I. Kant. contestacion a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?

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  • 8/3/2019 I. Kant. contestacion a la pregunta Qu es la Ilustracin?

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    * Versin castellana de Roberto R. Aramayo.

    ISEGOR A/25 (2001) pp. 287-291 287

    TEXTOS Y DOCUMENTOS

    Contestacin a la pregunta:Qu es la ilustracin? *

    IMMANUEL KANT

    [Ak. VIII, 35] Ilustracin significa el aban-dono por parte del hombre de una minorade edad cuyo responsable es l mismo. Estaminor a de edad significa la incapacidadpara servirse de su entendimiento sin verseguiado por algn otro. Uno mismo es elculpable de dicha minora de edad cuandosu causa no reside en la falta de enten-dimiento, sino en la falta de resolucin y

    valor para servirse del suyo propio sin lagua del de algn otro. Sapere aude! Ten

    valor para servirte de tu propio entendi-miento! Tal es el lema de la ilustracin.

    Pereza y cobarda son las causas merced

    a las cuales tantos hombres continan sien-do con gusto menores de edad durantetoda su vida, pese a que la naturaleza loshaya liberado hace ya tiempo de una con-duccin ajena (hacindoles fsicamenteadultos); y por eso les ha resultado tanfcil a otros el erigirse en tutores suyos.Es tan cmodo ser menor de edad. Bastacon tener un libro que supla mi entendi-miento, alguien que vele por mi alma yhaga las veces de mi conciencia moral, aun mdico que me prescriba la dieta, etc.,para que yo no tenga que tomarme talesmolestias. No me hace falta pensar, siem-

    pre que pueda pagar; otros asumirn porm tan engorrosa tarea. El que la mayorparte de los hombres (incluyendo a todo

    el bello sexo) consideren el paso hacia lamayora de edad como algo harto peligro-so, adems de muy molesto, es algo porlo cual velan aquellos tutores que tan ama-blemente han echado sobre s esa laborde superintendencia. Tras entontecer pri-mero a su rebao e impedir cuidadosa-mente que esas mansas criaturas no seatrevan a dar un solo paso fuera de lasandaderas donde han sido confinados, lesmuestran luego el peligro que les acechacuando intentan caminar solos por sucuenta y riesgo. Mas ese peligro no es cier-tamente tan enorme, puesto que finalmen-

    te aprenderan a caminar bien [36] des-pus de dar unos cuantos tropezones; peroel ejemplo de un simple tropiezo basta paraintimidar y suele servir como escarmientopara volver a intentarlo de nuevo.

    As pues, resulta difcil para cualquierindividuo el zafarse de una minora deedad que casi se ha convertido en algo con-natural. Incluso se ha encariado con ella

    y eso le hace sentirse realmente incapazde utilizar su propio entendimiento, dadoque nunca se le ha dejado hacer ese inten-to. Reglamentos y frmulas, instrumentosmecnicos de un uso racional o ms bien

    abuso de sus dotes naturales, constitu-yen los grilletes de una permanente mino-ra de edad. Quien lograra quitrselos aca-

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    bara dando un salto inseguro para salvarla ms pequea zanja, al no estar habi-tuado a semejante libertad de movimien-tos. De ah que sean muy pocos quieneshan conseguido, gracias al cultivo de supropio ingenio, desenredar las atadurasque les ligaban a esa minora de edad ycaminar con paso seguro.

    Sin embargo, hay ms posibilidades deque un pblico se ilustre a s mismo; algoque casi es inevitable, con tal de que sele conceda libertad. Pues ah siempre nosencontraremos con algunos que piensen porcuenta propia incluso entre quienes han sidoerigidos como tutores de la gente, los cuales,tras haberse desprendido ellos mismos del

    yugo de la minora de edad, difundirn entorno suyo el espritu de una estimacinracional del propio valor y de la vocacina pensar por s mismo. Pero aqu se da unacircunstancia muy especial: aquel pblico,que previamente haba sido sometido a tal

    yugo por ellos mismos, les obliga luego apermanecer bajo l, cuando se ve instigadoa ello por algunos de sus tutores que sonde suyo incapaces de toda ilustracin; asde perjudicial resulta inculcar prejuicios,pues stos acaban por vengarse de quienesfueron sus antecesores o sus autores. Deah que un pblico slo pueda conseguirlentamente la ilustracin. Mediante unarevolucin acaso se logre derrocar un des-potismo personal y la opresin generada porla codicia o la ambicin, pero nunca lograrestablecer una autntica reforma del modode pensar; bien al contrario, tanto los nuevosprejuicios como los antiguos servirn derienda para esa enorme muchedumbre sinpensamiento alguno.

    Para esta ilustracinta nslo se requierelibertad y, a decir verdad, la ms inofensivade cuantas pueden llamarse as: el haceruso pblico de la propia razn en todoslos terrenos. Actualmente oigo clamar pordoquier: No razones! [37] El oficial orde-na: No razones, adistrate! El asesor fis-cal: no razones y limtate a pagar tusimpuestos! El consejero espiritual: No

    razones, ten fe! (slo un nico seor enel mundo dice: razonad cuanto queris ysobre todo lo que gustis, mas no dejisde obedecer). Impera por doquier una res-triccin de la libertad. Pero, cul es ellmite que la obstaculiza y cul es el que,bien al contrario, la promueve? He aqumi respuesta: el uso pblico de su razntiene que ser siempre libre y es el nicoque puede procurar ilustracin entre loshombres; en cambio muy a menudo caberestringir su uso privado, sin que por elloquede particularmente obstaculizado elprogreso de la ilustracin. Por uso pblicode la propia razn entiendo aquel que cual-quiera puede hacer, como alguien docto,ante todo ese pblico que configura el uni-verso de los lectores. Denomino uso privadoal que cabe hacer de la propia razn enuna determinada funcin opuesto civil, quese le haya confiado. En algunos asuntosencaminados al inters de la comunidadse hace necesario un cierto automatismo,merced al cual ciertos miembros de lacomunidad tienen que comportarse pasi-

    vamente para verse orientados por elgobierno hacia fines pblicos medianteuna unanimidad artificial o, cuando menos,para que no perturben la consecucin detales metas. Desde luego, aqu no caberazonar, sino que uno ha de obedecer. Sinembargo, en cuanto esta parte de la maqui-naria sea considerada como miembro deuna comunidad global e incluso cosmopo-lita y, por lo tanto, se considere su con-dicin de alguien instruido que se dirigesensatamente a un pblico mediante susescritos, entonces resulta obvio que puederazonar sin afectar con ello a esos asuntosen donde se vea parcialmente concernidocomo miembro pasivo. Ciertamente, resul-tara muy pernicioso que un oficial, a quiensus superiores le hayan ordenado algo, pre-tendiese sutilizar en voz alta y durante elservicio sobre la conveniencia o la utilidadde tal orden; tiene que obedecer. Pero en

    justicia no se le puede prohibir que, comoexperto, haga observaciones acerca de los

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    defectos del servicio militar y los presenteante su pblico para ser enjuiciados. Elciudadano no puede negarse a pagar losimpuestos que se le hayan asignado, eincluso una indiscreta crtica hacia talestributos al ir a satisfacerlos quedara pena-lizada como un escndalo (pues podra ori-ginar una insubordinacin generalizada).

    A pesar de lo cual, l mismo no actuarcontra el deber de un ciudadano si, en tan-to que especialista, expresa [38] pblica-mente sus tesis contra la inconvenienciao la injusticia de tales impuestos. Igual-mente, un sacerdote est obligado a hacersus homilas, dirigidas a sus catecmenos

    y feligreses, con arreglo al credo de aquellaiglesia a la que sirve, puesto que fue acep-tado en ella bajo esa condicin. Pero encuanto persona docta tiene plena libertad,adems de la vocacin para hacerlo as,de participar al pblico todos sus bienin-tencionados y cuidadosamente revisadospensamientos sobre las deficiencias deaquel credo, as como sus propuestas ten-dentes a mejorar la implantacin de la reli-gin y la comunidad eclesistica. En estotampoco hay nada que pudiese originar uncargo de conciencia. Pues lo que enseaen funcin de su puesto, como encargadode los asuntos de la iglesia, ser presentadocomo algo con respecto a lo cual l notiene libre potestad para ensearlo segnsu buen parecer, sino que ha sido empla-zado a exponerlo segn una prescripcinajena y en nombre de otro. Dir: nuestraiglesia ensea esto o aquello; he ah losargumentos de que se sirve. Luego extraerpara su parroquia todos los beneficiosprcticos de unos dogmas que l mismono suscribira con plena conviccin, peroa cuya exposicin s puede comprometerse,porque no es del todo imposible que la

    verdad subyazca escondida en ellos o,cuando menos, en cualquier caso no hayanada contradictorio con la religin ntima.Pues si creyese encontrar esto ltimo endichos dogmas, no podra desempear sucargo en conciencia, tendra que dimitir.

    Por consiguiente, el uso de su razn queun predicador comisionado a tal efectohace ante su comunidad es meramente unuso privado; porque, por muy grande quesea ese auditorio, siempre constituir unareunin domstica, y bajo este respecto l,en cuanto sacerdote, no es libre, ni tam-poco le cabe serlo, al estar ejecutando unencargo ajeno. En cambio, como alguiendocto que habla mediante sus escritos alpblico en general, es decir, al mundo,dicho sacerdote disfruta de una libertadilimitada en el uso pblico de su razn,para servirse de su propia razn y hablaren nombre de su propia persona. Que lostutores del pueblo (en asuntos espirituales)deban ser a su vez menores de edad cons-tituye un absurdo que termina por per-petuar toda suerte de disparates.

    Ahora bien, acaso una asociacin ecle-sistica cual una especie de snodo o (co-mo se autodenomina entre los holandeses)grupo venerable no debiera estar auto-rizada a juramentarse sobre cierto credoinmutable, para ejercer una suprema eincesante tutela sobre cada uno de susmiembros y, a travs suyo, sobre [39] elpueblo, a fin de eternizarse? Yo mantengoque tal cosa es completamente imposible.Semejante contrato, que dara por cance-lada para siempre cualquier ilustracinulterior del gnero humano, es absoluta-mente nulo e invlido, y seguira siendoas, aun cuando quedase ratificado por elpoder supremo, la dieta imperial y los mssolemnes tratados de paz. Una poca nopuede aliarse y conjurarse para dejar a lasiguiente en un estado en que no le hayade ser posible ampliar sus conocimientos(sobre todo los ms apremiantes), rectificarsus errores y en general seguir avanzandohacia la ilustracin. Tal cosa supondra uncrimen contra la naturaleza humana, cuyodestino primordial consiste justamente enese progresar, y la posteridad estara, porlo tanto, perfectamente legitimada pararecusar aquel acuerdo adoptado de unmodo tan incompetente como ultrajante.

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    La piedra de toque de todo cuanto puedeacordarse como ley para un pueblo se cifraen esta cuestin: acaso podra un puebloimponerse a s mismo semejante ley? Enorden a establecer cierta regulacin podraquedar estipulada esta ley, a la espera deque haya una mejor lo antes posible: quetodo ciudadano y especialmente los cl-rigos sean libres en cuanto expertos paraexpresar pblicamente, o sea, medianteescritos, sus observaciones sobre los defec-tos de la actual institucin; mientras tantoel orden establecido perdurara hasta quela comprensin sobre la ndole de talescuestiones se haya extendido y acreditadopblicamente tanto como para lograr,mediante la unin de sus voces (aunqueno sea unnime), elevar hasta el trono unapropuesta para proteger a esos colectivosque, con arreglo a sus nociones de unamejor comprensin, se hayan reunido paraemprender una reforma institucional enmateria de religin, sin molestar a quienesprefieran conformarse con el antiguoorden establecido. Pero es absolutamenteilcito ponerse de acuerdo sobre la per-sistencia de una constitucin religiosa quenadie pudiera poner en duda pblicamen-te, ni tan siquiera para el lapso que durala vida de un hombre, porque con ello seanula y esteriliza un perodo en el cursode la humanidad hacia su mejora, causn-dose as un grave perjuicio a la posteridad.Un hombre puede postergar la ilustracinpara su propia persona y slo por algntiempo en aquello que le incumbe saber;pero renunciar a ella significa por lo queatae a su persona, pero todava ms porlo que concierne a la posteridad, vulnerar

    y pisotear los sagrados derechos de lahumanidad. Mas lo que a un pueblo nole resulta lcito decidir sobre s mismo [40],menos an le cabe decidirlo a un monarcasobre el pueblo, porque su autoridad legis-lativa descansa precisamente en que renela voluntad ntegra del pueblo en la suyapropia. A este respecto, si ese monarcase limita a hacer coexistir con el ordena-

    miento civil cualquier mejora presunta oautntica, entonces dejar que los sbditoshagan cuanto encuentren necesario parala salvacin de su alma; esto es algo queno le incumbe en absoluto, pero en cambios le compete impedir que unos perturben

    violentamente a otros, al emplear toda sucapacidad en la determinacin y promo-cin de dicha salvacin. El monarca daasu propia majestad cuando se inmiscuyesometiendo al control gubernamental losescritos en que sus sbditos intentan cla-rificar sus opiniones, tanto si lo hace porconsiderar superior su propio criterio, conlo cual se hace acreedor del reproche: Cae- sar non est supra Grammaticos, comomucho ms todava si humilla supoder supremo al amparar, dentro de suEstado, el despotismo espiritual de algunostiranos frente al resto de sus sbditos.

    Si ahora nos preguntramos: acaso vivi-mos actualmente en una poca ilustrada?,la respuesta sera: No!, pero s vivimos enuna poca de ilustracin. Tal como estnahora las cosas todava falta mucho paraque los hombres, tomados en su conjunto,puedan llegar a ser capaces o estn ya ensituacin de utilizar su propio entendimien-to sin la gua de algn otro en materia dereligin. Pero s tenemos claros indicios deque ahora se les ha abierto el campo paratrabajar libremente en esa direccin y quetambin van disminuyendo paulatinamentelos obstculos para una ilustracin gene-ralizada o el abandono de una minora deedad de la cual es responsable uno mismo.Bajo tal mirada esta poca nuestra puedeser llamadapoca de la ilustracin o tam-bin el siglo de Federico.

    Un prncipe que no considera indignode s reconocer como un deber suyo el noprescribir a los hombres nada en cuestionesde religin, sino que les deja plena libertadpara ello e incluso rehsa el altivo nombrede tolerancia, es un prncipe ilustrado ymerece que el mundo y la posteridad selo agradezcan, ensalzndolo por haber sidoel primero en haber librado al gnero

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    humano de la minora de edad, cuandomenos por parte delgobierno, dejando librea cada cual para servirse de su propia raznen todo cuanto tiene que ver con la con-ciencia. Bajo este prncipe se permite a

    venerables clrigos que, como personasdoctas, expongan libre y pblicamente alexamen del mundo unos juicios y evidenciasque [41] se desvan aqu o all del credoasumido por ellos sin menoscabar los debe-res de su cargo; tanto ms aquel otro queno se halle coartado por obligacin pro-fesional alguna. Este espritu de libertadse propaga tambin hacia el exterior, inclu-so all donde ha de luchar contra los obs-tculos externos de un gobierno que secomprende mal a s mismo. Pues ante dichogobierno resplandece un ejemplo de quela libertad no conlleva preocupacin algunapor la tranquilidad pblica y la unidad dela comunidad. Los hombres van abando-nando poco a poco el estado de barbariegracias a su propio esfuerzo, con tal de quenadie ponga un particular empeo pormantenerlos en la barbarie.

    He colocado el epicentro de la ilustra-cin, o sea, el abandono por parte del hom-bre de aquella minora de edad respectode la cual es culpable l mismo, en cues-tiones religiosas, porque nuestros mandata-rios no suelen tener inters alguno en ofi-ciar como tutores de sus sbditos en lo queatae a las artes y las ciencias, y porqueadems aquella minora de edad es asimis-mo la ms nociva e infame de todas ellas.Pero el modo de pensar de un Jefe de Esta-do que favorece esta primera ilustracin

    va todava ms lejos y se da cuenta de que,incluso con respecto a su legislacin, tam-poco entraa peligro alguno el consentira sus sbditos que hagan un uso pblicode su propia razn y expongan pblicamen-

    te al mundo sus pensamientos sobre una

    mejor concepcin de dicha legislacin, auncuando critiquen con toda franqueza la que

    ya ha sido promulgada; esto es algo de locual poseemos un magnfico ejemplo, porcuanto ningn monarca ha precedido a seal que nosotros honramos aqu.

    Pero slo aquel que, precisamente porser ilustrado, no teme a las sombras, altiempo que tiene a mano un cuantioso ybien disciplinado ejrcito para tranquilidadpblica de los ciudadanos, puede deciraquello que a un Estado libre no le cabeatreverse a decir: razonad cuanto querisy sobre todo cuanto gustis, con tal de que

    obedezcis! Aqu se revela un extrao einesperado curso de las cosas humanas; talcomo sucede ordinariamente, cuando esedecurso es considerado en trminos glo-bales, casi todo en l resulta paradjico.Un mayor grado de libertad civil pareceprovechosa para la libertad espiritual delpueblo y, pese a ello, le coloca lmitesinfranqueables; en cambio un grado menorde aquella libertad civil procura el mbitopara que esta libertad espiritual se des-pliegue con arreglo a toda su potenciali-dad. Pues, cuando la naturaleza hadesarrollado bajo tan duro tegumento esegermen que cuida con extrema ternura, asaber, la propensin y la vocacin haciael pensarlibre, ello repercute sobre la men-talidad del pueblo (merced a lo cual ste

    va hacindose cada vez ms apto para la libertad de actuar) y finalmente acaba portener un efecto retroactivo hasta sobre losprincipios del gobierno, el cual incluso ter-mina por encontrar conveniente [42] trataral hombre, quien ahora es algo m s queuna mquina, conforme a su dignidad.

    Knigsberg (Prusia), 30 de septiembre

    de 1784.