IMPoRTANCIA Y MALA FAMA - Blog de Xavier Casals · tiempo muy importantes desde marcos ajenos al...

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PRóLOGO IMPORTANCIA Y MALA FAMA Xavier Casals quiere aquí recoger, reunir y explicar más de veinte años de política española a la vez marginal y central. Si se mira con los estrechos ojos de la mirada politológica académica, Casals relata los altibajos de una secuencia de losers, de perdedores, que gozaron de sus quince minutos de fama warholiana como personalidades políticas en un mundo hispáni- co dominado por partidos, sea en Madrid, Barcelona o Marbella, aunque hay más lugares mencionados que estos que vienen en mente a primera instancia. Casals relata una sucesión de figuras que parecieron por un tiempo muy importantes desde marcos ajenos al parlamento del Estado, es decir —aunque parezca reiterativo— las Cortes, Cámara de Diputados y Senado y también todos los parlamentos autonómicos, al hallarnos en un régimen unitario con autonomías y no federal. Son figuras que han presu- mido de enfrentarse a la «partitocracia», a los organismos electorales en extremo disciplinados y de listas cerradas, desde la sociedad civil (el mundo empresarial, la banca, los movimientos sociales), los parlamentos autonómicos, los municipios y, en último extremo, desde las mismas ca- lles y plazas. Si Casals, buen conocedor de la labor de politólogos, historiadores muy contemporaneístas y ensayistas periodísticos de cierta seriedad, sabe reco- nocer la marginalidad de la fama de tales protagonistas, sin embargo tam- bién sabe recordar hasta qué punto, en su momento, mientras «chupaban cámara» en la televisión y eran tema del perenne debate tertuliano radiofó- nico, aparecieron como seres auténticamente estelares, ya que la gran aportación del cine a la política fue el close-up: la ampliación personal, la narración primero visual, luego hablada, de la cara misma de la estrella, en vez de la distancia del actor o actriz en un lejano escenario. Quien se de- dique a repasar horas de grabación encontrará a los personajes señalados por Casals, quienes, cada uno a su manera, mientras pudieron, hicieron que la información diera vueltas a su derredor. 001-400 Pueblo vs parlamento.indd 11 18/03/2013 16:58:10

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IMPoRTANCIA Y MALA FAMA

Xavier Casals quiere aquí recoger, reunir y explicar más de veinte años de política española a la vez marginal y central. Si se mira con los estrechos ojos de la mirada politológica académica, Casals relata los altibajos de una secuencia de losers, de perdedores, que gozaron de sus quince minutos de fama warholiana como personalidades políticas en un mundo hispáni-co dominado por partidos, sea en Madrid, Barcelona o Marbella, aunque hay más lugares mencionados que estos que vienen en mente a primera instancia. Casals relata una sucesión de figuras que parecieron por un tiempo muy importantes desde marcos ajenos al parlamento del Estado, es decir — aunque parezca reiterativo— las Cortes, Cámara de Diputados y Senado y también todos los parlamentos autonómicos, al hallarnos en un régimen unitario con autonomías y no federal. Son figuras que han presu-mido de enfrentarse a la «partitocracia», a los organismos electorales en extremo disciplinados y de listas cerradas, desde la sociedad civil (el mundo empresarial, la banca, los movimientos sociales), los parlamentos autonómicos, los municipios y, en último extremo, desde las mismas ca-lles y plazas.

Si Casals, buen conocedor de la labor de politólogos, historiadores muy contemporaneístas y ensayistas periodísticos de cierta seriedad, sabe reco-nocer la marginalidad de la fama de tales protagonistas, sin embargo tam-bién sabe recordar hasta qué punto, en su momento, mientras «chupaban cámara» en la televisión y eran tema del perenne debate tertuliano radiofó-nico, aparecieron como seres auténticamente estelares, ya que la gran aportación del cine a la política fue el close-up: la ampliación personal, la narración primero visual, luego hablada, de la cara misma de la estrella, en vez de la distancia del actor o actriz en un lejano escenario. Quien se de-dique a repasar horas de grabación encontrará a los personajes señalados por Casals, quienes, cada uno a su manera, mientras pudieron, hicieron que la información diera vueltas a su derredor.

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Casals enfoca un tiempo concreto: el largo veintenio que vio cómo se deshizo «el Gobierno largo» del felipismo socialista, para pasar por el azna-rato y su fracasada «Segunda Transición», continuar con las dos legislatu-ras del socialismo zapaterista, y acabar, a la altura de 2013, con todo el marco institucional público desacreditado: La Corona y el rey Juan Carlos, los tri-bunales y la judicatura, las Cortes del Estado y el bipartidismo socialista y popular. Las ironías abundan, ya que el ciclo tomó forma tras el grotesco golpe de estado fracasado de un bigotudo teniente-coronel que el 23 de fe-brero de 1981 entró en el Congreso de la madrileña Carrera de San Jeróni-mo. El descrédito crecido del Ejército de Tierra frente a la Marina y la Fuer-za Aérea permitió el mayor éxito de los sucesivos gobiernos González: la supresión de los gobiernos militares provinciales, cuya capacidad, ante una supuesta situación de excepción, para supeditar los gobiernos civiles de pro-vincia había sido la base del intervencionismo militarista en España duran-te casi dos siglos. Así, todos los aventureros y «echaospalante» que Casals retrata partieron de esta ausencia consolidada. Hoy, o al menos en 2012, se-gún que encuestas se consulte (al margen de Cataluña, el País Vasco o Gali-cia), las fuerzas armadas son en su conjunto la institución mejor apreciada o más bien vista.

En realidad, tan buen renombre refleja su bajo perfil, pues entre las muchas paradojas que crea esta época de «famoseo», en la cual cualquier botarate puede alcanzar altas cuotas de popularidad (aunque breves) por el mero hecho de serlo, hallamos una llamativa: que un medio seguro para asegurar el respeto es mostrarse invisible, o sea, no mostrarse. Calladitos, los militares españoles resultan más guapos.

Echemos, pues, una mirada rápida a los «populistas» que Casals pre-senta. O, de entrada, lo haré yo, pues él me lo ha pedido y ha insistido en que este prólogo sea una reflexión que dialogase con su libro y lo abriera al lector con ojos diversos a los de su autor.

A ti te encontré en la calle

Casals analiza con detalle la tensión latente, del todo hispánica (pero no exclusiva), entre la legitimidad del palacio y la calle. Es una pugna cono-cida, más aún: familiar. Constituye el diálogo más viejo que hay en la tra-dición cristiana en este sentido si se añade el templo al mismo, ya que tene-mos a Cristo juzgado por el vulgo en la plaza, para satisfacción de fariseos,

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con un Poncio Pilato que hace ostentación de lavarse las manos de todo el asunto.

Ya en las Españas del siglo xvi, la calle sirvió como expresión de pro-testa contra la legitimidad ultrajada por un poder extranjero, con el fla-menco Carlos I, ajeno a las buenas costumbres de representación y reconoci-miento del país. No por nada los Comuneros de Castilla pasaron a ser el recuerdo emblemático de patricios y patriotas ardorosos por defender a cor-tesanos extranjeros, aunque el empeño les costara el cuello. En Valencia, las confusas Germanías sirvieron para una codificación análoga. En la se-gunda mitad del mismo siglo, frente a los tejemanejes de Felipe II, los La-nuza, padre e hijo, encarnaron el mismo supuesto sacrificio de la ley propia abusada por un poder injusto. Tales discursos, ya conocidos en las guerras civiles del siglo xv en Cataluña, Navarra y Vascongadas, sirvieron de nuevo cuando se cuestionó la prepotencia del conde-duque de Olivares y su tan infausta «Unión de armas», que llevó a la rebelión y separación de Ca-taluña con Luis XIII como príncipe desde 1640 a 1653 y a la partición misma de la tierra por los Pirineos con el tratado de 1659.

Bien entronizados los Borbones, los Austrias (ya totalmente arraigados en el recuerdo y la imaginación) pasaron a encarnar la sana tradición españo-la perdida, viva en la calle y asesinada con alevosía en palacio. Ello sucedía no ya en el considerable exilio austracista, sino hasta en las Españas mismas, como mostró el famoso «Motín de Esquilache» de 1766. Este último episodio sacó a relucir una vez más el distingo clave entre lo propio y bueno y lo foras-tero y parasitario a través del clásico grito de «¡Viva el Rey y mueran los malos consejeros!». El mitificado «Dos de Mayo» madrileño de 1808 repre-sentó otro tanto: desde plazas, calles y callejuelas se alzó el clamor popular contra la imposición de una nueva dinastía francesa y sus pretensiones.

Siempre, pues, se mantiene una retórica de la autenticidad frente al artificio; del casticismo ante el extranjerismo afrancesado; de la lucha en-tre un «Ordeno y mando» prepotente y un «Acato pero no cumplo» (por citar la clásica fórmula indiana de tiempos virreinales, tan válida en las Espa-ñas peninsulares como en las Indias). Y si hoy un «guiri» es un turista mal vestido, rojo de sol y sangría, en la Primera Guerra Carlista era un «guiris-tino» en vizcaíno: un «cristino» liberalote y extranjerizante. No es necesario seguir con la abundante casuística que podemos hallar al respecto para su-brayar que la calle ha sido el recurso sempiterno de todos aquellos que han pretendido rechazar «los crímenes de palacio» y «los chanchullos de las Cor-tes» en nombre del buen hacer, la dignidad y la decencia, por no decir la religión verdadera.

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Vulgarización y vulgaridades varias

La suposición que subyace a todos los sistemas políticos actuales, ya en la segunda década del siglo xxi, es que se apoyan en ciudadanos. Sumadas las millones de voluntades individuales, expresadas en las urnas, se alcanza el estadio simbólico de una expresión del Pueblo. En este sentido, disponemos de más de dos siglos acumulados de mitología o, si se prefiere, de Derecho.

Para abreviar, podemos afirmar que no hay ninguna opción política a partir de la Primera Guerra Mundial que no remita al concepto de Pueblo para justificar su presencia en la palestra. No hay «espacio público» moder-no que no pretenda apoyarse en el hecho de servir al Pueblo (o una parte que sirva por el todo) de vocero ante su silencio obligatorio. Hoy en política todo es inevitablemente populista, no hay alternativa.

Pero entonces ¿por qué el término «populismo» es tan peyorativo?El hecho es que el populismo no remite al populus de la SPQR [Sena-

tus Populusque Romanum] sino a la plebs, cuyo variopinto conjunto de integrantes ocupa la calle más o menos siempre ante quien la transita sola-mente camino de asuntos de mayor importancia cívica en el Senado o los tribunales. La noción misma de «populismo» muestra una evolución sutil en el uso de su antecedente ateniense. De este modo, en el Pericles que re-trata Tucídides contrasta favorablemente el hoi polloi, «los muchos» o — mejor— «la mayoría», con el hoi oligoi, «la minoría». En el paso del siglo xviii al xix, los británicos helenófilos —partiendo del griego original para demostrar que eran productos de las mejores escuelas y universida-des— pasaron a dar al hoi polloi un sentido despectivo, del que carecía en la fuente. Dicho esto, la palabra «populismo» tiene dos orígenes decimonó-nicos, uno que discurrió a través del mundo francés o alemán desde su ori-gen ruso, y otro en inglés acuñado en Estados Unidos y difundido desde ahí al mundo hispano y lusoamericano. La organización rusa Navodni Volya, la «Voluntad del Pueblo» o «de la Nación», asesinó al zar Alejandro II en 1882. Desde este país, el término — puede que gracias a novelistas ruso-parisinos como Iván Turguénev— se identificó con el «nihilismo». Por el contrario, en los años noventa del siglo xix, en las llanuras agrarias nor-teamericanas surgió un Partido Populista que pretendía combatir los abu-sos de los ferrocarriles y los bancos con el granjero. De ahí al impulso de «revolución agraria», sobre todo en México, solo hubo un paso. La palabre-ja «populismo» tiene, pues, dos etimologías bien diferentes, ambas de hos-tilidad a la urbanización, si bien hoy se suele utilizar para retratar fenóme-nos urbanos en Europa. Se suele suponer que es de derechas, pero, como

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indican sus orígenes, puede ser igualmente de izquierdas. Lo que sin duda no es, es marxista, ya que tanto el binomio fundador de esta ideología — Karl Marx y Friedrich Engels— como sus muchos epígonos, en el poder o fuera de él, han cuidado mucho su denuncia. En resumen, el populismo es más una etiqueta ideológica huérfana y un epíteto sofisticado que una ban-dera de partidismo.

Lo que sí indica el populismo, sin lugar a dudas, es el rechazo al «go-bierno representativo» institucional, y a las instituciones en general. Desde el populismo se desconfía del intelectualismo como una manifestación más del oligopolio del poder. Todo político «populista» que se precie como tal — o no— rechaza la noción de la oligarquía y sueña con una «democracia» genuina, un «gobierno del Pueblo por el Pueblo para el Pueblo» mediante la participación. La presunción esencial de la expansión de la democracia recae en el concepto de participación.

De entrada, era fácil, pues la cuestión clave era establecer los límites exclusivos del privilegio de participar. ¿Pero cómo lograr tan preciado obje-tivo? Esta cuestión se revela más difícil. Si los ilustrados dieciochescos en Inglaterra (Edmund Burke) o Norteamérica (Alexander Hamilton) mira-ban con desconfianza lo que consideraban como «la tiranía de la multitud», desde una perspectiva opuesta los populistas tienen bien claro que los letrados con sus recursos, los economistas con su jerga y los «profesionales liberales» en general solo les quieren engañar y negar a todos unos derechos, privile-gios o libertades que las mismas revoluciones norteamericana y francesa del siglo xviii enunciaron como un valor singular: una libertad para todos, no fueros corporativos ni privilegios de hidalgos sin fiscalización, frente a los pecheros que pagan impuestos.

Casals muestra muy claramente la evolución político-social en la Es-paña del paso del siglo xx al xxi. Retrata personajes en cierto sentido caudi-llistas o que actúan como líderes personalistas que con el tiempo escasean y ganan protagonismo movimientos amorfos, agresivamente contrarios a todo encabezamiento, que reivindican la ocupación colectiva y común de plazas y calles en nombre de servicios (sanidad, educación, techo) que se suponen inherentes a la condición humana moderna. En el fondo, es la nueva llamada a materializar el lema «Escuela y despensa» del regenera-cionista aragonés Joaquín Costa — el célebre «León de Graus»— un siglo más tarde y hasta cierto punto coincidente con el centenario de su ocaso y fin, ya que este falleció en 1911.

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El factor de cambio

¿Qué hay de diferente, pues, en el populismo del siglo actual? Nada más y nada menos que el ritmo de cambio tecnológico. Se puede sostener, de modo bien práctico, que el Estado — como algo más o menos sólido y no como una entelequia— fue producto de la máquina de vapor aplicada al vagón de ca-ballos o mulas para convertirlo en el ferrocarril, añadido al velero, y combi-nado con el paquete que representó el hardware del telégrafo y el software del código morse. Con todo ello, entre los años diez y cincuenta del siglo xix se constituyó una tupida red de relaciones económicas que rehicieron la nor-matividad humana. El ejemplo más evidente de ello es la imposición del re-loj, sin el cual, literalmente, «se pierde el tren», como reza el dicho.

Por supuesto, la política tuvo que rehacerse frente al cambio que aporta-ron, de modo acumulativo y a la vez exponencial, las tecnologías de comuni-cación. No hay que entrar en detalles: se puede seguir el desarrollo técnico en la sucesión de reformismos electorales, del liberalismo al radicalismo; del democratismo al progresismo o republicanismo; al socialismo y luego al co-munismo. Por decirlo de otro modo, Lenin, en 1920 — ya al frente de Ru-sia— sentenció: «El comunismo es el poder de los soviets más la electrifica-ción, ya que la industria no se puede desarrollar sin electrificación».

Si saltamos más allá de la radio, del cine sonoro y en color y de la tele-visión, alcanzaremos el cambio digital del ordenador personal a mediados de los años ochenta, la telefonía móvil y, a partir de 1994, internet y, con el nuevo siglo, las redes sociales que hoy comunican mejor que otro sistema y dejan atrás un elemento clásico tan fundamental de la vida de partido y electoral como fueron los diarios, sobre todo en su formato de papel.

El inmediatismo mata la representatividad. Ello hace inviable — o al menos muy difícil— el gobierno representativo, la base operativa de la democracia. Para mayor perversidad lo hace en nombre de una democrati-zación «genuina». La búsqueda de la autenticidad, como idea, es siempre subversiva. Y si está mecanizada, esta arrasa como el napalm (que — por otra parte— es una antigüedad, un invento de tiempos de la guerra de Co-rea). Este trasfondo subyace en los personajes «famosillos» políticos y la gangrena de las instituciones, sometidas a un asalto informativo irresisti-ble. No hay héroes posibles en un mundo sin privacidad, pues hasta los más puros, por decir algo, pueden tener un desliz y mearse encima.

La política populista que tan claramente describe Casals es tan solo la punta del iceberg de un vasto proceso simultáneo de multiplicación demo-gráfica (cuando yo tenía unos diez años el mundo alcanzó los tres mil millo-

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nes de habitantes, menos de la mitad de la población actual) y de un cam-bio cultural. El pasado «barroco» por llamarlo de algún modo, se acaba con la generación del famoso antievento de «1968». A partir de ese rasero surge otra cosa, una demotización del saber que se desconecta de modo acelerado de las formas de conocimiento tradicionales, lo cual no es de ningún modo una maravilla, por mucho que se presente así.

Casals nos enseña algo de este camino en los márgenes de la política española, que pueden ser la pauta de su futuro centro. Ya veremos. Por ahora, su vista aguda muestra episodios y figuras que en su día fueron muy renombradas y que podríamos calificar hoy como «de usar y tirar» (espe-cialmente en la primera parte de la obra), pero que anunciaban modos de indiscreción que se harían habituales, en la medida en que el ámbito de lo público se hizo cada vez más púbico o impúdico.

Enric Ucelay-Da Cal

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INTRoDUCCIóN

¿«VoX PoPULI, VoX DEI»?*

«La voz del pueblo, la voz de Dios», afirma la conocida máxima latina. En el alba del siglo xxi este adagio impera cada vez más en el ámbito político, pues los gobernantes deben buscar la interlocución con los gobernados para legitimar sus decisiones en un marco muy distinto al del siglo xx, al estar caracterizado por la inmediatez y la creciente de-manda de participación política. Pero al mismo tiempo que se exalta la «voz del pueblo», también se advierten los riesgos implícitos que esta apuesta conlleva, que ya plasmara en el siglo ix el teólogo Alcuino de York (735-804) en una carta al emperador Carlomagno en los siguien-tes términos:

Y no debería escucharse a los que suelen decir que la voz del pueblo es la voz de Dios, pues la algarabía de la plebe está siempre cerca de la locura [«Nec audiendi qui solent dicere, Vox populi, vox Dei, quum tumultuositas vulgi semper insaniae proxima sit»].1

Precisamente este ensayo pretende ofrecer elementos de reflexión sobre esta cuestión: la exigencia de escuchar la «voz del pueblo» es cada vez más intensa y se identifica cada vez menos con los parlamen-tos y más con las movilizaciones que se desarrollan en el espacio públi-co. Es este el primer dato relevante a tener en cuenta. En las últimas elecciones catalanas, celebradas en noviembre de 2012, el líder de Ini-ciativa per Catalunya Verds [ICV], Joan Herrera, lo reflejó en estos términos: «Nos hemos sentido muy solos en el Parlamento, pero muy acompañados en la calle».2 La «verdadera» voz del pueblo, pues, pare-ce estar en la vía pública, más que en el hemiciclo.

* Este estudio se enmarca en el proyecto de investigación «Las problemáticas federalistas españolas, Siglos xix-xx» (referencia HAR2011-28572).

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¿Qué está sucediendo? Que los mecanismos políticos que teórica-mente sirven para auscultar la voluntad popular, heredados del siglo pasado, son cada vez más ineficaces y poco funcionales ante los retos actuales. Ahora, las nuevas tecnologías, sobre todo las redes sociales, abren vías de participación impensables hace tan solo dos décadas. De este modo, se ha creado un marco en el que parece posible una gober-nanza basada en el Open Government o gobierno Abierto. Esta expre-sión designa al gobierno «que entabla una constante conversación con los ciudadanos con el fin de oír lo que ellos dicen y solicitan, que toma decisiones basadas en sus decisiones y preferencias, que facilita la cola-boración de los ciudadanos y funcionarios en el desarrollo de los servi-cios que presta y que comunica todo lo que dice y hace de forma abier-ta y transparente».3

En este sentido, parece que las democracias europeas del primer tercio de siglo xxi se enfrentan a problemas similares a los de hace una centuria, en la medida que entonces tuvieron que adaptarse a la partici-pación de las masas unos sistemas políticos basados en el sufragio cen-sitario o restringido y unos partidos elitistas, conformados a menudo por agrupaciones de notables o personalidades destacadas junto con sus seguidores.4 Entonces hicieron irrupción nuevas formaciones y se amplió el derecho a voto hasta convertirse en universal. Hay que tener en cuenta que este proceso no sucedió en un pasado remoto: en Espa-ña, el sufragio universal masculino no se estableció oficialmente hasta 1891 con continuidad, y la gran corrupción electoral imperante falseó su aplicación más de tres décadas, mientras el femenino no se instauró hasta 1934. Es decir, solo han pasado 78 años desde que el conjunto de la ciudadanía española mayor de edad pudo votar por primera vez.

La dificultad que entonces supuso la incorporación de las masas a la política, enmarcada por el gran impacto de la gran depresión inicia-da en 1929, fue inseparable de la emergencia del comunismo — que plasmó su interpretación de la «voz del pueblo» en las llamadas «de-mocracias populares»— y del nazismo y el fascismo, que asociaron el «pueblo» con la «comunidad nacional» (o racial) y con el Estado, cuya «voz» o voluntad interpretaba un líder-oráculo. Hoy en día, las demo-cracias occidentales se enfrentan otra vez a desafíos nuevos y comple-jos de carácter similar, en la medida en que se ha conformado una cre-ciente demanda de participación y fiscalización de los asuntos públicos que va mucho más allá de ejercer el derecho al sufragio cada cuatro años y — como sucedió en el siglo pasado— esta exigencia interactúa

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con una formidable crisis económica y unos regímenes parlamentarios que parecen cada vez más incapaces de satisfacerla. Una pancarta de manifestantes islandeses ante la crisis que conmovió a su país en 2008 lo expresó en estos términos: «El parlamento de la calle es mejor que el parlamento de la derrota».5 España, a pesar de tener una democracia relativamente joven (las primeras elecciones tras la dictadura franquis-ta se celebraron en 1977, y la Constitución fue aprobada en 1978), no es una excepción, y hoy su sistema político erigido en el postfranquis-mo parece haber llegado a un final de ciclo.

De este modo, se cuestionan numerosos aspectos de la arquitectu-ra institucional que se construyó entonces: la falta de proporcionalidad de la representación parlamentaria en relación con los votos emitidos, el bipartidismo que dificulta la eclosión de nuevos partidos, un Senado de funciones nebulosas; el techo de competencias de los gobiernos au-tonómicos; los partidos, en términos de representatividad, organiza-ción y financiación, o incluso el funcionamiento de la Corona, con su opacidad financiera. Ante este difuso anhelo de reinventar la democra-cia, las grandes formaciones y los gobernantes muestran escaso interés por introducir cambios en esta dirección si no les resultan beneficiosos. El resultado de todo ello es un inmovilismo que transforma el círculo virtuoso que debería conformar la democracia (en términos abstrac-tos) en un ciclo vicioso que genera derivas populistas cada vez más acentuadas. En Cataluña, por ejemplo, el enroque de los partidos tra-dicionales es especialmente flagrante: su parlamento ha sido incapaz de aprobar una ley electoral propia, prevista en el Estatuto aprobado en 1980. Así pues, durante más de tres décadas, su clase política no ha encontrado el modo de establecer un acuerdo que llene este vacío.

La odisea populista en España: de Ruiz Mateos a los indignados

Al interactuar con la crisis económica, esta crisis de representatividad política entró de repente en el debate público el 15 de mayo de 2011 [15-M], cuando irrumpió el movimiento de los llamados «indignados» (en adelante, indignados), que hizo bandera de ella y conformó un mo-vimiento democrático «horizontal» y exento de liderazgos. Como ve-remos, constituyó un aparente ejercicio de soberanía popular directa:

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ahora el «pueblo» ya no se manifestaba mediatizado por instituciones y partidos, sino que lo hacía al margen de estos (o en directa oposición), en asambleas abiertas que tomaban decisiones por votación. El resulta-do fue que el 15-M, como veremos, constituyó una vistosa protesta populista: los «de abajo», erigidos en la representación del «pueblo sano», mostraban su rechazo a los «de arriba», las elites políticas y fi-nancieras que supuestamente habían secuestrado sus derechos e hipo-tecado sus vidas.

Sin embargo, este movimiento ha distado mucho de constituir la única manifestación de este tipo en España. Sostenemos que han existi-do expresiones de carácter diverso, y su punto de partida sería 1989, cuando José María Ruiz Mateos concurrió a las elecciones europeas y obtuvo dos eurodiputados. El empresario lo logró al presentarse como una víctima del gobierno socialista de Felipe gonzález, al que acusó de expropiarle sin fundamentos su holding Rumasa. Siguieron su camino otros dos controvertidos magnates, Jesús gil y Mario Conde, y este terceto generó un populismo de connotaciones similares al que encar-nó inicialmente en Italia Il Cavaliere, Silvio Berlusconi, en la medida en que unos autoproclamados gestores de éxito de la sociedad civil in-tentaban ocupar un espacio político.

A su vez, se produjo una judicialización de la política que adquirió una deriva populista, y el «superjuez» Baltasar garzón fue quien mejor la personificó. Su actuación profesional y política presentó notables analogías con la del magistrado italiano Antonio di Pietro y su lucha contra la corrupción. En síntesis, por un lado, Ruiz Mateos, gil y Con-de en el plano político y, por el otro, garzón y otros magistrados en el plano judicial, configuraron una primera oleada populista entre los años 1989 y 2000. Esta conformó una italianización de la política y de la judicatura que pasó desapercibida en términos globales, que se ex-pone en la primera parte de este ensayo.

Recién terminado este ciclo populista, se inició otro en 2003 que tuvo una especificidad importante: su epicentro se situó en Cataluña. Se inició en las elecciones locales de ese año, cuando empezaron a des-puntar aquí nuevos partidos en el ámbito local: la ultraderechista Pla-taforma per Catalunya [PxC] y la Candidatura d’Unitat Popular [CUP], que preconiza un independentismo de izquierdas de carácter asambleario. En los comicios autonómicos de 2006 emergió Ciutadans [C’s], y en los de 2010, Solidaritat Catalana per la Independència [SI]. Estas nuevas formaciones compartían el hecho de articularse en torno

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a dos ejes: la protesta contra los «de arriba» o el establishment y la de-fensa de la identidad, fuera esta española, catalana o «autóctona». Este fenómeno reflejó que en Cataluña han tendido a aumentar, de modo notable, la abstención, el voto nulo y en blanco y el apoyo a opciones diferentes a los cinco grandes partidos tradicionales. Nos referimos a Convergència i Unió [CiU], Esquerra Republicana de Catalunya [ERC], el Partit dels Socialistes de Catalunya [PSC-PSoE, en adelan-te PSC], el PP [PP] e ICV. La erosión de estas fuerzas se puso de ma-nifiesto en los comicios locales de 2011, cuando — en conjunto— solo fueron votadas por el 44,5% del censo electoral.

Además, en Cataluña existe una marcada deriva de democracia plebiscitaria (expresada en referendos). Se hizo visible primero en la celebración de consultas populares para votar la independencia que se realizaron en distintas poblaciones catalanas entre septiembre de 2009 y abril de 2010 y votó casi un 19% del censo previsto por los organiza-dores: la nada despreciable cifra de 884.508 personas. Luego rebrotó con intensidad en la campaña de los comicios autonómicos de 2012, que se polarizó en torno al apoyo o rechazo a una consulta sobre la in-dependencia. De las urnas surgió entonces una mayoría parlamentaria favorable a realizarla.

En términos generales, esta crisis del sistema político catalán ha ge-nerado — como estudia la segunda parte de esta obra— un proceso de italianización creciente de Cataluña y del conjunto de España en diver-sos ámbitos que algunos articulistas de la prensa madrileña y barcelone-sa han destacado (notablemente Enric Juliana). En este sentido, la evo-lución de la política catalana permite establecer analogías notables con la que ha conocido el norte de Italia desde los años noventa del siglo pasado, cuando hizo irrupción allí la Liga Norte [Lega Nord, LN]. Esta formación reivindicó una nueva nación, la «Padania» (en alusión al va-lle del Po), y consiguió dotar de centralidad política su discurso de de-nuncia de un «expolio fiscal» del norte por parte de una capital «parási-ta» («Roma, la ladrona» era una de sus consignas) y un «sur asistido». El ascenso electoral de la LN puso de relieve tanto una débil nacionaliza-ción de Italia como la existencia de serios problemas de articulación del territorio entre norte y sur. A su vez, en el transcurso de esta segunda oleada populista han irrumpido distintos fenómenos populistas en la periferia del Estado desde el nivel local y autonómico.

En síntesis, a tenor de lo expuesto, consideramos que España ha conocido dos oleadas de populismo: la primera (1989-2000) fue de

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signo protestatario y comportó una acotada italianización de la política y la judicatura, focalizada en Madrid. La segunda se inició en Cataluña en las elecciones locales de 2003, y todavía está vigente, revistiendo un carácter identitario y plebiscitario que ha comportado una italianiza-ción de la política catalana y española. El resultado es que hoy Catalu-ña se encuentra en una situación similar a la del norte de Italia, de modo que España empieza a tener un problema de desafección similar en las relaciones entre el norte del país y el Estado, al tiempo que tam-bién proyecta importantes problemas de articulación territorial. Este segundo proceso de italianización de la política catalana y española, en general, ha pasado tan desapercibido como el primero.

Por último, sostenemos que las dos oleadas populistas han antici-pado el cambio de tendencias económicas: si la primera fue el preludio de una etapa de prosperidad económica insólita por su magnitud, la segunda anunció el advenimiento de la gran depresión económica. El resultado fue que la secuencia de los dos ciclos populistas anunció — y al mismo tiempo reflejó— el viaje que conoció la sociedad española de la última década desde Hybris (los excesos de la abundancia) hasta Né-mesis (la escasez devastadora).

De la italianización profética a la silenciosa

Lo más paradójico de esta situación es que las hipótesis más extendidas en las postrimerías del franquismo sobre el futuro de España apunta-ban que tras la muerte de Franco el país experimentaría una evolución política claramente similar a la italiana y que sus principales actores serían la democracia cristiana y el partido comunista. El propio Jordi Pujol explica en sus memorias que en los años cincuenta se suscribió al Corriere della Sera, pues pensaba que la evolución política española fu-tura podía reflejarse en la italiana.6 Un análisis del sociólogo Juan J. Linz publicado en 1967 lo reflejó en estos términos: «Inevitablemente, cualquier sistema de partidos en España girará en torno a dos tenden-cias dominantes, el socialismo y la democracia cristiana, aun cuando es difícil decidir los nombres que adoptará o qué grado de cohesión ten-drá». Linz consideró que los comunistas asumirían un papel mucho más importante que en los años treinta y veía plausible que existiera un «fuerte partido comunista restando voto a los socialistas».7

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Estos pronósticos crearon grandes expectativas entre los dos su-puestos beneficiarios de la futura democracia en cuanto a los resulta-dos en las urnas. De este modo, los demócrata-cristianos españoles creyeron que era su hora decisiva, y no les faltaron luchas internas al acercarse los primeros comicios posteriores al franquismo, celebrados en junio de 1977. Así, en febrero de ese año, su figura estatal de mayor resonancia, el veterano político José M.ª gil-Robles, fue desplazado del liderazgo de su flamante partido (la Federación Popular Democrá-tica [FPD]) por su primogénito José María, con gran disgusto por su parte: anotó en su dietario que sentía una «tristeza inmensa porque la puñalada me la haya dado un hijo a quien tanto quiero».8

El resultado fue que las fuerzas de este signo comparecieron desuni-das electoralmente (ya que esperaban alcanzar unos resultados especta-culares) y conocieron un descalabro mayúsculo, del que ya no se recupe-raron. La Unión de Centro Democrático [UCD], improvisada y liderada por Adolfo Suárez, dejó sin escaño a la FPD de gil-Robles, mientras que Unió Democràtica de Catalunya [UDC] solo obtuvo dos diputados frente a los ocho del Partido Nacionalista Vasco [PNV]. UDC, tras constatar sus escasos resultados en relación con los pronósticos, formó una coalición estable con Convergència Democràtica de Catalunya [CDC], la actual CiU. Todo ello frustró la creación de un partido estatal de este ideario, aunque en los años ochenta óscar Alzaga trató de pro-moverlo nuevamente con el Partido Demócrata Popular [PDP].

Los comunistas tampoco vieron cumplidas sus grandes expectati-vas, pues en las elecciones de 1977 el Partido Comunista de España [PCE] quedó muy lejos de constituir la fuerza hegemónica de la iz-quierda: alcanzó un 9,3% de los sufragios en el conjunto de España, mientras su partido hermano catalán, el Partit Socialista Unificat de Catalunya [PSUC], consiguió el 18,3% de los votos. La consecuencia de estos resultados fue que el partido por excelencia de la oposición a la dictadura vio cómo le arrebataba su esperada victoria un Partido So-cialista obrero Español [PSoE] refundado y marxista, utilizando la consigna «socialismo es libertad», muy parecida a la suya de «socialis-mo en libertad». En consecuencia, las elecciones que teóricamente de-bían convertir al PCE-PSUC en fuerza hegemónica de la izquierda se convirtieron en el primer tramo del trayecto que llevó al comunismo español a ser una fuerza casi testimonial y dividida internamente.

Sus resultados eran mucho menores comparados con los de los co-munistas italianos y franceses: en los comicios de 1976, los primeros

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alcanzaron el 34% de los sufragios, y los segundos, un 20% en las elec-ciones de 1977.9 Volatilizada la democracia cristiana y con unos comu-nistas reducidos a fuerza minoritaria de izquierda, el patrón italiano de la política española se desvaneció. Sin embargo, como hemos apunta-do, a finales de los años ochenta esta inició un creciente proceso de italianización que no ha sido objeto de análisis globales y, por tanto, ha pasado relativamente desapercibido.

Un nuevo marco de análisis

Para finalizar esta introducción, queremos señalar que, más allá del grado de acuerdo o desacuerdo que susciten las tesis que exponemos, el objetivo de este ensayo es introducir en el análisis de la política espa-ñola actual un concepto que consideramos esencial para entenderla, el de populismo, y proponer un marco interpretativo innovador. En últi-ma instancia, queremos facilitar hipótesis que — desde nuestra pers-pectiva— ayuden a comprender la evolución política reciente, ya que esta difícilmente puede englobarse en los binomios tradicionales: dere-cha-izquierda, nacionalismo español-nacionalismos periféricos. En este sentido, pretendemos fomentar un debate sobre unos nuevos ci-mientos y, por supuesto, asumimos que nuestros puntos de vista no deben ser necesariamente acertados en los numerosos aspectos y he-chos que analizamos, especialmente por la proximidad temporal de al-gunos de ellos.

Con este objetivo, el ensayo — que dedica un anexo a explicar qué entendemos por populismo— se estructura en dos partes. La primera expone la oleada populista que se desarrolló entre 1989 y 2000, y la segunda, más extensa, disecciona la oleada iniciada en 2003. A fin de elaborarlo, hemos recurrido a la hemeroteca y a una bibliografía muy diversa, que comprende desde estudios académicos hasta memorias y opúsculos. Las citas reproducidas que no estaban en español han sido objeto de una traducción libre. Por lo que respecta al texto, presenta algunas reiteraciones para facilitar su lectura.

Queremos manifestar que este libro no está escrito a favor de al-guien ni contra nadie. No pretende defender o cuestionar tesis políti-cas, ni legitimar o atacar el independentismo o el nacionalismo espa-ñol. Sin embargo, parte de la premisa de que analizar el populismo

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conlleva una reflexión sobre la democracia que eventualmente puede contribuir a mejorarla. En este sentido, hacemos nuestras estas re-flexiones del economista Robert Michels (1876-1936), que — como veremos— formuló una tesis sobre la existencia de una «ley de hierro de la oligarquía» en los partidos, a pesar de que experimentó una evo-lución personal que le llevó al fascismo:

Cabe decir, por eso, que cuanto más reconoce la humanidad las ventajas que presenta la democracia, aunque imperfecta, sobre la aristocracia aun en sus mejores manifestaciones, tanto menos probable es que el recono-cimiento de los defectos de la democracia vaya a estimular un retorno a la aristocracia... Solo un examen sereno y franco de los peligros oligár-quicos de la democracia nos permitirá reducirlos al mínimo, aun cuando jamás puedan ser del todo eliminados.10

En última instancia, hemos intentado hacer un análisis desde nues-tra independencia y el afán de conformar una visión distante y crítica del objeto y las cuestiones de estudio, rehuyendo el maniqueísmo y ci-ñéndonos a esta máxima del historiador Walter Laqueur: «La historia no es el tribunal de la historia».11 Los lectores y lectoras juzgarán hasta qué punto lo hemos conseguido y, a buen seguro, serán magistrados más severos que los de una eventual justicia histórica.

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ÍNDICE

Prólogo: Importancia y mala fama, por Enric Ucelay-Da Cal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Introducción: ¿«Vox populi, vox dei»?. . . . . . . . . . . . . . . . . . 19La odisea populista en España: de Ruiz Mateos

a los indignados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21De la italianización profética a la silenciosa . . . . . . . . . . . . 24Un nuevo marco de análisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26

primera parte HYBRIS o EL PoPULISMo DE LA ABUNDANCIA

(1989-2000)

1. La «berlusconización» política: Ruiz Mateos, gil y Conde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31Ruiz Mateos contra el poder: «¡que te pego, leche!» . . . . . . 31Jesús gil: «¿Qué diferencia hay entre arreglar un club

y un país?». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35gil, Ruiz Mateos y olarra: ¿Una triple alianza? . . . . . . . . . 38El gIL al asalto del Congreso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39Marbella o la anticipación del boom urbanístico español. . . 41El preludio del «político-constructor»: Juan

Hormaechea y José M.ª Peña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43A las puertas del «populismo del ladrillo». . . . . . . . . . . . . . 47Mario Conde contra el «Sistema» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48El regreso político de Conde: Sociedad Civil

y Democracia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52Un discurso compartido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54La exaltación del gestor apolítico como gobernante. . . . . . 58

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El populismo de la prosperidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60La apoteosis populista: infraestructuras para todos . . . . . . 62

2. La deriva populista de la justicia: garzón o el Di Pietro español. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65Los gAL y la legislatura de la crispación . . . . . . . . . . . . . . 66Los nuevos ejes políticos: el escándalo

y la corrupción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69Un cambio cualitativo en la democracia española . . . . . . . 71La revuelta de los magistrados contra el «secuestro

de la justicia» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73garzón o la construcción de un «superjuez» . . . . . . . . . . . . 76El juez populista por excelencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79La reinvención de garzón: justicia en nombre del

pueblo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82Pascual Estevill o el «falso garzón» . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83garzón, el reflejo de Di Pietro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86Los nuevos «incorruptibles» o los jueces salvadores . . . . . 90El sindicato Manos Limpias, el otro espejo de Mani

Pulite . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92¿A las puertas del populismo punitivo? . . . . . . . . . . . . . . . 95La conexión civil: del superjuez al populismo punitivo . . . 97Una italianización política y judicial inadvertida . . . . . . . . 98

segunda parte NÉMESIS o EL PoPULISMo DE LA ESCASEZ

Y DEL NoRTE REBELDE (2003-2012)

3. Cataluña, el rompeolas populista de España . . . . . . . 103Cataluña, el norte insurgente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103La desafección del Estado: del plano simbólico

al económico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105Los síntomas de la desafección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107La estigmatización de los políticos: de «clase política»

a «casta». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110Una nueva derecha y una nueva izquierda populistas:

la PxC y la CUP . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112Un nuevo españolismo y un nuevo independentismo:

C’s y SI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116

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La italianización política se consolida . . . . . . . . . . . . . . . . . 120Los plebiscitos soberanistas: ¿Solo un voto a la

independencia? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123Los indignados: 15-M o cuando la plaza se alza contra

el palacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126Hacia la insumisión cívica de masas: la protesta antipeaje . 131Cataluña, un microcosmos populista europeo . . . . . . . . . . 134La hora de la «subpolítica» o de la política desde abajo . . . 137

4. La crisis y el nuevo españolismo populista . . . . . . . . . 139Un bipartidismo imbatible o el legado republicano

invisible. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140La difícil eclosión de la «tercera fuerza»: el fracaso de

CDS y pRD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145UpyD, un producto del laboratorio populista catalán . . . . 148El estallido de la crisis: «Una euforia que llevaba a no

querer ver» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153España en el club de los pIGS: el regreso a la Europa

clientelar del Sur . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157Los peligros del federalismo competitivo . . . . . . . . . . . . . . 161Recentralización en el horizonte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165Hacia un nuevo populismo españolista. . . . . . . . . . . . . . . . 166

5. La periferia insurgente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169Foro Asturias Ciudadano: ¿Hacia un nuevo regionalismo? 169«Sandokán» desembarca en Córdoba o el populismo

derechista andaluz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172La «expropiación de supermercados» o el populismo

de izquierda andaluz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175Valencia: una derecha populista anticatalanista . . . . . . . . . 179El regionalismo valenciano en la encrucijada:

tres escenarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183El eje Barcelona-Valencia-Madrid de la ultraderecha

española. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185Hacia un nuevo mapa político: la eclosión de

Compromís . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189AGE y Bildu: el nacionalismo populista periférico

o Syriza habita entre nosotros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190El nuevo escenario del populismo español y el 25-S. . . . . . 192

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6. Cataluña-España: ¿El fin de un debate circular? . . . . 197El retorno de 1898: España, una potencia mediana

del sur de Europa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197Los mares de coral o la regeneración imposible . . . . . . . . . 199España-Cataluña, una historia circular originada

en Ultramar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201¿Y si en 1640 España se hubiera quedado Portugal

y no Cataluña? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204La alternativa iberista: una «España portuguesa» . . . . . . . . 205El reverso de 1640: Cataluña sin España o el auge

independentista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 208Los catalanes: piamonteses, polacos y escoceses . . . . . . . . 210Septiembre de 2012, el fin de un siglo de catalanismo . . . . 216

7. España, un sur del norte. Cataluña, un norte del sur . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 219Cataluña: ¿De «Piamonte» a «Padania» de España?. . . . . . 219Barcelona-Milán y las dictaduras nacionalizadoras

(1919-1923) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220El legado fascista y franquista: ¿La «muerte de la patria»?. 230La descentralización en Italia y España en los años

setenta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236La secesión del norte: la «Padania» contra Roma . . . . . . . . 241La secesión del norte: Cataluña contra Madrid. . . . . . . . . . 248La cuestión septentrional también es meridional . . . . . . . . 250Meridionalismo y antimeridionalismo en España. . . . . . . . 254Cataluña, prisma de las contradicciones de Europa . . . . . . 256

Epílogo. Democracia de baja intensidad y crisis de estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261La democracia: de la idealización al desencanto . . . . . . . . . 261El crepúsculo de las ideologías, populismo y franquismo . 263La democracia española no tiene quien le escriba. . . . . . . . 264España, un gran coro de Nabucco: «¡oh mi patria bella

y perdida!». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265

Conclusiones. Cinco tesis sobre el nuevo populismo en España . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2691. Un mensajero del futuro: de la abundancia a la escasez 2692. Hacia el auge de la protesta y de la identidad . . . . . . . . 271

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3. De la periferia al centro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2734. La italianización invisible e inacabada . . . . . . . . . . . . . 2755. De la política de la Transición a la de la

Globalización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 280¿Esperando una nueva explosión populista? . . . . . . . . . . . 283

Anexo. Un nuevo fantasma ronda por Europa: el populismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 287El «pueblo sano» contra sus enemigos . . . . . . . . . . . . . . . . 287La ilusión populista: identidad y protesta . . . . . . . . . . . . . . 288Nuevos partidos y medios de comunicación,

¿La hora de los flash parties?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291¿populismo contra democracia o populismo

es democracia? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 292Los precursores: qualunquismo y poujadismo. . . . . . . . . . . . 294primero fue la nueva ultraderecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 296Las promesas democráticas y los límites del

«ciberpopulismo» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 298¿Una democracia de multitudes? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 299

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301Siglas utilizadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 353Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 357Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379Índice alfabético . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 383

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