HOMENAJE A ALFREDO GUTIERREZ

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ALFREDO GUTIERREZ EL JUGLAR REBELDE

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HOMENAJE DEL FESTIVALFRANCISCO EL HOMBRE

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ALFREDO GUTIéRREZEL JUGLAR REBELDE

Édgar Cortés UparelaAriel Castillo Mier

Abel Medina SierraLiliana Martínez PoloAlfonso Hamburger

Fausto Pérez VillarrealNumas Armando Gil

Adolfo PachecoAnillo

Grafiq Editores Bogotá-Colombia

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ALFREDO GUTIéRREZEL JUGLAR REBELDE

Autores variosPrimera edición: marzo de 2013© 2013, autores variosColecciónFRANCISCO EL HOMBRE

EditoresGrafiq Editores Ltda.

© 2013, Grafiq Editores Ltda.Carrera 29 No. 68-31Santafé de Bogotá, D.C.Colombia

Coordinación editorial:Jaime de la Hoz Simanca

Diagramación y diseño de portada:Jesús Eduardo Sanín Tordecilla

Fotografías:Marcelo OrtegaNelson RodeloAbelardo GómezAlfonso Cervantes (Reproducción)

Universidad de La GuajiraCorporación Francisco el Hombre

ISBN: 978-958-99845-3-6

Impreso en Santafé de Bogotá, Colombia

Ninguna parte de esta publicación, incluido el

diseño de la cubierta, puede ser reproducida,

almacenada o transmitida en manera alguna ni por

ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico,

óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso

previo del editor.

PRESENTACIÓN

El nombre de Alfredo Gutiérrez está asociado a la mú-sica de acordeón de una manera indisoluble. Esa ligazón también incluye al vallenato, género de La Guajira en el que “El Rebelde del Acordeón” incursionó con éxito nota-ble, tal como lo demuestran los tres títulos logrados en el Festival de la Leyenda Vallenata.

Es un ícono sin duda. Un personaje que, a estas altu-ras, alcanza la categoría de juglar, denominación reservada para aquellos trovadores y músicos que se convierten en leyenda. Alfredo Gutiérrez es una leyenda viva, pues a sus 69 años ha dejado tras de sí una estela de realizaciones y logros que internacionalizaron e inmortalizaron su nombre.

No sólo son sus canciones, su irreverencia, su show en tarima, sino la historia que oculta. En efecto, la vida de Alfredo Gutiérrez es como la de una telenovela con ele-mentos propios de la ficción. Desde su niñez hasta hoy, la existencia de Gutiérrez ha sido una travesía por múltiples caminos, pero en ocasiones increíble por lo insólita. Pero todo es una verdad incontrastable, pues sus biógrafos coinciden en cada uno de los episodios del gran cantante

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y acordeonero de La Sabana.Lo hemos visto en distintos escenarios desde hace mu-

chos años. Y en cada una de sus presentaciones es como un mago que digita su acordeón con una envidiable velo-cidad, la cual acompaña con el canto y unos movimientos cadenciosos que cautivan a los presentes.

El otro aspecto para destacar es la lucha que ha libra-do este juglar para obtener los reconocimientos que enal-tecen su arte. Aún infante, ya se abría paso en medio de vicisitudes. Pudo más su atrevimiento, pues desde joven fue visto como un prodigio del acordeón que bien podría alcanzar fama, prestigio y premios. Así fue.

Por lo que representa para el folclor colombiano, en es-pecial el vallenato, la Corporación Francisco el Hombre de-cidió invitar a Alfredo Gutiérrez para que actuara en 2011 en una de las noches de gala del Festival que lleva el nom-bre del mítico juglar. Su presentación fue apoteósica. Gen-tes de todas las edades lo aplaudieron y vitorearon cuando “El Rebelde” evocó su hermoso pasado musical mediante canciones que hoy forman parte de lo mejor de nuestro repertorio nacional.

La presentación de Gutiérrez en el año mencionado pro-vocó que la Junta Directiva de la Corporación Francisco el Hombre, por unanimidad, decidiera que el homenajea-do en 2013 fuera el Juglar Rebelde. De tal manera que el año pasado, en la Sala de Lecturas de la Universidad de La Guajira, se organizó un conversatorio con cinco ilustres po-nentes, quienes disertaron sobre la vida y obra de Alfredo Gutiérrez. Se le brindaron todos los honores, incluyendo condecoraciones del Congreso de la República. Al final del evento, Gutiérrez ingresó triunfal y deleitó a los centenares

de asistentes que tuvieron el privilegio de escuchar sus notas y sus canciones.

El resultado de ese homenaje es el libro que usted, amable lector, tiene entre sus manos. “Alfredo Gutiérrez, el juglar rebelde”, es una compilación o memorias del con-versatorio, a la cual se agregaron textos de periodistas, es-critores e investigadores, quienes gentilmente elaboraron y cedieron sus trabajos para completar el libro.

Además de los textos, en los que hay una variedad de géneros que revelan al personaje en su exacta magnitud, está el anexo conformado por una galería fotográfica, la cual se constituye en un invaluable documento histórico. Se trata de un desfile gráfico para el deleite de los lectores y, en especial, de los seguidores de Alfredo Gutiérrez, el juglar, según designación que le ha hecho la Corporación Francisco el Hombre.

ÁLVARO CUELLO BLANCHARCorporación Francisco el Hombre

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PRÓLOGO

La música ha sido muy importante en el desarrollo y en la vida cotidiana del hombre. Forma parte de su realidad; pero, así como el paisaje condiciona y la educación trans-forma, no todas las músicas producen el mismo impacto y no todas ejercen las mismas influencias sobre las socie-dades.

Si queremos llegar al pueblo y a sus distintas represen-taciones sociales, el camino debe ser identificar al hombre que genuinamente lo representa; entonces tenemos que acudir a los estados del alma, a la forma de relacionarse y de comportarse, y la música es uno de los medios a través de los cuales el hombre costeño explicita su yo interno, manifiesta sus sentimientos, se relaciona con otros indivi-duos, mantiene vivo su pasado, y mira al futuro.

Hoy podemos pensar inversamente que los individuos que no decidan construirse desde la alegría, el baile y la sensualidad recibirán, en diversos grados y múltiples esce-narios, estimulaciones negativas sobre su comportamien-to. No en el sentido de un castigo directo y pesado sino en una noción, más cercana a las formulaciones teóricas

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de Michel Foucault en relación con el poder, de interiori-zación casi imperceptible de pequeños rechazos, dentro de un orden más simbólico, pero no por eso menos deter-minante. Por ejemplo, se puede ser catalogado de “agua-fiestas”, “amargado” o “aburrido”, o simplemente no poder socializar de manera fluida en las reuniones y fiestas, es-pacios preferenciales para la interrelación y el empareja-miento. Debido a esto, un individuo puede afectar su po-tencialidad de construir relaciones interpersonales ya que en estos espacios el capital dancístico, alegre, “rumbero” es primordial.1

La música afecta, sensibiliza, al que la vive desde múlti-ples sentidos. Tiene la capacidad de emitir mensajes desde su melodía, desde la rítmica que invita al movimiento del cuerpo y simultáneamente desde las letras de las cancio-nes. Esas letras no deben ser entendidas como simples tex-tos ya que están encuadrados dentro del formato musical.

Lo musical y lo social convergen en la medida que la música opera como un vehículo cultural en tanto lleva a las personas a otros lugares: episodios de nuestro pasado, estados de ánimo, por ejemplo. O, incluso, movilizando el desempeño de actividades específicas. Pero esto no quiere decir que los sentidos que las personas le atribuyen son unívocos ni estáticos. Finalmente, resulta importante la conjunción entre música, sociedad e identidades sociales. Y la música de acordeón en nuestra región Caribe sí que ha logrado esa conjunción.

A pesar de no ser un experto en la música de acordeón, inclusive -no lo niego-, no es la preferida para mí, no se

1 Blanco Arboleda, Darío. 2009. de los melancólicos a rumberos...de los Andes a la Costa. La identidad colombiana y la música caribeña. Boletín de Antropología, volumen 23, número 40. Universidad de Antioquia. Pag 102-128.

puede ignorar la gran influencia que esta música ha tenido en el desarrollo social en el Caribe colombiano, ha estado presente en el devenir del desarrollo social en nuestro te-rritorio, se ha convertido en algo cotidiano que forma ya parte de nuestra cultura…

Uno de los grandes exponentes de este género musical ha sido, de manera incuestionable, Alfredo Gutiérrez. En el Festival de la Leyenda Vallenata de Valledupar se ha coro-nado en tres ocasiones como Rey Vallenato, en los años de 1974, 1978 y 1986. Así se demuestra que Alfredo Gutiérrez es el indiscutible rey del acordeón en el país.

Si un artista de la música quiere llegar lejos, debe crear una marca, pues ella constituirá ese rastro que quedará como registro en la mente de sus seguidores. La consoli-dación de esa marca sólo se da en el momento en el que el artista es reconocido y posicionado. Para mantener una marca posicionada es necesario reinventarse y seguir complaciendo al público ya que el público es el que sube o baja a un artista.

En este sentido no se puede negar que Alfredo Gutié-rrez desde hace mucho rato ha creado su marca, desde que apareció con los “Corraleros de Majagual”, por allá en la década del sesenta, hasta los momentos actuales. Los puristas de la música de acordeón muchas veces lo han criticado porque, como dicen algunos, convirtió el vallena-to en un show, pero se ha mantenido presente y como se dijo antes es el único que ha ganado en tres ocasiones el festival de la Leyenda Vallenata.

La Universidad de La Guajira, nuevamente se hace pre-sente en el Foro previo al desarrollo del Festival Francisco El Hombre, ya que desde la academia sentimos el compro-

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miso de seguir apoyando una manifestación cultural como es la música de acordeón que ha generado una identidad en todo la antes llamada Provincia de Padilla. Nunca po-dremos olvidar que fue por esta región donde nació esta música y por la que entró ese instrumento que tanto re-nombre le ha dado a este género musical: el acordeón.

VICTOR PINEDO GUERRADirector Centro de InvestigacionesUniversidad de La Guajira

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ALFREDO GUTIéRREZ:UN REY PARA RECORDAR

Por édgar Cortés Uparela

Fue un amor a primera vista. Las miradas de Alfredo Enrique Gutiérrez Acosta y Dioselina Vital Almanza se encontraron en la celebración de un velorio canta-

do, evento que se realizaba en esas épocas para solicitar la intercesión de un santo en el buen éxito de la cosecha, y se amaron desde ese día, en todo el profundo sentido de la palabra, hasta que la muerte los separó. Dioselina nunca quiso casarse porque pensaba que si lo hacía se rompía el hechizo que la unía a Alfredo Enrique.

Alfredo Enrique había llegado en 1941 procedente de La Paz (Cesar, antes Magdalena) a ese corregimiento de Co-rozal (Sucre, antes Bolivar) denominado Sabanas de Bel-trán, punto intermedio de la vía que de Sincelejo conduce a Magangué. Los choferes de las “chivas” y los cobradores paraban a comer en cualquiera de las dos “fondas” que existían en Paloquemao, como ellos identificaron el pue-blo, porque había un árbol carbonizado en su entrada.

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Pertenecía Alfredo Enrique con Alejo Durán, Luis Enri-que Martínez y Abel Antonio Villa, a ese grupo de juglares cuyas características serían inmortalizadas en la leyenda de Francisco El Hombre. Fue el primero de ellos que pisó las sabanas de Bolívar, pero no alcanzó a grabar un dis-co ni conoció la fama que obtuvieron sus colegas y que por ironías de la vida también llegó a uno de sus músicos acompañantes, Joaquín Betín, quien tocaba el redoblante y pasó a la historia por componer e interpretar uno de los clásicos de la música colombiana: La Cumbia Sampuesana.

Siete hijos concibió Dioselina de Alfredo Enrique: cin-co mujeres y dos hombres. El tercero de ellos, que fue el primer varón, no tuvo infancia y solo estuvo un mes en la escuela pública de Paloquemao. Alfredo Enrique se llevaba a Alfredito, que así se llamaba, a todas sus correrías y se constituyó en padre y madre para el niño porque éste solo veía a Dioselina, su mamá, cuando regresaban de las giras y permanecía el tiempo justo para preparar la próxima par-tida.

Como ha sido común en las viejas historias de los músi-cos, Alfredo Enrique no permitía que Alfredito le tocara el acordeón de dos teclados, su instrumento de trabajo, pero el niño se las ingenió para descifrar sus secretos en los des-cuidos del viejo y a los seis años ya era capaz de rebuscar-se algunos centavos tocando en las plazas de mercado, en las fiestas acordeón, sin acompañamiento, y luego recogía monedas en un sombrerito.

En 1953, en una de las correrías que hacía con su padre, llegaron a Bucaramanga, donde conocieron al profesor José Rodríguez, quien era un pedagogo que tenía en men-te conformar un grupo musical infantil. Nació entonces el

grupo “Los Pequeños Vallenatos”, integrado por Alfredito, que contaba diez años, Arnulfo Briceño, Gustavo Castillo, Abel Rodríguez, Adonai Diaz y Gustavo Amaya. Tam-bién pasaron por el grupo, Alfonso Hernández, guitarrista (actualmente residente en Europa donde se desempeña como concertista de música clásica) y Víctor Gutiérrez, uno de los arreglistas más importantes de Colombia, quien ha hecho arreglos para artistas de talla internacional como Miltiño y Bienvenido Granda, entre otros.

“Los Pequeños Vallenatos” interpretaban la música de Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villa y Guillermo Buitrago, pero también tenían en su repertorio música internacional, como las guarachas de Manolo Mon-terrey y las canciones del Trío Matamoros.

Salen los pequeños artistas de gira por los países Boli-varianos y en 1955 graban en un sencillo, para el sello “Tur-pial” de Venezuela, la guaracha “Que me la den entera”, rutilante éxito en la voz de Manolo Monterrey. Al acordeón Alfredito y cantando Arnulfo Briceño. El otro número del sencillo fue “El platillo volador”.

En Ecuador, para el sello “Rondador”, grabaron el tema del maestro Peñaranda, “Me voy pa’ Cataca”, conocido en la versión de Nelson Pinedo con la Sonora Matancera como “Me voy pa’ La Habana”. También grabaron en este país para otro sello llamado “Lluvia de Estrellas”.

Esta gira marcó definitivamente a Alfredito porque que-dó muy impresionado con la música de los llanos. Esta in-fluencia y las películas mejicanas de Jorge Negrete, Pedro Infante y otros charros cantores, que eran las únicas que se proyectaban por esas épocas en los cines de nuestros pueblos, harían la amalgama que le permitiría más tarde

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decantar su propio estilo para interpretar la música de acordeón.

Cuando regresa de la gira encuentra a su padre muy enfermo. En razón de una afección cutánea debió dejar de tocar y entonces, apenas adolescente, le corresponde a Al-fredito hacerse cargo de la familia. Viajaba todos los lunes a Barranquilla a tocar en los buses urbanos y los sábados regresaba a Paloquemao con el producido de la semana.

Forjado desde niño en la lucha cotidiana por la subsis-tencia, logró a través de Sendas, una entidad del gobierno del General Rojas Pinilla, que su padre fuera enviado al Ins-tituto Nacional de Cancerología en Bogotá, donde trataron exitosamente la enfermedad que lo aquejaba. Sin embar-go, perdió su lucha con la muerte porque un infarto lo mató a la temprana edad de 48 años en 1958.

Un año lloró Alfredito a su padre y compañero de aven-turas, al cabo del cual los hermanos Barbosa, de Hatillo, otro corregimiento de Corozal, quienes admiraban su des-treza para tocar el acordeón, se lo llevaron para su finca y le pidieron que les enseñara a tocar un aparato de dos teclados que tenían colgado en el pañol. Revisó Alfredi-to el desvencijado instrumento y opinó que antes de cual-quier labor pedagógica había que repararlo. Debía viajar para este efecto a Sincelejo, donde vivía un señor experto en estos menesteres llamado Calixto Ochoa, quien a la sa-zón era ya intérprete famoso con canciones de gran éxito como “El niño inteligente”, “La sobrina de mi compadre” y muchas otras.

Las manos hábiles de Calixto recuperaron el instrumen-to y entonces Alfredito acordó con los hermanos Barbosa que él saldría a rebuscarse en las corralejas, en las plazas,

etc. y los ingresos se repartirían por igual.Entre reparaciones y afinaciones del acordeón se fue

estrechando esa amistad entre Alfredito y Calixto, quien lo acogió en su casa y se convirtió en su padre espiritual y padrino musical merced al talento que mostraba el mu-chacho.

LOS CORRALEROS DE MAJAGUAL

En esas épocas eran muy pocos los acordeoneros fa-mosos, entre ellos un colega y amigo de Calixto llamado César Castro. Un buen día César y Calixto presentaron la joven promesa a la disquera Fuentes en el año 1960. Calix-to fue más allá, le dio a Alfredito el gran espaldarazo al gra-bar con él un sencillo de 78 rpm (no existían los de 45 rpm) con el tema “Majagual”, un porro instrumental compuesto e interpretado por Alfredito, y al respaldo una composi-ción de Calixto, cantada por él e interpretada al acordeón por el muchacho, titulada “La ombligona”. Éxito rotundo.

Triunfador en su primera incursión en el disco, sale en 1961 con otro suceso musical interpretado y cantado por él mismo: “El jilguerito”. Seguidamente graba “La paloma guarumera” y “Ana Felicia”, y dejó de ser Alfredito para convertirse en Alfredo Gutiérrez.

El fino olfato que tenía Antonio “Toño” Fuentes para descubrir filones musicales se mostró una vez más al re-coger en un larga duración las primeras grabaciones que hiciera Alfredo, otras de Calixto y el resto de César Castro. Tituló el mencionado disco “Alegre Majagual”, nombre ins-pirado en el primer tema que grabó Alfredo para su em-presa y dio a los intérpretes el nombre genérico de “Los

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Corraleros de Majagual”.Toño Fuentes tenía en sus manos el as que estaba bus-

cando desde mucho tiempo antes para destronar a Aníbal Velásquez que imperaba con sus famosas guarachas tales como “Guaracha en España”, “El turco perro”, “Los zapatos blancos”, y otras.

“Los Corraleros de Majagual” con Alfredo Gutiérrez se convirtió en la agrupación del momento. A fines de 1962 grabó “Amor viejo”, tema aún recordado por los adoles-centes de esos años y luego recoge en Panamá un número de Dorindo Cárdenas que sobrepasó todos los éxitos ante-riores: “Festival en Guararé”.

Cobraron mucha importancia “Los Corraleros de Ma-jagual” e incorporaron nuevos instrumentos y cantantes. Llegó el formidable Eliseo Herrera con sus famosos traba-lenguas y Lucho Pérez, a quien Toño Fuentes le cambió el nombre por Lucho Argaín porque era homónimo de un cantante mejicano llamado Luis Pérez Mesa. Es el mismo Lucho Argaín que no tuvo suerte en nuestro país y debió marcharse a México con su “Sonora Dinamita”, donde vive feliz y millonario. Nunca apreció su patria un talento capaz de componer joyas de la música tropical como “Yo la vi”, “La vieron llorando”, y tantas otras.

LA SEPARACIÓN

En el año 1965, Alfredo deja a Los Corraleros y a Fuentes y pasa a Sonolux, donde graba como “Alfredo Gutiérrez y sus estrellas” el tema “La banda borracha”.

Sus propias palabras explican su separación de Los Co-rraleros: “Había muchos caciques y pocos indios”. Su au-

sencia en “Los Corraleros de Majagual” fue suplida por otro grande de la música colombiana: Lisandro Meza Márquez.

“La banda borracha” constituyó un éxito espectacular a nivel nacional y en varios países de habla hispana, entre ellos México, donde fue interpretada en algunas películas. De su época en Sonolux también merece destacarse “Re-cuerdos de Carmen”, compuesta y cantada por Lucho Ar-gaín.

La separación de Alfredo de Los Corraleros y el suceso de “La banda borracha” produjeron un bajón comercial en la agrupación de Toño Fuentes, quien otra vez da muestra de su maravilloso instinto comercial e introduce al conjun-to el bajo electrónico. Los efectos no se hacen esperar y triunfan nuevamente con el tema “Suéltala pa’ que se de-fienda”, cantado por Tony Zúñiga.

No escapa al genio de Alfredo la importancia de la no-vedosa variante realizada por el maestro Fuentes. Lucho Argaín le presenta entonces en Cartagena un guitarrista a quien solo se conoce por su apodo: “Calilla”. A los eje-cutantes del bajo electrónico había que formarlos porque este adelanto técnico apenas empezaba a ser utilizado en las grabaciones de la época en nuestro país. Feliz acon-tecimiento el ingreso de “Calilla” al conjunto de Alfredo Gutiérrez.

EL VALLENATO

Un domingo cualquiera de 1968 cumplía Alfredo un compromiso en un estadero de Medellín cuando recibió una llamada de Alvaro Arango, de Codiscos, quien lo in-vitó a formar parte de un catálogo de artistas que incluía

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estrellas del momento como “Antolín Lenes y su Combo Orense”, cantando Lucy González, con éxitos como “La Tabaquera”, “Sonia”, etc., Alfredo Rolando Ortiz y muchos más.

La oferta de Codiscos era muy tentadora, pues fuera de la ventajosa propuesta económica, le ofrecía la oportuni-dad de cristalizar una idea que estaba rondando su cabe-za: grabar música del Magdalena. Aún no se llamaba “va-llenata”.

Preocupaba a Alfredo que después de Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villa, Calixto Ochoa, An-drés Landero, Lisandro Meza y César Castro, no surgían nuevos ídolos, así que todo el cúmulo de experiencias vi-vidas en su difícil trasegar por los senderos de la música, desde los pequeños caseríos y fincas de las sabanas de Sucre, Córdoba y Bolívar hasta los llanos orientales y las películas mejicanas, moldearon un estilo propio que revo-lucionó el vallenato (continuemos llamándolo así) y lo vis-tió con el ropaje que le permitió ser aceptado en sociedad.

Un tema de Rubén Darío Salcedo, “La colegiala”, gra-bado por Julio de la Ossa, había sido el último éxito en el campo del vallenato en ese momento. En su primer lar-ga duración interpretando vallenatos incluyó Alfredo otra composición de Rubén Darío titulada “La cuñada”, que era una contestación a “La colegiala”. El título del disco tam-bién fue “La cuñada” porque se pensaba que éste sería el tema bandera de la grabación; sin embargo, las preferen-cias del público se inclinaron por un número de la autoría del mismo Alfredo denominado “Cabellos largos”.

Alfredo no abandonó su anterior línea musical. Parale-lamente conformó otro grupo llamado “Los Caporales del

Magdalena” con el cual grabó el inmortal porro “Fiesta en Corraleja”, de Rubén Darío Salcedo. También con Los Ca-porales grabó un bolero que lo convirtió en ídolo del pue-blo mejicano: “Cabaretera”. Este tema todavía permanece en los catálogos de las ventas de discos de dicho país. En el año 1969 lanza uno de sus discos clásicos: “La Caña-guatera”. Ya era un ídolo del vallenato, pero aún ocurrirían unos sucesos que lo llevarían a la apoteosis de su carrera.

Cuando amenizaba un baile en un instituto de Valledu-par en el año 1968, se presentó a él un muchacho flaco solicitándole una oportunidad para cantar. Le gustó a Al-fredo su timbre agudo y lo invitó a integrarse al conjunto. Era Joaquín Cervantes, más conocido como Johnny Cer-vantes. Los coros se hacían con Gabriel Chamorro en la primera voz y el mismo Alfredo en la segunda voz.

También por esas calendas, Rodrigo Oñate, un vallenato ya fallecido, le comentó que había un muchacho que com-ponía muy bien, pero que los músicos vallenatos se ne-gaban a darle reconocimiento a sus canciones porque no se ajustaban al vallenato bucólico de la época. Se trataba nada menos que de Freddy Molina.

Grabó luego Alfredo un larga duración histórico deno-minado “Romance Vallenato”. El solo conjunto ya era una innovación: “Calilla” en el bajo y los coros de Gabriel Cha-morro y Johnny Cervantes. Había llegado el fin de la era del vallenato de acordeón, caja y guacharaca. Fuera de esto incluyó el tema “Los Novios”, de Freddy Molina, que marcó el inicio de lo que ahora llaman la línea romántica del vallenato.

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SUS MÚSICOS ACOMPAÑANTES

“Dios fue muy generoso conmigo”, dice Alfredo, “me dio la intuición para saber escoger músicos fuera de lo común y además los puso en mi camino”. “Calilla” fue el precursor de los bajistas en el vallenato. Su acoplamiento con Alfredo y su aguda percepción musical le permitían saber cuándo podía digitar en el bajo. Pero digitaba en grave. Este punto es importante porque en él radica la razón por la cual el ac-tual vallenato no ha podido gustar en Méjico ni en Centro-américa ni en las Antillas; mucho menos en Perú, Ecuador y Bolivia.

“En el vallenato actual, conceptúa Alfredo, no es el bajis-ta quien acompaña al acordeonero sino viceversa y la gen-te de los países y regiones mencionados baila con el ritmo que le marca la percusión, especialmente el bajo. Cuando esta gente encuentra un bajo que no es marcante sino eje-cutante, no logra estabilidad para bailar y lo rechaza”.

Lo anterior explica por qué en el exterior los intérpretes colombianos de acordeón que más venden son los que han podido interpretar el sentir de cada pueblo y no se han cir-cunscrito a interpretar solo la música parroquial.

Conoció Alfredo en los comienzos de su fama al caje-ro Carmelo Barraza que anduvo algún tiempo con Alejan-dro Durán. Este señor se las ingenió para hacer en la caja el acompañamiento que ejecuta el redoblante en el porro de las bandas de pueblo. El acompañamiento del porro en acordeón es el que instituyó Carmelo Barraza.

Como si lo anterior no tuviera suficiente mérito, “tecnifi-có” la ejecución de la caja obteniendo nuevos sonidos con base en golpes de las yemas de los dedos en el canto de

ella, adornando la ejecución con repiques y paradas que han imitado sus sucesores.

Fue Carmelo un cajero total que no se arrugaba para interpretar ningún ritmo. Se está extinguiendo este tipo de cajeros. Influenciados por el actual vallenato comercial, la mayoría de los cajeros de hoy solo aprenden a acompañar paseos y merengues, ni siquiera puyas; mucho menos pue-den tocar un porro, un paseaito o un pasaje.

En la guacharaca también encontró un todo ritmo: Danuil Montes, más conocido como “El Babucha”, dueño de una pulsación maravillosa. Para los cueros siempre con-tó con percusionistas de la talla de los hermanos Benítez, Leonel, Edilberto, Hermides, Rafael y Neil.

En la época de oro de Alfredo Gutiérrez se grababa en directo y aún hoy, con la técnica que poseemos, no ha po-dido superarse la calidad del coro de Johnny Cervantes y Gabriel Chamorro. Fueron los pioneros y el mejor coro que ha tenido el vallenato.

LOS FESTIVALES VALLENATOS

En el año 1969, con el éxito a cuestas, se presentó a competir en el Segundo Festival de la Leyenda Vallenata. Lo hizo con ideas propias y no aceptó someterse a la or-todoxia que quería imponerle la Santa Inquisición de Valle-dupar. Pensaba que ya el vallenato debía alcanzar la edad adulta musical y convertirse en música de exportación. Sin embargo, al ver que lo que entendió la sabiduría popular no fue comprendido por influyentes personajes del fes-tival, decidió retirarse, por lo cual un famoso locutor de Barranquilla, Pedro Juan Meléndez, lo llamó “El Rebelde

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ELAque se va marcando con los bajos. Alfredo lo ejecutó im-

pecablemente al revés. Tercera corona. Lo que pasó en el Festival Rey de Reyes es mejor echar un piadoso manto de silencio sobre acontecimientos que el mismo pueblo ha juzgado.

EL BECERRO DE ORO

Pero todo tiene su fin. Llegó la época de las bonanzas y de los patrocinios. Alfredo que había venido desde abajo no podía darse el lujo de retener a los músicos que forma-ba porque las gruesas chequeras de otros conjuntos les ofrecían dos y tres veces lo que él podía pagar.

Varios de los compositores que él había hecho conocer también se fueron con sus creaciones donde el mejor pos-tor. Empezó la prostitución de los compositores con los temas por encargo.

Para popularizar un disco se debía repartir millones entre las personas que manejaban los medios. Definitiva-mente, él, que alcanzó un gran prestigio con sudor y lágri-mas, solo podía competir por el mercado con el arma que siempre había utilizado: su talento y su calidad artística.

Reflexionó y buscó otros mercados donde no podían competirle, como la zona andina, México, Ecuador, Boli-via, Perú, Centroamérica y, en general, mercados allende nuestras fronteras.

HOY

–Maestro Alfredo, ¿por qué no emigra a ganar dinero en el exterior como lo hizo Lucho Pérez?

–Por la misma razón que no lo hizo “Chita” Miranda

del Acordeón”, mote que siempre lo ha identificado desde entonces y que sirvió de título a dos de sus discos.

Se presentó de nuevo a competir en el año 1974. Para esa ocasión rescató un son que había grabado Alejandro Durán en 1953 para Discos Curro llamado “La Muchachita”. Como dato curioso, el maestro Alejo no recordaba haber grabado dicho tema.En esa ocasión se coronó rey por pri-mera vez, interpretando, además del son mencionado, la puya “La Puya Rebelde”, el paseo “La Loma” y el meren-gue “El Compadre Tomás”.

En el año 1978 concursó nuevamente y a pesar de su inmensa superioridad lo hicieron repetir la puya con Alber-to “Beto” Villa. Pasó de largo. Tampoco hubo manera de escamotearle la segunda corona. Y tuvo la osadía Alfredo de desafiar a los puristas por tercera ocasión en el año 1981. ¡Era el colmo!, pensarían ellos.

Cuando llegaban dos concursantes a la final con igual opción para obtener el cetro, los ponía el jurado a repetir la puya. Esta vez fue diferente porque uno de los dos fina-listas era Alfredo. El otro era Alberto Rada, hijo de Pacho Rada, el rey del son.

La oportunidad la pintaban calva: tenían que repetir el son. Cuando le anunciaron la decisión del jurado, Alfredo meditó y se hizo el siguiente razonamiento: “Rescaté La Muchachita y no pude grabarla porque se me adelantaron. El tema ha sido un gran éxito, entonces voy a recoger al-gún fruto de esta canción, y además, el que es caballero repite”.

Se terció entonces su acordeón e improvisó algo que dejó estupefacto al jurado: En la interpretación del son lo normal es que se digite la melodía con los pitos al tiempo

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IERcuando quisieron llevarlo a jugar en las grandes ligas. No

puedo dejar mi tierra, me retiene. Siento gran nostalgia de ella cuando estoy lejos.

–¿Entonces?–No soy un hombre ambicioso. Sólo pido a Dios que me

dé salud y trabajo y que haya para todos.

GRANDEZA hUmANA Y mUsICALDE ALFREDO GUTIéRREZ

Por Ariel Castillo mier

La región estaba en deuda con Alfredo Gutiérrez, gran artista que tuvo a su favor todos los factores para el fracaso y, sin embargo, supo sobreponerse a numero-

sas dificultades hasta convertirse en el acordeonista más grande que ha dado el Caribe colombiano y, por supuesto, el país en toda su historia.

La trayectoria artística de Alfredo Gutiérrez ha sido tan ejemplar como su vida. Tras sus inicios en Los pequeños vallenatos transitó por diversas manifestaciones de la mú-sica colombiana y después de su periplo por varios países andinos terminó hallando su camino personal cuando en 1960, por sugerencia de Calixto Ochoa, ingresa al elenco de Discos Fuentes con la misión de competir con Aníbal Velásquez, quien se había adueñado de la atención de los bailadores costeños. Ese año Alfredo conforma su propio conjunto que será la base, un año después, de “Los Corra-leros de Majagual”, una experiencia musical cuya vigencia

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IERno cesa, como lo confirman las recientes grabaciones de

los conjuntos de Jorge Oñate, Peter Manjarrés y Silvestre Dangond, entre otros, que retoman el modelo original en el que se alían el acordeón y los metales.

Nutrido directamente de la fuente de la tradición mu-sical del Caribe colombiano, Alfredo descubrió temprano que transmitir tal cual ese legado, sin adaptarlo a los nue-vos tiempos, era falsearlo; y pese a que desde temprano puso de manifiesto sus dotes como compositor, nunca dejó de grabarles a los maestros del folclor. A Alfredo es preciso agradecerle la incomparable labor de divulgación de los pioneros y a los continuadores de la música de acor-deón tanto vallenatos como sabaneros. Ningún otro mú-sico de la región le ha grabado tantas canciones a tantos representantes auténticos del folclor desde Pacho Rada pasando por Abel Antonio Villa, Tobías Enrique Pumare-jo, Emiliano Zuleta Baquero, Luis Enrique Martínez, Samuel Martínez, Juan Muñoz, Alejo y Náfer Durán, Rafael Escalo-na, Armando Zabaleta, Leandro Díaz, Calixto Ochoa, Isaac Carrillo, Gustavo Gutiérrez, Camilo Namén, Carlos Huertas, Freddy Molina, Emilianito Zuleta Díaz, Hernando Marín y Sergio Moya Molina hasta Toño Fernández, Andrés Lande-ro, Adolfo Pacheco, Joaquín Betín, Rubén Darío Salcedo, Julio Fontalvo, Juan Severiche Vergara, Danuil Montes y Lucho Campillo, entre otros.

Gracias a su actitud iconoclasta y rebelde, Alfredo cam-bió el formato del grupo tradicional del vallenato al intro-ducir los coros y el bajo electrónico a las grabaciones, des-pojando al acordeón de sus resabios rurales para adaptarlo a las urgencias de la urbe, con lo que despejó el camino que conduce al esplendor internacional de nuestros días

tras la osadía de Carlos Vives y otros intérpretes infieles al estatismo que paraliza las tradiciones populares.

Incluso, cabe señalar que muchas de las fusiones que hoy se consolidan al compás de la globalización, fueron intuidas por Alfredo en un momento en el que la gente no estaba preparada para aceptarlas. Pero ahí quedan los tes-timonios grabados para cuando se quiera contar con se-riedad y conocimiento y sin pasiones chovinistas la historia de nuestra música popular: su incorporación del violín, el arpa y la guitarra hawaiana, sus fusiones con July Mateo, su aproximación Caribe a la música clásica en su Sinfonía y tocata vallenata, su cumbia rock, sus valses y tangos en acordeón, el mariachi vallenato, su Escalona en ranchera y su Leandro Díaz en salsa, el joropo en salsa, la salsa fla-menca y el vallenatocumbé, entre otras intuiciones.

Relacionada con este sabio universalismo y digna de re-cordar fue su actuación en Barranquilla en el primer Car-naval de las Artes en el que alternó con el tresero cubano Pacho Amat y el tanguero argentino Carlos Buono, en la que Alfredo, dando muestras de su versatilidad, puso a su acordeón a dialogar sin complejos, de tú a tú, con el tango y el son.

Alfredo Gutiérrez vendría a ser como el García Márquez del acordeón, un hombre venido de la nada, pero seguro de sí mismo y de sus raíces, un artista que tiene aún mucho que dar con su experiencia acumulada, su veteranía, su co-nocimiento de la historia viva de nuestra música.

Con su vida y con su obra, Alfredo ha construido una le-yenda positiva. Lo normal en la biografía de nuestros mú-sicos populares (y tal vez de los otros también) ha sido el fracaso: Clímaco Sarmiento que se ahorca con la cuerda de

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IERuna plancha, el decimero Cico Barón, que pierde la memo-

ria; compositores despojados de sus canciones; intérpretes alcoholizados o sumidos en el sopor letal de la droga o encarcelados por andanzas de diverso tipo. Adriano Salas, ciego, solo, sin familia, sin piernas, con un brazo muerto y la lengua empelotada que le impedía hablar, pareciera una alegoría del artista nuestro que se entrega a su público, le brinda felicidad y le transmite ganas de vivir, mientras se consume física e intelectualmente en un puro padecer, la mayoría de las veces sin recompensa material, hasta que-dar como un ente enteramente espiritual en la eternidad de la canción y en las nubes fugaces de la fama.

Alfredo Gutiérrez es un caso excepcional por muchas ra-zones, entre las cuales sobresale su sostenida vigencia: mu-chos han sido en nuestra historia musical los artistas cuya resonancia se ha apagado como las velas en la rueda del cumbión, mientras que Alfredo Gutiérrez, desde comien-zos de 1960, no ha dejado de figurar en el ambiente mu-sical y sus interpretaciones todavía no han sido ni siquiera igualadas por los muchachos nuevos. Músico completo, no sólo es un virtuoso con el acordeón (que toca incluso con los pies), sino que compone, canta, arregla, improvisa, baila y anima sus presentaciones con una competencia verbal que ya envidiarían muchos locutores, convirtiéndose así en todo un espectáculo y en el último representante genuino de los grandes juglares. Alfredo ha sido el único acordeo-nero en ganarse tres veces el Festival vallenato, y pudieron ser cuatro, porque no hay duda de que fue despojado de la cuarta corona por un jurado amañado que cumplió a caba-lidad con su misión mezquina.

En la perversa polarización que con pie en puros su-

puestos políticos se impuso hace unos años en la música de acordeón entre vallenatos-vallenatos, es decir, vallena-tos al cuadrado, puros, sin pecado concebidos, iluminados directamente por el consuelo del espíritu santo y vallena-tos-sabaneros que venían a ser como los descastados, la chusma advenediza, los parias pretenciosos que han queri-do apropiarse de la revelación divina, Alfredo Gutiérrez, ha sido de los pocos que, trascendiendo la malintencionada división, manejan los dos códigos. En ese grupo grandioso figuran, entre otros, Toño Fernández, Ramón Vargas, Calix-to Ochoa, José Barros, Adolfo Pacheco y Alejo Durán. Con una diferencia que el propio Alfredo resalta en un verso: “Tengo sangre de La Paz,/ mezclada con sabanera,/ por eso llevo en las venas,/ música de aquí y de allá”. En reali-dad, habría que agregar y de más allá, porque Alfredo ha extendido su curiosidad a toda la música, la de ayer y la de hoy, la clásica y la popular, la caribe y la andina, la colom-biana y la latinoamericana, la de monteadentro y la de mar afuera. Esta disposición a la apertura es la que le ha per-mitido proyectar nuestro folclor más allá de las fronteras hasta el punto de que en otros lugares como, por ejemplo, en Guerrero, México, asuman su música como algo propio.

En el caso de la música de acordeón habría que lamen-tar que por ausencia de difusión el público ignore propues-tas tan interesantes como las de “Colacho” Mendoza con Ivo Díaz interpretando las canciones famosas y algunas inéditas de Tobías Enrique Pumarejo o el MP3 de Alfredo Gutiérrez el más grande con los grandes o los trabajos con el porro de Rodrigo Rodríguez y los homenajes de Felipe Paternina a los maestros del acordeón o las parrandas en su casa de Lizandro Meza, entre otras grabaciones.

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IEREn la dimensión humana y artística de Alfredo Gutié-

rrez hay muchos elementos para destacar, entre los cuales resalto su desprendimiento, sencillez y solidaridad desde pequeño cuando la enfermedad de su padre lo obligó a trabajar para sostener la familia; su amor a la tierra y a la región asumidos con autenticidad, sin poses; su sentido de la dignidad para hacer respetar sus derechos y los de sus colegas; su profesionalismo, adquirido en su diario deam-bular de músico de bus urbano, que lo llevó a valorar el tra-bajo artístico en términos económicos (en la que lo antece-dió Luis Enrique Martínez), la conciencia de que el músico no debe tocarle gratis a nadie; su papel protagónico en la urbanización del vallenato al que vistió de “smoking”, con-vencido de que la muerte de la música tradicional se pro-duce, ante todo, por la falta de renovación que le impide expresar una nueva experiencia del mundo la cual exige, en consecuencia, una forma diferente de comunicarla; su re-beldía para no tragar entero y actuar de manera indepen-diente guiado por su intuición para entrar en sintonía con el público; su popularidad ganada a puro pulso con la que desbrozó el camino real por el que hoy circulan las nuevas generaciones, beneficiadas a su vez por el refinamiento de las artes promocionales.

A Alfredo y a sus contemporáneos les tocaba irse a pie o en burro, atravesar barro, exponerse a los riesgos del monte en busca de público para sus canciones; su inconformismo crónico que lo han convertido en un músico experimental, capaz de dinamitar su propia estatua con tal de no incurrir en las fórmulas del éxito, visible en los epítetos que lo han acompañado, representativos de las diversas etapas de su evolución: el jilguerito, el trovero cantor de la sabana, el

corralero, el romancero vallenato, el rebelde, el trirrey, etc.Como lo señalé al comienzo, era ya justo que la región le

rindiera un homenaje a un hombre admirable que lo tuvo todo para fracasar, una infancia que nunca lo fue, sin jue-gos, trabajando desde los 5 años en los sardineles de los restaurantes, en los buses intermunicipales, en los trole-buses, en los salones de cine; dedicado a sostener sobre sus hombros infantiles el peso del hogar que su padre, por estar enfermo; no podía asumir, un artista que terminó por partir en dos la historia de la música de acordeón en el Caribe colombiano y hoy, tras más de cincuenta años de incesante brega sigue ahí, ahí está, tan campante, cada vez más joven y con nuevos ímpetus renovadores, como si el tiempo no pasara, y para felicidad de Colombia y del Cari-be, vivito y acordeonando, como un insoslayable punto de referencia para las generaciones del futuro, porque sin sus aportes, nuestra tradición musical quedaría sensiblemente empobrecida

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ALFREDO GUTIéRREZ: LAs ARENAsDE UNA PLAYA UNIVERsAL

Por Abel medina sierra

En el trasiego por tantas lecturas, disertaciones y opi-niones valorativas sobre los diferentes intérpretes de la música popular vallenata, me he encontrado mu-

chas veces con un osado aserto: Alfredo Gutiérrez es un músico sin identidad. El juicio no puede venir sino de los más esencialistas y canónicos gurúes o melómanos; quie-nes por años, han excluido al genio de las Sabanas de Bel-trán o Paloquemao del trono de la legítima autenticidad para desgastarlo en el cadalso de los que “traicionan” la tradición musical regional. Alfredo de Jesús ha sido mu-chas veces quemado en la hoguera inquisitiva de la desca-lificación entre los músicos vallenatos; su pecado: “falta de compromiso con la identidad vallenata”.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu en su libro “Len-guaje y poder simbólico” (1991) nos dice que dentro de cada sociedad siempre podemos hallar un conjunto de personas que se adjudican el dominio y la potestad de la

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palabra en referencia a determinados temas, imponiéndo-se al discurso de los demás grupos de individuos. Por ello, el vallenato es una música pletórica de cánones y “tradicio-nes inventadas”, el paradigma folclórico esencialista im-pera en la mayoría de quienes organizan eventos, escriben y pontifican sobre la música de Francisco El Hombre. Ese canon purista o esencialista también se legitima, reafirma y perpetúa por las instituciones como la academia regional, la industria cultural como los festivales.

Los investigadores, folcloristas e intelectuales melóma-nos inciden notoriamente en el imaginario colectivo y en lo que el público nacional concibe como auténtico y legítimo y eso sugiere posturas y reproduce preceptos en el público por lo que a veces estas exclusiones y descalificaciones se repiten sin ser sometidas a la luz de los argumentos.

Que Alfredo Gutiérrez tiene contados álbumes en los que el repertorio sean exclusivamente paseo, merengue, puya o son, que va de un género a otro, que su acordeón a veces “no suena a vallenato”, que ayer le incluyó bajo y timbal, que luego se hizo acompañar de arpas, que en otras remplazó el acordeón por el extraño violín, que ‘hibridiza’ o ‘sampleriza’ las formas al combinar vallenato y merengue dominicano (como lo hizo con July Mateo “Rasputín”), que grabó un álbum de vallenato ranchero con su “Mariachi va-llenato”, que fue tan osado al pretender emular la música clásica con su “Sinfonía y tocata vallenata”…

Pecados venales para una mirada romántica y esencia-lista que solo reconoce como auténtico los principios de proyectos regionalistas excluyentes, ese mismo proyecto que para bien o para mal estandarizó como “legítimamen-te” vallenato la preferencia y estilo de una subregión en

detrimento de otras. Bajo esta posición, la “presunta” falta de identidad en

discurso musical del triple Rey del festival de la Leyenda Vallenata se explica por su desarraigo con una tradición sonora que, según muchos, ha definido unos patrones ge-néricos. Pero, si ponemos ese concepto de tradición bajo miradas exhaustivas, hay que sostener que, si bien es cier-to que la tradición se entiende como lo originario y que siempre nos remonta a los orígenes, no es menos cierto que en su transitar desborda todo cauce y configuración determinada. No somos nosotros los que la escribimos, sino ella la que asigna nuestro modo de ser en el devenir de su narración.

Según Navarro Kurki (2010), “La tradición no es atavis-mo ni cadena causal que determina nuestra identidad”. Antes bien, tradición e identidad se abren paso en el esce-nario de lo no dicho, en aquellas playas con las que Fou-cault metaforiza la experiencia humana y que muestran cómo siendo la playa, no es ya ni el mismo mar ni las mis-mas arenas.

Si confiamos en la tesis de Foucault, Alfredo Gutiérrez, como cualquier individuo, ha construido la playa de su identidad y la de su discurso musical con arenas de mu-chos tiempos: el de sus antecesores, el suyo, el de sus pa-res y como gran visionario que fue: el tiempo posterior. Una playa con arenas de muchos lugares también, cons-truida con materiales de culturas y géneros en contacto, de viajes y travesías por la inmensa geografía musical del gran Caribe.

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fiestas más que por sus estadísticas” (1995: 14). Esto nos obliga a reconocer que el arte lleva la marca de su tiempo, de ahí que sea necesario establecer una relación entre la música y el ámbito social, económico, político y cultural de cada sociedad, para poder conocer qué es lo que se intenta expresar mediante los sonidos de una determina-da época. El tiempo en que emerge Alfredo Gutiérrez está marcado por un permanente diálogo musical intergenéri-co: las fronteras del canon aún no marcaban intérpretes o autores específicos para el porro, otros para las guarachas, rumbones y boleros de origen externo a la nación. Tampo-co se había entronizado que el repertorio vallenato solo estaba constituido por paseo, merengue, puya y son (esto se comenzaría a instituir con el Festival de la Leyenda Va-llenata desde 1968).

Desde sus inicios en 1954, con el grupo Los Pequeños Vallenatos, Alfredo Gutiérrez, a sus once años, exploró la diversidad genérica en un formato de quinteto integra-do por acordeón, dos guitarras, guacharaca y dos mara-cas. El repertorio era un prolijo abanico de posibilidades: desde paseos y merengues de Abel Antonio Villa, Ale-jo Durán, Rafael Escalona o Luis Enrique Martínez hasta cumbias de José Benito Barros, boleros, merecumbés, pa-sillos, rancheras y hasta valses. Era un grupo dirigido por el profesor José Rodríguez y tenía como cantante nada menos que a Arnulfo Briceño, sus miembros tenían oríge-nes distintos pero un solo lenguaje común: el del talento musical. Con ellos hizo sus primeras giras nacionales e internacionales, con ellos grabó sus primeros discos que serían en Venezuela y en Ecuador como lo documenta Fausto Pérez Villarreal (2001). Ya desde estas grabacio-nes su playa era un amalgamado arenal de aires diversos

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RAEn la identidad confluyen todos los elementos constitu-

tivos de lo que somos: psíquicos, sociales, gnoseológicos, éticos, políticos, estéticos y valoracionales. García Canclini (1995) lo expresa de una bella manera: “La identidad es una construcción que se relata”. Se relata en la medida en que toda identidad es, ante todo, discursiva, y en el caso de un músico, esa identidad se canta. Partiendo de princi-pios althusserianos, las nuevas lecturas sobre las identida-des postulan que la experiencia es creada discursivamente, no es algo que el lenguaje “refleje”, sino que, por el contra-rio, siempre y cuando sea una experiencia con sentido, la misma es constituida por el lenguaje. En ese sentido, las identidades se construyen dentro del discurso y no fuera de él y en ese marco hay que considerarlas.

De allí emerge la teoría interpelatoria sobre la identidad según la cual toda identidad está surtida de relatos en los que se inventa una tradición, unas afinidades, una histo-ria. El discurso musical de Alfredo Gutiérrez sería entonces una narrativa, una colisión de historias que dan cuenta o encarnan su periplo vital y la forma cómo interactuó con lo sabanero, lo vallenato, lo ribereño, lo llanero, la mexicano y hasta con los géneros masivos internacionales como el twist y el rock.

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Por otra parte, los modos de percibir y valorar la música no son la misma en cada generación. Attali ha sostenido que “El saber occidental intenta, desde hace veinticinco si-glos, ver el mundo. No ha comprendido que el mundo no se mira, se oye. No se lee, se escucha. (...) Hay que aprender a juzgar a una sociedad por sus ruidos, por su arte y por sus

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y su mar era un variopinto flujo de esencias.

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Jorge Nieves Oviedo, (2004: 73) llama la atención reco-giendo en una categoría denominada de “visión universal” el repertorio variado de los músicos de esa matriz cultural subregional llamada la sabana a la que pertenecía Alfredo Gutiérrez. A esto lo define como una producción cultural “abierta a la adopción de ritmos, formatos, tipos de can-ciones que pueden proceder de distintos países del Gran Caribe o de otras regiones de nuestro país y en la que la música de acordeón es apenas una entre muchas modali-dades”.

También describe el formato que imperaba para esta zona: “esta tradición universalista se puede expresar en formatos distintos como conjuntos de acordeón, bandas típicas, conjuntos de gaitas de cabeza ´e cera, orquestas, combos, conjuntos de caña ́ e millo, conjuntos de guitarras o conjuntos mixtos de brass sabanero (acordeón, base rít-mica de orquesta y vientos de banda).

Estos formatos, según Nieves Orozco, se oponen a los de “visión regional” es decir, los conjuntos vallenatos de acordeón, caja y guacharaca y que usa solo cuatro formas: paseo, son, merengue y puya. Lo cierto es que sí existen diferencias o variantes entre el estilo musical sabanero y el de La Guajira y el Cesar (como los hay con el estilo ribere-ño). Sin embargo, no se puede conjeturar que el hecho de contar con menos formas no le confiera universalidad al género vallenato. Alfredo Gutiérrez se encontró en su es-cenario germinal con este universo contextual de géneros

y formatos en el que también el vallenato tenía cabida y que fue actuando como una cuña que empujaba por espa-cios hegemónicos que el tiempo instauró. En esa puja por espacios ensanchados, Alfredo Gutiérrez jugaría un “vital” rol pues sería su repertorio una de las puntas de lanza que ayudó a vallenatizar el gusto musical de la zona andina del país y del exterior.

El mejor ejemplo de esa visión universal de la que habla Nieves Oviedo son los proyectos musicales en los que par-ticipó Alfredo Gutiérrez: Los Corraleros de Majagual, idea que se cristalizó entre el mismo Alfredo, Calixto Ochoa, César Castro y el empresario y autor Antonio “Toño” Fuen-tes en 1961. Entre 1961 y 1965 Alfredo alcanzó a grabar once álbumes con esta pléyade de artistas del escenario tropical costeño. Ya en 1965 el músico sucreño se daría a conocer en ese mismo formato pero en el sello Sonolux bajo el rótulo de “Alfredo Gutiérrez y sus estrellas” y lue-go en Codiscos ”Los caporales del Magdalena” y “Los del Cesar”; réplicas del formato exitoso de los Corraleros. En estos grupos, Alfredo potenció la diversidad de su reper-torio, amplió los horizontes de su playa y la profundidad de sus aguas contagiándose y compartiendo escenario con los mejores músicos populares no solo del Caribe colom-biano.

En esa experiencia como acordeonero titular de estas agrupaciones de formato mixto, Alfredo sería la vena en cuya savia se fraguaron ires y venires; “travesías mutantes”, diría Nieves Oviedo, entre las músicas del Caribe colom-biano y las de otras naciones del Gran Caribe. Así recogió arena y aguas panameñas. En sus presentaciones en esa prolongación del sentir colombiano que se hizo territorio

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autónomo como es Panamá, Alfredo influyó en los músicos locales, anudó de nuevo ese tejido musical deshilachado por las fronteras nacionales. Pero, también allí, fraguó una amistad y un intercambio con acordeoneros como Oswal-do Ayala (autor de “Anhelos”) y Dorindo Cárdenas. Desde entonces el guararé hizo parte del repertorio de Alfredo con canciones como “Festival en guararé”, “Sombrerito pa-nameño” y de otros músicos como Calixto Ochoa (“Manza-nita en guararé”).

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Desde que hacía parte del primer grupo infantil en for-mato de acordeón del país, “Los Pequeños Vallenatos”, Al-fredo Gutiérrez también explotó la experiencia y la influen-cia del cine. Su conjunto, como la mayoría de la época, eran contratados para hacer la antesala musical de las funciones de cine mexicano por los pueblos del Caribe colombiano. Allí, no solo se dio a conocer sino que su generoso oído universal supo contagiarse de la arena musical mexicana y su enorme potencial expresivo. Para su biógrafo, Fausto Pérez, el cantor polifacético recogió del mexicano Miguel Aceves Mejía ese falsete que lo caracterizó como cantante.

La arena mexicana nunca faltaría en el discurso musi-cal de Alfredo, quien alcanzó a grabar varias canciones del repertorio azteca, pero también impuso su influencia en ese país. Éxitos de Alfredo Gutiérrez como “Cabaretera”, “Capullito de rosa” y “Diario de un borracho” son piezas integradas al repertorio clásico del gusto mexicano. El es-tilo de su acordeón al lado de los Corraleros de Majagual fue la semilla para la onda musical que caracteriza la parte

regionmontana de ese país e inspiración de músicos como Celso Piña y su Ronda Bogotana o grupos exitosos como Los Karkis, Los Vallenatos de la cumbia, La Tropa colom-biana. De esta influencia colombiana emerge la “cumbia tropical” en la zona costera y central del México, la “cumbia norteña” en el norte y la música tejana o tex mex.

Darío Arboleda Blanco (2005) nos acerca a este fenó-meno de relocalización pero también de intercambio de la música del Caribe colombiana que crea el nicho “Colom-bia” como se autodenomina esta cultura musical en la re-gión de Monterrey, México: “Se pueden observar continuos desplazamientos de ida y regreso entre el nivel local y el trasnacional. Estamos frente a la elaboración de una iden-tidad y la utilización de ésta como mecanismo de reto y defensa frente a una que los relega y estigmatiza. La herra-mienta que utilizan los Colombia de Monterrey es un tipo de música proveniente de un país lejano, desconocido, con el cual no se tiene mayor contacto ni canales de transmi-sión y comercialización efectivos. A partir de la generación de este gusto se establecen estos canales subterráneos para la consecución y difusión de la música colombiana, puesto que los medios masivos de comunicación no dan cuenta del fenómeno; por el contrario, parecen oponerse y lo bloquean”.

La música de Alfredo Gutiérrez y fenómenos de relo-calización como este de México, entonces, nos da cuenta que en esa generación de músicos, ya se manifestaba una práctica muy común en la cultura de la postmodernidad. Como lo explica el gran sociólogo de la música, Simon Frith: “vivimos en una época de pillaje en la cual la música creada en un lugar por una razón determinada puede ser

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menzaron a encender la alegría festiva. Alfredo Gutiérrez fue el primer intérprete del género vallenato que fundó un repertorio carnavalero. Con sus éxitos “Hueleley huelelay” y “Ripiti ripitá” entre otros, Alfredo abriría la puerta para que la tambora que reclama espacio entre las formas tra-dicionales del vallenato hiciera parte de las grabaciones de los músicos de este género, Hoy, la tambora ha sufrido un proceso de vallenatización que lo legitima; cada agru-pación de moda amplía su repertorio con estos aires para situarse e interpelar el gusto y la identidad del público car-navalero.

Los Estudios Culturales basados en las teorías de Stuart Hall (1990) proponen que toda identidad tiene cierto con-tenido intrínseco definido por un origen común. Postula que estas son incompletas, en proceso de construcción. No hay identidad en singular sino identidades múltiples. (p. 152). El problema de la identidad en un músico no sería entonces si su discurso sonoro es o no adecuado o dis-torsionado para la tradición de su territorio sino el de la representación y esa es la que niegan en Alfredo Gutiérrez ciertas opiniones.

Las identidades son contradictorias y están compues-tas por fragmentos parciales o si metaforizamos, de are-nas y aguas distintas. La fragmentación puede ser de iden-tidades individuales o de categorías sociales dentro de las cuales están situados los individuos o la combinación de una u otra. Estaríamos hablando que Alfredo Gutiérrez en ese recorrido por las músicas de su región y del continen-te hizo un ejercicio de “corte y pegue” que confirman las posturas de Stuart Hall para quien “las identidades pue-den ser contradictorias pero son siempre situacionales”.

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RAapropiada de inmediato en otro lugar por otra razón muy

distinta, sino también que aunque las personas que la ha-cen y utilizan por primera vez pueden darle forma, como experiencia la música tiene vida propia”. Según esto, con la música nos experimentarnos a nosotros mismos de una manera diferente, más intensa. “La música, como la identi-dad, es a la vez una interpretación y una historia, describe lo social en lo individual y lo individual en lo social, la mente en el cuerpo y el cuerpo en la mente; la identidad, como la música, es una cuestión de ética y estética”. (p.184)

Pero la playa identitaria de Alfredo, desde la memoria temprana también traía arenas pegadas con hormigón. Su padre, Rafael Enrique Gutiérrez había llegado a Sucre de La Paz, Cesar, patria de legiones acordeoneras de gran va-lía. Allí tuvo en su pariente Pablo López Gutiérrez su primer mentor y maestro. Era nada menos que el padre de Mi-guel, Elberto y Poncho López, abuelo de Álvaro y Román. Alfredo tenía una sangre destilada en aguas de una estirpe vallenata, pero, esa raíz vendría a florecer con deslumbran-te vitalidad a finales de los 60´s cuando el Rebelde del acordeón decide incursionar con disciplina y dedicación en la música que ya visionaba con un futuro hegemónico: la vallenata.

-o-

Arena mestiza, agua irisada, allí estaba el súmmum de su discurso musical. Allí no podía faltar el sustrato negroi-de, la cultura de río, los cantos responsoriales, esos que una vez arrancaron el velón y los tambores de los rituales funerarios y los llevaron a la plaza donde las cantaoras co-

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También Keith Negus (1996:100) sugiere la necesidad que los estudios sobre identidad “se alejen de las ideas esencialistas sobre la identidad cultural y de la noción de que individuos dentro de un grupo social particular poseen ciertas características esenciales y que éstas son encon-tradas y expresadas en prácticas culturales particulares en favor de la idea de que las identidades culturales no son entes fijos en ninguna manera esencial y que sí son crea-dos por procesos de comunicación particulares, procesos sociales y articulaciones dentro de circunstancias especí-ficas”.

Alfredo tuvo su propia circunstancia, su diálogo, su particular periplo vital, anclajes y desenclaves, profundos arraigos y viajes extragenéricos, así se hizo primero acor-deonero y después músico vallenato, así se fraguó como el “polifacético” por la diversidad de su propuesta musical, como el “rebelde” porque su estilo nunca se dejó encorse-tar por el canon regionalista.

Las identidades en este nuevo escenario toman la for-ma de mestizaje, la pureza étnica se desdibuja. Pero ese mestizaje que no es sólo la fontana de dónde venimos, sino en qué nos hemos convertido, lo que involucra imagina-rios tanto rurales como urbanos, revuelve los tiempos y las tradicionales, el folklore con lo popular, lo local y lo masi-vo, esto genera mestizaje e hibridez que termina siendo el nuevo empaque en que viene el concepto de identidad y eso se puede apreciar en el discurso musical de Alfredo Gutiérrez.

Esa playa ancha de afinidades musicales es lo que hizo que del Alfredo Gutiérrez nos haya legado desde vallenatos como el merengue “Papel quemado” o el paseo “La caña-

guatera”; guarachas como “Que le den madera” y “El fotin-go de Toño”; chiquichás como “Mambo de negros” y “Sin criterio”; pasajes sabaneros como “La paloma guarumera”, “El jilguerito” y “Ana Felicia”; cumbias como “La cachucho-na” y “La cumbiamberita”; paseaitos como “La ombligona” y “La adivinanza”; porros como “Majagual”, “20 de enero” y “Trombón y acordeón”; paseo-porros como “La banda bo-rracha”; boleros vallenatos o “guapachosos” como “Amor viejo”, bolero rancheros como “Inmenso amor” y boleros como “Corazoncito” y “Cabaretera” y “Apartamento tres”; paseboles como “Paraíso”, “Capullito de rosa”, “Manantial del alma” y “Anhelos”; rancheras como “Pura vida” y “Tus cartas”; corridos como “Caracol”; mapalés como “El cala-bacito” y “El burro muerto”; fandangos como “Calabacito con bejuco”; tuqui tuqui como “La negra Lucy”; tamboritos como “Tamborito de carnaval”; jala jalas como “Jala jala sabroso” y “Descarga jala jala”; cumbiones como “El cum-bión de Simón”; tamboras carnavaleras como “Ripití ripi-tá”, “Hueleley huelelay” y “La cañaña”; tangos como “Cam-balache”; merengues dominicanos como “La rasquiñita”, “Titiguay” y “Merengue pa’ amanecé” (Con July Mateo).

-o- La noción de una identidad integral, originaria y unifi-

cada ha sido fuertemente criticada. Nuevas maneras de entender las identidades se aleja, de las teorías que pensa-ban a la identidad como una cosa que un individuo tiene de una vez y para siempre. La identidad es móvil, un pro-ceso y no una cosa, un devenir y no un ser. Es necesario entender tal concepto como una construcción a través del

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RAtiempo, la identidad es una entidad constantemente ne-

gociada y re-definida desde la diferencia. Así, el proceso de construcción identitaria está caracterizado por un con-tinuo movimiento de ida y vuelta entre contar y vivir, entre narrar y ser.

Como músico abierto al diálogo musical y cultural, Al-fredo Gutiérrez construyó la playa de su identidad apro-piándose de la música que los vientos han llevado a su sensibilidad, los que están a su alrededor, otros vientos tra-jeron sonidos más distantes; hay aguas que toca desde la superficialidad, otras en las que su discurso musical toca límites abisales. Este acceso, limitado en algunos músicos, ensanchado en Alfredo, también define y dimensiona sus posibilidades identitarias dando así sentido en términos musicales a su biografía, a la historia narrada en su música y sus letras. Alfredo Gutiérrez canta y toca desde una playa universal, ahí está ese espacio para que se bañen los que siguen sus pasos.

REFERENCIAS

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ARBOLEDA BLANCO, Darío. transculturalidad y pro-cesos identificatorios: La música caribeña colombiana en Monterrey, un fenómeno transfronterizo. En Alteridades. México. No 30, vol. 15 (pp. 19-41).

BOURDIEU, Pierre. Lenguaje y poder simbólico. Harvard University Press, 1991.

FRITH, Simon. Música e Identidad. En: Cuestiones de identidad cultural. Buenos Aires-Madrid: Amorrortu edito-res, 1996.

GARCÍA CANCLINI, Néstor. Consumidores y ciudada-nos: conflictos multiculturales de la globalización. México D.F: Grijalbo, 1995.

HALL, Stuart y DU GAY, Paul. (Comp). ¿Quién necesita la identidad?. En: Cuestiones de identidad cultural. Buenos Aires-Madrid: Amorrortu editores, 1996.

NAVARRO KURI, Ramiro. Cultura juvenil y medios. En: www. insumisos. com/bibliotecanew.

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NIEVES OVIEDO, Jorge. Matrices musicales del Caribe colombiano. En: Revista Aguaita. NO 10. (Junio 2004).

PÉREZ VILLARREAL, Fausto. Alfredo Gutiérrez: La le-yenda viva. Bogotá: Universidad del Atlántico, 2001.

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ALFREDO GUTIéRREZ: ‘más qUELEGENDARIO, mE sIENTO FELIZ’

Por Liliana martínez Polo

Cinco décadas lleva Alfredo Gutiérrez dándole éxitos a la música nacional, cantando y tocando el acordeón. La historia del ya mítico Alfredo de Jesús Gutiérrez

Vital, de 67 años, comienza el día en que su padre, Alfredo Enrique Gutiérrez, acordeonero vallenato, llega a las saba-nas de Sucre a amenizar un velorio cantado (pago de una promesa a algún santo con nueve noches de velorio) y allí conoce a la bailadora de cumbia Dioselina de Jesús Vital.

“A los nueve meses nací yo –dice el tres veces rey va-llenato–, ellos nunca se casaron, pero solo los separó la muerte”.

En 1953, Gutiérrez, de 10 años, era el acordeonero y el menor de los niños del conjunto Los Pequeños Vallenatos, que contaba con Arnulfo Briceño como cantante. “Tenía-mos una visa colectiva para visitar los países bolivarianos –recuerda–. Fuimos los consentidos de los presidentes y sus primeras damas, casi vivíamos en los palacios presi-

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denciales”.El grupo grabó algunos discos de 68 y 45 revoluciones

en el Ecuador, que nunca llegaron a Colombia. La enferme-dad de su padre, en 1957, lo hizo dejar el grupo. “Me tocó venir a Barranquilla, a los buses, a tocar y recoger con el sombrerito. Después, en Bogotá, mientras tenía a mi papá enfermo, tocaba en los viejos Trolleys, donde empezaron a llamarme ‘El Niño Prodigio del Acordeón’.

El padre murió en el 58 y Gutiérrez dejó el acordeón por meses. Fue a refugiarse en la finca de unos amigos, a unos 15 minutos de Sabanas de Beltrán, su pueblo.

“Ellos tenían un acordeoncito dañado y querían que les enseñara. Y supe que, cerca, vivía Calixto Ochoa, que les cambiaba los tonos y el sonido a los acordeones. Así que fui a Sincelejo, lo conocí y ahí nació la simpatía. Él me lleva-ba a las corralejas a tocar”, cuenta.

La fama de la prodigiosa digitación de Alfredo llegó a oídos de Antonio “Toño” Fuentes, fundador de Discos Fuentes, el gurú de la música tropical que se grababa en Colombia, que lo llamó, junto con Calixto Ochoa, para gra-barlo.

“Grabamos ‘La ombligona’ y el porro ‘Majagual’, com-puesto por mí. Después me dijeron que acompañara al can-tante César Castro y al mismo Calixto, en un LP completo con canciones de doble sentido”, dice Gutiérrez de sus pri-meros pasos en los estudios. Después grabó sus propias composiciones en acordeón y voz. Fue el momento de “La paloma guarumera”, uno de sus primeros éxitos.

“Ya don Toño estaba pensando en un grupo en el que cantáramos los tres, Calixto, César y yo, donde yo tocara el acordeón. Le sugerí “Majagual”, por el porro que había-

mos grabado, inspirado en la Plaza de Majagual, donde se hacían los grandes eventos en Sincelejo. Así nacieron Los Corraleros de Majagual”.

Después vinieron éxitos como “Festival en Guararé”, una melodía sin letra, de Dorindo Cárdenas, que estaba pega-da en Panamá en

1962, cuando Gutiérrez pasó por allí, vio que era un éxito y decidió ponerle letra para mostrársela a Fuentes y gra-barla en Colombia.

“Había que cantarle las canciones a Toño primero. Ape-nas oía un pedacito y decía: ‘Para, esa está buena’ –evoca el acordeonero–. Pero cuando la llevé, Toño estaba ocu-pado y puso a Héctor Barrera a que escogiera. Después, Barrera le dijo: ‘Alfredo tiene una canción que no me gusta, es mala’. Pero le insistí a Fuentes y al cantársela, Toño le respondió: ‘Héctor, tienes el oído podrido’. Y así se grabó Festival en Guararé, en 1963”.

Gutiérrez pasó a Sonolux en 1965, donde grabó “La banda borracha”. Tres años después, pasó a Codiscos. “En 1968 grabé mi primer álbum vallenato, llamado La cuñada. En el LP había canciones que con el tiempo se volvieron famosas como “Cabellos largos”. Después seguimos con el vallenato”, dice.

En 1969, el disco “La cañaguatera”, incluyó “Ojos ver-des”. Siguieron los volúmenes de “Romance Vallenato”, con temas como “Cabellos cortos”, “Ojos indios”, “Confi-dencia”, de Gustavo Gutiérrez, y “Matilde Lina”, de Leandro Díaz. En uno de esos discos, el cuarto o quinto, grabó junto con Calixto Ochoa, que le hizo la segunda voz, la canción “Anhelos”, la que considera su mayor éxito.

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Y EMPEZÓ A TOCAR EL ACORDEÓN CON LOS PIES

En los años 70 comenzó a tocar el acordeón con los pies. La primera vez fue en Barranquilla, en carnaval. To-caba en una caseta llamada La Piragua, alternaba con Los Blanco de Venezuela. “El baterista de Los Blanco hizo tre-mendo show y como no me gusta que me ganen; ni corto ni perezoso, me subí a la tarima y toqué el acordeón con los pies. Desde entonces, eso me identifica”, agrega.

Los conciertos de Gutiérrez condensan medio siglo de éxitos. En escena, Gutiérrez mismo admite que nadie le creería que tiene 68 años, baila desde twist hasta rock and roll y hasta canta rancheras. “Dios me premió con el esta-do físico”, dice ahora, que ha ido recibiendo homenaje tras otro. “Siento el deber de hacer quedar bien al país, al va-llenato, a la música corralera, a la sabanera y de mostrarles a los colegas de otros países nuestra riqueza en folclor y creatividad”.

–¿Cuál es la historia de La paloma guarumera?–La compuse la primera vez que tomé trago, con Calixto

Ochoa, El Turco Daza y otro trío de parranderos. Pasamos el día viendo corralejas y alcanzamos a ir, por la noche, a las casetas donde todo el mundo sale borracho. Había un camino de herradura y el chofer que nos llevaba decidió acostarse bajo una frondosa ceiba. Ahí nos tiramos a dor-mir y nos despertaron los rayos del sol y el canto de una paloma guarumera, que tenía su nido en una mata de lata (el árbol con el que se hacen las guacharacas). Con los ra-yos del sol en la frente me salió la frase: “Se oye cantar en el campo una paloma guarumera”, de ahí salió todo.

–¿Cómo es Alfredo Gutiérrez, el descubridor de talentos?

–Descubrí a Chico Cervantes, que después se volvió emblema de Los Corraleros. Fui el primero que llevó a gra-bar a Emiliano Zuleta. Descubrí a Poncho Zuleta, pero no fui el que lo llevó a grabar. Tuve ojo para descubrir gua-charaqueros, como Virgilio Barrera, lo vi en un conjunto pequeño, lo llevé a mi grupo. Ahora está con el Binomio de Oro. Descubrí a Cristóbal García, con el que puse el bajo electrónico a los vallenatos y todos los bajistas del vallena-to han salido de esa escuela.

–¿Por qué les canta tanto a los cabellos y a los ojos?–Porque el cabello largo en una mujer es sinónimo de

feminidad, aunque yo digo que no hay mujeres feas, su-poniendo que las hubiera, el cabello las hace bonitas y los ojos reflejan el sentimiento. El amor, todo lo bello que la mujer tiene dentro de su espíritu.

–¿En qué cosas se siente pionero?–En matrimoniar el acordeón con otros instrumentos.

En el porro Majagual, armonicé el bombardino con el acor-deón. Después, metí saxofones y clarinetes en la estructu-ra de los arreglos. Fui el que puso coros con buenas voces al vallenato, llegué a hacer 4 ó 6 volúmenes con violines vallenatos, que entraban donde iba la letra. También hice algo de arpa con acordeón, con el cubano Alfredo Rolan-do Ortiz.

–¿Quiénes pueden considerarse sus maestros?–Maestro, ante todo, Dios. Pero de la música de acor-

deón: Calixto Ochoa. También tuve influencias de Luis En-rique Martínez, Alejandro Durán, Pacho Rada, Andrés Lan-dero, Colacho Mendoza.

–¿Y qué dice de Abel Antonio Villa? –La nota de Abel Antonio Villa era la nota más sen-

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timental que había en el vallenato. Aprendí mucho de él. Recibí mucho consejo y la digitación la aprendí de Luis En-rique Martínez y lo de hacer locuras con el acordeón fue asimilar algo de las locuras que hizo Aníbal Velásquez en los años 50.

–Usted es un hombre muy enamorado, ¿“Dos mujeres” es autobiográfica?

–Una vez me preguntó una periodista: Cuántos acor-deones tienes. Le respondí: La misma cantidad de mujeres que quisiera tener, pero no puedo sostener. Tengo 28 acor-deones, pero mujeres solo se puede tener una.

–¿Y la canción?–Una vez me fui a México, aburrido por un contrato Leo-

nino que tenía con una disquera con la que estaba exclusivo para Colombia. Pero en México sí podía grabar y me metí en los estudios de Televisa en Monterrey a grabar. El hom-bre de la disquera quería un disco con solo canciones mías y yo llevaba ocho. Faltaban canciones, así que me puse a tomar trago e iba componiendo. En un descanso oí a un músico que tocaba la timbalera hablando por teléfono. Le decía a una mujer: “Pos, órale, no se preocupe mi güera, apenas es viernes, a usted le toca a partir del lunes”. Enton-ces le pregunté si tenía dos mujeres y respondió: “Pos, a la vista, entre las dos me sostienen a mí”. De ahí me surgió la idea, así que no fue autobiográfica.

–Y después de este recuento de su vida, ¿Alfredo Gu-tiérrez se siente legendario?

–Lo que me siento es feliz. Jamás me creo el mejor por-que la música, como en todo arte, no hay uno mejor, sino especialistas en cada estilo y cada uno en su estilo es rey. Me siento rey dentro de lo mío, pero veo a los otros como

reyes dentro de lo suyo. Todo artista que crea un estilo es un rey. Por eso es difícil decir quién es mejor. A Alejo Du-rán, le preguntaron una vez, qué músicos eran mejores. Él dijo, sabiamente: “Los de ahora son mejores. Pero, antes, si éramos diez, éramos diez estilos”. Es que los artistas que perduran son los que crean un estilo, los que incitan a imi-tar, pero a la vez son inimitables.

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EL NIñO qUE CAZABAPALOmAs GUARUmERAs

Por Alfonso hamburger

El maestro Calixto Ochoa se despoja de toda su humil-dad para afirmar que él no conoció a Alfredo Gutié-rrez, que Alfredo Gutiérrez lo conoció a él.

Sucede a finales de la década de los años 50. Año 57 para ser más exactos. Calixto caminaba desprevenido por la calle Cerra de Sincelejo, donde dicen que salió un muer-to borracho, cuando sintió un grito:

–¡Señor Calixto, señor Calixto!Antes de voltear y ver la cara de aquel ñatico, sintió so-

bre sus hombros unas manos suaves que le pedían ayuda. Volteó y lo midió de una sola mirada. Era un joven delgado y despierto, que lo siguió hasta su taller. Calixto no solo le arregló el acordeoncito de dos teclados que cargaba en un costal, sino que le dio alojo, comida y dinero para los pasa-jes de regreso. Comenzaba allí la mejor era del Rebelde del Acordeón, la era de Sincelejo, que se extiende hasta 1972, cuando decide no solo radicarse en Barranquilla, sino darle

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un viraje a su carrera musical. Comienza allí la era de los brincos, los mariachis, las

tapas coloradas, los festivales vallenatos y las locuras que rompen con sus viejos seguidores hasta convertirse en Al-fredo ‘Folidol’ Gutiérrez. Llega la era del Show de Alfredo Gutiérrez, en Radio Libertad, por las tardes, que dejó a mu-chos fanáticos en expectativa, porque el artista solo fue la primera vez.

Alfredo Gutiérrez acababa de asumir la tarea de ser pa-dre y de ser hijo, en reemplazo de Alfredo Gutiérrez Acos-ta, proveniente de La Paz Cesar, quien había fallecido de un cáncer facial.

El Sincelejo que lo recibió atravesaba su mejor momento musical. En 1938 ya había un intento de emisora con La Voz de Sincelejo a través de un cableado que cubría algunas cuadras, hasta que en 1948 llega Radio Sincelejo, proyecto radial ubicado en el dial en la frecuencia 1460 a.m., con el que se inicia una etapa espléndida de la música sabanera, especialmente en el espacio Estrellas de Sabana. Un año antes de que Calixto Ochoa Campo irrumpiera en San Ja-cinto, en el teatro Apolo de Sincelejo, se había suscitado un célebre duelo entre Abel Antonio Villa, padre del acordeón, y el connotado pollito sabanero, Eugenio Gil, quien salió en hombros tras darle una muenda al gallo negro, impotente para descifrar la tanda de porros. Es cuando, en agradeci-miento al pueblo sabanero, Eugenio hace el clásico meren-guito sabanero.

Ya había en la sabana antecedentes como el de Los Gai-teros de San Jacinto, que en 1953 inician una sin igual gira mundial de cuatro años. San Jacinto había sido la puerta grande de Calixto Ochoa, quien encuentra en Alfredo la

pareja perfecta para revolucionar la música colombiana, tras el fuelle de un acordeón, convirtiéndose en “Los dos inseparables” con los que su casa disquera aprovechaba aquella unión. Las disqueras cumplían todo el proceso de modernización. Escogían al artista, grababan, promocio-naban y vendían.

Este lado del río Magdalena, que allá denominaban “aquel lado”, celebrado con el canto infantil de “Pacho Cu-chara se fue para arriba y dejó a su mujer cogiendo barri-ga, Pato Cuchara se fue pa’quel lado, dejó a su mujer con tantos pelaos”, era rico musicalmente de la cabeza a los tuétanos. La música que se producía en la zona del viejo Bolívar Grande, resguardada en la cumbia y el porro, lleva-ba un viaje universal avasallante. Esta parte la describe el investigador Manuel Huertas Vergara con una frase con-tundente: “La cultura sabanera tiene una sola expresión autentica que avasalla y embruja, que alegra y entristece, que permanece solemne y que no muere, su majestad el porro”.

El barranquillero Luis Carlos Meyer había hecho célebre el porro La Múcura, de Crescencio Salcedo que, a la pos-tre, sería la primera pieza colombiana llevada al cine como banda musical.

A la par, el 25 de enero de 1912, había nacido en El Car-men de Bolívar, –adonde Calixto Ochoa llega en 1954–, Luis Eduardo Bermúdez Acosta, el rey de las gaitas, precursor del calentamiento musical de Bogotá, quien al morir en abril de 1994, deja en su baúl más de tres mil partituras. Bermúdez rompió el mito de la capital, llevó el porro y sus gaitas a Cali y Medellín y exportó el resto a Cuba y Argen-tina. Asimismo, dirigió las mejores orquestas del mundo,

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como la Billo’s Caracas y La Sonora Matancera. En 1960, Lucho Bermúdez abrió las puertas para el Arro-

yito tan aplaudido de Wilfran Castillo, al ser grabado en alemán. Cincuenta y dos años hace que “Cumbia Negra” y “Playa Brisa y Mar”, del maestro carmero, hicieran furor al ser grabadas en Italiano. Lucho Bermúdez había orga-nizado la Orquesta del Caribe en 1939, cuando Alfredo y Calixto estarían aún debajo de un palo de coco.

El Carmen de Bolívar y San Jacinto, que recibieron a Ca-lixto, –quien a su vez más tarde recibiría a Alfredo Gutié-rrez– era un laboratorio musical de los más grandes del mundo, con palenques, cruces de caminos y una cultura ancestral de seis mil años antes de Jesucristo, la más vieja de América, según el arqueólogo Augusto Hoyuela. Ade-más, surgían en la zona genios musicales como Adolfo Me-jía, quien ha sido el único colombiano en dirigir la filarmó-nica de Nueva York.

-o-

Ese fue el ambiente de cumbiambas y velas prendidas que halló Alfredo Gutiérrez al abrir los ojos, un 14 de abril de 1943 en Paloquemao, entonces Bolívar, nueve meses después de haber sido concebido en un velorio cantado. La mezcla fue perfecta: un acordeonista de La Paz hizo explosión al posar su mirada en una bailadora de cumbias a la usanza de Pola Berté, vecina de María Varilla y cercana a Magdalena Ruiz, la de Andrés Landero.

El encuentro de Calixto Ochoa con la sabana puede describirse como el de García Márquez con el solar de los ancestros en Sincé, Sucre, descritos magistralmente en sus

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memorias Vivir para Contarla. Los patios eran distintos. De Aquel lado de la mano, el abuelo materno. De este lado, una variedad de primos de todos los colores que lo inser-tan en la sabana espléndida de la paloma guarumera y las María Casquitos.

Calixto Ochoa decide viajar a las tierras bajas, como en el valle le decían a las sabanas, acosado por una pena de amor. Lo habían casado a los 19 años como si le impusie-ran una pena. Eso lo hizo venir a la sabana, donde halló la escuela musical que le permitiría trascender el son y la puya, pues acá también había paseo y merengues en otros estilos.

El “Lirio rojo” que traía en su estilo vallenato se floreció de porros en las playas marinas, proyectadas en “El Afri-cano” en medio de sabanales, navegando con rumbo fijo hasta el copito de la fama. No naufragaron Alfredo y Calix-to solo porque se volvieran los dos inseparables, sino por-que tuvieron toda la sabana a sus anchas para apropiarse de todos los ritmos con todos sus arrestos.

ALFREDO, BUENO A LOS PUÑOS,AMANTE DEL FUTBOL

La época de Alfredo Gutiérrez en Sincelejo estuvo ma-tizada de grandes enseñanzas, rodeado de extraordinarios amigos, compadres y comadres. Hacedoras de sancocho, como Juana Montes, de quien se burlaba picaronamente en los saludos que ella detestaba. Y sobre todo, de lo que Justo Almario denomina la sonoridad sabanera en la que se nutrió para seguir creciendo, pero también estuvo re-pleta de vicisitudes y malos tratos de los empresarios en

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pleitos dirimidos a muñeca limpia.De apenas 1.68 de estatura, de manos finas, Alfredo Gu-

tiérrez era brioso con los puños. Pegaba duro. De aquellas refriegas y del poderío de sus nudillos recuerda el Ñato Tabares, quien aún se dedica a la creación de monumentos y disfraces de carnaval en los alrededores del barrio Veinte de Julio, donde residía Gutiérrez.

Aparte del boxeo, Alfredo era amante del fútbol, que es una de sus entretenciones cuando está en casa y lo ve por televisión. Al parecer no lo hacía muy bien, porque aquella tarde remota Tabares, quien era el que escogía los equipos, no lo puso a jugar. Gutiérrez no estaba dispuesto a quedar-se sentado en el banco de los suplentes. Había una excusa contundente para ser titular: era el dueño del balón. Al ver-se excluido de la titularidad, Alfredo reclamó justicia, pues había comprado el esférico en una de sus giras. En la dis-puta con Tabares, Gutiérrez le metió un recto de derecha y lo envió a la lona. El ñato pintor cayó, pero a Alfredo se le descompuso la mano. Se le había olvidado que tenía que viajar a Bogotá para una presentación en la Media Torta. No tuvo más remedio que llevarse a un niño del vecindario que era un diablo con el acordeón, de nombre William Mo-lina Ramos, quien lo imitaba. Aquella vez Alfredo cantaba y Molina tocaba. La caseta fue un éxito rotundo. Después, El Rebelde curó su mano y no volvieron a verse, pues Molina se fue a Estados Unidos, donde dicen que hizo la maqueta del estilo que adoptó Carlos Vives y en Codiscos se la co-piaron.

Según el maestro Pipe Guarín, compadre de sacramento de Alfredo, quien le bautizó a su hijo mayor, en Sincele-jo el tres veces rey vallenato desarrolló múltiples talentos,

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dada la cercanía con grandes maestros, pero también fue-ron tiempos de padecimientos. Viajaban por pueblos per-didos, por caminos difíciles y al final no les pagaban o no les querían pagar. Muchas veces tuvieron que dirimir las diferencias a puños.

En una caseta en La Guajira, contratados por los famo-sos hermanos Pitre, les fue muy mal. La gente no entró. Los espectadores llegaban, se asomaban por la ventana de la caseta y con las mismas se regresaban. Alfredo era el encargado de cobrar. Los muchachos, cabizbajos por el fracaso de la caseta, ya estaban en el bus, listos para el retorno a la sabana cuando Alfredo se les acercó, llorando.

–El tipo no quiere pagar –dijo–, mientras se secaba las lágrimas.

Recurrió a Pipe Guarín, quien se acercó hasta donde es-taba Pitre, sentado en su opulenta grandeza, pero no le dijo nada. El empresario, en vez de billetes, había sustraído una pistola que puso sobre el escritorio.

En Codazzi, Cesar, fue lo mismo. Ya en la madrugada se formó una pelea en las postrimerías de un baile. Cuando vieron fue a Alfredo dándose muñeca con tres tipos. Dice Guarín que su compadre tiraba puños a diestra y siniestra y a todo el que tropezaba lo bajaba. Hasta los meseros de la caseta arremetieron contra los músicos.

–Yo me armé con una silla –dice Guarín–, quien recuerda que la pelea se formó porque Alfredo le lanzó un piropo a la mujer de un coronel, dueño de la caseta.

Eran tiempos de amoríos furtivos. Cada mujer que se le atravesaba en el camino era un tema. Uchi Urzola, pri-ma de Pipe Guarín, tuvo un amorío con Alfredo. “Uchi, ya no tengo que vivir desesperado, porque regresaste pronto,

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cariño”, dice el tema.Uchi, lamentablemente, murió. En esa época de Sincelejo

quedaron otros recuerdos poco tratados en las biografías que se han escrito. Uno de ellos fue la vez que Alfredo fue enca-labozado en Corozal porque no se quería casar con una mu-chacha que había “perjudicado”. El maestro Demetrio Guarin se convirtió en su guardián en la cárcel. Posteriormente fue llevado a Sincé, donde lo casaron con un revólver apuntándole en la cabeza.

En Sincé, Alfredo fue empresario de una caseta que él mismo ayudó a construir cavando los hoyos e hincando los postes. En Sincelejo consolidó una obra monumental al lado de Rubén Darío Salcedo, sin necesidad de brincar ni hacer morisquetas, aun cuando ya tenía arrebatos del genio alucinado que lo caracteriza actualmente.

Según Pipe Guarín, lo del envenenamiento (ya estando en Barranquilla) fue verdad. No fue, como se dijo, que eran estrategias publicitarias para vender un disco. No. Ya en Sincelejo, según Guarín, Alfredo tuvo algunas actitudes te-merarias, especialmente en momentos en que el barro se le apretaba y no había para pagar los servicios públicos o la comida. Algunas veces recurrió al empeño de una de sus acordeones y, a última instancia, a una grabadora gigante, donde grababa sus inspiraciones. No iba jamás en persona, sino que mandaba a Pipe a la compraventa Marita Díaz, que aún existe. Cuando empeñaba la grabadora, que eran en casos muy extremos, se deprimía.

Aquella vez, recuerda Guarín, la situación se tornó muy difícil. No quería empeñar la grabadora. Se acordó que tenía la mano izquierda asegurada por una considerable suma de dinero. Su compadre no lo quería creer cuando lo

llamó, desesperado, y le propuso:–¡Compadre, córteme la mano izquierda!–No, compadre, le respondió Guarín. ¿Y cómo va a to-

car?–No importa –respondió Alfredo– yo toco con la dere-

cha.Eran locuras del momento, porque Alfredo siempre ha

sido un hombre a carta cabal, de pronto hiperactivo e in-controlable en su genio creador.

...Y EL CANTO DE LA PALOMA GUARUMERA

Alfredo Gutiérrez la había escuchado cantar por los campos, como a la pava congona, el Juan Polo y las Suiris que a Landero daban las horas, allá en las montañas de María la Alta.

Su canto invitaba a la siembra y a la procreación. A la ecología. Era un prodigio de la naturaleza, que alegraba las mañanas y las tardes de las sabanas de Beltrán. La paloma guarumera era la reina entre las torcazas y las tierrelitas que se cruzaban hazañosas y fugaces en los caminos, que se paraban y se mecían coquetonas en las ramas de los trupillos, que cantaban desde un lugar indeterminado, con una gallardía enorme, que teñían de vitalidad a los mon-tes en plena efervescencia de la siembra del algodón. Era el Bolívar grande, impoluto, abierto para que los hombres descubrieran su grandeza.

Las Guarumeras competían en bullaranga con la gua-characa, pero eran más tiernas, inspiradoras de paz, pues mientras la guacharaca era contestataria y bullanguera (como una puya o un fandango) la paloma guarumera ha-

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cía un canto gutural, del tururú, con más sabor a gaita, a cumbia. Era la música sabanera que levantaba vuelo…

El niño Alfredo soñaba con ella en el juguete que no tuvo de niño. Aquel triciclo esquivo que jamás le trajo el niño Dios empezó a desvanecerse en su mente con el can-to de la guarumera.

Caminaba sereno, anónimo y feliz por esos andurriales, con una honda de horqueta en la mano, disparándole a cuanta presa se atravesara en el horizonte. Todo lo que se movía en los quemaos, en los guardafuegos de las cercas, en los tunales, en los montes embarbascados, en los pela-deros donde ponían los huevos las iguanas, llevaban de su puntería certera.

Mientras su madre, viuda reciente del infortunio, leñaba para alimentar cuatro hijos, Alfredo de Jesús cazaba las presas para cocinar en el fogón popular y desde algún lado de su alma, la paloma señora, la altiva de pecho algodona-do, le guiaba los pasos.

Un día que perseguía un enjambre de codornices culim-bas se fue lejos en los montes hasta llegar a un matojo de lata de corozo impenetrable. Al disparar su cauchera, un manojo de pájaros eclipsó el sol del mediodía. Sólo una pa-loma guarumera se había quedado custodiando su nido. El niño Alfredo se guió entre la lata con su machete sabanero y pudo llegar hasta el aposento de la reina de las sabanas. Y ante la amenaza de aquel filoso machete, la madre gua-rumera no tuvo más remedio que levantar el vuelo para salvar su vida. Se fue para el campo, para el monte, deján-dole en el alma una pena.

El niño llegó hasta el nido y comprobó que había dos huevos calientitos, pecosos. Era esa su suerte. Los acarició

con ternura, los besó y les depositó nuevamente en el lugar que su ama había escogido, en el centro impenetra-ble de una mata de lata, fortaleza natural, protectora de la vida sabanera. En el corazón del corozal.

Desde ese día, el niño de la cauchera no dejó de visitar aquel lugar, vigilando de que sus futuros huéspedes no fueran víctima de un “chupa-huevo”, de la hormiga loca o de un gavilán jabado, o de otros de esos bichos de monte que abundaban por las sabanas de Beltrán, antes de que la civilización verde acabara con el 80 por ciento de la vida natural.

Alfredo perseveró en su intención, visitando día a día su tesoro entre latas, hasta que un día encontró dos her-mosos retoñitos. Eran dos palomas guarumeras pichon-citas como las había soñado. Las arropó de ternura, qui-zás en la insospechada intención de algún día emular su canto.

Las mimó en su casa, las arropó hasta el cansancio, les bañó diariamente, las alimentó hora a hora, día tras día, hasta que una mañana la tristeza asaltó su alma. Un enjam-bre de hormigas arrieras se daban un banquete sobre sus ilusiones. Habían muerto sus cantos pregoneros. Les hizo un entierro silencioso.

Las palomas guarumeras, que serían prototipo de su canto sabanero, eran unos principios de libertad más alti-vas que el mochuelo, no aptas para vivir y crecer ni cantar en cautiverio. Eran el mejor ejemplo de libertad, una ver-dadera lección. Lo que para su vida era bien, mal era para Alfredito. Libertad o muerte, era la enseñanza que le ha-bía dejado aquel fatal experimento. Las guarumeras no se crían en cautiverio. Para ellas es chévere poder deslizarse

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bajo los matojos, frágiles y graciosas, y entonar sus cum-bias desde un uvita macho.

En esa época, en que no había superado la muerte de su padre, el caso fatal de sus guarumeras pareció su ruina. Mientras leñaba en los quemados, acompañando a su ma-dre a recoger chichos y sietecueros para alimentar a sus hermanitos, buscaba en el acordeón de un solo teclado las melodías que le dieran la fama.

Su padre había muerto en Paloquemao después de so-portar estoicamente un cáncer facial que lo apartó de su acordeón. Desde aquel día el canto de la paloma guarume-ra no dejó de revolotearle en su mente hasta que una tarde, extasiado por el paisaje abrumador de nostalgias que se le abría a su paso, por los lados de San Andrés de Sotavento (allá donde comen babillas), en su primera borrachera es-cuchó una paloma torcaza que turereaba en los arbustos y no tuvo más remedio que imitarla con su acordeón de un solo teclado. “Para el campo, para el campo, la paloma ya se fue... de pronto se va volando, de pronto se va volando, dejándome a mí una pena...”.

En el verso, inconscientemente narraba su pena, su des-gracia por el experimento de la cría de las guarumeras de Paloquemao. Lero Lero Ley, lorey lorey, lo rele lereeeee.... Y el acordeón, param, param, param...

Así se forjó el mejor de todos, en esa infancia de fan-tasía. Alfredo se atrevió a poner los dedos donde ningún acordeonero los había puesto, explorando el teclado de arriba a abajo, de abajo a arriba, por los costados, trans-versalmente, sacándole todo lo que era capaz de dar un acordeón.

...EL PATIO

El patio está intacto en su mente y a él llega por ráfa-gas de tiempo perdido que se le revelan a cada instante de su existencia, pero en la vida real, cada reencuentro es diferente. El patio sigue allí, borroso y firme a la vez. Las guarumeras un día fueron envenenadas por el hombre. Las siembras de algodón en el San Pedro, el del Troyano, y Sorayita Villamil hicieron cambiar de nido a las tierrelitas, las aguas se secaron y la tierra se volvió infértil, pero ya “El rebelde” se había asegurado de que La Paloma Guarumera viviera para siempre.

LLEGÓ EN UN CAMIÓN

Don Alfredo Gutiérrez, padre, había sido policía, aman-sador de caballos, según revelara Joaquín Bettin, el de la cumbia sampuesana, miembro del incipiente conjunto. Cierta vez, viajando de su tierra (La Paz, Cesar) para las sa-banas, el camión en el que iba se varó cerca de San Pedro, antiguo Departamento de Bolívar. En ese recorrido cono-ció a Dioselina Vitar, oriunda de Sabanas de Beltrán, con quien se casó y se quedó a vivir en las sabanas.

Siendo buen acordeonero y pese a conformar un buen conjunto, jamás se le dio por grabar. Su acordeón de un solo teclado le servía para defenderse en la vida. Recuerda Alfredo, que al conjunto que tenía mucho de las bandas sabaneras, porque en vez de caja usaban redoblante y la maraca era la guacharaca, le decían “La Peor es ná”.

De sus cuatro hijos, sólo Alfredo y Julia salieron artis-tas. Alfredo para tocar el acordeón, el que aprendió en los

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descuidos del viejo, y Julia, que es una excelente bailadora de porros y de cumbias, además de ser una folclorista for-midable.

“El rebelde”, como le pusieron por su manera audaz de enfrentar la vida, siempre explorando cosas nuevas, salién-dose del molde tradicional, es una persona sumamente sentimental, que ha llorado bastante por las injusticias, por la muerte de sus padres, por un amigo. Pero por lo que más ha llorado ha sido por el desconocimiento que muchos lo-cutores y programadores han hecho de sus discos.

Gutiérrez es directo. Le ha gustado decir verdades y eso le ha hecho ganarse enemigos gratuitos. Como acordeo-nero no se considera sabanero ni vallenato. Su acordeón es universal. En su puya magistral sobre el festival vallenato lo dice “Tengo sangre de aquí y de allá, sangre sabanera mez-clada con vallenata”. Su padre era de La Paz, antiguo Muni-cipio de El Roble, cuando era del Magdalena. Y Su madre, sabanera, de Sabanas de Beltrán, antiguo departamento de Bolívar, municipio de San Pedro, hoy de Los Palmitos, en Sucre.

“Mi padre vivía de la música, tocaba acordeón y había sido policía. Con Joaquín Bettín conformó un grupo al que le decían ‘La Peor es Ná’, y en la que no se tocaba caja sino redoblante, tampoco guacharaca, sino maraca”.

A ESCONDIDAS

Don Alfredo Gutiérrez, padre, no dejaba que su hijo le neceara su acordeoncito de un solo teclado, pero el niño burlaba la vigilancia para tocar la piña madura.

A los cuatro años ya tocaba como un viejo y no tuvieron

más remedio que soportarlo en los buses que cubrían la ruta Sincelejo-San Pedro. El niño se subía con el acordeón, tocaba, cantaba y después recogía dinero para llevar a su hogar.

Estando en Bogotá, en Sendas, una institución de bene-ficencia que dirigía María Eugenia Rojas, tratándose los es-tragos de un cáncer cutáneo, Don Alfredo Gutiérrez Acos-ta, su padre, conoció a un señor llamado José Rodríguez, quien los invitó a conformar el grupo “Los Pequeños valle-natos”, en el que cantaba Arnulfo Briceño y del que hacían parte Víctor Gutiérrez, Adonaí Díaz, Gustavo Amaya y los hermanos Hernández. Grabaron en Venezuela y pensaban seguir de gira, pero el padre recayó y desahuciado tuvo que regresar a Paloquemao, donde falleció, el 28 de marzo de 1958, lo que sumió al niño prodigio en una profunda tristeza, hasta tal punto que abandonó la música.

Muerto el padre, Alfredo quedó en el limbo, acompa-ñando a su madre viuda, correspondiéndole leñar y cazar codornices y conejos para alimentarse. Llega el contac-to con la paloma guarumera. Fueron seis meses de pleno contacto con el campo, con sus sabanas, con los perros cazadores de la casa. Eso lo marcó.

APARECE CALIXTO

Calixto Ochoa ya era famoso con temas como “La So-brina de mi compadre”, “La Ombligona” y otras, pero era más apetecido por los músicos porque tenía el don de cambiarle el tono a las acordeones.

Alfredo no lo pensó dos veces. Se fue a casa de Ca-lixto, en Sincelejo. Recuerda Calixto, que llegó con unos

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pantalones largos que le quedaban zancones. Ochoa ja-más olvida aquel día en que caminaba rumbo a su casa, por el barrio Majagual, cuando un niño le tocó el hombro, con mucho afán. Era un pelao ñato y gracioso, que dijo ser Alfredo Gutiérrez.

–Mire, señor Calixto, vengo para que me arregle el acor-deón.

Allí se quedó a vivir, logrando en poco tiempo ingre-sar a esa fábrica de música en que se convirtió la casa del maestro de Los sabanales, y en poco tiempo ingresar a la historia musical del país, con “Los Corraleros de Majagual”.

La historia que resta todos la saben: el más grande acor-deonista del país que venció tres veces en Valledupar, que tocó el himno de Venezuela con acordeón, que se envene-nó por amor y que grabó con violines, que vistió a la cam-pesina (música sabanera) con trajes de luces, que quiso grabar con los Gaiteros de San Jacinto y pidió a Juan Chu-chita que le echara un gritico, sigue vigente como siempre.

Pese a ser un ídolo nacional que cruza fronteras con la facilidad de quien se bebe un vaso de agua, Gutiérrez no ha dejado de ser el niño que salía con la perrada por los guardafuegos de las cercas que hacían en Paloquemao para proteger a las pajas de la candela del verano y cazaba conejos y codornices para el fogón popular.

En su casa de Barranquilla no falta un perro, mejor di-cho, una perra, porque los machos se mean en las paredes y las perras no. “El Rebelde”, si pudiera viviría en Sincelejo o Valledupar. En Sincelejo porque en esta ciudad se forjó como músico y bebió en las caudalosas aguas de las saba-nas. Aquí se asoció con músicos como Rubén Darío Salce-do o Calixto Ochoa, para hacerse grande.

No olvida de Sincelejo los simposios de compositores que se realizaban para nutrir a las casas disqueras en bus-ca de talentos, en casa de Juana Montes, en el barrio La Caracucha. En cierta ocasión hizo en su casa del barrio 20 de Julio (donde nacieron sus primeros hijos) un fes-tival vallenato de cuatro días, con Adolfo Pacheco, Toño Fernández, Alejo Durán, Lisandro Meza, Colacho Mendoza, Luis Enrique Martínez. Después siguieron a Montería, en una parranda interminable.

A pesar de ello vive en Barranquilla porque allá nacieron sus hijos con Cecilia Acosta, Chila, la mujer que lo amansó sentimentalmente para siempre y porque es la menos in-segura de todas.

Alfredo quiere tanto a Paloquemao como a Sincelejo o Valledupar y confiesa que la ida para Barranquilla, en 1972, marcó un cambio en su manera de interpretar su música. Se alejó de su estilo provinciano, romántico, para buscar uno más bailable, tipo exportación, lo que no fue entendi-do por sus seguidores, que le reclamaban volver al princi-pio. La ida para Barranquilla y la muerte de Fredy Molina, quien lo nutría tanto como Rubén Darío Salcedo, fueron dos escollos grandes a superar en su carrera.

Criado en medio de esa pobreza que lo hizo hombre desde niño, llevándolo a títulos mundiales del acordeón, es un hombre hogareño, que prefiere ver fútbol y noticieros por televisión, es una persona sumamente sentimental y humano, que llora con facilidad. Ha llorado por la muerte de sus padres, de un amigo, pero sobre todo, ha llorado cuando ha hecho un disco de valía y en la radio se lo ig-noran.

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ALFREDO GUTIERREZ EN CIFRASY SUS APORTES A LA MODERNIDAD

Dice Mario Paternina Payares, cuatro veces rey de la caja vallenata en Valledupar, que cuando Alfredo de Jesús Gu-tiérrez toca su acordeón a veces los dedos no se le ven.

Como las manos del tamborero José Lara, las de Alfredo son, en apariencia frágiles, pero certeras, sutiles y rápidas (cual alas de mariposa) al recorrer y explorar el teclado del acordeón de botones. No sólo es el más rápido, sino el que más premios ha ganado, tanto nacionales como interna-cionales.

Dicen los que saben por naturaleza, que para compro-bar que se es el mejor acordeonero del mundo no hay que irse a competir con computadoras en Alemania. Que hay que ir a Valledupar. Alfredo fue y venció tres veces, cuando el jurado fue objetivo y los directivos no habían legislado en contra de su cintura de filigranas.

Como el mismísimo Antonio Fernández, que cantaba en el centro de San Jacinto y su bullaranga se oía en todo el pueblo, venció en su tierra y fuera de ella. Dice Rafael Ra-món Camargo, el popular Rakán, que Fernández rompió con su grito de zafra la escala de Milán, siendo una de las notas más agudas registradas en ella.

En un evento como el Festival de La Leyenda Vallena-ta, de Valledupar, hecho para defender el estilo del Cesar, Magdalena y La Guajira, Gutiérrez fue (y es) el único que rompió la geografía. No lo hizo una ni dos, sino tres veces. Y la última vez que intentó romperla de nuevo, le rompie-ron a él la cintura con un reglamento. No pudo moverse ni brincar en la tarima, tuvo que mantener el acordeón ama-

rrado a su pecho. Amenazó con renunciar, como en el pri-mer festival Rey de Reyes, cuando en actitud de caballe-rosidad y a sabiendas de que la decisión parecía destinada para alguien, Alejandro Durán prefirió auto descalificarse, tras advertir que había “pelado” un pito.

–Perdón, pueblo, yo mismo me he descalificado.-o-

Gutiérrez ganó las versiones de los años 1974, 1978 y 1986. Regresó diez años después y lo derrotaron con un negrito que cerraba los ojos para tocar, apretaba los dien-tes y hacía las mismas morisquetas de un conejillo comien-do queso, sin dejar caer un solo granito: El pollito Herrera, de ancestros bolivarenses.

Alfredo ha ganado cinco veces el “Congo de Oro” en los Carnavales de Barranquilla, cinco veces el Guaicapuro de Oro en Venezuela, el trofeo más importante que entre-gan en ese país. En 1995 ganó el Califa de Oro y El Trevel de Oro, entregado a los músicos foráneos más destacados en México, donde además musicalizó la película “La Banda Borracha”, basada en el tema de Rafael “Wicho” Sánchez, compositor nacido en Valledupar, Cesar.

Sin duda, está vigente como músico sabanero desde 1960. Fue fundador de “Los Corraleros de Majagual”, como arreglista, vocalista y director. Su acordeón marca el ver-dadero estilo corralero. “El Rebelde” ha compuesto más de 500 canciones, muchas de las cuales han sido grabadas por músicos extranjeros como Héctor Lavoe, Jonhy Ven-tura, El Gran Combo de Puerto Rico, Ismael Rivera, Rubén Blades y Celia Cruz.

Al inicio de su carrera artística, el compositor sincelejano

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Rubén Darío Salcedo fue fundamental en la denominada “época de Sincelejo”, pues sus creaciones, especialmente el pasebol (mezcla de paseo y bolero) fundaron una gran época. Temas como “Fiesta en Corraleja”, “Ojos Verdes”, “Ojos Indios”, “Cabellos Largos”, “Corazón de Acero”, entre otros, que marcaron un hito en la música de las sabanas y del país.

El Ñato, como le bautizó Calixto Ochoa, tiene un gran mercado en el extranjero, con 30 trabajos grabados exclu-sivamente para ese público y 75 en Colombia. Países como México, Japón, Venezuela, incluso en Europa y Estados Unidos son amantes de sus rebeldías musicales.

Alfredo Gutiérrez indagó, propuso fórmulas nuevas, vio que el acordeón venía para sustraerle todos los sonidos que traía por dentro, por ello exploró y los unió con otros, logrando cosas en su época no soñadas, que para algunos ortodoxos fueron escandalosas. Lo que hacía lo considera-ban cosas de loco y no faltó quien lo tratara de alucinado.

Él mismo dice que en su Paloquemao halló una campe-sinita, bonita (la música), pero mal trajeada y que lo que hizo fue vestirla bien y llevarla a los mejores escenarios del país.

Hacia los años 70 fue a San Jacinto, Bolívar, en busca de Los Gaiteros trotamundos de Toño Fernández para grabar con ellos, pero éstos, maliciosos y escurridizos, habiendo recibido golpes anteriores, no se movieron. No quisieron participar en el experimento. O sea, que “El Rebelde” qui-so adelantarse 20 años a lo que hizo Carlos Vives, lo que hubiese sido superior, gracias a la calidad de los unos y de los otros. Esa unión de las mejores gaitas con el me-jor acordeón, hubiese sido en su momento una explosión

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musical sin antecedentes. Los gaiteros eran puros y se ha dicho que la introducción de metales en algunos de sus discos no se hizo con el consentimiento de ellos.

Igual buscó a Juan “Chuchita” Fernández, el de la “Pen-sión de Ocaña”, para que le echara siquiera un gritico en una grabación y no quiso. Eran tan rebeldes como el pro-pio Andrés Landero quien dejó esperando a David Sánchez Juliao para una entrevista en un estudio de grabación.

“ME PERSIGUE LA MÚSICA”

Alfredo Gutiérrez Vital, “El rebelde del acordeón”, se aprestaba a responder las primeras preguntas para la gra-bación de un programa de televisión en Corozal (Sucre), cuando el sonido de su teléfono celular interrumpió la con-versación.

El periodista se quedó con el micrófono enganchado y el libreto en la mano. El artista reaccionó y dijo: “Escúchen-la, ahí está”.

¿Qué era lo que lo ponía tan eufórico y lo había sacado de quicio? El periodista le puso el micrófono al celular y amplificó el sonido. La música se escuchaba enredada, sin una nota definida. No era lambada, reggaetón ni vallenato.

Según Alfredo, esa música rara, que la manipula alguien que jamás se identifica, tiene años de perseguirlo. Cambia de celular y logra despercudirse de ella un tiempo, pero después aparece, siempre en momentos claves.

Alfredo, de 69 años, ha dedicado 65 años de su trayecto vital a la música y jamás se ha separado de ella. No cree en brujas ni nada de esas cosas, por eso considera que algún día el bromista o la bromista se cansará y lo dejará quieto.

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Después de la sorpresa, Gutiérrez asumió la invitación con rigor. Tenía años que no aceptaba participar en una parranda para cien invitados. Era una parranda sabanera, con periodistas a bordo, quienes querían conocer algo de su era de Sincelejo, cuando llegó a esta ciudad siendo un “Carasucia”, hacia 1957, con el deseo de que Calixto Ochoa le arreglara un pequeño acordeón de dos teclados que es-taba reventado de tanto trajín. Había adquirido el instru-mento de manos de los hermanos Camargo, quienes hoy, casi medio siglo después, siguen haciendo lo mismo: ga-narse la vida tocando dulzaina en los buses.

Gutiérrez, quien jamás pudo ser metido en cintura por las cámaras de televisión, como sentarse y estar quieto en un solo lugar, aseguró que Sincelejo se lo dio todo en ma-teria musical, pues acá se encontró con una escuela que rebullía música desde la placita de Majagual para todo el mundo y que terminó en ese proceso de modernización de nuestro folclore: “Los Corraleros de Majagual”.

“El Rebelde”, a petición del libretista, recordó parte de su mejor repertorio, interpretando canciones de composi-tores como Rubén Darío Salcedo, Fredy Molina, Leandro Díaz, Gustavo Gutiérrez, Juan Severiche Vergara, Andrés Landero, Calixto Ochoa y Adolfo Pacheco, entre otros.

Acompañado por Felipe Paternina (dos veces rey sa-banero) y el virrey de la leyenda vallenata, Ever Paternina Baleta, Gutiérrez hizo un show interpretando a seis manos el porro clásico de las sabanas, “Mata de Caña”. También fue propicio el ambiente para reencontrarse con “El Turco” Assa, Yony y Pellolo Otero, como con el abogado e histo-riador Inis Amador Paternina.

Temas como “Papel Quemao”, “La Loma”, “El Corregi-

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do”, “Amor de Adolescente” y “Corazón de Acero”, salieron como en las grabaciones: de un acordeón que se mantiene intacto medio siglo después.

DE LA NUEVA OLA

En su charla, alternada con canciones clásicas como el pasaje “La Paloma Guarumera” y el porro “Majagual”, Alfredo Gutiérrez advirtió que lo que se denomina ahora como “La Nueva Ola”, puede ser un movimiento pasajero, porque habrá que esperar si logra mantenerse 15 años, que es el tiempo mínimo para que una canción o una era se convierta en clásica. “¿Que habrá pasado con ‘Vivo en el Limbo’ en 30 años, se mantendrá como ‘Mata de Caña’, ‘La Brasilera’ o ‘La Paloma Guarumera’?”, indaga. Habrá que esperar.

Según los asistentes, la nueva ola va y viene, como las olas del mar, siempre con nuevos y pasajeros vientos, unos más persistentes que otros, pero al fin y al cabo, es el tiem-po el que se encarga de colocar a cada cual en su puesto.

Alfredo Gutiérrez, después de su mejor época (la de Sincelejo), donde fue cofundador de la selección Colombia de la cumbia (“Los Corraleros de Majagual” y “Los Capora-les del Magdalena”) hallando en este ambiente una gama de amigos, de compadres y de comadres alegres, como Juana Montes, que contribuyeron en el cimiento de su me-jor obra, se mudó a Barranquilla en 1972. Allí comenzó otra época para la música sabanera.

El ‘boom’ vallenato se venía abriendo paso. Aniceto Molina se va al exterior. Lisandro Meza, el rey sin coro-na, hace lo propio. Calixto Ochoa se quedó quieto, atan-

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do sus manos y sembrando sus pies en Sincelejo, pero no su musa. Aquella selección Colombia se desperdigó por todo el mundo. Lucho Campillo y César Castro se fueron al extranjero. Otros, como Chico Cervantes se refugiaron en los evangelios. Muchos otros fueron muriendo, pero el movimiento corralero viajaba con ellos a todas partes. Los cargaban como ese patio Caribe en el que se estrenan los sentidos y el hombre se levanta ante el mundo.

“Yo me fui a Barranquilla buscando nuevos horizontes, era la capital de la Costa y tenía que hacerlo. La ciudad que me gusta para vivir es Sincelejo y también Valledupar, pero Barranquilla era y es la ciudad de los contactos”, precisó.

La época de Sincelejo quedó bien marcada. Y es qui-zás, la que más le gusta a su clientela vieja. El Rebelde, en aras de conservar su nombre, hizo una serie de cosas que llegaron a molestar a sus fanáticos. Hizo de todo. Le pusieron las tapas coloradas en Venezuela, tras interpretar en su acordeón el himno del bravo guerrero, que más bien parece un porro. Se unió con violines y mariachis, grabó con otros artistas e hizo lo que le dio la gana.

Gutiérrez ha compuesto más de 500 canciones, entre ellas “La Paloma Guarumera”, su primera canción, escrita el 12 de octubre de 1960, al despertar de su primera borra-chera, cuando andaba con Ciriaco, un chofer de plaza, por los lados de San Andrés de Sotavento, zona zenú, donde la gente come babilla. Ha grabado más de 100 LPs, entre ellos 35 exclusivos para el exterior.

Ganó dos veces el campeonato mundial de acordeón en Alemania. Aquella vez compitió con unos 50 grupos de todo el mundo. La regla era que cada acordeonero se hiciera acompañar con músicos de otro país. El sorteo lo

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puso con músicos africanos, lo que fue vital para su triunfo, por la facilidad interpretativa de los negros en asuntos de cumbia, que –según Gutiérrez– es un ritmo procedente de ese continente. Sin embargo, eso aún se discute.

En el reencuentro de Alfredo Gutiérrez con su sabana y un grupo de personas provenientes de Sincé (donde El Rebelde se casó por primera vez), le trajeron una colec-ción de más de cien LPs.

Fernando Andrés García Atencia y Pacho Jaraba re-cordaron que Alfredo fue, en sus inicios, empresario de ca-seta en ese Municipio. Ya habían sacado al mercado el LP “El Tanganazo” con Los Corraleros de Majagual. Así le pu-sieron a la KZ: “El Tanganazo”. Al naciente rey le tocó, pico, pala y picón, abrir los huecos para colocar los maderos y laminar la zona.

La preocupación que asaltó a algunos asistentes es que Gutiérrez no tiene reemplazo a la vista. Como no lo ha tenido ni Alejo Durán ni Andrés Landero. El rebelde confe-só que, como su bisabuelo materno, aspira a vivir 124 años.

“Mi muerte se producirá el día que el público me retire su afecto y ya no pueda tocar el acordeón”, expresó. El reencuentro de Gutiérrez con sus sabanas, parece el inicio de nuevas relaciones de la música sabanera y su dirigen-cia con el movimiento corralero, desperdigado por todo el mundo.

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EL GRAN ACORDEONERODEL CARIBE COLOmBIANO

Por Fausto Pérez Villarreal

La idea de materializar el presente texto tuvo su origen en los albores del Festival Vallenato de 1997 –hace ya 15 años– luego de que Consuelo Araújonoguera, a la

sazón presidenta de la Fundación que organiza el magno evento de acordeón, cajas y guacharacas de Valledupar, me concediera una entrevista que más tarde publiqué en Tiempo Caribe, cuadernillo diario que circulaba en la Costa con el influyente rotativo capitalino El Tiempo.

La malograda y nunca olvidada ‘Cacica’ me confesó en aquella oportunidad que era admiradora de Alfredo Gu-tiérrez en la ejecución del acordeón, y reconoció el aporte que éste le había brindado a nuestro folclor al llevarlo más allá de nuestras fronteras mucho antes del advenimiento de Carlos Vives y sus muchachos de La Provincia.

“Alfredo es un pionero y eso todos debemos reconocer-lo”, me dijo ‘La Cacica’ con tono altivo y seguro, como era característico en ella. Recordó las presentaciones triunfa-les de Alfredo en la Plaza de Toros de Monterrey, estado

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de Nuevo León, en México; en el prestigioso Madison Squa-re Garden de Nueva York, y en Colonia y Berlín, ciudades de Alemania en las que fue proclamado campeón mundial de acordeón en dos años consecutivos (Colonia, en 1991 y Berlín, en 1992).

“Es un monstruo, qué duda cabe. Y aunque no es mi amigo ni nunca lo será, debo otorgarle sus méritos”, esbo-zó Consuelo, quien estaba muy bien enterada de las corre-rías de Alfredo en el ámbito de la música.

‘La Cacica’ me confesó aquella tarde, en la sede de la Fundación de la Leyenda Vallenata, debajo de la tarima Francisco El Hombre, en la plaza Alfonso López, que “La cañaguatera” era la canción de Alfredo que más le gusta-ba. “De las canciones interpretadas por Alfredo, “La caña-guatera” es de mi predilección”, afirmó Consuelo.

Sin embargo, no todo fue elogios para Gutiérrez por par-te de ‘La Cacica’. Y eso era de esperarse dado el irreconci-liable antagonismo conceptual existente entre los dos, que era de conocimiento público por parte de los gustosos de la farándula y de muchos que no lo son.

“Consciente o no, Alfredo le ha hecho daño a nuestro folclor”, afirmó ‘La Cacica’, con voz enérgica, el ceño frun-cido y el puño derecho cerrado, como también era carac-terístico en ella cada vez que pretendía imponer su crite-rio. Hizo una breve pausa para luego contraatacar con la determinación propia de los boxeadores que salen de sus esquinas a resolver el ardoroso combate por la vía del no-caut.

“Lo que él toca no es Vallenato. Es música corralera… música sabanera. Eso no es vallenato. Eso atenta contra nuestro folclor”.

Un concepto muy parecido al de Consuelo Araujono-guera escribió el prestigioso periodista bogotano Daniel Samper Pizano en el libro ‘Cien Años de Vallenato’, publi-cado en coautoría con su esposa Pilar Tafur, por MTM.

En la arbitraria selección de lo que a su juicio son las grandes piezas y los grandes ejecutores del reino de Fran-cisco El Hombre, Samper Pizano omitió el nombre de Al-fredo Gutiérrez. Y las pocas veces que hizo referencia a él fue para ‘darle tubo’, señalándolo como deformador de los cuatro aires básicos del vallenato.

Como ‘La Cacica’ y Samper, pululan muchas personas diseminadas a lo largo y ancho de nuestra geografía na-cional que no ven con buenos ojos la propuesta de Alfredo Gutiérrez, a quien, incluso, han llegado a señalar de depre-dador del vallenato, desconociendo su papel innovador en la música de acordeón de este país de múltiples manifes-taciones folclóricas.

Virtuoso y revolucionario, a Alfredo se le califica de de-formador del vallenato no sólo por haber introducido el bajo electrónico, los coros independientes del solista, la coreografía y el uniforme a los integrantes de su conjunto, sino por haber presentado una propuesta musical diferen-te al paseo, el son, el merengue y la puya.

Los ortodoxos vallenateros, vallenatómanos o vallenató-logos –en realidad no sé cuál es la expresión correcta– tie-nen la creencia errónea de que todo acordeonero “debe” imperiosamente limitarse a ejecutar los cuatros aires esta-blecidos en el vallenato. Para esos ortodoxos, el acordeo-nero atropella el folclor si interpreta un género distinto y si otros instrumentos como baterías y güiro, reemplazan la caja y guacharaca, y si además se incorporan otros instru-

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mentos. “Eso no es vallenato. Eso es música corralera”, se ha escuchado en forma despectiva.

-o- Lo que Alfredo hizo fue abrir nuevos horizontes, pro-

yectar su música de acordeón que es muy distinto a decir música vallenata, porque él, antes que nada, es músico.

Y no hay que olvidar que mucho antes de que nos rega-lara su serie de “Romances vallenatos” en Codiscos, desde 1968, había incursionado en la ‘onda corralera’, con pasajes, cumbias, guarachas y otros ritmos en su paso inicial por Ondina, Discos Vergara y Fuentes, a finales de los 50 y comienzos de los 60. Recordemos “Sin criterio”, “El jilgueri-to”, “Ana Felicia”, “Amor viejo”, “Festival en Guararé”, entre otros temas de ese corte.

Pero, por qué Alfredo se apartó de la línea vallenata. Ello obedeció, decididamente, al surgimiento y al apogeo, a me-diados de la década de los 70, del tipo de acuerdo pay for play (pagar por poner), práctica conocida por ‘payola’, en la que el cantante tenía –y aún tiene– que pagar para que sus canciones sonaran en las emisoras. Y Alfredo, como no contaba con un mecenas que lo apoyara –como la mayo-ría de las agrupaciones de la época– debió poner pies en polvorosa para no morirse de hambre. Fue así como le dio un vuelco radical a su estilo, produciendo canciones ins-piradas en el mercado del interior del país y en el exterior, pues al no tener los recursos para ‘casar’ en algunas de las estaciones radiales de mayor audiencia de la Costa Caribe –¡su tierra!–, su música no tenía cabida.

Recordemos que al despuntar la década de los 70 Alfre-

do era el intérprete de música de acordeón en Colombia que mandaba la parada. Cada vez que salía al mercado un disco suyo, los locutores de los programas radiales salían a las discotiendas a comprarlo para ponerlo a sonar en sus emisoras hasta convertirlos en éxitos inmediatos.

De ello dieron fe, en su momento, los inolvidables comu-nicadores Rafael Xiques Montes y Cecil Alfonso Pardo, hoy día habitantes del otro mundo. Pero la vida cambió. Para sonar había que pagar. Entonces, el reinado del ‘Rebelde del acordeón’ se desvaneció... Una nueva era en la historia de la música y de la radiodifusión había comenzado.

En todos los casos, Alfredo ha fluctuado en los dos ex-tremos de la balanza de la crítica. En torno a él pareciera no existir término medio. Muchos lo admiran hasta los con-fines de la idolatría y otros no sólo no son gustosos de su estilo, sino que ni siquiera lo toleran.

No obstante, hay conceptos desprendidos de acalora-dos sentimientos como el del ‘Ciego Maravilloso’ Leandro Díaz, tan admirado por nuestro Nobel Gabriel García Már-quez. Dice Leandro, en medio de su clarividencia espiritual: “Alfredo Gutiérrez es un fenómeno musical. “Matilde Lina”, mi canto supremo, fue insuperable en su voz.

Prosigamos con las opiniones del Maestro Leandro Díaz… Dijo así: “Nadie cantó ‘Matilde Lina’ mejor que Al-fredo, en cambio, no me gustó, ni un ápice, la versión que grabó de mi paseo ‘La diosa coronada’, pero ello en nada le resta grandeza a su talento. Él es un hombre de habi-lidades y destrezas únicas. Difícilmente en este país hay otro como él. El acordeón es pequeño para sus manos”, aseveró.

Ciertamente, entre gustos no hay disgustos… La músi-

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ca de acordeón ha dado juglares que tuvieron su momen-to de fulgor a lo largo de la historia. Verbigracia: Pacho Rada, Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez, Emiliano Zuleta, Lorenzo Morales, Alejandro Durán, Aníbal Velás-quez, Juancho Polo Valencia, Andrés Landero, Julio De la Ossa, Colacho Mendoza, Lisandro Meza, Israel Romero, Juancho Rois, sin mencionar a los que, por limitaciones de sus épocas, no pudieron acceder a las casas fonográficas, como José León Carrillo, primer colombiano en ejecutar el acordeón; Francisco ‘Chico’ Bolaños y Juan Muñoz, en-tre otros.

Entre aquellas figuras de antaño y de ahora, Alfredo Gu-tiérrez compendia los aspectos artísticos y técnicos que caracterizan al músico completo: compone, arregla, toca, canta y es dueño de una diversidad de estilos.

El investigador Julio Oñate Martínez escribió que el ju-glar de Paloquemao se atrevió a poner la mano en el tecla-do del acordeón, donde nadie jamás había osado hacerlo.

“Los dedos de Alfredo Gutiérrez –escribió Oñate Martí-nez–, súbitamente, como si hubiesen adquirido vida inde-pendiente, se rebelaron en una actitud desafiante contra las normas ortodoxas existentes hasta ese momento, y ar-maron una verdadera revolución en el teclado del instru-mento de fuelle”.

-o-

Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital es un artista indefecti-ble en la selecta lista de las figuras más notables de nues-tro folclor. Allí, donde se encuentran José Barros y Rafael Campo Miranda; Rafael Escalona y Leandro Díaz; Pacho

Galán y Lucho Bermúdez; Nelson Pinedo y Joe Arroyo; Alejandro Durán y ‘Colacho’ Mendoza, por citar solo diez nombres, debe estar, también, el nombre de Alfredo Gu-tiérrez.

Nacido el 17 de abril de 1943 en Sabanas de Beltrán, an-tiguo corregimiento de Corozal, en el otrora Bolívar Gran-de, hoy jurisdicción de Los Palmitos, en el departamento de Sucre, Alfredo Gutiérrez Vital es un acordeonero que vocaliza canciones, de su autoría y de otros compositores, con una cadencia jugosa y gozosa que no le da tregua al bailador.

Entre sus logros más relevantes y conocidos se agrega una nominación al Grammy Latino, en 2007, por su proyec-to musical ‘El más grande con los grandes’, donde acom-pañó con su acordeón a legendarias figuras de nuestro fol-clor como Poncho Zuleta, Jorge Oñate, Aníbal Velásquez, Juan Piña, Iván Villazón y Otto Serge.

Desde 1960, y en distintos ritmos, Alfredo nos ha alegra-do el alma con más de un centenar de bellísimas y jacaran-dosas canciones, bien sea acompañado por “Los Corrale-ros de Majagual” en Discos Fuentes, por sus Estrellas, en Sonolux; por “Los Caporales del Magdalena”, en Codiscos, o por su conjunto, en el mismo Codiscos, en FM, en Sono-lux, Fuentes, MTM y la extinta CBS.

Los solos nombres de las canciones interpretadas por él invitan al taconeo: “Majagual”, “El jilguerito”, “Ana Felicia”, “La paloma guarumera”, “El pavito”, “El caballo palomo”, “Festival en Guararé”, “Sombrerito panameño”, “El palito de malambo”, “La banda borracha”, “Catalina”, “Cabellos largos”, “Cabellos cortos”, “La cañaguatera”, “Ojos indios”, “Me dejaste solo”, “Los novios”, “Ojos verdes”, “Matilde

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Lina”, “El Troyano”, “El ramillete”, “Anhelos”, “La muerte de Abel Antonio”, “Fiesta en corraleja”, “La fiesta de los pája-ros”, “Dos mujeres”, “La camisa rayá”, y un largo y sonoro etcétera.

Hay un pasaje importante en la historia de la música po-pular de Colombia que muchos desconocen. Es el hecho de que Alfredo Gutiérrez, durante su permanencia en Los Corraleros de Majagual, desde 1961 a 1965, se constituyó, con las notas de su acordeón, en el sello característico de esa colectividad artística.

Es de conocimiento general que Los Corraleros tuvieron en su nómina, en su primer lustro de fundación, acordeo-neros y cantantes de gran relevancia que se convertirían en íconos de nuestro folclor como Calixto Ochoa, César Cas-tro, Eliseo Herrera, Lucho Argaín, Chico Cervantes, Nacho Paredes y Bobby Garzón. Pero mientras Alfredo estuvo en esa banda, el encargado de tocar el acordeón fue él, inclu-so en las canciones de Calixto Ochoa. Guardando las pro-porciones, con su acordeón, Alfredo Gutiérrez sería para los Corraleros de Majagual lo que el piano de Lino Frías representó para la Sonora Matancera.

Y cómo se puede describir al ‘Ñato’. Hagamos el in-tento. Es un hombre inquieto, obsesivo, temperamental, polémico, relajado en su forma de hablar, con algunos chistes ‘pesados’. Pero por encima de todo es un hombre espontáneo, franco, noble. No esconde su emotividad ni sus opiniones.

En el escenario es un derroche de espectáculo y ener-gía. Aplica toda la pericia y sabiduría de sus cinco décadas de vuelo musical. Baila, salta, corre, gesticula y grita con la vitalidad de un joven de 20 años. En otras palabras, es un

genuino ‘Showman’, tremendista, como lo califica Lisandro Meza. Eso sí, no pide histeria ni mendiga aplausos como la gran mayoría de las agrupaciones musicales de la actuali-dad. El artista verdadero no implora aplausos. Se los gana de manera espontánea con su talento y su sabor. O si no que lo diga Bobby Cruz, que en cuestión de baile, un poste se mueve más que él. Pero la alegría que desparrama es inenarrable.

El conjunto de Alfredo Gutiérrez es el único, en materia de acordeón, que no emplea los servicios de un maestro de ceremonia. Por esa razón su repertorio no lleva un orden, y como él lo dice jocosamente, sus canciones van una detrás de otra, sin intervalos, como ‘huevos de iguana’. Ante esa circunstancia, sus músicos están siempre preparados para responder al resonar del acordeón.

El cierre de su show no es menos rimbombante: es le-vantado en hombros por sus músicos para tocar el acor-deón apoyado en los pies. Su gran faena la culmina con un prolongado sonido gutural, mientras mueve su cabeza con gran rapidez, de derecha a izquierda y de izquierda a dere-cha sin mover el torso. Para algunos es un cierre gracioso, para otros es desatinado, pero lo cierto es que ya forma parte de su esencia, de su sello.

Indiscutido maestro del rizado instrumento de origen germano, Alfredo Gutiérrez Vital ha deleitado a varias generaciones gracias a la multiplicidad de tonos y a la precisión de los ritmos que produce con su veloz digi-tación.

A esto se suma su tesitura y la diversidad de estilos que posee y nos impulsa a afirmar que es un músico capaz de imitar el sonido del río para anidarlo en los corazones.

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CINCO MOMENTOS CUMBRES

Las tres coronas obtenidas en el Festival de la Leyenda Vallenata, los dos títulos consecutivos obtenidos en cam-peonatos mundiales de acordeón en Alemania, el impacto generado como revolucionario de la música, su nomina-ción al Grammy Latino en 2007 y más de un centenar de bellísimas y alegres canciones suyas y de diferentes auto-res grabadas a lo largo de más de medio siglo de trayecto-ria artística, son suficientes argumentos para que Alfredo Gutiérrez Vital reciba de su terruño, Colombia, la verdadera valoración que merece.

Los elogios y distinciones recibidos en varios países de América y Europa –Venezuela, Ecuador, Paraguay, México, Bélgica, Francia, España y Alemania– no deberían pasar in-advertidos en este país acostumbrado a rendirles homena-jes a sus héroes solo cuando éstos ya dejan de pertenecer al mundo de los que respiran.

La música de acordeón ha tenido decenas de juglares que han brillado con luz propia a lo largo de la historia. Y entre tantas figuras legendarias –de antes y de ahora; re-tiradas o activas; fallecidas o vivientes–, Alfredo Gutiérrez compendia los aspectos artísticos y técnicos que caracte-rizan al músico completo: compone, arregla, toca, canta, es líder de su grupo y es dueño de una diversidad de estilos.

La multiplicidad de tonos y la precisión de los ritmos que produce con su veloz digitación lo convierten en un maestro del acordeón, reconocido tanto por los que lo ido-latran como por quienes no lo soportan.

“Es un loro con los dedos”, lo definió ‘El Negro Grande’ Alejandro Durán. “Qué músico tan extraordinario. Me deja

con la boca abierta. Sin exagerar, lo que él hace con el acordeón lo comparo con lo hecho por Arsenio Rodríguez con el tres; Chano Pozo con el tambor; Peruchín con el piano y Enrique Jorrín con el violín. Me quito el sombrero ante Alfredo Gutiérrez”, expresó la veterana cantante cu-bana Celina González, luego de una parranda privada en Barranquilla.

De la vasta y fructífera carrera musical de Alfredo Gu-tiérrez quiero destacar cinco momentos cumbres que ve-remos a continuación:

1. REY VALLENATO POR PRIMERA VEZ

A la séptima edición del Festival de la Leyenda Vallena-ta, en 1974, Alfredo Gutiérrez se presento con el propósito competir por segunda vez. Llegó con el estado de ánimo renovado y la misma alegría de aquel 1969, en su primera actuación, cuando decidió retirarse en plena actuación.

Había estado ausente en las últimas cuatro citas del magno evento de acordeones, pero su expectación no ha-bía decrecido. Ambicionaba incluir su nombre en la selecta lista de los monarcas. Lista que encabezaba Alejo Durán y seguían, en orden cronológico, Colacho Mendoza, Calixto Ochoa, Alberto Pacheco, Miguel López y Luis Enrique Mar-tínez.

Alfredo no ocultó sus aspiraciones de alzarse con la co-rona número siete del Festival. Tampoco asumió un com-portamiento que pudiera hacer pensar que en su interior existía resentimiento por las presiones que, según él, ejer-ció Consuelo Araújonoguera, ‘La Cacica’, en 1969, y que lo obligaron a renunciar en plena actuación.

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Años más tarde, ‘La Cacica’ diría que ella jamás había perseguido a Gutiérrez ni mucho menos había presionado para que saliera derrotado en el Festival Vallenato.

Valledupar abrió sus puertas para darles la bienvenida a los participantes del concurso, en ese 1974. La ciudad era una inmensa boca que esbozaba una ancha sonrisa de prosperidad y confraternidad. Sus pobladores saludaron el arribo de muchas personas provenientes de diversos sitios de Colombia que acudieron movidos por el convite folcló-rico.

La Oficina de Turismo del Cesar (todavía no existía la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata) designó a Da-río Pavajeau Molina como organizador del certamen. La secretaría estuvo a cargo de Cecilia ‘La Polla’ Monsalvo Ri-veira. Desde que llegaron los acordeonistas fue como si el trabajo, el estudio y la cotidianidad se hubieran desva-necido en Valledupar. No había en las esquinas ni en los estaderos ni en las casas otra materia de conversación que no fuera el Festival. Las tertulias giraban en torno a los pro-tagonistas. El pueblo respiraba vallenato por doquier.

Por segunda vez en la historia, el concurso se había apla-zado. No se realizó en los días finales de abril, como era tradición, sino del 16 al 19 de mayo. Esto aconteció como consecuencia de los desórdenes que surgieron tras los es-crutinios de las elecciones presidenciales, en las que, final-mente, saldría ganador el liberal Alfonso López Michelsen sobre el conservador Álvaro Gómez Hurtado.

La primera ocasión en que fue aplazado el Festival de la Leyenda Vallenata ocurrió por razones similares. Fue en 1970. La jornada electoral del 19 de abril de ese año, que había desatado disturbios de orden público por el polémi-

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EALco triunfo del conservador Misael Pastrana Borrero ante

el general Gustavo Rojas Pinilla, hizo prorrogar por más de un mes el evento, que pudo efectuarse a mediados de junio.

Para afrontar la justa del 74, Alfredo se preparó con ahínco y rigor en el corazón del Cesar; consultó a los cono-cedores de la puya, el son, el paseo y el merengue, y prac-ticó durante varias semanas hasta alcanzar el camino que lo condujo a un nivel de excelsitud y de dominio íntegro de los ritmos que configuran el vallenato. Fue en el municipio de La Paz, ese pedazo de tierra, cuna de su extinto padre, donde decidió qué músicos lo iban a secundar en el desa-fío cumbre. Serían Virgilio Barrera –quien ya había tenido un inicio brillante con “Los Corraleros de Majagual” en la primera mitad de los años sesenta– y Pablo López, cajero del aclamado grupo Los Hermanos López.

Pablo tenía experiencia en ese tipo de competencias. Había acompañado, en 1972, a su hermano Miguel, cuando éste se proclamó Rey Vallenato, derrotando en la final a Andrés Landero y a Julio De la Ossa.

Alfredo era un serio favorito para adjudicarse el codi-ciado cetro. Su talento y su depurada técnica en el manejo del acordeón se hicieron evidentes en su desenvolvimien-to en las eliminatorias. No tuvo inconveniente alguno para clasificar a la gran final, aunque un reducido sector del pú-blico, incitado por sus detractores, se dedicó a abuchear sus presentaciones. El argumento principal de estos era que Alfredo no interpretaba el verdadero vallenato.

En la jornada de clausura, en la plaza de la ciudad, la resistencia de los opositores se acentuó. Lanzaron a la ta-rima objetos de diferentes especies, y recibieron con in-

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sultos el anuncio de la actuación el artista. El cajero Pablo López y el guacharaquero Virgilio Barrera se turbaron ante el aluvión, y le dijeron a su líder que, en esas circunstancias, ellos no ingresarían a la escena.

Se hizo el segundo llamado y Alfredo no aparecía. En la tarima seguían cayendo piedras, latas y botellas. El acor-deonista les imploró a sus compañeros que lo secundaran, que nada malo, ¡con el favor de Dios!, les sucedería. Pero López y Barrera no se decidían. Alfredo, entre tanto, corría el riesgo de ser descalificado por no responder a la convo-catoria.

Al tercer y definitivo llamado del anunciador oficial, el hombre se presentó solo ante el airado público que había sido movilizado unos metros atrás por la fuerza militar. Sin ningún preámbulo abrió su accionar con el paseo ‘La loma’, de Samuel Martínez: Samuelito, no sabe en qué forma/ ha encontrado a su hermano querido/ que se venga pa ´ca pa ´La Loma/ que con el/ mismo placer lo recibo (Bis).

La digitación de sus notas fue limpia, armoniosa. Con los pitos y bajos desgranó de manera admirable el paseo, ese ritmo de conformación alegre y dejos románticos. Mientras cantaba, los guijarros y envases de lata, de vidrio y plásti-co, pasaban cerca de él. Pero el hombre se mantenía firme, resuelto y con la fe de que su integridad física no sería lesionada.

La muestra de valentía, unida a su calidad profesional, provocaron que la actitud beligerante se transformara en aplausos, al tanto que un coro de mil voces, al fondo de la plaza, gritaba cada vez más fuerte su nombre: ¡Alfredo, Alfredo, Alfredo, Alfredo!

En medio de las exclamaciones a viva voz, cuando la

interpretación iba apenas por la mitad, aparecieron impul-sados por la emoción el guacharaquero y el cajero para redondear la faena inolvidable del Rebelde del Acordeón.

Lo que vino a continuación fue un trabajo de carpintería por parte de Alfredo. Rescató y acomodó a su estilo un viejo son titulado “La muchachita”, que le había fascinado por sus compases en su época de niño, en Paloquemao. El son fue escrito y grabado por Alejandro Durán, en 1953, en Discos Curro de Cartagena. Lo anecdótico de todo era que el ‘Rey negro’ no recordaba haber publicado ese tema. Al-fredo prácticamente lo ‘desempolvo’ y lo impuso de nue-vo, cosa que explotó el cantante Jorge Oñate, quien al año siguiente lo grabó, en ritmo de paseo, con Los Hermanos López, adelantándosele, de esa manera, a Gutiérrez, pues éste tenía la misma intención.

¡Oye! Yo tengo una muchachita, es una muchacha bella (Bis)/ Pero a mí me mortifica, que no puedo hablar con ella (Bis)/ ¡Ay hombe!

En la finalísima, Alfredo se anotó importantes puntos con el son, por el mantenimiento del ‘tempo lento’. Diría más tarde que ese fue el aire más complicado en la ejecu-ción, puesto que sus notas son más alargadas y definidas.

En el merengue, ese ritmo intermedio del vallenato que es un poco más rápido que el paseo y un poco más lento que la puya, Alfredo impuso su compás más largo. ‘Com-padre Tomas’, de Rafael Escalona, lo consagró como el merenguero ideal del Festival del 74.

Ahora vivo en Urumita/ en la casa e’ Pedro Nel/ Llegó el compadre Tomás/ y pregunta por Escalona/ Yo lo busco porque quiero hablar con él/ pa’ ponerle las quejas e’ mi señora (Bis).

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En la puya, la maniobra de Alfredo fue la más llamativa de todo el Festival. Inició la era de las puyas rápidas, al imprimirle una velocidad mayor a la acostumbrada por los concursantes de la época. Presentó un número de su pro-pia autoría que estaba incluido en su último trabajo musi-cal: ‘Puya rebelde’.

Los detractores de Alfredo quedaron sin argumentos. Esa noche nadie lograría impedir su llegada a la cumbre del Festival. La demostración del sabanero había redefini-do el vallenato en música y estilo. Ganó ventaja sobre sus adversarios más cercanos: Náfer Durán y Julio De la Ossa, y sólo restaba que se oficializara su inobjetable triunfo como Rey Vallenato del 74. El veredicto no demoró en ser entregado por los cinco integrantes del jurado calificador: el Rey Alberto Pacheco y sus colegas cantautores Pedro García Díaz, Hugues Martínez, Armando Zabaleta y Camilo Namen Rapalino.

Escenas de júbilo, en medio del ondear de pañuelos y sombreros lanzados al aire, se observaron a lo largo de la plaza cuando se hubo leído el acta de los jurados: tercer puesto, Julio De la Ossa; segundo puesto, Náfer Durán; Rey Vallenato 1974, Alfredo Gutiérrez…

El nuevo soberano bajó del templete en hombros de sus innumerables seguidores que proclamaban a todo pulmón su victoria. Había alcanzado la más alta cúspide de la mú-sica vallenata.

2. LA SEGUNDA CORONA

Con el firme propósito de ganar, Alfredo Gutiérrez se

presentó a la undécima edición del Festival Vallenato, en 1978. La organización del evento estaba a cargo del com-positor Gustavo Gutiérrez Cabello. Por primera vez, Alfre-do utilizó los servicios de un jefe de prensa. La tarea re-cayó en el malogrado y siempre recordado Carlos Castillo Monterrosa, quien por ese entonces era corresponsal en Barranquilla del diario capitalino El Espectador, y estaba vinculado a Emisora Atlántico de la Organización Radial Olímpica.

De nuevo se recrudecieron las disputas verbales entre el músico sabanero y Consuelo Araújonoguera, y con ellas crecieron las especulaciones. Se rumoreó, por ejemplo, que ‘La Cacica’ había sido designada como jurado en la final, por lo que Alfredo amenazó con retirarse de la justa minutos antes de comenzar la jornada crucial, aduciendo falta de garantías, puesto que ‘La Cacica’ era su enemiga musical.

Comentarios iban, comentarios venían, pero finalmente nada alteró el curso del certamen. Alfredo se presentó a competir con su eterno cajero Carmelo Barraza, ‘La Cáte-dra’, y el guacharaquero Adalberto Mejía, ‘La Penca’.

Contrario a la primera vez, el pueblo asumió un com-portamiento benévolo para con Alfredo, y desde el pri-mer día lo apoyó en forma decidida y entusiasta. En las eliminatorias cabalgó sin mayor esfuerzo por encima de sus oponentes. Y en la finalísima exhibió agilidad, dinamis-mo, poder asombroso en la digitación y, sobre todo, una confianza que no lo dejó de acompañar hasta el instante consagratorio.

En el paseo cantó un tema del compositor Juan Muñoz titulado ‘La estrella’, que había publicado cuatro años atrás

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Pobrecito Juan Muñoz (Bis)/ Juan Muñoz es el pobre-cito/ cómo me compongo yo/ en las manos de Amparito (Bis).

‘La niña Guillo’, de Alejandro Durán, fue el son que pre-sentó en la final (lo que guayabo me da (Bis)/ se lo digo a mis amigos/ Ya me llevan acostá/ a casa e la niña Guillo), en tanto que en merengue canto ‘Rosita’, de Luis Enrique Martínez (Hace tiempo que no veo/ que me ausentó de tu vista/ serán los mismos deseos/ que tengo de ver a Rosi-ta).

En la puya, Alfredo interpretó una de las canciones que habría de constituirse en una de las más valiosas y solicita-das piezas del folclor colombiano de siempre: ‘La fiesta de los pájaros´, de Sergio Moya Molina.

Ayer estuve en el campo (Bis)/ cuando era muy tem-pranito/ me puse a escuchar el canto, de tres lindos paja-ritos (Bis)/ primero escuché un turpial (Bis)/ silbando con emoción/ como queriendo imitar/ las notas de mi acor-deón (Bis)/ también un cucarachero (Bis)/ formó la gran alharaca/ con su canto bullanguero/ igual que la guacha-raca (Bis)/ un pájaro carpintero (Bis)/ repicaba con furor/ golpeando un madero/ como si fuera un tambor (Bis).

En la intervención, Alfredo aplicó toda su experiencia en la ejecución del acordeón. La gente aglomerada en la plaza festejaba y aplaudía al ídolo. Pese a su visible superioridad, los cinco jueces le ordenaron repetir la puya lo mismo que a Beto Villa, su más cercano contendiente. Se comentó en los corrillos, rato después, que Pedro García Díaz, Santan-der Díaz, Pablo López, Jaime Gutiérrez De Piñeres y Ro-dolfo Cabas, los integrantes del jurado, ordenaron volver

a interpretar la puya solo con la finalidad de deleitarse de nuevo con la faena de Alfredo, puesto que en ese ritmo había lucido superior.

Y como buen caballero, Alfredo repitió con creces. No defraudó a sus parciales. ¡Se sobro! Demostró tener condi-ciones prodigiosas para interpretar la puya. Beto Villa de-bió conformarse con el segundo lugar, y Lisandro Meza, con el tercero. No hubo barrera que frenara la fuerza ava-salladora y su veloz carreara hacia el podio, donde estaba esperándolo su segunda corona. Por primera vez en la his-toria del Festival de la Leyenda Vallenata un acordeonista era coronado Bi Rey.

3. REY POR TERCERA VEZ: ¡RÉCORD!

Ocho años después de su segunda victoria, Alfredo Gu-tiérrez inscribió su nombre para concursar en el Decimo-noveno Festival de la Leyenda Vallenata. Estaba ‘pisando’ sus 43 abriles. En mayo de ese 1986, los ciudadanos de Colombia elegirían al hombre que reemplazaría a Belisa-rio Betancur Cuartas en el cargo más importante del país. De modo que no hubo necesidad de aplazar el concurso supremo del acordeón, la caja y la guacharaca. La fiesta estaba reservada para los dos últimos días de abril.

Todos conocían la irrevocable vocación de Alfredo y su delirio por convertirse en rey Vallenato por tercera vez. Quería estampillar, para siempre, su nombre y apellido como el primer músico en realizar esa hazaña. No ocultó sus deseos de volver a Valledupar a competir. Y a ganar, desde luego. Al fin y al cabo sus condiciones físicas y la destreza como intérprete del acordeón indicaban que reu-

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nía todas las condiciones para cumplir el sueño dorado. En su corazón prevalecía la certeza de una corona inminente.

Grandes expectativas se originaron cuando se registró ante el representante de la Fundación de la Leyenda Valle-nata, Gustavo Gutiérrez Cabello. Los acompañantes serían su hijo Alfredo Enrique, en la guacharaca, y Aníbal Alfaro, en la caja.

Alfredo escogió el hotel Vajamar, ubicado cerca de la plaza Alfonso López, como el sitio de su concentración, aunque también practicaba en el amplio patio de la casa de su compadre Roberto ‘Turco’ Pavajeau. La casona –eso es en verdad–está ubicada a unos cuantos metros de la tarima ‘Francisco El Hombre’.

En uno de los ensayos de Alfredo, ante un considerable número de curiosos que se deleitaban con los ejercicios, el anfitrión comento: “Alfredo será trirrey porque agrupa to-das las cualidades que deben tener los verdaderos Reyes. Él le transmite a la gente lo que toca y canta. Él no ha sido un Rey como muchos, que pasaron sin pena ni gloria y ya el pueblo ni siquiera los recuerda. Alfredo es diferente. Es clase aparte. Ganará sin atenuantes porque es el mejor. Se acordarán de mí”.

Las eliminatorias transcurrieron normales, sin ningún tipo de sorpresas. Alfredo se ciñó a los cánones tradicio-nales del Festival Vallenato. Dio cadencia y se conectó, a través de su musa, con el pueblo, que lo observó fascina-do, casi embrujado. Su facilidad para improvisar en la ta-rima fue algo que produjo expresiones de júbilo. Más allá del apasionamiento de esa vasta afición que vibró excitada con el buen vallenato, el aspecto relevante era el afecto con que Valledupar rodeaba al hijo de las sabanas de Su-

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EALcre, que había logrado arrancar aplausos atronadores. Con

varias pancartas, los valduparenses que integraban la mul-titud saludaban al ídolo.

El único aspecto negativo del evento, en contra de los intereses de Alfredo, ocurrió la noche de la final, cuando la hora de su actuación fue adelantada sin avisársele previa-mente, y corrió el riesgo de ser eliminado por no presen-tación.

Al mediodía del domingo 30 de abril, luego de su avan-ce a la instancia decisiva, le notificaron que su presenta-ción en la final sería esa noche, a las nueve en punto. Le quedaba suficiente tiempo para el reposo. Después de al-morzar concedió declaraciones a la prensa y conversó con algunos colegas y amigos. Más tarde, a las 6 y 15, se dirigió al hotel Vajamar. Disponía de casi tres horas para despejar la mente, descansar y renovar las fuerzas.

Así lo hizo. O, al menos, así lo intentó. Llegó a su habita-ción y se tiró a la cama sin cambiarse de ropa y sin quitarse los zapatos. A los pocos minutos quedó sumido en un plá-cido sueño, el cual fue interrumpido por un amigo suyo del Valle, llamado Agustín Parodi Acosta, ‘El Zambo’: “Alfredo, Alfredo, Alfredo… ¡apúrate! El anunciador oficial ya te hizo el segundo llamado”.

Gutiérrez se levantó desconcertado, como impelido por un resorte. Estiró los brazos y el torso; bostezó y, con el entrecejo fruncido, miró el reloj:

“Pero si apenas son las siete y cincuenta y cinco de la noche –dijo–. Todavía tengo gabela”.

“Nada de eso –replicó el inesperado visitante–. Hubo cambios en la programación, y ya tu cajero y tu guachara-quero están esperando el turno. Fueron ellos quienes me

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enviaron para avisarte”.Alfredo no tuvo tiempo de cambiarse. Se echó un poco

de agua en el cabello y en el rostro; se peinó y, con el acor-deón en la mano, salió raudo hacia la plaza: “Sucedió que los organizadores, sin avisarme, adelantaron mi presenta-ción. Apenas tuve tiempo de llegar a la tarima. Esa desin-formación pudo haber significado el fin de mis aspiracio-nes. De una forma similar perdió el viejo Emiliano Zuleta Baquero en el Festival de 1968. Pero gracias a Dios, todo salió bien para mí”.

En su turno, Alfredo volvió a interpretar la puya ‘La fies-ta de los pájaros’ y el son ´La muchachita´, ganadores en 1974 con gran resonancia. En paseo presentó una obra de su inspiración, conocida por todos, dedicada a una mujer con la que tuvo un corto romance en San Juan del Cesar. El titulo era ‘La sanjuanera’, y había aparecido en el primer volumen del álbum ‘El Rebelde del Acordeón’, publicado en 1970.

Está lastimando mi corazón/ ¡Ay! porque no tiene quien lo quiera/ y la culpable es una sanjuanera, que yo me esté muriendo de pasión/ (Bis) Ayyyyyyyyyyy, si ella me quisie-ra, y me diera lo que le pido/ viviría complacido al lado de esa sanjuanera (Bis).

‘El corregido’, un merengue de la vieja guardia escri-to por Calixto Ochoa y grabado originalmente en Discos Curro por César Castro, en 1957, fue rescatado en forma magistral por Alfredo, quien lo interpretó con clase y fue recibido con una fuerte ovación por la multitud: Andrés Blanchar me corrigió/ cuando empecé mi melodía/ ahora quiero que me corrija la nota mía/ pa´ que entonces no salga diciendo que me ganó.

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EALAl igual que en su intervención en la final del Festival de

1978, los jurados (David Sánchez Juliao, Óscar Alarcón, An-drés ‘Turco’ Gil, Orangel ‘Pangue’ Maestre e Israel Romero) le informaron a Alfredo que debía interpretar un número adicional para desempatar la contienda. Por lo general, la igualdad se deshacía con la interpretación de la puya. Al-fredo estaba listo para digitar ‘La Fiesta de los Pájaros’. Sin embargo los papeles variaron en esta oportunidad.

Ahora su más cercano rival era Alberto Beto Rada, hijo del legendario acordeonero y maestro del son, Francis-co Pacho Rada Batista. Beto, oriundo de El Difícil (Mag-dalena), detentaba el récord de más participaciones en el Festival Vallenato. Por herencia genética era un magnifico ejecutor del son, muy a pesar de que había sido derrotado en cuatro finales del real concurso de la capital del Cesar.

Precisamente, el son era el ritmo que tanto Alfredo como Beto debían repetir. Fue una sorpresa. Beto llevaba relativo favoritismo para salir avante sobre Gutiérrez, quien dominaba sin resistencia la puya y había reconocido en reiteradas ocasiones que el son era, para él, el ritmo más difícil de tocar. En esas circunstancias, el duelo sucreño-magdalenense tenía pronóstico reservado. No obstante los comentarios, Alfredo se creció en su actuación y rea-lizó algo sin antecedentes en la interpretación del son ‘La muchachita’.

Lo normal es que durante el desarrollo de ese ritmo, en la melodía, los dedos hagan énfasis en los pitos, al tiempo que se va marcando con los bajos. Alfredo invirtió los tér-minos. ¡Y de qué manera!

El vaticinio del ‘Turco’ Pavajeau se había cumplido. El veredicto unánime como Trirrey Vallenato fue apenas el

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justo reconocimiento a su actuación. Enseguida, la tarima fue invadida por personas que alzaron en andas al sonrien-te vencedor y lo llevaron en un recorrido triunfal por toda la plaza. En esos momentos era imposible recibir el trofeo. Brincando y lanzando agua, el pueblo festejó por largas horas la tercera corona de su ídolo. El tercer lugar lo ocupó el Rey Vallenato de 1979, Rafael Salas.

Más tarde, cuando el camino estuvo despejado, bajó la marea de las celebraciones ruidosas y cesaron los aplau-sos. Alfredo subió a recibir el trofeo Cacique Upar, que le otorgaba el Festival. A lo lejos ardían los fuegos artificiales y una gran leyenda multicolor adornaba la plaza: ¡Alfredo Gutiérrez, Trirrey Vallenato!

El Festival del 86 fue el primero que toda la Costa Norte de Colombia pudo disfrutar por televisión, puesto que Te-lecaribe –ese espejo donde el costeño de cualquier región se mira y se reconoce– se inauguró con el gran concurso de Valledupar, siendo su gerente José Jorge Dangond.

4. LA PROEZA EN COLONIA: CAMPEÓN MUNDIAL

La primera sensación que experimentó Alfredo Gutié-rrez en la tarima de Colonia, minutos antes de empezar su actuación en la final histórica del Campeonato Mundial de Acordeón, era que en sus dedos no sólo estaba en juego su prestigio, sino también el de Colombia entera.

Era su primera visita al Viejo Mundo. Se sentía en esos momentos como aquellos boxeadores nuestros que habían enfrentado a temibles adversarios, o como aquellos ciclis-tas que con heroísmo patrio habían desafiado las cuestas más altas, en busca de la consagración definitiva.

Era el 6 de julio de 1991. Alemania, uno de los pocos países del planeta que ha alcanzado el pleno desarrollo económico, celebraba aún con alborozo la conquista de su tercera Copa del Mundo de Fútbol, ganada en cerrado partido, 1-0, un año atrás, en Italia, frente a la mañosa Ar-gentina de Bilardo y Maradona.

Colonia, pequeño puerto fluvial de gran importancia co-mercial, a orillas del Rin, se aprestaba a clausurar el evento de acordeones, denominado Wdr Folkfestival, que había comenzado un día antes.

Alfredo era consciente de la magnitud de su compromi-so. Sabía que ahí, en el corazón de Europa, donde tuvo su origen el instrumento de fuelle, la cosa no sería fácil. Ten-dría como contendores a músicos de elevados estudios. Sin embargo, no se amilanó. Su convicción y optimismo eran crecientes.

El contacto para viajar a la recién unificada nación ger-mana lo consiguió por intermedio de Miguel Román, un empresario argentino que tenía conocimiento exacto de sus hazañas con el acordeón. Román, residenciado desde hacía varios años en Colonia, lo contrató para efectuar un concierto en 1991 en esta ciudad ubicada al oeste de Berlín.

El arribo de Gutiérrez a Colonia coincidió con la realiza-ción del Campeonato Mundial de Acordeón, modalidad folclórica. Lo sedujo la posibilidad de competir con repre-sentantes de 58 países, varios de conservatorio.

Tal como había ocurrido en los Festivales de la Leyenda Vallenata de Valledupar, Alfredo asombró en las elimi-natorias con su singular estilo. Interpretó el idioma de la música como sólo él sabe hacerlo: como un idioma que no necesita traductores. Devoró el escenario con su toque

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mágico, embrujando a ese público extraño, de una cultura diferente. Como buen heredero de una opulenta tradición folclórica cimentada en la cumbia, el porro y el vallenato, Alfredo desparramó sus alegres notas e hizo que Colonia se rindiera a sus pies. La monumental Catedral Gótica sir-vió de trasfondo a su gesta.

‘La cumbia sampuesana’, de Joaquín Bettín; ‘La pollera colorá’, de Pedro Salcedo, Wilson Choperena y Juan Ma-dera; ‘Festival en Guararé’, de Dorindo Cárdenas, y ‘Guan-tanamera’, del cubano Joseíto Fernández, fueron los temas que interpretó durante la ronda preliminar. Como ingre-diente novedoso para los germanos, realizó su infaltable show: la ejecución de su acordeón acompañado de sus pies.

En la finalísima variaron las reglas: como base funda-mental del concurso, los acordeonistas participantes de-bían acompañar a conjuntos de otras naciones. Para ello, eran escogidos al azar y no les permitían ningún tipo de ensayo, lo cual creaba mayor expectativa. En su interven-ción, a Gutiérrez le tocó fusionar su acordeón con un gru-po de Argelia, uno de Mongolia y otro de Italia. En las tres pruebas, alternadas, su desenvoltura fue admirable. Entró en la misma tonalidad en que estaban tocando los inte-grantes del país en turno, y se lució. Enseñó la rápida asi-milación de su oído prodigioso y su capacidad para sortear cualquier obstáculo.

Al final, en esplendorosa tarde, Alfredo se impuso sobre dos respetables oponentes de diestras condiciones: Jose-ba Tapia, del País Vasco, y Andrea Herzog, de Alemania. El jurado calificador lo declaró triunfador en forma unánime.

Al concluir su gran tarea, tras conocerse el fallo que lo

consagraba como el número uno del mundo, Alfredo fue abordado por un periodista de la televisión alemana, quien, luego de felicitarlo y admitir que había quedado deslum-brado con la agilidad de sus manos y compases, pasó a interrogarlo con la colaboración de un traductor de origen mexicano:

“¿Cómo fue su preparación y en cuál institución de Be-llas Artes desarrolló sus conocimientos en el manejo del acordeón?”

Alfredo por poco hizo ir de espaldas al entrevistador cuando dio la cortante respuesta: “Yo ni siquiera hice un semestre de kínder. Todo lo que sé, lo aprendí en la univer-sidad de la vida”.

Las interpretaciones de Alfredo Gutiérrez, en Alemania, fueron grabadas en vivo y publicadas en un CD por el sello WDR. Aparecieron, entre otros, un mosaico de cumbia y otro de vallenato. El primero incluyó ‘La cumbia sampue-sana’, ‘La cumbia cienaguera’, ‘La pollera colorá’ y ‘Se va el caimán’. Y el segundo, ‘La fiesta de los pájaros’, ‘El polvo-rete’ y ‘La raspa’. El éxito en ventas, entre los melómanos residentes y nativos de Alemania, fue notorio. En Colom-bia, infortunadamente, ni este trabajo ni el título mundial obtuvieron el merecido reconocimiento.

5. EN BERLÍN, EL BUEN CABALLERO REPITE

Berlín, centro industrial y comercial, bordeado por el Spree, fue la sede, esta vez, del campeonato mundial de acordeón. El evento tuvo lugar en Recklinghausen, el 15 y 16 de agosto de 1992, en el marco del Ruthfestspiel del Carnaval Caribe.

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Alemania recibió a Gutiérrez con todos los honores. Era el campeón mundial vigente y ese hecho lo hacÍa sobre-salir en medio de un centenar de músicos de diferentes países que llegaron en busca de la gloria.

Alfredo fue seducido por la belleza arquitectónica de Berlín. En un recorrido previo que realizó por la ciudad, quedó deslumbrado ante la imponencia del Castillo Real, el teatro de la Ópera y la Academia de Bellas Artes. Todas las miradas se concentraron en la avenida Unter den Linden, la más famosa de la capital.

Tal como aconteció un año atrás en Colonia, Alfredo efectuó una demostración para la posteridad, legitimada por los jurados. ‘Popurrí de adivinanzas’, compuesto por fragmentos de canciones de Eliseo Herrera, ‘El manicero’, de Moisés Simons y ‘La fiesta de los pájaros’, de Sergio Molina, fueron tres de los temas que interpretó. Rompió todos los esquemas al tocar el acordeón en sus espaldas y con los pies.

El dominicano Francisco Ulloa, rey del denominado ‘pe-rico ripiao’, fue el principal antagonista de Gutiérrez en la jornada decisiva, pero nada pudo hacer. El título, nueva-mente, fue para Colombia.

Como todo un héroe, Alfredo fue levantado en hombros por varios de sus compatriotas. Lo pasearon envuelto en el tricolor nacional de su país, mientras que la proclama de su triunfo se extendía como un eco por el cielo germano. Triunfar dos veces seguidas en el país de los inventores de ese instrumento era una proeza doblemente histórica.

Las principales publicaciones de Alemania se expresa-ron elogiosamente sobre el vencedor. La revista der Ta-gesspiegel reseñó en sus páginas musicales: “No necesita

de un opulento espectáculo para entretener, pues con su talento basta”. El rotativo Taz destacó el hecho de que “sus calurosos ritmos atrajeron a la pista, incluso, a las parejas alemanas más reservadas. El éxito que obtuvo fue tal, que el tempodrom de Berlín le resulto pequeño”. El Berliner Ta-ges Zeituung tituló: “Un colombiano, bicampeón mundial del acordeón”. Y más adelante reseñó: “Sin más argumen-tos que su talento innato, este músico autodidacta superó a estudiosos del acordeón. Su triunfo fue inapelable”.

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LA sABANA EN EL CANTOROmáNTICO DE ALFREDO GUTIéRREZ

Por Numas Armando Gil Olivera

“Les traigo una hamaca grande / Y una pava congona / De esas que sabe sonar Landero/ Y un son de Toño Fer-nández/ Y antes de interpretarles las mías/ Con alegría y emoción/Les traigo un mochuelito/ De los Montes de Ma-ría/”. R.P.G.

“Comienzo con una palabra que todos los hombres desde que el hombre es hombre, han preferido: gracias”. (Octavio Paz)

Quiero compartir con ustedes en voz alta algunas reflexiones que he venido rumiando desde mi ado-lescencia, desde mis estudios de bachillerato, sobre

el canto y la interpretación de la canción romántica del maestro Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital.

Es la época del joven rebelde Alfredo Gutiérrez. La épo-ca que la plaza de Majagual de Sincelejo pasó de la hacien-da feudal a la modernidad. Es la plaza donde los músicos estaban por doquier y la creatividad se daba como verdo-laga en playa. Es la época de los romances de José Garizá-

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bal Fuentes, Rubén Darío Salcedo y Alfredo Gutiérrez. Es la época donde la aldea se universalizó. Y la música recorrió el mundo.

Alfredo Gutiérrez había dejado su dolor y sufrimiento familiar. Muere el padre y comienza la vida de una carrera musical con mucho éxito que hasta hoy no se detiene.

“A raíz de la muerte de mi papá en el año de 1958 dejé de tocar el acordeón unos 6 meses. Estaba abatido. El dolor de la ausencia era inmenso. La tristeza se apoderó de mi mente; pero unos hermanos de apellido Barbosa, Arman-dito y Lucho de mi pueblo, iban para la fiesta del porro. Se entusiasmaron y me entregaron un acordeoncito para ver si estaba bueno. Yo no quería saber nada de acordeón. Estaba echado a la pena. Pero mi mamá me aconsejó di-ciéndome:

–pa que se distraiga mijo.“Acepté y me pusieron a tocar. Pero el acordeón estaba

malito. Entonces escuché la fama de Calixto Ochoa, que arreglaba acordeones. Que le cambiaba las teclas, que afi-naba el sonido etc. Me presenté a donde Calixto y de una, hubo una empatía entre los dos. Llegué a su casa en Sin-celejo con unos zapatos prestados de marca tres coronas que me había regalado un señor que tenía como arte am-pliar las fotos. Las fotos pequeñas las sacaba en grande. Yo calzaba 38 y los zapatos eran de 45. Cuando Calixto me vio se burló diciéndome: ¿Mierda muchacho, dónde te en-contraste esos zapatos? Ahí fue mi primer encuentro con el viejo Cali”.

“Con Los Pequeños vallenatos nos habíamos presenta-do en gira por Perú –sigue explicando el rebelde– Ecuador, Bolivia y Venezuela. Mis canciones se escuchaban mucho

en esos países como la Paloma Guarumera, Majagual, Ana Felicia, Corazón abandonado, y el éxito de Amor viejo”.

ROSANGELINA Y ANA FELICIA

Cuando comenzaba a realizar las tareas que me deja-ban del colegio en las horas nocturnas, el vecino, un señor de unos treinta y dos años, aproximadamente, escuchaba día y noche, las canciones románticas que interpretaba Al-fredo. Ese señor se enamoró a través de esta música que se escuchaba por doquier en la época de los años 68 al 72.

Se “sacó” a su novia que vivía enfrente de su casa y el primer parto de su amada fueron dos hermosas gemelas. Y siguiendo con lo amatorio de esta música clásica de Al-fredo Gutiérrez, las bautizó con sus nombres: Rosangelina y Ana Felicia.

“Cuando tocaba con Los pequeños vallenatos –dice Al-fredo– conozco la canción Rosangelina en Venezuela. Es una canción bellísima como de los años 40 del siglo pasa-do y su autor es Vicente Torrealba. En el año 1956 fue gra-bada por Colacho Mendoza en el estilo vallenato convir-tiéndose en un exitazo. Para esa época a mí me encantaba una linda muchacha de Corozal llamarse Ana Felicia Mer-cado. Fui rebelde desde el principio en la música. Nuestro país es extranjerista. La canción Rosangelina era de autor Venezolano y sus orquestas nos habían invadido y veía que nuestra música criolla había sido despreciada hasta por nosotros mismos; por eso, entré en rebeldía y brotó por mis poros: Ana Felicia. Por ti es la luz. Rosangelina no es tan bella como tú”.

La rebeldía de Alfredo Gutiérrez se profundiza a otras

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canciones, inventándose un nuevo ritmo que lo podríamos ubicar entre el merengue y el pasaje: “La paloma guarume-ra”, “El jilguerito”, “Ana Felicia”. Y es una rebeldía porque El jilguero es la contesta del jilguerito sabanero al Ruiseñor del Cesar.

El jilguero es un pájaro que canta muy hermoso. Su can-to lo elevaba a otras dimensiones cuando lo escuchaba en el patio de su casa en Paloquemao. También le gustaba escuchar el canto de la carracachera que es un pájaro muy cotidiano, es como un ave de compañía, siempre está con uno hasta en la cocina, le aliviaba las penas y le hacía olvi-dar las deudas. Andrés Landero le hizo caer en cuenta que ese se llama El ruiseñor. Andrés lo plasmó en una hermosa canción que se llama “El carracachero”.

Alfredo Gutiérrez empieza a grabar porros, paseaitos, cumbia, fandango, pasaje con “Los Sabaneros Corraleros” desde 1967. Para esa época le grabó a Rubén Darío Salce-do “Amor de adolescente”.

El estilo vallenato lo graba en el año 1968 con la canción “La cuñada” y en 1969 el segundo volumen donde aparece “La Cañaguatera”, del compositor Isaac Carrillo.

EL PASEBOL

Los boleros que tanta influencia ejercieron en el Caribe y más en nuestro Terruño, por allá en los años 50 al 65 bajó de sintonía. Bailar bolero era lo in. Era el baile por ex-celencia de nuestros abuelos. Se bailaba mucho en matri-monios, casetas y fiestas tradicionales. En todas partes se bailaba bolero. Pero, a medida que iba siendo desplazado por la influencia de la música norteamericana, fue rempla-

zado poco a poco en nuestras comarcas Monte marianas y sabaneras por el Pasebol: Paseo abolerado, que irrumpió con una fuerza descomunal y se instaló en el corazón del pueblo caribeño, a nivel nacional e internacional.

Podríamos argumentar que esas bellas composiciones ejecutadas e interpretadas por Alfredo Gutiérrez son clási-cas, porque uno escucha constantemente al pueblo decir: “Estoy escuchando nuevamente la música romántica de Gutiérrez”. Son clásicas porque son constantemente escu-chadas, amadas y porque ejercen una influencia particular, ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose en el inconsciente colectivo e individual.

Son romances cantados que no le son indiferentes a sus coterráneos. Parafraseando a Ítalo Calvino en Por qué leer los clásicos: son clásicos porque, cuando uno lo escucha una y otra vez no aburre, no se vuelve fastidioso y nunca termina de decir lo que tiene que decir.

Cantos románticos como “Ojos Verdes”, “Hay Elena”, “Capullito de Rosa”, “Paraíso”, “Anhelos”, “Corazón de ace-ro”, “Ojos Indios”, “Cabellos largos” o “Hurí”, tienen una presencia romántica en sus versos. Porque la imaginación e intuición son los instrumentos para atrapar el universo. Los versos que describen contienen infinita cantidad de sensibilidades que expresa la riqueza del alma universal. Eso se puede escuchar cuando canta y ejecuta Capullito de Rosa:

Hermosa eres tú,Como una doncellaComo las bellezas que hay,

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en el fondo del marTu pelo y tus ojos sonComo una frágil gacelaTus manos, tus labios, tu mejilla tierna, como tu fazVen amorCapullito de rosaDame un beso en la bocaPara calmar mi pasión

Ven amorQue te voy a regalarUn pedazo de cielo, la luna de espejo, la estrella del mar.

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Sirena del marMi amor eres túQue con bellas cancionesMe enloqueces asíTus bellos ojitos sonComo el cielo azul

Las bellezas que tienesque mi Dios te dioSerán para mí

Ven amorCapullito de rosaDame un beso en la bocaPara calmar mi pasión

Ven amor

Que te voy a regalarUn pedazo de cielo, la luna de espejo, la estrella del mar

(Bis)

En estos romances que se apellidan vallenato, –no estoy de acuerdo con el apellido– sino con sabaneros, se refiere a lo sentimental, a lo racional. Una gran fuerza de originali-dad, individualismo, rebeldía, egoísmo, todo esto lo pode-mos escuchar en Ojos verdes:

Como las flores tiernecitas de un rosalComo dos perlas de diamante de un tesoroSon tus ojos, verdes como, la naturalezaLinda belleza vegetal.

Ojos verdes, que me hechizanQue me embelesan toda mi vidaOjos verdes como el mar, yo los quiero para míNo me dejen de mirar porque me puedo morir.

Si yo pudiera arrancarte de tu faz tus dos ojitosY en un cofre de tesoro

En una isla, junto a mi vidaAllí quedarían, en esa isla que tiene el mar.Ojos verdes que me hechizanQue me embelesan toda mi vida

Ojos verdes como el marYo los quiero para míNo me dejen de mirar

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Porque me puedo morir.

Los versos que canta Alfredo buscan los campos, bos-ques, las montañas, el mar: “Para el campo, para el campo, la paloma ya se fue…”. Buscan el paraíso, el mar, amistad por la naturaleza. Se palpa un intercambio espiritual entre la naturaleza y el poeta, entre el poeta y el alma humana y por su capacidad personal; como derivado de una fuente divina. El amor domina la tradición, la norma o los prejui-cios sociales. Paraíso:

La brisa que viene del marMe trae de ti El eco de tu vozLas aves me traen el cantarDe tu rosalLa dulzura de tu amorVen, embriaguémonos de amorEnseñoréate en míPara embelesarnos corazónExtasiarnos con fervor. Pasión.Juntos con frenesí.Solo los dosDonde solo el cieloEl viento y el bosqueCuide nuestro amorSolo los dos en un paraísoDonde sean testigosLos animalitos y Dios.

HURÍ SABANERAS

El amor es el misterio mismo del hombre. Amar significa saber comprender e interpretar, dar y recibir, perdonar y olvidar y ante todo perderse en un nosotros.

Hay dos modos de amar que los pensadores griegos definieron como Eros y Philía. Eros es aquel que inspira-do por la belleza sensible frecuentemente se le confunde con el amor sexual. El verdadero Eros es aquel que des-cubre en la belleza corpórea, la riqueza y profundidad de un espíritu. En cambio, la Philía es la culminación de Eros; es el amor verdaderamente personal, aquel que abarca al hombre entero, al hombre como espíritu encarnado y que trasciende la simple amistad.

En la canción “Tus Amores”, letra de Rubén Darío Sal-cedo, ejecutada y cantada por Alfredo, se palpan a Eros y Philía. Se confunden en un haz de corazones. El intérprete se introduce espiritualmente en los versos de Rubén Da-río y parece que el enamorado fuera el cantante. Es tanta la compenetración del cantautor con los versos amorosos que la Philía de verdad expresa la intimidad del yo capaz de despertar la intimidad de un tú para convertirse con el otro en un nosotros.

En Hurí es una “joven perpetuamente virgen, que espera a su prometido para tener relaciones sexuales”, según el Co-rán, Sura 52:24. Esta doncella, que tiene el don de la eterna juventud y está dotada de toda suerte de encantos, simboli-za para algunos musulmanes la eterna bienaventuranza. De acuerdo con el Corán, hay huríes blancas, verdes, amarillas y rojas y sus cuerpos son de Azafrán, Almizcle, Ámbar e in-cienso, despidiendo un olor sumamente aromático y llevan

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sobre la cara descubierta un letrero de oro con expresiones consoladoras… las huríes visten ropas magnificas tan ligeras y diáfanas que se ve a través de ellas la médula de los hue-sos”. Consultar. Se manifiesta de esta forma:

Dichoso el sol que te asecha por tu ventanaDichoso el viento que te acaricia tu pechoDichoso es el manto que te ve y adorna tu lecho.Que seca tu cuerpo esbeltecidoCuando tú te bañasDichoso va a ser aquel que dé, en ti el primer besoPorque va a libar tus labios de sabor a manzana.

Coro:Porque tus amores son mujer, son mejores que el vinoQuien será el dichoso que va ser que se embriague con-

tigo (Bis)

Dichoso el ser que te bese linda doncellaSolo en tu huerto, en noches de plenilunioBendito Dios que te dio la vida Mónica hechiceraBienaventurado el que va a estar siempre al lado tuyoDichoso el viñedo que va a dar en la fiesta el vinoPara festejar tu boda Hurí y brindar contigoPor un beso tuyo cambiare amor hechiceroY en los siete mares te hallaré el cofre más bello. (Bis)

La recompensa de amar es sentirse amado, “Tal es el fondo de la alegría del amor, sentirnos justificados de exis-tir”. Esa es Hurí, la sabanera: la fuga fundamental que mue-ve todas las demás fuerzas del ser humano.

EL ALFREDO GUTIéRREZqUE YO CONOZCO

Por Adolfo Pacheco Anillo

Muy pocos conocen la edad de Alfredo. Su segundo apellido hace honor a la energía que emana y siem-pre nos aparece como el joven dispuesto a vivir más

de lo necesario; es más joven que yo tres años. Siendo yo adolescente lo vi tocar al lado de su padre en la corraleja de San Jacinto, era un niño y tocaba como viejo; casi no podía con el acordeón pero con sus gestos, más que con sus notas, llamaba la atención de los mirones y contribu-yentes; quedé extasiado y embelesado con él desde esa vez.

Oía su fama. Ramón Vargas y Andrés Landero me ha-blaban muy bien de él como músico. En 1970 me invitó junto con otros músicos a su cumpleaños, un verdadero festival de varios días, alcancé a parrandear 3 y tuve que fugarme con Toño Fernández y Andrés Landero; allí que-daron Abel Antonio, Enrique Martínez, Calixto Ochoa, Julio Fontalvo y pare de contar.

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Me sorprendió porque, al empezar la fiesta, trajo una bo-tella de “tornillo” (Ron Blanco), y se la tomó de un solo sor-bo. Debió ser la pasión, pues es muy emotivo, pero nunca fue alcohólico. Su mujer, Victoria, no era una derrota; fue atenta y solícita y lo soportaba con mucho amor. Me oyó cantar mis canciones. Para la ocasión tenía 36 inéditas. Era el que mandaba en Codiscos después de triunfar en Fuen-tes, con los “Corraleros de Majagual”. Sin comentármelo Alfredo, el gerente de Codiscos escribió diciéndome que la casa había aprobado un sueldo de exclusividad por 3 años y que recogiera pasajes para hacer un larga duración en Medellín.

¡Qué sorpresa agradable! Alfredo fue mi director artísti-co y me cedió su conjunto. Así, grabé con Ramón Vargas y algunos números con él y Ramón. El trabajo fue todo un éxito, traspasando las fronteras hasta reproducirlo el sello Trébol, de México. Me hizo una prueba pidiéndome que le entregara un tema y lo complací con “Te besé”, que enca-bezó el LP.

Debido a lo anterior, me ofrecieron un contrato para que fuese compositor de planta en Medellín. Le tributo a Al-fredo no solo admiración, sino idolatría. Es un ser muy do-tado, inteligente, visionario y deduzco que si hubiese sido músico académico, estuviese dirigiendo una filarmónica.

“Deje su trabajo de profesor de matemáticas y de esa Cooperativa de artesanías y dedíquese a la música”, me aconsejó un día. “Venga conmigo, si quiere, que yo le pago lo que le pagan”, agregó. Desafortunadamente, le oí sus consejos a medias. Recurro al Tuerto López: “Como sufre de verborrea, quiere una cosa: ser Concejal”; además, de-seaba estudiar Derecho y casarme. Por esa razón me atra-

sé musicalmente 8 años.Alfredo es el más digno representante de nuestra músi-

ca sabanera que no tiene límites en su interpretación. Es, todavía, el músico en acordeón más completo del país y el que le abrió trochas y después avenidas a nuestra música de acordeón en el extranjero, incluida la vallenata.

Después de su estilo, le gustaba e imitaba en parran-das el estilo de Abel Antonio Villa, Andrés Landero, Alejo Durán; pero no era un apasionado del vallenato cuando lo traté, al contrario aunque admiraba esas canciones hacía al revés de lo que hacen hoy las disqueras. Ejemplo: “La Banda Borracha” la sacó de su estilo y ritmo y la grabó sabaneramente. Y fue un hit.

Cuando Aníbal Velásquez, otro que no respeta cáno-nes, viajó a San Jacinto al igual que en otro tiempo Calixto Ochoa, vieron tocar a José Manuel García y notaron que tocaba con su conjunto de acordeón la música cubana, constituida por guarachas y boleros, con un sabor dife-rente. Les llamó mucho la atención. Esto lo afirmo, porque esas parrandas se hicieron frente a mi casa, donde el padre del acordeonista Gabriel Romero tenía un “Estanquillo”.

Me acuerdo que a esas reuniones asistía el jovencito An-drés Landero, que estrenó en una ocasión “Alicia la cam-pesina”; luego, la oí grabada e interpretada por Aníbal con Roberto Román, pero a nombre de éste. Pues bien, Aníbal dejó atrás paseos, cumbias, merengues, etc. y comenzó a grabar guarachas y boleros que con el tiempo se convir-tieron en los paseaítos y paseboles de hoy que nada tienen que ver con el paseo.

Fue tal el éxito de Aníbal en Colombia y el exterior que Toño Fuentes, un visionario de la música popular, sintió ce-

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los comerciales con esta situación. Entonces, invitó a Calix-to, que era su entrañable y sabio consejero, porque siendo vallenato, se impregnó de la música sabanera y brillaba en ella con canciones como “La ombligona”. Calixto le dijo a Toño que conocía a un muchacho llamado Alfredo Gutié-rrez, que tenía tanta habilidad o más que Aníbal y que po-día así competir. Llegó Alfredo como invitado y terminó como director de “Los Corraleros de Majagual”.

Es de comentar que las casetas innovación de los años 60’s y 70’s se llenaban, agotando boletas, con la presen-tación de los dos. Llegaron a ser rivales musicales y hasta personales cuando la música todavía tenía influencia en los piques y enfrentamientos. Hoy, la vendimia de músicos de acordeón no permite que se individualicen tanto las pique-rias.

Como compositor también ha brillado Alfredo, y hoy es miembro distinguido de Sayco, porque de Acinpro está so-brado como intérprete.

Me cuentan sin querer intimar, pues vivimos separados por unas tres cuadras en Barranquilla, que el matrimonio con la distinguida dama vallenata, ‘Chila’ Moscote, le ha dado un vuelco de 180° a su vida. Para bien: no fuma, toma poquito, va al gimnasio, vive humilde dentro de su esplen-dor y noté en una visita que le hice con la exalcaldesa de Cartagena, Judith Pinedo, para rendirle un homenaje, que ni siquiera administra su dinero. Con mi experiencia afirmo: cuando la mujer administra la casa todo marcha correcta-mente.

Hay dos corrientes muy marcadas en el ámbito actual de la música en acordeón. Pero es necesario aclarar que el acordeón no es nuestro por lo tanto su música, aunque

lo deseen muchos, no es autóctona. Como la de gaitas y tambores, puede ser popular que es lo “que le gusta al pueblo”, o folclórica que es la “que hace el Pueblo”.

A partir del ‘boom’ vallenato, debido a la gran promo-ción que ha tenido este estilo y ritmos, hermosos como el paseo, merengue, pulla y el son, las casas disqueras comen-zaron a seguir las pautas que les brindaban la televisión, la radio, la prensa y los conciertos populares, y abrazaron no solo al vallenato como ritmo, sino como gentilicio. Enton-ces, comenzaron a decaer artistas de música de acordeón no vallenato, como Aníbal y Alfredo.

El paseo y merengue sabaneros, la cumbia, el porro, el fandango, etc. han sido olvidados un poco, y por qué no decirlo, hay una torre de Babel musical que se nota en las grabaciones de las casas disqueras, cuando ni siquiera co-locan, como es obligatorio culturalmente, el ritmo que se interpreta. Es de anotar que músicos académicos han en-trado en desuso y es desproporcionada la alienación que se produce en el público, que es muy notorio en la diferen-cia del valor de los contratos.

Alfredo, hombre circunstancial como profesional de la música, pensó que su obra musical por ser tocada en el acordeón era vallenata y se presentó al altar de esa mú-sica, es decir al Festival Vallenato. Fue rechazada, obser-vándole que “Ojos Indios”, “El Troyano”, “La Paloma Guaru-mera”, no eran del estilo vallenato. Profesional y luchador como es, y quizás influido por su parentela con una familia vallenata, se aprendió ese estilo y fue tres veces Rey Valle-nato. Si no lo atajan con estatutos acomodados se hubiese ganado el concurso Rey de Reyes. Así de fácil.

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Los Pequeños Vallenatos. De izquierda a derecha: Abel Rodríguez, Gustavo Amaya, Alfredo Gutiérrez, Adonai Díaz y Arnulfo Briceño. La foto fue tomada en Bucaramanga en 1955.

Alfredo, a los 17 años.

Alfredo aún no había cumplido sus 18 años cuando se convirtió en el acordeonero estrella de la Industria Fuentes.

1965. Una fotografía para el recuerdo. Aparecen de pie, de izquierda a derecha: Edilberto Benítez, Chico Cervantes, Danuil Montes, Lucho Argain, Tomás Benítez y John Mario Londoño. Sentados, en el mismo orden: Gilberto Benítez, Carmelo Carranza, Calixto Ochoa y Alfredo Gutiérrez.

Estos son “Los Caporales del Magdalena”. De pie, de izquierda a derecha: Carmelo Barraza, Germán Angulo, Alfredo Gutiérrez, Lucho Pérez y Cristóbal García, “Calilla”. Agachados, en el mismo orden: Danuil Montes, Tomás Benítez, Leonel Benítez y Antonio Blanco. La foto fue tomada en 1968.

Figuras legendarias del folclor colombiano como los sanjacinteros Antonio Fernández y Adolfo Pacheco festejaron el trirreinato de Alfredo Gutiérrez.

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Con Luis Enrique Martínez, uno de sus grandes ídolos. La foto fue tomada en Valledupar en 1974.

Alfredo Gutiérrez y el compositor Gustavo Gutiérrez. Viejos tiempos que no volverán…

Dos grandes, juntos. Una estampa inolvidable: el maestro Rafael Escalona, el mismo de “La casa en el aire”, al lado de Alfredo Gutiérrez.

Otro encuentro memorable: Alfredo Gutiérrez y Pacho Rada Batista. Dos generaciones, dos épocas gloriosas.

Un encuentro con Andrés Landero, el rey de la cumbia. La foto se tomó en Valledupar en 1974.

Alfredo le toca y canta al viejo Emiliano Zuleta Baquero, en una parranda de amigos en 1992.

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Junto a otro grande del folclor colombiano, el barranquillero Mario Gareña, autor de “Yo me llamo cumbia”.

El popular cantante Noel Petro y el humorista Hebert Castro, entrevistado por la estrella del vallenato, Alfredo Gutiérrez.

Alfredo y el cantante argentino Leo Dan, en 1978.

1985. Estadio de fútbol “Romelio Martínez”, de Barranquilla. Alfredo con Willington Ortiz, uno de los grandes futbolistas colombianos de todos los tiempos.“El rebelde del acordeón” junto al juglar

Emiliano Zuleta Baquero, autor de la famosa canción “La gota fría”. En innumerables ocasiones fue invitado al

popular programa de televisión que durante muchos años dirigió Jimmy Salzedo.

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Viejos tiempos, hará muchos años; pero ya convocaba a miles y miles de seguidores de su canto y de su gloria…

Listo para actuar en el programa Sabariedades, del popular animador Fernando González Pacheco, conocido sencillamente como Pacheco.

En plena final en el festival del 78. En la caja, Carmelo Barraza, y en la guacharaca, Adalberto Mejía.

Alfredo Gutiérrez y Aníbal Velásquez protagonizaron duelos memorables. Dos monstruos del acordeón frente a frente.

Una foto histórica: Alfredo Gutiérrez y Calixto Ochoa, dos gigantes del folclor vallenato, dos leyendas de la música de acordeón.

La legendaria cantante cubana Celina González ofreció un espectáculo inolvidable con el bicampeón mundial del acordeón, en 1992, en Barranquilla.

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Lisandro Meza, Calixto Ochoa, Alfredo Gutiérrez y Alejandro Durán, cuatro colosos del acordeón. La foto fue tomada en Sincelejo, en 1986.

Con dos grandes del fútbol, los técnicos mundialistas Hernán “Bolillo” Gómez y Francisco Maturana.

Junto a Víctor Pacheco, el humorista Moisés Imitola y el Pible Valderrama, gloria del balompié colombiano.

Dos “cañoneros”: uno de la música de acordeón y el otro del fútbol. El Rebelde posa aquí junto a Iván Valenciano.

Junto al Pibe Valderrama y Víctor Pacheco. Alfredo aparece con su colega Jorge Oñate y el inolvidable periodista Fabio Poveda Márquez. La foto fue tomada en el estadio Metropolitano de Barranquilla en 1994.

Un cuarteto de oro: Alfredo Gutiérrez, Calixto Ochoa, Lisandro Meza y Chico Cervantes.

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Alfredo en el canto y Emilianito en el acordeón. Un dúo de grandes figuras del vallenato que aún escriben historia.

Otra forma de tocar el acordeón: sentado y con el instrumento casi en la espalda. Una variación de su ejecución con los pies.

Alfredo Gutiérrez acompaña al cantante Otto Serge, recordado por su magistral interpretación de “Señora”, cuya autoría es del compositor guajiro Rafael Manjarrés.

Presentación de Alfredo en el Festival Francisco el Hombre, de Riohacha, donde fue homenajeado en 2012.

El tres veces rey vallenato al lado de Julián Rojas, quien alcanzó fama luego de derrotar a Juancho Rois en Valledupar.

El parlamentario Jimmy Sierra Palacio, en representación del Congreso de Colombia, entrega la condecoración a Alfredo Gutiérrez, en el marco del Foro Homenaje que, en nombre de “El Rebelde del Acordeón”, organizó el Festival Francisco el Hombre, en convenio con la Universidad de La Guajira.

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Los reconocimientos alcanzados son incontables. Aquí muestra orgulloso el diploma recibido en el Festival Tierra de Compositores, de Patillal, corregimiento de Valledupar.

El juglar, listo para actuar en tarima. Lo acompañan la periodista Diva Jessurum y el presentador del Festival Francisco el Hombre 2011, Luis Eduardo Torres.

Por sus ventas millonarias de “El diario de un borracho”, Alfredo ganó, en 1995, “El califa de oro”, en México.

Un diálogo de amigos: aquí con Poncho Zuleta, otro de los grandes exponentes del vallenato.

El investigador Julio Oñate Martínez le hace entrega a Alfredo del Premio Super Estrella. Febrero 27 de 1992, Hotel Royal de Barranquilla.

El show del acordeón con los pies en plena acción. La creatividad de Alfredo no tiene límites…

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Alfredo junto a los ponentes del evento que se llevó a cabo en la Universidad de La Guajira, en 2012, homenaje a su vida y obra: Adolfo Pacheco, el homenajeado, Numas Armando Gil, Fausto Pérez Villarreal, Alfonso Hamburger y Abel Medina Sierra.

‘Tirando paso’ con Andrea Jaramillo, reina del carnaval de Barrranquilla 2012.

Alfredo Gutiérrez luce orgulloso la condecoración que le fue impuesta en el Festival Francisco el Hombre 2012, al lado de los periodistas Primeria Barros Pimienta y Jaime de la Hoz Simanca.

Celebración navideña. Un instante de recogimiento familiar, un momento para compartir pleno de felicidad y gozo…

Gesto característico de Alfredo Gutiérrez antes de iniciar sus presentaciones. Brazos en alto y un grito inolvidable.

La fama de Alfredo la ha alcanzado, fundamentalmente, como acordeonero. Sin embargo, no puede desconocerse su canto, su voz…

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LOs AUTOREs

ÉDGAR CORTÉS UPARELANació en Sahagún, Córdoba. Ingeniero Químico de la Uni-versidad del Atlántico, Postgrado en Administración de Empresas en el Colegio Mayor del Rosario. Ha colaborado con los periódicos El Tiempo, El Heraldo, El Universal de Cartagena, El Meridiano de Córdoba y la Revista La Lira, entre otros. Mantiene un programa radial en la Universidad de Cartagena en asocio con los maestros Adolfo Pacheco, Rodrigo Rodríguez y Rafael Ramos Tejada llamado “La Ha-maca Grande, una ventana a la cultura del Viejo Bolívar”.

ARIEL CASTILLO MIERCrítico literario, doctor en idiomas de la Universidad Na-cional Autónoma de México y profesor de la Universidad del Atlántico. Ha publicado innumerables ensayos y textos, el más reciente sobre la vida y obra del Maestro Rafael Es-calona. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar con un texto sobre el Premio Nobel Derek Walcott. Acucioso investigador sobre el folclor, especialmente la música va-llenata.

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ABEL MEDINA SIERRAEscritor e investigador cultural guajiro, ganador en dos ocasiones del Premio Departamental de investigación cul-tural y en una ocasión Premio Departamental de creación literaria. Autor de doce libros, tres de ellos sobre música vallenata: “Seis cantores vallenatos y una identidad”, “El vallenato: constante espiritual de un pueblo” y “Luis Enri-que Martínez: forma e identidad del vallenato”. Docente de la Universidad de La Guajira.

LILIANA MARTÍNEZ POLOComunicadora social de la Universidad Javeriana y espe-cialista en Medios de Comunicación, de la Universidad de los Andes. Trabaja como periodista de la sección de cultu-ra del diario El Tiempo, desde 1998, en temas de música y en especial el vallenato y las músicas de acordeón. Su tra-bajo le ha valido su participación en diferentes comités del proceso del Grammy Latino, desde el 2006 hasta la fecha. Es la autora del blog Vallenato Social Club y es columnista del diario ADN. Su texto ‘El rey momo y su escudero’ fue incluido en el libro ‘Que viva la fiesta’, de la Fundación Nue-vo Periodismo. La entrevista, Alfredo Gutiérrez: ‘Más que legendario me siento feliz’, fue publicada originalmente en EL TIEMPO el 27 de junio de 2010.

ALFONSO HAMBURGERNació el 11 de abril de 1964 en el municipio de San Jacin-to. Sus estudios superiores los realizó en la Universidad Autónoma del Caribe y el Politécnico de Medellín. Es pe-riodista y escritor, director del programa Vox Populli que se transmite por Telecaribe. Ha publicado los siguientes

trabajos, entre otros:: A Ojos Cerrados; Bonifacio Ávila, el invasor de Bocagrande; En Cofre de Plata; Música co-rralera, de la plaza de Majagual a la Modernidad; Manuel Huertas, entre rosas y sabanas; y la novela Ataque de frío de perros.

FAUSTO PÉREZ VILLARREALBarranquillero, adelantó sus estudios superiores en la Universidad Autónoma del Caribe, donde obtuvo el tí-tulo de Comunicador Social - Periodista en 1989. Fue redactor de planta de El Heraldo desde 1987 hasta 1996. En 1996 fue llamado a formar parte de la sala de redacción de El Tiempo-Tiempo Caribe. Actualmente dirige las páginas culturales del diario Al Día. Es autor de muchos libros entre los que se cuenta “Su Majestad el Nocaut”, “Nelson Pinedo, el almirante del ritmo”, y de la biografía ‘Alfredo Gutiérrez, la leyenda viva’, del cual fueron cedidos por el autor algunos textos para la presente edición.

NUMAS ARMANDO GIL OLIVERANació en San Jacinto (Bolívar). Filósofo, colaborador de los diarios El Heraldo y El Espectador. Docente e investi-gador de las universidades del Atlántico, Libre, Nacional y Distrital. Ha publicado tres libros con el título general Mochuelos cantores de los montes de María La Alta, el pri-mero dedicado a la obra musical y pedagógica del músico y abogado Adolfo Pacheco; el segundo al Gaitero mayor: Toño Fernández, la pluma en el aire, y el tercero al maestro Andrés Landeros, el clarín de la montaña, declarado rey vitalicio del Festival Vallenato.

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ADOLFO PACHECO ANILLONació en San Jacinto en 1940. Compositor versátil, tanto en ritmos como en temas, no sólo compone paseos, me-rengues y sones, sino también chandés, paseaítos, porros, cumbias y boleros, y la gama temática de sus cantos abar-ca los cuadros del folclor, los de la naturaleza, los senti-mientos individuales y las costumbres populares. Es autor de la famosa canción, de alcance internacional, “La hama-ca grande”. CONTENIDO

Presentación ....................................................................................................... 7

Prólogo .................................................................................................................. 11

Alfredo Gutiérrez: un rey para recordar ............................................... 17

Grandeza humana y musical de Alfredo Gutiérrez ........................ 31

Alfredo Gutiérrez: las arenas de una playa musical ..................... 39

Alfredo Gutiérrez: ‘más que legendario, me siento feliz ............. 55

El niño que cazaba palomas guarumeras ......................................... 63

El gran acordeonero del caribe colombiano ................................... 89

La sabana en el canto romántico de Alfredo Gutiérrez ............. 119

El Alfredo Gutiérrez que yo conozco ................................................. 129

Estampas para el recuerdo ..................................................................... 135

Discografía ....................................................................................................... 153

Los autores ....................................................................................................... 171

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