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1 IDENTIDAD DE GÉNERO Y ORIENTACIÓN DEL CUIDADO EN LAS RELACIONES FAMILIARES DE LA MUJER CUIDADORA Y LA PERSONA ANCIANA DEPENDIENTE. Rita Maria Radl Philipp, Edmeia Campos Meira, Luciana Araújo dos Reis, Vanda Palmarella Rodrigues RESUMEN Los datos demográficos en Brasil demuestran un aumento progresivo de ancianos y de la longevidad. Este nuevo perfil de la población tiene un impacto significativo sobre la morbilidad y mortalidad y la necesidad de atención a las personas mayores debido a que estás conviven con enfermedades crónicas y el aumento de la edad conlleva un debilitamiento general de la persona por cuyo motivo se precisa del apoyo de otras personas. En el caso de la dependencia y del cuidado de la persona mayor, las mujeres han asumido lo largo de la historia del cuidado humano la responsabilidad de estas acciones del cuidado en el espacio intrafamiliar. Aún existe una escasez de estudios que reflejan cómo estas mujeres cuidadoras han experimentado el proceso del cuidado en el contexto de las relaciones interpersonales con las personas mayores, con la familia y su supervivencia en tanto que persona humana con una identidad femenina construida a lo largo de la vida. La presente investigación tiene por objeto entender cómo se desarrolla el sentido de la memoria de las mujeres en relación con el cuidado familiar junto a los ancianos dependientes, considerando la identidad de género y la orientación del cuidado construidas en su experiencia con el envejecer, las responsabilidades asumidas, las experiencias vitales derivadas de los procesos del cuidado y las repercusiones en sus condiciones de como personas humanas y desde el punto de vista de sus identidades de género. Palabras clave: Identidad de género, cuidado familiar, ancianos, memoria.

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IDENTIDAD DE GÉNERO Y ORIENTACIÓN DEL CUIDADO EN LAS

RELACIONES FAMILIARES DE LA MUJER CUIDADORA Y LA PERSONA

ANCIANA DEPENDIENTE.

Rita Maria Radl Philipp, Edmeia Campos Meira, Luciana Araújo dos Reis,

Vanda Palmarella Rodrigues

RESUMEN

Los datos demográficos en Brasil demuestran un aumento progresivo de

ancianos y de la longevidad. Este nuevo perfil de la población tiene un impacto

significativo sobre la morbilidad y mortalidad y la necesidad de atención a las personas

mayores debido a que estás conviven con enfermedades crónicas y el aumento de la

edad conlleva un debilitamiento general de la persona por cuyo motivo se precisa del

apoyo de otras personas. En el caso de la dependencia y del cuidado de la persona

mayor, las mujeres han asumido lo largo de la historia del cuidado humano la

responsabilidad de estas acciones del cuidado en el espacio intrafamiliar. Aún existe una

escasez de estudios que reflejan cómo estas mujeres cuidadoras han experimentado el

proceso del cuidado en el contexto de las relaciones interpersonales con las personas

mayores, con la familia y su supervivencia en tanto que persona humana con una

identidad femenina construida a lo largo de la vida. La presente investigación tiene por

objeto entender cómo se desarrolla el sentido de la memoria de las mujeres en relación

con el cuidado familiar junto a los ancianos dependientes, considerando la identidad de

género y la orientación del cuidado construidas en su experiencia con el envejecer, las

responsabilidades asumidas, las experiencias vitales derivadas de los procesos del

cuidado y las repercusiones en sus condiciones de como personas humanas y desde el

punto de vista de sus identidades de género.

Palabras clave: Identidad de género, cuidado familiar, ancianos, memoria.

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INTRODUCCIÓN

Es un hecho que en muchos países las poblaciones están envejeciendo. Este tema

que afecta desde ya hace algún tiempo especialmente a los países europeos atañe cada

vez a más países también de otros continentes. El número de personas mayores crece a

ritmo mayor que el número de personas que han nacido causando una serie de

situaciones socio-económicas específicas. Brasil muestra un perfil de población que se

encuentra ya en una transición demográfica que en los últimos 10 años tuvo un aumento

de más de 6 millones de personas mayores. En el escenario brasileño son considerados

personas mayores de más de 60 años de edad, como se define en el marco jurídico de la

política nacional para la tercera edad (Ley Nº 8.842/1994) y del estado de las personas

mayores (Ley 10.741/2003). Para el año 2016, la proyección de la población anciana

brasileña corresponde a un 12,3% de la población de más de 60 años (IBGE, 2010;

IBGE, 2015).

El predominio del número de mujeres mayores en relación con el número de

hombres del mismo segmento de edad es otro fenómeno importante en la dinámica de la

población de Brasil comparable a otros países del mundo. Este patrón de población dio

lugar al término "feminización de la vejez" (Camarano, 2009). Las mujeres viven más

porque su estado de salud recibe más cuidados, sin embargo, es importante destacar que

esta edad avanzada, independientemente del sexo, generalmente se caracteriza por el

desarrollo de un especial estado de fragilidad asociada a enfermedades crónico-

degenerativas e incapacitantes. Las mujeres representan el 55.82% de la población

anciana (IBGE, 2015) en Brasil.

1.- EL CUIDADO DE LAS PERSONAS MAYORES

La condición de la longevidad se vincula particularmente con el debilitamiento

del envejecimiento humano, entendiendo que los ancianos son vulnerables a diversas

condiciones patológicas. En el contexto brasileño se estima que el 85% de los ancianos

tienen al menos una enfermedad crónica y al menos un 10% tiene por lo menos cinco

dolencias concurrentes (Ramos, 2002). Así, la prevalencia de enfermedades crónicas y

la longevidad actual de los brasileños contribuyen al aumento de las personas mayores

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con limitaciones funcionales. Enfermedades crónico-degenerativas fragilizan y debilitan

a las personas de edad avanzada progresivamente, generando un conjunto de factores y

síntomas que con la evolución de la enfermedad lleva a limitaciones y discapacidades

que llevan a la persona mayor a necesitar de la ayuda de otra persona para realizar desde

algunas actividades básicas de la vida cotidiana (ABVD), a actividades instrumentales

de la vida diaria (AIVD) e incluso hasta la realización de todas las actividades del

cuidado en la tercera edad . Este panorama se caracteriza, por lo tanto, de una condición

de dependencia que puede ir desde la dependencia parcial, condición en que los

ancianas y los ancianos o las personas frágiles dependen de otra persona para realizar

algunas actividades, hasta la dependencia total cuando las personas dependen de otros

para llevar a cabo todas sus actividades (Ferreira 2012).

Caldas (2003) señala que una persona se caracteriza como dependiente solo por

el hecho de no ser capaz de realizar una determinada actividad cuando esta actividad es

necesaria para el mantenimiento de su vida y bienestar. Así, la ejecución de la actividad

será delegada a terceros o la persona recibe ayuda. Observamos que en Brasil hay una

precaria política pública efectiva para la ciudadana/ ciudadano que envejece y se

convierte en dependiente. Así, la responsabilidad de cuidar de la persona mayor que

vive una situación de cronicidad con la evolución de la dependencia recae en la familia.

Por lo general, sólo una persona de la familia asume la responsabilidad de cuidar de la

anciana/anciano al que llamamos cuidadora/ciudador. El cuidador principal suele ser la

mujer y a pesar de los cuidados informales, la elección de la persona que cuida obedece

a una serie de reglas tales como: parentesco, a menudo más grande para los cónyuges, la

presencia de alguna hija/hijo; proximidad física, teniendo en cuenta que vive con la

persona y la proximidad emocional, destacando la relación matrimonial entre padres e

hijos (Vasu, 2011; Gonçalves, 2011; Ángeles et al., 2014; Loureiro et al., 2014;

Chernicharo, 2015; Ferreira, 2012).

De modo general, la o el familiar que cuida experimenta durante el cuidado

varios problemas en el proceso del desarrollo de la vida cotidiana de una persona

mayor, lo que convierte el cuidado en estresante porque genera sobrecarga, estrés y

limitaciones incluso en las condiciones de salud para el anciano y la persona que

cuidada (Ferreira, 2012; Tomomitsu et al.2014). Se presentan, por lo tanto, en este

contexto situaciones problemáticas tales como un cambio en la calidad de vida, la

necesidad de adaptarse a la situación de cronicidad, la dependencia de otra persona para

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realizar las actividades diarias con lo cual se produce la sobrecarga de la familia en la

persona de la cuidadora o cuidador y exclusión social.

En busca de una comprensión histórica del desarrollo de la atención y su

relación con la experiencia práctica de las mujeres en la relación familiar, destacamos

los aspectos conceptuales del enfoque de cuidado, etimológicamente hablando. Rossi

(1991) afirma que el concepto “cuidado” se originó del latín cogitare, cuyo significado

cogitate, es imaginar, pensar, meditar, juzgar, prestar atención, o pensamiento. Cuidar

es relacionarse y relacionar implica respeto al otro con sus limitaciones, preocuparse por

él, cuidar, participar, ser responsable, preocuparse por el problema del otro. Por su

parte, Friedman (1998) corrobora este punto de vista afirmando que el cuidado humano

es polivalente y alude por esencia a la relación persona-persona.

Así, llama la atención Colliére (1999) en un contexto histórico sobre el cuidado,

que el significado original de la atención y el papel de las mujeres en las prácticas del

cuidado se traducen en diferentes modos de identificación en cuanto a su evolución y su

identificación con las mujeres desde los albores de la historia humana hasta la edad

media en la sociedad occidental. Estas prácticas tienen su función a partir de la idea de

la fecundidad por cuestiones de herencia cultural en relación con la atención que

requiere ayuda y se entiende que ésta debe ser dispensada por las mujeres y con el

tiempo las concepciones acerca de la fecundidad y el cuerpo y el espíritu, han sido

modificados en las sociedades bajo el dominio de la iglesia. Por lo tanto, el cuidado no

pertenece a un oficio, sino que cualquier persona que está en buena disposición para

ayudar y garantizar el mantenimiento y la continuidad del grupo, de la vida y las

especies puede cuidar, garantizar las funciones vitales por medio de protección,

alimento, refugio y otros. En este contexto surge que el hombre y la mujer pueden

satisfacer esas necesidades que se organizan alrededor de tareas, dando lugar a la

división sexual del trabajo, que determina el lugar de los hombres y mujeres en la

sociedad teniendo en cuenta las culturas y los tiempos, tales funciones están cargados

con un valor simbólico e incluyen desde que los hombres se enfrentan en la caza con

inteligencia, hasta la calma y la humildad de las mujeres en su vida diaria para estar en

el parto, con niños, y en el cuidado de la vida e incluso la muerte (Colliére, 1999).

Asimismo partimos de la idea de que, según Radl Philipp (2011), las

condiciones específicas del aprendizaje de los roles de género en el contexto de la

socialización primaria en cualquier sistema de la estructura social pueden explicar las

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concepciones de los papeles sociales de hombres y mujeres en su totalidad. La

comprensión del género a partir de sus elementos identificadores de valores y de las

definiciones de las relaciones intergénero, explican la complejidad de las relaciones

culturales, sociales y políticas y su relación con los mecanismos reales del poder que

están presentes en un momento histórico determinado en la estructura social de la

sociedad moderna. Las relaciones de cuidado que se establecen en el caso concreto que

nos ocupa en el presente contexto, se comprenden en relación con esta experiencia

diferencial en función del género de las personas, especialmente de las cuidadoras.

El acto de cuidar de las y los ancianas/os en casa es un desafío y aprendizaje

constante en relación con las necesidades físicas, biológicas y el nivel de dependencia

de las personas mayores, se convierte en una tarea ardua para la cuidadora o el cuidador,

aparecen nuevas exigencias, la persona que cuida ha de realizar actividades que antes

hacia la persona mayor sola, tales como las actividades de la vida diaria (AVD) que van

desde actividades sencillas como caminar por la calle hasta ayudar para vestir y ayudar

en actividades en tareas habituales. Así, las cuidadoras y los cuidadores más inexpertos

han aprendido en el día a día del cuidado ser un fuerte punto de apoyo para sobrellevar

la dependencia (Wachholz, 2013).

De esta manera, hacemos hincapié en que las tareas realizadas por el la persona

cuidadora familiar de la persona mayor dependiente, favorecen las manifestaciones de

un agotamiento físico y emocional. El cuidado de una persona mayor requiere un

esfuerzo físico en la realización de algunos cuidados asociados al hogar y para lograr

todas las actividades del cuidado. Así, se evidencia el cansancio emocional que se

caracteriza por la pérdida progresiva de energía, fatiga y agotamiento emocional

(Ferreira, 2012; Meira, 2007; Cantera, 2012; Gonçalves, 2011; Roca, 2013). En Brasil,

generalmente los ancianos y su familia son todavía vistos como segmento excluido de la

sociedad, especialmente las personas ancianas dependientes con pocos recursos

económicos y sociales. Caldas en Caldas (2003, p. 778) señala que:

Cuando cuentan con una estructura de apoyo institucional,

estratégica, material y emocional, los cuidadores tienen la posibilidad

de ejercer el cuidado y permanecen socialmente integrados sin estar

expuestos a sobrecargas por la difícil y estresante atención al paciente

dependiente.

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Así, con el envejecimiento de la población, es necesario que los gobiernos tomen

medidas urgentes de asistencia social y salud a los ancianos para que la familia pueda

continuar siendo un proveedor de atención de forma ética en un contexto de dignidad y

justicia para todas las personas involucradas en el proceso de atención. El papel de

cuidar de una persona mayor dependiente requiere unas características orientadas hacia

la responsabilidad familiar y también aspectos psicosociales muy importantes que de

forma histórica y aún en la actualidad están vinculadas de modo específico y diferencial

con de la identidad de las mujeres que colectiva y históricamente se orienta, tal y como

muestra Carol Gilligan en sus investigaciones, hacia el cuidado humano (Gilligan,

1984).

En el proceso de la construcción de la identidad de género, esta última no se

constituye de forma biológico-genética, la misma tiene una relación fundamental con el

proceso de la socialización humana, a través del cual el ser biológico se convierte en ser

social (Radl Philipp, 1997). En el proceso de la socialización de género una persona

desarrolla los significados sociales y construye su identidad de género. Esto es, una

persona desde que nace se percibe y es tratada como una mujer o como un hombre. No

obstante, los significados sociales de esta pertenencia de género, su asimilación, se

produce en las relaciones y participaciones sociales concretas que establecen los roles

sociales y los roles de género como constructos transversales, hecho que interviene en

la construcción precisa, que es además activa, de la construcción de su identidad de

género.

El proceso de adquisición de la identidad del ser humano se entiende como un

proceso social de individualización a lo largo del cual el sujeto desarrolla su

personalidad como hombre o mujer. El proceso de enculturación, es decir, de

socialización primaria incluye la adquisición de los roles y significados de género como

experiencias básicas y fundamentales para el establecimiento de la identidad de género

(Radl Philipp, 2003). Este pensamiento nos lleva al concepto de identidad que es

definido en el interaccionismo como una categoría sociológica y situacional que se

forma y configura en las interacciones sociales. "La comprensión del concepto de

identidad masculina y femenina tiene crucial importancia en el contexto del género"

(Radl Philipp, 1996, p. 23). La identidad de género resulta de la interrelación entre

aspectos personales y sociales, apunta a una construcción social que incluye como

elementos constitutivos los elementos biológico, social y sexual (interpretación y

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necesidades personales) (Mead, 2010). En este sentido apunta a los aspectos

fundamentales de una persona como mujer o varón abarcando valores culturales,

sociales y psicológicos.

Los enfoques teórico-feministas apoyadas en las diferencias de género,

destacan que la diferencia sexual determina un valor específico en el proceso del

desarrollo humano. Mostrar que las diferencias en función del género y sus valoraciones

dependen de un orden simbólico sexuado, permite conceptualizar las relaciones

intergénero fuera del modelo patriarcal. Así podemos entender las orientaciones del

cuidado vinculados históricamente a las identidades femeninas como elementos y

expectativas de una conciencia diferente que apunta a cuestiones fundamentales de la

supervivencia humana (Muraro, 2010).

En esta línea de pensamiento, Carol Gilligan (1982) argumenta como en la

actualidad la ética del cuidado todavía está especialmente vinculada a la identidad

colectiva femenina, pero que esta orientación basada en la responsabilidad y

sensibilidad también concierne a los varones. Esta autora encuentra como definitorio

una orientación de ética de la justicia en el colectivo masculino que no obstante,

concierne asimismo a las mujeres en sus relaciones cotidianas porque "el espíritu

femenino se revela a partir de una percepción adulta de la moral, con espontaneidad y

abarcando una ética natural" (Gilligan, 1982, p. 183).

Teniendo en cuenta los puntos mencionados, existe todavía una escasez de

estudios empíricos que reflejan las condiciones de vida y del envejecimiento que

experimentan las mujeres en el proceso del cuidado en las relaciones interpersonales

con personas mayores dependientes en el contexto de la familia y su condición de

supervivencia como seres humanos con una identidad femenina construida a lo largo de

la vida. La presente investigación intenta comprender cómo se desarrolla el sentido de la

memoria de las mujeres en las relaciones familiares con personas mayores dependientes,

considerando que la identidad de género y la orientación del cuidado construida en el

propio proceso del cuidado, así como las responsabilidades asumidas en las

experiencias de vida a lo largo de los procesos del cuidado repercute sobre las

condiciones de vida de la mujer cuidadora desde el punto de vista de persona y de su

identidad de género.

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2.- ASPECTOS METODOLÓGICOS

El estudio adopta un enfoque cualitativo, con énfasis en la historia oral de vida.

Según Thompson (1992), la historia oral permite romper la rigidez en la objetividad del

hecho histórico lo que permite mostrar diferentes formas de vivir la historia,

diferenciando sexo, edad, ocupación y clase social del sujeto. De esta forma, seguimos

una concepción epistemológico-metodológica de la memoria en la línea de Halbwachs

(1990) y de la historia oral temática de Meihy (2005) en la presente investigación que

forma parte de la investigación de la tesis doctoral titulada “El significado de la

memoria de la mujer cuidadora de personas mayores dependientes: identidad de

género y orientación del cuidado”, realizada en la Universidade Estadual do Sudoeste

de Bahía (UESB).

La memoria puede ser individual y colectiva (Halbwachs, 1990), siendo la

primera de naturaleza psíquica que se relaciona con experiencias privadas; la segunda,

es de naturaleza colectiva, representa el grupo y su identidad específica en su vertiente

cultural y trascendente. Tiene el espacio como el lugar donde ocurren las experiencias,

los recuerdos concretizados materialmente, evocando la permanencia y la estabilidad

con características socio-culturales donde el locus se centra en el cuidado de la

cuidadora familiar de personas mayores dependientes, experimentando las relaciones

sociales de poder en el tiempo social del envejecimiento humano y poblacional con

características de feminización. Este escenario se presenta todavía marginal, con

diversos estereotipos que conllevan estigmas y la exclusión social en el vivir y el

envejecer de las mujeres.

El objetivo de este estudio consiste en captar los recuerdos evocados de las

mujeres cuidadoras que pueden ser personales o sociales individualizando la memoria

que pertenece a un grupo de mujeres que cuidan de ancianas/os en el contexto de la

familia. Participaron en este estudio cualitativo seis mujeres cuidadoras de familiares

mayores dependientes, miembros de una asociación de grupos de tercera edad, en una

ciudad en el interior de Bahia/Brasil que han sido incluidas en este estudio por su

condición de familia y de género (mujer cuidadora) con experiencia de más de cinco

años en el cuidado de ancianas/os dependientes. Tienen de entre 57 a 75 años, cuatro de

ellas son mayores de 60 años. En cuanto a su estado civil, tres eran viudas, dos casadas

y una era soltera. En cuanto a la relación con la persona mayor dependiente, cinco eran

hijas y una era la esposa de la persona mayor dependiente. Todas las cuidadoras han

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informado tener alguna enfermedad crónica o problemas de enfermedad mental

derivados del proceso de cuidado.

La recogida de los datos tiene en cuenta los protocolos éticos correspondientes y

se efectuó en las casas de las cuidadoras participantes utilizando una entrevista

semiestructurada en el período de enero a marzo de 2015. Las entrevistas fueron

grabadas y transcritas de forma completa con la información, siguiendo los criterios

metodológicos de análisis de contenido temático con el propósito de identificar las

unidades de significado. Teniendo en cuenta las categorías del estudio, los datos fueron

analizados y clasificados en dos categorías temáticas con sus respectivas sub-categorías

(Bardin, 2011), siendo interpretados y discutidos según los presupuestos teóricos en la

línea interactiva de la comprensión del cuidado en las relaciones familiares donde

ladsmujeres asumen preponderantemente el papel del cuidado bajo el punto de vista de

la construcción de la identidad de género y la orientación del cuidado en el contexto

gerontológico y geriátrico.

3.-RESULTADOS Y DISCUSIÓN

3.1.-Descripción y presentación de los datos

A partir de los fundamentos teóricos y de los relatos de memoria de historia oral

de las mujeres cuidadoras de personas mayores dependientes, surgieron las cinco

categorías de investigación siguientes: 1. Relaciones de género en el aprendizaje del

cuidado en las relaciones familiares; 2. La convivencia de la mujer en el trabajo del

cuidado en las relaciones familiares; 3. Las relaciones de poder del hombre sobre la

mujer en el contexto del cuidado de personas mayores; 4. La posibilidad de que los

hombres desempeñen el cuidado familiar de personas mayores dependientes; 5. La

orientación del cuidado en la vida cotidiana de la mujer cuidadora: los desafíos vividos.

1.- Relaciones de género en el aprendizaje del cuidado en las relaciones

familiares

El cuidado que forma parte de la existencia humana representa una relación de

responsabilidad, ética y afecto del desarrollo moral construido a lo largo de toda la vida

(Gilligan, 1982). Desde esta perspectiva, "el cuidado tiene una característica de

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plenitud cuando se comprende una acción de bienestar general, una perspectiva de

preservación de la naturaleza, fomentando y potencializando al ser humano y su

dignidad" (Waldow, 2004, p. 176). El cuidado como una acción de cuidar y pensar,

estando impregnado por la esencia humana, proporciona según Rossi (1991) la fusión

del "yo" que existe antes que nuestras ideas. En este sentido, "el cuidado tiene una

dimensión ontológica que se centra en la esencia del ser humano. Es una forma de ser

singular del hombre y de la mujer. Sin cuidado dejamos de ser humanos" (Boff 1999, p.

89). Así el amor se manifiesta a través de sentimientos liberando virtudes que se

aprenden en las relaciones sociales a lo largo de la existencia que también están

presentes en la esencialidad de la mujer (Muraro, 2010). Este modo de asumir el

cuidado por parte de las mujeres en las relaciones familiares se constituye como un

proyecto educativo de vida con un papel a desempeñar en el mundo, tal y como se

observó en los relatos de las cuidadoras participantes de este estudio:

[...] Ella se arrodilló a mis pies y me dijo: "hija mía, te ruego que por el

amor de nuestro Señor Jesucristo, no me dejes, viene a cuidar de mí" [...]

antes de que ella envejeció, siempre he tenido este sueño de cuidar de ella

(M2).

[...] ser mujer es todo, es más, ella ya está preparada, o ya se viene

preparada por sus padres, ya con una misión, la vida va ofreciendo

obstáculos, pero ella está luchando, va asumiendo sea con respecto a la

enfermedad, sea en una profesión que ella tiene (M2).

Sin embargo, las mujeres cuidadoras de un grupo de las entrevistadas

demostraron en las memorias colectivas de sus historias de vida, unas experiencias del

cuidado en las relaciones familiares de la convivencia intergeneracional muy

particulares al relatar las siguientes experiencias:

[...] cuando existe la familia concreta con padres, hijos, nietos, yernos,

nueras, la primera persona que cuida del otro es la propia pareja, si la

mujer enferma el marido va a cuidar de ella, si el marido enferma va

cuidar ella, cuando no existe esta posibilidad, son los hijos, los nietos, por

qué también tiene muchos nietos que aman a sus abuelos, a veces tienen

nietos que aman a sus abuelos más que sus propios padres, están locos por

ellos, hacen cualquier cosa por ellos (M2).

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A su vez, estas mujeres aún cuando experimentan limitaciones físicas con

presencia de comorbilidades se identifican meramente cuidando de la persona mayor

dependiente, cuestión que significa ser incompatible con sus propias necesidades de

vida, lo que lleva a pensar en una condición incompatible con su propia condición

humana. Asumen la responsabilidad del cuidado desafiando constantemente sus

condiciones de vida y de salud, así como el desarrollo de su ciclo de vida, esto es, un

desarrollo moral basado en el compromiso vivido en el contexto del cuidado del otro, es

decir, un cuidado relacional (Gilligan, 1982).

El cuidado como una construcción del género en el proceso de vivir y envejecer

de las mujeres es experimentado desde la infancia y continúa a lo largo de la vida a

través de un proceso de socialización con el aprendizaje de normas, reglas, pautas y

orientaciones de comportamiento, valores sociales, aprehendidas también bajo la

influencia de formas culturales pertenecientes al mundo sociohistórico. Este proceso de

socialización readapta el aprendizaje según la necesidad de adaptación al convivir con

otras generaciones en la familia, en la comunidad y a través de los juegos. La

socialización tiene como resultado el mantenimiento y la organización de la estructura

social (Camino, 2013).

Desde esta perspectiva, el estudio mostró que las mujeres experimentan una

educación enfocada al cuidado en el desarrollo intergeneracional de la familia

ejecutando las tareas domésticas, restringidas al espacio privado y con juegos de "ama

de casa", como se explica a continuación:

[...] nosotras, las mujeres, desde pequeñitas ya jugamos con una muñeca,

(risas) ya cogemos una muñeca en brazos, ponemos a la muñeca a dormir,

era una muñeca , tenia madre, hijas… (M1).

[...] desde cuando nació mi hija ya soy ama de casa, sé lavar, planchar,

cocinar, limpiar, barrer, limpiar la casa, y había momentos que creo que no

fui más que su esposa (M2).

[...] ella me enseñó a hacer ganchillo [...] mi madre me puso en la costura

para ayudar a ella colocar botones, estas cosas de una costurera, coger leña

en el monte para hacer la comida, lavar la ropa, ayudar en las tareas

domésticas, barrer la casa, lavar platos, planchar (M6).

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Vemos como a lo largo del proceso de la socialización humana a través del cual

el ser humano biológico llega a ser un ser social, las personas se introducen de forma

diferencial en los papeles de género que representan hombres y mujeres en relación con

el cuidado.

En este sentido el proceso socializador es más amplio que el proceso educativo y

tiene como referencia las primeras experiencias con el sexo/género constituidas a lo

largo del proceso de la asunción de los roles de género masculinos y femeninos, hecho

que determina la identidad de género del sujeto que corresponde a un proceso dialéctico

social (Radl Philipp, 1996). Observamos, en efecto, como el proceso de socialización y

su relación con la construcción socio-cultural de las diferencias de género convierte en

una relación histórica de subordinación la interrelación de las mujeres con los hombres

en el contexto familiar en el cual persisten trazos de una cultura patriarcal de

dominación caracterizada históricamente por desigualdades de género (Saffioti 2015)

que conlleva que los varones no asumen tareas del cuidado humano:

[...] No, porque él (hermano) dijo que no podía hacerlo, el otro también,

tiene un problema de columna, entonces, para cuidar tiene que ser la mujer.

De los cinco hermanos, quien tiene más salud soy yo, y eso que soy la más

vieja (risas) (M5).

En las relaciones del cuidado en el contexto familiar, la mujer asume, tal y como

vimos, esta responsabilidad desde edades tempranas de su vida, siendo hermana mayor

en el cuidado de los hermanos a través de su identificación con la madre y fortaleciendo

su Yo en las dinámicas interpersonales en el proceso de la formación de su identidad de

género a través del cuidado. En una experiencia de apego en la cual las madres tienden a

identificarse con sus hijas como si fueran ellas mismas su continuidad (Motta, 2010;

Chodorow, 1979).

2.- La convivencia de la mujer en el trabajo del cuidado en las relaciones familiares

El ejercicio del cuidado se convierte en un aprendizaje social en función del

género para el género femenino. Las mujeres experimentan en las relaciones de la

familia que las situaciones de enfermedad crónica que requieren una asistencia

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permanente y muchas veces durante mucho tiempo les obliga a ellas en su vida

cotidiana a asumir esta responsabilidad en la familia por cuyo motivo no puede asumir

un papel en el mundo del trabajo extradoméstico, han de dedicarse directa o

indirectamente al cuidado de la persona mayor dependiente:

[...] hija única, tenía que entregar el certificado en la escuela, he tenido a

nadie para compartir la carga de trabajo del cuidado de mi madre, entonces

era muy difícil (M4).

[...] Ella ya tiene ese papel de ser madre, ser esposa, ser la señora de la

casa, tiene que saber repartir estas tareas y aún compartir fuera cuando ella

trabaja fuera, entonces ella se identifica cada día más como mujer, como

madre, como trabajadora (M2).

La mujer asume hoy en día una duplicidad de roles sociales, viviendo en el

mundo público, está expuesta a infinidad de desigualdades de género, y aún tiene que

responder a las responsabilidades del trabajo doméstico del mundo privado que continúa

pesando en la agenda de las mujeres, sin que los hombres cooperen, manteniéndose una

división social y sexual del trabajo (Perrot 2015) de tipo sexual.

En este contexto, la experiencia de sobrecarga de tener que conciliar el mundo

del trabajo y el cuidado del familiar dependiente promueve el sufrimiento físico, fatiga,

sentimientos de "carga", estados de estrés y enfermedad. Estas condiciones de vida

representan actos de responsabilidad y de supervivencia pero van acompañadas de

situaciones de vida precarias cuando en la relación del cuidado no se reconoce el

derecho a la integridad personal, que proviene de una visión que reclama la igualdad

como derecho humano en el dialogo entre equidad y cuidado en las relaciones

intergénero, para definir mejor las relaciones laborales de la persona adulta y las

relaciones familiares (Gilligan 1984).

[...] La manera de conciliar mi trabajo con el cuidado era traer a ella para

acá, dejarla cerca. Estaba cansada, que estaba viendo que yo no podía

llevar la carga durante mucho tiempo (M1).

[...] Estaba en el trabajo y me llamaron rápidamente ya que ella estaba

sintiéndose mal, tuvo que ir corriendo al hospital [...] yo me volví loca con

los dos, era en el momento que dejé de trabajar, pedí vacaciones solo para

cuidar de ellos (M6).

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Como el trabajo es la base fundamental para la construcción de la identidad, ésta

no se constituye solamente a través de la subsistencia, sino también a través de la

realización personal, pero estar en el mundo del trabajo constituye para las mujeres

todavía un problema, hecho que incide en una construcción tradicional de la identidad

de género en relación con el cuidado.

3.-Las relaciones de poder del hombre sobre la mujer en el contexto del

cuidado de personas mayores

La mujer cuidadora de una persona mayor vive la falta de apoyo de los

miembros de la familia y este análisis va más allá de la comprensión de la identidad de

género y sexual en el contexto de los significados culturales de la sociedad en la que

vivimos (Galinkin, 2010). En una comprensión androcéntrica, la sociedad autoriza y

legitima la desigualdad entre los géneros por medio de la dominación masculina y la

subordinación femenina con la perpetuación de las posiciones patriarcales hegemónicas

arraigadas en las relaciones sociales.

De esta manera, el poder está implícito en las relaciones entre las personas con

vínculos familiares, siendo la mujer predestinada al cuidado en el contexto privado

familiar (Saffioti, 2015) según el entendimiento sociocultural en la jerarquización de las

prácticas y roles, constituidos históricamente en las relaciones entre sus miembros de

convivencia.

En este contexto, la mujer asume la responsabilidad del desempeño cotidiano del

cuidado de una persona mayor dependiente con dedicación exclusiva, papel adjudicado

a ella por otros miembros de la familia, teniendo que estar junto a la persona mayor en

casa durante mucho tiempo, lo que se traduce en aislamiento social para ambos y la

posterior enfermedad de la cuidadora (Vieira, 2012):

[...] les pido ayuda y ayudan, pero yo me daba cuenta que ya no podía más,

los domingos no viene nadie para verme, pero absolutamente nadie. Los

domingos me quedo sola, solo viene mi amiga que se queda conmigo, mi

cuñada que aparece aquí, pero no aparece nadie más, estoy sola, yo y Dios

aquí (M5).

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Todavía resulta más grave cuando la mujer cuidadora es mayor y experimenta

las limitaciones de su edad, la sensación de soledad por no estar acompañada y a

menudo sin su cónyuge (Oliveira, 2012; Rao, 2013; Pereira, 2014).

En las relaciones familiares del cuidado de las personas dependientes en la

familia las mujeres experimentan incluso relaciones de maltrato en un contexto de

violencia a través de actitudes de rechazo y abandono por parte de los miembros de la

familia, especialmente de los hijos y cónyuges. Pensamos que estas actitudes vienen

influenciados todavía por una remota ideología patriarcal, joven y poderosa que se

resiste todavía a estructuras sociales igualitarias:

[...] había un día que él quería ir al baño, y no podía y entonces empezó a

gritar, comenzó a pedir y me empezó a gritar [...] y allí fue muy difícil

aquella vez, yo lloré, le dije que no podía, era muy difícil este momento

(M6). [...] yo ya había aceptado todo, el problema era mi familia, mi esposo,

el problema eran mis hijos, todo era que ellos aún me cargaban más (M2).

[...] a mi marido no le gustó mucho, no, dijo que atendía más a mi madre, mi

hija igual que él, así que había celos, él se enfadó, a veces estaba tan

cansada, él quería tener relaciones no se comportaba bien conmigo, decía: "

tienes que venir, tienes que venir a verme" (M6).

[...] en algunos momentos tuve algunos conflictos: él decía: "solo quieres

trabajar fuera, no quieres cuidar de los niños" (M4).

La violencia familiar ocurre sobre todo dentro de la casa y viene precedida de

malos tratos cometidos por el patriarca en la posición de poder en la jerarquía, el

hombre fuerte que domina el frágil cuerpo de la mujer en una relación de desigualdad,

derivada de una organización social que da privilegios al género masculino (SAFFIOTI,

2015).

4. La posibilidad de que los hombres desempeñen el cuidado familiar de

personas mayores dependientes.

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En la mayoría de las veces el cuidado de familia a una persona mayor

dependiente sigue siendo una tarea de las mujeres. Pocas veces se ve como una tarea

que también puede desarrollar un hombre:

[...] Esto puede ser en el caso de no tener una mujer para cuidar, pero creo

que esta es una tarea de la mujer [...], desde pequeña las mujeres ya juegan

con una muñeca, (risas) ya cogen una muñeca en brazos, ponen la muñeca a

dormir, …… (M1).

Las mujeres han asumido a lo largo del tiempo el papel de cuidar miembros de la

familia. Carol Gilligan (1984), entiende que durante el desarrollo de la socialización

primaria se van formando los modos distintos de niños y niñas que dan lugar a distintas

orientaciones éticas que se identifican con relaciones de poder que tienen repercusiones

en las experiencias individuales y colectivas, como se explica en los siguientes relatos:

[...] Yo conozco a hombres que han cuidado muy bien de sus madres, las

cuidaron muy bien como si fueran hijas, pero raramente es así. Yo creo que

en teoría, generalmente se dedican más las hijas (M4).

La orientación del cuidado se forma durante la génesis del yo en relación con la

experiencia social con el otro, asumiendo las mujeres el rol social del cuidado mientras

que para la identidad del hombre el cuidado no tiene relevancia, es decir, el varón

desarrolla una identidad para la competencia social, se orienta hacia cuestiones

vinculadas a la vida de los grupos sociales, la escuela, el ámbito público extrafamiliar.

Los valores que guían la socialización masculina se orientan hacia el mundo público

que entran en conflicto con las funciones y tareas que se llevan a cabo en el ámbito

doméstico-privado que requieren acogimiento, afecto y sensibilidades.

En el contexto de la familia que vive el cuidado con sus miembros adquiere

importancia percibir los desafíos de vivir las diferencias entre los sexos, de desarrollar

una cultura de relaciones sociales en las cuales se establece un vinculo de solidaridad

teniendo en cuenta la orientación moral de justicia para los hombres y la del cuidado

para las mujeres reconociendo diferencias en las necesidades y para cubrir éstas en la

edad adulta. Una ética del cuidado se basa en la premisa de la no violencia (Gilligan,

1984). Una cultura de convivencia precisa de respeto y tolerancia entre las personas en

el acto social del cuidado (Boff, 2006).

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Si bien, percibimos que los miembros familiares que viven con una persona

mayor dependiente relatan a veces un cambio en el rol social del varón en el contexto

familiar aún cuando éste es todavía incipiente. La condición del varón de ser el

proveedor económico de la familia favoreció una división social en las

responsabilidades en el contexto de la familia por cuyo motivo las mujeres viven

desigualdades de género a pesar de que en las últimas décadas han participado en el

mundo del trabajo con un alto coste para ellas (GALINKIN 2010). Las tareas del

cuidado de una persona mayor dependiente se ve socioculturalmente como un trabajo

que es más de mujeres:

[...] entonces ya era una cosa de un trabajo de la mujer, el hombre puede

ayudar, porque también necesitamos la ayuda del hombre. Yo misma

necesitaba mucho aquí de mi hermano. Se le necesita para llevar al médico,

mi hermano iba ayudar para poner en la silla de ruedas, para llevar la

silla, para ponerle en el coche, llevar el coche. Pero es una tarea más de

mujeres. La mujer lo hace mejor (M1).

[...] es lo mismo, no hay diferencia, la diferencia es sólo el sexo, el resto de

la competencia del cuidado es igual (M2).

[...] podría si, pero hay mujeres que no lo aceptarían, porque mi madre no

lo aceptaría, incluso entre nosotras su preferencia es para mí (M3).

[...] es un trabajo que también puede ser realizado por el hombre, sin

embargo, es más difícil. El cuidado puede ser asumido por los hombres,

pero las mujeres se dedican más (M4).

De esta manera ya vemos como se va asumiendo muy lentamente que una ética

del cuidado (Gilligan, 1984) o una cultura de convivencia con respeto y tolerancia

(Boff, 2006), puede ser desempeñada por hombres y mujeres en una relación que

respeta y tolera las diferencias de ambos aún cuando las respuestas indican que esta

visión es todavía muy tímidamente presente.

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5. La orientación del cuidado en la vida cotidiana de la mujer cuidadora: los

desafíos vividos.

La persona mayor que vive la dependencia convive con una variedad de

dolencias y síntomas provenientes de las pluripatologias que producen cambios en su

vida y su familia, que le dificultan considerablemente la realización de las actividades

personales básicas para mantener una vida independiente. La enfermedad requiere un

tratamiento permanente y con su evolución aparecen limitaciones y discapacidades en la

vida cotidiana de las personas mayores que requieren la presencia de una cuidadora o

cuidador (Caldas, 2014; Fernandes, 2014; Gonçalves, 2013).

Existen múltiples desafíos y problemas que aparecen en el cuidado de la persona

mayor dependiente. Así la familia y sus respectivas personas cuidadoras debido a las

limitaciones y la complejidad del cuidado indican una y otra vez que no tienen tiempo

para sí mismas, están totalmente absorbidas por el trabajo del cuidado y que precisarían

de ayudas para superar las dificultades generadas por la sobrecarga en el proceso del

cuidado de las personas mayores, hecho que tiene grandes repercusiones en la

participación social y el ocio:

[...] A veces dejo de ir a la iglesia, algún día voy, otro día no puedo, voy

conciliando [...] sin duda tengo limitaciones. No puedo tener esta libertad

de salir, viajar, pasear [...] mis hijos también me llaman para comer, para ir

a la playa, pero no puedo, tengo este compromiso, esta responsabilidad, no

puedo ir (M4).

Ante tal situación la familia está buscando apoyo social para satisfacer la

demanda de las necesidades de salud de la persona mayor dependiente a través de la

división de las tareas o la viabilidad de redes de interacción social por medio de

intercambios y cambios emotivos y de información (Almeida, 2014; Ángeles, 2015). Si

bien, su realización se presenta muy difícil, dado que la necesidad de ayuda se

desarrolla en un contexto de demandas de cuidado permanentes de una persona mayor

dependiente con respecto a la persona cuidadora que es mujer y percibe la

responsabilidad de estar y de sentirse sola:

[...] con mi madre fue esto así con la alimentación, yo sufrí mucho a la hora

de darle de comer, el peor momento de mi vida era su horario de comida,

antes de la sonda porque ella se asfixiaba y yo lloré mucho cuando llegó el

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mediodía y la noche, yo ya me imaginaba que ella se asfixiaba un montón

(M6).

Las responsabilidades del cuidado, tal y como vemos, se desarrollan en unas

relaciones en las que la mujer cuidadora actúa siendo fiel a su compromiso y a la

persona que cuida, dando prioridad a sus sentimientos de responsabilidad de modo que

no se escapa de esta responsabilidad:

La distinción entre ayudar y agradar asienta la actividad del

cuidado en el deseo de aprobación por parte de otros, la ética de la

responsabilidad puede convertirse en un ancla libremente escogido

por la integridad personal y de la fuerza (Gilligan, 1982, p. 183).

CONCLUSIONES FINALES

En el contexto de la vida familiar y con tantos tipos de enfermedades crónicas no

es suficiente que la persona cuidadora cuide a la persona mayor, es de vital importancia

un apoyo institucional y directrices de cuidado específicas para cada situación teniendo

en cuenta la legislación existente en Brasil.

Así, aunque la legislación brasileña sobre el cuidado de la población anciana es

bastante avanzada, en la práctica es todavía insatisfactoria. La eficacia del marco legal y

su uso como instrumento es fundamental para el logro de los derechos de las personas

mayores. La ampliación de la normativa "Estratégia Saúde da Família" hace necesaria

la implementación de políticas de salud para las personas mayores una vez que el

estudio ha revelado la presencia de familias de edad avanzadas y frágiles y de gran

vulnerabilidad social y que las redes de asistencia social todavía incipientes a la salud de

las personas mayores son imprescindibles.

La investigación señala que la responsabilidad del cuidado de las personas

mayores es fundamentalmente de la familia, pero en ausencia de las condiciones

adecuadas para la realización de dicho cuidado el estado debe ofrecer apoyo y ayuda a

este cuidado, circunstancias legitimadas por el marco legal brasileño. Teniendo en

cuenta que las leyes tratan de la responsabilidad del estado con respecto a la protección

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de las personas mayores y las leyes apoyan el cuidado domiciliario cuando es necesario,

la presente investigación aboga por el apoyo institucional de los servicios de salud a las

familias cuidadoras con acciones que defienden a la familia como un todo y que no

olvide la problemática de las diferencias en función del género y que la especial carga

en este caso es de las mujeres.

De esta manera, se hacen necesarias acciones gubernamentales conjuntamente

con acciones, posiblemente también de acciones educativas, de tipo social para

garantizar y hacer valer el derecho a un envejecimiento con dignidad y salud,

asegurando la igualdad entre los géneros en el cuidado la libertad de la persona mayor y

de la familia, además de los derechos civiles, políticos, sociales e individuales,

garantizados en la Constitución y en las leyes. Estos últimos resaltan precisamente unas

condiciones sociales de igualdad para mujeres y hombres, cuestión que requiere, sin

lugar a dudas, la incorporación de los varones a las tareas del cuidado de las personas

mayores en el contexto familiar

Desde esta perspectiva, el estudio no termina con las consideraciones

presentadas aquí, hacemos especial hincapié en la posibilidad de que nuestros resultados

fomenten la aparición de nuevas investigaciones sobre las condiciones de las personas

mayores en la familia. Anhelamos la propuesta de nuevas medidas para hacer más digno

el cuidado de las personas mayores dependientes y su entorno familiar.

Implementar un envejecimiento saludable y digno, no es solo mirar a las

personas mayores y su familia, significa también estar preparando el terreno para la

población más joven. De este modo, como los jóvenes de hoy están preparados para un

envejecimiento saludable, en el futuro ellos alcanzarán una madurez en mejor estado

físico y mental, capaces de ejercer las actividades laborales por más tiempo y dando una

nueva solución a la problemática social aquí investigada.

De esta manera, a través de una mirada sociológica y de la importancia del valor

de las transformaciones en las relaciones intergénero en el ámbito estructural familiar,

observando la realidad de la longevidad, se entiende que ésta también puede favorecer

la compensación de las carencias de la experiencia en función del género. En efecto,

entendiendo los datos demográficos del envejecimiento de la población y la necesidad

de perseguir un estado de bienestar, las familias están inmersos en la concretización del

contrato generacional en sus relaciones por estar más cerca de las personas mayores y

de las y los infantes que requieren de una cierta condición protectora, un cuidado

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especial. Esta experiencia, al fin y al cabo socializadora, tendrá sin duda sus

consecuencias para la concepción de los roles de género en la vejez.

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