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GROENLANDIA ESPECIAL NÚMERO CINCO

(SUPLEMENTO DE REVISTA GROENLANDIA)

Ana Patricia Moya

Pepe Pereza

Gsús Bonilla

Luisa Fernández

Luis Amézaga \ Adolfo Marchena

Eva Márquez

David Gónzalez

Jesús Suárez

Roberto Arévalo

Oscar Varona

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Estudió Relaciones Laborales y es L icenciada en Humanidades por la Univers idad de Córdoba. Ha desempeñado diversos trabajos . Actualmente, es directora y editora de Groenlandia. Ha editado el poemario “Bocaditos de Real idad” (Groenlandia, 2008) . Ha publ icado en diversas revis tas , d igi ta les e impresas. Sus poemas han s ido traducidos al inglés , a l catalán y a l i ta l iano. Ha terminado sus dos próximos poemarios, “Mater ia l de Desecho” y “P í ldoras de Papel” , y está escr ib iendo el cuarto, “Yo soy lo que dicen mis manos” . T iene novelas y l ibros de re latos inéditos . Próximamente, aparecerá en una antología poét ica.

Poemas de “Yo soy lo que dicen mis manos”

Abriéndome la sesera

¿Cómo te encuentras, Ana?

Me encuentro bien

a pesar de que me traicionaba

en ese colchón compartido,

de que estudiar carrera de letras

es un complicado pasatiempo,

de que mi trabajo es una puta mierda,

de que mis padres están enfermos,

de que mis hermanas siguen peleando,

de que mi futuro por ser anónima, joven y mujer

es aterrador como la boca de un lobo…

…a pesar de todo, “amigo psicólogo”, estoy bien.

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En el silencio de la noche (II)

Le lloras a la almohada

y a mí, en silencio.

Pero… ¿quién limpiará

mis lágrimas? ¿Tú?

¿O mi conciencia?

Jamás tuve derecho

a la redención.

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El vecino

La quiero tanto… es tan bonita… no puedo evitarlo: es verla por la calle

del barrio, verla trabajar en el supermercado de la esquina o verla

hablando con sus amigas en su terraza, y me emociono. Huele tan bien…

quiero que sea mía. Yo me acerco para sacarle unas palabras, pero ella, o

hace como que no me ha visto y acelera los pasos para evitarme, o me

rechaza tajantemente. Mujeres… son tan desconfiadas. Hoy ha sido otro

día triste: no me ha dejado que le hable, se ha enfadado conmigo mucho y

ha montado un escándalo vergonzoso; me he tenido que ir de allí,

apresurado, y molesto por su insensible actitud. Regreso a casa, me tomo

una cerveza y, mientras enciendo el televisor para ver el partido de fútbol,

rompo la quinta orden de alejamiento. Dios. Es tan guapa… la amo, la

amo tanto… si una vez fue mía, lo volverá a ser de nuevo.

Si no es por las buenas, será por las malas.

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Simplemente humana

Aquí estoy, acostada al lado de esta mujer por la que

suspiraba desde hacía meses. No es un sueño: ella duerme

profundamente, y su cuerpo está tan próximo, tan cálido,

que me hace temblar. Le acaricio la cara, con dedos

dubitativos; ahí está su perfume mezclado con sudor. Quiero

más, quiero llenarme de ella. Mis labios quieren probarla de

nuevo, cerciorarse de su sabor no imaginario. Sí… parece

un sueño. Compensa los meses de angustia vividos…

recuerdo el primer encuentro, los sentimientos

correspondidos, su rechazo por la excusa de que tenía

novio; el juego del tira y afloja: no soltaba la mano de su

hombre pero aprovechaba cualquier ocasión para rozar la

mía. Yo seguía sola, ella, bien acompañada. La ruptura. Y el

reencuentro casual… un momento… no… espera… nada en

esta puta vida es “casual”. Joder… Dios… ¿tan poco valgo,

tan sola me siento para haber accedido a echar un polvo con

ella? ¿Qué hago en esta cama de hostal con una caprichosa

que ahora me dice que me quiere? Me invade la rabia. La

despierto brusca, con un beso profundo, devorador, a

mordiscos: ella me agarra la cabeza, se queja, pero me deja

hacer. Eso haré: me la comeré cruda las veces que quiera

hasta que mi conciencia se ensucie. Y cuando me sacie, la

dejaré tirada, como ella hizo conmigo . La voy a marcar de

arriba abajo, voy a dejar huellas por todos los rincones de

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su piel, y me da igual si le hago daño con los dientes o le

araño hasta hacerle sangrar. Voy a cobrar lo que me debe, voy

a desgastarla hasta que me sienta compensada por esas

interminables noches de lágrimas y pesadillas, terribles

pesadillas en las que salía ella y su antiguo amante. Y cuando

termine, la dejaré ahí, para que llore, que suplique, que siga

mintiendo, que me increpe por ser tan mala persona por

desaparecer sin darle explicaciones: soy, simplemente,

humana. Como ella. La soledad ha ganado la batalla: mi

carne es debilidad. Pero mi orgullo, es indestructible.

7 ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ

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Ex actor de c ine y teatro. Guionista de c ine. Director de cortometrajes . Es autor de l ibros de re latos , muchos de el los publ icados en diversos blogs y revis tas . Ha publ icado algunos poemas en una editor ia l de provincias .

El vagabundo

Eduardo se parecía a Robert De Niro. De hecho, si los hubiesen

presentado como hermanos gemelos, nadie hubiera dudado,

porque su parecido era asombroso. Pero Eduardo no encajaba en

esos ambientes porque él era un vagabundo resentido con el lujo y

el buen vivir. Su vida se reducía a vaciar cuantas más botellas

mejor, dormir la mona y luego seguir bebiendo. Siempre estaba

metido en peleas de borrachos, ya fuera por defender su territorio

en un banco del parque o su parcela de barra en un garito. Había

pasado tantas veces por urgencias que allí todo el mundo le

llamaba por su nombre, mejor dicho, por su apodo: De Niro.

Eduardo se había aprendido algunas frases de las películas de

Robert De Niro y las interpretaba imitando sus gestos y voz,

mejor dicho, la voz del doblador, porque Eduardo no sabía

inglés. Cuando veía algún bebedor con la cartera llena, se le

acercaba y le hacía una de sus imitaciones. Con un poco de suerte,

le sacaba unos euros que inmediatamente reinvertía en alcohol.

Otras veces eran los propios clientes los que le incitaban:

- ¡Eh! Deniro, por qué no te arrancas con una de las tuyas.

Y Eduardo iba, les hacía una de sus imitaciones y los clientes

agradecidos, le invitaban a uno o dos tragos. El tiempo fue

pasando, y por el rostro de Eduardo parecía que hubiese pasado

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dos veces. El alcohol, la mala vida y las peleas le fueron

degradando física y mentalmente. Debido a una infección de

encías, fue perdiendo dientes. Luego, se rompió la nariz al caerse

por unas escaleras y a los pocos meses, le vaciaron un ojo de un

botellazo. Ya no se parecía en nada a Robert De Niro, la gran

cantidad de cicatrices y golpes recibidos le habían deformado

tanto el rostro que cuando hacía sus imitaciones ya nadie

reconocía al actor en él y no le veían la gracia. Le siguieron

llamando DeNiro, más que nada, por la fuerza de la costumbre

aunque muy pocos se acordaban de que hubo un tiempo en el que

se pareció asombrosamente al gran actor. Un día apareció tirado

en un callejón con cinco puñaladas. Parecía la escena final de uno

de esos films sobre mafia italiana en los que De Niro siempre era

el protagonista.

9 PEPE PEREZA

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Jesús Bonilla Mansilla (Badajoz, 1971). Artista – poeta, “cuentista” e ilustrador - autodidacta. Miembro fundador de la Asocación Cultural “La Vida Rima”. Coordinador de la revista literaria “Al otro lado del Espejo”. Colabora en revistas y fanzines como “Es hora de embriagarse con poesía”, “Delirio”, “Pro-vocación”, “Cruce de Caminos”, “Shiboleth”, etc. Aparece en la antología “Bukowski Club, Jam Session de poesía 06/08”.

La bestia No consigo recordar qué es un hada, aunque es verdad que a mi

cabeza vienen ráfagas de imágenes, pero todas ellas borrosas;

esto suele sucederme en esas horas en las que las primeras

luces quieren hacerse hueco en la mañana.

Todo empieza con unos ojos carbón encajados en un rostro

sucio de piel quebrada, joven, demasiado joven diría yo. Son

segundos, no termino de memorizarlos, se corta, de repente se

corta; es ahí cuando parece que no puedo respirar. Hago un

esfuerzo, lo consigo. Respiro, a continuación unas alas

transparentes con heridas muy visibles yacen al lado de un

cubo de basura y desperdicios, junto a ellas, una niña vestida

con harapos llora arrodillada. Entonces, despierto sobresaltado.

Comenzaba a sedarla, y poco a poco iba cerrando los ojos, al

ritmo y acorde de mi voz, que dictaba secuencias imposibles de

personajes inverosímiles. Ahí es cuando uno se percata de la

escena, y es capaz de resolver el enigma que hay detrás de sus

ojos. Hay que ser ágil y apresurarse, antes de que el sueño

venza a la atención. Antes de que el mismo sueño también

acabe conmigo. Leía cuentos ingenuos prácticamente a diario a

mi hija, y yo también sentía ese cosquilleo que sólo los niños

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son capaces de experimentar bajo la luz tenue de una lámpara,

envueltos con la sábana, cubriéndose el rostro, hasta la nariz,

sin apartar la vista del haz de luna que atraviesa los orificios de

la persiana y traspasa el cristal impoluto de la ventana.

Una noche, ella, supo de la mentira de los cuentos. Del engaño

y la patraña. Una noche dejé de ser el bondadoso progenitor,

para de repente, ingresar en el índice del bestiario que dibuja

los miedos de todos los chiquillos, empezando por la sangre de

mi sangre.

Si alguien se hubiese acercado a la cama en aquel momento

habría asistido a un terrible espectáculo. Y la historia hubiese

sido otra.

11 GSÚS BONILLA

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Escritora (de novelas, cuentos, microrrelatos), poeta, dibujante e ilustradora. Ha publicado en diversas revistas, digitales e impresas. Ha obtenido varios premios por sus textos. Tiene tres poemarios inéditos y cuatro novelas. Está comenzando la siguiente y no descarta la posibilidad de crear un libro de relatos.

Las sombras de tu herida

Supe de ti por tus pisadas de lobo

en el duro barro que se heló tras tu partida.

Seguí los surcos de tu frente -memoria colectiva,

pañuelos rojos, versos de tu pueblo y de poetas-,

el áspero arado de tu huella en los cuadernos sin tapas,

escritos con el lápiz de un minero.

Y fui yo, apenas una niña,

aprendiz precoz de una literatura de gente humilde,

la que leyó la esquela anticipada de tu muerte entre renglones.

Supe entonces a qué sabía la pérdida: a tierra roja,

a óxido, a sudor, a días incontables como noches.

a manos agrietadas de promesas.

Ahora, tu voz reverbera nítida y cruda,

abriendo brecha, veta mineral en las tinieblas de esa ausencia.

La misma que amargamente cicatriza en los versos de mi boca,

y se hacen cruces rogando en esta áspera piedra que ahora piso.

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Servicio de Compañías S.A

Cuando llegué a casa de Madame Crusoe llevaba el corazón en la

boca. Reconozco el impacto que me ocasionó la sola visión de la

anciana. Ya de entrada, atisbé en ella la predisposición a aceptar

cualquier cambio en su agenda del día.

- Ambrosius, Madame, para servirla - me presenté, aguantando

las ganas de estornudar que me estaba ocasionando el olor a

naftalina.

Ella lanzó un gritito, cuando menos feliz, y cabeceó al compás de

unos cascabeles inexistentes. Cerró la puerta y adoptó un aire de

vampiresa octogenaria, dejando caer a sus pies la bata de seda y

marabú, que hacía escasos minutos lucía sobre los hombros.

Luego, miró por encima de sus lentes de avispa con ojos

seductores y parpadeó totalmente convencida de sus encantos.

Se detuvo en mi anatomía. Me escrutó como a un artículo en

rebajas.

- Bonitos pantalones - me indicó, rozando con su dedo huesudo

el pespunte de uno de los bolsillos. Y después de un sondeo

concienzudo a mi trasero, me preguntó - ¿Eres el sustituto de

Peláez?

Yo asentí.

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- Me manda la agencia… - le informé intentando ser coherente,

mientras ella asomaba sus pechugas, insinuante, por el escote de

su picardías negro- He traído lo acordado… - dije, señalando la

maleta - Ya sabe, los billetes y mi equipaje.

Desdeñó mi observación y se dirigió, dando pasos de ballet,

hasta un viejo gramófono que reposaba sobre una cómoda. Lo

puso en marcha, tarareando. Al instante, los acordes de Por una

cabeza , de Carlos Gardel, inundaron la estancia. Ella cogió un

clavel de plástico de uno de los floreros y lo sujetó con los

dientes por el tallo. Se cimbreó con donaire y me invitó a bailar.

- ¿Te gustan los tangos, Ambrosius? - aleteó con labios de

amapola.

No le respondí. Me limité a seguir el ritmo con pies de plomo,

intentando no pisarla.

- ¡Verás lo bien que lo vamos a pasar en París, ma cherrie! –

exclamó con voz cantarina - El hotel Lafayette tiene mucho

encanto. Y qué decir de la Ópera Garnier. Todo un lujo.

Hizo un volatín con una de sus piernas y la encaramó a mi

cuerpo a modo de serpiente sibilina. Arqueó su espalda con

violencia (creo que luego disimuló su dolor de riñones con

varios golpes de pelvis y un rictus dramático), mientras no

dejaba de repetirme: “bomba, lo pasaremos bomba”. Yo, hasta

entonces, había intentado armarme de valor. Peláez fue

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minucioso a la hora de darme los detalles exactos de sus

encuentros con Madame Crusoe. Es un tanto excéntrica . Yo me

limito a seguirle la corriente. Es sólo cuestión de mentalizarse .

Cuando termino me doy una ducha, y listo. Pero yo no me veía en el

papel. Había algo en la anciana que no acababa de convencerme.

Seguro que era ese lunar con pelos en la barbilla que parecía

cobrar vida cuando ella se me acercaba. “¿Estás bien armado?”,

me susurró, ajena a mis conjeturas mientras sentía en mi

entrepierna una de sus manos como un cepo de huesos.

“Tómame, Ambrosius, soy toda tuya…” A esas alturas, el

gramófono había terminado de desgranar los últimos acordes del

tango y producía un sonido arañado. Ella, dejando caer los

tirantes de su combinación, caminaba de espaldas hacia una de

las habitaciones con gestos calibrados, hasta desaparecer tras el

quicio de una puerta. Desde allí me llamaba “Anbrooosiuuus…

Ambrooosiuuus…” con un toque musical. Yo cogí la maleta y fui

a su encuentro. Una vez en la habitación, y con madame Crusoe

en todo su esplendor sobre la cama, cual pastelillo en un anaquel

de escaparate, saqué las esposas, la mordaza, el látigo, y el

verdugo de cuero tachonado. Mientras me lo ponía, ella sacaba

la lengua como una viborita siguiendo un rastro de feromonas, y

tiró de mis pantalones. El velcro cedió con facilidad a la presión

de sus manos. ¡Chico malo, Ambrosius, malo, malísimo! Me

susurraba con lascivia. Y fue cuando no aguanté más. Saqué el

arma de la maleta, apunté y apreté el gatillo. Fue tan rápido que

ni ella se percató de que aquel revolver no era parte del atrezo.

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Sentí maullar desde el salón. Al poco, vi cómo un esbelto gato se

encaramaba de un salto al cadáver de madame Crusoe y lamía la

sangre que había comenzado a manar del pecho de la anciana.

Era Atila , un siamés tan viejo como su dueña. Lo reconocí de la

foto que Peláez llevaba en la maleta. Fui a la cocina, cogí un

cuenco y lo llené de leche. El minino la lamió con verdadero

deleite. Aquello lo consideré un gesto de última y postrera

voluntad hacia Peláez que dijo haberle cogido cariño al bicho.

Como si él, antes de “suicidarse”, me hubiese hecho heredero de

todos sus secretos contenidos en su maleta.

Lo único que me restaba era desvalijar la caja fuerte y salir hacia

Berlín con los billetes que él mismo, había ido a recoger por la

mañana.

16 LUISA FERNANDEZ

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Luis Amézaga (Vitoria, 1965). Colabora en diversas revistas literarias, así como en distintas antologías de relatos y poesía. Autor de “El Caos de la Impresión” (Madrid, Vitrubio), “A Pesar de todo… adelante” (Canarias, Baile del Sol), “Dualidad: onda\particula” (Premio Literario Café Mon 2008), “Bolsa de Canicas” (premio de la Revista Literaria Katharsis 2008), “El Gotero” (Revista Groenlandia) y “La mitad de los cristales”, escrito de forma conjunta con el poeta Adolfo Marchena. Adolfo Marchena (Vitoria, 1967). Codirige la revista “Amilamia”, junto a José Luis Pasarín Aristi, con quien publica, en 1992, el libro de poesía “Cartapacios de Lucerna”. Ha publicado en revistas literarias impresas y digitales. Ha publicado el libro de poesía “Proteo; el yo posible”. Sus poemas han sido traducidos al alemán, francés, euskera y árabe. Ha publicado recientemente dos libros digitales: “La reconstrucción de la Memoria” (Groenlandia, 2008) y “Planta de Neurocirugía” (Editorial Remolinos, 2008).

Textos de “La mitad de los cristales”

Vivir alegremente

El literato se cuestiona si merece la pena seguir

escribiendo. Si no merece más la pena vivir

alegremente, satisfactoriamente, despreocupándose

de todo y de todos. Un ácrata en el desierto escupe a

un escorpión de picadura mortal. El literato ha

escrito veinte libros de poesía y quince novelas pero

no ha publicado ninguna. Se cuestiona si no merece

más la pena vivir, sentirse derrotado, enamorarse

gratuitamente, como se enamoran los niños sin

conocer la acepción del término amor adulto; sufrir

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un desencanto, masticar el triunfo de lo etéreo. El

literato quiere escribir un libro más, el último; un

orgasmo forjado con lupas cristalizadas. Pero

siempre se dice y se plantea lo mismo. Como un

ludópata que se engaña; “esta será la última partida”.

La moneda que traicionó la historia.

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Primavera

Primavera en el pinar de las ardillas. Las palabras

todavía no están enquistadas en las muñecas ni en los

alféizares. Los brazos son de goma, flexibles como un

gusano en la manzana. La primera manzana no fue la

culpable, ni la serpiente hablaba la misma lengua que

aquel hombre y aquella mujer desnudos. Es iniciático el

proceso del verbo, el porvenir. El niño construye un

colchón entre la hierba con helechos. Cerca hay un

estanque al que teme, al que todos temen. Las piedras se

hunden, se sumergen glop, glop. El resto de una vaca

putrefacta flota como un barco de consonantes. El niño

no sabe que un día llegará a construir frases y, tal vez,

algún verso. Más frívolas que una primavera en el pinar

de las ardillas, donde nadie juzga los hechos y todos

temen las aguas estancadas de la ciénaga, se pierden las

miradas hacia un fondo de misterio.

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Día de todos los santos

Me aburren los suicidas, casi tanto como aquellos que

nunca se han planteado darse matarile. Me cargan los

redundantes que viven la vida. Caen de rodillas los

piadosos, los enceradores, los pedigüeños, los cobardes.

Las rodillas son los codos en los que se apoyan los

ejecutados. Estamos hechos de quienes saltaron dejando

el cuerpo atrás con una liviandad de mariposa. Caída

libre. ¿Quién se cae libremente? ¿Quién decide dónde

está el suelo en la curvatura de la Tierra? Me resbala.

En el edificio de enfrente se ven siluetas que desfilan.

Me doy media vuelta, hacia la cama que me espera

aterida en su enormidad. Todos tenemos ese lado de la

cama que consideramos propio. Un frenazo en la calle:

cláxones y gritos. Recuerdo a los analistas de Panero

que nos amenazan diciendo que la locura es poesía.

Probablemente lo hayan olvidado. Pretenden convertir

la esquizofrenia en un poema de rima asonante. Cada

cual busca su salida de emergencia cuando el fuego lo

tiene rodeado. Se acaba la tarde, empiezan los

telediarios. Conviven en silencio, santos e hijoputas.

Lápidas floreadas. Los vivos arrastran los pies y bajan la

cabeza. Reproches de culpa por seguir vivos. Me tumbo

sobre la colcha mirando fotos de viudo, buscando en el

gesto congelado la razón de su salto.

20 LUIS AMÉZAGA \ ADOLFO MARCHENA

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Poeta, madre, trabajadora, y, sobretodo, mujer. Ha participado en diversas revistas y fanzines, en papel y digitales, como Cinosargo, Cruce de Caminos o Groenlandia. Tiene un blog donde muestra sus poemas.

El otro lado

Llegará el día es que estés

del otro lado, sentado

en cualquier esquina

sitiada de esquivos

segundos gastados,

haciendo un balance inútil

que a nadie más afecte,

viendo el ir y devenir de

otras gentes, de otros niños

que ya no serán los tuyos

esperando pacientemente

el saludo de la muerte,

garrapatas de recuerdos

solapados a los pellejos

de tu piel, serán

un amigo infiel

llegará el día, en que

desees volver el tiempo

hacia atrás, y subirte

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de nuevo al columpio

puede que llegues a ese día

puede que no,

la niña vieja

que yace en mí

quisiera comenzar

de cero en

cada viaje

diario.

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Condicional AmorOdio

Si existieras, por ti inventaría un verbo

resultado de la química fusión

entre el amor y el odio

te regalaría por turnos, una tacita

de esa poción, por cada fantasmal segundo

que harías quebrar mi cemento

te odiaría, torero cobarde por ser

incapaz de terminar la corrida

donde yo sería el toro, y tú

el matón adulador

que va de farol

cargado con un pistolón

sin bala en la recámara

te odiaría, por perpetuar una faena

inconclusa, por no hacer lo propio

por no dejar que tu sombra

egoísta hable por ti

te odiaría por siempre, por consentir

que tu conciencia precediera a la mía,

y

te amaría, desde el mismo instante en

que sin existirme me quisieras, desde el

absurdo santiamén en que con tus hechos

me amases anteponiéndome a tus bajos deseos

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te amaría por siempre, por ser el hombre - mito

perfecto sin defectos por descubrir,

te amaría, para siempre y serías

el protagonista del sueño de mis pesadillas

ese verbo inventado, me causaría

una extraña dolencia, cuya rara cura

solo existiría en aquél vago sueño

que generase la divagada ficción

convertida en hombre carne y hueso

y fuera capaz,

de tentarme,

de calentarme,

de naufragarme,

y en mitad de la tormenta, sin esfuerzo

pudiera mirarle a la cara, y decirle

que ya no deseo probar su

dulce caramelo .. .

hasta entonces, condicional

mío

serás mi poco hombre

odiado y amado

por existir tan sólo

en el vaivén

de mis caderas.

24 EVA MARQUEZ

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Gijón, 1964. Ha publicado los poemarios “El demonio te coma las orejas”, “El amor ya no es contemporáneo”, “Ley de Vida”, “Ojo de buey, cuchillo y tijera”, etc. Ha participado en diversas antologías (“Antología de Poetas en Platea”, “Poemas para bacterias”, “Vida de Perros”, “Poesía para nadie”, “Golpes”, etc). Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, alemán, árabe y búlgaro. “Loser” es su último poemario.

Poema de “Loser”

Sombra de ojos

me dejó una rosa en un vaso en mi habitación porque se marchaba al entrar te cachean te desnudan delante de un guardia de seguridad y te miran las heridas y los hematomas le recuerdo exultante con el pelo mojado en la sala de fumadores porque se marchaba por la mañanas mujeres desnudas sonámbulas por los lavabos

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mujeres desnudas a las que empujaban a las duchas con una esponja previamente enjabonada vacas en el matadero y de noche a esperar por los pijamas con elástico por favor gracias a esperar por los pijamas

de hombre le recuerdo exultante con el pelo mojado en la sala de fumadores

porque se marchaba luego las enfermeras que se celaban de mi ropa y de mi maquillaje un día me llamaron aparte querían que les dijera mientras escarbaban en mi neceser donde había comprado la sombra de ojos

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me dejó una rosa en un vaso en mi habitación porque se marchaba y que corra el aire que corra el aire señores estaban prohibidas tajantemente prohibidas las relaciones personales en el hospital psiquiátrico así que la verdad no me arrepiento para nada de haberle cortado el cuello a la rosa y llenado el vaso con mi propia sangre

27 DAVID GONZÁLEZ

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El resto del camino a veces ocurre. no me preguntes ni cómo ni por qué pero lo cierto es que ocurre: me quedo parado en mitad de la celda mirando fijamente las baldosas del suelo, sin reconocerlas ni reconocer en ellas los pasos perdidos

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(Madrid, 1982). Licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Durante varios años establece su residencia en Córdoba, donde participa con la editorial “La Bella Varsovia”. Ha publicado poemas en revistas como “El Coloquio de los Perros”, “Radicales Libres”, “Poesía Salvaje”, “Narradores”, El laberinto del Torogoz”, “Bar Sobia”, etc. Es creador, coordinador y colaborador de la distribuidora de literatura libre “Shiboleth”. Ha publicado “Manual de Instrucciones” (Poesía eres Tú, 2008)

Definitivamente me olvido

del orden biblioteconómico

y arrastro por dentro

mi peculiar caos de letras.

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Poema de “Manual de Instrucciones”

Arruinado el verso

Sólo queda el poeta

Y se le hace pesado

pensar

En su sueño de mármol.

Arruinado el poeta

Sólo queda la letra

Y se le hace pesado

escribir

En un mundo tan raso.

30 JESUS SUAREZ

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Madrid, 1983. Apasionado de las letras. Ha publicado nueve novelas gracias a Bubok, destacando una trilogía que está a punto de concluir. Participa en un certamen quincenal de relatos de dicha página de autoedición, promovido por los propios usuarios, para editar una futura recopilación de los mejores. Hasta la fecha, participa en ese proyecto con dos de sus relatos. Es uno de nuestros nuevos habitantes.

Veinticinco días

Siempre ocurría por la misma fecha, cómo una especie de maldición

que tuviera que sufrir año tras año sin ningún tipo de consuelo que

le ayudase a sobrellevar la pena que arrastraba. Su marido siempre

lo achacaba al fin de la Navidad. Ella era tan entusiasta a finales de

diciembre que el fin de estas fechas debía de suponer un duro

golpe, y que siempre ocurriera con el fin del día de Reyes debía de

ser una señal. Pero no, María no estaba triste por eso, sino por

otra cosa.

Tenía un buen matrimonio. Él era atento, cuidadoso, cariñoso...

Todo lo que un día pidió a un hombre, lo tenía en carne y hueso, en

su casa, en su cama. Con él había tenía dos niños y una niña, y los

cinco formaban una preciosa postal que enviaban todos los años a

sus familiares y amigos. Buenos trabajos, una bonita casa... todo

era tal y como quería que fueran las cosas, por lo que no entendía

por qué todos los malditos años, al acabar la Navidad, tenía que

entrar en un ciclo nostálgico, en una espiral de penas y lágrimas

que debía ocultar tanto a sus hijos como a su marido, y del que no

salía hasta que llegaba febrero. Eran los peores veinticinco días de

cada año, con diferencia.

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Él ya la daba por perdida. Era mucho el tiempo que llevaban juntos

y ya estaba acostumbrado a este periodo. Y aunque procuraba ser

más detallista, más cauteloso con comentarios que la pudieran

herir, su marido ya optaba por lo práctico, dejando que la pena de

su mujer pasase como lo hacía un resfriado, con el uno de febrero

volvería todo a la normalidad. Pero para ella era diferente. Cada

año el mismo pensamiento le atormentaba, el mismo sentimiento de

culpabilidad emergía y sólo podía hacer una cosa: Recordar sin que

nadie supiera lo que pasaba.

Todo empezó hace mucho tiempo, antes incluso de tener a sus

hijos, de casarse, antes de haber conocido a su marido, cuando

después del día de Reyes, caminando sin mirar, tropezó con un

jovial muchacho que le tiró encima el café del vaso de plástico que

se tomaba de mala gana. Matías le había dicho que se llamaba. Él

se disculpó de inmediato por la torpeza, y por supuesto que insistió

en reponerle el café que había derramado sobre su suéter fucsia, y

ella, en fin, ella dejó que él hiciera lo que quisiese. Así fue desde el

principio, desde ese día siete de enero hasta el día treinta y uno,

día en el que Matías se fue.

Todavía hoy, María se preguntaba por qué recordaba tanto a

Matías, y por qué revivía los sucesos de esos veinticinco días locos

que pasó junto a él, abandonando a sus amigos, familiares,

trabajo... Fue algo desorbitado, desmedido y muy pasional lo que

surgió entre ambos, creando una adicción mutua que asustaba. Tal

vez por eso, él desapareció, abandonándola para no volverla a ver,

y ella quedó marcada de por vida.

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Nunca volvió a sentir por alguien lo que sintió por Matías, ni

siquiera por su marido, y durante estos veinticinco días, ella vivía

su Vía Crucis personal rememorando esta Pasión hasta su más

amargo final. Y era extraño, porque por un lado se sentía feliz al

poder recordarlo, triste al verse sin él, y culpable por sentirse

infiel, aunque sólo fuese de pensamiento. Su marido era un hombre

bueno y gentil, y se merecía alguien que le profesase los mismos

sentimientos que él daba. Y sin embargo ella, durante esos

veinticinco días, volvía a estar con Matías dentro de su

imaginación.

Con los años confió que los hijos llenasen ese vacío, que

desbancasen a Matías de su corazón para poder ser libre de sus

sentimientos. Pero esto no sucedió. Ni con marido, ni con hijos.

Siempre recordaría a Matías. Hasta que, llegado un momento,

María asumió esta condición de amante desdichada, y cuando

acababa la Navidad, se sumergía en sus pensamientos

cautelosamente. Al menos tenía esos días, tristes, pero bonitos al

mismo tiempo.

Un año, al inicio de este siete de enero que tantos sentimientos

despertaban, María marchó a trabajar. Acababa de finalizar sus

pequeñas vacaciones, y tras dejar a los niños en el colegio, entró en

la cafetería donde tomaba su café diario antes de subir a la oficina.

Su expresión ya era ausente, y en su memoria ya estaba circulando

la película del romance en el día de su efeméride, cuando, al

acercarse a la barra para pedir su desayuno, tropezó con un

hombre. A éste se le derramó parte del café sobre la pernera y

maldijo para sus adentros, cuando al volverse se encontró con

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María disculpándose por su torpeza. Cual fue la sorpresa para ella

cuando sus ojos descubrieron a Matías.

¿Cuántas veces había soñado con ese mismo instante? ¿Tantas

veces como años habían estado separados? Y por fin, como si su

ángel de la guarda hubiese atendido a su súplica, Matías volvía a su

vida. Puede que no fuera el mismo que la dejó, habían pasado ya

muchos años desde entonces, y ahora tenía enfrente a un Matías

más viejo, aunque sus ojos sólo vieran al hombre que amó entonces.

Los dos se quedaron sin palabras durante los primeros cinco

segundos, donde se estuvieron mirando perplejos por la gran

casualidad que hacía que volvieran a verse en el mismo día pero

muchos años después, quedándose inmersos en un breve trance que

abandonaron cuando la camarera dejó el café de ella sobre la barra.

Se saludaron aún llenos de sorpresa, pero sin poder disimular sus

sonrisas, y se sentaron en unas de las mesas.

Había tanto de qué hablar, tantas cosas que contarse... y mucho que

preguntar. Pero, por más que necesitaba saber por qué se fue de

repente, María se quedó embelesada con las aventuras que le

contaba Matías, olvidando formular la pregunta que tantas veces le

había atormentado.

No fue a trabajar, tampoco Matías, y permanecieron en aquella

cafetería durante toda la mañana, contándose todo lo que había

sucedido en sus vidas desde la última vez que se vieron. Ella le

contó que se había casado, con cierta sensación de culpabilidad, y

le mostró con orgullo las fotografías de sus tres angelitos. Él

estaba solo. Se había casado, divorciado posteriormente, para

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volver a pasar por el altar con el mismo final, y desde entonces

había proseguido con una vida muy ajetreada donde hoy estaba en

un lado y mañana en otro.

Ella escuchó con atención todas las emocionantes vivencias que

Matías le contaba, fascinada al dejarse llevar por ellas, mientras

los ojos iluminados de ambos no dejaron de cruzarse. De vez en

cuando se quedaban absortos observando la comisura de sus labios,

aquéllos que antaño se sellaron con los del otro, y sentían el

impulso de besarlos hasta desgastarlos, aunque ahora no fuera

correcto.

Tras la larga charla en la cafetería, María se fue con Matías a la

habitación del hotel donde se hospedaba. No sabía por qué no se

había negado, y es que, de un modo involuntario, no podía negarse.

Era como si hubiera caído en una red y permaneciera hipnotizada, y

una vez allí volvieron a ceder a sus deseos, a repetir lo mismo que

habían hecho años atrás. Tras abandonarse al amor, María se

reincorporó en la cama y observó las amables facciones de Matías,

quien indudablemente era tan preso como ella de los sentimientos

que durante tantos años habían sentido, y finalmente ella preguntó

por qué.

Estaba allí, en la cama de un hotel, tras haber faltado al trabajo,

tras haber sido infiel, pero acompañada por el único hombre a

quien había amado de verdad en toda su vida. Necesitaba saber por

qué llegado el día treinta y uno, Matías desapareció.

- Tú eres una droga, María - le dijo – quedarme a tu lado hubiera

sido la perdición para los dos.

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Y aunque apenas profundizó en su explicación, María entendió sus

palabras. Había bastado una sola mirada para abandonarse,

poniendo en riesgo todo lo que tanto trabajo le había costado crear.

Era tal admiración la que sentían mutuamente, que estar juntos

solo podía provocar su desgracia y su autodestrucción, y por

primera vez lo comprendió. Se levantó de la cama, se vistió y le dio

un fuerte beso de despedida.

- ¿Nos volveremos a ver? - le preguntó Matías y ella negó con la

cabeza.

María abandonó la habitación envuelta en miles de lágrimas,

corriendo por el pasillo para evitar que Matías saliese a su

encuentro. Sabía que no podría decirle dos veces que no, y todo el

coraje que había reunido para seguir manteniendo unida a su

familia, ahora pendía de un hilo. Debía irse de inmediato. Se detuvo

en un bar, se lavó la cara y regresó a su casa.

Al año siguiente, después del día de Reyes, María hizo su peculiar

trayecto recordando el inicio de esos veinticinco días llenos de

pasiones desmedidas, aunque en esta ocasión añadiendo el singular

epílogo del año anterior. Era extraño. Siempre se había preguntado

por qué recordaba tanto a Matías, por encima incluso de todos los

años de feliz matrimonio que había vivido junto a su marido. Pero

el último episodio le había derrumbado su más firme creencia, ya

que, por primera vez, María entendió que el mejor amor no tiene

por qué ser aquél que más dura.

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ROBERTO ARÉVALO MÁRQUEZ

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Óscar Varona es un escritor que nadie piensa que lo sea; un bibliotecario que no se siente como tal; un perdedor... de tiempo que ha publicado un libro de relatos titulado "Trémolo"; un bicho raro que ha publicado algunos relatos en sitios tan dispares como Argentina, Estados Unidos y España; un fumador enfermizo que nació en Madrid hace 36 años y que no ha visto mucho mundo todavía.

Desvaríos

Algunos escritores que consiguen publicar cuentan sus

historias como quien reza en misa los domingos, apenas sin

sentimientos, recitando una aburrida retahíla de palabras sin

sentido que esperan que sirva para algo. La mayoría de las

veces no sirve para nada, lo que me lleva a dos conclusiones:

una, que Dios no existe, y dos, que no hay un solo editor

inteligente ahí afuera.

Una vez, cuando era pequeño, me llené los bolsillos de

piedras y pensé en arrojarme al río. Era un mocoso con ganas

de llamar la atención, pero con la firme convicción, ya en

aquella época, de querer abandonar este mundo cuanto antes.

Es curioso cómo sigo teniendo la misma percepción de la

realidad desde entonces. Por supuesto, nunca llegué a tirarme.

Vacié los bolsillos con todas las piedras que me había metido y

corrí a casa tan deprisa como pude para ver de nuevo el cuerpo

sin vida de mi abuelo descansando en un ataúd de latón.

Hay imágenes que se te quedan grabadas en la retina a fuego

lento y que perduran hasta el mismo instante de tu muerte. Un

ejemplo es el día que a mi padre le dio un ataque y tuvieron que

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acostarle en mi cama. La expresión de terror que se reflejaba en

su rostro no desapareció en ningún momento. Mi padre vio a la

muerte aquel día, en plena celebración de mi octavo

cumpleaños, y sólo dos meses después, volvió a encontrársela

para abrazarla definitivamente.

Es extraño lo que sientes cuando te encuentras a un suicida

que ha llevado a cabo su deseo de quitarse de en medio. Puede

que haya tenido mala suerte en ese sentido, pues han sido unos

cuantos los que me he encontrado a lo largo de estos años, pero

no siento la más mínima pena o congoja al recordarlo. Depende

de cómo hayan llevado a cabo el suicidio, te puede revolver más

o menos las tripas. No es lo mismo encontrarse con alguien que

se ha volado la tapa de los sesos, que aquel que ha recurrido a

los somníferos o los tranquilizantes para hacer el último viaje.

Recuerdo a un muchacho que se ahorcó de un árbol justo

cuando regresaba de una de mis habituales borracheras. Apenas

era una sombra que se oscilaba de un lado al otro, y yo,

hipnotizado, no podía dejar de mirarle y de preguntarme por

las razones que le habrían llevado a tal extremo. Siempre he

pensado que hay que tener mucho valor o estar sumamente

desesperado para quitarse la vida. A lo mejor es simple

aburrimiento.

Es increíble el daño que pueden hacer ciertas personas sin

casi proponérselo. Es como ese dicho, “¡Qué buen día hace!

Seguro que viene algún gilipollas que lo jode”. Lo malo es que

también puede venir algún gilipollas que te joda la vida.

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Hace algún tiempo que estoy pensando en escribir al mismo

tiempo que me desangro abriendo mis muñecas vírgenes, como

si fuese una eyaculación más propia de los místicos que de un

personaje de tres al cuarto venido a menos que algunas veces se

cree escritor. Sin duda sería mi mejor texto e incluso es posible

que vea a Jesucristo, con su barba resplandeciente y una

sonrisa infinita en sus labios todopoderosos. Puede que tenga

visiones del más allá y desaparezca en una especie de cuarta

dimensión con olor a naftalina. A lo mejor así consigo alejar

fantasmas y que los estudiantes analfabetos me lean.

¿Sufrió el Destripador algún desengaño amoroso? Sin duda.

¿Es capaz una bestia de amar? Sin duda, no.

¿No desearías que tu mujer fuese tan guapa como la mía?

¿Qué mujer?

Mi tío se arrastró, se humilló y cambió su vida por una

mujer. Parecía un perro olisqueando continuamente el trasero

de su esposa. El amor es así de cruel. Al final, patada en el culo

y ahí te quedas. Es el premio de los estúpidos. ¿Quién decía que

a las personas buenas les pasan cosas buenas?

Sí, es cierto, estoy pensando en licuarme con tinta invisible

y pasar completamente desapercibido. Hay una mujer frente a

mí en este lugar rodeado de libros, de sapiencia, de sueños y

pesadillas trasladados al papel. Ellos, al menos, lo

consiguieron. Yo no. Hay una mujer frente a mí, concentrada

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en su lectura y que levanta la vista de vez en cuando para

observar lo que hago. Escribo. Sé que resulta provocador,

incluso enfermizo que alguien escriba en público, o que

directamente escriba. Lo sé. ¿Quién demonios me creo para

intentar hacer leer mis pensamientos a los demás? La

imaginación ha muerto. En realidad, todos estamos muertos.

Veo libros a mi alrededor, auténticos testamentos de gente

solitaria que creía en lo que hacía. ¿Cuántos habrá que no

hayan tenido la misma suerte, cuyos textos murieron el mismo

día que su autor? No lo sé. Mejor ni pensarlo. Al menos, vuelvo

a escribir.

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OSCAR VARONA

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SUPLEMENTO GROENLANDIA NÚMERO CINCO

INDICE

Ana Patricia

Abriéndome la sesera (poema) 3

En el s i lencio de la noche II (poema) 4

El vecino (re lato) 5

S implemente humana (re lato) 6

Pepe Pereza

El vagabundo (re lato) 8

Gsús Bonil la

La best ia (re lato) 10

Luisa Fernández

Las sombras de tu her ida (poema) 12

Servic io de Compañías S.A (re lato) 13

Luis Amézaga\Adolfo Marchena

Vivir a legremente (poema) 17

Pr imavera (poema) 19

Día de todos los santos (poema) 20

Eva Márquez

El otro lado (poema) 21

Condicional AmorOdio (poema) 23

David Gónzalez

Sombra de ojos (poema) 25

El resto del camino (poema) 28

Jesús Suárez

Sin título (poema) 29

Sin t ítulo (poema) 30

Roberto Arévalo Márquez

Veint ic inco días (re lato) 31

Oscar Varona

Desvar íos (re lato) 37

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SUPLEMENTO DE GROENLANDIA NÚMERO CINCO (Agosto \ Noviembre 2009)

Diseño: Ana Patricia Moya Rodríguez Directora: Ana Patricia Moya Rodríguez Edita: Revista Groenlandia

Han part ic ipado en este número: Ana Patr ic ia Moya Rodríguez , Pepe Pereza , Gsús Boni l la , Luisa Fernández ,

Luis Amézaga, Adolfo Marchena, Eva Márquez, David González , Jesús Suárez , Roberto Arévalo Marquez, Luis

Sevi l la , Álvaro Guijarro , Ale jandro Serna Rodr íguez y Juan José Romero. Las fotograf ías pertenecen a Juan

José Romero (portada, contraportada , páginas 7 , 11 , 16 , 18 , 22 , 28 , 36 Y 40) , Luis Sevi l la (páginas 2 y 42) ,

Ale jandro Serna Rodríguez (páginas 5 , 24 , 26) y Álvaro Gui jarro (páginas 9 y 29) .

Todas las obras – re la tos , fotograf ías y poemas – pertenecen a sus respet ivos autores . Todos los contenidos

de esta publ icac ión, desde e l número cero, están protegidos . Este suplemento \ especia l se presenta junto a su

revis ta de número correspondiente . Groenlandia expresa que, para proteger nuestra cultura , es esencia l

proteger las ideas or ig ina les de sus autores porque las mismas son un trabajo de imaginación y esfuerzo

únicos . Groenlandia aboga por la tota l l ibertad de expres ión s in censuras .

Queda to ta lmente proh ib ida la r eproduc c ión to ta l o par c ia l de l o s cont en idos de e s ta publ i cac ión en cua lqui e r medio . Esta

publ i ca c ión fo rma par t e de la Rev i s ta Groen landia número c inco . Todas las obras , de sde e l número c e ro , e s tán pro t eg idas .

DEPÓSITO LEGAL: CO-686-2006

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