones. La oscuridad y la calma de la noche eran to-tales, estábamos desconectados del mundo y éramos dichosos por eso. Esa noche dormimos como nunca.

Al quinto día volvíamos a amanecer en la cima del Roraima. Era la hora de despedirse, recoger todo y emprender la bajada y el camino hacia el primer campamento. El día era hermoso y soleado. Si nos habíamos impresionando llegando, nos impresiona-mos más al irnos mientras detallábamos las formas y las vistas hacia la inmensidad de la sabana verde mientras descendíamos. Así estuvimos todo el día, deleitándonos con el tepuy que cambiaba de color conforme el sol se iba moviendo. El atardecer fue particularmente embriagante, dando un brillo inédi-to a la gran roca que nos había acogido. Al llegar al campamento del río Tek, nos sentíamos en un pueb-lo lleno de gente luego de habernos internado en la naturaleza. Compartir y contar anécdotas bajo una luna llena se sentía bien y justo. El gran viaje se es-taba acabando y todavía estábamos inmersos en él.

. El último día, el día seis, salimos con calma del campamento con dirección a Paraitepuy. Era el úl-timo esfuerzo físico antes de llegar a “tierra firme”. Celebramos la llegada con unas bebidas refres-cantes y buena comida, antes de salir en las 4x4 hacia la posada en Santa Elena. Esa noche segui-mos la celebración yendo a la frontera con Brasil a comprar cachaza para hacer caipiriñas y brindar por uno de los mejores viajes de nuestras vidas.

El Roraima es un lugar tan poderoso y mágico que in-exorablemente llegará una persona diferente a la que emprendió el viaje. El balance de tal aventura de vida siempre dejará una huella muy positiva y duradera en la vida del viajero. Y es que es un hito de vida, pues de-fine claramente un antes y un después. | Julio Arreaza

El abismo.