Huerfanos de La Creación – Allen, Roger MacBride

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  • Roger MacBride Allen

    Hurfanos de la Creacin

    Contacto con el pasado de la humanidad

  • Sinopsis

    Brbara Marchante, una joven paleoantroploga que trabaja en el Museo Smithsonianode Washington, durante unas vacaciones en su casa familiar de Gowrie, Mississippi,descubre el antiguo diario de un antepasado suyo, Zebulon Jones, un esclavo negro que amediados del siglo XIX consigui escapar a los Estados del norte y hacer fortuna en losnegocios. En aquellas viejas pginas Jones describe que cuando era nio llegaron a lasplantaciones sureas unas extraas criaturas humanoides que los traficantes de esclavosqueran vender...

  • Ttulo original: "Orphan of Creation"Traduccin: Xavier Riesco RiquelmeIlustracin portada: Imasd, Estudio 74 1988, by Roger MacBride AllenPrimera edicin: septiembre de 2006 de la traduccin: Xavier Riesco Riquelme 2007 de esta edicin: Libros del Atril S. L.Editorial: Libros del AtrilMarqus de l'Argentera, 17. Pral. 1. 08003 BarcelonaImpreso por Puresa, S.A.Girona, 206Sabadell (Barcelona)ISBN: 978-84-96575-34-9Coleccin micron n 8

  • Dedicatoria:A Harry Turtledove,

    vctima tambin de la incitacin a la ficcin.

  • Supongamos... que una o varias especies de nuestro gneroancestral Australopithecus haya sobrevivido; un escenarioperfectamente razonable, en teora... Nosotros, es decir, el Homosapiens, hubiramos tenido que enfrentarnos a todos los dilemasmorales que implica el tratar con una especie humana dotada deuna capacidad mental claramente inferior. Qu hubiramoshecho con ellos? Esclavizarlos? Exterminarlos? Coexistir conellos? Convertirlos en trabajadores domsticos? Meterlos enreservas? En zoolgicos?

    STEPHEN JAY GOULDLa falsa medida del hombre

  • AMINABA ENTRE los surcos del campo quemado, y haca crujir los restoscarbonizados bajo sus pies desnudos. El fuego estuvo aqu; los hombreslo trajeron deliberadamente para limpiar el bosque y crear un campo para

    cultivar sus cosechas. Ya haban plantado, y ya haban llegado las lluvias, y ahorael campo era un spero mar de lgamo endurecido por el calor y de carbn que sedisolva. La tierra hosca humeaba visiblemente bajo la humedad coagulada delclido da, convirtiendo el campo en un lgubre espacio de neblinas que seenroscaban bajo un cielo gris acerado. No todo era adusto, los feos marrones ynegros del campo retrocedan aqu y all ante los esperanzadores y frgiles verdesde la futura nueva cosecha.

    Pero ella no vea nada de eso, y slo miraba fijamente a la tierra mientras andaba,detenindose para inclinarse y arrancar las resistentes malas hierbas queconstantemente amenazaban con sofocar los diminutos y frgiles brotes del cultivo.Si la hubieran instruido para arrancar los brotes, dejando las malas hierbas, no lehabra importado ni sabra cul era la diferencia entre una cosa y otra.

    Trabajaba con rapidez, sus dedos rechonchos y cortos eran sorprendentementegrciles en su labor. La mayora de las hierbas las meta en una bolsa que colgabade una cinta alrededor de su cuello, pero, de vez en cuando, se introduca en laboca algunos de los tallos ms apetitosos, masticndolos hasta un tamao digeribleantes de tragrselos.

    El campo era grande, a lo ancho y a lo largo, pero al menos haba llegado alfinal del surco. Se detuvo, alz la cabeza y mir, directamente al frente, a la slidamuralla de rboles y maleza que se alzaba en el mismo lmite del campo. Escuchlos sonidos y oli los aromas de la jungla y los lugares silvestres.

    Se qued all, con un par de hojas de bamb que temblaban en la comisura desu boca mientras masticaba, contemplando la selva, como si buscara algo en elinterior del bosque. Entonces, repentinamente, el capataz grit. Se gir de un brinco,sobresaltada, y volvi al interior del campo, obedeciendo a la voz del hombre antesque a sus palabras.

    Segn pasaba el da, la interminable nube de insectos pareca espesarse en tornoa ella. A la mayora los mantena a raya moviendo los brazos, pero unos cuantosconseguan atravesar su barrera. Un mosquito aterriz sobre su nariz chata, y ellase lo quit de un manotazo. Otro intent posarse en su pecho para alimentarse,pero lo que consigui fue enredarse en la mata de pelaje hirsuto entre sus ubres.Lo aplast sin bajar la vista y continu con su desbroce, dejando el diminuto cuerpodel insecto aplastado contra su piel.

  • Encontr otra mala hierba. Se inclin, la extrajo tirando y examin las races conanhelo. Divis una larva roscea entre los zarcillos de las races. Emitiendo unapagado sonido de satisfaccin, cogi la larva entre sus dedos, se la introdujo en suboca y la tritur entre sus mandbulas. Hoy era un da como cualquier otro.

    Su mundo era muy pequeo.

  • Noviembre

  • Captulo uno

    A CASA ERA ANTIGUA. Siete generaciones haban hollado sus pisos, a travsde los tiempos de las plantaciones, de la Rebelin y la Reconstruccin, capeandoexpoliadores yanquis y cruces ardientes, dos guerras mundiales y la segregacin y

    las marchas por los derechos civiles. La Casa Gowrie se ergua en su sitio desde los dasdel Rey Algodn, sus tierras se haban reducido en extensin de millas cuadradas a unospocos acres segn las generaciones de propietarios vendan lo que ya no queran, y sudominio de campos que se extendan hasta el horizonte se haba encogido hasta unospocos jardines de flores solemnes y decorativas.

    La doctora Brbara Marchando estaba sentada al borde de una silla cubierta de polvoen el desvn de la Casa Gowrie, rodeada de objetos grvidos con el peso de ese pasadorepleto de acontecimientos, cosas que transmitan una sensacin de antigedad.

    No se poda negar que las edades pasadas lo impregnaban todo aqu. Pero, de algunamanera, se le segua haciendo extrao el pensar en este lugar, o en cualquier lugarhumano, como antiguo. Brbara era paleoantroploga, una estudiante del pasado quetrabajaba con milenios, con millones de aos, con extensiones de tiempo tan grandes queen comparacin el siglo y medio de existencia de aquella casa era insignificante; un lapsotan fugaz que no quedaba registrado en las escalas de tiempo geolgico.

    Y aun as, el tiempo y la historia podan sentirse, impregnando pesadamente ese lugar.Innumerables acontecimientos y recuerdos se enmaraaban en la telaraa de lasbrevsimas dcadas que medan la existencia de la casa. La familia de Brbara haba sidoduea de la casa durante mucho tiempo, en la escala humana. Doce dcadas antes, era lacasa la que fue duea de su familia, hasta que el Esclavo haba tomado el lugar del Amo,y de esa forma haban nacido leyendas.

    Volva a ser Accin de Gracias, y por centsima vez desde que era una nia pequeahaba buscado refugiarse de la festiva y escandalosa reunin que tena lugar abajoescabullndose al desvn. Le encantaba examinar la misteriosa amalgama de tesorosfamiliares y escombros, respirar la fragancia de sbanas ajadas y el olor seco y umbro delas vigas de madera del desvn cocinadas en el horno del calor pasado de tantos veranos.Quiz fuera aqu, rebuscando entre esos secretos, donde hall su vocacin. Lo cierto esque siempre haba amado este lugar.

    Siempre que acuda aqu arriba soaba con encontrar el premio, la joya de valorincalculable que estaba escondida en este lugar. Y ahora, cuando los ltimos platos de lacomida de Accin de Gracias resonaban al ser devueltos a los armarios de abajo, se

    L

  • decidi a buscar en el nico lugar en el que jams se haba atrevido a buscar de nia: elbal de viaje cerrado que llevaba tanto tiempo esperndola. Saba a quin habapertenecido en su momento: las iniciales Z.J. estaban pintadas sobre la chapa de lacerradura, en pan de oro desteido y polvoriento.

    El bal perteneci a Zebulon Jones en persona, su ttara-tatarabuelo, el creador deleyendas de la familia, el hombre valiente que desafi a dueos de esclavos y rebeldes, aexpoliadores yanquis y al Klan.

    Cuando era un joven muerto de hambre, se escap de la plantacin del Coronel Gowrieen 1850, a la edad de veinticinco aos. Fue al Norte, se gan la vida como pudo, se ensea s mismo a leer y escribir mientras se las arreglaba para sobrevivir como mozo de cuadraal norte de Nueva York, hasta que finalmente fue dueo de su propio establo y de unataberna, y obtuvo el derecho al voto, para su orgullo, en 1860, justo a tiempo de ejercerloa favor de Abraham Lincoln. Al negrsele la oportunidad de unirse al ejrcito de la Unin,se labr su fortuna durante la Guerra criando, adquiriendo y vendiendo caballos para lacaballera de la Unin.

    Volvi a casa, al Misisipi, convertido en un hombre rico, justo en los das ms febrilesde la Reconstruccin. Mientras tanto, unos taimados norteos haban logrado llevar laCasa Gowrie a la bancarrota, y pretendan engatusar a Zebulon y aliviarlo de su dineromediante una compleja estafa inmobiliaria, pero se encontraron con que las tornas sevolvieron en su contra cuando descubrieron lo mucho que saba de leyes su supuestavctima.

    Zeb compr la plantacin de su antiguo dueo ante sus narices, y dej claro el asuntoen los tribunales. Se asent all para plantar nuevos cultivos y establecer su propia familia.Dos veces mat a hombres del Klan a tiros desde su prtico, cuando vinieron a linchar alinsolente chico negro y quemar su casa.

    Se present al Congreso, gan, y ocup ese cargo durante dos aos a principio de ladcada de 1870, antes de que el hombre blanco robara las urnas electorales y las promesasde la Reconstruccin a los negros que supuestamente eran ciudadanos libres y conderechos.

    Zebulon Jones. La familia preservaba celosamente la herencia de ese personaje: cadahijo, nieto y tataranieto, hasta la ltima generacin, conoca las historias y leyendas sobreZebulon, y todos compartan en gran medida su orgullo y su tenacidad, su valor y sudeterminacin.

    Saber que el bal haba pertenecido a su tatarabuelo haca que sus secretos fueran anms atrayentes para Brbara. Durante toda su vida, e incluso desde antes de que naciera,el bal haba estado en el desvn, con sus tesoros a buen recaudo. Durante su infancia,cada vez que sus padres venan de visita a la casa familiar, suba aqu arriba para quedarsecontemplando el bal durante horas. Y cada una de esas veces, manipulaba la resistentecerradura para comprobar si finalmente haba cedido a la herrumbre y al tiempo... perosiempre segua slidamente cerrado.

    Sin duda la llave se haba perdido haca mucho tiempo, olvidada en el cajn de una uotra ta. Cuando era nia, Brbara imaginaba los secretos que podan estar encerradosdentro del bal, y pensaba en los arquelogos y saqueadores de tumbas que aparecan ensus libros, abriendo la tumba del Faran. Nunca se atrevi a forzar la cerradura.

    Pero hoy, ahora mismo, finalmente, decidi que ya tena bastante. No saba por qu,exactamente, pero la tentacin de mirar en el interior del bal era demasiado grande, y lapresin para mantenerse alejada de l era muy dbil.

    Quiz fuera que segua enfadada con su esposo, Michael, y que quera que lo pagaraun pobre bal de viaje indefenso. No haca mucho que se haban separado, y Michael le

  • echaba la culpa de todo a Brbara; otra de sus interminables negativas a admitirresponsabilidad, lo que en realidad fue uno de los motivos principales de la separacin enprimer lugar. Michael estaba de vuelta en Washington, ya que tena que cumplir su turnoen el servicio de urgencias durante la mayor parte del fin de semana.

    Quiz fuera que haba abierto tumbas cien veces ms antiguas, y su objetividadprofesional al fin se haba impuesto a la idea de pecado implcita en abrir el viejo bal deltesoro familiar.

    Y quiz fuera que se rebelaba silenciosamente contra sus parientes que alborotaban enel piso de abajo. Que seguan insistiendo en tratar a una persona de treinta y dos aos quetena un doctorado como si fuera una chiquilla de quince demasiado lista.

    Incluso mientras se inventaba todas esas racionalizaciones, saba que no tenanimportancia alguna. Pura y simplemente, su curiosidad al fin la haba vencido, y ya noera capaz de resistirse al misterio y al desafo de esta olvidada reliquia familiar.

    Se levant de la silla, alzando una nube de polvo con el movimiento. Suspirando, selimpi con la mano toda mota de polvo de su vestido verde ajustado. Era una mujer alta,esbelta y de piel oscura, de raza negra y con un rostro oval, lleno de gracia y expresividad,y con unos asombrosos ojos de color miel, enormes y encantadores. El vestido sin mangasmostraba unos brazos sorprendentemente bien musculados, gracias a las interminableshoras de trabajo con pala en los yacimientos, y sus manos eran fuertes y encallecidas. Setoc la cabellera, que llevaba cuidadosamente cortada a la altura de los hombros,preguntndose si luego tendra que utilizar el champ para eliminar el polvo que se lepegara.

    Pero eso sera luego. Rebusc por todas partes hasta que encontr un viejo atizador dechimenea que probablemente acab jubilado en el desvn mucho antes de la SegundaGuerra Mundial. Encaj el extremo puntiagudo entre la cerradura y la madera del bal, ledio un buen tirn al atizador y fue recompensada con un gran crujido y un sonido metlicocuando la cerradura cay de una pieza al suelo. Aparentemente, la madera del bal estabaen peor estado que la cerradura.

    Dej el atizador en el suelo y se arrodill delante del bal, agarr la tapa y la empujcon suavidad. Se resisti durante un momento, y luego se abri sin ruido, exhalando unanubecilla de polvo que haba permanecido sin ser perturbado durante generaciones. Lasbisagras gimieron ligeramente, oponiendo algo de resistencia ante el movimientodesacostumbrado.

    Mientras la tapa se abra, Brbara sinti media docena de emociones que aleteaban ensu corazn, como una bandada de pjaros que se persiguieran los unos a los otros, pasandode uno en uno por un ventanal estrecho.

    Se haba sentido as muchas veces con anterioridad: en una excavacin cuando al finabran una tumba, cuando dejaba un fsil al descubierto, cuando abra el sobre quecontena el informe de laboratorio que confirmara o negara su teora. Excitacin,expectacin, ilusin sobre las cosas maravillosas a punto de ser descubiertas, una ligeradecepcin cuando la realidad mundana no era tan maravillosa como las posibilidades queofreca, un ligero reproche a s misma por permitirse olvidar su objetividad cientfica, unesperanzado recordatorio para s misma de que las maravillas que buscaba puede queestuvieran todava esperndola si buscaba un poco ms.

    En el bal no haba nada fuera de lo normal y esperable: los objetos personales y lasropas viejas de un hombre anciano, posesiones que fueron guardadas con gran reverencia,recuerdos impregnados de un ligero olor a bolas de naftalina y objetos recalentados porlos veranos en el desvn, cosas que nadie tuvo el nimo de tirar cuando muri el patriarcafamiliar. Una camisa de seda, un par de bifocales con montura de oro en una funda

  • gastada, una sombrerera de madera lacada que contena un canoti de barquero, un trajegris de lana que debi ser incmodo y rasposo en los veranos del Misisipi. Una maltrechapipa de mazorca de maz, junto a otra retorcida y en su momento muy usada de maderade brezo, que segua brillante gracias al ltimo pulido que recibi en algn momento delsiglo pasado.

    Cuidadosa y lentamente, fue sacando cada objeto del interior del bal. Debajo de lasombrerera haba una pila de libros viejos. Los cogi uno a uno y hoje las pginas. Unabiblia, no una de esas grandes biblias familiares, sino el tipo de pequeo volumen debolsillo que se poda de llevar de viaje. Historia de Dos Ciudades, un libro hermoso conencuadernacin de cuero grabada a mano e ilustrado con lminas a color, impreso en1887. Historia de la Raza Negra en Amrica, de George Washington Williams1, 1886.La narracin de Sojourner Truth2, sin fecha de imprenta. Todos los libros tenan elaspecto manoseado que confiere el haber sido ledos y reledos. Deban ser los libros queZebulon mantena junto a la cabecera de su cama; los ms queridos, los amigos a los quevisitaba a menudo. Brbara tuvo la sensacin de que era una vergenza que estuvieranall, amontonados junto a las dems reliquias, apolillndose en la oscuridad en vez detener un lugar de honor en la biblioteca. Los libros, especialmente los favoritos deZebulon, deberan ser colocados all donde pudieran vivir, donde la familia pudieraverlos, tocarlos y leer las palabras que su antepasado haba amado. Deposit La narracinde Sojourner Truth en el suelo y volvi a mirar el interior del bal.

    Quedaba un libro en el fondo, ms pequeo y ms gastado que los dems. Lo cogi,examin el lomo y la encuadernacin. No tena ttulo por ninguna parte. Sin apenasatreverse a pensar en lo que acababa de encontrar, lo abri, pas una o dos pginas, y sucorazn se detuvo durante un instante.

    En la primera pgina, con una caligrafa cuidadosa, estaba escrito:

    ZEBULON JONESDIARIO, APUNTES Y LIBRO DE RECUERDOS

    de Hechos Actualesy

    Tiempos Pasados1891

    Brbara sonri con nerviosismo cuando ley las palabras. ste era el premio, la joyade valor incalculable. Nadie de los que vivan saba que Zebulon haba llevado un diario.Este libro tendra muchas historias que contar. Se llev el libro hasta la cara, respir sufragancia, lo abri por la primera pgina de narrativa y se maravill de lo que tena en lasmanos.

    Ms all de toda forma particular que tuviera uno de medir el tiempo, el libro era viejo,y rebosaba de experiencias. El tiempo haba acartonado, desgastado y oscurecido laspginas. Una caligrafa precisa y angulosa desfilaba sobre la pgina carente de lneas conla misma confianza con que haba sido escrita haca casi un siglo, pero la tinta negra habaadquirido un tono amarronado en algunos lugares. La encuadernacin de cuero,ablandada por muchos aos de uso, exhalaba los aromas de las dcadas a las que habasobrevivido: el olor del sudor que impregnaba unas manos, un dbil indicio de tabaco trascompartir un bolsillo con una pipa muy utilizada, la impresin de alcanfor y lana vieja,

  • testimonio de que el libro haba pasado muchos aos en el viejo bal con las ropasguardadas.

    Brbara? Ya te has vuelto a meter ah arriba? Una voz profunda y resonantelleg desde el hueco de la escalera, rompiendo el encantamiento del momento. Pertenecaa la madre de Brbara. Georgina Jones, una matriarca slida y con los pies firmementeplantados en la tierra.

    Estoy aqu, mam. Qu pasa?Ya saba yo que no te podras mantener alejada de ese desvn polvoriento en cuanto

    las tas empezaran a marujear. Baja ya. El partido de rugby ya se termin y estn a puntode servir los postres. Date prisa o te quedars sin probar el pastel de manzana de la primaRose.

    Brbara sonri pese a s misma.Ya voy, mam. Volvi a dejar todo menos el diario en el bal, baj la tapa, encaj

    la cerradura de nuevo en su lugar, y devolvi el atizador al lugar donde lo habaencontrado.

    Descendi por las escaleras, llevndose el diario de Zebulon, hacia la reunin familiardel piso de abajo. Se detuvo en el pequeo dormitorio de la esquina que le haba asignadola ta abuela Josephine, y escondi el diario en la balda superior del armario ropero. Tardeo temprano tendra que confesar el crimen de apertura con violencia de bal que habacometido. Por otro lado, el descubrimiento del diario le servira como una gran defensacontra las lenguas afiladas; pero quera tener la oportunidad de leer las palabras del abueloZeb antes que nadie. Siempre le haba gustado descubrir secretos... y tener conocimientode ellos cuando nadie ms los saba.

    Pero primero vena la tarta de manzana de Rose, y los brownies de Clare, y el pastelde pacana de George, y tres tipos de pastel de calabaza y dos de pastel de melaza al estiloamish, y los nios que correteaban por todas partes. Los ms viejos estaban sentados ensus sillones excesivamente mullidos, cmodamente cerca los unos de los otros... ycmodamente cerca de la mesa con el buf que haban servido para la ocasin en la salade estar (que la rama surea de la familia insista en llamar el vestbulo), haciendo quesus hijos mayores les trajeran postres y caf. No se trataba solamente de la comida, porsupuesto. Se trataba de la familia, de la cercana, del amor, del constante recordatorio deun pasado orgulloso y de la confianza en el futuro, y de un verdadero Accin de Graciaspor un presente feliz y satisfactorio.

    Brbara se puso en la cola para el buf y consigui la penltima porcin de la tarta deRose, y unas generosas raciones de dos o tres ms de sus favoritos, y rio y charl con todoel mundo, e incluso consigui encontrar una silla libre en la abarrotada sala de estar.Cuando todo el mundo estuvo sentado frente a un plato a rebosar con seis tipos de postrediferentes y con todas las dietas olvidadas hasta maana, la ta abuela Josephine dio otrorezo, agradeciendo al Seor esta vez porque hubiera tantos seres queridos presentes enese momento, porque los que ya haban seguido adelante (como lo expresdelicadamente la ta abuela Josephine) todava siguieran siendo honrados y recordados,porque los que estaban separados por la distancia y las obligaciones estuvieran contentosy sanos (aunque Brbara tuvo un pequeo problema a la hora de considerar a su ausentey prximamente antiguo esposo Michael como contento).

    Hubo un coro de fuertes amenes baptistas, y el nivel de ruido ambiental descendisbitamente cuando todo el mundo meti la cucharilla en el plato, descubriendo quetodava tenan hueco para los postres.

  • Despus, los hombres se dirigieron a la terraza de la Casa Gowrie a jugar al pinacle,al bridge y al domin a la luz del crepsculo y de las lmparas. Unos cuantos de losjvenes ms osados se escabulleron al piso de arriba para una timba de pquer de verdad,dejando a sus primos menos atrevidos boquiabiertos de admiracin. Apuestas con dinero,aqu, en la casa de la Ta Josephine! Los nios salieron corriendo para irse a jugar Diossabe dnde y las mujeres empezaron a limpiar tras la comida. Cada grupo se dirigi a sulugar y a realizar sus actividades sin que nadie dijera qu tenan que hacer, y sin queninguna de las mujeres pusiera objeciones, por hoy, al menos, acerca de tener que fregarlos platos. Era parte de la tradicin esperada de la celebracin, y Brbara encontr algoreconfortante el estar en compaa exclusivamente femenina, lavando y secandocuidadosamente la vajilla de gala y la cubertera de plata mientras las mujeres compartanlos ltimos cotilleos acerca de este o aquel pariente ausente, y jactndose de lo bien queles iba a sus hijos o nietos en la escuela. Despus de fregar, las mujeres tomaron caf yengulleron los ltimos restos de dulces mientras hablaban alrededor de la gran mesa en laenorme cocina de Ta Josephine, que casi era una pieza de museo, una habitacin queestaba exactamente igual que cuando naci Brbara.

    La tarde se adentr en la noche, y Brbara se levant sigilosamente de la mesabrillantemente iluminada, recogi su suter del armario de la sala principal y sali a latranquila oscuridad, con la risa de los jugadores de cartas dbil y al mismo tiempo cercanaen la fresca brisa. Camin por el serpenteante camino de entrada para los coches quellevaba a la carretera comarcal.

    Haba sido un da de cielo azul claro y perfecto, pero ahora los ltimos rastros de luzsolar se deslizaban bajo el horizonte occidental y unas nubes aceradas acudan en tropeldesde el sur, apagando las primeras estrellas de la noche en el mismo momento en queaparecan. Se oy el retumbar distante de un trueno, un sonido extrao para una noche denoviembre. Brbara se detuvo a unos treinta metros de la casa y volvi la vista atrs pordonde haba venido. Era un lugar grande y viejo, y cada generacin haba aadido algo ala casa, haciendo que la fachada original estuviera casi sepultada bajo un siglo deremodelaciones. Haca muchas dcadas que se haban plantado unos viejos y slidosrobles para dar sombra a la casa, y ahora sus ramas superiores oscilaban hacia delante yatrs bajo la creciente fuerza del viento.

    Haba fantasmas en la Casa Gowrie, pens Brbara, espritus amistosos que enseabana los suyos los valores de la familia, del amor y del recuerdo. Haba una fuerza y unapresencia reconfortante en ese lugar.

    Oy un ruido como de aleteo y un ligero alboroto que proceda de la terraza, se volvipara ver qu pasaba y sonri. El viento haba comenzado a levantar las cartas, y losjugadores de bridge se retiraban al interior, justo en el momento en que las mujeresfinalmente salan de la casa para reunirse con los hombres. Era la seal para arrastrar lasmesas de juego al vestbulo y formar nuevos cuartetos. Volvi al interior para ver si podaunirse a alguna de las partidas.

  • Captulo dos

    RA YA CERCA DE LA MEDIANOCHE antes de que se jugara la ltima partidade bridge y la gente empezaba a pensar en retirarse. Brbara regres a su diminutodormitorio y se cambi de ropa para acostarse.

    En la pequea habitacin de la esquina de la casa haba apenas espacio suficiente paraun pequeo tocador, una mesilla de noche y una cama estrecha, pero todo ello no suponaninguna molestia para Brbara: con tantos visitantes en la casa esa noche, era uno de lospocos que no tendra que compartir habitacin. Ahora se percat de lo mucho que se habaacostumbrado a dormir sola. Incluso antes de la reciente ruptura, durante la mayor partede los ltimos meses, Michael siempre tena turno de noche en el hospital.

    Cuando estaba en Washington, Brbara normalmente prefera ponerse algo del estilode una vieja camiseta para acostarse, pero, por algn motivo, eso le pareca frvolo y pocodigno en la casa de Zebulon Jones. Siempre llevaba un camisn de cuerpo entero cuandoestaba en Gowrie, y ahora, como siempre, tena cuidado de cubrir incluso ese camisncon una bata del tipo apropiado para una dama cuando iba y vena del cuarto de bao.

    Unos pocos minutos despus, consigui encajarse en la estrecha cama, tras cepillarsebien los dientes y peinarse el pelo. Cuando se meti en la diminuta cama en la habitacinque pareca de una casa de muecas, con el trueno y la lluvia que se abata sbitamentecontra las ventanas hacindolas vibrar, a la clida luz amarilla de la lmpara de la mesillade noche, Brbara se sinti como si volviera a ser una nia, leyendo en secreto con unalinterna sus novelas de Nancy Drew bajo las sbanas despus de que mam la hubieraacostado.

    Y el diario de Zebulon Jones era un secreto tan bueno como cualquier otro que hubieradescubierto jams. Al fin a solas y sin que nadie viniera a molestarla, abri el libro yempez a leer mientras la lluvia se estrellaba en goterones contra los cristales.

    Nac esclavo [comenzaba el libro] y pas los primeros veinticinco aos de mivida sujeto a esa monstruosa condicin. Un cuarto de siglo de una existencia encautiverio dej su marca evidente en el resto de mi vida, que he empleado en labsqueda de todo aquello que se le niega a un esclavo: libertad, dignidad,educacin, prosperidad, propiedad y control sobre el propio destino, laoportunidad de proveer para la familia de uno y para los mos, el tiempo para unomismo necesario para atesorar las maravillas del mundo de Dios.

    En esas empresas, creo haber tenido algn xito. Me acerco al fin de mi vidatil, y siento que debo prepararme para el momento en que conozca a mi Hacedor.No morir voluntariamente, porque la vida es un don precioso que nadie puede

    E

  • negar mientras se le ofrece. Pero me esfuerzo por ser un siervo obediente del Seorcuando l al fin me llame a casa.

    Si bien mi vida no est exenta de faltas, no ha sido tan vergonzosa como paraque un Dios justo y misericordioso me niegue la entrada a su Reino. Tras una vidade batallas contra Sus enemigos: el Esclavista, los Linchadores, los Hombres delKlan y todos los dems agentes del odio, estoy en paz con Dios. He cumplido conm deber para con l, y para conmigo mismo. Slo me queda relatar, lo mejor quepueda, los acontecimientos de mi vida, no como un monumento a mi persona, sinocomo un medio de instruir a los dems acerca de lo que un hombre puede lograr.

    Con ese propsito, y con la misma advertencia de que lo que sigue no esjactancia sino un ejemplo, debo comenzar relatando las dificultades alineadas enmi contra.

    El que un hombre diga que es un esclavo, el que diga que se le ha negado underecho o que ha sido tratado de manera inhumana porque es un negro, es decirtanto en tan pocas palabras que al final no se ha dicho nada.

    Nacer esclavo en Misisipi en el ao de Nuestro Seor de 1824 o 1825 (confiesoque nunca he sabido la fecha exacta de mi propio nacimiento) significaba no slonacer en la ignorancia y la pobreza, sino en una ignorancia y pobreza impuestas ydespiadadamente mantenidas mediante las leyes, la violencia, el asesinato y elterror; impuestas por la separacin de familias a la fuerza, impuestas por losmiedos al Amo y las mentiras que se le contaban al Esclavo.

    Pas mi niez durmiendo sobre una pila de harapos sucios en una chabola desuelo de tierra, bebiendo y comiendo en copas de latn y cuencos de madera, sinusar nunca cuchara o tenedor, sino comiendo con las manos, sin saber leer niescribir, e incluso ignorante de que existan tales habilidades. No tuve compaerosde juegos, porque trabajbamos en los campos de algodn, y no hubo juegos desdeel momento en que pude tenerme en pie y hablar, sino interminables labores.

    De nio, fui azotado salvajemente en muchas ocasiones, por faltas tan gravescomo rerme, tener miedo o no ser capaz de levantar una bala de algodn tangrande como yo mismo. Y sin embargo nunca fui azotado con furia, sino quesiempre lo fui de una manera estudiada, meticulosa y cientfica, calculada conprecisin para producir los resultados deseados, de la misma manera que unherrero podra martillear una herradura sobre el yunque, sometiendo el hierro asu voluntad sin furia ni emocin, sin pensar en que el metal sobre el que trabajabapudiera sentir dolor, miedo o necesidad.

    Creo que hubiera preferido haber sido azotado con furia. Mejor el castigoairado de un amo enfurecido que un hombre forjando metdicamente unaherramienta para que se ajuste a sus necesidades. No era slo en la forma en quenos azotaban, sino tambin en la que nos alimentaban, nos alojaban y nos vestan,que nuestros antiguos amos nos trataban no como hombres y mujeres, ni siquieracomo criaturas carentes de razn, sino como objetos, como herramientas a usar,remendar si pareca que vala la pena, y descartar sin preocuparse ni dedicarlesun pensamiento.

    Aun as, creo que cuando lleg la Guerra, y la Emancipacin, y con ellas el finde la Institucin Peculiar, la esclavitud se habra cobrado ms en el amo que enel esclavo. Al amo, le haba costado su alma.

    Qu lisiada debe quedar el alma de un nio blanco cuando es criado, formadoy enseado a creer que un ser humano puede ser menos que un animal. Qu vil esobligarse a uno mismo a creer que el dolor que infligi no doli en realidad, que

  • su crueldad estaba justificada. Qu maligno es aprender, y luego ensear a otros,las tcnicas para despojar a otro ser humano de toda dignidad.

    Qu horrible saber en el ltimo rincn de la mente de uno que toda tu riqueza,toda la paz y prosperidad que disfrutas, estn cimentadas en la sangre, en el ltigo,en la barbarie cuidadosamente oculta bajo una compleja fachada de cortesa ybuena sociedad. La culpa pende como una pesada mortaja fnebre sobre lasplantaciones del hombre blanco.

    Quiz sea por lstima, entonces, y por extrao que pueda parecer, que si bien todos losesclavos odiaban a su servidumbre, pocos de ellos odiaban a sus amos, e incluso despusde la Emancipacin muchos antiguos esclavos optaron por seguir al servicio de susantiguos dueos, dueos que en su mayora haban quedado reducidos en fortuna debidoa las privaciones de la guerra.

    Hasta el da de hoy, recuerdo a mi propio amo, el coronel Ambrose Gowrie, con unafecto forzado, mudo, avergonzado y no exento de un cierto odio. Ningn esclavo de sucasa sufri el ltigo del coronel directamente, y su presencia bastaba para mitigar laseveridad de un azote. Si la esclavitud degradaba y embruteca al hombre blanco, entoncesel coronel Gowrie estaba mucho menos contaminado de lo debido. Retena ms de suhumanidad de lo que por derecho debera.

    Quiz sea por eso que lo odio incluso mientras lo recuerdo con afecto. El dueo de unamente inquisitiva, abierta y brillante como la suya no debera haberse cerrado tanto antela evidencia de sus propios sentidos. A diferencia de muchos blancos dentro y fuera de laciudad, no poda alegar ignorancia o estupidez como justificacin de sus creencias yacciones. l, entre todos los amos de esclavos, debera haberse percatado de que el negroera un hombre y un hermano. Pero, de todos ellos, ninguno estaba ms seguro de lainferioridad del negro como l. Era un brbaro, seguro de que sus propios viles prejuicioseran la palabra y la ley de Dios.

    Llegar hasta aqu y no ms escribir acerca de las condiciones generales de mi origen.Mucho se ha escrito ya por manos ms hbiles que las mas que provienen decircunstancias similares, y en vano intentara mejorar tales relatos.

    En su lugar, relatar las experiencias nicas de mi vida, que creo que no tienenprecedente en la escritura, ya que he sido muchas ms cosas que un esclavo, y he hechomuchas ms cosas que embalar algodn.

    Brbara sonri al leer ese pasaje, y cerr el libro durante un momento. Impulsivamente,retir las sbanas, sali de la cama, se calz las zapatillas, se puso la bata y sali al pasillodel piso superior, llevndose el libro con ella. Todava recordaba el conocimiento secretode la casa de cuando era nia, el legado de las muchas veces que se haba escabullido consus primos al piso de abajo en medio de la noche. Saba moverse en el interior de la casaa oscuras, saba qu tablas del suelo crujan, saba cul era la forma ms silenciosa ysegura de bajar sin despertar a los adultos. Sin otra luz que el lejano destello de losrelmpagos, descendi al piso inferior por las antiguas escaleras del servicio. Zebulon enpersona debi pisar esos escalones, en los das de antao antes de que comprara la casaal coronel Gowrie.

    Abri la puerta que haba al final de las escaleras y se encontr en la cocina,inmaculadamente limpia pese a todo el trajn de platos y comensales del da. Atraves lapuerta que daba al comedor, sali al recibidor y pas por la amplia entrada a la sala deestar delantera.

  • Ah estaba el retrato, sobre la repisa de la chimenea, apenas vislumbrado a la luz de latormenta. Le dio al interruptor de la pared y la oscuridad retrocedi frente a la clida luzamarilla.

    Camin hasta el centro de la habitacin y contempl el rostro de Zebulon, una carahermosa, fuerte y de piel oscura, solemne sin parecer engolada. El retrato haba sidopintado cuando Zebulon ya tena una edad avanzada; su densa melena era del color de lanieve, el rostro mostraba las seales de la vida y de la madurez. Vesta de levita y chaleco,que mostraban una figura todava esbelta y vigorosa. Su mano derecha agarraba la solapade su traje mientras la izquierda sostena un libro. El artista haba capturado bien el podery la gracilidad de esas manos endurecidas por el trabajo y de largos dedos. se era elhombre.

    Se acerc y toc el marco, el borde del retrato, luego se volvi y se sent en el antiguoy rgido sof con patas y continu leyendo en presencia de la imagen del autor. Abri eldiario, pas las pginas al azar hacia delante y atrs, y aqu y all palabras sueltasllamaban su atencin cuando las frases revoloteaban ante sus ojos. El incendio en elcampo de algodn ardi durante dos terribles das... Aunque Gowrie se enorgulleca deno separar a marido y esposa esclavos, no tena la misma consideracin acerca de vendera sus hijos... Tena ya doce aos cuando me calc por primera vez un par de zapatos, yesos zapatos eran unos zuecos de madera bastos y astillados que otro haba tirado...ciertas criaturas de extrao aspecto aparecieron en la plantacin Gowrie... Brbara sedetuvo al fin, frunci el ceo y volvi a leer. Criaturas? Empez a leer desde el principiodel pasaje.

    ...Uno de los episodios ms extraos de mi vida como esclavo comenz en lo que ahorasupongo que sera el verano de 1850 o 1851 (en ese entonces ignoraba casi por completolas fechas y los calendarios). Fue entonces cuando ciertas criaturas de extrao aspectoaparecieron en la plantacin Gowrie, supuestamente tradas como un nuevo tipo deesclavos.

    No puede verle pies ni cabeza al incidente cuando ocurri, y no pude comprender porqu nos haban trado a esas bestias a nosotros, pero ahora creo comprender lo que ocurra:los viejos traficantes de esclavos, los hombres crueles que transportaban sus cargasmiserables de africanos cautivos en la terrible travesa del Atlntico, hacan un ltimointento por revitalizar su macabro comercio.

    Durante siglos, el nmero de esclavos muertos en esos viajes se equiparaba al desupervivientes, y con el tiempo, ese trfico fue prohibido por todas las nacionescivilizadas. En 1808 los Estados Unidos hicieron ilegal la importacin de esclavos(aunque, por supuesto, no fue ningn alivio para la situacin de los esclavos que ya habansido importados o que haban nacido aqu). Por supuesto, muchos millares de esclavosms fueron al Sur de contrabando desde frica a partir de 1808. Sin embargo, el trficoera ilegal y arriesgado, y eso supona recortes en los beneficios. Las criaturas eran unaestratagema para saltarse la ley de importacin de esclavos. Ya que esas criaturasevidentemente no eran seres humanos, por tanto segn la lgica de los abogados no eranesclavos, y por tanto era legal su importacin.

    El esclavista que import las criaturas, y los hombres que las adquirieron (incluyendoal coronel Gowrie), admitieron de forma inconsciente pero condenatoria su pecado, altomar parte en ese esfuerzo por soslayar la ley, porque detrs de la aparente legalidad deesa transaccin, basada en el supuesto de que importar esclavos no humanos era legal, seesconda la admisin inexpresada de que los esclavos negros eran seres humanosverdaderos, no animales. Pese a todas las alegaciones contrarias a ello, los amos estaban

  • descartando su creencia protectora, pero falsa, de que el negro no era un hombre. Quizsea por eso que recuerdo el incidente tan claramente.

    Sera imposible olvidar el da en que el Coronel Gowrie trajo a casa a sus nuevosesclavos. No he visto criaturas ms extraas en toda mi vida.

    Criaturas? Brbara titube sobre las pginas mientras el relmpago centellaba en elexterior de la sala. Pas las pginas hacia delante, saltndose prrafos, para ver si Zebulonhaba descrito a sus criaturas, y encontr rpidamente el pasaje.

    Tenan en gran medida la misma forma que los hombres y mujeres, y sus similitudescon los humanos acentuaban antes que disminuan las enormes diferencias entre nuestraraza y la de ellos.

    Caminaban erguidos, y tenan manos bien formadas (que, sin embargo, no eran tanhbiles o grciles como las de los hombres). Sus cabezas eran bastante deformes, dementn dbil y con tales mandbulas prominentes y dientes tan grandes y de aspecto tanferoz que tenan un aspecto fiero en conjunto que contrastaba visiblemente con su tmidocomportamiento. Hasta que no se acostumbraron a nosotros, el nio ms pequeo podaprovocar en ellos el pnico ms supremo.

    No podan hablar, pero podan transmitir sus necesidades y deseos con una claridadsorprendente, por medio de pantomimas, ululatos y gruidos, sonrisas y muecas.

    Como ya he dicho, sus cabezas parecan extraamente malformadas, con una granprotuberancia sea sobre los ojos, y una especie de cresta que recorra el centro de suscrneos, partiendo de lo ms alto de sus cabezas en direccin a la espalda.

    Brbara sigui leyendo, fascinada. Pareca que a los aristcratas rurales locales leshaba dado por importar gorilas, o puede que chimpancs, como mano de obra! Zebulondebi modificar posteriormente su apariencia cuando reexamin sus recuerdos, haciendoque parecieran y actuaran de forma ms parecida a los humanos. Ninguno de los grandessimios africanos era bien conocido antes del siglo XIX, y no fue hasta 1847 que sedescribi al gorila. No seran algo conocido en una plantacin surea alejada, y menospara un esclavo sin educacin alguna.

    Sus cuerpos tenan la piel oscura y cubierta de manera dispersa por crespos pelosnegros. No llevaban ropas voluntariamente, y cuando el hombre blanco les obligaba acubrirse decentemente, desgarraban las camisas de tela basta hasta convertirlas en jironese insistan en su lbrica desnudez.

    As eran las criaturas, los animales, que los esclavistas de las postrimeras de laesclavitud presentaron a Gowrie y sus amigos como equiparables al negro en todoaspecto: en inteligencia, habilidad y destreza. Ya he dicho que la importacin de animalespara sortear las leyes de importacin era una admisin tcita de que el esclavo negro eraen realidad un ser humano. Qu doblemente condenatorio, entonces, qu hipcrita y falsopor parte de esos mismos blancos esperar que viviramos con esas bestias y lasaceptramos como iguales, en chozas al lado de las nuestras, como si no se tratara msque de estabular a un burro al lado de un caballo. Y qu necedad. Los esclavos negros,sobra decirlo, estbamos, hasta el ltimo hombre, mujer y nio, horrorizados ydisgustados por esas criaturas antinaturales, bestias con la forma de hombres. Recuerdobien la primera vez que las vi, y fue en la carreta que trajo su jaula...

  • Brbara se sinti sbitamente como si ya no estuviera leyendo simplemente unahistoria. Una parte del relato tocaba su alma, como si lo viera, como si lo viviera. Le habaocurrido cientos de veces cuando era nia. Volvi a sentir la sensacin de verse arrastradaal interior de la historia, las palabras se transformaban en visiones, olores y sonidos.Segn desfilaban las palabras frente a sus ojos, con los rasgos severos del escritormirndola desde lo alto, con su mismsima sangre fluyendo en sus propias venas, con latormenta persiguindose a s misma enloquecidamente en el paisaje oscurecido delexterior, las imgenes de esos das pasados destellaron ante sus ojos. Saba cmoocurri...

    El joven Zeb contempl a las bestias con enorme espanto. Parecan enormes,monstruosas, habitantes del reino de las pesadillas. Puede que no midieran ms que unhombre adulto, pero su gritero, sus aullidos enloquecidos, la forma feroz en que selanzaban contra los barrotes de su jaula, el resonar y entrechocar de los barrotes y loscerrojos, y el traqueteo de la carreta que oscilaba de un lado a otro con fuerza, todas esascosas hacan que parecieran de un tamao mayor al que realmente tenan.

    El par de caballos que tiraban de la carreta tambin tenan miedo, resoplaban yrelinchaban, araando la tierra con sus cascos en su temor, y los msculos y tendones seles marcaban con precisin bajo sus pieles pardas. Zeb se descubri mirando a los caballosen vez de a las bestias, porque al menos los caballos parecan reales, normales, mundanos.

    Pero, reales o no, los caballos tambin estaban aterrorizados, y el mozo de cuadra hacatodo lo posible para evitar que salieran de estampida. La carreta se bamboleaba,amenazando con volcar por completo. Finalmente, el carretero, aadiendo al caos de laescena un torrente de maldiciones, consigui detener a los caballos por completo,descendi de su pescante y se mantuvo a una distancia respetuosa. Finalmente amboscaballos se dignaron permitir que los obligara a quedarse quietos, con los ojos girandoenloquecidos, los ollares aleteando y los flancos temblorosos y salpicados de espuma.Zeb no supo de dnde haba sacado el valor para adelantarse y coger las riendas, pero lohizo, y se qued entre las cabezas de los dos caballos atemorizados, murmurndolessuavemente palabras tranquilizadoras mientras observaba lo que ocurra en la parte deatrs de la carreta.

    Gowrie en persona estaba all, un hombre alto, brioso, con una perilla negra yexpresin de entusiasmo feroz. Estaba de pie junto a la parte de atrs de la carreta,sonriendo ampliamente y contemplando a sus nuevos esclavos con gran placer.

    Joe, Will, abrid esa jaula y dadles la bienvenida a nuestros nuevos amigos dijo,ofreciendo la llave de la jaula a dos de sus esclavos y hacindoles gestos.

    Massah Gowrie dijo Will en su suave criollo de plantacin, ste no es momentode dejar salir a esas cosas. Will trabajaba en los establos y los graneros, cuidando delos animales de granja, y saba mucho acerca de la mayora de los seres vivientes.Dejemos que se calmen un poquitn. Tienen un miedo que se mueren despus del viaje, yalguien va a salir herido si los sacamos ahora... o saldrn de estampa hacia el horizonteen un plispls.

    Will, he dicho que abras la jaula! gru Gowrie. Es que tienes ganas de quete azoten?

    No, seor. Pero prefiero que me azoten a que me muerdan y me despiecen. Sascosas estn muy enrabiscadas!

    Joe, ve ah y... comenz a decir Gowrie, pero Joe simplemente neg con lacabeza. Que os parta un rayo a los dos, entonces! grit Gowrie, y subi de un saltoa la carreta. Introdujo la llave en el cerrojo... y dos brazos peludos salieron disparados

  • hacia l. Repentinamente se encontr en el suelo, con las ropas desgarradas y con unaraazo de mal aspecto en la piel del brazo. Se qued estupefacto y enfurecido, maldijoincoherentemente, se levant, agarr el ltigo de manos del conductor y lo hizo restallarcontra los barrotes de las jaulas, llevando a las bestias del interior a nuevos paroxismosde histeria y volviendo a asustar a los caballos. Zeb casi perdi el equilibrio y fuepisoteado por los caballos si el conductor no llega a acudir en su auxilio y a ayudarle acalmar a los animales.

    Al demonio con todos vosotros! grit sin producir efecto alguno, alzando elltigo. Que se queden en las jaulas toda la noche, entonces, a ver si les gusta! Se fuehecho una furia, y el conductor sali detrs de l, protestando porque su carreta iba aquedar all durante toda la noche.

    Will, Joe y Zeb calzaron las ruedas, les retiraron los arneses a los caballos y loscondujeron a los establos para darles de comer y beber.

    En cuanto a las bestias, all se quedaron, y esa noche el aire se llen de sus incesantesaullidos y gritos.

    El relmpago volvi a fulgurar, y Brbara volvi en s con un sobresalto. Tena unaimaginacin vivida, y siempre haba logrado asustarse de muerte con alegre entusiasmocuando lea historias de fantasmas. Sigui leyendo, intentando mantener a su imaginacinbajo control si poda.

    Gowrie hizo instalar, en una de las chozas de esclavos, barrotes reforzados en lasventanas y una puerta con cerradura, aunque ninguna de las dems barracas de esclavostena puerta de ningn tipo, una irona difcil de pasar por alto. La noche a la intemperiepareca haber calmado algo a las bestias, y Gowrie pudo sacarlas de sus jaulas eintroducirlas en su nuevo alojamiento sin demasiados problemas.

    Durante los das siguientes, Gowrie empez a trabajar ensendoles sus deberes.Llegaron nuevos envos de criaturas, cada dos das o as, durante dos semanas, una parejacada vez. Gowrie trabaj con ellos todo lo que pudo, pero pese a todos sus esfuerzos, asus promesas, amenazas y latigazos, slo consigui extraerles una mnima cantidad detrabajo til, y eso slo tras tal interminable cantidad de horas de entrenamiento que menosmolestia le habra supuesto hacer l mismo ese trabajo.

    Y, tras todos esos esfuerzos, las criaturas no duraron mucho. Tres murieron el primermes, de gripe.

    La plantacin de la Casa Gowrie tena (y, en realidad, an tiene) un pequeo terrenoque serva de cementerio para los esclavos. Por supuesto, ninguna tumba en esecementerio tena una lpida de verdad, pero los allegados solan fabricar una cruz contablones de cerca y la colocaban sobre la tumba de algn ser querido, y quiz aadan unapiedra lisa y encalada. El lugar era cuidado y mantenido con cario, y si haba algo en latierra que se poda afirmar que perteneca a los esclavos de Gowrie, era ese sitio, queconsiderbamos una propiedad comunal de todos nosotros, el lugar de descanso final deaquellos que finalmente murieron bajo el ltigo.

    Y ah fue donde el coronel Ambrose Gowrie se propuso inhumar a aquellas tres bestiassin mente, junto a los huesos antiguos y reverenciados de nuestros abuelos y los restos delos nios que se perdieron en la infancia. Si Misisipi alguna vez estuvo al borde de unarevuelta de esclavos, fue en ese da...

  • Casi inconscientemente, Brbara dej que la historia la volviera a arrebatar. Poda veral coronel en medio de su dilema, el miedo en su corazn y la furia en la muchedumbreque le rodeaba.

    Ambrose Gowrie en persona conduca la carreta riendas en mano. El vehculo sedetuvo justo donde la carretera principal de la plantacin se cruzaba con el camino alcamposanto de los esclavos. Ninguno de los capataces blancos quiso hacer el trabajo, eincluso sus propios hijos decan que sera una temeridad intentar hacer algo as. Detrs deGowrie, en la carreta, yacan tres cajas de madera, cajas de embalaje reconvertidas enatades para un ltimo uso. Hombres y mujeres negros, sus propios esclavos, rodeaban lacarreta abierta, una muchedumbre tensa, silenciosa, resentida y peligrosa. Gowrie pensen el ltigo, en las balas, y se percat con una repentina sensacin enfermiza en su vientreque tales cosas seran peores que intiles.

    El cielo era de acero, una lmina lisa de un gris apagado que resonaba con losmurmullos de una tormenta a punto de nacer. El viento azotaba las plantas de algodn yhaca temblar los rboles que rodeaban la Casa Gowrie, y una contraventana mal cerradaen el piso superior golpeaba airadamente.

    Detrs de l, en sus cajas, yacan las causas de todos sus problemas. Sus esclavosapenas le haban presentado dificultades en el pasado, pero haban estado a punto deamotinarse abiertamente desde el momento en que llegaron las malditas criaturas. El trode bestias muertas que transportaba no haban hecho nada por l excepto costarle dinero,esfuerzos y orgullo.

    Gowrie no se atrevi a volver la vista para contemplar su cargamento mientras pensabaen las criaturas muertas. No poda correr el riesgo de apartar la mirada de la turbaenfurecida. Sinti cmo una gota de sudor se deslizaba por su cara y repentinamente sepercat de que sus sobacos y su espalda estaban empapados con la transpiracin delmiedo, tena las manos hmedas mientras sujetaban las riendas de la carreta.

    Con un esfuerzo consciente, se puso en pie en el pescante y le grit a la multitud, casihistrico:

    Hay que enterrar los cuerpos! Abrid paso y dejadme entrar en el cementerio,malditos seis! Abrid paso o viviris para lamentarlo!

    La muchedumbre no se movi. Temeroso y desconcertado, se volvi a sentar y tragsaliva. Desde su espalda le llegaba el sonido de murmullos acallados, brevsimosvislumbres de movimiento. La presin de los cuerpos a su alrededor aumentabainexorablemente, lentamente y en silencio, hasta que la mirada de rostros solemnes seencontr a menos de un metro de l. Gowrie se descubri haciendo clculos sobre lo lejosque podra llegar si corra.

    Pero tena que hacerlo, tena que sepultar esos cuerpos bajo tierra antes de queempezaran a descomponerse... y sin embargo le era imposible. Puede que consiguierallevar la carreta hasta el cementerio de los esclavos, pero cmo podra excavar las tumbasy descargar y enterrar los atades improvisados l solo? Se percat, con un nudo en elestmago, de que no le tenan miedo. De qu seran capaces si no tenan miedo?

    La trasera de la carreta se movi repentinamente, y a Gowrie se le escap un chillidode pnico. Iban a volcar la carreta! Iban a despedazarlo...

    Mir atrs y vio a unos cuantos de los negros ms fornidos sacando las cajas deembalaje de la carreta. Aparecieron palas y picos de la nada. Aparecieron hoyos en latierra de la encrucijada. Y de repente haba tumbas abiertas.

    Gowrie se qued sentado en la carreta, impotente, sin habla. Will se acerc a l, y esemozo de establos, Zeb, le segua.

  • Sos muertos se pudrirn y pestarn como cualquier otro muerto, Massah Gowrie dijo Will solemnemente, y hay que enterrarlos. Pero no en nuestro solar. No en nuestrosolar.

    Gowrie contempl con un asombro callado y lleno de temor cmo sus esclavos,deliberada y conjuntamente, le desobedecan. Aunque su revuelta adoptara la forma deun compromiso, enterrando los cuerpos cerca del cementerio, y aunque hasta el ltimo delos esclavos regres rpidamente a sus labores cuando la ltima paletada de tierra fuedepositada sobre las tumbas, haba sido testigo del comienzo de algo... un acto primordialde desafo, pacfico pero firme.

    Ahora vea lo frgil que era su dominio. Y vio los cambios que sobrevendran, vio quesu mundo jams volvera a ser el mismo. Ese momento estara presente en el fondo de sumente cada vez que volviera a dar una orden.

    As fue que las primeras criaturas murieron y fueron enterradas. El resto pronto lassigui. Unas cuantas ms fueron sepultadas en la encrucijada. Unas pocas escaparon yaterrorizaron a los vecinos hasta que la enfermedad, el hambre o el arma de fuego lasmataron. El resto muri, en secreto y en silencio, a manos de los esclavos negros, y suscuerpos no fueron encontrados jams. Eran animales, y nosotros no, y no soportaramosa la ligera el que se nos comparara con ellos.

    El coronel Gowrie qued muy afectado tambin y, a partir de ese momento, jamsvolvi a hablar voluntariamente de las criaturas que tanto le haban costado. Comociudadano preeminente del pueblo, y dueo de la mayor parte de ste, tambin se asegurde que nadie ms hablara de ellas. Los negros que iban al pueblo a hacer recados nosdijeron a los dems que lo que debera haber sido el mayor escndalo del momento apenassi se mencionaba.

    Brbara cerr el libro y se qued inmvil en el sof durante largo rato. Incluso entoncesnadie lo supo. Hoy en da, el secreto de esas tumbas sin marcar estaba tan muerto comolos cuerpos que contenan. Los secretos de esa historia llevaban mucho tiempoesperndola. Se levant y mir por la ventana hacia el antiguo cementerio de esclavosbajo la luz parpadeante. Las criaturas, los gorilas, todava estaban esperando all, huesosque se enmohecan en la tierra, prueba de un breve y peculiar apostrofe en un captulonunca documentado de la historia de Amrica.

    Mir al cielo, y vio parpadear una o dos estrellas en el horizonte ahora que las nubesde tormenta se retiraban. Maana el cielo estara despejado.

    Los huesos no tendran que esperar mucho ms.Por la noche la encerraban con los suyos, en la barraca ms clidamente construida

    dentro del recinto de los esclavos. Viva con los dems en la mugre y la miseria dentro delas paredes bien construidas y bajo el techo slido. Mantena a la noche fuera, y a ellosfuera de la noche.

    Quera ser libre. Eso s que estaba en su interior, una cosa slida y determinada, unaparte de ella. Haba intentado escapar innumerables veces, e innumerables veces la habandetenido. La barraca era tan slida como era gracias a ella.

    Quiz no debera haber sido ms consciente de su cautiverio de lo que lo es un pez delagua en el que nada. El cautiverio era su elemento, la antigua y nica herencia de su linaje,que se remontaba a las brumas de tiempos recordados a medias. Ella y los suyos jamshaban conocido otra cosa. Pero los peces pueden sentir el agua, las corrientes, los olores,la temperatura. Y ella senta, y se resenta, su esclavitud, saba que era algo errneo,aunque no pudiera comprender el porqu. No tena pensamientos excepto lejos, ni plan

  • alguno excepto ahora, no era completamente consciente de que el tiempo tena un pasado,un presente, un futuro, que el hoy y el maana eran diferentes. Lo nico que habadesarrollado lentamente era la pericia que le enseaba que deba esperar a que nadie lavigilara antes de intentar huir, que le haca esperar al momento oportuno, que la obligabaa planear y guardar secreto en sus esfuerzos por irse lejos.

    Esta noche, volvera a intentarlo con la puerta. Era una cosa pesada de madera, hechade leos verticales que solamente tenan la ms mnima abertura entre ellos, descansandosobre unas bisagras resistentes y que se mantena mediante una serie de gruesas cintas decuero que estaban firmemente atadas en el exterior. En la negrura absoluta de la celda,tante en busca de la puerta, la encontr, y empez a masticar las cintas de cuero.

    Una parte de ella saba que no funcionara, que el amanecer llegara mucho antes deque hubiera terminado, que los capataces veran lo que haba hecho y la volveran a azotar.No le importaba. Cerr los ojos y puso a trabajar sus enormes dientes en el cuero salado.

    Lejos. Ahora.

  • Captulo tres

    L DOCTOR MICHAEL MARCHANDO entr dando tumbos en la sala de guardiay se derrumb sobre un camastro. Estaba agotado. El Servicio de Urgencias habasido un manicomio durante todo su turno, un incesante desfile de vctimas de

    accidentes de trfico y heridas por arma de fuego, aderezado con las catstrofes tpicas deAccin de Gracias: reacciones alrgicas a comillas exticas, quemaduras de fuegos paracocinar, huesos de pavo atascados en la garganta, indigestiones picas y doloresestomacales causados por el exceso de comida, y un aumento en los accidentes de trficoocasionados por el alcohol.

    Cerr los ojos e intent dormir, pero el sueo no acuda. Estaba aqu arriba enWashington mientras Brbara estaba all abajo con esa puetera familia suya en Misisipi.Este era el primer Da de Accin de Gracias desde que se haban separado. Volvi alpasado, rememorando los das de fiesta que haban pasado juntos, y se pregunt questara haciendo. Ahora mismo, probablemente estuviera dormida como un tronco, apunto de despertarse tras un da de felicidad con su familia y una pacfica noche dedescanso. Mike se haba tragado su pavo a toda prisa a una hora temprana, y haba salidocorriendo de la casa de su madre para ir al hospital y hundir los brazos hasta los sobacosen los enfermos y los heridos. No era justo.

    Pens en el prximo lunes. Brbara haba aceptado almorzar con l. Sonri sin humoralguno. Haba conseguido una cita con su propia esposa. Todava pasaban juntos algunaque otra noche, cuando Michael poda presionarla para hacerlo, cuando poda escaparsedel hospital. Eso no era vida. Cuanto ms lo pensaba, ms vea lo injusto que era todo.

    Abri los ojos y contempl la oscuridad. No era nada justo, para nada.

    Brbara se despert, no con la habitual desorientacin que normalmenteexperimentaba cuando se despertaba en una cama ajena, sino con una consciencia casisobrenaturalmente clara de dnde estaba. Sin llegar a abrir los ojos, saba exactamentecmo estaban arrugadas las sbanas, la altura a la que estaban bajadas las persianas, hastadnde haba llegado el sol en su avance por el suelo de la habitacin, y cuntas voces denios oa en el exterior.

    Abri los ojos. El reloj de la mesilla de noche, que casi era una antigedad por derechopropio, marcaba las 6:25. Bien. Un montn de tiempo para ese da. Haba puesto la alarmaa las 6:30, y alarg el brazo para desconectarla, complacida por haberse despertado antesde que sonara. Era agradable tener la sensacin de haber conseguido un logro ya ese da,por muy poco que fuera, sin haber salido todava de la cama. Pero hoy era un da degrandes planes. Quera empezar a exhumar esos huesos de gorila de haca ciento treinta

    E

  • y pico aos. Era viernes. Tena todo el fin de semana para trabajar en ello antes de quetuviera que emprender el largo recorrido de vuelta al aeropuerto para subir al interminablevuelo entre Misisipi y Washington. Tena poco tiempo, y lo necesitara todo.

    Brbara retir las sabanas que la cubran, descolg los pies por el borde de la cama, sesent y mir por la ventana hacia la nueva maana fresca y lmpida. Oy risas, mir haciaabajo y vio a los nios, cuatro o cinco chiquillos, diminutos sobrinos, nietos y primos enprimer grado, que recorran con piernecillas an inseguras el verde y exuberante cspedmgicamente recubierto de roco.

    Apenas si era completamente de da, y la luz del sol descenda en haces bajos y doradosatravesando el da claro y brillante, formando en conjunto una imagen encantadora.Brbara se dio cuenta de que tena un nudo en la garganta, y volvi a mirar a los diminutosnios, que se rean alegremente por el simple hecho de estar vivos.

    Brbara no tena hijos, y jams los tendra. Los mdicos no se lo haban dicho as declaro, pero se haban acercado todo lo posible. Michael y ella haban intentado todo loposible antes del derrumbe de su matrimonio. Probablemente, el intentarlo con demasiadoempeo haba contribuido a la ruptura. A Mike no le gustaban los termmetros y elpreciso calendario a seguir que eliminaban la espontaneidad, y ms tarde, menos an lehaba gustado la idea de almacenar su semilla en un banco de esperma para intentar lainseminacin artificial. Su esperma segua all, en hielo, otra reliquia de un matrimonioarruinado y con la que nadie saba muy bien qu hacer.

    Pero los nios. Observ a los nios que jugaban en el exterior. Descubriendo el mundomaravilloso. Repentinamente, el antiguo pesar la inund y volvi a tener uno de esosmomentos, uno de esos breves instantes en los que senta el dolor y el pesar por la prdidade una persona que ni siquiera haba llegado a existir. Haca que su mundo le parecierams vaco.

    Pero la resplandeciente risa de los chiquillos lleg hasta la ventana y puso en fuga suspesares, y Brbara se descubri sonriendo al contemplar sus aventuras.

    Dirigi la vista ms lejos, hacia el antiguo cementerio de esclavos. Hoy sera suaventura. Si consegua salirse con la suya. Si... si se atreva a hacerlo. Se cort a s mismaen seco. Si se atreva? Reflexion durante un momento, y se dio cuenta de que estabaasustada. De qu precisamente, no saba decirlo. Repentinamente se sinti como siestuviera al borde de un precipicio, a punto de poner el pie sobre un puente que puedeque no soportara su peso. Volvi a mirar al cementerio, y se dijo a s misma que all nohaba nada que pudiera hacerle dao.

    Se recogi la falda del camisn y la bata, sali al pasillo y se dirigi hacia la duchaantes de que otro madrugador le ganara la carrera por el agua caliente. Realiz los ritualesmatutinos con bro y decisin, como si as pudiera exorcizar sus temores.

    Pero qu es lo que la inquietaba? Para Brbara la ducha siempre haba sido un buenlugar para pensar. La rutina y la privacidad de ese momento, el placer del agua caliente yel vapor le permitan relajarse para concentrar su mente en el problema inmediato. Asque cul era el problema? Cierto, haba que superar varias dificultades antes de quepudiera acercarse al lugar de enterramiento de los gorilas, y entre esos problemas elprincipal era la ta abuela Josephine. Quiz Brbara estuviera reaccionando ante la Ta Jode la misma manera que lo hubiera hecho de nia, cuando era una criatura que saba quese haba metido en un problema y tena que reunir el coraje para hacer frente a la broncaque se avecinaba. Despus de todo, Brbara haba forzado un viejo bal, un crimen que,de nia, le hubiera ganado una buena reprimenda seguida de una azotaina.

    No, tuvo que admitir Brbara para s, definitivamente no tena ganas de admitir suallanamiento con uso de la fuerza contra el cofre de Zebulon, y tampoco tena ganas de

  • aguantar el barullo interminable que meteran sus parientes sobre el asunto del diario.Pero eso palideca ante la imponente figura de la Ta Jo. Cmo sortear a la vieja damaempecinada?

    Y aunque consiguiera volver a congraciarse con la Ta Jo, entonces qu? Brbaratendra que volver con herramientas, ayudantes, determinar una forma de encontrar ysealizar las tumbas... Sonri para s. Poltica y logstica, apaciguar a los potentadoslocales, reunir el material y la ayuda. Sera exactamente como cualquier otra excavacin.Se le ocurri a Brbara que quiz podra serle til algo de consejo. Bueno, si la TaJosephine cooperaba, podra intentar llamar a alguno de sus colegas de Washington.

    Para cuando sali de la ducha, se sec, se visti con ropas de trabajo y se hubo secadoel pelo, Brbara haba decidido que la mejor manera de vrselas con la Ta Jo era elcontacto directo. Hora de coger al toro por los cuernos, por as decirlo. Las sutilezas seestrellaran, intiles, frente a las fuertes personalidades que haba en esa casa. Mir elreloj. Las 7:05. La Ta Josephine ya estara en la cocina preparando el desayuno.

    Brbara recogi el diario y baj nerviosamente las escaleras hacia la gran cocinasoleada. Los aromas clidos e invitadores de los desayunos hacindose inundaron el aire:galletas, harina, panceta, caf, leche, la acidez del zumo de naranja... todo ello mezcladocon la fragancia de una cocina limpiada y abrillantada hasta que brillaba. El gorgoteo dela cafetera elctrica y el siseo de la panceta al frerse parecan el acompaamiento musicalperfecto para la escena. La Ta Josephine estaba junto a la mesa de la cocina, ocupadacon su rodillo de amasar y sus moldes de galletitas, vigorosamente atareada en la laborde crear otra hornada de sus galletas de mantequilla.

    La Ta Josephine alz la mirada, su rostro oscuro y redondo dotado de cierto aspectode lechuza por las gafas de montura dorada.

    Bueno, entra, chiquilla, y chale una mano a alguien por aqu. Si te vas a quedar enmi cocina ser mejor que te ponga a ira bajar en algo.

    Brbara casi protest, pero luego decidi que la mejor poltica sera seguir el caminode mnima resistencia. Deposit cuidadosamente el diario en la alacena. El rodillo deamasar de repuesto estaba en la tercera gaveta contando desde arriba, pulcramenteenvuelto en el mantel para amasar. Sac un montculo de masa del cuenco, lo cubri deharina, espolvore el rodillo y se puso a trabajar.

    La fragancia fresca y clida de la masa de galletas la transport de vuelta a su niez, alos primeros das romnticos de su matrimonio, cuando incluso hacer el desayuno eraalgo especial; el quehacer matutino que haba olvidado que echaba de menos. Pero ahorano haba tiempo para esos pensamientos. Haba que echarle valor y enfrentar la bronca.

    Ta Josephine dijo con lentitud. Creo que me he ganado a pulso una de tusbroncas.

    Jams estars demasiado crecida para no ganarte una bronca ma. De qu se trataesta vez?

    Bueno, ayer estaba en el desvn...Y rompiste la cerradura del cofre de Zebulon dijo Josephine sin inmutarse en lo

    ms mnimo. Sub despus de que te fueras de all, para guardar la vajilla buena hastalas navidades. Vi que alguien haba estado trasteando con el bal, y me qued con lacerradura en la mano cuando la toqu. Supe que tenas que haber sido t.

    Y no ibas a decir nada?Bueno, al principio s que estaba muy enfadada, pero me puse a pensar en lo estpido

    que es tener un bal lleno de recuerdos ah arriba, cerrado y olvidado. Cul es elpropsito de tener los recuerdos de alguien si nadie puede recordar cules son losrecordatorios que se guardan?

  • Adems, el cielo sabe dnde habr ido a parar la llave de ese bal. Tarde o tempranoalguien hubiera tenido que abrirlo a la fuerza. Pues ya puestos, mejor que haya sido lasaqueadora de tumbas profesional de la familia. Josephine le dedic a su sobrina unade sus miradas ms severas durante medio segundo antes de quebrarla con una ampliasonrisa.

    Brbara sonri a su vez y suspir con alivio. Nunca se saba qu poda ocurrir cuandohacas enfadar a la ta abuela Josephine. Puede que te dejara salirte con la tuya, si tusmotivaciones eran sinceras o si le caas en gracia. Entonces se esforzaba valientementepor encontrar razones para perdonarte. Pero tambin era probable que se volviera tozudacomo una mula en defensa de su forma de hacer las cosas, y entonces haba que andarsecon ojo. Brbara supuso que Josephine estaba lo suficientemente complacida por elredescubrimiento de los efectos personales de Zebulon como para pasar por alto el crimende allanamiento.

    La Ta Josephine prosigui con su trabajo, dejando a un lado el rodillo de amasar paracortar las galletas con el molde.

    Despus de todo, tuviste el cuidado de volver a dejarlo todo como estaba; yotambin mir lo que haba en el bal, sabes? dijo con malicia. Hay unas cuantasreliquias familiares ah arriba. Sus gafas, los libros que lea. Cosas esplndidas.

    Brbara hizo acopio de valor y dej su rodillo de amasar sobre la mesa.Haba algo ms que los libros que lea, Ta Jo. Se limpi la harina de las manos,

    cogi el diario de la alacena y se lo ofreci solemnemente a su ta abuela.La mujer de mayor edad se limpi las manos en el delantal y cogi el volumen

    encuadernado en cuero. Lo abri y solt una pequea exclamacin al leer lo que pona enla pgina del ttulo. Se qued as, sin leer ms, sino simplemente contemplando laspalabras escritas en la pgina durante largo tiempo. Finalmente, cerr el libro y lo dej,se quit el delantal, mir a su sobrina con ojos brillantes y habl con una peculiar emocinen la voz:

    Brbara, vas a tener que ocuparte del resto del desayuno de todos. Procura que nose queme la panceta. Voy a sentarme a leer este libro durante un ratito.

    Josephine volvi a coger el libro, sonriendo para s, a nada en particular.Brbara dio vtores mentalmente. Si la Ta Josephine dejaba de conversar para leer el

    libro, le costara algo de luz diurna con la que trabajar a la hora de excavar, pero el tiempoperdido quedara ms que compensado si consegua poner a la matriarca de la familia desu parte cuando llegaran al asunto de introducir las palas en la tierra.

    Josephine se sirvi una buena taza de caf y se dirigi a la terraza delantera con eldiario, con una expresin profundamente pensativa en el rostro. Brbara se ocup de laenorme cocina y consigui introducir las ltimas galletas en el horno insto a tiempo deatender la panceta y evitar que se carbonzala. Unos quince minutos ms tarde, justocuando acababa de terminar de guardar los rodillos de amasar y los cuencos, cuatro desus primos, cada uno con un beb o nio, aparecieron por la puerta trasera. Consiguitraspasar los deberes de administracin de cocina haciendo que la prima Shirley secomprometiera a vigilar las galletas en el horno, y sali a buscar a la Ta Jo.

    La mujerona estaba sentada en su mecedora en el lado sur de la terraza, y el esplndidocielo de la maana la enmarcaba de azul plido. Lea el diario, mecindose lentamente,una expresin de solemne concentracin en la cara, los ojos ocultos detrs de la luz quese reflejaba en los lentes bien pulidos de sus gafas de montura dorada.

    Brbara se acerc a ella y se apoy contra la barandilla, observndola, esperando.Finalmente, cerr el libro y levant la mirada sonriendo, el rostro contento y los ojos

    resplandecientes.

  • Era todo un hombre. Y un hombre muy bueno. Gracias por encontrarlo.Ta Jo. Brbara se arrodill frente a su ta y tom el diario de sus manos. Hay

    algo que encontr aqu la noche pasada. Tengo que ensertelo. Brbara pas laspginas basta llegar a la parte en que se hablaba de las criaturas que el coronel Gowriehaba trado a la plantacin. Lee esta parte, a partir de aqu.

    La Ta Jo se ajust las gafas y estudi lo que estaba escrito en las pginascuidadosamente, de manera casi reverencial, como si considerara el valor de cada palabraantes de pasar a la siguiente. Brbara volvi a sentarse en el suelo apoyando la espaldacontra la barandilla y se abraz las rodillas contra el pecho, vigilando la cara de su ta enbusca de algn signo de sorpresa, incomprensin o desconcierto, pero su expresinpermaneci inalterada y solemne, con slo el temblor ocasional de una ceja como muestrade sus emociones. Era como si estuviera leyendo la ms sagrada de las escrituras yestuviera determinada a mantener su dignidad reverente mientras lo haca.

    Finalmente cerr el libro y mir a Brbara.sa s que es una historia extraa, chiquilla. Qu se supone que significa?Brbara se qued mirando hacia los campos, con un peso fro en el estmago.Creo que significa que el maldito coronel Gowrie intent importar gorilas o

    chimpancs para que trabajaran junto a nuestros ancestros, y no funcion. Y luego eltatara-tatarabuelo Zebulon los record ms humanos de lo que eran respondi Brbara,manteniendo la voz fra y dura. Te dice algo esa historia?

    Josephine frunci los labios durante un momento y pens.Cuando era una nia, haba historias, el tipo de cosas que se cuentan alrededor de

    una hoguera de campamento para darle a uno un buen escalofro. Historias acerca dehombres salvajes que merodeaban cerca del ro y por los montes, listos para comerse alos nios y nias malos. Cuando ya era algo mayor, recuerdo a pap diciendo que habaalgo de cierto en todo eso, pero que incluso cuando l mismo era un muchacho nadiehablaba del asunto.

    Brbara se volvi hacia su ta abuela.Quiz las historias sean sobre las criaturas que vio Zebulon. Sinti casi un

    escalofro y su voz se suaviz. Brrr. Te lo imaginas? Gorilas salvajes sueltos porGowrie? Los pobrecitos deban estar asustados de muerte, y enfermos por un clima al queno estaban acostumbrados, pero aun as me daran miedo. Pero... Ta Josephine... lo ciertoes que no estoy interesada en la verdad tras la leyenda.

    Qu es lo que quieres, chiquilla?Ah estaba. El toro por los cuernos. Brbara senta los hombros tensos, el aumento de

    presin del peso fro en su vientre. Nadie entre la generacin mayor de su familia habaaprobado del todo su vocacin, y ahora tendra que enfrentarse a ello. Para una familia defrreos baptistas negros del sur, aunque lucran baptistas que no queran tener nada quever con lo que decan los predicadores blancos fundamentalistas, haba algo claramentesacrlego en la idea de excavar demasiado profundamente en el pasado. Y Brbaraconoca demasiado bien su actitud hacia lo que muchos de ellos seguan llamando lateora de la Malevo-lucin. La Ta Josephine bromeaba, en su mayor parte, cuandollamaba a Brbara saqueadora de tumbas, pero Brbara saba que muchos de la familiaopinaban que era exactamente eso, nada ms, y posiblemente cosas peores.

    Slo la fe inquebrantable y cimentada en roca de la familia Jones en el valor y ladignidad de la educacin y la erudicin era lo que haca que Brbara fuera socialmenteaceptable. Era una Doctora, y los doctores eran respetados. Esa era la va de ataque.

    Soy una paleoantroploga, Ta Josephine dijo Brbara, con la esperanza de quela palabra sonara impresionante y erudita. Ese diario dice que los gorilas, o chimpancs,

  • o lo que fueran, fueron enterrados en la encrucijada. Si eso es cierto... bueno, podra sermuy importante. Podra indicar muchas cosas acerca de cmo eran tratados los esclavos,acerca de cmo eran vistos. Si es cierto. Implica que hay captulos enteros de la historia,de nuestra historia, de los que nadie sabe nada. Quin comerciaba con ellos? Cmo?Fue ste el nico lugar donde se intent? S que no te va a gustar lo ms mnimo, perote pido permiso para excavar en su busca, para demostrar que ocurri de verdad. Si medas tu permiso.

    La mujer mayor se volvi y mir hacia el viejo cementerio, contempl las viejaspiedras encaladas que marcaban las tumbas y que la luz del sol naciente volva de undorado marfileo. Pareca preocupada, como si la historia que sostena en las manos y losmuertos cuyas tumbas vea fueran ms importantes que cualquier cosa que el presente ylos vivos pudieran ofrecerle.

    Supongo que sas son buenas razones para ti. Te podran hacer famosa, anunciar ungran descubrimiento cientfico. Y sera buena cosa descubrir ms sobre la historia de poraqu. Pero, si dejaras de pensar tanto como un cientfico de Washington y ms como unmiembro de la familia Jones de Gowrie, sabras que no quiero que haya una manada demonos enterrados cerca de mis antepasados. As que adelante y excava esos monos.Estn demasiado cerca de donde yacen los nuestros. Lmpialo todo cuando hayasacabado, y no me molestes ms con ese asunto si no tienes una buena razn para ello.Tengo cosas ms importantes que hacer. Como leer el diario de mi abuelo.

    Reabri el libro, encontr el lugar donde haba dejado de leer y retom la lectura,despidiendo a Brbara con un gesto de la mano.

    Brbara crea que ste era el momento en el que dejara de tener miedo. No lo era.Sinti un viento helado que soplaba a travs de su alma, ms fro que cualquiernoviembre. Se acercaba al miedo, pero todava no haba llegado al punto exacto.

    Repentinamente se dio cuenta de lo mucho que necesitaba consejo. Sin decirle otrapalabra ms a la Ta Jo, volvi al interior de la casa en busca del telfono.

  • Captulo cuatro

    RBARA ESTABA SENTADA al lado del telfono en el dormitorio que ola alavanda de vieja seora de la Ta Jo, con la libreta de direcciones lista y lospapelitos listos con sus cdigos de llamada a larga distancia garabateados para que

    no le cargaran el gasto de la llamada a la Ta Jo, su cuaderno de notas y su bolgrafo amano para apuntar cualquier consejo que le dieran. Pero, aunque le fuera la vida en ello,no poda decidirse a quin llamar.

    No era en realidad consejo lo que necesitaba, aunque lo agradecera igualmente, lo quenecesitaba era un poco de apoyo, unas palabras de nimo antes de emplear su tiempo ysu dinero duramente ganado en persecucin de una antigua leyenda familiar. Al finaladmiti para s qu era una parte de lo que le preocupaba: la idea de que hubiera unosgorilas o chimpancs que fueron utilizados como mano de obra esclava enterrados en elpatio de la Ta Jo pareca mucho ms creble en medio de una noche tormentosa que a laclara luz del da.

    Pero se era justamente el problema. A quin se atrevera a llamar a las ocho de lamaana al da siguiente de Accin de Gracias para hablar de una locura as?

    Primero pens en su marido. Pero poda asegurar que Michael no estara del mejorhumor para darle apoyo tras pasarse Accin de Gracias remendando a la gente enurgencias. Adems, ahora estaban separados, y no le pareca bien pedirle consejo. Sujefe, Jeffery Grossington? Un hombre mayor muy amable, pero tambin muy precavidoy muy conservador. Era la persona a la que llamar si quera que la convencieran deabandonar el asunto. Adems, no se atreva a llamarlo a esta hora, y no quera malgastarparte del tiempo de luz que tena para excavar esperando a lo que Grossingtonconsiderara una hora civilizada para una llamada telefnica.

    Mediante el proceso de eliminacin, eso le dejaba a Rupert Maxwell. Sonriendo paras, se dio cuenta de que en el fondo era a quien quera llamar desde el principio. Compartadespacho con Rupert y otros paleontlogos en el Smithsoniano. Rupert era el chavalnuevo en el barrio, acababa de llegar al Smithsoniano despus de su trabajo anterior en laUCLA. El mismo da de su llegada haba bautizado al despacho compartido, desordenadoy abarrotado de gente y objetos, con el nombre de la Fosa de los Excavadores, y el nombrese haba quedado. Rupert era esa persona que siempre hay en todo lugar de trabajo quesaba qu reglas poda ignorar sin problemas, que poda quebrantar las leyes tribales sinmolestar a nadie en realidad.

    Brbara y Rupert haban tenido unos cuantos almuerzos en los que hubo mutuaconmiseracin sobre sus respectivos divorcios. Sus charlas haban sido del tipo deconversacin sobre temas personales que eran ms fciles con un desconocido que tuviera

    B

  • el mismo problema que con un amigo ntimo. Respecto al tema de tener vidas personalesinfelices, hablaban el mismo idioma. Quiz, Brbara tena la esperanza, tambin seguiranhablndolo cuando se tratara de trabajo. Adems, Rupert ya tena una vida bastanteexcntrica, as que posiblemente prestara atencin a la disparatada historia de Brbara.

    Descolg el telfono y marc el nmero.

    El telfono son, o para ser ms precisos, emiti un pequeo pitido electrnico. Rupertmir al reloj de pared, tom nota mentalmente de la hora, marc por dnde iba leyendoen el libro, le dio al botn de PAUSA en el vdeo para congelar la imagen del partido derugby que haba grabado ayer (haba ganado dinero apostando en el partido, y queraanalizar las jugadas para referencia futura), apag el reproductor de CD que tena encimadel vdeo, cortando el cuarteto de cuerda de Bartok en mitad de una nota (vea el partidosin sonido) y alarg el brazo para rodear la jaula de los ratones que haba detrs delordenador (ratones que por una vez estaban dormidos) para desconectar el contestadorautomtico antes de que interrumpiera la llamada entrante. El Presidente Miau, quedormitaba encima de la jaula de ratones, se despert ligeramente para ver qu suceda, yluego volvi a cerrar los ojos para seguir soando con caceras de roedores. Rupert apartel teclado del ordenador de un empujn y atrajo el telfono hasta tenerlo delante. Era unamesa muy abarrotada.

    Hola, aqu Rupert Maxwell. Rupe? Soy Brbara. La voz llegaba, a travs de los kilmetros, clara pero algo

    dbil. Hey, Barb! Rupert sonri. Feliz Da del Pavo, o lo que sea. Pero crea que

    estabas en casa, de visita a la familia.Y ah estoy, Rupe. Pero ha ocurrido algo. Necesito tu consejo. A Rupert le pareci

    que vacilaba ligeramente al pedirlo. Nada personal esta vez aadi con una nota deapremio en la voz. Consejo profesional. De excavador a excavador. Hey, no te habrdespertado, o s?

    Nones dijo jovialmente. Ya llevo un rato levantado, slo estaba haciendo eltonto. As que dime. Qu es lo que pasa? Rupert abri un cajn del escritorio y busca tientas un bolgrafo y un folio. Le gustaba tomar notas de las conversacionesrelacionadas con el trabajo. Viernes 8:03 a.m. Brbara M. Asunto: consulta profesional.B. parece avergonzada.

    Bueno, he encontrado algo, Rupe. Le cont rpidamente cmo haba encontradoel diario, lo que haba ledo en l. Rupert escuch con ms atencin, tomando ms y msnotas, hablando slo para hacer alguna que otra pregunta sobre algn detalle y otro. Sepercat inmediatamente de que ella slo le estaba contando lo que haba descubierto, noqu iba a hacer con ello.

    De todas formas concluy Brbara, teniendo en cuenta mis compromisos, eldinero y los cambios de parecer que le puedan dar a la Ta Jo, el resumen es que este finde semana podra ser mi nica oportunidad de excavar y ver qu hay ah debajo.

    Y tienes permiso para cavar si quieres? pregunt Rupert, haciendo girar elbolgrafo con los dedos.

    S.Rupert carraspe al telfono, dej caer el bolgrafo y se qued pensando durante un

    minuto.Bueno, es una historia realmente interesante dijo con un tono de voz

    estudiadamente neutro.

  • Pero qu debera hacer al respecto? Le lleg la voz de Brbara, sonando casilastimera a travs de las lneas telefnicas de un pueblo pequeo como Gowrie.

    Rupert saba qu tena que decir, qu era lo que ella esperaba or, qu querra or l silos papeles estuvieran intercambiados. Pero volvi a hacer una pausa, sin saber cmodecirlo.

    Mira, Barb. T y yo somos excavadores... removemos la tierra en busca de todas lasverdades de la antigedad, somos caminantes en el pasado, como quieras llamarlo. Yhacemos lo que hacemos porque sentimos curiosidad, no por ninguna otra razn, a pesarde lo que digamos a los dems acerca de descubrir la historia, o el conocimiento de unomismo o lo que sea. Sabes, y yo tambin lo s, que quieres desenterrar esos viejos huesosde simio. Qu otra cosa se te ocurrira cuando te tropiezas con una historia as? Lo queen realidad quieres que te diga es que si vale la pena correr el riesgo de ir a por ello, no?

    Hubo silencio en la lnea durante un largo momento.Bueno, s, supongo que es eso respondi Brbara.Rupert suspir y estir un brazo para rascar al Presidente Miau detrs de las orejas.Bueno, sabes tan bien como yo que eres la nica persona que puede contestar a esa

    pregunta. Pero mira, t y yo... somos colegas de profesin, nos acabamos de conocer,todava no somos compaeros de equipo de bolos ni somos amigos ntimos. No teconozco bien. Hay algo que te molesta, eso lo s, pero no s el qu. As que djamepreguntarte algo para ahorrarnos tiempo. Tienes miedo de estar equivocada o de estar enlo cierto?

    Huh? Por qu debera tener miedo de estar en lo cierto? La voz al telfono sonsorprendida, un poco a la defensiva.

    Aj. Rupert enarc las cejas, recogi el bolgrafo y empez a garabatear en un pequeorecuadro de su libreta de notas.

    Porque, segn me parece a m, hacer una excavacin preliminar rpida podracostarte unos pocos cientos de dlares en equipo y trabajo. Eso es un precio barato porsaber, de una manera u otra, cuando te despiertes cada maana durante el resto de tu vida,que hiciste lo correcto. Y si me permites decrtelo, si corres el riesgo y te cuesta ms queeso, y te quedas con unas pocas deudas... bueno, si lo haces ahora mismo, nadie msresulta perjudicado. Fate de la palabra de un colega divorciado, es ms fcil correr riesgoscuando ests soltero. No se convierte en el problema de otro, ni en el dinero de otro ni enel tiempo de otro. As que, si te equivocas, en realidad, tampoco pasa nada. Habrsmalgastado un fin de semana haciendo un puetero hoyo enorme e intil, y puede quequedes como una tonta delante de tus parientes. Tienes miedo de eso?

    Nooo. Bueno, no demasiado. No me gustara, pero podra vivir con ello replicBrbara.

    Entonces digo Rupert con suavidad, eso slo deja que tienes miedo de estar enlo cierto, no?

    Yo... Rupert escuch con atencin. Saba, a juzgar por esa slaba, que Brbarahaba estado a punto de soltar un No automtico sin pensarlo. Pero ahora estabareflexionando.

    Brbara dijo en tono bajo, de verdad ests preparada para el escndalo y laconmocin que provocar el que desentierres a unos gorilas importados como esclavos?Especialmente si lo hace una mujer negra? Esto no ser una de esas cosas acadmicasque slo dan como resultado unas cuantas cartas de gente enfadada en Nature. Esto es eltipo de cosa que desencadenara todo un infierno y pondra a todo peridico y cadena detelevisin del mundo a seguirte veinticuatro horas del da. Yo mismo fui el origen dealguna pequea controversia en UCLA. Y a veces me pregunto si la verdadera razn para

  • volverme al este no fue escapar de la presin. Estar en el centro de la tormenta puede serduro. Deberas tener miedo de eso. Tienes miedo?

    Coo, claro que lo tengo! dijo ella casi gritando. Y quin no lo tendra?Todo el mundo debera tener miedo de algo as. No deberas meterte en algo as a

    la ligera. Bien. Entonces todo lo que tienes que preguntarte es: de qu tienes ms miedo,de no llegar a saber jams la verdad detrs de esa maravillosa historia, o de tener quevrtelas con la verdad durante el resto de tu vida?

    Esta vez el silencio telefnico dur mucho ms tiempo. Finalmente lleg un suspiro,mitad resignacin, mitad liberacin.

    Rupert dijo Brbara, para ser un sabelotodo irritante, la verdad es que eres untipo listo. Tengo que irme.

    Slo mantenme informado, doctora. Eso es todo lo que pido.Se dijeron sus adioses y Rupert colg. Se qued sentado contemplando el telfono

    durante un largo momento, como si el aparato contuviera todas las respuestas. Entoncesse inclin hacia delante, sac una carpeta de papel manila de su escritorio, la rotulEXCAVACIN MARCHANDO e introdujo en ella sus notas sobre la conversacin. Si salaalgo del asunto de Gowrie, tendra desde el principio un registro sobre ello.

    Esperemos que este archivo se vuelva ms grueso le dijo al gato, que ronronecomo respuesta. Uno de los ratones empez a trepar por los barrotes de la jaula y elPresidente Miau le dedic un zarpazo esperanzado pero inefectivo.

    Rupert alarg la mano para encender sus diversas mquinas y volver a lo que estabahaciendo, pero ahora el partido de rugby, la msica y el libro parecan mucho menosinteresantes.

    Contempl su excesivamente silencioso apartamento, tan abarrotado y sin embargo asu vez tan ordenado y estructurado como un submarino. Repentinamente dese poderestar en Gowrie. All donde estaba la accin.

    Brbara colg el telfono, y ya se senta mucho mejor. S, todava segua teniendomiedo, pero al menos saba de qu. Era una emocin extraa y excitante, ver el peligroclaramente, que se diriga hacia ella desde un horizonte lejano, en vez de merodear en lassombras. Ahora, al menos, saba a qu se enfrentaba.

    Tambin saba que necesitaba ayuda. Empezar una excavacin de verdad, aunque slofuera un pequeo trabajo preliminar, no era una tarea para emprender en solitario. Aquin poda reclutar de los alrededores? Quin de por all podra serle til?

    Livingston. Livingston Jones era el nico pariente que podra serle de alguna ayuda,por poca que fuera. Volvi al piso de abajo y empez a buscarlo. Para entonces ya eranlas 8:15 y los diferentes miembros de la familia empezaban a filtrarse escaleras abajo enmasa, pero no haba seales de Livingston por ahora.

    Brbara solt un taco mentalmente. Necesitaba tiempo para pensar, para planear, peroya estaba sufriendo del mayor miedo de cualquier paleontlogo: perder la luz. Los das afinales de noviembre ya eran cortos de por s, y una fraccin considerable de la luz tilde ese da ya haba pasado, y slo tena hoy y el sbado, adems del tiempo que pudierasacar el domingo antes de tener que volar de vuelta. Saba que jams obtendra permisodel Smithsoniano para montar una excavacin como sta con su aprobacin: quin fuerade la familia se iba a creer una historia disparatada como sa basada en los recuerdos deun viejo de hace cien aos, escritos dcadas despus de los acontecimientos?

    Podran pasar meses o aos antes de que volviera a tener esta oportunidad, y paraentonces la ta abuela Josephine podra haber cambiado de opinin, y los huesos quequedaran se degradaran an ms mientras tanto. Este breve fin de semana de Accin de

  • Gracias era definitivamente el momento mgico, y Brbara no quera malgastar un solosegundo.

    Lo intent con la terraza, y con el comedor antes de que le llegara la idea de intentarlocon la cocina. Bingo. Ah estaba, excavando entre la panceta y levantando paletadas dehuevos revueltos que alguien haba hecho. En la media hora o as que haba estadoausente, la cocina haba perdido su aire de tranquilidad y paz domstica. Ahora era unalegre manicomio, con demasia