I CONCURSO DE RELATO EXPRESS DEL MUSEO SEFARDÍ DE...

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I CONCURSO DE RELATO EXPRESSDEL MUSEO SEFARDÍ DE TOLEDO

PALABRAS DESDE UN POZO

Primera edición: junio, 2012

© Museo Sefardí © Diseño, maquetación e ilustraciones: Alfredo Copeiro

© Museo Sefardí por esta ediciónNIPO: 030-12-096-0

www.museosefardi.mcu.es

I CONCURSO DE RELATO EXPRESS«PALABRAS DESDE UN POZO»

[...] Cada vez que queríamos mudarnos a una nueva casa por lo pri-mero que preguntábamos era por el pozo: si había uno en el patio, si

era profundo, si se hallaba en buen estado o si llevaba años sin retirarse el limo... [...]

YABRA IBRAHIM YABRA, El primer pozo

Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Toledo 1998

Traducido por Luis Miguel Pérez Cañaday María Luz Comendador

Escuela de Traductores de Toledo (UCLM)

El Museo Sefardí ha diseñado su I Concurso de Relato Express para celebrar el Día Mundial del Libro y cuyo lema, Palabras desde un pozo, ha contado con la figura del pozo como referente temático. La iniciativa tiene como finalidad fo-mentar el diálogo entre el Museo, como agente transmisor de la cultura y la participación activa del público a través del fomento de la creación literaria, apostando por el relato express: una his-

toria, unos personajes y una acción contados en no más de 400 palabras.

Esta edición digital que presentamos es fruto del alto grado de participación, la gran acogida social y la variedad de puntos de vista en la forma de tratar la figura del pozo: lírica, física, filosófi-ca, humorística e histórica. En ella, se recogen los relatos premiados y las menciones especiales del jurado y nos remite a futuras ediciones que sigan incentivando la creatividad y la imaginación de los participantes.

Del primer premio, fallado en El ser en lo más profundo, de Gustavo Eduardo Green, el jurado ha valorado especialmente, su originalidad y su enfoque humorístico así como su ágil narración. El segundo y tercer premio corresponden a Le llevó más de diez minutos…, de Raúl Fernán-dez, por la plasticidad de su prosa y La dama del pozo, de Paula Padiera Sánchez, en el que el jura-do ha reconocido su ponderada dosis de misterio.

Asimismo, los galardonados con una men-ción del jurado, han sido Gonzalo Cerrolaza Pass, José Manuel López Hernández y Paula Padiera

Sánchez por los relatos Íntima re, El mejor ami-go del pozo y El pozo de la eternidad respecti-vamente y en categoría especial de mención del jurado por su aportación plástica, el cuento El pozo de los deseos, de Daniel Codina Villar.

Esperamos que sean de su agrado.

Museo Sefardí

Índice(Pulsar en cada capítulo para acceder)

PRIMER PREMIOEl ser en lo más profundo

SEGUNDO PREMIOLe llevó más de diez minutos...

TERCER PREMIOLa dama del pozo

MENCIÓNÍntima re

MENCIÓNEl pozo de la eternidad

MENCIÓNEl mejor amigo del pozo

MENCIÓN ESPECIALEl pozo de los deseos

PRIMER PREMIO

EL SER EN LO MÁS PROFUNDOGustavo Eduardo Green Arellano

A los tres días recién notaron que el abuelo no estaba.

Lo buscaron por todo el rancho, en el galpón, entre los frutales… hasta en el gallinero.

Una música de tango los llevó hasta el pozo de agua (ya seco desde hacía tiempo).

Ahí estaba don Severo, sentado en su silla de paja, comiendo un pedazo de pan, y con la radio

apoyada en una piedra.Por más que le insistieron el abuelo se negó a

subir. Después de todo ¿qué diferencia había en-tre las cuatro paredes de su cuartucho y ese lugar? Si hasta era más fresco.

Se acostumbró a subir una soga con sus re-querimientos diarios. Y así tuvo: agua caliente, jabón, un farol, bacinilla, guiso de mondongo los lunes, arroz con calamares los viernes…

Cada quince días bajaba el peluquero.Una mañana su pedido ascendió en un sobre

bien cerrado, los niños –como todos los días– lo llevaron a sus padres.

Por la noche el pozo se inundó con un en-gañoso perfume francés, la luna llena iluminaba todo el campo.

Bien temprano la mujer salió del pozo, aco-modándose el traje rojo de seda. Rechazó la paga.

Lo sacaron los bomberos, la cara de Severo dibujaba una gran sonrisa –como nunca se le ha-bía visto– su cuerpo lo ubicaron en un cajón de madera, el mismo que él había tallado con sus manos de carpintero.

SEGUNDO PREMIO

LE LLEVÓ MÁS DIEZ MINUTOS...Raúl Fernández

Le llevó más de diez minutos acomodar sus ojos a la oscuridad del entorno. Como en un po-sitivado fotográfico, donde la imagen se va reve-lando poco a poco desde el blanco del papel a las formas contrastadas del blanco y el negro, pudo ir viendo cada vez de forma más nítida la pared que tenía delante. Era una pared de ladrillos oscuros, casi negros por el paso del tiempo y una hume-

dad que no acertaba a explicar, dispuestos a soga y tizón de modo rudimentario y circular, y que le rodeaban y sobrepasaban muy por encima de su altura. Estaba sentado en el fondo de algún tipo de túnel, oscuro, silencioso y húmedo. Entonces, como un resorte activado por alguna rápida idea, miró hacia arriba esperando ver un círculo de luz cegadora. Lo vio. Y quiso ponerse en pie, espe-rando que algún dolor agudo le imposibilitara hacer cualquier movimiento. Pero no. Se puso en pie, sin problemas, y palpó lo poco visible que le circundaba. Decidió que intentaría escalar por el muro, aprovechando cualquier saliente o ranura. La pared, extrañamente, no ofrecía mucha resis-tencia a ser franqueada. Pronto, no sin esfuerzo, se halló subiendo y acercándose al círculo de luz que prometía la libertad. Sus manos, eso sí, esta-ban sufriendo. A cada metro que subía, su cuerpo entero le dolía el doble, y a mitad de camino fue consciente de que el esfuerzo, si bien iba a valer la pena, también iba a tener desagradables con-secuencias. Pero no se paró. El ansia de libertad era imparable. Al ir acercándose al círculo de luz,

éste iba oscureciéndose lentamente, hasta el pun-to de pasar del blanco al gris neutro y luego a un marrón intenso casi negro. Por fin llegó arriba. Quizá sea de noche fuera, pensó. Puso una mano en el suelo del exterior, y luego otra. Lo que pal-pó le recordó vagamente una sensación ya vivi-da. Era un suelo duro, irregular y húmedo. Logró encaramarse del todo y una completa negrura lo invadió todo. Le llevó más de diez minutos aco-modar sus ojos a la oscuridad del entorno. Como en un positivado fotográfico, pudo ir viendo cada vez de forma más nítida la pared que tenía delan-te. Era una pared de ladrillos oscuros, dispuestos a soga y tizón de modo rudimentario y circular, y que le rodeaban y sobrepasaban muy por encima de su altura…

TERCER PREMIO

LA DAMA DEL POZOCarmen López Benito

No podía creerlo, de la noche a la mañana había resultado ser la heredera de una casa en el casco antiguo de Toledo. La vendería; quizás pu-diera comprarse un apartamento en Madrid.

Sacó la vieja llave que le había dado el notario y, tras atravesar la pesada puerta, un fuerte olor a flores muertas la invadió. Un luminoso patio hacía las veces de recibidor. Multitud de mace-

tas que albergaban ahora plantas secas se situaban por todo el perímetro y, en el centro, había un impresionante pozo con un brocal con caracteres cúficos ornamentales, rematado en forja rodeada por lo que, en su día, fue una tupida enredade-ra. No sabía por qué, pero aquel fresco pozo le pareció lo más vivo que quedaba en la casa, cuyo antiguo esplendor, intuyó, debió equipararse a la decadencia que ahora observaba.

Tras dar una vuelta por las habitaciones y la balconada, mientras se sentía profanando algo que no le pertenecía, decidió salir al patio. Apo-yándose contra el pozo, se quedó profundamente dormida con los rayos de aquel sol de primavera que acariciaban su rostro.

Abrió los ojos y observó el patio diferente. Los suelos estaban relucientes y la madera de la construcción tenía un color tan vivo como los árboles de los que provenía. Aspidistras, con sus hojas de un verde intenso, competían en belleza con geranios, claveles y alelíes. La suave música de algún antiguo instrumento de cuerda envolvía el ambiente. Varios niños vestidos de terciopelo

jugaban y reían bajo una yesería, junto a unas mujeres que bordaban silenciosas. Una elegante dama morena con un chal verde y un camafeo cuidaba sus plantas. Nadie parecía reparar en su presencia, hasta que la dama la miró y le dirigió una cálida sonrisa; su cara le resultaba extraña-mente familiar.

Una suave brisa la despertó y decidió lavarse la cara con agua del pozo para aclarar su mente tras aquel pesado sueño. Mirándose en el calma-do espejo de su fondo comprobó como junto a ella aparecía el reflejo de aquella mujer, que la observaba amigablemente. Se giró; junto a ella no había nadie. Sintió un frío helado en la nuca; el camafeo se había materializado en su cuello. Escuchó el eco de un susurro que provenía de lo más hondo del pozo: «No te vayas…». El pasado la había envuelto de tal forma que, lejos de asus-tarse, comprendió que se quedaría allí.

MENCIÓN

ÍNTIMA REJosé Manuel López Hernández

Hubo un oscuro tiempo, oscuro porque su rastro se pierde en lo profundo de la memoria, en que los hombres, agobiados por la escasez, se-guían los rastros imaginarios de sus propias hue-llas para retornar al Origen, allí donde se creía que manaba la plenitud y reinaba la serenidad.

Eran tiempos en que la Filosofía se ejercía en la calle, lo mismo que el comercio de verduras y,

lejos de intentar explicar lo ignoto, se preocupaba por ordenar el caos y dominar el miedo. Rozaban la sabiduría quienes llegaban a intuir que los ho-rizontes más distantes para el espíritu permane-cen encerrados en el interior de cada espejo.

Agrimonia era mestiza, hermosa y de afamada tristeza, su sonrisa, cuando acontecía, estremecía el alma, pues era como la grieta de un volcán que daba noticia de lo profundo incandescente, su gesto era templado y su desplazamiento seguía el ritmo de una danza cadenciosa, ajustado al suelo aunque abierto al aire.

Por sus silencios prolongados se le supone in-clinada al hábito del pensamiento sencillo, sin es-peculaciones, y aunque no filosofaba ni practicaba el comercio de verduras, tenía en la calle el centro de su oficio, públicamente respetado si discreto, aunque detestado por la moral del ágora.

Los martes, día de mercado, acostumbraba yacer con Dionisio, prócer de renta sólida, espí-ritu cultivado y apetitos contumaces. En aquella intimidad los silencios de Agrimonia eran para Dionisio una invitación al despliegue de su po-

tente elocuencia. Las disertaciones podían durar horas, entre pausas y caricias, mientras la huida del sol iba apagando el bullicio exterior. Para Agri-monia los soliloquios de aquel hombre venían a ser como el sonido de las monedas de oro cayen-do en el ánfora, el eco evanescente que da noticia de algo sólido.

Con la oscuridad llegaba el silencio, el vacío en el lecho y la ausencia de contacto, acontecía la decadencia de los sentidos, arrastrados por la re-tirada circular del astro luminoso. Entonces, en-vuelta en tinieblas y casi a tientas, sin más candil que su mirada, aquella mujer triste y desenvuelta se bajaba hasta el pozo con una pesada vasija, la apoyaba en el brocal mientras jalaba de la cuerda para atraer el cubo, que luego bajaba otra vez a lo profundo. Después, sola y ligera, sonreía para adentro y volaba al encuentro del sueño, como un pájaro inocente y feliz, sin remordimientos.

MENCIÓN

EL POZO DE LA ETERNIDADPaula Padiera Sánchez

«Sara, Sara, Sara… vamos, mi niña, levanta, hoy es tu cumpleaños, dormilona… ». La voz de su padre la despertaba mientras un cielo azul in-maculado se divisaba a través de la ventana. Todos los años visitaban el lugar en el que sus padres se conocieron, se enamoraron y se prometieron fe-licidad. Él, un estudioso de los pozos de los que se extraían las mejores aguas. Ella, una jovencita

que todas las tardes acudía para obtener el líqui-do y preciado elemento. Ése fue el sitio que ella escogió para, mientras tomaba su mano y la apo-yaba en su vientre, decirle: «o logramos. Ya somos eternos». Él, con una seguridad hasta entonces desconocida, afirmó: «Es una niña; y se llamará Sara».

«¡Guaje! Vamos, levanta, que quizá esti año nun llueva». Su madre siempre pronunciaba la misma frase pero, una vez más, el cielo tenía ese color gris plomizo, acorde con las casas del lugar, en el que sólo el verde de las montañas daba sentido a tan-ta obscuridad. Todos los años Ramón y su madre peregrinaban casi sagradamente al mismo paraje. Ella le contaba cómo con el grito que a él le dio la vida comenzó a sonar la sirena que se activaba cuando ocurría un accidente en el pozo mine-ro. Horas después otra mujer, su abuela, gritaba. Esta vez el desgarro era el del alma y las entrañas al ver cómo dos hombres tiznados de gris sacaban del pozo el cuerpo sin vida de su hijo, muerto tras una explosión de grisú. La madre de Ramón

sonreía con un gesto sencillo, sincero, sabio, casi heroico y con el aplomo de algunas mujeres de antaño, le decía: «la vida nun tratóme demasiao mal. El mismo día que arrebatóme al mi home dió-me al mi fíu». Ramón pensaba que debían existir otros lugares, más allá de las verdes montañas a las que necesitaba y que le oprimían el alma a partes iguales. Allí habría pozos que darían vida y esperanza en cuyas bocas las mujeres no se agol-parían temiendo lo peor. Habría futuro, habría agua, e incluso quizá surgiesen historias de esas que parece que alguna mano escribió para noso-tros. Quizá allí, en aquellos pozos, se lograse la eternidad. De repente, con una de esas certezas que muy pocos hombres tienen en la vida, Ra-món sonrió y supo que esa eternidad se llamaría Sara. Sara, Sara, Sara…

MENCIÓN

EL MEJOR AMIGO DEL POZOGonzalo Cerrolaza Pass

El musgo es mi amigo. El musgo me habla y me cuenta chistes. El musgo crece que te cre-ce por mi circular cintura. El musgo no siempre es verde ni, cuando nieva, es siempre blanco. El musgo es mi amigo.

El sol sale por la mañana y me deslumbra los ojos. Por las mañanas los ojos se me deslumbran. El sol me alumbra. El sol me da calorcillo y da

calorcillo al musgo a base de caricias de manos amarillas.

El musgo es mi amigo. El musgo echa carre-ras con las carreras de unas medias que dejaron sobre la mesa. Siempre gana el musgo, excepto cuando ganan las medias, aunque éstas se suelen quedar a medias.

El musgo es mi amigo. El musgo juega a las cartas conmigo, me las echa (por la cara) y me deja ganar las apuestas grandes a las siete y media.

El musgo es mi amigo. Me atraganto, toso y sonrío. Nadie sabe cuando todos ya lo han visto. Nadie ve lo que nosotros escuchamos. El polvo enamorado y los amores del polvo siguen vivos.

Tu mirada me sonríe. La mirada del musgo me sonríe. Los bebés no deberían llevar dos me-tralletas por mano. Y los muñecos de cartón no deberían susurrarme al oído. Es la primera vez que escribo un cuento porno. El musgo es mi amigo. Aún no me he aprendido los guiones y el infier-nillo no me calienta porque lo tiré a la basura. El sol aún no ha salido. Las meigas vuelan en círculo y se ríen con bondad, bondad de meiga. El sueño

me invade y no pienso salir de mi agujero. Y el musgo no me habla nunca jamás. Y los cuentos extraños tienen su razón de ser, además, o hacen gracia o sorprenden. El musgo es cómico a veces y los pozos guardamos los mejores secretos aun-que tengamos siempre la boca abierta.

Quería daros un verso a cada uno. El musgo es mi amigo. El musgo, también, os envía abrazos.

MENCIÓN ESPECIAL

EL POZO DE LOS DESEOSDaniel Codina Villar